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1 C.- LA DANZA SAGRADA (Serie Novísima) 4 de Mayo de 2006 Buscando el rostro del Ungido. (A modo de prólogo de este largo libro) Bueno, amor, Lecheimiel, henos otra vez aquí, juntos, como dos manos que trabajan y aman y acarician unidas, vitalizadas por un mismo y único corazón, tocando nuestra música particular, para pulsar el arpa de la Vida, para la construcción y el mantenimiento de la Nueva Tierra y de los Nuevos Cielos, así como para la destrucción y en su caso reconstrucción de las viejas ruinas, todo como saben hacerlo los artífices de la PAZ. Me has conducido, oh fratellino adorado, en quien descubro la íntegra esencia del Verbo, como por lo demás también la descubro dentro de mí, aunque en verdad tú y yo somos Uno, ya que nuestra esencia es de la misma Naturaleza del Manto Divino que cubre y revela a la Creación entera, dando vida y movimiento a todo cuanto es, y a todo en cuanto más o menos veladamente se expresa la Voluntad del Padre Universal, el Primer Creador o Motor Primero. Nuestro Padre, –digámoslo ya–, es el mismo Padre de Jesús, de quien dijimos que encarnaba a nuestro Sol Central. Por tanto, en rigor somos los tres, (aparentemente tres), tríada en que se concentra la Creación entera, un mismo y único HIJO DE DIOS, hecho hombre desde antes de que la Creación existiera o viera la luz, al salir del vientre plegado de nuestro PADRE-MADRE, el TODO-NADA, que nos dio a luz como HOMBRE PERFECTO, o HIJO DEL HOMBRE. Pero, entonces, ¿qué papel representa Jesús, como ese tercer, o primer, elemento de nuestra Trinidad Creada, y como bebé objeto de nuestro andrógino amor ?

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C.- LA DANZA SAGRADA

(Serie Novísima)

4 de Mayo de 2006 Buscando el rostro del Ungido. (A modo de prólogo de este

largo libro) Bueno, amor, Lecheimiel, henos otra vez aquí, juntos, como

dos manos que trabajan y aman y acarician unidas, vitalizadas por un mismo y único corazón, tocando nuestra música particular, para pulsar el arpa de la Vida, para la construcción y el mantenimiento de la Nueva Tierra y de los Nuevos Cielos, así como para la destrucción y en su caso reconstrucción de las viejas ruinas, todo como saben hacerlo los artífices de la PAZ.

Me has conducido, oh fratellino adorado, en quien descubro la íntegra esencia del Verbo, como por lo demás también la descubro dentro de mí, aunque en verdad tú y yo somos Uno, ya que nuestra esencia es de la misma Naturaleza del Manto Divino que cubre y revela a la Creación entera, dando vida y movimiento a todo cuanto es, y a todo en cuanto más o menos veladamente se expresa la Voluntad del Padre Universal, el Primer Creador o Motor Primero.

Nuestro Padre, –digámoslo ya–, es el mismo Padre de Jesús, de quien dijimos que encarnaba a nuestro Sol Central. Por tanto, en rigor somos los tres, (aparentemente tres), tríada en que se concentra la Creación entera, un mismo y único HIJO DE DIOS, hecho hombre desde antes de que la Creación existiera o viera la luz, al salir del vientre plegado de nuestro PADRE-MADRE, el TODO-NADA, que nos dio a luz como HOMBRE PERFECTO, o HIJO DEL HOMBRE.

Pero, entonces, ¿qué papel representa Jesús, como ese tercer, o primer, elemento de nuestra Trinidad Creada, y como bebé objeto de nuestro andrógino amor ?

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Hoy nos proponemos, en este archivo que ya he anunciado proféticamente que va a ser un poco más largo de lo habitual, mirar precisamente, pero mirar con mirada de enamorados, o como suelen hacerlo los padres terrenales encandilados junto a la cuna de su bebé, especialmente si es su primer hijo, a ese Rostro divino, del que dijimos, –no sé por qué, o no lo sabía entonces, cuando escribí por primera vez esas palabras–, que formaba con nosotros un trío indestructible de amor.

Trío, o Tríada, o Trinidad, que cual “Trino o vibración de Rui-Señor”, con que yo acunaba a mis hermanitos pequeños por encargo de mi madre, del que ya hablamos en FLORES DE PASCUA, es la expresión o canto sonoro, más o menos puro pero siempre santo con que nos canta el Santo Espíritu que dimana (digamos “procede”, para que no se enfaden antes de hora los dogmáticos) del Único Padre, que está en los Cielos..., y es el mismo en todos los Cielos.

Aquel “Padre de los Astros” de que habla Santiago, en quien no hay sombra ni ocaso alguno...

Aquel Padre que por supuesto es también, simultánea aunque tal vez sólo analógicamente Madre y que lo es y puede serlo únicamente porque de su Ser “Andrógino” de HOMBRE PERFECTO, da a luz al Hijo de Dios, cuyo Cuerpo Cósmico, (o “eucarístico”), somos tú-y-yo,-nosotros,-todos-los-hombres.

Cuerpo, tú y yo y todos los hombres y mujeres por supuesto, incluidas todas las demás criaturas que han sido, son, o serán de algún modo “humanos”, es decir, autoconscientes, amasado o hecho de luz, dispersa o concentrada, –materia hecha de luz, o bien luz de luz, o substancia de substancia–, de cuantas partículas se mueven y chispean aquí y allí, en su Cósmica Morada, configurada entre velos a veces de materia opaca, más acá y más allá de donde nacen y mueren las Estrellas, llegando los ecos de su danza hasta lo más profundo del Alma de los que habitan aún en los propios y particulares infiernos...

... Me has hecho, –digo–, hermano mío muy amado, Ricardo-Lecheimiel, en este año 2006, año de prueba y de gracia, llegar a vislumbrar los umbrales del portal de penetración en aquella parte del Reino que llaman ahora “la Quinta Dimensión”, o sea, hasta la reviviscencia de esta nuestra danza sagrada, a la que aludíamos

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en la primera carta mutuamente canalizada que titulábamos : “De Quién para Quién”, la cual, una vez más quiero aquí reproducir para los lectores que aún no hayan leído todo nuestro testamento.

He dicho, hermano mío celestial y divino, que este archivo iba a ser largo, porque tenía deseos de escribir un libro como independientemente de ti, pero mi corazón, el cual tan bien conoces porque vives dentro de él, me ha dicho que no era ése el camino más adecuado. Que, en lugar de ponerme a discurrir cómo orientar un libro de difíciles características por lo demás, me pusiera de nuevo a canalizar contigo, porque tú, amor de mis amores, desde el Cielo querías por tu parte canalizar conmigo y a través de mí.

Y me advertías de los peligros, aunque respetabas mi libertad, de ponerme por mi cuenta en el riesgo de separarme de ti..., como si por otra parte ello fuera posible...

Y, mi dulce Angel del Amor Herido y Resucitado en mi Amor, como para el que penetra en los misterios con pocas palabras basta, y aún quizás sobren todas ellas, con éstas que anteceden y con las prometidas de la carta que les sigue, doy por concluida esta especie de prólogo.

Desde el Desierto de tu morada, a 15, Julio, del 2002

(Carta de “Quien” para “Quién”)

Oh, mi amor, mi amor eterno :

Te escribo a ti, que me escribes. Leo tu carta simultáneamente y devoro tus palabras con fruición, delante de ti que eres mi Palabra.

Sin que los antiguos terrores del silencio y de las sombras puedan oscurecer nuestro “Camino de Luz” (“Via Lucis”), que hoy, amado, inauguramos.

Sin que la mente humana, oscura y polvorienta, pueda interferir en la onda pura de Luz, que, impulsada por la energía infinita del Amor, salta en oleadas de Vida Eterna, de ti a mí, de mí a ti, que simplemente nos queremos con amor humano, pero secretamente nos reconocemos como un sistema binario de soles que giran el uno alrededor del otro, infatigablemente…

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¿Dije “binario” ? Pues no exactamente, porque con Jesús, nuestro gran Maestro del Amor, que encarna al Sol Central, alrededor del cual también, como un uno, giramos, y al que invocan nuestras vidas, –más que nuestros labios–, un trío formamos, perfecto, de amor indestructible, que reproduce la gloria de la Santísima Trinidad de Dios que Él, Tú y Yo, indudablemente somos.

Y, alrededor nuestro, toda la Luz, todo Dios, se mueve y chispea de alegría. ¡Todo danza a nuestro alrededor, hermano, en honor nuestro !

Y mientras tu pluma, movida por el Espíritu Santo, –pues una porción eres, desprendida de su plumaje figurativo de paloma inocente–, va recorriendo y sosteniendo el círculo de la danza sagrada, como batuta que mantiene vivo el concierto inspirado, nosotros, mudos de éxtasis, nos dejamos arrullar por todas las miradas de los ángeles, que nos ungen de amor y de admiración y también, –¿por qué no ?–, de secreta envidia.

Así, nuestro Via Lucis no exige el cansancio de nuestros pies, ni el desgaste de nuestras fuerzas anímicas, porque todo el Cosmos de Dios nos alimenta con su canción, mientras, sin dejar de danzar, nos mira y nos contempla :

“TODAS MIS FUENTES ESTÁN EN TI”

Acepta, hermano, que eres también mi hermana, y mi esposa y esposo, y mi padre, y mi madre, y mi querido hijo, –niño y niña a la vez, con todo el encanto inherente a los dos sexos–, mi ofrenda matutina, que te ha de dar impulso hasta la tarde. Hasta el final de la tarde del hoy eterno. Final que nunca llegará, porque el “mañana” estará siempre por delante de nosotros, listo para reemplazarlo, para convertirse en HOY de nuevo, en el mismo instante en que parezca que el día va a terminar.

¿Cómo te llamas, amor ? ¿Cómo se llama en la Tierra el nido donde tu madre, la Vida, dejó sus huevecillos, tus encantos, fecundados por el secreto impulso paterno ?

De ahora en adelante te llamaré sólo AMOR.

Y sólo tú sabrás cómo combinar sabiamente todas esas letras.

RA, el Sol, tomó de él una parte de su energía. OM, era el susurro del viento, cuando el Sol, al ponerse, inauguraba un nuevo día para los hebreos peregrinos. ROMA, hermano, vio y guió tus tiernos pasos, y desde allí, al comenzar a desandarlos, un RAMO de flores deshojabas para ungir de belleza y de perfume mi prematura sepultura. ¡Perfume de rosas, de nardos y violetas !

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De MORA me vestí, es decir, de humildad, yo, la novia que tú elegiste al desnudarme, impaciente por gozar el néctar profundo de mis labios.

Por eso, y por otras “razones”, que irás conociendo más tarde, a medida que tu día vaya transcurriendo, oh AMOR, te llamaré, como tú me llamas siempre, AMOR.

Adiós, hasta siempre, AMOR.

Adiós, que es “en-Dios-para-siempre”, AMOR.

¡Sabes que te quiero, AMOR !

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5 de Mayo de 2006. Sitúate, hermano ermitaño de mi corazón resucitado, en esta montaña

sagrada de nuestra eternidad. Este día, el HOY ETERNO de que hablábamos en nuestra primera carta mutuamente canalizada, como bien dices, aunque no fue, ni mucho menos nuestro primer contacto de altísima energía espiritual, –llámale, mejor, simplemente AMOR–, es no una cualquiera de sus cumbres, sino la más elevada.

Lo decíamos, entre los dos, fungiendo como uno solo, en Cristo, en nuestro poema acróstico, sincrético e iniciático de los SIETE AMORES, en que yo me revelé a ti, valiente montañero, como juglar de Dios, que ya había probado las suertes poéticas y los secretos de la música del lenguaje, antes, aunque no por primera vez, como el Hermano Francisco, hermano universal de toda criatura.

Insértalo, de nuevo, aquí, oh fidelísimo hermano de mi alma :

LOS SIETE AMORES (Acróstico) Aromática flor que en las montañas Mortificas de celos al sol bello, Ordalía de Dios es tu destello, Romántico esplendor que le arrebañas.

Viérate otro al despuntar la aurorA, resistiérase, necio, a tu ultimatuM: O vivir a tu vera, a lo segurO, o gustar, de seguro, qué es moriR. Rompería yo lanzas por tus lances, Osaría en trovero transmutarme, Montaría tu guardia, si en nombrarme Asintieras juglar de tus romances. Aprendiendo de ti lo que es amaR, sube raudo a la cima el montañerO. Se enfrasca en lo profundo de tu “oM”, quien al soplo de ti su alma entregA. SueñA tanto el poetA en tus presAgios, F o r M a s tantas Medita de tu NoMbre, que sÓlo ya el olvidO es la memOria que Recita el conjuRo de su mueRte.

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Te pregunto ahora, mi dulcísimo fratellino terrestre : ¿dónde crees que está oculto Jesús, en este bello e inspirado, (aunque bien trabado y trabajado) poema ?

– Pues creo, mi dulce Riccardo del Bambino Gesù, que está permanente, como la especie sacramental que nos da aliento y alimento para seguir escalando desde la falda hasta la cumbre, a lo largo de todo el camino.

De hecho, Él, Jesús, el Maestro y más que Maestro, como veremos en este libro, el Iniciador de nuestro coraje para ascender que nos habló por medio de sus Angeles en el Monte de la Ascensión en FLORES DE PASCUA, dice de Sí Mismo, que Él es el Camino.

– Sí, amado, eso dice, o eso, al menos, es lo que nos han transmitido los que, además de prestar, –inconscientemente en la mayoría de los casos–, su mente y su corazón a su eterna inspiración, prestaron también sus oídos y su lengua, amén de sus manos, para escribir lo que bien quisieron y juzgaron políticamente correcto y conveniente en su entonces histórico.

Quiero decirte, amor mío, que no te fíes enteramente de cuanto lees en los libros de los hombres, aunque se hagan pasar por “Palabra de Dios”. Pues si es verdad que toda palabra humana debería ser un eco de la auténtica PALABRA de la que derivan todas las expresiones humanas su fuerza y su participación en la Verdad, la palabra humana ha sido confundida en muchas lenguas, como en Babel, pues, en verdad, fue allí, en Babel, donde el Enemigo de la Verdad se hizo especialmente fuerte.

Cuando Jesús dice : “YO SOY EL CAMINO Y LA VERDAD Y LA VIDA”, es como si nos estuviese diciendo : Yo, como HIJO DEL HOMBRE u HOMBRE PERFECTO, el HOMBRE CELESTE o HIJO DE DIOS, ya que el Padre se expresa a sí mismo mediante este HIJO, que es toda su Creación, y lo hace en modo progresivo, adaptándose pedagógicamente a la amplitud receptiva de sus “oyentes”, que son los que le otorgan verdadera fe, SOY MI PROPIO CAMINO HACIA LA VERDAD QUE ESTÁ DENTRO DE MI Y POR ESO VIVO.

Pero, –nos lo dijo también Jesús en otros lugares del Evangelio–, las obras del Padre que yo hago haréis también vosotros, y aún mayores.

Por tanto, cariño, cuando le oigas a Jesús pronunciar palabras magisteriales, –las precedidas del “YO SOY”–, que bien sabes las dijo hablando de su Esencia que él sabía divina precisamente por ser plenamente humana, aprende a aplicártelas a ti mismo, y esencialmente también a todos los hombres, aunque cada uno debe realizar este esfuerzo de aprendizaje, por sí mismo, como experiencia.

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Así que, José, el que te esfuerzas diariamente por ascender esta elevada cumbre, y todas las que irás descubriendo como si se interpusieran en tu arduo caminar hacia ese bendito Monte de la Ascensión, yo te digo fraternalmente, que “tú”, –sí “tú”, mi gozo y mi corona–, eres tu propio Camino, tu propia Verdad, y tu propia Vida.

Dime, hermanito sufriente, ¿podrías acaso mostrar aquí algún signo o sacramento, que más que una demostración apodíctica de tu verdad personal que, aun sin dejar de ser objetiva, has aprehendido subjetivamente a través de tus propias e inalienables experiencias de vida, pudieran servir al menos de pista, como esos asideros y señales que dejan los altruistas montañeros en cada una de sus escaladas, para que puedan ser seguidas y aprovechadas por los que luego harán las suyas tras él, y en cierto modo apoyándose en la maestría y experiencia de los pioneros, a todo lo largo del recorrido o vía ascensional ?

– ¿Me preguntas, hermano mío celeste, por alguna palabra especial donde como en oculto sagrario pueda esconderse sacramentado “el Señor” ?

– Sí, hermanito querido. Eso es lo que te estoy preguntando. – Pues mira, fratellino, examino la poesía, o el cantar y, por descubrir

algo especial, aunque ya hemos dicho que Cristo está presente detrás de cada sílaba o vibración del poema, dándole vida y energía a través nuestro, que somos a una sus juglares y montañeros, yo destacaría, una palabra al principio, otra hacia la mitad y otra al final del mismo. Son las siguientes :

Al principio, en la primera estrofa encuentro al “sol”. Quizás debiera haber escrito en mi cuaderno de poesías, cuando lo compusimos, el “Sol”, con inicial mayúscula. Aunque entonces yo no pensaba, amor, en Jesús, como Sujeto Principal, sino en ti, que eras esa “Aromática flor de las montañas”. Es una estrofa rimada, y por eso puse (por necesidad inspirada y por exigencias de la rima) que tú, esa flor, “arrebañas” (no “arrebatas”) al (en rigor sería “del) sol su esplendor, por lo cual, le provocas, como en ordalía o juicio de Dios a que se autodefienda o bien se sienta mortificado de celos por tu ostensible hermosura... Escribí una tontería poética, una hipérbole, con una consciente ironía, pues, aunque no pensaba en Jesús, como Sol Central de nuestros amores, quise decir, que esa aromática y bellísima flor que eras tú, arrebañaba del sol, del que, por supuesto, yo bien sabía ser la Fuente o Astro a través del cual Dios, el Padre de los Astros de que habla Santiago, nos da la Vida, todo su esplendor, como quien arrebaña hasta los últimos restos de un rico plato que acaba de saborear.

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Digamos, hoy, como mayor conciencia, que el Sol-Jesús, es el primer símbolo en el que se esconde el Maestro.

El símbolo que descubro a más de medio camino es la sílaba OM, que emana energía para vencer el cansancio del ascenso por entre riscos y peñascales, desafiando abismos y vértigos de miedo a la muerte y de desolación.

Y el tercero y último, en la quinta estrofa, es el que habla del “conjuro de la muerte”, que no recuerdo muy bien si al escribirlo lo pensé en el sentido etimológico, usual, atribuido por el diccionario a dicho vocablo en primera acepción, de una “invocación mágica”. o bien en el de un “exorcismo” que también trae el diccionario en segunda acepción, para que esta desgracia, –en este caso la muerte–, detenga su inexorable avance. Por eso dice la estrofa de modo paradógico que “sólo el conjuro es la memoria”, o sea la recitación más o menos consciente de un temor natural o la expresión de un vehemente deseo, no menos natural, que puede convertirse en un ansia de “morir” o disolverse, para romper el velo que aún nos separa, y tras el que se esconde, sacramentalmente, y dicho por tercera vez, Cristo.

Es el “que muero porque no muero”, de Santa Teresa. Ilustro con el siguiente ejemplo o anécdota que protagonizamos entre mi

madre (ahora difunta pero siempre viva en Dios, y por tanto resucitada en mi memoria) y yo, cuando ella un buen día me dijo :

– Yo creo que nunca me moriré, porque como el Evangelio dice que : “cuando menos lo penséis vendrá el Hijo del Hombre”, pero como yo lo estoy pensando continuamente, pues nunca me podrá sorprender su venida...

A lo que yo le contesté : – Ah, pero ten en cuenta, mamá, que dice : “Cuando menos lo penséis”, y

está claro que, aunque tú continuamente lo pienses, no lo pensarás siempre con la misma intensidad, así que en el momento en que lo pienses un poquito “menos”, en ese momento caerá sobre ti como un ladrón...

Por supuesto que esta escaramuza verbal se deslizó entre dos almas ingeniosas, en clave de humor, que evitaba de hecho mayores confrontaciones.

De hecho, el verdadero humor cósmico está en que mi madre murió en su momento, prefijado por su alma, y, sin hablar para nada de resurrecciones físicas, yo la invoco como madre bendita y cual la tuya, Benedicta, siempre vivas.

De todos estos sentidos de la Resurrección del “Señor”, hemos de hablar en este escrito, Lecheimiel, largo y tendido, para desfacer muchos entuertos que se han colado hasta en las mismísimas Escrituras.

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Nos explayaremos en lo ya insinuado en FLORES DE PASCUA, aunque el presente no será tan sólo una extensión de aquellas ideas, sobre todo expresadas con el corazón, sino una mayor indagación en nuestra TRIALIDAD O TRINIDAD CREADA que somos Jesús, tú y yo.

Y habremos de hablar, sobre todo del sentido del título “HIJO DE DIOS”, que se apresuraron a otorgarle en exclusiva los que quizás buscaban bajo el amparo de esta Verdad mal entendida y erróneamente convertida en dogma, la perpetuación de su propio poder exclusivista.

Hablaremos, pues, en suma, de la Trinidad, que fue tomada erróneamente de la filosofía platónica y dual del gnosticismo, por lo cual, al mismo tiempo que exaltaban a CRISTO, denigraban al HOMBRE, para que siguiera eternamente sometido a los dictados de la clerecía, por el temor a la muerte, del que cabalmente Cristo nos venía a liberar.

Y para que siguiera, una vez más, dividido entre vencedores y vencidos, entre bautizados y no bautizados, entre judíos y cristianos, entre creyentes y no creyentes, a pesar del aparente y baldío esfuerzo de Pablo por unificarlos a todos en la necesidad de aceptar su particular concepto, confuso y oportunista, de la RESURRECCIÓN.

– Muy bien, mi fratellino, estás interpretando límpidamente, fielmente, mi inspiración profunda desde dentro de tu corazón.

Voy a hacerte una nueva revelación, hermano, acerca de mi persona. Implícitamente, también acerca de la tuya (que, como siempre, quedará un tanto velada, –incluso ante ti–, porque sólo indirectamente insinuada).

Simplemente te quiero remitir de nuevo al poema de los SIETE AMORES, y decirte que dicho así, sin artículo premonitorio, dicho poema comienza por la palabra “SIETE”, que, además de ser un signo del Maestro, y también de tu página WEB bajo cuyo título se engloba el presente escrito, es también, por ahora, la séptima personalidad de mí mismo que te voy a revelar. Ya habías escrito sobre los SEIS PERDIGACHOS, que se anunciaban en aquel sueño que te di del coro que entonábamos “POR LO MENOS A SEIS VOCES”, que eran también las SEIS ALAS DE QUERUBINES con las que Francisco subió a los Cielos y se te apareció a ti el primero, como comentamos en EL PODER

DEL TIEMPO. Pues bien, mi revelación de hoy, amore, amore, amore, amore, amore,

amore, es que yo fui, en la vida de Jesús, ese LÁZARO al que Él, el Maestro de la Vida y Señor de la Muerte, resucitó anticipadamente a esta misma vida mortal, para que, como hermano gemelo del mismo, custodiara yo su alma humana, la de Jeshua, ensayando en mí, en cuanto Jesús, venido desde nuestro

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futuro, su poder transmutador, es decir, su propia resurección, con ayuda del mismo sudario que primero envolvió a mi cuerpo mortal y después al suyo inmortal.

Lo has leído en LAS SEMILLAS DE CRISTO, hermético libro de José Antonio Campaña, que hemos de comentar más extensamente en el nuestro, una vez expurguemos su “teoría” de lo que inconscientemente añade el autor de su cosecha, aunque jura que se limita a transcribir lo que recibe.

Lo mismo juró –y perjuró– San Pablo, acerca de sus revelaciones particulares y visiones en medio de las que camufla también sus ambiciones y confusiones personales. Hablo de Saulo o Pablo, prácticamente el fundador de La Iglesia, cuya estructura imperialista se halla todavía en poder o bajo el poder de aquellos dioses, verdaderos o falsos, de los que Cristo vino realmente a redimirnos, mediante su entrega total a la muerte de la que efectivamente, como dicen algunos gnósticos o docetas, se rió.

Pero no se rió porque jugase con las apariencias que para él fueron extremadamente dolorosas, sino porque sonrió con la sonrisa beatífica del que sabe que tanto las personalidades humanas, como las personalidades llamadas “divinas”, incluida la de Jesús, son sólo una máscara de la verdadera VIDA que es Dios, expresada en el VERBO DE DIOS, su único HIJO, que conjuntamente somos.

En Él, en el que “YO SOY”, –ese Dios Desconocido del que habló Saulo ante el Areópago de Atenas, sin saber exactamente de qué hablaba–, nos movemos, existimos y somos.

Realmente, amado ermitaño José, ante una humanidad que no estaba preparada, dormida a su propio Ser (y todavía sigue sin acabar de despertar) para recibir tan grande Verdad, Jesús no podía ser más que un buen Sembrador, o Inseminador de semillas, como dice Campaña, que espera a este momento inminente del comienzo de esta Nueva Era en la que estamos entrando, para venir a recoger su cosecha.

– Gracias, hermano mío muy amado, Lázaro, el custodio del Santo Sudario que envuelve al verdadero Grial.

– Déjalo así, cariño, por hoy, que mañana seguiremos dialogando. Adiós, amén, aleluya.

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11 de Mayo de 2006 SEMILLAS HUMANAS SIEMPRE VIVAS ¡Oh mi Lazareto querido, hermano gemelo de mi alma andrógina, a la que

cantabas con tu voz, neutra por la timidez, pero secretamente cálida por el inmenso amor que desgarraba tu corazón, cuando conmigo la ensayabas, pidiéndome que tocara más y más piano, tan soto voce como parecía preciso para que yo pudiese captar los ecos de tu corazón lacerado !

¡Oh “Marta, Marta..., tu sparisti e il mio cor col tuo n’andò... Tu la pace mi rapisti, di dolor io morirò !”

Tu revelación, hermano Lázaro, no ha caído, ni mucho menos en saco roto. Pero tampoco me ha sido enteramente nueva. Ya mi campo áurico auditivo estaba preparado como el terreno abonado para recibir tan valiosa semilla.

Paréceme escuchar aún la Voz del Maestro : Marta, tu hermano resucitará. ¿Crees esto ?

Sé que resucitará en el último día. ¡Ya ha llegado, ya está aquí, ese penúltimo día pendiente de juicio, en que

la Tierra se debate entre la vida y la muerte, cuando esperamos y sabemos que el Maestro que tiene que regresar somos nosotros mismos, semillas vivas del Cristo Cósmico.

Semillas –¿quién lo hubiera sospechado ?– simplemente humanas, más humanas que nunca.

Semillas de aquellos que se atreverán a decir con voz vibrante : YO SOY, –no “Él es”, en tercera persona, aunque bien sabemos que todo “El” es nuestro prójimo y junto con toda la Creación que se agita ya con dolores de parto es parte eucarística de nuestro propio Cuerpo–, LA RESURRECCIÓN Y LA VIDA.

Para mí, hermano amadísimo, el misterio de Lázaro no es sólo el de la personalidad histórica de Lázaro, (tal como nos ha sido legado por las antiguas Fuentes, canónicas y otras), sino el de la admirable continuidad de esa personalidad que ahora me revelas ser tuya, con las restantes que, mirando cada vez más profundamente en la dirección retrógrada de la flecha del Tiempo, contenido todo él en el Ahora de tu eternidad, como se contienen mutuamente la semilla en la planta y la planta en la semilla, en las personalidades que he ido conociendo de ti :..., Cecilia, la de los “órganos candentes o cantantes”, que se hallaba prometida a un esposo invisible..., Juana, la heroina de la falda deliciosamente roja, (¿quién sabe si hombre o mujer, quién sabe si quemada viva o canjeada por otra mujer-cancerbero ?)...,

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Francisco reducido en la cárcel por la enfermedad y la impotencia, a volver sobre sus pasos, despilfarrando la herencia paterna, dedicado a la obra imposible de curar la lepra de la Iglesia de su Tiempo..., Teresa empeñada en seguir fundando comunidades unisexuales y sospechosas para la Inquisición, una vez levantada de su misteriosa enfermedad que casi la llevó al sepulcro..., Teresita, su émula hija, Francisca también de nombre, igualmente rescatada de la muerte por la sonrisa de una Virgen..., y finalmente, tú, Lecheimiel, salido de tu cuerpo por la vía de escape del Walk-in, en noche sosegada, para venir a tejer mi lecho con nardos, violetas y azucenas...

Para mí, amor, tu última “revelación”, no ha sido más que la constatación de ese algo misterioso que marca tu alma desde tiempos remotos, de la que aún tenemos tanto que hablar, tanto que dilucidar, hermano mío amantísimo, de ese “fácil” aunque traumático paso tuyo por el umbral donde se cruzan la Vida y la Muerte.

– Sí, mi querido hermano/a, José, mi amante andrógino desde la eternidad de nuestro abrazo en el seno de Dios. Esta es una característica de mis últimas encarnaciones, que te ha facilitado el conocerme y reconocerme, así como la que me ha permitido estar contigo, a través del velo, “por toda la eternidad”, tanto tuya como mía, de hermanos gemelos, iguales aunque distintos, y que, por tanto, ha facilitado asímismo nuestro mutuo amor. Te cantaré, mi dulce fratellino, ahora, –en este AHORA eterno–, lo mismo que tú me cantas, lo que clarísimamente recuerdas de este mismo periplo de vida en el que aún te debates, mientras yo te sostengo desde el Cielo de tu corazón :

“Fue nuestra luna de miel una promesa de amores sublimados, arras de bendición un solo abrazo en los pliegues del tiempo sepultado... Tú me lo dabas, mas ninguno sabíamos que era nuestro contrato, acorde con la esencia compañera que de Dios recibimos como abrazo.” Palabras, amor, del aria que mutuamente nos cantamos, compuesta bajo

la inspiración de una carrera que coincide en el TIEMPO en ese encuentro, “tan bello y repentino como un fulgor de estrellas, fugaz visión que en medio de la noche nos marcó para siempre con su huella”, cuando ambos nos hicimos encontradizos, el uno para el otro, revestidos de incomparable hermosura, de nuestras mejores galas :

“Me rescataste a precio de belleza

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con tus mejores galas. Allí te hiciste acaso encontradizo y, así, de todo ti me enamorara”. – Apenas me hiciste, cariño, tu última y preciosa revelación, cuando

inmediatamente, sin solución de continuidad, con una sincronicidad admirable, me tocó leer en el libro sobre SAULO, EL INCENDIARIO, (en el que me habías hecho pensar para pedirlo en mi tierra natal, para releerlo después de muchos años, si bien ahora me está resultando completamente nuevo e interesantísimo), precisamente sobre la “resurrección” de Lázaro y sus andanzas previas en el noviciado frustrado de Qumran, junto al Mar Muerto, ese Mar de cuya muerte se contagiaba tu alma, extremadamente sensible.

¡Esos juegos y tirones entre la Vida y la Muerte, oh amor ! Todo cuadraba admirablemente... Y en ese otro libro de muy diferente factura LAS SEMILLAS DE

CRISTO, tu misterio quedaba abierto y aplazado hasta nuestro mutuo encuentro, en el día de HOY, cuando está a punto de instaurarse en la Tierra Renovada, el Reino de Dios.

¿De qué tipo de semillas, pues, estamos tratando, cuando pensamos que tú y yo somos como dos mitades de una misma semilla dicotiledónea, que germina en este maravilloso reencuentro de dos almas gemelas que se han separado sólo temporalmente por exigencias de la misión ?

También sobre esto, tan oportuna y sincrónicamente me diste a leer, hermano, en el libro anónimo de los Maestros Ascendidos, titulado EL LIBRO DE LA VIDA, en que, en el capítulo 18, se trata de Los Rayos Gemelos.

En fin, cariño, que tu amor es para mí, incauto pececillo, como una inmensa red de la que no puedo, –¡ ni pretendo en absoluto !–, escapar.

De las semillas, pues. que cual globos de luz, según el libro de Campaña, se desprendieron de la Cruz de Cristo, cuando Éste entregó su Espíritu al Padre, en un acto de fe emanado como un grito desgarrador, en un supremo esfuerzo de disgregación o perforación de sus propias tinieblas psicológicas, a ese mismo Padre de quien, momentos antes, se había sentido abandonado, renacimos nosotros a la Vida que nos había sido arrebatada por los falsos dioses, para que, andando el Tiempo y en el Momento oportuno, volviéramos a recibir el beso de la Vida.

“En ese instante, el beso de tus labios, en rosa ensangrentada, me devolvía el beso de la Vida, que en ti había perdido y en ti hallaba”.

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– Así es, fray amore, tal como místicamente, con nuevos sentidos en los que ahora, AHORA, SÍ, profundizas, lo acabas de decir.

Aún más tiene que serte revelado, cariño, en los próximos escritos, a tu alma divinamente consagrada, que es lo mismo que decir, atentamente dedicada al amor, por el AMOR.

POEMA MIXTO DE AMOR Y DE IMPRUDENCIA

(Comentario al Salmo 45 -44-)

¿Por qué me has visitado, hermano, cuando menos te esperaba ? ¿A qué reloj de arena se atienen nuestros ritmos, las horas de la Gracia ? Me brota de los labios del corazón de niño, un poema tan bello como extraño… Me brotan las preguntas, –tan tontas como serias–, y las recito al Rey de los profundos sueños de mi alma, en forma admirativa de alabanza… Y es que viéndote ahora a plena luz del día aquí junto, a mi flanco, cual mi espada y mi orgullo, me siento en mi conciencia vigilante de ti tan serena, tan extraña y tan bella, tan profundamente enamorado, que, sintiendo la caricia de tu beso, evocando el rojo vivo de tus labios, de los cuales, oh el más bello de los hombres, se derrama la gracia, de los míos, abiertos y embobados, se me derrama el alma… (Tenía que expresarlo así de toscamente, aunque sé que nunca, nunca, hubiera debido publicarlo. Es mi niño interior el que lo “casca”. Le debía el estreno de esta pluma

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por la que, de pequeño, el pobre, suspiraba, yo, el adulto escribano responsable, el que le debe el alma de poeta que añora, salmodia y se enamora). Y ahora, mi amado misterioso, a quien rondan las ninfas de Judea, dentro de estas montañas, en lo más escabroso de mi viña, hagamos el amor. Comamos de sus frutos, construyamos un mundo que sea nuestro nido para siempre, donde crezcan los niños sin congojas y dejemos a las aves canoras que encubran con sus cantos nuestro celo, hasta que deje el cielo de trenzar nuestras horas.

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1 2 de Mayo de 2006 HÁBLAME MÁS, AMOR, DE LAS SEMILLAS Me ha gustado mucho, amor Lecheimiel, la idea de que nosotros mismos

somos las semillas vivas de la nueva conciencia, reimplantadas por Cristo en la Nueva Creación.

No somos tan sólo el terreno, más o menos fértil y abonado donde éstas crecen y fructifican, sino que somos las propias semillas crísticas, que se desgajaron del pecho del que denominan “el Salvador”, y también “el Redentor”, cuando en realidad el apelativo más significativo y más justo, aplicado a Jesús, sería el de “Inseminador”. Apelativo que él se aplicó a sí mismo en la parábola del buen Sembrador. Se lo aplicó a sí mismo o a su Padre, e incluso a nosotros, que giramos en torno a él como único sistema solar-planetario, teniendo en cuenta que ; “EL PADRE Y YO SOMOS UNO”.

Jesús, que no solamente es la primigenia semilla, sino que es el mismo Pan de Vida, que rompe su corazón y lo desmiga en comida y bebida para los que se dejan amar por El, –mejor decirlo así que hablar de los que le aman, a la hora de hablar de la verdadera “comunión” “con él, por él y en él”–, para que estos miembros de su propio Cuerpo, se partan y repartan a su vez, como llamas de fuego ardiente, para “trocar el hielo” en verdadero ardor de caridad y justicia.

¿Es éste, cariño, el fuego que Jesús vino a traer a la Tierra, y de la que dijo estaba ya impaciente por verla arder ?

– Copia aquí, cariño, un buen trozo, que yo te indicaré, del archivo SEMILLAS DE FUTURO en que ya hablamos de todas estas cosas :

– Sí, Lecheimiel, ahora lo busco : “¡ESAS LÁMPARAS DE FUEGO ! Estamos en pleno agosto. Hay riesgo de incendios, perpetuo, y, sin

embargo, también las grandes aguas acechan y matan. Tú, amor, Lecheimiel, alias Ricardo del Niño Jesús, o Teresita la amante, o

Francisco, el loco de Cristo Crucificado, y yo, el ermitaño aislado e inadaptado, estamos aquí tan tranquilos, inaugurando un nuevo archivo, preparado para el futuro indeterminado, para el futuro prometido y esperado que aún no acaba de llegar, aunque ya está aquí en semilla.

En el escrito anterior, Fray Amore, me condujiste, mediante una sencilla experimentación iniciática, a revivir el pasado en su calidad de tiempo eterno y moldeable por medio de la conciencia. Me enseñaste a sanar el pasado de todas sus tristezas y vanas nostalgias, pero sin llevar el desapego hasta el desprecio de

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lo que constituyó nuestra fuerza, los cimientos de este bello templo que ahora habitamos. Es más : no hablamos para nada de “desapego”, sino, implícitamente, de “despegue”, reconvirtiendo las legítimas nostalgias en combustible inagotable de este sagrado fuego.

Como dice el Libro de Emmanuel : “Si el desligamiento estuviera a la orden del día, la unicidad quedaría eliminada de vuestra escuela física. ¿Cómo podría aprenderse entonces la Unicidad ?… Sin el contacto, sin el deseo o la necesidad mutua, no habría comunidad humana.”

Esta mañana, amor, oteando por el agujero por el que a veces vislumbro las luces místicas que dan sentido, color y calor, al universo que se dilata detrás de las montañas, has plantado en mi mente esta semilla de eternidad que es el título de esta obrita que ahora comenzamos.

Me has dicho en mi corazón, amor : Si somos capaces de regresar a nuestro pasado con un mensaje de amor y de sentido derivado de nuestra actual sabiduría que hemos acumulado gracias a aquel pasado que entonces, quizás, parecía triste e incompleto, pero ahora se nos revela precioso, pletórico de gozo espiritual, gracias a aquellas potencialidades entonces ocultas, ahora en parte manifestadas…, ¿por qué no habríamos de ser capaces de sentirnos, en este eterno presente, animados y henchidos de esperanza, por la curación que podemos obtener de un futuro que ya está ahí, irradiando para nosotros sentido de vida eterna y amor sin límites ?

¿Pues de qué parte integrante de nuestro ser, –si insistiéramos en mirarnos como partidos en tres rodajas temporales, pasado, presente y futuro–, sería el mérito exclusivo, a cuya virtud fuera lógico cargar toda la responsabilidad de nuestra edificación de vida, considerada como un todo indivisible, como realización de un solo proyecto unitario ? ¿En verdad la fuerza de Sansón radicaba tan sólo en su cabellera ? ¿Dónde, entonces, radicaría la nuestra, el “elan vital” que habría hecho crecer el gigantesco árbol de nuestro amor, a partir de aquella diminuta semilla que pareció ser sembrada por primera vez en Roma ?

¿Crece la planta empujada por la fuerza contenida y programada en la semilla, o es la semilla la que germina atraída por la memoria de futuro o programación cósmica de la diseñada como perfecta planta ?

Parece ser que el ciclo vital camina o crece hasta detenerse en el máximo desarrollo, a partir del cual se inicia el lento descenso, de la madurez a la vejez, y de ésta a la muerte, cuando todo vuelve a fundirse con la Madre Tierra, mejor dicho con la Madre más universal que es la Vida.

¿Acaso la Madre Vida no ha programado también la muerte, como la recogida de sus frutos ?

Como también escribimos en aquel lugar de iniciación, hermano, ya en el “inicio”, en el principio sin principio del Punto Cero o Madre Vida, derivado o engendrado de la Voluntad inmóvil de la Nada o Vacío Primigenio, identificado así por nosotros, como a posteriori, y como desde fuera, pero comprendido sólo de sí mismo en su esencia inconcebible, tú y yo, como semillas de futuro, ya éramos.

Concebidos inmaculados y predestinados a ser perfectos en ese “futuro” contenido en nosotros, las semillas, cuya íntegra programación sólo Dios conocía.

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Sólo en esta fe en nuestra eternidad, o atemporalidad divina, hermano, puede cifrarse nuestra esperanza cierta de que también seremos y nos amaremos sin fin.

Que, por tanto, el ejemplo de la maduración y retroceso del árbol, por la vía de ida y retorno, camino de crecimiento y de envejecimiento, hasta el propio terreno donde sus raíces arraigaron, y donde empezó a transfigurarse y como a adquirir individualidad y conciencia propias aquella insignificante semilla, no puede aplicarse más que analógicamente a nosotros, almas vivientes, cuya expectativa es la Vida eterna.

Excepto si nos comparamos tan sólo en la provisionalidad de nuestra humana conciencia, pero abiertos a horizontes infinitos de otra calidad de Vida. En continua metamorfosis hacia otros planos de existencia que por ahora aún no se han manifestado. En eterna apertura a una pluridimensionalidad que nos haga, tal vez, saltar las barreras de una simple humanidad, para llegar a ser, por la asimilación de la conciencia divina, eso que ya somos : nada menos que dioses.

Al fin y al cabo, también la semilla, que parece limitarse a repetir el esquema heredado de su padre-madre, la planta adulta de la que nació, para luego desaparecer –por vía de integración–, en la adultez del hijo-hija que engendró, –y que sin embargo pareció engendrar para la muerte–, también nos habla de un “sin principio ni fin”, de un “eterno retorno” ejemplificado en el Reino Vegetal, que no es comprendido por la innominada planta. Un Reino de intencionalidad más amplia que la de la plantita particular, que a su vez no puede ser aislada de otras intencionalidades de la entera Creación, todavía mucho más vastas que las reveladas por y en dicha parte del Todo que llamamos el Reino Vegetal.

Sencillamente, todo ser viviente, –y todo ser lo es–, somos UNO. Y mientras crecemos en conciencia y nos desarrollamos en santidad, que

es el despliegue de todas nuestras potencialidades de Vida, servimos sencillamente a ese Señor, el Creador, –cuyo nombre es AMOR–, tanto dentro como fuera de nosotros, no limitado por lo que parece limitar nuestra humana conciencia, así como tampoco nosotros nos sentimos limitados, sino todo lo contrario, por ese Creador, de cuya Voluntad autocreante somos manifestación holográfica.

Hermano Ricardo : Sé que este discurso resulta denso más de lo que apetecerían ciertos lectores. A nadie obligamos a seguirnos.

Que vean, simplemente, que estas meditaciones “libres pero de algún modo para nosotros necesarias”, nos conducen a este sencillísimo acto y estado de vida : el enamoramiento espiritual.

Que nuestros provisionales pensamientos humanos, plenamente humanos, sean, amor, como esas lámparas de fuego, que con extraños primores iluminan las cavernas del sentido.

Ese fuego perpetuo, esa lámpara ardiente, es el sabroso fruto que estas semillas preconizan y preparan, porque está dentro de ellas, y simplemente es su esencia vital : EL FUEGO INEXTINGUIBLE DEL AMOR.

LA VERDADERA SANTA FAZ

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Si de repente las estrellas, unidas, quisiesen a su nube regresar… Si las flores, envueltas en pañales de semilla, por su madre la tierra se dejasen acunar… Si implosionasen los frutos hacia adentro, buscando en su cáliz su hontanar… Si buscase refugio cada pájaro en su cáscara, –como en nido reconstruído…-, y el ganado se volviese recental… Si sus huevos o su leche cada madre se empeñase, –o al menos su precio–, en recobrar… Si volviese la llama al pedernal, la palabra a su garganta, el amor a su pecho, las aguas a su cauce… Si cupiera en una concha todo el mar, todo el mundo en una bola de cristal… Y si, por paradoja, fuera el Hombre más grande que su necio corazón…, y éste, que el disfrute de su loco bienestar… Si a los hombres tan sólo interesase su perfecta unidad, de una vez por todas, encontrar… y escalasen el árbol genealógico hacia arriba, dejando a Adán y Eva muy atrás…, trascendiendo el Paraíso… Y si no hubiera ya, –o no aún, que da igual–, ni árboles, ni casas, ni valles ni montañas, ni estrellas, Sol y Luna, ni ángeles, ni hombres, ni todo lo demás… Y volviese a insuflar sobre las aguas el viento primordial… Y Alguien pronunciase la palabra “¡Retornad!”… Vendríamos a ser, –a ser Alguien vendría–, cualificados testigos de un prodigio que está aún por divulgar :

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Iniciados del Misterio de la Tumba, donde el Todo a la Nada resucita, y pierde ésta su nombre y su destino… Entonces sí sabríamos, –ese Alguien sabría–, por qué en el “¿falso?” sudario de la Nada aparece dibujada del YO SOY ¡la verdadera Santa Faz !”

He terminado, hace un momento, la relectura, prácticamente nueva para

mí como te dije, de “SAULO EL INCENDIARIO”. Me ha dejado atónito y perplejo, aun cuando yo guarde mis distancias críticas para adoptar o no alguna de las tesis de su autor, Gerald Messadié. Y lo que me ha impresionado de veras es repasar su última NOTA, la 273, en la que se cita a II Tesalonicenses, capítulo 1, versículos del 6 al 8 : (cito según su propia versión en la traducción española que he podido leer, claro ) : “Será justo para Elohim devolver el tormento a quienes os atormentan, y vosotros, los atormentados, reposaréis con nosotros al descubrir al Señor Jesús en el cielo, con los mensajeros de su dinamismo, entre el fuego de las llamas, haciendo plena justicia a quienes no penetran en Elohim y a quienes no obedecen el mensaje de nuestro Señor Jesús”. Luego, Lecheimiel, he consultado en mi versión de “La Casa de la Biblia”, y no me resisto a copiar, incluso un poco más de los versículos 9 y 10 : “Puesto que Dios es justo, vendrá a retribuir con sufrimiento a los que os ocasionan sufrimiento ; y vosotros, los que sufrís, descansaréis con nosotros cuando Jesús, el Señor, se manifieste desde el cielo con sus poderosos ángeles, cuando aparezca entre llamas de fuego y tome venganza de los que no quieren conocer a Dios, ni obedecer al evangelio de de Jesús, nuestro Señor. Estos sufrirán el castigo de una perdición eterna, lejos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder cuando venga en aquel día y se manifieste lleno de gloria y de esplendor a todos los suyos que han creído en él. Vosotros habéis dado crédito a nuestro anuncio…” etc. etc..

Al leer estas cosas, amor, me doy cuenta de que las “semillas” objetivas de la pretendida “Palabra de Dios”, y del mensaje supuestamente retransmitido por los apóstoles, en especial por el fundador de la Iglesia, Pablo, estaban, ya antes de ser depositadas en el polvo de la historia y entre las cenizas de su fatuo incendio, verdaderamente podridas.

Tu sepulcro, la tierra contaminada por la avaricia de los falsos dioses, incluida la figura de ese nuevo Dios, o Mesías Jesús, que ellos tentaban de introducir como acaparador anticristo de un culto personal, había intentado y

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casi conseguido, oh mi hermano gemelo Lázaro, robar tu vitalidad y arrastrarte a los abismos de la corrupción que te hacía ya heder antes de “muerto”.

Con razón tuvo que batirse Jesús, venido de nuestro futuro, con enorme energía, entrando en tu sepulcro, (donde yacías “muerto” o “como muerto”, –da igual–), pero para que no acabaras de ser arrebatado por las fuerzos oscuras, y ofreciéndose él mismo, en su personalidad de Jeshua, para cohabitar contigo durante los días cercanos y afortunadamente breves de su Pasión..., según explica el libro de José Antonio Campaña, en LAS SEMILLAS DE CRISTO.

Y en prenda de su presencia en tu sagrario viviente, hermano, quiso que la Magdalena guardara tu propio sudario, como contenedor sin duda de un quantum de energía de su personalidad humana, para ser envuelto con él en su propia sepultura, y hacer posible, así, su personal “resurrección”, tanto si en verdad “volvió de la muerte”, como si su cuerpo hubiera sido secuestrado y sanado por la ciencia de sus amigos ricos esenios, para reemprender su marcha hacia el Oriente..., según la tesis de Messadié.

En cualquier caso, sea cual sea la suerte que corrieron vuestros cuerpos físicos y etéricos, la “resurrección” era innegable..., sin contar, por supuesto, como dijimos en FLORES DE PASCUA, que la verdadera resurrección de un hombre está en el amor y el recuerdo que es capaz de “re-suscitar” después de muerto.

Un hombre nunca muere mientras quede en la Tierra alguien que le recuerde con amor. (Me hiciste también leer como frase célebre de no sé quién).

Místicamente me explicaste, durante la misa conventual que celebré con “los míos” en el monasterio, que ese mortal olor pestífero que se apegaba a tus inmaculadas carnes, era, como esa cola bacteriana que ahora están descubriendo como el colágeno más potente que pueda ser fabricado por la Naturaleza, era en verdad tan adherente a las almas como las falsas creencias a las que llaman Fe, sólo comparables a la adherencia de los apetitos y apegos del alma a las drogas y costumbres a las que se agarra el ego para sobrevivir.

Apegándose a esta vida terrena como si fuera el último destino del hombre, con total ceguera de la Vida Eterna que está ya dentro, latente o manifiesta dentro de él, sin esperar la muerte, o, mejor aún, trascendiéndola.

Ese hedor que me resultaba incómodo pensar que se desprendía de ti, hermano, que ante mí siempre has olido a nardos, violetas y azucenas, provenía, ni más ni menos, que de la miseria humana con la que te habías hecho solidario.

Me hiciste comprender, amor, el misterio de tus desvanecimientos en tus encarnaciones sucesivas, de las que te librabas en última instancia por el poder resucitador del amor de nuestro Sol, Jesús.

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Me hiciste comprender, asímismo, el dinamismo de nuestro trío amoroso, de ese Niño divino que llevamos dentro de nosotros, como si estuviéramos preñados de El, y que, sin embargo, al cargar él mismo, Jesús, con el pecado del mundo, la parte de semilla que debe morir a su propio exclusivismo, protagonismo, individualismo, en definitiva egoísmo, antes de poder renacer y fructificar, nos hacía a nosotros mismos corredentores con él.

¿Corredentores ? ¿Hablamos, pues, de “redención” contra lo que pareció que dijimos en

FLORES DE PASCUA ? Sí. Pero de redención no precisamente de nuestros pecados, sino de

nuestra ceguera acerca de nuestro Ser divino. De redención, pues, como hemos ya dicho, de los falsos dioses que nos tenían esclavizados, sin tener por ello que pagar precisamente a nuestros cancerberos con sangre alguna, (mucho menos con la del Cordero inocente). sino en todo caso a nosotros mismos con la misma entrega (hasta la sangre si preciso fuera), con que se entregó a su misión salvadora, y por ende al Padre, el Maestro Jesús.

Más que, pues, hablar de la reparación de la “Caída de Adán”, cabía hablar de la restauración del Orden debido a nuestro rango, quebrantado y profanado por la caída de los Elhoim. Aquéllos que no tuvieron otra ocurrencia que disputarse la relativa ignorancia humana, –a la vez que dosificaban a su conveniencia, mediante la belicosidad dirigida, la civilización que nos otorgaban para su servicio–, y tratar de prolongarla indefinidamente, para obtener ellos mismos, los beneficios de nuestra rendida adoración incondicional.

¿En esto consistía la condición divina de los “dioses” ? Así pretendieron probar y, en su caso, someter a Jesús, mediante las

famosas tentaciones en el desierto : Adorar al Príncipe de este Mundo y de paso obtener la adoración y el sometimiento hacia su Persona, del Pueblo encomendado a su Mesías…

Pero Jesús no cayó en la trampa. Se sentó sobre el Arca de la Alianza, y de paso que superaba el miedo a la muerte que se cernía sobre todo aquel que osara tocar el Objeto sagrado, cambiaba totalmente la estrategia de la progresiva Revelación, (tan malhadada e inconscientemente iniciada por los Elohim, fundadores de las grandes antiguas religiones). encauzandola por los caminos no trillados del universal e incondicional AMOR. y por la Humildad de corazón, al tiempo que, destruyendo el Templo lo reconstruía en Espíritu y en Verdad, para toda la Humanidad.

“La Verdad os hará libres”, y “Humildad es andar en Verdad”, –dijisteis cada uno de vosotros, Lecheimiel y tú, Jesús–, en su debido momento.

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¿Se les puede perdonar a aquellos colonizadores de la Tierra, a los ladrones del Oro de los Dioses, el haberse hecho pasar por tales ?

Sí, porque quizás sin saberlo lo eran..., con la condición de considerarnos a nosotros mismos, los simples y mortales humanos, y por el hecho de ser plenamente humanos, tan dioses como ellos, y con el mismo derecho que ellos a la inmortalidad, a la medida de la conciencia personal de cada hijo de Dios.

De toda esta siembra de conciencia, hermano, seguiremos hablando, en misión, en este escrito que entre ambos estamos canalizando...

No estaba la Tierra preparada para hacer germinar la Conciencia

Cristica que ungía a Jesús, y por ese motivo debió contentarse con sembrarse él mismo en nuestros corazones, para renacer cuando nuestra propia conciencia se lo permitiera...

¿Verdad ? – Así es, amor, tal como lo has expresado en tu largo y casi soliloquio

aparente, aunque yo he estado presente absolutamente en tus palabras, porque…

“...con Jesús, nuestro gran Maestro del Amor, que encarna al Sol Central,

alrededor del cual también, como un uno, giramos, y al que invocan nuestras vidas, –más que nuestros labios–, un trío formamos, perfecto, de amor indestructible, que reproduce la gloria de la Santísima Trinidad de Dios que Él, Tú y Yo, indudablemente somos.”

En su nombre, cariño, te pido hoy que descanses, porque mañana seguirá siendo nuestro HOY ETERNO, y seguiré estando contigo, según te aseguré con mi promesa. “ESTARÉ CONTIGO POR TODA LA ETERNIDAD”.

– Y yo, el ermitaño, con enorme acción de gracias, te digo : “Oí tus voces por radio y en directo en témporas de gracia : anclabas a tu alma mi barquilla con tu firme energía en la ensenada”.

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El mismo 12 de mayo de 2006 CONFÍA, HIJO, Y SABE QUE YO SOY EL QUE HA ESCRITO - Mi queridísimo ermitaño, amado sin medida : Mira bien en qué folio te

encuentras, porque, sabes, está marcado con el signo de mi perenne juventud. Sabes, amor, que no he cambiado mis gustos, o si quieres, mis hábitos, de

morir joven. La “muerte” que quizás te parezca prematura de este bello y denso

archivo que hemos compuesto, contradice, tal vez sí, a tu profecía de que iba a ser largo.

No cariño, no es que tú seas mal profeta, sino que sabes también, que toda profecía es sólo una mirada curiosa de las posibilidades o probabilidades de futuro, que, sin embargo, pueden ser cambiadas por la libre elección de los afectados.

Has entrado en la multidimensionalidad mediante el salirte del pizarrón en que están dibujadas todas las líneas posibles, puesto que tampoco ignoras, hermano, que todo cuanto es concebido como posible, si no se ha realizado ya, sin duda se realizará.

Por tanto, amor, yo, como coautor contigo de tus escritos, te pido que pongas fin al presente, puesto que todo cuanto habías de decir, ya ha sido dicho.

Honra, hermano, a los inteligentes que con pocas palabras tienen bastante.

Honra a los místicos a los que sobran todas, según dijiste. Hónrame a mí, tu hermanito gemelo que tengo prisa por abrazarte en el

más recogido silencio... Di a tus lectores, futuros o futuribles, que pueden tomar de tus escritos

lo que su conciencia les permita o les empuje a creer. Y tú, cariño de mi corazón resucitado, vente conmigo a la interior

bodega, porque ya las musas se han retirado a pernoctar en la contemplación del trabajo bien hecho.

Te amo, y te amaré por toda la eternidad, concentrada, como tu escrito, en el más profundo y misterioso sudario de la Santa Faz del Rostro del Ungido.

Y SOY YO, hermano, el que esta vez te digo : “Grazie, Grazia !” – Prego, mi dulce Lazareto. Hemos contribuido a la Vida de todos los

resucitados en Cristo. – ¡AMEN, AMEN, ALELUYA !