bukowski

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“BUKOWSKI” POR ENRIQUE SYMNS 22 de marzo de 2015 · de Fernando Escobar Páez · en Charles Bukowski, Enrique Symns, ensayo ?. · Es de buitre o de chacal escribir sobre literatura, sobre lo que otros escriben o sobre la vida de los escritores. No escribas nada si no te aplastó la vida con su peso muerto, si no tienes cicatrices de tiempo que te fueron dejando todos esos días vagabundeados sin ton ni son por los pabellones del gran shopping que es el mundo o si de casualidad o porque estabas distraído no fuiste testigo cuando a otros los arrasaban, los labraban con todos esos aparatos del demonio que la tecnología cría y seguirá criando hasta completar los objetivos del siniestro plan que algún día sabré exactamente quién diseñó. Hay una excepción, claro. Puedes escribir sobre escritores cuyas vidas y sus historias y sus mitologías te hayan modificado la carretera por donde caminan tus senderos. No te propusiste contar las dos mil pelotudeces que le pasaron al tipo en su historia tal como te pasan a ti y a cualquier hijo de cualquier rutinario coño. Nada de eso. Estás inevitablemente reencarnado por ese tipo y por sus personajes, que se parecen a ti hasta en la manera de lavarse los calzoncillos. El tipo te inoculó su veneno y ahora eres él. Además de ocupar ese incómodo metro cuadrado en el espacio, este metro cuadrado de masa física, desplazamientos y gestos, ese espacio que he dado denominar en “Yo” y que otros llaman “Enrique” porque “YO” les pasó el dato, además soy todos esos héroes inventados por mis amigos desconocidos: no me canso de ver los films de Martin Scorsese que cuentan las historias que yo hubiera contado y soy Joe Pesci pateando la cabeza de quien me faltó el respeto en Buenos muchachos, estoy gatillando mis pistolas en Taxi driver sobre los proxenetas porque fracasé en mi intento de matar al presidente Menem, soy el boxeador rebelde y traicionado de Toro salvaje, el burguesito perdido en el desopilante laberinto de After hours, el psicópata que corrompe para siempre a la nena metiéndole el dedo en la boca en Cabo de Miedo y soy

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“BUKOWSKI” POR ENRIQUE SYMNS22 de marzo de 2015 · de Fernando Escobar Páez · en Charles Bukowski, Enrique Symns, ensayo

?. ·

Es de buitre o de chacal escribir sobre literatura, sobre lo que otros escriben o sobre la vida de los escritores.

No escribas nada si no te aplastó la vida con su peso muerto, si no tienes cicatrices de tiempo que te fueron dejando todos esos días vagabundeados sin ton ni son por los pabellones del gran shopping que es el mundo o si de casualidad o porque estabas distraído no fuiste testigo cuando a otros los arrasaban, los labraban con todos esos aparatos del demonio que la tecnología cría y seguirá criando hasta completar los objetivos del siniestro plan que algún día sabré exactamente quién diseñó.

Hay una excepción, claro. Puedes escribir sobre escritores cuyas vidas y sus historias y sus mitologías te hayan modificado la carretera por donde caminan tus senderos. No te propusiste contar las dos mil pelotudeces que le pasaron al tipo en su historia tal como te pasan a ti y a cualquier hijo de cualquier rutinario coño. Nada de eso.

Estás inevitablemente reencarnado por ese tipo y por sus personajes, que se parecen a ti hasta en la manera de lavarse los calzoncillos.

El tipo te inoculó su veneno y ahora eres él.

Además de ocupar ese incómodo metro cuadrado en el espacio, este metro cuadrado de masa física, desplazamientos y gestos, ese espacio que he dado denominar en “Yo” y que otros llaman “Enrique” porque “YO” les pasó el dato, además soy todos esos héroes inventados por mis amigos desconocidos: no me canso de ver los films de Martin Scorsese que cuentan las historias que yo hubiera contado y soy Joe Pesci pateando la cabeza de quien me faltó el respeto en Buenos muchachos, estoy gatillando mis pistolas en Taxi driver sobre los proxenetas porque fracasé en mi intento de matar al presidente Menem, soy el boxeador rebelde y traicionado de Toro salvaje, el burguesito perdido en el desopilante laberinto de After hours, el psicópata que corrompe para siempre a la nena metiéndole el dedo en la boca en Cabo de Miedo y soy también cualquiera de los muchachitos aprendices del delito en Calles Asesinas. Soy el río primaverante que fluye torrentoso por las páginas de “Primavera Negra” de Henry Miller, quizás la obra poética más contundente de todo el siglo, ese río que entró a mi vida a los 16 años inundando mis prejuicios, aliviando mis

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sufrimientos, proponiéndome nuevas aventuras y viejas humillaciones. Y también soy, lamentablemente, William Burroughs, que se introdujo como una jeringa en mi mente inyectando la sutil paranoia de los fantasmas alienígenas que nos habitan, esa búsqueda imposible del proyector de imágenes que estructuran esta pesadilla convivencial del mercado común familiar societario.

No tengo una verga que ver con maricones psicoanalizados como Woody Allen. Porque soy ese borracho, ese tipo que parece un mono, que se emborracha todos los días y de vez es cuando se coge una nena.

SOY BUKOWSKI. Desde los 20 años que leia todas sus obras, y sin embargo nunca lo leí. No sé si sabés a qué me refiero, con leer sin leer, es como tragar sin masticar. Fue apenas hace siete años que leí por primera vez a Bukowsky: “Cartero”. El periodista Claudio Kleinman fue el primero que me lo mencionó: “¿tío, leíste a Bukowsky?” ¡Pero claro!, le respondí con la misma pasión con que a veces respondo cuando me preguntas si vi Batman o La Nave va, films que jamás vería. Pero fue otro periodista que prácticamente me obligó a leerlo, Carlos Polimeni, en un memorable viaje de cobertura periodística al festival de rock en La Falda, me pidió que hiciera un monólogo en el pasillo del ómnibus: “Che Bukowsky…hacete un monólogo”. Fue una pesadilla. A partir de ese momento, amigos y desconocidos, lectores y parientes, me llamaban “Chinaski o Bukowsky”. No era muy afecto a leer. Hay pocos libros para leer. Me refiero a los pocos libros que contienen las instrucciones que dejaron escritas algunos pilotos expertos, para navegar en este miserable planeta.

Pero si algún día te empiezan a llamar Dostoievski, vas a tener que leerlo, sólo para verificar si es porque eres epiléptico o un buen narrador. Después de “Cartero” siguió el resto, “Mujeres”, “Eyaculaciones”, “Música de cañerías”, “Hollywood”, “Factotum”, “La Senda del Perdedor”. Y también algunas pocas poesías que se publicaron en Buenos Aires, que alcanzaron para intuir la dimensión del gran poeta. Bukowsky es como el Coro Maltés, o las actuaciones de Roberto de Niro o Michael O´ Rourke: todo lo que lees es lo mismo, huele al mismo sudor, te deja el sabor amargo de un antiguo chiste contado para distraer a la muerte, te envicia Bukowsky porque las palabras tienen su aliento y puedes sentir la saliva que escupen, y sus historias de bares y pensiones son las mismas que tu vives en los bares y las mismas pensiones. Todavía me dan ganas de cortarle la cara a esos que consideran a Bukowski un escritor menor. Es fácil escribir así, no agrega nada. Mierda. Prueba, cornudo, prueba. Es casi imposible escribir tal cual, tal cual el mundo se chorrea sobre tu percepción. Sin inventos, sin hipérbaton, sin grandes espectáculos ni resplandores gramaticales. Nunca los hay en la vida. Esas tremendas cosas sin importancia, esas son tu vida.

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Bukowski escribe para los que habitamos el sótano oscuro de ese edificio abandonado que es este tiempo. Para nosotros, que no tenemos un pedo de ganas de que nos lo cuente Joyce con sus 260.000 detalles, para nosotros, que se nos ha roto la silla donde estábamos sentados frente a la puerta de la eternidad, esperando jugarnos el tiempo y lo perdimos, ya no nos queda tiempo para apostar en entretenimientos literarios, no queremos que nos distraigan mientras miramos y estudiamos este siglo de aburrimiento que han empezado a proyectar en las pantallas de todo el mundo, no nos distraigan con chorradas y pajerías literarias.

Leemos a Bukowski que nos lo cuenta en el tiempo en que tardas en echarte un mal polvo y volvemos a mirar por sobre la ligustrina podada del mundo, mirando todo, sintiendo nada. Sentado sobre una insegura incomodidad que es este lugar, este sitio que probablemente no exista más en el diseño del plan. Pero no es tan jodido. Nada duele demasiado, ni se acongoja todo lo que ves y casi todo lo que pasa te importa tres pitos.

¿Y ENTONCES, POR QUÉ ESCRIBES?

Porque no te queda otra. Hay que tener un insano prejuicio para creer que la literatura es importante, que la poesía es trascendente, que un artista es algo que no salió por el mismo ojete donde salieron las albóndigas y los tornillos.

Escribir es pura mierda. Y encima todo escritor sabe que te tiene que ir muy mal en la vida para poder escribir más o menos bien. Un puñetero desgraciado que le reza a sus entrañas para que hagan fracasar a la bestia, para que cojamos mal, para que no tengamos dinero, para que los pulmones se acostumbren a respirar con dolor (eso que los maricones llaman angustia). Te adiccionás a la desgracia, te acostumbrás al rito de sentarte frente a ese animal viscoso y repugnante que estoy tecleando ahora mismo y esperar pacientemente que las palabras se hablen entre ellas, que se olviden que las estás escuchando o que te olvides tú de escucharlas, que los dioses o los vagos de la esquina de la nada duerman tu conciencia y todo sea escrito como si fueras una niña cogida mientras duerme. Y después acostumbrarte a todos los días o todas las noches en donde los vagos de los dioses están estreñidos y ni siquiera sale olor del culo de tu creatividad.

¿Por qué escribes? Porque no hay aventuras ni barcos piratas de velas rojas y la guerra que hay declarada no tiene bandos ni pandillas ni tribus ni hordas de héroes y sólo es un saqueo permanente e invisible de tu combatividad. Porque has descubierto el odio de las hembras que tanto amas con tu pija.

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¿Leés Clarín últimamente? ¿Observaste cómo esas frías hembras han ido copando la redacción del suplemento especial del domingo y cómo van aromatizando el mundo informativo que luego hace papilla el cerebro de los consumidores con ese perfume de concha en erección? Empezaron con sus poetisas y psicólogas y ahora ellas no sólo aman tu casa y son amas de tu vida, sino que además aman el poder y te estudian y vigilan, controlan, gobiernan, bajando y subiendo tu pija, son tan monísimas estas monas que aprendieron a imitar a los monos en el oficio de hablar y ahora manipulan el lenguaje contoneando sus gordas caderas, usando sus adjetivos estriados…..¿conoces alguna artimaña de cómo sacarte de encima ese puñetero viejo coño femenino? Y sin ellas, ¿qué nos queda? El fraude de este parque de diversiones, una estantería descascarada en donde se ve el crepúsculo envejecido, gris, sucio con cagadas de moscas. ¿Y entonces?

No te queda otra. Escribe. Y lleva tu orgullosa navaja lustrada como zapatos de baile. Y tu revista de caballos y te lo juegas todo en el hipódromo, en el casino, en la quiniela, en la mesa de póker, donde mejor te rasques: te juegas hasta lo que no tienes, para aprender a ganarlo todo. Y cuando pierdes sigues jugando hasta lo que nadie tiene derecho a tener, lo que le robas a las hembras que te cogen y a los amigos que dicen que te aman. Y te peleas y te emborrachas y escribes dos o tres poemas y coges y coges y luego empiezas de nuevo con la rutina. No apagues la luz, déjala encendida. Nadie va a pagar la cuenta. Déjame tu luz encendida. ¿O eres un maricón de esos que creen en algo, que tiene alguna fe, que buscan cambiar los cambios que nunca cambian lo que verdaderamente cambia.

¿Nunca caminaste por “La Senda del Perdedor”? Esa senda por la que se trasladan, caminando o arrastrándose, ansiosos como niños o desencantados como ancianos, todos los seres que perdieron el rumbo, la cacería, la nostalgia y la alegría. Todos marcados por la misma cicatriz, el estigma de haber tocado los cables pelados que produjeron un pequeño cortocircuito en la farsa humana. Es todo un pueblo, una raza raigal atravesando los siglos de ese instante arrastrados por el viento del fracaso, nacidos bajo la determinación de un calendario maldito construido por una casta de agricultores que le cantan a la muerte. Malos boxeadores, ladrones y ladronzuelos, vagos, orgullosos sin armas, ayudantes de cualquier oficio, vocacionados que vomitaron su destino, tipos que nunca aprendieron a limpiarse el culo, tipos útiles para nada porque son como dioses que no pueden hundir sus manos mentales sobre la arcilla de sensaciones del teatrillo que sueñan. Pero a veces sucede que los perdedores consiguen triunfar.

Tipos como Charles Bukowski, malnacidos de la mala hora, un granuliento inmundo, hijo de un hijo de puta que lo revienta a palos, un vago inservible que observa la maldad del mundo mientras se endurece. Trabaja en un correo y juega a los burros. Es uno de esos que no les queda más que hacerse escritor. Pero no es un tipo sutil como Pessoa, que usaba el mundo como una ventana, que le daba lo mismo mirar por el periscopio de una oficina ocho horas

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por día de todos los días de todas las semanas o desde la puerta entreabierta de una gran aventura, porque todo momento y todo lugar le eran óptimos para describir la miseria perceptiva de ese animal usurpado que es el hombre.

No, este no es un poeta sutil. Es un bruto, un bravucón como tú que prometió conquistar los sueños, un hombre que se apasionaba con las damas y terminaba tomando café con las putitas de cocaína, un peleador callejero hijo de Atila que terminó leyendo a Rimbaud en la casa de su suegro y que siguió prometiéndose cogerse a una nena de 18 a los 80. Prométete esto y festeja si a los 60 está cogiendo con niñas. Pero a los 70 ya es tarde, ya has triunfado, has conseguido arrastrar tu bulto de boxeador callejero molido a palos por la vida hasta las puertas del mito, hora eres famosos o bastante conocido, te saludan por la calle los hombres de barba y las chicas se humedecen con tus páginas. Hasta pasan una película de tu vida en Space. Y escriben artículos importantes sobre lo importante que eres para la literatura contemporánea, te hacen reportajes y uno de estos días aparecerá tu cara estropeada trasladada por los rayos catódicos hasta el Orebro de los consumidores, aparecerás maquillado como un maricón para decir:”Odio a la humanidad”, mientras el locutor sonríe con ternura. 20 años de emborracharte hasta los huevos, de reventarte a piñas, de ser ladrón o zopenco, todas esas docenas de bocas que besaste y que se comieron tu leche, toda esa colección de amores frustrados, y ahora no habrá para ti el sabor de esa nena de 18 años porque tendrá olor a libro viejo, esa conchita ha aprendido a hablar y te volverá loco otra vez, oh, maldito mundo de cartón.

Así es Hollywood. Así es en todas las sucursales del mundo donde desplegó sus sets, los mismos decorados de una pasión pintada. En Roma o en Necochea, en la casa de Fito Páez o en el palacio del Ayatollah en la cabaña del leñador y en la pieza mugrienta del soldador de filtros mecánicos. Tu vida no vale nada, sólo hay vales para que transites por los distintos pabellones, vales para que te compres esas chorradas que tanto te gustan. Y aquí estoy yo, internado en esta casa, se terminaron las vacaciones en el planeta, voy a tener que escribir un buen libro porque toda la gilada de los periodistas lo está haciendo. Voy a tener que demostrar que soy mejor que ellos, corrijo: que sé escribir simplemente. Mientras estoy friendo unos huevos, pesnando en cómo cerrar este prólogo o como se llame, por la radio pasan un tema de Rod Stewart que quiebra la armonía de esta mortaja. Dice: cuando estés lejos de tu casa, y nadie te ame ni te conozca, te deseo mucha suerte y que la luz te ilumine, y cuando te pierdas en los caminos y ya no puedas volver iré tras de ti para recordarte que eres joven, que siempre siempre serás joven. Y aunque no te encuentre por esos caminos te recordaré y estaré contigo, ganes o pierdas, alcances o no alcances tu meta, estaré contigo y te recordaré que siempre, siempre serás joven.

Enrique Symns, Necochea 12 de Abril de 1993