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Brave New World. Inside Pochettino’s Spurs

Guillem Balagué

Publicado originalmente en Gran Bretaña en 2017 por Weidenfeld & Nicolson, un sello de The Orion Publishing

Group Ltd. (Hachette UK)

Dirección editorial: Didac Aparicio y Eduard Sancho

Coordinación: Maribel Herruzo

Diseño: Aina y Berta Obiols, La Japonesa

Maquetación: Endoradisseny

Primera edición en papel: Mayo de 2018

Primera edición digital: Mayo de 2018

2018, Contraediciones, S.L.

C/ Elisenda de Pinós, nº 22

08034 Barcelona

[email protected]

www.editorialcontra.com

Julian Finney/Getty Images, de la foto de la cubierta (Mauricio Pochettino celebra un gol del Tottenham frente al

West Ham. Londres, 16 de agosto de 2014)

Fotos de los capítulos interiores, cortesía del Tottenham Hotspur Football Club/ Getty Images ISBN: 978-84-

948583-4-5

Composición digital: Pablo Barrio

Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación

pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de la propiedad intelectual.

La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual.

A todos los que en el Biggleswade United me mostráis diariamente la fuerza conquistadora del esfuerzo

colectivo, el buen humor y la pasión sin pedir nada a cambio.

GUILLEM BALAGUÉ

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MAURICIO POCHETTINO

ÍNDICE

Prólogo

Introducción

1. Pretemporada 2. Agosto

3. Septiembre 4. Octubre 5. Noviembre 6. Diciembre 7. Enero 8. Febrero 9. Marzo 10. Abril 11. Mayo

Epílogo: Pochettino en otras palabras

Apéndice 1: Resultados de la temporada 2016-2017

Apéndice 2: Comparativa entre temporadas

Agradecimientos

Imágenes

Notas

Los autores

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Prólogo

Es para mí una enorme alegría escribir el prólogo de este libro que habla de Mauricio, de su vida y de

su pasión: el fútbol.

Nos conocimos en plena celebración tras su éxito en «el clásico rosarino», con victoria de Newell’s sobre

Central, siendo yo estudiante en la universidad de Rosario. Fue una noche inolvidable. Desde entonces hemos

recorrido juntos los caminos por donde el fútbol nos ha llevado, y nuestra vida ha girado en torno a él.

Hemos acumulado años de experiencias maravillosas, otras no tanto, pero de todas hemos aprendido

alguna cosa.

Forjamos una familia unida, en la que todos nos apoyamos. No es fácil estar lejos de los afectos familiares

que dejamos en Argentina, aunque somos afortunados de tener grandes amigos. Cada uno con nuestro sueño,

procuramos alentarnos y confiamos en las decisiones que cada uno tomamos.

No cabe duda de que él es el líder de esta familia y la fuerza que ha motivado tantas aventuras. Mauricio

tiene una sensibilidad extraordinaria, una gran empatía, y su temperamento alegre y positivo le invita a escuchar

las historias que otras tengan que contarle.

Le gusta pasar tiempo en familia o con amigos, aprovechar los pocos momentos libres en casa, jugar con

los chicos al tenis, al fútbol o al ping-pong, compartir gimnasio conmigo o simplemente mirar una película

mientras tomamos unos mates. Siempre que podemos, disfrutamos del jardín o de los espacios verdes con una

caminata por el parque. Son momentos que le permiten relajarse, desconectar y cargar las pilas para seguir

adelante.

Suele pasarse el día en las instalaciones del club, adonde acudo puntualmente tanto para solucionar

temas pendientes como para poder vernos aunque sea un rato.

Creo que formamos un buen equipo. Me gusta considerarme la guardiana de nuestra intimidad, esto me

parece fundamental. Contribuye a mantener el equilibrio, pues la experiencia te enseña que en el fútbol no hay

líneas rectas y que, en un abrir y cerrar de ojos, puedes pasar de la gloria a la infamia, a que te ignoren o te

critiquen, así que entre los dos procuramos que tanto lo bueno como lo malo no nos afecte demasiado.

Dudo mucho de que alguno de mis consejos le haya sido de utilidad, porque, en el trabajo, Mauricio es

quien lleva el timón, el capitán del barco. Como el agua del océano, es abundante, indómita, avanza sin detenerse

ante nada y siempre encuentra huecos para seguir adelante; es sabia.

Nunca tiene miedo, para él, cada oportunidad es un reto. Esa es su esencia, ve la vida como una aventura

a explorar. Su lema es «tranquilidad». Yo, en cambio, soy como el agua de lluvia, me gusta nutrir, organizar y

buscar cierta estabilidad, que mi casa sea ese paraíso donde recargar energías y, por qué no, tener y desarrollar

nuevas ideas.

De ahí que nos complementemos.

KARINA GRIPPALDI

Mayo de 2017

Introducción

Nos advirtió León Tolstói de que toda la literatura procede de dos historias: o bien un hombre inicia un

viaje, o bien un extranjero llega a una ciudad. Lo que tienes en tus manos es justamente las dos cosas. En primer

lugar, es el recuento de una travesía, la de la temporada 2016-2017, la tercera de Mauricio Pochettino al frente

del Tottenham Hotspur. Pero también es la crónica de un hombre que ha sido extranjero desde que dejara con

catorce años la casa familiar de su Murphy natal, en Argentina.

Este libro es, pero no del todo, un diario. Permitidme que me explique. Es un collage, un cuaderno de

bitácora. Las palabras de Mauricio, sus pensamientos y sus experiencias, llenan estas páginas. Algunas me las

contó él mismo en las conversaciones que mantuvimos casi semanalmente durante la citada temporada. Otras

me las explicaron con detalle quienes le rodean, que, con su testimonio, rellenaron algunos huecos: jugadores

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que ha tenido o tiene a su cargo y que recordaron charlas, tácticas, momentos emotivos y conversaciones

privadas. Colegas profesionales y amigos rememoraron encuentros sucedidos tiempo atrás. Compañeros de viaje

desvelaron pequeños secretos. Y alguno grande.

Finalmente, las palabras de todos ellos se convirtieron en las de Pochettino, canalizadas a través de mí,

y siempre revisadas, aunque nunca censuradas, por él mismo para asegurarse de que estas reflejaran de manera

fidedigna sus pensamientos y acciones. Este diario, que lo es y no lo es a un tiempo, supone una especie de

truco literario que espera ofrecer a los lectores una mejor aproximación a las ideas y los métodos de este genial

entrenador, tal y como yo he tenido ocasión de conocerlos en el transcurso de una temporada notable. A veces

Pochettino no reconocía su voz, sentía que sus pensamientos escritos sonaban demasiado bruscos. En otras

ocasiones, se sorprendió de lo profundamente que había explorado sus deficiencias, su proceso de aprendizaje

y su viaje, pero la regla fue no volver atrás meses después y cambiar la sensación predominante en el momento

en que esta quedó reflejada. Al final estuvimos de acuerdo en que el resultado fue inusual —una biografía en

primera persona—, pero que es lo que mejor explica este momento particular de su carrera y su vida.

Me vi con él muchas veces, y dichos encuentros han llenado cientos de páginas de transcripciones,

aunque no fueron semanales, como planeamos al principio, porque en ocasiones Mauricio desaparecía. Igual que

las mareas van y vienen, Pochettino se ausenta de repente por razones que descubriremos más tarde.

Cuando esto sucedía, se hizo imprescindible la ayuda de su asistente, Jesús Pérez, que regularmente me

contaba cómo estaba yendo la semana, los entrenamientos, cómo sorteaban los obstáculos dentro y fuera del

terreno de juego. Miguel D’Agostino, el miembro del cuerpo técnico que conoce a Mauricio desde hace más

tiempo, me envió numerosos archivos de audio que grababa en el coche de camino al entrenamiento, de historias

ocurridas en Rosario, Barcelona, Francia, Southampton y Londres. También tuve ocasión de charlar con Toni

Jiménez, exjugador, como Mauricio, del R.C.E. Espanyol. Karina, su mujer, hizo el trabajo de intendencia y aportó

fotos y detalles imprescindibles.

A continuación, oiremos a Mauricio el Extranjero, escucharemos cómo se ha desarrollado su vida desde

los primeros días en el campo de Murphy, un pueblo donde nunca pasa nada pero que marca a quienes allí

nacieron. Asimismo, de la mano de Pochettino emprenderemos un viaje a través de la temporada en un diario

que es y que no es real. Aunque todo es verdad.

1. Pretemporada

El Tottenham acabó la temporada 2015-2016 en tercera posición, un gran logro para un equipo que no

puede competir en el mercado con los ingentes presupuestos que manejan Arsenal, Chelsea, Liverpool,

Manchester City y Manchester United. El último partido de liga, una derrota 5-1 ante el descendido Newcastle,

dejó un mal sabor de boca a Mauricio Pochettino y su cuerpo técnico. Para la temporada que empezaba los

objetivos estaban claros: mejorar. El entrenador y la mayoría de la plantilla debutarían en la Liga de Campeones,

la segunda participación del club en la principal competición europea, tras cinco años de ausencia. Pero mientras

se planeaba el camino, Pochettino seguía escuchando el clamor de un St. James’ Park rugiendo con los goles de

su equipo descendido.

¿Por qué empezamos las vacaciones antes de ese partido? ¿Qué hicimos mal? Ahí, justo ahí, en ese lugar

tan incómodo, es donde estamos de momento. Fue todo culpa mía. Algo hice mal. Debemos entender qué nos

llevó a perder de ese modo.

Saqué la pantalla a la media parte. Perdíamos 2-0. Pero no se trataba de adelantar la línea defensiva o

cambiar la posición de los jugadores. «Lo que está pasando aquí no tiene nada que ver con la táctica. No estamos

luchando. No estáis sobre el césped.» Lo repetí varias veces.

Pero no sirvió de nada.

¿Dónde estaba el compromiso hacia el grupo? ¿El sentido de pertenencia? Me molesta mucho cuando no

puedo encontrar la manera de motivar, de generar la pasión necesaria para disfrutar de este juego.

¿Fue culpa mía?

Al acabar el partido, llegué a un vestuario vacío. Poco a poco entraron los jugadores, pero yo tuve que

ir a atender a los medios de comunicación; primero las televisiones, luego las radios. Volví al cabo de tres cuartos

de hora. Ya estaban todos duchados, cambiados, ya no se podía decir nada. ¿Qué iba a hacer? Volvimos juntos

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a Londres, pero no había manera de estar a solas con los futbolistas. Ni lo intenté. Todo eran caras largas.

Seguramente cada uno tenía una explicación en la cabeza, cada uno sacó sus propias conclusiones. No nos

evitábamos, pero nadie sonreía. Sentíamos vergüenza cuando nos cruzábamos los unos con los otros. Si veíamos

un aficionado, agachábamos la cabeza.

Entiendo que el jugador es el primero que quiere ganar, porque al final es quien está dentro del campo

y queda retratado. El problema es que, aunque lo tenga en cuenta, vive en una burbuja. Su entorno le protege

y a menudo no le deja ver toda la realidad; solo ve la suya. Ciertamente el futbolista debe protegerse, crear

muros para que los factores externos no le afecten en exceso, pero para poder rendir bien debería haber un

equilibro entre la autoestima, el ego y la realidad. La autocrítica excesiva es castrante. La ignorancia, también.

El asunto es grave cuando se produce una desconexión mental, cuando el objetivo del futbolista deja de

ser común para pasar a ser solo individual y olvida el orden necesario en este deporte: el individuo brilla más

cuando está al servicio del colectivo, de la estructura que lo soporta.

En todo eso pensaba mientras aterrizaba en Londres de regreso de Newcastle.

Agarré el coche y me fui para casa. Lo primero que hice fue abrir una botella de vino y atiborrarme de

comida poco saludable. Creo que pagué conmigo mismo esa frustración. Comí de todo: patatas fritas, snacks,

almendras, de todo. Si había pizza, pues pizza, nada de ensalada. El vino era argentino, un malbec. Siempre que

estoy un poco deprimido me gusta oler el vino argentino; me produce alegría y me remonta a mi país, a sitios

reconocibles, a cuando era niño, al olor a campo, como aquel donde yo viví hasta los ocho años, a aquella casa

con su huerta, sus caballos… Si me retan a una cata a ciegas de vinos, detecto rápido el argentino. Y más si es

malbec.

Hoy empecé este diario.

No hace ni veinticuatro horas del partido. Me acaba de llegar un mensaje de Harry Kane. Me dice que

gracias por la temporada, que fue un buen año a pesar del último partido… Parecía abochornado al acabar el

encuentro.

No le voy a contestar. Tampoco es que él espere que lo haga.

He empezado el verano en Catar. Recibí una invitación de uno de los directores del hospital Aspetar de

Doha, el doctor Hakim Chalabi, un buen amigo que fue mi médico en el París Saint-Germain. Viajé tres días con

Jesús Pérez, mi asistente y mano derecha, y con mi hijo Sebastiano, que se especializó en Ciencias del Deporte.

Lo pasamos muy bien, nos explicaron cómo están preparando el Mundial.

Todo el mundo valora la temporada que hemos hecho. Se dijo que éramos el equipo que mejor había

jugado, el que más lanzaba a puerta, el que menos goles encajaba y demás, pero no podía desprenderme de la

vergüenza del último partido.

Me acompaña otro dolor, más profundo. Mi suegro está muy enfermo. Viajó a Barcelona para seguir

tratándose y, cuando le vimos, mi mujer Karina y yo supimos que no estaba bien; que ya no era la misma persona

que conocíamos y que habíamos disfrutado por última vez dos años atrás.

Acabo de enviar mensajes de «good luck» a los chicos que están en la Eurocopa, que acaba de empezar.

Mientras les escribo, pienso que en Newcastle no se hizo lo que llevábamos dos años practicando. No es lo

mismo acabar segundos que terceros, aunque algunos piensen lo contrario. Al final nos adelantó el Arsenal. No

reconocí a mi propio equipo.

Tenía que haberlo visto venir. Haber presentido que algunos estaban de vacaciones, que otros tenían la

cabeza en la Eurocopa. En realidad, lo presentimos, lo vimos. Tenía que haber cortado en seco esa dinámica.

Pero, ¿cómo?

Me duele enviarles mensajes de buena suerte. Lo haré de todos modos antes de cada partido. Pero duele.

¿Cómo se puede pensar que acabar terceros es lo mismo que segundos?

De todo se aprende.

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Cuando tenía entre ocho y diez años, jugaba al fútbol y a vóley. Lo que más me gustaba era el fútbol,

pero en el vóley había muchas chicas. Jugábamos en un gimnasio cerrado, y cuando viajábamos a pueblos

vecinos nos acompañaban las chicas, que también competían. Sí, me encantaba jugar al vóley. Sobre todo fuera.

También hacía judo. El profesor era un japonés fuerte, con muy mal carácter.

Tenía un hijo que era un año mayor que yo que había estado practicando artes marciales desde la cuna.

Era, además, el portero de un conjunto rival al que me enfrenté en un torneo en Murphy. Yo era el mejor de mi

equipo. Subí al área para rematar un córner. Empecé a situarme para recibir el balón, que llevaba una trayectoria

interesante. Inicié el salto. Y lo que ocurrió a continuación me marcó para siempre.

El portero, el muy hijo de…, para sacarme del partido, va y me baja los pantalones. ¡Imagínate la hinchada!

¡Y los padres! ¡Esto con unos diez años! Me dio tal bronca… Lloré, me puse a llorar de impotencia en el campo.

Me miraban todos.

Los que estaban y los que no estaban, ¡el mundo entero! Fue la mayor humillación de mi vida. Y lo que

más sufrí fue que no tuve los huevos de reaccionar. ¡Tendría que haberlo agarrado por el cuello y cagarlo a

trompadas!

Es una lección, claro que sí. Es útil para cuando alguien te gana un partido o una acción, si pierdes un

duelo, si te meten un caño. Eso hace que te rebeles y te da fuerza, sacas energía de donde no crees que había.

Aquello me sirvió para ser más fuerte todavía, más duro y más apasionado.

La siguiente vez que me pasó algo similar, le metí una piña al rival. Eso ya fue en primera división. El

árbitro era Francisco Oscar Lamolina y jugábamos contra San Lorenzo. Un delantero rival me hace una entrada

desde atrás. Yo me lo quedo mirando y él se me encara. Me empieza a insultar, y yo me reboto. Entonces veo

que él prepara un escupitajo. Me escupe y me entra en la boca, ¡el escupitajo! Y, claro, en ese momento de

indignación… ¡Pam! Le suelto un puñetazo. Mientras se lo estaba pegando, me iba arrepintiendo. Al final le

pegué muy suave, así que el árbitro, que ve que yo me arrepiento, y que ha visto el escupitajo, me dice: «Pendejo

de mierda, ¿qué cojones hacés? ¡Te voy a echar a la mierda! ¡No te echo porque he visto lo que ha hecho el otro

y los tendría que echar a los dos!». ¡Y seguimos los dos jugando! ¡Así es como funciona, a menudo, la primera

división argentina!

Buena decisión.

Luego Lamolina me dijo, a solas, que él hubiera hecho lo mismo.

No sé bien por qué escribo todo esto. Ni el porqué del orden, o del desorden. No sé bien de qué hablar.

O si dará para un diario. Quizá es que es un buen momento para contarme de dónde vengo, intentar encajar el

puzle de lo que he sido, o estoy siendo. Si la cosa va por ahí, supongo que debería empezar por el principio. Y

es buen momento, porque de repente me he encontrado con un tiempo en mis manos con el que no contaba.

Fuimos con la familia a Bahamas a pasar una semana. Y llovió todos los días. El colmo. Una semana para tomar

el sol, una semana lloviendo.

Mientras esperábamos a que escampara, miraba el fútbol, me salvaba el fútbol.

Estaba en una casa muy bonita y ahí, por lo que sea, la televisión tenía cable y pasaban todos los partidos

de la Eurocopa y de la Copa América. El fútbol me consolaba. Mi señora, por supuesto, estaba enojada. Pero mis

hijos, encantados viendo el fútbol conmigo. Tres contra uno. No hay equilibrio ahí.

Al final acortamos el viaje, y porque no encontré pasaje, si no, regresamos antes.

Así que volví rápido a Londres, y de Londres a Barcelona a pasar una semana tomando el sol en la

piscinita de nuestro apartamento familiar. Y entre vuelos, y lluvia, entre partidos y descanso, he ido tomando

notas y voy rellenando páginas en blanco.

En concreto, me doy una vuelta por los campos de Murphy de Newell’s, de donde salí. Pero antes, me

meto en la cama de casa de mis padres, de adolescente. Yo dormía cuando, en mi habitación y de madrugada,

se empezó a negociar mi pase a Newell’s Old Boys.

Había dos chicos de Murphy que tenían tres y cuatro años más que yo que jugaban en Rosario Central.

Uno de ellos, David Bisconti, llegó a debutar en primera división y también en la selección. Querían que yo fuese

con ellos a Central. Me llevaron un día a entrenar y enseguida me quisieron fichar. Pero, con trece años, estaba

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terminando el año escolar en Murphy, el pueblo de Santa Fe en el que nací, a ciento sesenta kilómetros de

Rosario. Así que hasta final de curso, en diciembre o enero, no podía fichar, pero me dijeron que mientras tanto

fuera a entrenar uno o dos días cada semana mientras seguía jugando en Murphy. Es lo mismo que hizo Dele

Alli cuando le fichamos: se preparaba con nosotros pero jugaba con el MK Dons, de donde venía. En mi caso,

estaba en un grupo con chicos que eran tres y hasta cuatro años mayores que yo, pero aguanté bien. Pensé que

acabaría en Central.

Esta era mi rutina: estudiaba Agrónomo General en una escuela de campo a veinte kilómetros de casa.

Me levantaba a las seis de la mañana para agarrar un autobús y, al acabar, sobre las cinco, me iba a Rosario.

Tres horas más de autobús.

A veces me venía a buscar mi padre, pero normalmente iba en colectivo y esas tres horas me las pasaba

durmiendo o charlando. Ese viaje solía ponerme de los nervios porque paraba en todas partes, ¡como un lechero!

Finalmente, tuve que cambiar de escuela e ir a una con horario solo de mañana, y así no tener que andar

corriendo para llegar al entreno.

Una vez en las instalaciones de Rosario Central, entrenaba y pasaba la noche allí. Trabajaba de nuevo

por la mañana y luego regresaba a casa. Los fines de semana jugaba en mi pueblo, tanto el sábado como el

domingo. Y el lunes, vuelta a empezar.

Uno de esos lunes, por la noche, Marcelo Bielsa y Jorge Griffa, de Newell’s, el rival de Central en Rosario,

montaron una prueba para un grupo de jugadores en Villa Cañás, un pueblo a cincuenta kilómetros de Murphy.

Había un entrenador en Villa Cañás que me conocía y sabía que jugaba bien, así que llamó a mi padre para que

me llevara. Aquel día salí del colegio y llegué como a las seis de la tarde a Murphy. Estaba muerto, después de

todo el día en la escuela, habiendo jugado el fin de semana. No tenía ganas de ir. Se lo dije a mi padre y me dijo

que no me preocupara. No fuimos a la prueba.

El martes por la mañana, en el desayuno, mi padre me contó lo que había ocurrido esa misma noche.

Resulta que, después de la prueba, Bielsa y Griffa, que recorrían el país en busca de talento, estaban

comiendo un asado con el entrenador, que me conocía, y le preguntaron si había algún jugador más por ahí que

fuera interesante. «Sí, el mejor de todos no vino, porque está en Central», les dijo. Ellos dos se miraron con cara

de no puede ser. «¿Dónde queda su pueblo?», preguntaron.

Era la una de la mañana. En pleno invierno…

Llegaron a la estación de servicio de Murphy y preguntaron hasta que dieron con la casa. Llaman a la

puerta, mi madre se levanta. Le dicen quiénes son, pero mi madre no les abre. Va a buscar a mi padre, lo

despierta, y mi padre —que los conocía o había oído hablar de ellos— les hace pasar a tomar un café. Bielsa

me contó que, después de hablar cinco o diez minutos y explicar qué hacían ahí, ya no sabían qué decir o de

qué hablar. Así que los dos le preguntan a mi padre «y… ¿podemos ver al nene?». Y mi madre y mi padre,

orgullosos, les dicen que sí, vamos a ver al nene. A su habitación. A la una de la mañana.

Mientras yo dormía, Griffa dijo: «¿Le puedo ver las piernas?». Y cuenta Bielsa qué mi madre me destapó

y que los dos dijeron: «¡Qué pinta de futbolista, qué piernas de futbolista!». ¡Claro! ¿Qué le iban a decir a mi

padre? La pequeña habitación llena de gente admirando mis piernas mientras yo dormía como un leño.

No me enteré de nada hasta que al día siguiente me lo contó mi viejo.

A partir de ahí empezaron a llamar a mi padre para convencerlo de que me llevara a entrenar. Yo no

quería ir, yo era feliz en Central. Mi abuelo, que tenía un amigo que había jugado en Newell’s, fue quien me

convenció. Así que fui a encontrarme con Bielsa y Griffa. Viajé en autobús porque mi padre estaba ocupado

trabajando la tierra. De nuevo, me llevó tres horas llegar. Algunos representantes del club me estaban esperando

en la estación y me llevaron al campo de entrenamiento. Me pidieron que me cambiara con la ropa que había

llevado (pantalón corto, camiseta, calcetines, botas), no como ahora en el Tottenham, que llegas y te lo dan todo.

Me presentaron a Bielsa, que me dice:

—Ve a calentar con ese grupo y te metes en el partido. ¿De qué juegas?

—De central —le contesto.

—Pero, ¿no eres delantero?

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—Bueno, en mi pueblo juego de delantero, pero a mí no me gusta, soy defensa.

—Ah, bueno, pues vas a jugar ahí, de defensa.

Empezó el partido y a los cinco minutos, después de tocar el balón tres o cuatro veces, me dicen:

—Venga, entra otro.

Y pensé, «¿qué está pasando aquí?».

—Venga aquí, siéntese —Bielsa a mi lado, sentado sobre una pelota—. Mire, en enero vamos a jugar un

torneo a Mar del Plata y queremos que vaya con su categoría, con la 72.

—Bueno, no sé, tengo que hablar con mis padres… —dije yo

—Bueno, hable con sus padres y después nos dice. Váyase a duchar —dijo Marcelo.

Yo había jugado solo cinco minutos y tenía ganas de jugar al fútbol, y más en el campo de Newell’s; es

como si vienes de un pueblito del interior de Inglaterra a la Ciudad Deportiva del Tottenham. Pero me dice, «No,

no, dúchese y ya lo llevará alguien para las oficinas del estadio».

Me llevan y allí me está esperando Griffa: «Bueno, nene, acá tiene el pasaje, muévase y ya hablamos.

Espero que venga con nosotros a jugar el torneo, sería muy bueno, una experiencia…». Y así fue. Había ido por

la mañana a Rosario para estar con ellos y a la tarde estaba regresando a mi pueblo.

Mis padres se alegraron de que participara con Newell’s en ese torneo, así que unos días después volví

y me quedé un par de noches en casa de Vicente Tasca, el tesorero del club, que también tenía a un hijo jugando

ahí. Entrené con mis nuevos compañeros y nos fuimos para Mar del Plata. Llegamos a la final y nos ponemos

empate a 2 contra el Inter de Paraguay. Ya en la segunda parte de la prórroga, el portero me entrega un balón

en el borde de nuestra área. Me voy, me voy, me voy, me voy, toco con un compañero, centro de aquella

manera… ¡y la meto! ¡3-2!

¡Ganamos el torneo! Llegamos a Rosario y cuando bajo del autobús me están esperando Bielsa y Griffa.

—Bueno, ¿qué? ¿Se va a quedar con nosotros o no?

—Sí, voy a firmar acá.

Y ahí firmé. Yo era hincha de Racing, por mi padre, pero con el tiempo me hice de Newell’s. Así fue la

historia. Increíble.

E interesante. Porque todo lo que necesitó Bielsa fueron cinco minutos. Nunca le pregunté qué vio. Pero

creo que entiendo su proceso mental. Cuando Jesús Pérez, Miki D’Agostino, Toni Jiménez y yo miramos un

partido, vemos quién sirve y quién no. Nos damos cuenta enseguida. Es una cuestión de actitud. De energía.

Transmiten o no transmiten. Un tipo como Bielsa, que era un avanzado, como lo era Griffa, en cinco

minutos lo veía todo.

Mi carrera y mi historia hoy hubieran sido completamente diferentes si hubiera fichado por Central. O,

quién sabe, tal vez hubiéramos hecho a Central tan grande como a Newell’s. Hay que pensar siempre a lo grande,

¿no?

Griffa, que era el director de todo el fútbol de Newell’s, se convirtió en mi padre mientras estuve en

Rosario, especialmente entre los catorce y los diecisiete años.

Tenía más relación con él que con Bielsa, que al principio entrenaba al segundo equipo. José Yudica

estaba a cargo del primero cuando debuté con diecisiete años.

Poco después Marcelo fue ascendido a entrenador del equipo de primera división, y ganamos la liga. La

temporada siguiente llegamos a la final de la Copa Libertadores, pero perdimos ante el São Paulo de Telê

Santana en la tanda de penaltis.

El logro fue sensacional para un equipo modesto como el nuestro. La filosofía era muy parecida a la que

tenemos en el Tottenham.

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La plantilla mezclaba jugadores jóvenes, como Fernando Gamboa, Eduardo Berizzo y yo mismo, con otros

más experimentados como el «Tata» Martino o

Juan Manuel Llop. En aquella época los jugadores no se marchaban de Argentina, así que era difícil que

se apostara por chicos como nosotros, y menos alguien como Bielsa, que empezaba su carrera como preparador

y que tampoco fue un jugador de renombre. Pero él tenía sus propias ideas.

El juego también tenía muchos paralelismos con el del Tottenham: era intenso, a la máxima velocidad,

con presión alta, muchos movimientos mecanizados, buscábamos dominar físicamente, jugábamos a sofocar al

contrario incomodándolo cuando no teníamos el balón. Y necesitaba que todos creyéramos en el entrenador

para que funcionara. El once estaba lleno de jugadores que debían tener sus responsabilidades, no éramos solo

soldados: formábamos parte del proceso de decisión. Desde mi posición de central izquierdo, crecí con el plan

audaz y valiente de Bielsa, que se atrevió a desafiar el pensamiento común de la época.

Le llaman «Loco» con cariño, aunque nunca me gustó del todo ese mote. Sé que es un homenaje a su

particular manera de pensar, pero salirse de los patrones comunes lo veo como algo excepcional, no como una

locura. ¿Quién tiene hoy esa capacidad intelectual para ver las cosas de otro modo? Le entiendo hoy más que

nunca, más que cuando era futbolista. Me sentaría cualquier día a tomar mate con él y charlar. Aunque no

estemos de acuerdo en todo, fue una inspiración a la hora de tomar la decisión de ser entrenador.

Tengo la suerte de tener una mujer que me comprende y comprende qué es el fútbol. Karina se queja a

veces, y debe hacerlo si cree que no andamos por el buen camino, pero es consciente de que lo que soy; lo que

somos como familia, lo ha creado el fútbol. Es lo que quisimos y elegimos ser. El balón debe ser nuestro

compañero de viaje.

Dicho esto, conocer a mi señora transformó mi vida. En una época de cambios, cuando todo estaba

pasando a gran velocidad en Newell’s, ella me dio mucha estabilidad, mucha tranquilidad. A esa edad, con

dieciocho, diecinueve o veinte años, tras haber sido campeón, hubiera sido normal perder la cabeza. En Rosario

las tentaciones eran grandísimas, y nosotros los dueños de la ciudad.

En el 93 el entrenador de Ñuls era el «Indio» Solari, un tipo muy especial, y un día nos reunió a todos y

nos dijo: «Chicos, ¿qué les parecería la idea de fichar a Maradona?». Maradona estaba en el Sevilla. Yo me reía,

«¡Maradona en Newell’s!

¡Imposible!». Y el Indio: «Existe la posibilidad, ¿ustedes cómo lo ven?».

¿Cómo que cómo lo veíamos? «¡Si viene Maradona acá nos morimos todos!»

El «Gringo» Giusti andaba metido en la operación con otro conocido agente, la «Tota» Rodríguez. El

acuerdo se firmó nueve meses antes del Mundial del 94. El Gringo Giusti nos contactó a varios jugadores y nos

dijo: «Acá está el número de Diego; él encantado si ustedes le llaman». Estando con Karina en mi piso de la

decimotercera planta en Córdoba, enfrente del monumento a la bandera, yo dudaba, «¿lo llamo o no lo llamo?

¡Cómo voy a llamar a Maradona! ¡La puta que lo parió!».

Cuando llegué de chaval a Rosario vivía en un apartamento muy chiquito. Había un cuadro al lado de la

cama, el único que tenía en todo el apartamento, y era de Maradona en el 86 alzando la copa. Me iba a dormir

siempre con Maradona mirándome. Y ahora tenía que llamarlo.

Al final, me digo: «Lo llamo». Todo nervioso oigo:

—Sí, ¿hola?

—Sí, Diego, mira, soy Mauricio Pochettino, voy a ser tu compañero…

—¡¡Hombre Poche!! —En ese momento, casi me muero cuando me dice «Poche»—. Poche, ¿cómo andás?

¡Qué alegría escucharte! La verdad, te agradezco mucho que me llames, ahora que voy para allá, vas a ver…

¡Yo no sabía qué decirle!

Diego llegó a Rosario, y al día siguiente fue la presentación. Fuimos todos a la cancha de Newell’s

esperando el momento. Había como cuarenta mil personas, el campo estaba lleno y nosotros viviendo un sueño.

Lo mirábamos, «no puede ser que Maradona esté aquí con nosotros».

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En Newell’s no teníamos gimnasio en el club, así que íbamos a uno en que estaba en la calle Mendoza.

Maradona llegaba por la mañana y corría en la cinta, hacía trabajo de fuerza, entrenaba muy duro, y luego por

la tarde se juntaba con el grupo. Cuando venía a entrenar era un placer. Él se limitaba a tocar el balón, nada de

correr, todo juego. El calentamiento lo hacía solo, cogía una pelota con los cordones desatados y empezaba a

jugar con ella. Lo que hacía en ese momento es difícil de explicar… el sonido del contacto del balón con el pie,

los diferentes efectos, el control, era algo bárbaro. Al acabar comía una especie de papilla de cereales, y por la

noche regresaba solo al gimnasio.

Tuve la suerte de que me tocó concentrar con él antes de los partidos. Las habitaciones individuales no

eran en absoluto la norma. Trata de contarle eso a los jugadores de hoy.

Los primeros días no dormía, me lo quedaba mirando, pero al cabo de una semana ya había perdido la

noción de que era Maradona: era solamente mi compañero. Recuerdo un día que estábamos tirados en la cama

viendo fútbol, no recuerdo qué partido, y, como hacemos todos los jugadores, nos pusimos a rajar de otros:

«Mirá como chuta; qué malo es ese». En un momento dado, un jugador regatea a uno, regatea a otro, y al final

la pierde, y a mí me salió de dentro un «este pelotudo, ¿quién se cree que es? ¿Maradona?». Enseguida me tapé

la boca, pero él ya estaba muriéndose de la risa.

Por aquel entonces no habían llegado los mandos a distancia. Una tarde, mientras me trataba el fisio,

estábamos los dos tirados en la cama en el hotel Embajador en Buenos Aires. No recuerdo qué daban en la tele,

pero en un momento nos miramos como diciendo, «¿qué tontería están poniendo?». Y le digo, sin querer, «Diego,

cambia esa mierda y pon otra cosa». Entonces Diego se levanta de la cama y se pone a cambiar de canal. Pero

en un momento dado se detiene, se da cuenta y me dice: «¡Andá a la puta que te parió, ¿quién te crees que soy?

¡Yo soy Maradona! Cambiándote el canal a vos…», y estalla en carcajadas.

No podría decir que somos amigos, pero nos tenemos mucho cariño. Estuve en su despedida como

futbolista. Un día especial de noviembre de 2001, en la cancha de Boca. Lloramos todos con su discurso.

Fue así: «Esperé… esperé tanto este partido, y ya se terminó. Ojalá no se termine nunca este amor que

siento por el fútbol y el que me tienen… Yo me equivoqué y pagué. Pero la pelota, no, la pelota no se mancha».

Cómo no íbamos a llorar la marcha del ídolo.

Antes de la llegada de Maradona, en el 91, viajamos para un amistoso a Tenerife, que tenía al Indio Solari

como entrenador. De ahí nos fuimos a Barcelona y jugamos con el Figueres, cuyo preparador era Jorge

D’Alessandro. En esa gira descubrí Barcelona, que se estaba preparando para los Juegos Olímpicos. Argentina

quedó fuera de la competición de fútbol, cosa increíble, porque teníamos un equipazo: nos llamaban «la banda

del gol y el toque».

Me quedé enamorado de la ciudad y, cuando surgió la posibilidad de ir al Espanyol, no me lo pensé dos

veces. Y eso a pesar de que tenía ofertas de Boca y de varios clubs mexicanos, y de que el club catalán ofrecía

menos en lo económico y era la opción más arriesgada, dado que acababa de ascender de segunda división.

No sabía qué iba a encontrarme allí, pero decidimos irnos a Barcelona en 1994 con Karina, que estaba

embarazada de Sebastiano. Esa decisión marcaría profundamente mi carrera y mi vida.

Griffa, que había jugado en el Espanyol y había ejercido una gran influencia en mis años formativos, nos

acompañó en ese primer viaje a Europa y estuvo presente cuando firmé el contrato.

Disputamos una Copa de la UEFA y un par de Intertotos, pero en el Espanyol se sufría y disfrutaba a

partes iguales. Recuerdo el último derbi en el campo de Sarrià, en el 97, antes de que lo demolieran. Fue un

partido desigual.

Nosotros estábamos en la zona baja, con entrenador nuevo, muchas bajas, incluido Toni Jiménez, que

hoy es nuestro entrenador de porteros en el Tottenham.

El Barcelona de Bobby Robson tenía que ganar para que el Madrid de Fabio Capello no se despegara

del todo. Salieron con su once de gala, incluido Ronaldo, y me tocó marcarle. No tocó mucho balón, el brasileño.

¡Qué sé yo cómo lo hice!

Sabiendo que tenía que jugar contra Ronaldo, me preparé mentalmente: «¿Cuál es la mejor manera de

marcar a Ronaldo? Si le pasan el balón, y yo le doy espacio para correr, me mata. Entonces, no tengo que darle

espacio. Si se da la vuelta, lo mismo, le hago falta o me mata…».

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Se trataba, simplemente, de anticipar los movimientos de Ronaldo. No necesitaba que mi entrenador me

lo dijera. Sé que tenía que usar todas las herramientas a mi disposición, lo que yo llamo «conceptos básicos»,

cosas que aprendes a lo largo de tu educación futbolística.

Una de las cosas que nos preocupa y discutimos en el Tottenham es que a veces los futbolistas carecen

de esos conceptos básicos. Hoy en día la metodología y la preparación son extraordinarias, los jugadores están

bien entrenados en la táctica, pero esos «conceptos básicos» —esas cosas que te ayudan a ser mejor en el

campo— escasean. Se van perdiendo. Se dejaron de transmitir de generación en generación, entre los viejos y

los jóvenes. Incluso los propios entrenadores se han olvidado de pasar ese conocimiento.

Los medios de comunicación también contribuyen a esa amnesia colectiva. Un ejemplo: Toby

Alderweireld, al que fiché para el Tottenham y que ha sido uno de los mejores centrales de los últimos dos años

en Inglaterra. Me hace gracia cuando se afirma que es uno de los mejores porque no comete faltas. ¡Un central

que no hace faltas! Antes, si no hacías faltas, no podías jugar de central. Veinte años atrás, si no jugabas duro y

marcabas la línea, se te comían los delanteros. Y cuando te sacaban una amarilla era porque un poquito lo habías

lastimado. «Si me vas a pasar —le sugerías de algún modo al delantero—, si me vas a tirar un túnel, piénsatelo

dos veces, porque te mato.» Y capaz que luego no lo matabas, pero al menos el otro pensaba que eras capaz

de hacerlo.

Ahora el defensor que hace menos faltas es el mejor. ¡No me jodas! Cómo ha cambiado esto, ¿no?

Antes de confirmarse la llegada de Bielsa al Espanyol, tuve la posibilidad de irme, pero me quedé para

jugar a sus órdenes. Haber trabajado con él, aunque solo fueran seis meses antes de que se marchara a la

selección, fue clave, porque me hizo despertar de un largo letargo. Estaba como dormido, hibernando. Él conocía

al Pochettino de Newell’s, pero el Mauricio de seis años después en el Espanyol nada tenía nada que ver con

aquel. De hecho, yo estaba perdido, aunque no lo sabía.

Durante la pretemporada con Bielsa hacíamos tres turnos de entrenamiento. El primero a las 7.30 h de

la mañana, cuarenta y cinco minutos de carrera continua alrededor del Centro de Alto Rendimiento de Sant

Cugat, con subidas y bajadas.

Usábamos unos pulsómetros, que nos indicaban las pulsaciones a las que teníamos que correr.

Volvíamos, nos duchábamos, desayunábamos, descansábamos una hora y al gimnasio. Hora y media de gimnasio.

Nos duchábamos y nos íbamos a comer. Después, a dormir la siesta. Y después, a entrenar con Bielsa.

A Marcelo no lo veíamos en toda la mañana, así que él por la tarde llegaba fresco y con todas las pilas.

Con él era todo trabajo táctico, con balón, pero había días que estábamos destrozados. Una de esas tardes de

muchísimo calor, estábamos repitiendo unos ejercicios y le dije:

—Marcelo —empecé fatal, porque lo llamé por su nombre—, ¿queda mucho para terminar el

entrenamiento?

—Cinco minutos.

Y seguimos trabajando. Al terminar Bielsa, furioso, me llama:

—Mire, es lo último que me esperaba de usted. Esto me confirma en lo que usted se ha convertido.

Me dio tal repaso que acabé llorando, y llorando me fui a casa, por la vergüenza que sentí, la más grande

que sentí ante una persona. Y tenía razón en todo lo que me dijo. Yo no lo podía ver porque estaba encerrado

en mi mundo. Había dejado de hacer lo que me había llevado hasta allí.

Bielsa me ayudó a despertar de ese letargo, y luego me llamó cuando lo pusieron a cargo de la selección.

Me hizo debutar en su primer partido, fui titular contra Holanda, en 1999. Si no hubiera pasado por el Espanyol,

nunca hubiera sido internacional absoluto.

Hice bien no marchándome del Espanyol en la temporada 1999-2000, pese a recibir ofertas de otros

grandes clubs. El Valencia fue uno ellos, pero su entrenador, Héctor Cúper, me dio por teléfono unos argumentos

que, en lugar de convencerme para que me fuera con él, pareció que me estuviera diciendo, «no sé si quiero que

vengas». En eso soy bastante sensible y orgulloso. Pensé: «El club presenta una oferta por escrito y luego el

entrenador me dice que no sabe si voy a jugar o no, no me muestra ningún cariño ni nada… mmm… interesante».

También se barajó el Liverpool, por ejemplo, pero Inglaterra en ese momento me parecía como de otra galaxia.

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Me quedé porque el club atravesaba una situación financiera complicada. Cuando le dije que no al

Valencia, me llamó José Manuel Lara. Su familia regenta la editorial Planeta y él por aquel entonces era el máximo

accionista del club. «Sabemos que hay clubs que te quieren. No estamos bien económicamente, pero queremos

hacer un club grande y tú eres clave, queremos que termines tu carrera en el Espanyol.» Y yo, encantado. Me

quedaba un año y me ofrecieron seis en total.

Acepté. Firmé el preacuerdo, pero ese documento nunca se presentó en la Federación, y el acuerdo entre

la institución, Lara y Planeta Deportivo —la empresa vinculada con la editorial que quiso llevar deportivamente

al Espanyol a otro nivel comprando futbolistas y cediéndoselos al club— quedó en el limbo.

Ese curso ganamos la Copa del Rey en Valencia ante el Atlético de Madrid, un logro único después de

sesenta años sin títulos. Esa victoria tuvo más valor que cualquier otra cosa que hubiera logrado.

Tras el título, la relación entre Planeta y el Espanyol se rompió, y yo me quedé colgado. Podía haber

exigido que se respetase el nuevo contrato que me habían ofrecido, y que incluso había firmado el propio

presidente, pero, de haberlo hecho, hubiera puesto al club en un aprieto, porque solo podía costearlo si Planeta

seguía echando una mano, y ese ya no era el caso. Así que mi último año jugué en el club bajo el contrato

antiguo. Se escribió mucho sobre si renovaría o no, y en esas, en enero, apareció una oferta del París Saint-

Germain. El club me pidió que aceptara la oferta, que me fuera. Y me fui, claro.

Eso significaba pasar de una ciudad como Barcelona, que conocía bien y en la que me sentía cómodo, a

otra como París, donde tenía que aprender un nuevo idioma y agudizar todos mis sentidos. Estaba en el PSG

cuando el club fichó a Ronaldinho, y había otros jugadores increíbles como Nicolas Anelka y Mikel Arteta.

El impacto mental fue muy grande, un curso acelerado de crecimiento personal.

Era una liga muy fuerte, con equipos como el Lyon, el Marsella, el Lille, el Girondins de Burdeos, que se

repartían los títulos.

Estando en el PSG, Bielsa me llevó a Japón para el Mundial de 2002, aunque fue una gran decepción

porque, pese a ser favoritos, caímos en la fase de grupos.

Teníamos a Batistuta, Ayala, Zanetti, Verón, Simeone, Aimar, Crespo… Ante Inglaterra perdimos 1-0, con

gol de Beckham de un penalti que no le hice a Michael

Owen. Él tenía el balón, le puse el pie y se tiró. En ese momento Owen fue más argentino que yo. No fue

por eso, pero ese 2002 dejé la selección. Tenía treinta años.

Después de año y medio, setenta partidos y cuatro goles con el PSG, me fui al Burdeos, pese a tener una

oferta del Villarreal. Me encanta el vino, y en parte fiché por eso. Mientras estuve en el PSG vivía en Chambourcy,

a las afueras de París, donde estaba el centro de entrenamiento. Mi casero pertenecía al club y era también

representante de una bodega importante, así que me hacía llegar botellas de champán y buen vino. El presidente

del Burdeos, Jean-Louis Triaud, tenía un château y pude cumplir mi sueño de visitar las distintas regiones

vinícolas con denominación de origen. Burdeos es, para mí, la tierra con el mejor vino del mundo, pero además

es una zona con una energía muy especial.

Seis meses después, en enero de 2004, volví al Espanyol, tres años después de haberme ido. Bueno, de

haberme visto forzado a marcharme.

Esos seis meses, desde mi regreso al último día de la temporada, fueron de los que más disfruté como

futbolista. Se mezcló todo. Luis Fernández sustituyó a Javier Clemente como entrenador. El equipo estaba el

último, a nueve puntos de la salvación, pero faltaba toda una vuelta por jugar. La sensación al llegar fue intensa:

me recibieron con los brazos abiertos, se esperaba de mí que amalgamara a un equipo lleno de divisiones y

problemas. Acepté el reto, estaba preparado. Esa responsabilidad me hizo sentir importante, y la experiencia me

servirá para siempre; por lo vivido mientras intentábamos salvarnos y porque Luis Fernández me dio la

posibilidad de trabajar muy cerca de él. Era su persona de confianza, participaba en las decisiones del grupo

técnico, discutíamos lo que había detrás de cada una de ellas; entendí muchas cosas. Le estoy muy agradecido.

Llegó el último partido de la temporada. Habíamos sacado muchos puntos y teníamos opciones de dejar

atrás la pesadilla. Jugábamos en Montjuïc contra el Murcia de John Toshack sabiendo que una victoria nos

garantizaba la salvación. El equipo era una mezcla de veteranos, incluido el talentoso Iván de la Peña, y juga-

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dores de la cantera, como Raúl Tamudo y Alberto Lopo. Marcaron los dos chavales. Nos quedamos en

primera.

Sí, fueron seis meses de emociones profundas.

En el verano de 2006, Ernesto Valverde llegó al Espanyol y decidió que no me quería para el próximo

año porque creía que yo manejaba el vestuario. En realidad, era todo lo contrario. Al entrenador anterior, Miguel

Ángel Lotina, lo defendí aun en situaciones en las que yo no estaba de acuerdo. Hay muchas pruebas y personas

que saben que yo he sido siempre leal a los entrenadores. Pero en el fútbol hay gente que vive de la confusión,

y a veces no sabes quiénes son los buenos y quiénes los malos.

Lo hablé con Valverde. Me costó aceptarlo, pero con el tiempo lo entendí. Cuando te haces cargo de un

equipo es normal intentar averiguar quiénes son los individuos influyentes. Preguntas, averiguas. Y te pueden

dar consejos equivocados.

La verdad es que futbolísticamente yo no podía dar mucho más en el Espanyol, ya había dado lo que

tenía que dar. Pensé que con mi experiencia podía aportar cosas en el vestuario, pero Valverde tomó la decisión

correcta.

Le vi tiempo después y le dije: «Muchas gracias por no haberme dejado seguir un año más».

Si no me hubieran empujado a dejar el fútbol, hoy seguiría arrastrándome por el campo de juego. Lo

digo con total sinceridad, aunque en aquel momento fuera duro.

Después de casi trescientos partidos durante doce años, incluyendo dos Copas del Rey (una en 2000 y

otra que acabábamos de ganar en 2006), me despedí del club en una rueda de prensa muy emotiva. Estaba mi

familia, también mi hijo Sebastiano, de doce años, que había nacido durante mi primera temporada en el club.

Lloré. Creo que fue porque lo vi llorar a él. O igual no. Lloré porque lloré.

Tuve que salir de la sala cinco minutos y coger aire.

A veces participo en los rondos de los jugadores, aunque me guardo el privilegio de meterme dentro a

recuperar el balón cuando quiero. ¡Hombre, si me dan mal el pase, que lo pague el que ha dado el pase! Además,

muchos días juego «finales» de Mundiales al fútbol-tenis en la Ciudad Deportiva del Tottenham. Nunca se deja

de ser futbolista del todo, incluso después de colgar las botas.

En 2006 tuve opciones para irme a Dubái, a Catar o a Estados Unidos. Algún equipo español también

se interesó, pero tanto mi familia como yo necesitábamos estabilidad, y Barcelona nos daba eso. Retirarme con

treinta y cuatro años me dio la posibilidad de empezar a pensar en mi futuro, de prepararme para ser entrenador,

de intentar hacer otras cosas.

A pesar de todo, lo primero que hice fue volar a Argentina tras años de ausencia; concretamente un viaje

a Bariloche que me debía desde adolescente. Quise alejarme de todo, no quería ver la televisión o seguir los

entrenamientos del equipo en los diarios. Me fue muy bien. Casi dos meses después volvimos a Barcelona, para

cuando empezaba el colegio de mis hijos. A la vuelta recibí varios homenajes, de los amigos del Espanyol 3.0

(una plataforma opositora a la presidencia) y del club, que me ofreció la insignia de oro y brillantes antes de un

partido contra el Celta.

Mi amigo Pepe Gay, profesor de la EAE, una universidad privada de negocios, me recomendó hacer un

máster en empresa deportiva, con lo cual tenía las mañanas ocupadas de lunes a viernes. Otro tipo de rutina se

instaló en mi vida, aunque no sufrí nada. No eché de menos nada. Durante ese año fui feliz. Más que feliz.

Mi cabeza hizo un «clic». Salí de la burbuja de la que Bielsa me había hablado años atrás y cambié la

forma de ver las cosas.

Me compré un Smart muy pequeñito y andaba con él a todos lados. Pasé a compartir tiempo con gente

de todas partes. Mi carrera futbolística había terminado, tenía que abrirme un nuevo espacio laboral. Aunque

seguí yendo al campo a ver al Espanyol cada quince días, y se creó una gran relación con el ex preparador del

club, Xabier Azkargorta. Empecé a sacarme la licencia de entrenador.

Tres años después de retirarme, ya estaba entrenando en primera división.

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Se dice que empecé entrenando al equipo femenino del Espanyol, pero no es cierto. Había que ir con

cuidado porque, al ser Pochettino, si hubiera ido a hacer las prácticas en el juvenil, el preparador podría haber

pensado que le estaba haciendo la cama. Ramón Català, que había sido preparador físico mío, era el encargado

del fútbol base en el Espanyol y me invitó a ir con él y Emili Montagut, que llevaba al femenino, a estar con las

chicas por la tarde, y así Ramón podría firmarme las prácticas. Eso fue lo que hice. Al principio iba una vez a la

semana, pero las chicas preguntaron que por qué no iba más a menudo. Así que acabé pasándome casi todos

los días. Me encantaba, incluso jugaba al fútbol con ellas. Así me mantenía en forma.

Fue una experiencia espléndida pasar las tardes con ellas. Si yo pudiera inculcar la pasión que aquellas

chicas tenían en todos los equipos que he dirigido, en cada uno de los jugadores, lo ganamos todo. Estos

futbolistas tendrían que seguirlas de cerca, ver cómo sufren, las condiciones en las que entrenan. ¡Y cómo

disfrutan, cómo compiten, cómo se pelean, cómo se enfadan con la compañera cuando no les da un pase bueno,

cómo quieren ganar, y qué unidas que están! Entrenábamos a las diez de la noche en Sant Adrià, en pleno

invierno, con tan poca luz que apenas se veía nada en el campo de hierba artificial. Ese tipo de compromiso

requiere de algo especial.

Siempre les digo a los jugadores: «Está todo grabado acá, un día les voy a mostrar las caras que ustedes

tienen cuando salen por la puerta para ir a entrenar y después les voy a mostrar las caras que tienen cuando

van al vestuario. ¿Por qué la cara que tienen cuando están yendo al vestuario no la ponen cuando están yendo

a entrenar? ¿Por qué no disfrutan del entreno? ¿Por qué no se divierten? ¿Por qué se toman el entrenamiento

como algo pesado, como una obligación? ¿Les gusta el fútbol? ¿O lo toman solamente como un trabajo o un

medio para conseguir dinero?

Porque así no podemos ser los mejores, es imposible…»

Cuando les digo esto, a menudo pienso en ellas.

Mucha gente me dijo que no entrenara a un Espanyol en crisis, que estaba loco, que me iría mal. Y que,

como consecuencia, desaparecería del mapa. Tenía treinta y siete años y me había retirado tres años atrás.

Cuando me lo ofrecieron, mi cabeza me decía que no lo hiciera, que era un equipo difícil de salvar. Y que no

tenía la experiencia suficiente. Pero seguí mi intuición, que me decía: «¿Por qué no?».

Era enero de 2009, mitad de temporada, y el equipo languidecía en el puesto 18 de la clasificación, con

solo 15 puntos. Yo era el tercer entrenador de aquel curso, el último en Montjuïc. El estadio de Cornellà-El Prat

estaría disponible a partir del verano y se inauguraría con un encuentro ante el Liverpool de Rafa Benítez. Pero

antes había que quedarse en primera.

Debutamos en los cuartos de final de Copa, ante el Barcelona de Pep Guardiola, con Messi entrando

desde el banquillo en la segunda parte. Empatamos a cero. No mucho después, en Liga, siendo colistas, fuimos

al Camp Nou y les ganamos, con dos tantos de Iván de la Peña, que nunca, ni en juveniles, hizo un doblete en

un partido. Al final nos salvamos con comodidad, acabamos décimos, con 47 puntos, después de una segunda

vuelta espectacular.

Hicimos buenos campeonatos, debutaron con nosotros veinte chicos de la cantera, tuve que lidiar con

una leyenda del club, Raúl Tamudo, cometí errores, ganamos, perdimos, y de todo aprendí. Fueron cinco

temporadas que me permitieron convertirme en entrenador defendiendo una manera de jugar y de ser en el club

del que todos en casa somos hinchas.

En medio de todo ello, nuestro capitán, Dani Jarque, se nos murió con veintiséis años. El golpe aún se

siente en el club.

En la decisión de marcharme a Inglaterra tuvieron mucho que ver mi señora y Jesús Pérez, que ya era mi

asistente en el Espanyol. Lógicamente, le agradeceré siempre a Nicola Cortese, el presidente del Southampton,

tener el coraje de traerme. Pero la verdad es que yo no estaba por la labor. Primero porque no sabía una palabra

de inglés, y segundo porque había dejado el Espanyol en noviembre y quería reorganizar mis ideas y estudiar

inglés, de enero a junio. Tenía profesor y todo.

Quería dedicar los fines de semana a la familia, y en cinco o seis meses estar de nuevo fresco para poder

asumir otro reto.

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Los fines de semana iría a ver a mi hijo jugar a fútbol, iría con mi señora a cenar el sábado por la noche,

saldría con ella a ver una película el domingo, vería fútbol en directo… Era como el mundo perfecto. Y de golpe,

apenas había terminado ayer y ya me tenía que ir de nuevo. ¡Si estaba con la cabeza que me iba a explotar!

Así es como tomamos la decisión: estaba con Jesús y mi señora, discutiendo que si sí o si no, y en un

momento de agobio les dije que no iba a Inglaterra, que no, chao. Me fui para abajo, al baño. Se hizo el silencio.

No era miedo lo que tenía, porque yo respeto todo, pero no tengo miedo a nada.

Los cuatro años en el Espanyol habían sido tan difíciles que pensé: «¿Me tengo que ir a dónde? ¿A

Southampton? ¿Dónde queda eso? ¿En Inglaterra? ¡No me jodas!». Habíamos empezado a hacer un seguimiento

de todas las ligas y a recolectar información, y ya había programado los siguientes seis meses en mi cabeza.

Volví al salón y los dos se me quedan mirando. Y me dice mi señora: «Tienes que ir».

Miro a Jesús y me dice: «Estoy de acuerdo, tenemos que ir». Claro, ¡él quería ir porque sabía inglés! Yo

pensaba: «Me pongo delante de alguien y, ¿qué le digo?».

Jesús insistió: «Es una oportunidad para ti». Y mi señora igual, no sé por qué tenía esa visión, pero me

dijo que Inglaterra era un buen lugar para mí.

Así que en ese momento decidí aceptar la oferta.

Y, claro, a partir de ahí empecé a ver encuentro tras encuentro, a empaparme del Southampton, de los

rivales, de toda la Premier League y de todo lo demás.

No sé si dos semanas de descanso son suficientes después de lo larga que se hace la temporada en la

Premier. Es una incógnita. Mejor dicho: las vacaciones nunca son suficientes, a todos nos pasa. Cuando tienes

una semana perfecta, quieres una semana más. Si estás un mes de vacaciones, seguramente quieres un mes más.

Durante mis diecisiete años de profesional, siempre decía: «El día que no juegue más al fútbol, voy a

disfrutar de las vacaciones, voy a tener vacaciones indefinidas». ¡Buah! ¡Qué difícil! ¿No? Cuando no sabes qué

va a pasar con tu futuro esas vacaciones saben muy diferentes a cuando sabes que tienes un objetivo por delante.

Cuando no sabes si vas a trabajar, si vas a encontrar equipo, las vacaciones dejan de ser ese reposo soñado.

Soy afortunado y trabajo en el Tottenham, un club top, pero este ha sido un verano confuso. De

emociones encontradas. Mañana empezamos la pretemporada.

Me sigue hirviendo la sangre cuando pienso en lo de Newcastle, hay que seguir buscando razones. Pero

ciertamente no pasó desapercibido lo que hicimos y cómo lo hicimos. Los grandes clubs de Europa han buscado

y entrevistado entrenadores nuevos, quieren ilusión y trabajo. Y la gloria cuanto antes, claro. Uno de ellos me

llamó, uno de esos que quieren cambiar las cosas y desean ganarlo todo. Varias veces se pusieron en contacto

conmigo. Pero no es el momento de cambiar. Pep Guardiola llega a la Premier con el Manchester City. José

Mourinho aterriza en Old

Trafford. Antonio Conte se va al Chelsea. Debemos hacer las cosas muy bien para estar a su altura.

Podemos conseguirlo.

El viernes 1 de julio, Jesús, Toni y Miki (Miguel D’Agostino, compañero de viaje desde los días de Newell’s)

empezaron a trabajar con los jugadores que no tenían compromisos internacionales y con el grupo de jóvenes

que al final de la temporada pasada decidimos que tendrían la oportunidad de entrenar con el primer equipo.

Nos apasiona ayudar a mejorar a los chavales. Es como plantar un árbol, regarlo, verlo crecer. Y todo el

fruto que salga es parte de esa tierra y de todo ese entorno que vos fabricaste. Y no hay nada como ganar con

el equipo al que llegas con trece o catorce años, al que le ofreces tu alma. Después subes al primer equipo con

esa seña de identidad, que siempre da un plus. Esa marca estará en todos los equipos que entrene. Se me metió

en los genes en mi época de Newell’s, fue lo que me enseñaron Griffa y Bielsa.

En todo caso, no regalamos nunca nada a nadie. Durante un periodo de tres, cuatro, cinco o seis meses,

los jugadores con potencial entrenan con el primer equipo hasta que están preparados. No hacemos jugar a un

chico directamente del sub-21. Hay, como con todo, un proceso de adaptación al ritmo de entrenamiento y una

aceptación necesaria. Los futbolistas del primer equipo tienen que sentir que el más joven forma parte del grupo,

y su momento llega cuando tiene el reconocimiento deportivo y personal de la mayoría.

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Hoy, lunes 4 de julio, me incorporo al grupo.

Nosotros trabajamos con anticipación la mejora de la plantilla, incluso antes de la primavera. Pero es el

presidente quien tiene la última palabra a la hora de fichar, sobre todo para las cuestiones financieras. Y en ese

campo están nuestros límites.

Hemos iniciado la pretemporada con la tranquilidad de tener prácticamente cerrados un par de jugadores

para mejorar la escuadra: Victor Wanyama del Southampton y Vincent Janssen del AZ Alkmaar. Ahora toca

estudiar otras alternativas.

A Victor ya le conocía de cuando lo firmamos tres años atrás del Celtic. Tiene el perfil humano que

queremos, como Janssen. En su día fue toda una sorpresa encontrar a alguien así, un chico de veintiún años,

maduro, con las ideas muy claras y con el deseo de formar parte de un grupo. Esas cosas se detectan rápido.

Uno no va con un cuestionario psicológico para deducir qué características tiene un jugador, pero algo

de psicólogo hay que tener. Además, se les explica todo, así que luego no hay excusas. No puede haber quejas,

porque no hay sorpresas.

Hemos dedicado las primeras jornadas de entrenamiento a retomar el ritmo de juego y reacondicionar al

futbolista, pero todavía no hemos empezado a trabajar el estilo de juego, ya que todavía faltan muchos

jugadores. A partir del sexto día empezamos a aplicar algunos de los conceptos básicos de juego, tanto con

posesión como sin posesión del balón, para preparar el primer amistoso al final del primer bloque de diez días

de entrenamiento.

En este periodo hemos empezado a disfrutar de jugadores que están llamando a la puerta del primer

equipo. Dos en particular: Josh Onomah, al que hemos convencido para que se quede pese a que tenía ofertas

de otros equipos. Ya debutó con nosotros con dieciocho años, en noviembre de 2015, reemplazando a Dele

Alli; y Marcus Edwards, otro sensacional y talentoso jugador que nos tiene a todos enamorados. Un pequeño

Messi.

Intentamos que todos los estamentos del club (presidente, dirección deportiva, primer equipo, dirección

del fútbol base) empujen en una sola dirección para que no se nos vaya nadie que no queremos que se marche.

El trabajo de John McDermott, como director de la academia desde febrero de este año, ha sido crucial. Pero no

todo el esfuerzo se hace sobre el césped: hay que convencer a los padres de estos chicos para que sepan que

lo mejor para su hijo es que se quede en el club.

En estas primeras dos semanas se invirtieron muchas horas en la estructura del club, en debatir la

situación de las llegadas. Tengo que reconocer que, desde que me incorporé, las jornadas laborales se han ido

extendiendo. Me encanta conversar. Con todos. No estamos todo el día viendo vídeos, muchas jornadas las

pasamos charlando con personal del club.

Me gusta dar vueltas a las situaciones, ver las cosas desde diferentes puntos de vista y considerar los

diferentes escenarios antes de tomar una decisión: traspasos, subidas y bajadas de jugadores, decidir cuándo

un jugador ya no puede seguir nuestro ritmo o si ha perdido el rumbo. No tomo decisiones unilaterales, siempre

son colectivas.

Intentamos no precipitarnos nunca.

Nuestros doce jugadores internacionales llegaron dos días antes de viajar a Australia para la International

Champions Cup, donde nos esperan la Juventus (26 de julio) y el Atlético de Madrid, recién finalista de la Liga

de Campeones (29 de julio). Luego a Oslo para jugar contra el Inter. Será una pretemporada corta pero intensa.

Antes de marchar hubo que tomar una decisión con los recién aterrizados. ¿Les hacíamos entrenar con

el grupo y nos los llevábamos a Australia para jugar dos amistosos con el déficit de preparación que arrastraban?

Eso suponía dos días viajando sin poder entrenar, llegar a un hotel, permanecer allí siete días, pasar del verano

al invierno, no saber ni en qué condiciones íbamos a encontrar los campos o las instalaciones; y de nuevo dos

días para regresar. Al final, esto hubiera supuesto que iniciaran la pretemporada con un retraso de diez o doce

días con respecto al resto.

La alternativa era que se quedaran en Londres y que hicieran un buen proceso de introducción al

entrenamiento, en un marco de estabilidad y tranquilidad después de la competición europea y las vacaciones.

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De esta manera, esperábamos encontrarlos en buen estado de forma cuando regresáramos de Australia. Esto

último fue lo que decidimos.

Cuando el club me propuso los amistosos ya avisé de que las fechas me parecían bien, pero que no irían

los internacionales. Mantuve mi palabra. Ya sé que al club le preocupaba dejar a los aficionados sin poder ver a

los jugadores de más renombre. Suele pasar: los clubs te dan la razón diez meses antes y en los últimos días

tratan de convencerte de lo contrario. Pero lo más importante es la condición del futbolista. Es verdad que

nuestros hinchas en Australia, que son muchos, tenían la esperanza de ver a jugadores como Harry Kane, Hugo

Lloris, Dele Alli y compañía, pero tienen que entender que los futbolistas no son máquinas, que necesitan

descanso y entrenamiento adecuado para poder competir durante diez meses.

Esta batalla la ganamos. Creo que los jugadores que se quedaron en casa estaban contentos, aunque

tuvieron que hacer muchos deberes.

El jet lag nos tiene mal. También el hecho de haber viajado durante dos días, de salir un día por la

mañana y llegar al día siguiente por la noche.

Ayer, tras la cena, fui a tomar algo con Toni, Miki y Jesús al bar del hotel Grand Hyatt en Melbourne,

donde estamos alojados. Comenté que la energía se notaba algo baja. Estábamos todos cansados. De repente

apareció un señor que me quería saludar. Iba con la parte de arriba del chándal del Tottenham, y empezó a

hablar y a agradecerme lo que estamos haciendo en el club. Es un abogado de Malasia que había venido con su

mujer a ver el partido contra la Juve. Su familia es de Liverpool, pero él es hincha del Tottenham porque siempre

le había gustado su estilo de juego. Nos sigue a casi todas partes. También su hijo, que tiene seis años, aunque

en esta ocasión no había podido acompañarlo.

Había algo diferente en lo que me comentaba. Sí, agradecía que compitiéramos en lo más alto, pero

comenzó a resaltar un montón de cosas que a veces no se valoran. Muchas veces en el fútbol solamente se ve

al que gana títulos, pero este hombre decía sentirse muy orgulloso de nuestro equipo. Sentía que, pese a no

tener a los Ossie Ardiles, Ricky Villa o Paul Gascoigne de antes, esas individualidades de otro planeta, se notaba

que somos un equipo. Y que ese sentimiento de colectivo, de pertenencia que tanto aflora, gusta mucho a los

fans.

Recordó el partido del Chelsea, ese duro 2-2 en Stamford Bridge que prácticamente acabó con nuestras

posibilidades de ganar la liga. Me contó que ese día lloró. También lo hizo su hijo pequeño. Pero me dijo algo

que se me quedó grabado. No era el resultado esperado, pero el equipo demostró que le dolía perder, y eso

suponía cambiar un poco la historia, no solo la reciente, sino quizá la de los últimos treinta o cuarenta años.

Alan Dixon, el delegado del equipo, estaba presente y tomó nota de los datos del aficionado porque le

invité a venir a la Ciudad Deportiva, a él y a su familia, para que viera nuestro trabajo. Quería que hablara con

los jugadores de esos valores de grupo que él aprecia tanto desde la distancia, para que les explicara lo que su

comportamiento sobre el campo significa para los jóvenes o para la gente que está viviendo en otros países y

otros continentes. Son cosas que a veces uno no valora suficientemente.

Mantengo una comunicación casi diaria con los chicos que se quedaron en Inglaterra. Uso mucho el

WhatsApp con ellos. A Danny Rose le admití que me había dolido enviarles mensajes durante la Eurocopa porque

me habían decepcionado en Newcastle. Me contó que ellos todavía se avergüenzan de aquel partido.

Estamos grabando los entrenamientos, los de aquí y los de Londres, que nos envían a Australia.

Justamente ahora estaba viendo una sesión de ayer por la mañana.

Copié una parte de la sesión de Londres y se la reenvié a los chicos felicitándoles por su trabajo. A veces

la ausencia del entrenador sirve para bajar la intensidad, pero estos chicos son tan conscientes de la importancia

del proceso que lo dan todo sin necesidad de vigilancia.

Hoy, antes de ver las imágenes de la Juventus para el partido que vamos a jugar contra ellos, pasaremos

el vídeo del entrenamiento en la Ciudad Deportiva del Tottenham. A medida que los chicos vayan entrando en

la sala de reuniones verán lo duro que también entrenan en Londres.

Aunque no hay que dejar de estudiar los pequeños detalles. Eric Dier marcó con la selección y jugó bien

de mediocentro, aunque fue una Eurocopa complicada para los ingleses. Le quiere el Manchester United en esa

posición, aunque llegó aquí como central. No siempre es fácil tener los pies en el suelo después de representar

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a tu nación. Habrá que estar pendientes de Eric. Es un chico joven e inteligente al que le está llegando todo muy

rápido. Dele Alli también está viviendo una situación nueva. El halago puede confundir.

Es la noche antes del partido de la Juventus. Hicimos trabajo en el gimnasio por la mañana y luego

algunas actividades durante el almuerzo con unos dignatarios locales. A continuación visitamos el Melbourne

Cricket Ground, el mítico estadio australiano de críquet y fútbol donde vamos a jugar.

Antes del entrenamiento, tuvimos la primera rueda de prensa del curso, que en líneas generales salió

bien. Los periodistas me preguntaron por lo que había pasado ante el Newcastle, si se me había pasado el

enfado. Les dije que no, que solamente podré calmarme cuando estemos todos juntos y pueda decirles a los

jugadores a la cara lo que tengo que decirles.

Para empezar la sesión, que era a puertas abiertas, reuní a todo el cuerpo técnico y a los jugadores. Les

puse en línea frente a la tribuna donde estaban los aficionados. Al acabar la pequeña charla aplaudimos y

saludamos a la gente que se había tomado la molestia de desplazarse para presenciar el entrenamiento.

Empezó a llover y algunas partes del campo se anegaron, pero conseguimos hacer algunos ejercicios

tácticos para trabajar una serie de automatismos de juego, tanto defensivos como ofensivos.

Terminado el trabajo, Toni, Jesús y Miki, un directivo del club y yo nos fuimos a cenar a un buen

restaurante de Melbourne. Tomamos el menú degustación, de doce platos, con un poco de todo, incluyendo

carne de canguro, y todo ello regado con buen vino. A Toni también le encanta el vino, aunque creo que no

siempre fue así. Estando en el Espanyol teníamos la costumbre de cenar el día antes del partido. Un día, en el

hotel Juan Carlos I, trajeron un vino, lo probamos, y Toni dijo: «No, este no está bien, no me gusta». Pedimos que

nos trajeran otro, pero le pedimos al maître que le sirviera a Toni el mismo vino que acababa de rechazar. Lo

degustó. Y, muy serio, dijo: «Este sí, este está bueno». No le dejamos que olvide ese incidente.

Es la noche del 26 de julio. Jugamos contra la Juventus, campeones de Italia, con muchos jugadores de

prestigio. Perdimos 2-1, pero las sensaciones fueron buenas, especialmente en la segunda mitad. Erik Lamela

marcó nuestro tanto después de una carrera potente de Wanyama, y al final acorralamos a los italianos en busca

del empate. Era el primer partido para muchos de los chicos, algunos de diecisiete y dieciocho años, y hubo

algunas sorpresas. Por ejemplo, Will Miller, un chico de veinte años dedicado, aplicado, que siempre va a fondo,

que lo está haciendo bien y que jugó los primeros 45 minutos. Nos enteramos de que había sido actor

protagonista en Oliver Twist [una adaptación para la BBC One de 2007], en Runaway (2009) y otras. Le pregunté

por qué había dejado la actuación y me dijo que lo que quería era jugar al fútbol. Y que era difícil ser a la vez

futbolista y actor, asistir a la escuela y estar con sus amigos, así que lo de actuar lo deja, quizá, para más

adelante. Una historia interesante.

Son las once de la noche del día 27 aquí en Australia. Hoy ha sido un día bastante tranquilo. Entrenamos

por la mañana y la mayoría pasamos la tarde haciendo una siesta muy larga, de casi cuatro horas.

Estamos bajos de energía.

29 de julio.

Acabamos de llegar al hotel después del partido ante el Atlético. Perdimos con un gol de Godín, aunque

tuvimos las ocasiones más claras. Janssen volvió a jugar; Lamela y Eriksen, también.

Vámonos a casa.

Regresamos de Australia el sábado 30 por la tarde, un viaje del que nos ha costado recuperarnos. Hoy

(domingo) dimos a todos el día libre para disfrutar un poco con la familia. Mañana volvemos al trabajo.

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2 Agosto

Tras un último partido de pretemporada en Oslo, se abre el telón de la Premier. Primero ante el Everton

en Goodison Park, antes de jugar dos más en casa, ante el físico Crystal Palace y el Liverpool, rival directo sobre

el papel por los puestos de Champions. Con el mercado de fichajes casi cerrado, se espera la llegada de un

jugador más a última hora.

Lunes 1 de agosto. Hoy ha sido un día lindo. Los chicos que viajaron a Australia se juntaron con los

internacionales que se quedaron en Londres, y llegaron Hugo Lloris y Ben Davies, que se incorporaron más tarde

por lo lejos que llegaron en la Eurocopa sus respectivas selecciones. Había mucho que solucionar y llenamos el

día de reuniones.

La parte menos agradable fue devolver a unos cuantos jugadores al sub-21. Nos juntamos con Jesús y

John McDermott y hablamos con todos los chavales, uno por uno, para hacer balance de la pretemporada y

explicarles el plan a seguir. Seguro que más de uno se sintió defraudado, aunque parecían motivados para seguir

luchando por llegar algún día al primer equipo. La frustración, bien dirigida, es una buena gasolina para la

ambición.

Hoy martes hicimos todo tipo de pruebas físicas a los jugadores que quedaban por examinar. Como

estaba el cardiólogo, aprovechamos también nosotros, los del cuerpo técnico, para repasar el chasis y el motor.

A todos nos salió que debemos vigilar más la salud. Es una ecuación fácil: estrés sumado a falta de ejercicio,

igual a problemas.

Tengo cuarenta y cuatro años desde marzo. Volví de Australia con sobrepeso.

No solo yo… ¡Nos metíamos unos desayunos! Como con el jet lag nos costaba dormir, nos despertábamos

muy temprano. Igual a las tres de la mañana ya estábamos en pie, y lo único que hacíamos era esperar a que

abrieran el restaurante para ir a desayunar. Así que antes de las 7 h ya estábamos ahí, ante un desayuno de

campeonato. Con lo que comíamos teníamos para dos días: tortilla, pan tostado, mantequilla, mermelada,

medialunas, zumos, fruta, a veces hasta jamón y queso, café con leche… Una locura. Lógicamente, volvimos

todos con exceso de equipaje.

Vamos a ponernos a dieta y hacer un poco de ejercicio, no solo por una cuestión estética. Empezaremos

tranquilos: caminatas, un poco de trote, y vigilar las comidas. Intentaremos ayudarnos mutuamente.

A una semana del inicio de la Premier, el reclutamiento no está aún cerrado, lo que significa que la

presión va a aumentar.

No me gusta preparar las charlas con demasiado detalle. Siempre tengo listo el tema táctico y los vídeos,

pero no siempre los uso. Tampoco le digo a mi cuerpo técnico qué va a pasar en la charla ni por dónde voy a ir.

Antes de entrar a la sala repaso las imágenes, consulto a quienes están conmigo sus sensaciones, hacemos una

tormenta de ideas. Luego ocurren cosas que te hacen cambiar de rumbo.

Eso es justo lo que pasó en la primera charla de la pretemporada. Habíamos entrenado bien durante la

semana, con la plantilla al completo desde el lunes, y era el momento de hablarles a todos en grupo. Miki se

puso de pie con el ordenador, como siempre. Yo suelo estar de pie también al lado de la pantalla grande, pero

hoy esperé sentado la llegada de los futbolistas.

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Kyle Walker entró tarde en la sala. Malo. En ese momento mi cabeza hizo «clic».

Y me dije: «Voy a dar un discurso. Pero también tenemos que ponerles algunas imágenes». Hablé durante

media hora, o eso me pareció.

Como sabemos, nuestra mente tiene una parte consciente y otra inconsciente.

Puedes educar a un grupo, meterte en la cabeza de tus pupilos en determinados momentos, cambiar su

manera de pensar o actuar. Eso es relativamente sencillo cuando no hay estrés competitivo. Pero cuando empieza

la competición, si no estás con un alto nivel de activación y preparación, la otra parte, la parte inconsciente, entra

en acción. Es lo que yo llamo el «piloto automático», una manera de comportarse y pensar que vamos

desarrollando desde el nacimiento y que nos aleja de nuestro objetivo principal y de las cosas que deberíamos

estar haciendo.

Cuando perdimos las opciones de ganar la liga, después de haber realizado un esfuerzo tan grande

durante la temporada, quedar segundos se convirtió en un premio insignificante. Perdimos de vista que para

nuestra hinchada hubiera sido algo maravilloso, algo parecido a ganar un título, porque hubiéramos quedado

por encima del Arsenal. Pero el grupo se descentró y empezaron a influir cosas que, hasta ese momento,

habíamos dejado en una sala con la puerta cerrada con triple llave. Hasta el partido del Chelsea, ese durísimo

2-2, las vacaciones no eran un tema, y nadie centraba su atención en los desafíos personales de la Eurocopa

2016, traspasos o mejoras de contrato. Todo quedó encerrado en esa habitación que, al escaparse la liga, abrió

sus puertas. Lo que entró nos distrajo y nos olvidamos de lo importante que era ganar los dos últimos partidos,

ante Southampton y Newcastle.

Nuestra actuación ante el Newcastle lo explica todo.

El fútbol es un deporte colectivo, y si se transforma en algo individual, en piezas sueltas que no encajan

arrojadas sobre un campo, ocurre que un equipo descendido te mete cinco. Parecía que la fiesta era para el

Newcastle y nosotros estábamos en un entierro.

Al acabar el partido, y después de descargar un poco mi ira en la rueda de prensa, ¡me viene a consolar

Rafa Benítez! En ese momento tuve la lucidez de decir: «¡Rafa! Tú te fuiste a segunda, el año que viene vas a

jugar en segunda, ¡y nosotros estamos terceros! Si esto me lo dicen un año atrás, cuando comenzamos la

temporada, hubiéramos dicho que esta era nuestra ilusión, nuestro sueño: jugar la Champions en Wembley. ¡Rafa,

no me tienes que decir nada!».

Pero no fui totalmente sincero. Te dan ganas de matar a tus jugadores, y también a uno mismo, de la

decepción.

Me pasé todo el verano pensando que, cuando fuera el momento, tenía que recordarles todo eso. Y

cuando vi a Walker llegar tarde a la charla, me lancé al cuello del grupo.

Parte de mi charla fue más o menos así: «El fútbol es la pantalla a través de la cual se ve cómo vive un

grupo. Chicos, mirad este vídeo: se me ha puesto la piel de gallina viendo a Torres en el amistoso del otro día

correr por un balón en el descuento, después de correr 93 minutos y de haber viajado el día anterior durante

treinta horas, sin haber dormido bien. El tipo hizo una carrera al esprint para marcar un gol, cuando los suyos

ya ganaban uno a cero. Un jugador con larga trayectoria y que lo ha ganado todo. Eso es tener pasión. Eso es

sentir que eres futbolista, que disfrutas, eso es lo que hay que tener. No la actitud que tuvimos en Newcastle,

donde mostramos una cara que no nos define como equipo en absoluto. Parecía que no nos importaba, que

estábamos alejados de lo que es el fútbol y de ese sentimiento que nos unió y nos hizo llegar acá. Deberíais

estar avergonzados».

Y chao. A tomar por culo.

Había que cerrar ese capítulo entre todos, desenterrar y exponer nuestros sentimientos. Así que dije todo

eso y más. Hablé de cosas que habían pasado, de respeto, de la vida. Terminamos todos con la cara colorada.

Pero me gustó.

Es importante ser honrado con los futbolistas. Lógicamente no todos creerán lo que dices. El futbolista

habla con el amigo, o el agente, o el padre, y esa visión no siempre concuerda con la del entrenador. Yo prefiero

abrirme, y aunque mostrar tus cartas no es siempre buena idea, en este caso tenía muy claro que había heridas

y que si no se curaban a tiempo sería muy difícil que cicatrizaran.

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Claro que esa charla no tendrá ningún efecto si no la refresco mañana, y pasado, y al otro. Por eso, en

los siguientes días, suelo ir dejando señales constantes, recordatorios, para que recuperen lo que se habló una

semana o un mes atrás. Pasa lo mismo en lo táctico. Si el viernes antes del partido o el mismo sábado no se

repasa todo lo que trabajaron durante la semana, se olvidan.

Vivimos una era difícil para la gestión de los futbolistas. Para que se sientan cómodos, hoy hay que

explicarlo todo al pie de la letra. Es como si tuviéramos que darles un mapa de lo que tienen que hacer. El

entrenador de hoy es más arquitecto o ingeniero de caminos que otra cosa. Te pasas el día diseñando y

recordando el trayecto porque la concentración del futbolista es cada vez menor. Esos artefactos electrónicos

que nos rodean hacen que necesiten nuevos estímulos continuamente, y nosotros tenemos que buscar diversidad

e intentar mantener sus mentes frescas.

Eso sí, no todo lo que ocurrió al final de la temporada pasada tiene que ver con los chicos, y eso lo

hemos hablado mucho en el cuerpo técnico. Nosotros tenemos una responsabilidad muy importante en lo que

ocurrió desde el partido del Chelsea, somos responsables directos. Se nos escaparon cosas, y en esa evaluación

estamos. La próxima vez que nos encontremos en una situación así sabremos cómo manejarla mejor.

Es jueves y estamos en Oslo para jugar el último partido antes de iniciar la Premier. Hemos viajado, por

primera vez, con casi todo el equipo, exceptuando a Clinton N’Jie y Victor Wanyama, que tuvieron que quedarse

por problemas con el visado. El grupo se va acoplando.

Como siempre que hay una Copa del Mundo o una Eurocopa, las pretemporadas son complicadas. Los

futbolistas llegan quemados, tarde, con la motivación baja. Pero debemos tratar que el futbolista se sienta

cómodo. Exigimos el máximo, pero sin tocar las pelotas. Así que todos los amistosos se programaron para que

tuvieran el sábado por la tarde y el domingo libres, a veces incluso hasta el lunes por la tarde, y que así pudieran

estar con la familia. Mañana viernes jugamos contra el Inter de Milán y luego tendrán su último fin de semana

completo sin competición en mucho tiempo, especialmente los internacionales.

Después de la charla de ayer, el entrenamiento fue muy productivo. Los chicos estuvieron muy

concentrados, así que cambiamos de idea sobre la sesión de hoy.

En lugar de hacer ejercicios tácticos sobre el césped, que requiere un esfuerzo físico y competitivo alto,

usamos el vídeo para hablarles de correcciones y conceptos futbolísticos que queremos implementar o modificar.

Volví a recordarles que teníamos que dar más, que el cuerpo técnico no tendría que estar empujándoles

constantemente, que la mentalidad ganadora hay que buscarla dentro de uno mismo.

Acabamos de llegar al hotel, un lugar muy agradable a la entrada de una bahía.

Me dicen que Javier Zanetti, que hoy es vicepresidente del Inter, nos está esperando en el estadio para

saludarnos.

Me acaba de llamar Karina. Se murió el suegro. Descanse en paz, don Manuel Antonio Grippaldi.

Perdió la batalla contra la enfermedad y me llegó la noticia estando lejos. Vuelvo a estar lejos de Karina,

que tiene que enfrentarse a esto sola. Sebastiano también está aquí, en Oslo, conmigo.

El fútbol te aleja de la vida cotidiana, también del dolor. Nos llega todo tarde, sin tiempo para

despedirnos.

Me está costando dormirme. El duelo se ha apoderado de todo.

A veces nos hacemos mala sangre con tonterías, y después la vida se te apaga como una vela, ¿viste?

Se te fue, se te fue. Mi señora tiene siempre veinte proyectos en la cabeza. Quiere hacerlo todo a la vez, y yo le

digo: «No, no, pará, pará vamos a hacer un proyecto detrás de otro, porque, si no, no vamos a hacer nada».

Pero, cuando se apaga una vida cercana, la tentación es vivir la vida a full.

Nos trajimos a Manuel Antonio a Barcelona un mes antes de morir. Cáncer de huesos, metástasis. Los

últimos meses se le fueron rápido. Un golpe duro. Para los cuatro. Pero sobre todo para mi Karina.

Él vivía en Argentina, en Misiones, en Eldorado. Era muy activo, futbolero. Cuando la gente activa pierde

esa facultad, ello mismos se inducen a la muerte. Es increíble. Es como que… cuando ya no pueden, para qué

seguir. Hasta hace seis meses aún le gustaba jugar a fútbol, andar en bicicleta, jugar al pádel, y cuando vio que

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era imposible seguir haciendo todo eso, se dejó ir. Cuando vino a Barcelona no hablé con él de estas cosas,

porque ya no tenía la lucidez de antes. Había momentos que sí, pero ya se le veía bastante afectado. El

tratamiento le ayudó a aliviar un poco los dolores y hacerle un poco más llevaderos los últimos días.

Yo tengo a mis padres, mis hermanos, a toda mi familia en Argentina, y a lo mejor estoy un mes sin

hablar con ellos, sin un mensaje. Me pasa mucho. Mi mujer o mis hijos se comunican más con mis padres que

yo. A veces te imaginas cosas, pones tu mente en la peor de las situaciones, y te dices: «Qué tonto que sos, por

qué no llamás hoy». Pero se te complica la jornada y no lo haces. Luego llega un día en que sucede algo

irreparable, y te achacas cosas. También extraño hacer cosas cotidianas con mi esposa y mis hijos, y la distancia

solo aumenta la sensación de que faltan cosas que no debería perderme. Hay un mecanismo de defensa para

eso: reprimir los sentimientos guardándolos en un cajón. Desafortunadamente, tienes que aprender a levantar

muros para protegerte del mundo exterior, de lo contrario te convertirías en una bomba de relojería.

En esta profesión, o mejor dicho, cuando la pasión por lo que haces te consume, dejas de lado muchas

cosas. Muchas. No es que le tenga envidia, pero se me hace difícil encontrar una fórmula como la de Manuel

Pellegrini, que me cuenta su necesidad de encontrar tiempo y espacio para leer un libro, para jugar al golf, para

ir al cine o al teatro. Igual estamos equivocados y trabajar doce horas como hacemos aquí no significa que tengas

más pasión que el que trabaja ocho. Cuando eres joven crees que la pasión se demuestra invirtiendo todo tu

tiempo en lo que haces, pero tal vez es parte del aprendizaje descubrir que el secreto está en la calidad, no en

la cantidad.

De momento, el fútbol me absorbe casi totalmente. Hay algunos momentos en que paras. En casa, por

ejemplo, o cuando ocurre algo grave. Pero la mente sigue distrayéndose, dándole vueltas al fútbol, incluso

cuando estás lejos del césped.

Vencimos al Inter 6-1. Es fácil analizar un resultado de pretemporada, porque las lecturas son múltiples.

El Inter no venía bien. Para nosotros era el primer partido de los internacionales y dimos una buena imagen.

Cuatro de los goles llegaron tras la primera mitad, que acabó con 2-1 a nuestro favor. El equipo demostró tener

claro el estilo de juego y, como reconocieron varios medios, la decisión de dejar en Londres a los que jugaron

la Eurocopa fue acertada. El resultado del partido, aunque un poco abultado, nos confirma que la estructura del

equipo permite que, juegue quien juegue, sigamos siendo competitivos.

El desafío es que esas sensaciones se mantengan durante toda la temporada.

De vuelta al Reino Unido, y después de dos días libres, tuvimos reuniones individuales en la Ciudad

Deportiva para decirles a algunos jugadores que durante la pretemporada no han estado al nivel deseado que

deben ponerse las pilas. A veces un buen campeonato puede despistarte. Los rumores de traspaso también

descentran y puede ser bueno sentarse con algún futbolista para recordarle que tiene toda nuestra confianza.

La puesta a punto se aceleró porque este fin de semana se inicia la competición. Los entrenamientos de martes

(doble sesión) y miércoles estuvieron muy cargados de contenido táctico, colectivo y de fundamentos

individuales.

Anoche tuvimos cena de equipo, una costumbre que mantengo desde que llegamos al Southampton.

Antes de iniciarse la temporada, invito a jugadores y cuerpo técnico a cenar. La primera vez pagué con mi tarjeta

de crédito española, porque todavía no teníamos cuentas bancarias inglesas. Esta vez los futbolistas eligieron el

lugar. En principio el plan era compartir la cuenta con Harry Kane, que celebraba haber sido el máximo goleador

de la Premier, pero engañé a Harry y acabé pagando yo. Buena comida, buen vino, un Nicolás Catena Zapata

excelente.

Una buena noche en grupo.

Hoy jueves tuvimos sesión de recuperación y algo de vídeo para preparar el encuentro del sábado ante

el Everton.

Esta semana salió en prensa que Paul Mitchell —el secretario técnico del Tottenham que llegó desde el

Southampton, donde trabajamos juntos— va a dejar el club. Como portavoz principal del club, tendré que

responder a esto cuando me pregunten los medios.

Como todos los años, también nos reunimos con los árbitros, que siempre tienen cosas nuevas que

comentar. Al inicio de curso las reglas suelen ser duras, pero siempre acaban siendo más livianas. El caso es

que, después de la charla que dieron a los futbolistas, les pedí que se quedaran un rato más porque quería

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compartir con ellos algunas sensaciones respecto al final de la temporada anterior. Les mostré unos vídeos para

apoyar mis comentarios. Nunca presiono a los árbitros a través de la prensa, nunca destaco sus errores, nunca

les voy a endosar la responsabilidad de las derrotas, pero me gusta conversar y discutir con ellos cara a cara

sobre algunas decisiones, e incluso sobre determinados comportamientos en los banquillos.

A algunos internacionales les está costando alcanzar el nivel del resto del grupo.

Debo buscar el modo de advertirles de que necesitan darnos más. No es un tema físico, es de cabeza.

Las reglas están claras. Incluso las no escritas. Y no podemos dar un paso atrás al respecto. Corregir

actitudes, marcar las líneas, fue el mayor esfuerzo en los primeros meses en el club.

Aterrizamos en el Tottenham en el verano de 2014 y en esa primera temporada llegamos a la final de la

Capital One. En mayo de 2015 renovamos el contrato por cinco años más. En nuestra segunda temporada, con

la plantilla más joven de la Premier, peleamos por el título de liga con el Leicester City. Gary Neville, como

asistente de la selección, desde su columna en el Telegraph nos regaló un análisis de lo que estábamos

consiguiendo:

He sido testigo de la diferencia en la psicología y aplicación de los jugadores del Tottenham. Ahora llegan

preparados para la batalla, dispuestos a jugar, a trabajar. En las reuniones se les ve con ganas de dar su opinión.

Tienen todo lo que buscas en jugadores responsables. Da la impresión de que Pochettino les ha dado a los

jóvenes la confianza para expresarse sin cortapisas; también fuera del campo.

Pero el camino para llegar a todo eso fue muy empinado y con muchas curvas.

Que nos escogieran a nosotros para dirigir al Tottenham no fue lo que los ingleses, con su habitual

sutileza, llaman una «elección popular universal». El club no tenía muy claro hacia dónde ir, y, cuando eso ocurre,

los aficionados tampoco suelen tener una opción clara. ¿Debía el club comprar a los mejores o buscar en la

cantera?

El Tottenham siempre ha conservado un cierto estilo de juego, estilizado y bonito. Pero no siempre

efectivo. John McDermott me lo resumió con una imagen muy gráfica: el club era percibido como «fur coat, no

knickers» (con abrigo de pieles, pero sin bragas). Eternos habitantes del rendimiento por debajo de sus

posibilidades. En los siete años anteriores, una vez quedaron undécimos, una octavos, una sextos, dos veces

acabaron quintos y dos veces cuartos.

Pero, además, el fútbol inglés, no solo el Tottenham, estaba metido en un ajetreo constante: cambios de

entrenador, de idea, ahora con director deportivo, ahora sin…

En mitad de todo esto, lo que nos pidió nuestro presidente Daniel fue que marcáramos un camino y que

tuviéramos determinación. Que instaláramos un proceso, nuestro proceso. No hay manual que sirva para todos

los casos, tampoco lo que hacemos nosotros lo pueden aplicar otros. Cada grupo, cada persona con

responsabilidad, cada decisión, son un mundo. Lo importante no era qué hacer, sino cómo lo íbamos a hacer.

Así pues, el viaje que emprendíamos no tenía mapa. No hay una fórmula mágica. Y si la hay, quizá se

encuentre bajo una pila de cosas que están en la cabeza. En la nuestra, en la de la gente del club y en la de la

plantilla.

Entramos en una casa en la que no se respiraba felicidad. Tuvimos que abrir ventanas, renovar el aire, la

mentalidad. Nos pidieron cambiar una pila de ropa sin lavar y arrugada por otra limpia, doblada y bien planchada,

a golpe de nueva filosofía. Pero la creencia en el trabajo y el esfuerzo no se implantan en una semana o un mes.

En la plantilla que heredamos había de todo. Pero, a diferencia del Southampton —que tenía jugadores

con hambre que no querían descender—, el vestuario del Tottenham estaba lleno de futbolistas que en algún

momento de su carrera fueron considerados estrellas pero que habían perdido el foco. Y no primaba lo colectivo.

A las dos semanas de llegar, recuerdo haberle dicho a Hugo Lloris: «Pero ¿qué hago yo aquí?». Venía de

un club muy cariñoso, en el que a menudo incluso tenía que obligar a los jugadores a que se fueran a su casa.

Metimos en el gimnasio una máquina que se llama VertiMax y que ayuda a mejorar la fuerza, la velocidad y la

resistencia. ¡La cara que pusieron los futbolistas cuando la vieron! Aunque luego acabaron enamorados de ella.

Por el contrario, en la Ciudad Deportiva del Tottenham hacía mucho frío. Los futbolistas venían a entrenar

y se iban a casa. No había romance con la VertiMax.

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No quisimos fichar sin antes conocer lo que teníamos. Tuvimos que identificar de qué pasta estaban

hechos los jugadores, uno a uno. Les avisamos de que los primeros meses iban a ser duros en lo físico, que los

necesitábamos en forma.

Algunos no compartían nuestras ideas, pero lo intentaron; otros las rechazaron desde el primer día. Hubo

alguno que nos perdió el respeto. Y otros a los que no les podíamos pedir lo que no tenían. Muchos vieron que

para detener la dinámica negativa del equipo había que participar del proceso. Había una necesidad urgente,

por nuestra parte, de mostrar liderazgo y fortaleza. No podíamos dudar.

La mirada de muchos de ellos lo decía todo: sabían que si la cosa no salía bien, como siempre pasa en

el fútbol, quienes saltarían íbamos a ser nosotros. Poco a poco, de forma casi imperceptible, día a día, se produjo

la transformación. El diseño estratégico fue implementado con inteligencia y nervio. Solo necesitábamos una

cosa que no sé dónde se compra pero que es esencial: ¡tiempo!

Les dimos oportunidades a todos. Los pusimos a prueba incluso durante los partidos, porque mirábamos

más allá del encuentro en cuestión, algo difícil de aceptar para la hinchada. Algunos no la pasaron y ya no están

con nosotros. El hueco fue ocupado por los jóvenes: laterales sin experiencia, o un delantero centro que nunca

había jugado una temporada completa de la Premier League. También tranquilizamos a nuestro portero, Lloris,

que estaba considerando retirarse y necesitaba cambiar su forma de pensar sobre la vida y su profesión.

La afición se impacientó en los primeros meses. Era de imaginar.

Mi cuerpo técnico y yo tenemos prohibido ingresar en el vestuario del primer equipo en la Ciudad

Deportiva. En el estadio compartimos vestuario, pero el de Enfield es su santuario. Ahí pueden hacer y decir sin

temor a que los interrumpamos. Solo pueden entrar los fisios y los utilleros. Aunque algunos secretos atraviesan

esos muros. Me dijeron que Emmanuel Adebayor llevaba su propia agua pagada de su bolsillo. Pero casi todos

los jugadores tienen sus manías. Pese a lo que se dijo en su día, nunca tuve ningún problema con Ade, al

contrario. Nuestra relación era magnífica. Llegó con malaria de sus vacaciones en África, y además todo ello se

mezcló con unos asuntos familiares de todos conocidos, con lo que me pidió permiso para ir a Togo a

solucionarlos. La mayor dificultad para él, como para Roberto Soldado, fue la aparición de Kane. Ambos venían

siendo grandes figuras necesitaban que el equipo y el club girara alrededor suyo. Cuando emergió Harry, ambos

sintieron ese desplazamiento.

Nos hemos reído mucho con las excentricidades de Ade. Un día no le puse en la convocatoria. Por la

tarde, después del entrenamiento, yo estaba en la oficina reunido con Daniel y con nuestro director deportivo,

Franco Baldini. También estaba Jesús. Llamaron a la puerta. Era Ade. Le dije que esperara cinco minutos. Franco

y Daniel palidecieron, preguntándose qué estaba pasando. ¡Problemas! Al acabar la reunión le pedí a Jesús que

le fuera a buscar. Llegó con una toalla enrollada:

—¿Qué pasa? —le pregunté.

—¿Cómo no me avisaste ayer de que no iba a estar convocado? —me suelta.

Cómo iba a avisarlo si faltaba un entrenamiento. ¿Y si pasaba algo?

— Ya, pero si dudas, tengo que saberlo. He mandado a mi chofer con el coche para casa, y ¿ahora qué

hago? ¿Tengo que llamar a un taxi? ¡Esto no puede ser!

¡Buenísimo! Yo pensé que estaba enfadado, que no le había sentado bien no estar convocado, que quería

jugar. Pero resulta que su problema era que se le había ido el chofer. Obviamente estaba molesto, o eso creía

yo. Para ser honesto, no estoy seguro. Dejémoslo en que fue otra muestra de su gran sentido del humor.

Adebayor es un futbolista con gran jerarquía, pero nos tocó vivir un momento en que no hubiera sido

beneficioso ni para mí ni para él haber continuado la relación profesional. Hasta el día en que le comuniqué que

no iba contar con sus servicios, cuando le quedaba aún un año de contrato, me agradeció que siempre hubiera

sido sincero con él. Rescindió el acuerdo y se fue al Crystal Palace.

El otro día leí que Dele Alli decía de mí: «Mejor no llevarle la contraria». Me hizo gracia. Pero no somos

policías y nunca le he echado una bronca a un futbolista delante de otros. No tenemos un manual de

instrucciones. Solamente sentido común. Profesionalidad. Se trata de que actúe la selección natural.

Los jugadores tienen que llegar pronto al entreno, darse la mano, saludarse. Hay que respetar al

compañero y al rival. Antes de las 9.45 h deben hablar con el científico deportivo y contarle cómo se sienten,

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cómo han dormido. Cómo y qué han comido. Cada dos semanas viene un nutricionista y calculamos la grasa en

el cuerpo.

Tenemos que cubrir todas las bases, pero luego depende del jugador hasta dónde puede llegar. Cuando

se marchen —o cuando nos marchemos nosotros— no podrán decir que no han tenido la oportunidad de

mejorar.

Desayunamos juntos, ahí empiezan las primeras conversaciones y se crea la atmósfera necesaria para

poder disfrutar del entreno. Todo el mundo tiene que estar listo antes de las 10.30 h.

El teléfono se mantiene en silencio en el comedor; se pueden enviar mensajes, pero hay que salir para

llamar. No tiene sentido usar el teléfono en la sala de fisioterapia, por ejemplo. Tienen que escuchar al cuerpo y

al fisio.

No hay muchas más reglas. Lo demás está en sus manos, son adultos. Nunca he sancionado a ningún

jugador por llegar tarde, prefiero hablarles. Castiga quien no sabe ejercer su poder de otro modo. Eso es propio

de quienes piensan que son jefes. Yo creo en el liderazgo. Son cosas distintas.

En nuestra primera temporada no pudimos convencer a todos de que ese era el camino. De hecho, hubo

un partido en el que temí por nuestro futuro.

Jugábamos contra el Aston Villa. Me acordaré siempre del viaje a Birmingham.

Era noviembre y teníamos catorce puntos que nos situaban en octavo lugar. Lejos de Europa. Llegamos

al hotel y los técnicos nos fuimos a tomar algo abajo antes de la cena. El bar del hotel era un lugar oscuro,

depresivo. Un sábado de noviembre por la noche en Birmingham. Una situación bárbara, vamos. Veníamos de

una racha de malos resultados y nos dijimos: «Hay que ganar mañana, hay que ganar, porque si no, chicos…».

Notábamos la tensión y los nervios. Si no ganábamos ese partido íbamos a conocer la versión de Daniel de la

que todos hablaban con temor.

Me acuerdo de la preparación, de todo. Encajamos un gol en la primera parte.

En el minuto 65 el delantero del Villa Christian Benteke es expulsado por empujar a Ryan Mason.

Empezamos a controlar el partido un poco más. Metemos a Harry Kane al campo, por Adebayor. Pero seguimos

perdiendo. Faltaban siete u ocho minutos para el final, me giré hacia el banquillo. Miré a Toni, a Jesús, a Miki.

Les dije: «Chicos, esta noche a preparar las maletas, que mañana volvemos a casa».

Y en la siguiente jugada, minuto 84, córner, el balón le cae a Nacer Chadli y, pam, 1-1.

«¡Hostia, vamos, que podemos, vamos, que podemos, vamos, que nos salvamos!»

Falta en el minuto 90. ¡Y Kane marca!

Cuando terminó el partido les dije a los míos: «Chicos, nos salvamos, tenemos un par de vidas más, ahora

hay que darle la vuelta a esto, no podemos seguir así».

Y ahí empezó la revolución.

Ese partido nos hizo ver que para tener éxito en este club teníamos que seguir nuestras propias

sensaciones. Ese partido nos liberó. Hasta entonces teníamos demasiada gente alrededor opinando. Tantas voces

me crearon confusión y me contagiaron sus miedos. Después del Aston Villa me oí diciendo: «Ahora sé lo que

tengo que hacer, sé dónde ir, y seguro que voy a tener éxito, no tengo dudas». Ya está. Les dije a los míos: «Se

terminó, se cierra la puerta con llave y las decisiones salen de este cuarto».

Aquel había sido un periodo necesario para comprender, para recopilar información. De los primeros

meses, en los que tratamos de descubrir dónde estábamos y hubo que otorgar el beneficio de la duda a todos

los involucrados, pasamos al periodo de toma de decisiones.

«¡Vamos!»

Empecé a construir mi equipo. Pasara lo que pasara. Ojalá, pensé, nos acompañe la suerte.

De aquella plantilla solo quedan ocho futbolistas.

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A partir de diciembre los resultados fueron mucho mejores. El 1 de enero nos enfrentamos al Chelsea,

líder en aquel momento y campeones al final de curso, y les ganamos 5-3. Seguro que la afición se fue a casa

pensando que algo estaba pasando, que algo estaba cambiando. Un mes después ganamos al Arsenal 2-1, con

dos tantos de Harry Kane. Luego llegó la final de la League Cup, que perdimos con el Chelsea, antes de acabar

a seis puntos de clasificarnos para la Champions y a trece del título. Un digno quinto puesto para nuestra primera

campaña, justo por detrás de los de Arsène Wenger.

13 de agosto.

Hoy nos enfrentamos al Everton en el primer partido de la temporada. Regresa el ruido, la emoción. Se

nota. Este es el primer once de la temporada: Hugo Lloris; Kyle Walker, Eric Dier, Toby Alderweireld, Jan

Vertonghen, Danny Rose; Erik Lamela, Victor Wanyama, Christian Eriksen; Dele Alli y Harry Kane.

Durante la semana centramos el trabajo en cosas nuevas que estamos introduciendo. Seguimos ajustando

el equipo. No tiene mucho sentido dar muchos detalles sobre el contrario, porque el rival tiene entrenador nuevo

(Ronald Koeman) y un once aún por definir. Así que la clave para el primer partido de liga es basar el juego en

nuestro estilo e intentar dominar el partido, proponga lo que proponga el rival.

La primera parte ha sido un poco decepcionante; parece que pagaremos durante un tiempo ser uno de

los equipos que ha tenido más jugadores en la Eurocopa.

Encajamos un gol en el minuto 5, cuando estábamos aún asentándonos, y eso definió el partido. El

Everton acumuló gente atrás y salía a la contra con velocidad.

No nos supimos adaptar, estuvimos lentos de pensamiento, lentos de piernas, de movimientos. La

desesperación por el resultado hizo que se dispararan todas las alarmas. Parecía que teníamos que remontar y

resolver el partido en cinco minutos, cuando quedaban 85 por delante. Esa falta de paciencia y de confianza en

lo que hacíamos nos hizo empezar a cometer errores.

Toni se me acercó a diez minutos del final de la primera mitad:

—Hugo pide el cambio.

—No me jodas.

Esto es fútbol. Aunque la preparación sea la ideal, hay factores que no se pueden controlar.

Toni se fue al vestuario a averiguar qué había pasado. Volvió al banquillo y no me dijo nada. Sabía que

ese no era el momento.

En el descanso, apoyándome en imágenes —como siempre he hecho desde los días del Espanyol—

trasladamos un mensaje muy claro. Primero de posicionamiento: la línea defensiva debía adelantarse y tener más

amplitud. Pero eso era lo de menos. Nos faltaba energía, la pasión que necesitamos para jugar al fútbol. Y eso

les dije. «Venga muchachos, vamos a jugar.» Era como si nos hubiéramos atascado en el final de la temporada

pasada.

En la segunda parte las cosas cambiaron. Empató Lamela y me quedé más tranquilo, reconocí al equipo.

Y hubiéramos ganado si no es por su portero, Maarten Stekelenburg, que hizo un par de paradas muy buenas.

Hace un año estábamos a la par con el Everton, pero hoy el resultado nos supo a poco. Eso es algo positivo.

Al final del partido tranquilicé a Hugo Lloris, que acabó con una lesión muscular seria. Y felicité a Michel

Vorm. No estamos acostumbrados a que se nos caigan los guardametas, pero cuando falta uno, el otro tiene la

oportunidad de estar a la altura de las circunstancias.

El domingo lo dimos libre. El lunes analizamos el partido y tuvimos charlas individuales con algunos

jugadores. Hay cosas que no nos gustan, tiramos a la basura media parte ante el Everton. Así que el martes sentí

que debía motivar a los chicos.

Estamos empezando, pero hemos tenido que ser duros con algunos que han llegado confundidos del

verano o de sus compromisos internacionales. A veces sus padres o representantes les dicen cosas que no

siempre ayudan, como que tienen que pensar más en ellos, y cosas así. Tengo una respuesta preparada por si

alguna vez escucho a un padre o un agente decir algo así: «Si el jugador no trabaja para el equipo, no jugará».

Y no me río. No muevo ni un músculo de la cara. Creo que el mensaje queda bien claro.

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La plantilla es joven y ha experimentado muchos cambios en dos años. Algunos jugadores estaban en

League One cuando llegamos y ahora su estatus ha cambiado. Eso requiere un cuidado especial. Hablé, por

ejemplo, con Eric Dier. Un llamado de atención. Eric es inteligente, pero tiene veintidós años, el mundo le mira

(sus compañeros, la prensa, su familia) y ha cambiado. Es muy fácil despistarse.

También conversé con Wanyama. Un poco de todo y de nada. Toni estaba presente. Victor nos habló de

su selección, que perdió un partido en casa la semana pasada y de cómo algunos jugadores, que habían cometido

algún error, tuvieron que salir huyendo de los hinchas que bajaron al campo. Nos reímos. Nosotros en la Ciudad

Deportiva realizamos un test durísimo que mata a los jugadores y que no le gusta a nadie (prueba de Gacon, la

llamamos; ya contaré más sobre ella otro día), pero Victor bromeaba diciendo que en su selección eso no es

necesario, que se ponen en forma tras los partidos huyendo de los aficionados.

Hoy miércoles fuimos a entrenar a Wembley. Hizo un día espectacular. Jugué en el viejo Wembley hace

dieciséis años con Argentina. Ahí disputamos en 2015 la final de la Capital One contra el Chelsea. Y este año

volveremos para jugar la Champions.

Son Heung-min se nos unió tras su participación en los Juegos Olímpicos con Corea del Sur. En su país

el servicio militar es obligatorio dos años antes de cumplir los veintiocho, o algo por el estilo. Pero hay

excepciones para aquellos que, por ejemplo, obtengan un importante logro deportivo. Así que para Son era

importante ir allá y ganar una medalla. Pero no pudo ser.

A mí también me tocó hacer el servicio militar. Fue uno de los últimos años en que era obligatorio en

Argentina. Se hacía por sorteo. Los tres últimos números del documento nacional de identidad dictaban

sentencia. Ejército de tierra fue mi destino. Yo seguía siendo jugador de primera división con Newell’s. No dejé

de entrenar, a veces me dejaban salir un poco antes para llegar a tiempo. Pero tenía que ir todos los días con

uniforme. Y me corté el pelo, claro. Pasé de fachero total con mi melena tan a la moda a corte al uno. No estoy

seguro de que me quedara bien.

Volvieron las rutinas del partido en White Hart Lane. Es como recibir el abrazo de un viejo amigo, más

especial aún porque será nuestra última temporada aquí.

Si jugamos en casa, como hoy ante el Crystal Palace, nunca concentramos. Si, por ejemplo, el partido es

a las tres, cuatro horas antes ya estamos en la Ciudad Deportiva. Repasamos el plan del día, comemos tres horas

y cuarto antes del inicio, tenemos una pequeña reunión, preparamos alguna cosa de última hora, y nos reunimos

de nuevo al llegar al campo.

A veces revelo la alineación un par de horas antes del encuentro. Otras veces lo hago el día anterior,

después de haber visto imágenes del rival —no más de cuatro o cinco minutos, si lo alargo más, la atención de

los jugadores desaparece—.

Tengo una idea clara de cómo empezar y luego entrenamos con el once elegido.

Depende de las sensaciones que me dé el grupo, y de lo que queramos introducir.

En la jornada de partido nos enfocamos más en lo motivacional, o mostramos algunas imágenes de las

situaciones que hemos entrenado. Después, una hora y media antes de salir a jugar, Jesús explica la estrategia

defensiva y ofensiva, dos o tres minutos para que lo tengan todo fresco. Cuando tengo la alineación del equipo

contrario la pongo para que el equipo la sepa. También puedo hacer alguna indicación individual, pero no

muchas.

Antes del calentamiento, se realiza una preactivación en el vestuario, pero sin mí. Y más tarde, durante

el calentamiento, me voy a atender a Sky Sports, regreso a mi despacho y ahí nos quedamos casi siempre Miki

y yo solos, hablando o viendo algún partido, escuchando música, diciendo boludeces de lo que pasó el día

anterior, comentando una película que vimos o intercambiando impresiones sobre la alineación del contrario.

Aprovecho para ducharme, cambiarme, comer y beber algo. Se nos suma a menudo Ossie Ardiles, embajador del

club. Siempre es un placer verle.

Nos tomamos ese tiempo de relax, la calma antes de la tormenta. Y pasa lento.

Hay entrenadores que se sienten huérfanos en ese momento en el que ya no pintamos nada. Está todo

hecho, todo preparado. Son cuarenta y cinco minutos de vacío. Pero la verdad es que es uno de los momentos

que más disfruto.

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Claro que siempre tienes que estar un poco alerta. Resulta que un jugador empieza a vomitar o le duele

el estómago, o le molestó la rodilla, y si este no juega tienes que pensar en quién lo va a sustituir. Y eso, de

repente, lo sientes como una invasión que rompe la armonía de ese instante mágico.

Siempre he escuchado que los minutos previos al partido son de nerviosismo.

Es verdad que cuando era jugador tenía esos nervios en la panza y solía ir al baño dos o tres veces, pero

como entrenador es al revés. Cuanto más cerca estoy de la competición, más tranquilo me siento. Y la calma

ayuda a que el análisis sea más lúcido.

Tras el partido contra el Crystal Palace le dije a la prensa que estaba contento con el trabajo de los

chicos. Creamos muchas ocasiones en la primera mitad, aunque fue una pena no marcar. Añadí que no hubo

mucho por corregir al descanso.

No es del todo cierto.

Los partidos contra el Palace siempre son complicados. Si no abres el marcador, sufres. Es verdad que

tuvimos muchas ocasiones claras, pero ellos también. En la media parte, con la ayuda del vídeo, pedimos un

mejor posicionamiento a los mediocentros, que ocuparan mejor el espacio para circular el balón con más

eficiencia y para que, en caso de perderlo, pudiéramos parar las contras del rival.

Tras el descanso, tuvimos más argumentos que ellos, físicamente el equipo estuvo mejor, pero seguíamos

sin marcar. En busca de soluciones, hablé con Jesús y Miki, pero a veces las decisiones que son buenas en el

momento se convierten en malas cuando el partido termina. Sacar a un futbolista del campo cuando las cosas

están complicadas puede acabar con él y corres el riesgo de perderlo para el resto de la temporada. Mi propia

experiencia ayuda. Intento no fastidiar a los jugadores.

Hay que aprender a tener paciencia.

Finalmente, en el minuto 83 forzamos un córner. Teníamos a cinco jugadores con poderío en el juego

aéreo. Lamela enchufó un gran centro y allí estaba la cabeza de Wanyama para empujar el balón a la red. Un

alivio. Nuestros primeros tres puntos.

Janssen hizo su debut en casa y, después de jugar todo el partido, se llevó el premio al Jugador del

Encuentro.

Hoy hemos notado un pequeño salto de calidad en el equipo. Durante la semana concluimos que, con

un par de cambios, el resto mejoraría. Si teníamos la línea defensiva un poco más alta, eso permitiría a los

jugadores de arriba ir a presionar. Si estamos más cortos, ya no dependemos tanto de lo que el rival proponga.

Eso se trabajó. También se ganó en agresividad: en balón parado, en los choques. A partir de esa base hay que

seguir construyendo.

Los periodistas me preguntaron por Dele Alli. Había sido titular ante el Everton, pero no salió de inicio

porque se sintió indispuesto, con problemas estomacales.

Estaba para jugar media hora y acabó saliendo en el 68. Pero siempre pasa lo mismo: cuando haces algo

que no se espera, se asume que hay un problema grave. El hecho es que no siempre se puede explicar lo que

pasa. Además, tenemos una plantilla de veinticinco jugadores, hay que dosificarla. Tenemos por delante cuatro

competiciones, incluida una que es nueva para todo el grupo: la Champions League.

Está ocurriendo algo fascinante con el grupo. Jugadores como Kane y Alli ya no son los mismos de un

año atrás. Hace doce meses Kane jugó la Eurocopa sub-21, y ahora viene de ser el máximo goleador de la

Premier y jugar una Eurocopa con la absoluta. Dele Alli venía del MK Dons, de League One. Cuando llegó

necesitaba imperiosamente demostrar su calidad y por eso exhibía hambre en todos los entrenamientos, incluso

poniéndose en riesgo en cada acción. Pero ahora, después de un año, Dele Alli viene de renovar tres veces su

contrato, de mejorar su salario por tercera vez. Es normal que crean, y que su entorno les haga creer, que están

en una posición jerárquica distinta. Y lo están por lo que nos dan. Ahí el entrenador, aunque haya visto toda su

evolución, tiene que tener cuidado e inteligencia para darse cuenta de que ya no son los niños que subieron un

año atrás.

Comienza, pues, un proceso que también es muy educativo para nosotros. Hace un año a Dele le podías

gritar durante una sesión, pero ahora tienes que abordarlo de forma diferente. Ahora hay que tratarlos con mayor

sensibilidad, y se les concede algún beneficio que antes habría sido imposible. Se trata de un equilibro muy

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delicado. Pero algo debemos estar haciendo bien: hasta ahora en el Tottenham no he sufrido ni un solo desafío

a la autoridad en un entrenamiento.

Recibí un mensaje de Nicola Cortese, el que fuera presidente del Southampton.

Quedamos para cenar. Fue Nicola quien me fue a buscar —cuando yo ni siquiera hablaba inglés— para

sustituir al entrenador que los había ascendido a la Premier, y cuando además estaba obteniendo buenos

resultados. Vamos, que Nicola es un tipo con las ideas claras. ¡Eso o está medio loco!

Me duele que allí nos reciban como enemigos.

La victoria ante el Crystal Palace nos ha dado algo de tranquilidad. Aun así, iniciamos la semana

corrigiendo los errores que cometimos en el partido. Tuve algún encuentro individual, con los laterales Walker y

Rose, por ejemplo.

Mañana jugamos contra el Liverpool. Creemos que van a intentar esperarnos y apretar por fuera,

provocando nuestro error, así que debemos trabajar diferentes maneras de salir desde atrás para conducirlos

hacia un sitio y salir nosotros por otro. Es importante la colocación de los medios, que tengan clara la estrategia

y estén listos para la salida del balón. Como no queremos jugar en largo, también prepararemos el modo de

saltar su presión adelantada.

Hoy es el día previo al partido y ya he atendido a la prensa. Tras preparar el encuentro, pensé que nos

quedaba una tarde tranquila. Pero hubo de todo. Nos hicimos una foto con Keith Burkinshaw, legendario

entrenador del Tottenham, y nos quedamos un rato charlando. También vino Ossie, que se quedó a comer.

Está siendo una semana movida. Después del Liverpool todavía quedarán cinco días para el final del

mercado. Me siento con futbolistas, agentes, con el presidente; hablamos de situaciones, de posibilidades, de

contratos. Y de límites. Hay muchos jugadores que esperan una salida, creo que llegará algún futbolista, y

tenemos que estar pendientes por si se mueve algo que nos interese. Me dijeron que había un futbolista del

Real Madrid que estaba pensando en salir. A nadie le amarga un dulce, pero me da la impresión de que la gente

que tiene alrededor está más preocupada por el dinero que por otra cosa. Salir de un club como el Madrid o el

Barça es una decisión deportiva muy importante, tienes que pensar muy bien cuándo sales. Y a qué sales. Hay

gente valiente que se marcha porque quiere jugar; hay otros que se lo piensan más. Pero tienes que estar abierto

a cualquier posibilidad.

Hoy me senté con Ryan Mason y nuestra conversación me dejó tocado. Ryan es uno de esos futbolistas

que me gusta tener cerca. Cuando llegamos al club le vimos sentado en el gimnasio, con aspecto triste,

rezumando pesimismo… y no sé bien por qué, pero decidí incluirlo en la gira de Estados Unidos. Jugó un par

de partidos, y en uno de los viajes entre Chicago, Toronto y Seattle, esperando en el aeropuerto, me puse a

hablar con él. Tenía una intuición especial sobre el chico.

Me gustó conversar con él, le vi cosas, descubrí las muchas ganas que tenía de pelear. Después de la

gira volvimos a hablar, y le pedí que se quedara. Con una condición: debía mejorar mucho la condición física,

porque había ido saltando de club en club, despistado. Le quería convertir en jugador de Premier. Le dije que

entrenaría con el grupo, y a veces con el sub-21, y que ya iríamos viendo.

Total, que Mason se quedó, trabajó y le llegó el momento de jugar contra el Arsenal en el Emirates, en

septiembre de la primera temporada, cuando las cosas no estaban todavía claras. Le puse de titular. Ahora

parece algo normal, pero poner a Mason a jugar por primera vez en un derbi fuera de casa y dejar en el banquillo

a otros jugadores como Paulinho… Se trató de una decisión clave que quizá antes del partido nadie entendió,

pero sabíamos que era la correcta. Y acabó siendo un jugador importante en aquella primera campaña. La

temporada pasada se lesionó marcando el gol del triunfo ante el Sunderland, la primera victoria del curso tras

cinco jornadas. Pero luego le costó mucho coger el ritmo y Mousa Dembélé empezó a jugar a un gran nivel.

Esperaba hablar con él antes de que se fuera al Hull y convencerle de que se quedara. Pero Ryan quiere jugar

más. Se siente jugador de Premier y está buscando nuevos retos. Siento que ayudamos a que eso fuera posible.

Nos costó despedirnos.

El portero es el puesto que más ha cambiado en la última década; eso crea inseguridad para los que

aprendieron el oficio de un modo y tuvieron que cambiar por el camino. No es fácil. Su nivel de responsabilidad

hoy es mayor porque su salida de balón puede definir el tipo de jugada que se va a iniciar. Hugo Lloris es para

todos nosotros el mejor portero del mundo. Se lesionó ante el Everton, pero es importante que su ausencia no

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parezca un hecho preocupante. Todos los jugadores son necesarios, ninguno tiene más importancia que otro.

Salió Hugo, entró Michel Vorm. Y ya está. Michel merece todo nuestro reconocimiento como gran portero,

excelente persona y extraordinario profesional. Al mismo tiempo, tal vez esta lesión le permita a Hugo, que se

incorporó más tarde que el resto, hacer un trabajo de fondo que antes no tuvo tiempo de hacer. Hay que tratar

de sacar lo positivo de las situaciones negativas.

Luego está la persona. Hugo es especial. Cuando estás lesionado, te sientes solo, incluso si estás

arropado. Todos hemos pasado por esto. Por eso es tan importante estar en contacto. Por el jugador y por

nosotros, para compartir sensaciones. Desde que llegamos hemos hablado mucho, de fútbol y de la vida.

Desde su lesión, hemos estudiado acciones suyas y de otros guardametas que juegan con una filosofía

similar a la nuestra. Los jugadores pasan más horas en la Ciudad Deportiva cuando están lesionados que cuando

no lo están, así que aprovechamos, como capitán y líder del equipo que es, para hablar de cosas que queremos

mejorar en el futuro y de otras que vamos a proponer al grupo. Es una persona madura, con mucha autoridad,

un líder moral, por su profesionalidad y por su forma de ser. Lo considero casi parte del cuerpo técnico, porque

traslada y marca sobre el campo la filosofía con la que queremos jugar: posesión, mentalidad de ataque, sin

miedo a la defensa alta, portero activo y valiente, que juega bien con el balón.

Hubo sorteo de Champions y, como las cámaras nos grababan, perdimos un poco de espontaneidad. Tal

vez hubiera sido mejor vivirlo en el despacho, sin gente, porque para nosotros fue un momento importante:

empezamos jugando la Europa League y este año toca la Champions. Es un gran paso. Siempre veíamos los

sorteos para ver a quién le tocó con quién. Esta vez estábamos en el bombo, participando en la mayor de las

competiciones.

Nos ha tocado el AS Mónaco, el CSKA de Moscú y el Bayer Leverkusen.

27 de agosto.

Nos enfrentamos al Liverpool en casa, un equipo siempre complicado. Cuenta con jugadores que

conocemos bien de los tiempos del Southampton: Nathaniel Clyne, Adam Lallana o Dejan Lovren, que fue la

figura del partido. Y un par más que conocemos muy bien.

Antes del encuentro, repasamos lo que estuvimos trabajando durante la semana.

Pero en menos de media hora, Walker se sintió mal y tuvo que salir del campo. Primero pensamos en un

cambio de jugador por jugador, y poner un lateral defensivo. Pero decidí que no. Sacamos a un delantero centro

y el pivote Dier pasó al lateral, y acabó siendo uno de los mejores jugadores del partido. No entendí la razón,

pero además de Walker, otros futbolistas se sintieron indispuestos; nos lo dijeron en el descanso, de camino al

vestuario. Perdíamos 0-1.

Aprovechamos la media parte para realizar ajustes sobre la posesión. Y ya en la segunda mitad, sobre

todo los primeros 30 minutos, el control del partido fue nuestro. Rose empató. Resultado justo, quedamos

satisfechos.

El partido quizá nos llegó demasiado pronto, nos faltan horas de vuelo. Son tres partidos sin derrota,

pero muchas cosas no salieron según lo planeado. Hay futbolistas clave (Kane, Eriksen) que no están al nivel

deseado. Empezamos jugando con Dier y Wanyama, una nueva pareja en el centro del campo. Todavía estamos

con los conceptos generales, sin entrar en detalle, que es lo que se necesita para este tipo de partidos.

Harry todavía no ha marcado, pero no nos preocupa. El año pasado fue duro, estuvo diez jornadas sin

golear y se confundió. Pensó que era otro jugador y que tenía que hacer cosas diferentes a las que le estábamos

sugiriendo. La segunda semana de la temporada me senté con él, le mostré unos vídeos, y le dije: «Eres Harry

Kane, y si Harry Kane no hace de Harry Kane…». Eso le abrió los ojos. Al final, en una jugada de estrategia y casi

en fuera de juego, le marcó al Manchester City. Pasó otras seis semanas sin marcar hasta que tras un hat trick

contra el Bournemouth empezó una racha imparable.

Marcó un golazo en el amistoso ante el Inter. En liga ha tenido sus ocasiones, no las ha materializado,

pero sabemos que necesita unos cuantos partidos para coger el ritmo. Le gusta jugar de 10, detrás del punta,

con más espacio, sin tener a los centrales encima. La gente piensa que debería jugar solo arriba, pero yo creo

que es mejor que juegue con otro delantero.

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En fin, estamos bien. Menos la primera parte contra el Everton, el equipo ha hecho lo que tenía que hacer.

El año pasado a estas alturas teníamos dos puntos.

Este año, cinco, y es una liga más complicada. No hemos perdido, nos han hecho un gol de falta directa,

y otro de penalti. Vamos sextos.

Se ha publicado una foto muy bonita, un abrazo que me doy con Adam Lallana, el centrocampista del

Liverpool. Estuvimos hablando. Siempre hubo un gran feeling entre nosotros. Hablamos el mismo lenguaje, el

del fútbol, que nos apasiona, nos enamora. Eso supera cualquier barrera lingüística: cuando fiché por el

Southampton mi inglés era menos diez. Pero conectamos igualmente.

Recuerdo que, dos meses y pico después de llegar, me senté con Adam después de una sesión. Jesús

también estaba.

—¿Qué pasa? What’s up? ¿Qué va mal? —No le veía a gusto, no explotaba todas sus virtudes, no

disfrutaba. Él me miró.

—¿A qué se refiere, míster?

—¿Tienes problemas en casa? —le pregunté.

El entrenador anterior, Nigel Adkins, le había hecho capitán al inicio de esa temporada. Un día vio su

nombre en la pizarra, con la C de capitán. Nada formal.

Tenía veinticuatro años y su juego se resintió cuando se vio liderando, quizá sin estar preparado.

Ya había sufrido lesiones la temporada en la que nosotros llegamos, y siguió sufriéndolas con nosotros

a cargo del equipo. Aquella conversación fue lenta por la barrera del idioma, pero al cabo de un par de horas

conseguí llegar donde yo quería.

—Me dieron el brazalete y sentí que tenía que hacer más que el resto, trabajar más, pensar en todos, y

al final empecé a hacer de todo menos concentrarme en mi juego.

Como el equipo luchaba por no descender, la presión era mayor.

Empecé a entender el estrés, incluso algunas de las razones de tanta lesión.

También me dijo que el presidente le llamaba después de cada partido para decirle:

«No deberíamos haber perdido, deberías haber marcado, no podemos descender…».

—¿Qué? Pará, pará —le dije.

Mientras en la cultura latina estamos acostumbrados a que el presidente hable con el jugador a espaldas

del entrenador, en el caso de Adam me pareció ilógico, sobre todo porque en Inglaterra el mánager asume

muchas obligaciones. La responsabilidad debe recaer sobre él, no sobre el futbolista. Aunque sé que Nicola, el

presidente, lo hacía por ayudar, se equivocaba.

—Está bien —le dije—. Ahora lo entiendo. Estás bajo demasiada presión. Por eso no estás disfrutando.

Deja que termine la temporada, pero en la próxima campaña esto va a cambiar por completo.

Tras tres horas de charla dejamos el centro de entrenamiento.

Le pedí a Nicola que dejara de llamar a Adam y poco a poco su juego empezó a despegar. Pero se

necesitaba algo más: él tenía que saber cómo estaba en el equipo y la capitanía. Antes de empezar la siguiente

temporada organizamos una barbacoa en el hotel donde se había estado hospedando el cuerpo técnico. Nuestros

invitados fueron los que considerábamos los capitanes y líderes del equipo: Lallana, Kelvin Davis, Rickie Lambert

y José Fonte, la mayoría de ellos acompañados por esposas e hijos. Nicola, Toni, Miki y Jesús estaban allí también

con sus mujeres. Después de comer, los hombres se apartaron y los jugadores le dijeron a Lallana, así, de la

nada, que lo querían como capitán, que honraba el brazalete, que él representaba la esencia del equipo y del

club. Fue muy emotivo. Lloró, y algunos de nosotros también. Hubo una conexión real en ese momento. Él

aceptó, por supuesto.

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Parón internacional. Tenemos a dieciséis jugadores internacionales, así que esta semana nos hemos

quedado con solo seis jugadores del primer equipo, entre ellos dos porteros. Subiremos a diez chavales. Los

entrenos irán al ritmo de los que se queden, con el añadido de la distracción del mercado de fichajes.

Por cierto, antes del partido del Liverpool, Georginio Wijnaldum dijo en prensa que le hubiera gustado

venir al Tottenham. Parece que muchos clubs nos pasan por delante porque nosotros no estamos por el tema,

que perdemos jugadores por no estar atentos, pero no es así. Si nos interesa un jugador, se le hace seguimiento.

Necesitamos mejorar la plantilla y llevar al equipo al siguiente nivel, pero no con los número dos, sino con los

número uno en su puesto.

No soporto los últimos días del mercado. Me harta el sí-no-sí-no. Me voy a ir a Barcelona. Lo hago desde

hace unos años. A estas alturas, a finales de agosto, ya se sabe perfectamente lo que pienso y lo que necesita

el equipo, los deberes están hechos. El resto no está en mis manos. Y, si no se puede fichar, pues no se ficha

nada. Así que me marcho lejos.

Como siempre trato de hacer, a fines del verano me tomo tiempo libre para pasarlo con familiares y

amigos. Generalmente me encuentro con mi amigo Alejandro, cónsul argentino de Barcelona, y su familia. El

destino suele ser Ibiza, un lugar ideal si buscas buen clima y comida rica. Es una especie de tradición que tiendo

a respetar. No me gustan las cosas hechas en el último minuto.

Daniel está buscando reforzar la plantilla. Siente que tiene que ofrecerme algo más. Creo que siempre le

ha gustado hacer ese trabajo. Antes, la responsabilidad por los fichajes recaía entre el mánager y el director

deportivo, o la gente que aconsejaba a Daniel. Desde que llegamos, la cosa está más clara. Solo hace falta que

nos conozcamos un poco más para que el proceso sea cada vez más efectivo. Daniel está ultimando el fichaje

de Moussa Sissoko, que hizo una gran Eurocopa, aunque no estuviera tan fino con el Newcastle.

Sissoko no es tan caro comparado con otros futbolistas, especialmente si consideras que, en siete u ocho

años, lleva jugados más de cuarenta partidos por temporada. Desde luego, que llegue al club con la temporada

ya iniciada no es una situación ideal. Sabemos que tendrá dificultades para adaptarse al nuevo entorno y filosofía.

Pero está contento con el cambio, le atrae la posibilidad de jugar la Champions y compartir equipo con Hugo

Lloris, compañero en la selección francesa, así como nuestra forma de trabajar y nuestro estilo.

1 de septiembre.

Se cierra el mercado y el fichaje de Sissoko se confirmó anoche mientras yo pasaba mis últimas horas en

Ibiza.

Creo que Daniel ha pensado: «Este futbolista es bueno, pero Mauricio le hará mejor».

Veremos.

3. Septiembre

Los partidos se suceden con rapidez, mientras se busca la manera de acoplar a futbolistas con diferente nivel de preparación. Tras el parón internacional, el equipo viaja a Stoke. Otros dos equipos de la mitad baja de la tabla, Sunderland y Middlesbrough, serán los siguientes rivales en Premier. El Gillingham de la League One es el primer obstáculo en la League Cup, y los focos se centran en el debut en la Liga de Cam- peones contra el Mónaco en Wembley.

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Hay por ahí una foto de cuando era muy chiquitito. Debía de tener dos años. Estaba frente a un galpón

que mi padre había construido, el pasto se ve alto. Y yo agarrado a una pelota de fútbol, con una sonrisa de oreja a oreja. Ese soy yo. Ese chico feliz. Tengo cuarenta y cuatro años y miro esa foto a menudo, para no olvidar que ese soy yo, no el que veo ahora en el espejo.

De chaval decía que había nacido en una familia de clase media. Y nada que ver. En Argentina se llama clase media a casi todo. Yo era de clase obrera, de esa en la que no existen ni sábados ni domingos. Si un cerdo o una vaca se pone a parir tienes que atenderlos, sea el día que sea. Mi padre trabajaba solo, en unas cien hectáreas, que en ese momento alcanzaba para que vivieran dos o tres familias —y ahora no da más que para una persona—.

La casa era grande, aunque tenía el lavadero y el baño fuera, algo habitual en aquel tiempo y lugar; con el frío apetecía poco alejarse de la chimenea. Pasábamos buenos ratos delante de una televisión de catorce pulgadas que funcionaba con batería. Por la noche, cuando mi padre volvía de trabajar con el tractor u otra máquina, sacaban la batería de la máquina y la enchufaban a la tele. Teníamos que mover la antena colocada sobre el aparato para poder captar el único canal que llegaba a Murphy. Me dejaban verla media hora, que casi siempre coincidía con una telenovela. Y luego, a dormir.

Recuerdo jugar al fútbol con cuatro o cinco años en los campos. Había muchos alrededor de la casa. Me

pasaba el día con el balón, esperando a que mi viejo volviera de trabajar la tierra. Si una tarde llovía, era

espectacular porque nadie laburaba y jugábamos todos los que estuviéramos por casa.

Igual será porque mi vida quedaba lejos de los sitios donde sucedían cosas, pero el caso es que de

pequeño construía la realidad en mi cabeza antes de que ocurriera. No sé si es algo natural o me lo enseñaron,

pero lo he hecho desde que tengo uso de razón. Imaginaba esas realidades, digamos, virtuales, para lo que fuera

necesario en ese momento. Por ejemplo, me gustaba una chica. Pensaba lo que tenía que hacer para conquistarla,

y luego pasaba justamente eso que había soñado. Algunos lo llamarán intuición. O aptitud para descifrar el

futuro. Sé que no es eso, pero confío tanto en esa habilidad que me ha acompañado siempre, y que no puedo

explicar, que cuento con ella para tomar decisiones, para entender el mundo.

A veces en la tele escuchaba el nombre de un jugador, Beckenbauer por ejemplo, y lo archivaba en mi

cabeza. No tenía ni idea de cómo jugaba, pero me inventaba su estilo y me adueñaba de él. Al día siguiente,

mientras golpeaba el balón, chutando entre las ruedas del tractor, también lo narraba. «Ahí va Beckenbauer

chutando» o «Beckenbauer remata de cabeza y… ¡goooooool!» Esa era difícil porque tenía que centrármela con

las manos. Me imaginaba jugando en canchas grandes, en las más famosas. Curiosamente, nunca visualizaba la

hinchada. Será por eso que nunca le tuve miedo al público, y la razón por la que siempre jugué abstraído del

entorno. Me dio igual el escenario, jugar ante cien mil personas o ante nadie.

También creo que nada sucede por casualidad, que hay una razón para todo.

Desde pequeño tengo capacidad de percibir algo poderoso que es invisible, pero que existe. Una fuerza

vital, un campo de energía que hace girar el mundo, un aura que acompaña a las personas, que proporciona

información sobre ellos. Está en mi piel, lo noto. Karina y yo lo llamamos «energía universal». Mi esposa me ayudó

a entenderla y a profundizar en su conocimiento. Otros me ayudaron a explorar aún más esos sentimientos. No

es superstición o magia negra. Creo que hay ciencia detrás de todo esto. Y me ayuda a descifrar la vida cotidiana,

a comprender cosas, incluso de mi propio pasado.

Vengo de una familia de inmigrantes italianos del Piamonte. Mi bisabuelo montó un bar que también

hacía las veces de almacén. Era una persona con coraje, dominante y con un recto sentido del deber y la honradez.

Diestro con el cuchillo, imponía su ley y era respetado; «el sheriff», le llamaban, sin que nadie le hubiera nombrado

como tal. Pero así actuaba él: era la autoridad del lugar.

Mi abuelo creció a su imagen y semejanza, y a menudo se metía en líos. Cuando yo tenía unos catorce

años y él sesenta y pico, un día hubo follón en un pueblo cercano, en una cancha, durante un partido en el que

yo jugaba. Mi padre y mi abuelo se vieron envueltos en una batalla campal, repartiendo puñetazos a todo el que

se acercase y tumbando a gente.

Por la noche fui a la casa de mi abuelo a ver cómo estaba. Y él se reía.

—¿Qué hiciste, abuelo? ¿Qué pasó?

—No, un tipo que me tenía harto y le metí una piña.

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Ese era mi abuelo. Disfrutaba escuchándole contar historias de Murphy. Era gente que no le tenía miedo

a nada. Estando ya en Europa, regresé a Argentina para verle morir. Ya no me reconocía, pero me pude despedir.

Mi padre también creía poder con todo, pero mi abuelo le puso límites a su sueño, como solía ocurrir en

Murphy. Cuando era joven le daba bien al balón y tuvo ofertas para jugar en equipos de la zona, aunque no de

manera profesional. Mi abuelo se lo prohibió terminantemente. No podía ser: mi padre era el mayor de varios

hermanos y le tocaba seguir la línea, era quien debía encargarse de la tierra.

Mi viejo estudió hasta los doce años. Y después le tocó trabajar el campo día y noche. Casi no había

lugar para la diversión, ir al cine o jugar. A no ser que se escapara, claro. En una de esas espantadas conoció a

mi madre, que era de un pueblo cercano, y se casó con diecinueve años. Ella era dos años menor.

Mi madre, como mi abuela, inspiraba respeto. Ambas lo llevaban todo adelante.

Hoy mis hijos, cuando se pelean con su madre, le dicen: «Chapa la boca». ¡Imagínate decirle algo así a tu

madre en aquel tiempo! Te metían un tortazo que te giraban la cara. No recuerdo mi último cachete, pero sí que

me dieron unos cuantos antes de irme a vivir a Rosario con solo catorce años. Mis padres me enseñaron

perfectamente cuáles eran los límites y yo buscaba la forma de ser un poco travieso. Pero, sí, a veces se me iba

de las manos y recibía el castigo que entonces era universal.

En cualquier caso, mi padre era mi ídolo, siempre iba colgado de su bolsillo.

Había cosas que le molestaban mucho, como que entre hermanos nos faltáramos el respeto. Él tenía una

manera de transmitir valores que se me quedaron muy dentro.

Mi viejo me ayudó a ser futbolista. Sin su apoyo, no lo hubiera conseguido.

Quizá si mi abuelo no le hubiera prohibido jugar hubiera reaccionado de otra forma. Pero él dejaba de

trabajar para acompañarme al entreno o al partido, y de vez en cuando me llevaba a Rosario. Se privaba de

cosas para dármelas a mí.

Si no me hubiera dejado marchar a vivir solo a Rosario, no hubiera llegado a ser profesional. En esa

época era muy habitual que un futbolista argentino se marchara lejos de casa a intentar triunfar. Pero, por hacerlo

de ese modo, por dejar marchar al vástago, se crea un hueco entre padres e hijos, los años pasan, una década

o más, y acabamos convertidos en distintas personas —aún familia, pero extraños también—. Es el precio a

pagar por ser lo que soy ahora. A mis padres, como suele ocurrir, les costó evolucionar a medida que yo iba

creciendo y evolucionando. Y después de un tiempo se volvió difícil relacionarme con ellos.

Instalado ya en Rosario, hablábamos por teléfono solo los sábados, un rato nada más. Así no hay manera

de explicarles tu día a día, las emociones, las experiencias, cómo te vas transformando en una persona diferente,

y llega un momento en que tus padres son para ti unos desconocidos. O, mejor dicho, nosotros nos convertimos

en unos desconocidos para ellos. De la distancia se pasa a la intolerancia. Cuando somos jóvenes, esa energía

que te hace lograr cosas increíbles y buenísimas también te genera dolor, arrogancia e incapacidad para

comprender a tus mayores.

Pasa el tiempo y todo eso ya no se puede recuperar. La relación con los padres es como uno de esos

cables gruesos formados de cables más finos que lo hacen casi indestructible. Si los finos se van rompiendo, el

cable se va debilitando. Y es difícil repararlo. A veces, imposible. Sí, soy su hijo, pero también alguien famoso

que ha desarrollado una vida en la que ellos no participan. Creo que les cuesta separar al hijo del famoso.

El caso es que hoy no sé cómo levantar el puente que me acerque de nuevo a mi padre. Me cuesta hablar

de esto, me genera mucho dolor, porque esa distancia lógica se ha convertido casi en una ruptura, y me siento

responsable.

Con mis dos hermanos no tengo la relación que me gustaría tener. Es más, tengo la peor relación que

podría esperar. Me unen más lazos emocionales con amigos o conocidos que con mis hermanos. ¿Es cosa mía?

¿Cómo se llega hasta ahí? Son preguntas válidas porque no quiero que ocurra entre mis hijos. Les digo que

pueden ser amigos, y hasta pelearse cuando hay conflicto de intereses. Pero nunca deben dejar de tenerse

respeto.

Otra cosa que me preocupa es que transmitir valores a nuestros hijos a menudo depende de en qué

punto estemos en nuestro propio viaje vital. Hace seis o siete años, cuando Sebastiano tenía quince, yo estaba

en otro mundo. Era totalmente distinto a como soy ahora. Comprendía la vida de otro modo y los límites de mi

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paciencia eran otros, comunicaba de una forma diferente… Ahora, con Mauri, su hermano menor, me relaciono

de otra forma. Tengo una relación muy cercana, pero, ahora que he cambiado, ahora que soy diferente de la

persona que era hace seis o siete años, me pregunto si les he inculcado los mismos valores.

Como todos los padres, nos exigimos mucho. Quizá demasiado. Y no siempre acertamos.

Tengo que llamar a mi gente.

Un día casi me muero en el piso de Rosario en el que vivía. Me acuerdo como si fuera ayer.

El primer año en Rosario lo pasé en una pensión cercana a la cancha de Newell’s. Después mi padre me

compró un apartamentito chiquito, de una habitación.

Entrenaba por la mañana y por la tarde iba al colegio de las siete a las once de la noche. Al acabar, volvía

con un autobús de la línea 15 que pasaba a tres manzanas de mi casa. Enfrente de la parada había un bar y,

como a esa hora era muy tarde para cocinar, los dueños me preparaban unos sándwiches, me llevaba un agua

o una Coca-Cola y me iba caminando hasta mi casa.

Al llegar encendía la Noblex blanco y negro de catorce pulgadas, la misma que teníamos en el campo, la

de la batería. Aunque en Rosario había dos canales. En invierno el apartamento estaba frío, claro. Cerraba la

puerta de la cocina, que era muy pequeñita, la puerta del baño y la del salón-comedor y me iba a la habitación.

Me llevaba la televisión a la cama y la miraba un rato hasta que me dormía. Mi papá siempre me había

dicho que antes de ir a dormir apagara la estufa, para que no se consumiera el oxígeno. Y yo siempre la apagaba.

Pero esa noche hacía un frío de cagarse, y pensé: «Me voy a acostar un rato viendo la tele, dejo la estufa media

hora más para que se caliente el dormitorio y después la apago». Y me quedé dormido.

Cuando me desperté estaba hecho sopa en la cama, no podía ni respirar. Intuitivamente apagué la estufa.

Al lado había una ventana. La abrí y me asomé fuera, como un poco ido. Se ve que con el aire me fui despertando.

Abrí todas las ventanas y volví a la habitación. No sabía si me dolía la cabeza o el cuerpo, ni lo que estaba

haciendo, ni dónde estaba. Me metí en la cama todo mojado.

Me desperté por la mañana con la escarcha, con estalactitas en la nariz. ¡Un frío! Cerré todo, me duché.

Me dolía hasta la uña del dedo gordo. Fui al médico. Me revisó la fiebre, la garganta, la cabeza, todo. Y me dijo:

«Andate para tu casa, acostate y no salgás en una semana». Me tiré tres o cuatro días sin salir, comiendo arroz

y huevos, lo único que tenía. No tenía teléfono ni nada. Al cuarto o quinto día me levanté y fui para el club. Mi

papá, que no sabía nada, el fin de semana siguiente vino a verme. El apartamento estaba hecho un desastre.

¡Tenía hasta ollas de comida debajo de la cama! ¡Quince años, tenía yo! ¡No podía creerse lo que había pasado!

Casi me mata. Luego lo tiró todo y me compró un radiador eléctrico de aceite.

Pero mirá cómo pasan las cosas. Debe de haber alguien por allá arriba que veló por mí en ese momento,

que me avisó: «Andá y abrí la ventana». ¿Cómo me desperté, si no?

¿Hace falta sufrir tanto para ser futbolista?

Hay varias formas de convertirse en profesional. La vida no es «sufrimiento igual a recompensa». Más

bien requiere esfuerzo, deseo, pasión, responsabilidad, una mezcla de todo eso hace que logres tus objetivos,

no solo en el fútbol. Si mi hijo quiere ser futbolista, no tiene por qué pasar por lo que yo pasé. Me rebelo contra

eso. Para ser futbolista, más que sufrir, hay que sentirlo. Muy dentro. Yo lo sentía, aunque no sé bien por qué. A

mi hermano también le gustaba jugar a fútbol y mi padre le ofreció la misma posibilidad que a mí, pero no la

agarró porque no lo sintió aquí dentro. Si mi hijo no lo siente de verdad, no será futbolista, tanto da si vive en

una pensión a los catorce años o no.

Un día después de darle el sí al Tottenham, nos reunimos con el Southampton, donde jugaba Mauri con

doce años. Los entrenadores pedían que se quedara, le ofrecían un contrato. Y Mauri, claro, alucinaba, no se

quería venir a Londres con nosotros. Pero ¿qué hacíamos? ¿Partir la familia por la mitad? Después de analizarlo

durante varias semanas decidimos que compraríamos la casa que teníamos en Southampton y que yo me

quedaría a vivir en un hotel cerca de la Ciudad Deportiva del Tottenham, pero viajaría a menudo para estar con

la familia. Tras los primeros trayectos en coche me di cuenta de que eso no podía ser, era demasiado complicado.

Le dije a Mauri que si iba a ser futbolista, lo iba a ser en cualquier parte. Al final la casa no la compramos y él

se vino con nosotros.

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Si Mauri me dice que se va a Málaga, ahora que tiene dieciséis años y la madurez y la capacidad para

hacerlo, le digo que sí, pero en aquel momento era demasiado joven. ¿Es necesario dejar o alejarse de la familia

para mejorar? Lo curioso es que si fuera yo el que le propusiera que sufriera lo mismo que sufrí yo, seguramente

lo convertiría en un resentido. Hoy en día no le puedes pedir a un adolescente del primer mundo que sufra.

Me apena que mis hijos no hayan experimentado la naturaleza tal y como lo hicimos Karina y yo. Parece

que ahora la emoción solo despierta si llega acompañada de regalos materiales, cuanto más costosos mejor, y

no con el crecimiento de una flor en el jardín, que era todo un acontecimiento en nuestra infancia. Esas cosas

simples, las más tontas que uno se pueda imaginar, eran las que nos hacían felices. Hoy estamos demasiado

abocados a las cosas materiales.

En todo caso, nuestros hijos han sido buenos pibes. Sebastiano, que nació en Barcelona, siempre se

portó muy bien, se le podía llevar a todas partes. Un día fuimos a un restaurante al que suele ir el rey emérito

de España, Juan Carlos I. Allí no van niños, pero a Sebas le hacíamos partícipe de nuestra vida social y a nuestros

amigos no les importó que nos acompañara. En medio de la cena se puso a recitar a García Lorca. La encargada

del restaurante no se lo podía creer. Eso con tres o cuatro años. Era todo un personaje, Sebastiano. Se crio como

un adulto, siempre entre adultos, escuchando conversaciones de adultos. Y lo fuimos educando improvisando

sobre la marcha; estábamos los tres solos en Barcelona, sin influencias de abuelos ni tíos.

Luego fuimos a París, y de ahí seis meses a Burdeos. Vivíamos justo enfrente del gran teatro, en pleno

centro. Costó un poco el cambio, porque el pequeño Mauri acababa de nacer, y Sebastiano estaba adaptándose

a la vida en Francia cuando hubo que cambiarle de escuela de nuevo. Eso siempre es un drama.

A Sebas le compramos una bicicleta. Una tarde de domingo me prometí a mí mismo que hasta que no

aprendiera a andar en bicicleta sin las rueditas de detrás no nos íbamos del parque. Nos tiramos como tres o

cuatro horas. Dos abuelas se pasaron todo ese tiempo mirándonos, y en el momento en que Sebastiano lo con-

siguió, las abuelas empezaron a aplaudir.

Míralo ahora: es científico deportivo y se está labrando su propio camino. El otro día le preguntaron qué

quería conseguir: «Más experiencia y que me conozcan como Sebastiano, no como el hijo del mánager». Hace un

par de años, trabajando con nuestra academia en Bélgica, se le rebelaron un grupo de jugadores de Londres

que no le hacían ni caso. Se tuvo que ganar su respeto sin usar ni una sola vez su ascendencia familiar. Sé que

quiere volar, pero quizá es mejor que aguante un poco más con nosotros.

Mauri puede parecer muy tímido, pero tiene un gran sentido de lo que se llama «saber estar». Debe de

ser complicado jugar en el club en el que entrena tu padre.

Sabe que será juzgado de forma diferente, pero lo vive con calma. Estamos estudiando si vale la pena

aceptar una beca que le permita estudiar y entrenar en el club. Él quiere hacerlo. Está en sus manos aprovechar

la oportunidad y mostrar su valor, y sus valores.

Con Mauri no puedo charlar tanto de fútbol como con Sebas, que está en una fase más madura de su

vida y tiene un trabajo que le obliga a ser reflexivo y a buscar más respuestas. Es difícil hablar con un futbolista

de dieciséis años que cree saberlo todo. Y entiendo que tiene que ser así, debe creer que tiene razón,

seguramente a su edad yo también lo pensaba. Esa arrogancia te protege en un periodo normalmente plagado

de dudas. Si él fuera demasiado consciente de sus limitaciones y de las potenciales dificultades que entraña

convertirse en futbolista, dejaría de intentarlo. Además, soy su padre, por tanto, aunque sea entrenador, me tiene

cierta desconfianza.

Yo suelo analizar la situación sin la emoción del padre, cuando lo normal es creer que tu hijo es siempre

el mejor, y si no jugó bien es culpa de los otros. Cuando juega bien, se lo digo, pero cuando juega mal, se lo

digo también. Por supuesto, eso puede herir sus sentimientos. Ahora trato de evitar esa conversación.

Cuando no juega bien, no le digo nada. Bueno, digo: «Difícil el partido, ¿eh?».

Nada más.

¡Ah, el hogar, la familia! El lugar de descanso. Donde vuelvo a ser quien soy. Y si alguna vez se me olvida,

vuelvo a traer al frente la foto del niño con la sonrisa de oreja a oreja y el balón bajo el brazo.

Lunes 5 de septiembre. Está siendo un fin de semana tranquilo. Jugó Inglaterra. La semana que empieza

será un poco difícil porque los chavales van llegando al ritmo que marcan los partidos internacionales. Los

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preparadores físicos y los miembros del cuerpo técnico preparan cargas de trabajo y descansos individualizados.

Ayer aterrizaron unos. Son llegó hoy, mañana otros nuevos. Pau López, el portero del Espanyol, también ha

llegado estos días, cedido. Tiene un gran potencial y cuenta con la suerte de entrenar con Toni, que está creando

su propia metodología.

Por cierto, me llegó un regalo de Dejan Lovren, ahora en el Liverpool y antes con nosotros en el

Southtampton: un reloj con una nota: «Para mi padre futbolístico».

No era necesario. Pero es el mayor de los premios.

Esta será sobre todo una semana en la que se pondrán las cosas un poco en su lugar, porque el mercado

ya está cerrado, los jugadores saben que no habrá más cambios y las situaciones de cada uno se van arreglando.

Hemos acordado renovar a seis futbolistas, irá poco a poco apareciendo en la prensa. Tras el cierre del mercado

y mi regreso de Barcelona e Ibiza, el presidente estuvo inteligente: montó una reunión con Jesús, conmigo y un

par de personas más. Pero primero lo hizo conmigo a solas. Quiso recordarme que, al final, nosotros dos somos

los que tenemos la última palabra en relación con los jugadores que entran y salen. La autoridad, al fin y al cabo,

no es algo que se compre en una tienda: te la entregan los otros.

Comí muy bien estos días que estuve fuera. Tengo que bajar de peso, así que he empezado a hacer

deporte de nuevo. Mientras corría en la máquina me quedé un rato pensando en la extraordinaria luz de

Barcelona.

Mi mujer creció en una casa con un jardín grande como el que tenemos ahora; necesita sentir espacio a

su alrededor. Aquí no solo tenemos jardín, también las salas son amplias. Escogimos este pueblo porque nos

queda a nueve millas de la Ciudad Deportiva y a nueve del colegio. Pero apenas lo conocemos. Es más bien

residencial, de casas con jardín, una al lado de la otra, pero los vecinos están lejos.

Solo conocemos a una vecina, hincha del Tottenham, por cierto. Al principio vivíamos enfrente de ellos,

y un día vinieron a presentarse, una familia entera aficionada del Tottenham de toda la vida. Vinieron hasta los

nietos, que eran por cierto muy majos todos. Cuando nos mudamos, no muy lejos de allí, ella siguió poniendo a

Karina al día de todo.

Queda claro que me encanta la naturaleza, pero cuando descubrí la ciudad me hice fanático de la charla,

del café con unos y con otros. Eso no existe, en la misma medida, en Londres. Ese aspecto espontáneo de la

vida social, que te encuentres a alguien por casualidad o llames a un amigo para verte en quince minutos. Por

eso, cuando tenemos un día o dos, nos vamos a Barcelona. Vamos de retiro espiritual, a compartir tiempo con

los amigos, a buscar otra luz. Hasta los chicos —Sebas aún vive con nosotros— lo piden si llevamos un par de

meses sin ir.

Karina monta su día alrededor de Mauri. Lo va a buscar con el coche, le prepara la comida, lo lleva al

entreno. Probablemente se pasa unas tres horas al día al volante. Estudia cocina y nutrición; es una de esas

estudiantes eternas que siempre tiene cosas nuevas que aprender. Hace gimnasia y cocina, pasa horas y horas

en la cocina. Es una maravillosa e inventiva cocinera.

Somos conscientes de que esta es una etapa muy productiva para mí, con lo cual trabajo y trabajo,

robando tiempo a la pareja y los hijos. Llegará el día en que las ofertas escasearán en Europa. Igual nos querrán

en Japón, o en Estados Unidos, y podremos ir los dos solos, un par de años, a descubrir cosas. Hasta ahora

todas las decisiones las hemos tomado en familia, más por ellos que por mí. Incluso cuando los niños eran

chiquitos, nos sentábamos los cuatro a decidir.

Imaginábamos la escena: ¿dónde viviríamos? ¿Y los colegios? ¿Cómo será la casa?

Imaginábamos el viaje antes de hacerlo.

Cuando tengo que tomar una decisión, incluso después de pensarlo mucho, si queda todavía un milímetro

de duda, espero. Si, como me decía un amigo, tengo la posibilidad de darle una noche más a la reflexión, se la

doy. Confío en mí. En que algo aparecerá que me ayudará a decidirme. No sé explicar qué es, quizá esa intuición

de la que hablé antes. Algo que me inspira y me revela la respuesta correcta. Y cuando la encuentro es difícil

que me equivoque.

Pero mudarse nunca es una elección sencilla. Como jugador, rechacé muchas opciones que implicaban

dejar Barcelona. Y es que a veces el timing no se da como tú quieres. Querrías marcharte cuando tu hijo termine

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la secundaria. Pero no siempre es posible. Lloré días y días cuando supe que teníamos que dejar Barcelona para

ir a Southampton. Sabía que para la familia era un palo terrible.

Sábado. Jugamos contra el Stoke. Los primeros veinte minutos, el equipo no estuvo bien. Nos cuesta

empezar los encuentros, nos faltan automatismos, fallamos en la fluidez, aunque no nos crearon ocasiones de

peligro.

Pensé en lo que habíamos hecho ayer. ¿Hicimos bien aligerando la carga de trabajo un viernes? Por fin

estaban todos tras el parón internacional, así que hicimos algo de vídeo, para que se divirtieran, más que nada.

Jugamos un once contra once con chicos de la academia, y Son jugó, pero debería haber sido más efectivo.

Teníamos otras posibilidades, pero estaba convencido de que era el momento de darle la oportunidad y

mostrarle nuestra confianza. Había estado planteándose dejar el club y era una forma de decirle: «OK, te

quedaste, pues empezamos».

En el minuto 19, Son, que se estaba mostrando muy participativo, provocó un penalti que no le cobraron.

Son me recuerda a Lamela, que llegó al club un año antes que nosotros. Como el de Son, fue un fichaje costoso

y los jugadores jóvenes sienten esa presión. Quieren demostrar todo en cada acción y les cuesta verse fuera del

once inicial. El periodo de adaptación es esencial. Lamela necesitó uno o dos años hasta que empezó a rendir.

Pero los futbolistas de hoy en día son bastante impacientes, lo quieren todo, y ya. Un poco como la sociedad,

que es la que marca el camino. Acudes a internet y a los dos segundos tienes la información.

Pero en la vida todo lleva un proceso de maduración, de trabajo y de aprendizaje.

Tuvimos una charla con Son durante la semana, cuando regresó de los Juegos Olímpicos. Le querían en

Alemania, donde le prometían que jugaría. Pero siempre digo que prometer eso es la muerte de un futbolista.

Es mejor que te aseguren que te van a dar una oportunidad, que si eres mejor que el compañero vas a jugar, y

que no haya nada preestablecido, porque si no, te duermes en los laureles. Con Son hemos sido claros: se tiene

que ganar el derecho a jugar, igual que todos.

Tenía ganas de irse, después de un año en el que lo había pasado mal, pero le dije que contaba con él y

que no íbamos a regalarlo. Decidió quedarse. Solo había jugado un partido con la selección y regresó rápido

para poder entrenarse durante diez días. Se ganó ser titular ante el Stoke.

Y en el 41 marcó el primer tanto del partido.

Son se rodea de un séquito importante, con secretario y todo. Su padre es el agente. Tiene muchos

patrocinadores. Manejar eso no es fácil. Me habían dicho que en Corea del Sur es una superestrella. Y este

verano, paseando por Australia, encontramos a una chica coreana que nos pidió un autógrafo. Le preguntamos

si conocía a Son, nos dijo que no y nos preguntó quién era. Tuvimos que enseñarle una foto… ¡y aun así la

coreana no lo conocía!

Se lo tengo que contar a Son.

Nos fuimos al descanso ganando pero sabiendo que no estábamos bien, y corregimos cosas. En la

segunda parte, a los once minutos, volvió a marcar Son.

También dio una asistencia e hizo un trabajo defensivo correcto. Fue el hombre del partido. Ganamos 4-

0. Kane marcó su primer tanto. Estamos quintos en la tabla.

Semana de Champions. El once está más o menos definido, la gente está enchufada. Tras el parón

internacional tuvimos varias charlas individuales, había que averiguar cómo están las cabezas de los chavales.

Harry Kane fue uno de ellos, hablamos de su situación contractual y de su sequía goleadora. Marcar ante el Stoke

fue ciertamente positivo.

Me vi con Eric Dier una mañana. Le mencioné algunas cosas básicas que estaba dejando de hacer. Por la

tarde pidió volver a hablar conmigo. Entrenamos en Wembley y luego le enseñé vídeos de la sesión y del último

partido. Al final lo admitió:

«No pensé que fuera para tanto».

Mañana jugamos contra el Mónaco. Me dijo Jesús que ante el Stoke tuvo que activar al equipo durante

el calentamiento, cambiando el último ejercicio planeado.

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Les vio pasivos. Imagino que mañana habrá que pararles, calmarles, ante un estadio nuevo, delante de

noventa mil personas, algo histórico. Con estas cosas soñamos de pequeños.

En el viejo Wembley jugué con la selección, creo que en el 2000. Parecía que iba a ser titular. Pero no.

A los cinco minutos de comenzar el partido, Bielsa me manda calentar, junto con Bonini. Miro a mi compañero y

le digo: «¿Por qué me manda a calentar si solo llevamos cinco minutos de partido?». No había ningún lesionado,

ni nadie se quejó. Llevaba cinco minutos haciendo ejercicios y me dice:

«Cámbiese». ¿¡Cómo que me cambie!? ¡No hacía más de diez minutos que había empezado el partido!

«Fuera Sensini, Pochettino adentro.» Bielsa vio cosas que el resto no vimos. Se hizo el cambio. Entré. Y lo que

hizo Fernando Redondo me encantó. Agarró el balón después de una falta y me llamó. «Poche, Poche, vení, vení,

cobrá la falta.» Ya, ya está, ya la tocaste, ya te sacaste los nervios. El epítome de la astucia y el pensamiento

rápido de Argentina, de un chico de la calle. La viveza del potrero.

Wembley. El sitio donde no te puedes esconder, el lugar donde descubres si sabes tanto como crees.

Donde aplican muchas de las cosas con las que llenamos el zurrón por el camino.

El adiestramiento de un entrenador empieza mucho antes de su primer partido.

Debemos elegir entre varias opciones cien veces al día y aspiramos a que la mayoría de veces se tome

la correcta. Pero esas decisiones tienen padres: nuestra experiencia, los sentimientos, las circunstancias. A veces

esos padres tienen nombre y apellidos. Por ejemplo, el de Jorge Griffa, que trajo a Newell’s una extraordinaria

generación de jugadores y de quien me llevé muchas cosas.

Primero y ante todo, de él aprendí que en la vida hay que ser valiente. Griffa era una persona sin miedo

que, desde el principio, me pareció inmortal, con esa energía y una voz gruesa que imponían. No era un poeta

con las palabras, sino muy directo, y lo que te decía te penetraba hasta bien al fondo de tus entrañas. Y actuaba

igual que hablaba.

Aunque entonces yo ya jugaba en primera división, no tenía agente. «Mauricio, no lo necesitás —me

dijo—. Confiá en mí, el club no te va a engañar. Da lo mismo que los demás tengan representante, tú no vas a

cobrar menos que ellos.» Y el día que fui a firmar mi primer contrato, siendo yo ya campeón con Newell’s, Griffa

me dijo: «Este es tu primer gran sueldo, ¿no? De ahora a cuando termine tu carrera futbolística tienes que vivir

bien, pero piensa también esto: el día que dejes el fútbol tienes que vivir aún mejor». O sea, que cabeza, quiso

decirme. Había que sembrar para recoger. No me hablaba solo del bolsillo, sino de la vida: así como cuides a la

gente, ellos te cuidarán.

Otra cosa que me contó lo repito hoy a nuestros jugadores. «Mauricio, el fútbol te va a llevar donde el

fútbol quiera, no donde tú quieras ir; dejate llevar, hazlo lo mejor que puedas y confiá.» Muchas veces los chavales

se cargan con problemas y les repito: «Juega al fútbol, sé feliz, el fútbol te llevará donde quiera».

Luego está Bielsa. No es casualidad que muchos de los que jugaron bajo sus órdenes en el Newell’s del

90 al 93 sigamos ligados al fútbol como entrenadores: Scoponi, Gamboa, Berizzo, Martino, Zamora, Franco,

Berti… Bielsa nos hizo entender el juego y nos contagió su pasión. Pero, como entrenador, nuestros

planteamientos divergen. El Marcelo que conocí, el que disfruté y sufrí en la misma medida, basaba todo en la

posesión del rival y en cómo quitarle la pelota. Ese solía ser el eje de su método. Su filosofía ha evolucionado

desde entonces, pero no estoy con él todos los días, así que no tengo opinión al respecto.

Mi enfoque tiene algo en común con el suyo, pero también con muchos otros: yo tengo el balón, y tú

tienes que intentar quitármelo. No me obsesiona el rival del modo que le preocupa a Bielsa, que ha llegado a

pedir a su asistente que se disfrazase para colarse en el entrenamiento a puerta cerrada del oponente. Los dos

pedimos a los nuestros que sean intensos, que tengan ritmo alto, pero yo quiero que mis equipos provoquen

un desorden controlado para que el rival se angustie.

Yo no les pediré nunca a los jugadores que nos den la vida. Con Newell’s, en las etapas clave de la Copa

Libertadores, por ejemplo, podíamos pasar tres meses concentrados. Juntos, solo salíamos el jueves por la

mañana. Entrenábamos lunes y martes, jugábamos la Copa Libertadores el miércoles, salíamos de la

concentración el jueves después de entrenar, volvíamos esa noche. Nada de vida familiar.

Bielsa estaba con nosotros a veces, y a veces no. Pasábamos todo el día ahí, con una sola línea telefónica,

que se cortaba a las diez de la noche. Si te llamaba tu novia tenías que estar al lado del teléfono, porque si

atendía otra persona respondía que tú no estabas; todo el mundo esperaba una llamada.

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Fue precisamente una llamada no contestada la que, tiempo después, me permitió convertirme en

entrenador del Espanyol.

El presidente, Dani Sánchez Llibre, me vino a buscar cuando estaba en el Burdeos para ayudar al equipo,

que atravesaba dificultades. Dos años después se decía que quería que me fuera del club. Lo llamé, pero no

contestaba al teléfono.

Un día supe que estaba cenando en el Hilton y fui a verle. «¿Podemos hablar cuando acabe?», le pregunté.

Cenamos en mesas diferentes y después nos juntamos.

«Mire, presi, se ha equivocado al no cogerme el teléfono. Si no quiere que me quede, me lo dice y lo

arreglamos en dos minutos.» Y así fue, me fui del club, me retiré del fútbol.

Al poco de dejarlo, se especuló con que yo quería ser el nuevo presidente del Espanyol. Hubo hasta

encuestas y todo. Llamé a Dani. «Quiero que sepa que todo esto que está saliendo no es verdad.» Hoy el presi

dice que nunca hubiera aprobado la propuesta de la dirección deportiva de convertirme en entrenador en 2009

si no hubiera aclarado ese tema con él. De hecho, esas dos conversaciones reforzaron nuestra relación.

Con todo, debo agradecerle que en ese momento tan delicado confiase en una persona que había jugado

muchos años en el Espanyol, que conocía las entrañas del club, pero que no había dirigido nunca. Era el tercer

entrenador de la temporada de un equipo que estaba último en la tabla, a cinco puntos de la salvación.

Con un vestuario difícil, porque vivía el fin de una era y nadie se atrevía a hacer la reconversión. Pero yo

sabía lo que tenía que hacer.

No tenía experiencia, pero sí las cosas claras.

Desde el primer día, mi cuerpo técnico y yo llegábamos pronto a la Ciudad Deportiva, a la que fuimos

cambiando la cara. Tomábamos mate, discutíamos, charlábamos. Escuchaba a uno y al otro. Y al final, combinando

intuición y reflexión, decidía. No he cambiado tanto. Igual he mejorado las charlas. Hicimos algunas cosas raras,

¡hasta hipnosis!

En nuestro debut, empatamos contra el Barcelona en la Copa del Rey, pero también con el Valladolid en

Liga. Dimitió Paco Herrera como director deportivo, y Ramón Planes, que estaba en la secretaría técnica, se hizo

cargo de esa función hasta final de temporada. Eso le dijeron, y que luego ya se vería. Estábamos todos en el

aire. Nos veían en segunda.

Me hablaron mal de Ramón. Y a él de mí. Eso es típico en el fútbol y, claro, hubo un momento de ruptura

casi total entre los dos. Mantenía la distancia con Ramón, pero seguimos trabajando juntos. Dejé la puerta

abierta. Le observaba. Nos fuimos conociendo. La calidad de su trabajo, su perseverancia, coraje y principios

hablaban por él. Ramón y yo teníamos más en común de lo que me había parecido al principio y unimos fuerzas

en los momentos complicados, de los que íbamos a tener en abundancia. Sabíamos que teníamos que hacer una

reconversión. Y estábamos decididos a apostar por la gente joven. Fue él quien metió a Jesús Pérez en el club,

y yo, que necesitaba estímulos nuevos, le puse a mi lado.

Pero primero, antes de cualquier otro plan, teníamos que salvarnos.

El equipo compró nuestra idea desde el primer día. Teníamos que ser proactivos, salir con confianza,

darle ritmo alto al juego. Ser atrevidos. Y si había alguien que no quería subirse al carro, se llamara como se

llamara, no pasaba nada, otro jugaría en su lugar.

«Ahora sí que nos salvamos», le dije a Ramón después de ganar al Barcelona en el Camp Nou. En los

derbis siempre íbamos a por ellos y conseguimos puntos que les costaron ligas.

Según avanzaba la temporada, vivíamos con tensión, con una intensidad inmensa. Con estrés del duro,

pero con su parte buena, también. Y luego, lo mejor de ganar un partido con el Espanyol, por duro que fuera,

siempre traía una enorme sensación de felicidad: así nos sentíamos cuando nos levantábamos, cuandoleíamos el

diario, cuando paseábamos. La felicidad era tan completa como momentánea.

Llegamos a estar a ocho puntos de la permanencia, pero hicimos 32 en 19 partidos. Y nos salvamos a

dos jornadas del final. El nuevo estadio lo íbamos a inaugurar en primera división. Con un grupo de ingenuos

idealistas a cargo.

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Llegar a Cornellà-El Prat era el final de un exilio a Montjuïc que empezó con el derrumbe de Sarrià, el

símbolo del club, en septiembre de 1997. Me acuerdo del sábado en que se demolieron las dos tribunas, un día

muy triste. Vivíamos a trescientos metros y por la noche fuimos a ver las ruinas con mi señora y Sebastiano.

Le pedimos al guardia de seguridad que nos dejara entrar. Caminando hasta el centro del campo era

imposible reprimir las lágrimas. Se sentía una energía que agonizaba y que iba desapareciendo lentamente.

Soñé que iba a inaugurar el campo de Cornellà-El Prat. Por suerte, se confirmó.

Trajimos al Liverpool de Rafa Benítez el 2 de agosto de 2009. Nos vinieron a ver cuarenta mil

espectadores.

Pasó una cosa rara. Apareció en el campo un pajarito, un pichón, no recuerdo si verde o blanco; lo agarré,

lo solté y salió volando. Eso también lo había soñado.

Ganamos 3-0.

Y seis días después, en plena pretemporada, murió Dani Jarque.

Aquello fue durísimo. Es muy difícil de explicar. Son situaciones que toca asumir, pero no puedes dejar

de preguntarte por qué te toca vivirlas. Por qué le ocurre algo así a un chico tan joven, tan sano.

Recuerdo cada detalle de aquel sábado por la mañana. Habíamos entrenado en el centro de la Federación

Italiana de Fútbol en Coverciano, Florencia, donde él parecía estar totalmente normal. Preparábamos un partido

que íbamos a jugar al día siguiente en Bolonia. Después de comer les dije a los jugadores que podían ir a dormir

un rato la siesta y después dar una vuelta por Florencia. Dani pasó por mi lado y se dirigió al médico, que estaba

frente a mí: «Doctor, ¿me das una aspirina o un paracetamol, que me duele un poco la cabeza?».

Yo salté: «Date una vuelta por Florencia, te tomas un café y ya verás como se te pasa». Pero me dijo que

no, que se quedaba a descansar porque estaba cansado.

Esas fueron las últimas palabras que escuché de él.

Estando en una plaza de Florencia, con Feliciano di Blasi, mi asistente, me llamó Iván de la Peña, nuestro

mejor jugador. Estaba llorando y me pidió que volviera al hotel, que algo le estaba pasando a Jarque. Cuando

llegamos los médicos estaban en la habitación tratando de reanimarlo. Durante tres horas. Nunca respondió.

Paro cardiaco. Veintiséis años. Fue durísimo, un drama, un drama colectivo, los médicos haciendo su

trabajo y los jugadores alrededor, tirados, llorando, todos agarrándose la cabeza, desencajados… La impotencia

que sientes al ver que se te está yendo un chico al que quieres, una persona que es parte de tu vida, al que

acababa de dar la capitanía, que me recordaba tanto a mí… y no poder hacer nada. Se fue. La frustración es

tremenda.

El silencio en el avión de vuelta de Florencia ese mismo día dolía muy dentro.

Era ensordecedor.

Había que seguir, proteger al grupo, unirlo. Debíamos dirigir la energía hacia la recuperación, hacia la

confianza. Que la pena fuera un motor. Todas las miradas, las palabras, los gestos cobraban un nuevo significado.

Sufrimos alguna derrota, nos costó coger el ritmo. La novia de Jarque, Jessica, estaba embarazada y dio

a luz a su hija Martina el 23 de septiembre. Justo el día que ganamos el primer partido oficial en el nuevo

estadio. A ellas les dedicamos la victoria.

Ese verano habíamos empezado la necesaria reconversión de la plantilla. Dimos opciones a los chicos de

la cantera, como Kiko Casilla, ahora en el Real Madrid, que había estado enterrado en el Cádiz, de Segunda B,

donde jugaba cedido. Y Víctor Ruiz, hoy en el Villarreal. Víctor fue nuestro central el día que perdimos contra el

Racing, 1-4, y lo pasó mal. Después del entrenamiento del lunes siguiente, le dije: «Oye, a jugar, sin miedo, a

jugar, a por ellos». Después del Racing tocaba el Barcelona en el Camp Nou y tenía clarísimo que Víctor iba a

jugar. Pudimos sacar un punto, pero Xavi se inventó un penalti que les dio la victoria.

El fichaje de Dani Osvaldo en enero de esa segunda temporada (2009-2010) es quizá el mejor ejemplo

de cómo funcionábamos. No hacíamos goles, no teníamos dinero, pero teníamos una opción para fichar a

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Chupete Suazo, recomendado por Bielsa, que era uno de los mejores goleadores en Chile y México, donde había

acumulado unas estadísticas brutales. Ramón y yo lo estudiamos durante horas.

Todo el mundo lo veía claro, menos nosotros. «¿Qué pasó con aquel chico [Osvaldo] que vimos hace dos

años en el torneo de Toulon, un argentino que jugaba en la internacional sub-20 italiana?» Ramón me dijo que

en dos años había hecho tres goles, que apenas jugaba. Pero no podía ser que a los veintidós años se le hubiera

olvidado el fútbol. Lo volvimos a ver. Le dije a Ramón: «Me gusta mucho este cabrón, ¿lo fichamos y a ver qué

pasa? Si sale mal nos matarán». En esa posición ya teníamos a Raúl Tamudo, leyenda del club, pero firmamos a

Osvaldo, con dos cojones. En el primer entrenamiento nos miramos y nos dijimos: «Nos hemos equivocado, está

muerto, es un exfutbolista». Así que lo pusimos en forma. En sus primeros cinco partidos marcó solo un gol. Pero

acabó siendo la venta más importante de la historia del Espanyol: lo compramos por cuatro millones y se vendió

por diecisiete. En solo un año y medio.

Vimos cientos de partidos de la cantera, hicimos debutar a más de veinte chicos, muchos de ellos hoy

profesionales establecidos: Jordi Amat, Víctor Ruiz, Dídac Vilà, Javi Márquez, Álvaro Vázquez, Javi López, Raúl

Rodríguez… Pero quizá lo que más me hizo crecer como entrenador, a pasos agigantados, fue el pulso con

Tamudo, un icono, uno de los mejores jugadores de la historia del club y su máximo goleador que, a mi llegada,

estaba cerca del final de su carrera.

Tuve que lidiar con una situación con la que no se atrevieron otros entrenadores con mucha más

experiencia. Nadie había querido abrir la caja de Pandora. Sabía lo que tenía que hacer, y fui directo. Me importa

tres carajos todo cuando lo que voy a hacer es lo correcto y honesto. Me tiré de cabeza.

No quise maltratar al ídolo. Pero los pasos que di eran necesarios. En todo caso, no podía permitirme

que el equipo fallara, porque yo era novato y la posición del club estaba en juego. Aunque nos habíamos salvado

la temporada anterior, la falta de presupuesto nos dificultaba salir de la parte baja de la tabla.

Raúl era mi amigo, compartimos alegrías de vestuario, incluyendo las dos Copas del Rey que ganamos,

pero en ocasiones los intereses personales de los futbolistas se sobreponen a los colectivos. Tuve muchas

conversaciones con él para tratar de hacerle ver que su comportamiento no era el adecuado, que se esperaba

algo más de un líder y un veterano como él, y que probablemente se lo recriminaría a sí mismo en un futuro.

Llevaba trece años en el primer equipo y seguramente había sufrido mucho el peso de la responsabilidad sobre

sus hombros, pero eso no le otorgaba el derecho a olvidarse del grupo.

Aquella temporada empezó con el recuerdo de Dani Jarque, pero la atención se dirigió a Tamudo, que

fue saliendo de las convocatorias. Cuando me preguntaban decía que no estaba para jugar. Al final disputó

solamente 376 minutos en toda la temporada, participó en seis de los treinta y ocho encuentros de liga, solo

cuatro de titular. En dos, entró cuando faltaba media hora.

Raúl no lo entendió, o mejor dicho, no quiso entenderlo, lo que, naturalmente, solo complicó las cosas.

Recuerdo verle llorar cuando me despedí como jugador. Y unos años después discutíamos el uno frente

al otro, diciéndonos cosas muy gordas. Hubo conversaciones sinceras, pero cuando se rompe algo, se rompe.

Estoy seguro de que ambos podríamos haber evitado muchas cosas, sobre todo porque no solo sufrimos

nosotros, sino también quienes nos rodean.

Imagino que todo lo que nos ocurrió le hizo madurar. Estoy convencido de que yo también me equivoqué

en esa gestión; uno aprende y mejora con el tiempo.

Ahora, tras diez años como entrenador, no entraría a pecho descubierto, como Mel Gibson en Braveheart,

a pelearme contra todos con una lanza. Hay que saber calmar los ánimos.

En la actualidad no nos hablamos. Mucha gente ha contribuido a este estado de cosas; el Espanyol tiene

un entorno que propicia que si algo va mal, vaya peor.

Pero me queda una sensación de tranquilidad, porque cada decisión que he tomado puedo justificarla

con sólidos argumentos.

Hoy Tamudo forma parte del cuerpo técnico del club y estoy seguro de que, desde ese otro plano, verá

que hay que tener en cuenta muchas cosas a la hora de tomar decisiones. Probablemente, no estará de acuerdo

con el comportamiento de futbolistas como él. Y si se encuentra a alguien parecido tomará decisiones destinadas

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a que reine la buena dinámica en el grupo. Para eso hay que tener las cosas muy claras, mucha disciplina, y

saber qué valores quieres asentar.

El caso es que, en una época de vacas flacas, cubrimos tres temporadas sin ningún apuro —flirteando

incluso con Europa— y llegamos a los ciento cincuenta partidos dirigiendo al Espanyol. Pero el sueño se acabó

el 13 de noviembre de 2012.

¿O fue antes?

En verano, entre la penúltima y la última temporada, ya había mucho lío. Los problemas financieros no

permitían fichar y había que vender. Llegó un momento en que pensé: «¿Para qué vamos a seguir si es meternos

de cabeza en el pozo?».

Justo en esos días me llegó una oferta de la Sampdoria, que acababa de subir a primera. Estaban

dispuestos a pagar la cláusula de rescisión y me ofrecían el doble de lo que cobraba en el Espanyol. Estaba a

punto de embarcarme en mi quinta temporada en el club. Pasamos el verano dudando sobre qué hacer. Me oía

decir a Ramón: «No, luchemos y sigamos, me cago en la puta». Karina insistía que no podía verme más con ese

agotamiento, que renunciara. Que no podíamos seguir así, me decía.

Al final les dije: «Me voy. Nos vamos». Al día siguiente vendría el dueño de la Sampdoria a cerrarlo todo.

Pero cuando me levanté por la mañana llamé al director deportivo italiano para decirle que no, que no

vinieran, que me quedaba. Lo había analizado todo, veía el desastre en el Espanyol, pero mi orgullo me decía

que ese año le íbamos a dar la vuelta. Sin dinero, siendo creativos. Me pudo el romanticismo, se me instaló en

la cabeza y no hubo quien me parara.

En mi familia somos del Espanyol, y eso no lo vamos a cambiar nunca. Pero acabamos por perder la idea

romántica del club. Te desencantas cuando ves que el sueño perfecto que imaginaste, el fútbol como transmisor

de ideas y valores, no es compartido por el resto; que tu intención de implantar raíces profundas no cuaja.

De repente te das cuenta de que eso no es posible, que eso no existe. ¡Qué difícil es separar el negocio

del sentimiento! Hay gente genuina que lleva el club en los genes. Y luego están quienes utilizan el fútbol para

generar dinero o promover intereses propios. Eso es suficiente para matar los sueños. Eso y centrarse solo en

los resultados. ¿De verdad son los resultados lo único que importa?

En la pretemporada 2012-2013 ya vi cosas que no me gustaron. Perdíamos partidos, nos faltaba empuje.

También había cansancio acumulado, tanto por mi parte como por la gente que me acompañaba. Cuando un

entrenador toma decisiones hay beneficiados, pero puede haber también perjudicados. Estando en un puesto

de responsabilidad no puedes pretender contentar a todo el mundo. Había gente descontenta. Se empezaba a

necesitar otra cara.

En el club me dijeron que no me podía ir hasta que se celebrara la asamblea para elegir al presidente.

Joan Collet, el hombre fuerte del club que se presentaba como opción continuista, era el favorito y cualquier

movimiento en el banquillo podría estropear las elecciones. Pero estábamos todos agotados. Le pedí a Collet

que me dejara marchar. «Por favor, déjeme ir.» Me dijo que no. Dos o tres semanas antes de la asamblea de

compromisarios reiteré mi petición, en casa, delante de Karina:

«Joan, por favor, si ganas las elecciones, me voy al día siguiente. Déjame ir». Estuvo de acuerdo. Continué:

«Joan, tengo este año y uno más de contrato. Renuncio a ese año, pero a mi gente la pagas, porque ellos no

tienen nada que ver». No era una petición excesiva, incluso considerando las dificultades financieras que

maniataban al club. Por ejemplo, Miki, mi amigo y asistente, cobraba más o menos cuarenta y cinco mil euros

brutos al año. Collet aceptó.

Así es como acabó. Llevaría toda una vida en otro club experimentar lo que nosotros vivimos en el

Espanyol. Creo que hubo un equilibrio entre lo que recibí del club y lo que le di. Estamos a la par. Siento un

agradecimiento eterno por el club y por su gente. Es el club que me permitió ir a Barcelona y vivir grandes

momentos como futbolista y como entrenador.

Dice Ramón que fui un samurái en otra vida. Creo que se refiere al hecho de que tengo valores claros,

que soy un luchador, que tiro hacia delante sin miedo, especialmente cuando las cosas se ponen complicadas.

Que soy leal y honesto con los míos, dispuesto a matar por ellos. Como mi bisabuelo y su abuelo, aunque sin

navajas.

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No sé. Pero es un orgullo que alguien tan cercano, con quien vivimos tanto en el Espanyol, me haya

imaginado de esa guisa.

14 de septiembre de 2016. Perdimos ante el Mónaco delante de 85.011 espectadores, el récord de

asistencia de un club inglés en la Champions. Merecidamente. 1-2.

Peor aún: nos traicionamos.

En mi primer partido en Champions. En nuestro primer partido en Champions.

Salgo con mi familia de Wembley a las 23.20 h, después de comer algo en la sala del mánager.

Escuchamos música en el coche, ninguno de los cuatro dice nada. Ya lo habíamos dicho todo. Al llegar a casa

nos metimos en la cama, me puse la radio española, escuché un poco de todo, fui cambiando de canal. Hora 25,

la COPE, Onda Cero, El larguero…

Tengo el iPad en mis manos, el día merece una reflexión final antes de despedirlo.

Estoy enfadado. Era una noche histórica. ¿Cuándo vamos a tener la posibilidad de contar de nuevo con

las casi noventa mil personas que nos apoyaron? Y además con la música de la Champions… Si eso no te

motiva…

Perdimos por no mostrar actitud, por falta de pasión, por no estar excitados por jugar la Champions

League. No es que no supiéramos jugar a fútbol, o que no tengamos la calidad suficiente. No tuvimos la

preparación mental para jugar ese partido. Eso es lo que me cabrea.

Como conductor, debo admitir la responsabilidad y cuestionarme muchas cosas. Lo difícil es hacer lo que

hace Messi: coger el balón para irse de cinco y marcar un gol. Lo que nunca debería ser difícil es correr, ser

agresivo, estar atento, bien colocado, porque todo eso depende de tu voluntad. A veces las cosas no salen como

las preparaste, pero nunca debes esconderte. Y en ningún momento hicimos gala de la actitud que se requiere

en este tipo de partidos.

Había vivido los días previos como un sueño. Así que fue duro despertar concediendo dos goles en la

primera mitad y del modo en que lo hicimos; menudos errores.

Así que en el descanso me convertí en una máquina parlante, no podía parar. Ni quise parar. Cualquiera

era capaz de verlo: «¿Qué equipo es este? ¿Cómo habéis podido encajar esos goles? ¿Cómo podéis comportaros

de esa forma? ¿Es que no tenéis sangre en las venas?». Les dije eso y más. Casi me cargo una televisión de un

puñetazo. Creo que se asustaron un poco al verme de esa forma, fue la primera vez que me mostré tan cabreado

con este grupo.

Les pedí que demostraran respeto por la afición, les dije que no me importaba ganar o perder, pero que

no se podía abandonar lo que somos: un equipo valiente, agresivo, decidido, intenso. No hacía falta hablar de

táctica o de posicionamiento, estaba todo preparado desde el día anterior: cómo atacar por un lado, cómo

defender. El saque de banda que acabó en el segundo gol… ¡fue vergonzoso! Nos quitábamos el balón de

encima muy rápido, recuperábamos muy atrás… todos eran malos indicadores. Hubiera sido más fácil si un

jugador no hubiera estado bien, o que los centrales estuvieran blandos en su cometido, porque entonces

simplemente se podrían haber cambiado. El problema era más amplio, y a este nivel las decisiones debes

tomarlas habiendo reflexionado mucho, porque pueden afectar al resto de la temporada.

En la segunda mitad vi más agresividad, pero era demasiado tarde, habíamos tirado media parte.

Corrimos siete kilómetros más que el rival, tiramos quince veces a puerta, dominamos la posesión, pero perdimos

ante un equipo que compitió mejor.

Ante la prensa negué lo que afirmaban los propios periodistas. Culpar a Wembley era una excusa. Dije

que nos faltó pasión.

Yo me había imaginado otra cosa: que tendría que parar a los muchachos, ponerles freno, evitar

demasiada agresividad. Creíamos que los errores vendrían por la sobreexcitación. Pero intuyo que el dolor que

siento es porque se ha confirmado algo que sospechaba y que no quería ver. Algo que se remonta a ese día en

Newcastle. Algo que crees casual, pero que no lo es.

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Hay cosas que no se pueden mejorar ni con trabajo. Cuando se juntan determinadas piezas, determinadas

personalidades, afecta al colectivo. Y para avanzar no basta entrenar, tener buena filosofía y un buen método de

trabajo; a veces hay que cambiar las piezas que no funcionan.

Llegué a decir delante de los míos: «Lo de Newcastle fue feo, pero esto también».

Esta derrota me ha enseñado muchísimo. Los lazos emocionales no deben cegarnos.

Vamos a empezar a prepararnos mentalmente para tomar las decisiones necesarias, porque estamos acá

para ganar.

Al final dormí de un tirón, pero solo tres o cuatro horas.

Me junté con Toni, Miki y Jesús a las 7.30 h de la mañana en la Ciudad Deportiva, como siempre. Mientras

estábamos visionando por tercera vez jugadas del partido ante el Mónaco, entró el presidente al despacho.

Estábamos hablando del partido y le mostramos por qué nos quedamos con un sabor tan amargo. Parte de

nuestro trabajo es mostrar al presidente cosas que los aficionados no ven, que no se ven por la tele. Y a menudo

son las más decisivas. La conversación con Daniel fue muy interesante. Luego me explicó para qué había venido

a verme.

¿Te acuerdas —me dijo— de David Bentley, aquel jugador que fiché hace tantos años, por el que

pagamos muchos millones y que en el primer partido metió un gol contra el Arsenal? Ahora está regentando un

restaurante en Marbella. Tiene buena relación con el agente de Dele Alli, y estaba pensando que a lo mejor

estaría bien que se reuniera contigo. Quizá podría hablar con los chicos, para aconsejarles, porque hoy en día

escuchan mucho a los agentes y toman muchas decisiones equivocadas, como las que tomó él.»

Una buena idea con la mejor de las intenciones. Pero parte de mi trabajo es decidir cuándo y cómo aplicar

estrategias para ayudar a nuestros jugadores. Me gustó que el presidente quisiera echarnos una mano, pero

tenemos que hacer las cosas con cuidado. La sociedad está cambiando muy rápidamente y no es muy conveniente

usar un ejemplo del pasado, porque no es seguro que tenga el efecto deseado en una generación diferente. Los

mismos consejos sensatos de hace una década casi nunca provocan la misma respuesta en un grupo más joven.

Esto es un desafío para el entrenador. Somos amigos, psicólogos, formadores en busca de soluciones distintas

a las que nos aplicaron a nosotros cuando teníamos la misma edad que los jugadores.

Un rato después, hablamos también con Georges-Kévin N’Koudou, un recién llegado que estuvo un mes

en el hotel esperando a que se firmara el transfer. Se acaba de mudar a una casa bastante cara y viene al campo

de entrenamiento con un coche de alta gama. No me parece que esa sea la imagen de alguien que haya llegado

con ganas de comerse el mundo. Acaba de aterrizar pero ya quiere demostrar su valor. Así se le dijo.

Simon Felstein, nuestro jefe de prensa, trabajador, divertido, buen chico, tuvo un accidente de coche

ayer. Pudo haber sido muy serio, pero salió ileso. Lo celebramos todos.

Dos días después del Mónaco ya empezamos a recuperar buenas sensaciones, antes del encuentro de

mañana ante el Sunderland. Hoy hemos dividido al grupo entre los que jugaron y los que no, y yo dirigí un poco

de táctica con los segundos. No hubo vídeo con correcciones del partido del Mónaco, porque el mensaje ya

había sido lo suficientemente fuerte. Y diáfano. Pero me reuní con algunos de los futbolistas para explicarles qué

teníamos que hacer, y cómo liderar desde dentro.

En la rueda de prensa previa al partido de Premier ratifiqué lo que había dicho ya: que nos faltó pasión.

Expliqué que el equipo es joven y que nuestro trabajo es conseguir que crezca. Y de repente recordé más detalles

de aquella dura charla con Bielsa cuando llegó al Espanyol.

—¿Cómo valora la temporada pasada? —me preguntó Marcelo. Ese año me habían dado un premio

como mejor central de la Liga.

—No fue de 9 o 10, pero sí de 7 —le respondí.

—Mirá —me dijo clavando sus ojos en los míos—, he visto todos los partidos.

Y si yo hubiera sido el entrenador, conmigo no hubieras jugado, porque has dejado de hacer muchas

cosas que solías hacer. No eres el futbolista que yo conocía.

Y reaccioné, claro. Perdí peso, entrené más. Me llamó la selección, me fichó el PSG, jugué un Mundial.

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El poder de la palabra.

A la hora de la comida noté que Harry Kane me buscaba para hablar. Le evité, todavía no se me había

quitado del todo el cabreo. Cuando acabamos de comer hice una prueba. Me levanté de la mesa y me senté solo

en un sillón del restaurante que hay al lado del balcón. Para ver quién venía.

Vi de refilón a Kane coger una pieza de fruta del bufé. Volvió a su mesa. Al rato, llevó los platos sucios

a las bandejas que quedan cerca de los sofás. Ahí se sentó conmigo. La charla duró hasta las tres de la tarde.

Le admití que Bielsa, ese día de verdades como puños, me hizo llorar.

Mañana jugamos ante el Sunderland, el primer partido tras lo del Mónaco.

Salimos con solo dos cambios en el once, uno de ellos porque Dembélé vuelve a estar disponible después

de seis partidos de suspensión. El resto, casi todos los del Mónaco.

Me duele el oído, me dice el médico que lo tengo algo infectado.

Sábado, día de partido. Esta mañana me noté con fiebre. Me duché en la Ciudad Deportiva para

refrescarme, me puse el chándal y nos dirigimos a White Hart Lane.

No hay tiempo ni para quejarse. O detenerse. Hoy es 18 y no tendremos un día libre hasta el 28, cuando

volvamos de Moscú.

Nos fuimos al descanso con 0-0, pero no había mucho que cambiar. Pensábamos que los goles llegarían.

Decidimos esperar un rato más antes de hacer cambios, e hicimos bien. En el 59, Kane marcó el gol de la victoria,

pero se lesionó. De hecho, tuvimos que hacer tres cambios por lesión, algo muy poco habitual. Lo de Dembélé

y Dier apenas reviste gravedad, pero Kane estará fuera un par de meses.

Antes del partido de la League Cup ante el Gillingham, me atreví a decir que Marcus Edwards, un chaval

de diecisete años de Candem con mucho talento, me recuerda a Messi. Corre como él, toca el balón muchas

veces en la carrera, se mete donde no hay espacio… También dije que había que ser paciente con él y con la

forma en que construye su futuro. La manera de percibir la profesión y su relación con ella determinará el tipo

de jugador en que se convertirá.

Igual por todo ello se llenó el estadio. Marcus es uno de esos raros futbolistas que generan una gran

expectativa cada vez que les llega el balón. No hay muchos de esos. Cuando entró —en el que era su debut—

mostró gotas de su calidad.

Hasta que, en una de esas, agarró el balón desde fuera hacia adentro, se apoyó en un jugador y terminó

en un tiro a portería que si hubiera entrado habría salido en todos los telediarios.

Jenssen marcó su primer tanto para el club, de penalti. Eriksen fue capitán, aprovechamos para darle

confianza. N’Koudou ofreció algún detalle interesante. Pero fue sobre todo un día de celebración para nuestro

fútbol base. Ganamos 5-0 y el joven Josh Onomah marcó su primer gol. Festejando su tanto, todos los que le

abrazaban eran jugadores de la cantera.

La convocatoria ante el Middlesbrough se hizo pensando en el partido de Champions contra el CSKA de

Moscú y el siguiente, el del City. No arriesgamos con ningún jugador y dejamos fuera a Rose, Dembélé o Dier,

que estaban tocados. Son Heung-min marcó los dos goles que nos sitúan segundos. Nos faltó instinto asesino

y conseguir el tercero cuando nos pusimos 0-2. No hay partido fácil en la Premier. Ganamos 1-2.

Después del encuentro charlamos con Aitor Karanka, que pasó los tres niveles del curso de entrenadores

con Toni y conmigo en las Rozas, en el centro de la Federación Española de Fútbol. Su labor no es fácil: tiene

que manejar un grupo recién ascendido con muchas caras nuevas.

Viajó con nosotros Marcus Edwards, una nueva experiencia, aunque no saltara al césped. Mañana volveré

a hablar con él, nos hicieron una foto en su debut ante el Gillingham, donde le estoy agarrando el cuello y

abrazándole. Me recuerda a una que tengo con Maradona, cogiéndole también del cuello. Se la voy a enseñar a

Marcus.

Hoy, el día después del Middlesbrough, tuvimos entrenamiento y charla. Hacía tiempo que quería

comentarles una cosa sobre esa bebida energética de moda que tanto consumen. Primero, no es nada buena

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para el cuerpo. Segundo, es innecesaria. Sé lo que buscan con ella: confianza, seguridad. Y por ahí tiré: a veces

los futbolistas se agarran a cosas por miedo y buscan soluciones extrañas (o atajos) a sus debilidades.

En el PSG nos hacían pruebas para controlar nuestro nivel de estrés. A medida que se acercaba el partido,

menor era la tensión para los futbolistas técnicamente buenos como Ronaldinho o Arteta, y mayor para los que

menos capacidades tenían. Hay que saber cómo manejar la ansiedad. Nosotros debemos darles herramientas

para incrementar su confianza en ellos mismos.

Llamamos la atención a un par de futbolistas por el tema del peso. Tenemos muchos partidos y no se

puede entrenar mucho, o hacer un trabajo suplementario.

Cuando eso ocurre el jugador debe controlarse, cuidar su dieta y descansos para no engordar.

En cuanto a la preparación del partido, Sissoko se había dado un golpe en la cabeza y el doctor no

estaba seguro de que pudiera jugar, así que, como siempre, dimos prioridad a la decisión médica. No viajará

mañana a Moscú.

Nos alojamos en un Four Seasons situado en la entrada de la Plaza Roja. Estuvimos un rato en el hotel

antes de salir hacia el estadio a entrenar de manera liviana con dos grupos: los que habían jugado el sábado y

los que no. En la rueda de prensa tuve la impresión de que los periodistas rusos estaban muy confiados: nos

comentaron varias veces que los equipos extranjeros sufren en Moscú. Les recordé que en 2005, con el Espanyol,

ganamos al Lokomotiv. Luego busqué una foto en la que se veía a un grupo de futbolistas pericos festejando la

victoria en la Plaza Roja.

Al terminar volvimos al hotel para cenar.

Durante la semana Toni había recibido una llamada de un excompañero nuestro, Dmitri Kuznetsov, que

ahora está en el Rubin Kazán de asistente. Quedamos en el bar del hotel y le recordé cómo en aquella época

podía haber cinco extranjeros en la plantilla pero solo tres en el campo, y los problemas que eso planteaba

cuando los dos coincidimos en el Espanyol. José Antonio Camacho era el entrenador y yo solía ser titular. Pero

si íbamos perdiendo, me sacaba para poner a otro extranjero, con frecuencia a Kuznetsov. Lo hizo varias veces

y un día me enfadé. Camacho me preguntó qué me pasaba. Le dije que no me parecía justo que fuera yo siempre

el que saliera del campo. Me contestó que solo podían jugar tres foráneos. Pero después de esa charla no me

volvió a sustituir. Cómo somos los jugadores…

Antes de ir a dormir, más tarde de lo habitual, el cuerpo técnico y yo quisimos ver la Plaza Roja, pero

estaba cerrada, así que la vimos desde la entrada.

Tras el desayuno, regresamos a la plaza con Jesús, Toni, Miki y Xavier, nuestro quiropráctico. Tuvimos

que ir con una persona de seguridad. Era la primera vez que se encontraba un equipo inglés con uno ruso

después de la conflictiva Eurocopa de 2016. A los aficionados se les pidió que no parecieran ingleses. ¿Cómo

se hace eso?

Hicimos algunas fotos, pasamos por un centro comercial, volvimos al hotel a preparar el partido, y

después almorzamos y descansamos hasta la hora de la merienda. Y luego, la charla.

En el once entró Lamela y también el lateral Kieran Trippier, que había jugado solo un partido y lo había

hecho muy bien. Mostramos vídeos del rival, el balón parado. Y llegó la hora del pitido inicial.

Ganamos. CSKA 0-Tottenham 1. Salió todo como se había planeado: mucho control y muchas llegadas al

último tercio, pero no acabamos bien las jugadas. En la segunda mitad nos crearon más ocasiones y decidimos

hacer un cambio. Introdujimos a Janssen y dimos más velocidad a la banda con N’Koudou. Lamela se trasladó a

la punta, y al no ser nueve puro dio dinamismo al ataque, movió a los centrales de sitio y creó espacios. Así llegó

el gol: Lamela se tiró un poco atrás para dar un pase a Son, que volvió a marcar. Acabamos contentos, pero con

la sensación de que debemos hacer más daño frente a portería.

El regreso, aunque en vuelo chárter, es jodido. Primero por el cambio de horario (en Moscú son dos

horas más). La ida se hace corta; la vuelta, eterna. El primer equipo va en primera clase. Un privilegio no

compartido por el juvenil, que jugó la Youth Champions League.

Los asientos no se convierten completamente en camas, pero son cómodos. La mesa es lo suficientemente

amplia como para un buen menú de vuelo y colocar el iPad después de comer. Hablamos un poco del partido,

pero no en profundidad, estamos todavía en el contexto del mismo, con la emoción del juego. A estas alturas

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de la temporada han jugado todos menos el tercer portero. Hemos respetado nuestra idea de juego, pero puede

mejorar. Desde que se cerró el mercado, los jugadores están más metidos. Vamos segundos en la liga. Llevamos,

contando todas las competiciones, seis victorias y dos empates. Esta temporada solo ha habido una (dolorosa)

derrota.

Voy a tomar un poco de vino e intentaré dormir. Llegaremos a las cinco de la mañana a Londres, más o

menos. Les daré el día libre.

4. Octubre

Octubre presentaba varios retos: cuatro partidos de liga, el primero ante el Manchester City de Pep

Guardiola en White Hart Lane; la opción de reengancharse en la Liga de Campeones con una visita a Alemania;

los octavos de la League Cup ante el Liverpool. Por el camino, el presidente Daniel Levy planeó un viaje de

placer y negocios con el cuerpo técnico a los Alpes.

Jueves 29 de septiembre. Después del viaje a Moscú y tras llegar a las seis de la mañana del miércoles,

dimos el día libre y hoy jueves hemos vuelto a los entrenamientos. Casi todos los jugadores estaban agotados,

así que aligeramos el trabajo.

Disputamos un partido de fútbol de 45 minutos, once contra once: los suplentes que no jugaron contra

el CSKA, los que no viajaron y algunos chicos como Rose y Dier, que volvían de una lesión, contra un equipo

sub-21 de nuestra academia.

Luego aproveché para tener una charla dura con Wanyama, porque necesita reconducir algunos de sus

comportamientos dentro del campo. Es interesante, por ejemplo, que pensara que había hecho un buen partido

contra el Boro y el CSKA, hasta que vio algunas imágenes suyas en vídeo. Victor es un chico muy especial, muy

emocional, al que las cosas le afectan un montón y al que aprecio mucho porque tiene una nobleza increíble. Lo

fichamos para el Southampton del Celtic con veintiún años y era como un bebé grandote y fuerte, al que daba

cosa decirle algo.

Hoy sé hasta dónde se le puede apretar y cómo.

Alargaremos un día más el trabajo de recuperación del resto del grupo, hasta el viernes, así el sábado

estarán en mejores condiciones físicas y mentales para asimilar más detalles, incluida la parte más aburrida para

ellos, el balón parado, que se nos antoja importante para el encuentro del domingo. Ahí ya veremos con quién

podemos contar, porque sabemos que Harry Kane continúa fuera y Dembélé tiene un golpe en el pie y creo que

no llegará. Hugo Lloris ya ha ido entrando en la dinámica del equipo.

Viernes 30. Hoy tuve rueda de prensa y la narrativa quedó clara: el primero —el City, que lo ha ganado

todo— contra el segundo; el mejor ataque contra la mejor defensa. Ya me avisó Simon Felstein que se plantearía

como un Guardiola-Pochettino, un Barça-Espanyol. Y tuvo razón. El fútbol inglés está dominado por el culto a la

personalidad, lo que explica por qué este deporte colectivo se transforma en historias individuales, por qué se

elogia al goleador, por qué se censura a quien comete un error y con frecuencia se evita un análisis más profundo.

Cada semana encuentras una historia distinta sobre héroes y villanos.

Guardo un buen recuerdo de esos derbis catalanes. Como era consciente de la superioridad del Barça,

siempre planteábamos algo para hacerles daño y obligarles a jugar de una forma a la que no estaban

acostumbrados. Si se les dejaba jugar a lo que sabían, perder era una cuestión de tiempo. Fue muy gracioso ver

esta semana que Sky Sports pasó el Barcelona-Espanyol que ganamos en mi primera temporada, siendo colistas,

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la primera derrota de Guardiola en casa. Muchos jugadores me miraban con cara de sorpresa, porque para ellos

el Espanyol es como un equipo de barrio. ¡Gané al Barça de Messi con un equipo de barrio! Está bien que vean

que estas cosas son posibles. Y para mí es un recordatorio de que por fin estoy en disposición de jugar de igual

a igual contra un equipo de Guardiola.

Siempre hubo una relación de respeto entre Pep y yo. Creo que jugamos entre ocho y diez derbis, y la

tradición en España manda que antes del partido los entrenadores se junten en el campo donde se va a jugar.

Al final, nos veíamos tanto las caras que dejamos de hacerlo, pero nuestros encuentros siempre fueron muy

cordiales. Además, en Barcelona vivíamos cerca el uno del otro, así que a veces nos veíamos por la calle.

Oímos de refilón en la tele de mi despacho a Pep hablando de mí. No vi la entrevista entera, pero de lo

que escuché hubo cosas interesantes, con buenos argumentos. «Si yo fuera un joven aspirante a entrenador y

viera al Tottenham, diría: “me gustaría jugar como ellos”. No creo que sea uno de los mejores entrenadores de

Inglaterra; es uno de los mejores entrenadores del mundo.» Me pareció que lo decía con sinceridad. Todo el

mundo sabe que las batallas futbolísticas no se ganan solo en el campo, que todo empieza en la sala de prensa.

Como se me hace raro que hablen de mí de ese modo, y porque el elogio debilita, lo escuchábamos y

pensábamos: «¿Qué estará tramando?». Pero, francamente, creo que fue una genuina muestra de respeto.

En mi rueda de prensa lo dije claro. Pep es uno de los mejores entrenadores del mundo, no solamente

por los resultados, sino por su filosofía y estilo de juego, en lo que coincidimos mucho.

Será un gran placer saludarle; también a un buen amigo, su preparador físico Lorenzo Buenaventura, y

sobre todo a Mikel Arteta, que ha empezado una nueva aventura. Le tengo mucho cariño y será muy buen

entrenador.

Sábado 1 de octubre. Nos esforzamos constantemente para mejorar y desarrollar nuestro sistema,

método o como la gente quiera llamarlo. Insistimos en nuestras ideas y modificamos ligeramente el

entrenamiento dependiendo de nuestros rivales. Este partido tiene una serie de connotaciones distintas a

cualquier otro que hayamos jugado antes. El equipo también lo siente. No hay necesidad de motivar a la tropa,

tal vez solo insistir en nuestros principios.

Me vienen a la mente varias conversaciones con Harry Kane, porque eso es lo que hicimos con él desde

el primer día: hablar. Sé que para él al principio fue muy difícil. Tuvimos que conquistar corazones, mentes y

cuerpos para que siguieran presionando y subiendo y bajando por el campo. Pero no dejé que dudaran, ese era

el camino. «Si lo haces y continúas haciéndolo, y estás cansado al final, no te preocupes…», le dije a Harry y al

resto del equipo, «pondré a alguien para que haga el trabajo, pero tienes que dejarte la piel en el campo.»

Antes de mi llegada, el estilo de Kane consistía en jugar de espalda a la portería, mantener el balón,

esperar a que llegaran las oportunidades, meterse en el área.

Ahora muerde. Siempre corriendo a presionar, siempre alerta. Si hay que recuperar la posición, lo hace

mientras intenta robar el balón, tiene libertad para moverse, no espera a que el balón le llegue. Está vivo en

cada minuto del partido.

Y así hemos convertido a un conjunto que tenía el peor récord defensivo de los diez primeros equipos

en la mejor defensa del campeonato. Sin practicar un juego defensivo, más bien al contrario. Y sin apenas cambiar

jugadores.

Justo así: siendo breve. Me encanta la palabra. Solamente podemos ser valientes. Y, como la preparación

mental es crucial hoy en día, vamos enviando mensajes diarios persiguiendo este fin en diferentes formatos y

con distintos envoltorios.

Hoy, antes de empezar la sesión sobre el césped, les mostramos en un vídeo de cinco minutos algunas

fases de juego del City, especialmente su salida con el balón. Han ganado todos los partidos que han jugado,

pero hemos encontrado algunos ejemplos de cómo una buena presión puede dificultar la construcción de su

juego. Me gusta que se genere un debate con los jugadores, o bien en la charla o en los entrenamientos tácticos:

de sus ideas surgen soluciones nuevas. Eso les ayuda a involucrarse. Lo grabamos absolutamente todo, hasta lo

que ocurre en el gimnasio; les mostramos los errores y les corregimos a menudo con el vídeo.

Habíamos estudiado su encuentro del miércoles contra el Celtic en la Liga de Campeones y estoy

convencido de que mañana van a jugar con Fernando y Fernandinho en el centro del campo. Sabemos lo que

buscan, así que creemos que las tres claves pasan por, primero, crearles superioridad en el centro del campo;

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segundo, tratar de presionarlos para que no construyan cómodos desde atrás, ser agresivos, no dejarles jugar,

que es lo que les gusta. Y finalmente, administrar bien el balón cuando lo tengamos, ser atrevidos, tirar arriba

sin miedo.

Les conté todo eso y luego se lo recalqué de otro modo. Les recordé el día que Inglaterra jugó contra

España en Alicante. Primera parte, 0-0. Segunda, 2-0 para España. Los internacionales ingleses regresaron

contentos, pensando que jugaron bien la primera parte, aunque en la segunda les metieran dos. Les dije:

«Discúlpenme, pero no estoy de acuerdo, porque ustedes en ningún momento quisieron ser protagonistas, ni

fueron valientes. La verdad es que se veía, desde el calentamiento, que España iba a ganar. No se sabía si en el

minuto 1 o en el 90, pero el partido estaba decidido. El fútbol es una cuestión de actitud».

El mensaje fue claro: salgamos a ser protagonistas, a dictaminar cómo será el partido.

El once está decidido. A veces los dejo con la duda hasta el último momento; juego mucho con ese

estado emocional y psicológico. En esta ocasión se lo comuniqué hoy, y con ese equipo practicamos ante un

once de la academia que reprodujo lo que es el City. Hemos decidido optar por jugar con el equipo más ofensivo

posible, con mucha velocidad arriba y mucha movilidad para dificultarles las transiciones.

Son jugará de falso nueve, un rol que ya desempeñó en el Bayer Leverkusen y en el Hamburgo. Y con

nosotros lo hizo en algunos partidos el curso pasado, como el día del Borussia Dortmund. Nos sirve tanto para

presionar a los centrales como para sorprender en ataque, porque puede utilizar bien los espacios que generará

la movilidad de Dele Alli, Sissoko, Lamela y Eriksen. Nuestro peligro debería llegar entrando al área por sorpresa.

Ese es el plan. Las sensaciones son buenas, jugamos bien en Moscú y tenemos confianza. Tras el

entrenamiento les dimos la tarde libre.

Domingo 2 de octubre. El día del partido ha llegado. Estamos en la Ciudad Deportiva: los que no estaban

convocados llegaron por la mañana y el resto para comer y la charla posterior. En la charla el mensaje fue, de

nuevo, el mismo que el día anterior: que había que encontrar las debilidades del rival y tratar de hacerles daño.

Llegamos al estadio aproximadamente una hora y media antes del partido y mostramos imágenes del

entrenamiento de ayer a Sissoko, Wanyama, Dele Alli y Eriksen, para recordarles cómo tenemos que jugar y

corregir algunos detalles de posicionamiento. Siempre estamos abiertos a cambiar cosas a última hora. Pese a

que teníamos la alineación decidida, tras el análisis del vídeo modificamos la posición de un jugador para intentar

sacar el máximo rendimiento en función de sus cualidades y evitar ponerlo en situaciones comprometedoras.

En la entrevista previa al encuentro, el periodista me preguntó cómo íbamos a jugar, ya que no tenemos

un nueve claro. Contesté vagamente. Como hace siempre que tenemos partido en casa, Ossie Ardiles vino a

darnos al vestuario. Me dice que en Argentina se habló de los elogios de Pep, que eso ayudará a que allí me

conozcan un poco más. Después, me quité el chándal, me duché y me puse la ropa para el partido. Llegaron mis

dos hijos y se quedaron un rato en el despacho del mánager.

Esto es lo que dije en la rueda de prensa posterior al partido: «Fue una victoria sensacional contra un

gran rival. A veces lo que planeas sale; otras, no tanto, pero jugar tan bien contra este City me hace muy feliz».

«Si mostramos la pasión y la agresividad que hemos mostrado hoy, puedes ganar a cualquiera. Se trata

de tener la mentalidad adecuada. Es lo que nos ayuda a correr y a jugar como queremos. Debemos seguir a este

nivel tras el parón internacional.»

Hoy ha sido un gran día. Me siento muy satisfecho.

A pesar de la sensación de calma, se palpaba en el aire la vibra antes del partido: todos sabíamos que

era un encuentro importante. Y también que podíamos ganar si lo hacíamos bien.

Dejamos al equipo en la rampa de salida. Ganar la carrera estaba ahora en años de los futbolistas y sus

decisiones.

Escogimos a: Lloris; Walker, Alderweireld, Vertonghen, Rose; Wanyama; Sissoko, Eriksen, Dele Alli,

Lamela; Son Heungmin.

Salimos muy bien, teníamos claro cómo jugarles. Creo que les sorprendió. En muchas fases no podían

construir desde atrás, tuvieron que dividir mucho la pelota, y eso les restaba posibilidades de ataque y de

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desgastarnos. Estuvimos intensos, con el bloque alto, y el tiempo de recuperación del balón era muy corto. Esto

hacía que tuviéramos más posibilidades de transición y que ellos se desajustaran y cometieran errores.

Ayudó que marcáramos tan pronto, a los nueve minutos. Dominábamos ya, pero un centro de Danny

Rose fue desviado por Kolarov a su propia portería.

Continuamos marcando territorio con un ritmo trepidante en los primeros 25 minutos. Eso les obligó a

hacer algunas modificaciones a las que nos costó adaptarnos un par de minutos. En el 37, después de interrumpir

una transición del City, Son vio a Dele Alli que, desde el punto de penalti, dio continuidad al balón con un golpe

raso a la derecha de Claudio Bravo. Incluso sin Kane, los goles siguen cayendo.

Me estaba levantando del banquillo más que Pep, pero no más de lo habitual.

Fue uno de los partidos en los que más tranquilo me he sentido, confiando en la preparación y en la

concentración de los jugadores, que suele ser máxima en este tipo de encuentros. A menudo me pongo más

nervioso cuando viene un equipo de la zona baja, porque tienes que estar más pendiente del futbolista, que se

confía.

Llegamos al descanso con 2-0 en el marcador. Corregimos un par de cositas, pero salimos con la misma

actitud en la segunda mitad. Eso nos metió enseguida en el partido. El City siguió intentando sorprendernos con

cambios de posición, metiendo a Sterling por dentro de punta con Agüero, haciendo un rombo en el centro del

campo, pero estuvimos atentos.

Nos hicieron un penalti. Si hubiera estado Kane, lo hubiera tirado él. En su ausencia, la cosa quedaba

entre Son y Lamela. Tienen libertad para decidir. Finalmente, Lamela lanzó, y falló. Luego Agüero puso a prueba

a Lloris en un par de ocasiones, una dio en el palo.

En el minuto 84 se produjo una circunstancia graciosa. Quise sacar a N’Koudou, y acabamos riendo los

dos. El problema es que no habla inglés, solo francés, aunque entiende el español. Habitualmente uso a Miki,

que le traduce todo al francés. Esta vez, al acercarse para la última instrucción, le empiezo a hablar en inglés y

él me mira con cara de no entender nada. Podía estar hablándole de cómo cocinar una paella. Y entonces le

digo:

—Bueno, ¿en qué te hablo? ¿En español?

—Vale, sí, sí —me dijo riéndose. Así que nos encontramos en una confusión total. Yo le empecé a explicar

un par de cosas sin saber si me estaba entendiendo.

Y solo al final, cuando ya había acabado, me suelta:

—¡Ya me dijo todo Miguel!

No les obligo a hablar en inglés, tampoco lo hicieron conmigo cuando yo llegué a Inglaterra, pero

aprenden rápido.

Fuimos comedidos en la celebración, pero por dentro sentíamos una satisfacción enorme. Salió todo

como se había planeado. Más allá de la victoria, nos dejó contentos la forma en que se había conseguido. Los

cuerpos técnicos se cruzaron cerca de los vestuarios. Nos dijeron que el resultado había sido merecido, que

habíamos estado muy bien, que los habíamos sacado del partido.

Para entonces yo ya estaba en la rueda de prensa. Los periodistas nos llenaron de elogios. Como no

había mucho que contar, se habló de lo que pasó entre Lamela y Son con el penalti. ¡Cómo disfruta la prensa

con la controversia! Una hora estuve con los periodistas, casi un partido entero. Entiendo que los titulares de los

derechos de transmisión, que pagan tanto, deseen exclusividad. Pero me desespera tener que hablar con las

radios, los diarios de la semana, los del domingo, la rueda de prensa… Y para acabar, la televisión del club. Es

una locura, pero sabemos que son obligaciones que tenemos que cumplir.

Cuando volví de la última entrevista, Jesús y yo nos topamos en uno de los ellos con Ferran Soriano,

Txiki Begiristain y Guardiola, y tuvimos una charla informal de tres o cuatro minutos acerca de lo que íbamos a

hacer en los próximos días, ahora que se nos van los jugadores con las selecciones, sobre los rivales en la

Champions, y cosas así.

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Entre entrenadores españoles no existe la tradición de compartir una copa después del partido, como sí

ocurre en Inglaterra. Pero yo no soy mucho de eso, creo que no lo he hecho nunca en los partidos de fuera. Mi

cuerpo técnico es más partidario, y el rival suele venir a nuestro despacho del mánager. Es un momento extraño

porque normalmente hay uno que está enfadado y otro contento. Aunque es como un paréntesis entre colegas

que se reconocen, que pasan por lo mismo, sea cual sea el nivel. Así que hablas de los problemas de manera

superficial, te preguntan con qué futbolistas vas a jugar en el próximo partido, se hacen comentarios sobre los

últimos fichajes… Al final hablamos de cosas tontas, es más que nada para seguir la tradición.

El presidente bajó al vestuario tras el partido. Simon me dijo que era la primera vez que sucedía. Bajó

con una buena botella de vino, mucho mejor que la que teníamos en el despacho, que ya habíamos abierto.

Brindamos por el triunfo. Se le veía muy contento.

Son, que estuvo eléctrico durante todo el encuentro, fue elegido Jugador del Partido, pero para mí el

mejor fue Victor Wanyama, aunque recibiera una amarilla, demasiado pronto, a la media hora. Wanyama rompió

el juego, fue agresivo, atrevido, y participó en la jugada del segundo gol.

No le vi después del encuentro, así que le dije a Jesús que lo fuera a buscar.

Cuando entró en en el despacho del mánager le solté: «Siéntate, estoy muy enfadado contigo. ¡Cómo te

sacan una tarjeta amarilla tan pronto! ¡Eso está muy mal!».

Él se puso serio, se sentó y pensé que se iba a poner a llorar. Así que me levanté y le di un fuerte abrazo.

Se incomodó un poco, no sabía qué estaba pasando. «Victor, la verdad es que ahora sí que eres el rey. Te lo

dije, tienes que serlo dentro del campo, tú mandas, eres el rey.» Y entonces sí. Ahí me abrazó de vuelta con toda

la fuerza que tenía dentro. Y empezó a reírse con esa sonrisa que tiene, un poco tímida, con esa cara tan limpia.

Hoy todo el mundo vio qué gran jugador es.

No hubo más festejo. Fue un gran triunfo, pero había que relativizar. Además, estábamos todos cansados

porque era el séptimo partido en tres semanas.

Así que cada uno volvió como pudo al hogar. Como todo se retrasaba, mandé al peque con Sebas, que

había traído el coche. Más tarde, Jesús, Miki, Toni y yo volvimos a la Ciudad Deportiva en una furgoneta-taxi. Y

de ahí Jesús me trajo a casa.

Al llegar, tomamos una copa de vino con la familia, comimos algo y vimos un poco de fútbol: el Espanyol

jugaba contra el Villarreal. Bueno, vimos un partido, porque de fútbol se vio poco.

Mi mujer se había quedado en casa viendo el nuestro por televisión y había escuchado a todos los

comentaristas, así que cuando llegué me hizo el resumen de todo lo que habían dicho. Volví a vivir el previo, el

durante y el después.

Vamos segundos tras siete jornadas, a un punto del City, que sigue líder. Corrimos nueve kilómetros más

que ellos. Completamos más esprints que cualquier otro equipo esta temporada. Somos el único equipo de la

Premier que no ha perdido en casa. Solo hemos encajado dos goles. Es el mejor inicio del club en cincuenta

años. Esta temporada hemos ganado siete veces y empatado dos.

Y perdido una sola jodida vez contra el Mónaco.

Ayer descansamos. Me pasé la mayor parte del día en casa, llevé a Mauri al entrenamiento por la tarde,

después de ir a buscarlo al colegio.

Será una semana tranquila. Hoy trabajaremos con los pocos que se quedaron: cinco del primer equipo.

Wanyama también tenía compromisos internacionales, pero como no eran clasificatorios, pidió quedarse para

ponerse en forma. También están Trippier, Carrol, Winks y N’Koudou, para quien una semana como esta es vital:

una oportunidad para ganar volumen muscular y mejorar físicamente. También nos pondremos al día con los

lesionados: Dembélé y Harry Kane.

Dada nuestra posición en la tabla, debemos aprovecharla al máximo y disfrutar de este momento.

Bajaremos el ritmo y a la vez organizaremos el trabajo para el calendario cargado que se acerca: otro bloque de

siete partidos en tres semanas, en tres competiciones distintas, la Premier, la Champions y la League Cup contra

el Liverpool en Anfield. Jugaremos cuatro veces seguidas fuera.

Pero antes, Jesús, algunos miembros de la junta y yo nos escaparemos con el presidente unos días.

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Daniel nos ha invitado unos días a la casa que tiene en los Alpes franceses, cerca del Mont Blanc. Somos

un pequeño grupo de gente de su confianza —ocho en total— en un lugar espectacular. Pero, como ocurre a

menudo con el presidente, se trata de un quid pro quo. Con Daniel casi nunca nada es gratis. A veces bromeo

con él sobre ello.

Así que durante las mañanas disfrutamos de las caminatas, pero al mediodía y por la noche, durante las

espectaculares cenas preparadas por su chef, tenemos reuniones que, por mucho que se camuflen, son de

trabajo. Hablamos de las cosas que están pasando, y de la visión de futuro que tenemos cada uno.

Como anfitrión, Daniel es una persona cercana, sensible, te hace sentir como si estuvieras en casa. ¿Se

hubiera comportado igual si no hubiéramos ganado nuestro último partido? No le gusta perder, como a nadie,

pero siempre es Al menos conmigo nunca ha mostrado tristeza, frustración o la más pequeña señal de

agresividad. Siempre ha estado comprensivo, dialogante y dispuesto a buscar soluciones.

Después de dos años y medio, estamos todavía en el momento de sentar las bases. En toda relación

profesional —que siempre va de la mano de la personal—, cuesta lograr esa complicidad. Y más en este mundo.

Hay mucha desconfianza en todo lo que rodea a un equipo de fútbol, es un negocio donde todo el mundo sabe,

todo el mundo opina, todo el mundo parece tener la razón.

Pero al final los que estamos dentro somos los que tenemos que tomar decisiones, y no siempre es fácil.

Por ejemplo, un entrenador no puede chasquear los dedos y esperar que el club fiche al jugador que él desea.

No es tan sencillo: no siempre tenemos toda la información a mano, y entran en juego más cosas de las que

sabemos. Del mismo modo, es un error que el presidente o el dueño de un club crea que es fácil controlar a

veinticinco jugadores y al staff, que es sencillo entrenar o tomar decisiones sobre el once titular. A veces no

sabemos respetar el terreno del otro. Debe de ser difícil que un presidente confíe en un entrenador, y viceversa.

Cada uno tiene a su gente de confianza, sus ideas. Pero con Daniel hemos empezado un proceso de

entendimiento que es esencial para una relación a largo plazo.

Estamos llegando.

Paul Mitchell, el que fuera director de reclutamiento en el Tottenham y antes en el Southampton, hacía

un análisis de la situación que me hizo pensar. Por el trabajo que hacemos aquí, podemos atraer a jugadores a

los que otros equipos pueden pagar más. Pero pronto Daniel tendrá un problema, argumentaba Paul: clubs con

menor prestigio, un Crystal Palace por ejemplo, pueden pagar mejores sueldos que nosotros. Mi influencia,

método de trabajo y estilo de juego cada vez contarán menos. ¿Y entonces, qué?

Paul me decía que Daniel ha tenido suerte. Parece que nuestra llegada fuera parte de un proceso para

recuperar la identidad del club. Hemos implantado un estilo que gusta a la afición, hemos subido a chicos de la

cantera y hemos estructurado la plantilla en base a nuestra filosofía. Más que un proceso, este ha sido un

encuentro de mentes e identidades, la de un club en busca de su esencia y la que nosotros hemos traído.

De jugador siempre traté de mantenerme al margen de las oficinas, porque los presidentes buscan tenerte

de su lado y alejarte de los entrenadores, por conveniencia o para tener más información. Al final eso es una

estupidez, porque esa información se utiliza de forma errónea: no tienen todos los argumentos para después

tomar decisiones, solamente una parte.

Puedo decir con la mano en el corazón que los esfuerzos de los presidentes por influir no impidieron

que fuera leal a todos los entrenadores que tuve siendo jugador, incluso con los que me llevaba mal. A cualquiera

que tuviera que decirle algo, se lo dije a la cara. Me gusta enfrentarme a los conflictos y resolverlos en el

momento. No soy alguien que guarda, guarda, guarda y luego lo saco al año cuando te veo. Soy cero rencoroso.

Una de las disputas en las que me vi envuelto salió a la luz pública. Estando en el Espanyol, tras una

derrota ante el Cádiz en Montjuïc, nuestro entrenador de entonces, Miguel Ángel Lotina, decidió dar una charla

en el centro del campo. Una cámara de televisión lo grabó todo. Aprendí mucho de esa experiencia.

Después de una derrota en casa, a mí no se me ocurriría hacer una reunión delante de todos. El

entrenador vino a decir que éramos unos mercenarios. Tomé la palabra. Le pregunté si iba a hacer declaraciones.

«Sí —nos dijo—, tengo que decir algo, así, delante de los medios de comunicación y demás…» Me pareció pura

demagogia. Porque cuando no ganamos, nosotros no decimos que el plan del partido ha sido un desastre, y

que la culpa es suya, sino que compartimos la derrota entre todos.

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Así que le respondí que, con todo el respeto, con sus palabras, en lugar de buscar soluciones, se alejaba

de nosotros. Le pedí que se imaginara a un padre que, en lugar de comprarle un par de zapatillas a su hijo, le

trae al fútbol una tarde de domingo. «Y usted, como entrenador y responsable, dice públicamente que a los

jugadores nos importa un carajo si ganamos o perdemos. Si yo soy hincha, vengo acá y les parto la cabeza a

todos.»

El canal catalán TV3 sacó las imágenes hasta con subtítulos para que la audiencia no se perdiera nada.

Como consecuencia, el entrenador me vio como un enemigo en sus filas propias, se generaron situaciones

grotescas y se empezó a decir que Tamudo, De la Peña, Luis García y yo éramos el eje del mal, que mandábamos

y no sé qué más.

Ese año acabamos ganando la Copa del Rey, sí, pero el mal ambiente también trajo malos resultados, y

estuvimos a un paso de descender. Menos mal del gol de Corominas en el descuento en la última jornada contra

la Real Sociedad.

Hoy es viernes. Ya volvimos de los Alpes y, mirando hacia atrás, creo que Daniel, de esta forma, quería

hacernos sentir más parte del club. No solo en términos futbolísticos, sino en todo lo que el Tottenham

representa. La oficina del presidente está junto a la mía, y nos comunicamos por WhatsApp todos los días, pero

esta escapada ha llevado nuestro sentido de comprensión mutua a otro nivel. Una vez en la Ciudad Deportiva,

el plan era pasar el día casi íntegramente en el rodaje de algunas escenas para el anuncio del Championship

Manager 17, ya que he accedido a ser la imagen del juego. Me llegan muchas cosas para hacer publicidad, pero

apenas hago nada. Me distraen.

El fin de semana lo tuvimos libre, así que el domingo fui a saludar a Gareth Southgate, al que acaban de

elegir como sustituto de Sam Allardyce en la selección inglesa, que entrena regularmente en nuestras

instalaciones. Charlé un rato con él y con Steve Holland, que extrañamente forma parte de la selección pese a

ser asistente en el Chelsea. El lunes regresé para su entreno a puertas abiertas, luego nos marchamos para no

molestar.

Algunos de nuestros jugadores empezaron a llegar tras el parón internacional.

Los últimos, ayer miércoles, Lamela y Son, que nada más aterrizar empezaron el trabajo de recuperación.

Hoy jueves será el primer entrenamiento que hagamos todos juntos. Tenemos que ser cuidadosos, ver

cómo están físicamente y escoger al mejor once para el partido fuera de casa contra el West Bromwich Albion

de Tony Pulis, un equipo siempre duro y difícil. Luego otros tres partidos fuera: Leverkusen, Bournemouth y

Liverpool. Debemos controlar las cargas, hacer análisis, rotar si fuera necesario, poner a jugar a los que están

más frescos.

Muchas veces, durante los partidos internacionales, los jugadores pierden no solamente las horas de

sueño o de la diferencia horaria, sino también las rutinas de trabajo. Hay como una descompresión desde el

último partido, así que tenemos que conseguir que se enchufen de nuevo. El que lo haga más rápido tiene más

opciones de entrar en el once, porque contra el West Brom habrá que luchar y correr mucho.

La BBC me pidió una entrevista. Quedó bien. No suelo dar muchas porque hago ruedas de prensa cada

tres días, pero la repercusión de esta fue reseñable. Hablé de la pasión, de la necesidad de jugar al fútbol con

el mismo entusiasmo que en la infancia.

Cuando éramos críos le dábamos patadas a una pelota por el puro placer de hacerlo. ¿Quién dice que

no podemos reproducir eso en nuestros jóvenes profesionales? ¿Por qué dejan de estar enamorados del fútbol

tan pronto?

Cuando regresaron todos nuestros internacionales, tuve la oportunidad de hablarles sobre la marcha del

seleccionador nacional Sam Allardyce1, tras un solo partido. Quizá no cometiera ningún crimen cuando le

grabaron en secreto hablando de dinero, pero cuando ocupas un lugar de relevancia, además de ser y estar

limpio, debes parecerlo. Lamentablemente, quedó la impresión de que quien tiene poder lo ejerce

invariablemente para sus intereses particulares. Como parte del colectivo, me dio mucha tristeza observar ese

comportamiento, porque dejó una duda planeando sobre nuestras cabezas.

En todo caso, esto no es solamente un problema acerca de la toma de decisiones de un individuo, se

trata de cómo está montado este negocio en el que el futbolista parece una mercancía. Y como los entrenadores

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tienen la mayoría de las llaves que abren las puertas, se refuerza la sensación entre los jugadores mismos de

que son bienes de compra-venta.

En mi carrera he sufrido todo tipo de insinuaciones, pero no soy un entrenador fácil ni para los agentes

ni para el mundo de los negocios. Para empezar, no tengo representante, nunca lo tuve desde que empecé a

entrenar. No estoy en contra de ellos, pero quiero ser dueño de mi propio destino, errores incluidos. Deben

prevalecer las decisiones como uno las siente y evitar las dudas que te crean los intereses ocultos de un agente.

Me dijeron que Real Madrid y AC Milan habían querido ficharme como jugador, pero que mi agente había pedido

mucho dinero o que no tenía buena relación con sus directores deportivos. No sé si es verdad o no, pero ese

tipo de cosas, sin saber siquiera si son ciertas, generan dudas.

Desde que empecé de entrenador en el Espanyol, negocio mi propio contrato y también el de Jesús, Toni

y Miki. Y estoy más que cómodo con esta situación, porque así no le debo nada a nadie. Si alguien quiere saber

lo que quiero o pienso tiene que hablar conmigo. O con los míos.

15 de octubre. El partido ante el West Brom fue como esperábamos. Dominamos, pero nos volvió a faltar

efectividad en el área rival. Ben Foster, su portero, fue el jugador del encuentro. Dele Alli empató a un minuto

del final después de que encajáramos en el 82. Nos dieron un susto, aunque lo corregimos a tiempo.

A Son tuvimos que dejarle en el banquillo y jugó solo los últimos veinte minutos. Se lesionó el tobillo en

su primer partido internacional, y aun así le hicieron jugar el segundo. Llegó con la articulación inflamada y no

queríamos correr excesivo riesgo. Las selecciones nacionales a menudo no protegen a los jugadores, y nosotros

pagamos por ello. Si mejora, entre semana será titular contra el Bayer Leverkusen.

Me ha gustado la madurez de Son después de las dudas del verano. Su entorno pensaba que debía jugar

más aun sin merecerlo. Vieron negocio en otro país y confundieron al futbolista. La hostia que se dio en los

Juegos Olímpicos le fue bien, le hizo pensar. Nosotros le dijimos: «Son, no somos tontos, sabemos lo que tú

puedes dar, tienes nuestro cariño y los medios para subir de nivel. Si eso es lo que quieres, céntrate en jugar al

fútbol, en disfrutar y en ser cada día mejor». Estuve pendiente de él después de los dos golazos ante el Stoke,

porque es muy fácil venirse arriba, pero ha mostrado la humildad imprescindible para seguir mejorando.

El inicio del día marca el ritmo de la jornada. Así que mejor no levantarse con prisas. La primera llamada

del despertador suena a las 6.30 h, pero me quedo diez minutos más en la cama. Es uno de esos momentos de

felicidad: todavía no, un rato más encogido en el lecho. A las 6.40 h vuelve a sonar y me levanto. Hay días que

me recuerdan a mi época de futbolista, porque me duele la espalda, o el cuello o las rodillas. Para un jugador,

el dolor es su más fiel escudero.

Mi señora se levanta a la misma hora que yo, y a las siete lo hace Mauri. Sebas no siempre duerme en

casa. Mientras preparo el mate, Karina hace el batido verde que nos tomamos los tres cuando llega Mauri. Luego

le lleva a la parada del autobús sobre las 7.15 h, que es cuando por lo general yo salgo hacia la Ciudad Deportiva.

Eso cuando es el día perfecto. No siempre es así, claro: a veces mi hijo se duerme, mi señora le grita, no

encuentra la corbata o la mochila o un libro de la materia de ese día. Si algo se tuerce, igual mejor salgo un

poquito antes.

De camino al coche disfruto pisando las piedritas, un sonido que relaciono con el despertar del día.

Escojo el automóvil dependiendo del humor que tenga. O el Smart pequeñito, que es el de los días traviesos, o

el 4x4 cuando solo pienso en llegar lo antes posible. A veces el Bentley que me regaló el presidente. Sea cual

sea el elegido, lo dejo encendido diez minutos antes para que se caliente. Hay que asegurarse por adelantado

de que todo está a punto.

Toni, Miki, Jesús y yo llegamos a la Ciudad Deportiva sobre las 7.30 h, cuando apenas hay coches

aparcados. El silencio es relajante de camino a la segunda planta, donde tengo la oficina con vistas a los campos

de entrenamiento. Toni ceba el mate con maestría mientras vamos desgranando las cosas que nos han pasado

desde la última vez que nos vimos. O sea, desde la noche anterior. Compartimos información y comentamos las

últimas noticias, con la televisión de fondo. Y con cualquier comentario sobre lo que nos presenta el día, sin más

transición, empezamos a hablar de la preparación de la sesión. Repasamos casos individuales, vemos vídeos y

editamos otros. Llenamos las carpetas de cosas. Analizamos todo mientras las otras oficinas se van llenando con

el ajetreo escalonado de la mañana.

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Es una reunión de amigos. Un encuentro de trabajo. Y una rutina. De todo un poco. Y cuando falta, como

en vacaciones de verano, se echa de menos.

Para las nueve ya está todo armado, así que me acerco al restaurante, que está en la misma planta. Me

gusta esperar a los jugadores sentado en mi sofá, que pasen por ahí y me saluden. Es la primera conversación,

el contacto. Necesito ver cómo llegan.

A veces, aparezco incluso antes. Después del Mónaco, a las ocho y poco ya estaba en mi puesto

observando las caras que traían. Voy tomando café o mate mientras ellos desayunan, y luego regreso al despacho

para terminar algunas cosas. La puerta está siempre abierta para quien quiera hablar, no hace falta pedir hora.

Mi señora, sin embargo, lo hace para asegurarse de que la atiendo. Creo que se ha cansado de venir a verme y

tener que esperar que se acabara alguna de nuestras interminables reuniones.

Jesús, que está en todo, se trae de la reunión médica las noticias más frescas: un jugador que no ha

dormido bien debido a alguna molestia… Acabamos de detallar la sesión y decidimos si hay que hablar con

algún futbolista en concreto, o si cambiamos lo que teníamos planeado, o si se matizan cosas. De ahí nos vamos

al entrenamiento.

Después de todo el entrenamiento físico, almorzamos, y después reuniones, chats, llamadas telefónicas,

tal vez una visita al gimnasio. Las horas pasan muy rápidamente en la Ciudad Deportiva. Estoy mirando los

árboles detrás de los campos. Están cambiando de color. Me acabo de dar cuenta de que ha llegado el otoño.

Y de que casi son ya las tres de la tarde de un día cualquiera.

Llegamos a Londres alrededor de las dos de la madrugada, y en mi cabeza no paro de dar vueltas.

Pasaron muchas cosas en el partido ante el Bayer Leverkusen.

De nuevo nos faltó ser más certeros, tuvimos ocasiones claras que no convertimos; una fue al palo. Hugo

Lloris, que está en el mejor momento de su carrera, nos salvó. Es uno de los mejores porteros del mundo. La

primera parte fue nuestra, y la segunda del rival. El 0-0 es justo. Si empezara la Champions de nuevo daríamos

más opciones: estamos mejor en cuanto a juego y actitud, y hemos sacado fruto de los dos partidos fuera de

casa. Después de tres jornadas, todo está muy igualado. Solo tres puntos separan a los equipos de arriba de los

de abajo.

Nosotros estamos segundos con cuatro puntos.

Pero nos faltó el gol y también velocidad en ataque. En parte porque el partido contra el West Brom fue

durísimo y teníamos a jugadores cansados. Y en parte porque las alternativas no estaban para ser titulares. Le

dimos vueltas antes del encuentro y pensamos en N’Koudou para jugar en banda desde el inicio por su rapidez

y frescura. Pero a veces los futbolistas se sacan ellos mismos del once.

Durante un entrenamiento previo al viaje a Alemania un grupo continuó su trabajo de recuperación

mientras el resto disputaba un seis contra seis, más portero.

Me puse a jugar en uno de los equipos. Se me olvida a menudo que no tengo veinte años: pongo el

cuerpo, me tiro al suelo para recuperar, choco. El cuerpo no me sigue, pero las ganas las tengo. Al contrario que

N’Koudou, que parecía tener la cabeza en otro sitio. Hablamos con él, queríamos saber la razón de su desidia.

Pensamos que no podíamos contar con él para un partido de Champions, y así se lo dijimos. Se quedó

fuera de la carrera como titular ante el Leverkusen.

Había que estar atento a su reacción.

Hoy N’Koudou llegó al estadio cargado con una mochila y unos auriculares que no se sacó hasta casi la

hora de inicio del encuentro. Le llamé la atención: es una cuestión de respeto hacia sus compañeros, que estaban

preparándose para la lucha. Pero él estaba con una energía completamente distinta a la del resto del grupo.

Mañana veremos en el entrenamiento. No será fácil porque estaremos cansados del viaje de hoy.

Se nos cayeron dos jugadores: Danny Rose se hizo daño durante el partido, no sabemos todavía qué

lesión tiene; y Marcus Edwards se dobló el tobillo en el entreno de ayer. Había viajado y entrenado con nosotros,

pero estaba previsto que participara hoy en el encuentro de la Champions del equipo juvenil.

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A veces pienso si hice bien en llamarle Messi. Tiene solo diecisiete años. A esa edad Messi hizo su debut

con el Barcelona de Ronaldinho. Son de familias, entorno y cultura diferentes. Uno piensa en argentino y el otro

en inglés. Marcus está pasando por un proceso de adaptación a la vida profesional, donde hay que actuar y

pensar de otro modo, con disciplina y sacrificio. Tiene problemas de relación con la autoridad, de

comportamiento, pero hay que mirar más allá y averiguar de dónde viene eso. En otra época se hubiera dicho

que era imposible que llegara a la Premier, ni siquiera a profesional. Nuestro reto es que acepte el camino que

le proponemos, nuestra responsabilidad es que continúe comportándose cuando entrena con el primer equipo

(con sus reglas, con sus obligaciones). Le sobra talento, pero hay que rellenar esa bolsa con detalles: hay que

marcar también los goles feos, hay que correr, hay que sacrificarse.

Esa es la razón por la que dije que era nuestro Messi: Leo es el destino. Marcus debe estar convencido

de que puede llegar a ser un buen profesional y creer en el trayecto hacia ese logro.

Es una pena que la lesión detenga de momento ese proceso.

N’Koudou entrenó bien hoy. Le ha quedado claro que la única manera de postularse para un sitio en el

once es trabajando. Y pensando en el colectivo.

22 de octubre. Otro empate a cero, esta vez con el Bournemouth. Nos deja en quinta posición con 19

puntos tras nueve jornadas. Era uno de esos partidos que había que sacar adelante si queremos tener opciones

de ganar la liga, pero nos sigue faltando gol. Hemos perdido un punto de calidad.

Sabíamos que, como jugábamos temprano, si ganábamos nos poníamos primeros, aunque fuera

solamente por un par de horas. Pero entramos muy mal en el partido. Nos faltó concentración, intensidad, y en

los primeros minutos nos crearon una situación de gol, la más clara que tuvieron en todo el encuentro.

Últimamente nos está costando imponer el juego que queremos, era un partido en el que queríamos ir más bien

por fuera que por dentro, y al final terminamos atacando por un solo lado en la primera parte, y en la segunda

por otro. No tuvimos precisión ni frescura. Ni en el juego ni en la finalización.

Los tres partidos de esta última semana han sido difíciles. En tres días vamos a tener que reorganizar

totalmente nuestra alineación para el encuentro de la League Cup. El año pasado fuimos capaces de rotar entre

nueve y diez jugadores, especialmente en la Europa League; ahora cambiamos a uno o dos, máximo tres. La

Champions lo demanda. Y además, desde el inicio de la temporada no hemos podido tener la plantilla al

completo.

Moussa Sissoko, un chaval que suele ser sensato, le dio un codazo a Harry Arter del Bournemouth y me

dicen que la federación puede actuar de oficio, porque el árbitro no vio la acción. No podemos alegar nada

cuando se ve claramente que levantó el codo. Le caerán tres partidos, pero eso le puede incluso favorecer,

porque fue el último en llegar y todavía no está en la condición física adecuada.

Hoy invité a casa a Toni y a Jesús, que es vecino. Como ya habíamos cenado por ahí, saqué vino y

bombones. Se nos sumó Sebas. Vimos el final del partido del Madrid, el del Marsella contra el PSG, y después

el derbi de Rosario, Central-Newell’s. Hacía diez u once encuentros que Newell’s no ganaba. El partido estaba

empatado, quedaba un minuto y un último córner. Y alguien dijo, no recuerdo quién: «Debe de ser la hostia

ganar un derbi en el último minuto y de saque de esquina». Y ¡pum! Goooool. Newell’s marcó de córner. Sebas

y yo saltamos como si acabáramos de ganar el Mundial.

El partido de League Cup ante el Liverpool de hoy nos sirvió para ver en qué momento de su evolución

se encuentran algunos jugadores jóvenes. Con los problemas de lesiones que tenemos, jugar en un Anfield lleno

se presentaba como una gran opción para permitirles gritar «aquí estamos». Viajamos el mismo día porque,

siendo el cuarto desplazamiento seguido, prefiero que pasen una noche más en casa. Llegamos, dormimos la

siesta y luego fuimos al estadio, que tiene una tribuna nueva y también nuevos vestuarios.

Debutó Carter-Vickers, un central en el que confiamos mucho. Harry Winks jugó los 90 minutos. Se

pusieron 2-0 con dos goles de Sturridge, pero Jansen marcó un penalti y Shayon Harrison tuvo una gran ocasión

al final para empatar, cerca del final. Perdimos 2-1 y nos faltó de todo un poco. Fue un partido de hombres (el

Liverpool que, como el Chelsea, no tiene competición europea, se plantó con un once bastante fuerte) contra

niños. Tenemos la plantilla más joven de la Premier y la hinchada debe sentirse orgullosa. Pero hay que exigir

más. El fútbol hoy es físico y técnico, y cada vez más psicológico. Debemos ser más duros mentalmente. A ver

qué sucede cuando Harrison vuelva a tener una oportunidad parecida. N’Koudou jugó un rato al final del partido.

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Onomah no estuvo mal, pero todos ellos tienen que dar un paso al frente. No es suficiente con cumplir, hay que

mostrar algo diferente.

Ocurrió otra cosa durante el encuentro.

Durante la primera mitad, nada más empezar, se produjo una entrada de Trent Alexander-Arnold, un

chico del Liverpool que debutaba. Era merecedora de roja, pero tal vez, siendo como era su debut, el árbitro

decidió no expulsarlo. Nosotros no protestamos. Hacia el final del partido se produjeron un par de entradas

normales contra jugadores del Liverpool, y de su banquillo saltaron uno de los asistentes de Klopp y el

preparador físico. Sobreactuaron y se dirigieron con gestos irrespetuosos hacia mí para que me callara. Cuando

acabó el encuentro, Jesús se acercó al preparador físico y, caminando hacia el túnel de vestuarios, le dijo: «Oye,

no vuelvas a hacer eso, porque nosotros somos asistentes y nunca debemos decirle a los mánagers lo que tienen

que hacer». El tío empezó a ponerse nervioso, a insultarle, a hablarle en alemán, ¡parecía que le quería pegar y

todo!

En la rueda de prensa, la última pregunta fue: «¿Crees que el Liverpool tuvo suerte de haber acabado

con once en el campo?». No quería apuntar al chaval, porque en un debut te puedes embalar y cometer errores,

pero contesté: «En la primera parte, creo que su lateral podría haber sido expulsado. Por eso me ha extrañado

al final del partido, cuando ellos han empezado a quejarse de nosotros».

No se lo dije a los chicos, pero fue una lección para ellos sobre «el otro fútbol», que no se aprende ni

con seis meses de entrenamiento.

Hoy es jueves, dos días después del partido del Liverpool y a dos del encuentro de liga ante el Leicester.

Le estamos dando vueltas con Miki, Jesús y Toni a lo que nos está pasando desde la victoria ante el Manchester

City. No acabamos de despegar.

Las pequeñas molestias, las lesiones de tres puntales del equipo como Toby Alderrweireld, Kane, y ahora

Lamela. Ha sido un periodo intenso, con tantos partidos fuera de casa, y eso ha afectado a los jugadores. La

primera consecuencia es que hoy y mañana los entrenamientos previos al Leicester serán de recuperación. Hay

que bajar el ritmo para ver si mejoran los nueve que están con molestias. Esperaremos hasta el último momento

para decidir el equipo.

A pesar de todo ello, solo hemos hecho 45 minutos malos, contra el Mónaco.

Sufrimos contra el Leverkusen en la segunda mitad, pero porque nos apretaron, no porque jugáramos

mal.

Lo de Lamela sí que es preocupante. Fue un jugador importante la temporada pasada. Lo senté en el

banquillo ante el Liverpool, en parte porque tenía una molestia en la cadera desde el domingo anterior. No

parecía nada importante. Jugó en la segunda mitad en Anfield sin molestias. Al día siguiente le queríamos

modificar el entreno, y dijo que no hacía falta, que se unía al grupo. Pero al acabar la sesión nos comunicó que

estaba fatal, que no se veía para el encuentro del Leicester.

Requiere un estudio detallado porque no está claro dónde está el problema.

Hay cierto aire de preocupación en el ambiente, así que pedí que editaran un vídeo de algo que vimos

en un entrenamiento de esta semana. Monté una reunión con los jugadores, el staff y el cuerpo técnico para

hablarles de la importancia de quienes trabajan alrededor del equipo. Les pedí a Danny Rose y al capitán, Hugo

Lloris, que dijeran algo en este sentido. Miki me trajo un trofeo que nos había llegado esa semana, y se lo

entregué, inesperadamente, al ganador de la performance of the week [actuación de la semana]: a Stan, el utillero.

«Hiciste algo importante, pusiste en riesgo tu seguridad para salvar al equipo», dije, muy serio. Me miraban todos

extrañados. «Pongan el vídeo», pedí.

En la pantalla gigante vimos cómo Stan colocaba los maniquíes que utilizamos en los entrenos en el

buggy con el que se mueve por las instalaciones. A uno lo puso en el asiento del conductor, y su pierna debía

estar cerca del acelerador porque… el cochecito de repente empezó a andar solo, y Stan tuvo que salir corriendo

detrás. Consiguió alcanzarlo y recuperar el control, evitando que nadie corriera ningún riesgo. Nos

partíamos de la risa. Se llevó el trofeo orgulloso.

Y, como quien no quiere la cosa, afloraron sensaciones positivas. Salimos de la sala bromeando, con más

energía que cuando entramos.

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Por cierto, nos visitó Steve Nash, el jugador canadiense de la NBA, que es fan del Tottenham. Ya nos

vimos en Toronto cuando estuvimos allí. Se acercó al entrenamiento y hasta participó en unos rondos con

nosotros. Yo también me uní, pero la espalda pudo conmigo. Luego Eriksen y Wanyama mostraron sus dotes

con el balón de básquet, pero tengo que decir que son mejores futbolistas que jugadores de baloncesto.

29 de octubre.

Día de partido. Volvemos a White Hart Lane. Nos juntamos en la Ciudad Deportiva para decidir el once

contra el Leicester, los vigentes campeones de liga, que están sufriendo la dureza de la «segunda temporada»,

la continuidad de un éxito inesperado. Conquistaron la Premier, pero no es fácil ganar después de ganar. Los

jugadores tocados se quedaron en las instalaciones haciendo un trabajo diferente al resto. En la charla nos

centramos en la parte táctica y el balón parado.

Se hizo larga, queríamos dar muchos detalles de cómo ataca el rival, especialmente esos balones largos

que son tan complicados de parar. Así que llegamos un poco más tarde de lo previsto al estadio. Ya sabíamos

que Slimani no jugaba porque nos lo habían filtrado desde el propio entorno del jugador. La información puede

llegar desde los lugares más insospechados. Fue un placer volver a ver a Ros Wheeler, secretaria del

Southampton, con su marido, que fueron nuestros invitados. Ros, la persona que probablemente lleva más

tiempo en un club top, nos cuidó muchísimo en nuestra primera etapa en Inglaterra.

En cuanto al partido, nos dejamos dos puntos, o esa sensación nos dio. Tuvimos un par de ocasiones

claras que detuvo Kasper Schmeichel, y otro par que fueron al palo: necesitamos más aportación goleadora de

algún jugador cuando Dele, Eriksen y Son no están inspirados, y Kane está fuera. Empate a uno, y el Leicester

se llevó su primer punto fuera de casa.

Los periodistas me preguntaron sobre el estado del equipo, porque tras las buenas sensaciones de la

victoria ante el City llevamos cuatro empates y una derrota.

Además, ahora recibimos al Bayer Leverkusen en Wembley y vamos al Emirates para el derbi ante el

Arsenal. Les dije que estaba tranquilo, que el equipo dominaba los partidos, que el calendario había sido duro,

y que este año rotamos mucho menos porque no nos lo podemos permitir.

Lo dejé ahí. Pero este es un momento clave y lo hemos recibido con fatiga. Con el cansancio aumenta el

riesgo de enfermedades o pequeñas lesiones. El sistema inmunológico sufre, pero las estadísticas dicen que

estamos bien: no hemos perdido en liga, vamos quintos, a solo tres puntos de City, Arsenal y Liverpool, líderes

empatados.

Es cierto que la competición está más dura que nunca tras diez jornadas, y somos uno de los cinco

equipos que empujan por arriba. Pero también estamos descubriendo de qué pasta estamos hechos. Hemos

pasado de jugar para hacerlo lo mejor posible a estar obligados a ganar. Eso se refleja en la gestión de la

información procedente de los preparadores físicos, los médicos. Pequeños detalles que antes dejábamos pasar,

ahora los debemos cuidar, porque pueden ser determinantes. Sube la presión. Menos descanso, más viajes.

Ganar al Bayer nos permitiría casi clasificarnos para la siguiente ronda de Champions. Una buena

actuación ante el Arsenal fortalecería nuestra candidatura como aspirantes al título y nos proporcionaría una

plataforma real sobre la cual seguir construyendo. Nos pondrá un espejo delante de nuestras narices. ¿Estamos

listos?

5. Noviembre

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La temporada llega a uno de los momentos cruciales: el final de la fase de grupos de la Liga de

Campeones. El Tottenham necesita vencer al Mónaco y al Bayer Leverkusen para seguir teniendo opciones. En

la liga, tres derbis de Londres seguidos, ante Arsenal, West Ham y Chelsea, cuya rivalidad más allá del juego

continúa creciendo.

Simon Felstein acaba de traernos a su hijo, Sebastian, para que le saludemos. Recuerdo, cuando nació,

que pasaron meses antes de que nos lo presentara. Yo le enviaba mensajes: «Tráelo, hombre. Me lo dejas a mí

y te vas con tu mujer a cenar». Debió de pensar que se lo decía en broma. Es un crío encantador.

Perdimos contra el Bayer Leverkusen en Wembley. 0-1, gol en la segunda mitad. El resultado no tiene

nada que ver con el estadio. Nada de nada. Cero. ¿Dónde se puede jugar mejor a fútbol que en Wembley? Es

verdad que el campo es mayor que el de White Hart Lane, pero cuando en liga los rivales se nos encierran, nos

gustaría que las dimensiones fueran las de Wembley. No hay escenario perfecto, solo un saco de soluciones que

hay que saber aplicar.

Hoy estuvimos mal. Fue vergonzoso. No hay que esconderse detrás de excusas baratas. La respuesta

está en nosotros. Hemos perdido tres veces esta temporada: una contra el Liverpool en la League Cup, lo cual

es comprensible, a diferencia de las otras dos, en Europa. No hemos ganado en los últimos seis encuentros,

cuando era el momento de dar el do de pecho. Ahora necesitamos dos victorias en los dos partidos que quedan,

o nos quedamos fuera. Y aun así no está en nuestras manos. Estamos a tres puntos del Bayer y a cinco del

Mónaco.

En todo caso, no fue una previa habitual, ni sencilla.

Después del partido contra el Leicester, nuestro tercer empate seguido en la Premier, tuvimos un día

libre que nos vino muy bien. Pero el martes, día previo a la Champions, sucedió algo increíble. Teníamos el once

decidido y el entrenamiento estaba a punto de acabar. Fui a ver a Kane, que está trabajando en solitario

recuperándose de cara al partido ante el Arsenal, y le pedí a Jesús que practicara el balón parado con los titulares.

En la última jugada de los partidos cortos (6 contra 6), cuando Jesús iba a pitar el final, un futbolista recibió la

entrada de un rival. Al caer, chocó con uno de su equipo y se golpeó la nariz con la rodilla del otro. El balón

siguió un par de segundos, hubo otra entrada dura y cayeron dos más al suelo.

¡Cuatro jugadores al suelo! Y uno de ellos se suponía que iba a ser titular.

Con Jesús decidimos esperar cuatro o cinco horas para ver cómo evolucionaban los futbolistas antes de

decidir el once definitivo. Sabíamos que Kane no estaba bien todavía, y que Lamela sigue sin entrenar. Sissoko,

suspendido en la liga, puede jugar en Champions. Como hay que conformarse con quienes están disponibles,

optamos por escoger a los más frescos.

La sensación que nos dio el partido fue frustrante. En la primera parte, no nos impusimos, no controlamos,

algunos jugadores cometieron errores. Nos faltó agresividad con el balón, y movilidad. Nos apretaban la salida

del balón, y ahí lo más importante es saber el camino para salir con ventaja. Lo hemos entrenado mil veces. Pero

no nos salió.

Por otro lado, lo que producíamos ofensivamente acababa en nada. Pero al menos llegamos 0-0 al

descanso, donde mostré un par de imágenes de cómo debíamos construir desde atrás. Les recordé que era

indispensable que los defensores fueran más atrevidos y adelantaran la línea. A menudo se les enseña una

imagen donde se hace bien, y otras donde no. Tenemos a un miembro del cuerpo técnico encargado de montar

los vídeos en cada partido. Miguel le indica con un mensaje lo que necesitamos, según lo que se esté hablando

en el banquillo, y los cortes están preparados para cuando llego al vestuario. Dejo pasar unos minutos para que

la gente se relaje un poco, y luego muestro las imágenes y explico lo que debemos cambiar.

Pero en esta ocasión no teníamos ejemplos de buenas construcciones en esa primera mitad.

Ya en la segunda, concedimos un gol que podríamos haber evitado. El Bayer no es un equipazo, en

realidad es más joven que el nuestro, pero tienen más horas de vuelo en esta competición, y jugadores de gran

nivel. Igual habría que plantearse si tenemos suficiente calidad como para jugar al máximo nivel dos partidos

por semana. Para que eso salga bien necesitas a todos los jugadores en forma. El año pasado, durante muchos

momentos, el equipo se mostraba incluso por encima de la media de los futbolistas. No ha sido así esta

temporada, hasta el momento.

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Solo nos queda insistir en nuestros principios, mantener la coherencia, analizar las cosas de la forma más

objetiva posible, esperar a que este difícil momento pase y las circunstancias cambien, y mientras tanto intentar

reducir nuestros errores al mínimo.

Con Jesús, Miki, Toni y Simon estuvimos preparando el mensaje que íbamos a transmitir en la rueda de

prensa. Al acabar las entrevistas volví al despacho del mánager y ahí estuvimos hasta las once y pico.

Lamentándonos, hablando. Estar a tres puntos de los líderes en la liga nos mantiene en esa competición, pero

sabemos que estamos bajo mínimos. Todos.

De todas formas, cuando llevas dos años y medio trabajando los errores individuales —con vídeos,

tácticas y todo tipo de charlas— y se siguen repitiendo, es porque seguramente no tienen solución. ¿Para qué

enfadarse, pues? Lo que hay que hacer es tomar decisiones a final de temporada y esperar que todos en el club

sean lo suficientemente valientes.

Al llegar a casa recibí un par de mensajes de Jesús. Me decía que había estado bien en el pospartido,

tanto con el grupo de trabajo como en la rueda de prensa.

Que había evitado males mayores. Que no había buscado excusas y que había mostrado tranquilidad.

Estaba tranquilo, es cierto. Pero sé que hay que tratar de dar la vuelta a todo esto en el derbi contra el

Arsenal. En cuatro días.

El cansancio. Ese tirano que lo ocupa todo cuando llega. No es solo la competición lo que cansa, también

sacar adelante una estructura deportiva que requiere de tus decisiones constantes. Diarias. Cientos de ellas. Pero

esa fatiga también puede tener otra fuente: las expectativas, la lucha interna entre lo que querríamos que fuera

y la realidad.

Cuando se nos instala provoca mal humor, negatividad, falta de atención y de claridad. Dejamos de ver

lo que el futbolista puede o no puede hacer. Nuestra capacidad resolutiva se va al carajo. Y también la coherencia,

indispensable cuando lideras un grupo de cincuenta y tantas personas.

Y lo peor: dejamos de ver lo extraordinario en lo que parece corriente, que es lo que nos hace ser más

humanos.

Aunque creo que soy bueno delegando, y cuento con Karina y Jesús para ayudarme a mantener mi vida

en orden y filtrar muchas cosas, el esfuerzo es incesante. Tengo que tratar con el presidente, los agentes y la

academia. Últimamente he constatado que se obtiene mucho de las reuniones individuales con los futbolistas.

También tengo que asegurarme de que Miki, Jesús, Toni y yo estamos en la misma onda.

Arsène Wenger dijo una vez que «la cara de un entrenador es el espejo de la salud de su equipo». Alex

Ferguson asevera que pasaba más tiempo cuidando de su gente que de sí mismo, y que a veces se arrepiente

de ello. Que la primera responsabilidad del mánager es consigo mismo. Que, si no comes bien, si no estás fresco,

es imposible permanecer emocionalmente equilibrado.

Es fácil de decir, aunque complicado de llevar a cabo cuando adoras lo que haces y se ha establecido

una dinámica de trabajo —en la que creo— donde todas las decisiones son colectivas, aunque yo tenga la última

palabra.

Por supuesto que mi mente se siente a veces atascada, y, como consecuencia, tengo la impresión de

estar dejando de ser creativo sobre el césped. Tantas reuniones me impiden pensar en nuevas maneras de

trabajar con el grupo, en nuevos ejercicios, en nuevos rondos. John McDermott me dijo el otro día algo que se

me quedó grabado, algo que le oyó decir a Graham Taylor: «Asegúrate de que no estás demasiado cansado para

pensar». Graham solía dar una semana libre a su staff durante la temporada, en el transcurso de la cual no podían

siquiera acercarse al campo de entrenamiento. Lo consideraba esencial para que llegaran a abril o mayo con

energía. Se necesita fuerza para predicar con el ejemplo. Igual debería dejar la profesión en seis o siete años. Lo

disfruto como un niño pequeño, pero este ritmo es infernal.

Cuando uno se siente agotado, aparece la fortaleza mental: ¿podemos seguir tomando decisiones hasta

que nos recuperemos? Igual no se trata tanto de tomarse un día libre, porque por encima de todo está el

colectivo. Yo tendría que estar muriéndome para quedarme en casa. El cansancio hay que combatirlo buscando,

por ejemplo, un lugar donde recuperarse.

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La Ciudad Deportiva es nuestro cuartel general, y es muy cómodo, pero lógicamente se llena de ruido

emocional, físico y psicológico. Por eso a veces necesito dirigirme a un espacio en silencio para recuperar fuerzas.

Cuando aparezco en el despacho del director de la academia por sorpresa y me siento en el sillón que

tiene cerca del ventanal, un poco escondido, sabe qué hago allí. Descanso. Y hablamos de cualquier cosa o de

nada.

Otra manera de aligerar peso es viajar mentalmente. Busqué horas muertas que no creía tener para ver

entera una serie de televisión fascinante: House of Cards. Le digo a todos que la vean. Me la he tragado toda

con mi señora; es televisión en su máxima expresión. Contiene ejemplos de liderazgo, buenos y malos. Lecciones

de estrategia. De política. Y Claire Underwood. El sueño de cualquier hombre. Todos en el staff somos fans de

Claire.

El presidente ha preparado un viaje a Argentina tras el encuentro en el Emirates.

Un cambio de rutina nos vendrá bien a todos. Veremos si después de una alegría o no.

Voy a dejar en casa este diario, que también me está robando descanso, el muy ladrón.

Mientras que a nosotros nos está costando alcanzar el nivel deseado, el Arsenal está en forma: lleva

ganados once de los últimos doce partidos en todas las competiciones. Nos separan tres puntos de ellos en lo

más alto de la tabla. Me acaban de decir que es el mejor inicio de liga del Tottenham en la historia y que somos

el único equipo invicto en las cuatro divisiones profesionales del fútbol inglés. No he perdido un solo encuentro

de cuatro contra el Arsenal y nadie en la historia de los Spurs ha conseguido llegar a cinco victorias seguidas.

Qué necesaria es a veces la perspectiva. Y qué dulces son a veces las estadísticas.

La previa fue accidentada, para variar. Ben Davies está tocado del tobillo. A Erik Lamela, que era

indiscutible, le está pasando de todo y no volverá en un tiempo. Y hubo más. Tras el encuentro ante el Leverkusen

decidí hacer algo que nos reactivara. Cuando fallan los futbolistas hay que buscar variantes tácticas. Nos está

costando atacar, lo hacemos siempre por el mismo lado, los laterales no están haciendo todo lo que se espera

de ellos, y pensé que sería buena idea cambiar de sistema.

Vimos el vídeo del Arsenal, escogimos el once y en la sesión iniciamos un trabajo táctico para preparar

cosas que podían pasar en el partido, además de explicar en qué consistiría la nueva variante. Pero entonces, en

los últimos minutos, se lesionó Dele Alli. Era importante reaccionar adecuadamente, así que pedí al resto de

jugadores que continuáramos el entrenamiento táctico para mostrarles que lo estaban haciendo bien, que nada

cambiaba.

La buena noticia es que Harry Kane está de regreso. Le pondré de inicio, necesitamos aire fresco.

En la rueda de prensa le hemos dado vueltas al hecho de que el Arsenal, ahora que tanto se critica a

Wenger, es digno de elogio: se trata de uno de los clubs más consistentes del mundo, porque durante veinte

años siempre han estado más o menos en un mismo nivel. Nosotros, por otro lado, estamos todavía creciendo

como club y como equipo. Estamos en fases diferentes.

Y una cosa más. Miki, Jesús, Toni y yo nos sacamos el sombrero ante Arsène y todo su staff. El Arsenal

es nuestro mayor enemigo en términos deportivos y nunca hemos tenido un problema con ellos. Su

comportamiento en el banquillo es excelente. Después de veinte años en esto, Wenger podría comportarse de

manera arrogante o sentirse más que nadie. Pero de él solo hemos recibido respeto.

6 de noviembre.

Acabamos de jugar contra el Arsenal.

Aunque dijo estar disponible para el partido, no quisimos correr riesgos con Dele Alli. Un jugador no

había dormido bien, otro tenía dolor de estómago, a otro le molestaba el pie. Y no sabíamos si Harry podría

jugar más de una hora. El partido era a la una y por la mañana seguíamos con dudas. Algunas se despejaron en

el calentamiento. Mientras tanto había que mantener la calma, por dentro y por fuera. Sabíamos que podíamos

hacer un buen partido.

Al final salió casi todo como esperábamos. Salimos con fuerza, no nos echamos atrás y creamos

ocasiones, mientras ellos no demasiadas, y las que tuvieron fueron, sobre todo, por pérdidas y errores propios.

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Contra el Arsenal jugamos con una defensa de tres. Sin Lamela estamos cortos de jugadores de banda.

Las lesiones de Dele Alli y Alderweireld nos debilitan en el carril central. Rose y Walker pueden jugar de carrileros.

Con un 3-5-2 conseguíamos también que Kane no se quedara aislado al contar con Son Heung-Min a su lado.

El riesgo de vernos expuestos atrás se minimizaba si presionábamos bien cuando perdíamos el balón, cosa que

hicimos.

El cambio de sistema nos dejó un buen sabor de boca. Se empieza a decir que ahora tenemos plan B.

Incluso plan C. Antes nos criticaban porque —decían— el equipo jugaba siempre de la misma forma, pero no es

cierto. Puede que, de inicio, el sistema fuera un 4-2-3-1, pero había innumerables movimientos y cambios de

posiciones que hacían que la forma de atacar variara según el rival y el momento del partido.

Encajamos primero, justo antes del descanso, pero no nos sentimos inferiores, más bien al contrario.

Harry Kane, que acabó jugando 73 minutos, empató de penalti al poco de empezar la segunda mitad. Y tuvimos

ocasiones para ganar el partido. En todo caso, lo más importante era mostrar otra cara tras la decepción ante el

Leverkusen.

En la conferencia de prensa me preguntaron cómo definiría con una sola palabra a Moussa Dembélé, al

que tuve que sustituir en la primera mitad en el partido de Champions, pero que estuvo espléndido hoy. Cuando

está bien nos da cosas diferentes. Así que dije: «Un genio». Ahora habrá que mantenerle los pies en el suelo.

Le daré un toquecito cuando le vea.

Un último apunte antes de cerrar el diario unos días. Me encanta estar rodeado de los míos. Viendo a

Toni, Miki y Jesús echando una cabezadita en el avión, me acordé de una noche en Southampton, en el hotel en

el que nos instalamos los primeros seis meses. Fue una época intensa, de aprendizaje y trabajo. Las jornadas

empezaban sobre las siete en el bufé y acababan a las ocho o las nueve de la noche. El hotel no tenía televisión

por cable, así que teníamos que buscar webs raras para ver los partidos de fútbol. Como la señal wi-fi no llegaba

bien a todas partes, a veces nos plantábamos con el ordenador en medio del restaurante, los cuatro inclinados

alrededor de la pantalla intentando descifrar el juego. Veíamos todo lo que podíamos. Un jueves televisaron la

Europa League y propuse ir a la habitación a verla. Jesús sentado en el sofá. Miguel en una silla. Toni sobre la

cama conmigo. A los cinco minutos nos quedamos todos dormidos. Cuando me desperté, ya se habían ido. Así

eran los días.

Jesús fue el último en unirse al grupo. Todo entrenador necesita a alguien en quien confiar

profundamente, su extensión en el vestuario, en el campo, en el gimnasio, en la vida misma, porque al final esa

situación de complicidad no puede crearse solamente en el trabajo. Ramón Planes lo trajo al Espanyol y desde

el primer día me sentí seguro depositando en él mi conocimiento y mi visión de futuro.

Se ha convertido en una figura clave en mi carrera.

Al principio llegó al club para proporcionar asistencia metodológica al fútbol base y al sub-21, pero

pronto empezó a trabajar con jugadores del primer equipo que se recuperaban de una lesión o necesitaban

realizar un trabajo extra. Al inicio de la siguiente temporada, el encargado de montar los vídeos del rival se fue

al F.C. Barcelona. Yo había pagado de mi bolsillo un programa de análisis, con cámaras y demás, y le pedí que

me ayudara con ello. Poco a poco se fue contagiando de mi manera de pensar, en una época en que quizá le

faltaba algo de amor por el fútbol. Para él era solo un trabajo. Enseguida vi que tenía una ingente capacidad de

trabajo y de comprensión. Coincidió que me separé del preparador físico con el que había estado colaborando

hasta entonces, Feliciano di Blasi —que era de la vieja escuela— y le puse a mi lado.

—¿Cuánto quieres ganar? —le pregunté al principio.

—Lo que consideres. Sé que siempre me vas a valorar bien. Yo no te voy a dar una cifra —me respondió.

Y así es como hemos trabajado desde entonces.

Jesús dice modestamente que él se subió a un tren en marcha, pero yo he evolucionado muchísimo desde

que le conocí, desde que montamos el grupo de trabajo que tenemos ahora. Los cuatro hemos saltado juntos a

otro nivel. Su compromiso y su inteligencia me empujan a superarme y me presentan desafíos constantes.

Somos un grupo humilde, donde no existen los egos, y eso es esencial para poder estar en constante

evolución. En el fútbol nunca vamos a encontrar el contexto ideal, siempre fallará algo. Por eso tenemos que

adaptarnos a lo que tenemos, y eso es lo que ellos me ayudan a hacer.

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Está claro que el que lidera un grupo por lo general es quien desarrolla la idea, y en el proceso se va

sumando gente. Lo bonito es que no es el «método de Mauricio Pochettino», sino que es un trabajo de equipo.

Somos un cuerpo técnico que cree en una forma de trabajar, en una forma de jugar y en una forma de vivir. Eso

es lo más importante. El objetivo no es sentirse a salvo o protegido, sino disfrutar de lo que hacemos y compartir

emociones e ideas. Mi manera de ser como entrenador es un reflejo de mi personalidad. No todos opinamos

igual siempre, pero el debate nos enriquece, y en última instancia tengo la última palabra. Es fundamental en

nuestro día a día que protejamos todo eso.

Alguna vez me han preguntado si no sería mejor cambiar de cuerpo técnico en busca de nuevos estímulos

o para evitar que me enamore de nuestra filosofía en lugar de ponerla a prueba constantemente. Pero rodeado

como estoy de tres personas con hambre de crecer y aprender, no necesito esos cambios.

Miki es un gran amigo de mi adolescencia, nos conocimos en las inferiores de Newell’s con diecisiete o

dieciocho años. Compartimos muchos momentos cuando estábamos aún soñando. Después, nuestras novias se

conocieron y pasábamos largas jornadas juntos, comiendo, viendo fútbol, baloncesto; era la época de los Chicago

Bulls. Yo tenía coche y pasaba a buscarlo para ir al entrenamiento. Dice Miki que esos viajes desde el centro de

Rosario, donde vivíamos, hasta Bellavista eran siempre muy entretenidos, a pesar de la música que

escuchábamos, escogida por mí. Un día me rompió la puerta del Fiat Uno. Bajando del coche, le dije: «Cuidado

con el viento, Miki». Abrió, ¡y el viento se llevó la puerta! La verdad es que era un coche de juguete, pero me

pasé años con la joda de que me rompió la puerta del Fiat y nunca me la pagó.

También estuvo en aquellas interminables concentraciones en el Liceo Militar de Funes, a las afueras de

Rosario, organizadas por Marcelo Bielsa, de las que solo salíamos para jugar partidos. Yo hablaba mucho con

los profes, siempre me interesó la preparación física. Mis equipos cuidan eso. Nuestra diversión era el pingpong

y algún que otro juego más; teníamos un sistema cerrado de televisión y vídeo donde de vez en cuando podíamos

ver alguna película. No era fácil estar alejado tanto tiempo de la familia. Hoy trato de que mis jugadores pasen

en casa el mayor tiempo posible. ¿Dónde van a estar más cómodos que en su cama?

Aquellos preparadores físicos eran de los de antes, de los que nos «castigaban».

Las sesiones eran muy duras. Cuando subí al segundo equipo del Newell’s, dirigido por Marcelo, me tocó

prepararme con el profe Trusendi. Me dijo que estaba un poco gordito, así que me hacía entrenar con la camiseta

y una sudadera encima.

Las pretemporadas eran en enero, con mucho calor y humedad en Rosario.

Pero nos reíamos mucho con Miki en aquella cárcel.

Karina y yo fuimos testigos de su boda civil. Luego, durante un tiempo, agarró otro camino. Estuvo en

Ecuador, México, Francia, pero siempre mantuvimos la idea de trabajar juntos. Cuando surgió la oportunidad, en

el Espanyol, le ofrecí un cargo y le pedí que grabara los entrenamientos. En la Ciudad Deportiva construimos

una columna —que sigue en pie— con unos caños. Ahí se subía Miki a grabar. Soplaba siempre viento y Miguel,

con sus dos metros, grababa agarrado fuertemente a la columna. La recompensa a tanto riesgo fue traérmelo

conmigo a Southampton.

Jesús es el encargado de canalizar toda la información de los departamentos de sport science y médico,

y de gestionar mil cosas para que me lleguen mascadas. Le tengo al lado en las ruedas de prensa por si hay

algo que no entiendo. Está presente en la mayoría de conversaciones con gente del club. Miki lleva todo el tema

de análisis y ojeadores, y Toni todo lo que se refiere al entrenamiento específico de los porteros.

Lo de Toni es de punto y aparte, un viaje de subidas y bajadas que ya explicaré más adelante.

Toni vive con su mujer, Eva, cerca del campo de entrenamiento. Tiene tres hijos: Enric, que vive en

Granollers, de treinta y dos años; Toni Jr., de veintidós, ha vivido en Southampton un tiempo; y Cristina, de

dieciséis, está con ellos en Londres. La mujer de Miki, Carina, y su hijo Tiago, de siete años, viven con él en

Inglaterra. Y Jesús también se mudó aquí con su señora, Olga, y sus dos hijas, Paula y Marta, de nueve y catorce

años.

La vida nos ha traído a todos a Inglaterra.

Toni, por supuesto, se viene con nosotros a Argentina. Nos vamos a Lago Escondido.

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Es lunes y estamos a punto de aterrizar en Londres de vuelta de uno de los viajes más extraordinarios

que he vivido. Veníamos jodidos después de un mes y pico complicado, aunque el empate ante el Arsenal nos

había dejado contentos. Pero en Argentina conseguimos reconectarnos con energías abandonadas, y con la

gente a nuestro alrededor. Creo que lo que hagamos esta temporada y en los próximos años tendrá que ver con

lo que nos dijimos, vimos y compartimos en el Lago Escondido.

Y por si fuera poco, Miki casi se muere.

Fue Daniel quien sugirió que un día teníamos que ir a Lago Escondido. Daniel y Joe Lewis son dueños

de ENIC group, compañía que posee el 85% del club. Joe, propietario de las tierras que rodean el lago, le dijo

a Daniel que deberíamos ir y disfrutarlo. Hace tiempo de eso. Yo dije que perfecto. Un par de meses atrás, antes

de la mala racha, Daniel me lo volvió a comentar. Noviembre es una buena fecha, le dije, porque es el inicio de

la primavera y hay buen clima en Argentina. Y así fue como los cuatro amigos, el presidente y Allan Dixon,

asistente de los jugadores del primer equipo, partimos a las diez de la noche del domingo, tras el partido, en un

vuelo de British Airways de Londres a Buenos Aires. De antemano, solo temía una cosa: un mal resultado ese

mediodía y ya veríamos qué tal se daba el vuelo. Al final, incluso merecimos ganar, y de repente el viaje se antojó

una oportunidad para detenernos, hacer balance y compartir tiempo con el presidente durante siete días.

En el avión pasamos el tiempo mirando películas y tomando mate. La gente nos miraba un poco

extrañada: ¿mate en un avión?

Tocamos tierra el lunes por la mañana. Nos estaban esperando, así que pasamos rápido los controles y

fuimos a una terminal privada donde teníamos preparado un jet para viajar a Bariloche, y de allí en dos

camionetas a Lago Escondido.

En una de ellas iba Nicolás, el capataz de la propiedad. Le comenté que tengo un campo en Arelauquen,

al borde del lago Gutiérrez, uno de los que nos cruzamos al ir a Lago Escondido desde Bariloche. También

mencioné mi rancho en Murphy, donde pacen tres mil vacas en sus quinientas hectáreas. Un lugar de paz y

asados familiares. Hace cinco años que no lo piso.

Nos alojamos en la mansión del propietario, y al llegar nos dio la bienvenida su asistente, Silvana, oriunda

de la zona. Ella y Nicolás nos acompañaron en la mayoría de actividades durante la semana. Estábamos en

buenas manos.

Me despertaba a las siete de la mañana con una vista hermosa y nos íbamos a caminar un par de horas.

Después volvíamos y charlábamos ante unos desayunos que se alargaban, endulzados con medialunas y dulce

de leche. A continuación nos íbamos a pescar, a hacer rafting, a montar a caballo, en squad, o a jugar al paintball,

a pádel… Al mediodía comíamos en plan picnic allá donde nos encontráramos, en la montaña, o a la orilla de

un lago. Cenábamos en la casa, pero siempre en un lugar diferente. Y disfrutábamos de largas horas de charlas,

claro, casi siempre sobre fútbol… y sobre el vino, que a Daniel y a mí nos encanta. Hablamos de cosas para las

que no encontramos tiempo en la Ciudad Deportiva. ¡Y eso que la mujer del presidente dice que soy el tercer

miembro de su matrimonio!

Pero sobre todo hablamos de fútbol. A veces los presidentes fichan al entrenador por currículum, pero

hasta que no se establece la conexión adecuada no saben bien qué han metido en el club. Tantas horas juntos

ayudaron a que Daniel entendiera cómo pensamos. Hablamos de ser más efectivos, de estrategias, de cómo

mejorar para poder ser competitivos. De por qué prefiero dar oportunidades a chavales de la cantera en lugar

de fichar, y de los problemas que genera contratar a futbolistas que no necesitas. No es lo mismo dejar en el

banquillo a un canterano que a un fichaje. Recuperamos un juego muy interesante que empezamos hace tiempo.

Teníamos que separar de las plantillas de la Premier a los jugadores buenos, los muy buenos y las estrellas. Así

afloraron las diferentes opiniones que tiene cada uno sobre lo que esas categorías implican, y seguidamente se

produjeron algunas charlas muy constructivas.

Un presidente y un técnico no pueden hablar de fútbol más que superficialmente. Pero pude explicarle a

Daniel en detalle que cuanto más definido tienes el modelo de juego, mucho más difícil es fichar, porque a menos

que el jugador te aporte aquello que no tienes, es mejor no fichar a nadie. También nos sirvió a nosotros para

entender mejor al club. El Tottenham está construyendo un alojamiento para jugadores y un estadio. Debemos

ser el único club que gana dinero cada año, y de ahí sale la financiación para esos proyectos. En esa conversación

se produjo un cambio de roles interesante. Con Toni, Miki y Jesús lo discutimos todo, cada uno aporta lo suyo,

y somos intransigentes. Pero delante del club, ante el presidente, somos una sola voz.

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El segundo día cruzamos el lago en lancha, y luego dimos una caminata por el bosque que duró cerca

de tres horas. Cruzamos riachuelos caminando sobre árboles y troncos caídos, bebimos el agua de los arroyos

y nos detuvimos para abrazar árboles de dos o tres mil años. El paseo terminó donde había empezado, subimos

de nuevo a la lancha y fuimos hasta una isla donde nos zampamos un asado completo: provoletas, empanadas,

chivito…

Me puse en plan capitán para llevar la lancha a casa, pero todavía nos veíamos con ganas de más. «¿Y si

cogemos el quad?», nos propusieron. Por qué no. Aunque en el momento de bajar una pendiente escarpada sin

frenos, la idea ya no parecía tan buena.

La lejanía de la urbe agudiza los pensamientos y los sentidos. A lo mejor no son tan ingeniosas las ideas

que se nos ocurren, pero lo parecen. Disfruté inmensamente de los momentos en grupo y también de algún

paseo en solitario al embarcadero, un rincón tranquilo y maravilloso. Un día que agarré la bicicleta coincidí con

Jesús, que había salido a correr. Decidimos seguir juntos el paseo: yo pedaleando y él al trote. La energía era

brutal, no hacía falta que habláramos, nos sentíamos parte de algo mucho más grande.

El viernes dimos una charla en un centro comunal de actividades sociales de la finca. Juntamos gente del

fútbol de la zona y les mostramos cómo trabajamos. No teníamos mucho tiempo porque, para no perder la

costumbre, teníamos otras actividades pendientes. Después de comer fuimos a hacer rafting a la zona del río

Manso Inferior, nosotros ocho más el guía. Doce kilómetros de bajada, los primeros bastante tranquilos.

«Caeréis de la lancha —nos advirtieron—, pero, tranquilos, que no os dejaremos atrás.» El primero en

caer, ya en el primer rápido, fue Jesús, pero el guía lo cogió del pie y lo volvió a meter en la lancha. Viene el

segundo y Jesús otra vez de cabeza al agua. Nos estábamos riendo de él cuando empezaron a llegar los duros.

Aun así, todo estaba yendo más o menos bien hasta el último rápido.

De repente, la barca viró. En lugar de atacar la ola, el bote giró a toda velocidad y algunos salieron

despedidos. Voló Jesús otra vez, esta vez seguido de Daniel —que iba en el medio—, Nicolás, Toni y Miki.

Cayeron con distinta suerte: Jesús justo delante, y la barca de seguridad que nos acompañaba lo fue a

buscar; a Toni, que acabó detrás, lo vio el guía; por el lado derecho del bote estaban Nico, al que sacaron entre

todos, y Daniel. Le había dicho al presidente que si se caía le agarraría yo. Y eso fue justo lo que pasó.

Vi a Daniel en el agua; me miraba, todo serio; lo agarré de las manos y lo tiré para adentro. Luego

comentamos de joda que tenía que haberle pedido un aumento. «Daniel, o nos doblas el sueldo o ahí te quedas.»

¿Y Miki? Ni nos dimos cuenta de que había desaparecido.

Habían pasado quince o veinte segundos. Estábamos todos concentrados en el agua, en rescatar a los

que veíamos. Y no pensamos en Miki, que quedó debajo de la lancha y estuvo unos interminables segundos bajo

el agua, sin poder sacar la cabeza. Al final emergió por el lado izquierdo. «¡Me ahogo!», gritaba. Le subimos al

bote. ¡Qué susto nos pegamos!

No sé si se lo recomendaría a los futbolistas…

Al día siguiente nos fuimos a caminar temprano. Y de repente nos dimos cuenta de que la semana estaba

acabando y comprobamos que todos habíamos sentido una energía especial. Tras el paseo regresamos a

desayunar y recoger las cosas.

Me pasó una cosa muy extraña. En el momento en que nos despedimos de las quince o veinte personas

que nos acogieron esos días, con cariño y paciencia, empecé a llorar. Si en ese momento me preguntan por qué,

no hubiera sabido qué decir. Luego, hicimos un grupo de chat con los que habíamos estado allí y en un mensaje

escribí que en el Lago Escondido no te puedes esconder. No puedes esconder lo que eres. En medio de la

naturaleza, caen las máscaras.

Mi señora me dijo una cosa muy bonita que yo me hice propia: «¿Sabes por qué te sentiste tan bien y

lloraste? Porque la naturaleza no te juzgó, durante siete días fuiste tú libremente». Dio en el clavo. Vivimos en

un mundo donde todos hacen justamente eso, juzgar. El vecino, el de allá, el de la moto, vas a un aeropuerto y

te miran, te están juzgando con la mirada. Al final no somos más que actores en este mundo. Y lo que sentimos

en el Lago Escondido fue una liberación.

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Volamos a Buenos Aires, al aeropuerto de San Fernando, y allí nos vino a recoger una camioneta que en

nada se parecía a lo que habíamos estado viviendo hasta entonces. Parecía que solo hubiera espacio para las

maletas de lo pequeña que era, había cosas en el suelo, botes de pintura, estaba completamente destartalada y

sucia… Nos reíamos cuando nos imaginábamos que llegábamos al hotel y el conserje nos preguntaba: «¿Ustedes

quiénes son? ¿Los de la orquesta?». Charlamos un rato en el hotel y nos comimos una buena parrillada regada

con un muy buen vino.

Tras la cena, dimos un paseo. Toni y Allan hablaban caminando cogidos de los hombros delante nuestro,

cuando alguien pasó en un coche y gritó: ¡Putos! Allan, que no había entendido qué le habían gritado los

ocupantes del vehículo, se volvió y los saludó. Toni, todavía con el brazo alrededor de su hombro, procedió a

explicarle el improperio que le habían dedicado. La reacción de Allan, sacándose de encima el brazo de Toni con

toda la fuerza masculina que pudo reunir, fue de histeria. Nos reímos un buen rato antes de irnos a dormir.

Llegamos a Londres a las cinco de la mañana del lunes y, tras pasar un momento por casa, nos volvimos

a encontrar en el club. Janssen, Kane y Eriksen no jugaban el segundo partido de sus selecciones y ya estaban

de vuelta. El resto de los jugadores había ido llegando durante la semana. He estado muy encima del

entrenamiento: dirigí los ejercicios defensivos, de ataque y posicionales. También participé en el trabajo con los

porteros, en el balón parado. E involucré a todos en el mannequin challenge, que luego salió por internet. Fue

divertidísimo. Hoy, viernes 18 de noviembre, hemos podido entrenar todos de cara al partido de mañana en

casa contra el West Ham. Tenemos el once decidido.

Como no podía ser de otro modo, volvimos muy pronto a la normalidad. Al tráfico y la lluvia.

Salimos contentos del partido del Arsenal, pese a no ganar. Teníamos que regresar a la senda de la

victoria ante el West Ham. Pero estábamos en el minuto 89 y perdíamos.

Hicimos debutar de titular en liga a Harry Winks, un chico que es hincha del club y que lleva en él ocho

años, y probamos de nuevo una formación un poco distinta: en rombo con dos puntas. No resultó, aunque había

salido bien en el entreno del día anterior. En ningún momento pudimos hacer lo que queríamos, concedimos un

gol de córner y decidí pasar a un clásico 4-4-2. Ahí el equipo estuvo un poquito mejor. Llegamos al entretiempo

perdiendo por un gol a cero, pero no mostramos ninguna imagen del partido, solamente tratamos de reposicionar

un poco la alineación ofensiva, explicar cómo íbamos a atacar. Entramos bien en la segunda parte, y el joven

Winks empató. Su debut de titular, ¡y marca en un derbi!

Estábamos bien, pero concedimos otro gol. Probamos distintos cambios en la formación que tampoco

funcionaron. Entró Son y los primeros cinco balones que tocó los perdió, hasta que lanzó, en el 89, el centro

que remató Harry Kane para empatar de nuevo. Y dos minutos después vino el penalti, también a Kane, que

marcó él mismo.

Y el árbitro pitó el final. 3-2, una victoria necesaria.

Winks, agradecido por haber confiado en él, vino a nuestro vestuario y nos dimos un abrazo muy fuerte

antes de saludar al resto del cuerpo técnico. El presidente también bajó, justo cuando estábamos con la gente

del West Ham. Nos saludamos formalmente con todos y, cuando se fueron, Daniel me dio un abrazo que casi me

levanta del suelo. Así fue este partido, sufrido y lleno de emociones.

Al día siguiente me dolía el hombro, en realidad un poco todo el cuerpo, de tanta tensión. Quizá no

jugamos muy bien, pero no sentimos que el West Ham fuera superior. La perseverancia nos hizo dar la vuelta al

marcador. Harry Kane nos rescató. Dos goles, tres puntos y seguimos a tres de la cabeza. ¡Cómo no íbamos a

echar en falta a un delantero como Kane, al que perdimos durante diez partidos!

Hoy lunes vamos de camino a Mónaco, para un partido decisivo de Champions.

Hay chicos que ya están volviendo de sus lesiones; veremos jugar a Kane durante 90 minutos. Tenemos

que comprobar el estado físico de Dembélé, Dele Alli y Vertonghen después de la intensidad del derbi. El año

pasado parecíamos inmunes a las lesiones. Esta temporada, no tanto. Por ejemplo, Kane y Toby se han perdido

tres partidos cada uno en Champions. Pero esa historia la puede contar cualquier otro equipo.

Mañana solo nos sirve la victoria.

22 de noviembre. Caímos ante el Mónaco.

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En la primera parte los mantuvimos a raya. Son falló una ocasión clara. En la ida, en Wembley, ya le pasó,

y a Kane también. Dele Alli erró otra ante el Bayer. Y a este nivel, eso se paga.

En la segunda mitad, a pesar de todas las correcciones tácticas, encajamos un gol. Marcamos en la

siguiente jugada, de penalti, un resultado que le iba bien al Mónaco porque solo necesitaba un punto. Lo que

ocurrió a continuación define bastante bien nuestra campaña en Europa.

Tras el empate, el rival saca de centro, y cuatro pases más tarde, en el minuto 53, Thomas Lemar marca

el tanto que acabó siendo el de la victoria del Mónaco.

¡Encajamos un gol teniendo a once jugadores detrás del balón! Es muy difícil de entender. ¿Nos falta

concentración en los momentos decisivos? ¿Es un cúmulo de fallos individuales o uno colectivo? ¿Es una cuestión

de calidad o de mentalidad?

Creamos más ocasiones, pero no dimos la sensación de poder vencer. Nos faltó esa agresividad ofensiva

que el Mónaco desplegó en abundancia. Nos causaban problemas cada vez que avanzaban. Y nosotros, cada

vez que teníamos la oportunidad de ir hacia delante, volvíamos hacia atrás.

Sufrí en el banquillo. Estuve en pie los últimos veinte minutos, intentando transmitir tranquilidad. Es

importante que cuando las cosas van mal, no empeoren.

El reto en Champions no es físico o táctico, sino sobre todo mental, de saber lo que se requiere para

ganar cuando la presión es máxima. No nos falta calidad, sino esa fuerza psicológica que permite competir al

máximo nivel con pocos días de descanso. Solo hemos marcado un gol en Europa en jugada, el de Son, que nos

dio la victoria ante el CSKA; los otros dos, de una falta y un penalti. Perdimos, con este último, tres partidos de

cinco. Estamos debatiendo mucho acerca de cómo darle la vuelta a la forma de jugar, cómo crear las mejores

combinaciones de jugadores para intentar maximizar nuestros recursos y compensar nuestras carencias.

Hablamos mucho sobre ello en Argentina con el presidente. Además de ayudar a que este joven conjunto

madure, es absolutamente crucial que seamos, a la vez, imaginativos y valientes, para mejorar y seguir siendo

competitivos al máximo nivel.

Preparamos la rueda de prensa con Simon y Jesús. Tenía que decir, lo más serenamente posible, que no

habíamos sido capaces de mostrar quiénes somos, aunque todas nuestras derrotas hayan sido por la mínima.

Que estamos dando pasos para ser más grandes, pero que hay que mejorar la plantilla. Y que debíamos aprender

todos de esto, empezando por mí.

A lo mejor es que nuestras cabezas van más deprisa de lo que el equipo evoluciona. Tenemos que ser

autocríticos. Esta noche le pregunté a Jesús si no creía que estábamos metiendo demasiada presión a los

futbolistas, sabiendo que quizá muchos nos han dado ya el máximo. «Igual no pueden dar más», me contestó.

«Pero sin presión darían menos.»

Caer eliminados de la Champions ante el Mónaco fue un golpe duro, no lo esperaba. Como la mayoría

de golpes en la vida. Y cuando quieres algo y se te escapa, se pierde algo. No me quitó fuerza, pero quedé

decepcionado, sobre todo conmigo mismo, por no haber encontrado la manera de superar ese obstáculo.

Soy responsable de la prematura eliminación. Igual no hicimos lo suficiente. No encontré el modo de

transmitirles el significado de la competición. He visto los partidos que jugamos, los he desmenuzado, los metí

en mi cabeza. Y me pregunto qué es lo que no he hecho bien.

Noto que, mientras hago esta introspección, me estoy aislando. Para pensar y para poder crear de nuevo.

Hasta de la familia me estoy alejando. Cuando llego a casa me pongo música o miro un partido.

Estoy buscando energía e ilusión. La luz al final de túnel.

Si me apago, todo se viene abajo.

Tras el desencanto del Mónaco nos tuvimos que centrar en el partido del Chelsea, en mi opinión el mejor

equipo de la Premier junto con el Liverpool, ambos sin obligaciones en competición europea. Sabíamos que

estábamos un peldaño por debajo de ellos, pero queríamos ganar. Tuvimos un único día para preparar e

encuentro, el viernes, y estábamos con dudas. Pero creíamos saber cómo hacerles daño.

«Tranquilos, muchachos», les dije. «Jugamos once contra once.»

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Conseguimos complicarles la vida. Eso pasó hace cinco días. Hoy es jueves de la semana siguiente al

partido en Stamford Bridge. Ha sido una semana de sensaciones contradictorias.

No es fácil entender lo que ha ocurrido.

Ante el Chelsea jugamos una primera parte estupenda. No nos dejamos dominar, fuimos protagonistas,

mantuvimos un nivel de presión y agresividad que hacía tiempo que no teníamos. Salíamos en ataque

convencidos, tuvimos momentos de alto vuelo. Christian Eriksen marcó a los once minutos. El Chelsea solo tuvo

dos ocasiones, una tras un saque demasiado corto de Hugo Lloris, y otra dos minutos después, en el 45, la

jugada de su primer gol. Llegamos al descanso con un 1-1 que sentimos injusto.

Algo que Jesús me mostró unos días antes me vino a la cabeza durante la segunda parte, cuando

cometimos un error defensivo que casi nos cuesta un gol. Le habían pasado un vídeo en el que alguien explicaba

cómo debería reaccionar un defensa en determinada situación. Me sorprendieron tanto esas explicaciones que

se me quedaron grabadas. Estoy esforzándome mucho en controlar mis emociones durante un partido, en lugar

de que ellas me controlen a mí. Y después de nuestro error esas palabras me vinieron a la mente. Jesús estaba

totalmente concentrado en el juego y yo grité: «¿Ves cómo ese tipo tenía toda la razón?». Ni Jesús ni Miki ni Toni

podían creer lo que oían. Yo, hablando de un vídeo en mitad de un partido. Al darme cuenta de que Jesús no

había entendido en absoluto de qué le estaba hablando, me senté a su lado y empecé a explicarle con detalle,

bromeando, a qué me refería. «Mira Jesús, me refiero a que…». No pudimos dejar de reír. Fue un pequeño

momento para relajar la tensión un rato.

Victor Moses marcó al poco de empezar la segunda mitad y perdimos 2-1, pero algo había pasado. Algo

bueno. Solo hemos ganado un partido de diez, pero estoy convencido de que estamos a punto de darle la vuelta.

No solo porque competimos de tú a tú con un equipo que está en disposición de ganar la Premier. Es que me

di cuenta de una cosa. Darle vueltas a las cosas, buscar donde no hay, intentar la cuadratura del círculo, es un

esfuerzo innecesario. La solución está en continuar confiando en el proceso. En la esencia. En encontrar en uno

mismo la pasión y las respuestas para superar cualquier obstáculo. Eso fue lo que nos enseñó el Lago Escondido.

Por primera vez en mucho tiempo tuvimos a casi toda la plantilla entrenando y no jugamos entre semana.

Repartimos las cargas según los minutos jugados. El lunes empecé a hablar con algunos futbolistas, apoyándome

en vídeos de sus actuaciones. El martes, antes de una doble sesión de entrenamiento, más de lo mismo.

Para el miércoles preparamos dos vídeos diferentes, uno para los jugadores defensivos y otro para los

atacantes. Siempre repaso las charlas con Miki, Jesús y Toni, pero a veces pasa algo que me saca del guion. Al

primer grupo le mostré imágenes y estaba dispuesto a hacer lo mismo con el segundo. Pero vi caras en algunos

jugadores que no me gustaron.

Y dije basta.

No hablé mucho de fútbol, y sí en cambio de la vida y de lo que significa ser profesional y respetar tu

profesión. En realidad, no estamos hablando de una profesión, sino de un deporte que todos iniciamos no para

ganar dinero, sino porque amamos el balón. Por ahí tiré. Y fui durísimo. Creo que ni Miki ni Jesús ni Toni me

habían visto así antes. Increíblemente, cuanto más enojado estoy, mejor es mi inglés.

Nosotros siempre intentamos proteger a los jugadores. El cuerpo técnico se pasa las veinticuatro horas

del día pensando en cómo cuidarlos, cómo mejorarlos, cómo ayudarlos, pero no solamente en el campo. Quizá

más fuera que dentro. Y cuando un futbolista no respeta el fútbol, es que no se respeta a sí mismo, ni tampoco

a quienes trabajan duro para él. Y eso me da una bronca que me mata.

Si como jugador conviertes tu pasión por el juego en tu trabajo, si has perdido el amor al contacto con

el balón, o al olor del césped, si usas el fútbol como un medio para conseguir otras cosas (dinero, salir en prensa,

tener privilegios, millones de seguidores en Twitter…), si te gusta más eso que entrenar o compartir momentos

con tus compañeros, si correr o ir al gimnasio se te hace pesado, si no te apetece cuidar lo que comes o lo que

descansas, o no te mantienes en forma, debes revisar tus objetivos.

Hay jugadores a los que les das la mano y te cogen el brazo. Me hacen daño.

Pero más daño aún se hacen a ellos mismos. Yo intento corregirlos, les aviso. Una y otra vez. Pero no

puedo ser demasiado duro antes de tiempo, tengo que esperar al momento adecuado. Eso sí, que nadie se

confunda: evitar la confrontación no es un signo de debilidad, es pura previsión.

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Pero a veces tienes que ir un poco más allá. Puse ejemplos claros de jugadores que no hacían lo que se

les pedía. Los errores en los partidos son la consecuencia de cómo vives la profesión, de lo que te exiges. No

hay una separación entre lo táctico y lo emocional, todo está relacionado. No había señalado a jugadores delante

de otros antes, pero algunos no reaccionaron tras lo ocurrido ante el Newcastle, ni después de hablar de aquella

derrota dolorosa con el grupo. Nada. Tuve que llamarles la atención de nuevo. Para recordarles cuáles son

nuestros principios como colectivo.

«Os lo dejamos todo preparado desde las siete de la mañana cuando llegáis hasta que os vais a casa. Y

a cambio no os pedimos que ganéis, sino que mantengáis el nivel de exigencia individual y colectivo. Por ejemplo,

si tomamos el riesgo de construir desde atrás y llevamos el balón hasta la mitad del campo, no puede ser que

los jugadores ofensivos se escondan. No quiero que os vayáis de tres y marquéis, sino que sigáis las líneas que

marca el equipo. Lo mismo a los defensas: arriesgad, subid la línea sin miedo cuando se os pide. Sed más

agresivos. Estáis muy acomodados. Prefiero que os equivoquéis a que no hagáis nada. Esa es la diferencia entre

ganar y perder, entre ser un jugador normal y un gran jugador: la cantidad de exigencia y riesgo.»

No fue una de esas charlas que pueden darse todas las semanas —y no más de dos o tres al año—, pero

tocaba. Tenía previsto un cuarto de hora por grupo y acabé hablando una hora. Estoy seguro de que todos,

incluidos los jugadores, se sintieron bien. Al menos yo así me sentí.

Después de eso, ya en el campo, trabajamos la posición de la línea defensiva, y tres fases de ataque. Y

también hicimos trabajo específico con los delanteros. Fue muy intenso. Intentamos elevar al máximo la exigencia

para llevar a los jugadores al límite y mostrarles las distintas respuestas que se requieren en cada situación.

Los chicos estuvieron espectaculares.

Tras charlas como esa la reacción es inmediata. Tiene efectos milagrosos, porque después de recordarles

que esto no es un trabajo sino algo que ellos solían disfrutar y amar, los jugadores se sumergen en su conciencia

y cada uno regresa a un punto determinado de su pasado. No sabes a cuál exactamente —igual uno se acuerda

de cuando jugaba con su padre, o con sus amigos, en Dinamarca, o en Argentina—, pero te lleva a un reencuentro

con una versión más joven de ti mismo; el chico que amaba el fútbol y la persona que eres ahora se funden en

uno.

Y cuando eso ocurre, al salir de nuevo a entrenar vuelven a disfrutar, se ríen, corren y hacen un gran

esfuerzo, están conscientes y receptivos, abiertos a lo que les diga. Es impresionante. Nuestro objetivo es

mantener esa sensación y prolongarla en el tiempo lo máximo posible.

Esta semana les tengo que pasar el vídeo de «Love My Life» de Robbie Williams, una canción que lo

resume todo. Es un himno para sentirse fortalecido, amar la vida y estar en paz con uno mismo. Ahí es donde

empieza todo.

Es jueves. Después de la tormenta emocional y física de ayer, toca recuperación y rueda de prensa.

Delante de los periodistas hay que mantener la coherencia, no mentir, seguir protegiendo al jugador. Todo ello

a la vez.

Sé que me preguntarán por Sissoko —que quedó fuera del partido del Chelsea por una decisión técnica—

y por un incidente que tuvimos con un asistente de Antonio Conte. Además, solo hemos ganado uno de los diez

últimos encuentros, y los medios, que normalmente nos tratan bien, tienen la obligación de ser un poco más

duros que antes. Vamos a ver. Voy abajo, a la sala de prensa.

¿Me arrepentí de la alineación ante el Mónaco? Para nada. ¿Qué le comenté a Conte? Uno de los

preparadores físicos me hizo callar en la segunda mitad. Antes de acabar el partido llamé a Antonio, con quien

tuvimos una charla muy interesante cuando nos vino a ver a la Ciudad Deportiva siendo aún el seleccionador

italiano. Le tomé de los hombros y le dije que le comunicara a su cuerpo técnico que a mí no me tenían que

decir nada, que mis colaboradores tienen prohibido hablar con el banquillo contrario. Conte les dijo a los suyos

que se callaran.

¿Y Sissoko? ¿Por qué no estaba en la convocatoria ante el Chelsea? Mi mensaje, cuando me entrevistó

la televisión tras la derrota, fue que no habíamos estado bien, que no podíamos competir a un nivel alto dos

partidos a la semana en dos competiciones exigentes. Eso es lo que sentía y así lo expresé. Añadí que la

trayectoria del equipo en dos años y medio indicaba que la progresión era evidente. Sissoko dijo en la zona

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mixta: «Igual tenemos que volver a jugar en White Hart Lane, en lugar de Wembley…». ¿Cómo tiene la caradura

de hablar de White Hart Lane?

¡Pero si acaba de llegar y, entre lesiones y sanciones, apenas ha pisado nuestro estadio! Eso se sumaba

a errores en el juego, falta de atención y problemas de adaptación a la exigencia del Tottenham, así que

decidimos dejarle sin fútbol un segundo domingo consecutivo.

Le dije a la prensa que no estaba en la lista por temas futbolísticos, que tiene que trabajar mucho más.

Se habló poco de nuestro próximo rival, el Swansea City.

Pero tengo confianza en lo que queda. Primero, estamos mucho mejor de lo que reflejan nuestros

resultados. Y segundo, Argentina no me dio descanso, pero me ayudó a volver al camino correcto.

6. Diciembre

El Tottenham va quinto en la liga tras ocho victorias, siete empates y cinco derrotas en veinte partidos.

En diciembre se juega ante el CSKA su presencia en la Europa League. Necesita un tercer puesto en su grupo

de Champions. Este mes se juegan también cinco partidos de liga, incluida una visita a Old Trafford contra el

Manchester United de José Mourinho, y un nuevo regreso, con sentimientos encontrados, a Southampton.

Un amigo argentino me dijo que los limones atraen la mala energía y limpian el aire. Por eso tengo una

bandeja con unos cuantos en la oficina. Todos estamos potencialmente capacitados para ver la energía que

envuelve a objetos y personas, aunque no todos tenemos ese sentido afinado. Por lo que sea, yo he sido capaz

de desarrollar esa habilidad, que me permite ver el aura de los demás. ¿Creo en Dios?

Sí, porque mis padres me bautizaron y tomé la comunión. Pero creo que por encima de esa figura que

nos han inculcado a los católicos hay algo superior.

A mis hijos les digo a menudo: «Sueñen, desarrollen la idea antes de ir a dormir y láncenla al universo,

confíen en las estrellas. Y duerman, descansen». Estoy convencido, desde niño, de que las cosas que sueñas

conspiran para ayudarte a conseguirlas. Es esa energía que siento que me acompaña. Las decisiones, las

relaciones personales, absolutamente todo es una cuestión de energía. De buena y mala, de poca o mucha.

De futbolista también la percibía. Cuando era capitán del PSG pasé muchas horas charlando con el

preparador físico, Feliciano di Blasi, a quien luego convertí en mi segundo entrenador en el Espanyol. Feliciano

se manejaba mucho a partir de sus poderes energéticos, analizaba al individuo a partir de su aura. Compartía

conmigo sus experiencias, y a mí me fascinaba. Y así fui aprendiendo a desarrollar ese sexto sentido. Hasta hoy.

Los datos y las pruebas me sirven, pero lo que más pesa en mis decisiones es mi capacidad para ver si

la energía correcta fluye. Percibo incluso cosas que van a pasar y sus consecuencias, o qué camino va a tomar

cada jugador. Lo veo en sus auras.

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Estoy convencido de que los humanos contamos con muchas capacidades mentales aún no desarrolladas.

Aunque ser consciente de ellas tampoco te hace especial ni te permite acertar siempre. O ganar partidos.

El fútbol está lleno de imponderables que no puedes controlar. Nuestra preparación del partido ante el

Mónaco, por ejemplo, fue buena. Y aun así nos eliminaron. En los pocos años que llevo de preparador he

presenciado partidos bien preparados que salen perfectos, tal y como los has imaginado, y otros que salen mal.

Y es que el estado mental de cada jugador siempre es crucial y su actuación depende de cómo haya dormido,

de si su hijo se ha puesto enfermo, o de si ha discutido con su mujer. Y no es nada fácil de manejar.

Pero en el esfuerzo por intentar entender y controlar incluso lo incontrolable está la magia de esta

profesión.

Hay un tipo de jugador al que admiro. Ese que siempre está listo, que casi nunca duda y sabe bien cómo

dar y recibir. Eso es lo que transmite Harry Kane. Le hemos renovado y en los medios salió la foto que hicimos

al firmar el nuevo contrato. Es del mismo día que la de Verthongen y Hugo Lloris. Yo visto el mismo traje que

cuando renovamos, también esta temporada, a Danny Rose, Dele Alli, Harry Winks, Eric Dier y Christian Eriksen.

Al menos me puse el chándal para la foto de las renovaciones de Tom Carroll y Kyle Walker. Qué serio salgo en

esta última.

El futuro del equipo está en buenas manos.

En 1991 jugué con Newell’s un amistoso en Figueres con un equipo de segunda cuyo portero se lesionó

gravemente. En su lugar entró un chaval joven que acabó reemplazándole toda la temporada, lo cual le llevó a

la selección olímpica española, por delante de Santiago Cañizares, y a ganar la medalla de oro en los Juegos de

Barcelona. Cuando fiché por el Espanyol lo primero que me dijo Toni Jiménez, nuestro guardameta, fue: «Gracias

a ti y a tu equipo gané una medalla olímpica».

Aquel chaval es hoy mi gran amigo y el entrenador de porteros del Tottenham. La sintonía que tengo

con él empezó en el minuto uno y es de las que durarán siempre. Y eso que era un compañero complicado.

Toni exigía mucho, sobre todo a los defensores. Se enfrentaba a ellos. No todo el mundo aceptaba ese

comportamiento, pero yo sabía de dónde venía, y nos entendíamos con una sola mirada, algo imprescindible

entre central y arquero. Y si alguien alguna vez le puso una mano encima, ahí estaba yo para poner las barreras

necesarias.

Quizá el momento que confirmó nuestra gran conexión se produjo en la final de Copa del Rey del año

2000. Jugábamos en bandos contrarios. Él había fichado por el Atlético de Madrid y estaba atravesando un año

complicado; el equipo no funcionaba y acabó descendiendo. Además, su padre se puso muy enfermo. Cada dos

semanas viajaba a Barcelona, me llamaba, yo dejaba lo que estuviera haciendo y nos juntábamos para jugar al

dominó con su viejo en el hospital. Así es como el papá de Toni pasó sus últimos meses.

En esa final Toni vivió una de esas cosas que te cambian la vida, y también el fútbol. En un despiste suyo,

Tamudo le robó con la cabeza un balón que estaba botando y marcó un tanto crucial para conseguir el título.

Fue la última vez que se produjo un incidente de ese tipo, porque las reglas se modificaron posteriormente como

parte de la creciente protección hacia los porteros, y desde entonces una acción de ese tipo se considera

infracción.

Toni lloraba al final del partido. Lloró mientras recogía la medalla de manos del rey Juan Carlos, que

hasta sintió el impulso de abrazarle. Lloró de camino al vestuario. Inconsolablemente.

Yo estaba contento con el primer título que ganaba el club en sesenta años, pero no podía sentir una

felicidad completa. Lo fui a ver al vestuario; el ambiente era jodido. Me senté a su lado. No dije mucho. No hacía

falta.

Ya en mi segunda etapa en el Espanyol, Toni había vuelto también al club, pero ya no era la persona que

yo conocía, y así se lo dije. Se había desviado, creía estar en posesión de la verdad absoluta, y afirmaba que

eran los demás los que estaban equivocados. No solo no era titular, sino que había perdido la pasión por el

juego.

Creo que hoy entiende todo eso mucho mejor que entonces.

Colgamos las botas al mismo tiempo y acudimos juntos al curso de entrenadores. Él empezó a trabajar

en el Girona, pero nos seguíamos juntando una vez al mes para ir diseñando, poco a poco, nuestra filosofía

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futbolística. Y como el portero es quien define tus aspiraciones ofensivas o defensivas en el campo —dado que,

por ejemplo, la construcción viene dictada por si la pelota se juega desde atrás o se patea en largo—, dimos

muchas vueltas a cómo incluirlo en la dinámica de grupo. En cuanto tuve la oportunidad le incorporé al Espanyol

como asistente, porque ya teníamos entrenador de porteros. Y después de un año y medio trabajando juntos,

nos fuimos a Southampton.

Me gusta chutar a los guardametas, meterme en su entrenamiento. Cuando lo hago con Toni nos

seguimos entendiendo con la mirada. Sé que a veces hace comentarios para que yo salte, para animar el ambiente

o cambiar el rumbo del momento. Tiene la impagable capacidad de hacernos reír, y eso es siempre estimulante.

Además es un echao p’alante. Recuerdo que tras tres días en el Southampton ya quería cambiar lo que

no le gustaba del arquero. «Míster, tengo que arreglar esto», me dijo. Fue a hablar con el presidente, y no paraba

de decirle «because, because…», una de las escasas tres palabras que conocía del inglés. Pero creo que se hizo

entender. Acabó siendo el favorito de Nicola Cortese, hasta el punto de que el presidente quería ponerle su

nombre a un campo de porteros.

Su inglés ha ido mejorando, pero sin prisas. Un día que había que grabar una entrevista para el canal del

club propuse una cosa: que Jesús se escondiera detrás suyo y contestara en inglés, mientras Toni movía los

labios. Pero fue imposible. En cuanto Toni abría la boca y Jesús contestaba nos moríamos de la risa. Al final la

hizo él solito, en inglés. Alguien comentó en internet alguna cosa sobre su nivel: sería un aficionado del Arsenal.

Una semana después de la derrota ante el Chelsea, y tras una serie de charlas intensas, nos fue bien

superar con cierta facilidad al Swansea. Dominamos completamente, marcamos cinco goles (dos de Kane, dos

de Eriksen y uno de Son), pero podrían haber sido más. Las estadísticas mostraron que solamente una vez antes

en la historia de la Premier League se produjo tal diferencia en el cómputo ofensivo: 28 disparos, 15 de los

cuales entre los tres palos, por cero del rival.

Me gustó el partido de los centrales, Verthongen y Dier, cada vez más concentrados. Exhibieron

intensidad, una impresionante anticipación defensiva, altura de la línea y buena comunicación. En general, la

respuesta después de las dos charlas ha sido satisfactoria.

Seguimos quintos, pero, pese a la mala racha que acabamos de cortar, tenemos dos puntos más que el

año pasado a estas alturas. Nos siguen considerando candidatos al título, pero hace falta que los jugadores

rindan todavía más. Y que el Chelsea (que lleva 19 puntos más que la temporada pasada) y el Liverpool (con 7

más) ralenticen el ritmo. Nos beneficia que el Leicester y el Manchester United estén peor, y que el Arsenal, el

City y el Everton estén igual que el curso pasado.

Dado el contexto, no es que hayamos estado mal, sino que somos quienes somos.

Las expectativas han crecido más que nosotros.

Tras el partido, los periodistas me preguntaron por la caída de Dele Alli que acabó en el penalti que

marcó Kane. Lo comparé medio en broma con el «piscinazo» de Michael Owen contra Argentina. Y ya veo por

internet que las crónicas se están centrando mucho en eso. Los tramos finales de las conferencias de prensa son

peligrosos: te relajas, harto quizá de algunas preguntas, y acabas diciendo cualquier cosa.

Sigo cansado. El mes pasado cambiamos un poco la rutina con el viaje a Argentina, pero el descanso ha

sido escaso. Como más de lo que debería cuando estoy agotado. Hace mucho que no piso el gimnasio.

En la actualidad, ningún equipo inglés domina en Europa. Justo antes de jugar ante el CSKA, debatíamos

entre nosotros las razones.

La Premier posee elementos diferenciales que exigen un derroche de energía —tanto física como

mental— mucho mayor que en ninguna otra competición en Europa. Los quince días, o más, de vacaciones que

disfrutan a mitad de curso en Alemania, Italia, España o Portugal tienen un efecto regenerativo a nivel fisiológico

y psicológico que es fundamental para el estado de forma del jugador en febrero o marzo, que es cuando te

estás jugando la temporada. Es normal que el Barcelona, el Real Madrid, el Atlético de Madrid o la Juventus

sufran menos, porque pueden rotar en la competición doméstica. Aquí no se puede porque la liga se considera

una prioridad. Además, los equipos que compiten en Europa no reciben un trato preferencial en lo que respecta

a la programación de partidos, así que a menudo vamos a Europa con menos descanso que el rival.

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El partido ante el CSKA era nuestra oportunidad de reivindicarnos y hacer un buen partido. Una victoria

nos clasificaba para la Europa League y, además, queríamos ganar en Wembley. Se repitieron las sensaciones

positivas, con muchas ocasiones de gol, pero en la primera jugada que hicieron nos marcaron. Logramos dar

lavuelta al marcador con goles de Dele Alli, Kane y uno en propia puerta, pero pudimos haber matado el partido

mucho antes. Después del buen fútbol ante el Chelsea y el Swansea, hemos dado un pasito más. No por

casualidad ha coincidido con el regreso de Toby, y con el hecho de que —a excepción de Lamela, que aún no

está del todo recuperado— en este momento no tenemos lesionados.

Hoy se ha publicado una estadística que pone de manifiesto que nuestros jugadores están solo por

detrás de los de la Juve en cantidad de minutos jugados en partidos de selección en 2016, un signo de éxito,

pero también supone una desventaja a la hora de mantener al equipo fresco.

En los primeros meses en el Tottenham, estaba un día hablando en mi despacho con Simon Felstein y

uno de los capitanes llamó a la puerta.

—¿Quieres que me vaya? —me preguntó Simon.

—Cuando acabemos —le dije.

Era importante que supiera que él es parte de esto, que nadie es más importante que nadie. Necesito

que entienda cómo trabajamos, porque él es quien transmite la información a los medios. Y estos al aficionado.

A mi llegada al club, Simon me preguntó si me veía capaz de hablar en inglés en las ruedas de prensa,

algo que no había hecho en el Southampton. Le dije que sí, ya lo habíamos hablado con Daniel. En la primera

entrevista televisiva estuve muy nervioso. Estando en el Espanyol ya había dado una al programa Revista de la

Liga de Sky Sports, pero ahí me pusieron las palabras en la boca, casi grabé frase por frase. Fue divertidísimo.

Con Simon conversamos antes de enfrentarme a los periodistas. Necesito que me informe de lo que

probablemente me van a preguntar, lo que están pensando, incluso que me ofrezca su perspectiva de cómo

explicar las cosas. Raramente me para los pies, pero a veces lo hace. Por ejemplo, no quiso que hiciéramos el

mannequin challenge en la sala de prensa. Cuando entramos, le abrí la puerta a un periodista, le ofrecí la mano

y me quedé mirando a Simon.

—¿Lo hacemos ahora?

—Mejor que no —me dijo su cara de pánico.

Jesús se encarga de muchas cuestiones de prensa que nos llegan, actúa de filtro.

Está pendiente incluso de las nimiedades. El otro día, por ejemplo, le echó la bronca a Simon porque

Harry Kane fue a la rueda de prensa… ¡en chanclas!

Nos gusta conceder tiempo a los periodistas que viajan más a menudo con nosotros. Cuando fuimos a

Azerbaiyán la temporada pasada hicimos un café off the record —de esos que tanto les gustan— de cuarenta y

cinco minutos. Lo mismo en Australia, este verano. Les invité a las zonas privadas de los futbolistas, mientras

estos descansaban. Pedí permiso a Simon para explicarles, ordenador y pantalla mediante, cómo presionamos

sin balón. Eso les permitiría entender nuestro estilo de juego. Estuvimos ahí una hora y media charlando.

A veces me cansa el sonido de mi voz, pero aquí el mánager es el portavoz del club. En todo caso, no

soy de montar líos en las conferencias de prensa. Casi nada de lo que digo sorprende a los futbolistas, ni a los

periodistas, que sufren porque les cuesta encontrar titulares. A los chicos, durante la semana, les sugiero cosas

para que preparen respuestas y argumentos para los medios. Pero sé que todo tiene más peso si lo dice el

mánager.

Lo que sí exijo es que los periodistas no sobrepasen los límites. Una vez me preguntaron por Nabil

Bentaleb, titular durante nuestra primera temporada. Nabil decidió no seguir con nosotros, así que entrenó con

el sub-21 hasta que encontró equipo. Y así lo expliqué: «Las reglas están claras. Si no formas parte de nuestros

planes, por lo que sea, ¿por qué deberías entrenar con nosotros?». Al día siguiente se dijo que yo era implacable,

que no tenía piedad, que por cierto es un concepto positivo en la cultura anglosajona. El caso es que no se trata

de eso. Sé lo que quiero y sé cuándo hay que tomar decisiones. Pero no fui implacable con él.

Con Nabil hablamos mucho, especialmente en mi segunda campaña, pese a que su rendimiento deportivo

iba decayendo. «Es un chico joven, se puede equivocar», decía yo. «Démosle una oportunidad.» Llegó un momento

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en que a ambas partes nos pareció mejor buscar una salida para él. Y cuando tomo una decisión es porque estoy

convencido de ello y tengo muchas razones para hacerlo.

El próximo partido es contra el mejor en esto de manejar el mensaje: José Mourinho.

De Mourinho siempre hablaré bien, porque es un entrenador al que admiro, más allá de que me abriera

sus puertas cuando estaba en el Bernabéu, o fuera simpático conmigo cuando estaba en el Espanyol o en mis

primeros tiempos en Inglaterra. Eso no influye en mi opinión sobre su excelente capacidad como preparador.

Es uno de los mejores. Como lo son Guardiola y Simeone.

El verano pasado tuve varias conversaciones con José sobre algunos jugadores.

Cada vez que lo he telefoneado o enviado un mensaje me ha contestado, pero no hemos mantenido más

contacto durante esta temporada a excepción de alguna llamada y poco más. No soy de los que busca favores.

Siempre fui leal. Y espero reciprocidad.

Hemos llegado a Old Trafford con seis puntos más que el United y con el equipo recuperando las buenas

sensaciones. Salió en prensa que el Manchester me quería antes que a Mourinho. Hubiera preferido que no se

publicara, solo hace falta que alimentemos la bestia que José lleva dentro. No teníamos muchas variantes

ofensivas en el banquillo (Lamela y Janssen fueron baja), y además dejé a Eric Dier en el banquillo, una decisión

que no todo el mundo entendió.

No perdimos por mal juego o falta de ocasiones, sino por falta de intensidad competitiva, sobre todo en

la primera parte, y eso es lo que nos da rabia. En las primeras tres o cuatro jugadas parecía que le decíamos a

Mkhitaryan: «Juega tranquilo entre líneas que no te vamos a hacer nada». A la media hora de juego sufrimos una

pérdida en la construcción a la que reaccionamos mal, y ahí nos hicieron el gol. Nos lo podrían haber hecho

antes, o después. Nosotros también tuvimos alguna oportunidad clara para empatar, pero se vio desde los

primeros minutos que faltaba agresividad en la recuperación. 1-0 fue el resultado final.

La prensa me preguntó la razón de haber arrancado solo un punto en total a Arsenal, Chelsea y United.

Intenté contestar ambiguamente, pero es un análisis que nosotros ya hemos hecho. Este año hemos sido más

versátiles tácticamente que nunca, hemos jugado con tres sistemas diferentes, con distintos movimientos en el

campo rival. Pero la demanda de partidos internacionales y las lesiones de jugadores importantes no nos han

permitido rotar. La mayoría de fichajes, excepto Wanyama, están todavía en fase de adaptación. Y gestionar este

periodo de transición de nuestros jugadores más jóvenes, algunos de ellos cortejados por clubs mayores, no

está siendo fácil. Y estas son solo algunas de las cosas que nos frenan.

Los mensajes de texto que nos hemos intercambiado con el presidente esta noche han sido bastante

duros, una mezcla de frustración y decepción. Otro partido importante en el que nos quedamos cortos.

De hecho, a partir de este partido necesito que pasen cosas.

A Eric Dier, que llegó con veinte años el mismo verano que nosotros, le utilizamos de lateral en nuestra

primera temporada. Tuvo un momento bajo, como ocurre con los futbolistas jóvenes, y acabó incluso por no ser

convocado. Pero es inteligente y siguió trabajando. Entendía nuestra metodología, parecida a la que experimentó

en Portugal. Finalmente fue titular en la final de League Cup ante el Chelsea. El verano siguiente intentamos

fichar a Wanyama, pero el Southampton no lo vendía. Hablé con Jesús y decidimos utilizar a Dier de pivote en

un amistoso, media parte de central, media en el centro del campo. Acabamos satisfechos.

Estando de gira por América, Daniel Levy estaba preocupado.

—Necesitamos un centrocampista defensivo.

—No te preocupes, Daniel —le dije—. Voy a convertir a Dier justamente en eso.

Creo que pensó, «este tío o es un genio o está completamente loco». Más bien lo segundo. Tuve que

pelearme con el presidente, con el jefe de reclutamiento, con todos, porque querían traer a un pivote contrastado.

Mientras, yo lo tenía claro con Dier.

Jugó bien de mediocentro, aunque no es la posición para la que se le fichó ni la que más le conviene. A

Eric le he dicho que tiene madera para ser el mejor central inglés, pero tiene que creérselo. En todo caso,

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nosotros creamos las condiciones para que destacara y mejorara. Pero llegó a la selección gracias a ese rol de

pivote, y acabó marcando un par de goles importantes.

Tras el fichaje de Wanyama, Eric, que ahora se ve como centrocampista, se sintió un poco maltratado por

nosotros porque entiende que la llegada de Wanyama podría detener su progresión. Su rendimiento empezó a

resentirse esta temporada. Hemos hablado mucho con él en los últimos meses, pero yo sentía que no me lo

estaba contando todo. Hace dos semanas intenté de nuevo entender por qué no se liberaba, me ofrecí a ayudarle

en lo que fuera. Pero nada. Y un día me entero de que el Manchester United le ha tanteado, y esto lo ha

desestabilizado. En estas últimas semanas su entorno le está apretando, aunque el Manchester no le ha

prometido nada.

Mourinho y yo estábamos justo acabando nuestras entrevistas en Old Trafford, y los jugadores hacían el

trabajo pospartido sobre el césped. José, al finalizar con la prensa, se quedó en la salida del túnel saludando a

los jugadores que regresaban. Se saludó con Sissoko y se abrazó con Dier. De camino al vestuario, pasaron

junto a mí riéndose y hablando en portugués. Puede que sea un recurso habitual de Mourinho, pero puso a Eric

en una posición comprometida. No se puede hacer eso después de una derrota.

—¿Eres amigo de Mourinho? —le pregunté

—No, pero le conozco desde hace tiempo, de Portugal… uno de sus ahijados fue entrenador mío.

Siempre me saluda.

En esta fase de la temporada las reuniones individuales con los jugadores se multiplican. Últimamente

me he oído repetir demasiadas veces que me gustaría que no me fallaran. Ni a mí ni al equipo ni a los compañeros

ni a la afición. Cuando no han estado bien, hemos seguido confiando en ellos, nunca he acentuado públicamente

un error suyo. Y ahora es el momento de recibir más a cambio. En esas conversaciones a menudo el jugador ha

pasado de escuchar, de protegerse, de temer dar una imagen de debilidad, a abrirse, a sacar mucho de lo que

tienen dentro.

El lunes, después de comer, me senté con Eric. Estuvimos charlando cuatro horas. De todo esto: de su

agente, de su familia, de la confusión.

Y del gesto de Mourinho.

—¿Qué podía hacer? —me preguntaba Eric.

Me contó del interés del United desde el verano pasado. Y le dejé las cosas claras.

—Mira, de aquí no te vas a ir, porque en agosto firmaste una renovación por cinco años. Estás entre los

mejores pagados del Tottenham con veintidós años.

Eres importante para nosotros, y además puedes ser el mejor central de la Premier.

Desde esa conversación, Eric admite que podría haber esperado a que Mourinho se fuera para entrar al

vestuario.

Acabamos de jugar a muerte una competición de dardos en casa con mis hijos. He ganado yo, claro.

Empecé a ver el campeonato del mundo de dardos cuando llegamos a Southampton. Nos encanta, nos parece

interesante todo, desde el montaje hasta el juego. Y hay que saber.

He sorprendido a Karina organizando algo yo solito, sin su ayuda. Mañana vamos a ver a Rod Stewart,

que toca en el O2. Este año no estamos haciendo demasiadas cosas juntos. El clima es nuestro enemigo. Hasta

ahora, los pocos domingos libres que hemos tenido, o ha hecho frío o ha llovido. O simplemente nos ha dado

pereza salir. Además, no sé cómo son los otros entrenadores, pero mi estado de ánimo depende mucho de los

resultados.

Hoy, en la previa contra el Hull, no hicimos ni vídeo del rival ni correcciones del partido del United. En su

lugar, dejamos que los jugadores hicieran trabajo de recuperación. En la rueda de prensa un periodista nos

sugirió buscar nuevas variantes ofensivas. Y yo pensé: «Tenemos un punto más que el año anterior, y repetimos

en la Europa League». Se confirma una vez más que el nivel de exigencia ha subido.

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Un amigo de Hugo Lloris, entrenador de un equipo de Eslovenia, nos vino a visitar y pasamos la tarde

con él. Walter Zenga y Pako Ayestarán también nos visitaron recientemente. Y la semana próxima vendrá el

preparador de un equipo japonés que fue compañero de Ossie Ardiles.

Karina me pregunta regularmente cuándo la voy a llevar a Japón. Me imagino viviendo allí un día. Visité

tres veces Japón, una de ellas en la Copa del Mundo, cuando tuvo lugar aquel infame penalti de Michael Owen.

Aquel día caí en la trampa, por tonto. Siempre le digo a mis jugadores: «No fue penalti, pero estuvo bien

pitado, porque un defensa no puede ser tan inocente dentro del área ante un jugador como Owen, del que sabía

que era rápido, inteligente, vivo, y que en el momento en que le das la oportunidad, te mata. En ese momento

no debería haberle entrado, debería haber aguantado, sin moverme». En estos cuatro años en Inglaterra el tema

ha aflorado en repetidas ocasiones. Los jugadores han visto el vídeo, por supuesto; se lo he puesto a todos los

centrales. «Claro que yo también he cometido errores», les digo.

Volvimos de aquel Mundial muertos. Pero ninguno de mis compañeros ni nadie del cuerpo técnico me

acusó de nada, son cosas del fútbol. Tras caer eliminados, los medios estuvieron tratando el tema toda una

semana. Y no se volvió a hablar de ello. Hasta que me trasladé a Inglaterra.

14 de diciembre. Llegamos al partido del Hull con la intención de jugar con tres centrales y Eriksen de

mediocentro, y así poder seguir dando oportunidades a Sissoko. Ya defendimos con tres atrás alguna vez el año

pasado, contra el Arsenal también. De hecho, normalmente atacamos con tres atrás, los dos centrales y el

mediocentro, mientras los laterales suben, cosa que tenían que hacer ante el Hull, que jugaba muy atrás.

Necesitamos que los laterales nos den más, nos ha faltado profundidad últimamente.

Estuvimos flojos en la circulación del balón, los jugadores de banda aparecieron poco en la primera

mitad, aunque tuvimos el control y creamos muchas ocasiones.

Con 1-0 no pitaron un penalti sobre Eriksen y el Hull tuvo a continuación su mejor oportunidad. ¡Qué

fina es la línea entre el 3-0 que conseguimos y un partido que podría haberse complicado! Eriksen, que marcó

dos goles, reencontró la agresividad ofensiva que le había estado faltando.

Tuve una sensación un poco extraña al ver a Ryan Mason en el banquillo del Hull, una mezcla de cariño

y tristeza.

Tras el partido me preguntaron por Eric Dier, que una vez más jugó todo el encuentro: «Sé que hay

muchos rumores sobre su futuro, pero es jugador nuestro en un 100%. Es muy importante para nosotros. Firmó

un contrato nuevo tras la Eurocopa y mostró su compromiso con el club desde entonces. No tengo ninguna duda

de que su futuro está en White Hart Lane». Debería haber añadido, «y en Wembley, que es donde jugaremos la

temporada que viene mientras se acaba el nuevo estadio; y en el nuevo White Hart Lane».

Estas cuestiones aparentemente pequeñas que se convierten en problemas grandes son cansinas. Hacen

que me pregunte si se entiende el trabajo que estamos haciendo. Seguimos ganando, eso aligera la presión,

pero invierto mucho tiempo, muchas horas de reuniones entre partidos, a reclamar un nivel de esfuerzo a algunas

personas que, francamente, deberían hacerlo por iniciativa propia, sin necesidad de ser empujadas.

¿Es apropiado establecer una conexión emocional profunda con el futbolista?

¿Existe alguna otra manera de sacarles lo mejor? El agotamiento se multiplica cuando no se recibe lo

que se espera de ellos, o cuando el intercambio emocional es desigual. ¿Es justo esperar la misma ligazón

emocional de su parte?

Tengo que desconectar pronto. Me falta sueño.

Al inicio de nuestra etapa en el Tottenham, una época complicada, mi equipo técnico y yo iniciamos un

ritual que todavía mantenemos. Cuando salgo de la ducha después de un entreno, siempre digo: «¿Por qué

hemos dejado el Southampton para venir al Tottenham?». Y a continuación cuelgo la toalla en la pared y apoyo

la cabeza en la toalla. Hoy lo hice de nuevo y nos reímos. A veces lo decimos medio en broma, otras, medio en

serio.

Lo cierto es que Daniel y yo cada vez nos entendemos mejor. Cada vez lo noto más cercano, con ganas

de compartir más cosas, nuestros análisis son más parecidos. Las dudas surgidas después de los primeros meses

han desaparecido: un latino y un inglés tienen más en común de lo que parece a primera vista. La seriedad de

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Daniel no debe confundirse con distanciamiento. Ahora sabe qué tipo de mánager tiene y por qué las cosas se

están haciendo de forma distinta a como se hicieron en el pasado. Sabe que el tiempo pone y quita razones.

Hoy la mujer del presidente, Tracy, y mi leal y eficaz asistente personal, Susan, invitaron a cenar a las

mujeres del cuerpo técnico. Trajeron un mago y lo pasaron muy bien. Tracy quiso agradecer de este modo el

sacrificio que supone ser nuestras compañeras. Es verdad que nos pasamos el día en la Ciudad Deportiva, pero,

por mucho que a veces nos quejemos, hacemos lo que nos gusta. Aunque luego llegamos a casa de noche, con

pocas ganas de nada. Son ellas las que están haciendo lo más difícil.

18 diciembre. Hoy jugamos contra el Burnley. Ayer decidimos el once y perfilamos los detalles de cómo

defender y atacar al rival, pero Toby se volvió a lesionar.

Teníamos que elegir entre reemplazar solo al jugador o cambiar también de manera de jugar. Finalmente

decidimos variar el sistema. Pero el mensaje no cambió: los jugadores debían estar atentos los 90 minutos,

dispuestos a disfrutar, pero también a sufrir, porque se nos exigiría mucho física y mentalmente. El Burnley juega

un 4-4-2 muy claro, pelean todo el partido, son muy fuertes y complicados a balón parado. Había que evitar

faltas innecesarias o ceder córners, y defender lejos de Hugo.

Sufrimos una jugada desgraciada, con dos o tres pérdidas, un rebote, y acabamos encajando el primer

tanto del partido. Pero tuvimos paciencia y empatamos antes del descanso: asistencia del lateral Walker, gol de

Dele Alli. En el descanso les recordamos que debíamos llevar al contrario de lado a lado para encontrar espacios

y dar la oportunidad a los laterales de subir en superioridad. Tal y como habíamos trabajado.

Esta semana charlé en privado con el lateral izquierdo Danny Rose. Quería aclarar algunas cosas con él

y pedirle una mayor participación. Así que, aunque en la primera mitad ante el Hull nos faltaron incorporaciones

de los laterales, Rose estuvo espléndido: ofreciéndose siempre al centrocampista, atrevido en ataque, metiendo

buenos centros. En la segunda mitad, marcó el gol que nos dio el partido.

Fue lo justo tras veintisiete tiros a puerta, nueve entre los tres palos. Vamos quintos, a tres puntos del

segundo y a uno del cuarto antes del próximo encuentro ante el Liverpool, uno de nuestros rivales en la lucha

por los puestos de Champions. No hay respiro.

El «otro partido», el de la línea de banda, también estuvo muy entretenido.

Pobre cuarto árbitro, que tuvo que escuchar lo que decía Miguel, y a nuestros rivales, con sus «fucking

this, fucking that». El Burnley creía que Sissoko merecía la expulsión. Y, claro, si un entrenador habla de una

posible expulsión en la rueda de prensa, todo el mundo habla también. Nadie comentó, por ejemplo, una falta

de Barnes en la primera parte sobre Dembélé que también podía haber sido roja. Yo tampoco. Aspiro a que un

día el análisis no se quede en la última controversia; a que la polémica, apoyada en las palabras de un entrenador,

no lo tape todo. Pero es poco probable que eso suceda.

Les hemos dado dos días libres a todos. Yo los voy a pasar en Barcelona con la familia.

Es curioso, en Barcelona no se descansa, entre amigos, comidas y paseos, pero vuelves descansado.

Porque la cabeza para. Porque salimos de la burbuja en la que vivimos. Mi mayor recuerdo de este viaje será la

comida en un restaurante catalán de esos de toda la vida que usan hortalizas de su propia huerta.

En el avión de regreso a Londres le estuve dando vueltas a lo del vínculo emocional con el futbolista.

Podría acercarme al jugador de otro modo, pero por más experiencia que acumule no me veo cambiando en este

aspecto. Me gusta forjar vínculos emocionales con la gente con la que trabajo.

En realidad este no está siendo el año más duro. La época más complicada la viví en el Espanyol, donde

cada decisión, cada derrota, parecía el fin del mundo para mí y mi familia. Sin embargo, la exigencia del fútbol

inglés es cinco veces mayor. El manejo del equipo es más complejo cuando eres mánager en lugar de entrenador.

Para empezar, tienes menos tiempo entre partidos, y estos son tan intensos que te dejan exhausto, y luego

tienes que pasar una hora con la prensa tratando de improvisar respuestas diferentes para las mismas preguntas.

Se da la paradoja de que cuando perdemos estoy más tranquilo que cuando ganamos. Tras una derrota,

mantengo la cabeza fría para analizar las razones y empezar a buscar soluciones. Siempre cuesta más corregir

cosas cuando se gana y parece que todo va bien.

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Eso sí, después de perder un encuentro llegas a casa con ganas, como mucho, de tomarte un vino e irte

a dormir. A veces lo pago con mis hijos o, sobre todo, con mi señora. A lo mejor una palabra suya, algún

comentario inocente, hace que salte la chispa y acabo explotando.

El 23 de este mes es nuestro aniversario de boda. Veinticuatro años de matrimonio. Qué paciencia, mi

querida Karina.

Ayer, miércoles 21, regresamos a los entrenamientos. Hoy, jueves, hicimos doble turno: por la mañana

entrenamiento en campo y en grupos diferenciados para seguir recuperando a algunos jugadores con exceso de

partidos; por la tarde, gimnasio. A eso de las cuatro llegaron a la Ciudad Deportiva las familias del cuerpo técnico

y de los jugadores para celebrar conjuntamente las fiestas.

Hoy ha salido en la prensa que Hugo Lloris ha renovado. En la imagen, en una estampa mía clásica de

estos días, salgo posando junto a él con traje. Se quedará en el club por lo menos hasta los treinta y cinco años.

Me hace sentir muy orgulloso que tantos jugadores quieran mostrar su compromiso. No hay otro equipo que en

el último año y medio haya renovado a tantos futbolistas, todos deseables para otros conjuntos. Eso habla más

de lo que yo pueda decir.

Con Hugo fue todo muy rápido. Le dijimos que le queríamos ofrecer un contrato largo. Se sentó una

tarde con el presidente y lo cerró todo. Luego habló claro en la entrevista que acompañó el anuncio, diciendo

que siente que podemos hacer algo importante, que vamos en la dirección adecuada. Yo quise acompañar la

buena nueva con una declaración de intenciones en Sky Sports: «Nuestro sueño es ganar la Premier League».

Más buenas noticias: en lugar de jugar ante el Southampton el 26, lo haremos el 28. Eso igual nos resta

días de recuperación para el encuentro posterior ante el Watford, pero permitirá que muchos futbolistas

extranjeros vuelen a sus hogares para Navidad. Así que el sábado 24 comeremos en la Ciudad Deportiva y

después nos iremos todos a nuestras casas.

Es la primera vez en cuatro años que podemos tener una Navidad tranquila.

El Southampton es nuestro próximo rival. A veces me pregunto por qué nos fuimos. De los cuatro años

que llevamos en Inglaterra, si un equipo jugó bien al fútbol ese fue nuestro Southampton en 2013-2014. Era

nuestra primera temporada completa y, entre otros, derrotamos en Anfield al Liverpool, que ese año casi ganó

la liga. La afición rival nos despidió entre aplausos. Eso fue lo que dejamos atrás.

Creo que no fuimos del todo conscientes de lo buenos que éramos. Teníamos un grupo de trece o catorce

jugadores que cambiaron su manera de pensar, que vivieron el fútbol con pasión. Acabamos octavos aquella

temporada, aunque por cómo jugamos merecimos más. Fue un logro extraordinario, producto del entusiasmo,

el aprendizaje, el triunfo de la idea colectiva. Y de la sinergia.

Todo empezó con una visita del presidente Nicola Cortese a Cornellà-El Prat.

Ese día jugábamos contra el Sevilla y el Southampton estaba ojeando a Philippe Coutinho. A Nicola le

gustó la manera en que yo, el entrenador, me manejaba en el área técnica, y se quedó boquiabierto con ese

Espanyol joven que mostraba pasión y agresividad con y sin balón. Cuando salimos del club en noviembre, Jesús

y yo decidimos montar una oficina en casa y planeamos que en los siguientes seis meses nos reuniríamos varios

días a la semana para revisar lo que habíamos hecho, organizar entrenos, definir la idea futbolística, etc.

Decidimos empezar después de fin de año, así que mientras tanto nos juntábamos para correr, charlar o comer.

Recibimos algunas ofertas y llegamos a reunirnos con el Dinamo de Kiev y el Olimpiakos. Me fui a Argentina a

mediados de diciembre para pasar la Navidad allí.

Mientras estaba en Argentina, un agente me llamó. «El presidente del Southampton —me dijo— quiere

dar un giro al club, y está muy impresionado por lo que has hecho en el Espanyol.»

Llamé a Jesús: «¡Hostia, que me han llamado de Inglaterra!». El siguiente en telefonearme fue el mismo

Nicola y, al colgar, llamé otra vez a Jesús: «Oye, que acabo de hablar con el presidente, que me quiere conocer.

Prepárate, nos vamos a Londres. El 6 de enero».

Vimos todos los partidos del Southampton que pudimos, incluida una derrota 5-1 en la FA Cup, y Jesús

preparó un pequeño informe. Estábamos listos. Llegamos pronto al hotel y reparamos en que el Mercedes de

Nicola estaba aparcado fuera, pero él no bajó hasta las cuatro, hora de la cita. Lo acompañaba Les Reed, el jefe

de operaciones.

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Entramos en una suite. Les, Nicola y yo nos repartimos en un par de sofás en forma de L. Jesús se sentó

en una butaca desde la que nos veía a los tres.

Nicola hablaba en inglés. Yo contestaba en castellano. Jesús nos traducía a ambos. Estuvimos tres horas

hablando del Southampton, de fútbol y de filosofía de juego. Ellos buscaban un entrenador ambicioso que

comulgara con la visión del club sobre la cantera y un estilo de juego intenso, aguerrido. Le pedíexplicara que

el fútbol que nos gusta encajaría en la liga inglesa: una combinación de salida del balón desde atrás, con la

posesión y la presión como protagonistas, además de otras cosas que concordaban con el modo de pensar y

ser inglés, como el esfuerzo, el sacrificio físico y mental, o el trabajo colectivo. Podríamos ayudar a los jugadores,

seguramente hambrientos de éxitos, a ser lionhearts (creo que fue a mí a quien se le ocurrió ese cliché: corazón

de león). Los árbitros en Inglaterra permiten que el juego fluya más, así que nuestro equipo tenía que ser intenso

y estar muy bien preparado físicamente, porque los partidos aquí duran más que en otras partes, y hay

transiciones constantes.

Cuando la reunión estaba tocando a su fin, Cortese dijo: «Me gusta lo que oigo, quiero que seas nuestro

entrenador». ¡En perfecto castellano, el muy cabrón!

Regresamos a Barcelona y volvimos a quedar allí con Nicola. Empezamos a negociar un acuerdo para mis

asistentes. Como no nos poníamos de acuerdo, dije que nada, que lo dejábamos. Pasaron dos o tres días, y

parecía que, efectivamente, el acuerdo había fracasado ante la incapacidad de llegar a un arreglo sobre la

redacción de algunas cláusulas. Los contratos son diferentes en Inglaterra y España.

Y entonces fue cuando Jesús y mi mujer intervinieron para ayudarme con la decisión.

Nos enviaron un jet privado a Barcelona. A bordo había una botella de Moët & Chandon, fruta y no sé

qué más. «Mejor no tocar nada», dije. Miki, Toni y Jesús estuvieron de acuerdo. «No vaya a ser que toquemos

algo y demos la idea de que estamos de fiesta.» Aterrizamos un 17 de enero de 2013 en un país cubierto por

un metro de nieve. Del aeropuerto fuimos directos al hotel a firmar y cerrar el trato, y más tarde cenamos allí

mismo con algunos trabajadores de diferentes departamentos del club.

Al día siguiente entrenamos. Como seguía todo blanco, los operarios se pasaron un buen rato sacando

nieve de los campos. No había calefacción bajo el césped.

¡Llegaron como doscientos jugadores! O eso me pareció. Ni hubo charla ni presentación ni nada. Lideré

las actividades en lo que fue una primera toma de contacto: un calentamiento, unos rondos y algunos ejercicios

simples practicando posibles escenarios de juego. Todo muy sencillo. El presidente y el secretario técnico, Paul

Mitchell, nos vinieron a ver. El segundo día añadimos algo más de trabajo táctico y demostraciones, con ayuda

de José Fonte, que traducía. a Jesús que le Nos avisaron de que en el primer partido en casa, contra el Everton,

cuatro días después de nuestra llegada, podría haber protestas. A la afición no le gustó que se desprendieran

de Nigel Adkins, el entrenador que los había subido dos categorías.

Tampoco les hizo gracia que pusieran a alguien que no hablaba inglés y que no tenía experiencia en la

Premier (¿pero cómo se tiene experiencia antes de tener experiencia?). Muchos pensaron que Cortese estaba

loco.

Yo ni me fijé cuando entré al campo. El césped estaba brillante, su olor era envolvente. Las luces

encendidas creaban una sensación de escenario, de noche grande. El campo lleno sonaba diferente al de Cornellà,

como una ola calma pero potente. Me sentí un metro más alto. Ahí me di cuenta de que acabábamos de llegar

a un mundo nuevo y terriblemente excitante.

Jugábamos contra un buen Everton que tenía a David Moyes en el banquillo. Y estuvimos fantásticos.

Agresivos, sin dejarles respirar, verticales con el balón. Nos faltó el gol. Acabamos 0-0. De camino al vestuario

le dije a Jesús: «Si con tres días de entreno ya están así…». Al acabar, Rickie Lambert se dirigió a mí: «Lo siento,

gaffer (jefe). Sentimos haberte decepcionado; deberíamos haber ganado». Nunca había oído hablar así a un

futbolista tras un empate. Me dio la sensación de que era la manera en que la plantilla nos daba la bienvenida,

de establecer un contacto que pareció genuino desde el primer momento.

Pero cuando caímos enamorados —tanto el equipo de nosotros como nosotros del equipo— fue en

Barcelona. Tras el partido del Everton, coincidiendo con un parón internacional, me llevé al equipo al centro de

entrenamiento del F.C. Barcelona. Creo que eso impresionó a los chicos. Eso y el hecho de que mucha gente me

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parara por la calle para saludarme o tomarme una foto. «Este tipo es alguien», debieron de pensar. Pero en la

primera sesión comenzó nuestro verdadero trabajo.

Fue intenso, tenían que dar un paso al frente si querían darnos lo que nosotros necesitábamos. Les,

Nicola, Paul, todos estaban mirando.

Creo que el flechazo fue mutuo. Un amor a primera vista, o a cuarta, si contamos las anteriores sesiones

de entrenamiento superficiales y nuestro primer partido. Conectamos con el equipo. Los futbolistas nos

prestaban máxima atención, algo que me preocupaba, al no poder comunicarme en inglés. Notaba sus miradas

penetrantes. Se entrenaban al máximo, aunque no entendieran algo. Jesús, Miki y yo intercambiábamos sonrisas.

Se habían plantado las semillas.

Actuábamos como si todo fuera normal, como si hubiéramos hecho eso mismo durante años. Tan pronto

como nos despertábamos, desayunábamos, antes de las siete, y ya empezábamos a hablar del entreno, de

jugadores, de recursos tácticos, de ejercicios. Éramos como cuatro cables que al contacto entre ellos arrancaban

un motor de ilusión y encendían los faros.

Queríamos disfrutar cada minuto de la experiencia de estar en Inglaterra. Así que a las siete y media ya

estábamos de camino a la Ciudad Deportiva. Todavía era de noche. El color blanco duró aún varios días. Hacía

un frío… Y al llegar nos sentábamos alrededor del mate. Si el mate hablara… El primer mes estuvimos en una

antigua granja que, si llovía, se inundaba. A las tres semanas habilitaron unos vestuarios como despacho, pero

sin separaciones. Conseguimos un biombo para separar los espacios. A veces Miki y Toni nos dejaban a Jesús y

a mí para que habláramos con algo más de privacidad.

Y así hasta las ocho o las nueve de la noche. Cenábamos juntos, veíamos fútbol si había partido y nos

quedábamos dormidos.

No siempre fue fácil estar encerrados juntos durante tanto tiempo, desde enero hasta el primer verano

en Southampton, cuando finalmente nos trasladamos a nuestras casas. Pero nos acostábamos con ganas de que

llegaran las seis de la mañana siguiente.

Fui el último en dejar el hotel, que se me hizo muy grande y quedó muy vacío sin mis compañeros.

Nos sorprendió descubrir que el mánager en Inglaterra tuviera que encargarse de tantas cosas, y otras

que nosotros agregamos, cosas que de repente se nos ocurrían. Por ejemplo, cambiamos el jabón de lavar la

ropa porque no nos gustaba cómo olía. Me gusta que la ropa del club tenga un olor característico, crear la

sensación de que estás poniéndote algo familiar. Probamos varias opciones hasta encontrar el que nos gustó.

En los entrenos es donde mejor nos sentíamos. La plantilla seguía escuchando, entendiendo que las

cosas se hacían a nuestra manera y de ninguna otra, y que a los entrenos se venía a disfrutar. «Si trabajamos

fuerte durante la semana, en el partido todo os parecerá más fácil», les repetía. Jugábamos un once contra once

los miércoles durante una hora. Pero sin parar, sin saques de esquina o saques del portero. Si el balón salía

fuera, entraba otro inmediatamente. Siempre presionando. Hoy aquellos jugadores me dicen que todavía oyen

en sueños a Jesús gritar: «Press, press, press».

Aquella actitud se contagió a todo el equipo. Los jugadores lo daban todo, ya fuera para recibir el balón,

para presionar, para colocarse en posición o para correr hacia atrás e iniciar jugada. Y luego otro ejercicio al

mismo ritmo. Sesiones dobles.

Gimnasio. Y vuelta a empezar. Otro día, otra sesión doble.

Odiaban la prueba de Gacon, un entrenamiento a base de carreras intermitentes.

Se convirtió en un ejemplo notorio de nuestra exigencia física, aunque en realidad hacemos ejercicios

más duros. Para empezar, los jugadores tienen 45 segundos para cubrir 150 metros, y luego 15 segundos de

descanso. En cada repetición posterior de 45 segundos tienen que correr 6,25 metros más, con lo cual la

intensidad aumenta constantemente.

Propusimos varias maneras de empezar el juego desde atrás. Nuestros mediocentros retrocedían un poco

para cubrir a los laterales, que subían mucho, especialmente Luke Shaw. Pedimos a nuestro principal delantero,

Rickie Lambert, que se moviera con libertad, que dejara de ser un nueve fijo. Y así sucesivamente. Lo pasábamos

bomba.

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«Necesitamos dos corazones para jugar como usted quiere, gaffer», me decía alguno riendo. Kelvin Davis,

uno de los porteros, una vez trajo al campo de entrenamiento el reloj que colgaba del vestuario para recordarnos

lo larga que había sido la sesión. ¡El muy descarado! Nos reímos.

El idioma era un obstáculo que íbamos sorteando. Hablaba a través del abrazo, el contacto, la mirada, el

gesto. La falta del inglés me obligaba a encontrar formas de leer a la gente de otro modo, cosa que ya me iba

bien. Y también propició situaciones curiosas. En mi tercer partido al mando jugamos en el campo del Wigan

Athletic. Encajamos el primer gol, pero en la segunda parte jugamos muy bien y le dimos la vuelta al marcador.

Solo que en el último minuto nos empataron. Entré furioso al vestuario. Empecé a putear, e incluso le pegué una

patada a una caja, antes de mirar a Fran Alonso —que me ayudaba en las labores de traducción y hoy está en

el Everton— como diciendo: «A ver cómo traduces esto…». Al final del día pensé que en realidad solo estaba

marcando territorio; era igual cómo les llegara en inglés.

Roy Hodgson, el seleccionador inglés de entonces, me vino a ver porque quería convocar a varios de

nuestros jugadores. Le dije —en el despacho del mánager, delante de Nicola— que tendría que empezar a hablar

inglés pronto. «No, no, no. Sigue así», me dijo Roy, «porque cada día que pasa la gente se interesa más por ti,

sienten más curiosidad.»

También Nicola me decía: «Tranquilo, no necesitas hablar inglés. Tienes un traductor, y es mejor que sea

así, si no, te vas a meter en líos, porque no es fácil. Es mejor que durante un tiempo mantengas un perfil un

poco más bajo».

Esa primera temporada cogimos al equipo en plena lucha por evitar el descenso y acabamos

decimocuartos, alejados del peligro. Hicimos la siguiente pretemporada en Catalunya para avanzar en la

implantación de nuestra idea. Los futbolistas se acuerdan todavía de la flecha que nos poníamos en la piel fina

del cuello, uno frente al otro; debíamos acercarnos hasta que se rompía. O de cuando caminamos descalzos —

yo también— sobre carbón caliente. Ejercicios que buscaban conexiones, encuentros de mentes. Y ellos lo hacían

todo. Y pedían más.

Empezamos la campaña 2013-2014 con una victoria ante el West Brom, con un penalti señalado justo

en el minuto 90, y en la quinta semana visitamos Anfield.

Teníamos 5 puntos y el Liverpool era líder invicto. Empezamos bastante bien, y aun así Gerrard tuvo su

mejor ocasión en la primera mitad. Estaba contento con nuestra presión, las carreras, el movimiento, y sentí que

tendríamos una oportunidad en la segunda parte. A los diez minutos, Lovren marca su primer gol para el club

después de cabecear un córner botado por Lallana. Nos llevamos los tres puntos de Anfield y, de hecho, solo

perdimos uno de los primeros once partidos disputados esa temporada. Volábamos.

Recientemente leí algo de Jody Rives, joven entrenador y seguidor del Southampton, en el que recordaba

un momento que definía perfectamente a aquel equipo. Perdíamos 1-0 ante el Manchester City. Jody escribió

que la mayoría de entrenadores de la Premier pedirían a los suyos que se reorganizaran e intentaran detener el

empuje rival. Pero al minuto del gol, «Luke Shaw jugaba tras las líneas del City, y desde la línea de fondo centró

al segundo palo. ¿Quién remató? Calum Chambers. El lateral derecho. De lateral a lateral. El cabezazo de

Chambers salió fuera, pero Pochettino saltó y aplaudió la acción. La valentía de los chavales».

Aquel partido lo empatamos.

Les Reed me decía a menudo que tomamos la Premier League por sorpresa. Que enseñamos a los chicos

a no tener miedo de los mayores, siendo el Leicester City la consecuencia última de esta actitud. Mánagers y

entrenadores no dejaban de preguntarle a Les cómo presionábamos, de pedirle detalles de nuestro trabajo, y

comenzamos a recibir visitas de todas partes. Les y algunos otros sentían que la Premier League se había alejado

demasiado de su esencia —demasiado énfasis en pasar, en mantener la posesión del balón—, y que nosotros

le habíamos devuelto la agresividad necesaria, con un pressing alto en todo el campo que no se había visto

antes, o al menos no en mucho tiempo.

Muchos de nuestros jugadores empezaron a creer que el cielo era el límite. Rickie Lambert, Jay Rodríguez,

Calum Chambers, Luke Shaw, James Ward-Prowse y Lallana (este último jugando en el centro del campo en una

posición que en Inglaterra habitualmente ocupan futbolistas más físicos) acabaron siendo internacionales. Y

todos ellos, excepto James, posteriormente firmaron por otros clubs por grandes cantidades. Por su parte, José

Fonte, Morgan Schneiderlin y Steven Davis se afianzaron en la Premier.

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Si en el Espanyol me sentía como un padre para los chavales, en el Southampton era el hermano mayor.

Además, fue nuestro mejor año como familia.

Aquel verano de 2013, Karina y los chicos se mudaron a Southampton. Sebas había acabado la

secundaria y empezó la Universidad allí, mientras Mauri se incorporó a la academia del club y asistía a un colegio

cercano. Vivíamos en una casa divina, una de esas alemanas que son como prefabricadas pero modernas. Estaba

en medio del bosque, así que todo el día teníamos ciervos —«bambis», como dice mi mujer— en el jardín. Un

sueño. Karina me dijo hace poco que fue la primera vez en casi veinte años que disfrutó el año entero, incluido

el fútbol.

La gente era adorable y nos trató de maravilla. Y en cuanto a Nicola… era todo un personaje. De

personalidad fuerte, de los que lo tienen todo muy claro. Pero como yo también soy así, no siempre estábamos

de acuerdo. Chocamos en alguna ocasión, incluida la vez que le prometió a un jugador un número de camiseta

que ya estaba asignado.

Un día me dijo que yo no era un pensador tan audaz como me imaginaba. Quería que pusiéramos cámaras

en la cabeza de los futbolistas para descubrir qué pensaban y veían mientras jugaban, porque sentía que alguno

(Lallana, en concreto) no tomaba las decisiones adecuadas. Como al presidente hay que tenerle siempre respeto,

le dije que lo que Lallana necesitaba era que le diéramos más opciones de pase. «No eres muy atrevido», insistía.

Así que me callé. De hecho me mantuve callado la hora y media de camino en coche al hotel donde teníamos

que convencer a un futbolista para que fichara por nosotros. Hablé con el jugador con toda normalidad, pero

pasé la hora y media de regreso en silencio de nuevo, agarrado a la manilla de la ventana. No pusimos nunca

esas cámaras.

En mayo de 2013, a cuatro meses de nuestra llegada, Cortese tuvo problemas con el club. Dejé clara mi

postura: si él se iba, yo también. Al final acabó yéndose a mitad de nuestra segunda y última temporada, en

enero de 2014. Estoy convencido de que quería que nos fuéramos con él. Pero llegados a ese punto, yo no

podía dejar así a los jugadores y lo que estábamos construyendo.

Justo antes de que Nicola se marchara, el Tottenham —que conocía bien las dificultades del

Southampton— intentó ponerse en contacto conmigo. No les devolví la llamada. El Southampton había

negociado con nosotros un contrato de cinco años, pero nunca se concretó. Entre febrero y marzo cambiaron

mucho las cosas, no se sabía quién gestionaba el club, qué dirección querían tomar, cuál era la capacidad

financiera, el futuro de los jugadores… Esperamos a que acabara la temporada para hablar con el Tottenham.

Mi contrato tenía una cláusula de rescisión que Daniel estaba dispuesto a pagar. El primer contrato con el

Tottenham también la tenía, pero fue retirada en el último que firmamos.

¿Debíamos irnos o quedarnos? Fue un drama salir del Southampton. Se derramaron muchas lágrimas.

Después del último partido estuvimos todavía dos semanas que sí, que no, yendo y viniendo, sin saber qué

hacer. Pero la inestabilidad del club nos echó para atrás y decidimos marcharnos. También sabíamos que muchos

de nuestros mejores futbolistas iban a fichar por otros equipos. Por doloroso que fuera para ellos, no podían

permitir que su vínculo con nosotros les detuviera. Nuestro ciclo, aunque solo de año y medio, finalizaba:

llegamos con Nicola, y cuando se marchó, las cosas cambiaron irremediablemente.

Aunque todos sabíamos lo que iba a ocurrir, sucedió todo cuando los jugadores estaban vacaciones, por

lo que no se produjeron grandes despedidas. Aunque recuerdo la conversación con Wanyama. Le llamé. De

hecho, llamé a prácticamente todo el equipo. A Victor, que llevaba solo un año, lo escuché afectado, porque

pensaba que íbamos por el buen camino.

—El fútbol es así —me dijo, y yo tuve que morderme el labio—. Me has mostrado lo que debo hacer

para ser un buen futbolista. Seguiré por ese camino.

—Trabaja duro, Victor. Nunca se sabe, igual volvemos a encontrarnos —repliqué.

Al margen de una correcta octava posición, nuestro mayor logro fue haber puesto en práctica la visión

del club.

Con los años tal vez nos reciban algo mejor en St. Mary’s.

Tuvimos dos días de entrenos buenos, donde incluso hicimos un trabajo de automatismos de presión

contra un 4-3-3 que hacía mucho tiempo que no preparábamos y que, por ejemplo, Sissoko no conocía. Viajamos

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a Southampton en el recientemente adquirido autobús del club. Por el camino vimos la victoria del Liverpool.

También ganaron Arsenal, Chelsea y el resto de equipos de la zona alta.

Nosotros también teníamos que vencer para seguir su estela.

Como siempre, la ciudad nos dio la bienvenida con mucho tráfico y tardamos una hora y media en llegar

al hotel. Nos vino a visitar Ros y hablamos del pasado y del presente. Nos reímos mucho. Estábamos tomando

algo en un salón reservado cuando llegó una mujer con un niño de dos años hincha del Southampton. Mientras

la madre me preguntaba por qué había dejado el club, el chaval me gritaba:

«¡Traidor, traidor!».

Es verdad que nunca expliqué los motivos que nos hicieron tomar esa decisión, pero duele que te llamen

así. Entiendo que creamos un vínculo con los seguidores, a pesar de mi limitado inglés. Les devolvimos la

emoción, creo. Y se sintieron decepcionados por mi partida, especialmente porque tuvo lugar en verano, sin una

despedida adecuada.

Deberían saber que al marchar se me rompió el corazón. Que nos lo pensamos cien veces antes de tomar

la decisión. Y que, a veces, nos preguntamos por qué nos fuimos, realmente.

El de mañana es el tercer partido contra nuestro exequipo. Nos insultaron bastante en los dos primeros.

Y no hubo ni una sola mención sobre nosotros en el programa del partido. Ros me dijo que esta vez sí lo harían.

Ni el mánager ni el capitán mencionaron a Wanyama, o a Toby Alderweireld —otro exjugador de los

Saints—, en todo el programa. Ni a mí tampoco.

Eso sí, en privado la gente del club solo tiene palabras de cariño y agradecimiento cuando nos vemos, y

hoy nos cruzamos con muchos amigos de camino al estadio.

El equipo salió medio dormido, apenas tocamos el balón en un minuto y medio, y encajamos el gol. Un

1-0 tan pronto es irritante. Todo lo que planificaste… Nos costó asentarnos, pero pasado el primer cuarto de

hora empezamos a dominar.

Acabamos 1-4, con dos tantos de Dele Alli, uno de Son y uno de Kane, que falló un penalti. Seguimos

en quinto lugar, con 13 victorias, 7 empates y 6 derrotas en todas las competiciones de la temporada.

En el minuto 87, más o menos, los aficionados del Tottenham empezaron a corear: «He’s magic, you

know, Mauricio Pochettino». Yo estaba de pie al borde del campo, con las manos en los bolsillos, como me había

pasado todo el partido. En general no interactúo con la gente durante el encuentro, pero hoy decidí aplaudir a

esa tribuna.

Tras el pitido final, nos pusimos al día con muchos de nuestros antiguos pupilos. Miki y yo regresamos a

Londres en autobús con el equipo. Jesús volvió con su familia en coche, mientras Toni y Eva se quedaron a pasar

el día en Southampton.

Mañana tenemos día libre. Pasado, regreso a las andadas. Y al otro, es fin de año.

7. Enero

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Empieza la FA Cup para los equipos de la Premier en un enero exigente que también contará con cinco partidos

de liga, incluyendo la visita del Chelsea, que es líder, a White Hart Lane y el viaje al Etihad para volver a verse

las caras con el Manchester City de Guardiola. El Tottenham inicia el año quinto en la Premier.

Empezamos el año con partido fuera, pero en Londres. Ante el Watford. Como teníamos sancionados a

Walker y a Vertonghen, decidí dar entrada a Kieran Trippier y a Kevin Wimmer en una defensa de tres centrales

para dar más seguridad al juego.

Nos juntamos la primera mañana del año en la Ciudad Deportiva. Pasamos a los chicos un vídeo de los

diferentes sistemas que puede utilizar el rival (esa información resultó básica), explicamos cómo contrarrestarlo

y preparamos las situaciones a balón parado. Todo esto, por supuesto, tras desearnos un feliz año nuevo.

Llegamos a Watford, donde nos aguardaban dos exjugadores del Tottenham: Étienne Capoue y Younès Kaboul.

Hice capitán a Kaboul cuando llegamos al club, y me sorprendió que antes del partido realizara unas

declaraciones en las que hablaba de falta de respeto. En su opinión, en su día dejé de contar con él sin darle

explicaciones. Pero lo cierto es que sí que se las di en las muchas charlas que tuvimos con él, en una época en

la que estábamos implantando nuestra autoridad e intentando dar un giro al club.

Pensamos que el Watford utilizaría dos puntas, porque su pareja de atacantes es uno de sus puntos

fuertes, pero solo pusieron a uno en el once. Al final del calentamiento, un minuto antes de salir al campo, nos

informaron de que el carrilero Juan Camilo Zúñiga no jugaba y que el delantero Odion Ighalo lo iba a hacer en

su lugar. Eso no nos desequilibró, ya que nos habíamos preparado para esa eventualidad.

Las cosas salieron como esperábamos y logramos una ventaja de tres goles en la primera mitad, lo que

nos permitió dar algo de descanso a algunos jugadores.

Alli, Rose y Kane fueron sustituidos, ya que queremos que lleguen en buenas condiciones ante el Chelsea,

que tendrá un día más de descanso. El 1-4, con dos tantos de Kane y dos de Dele Alli, sellaron los 12 puntos

que hemos conseguido en nuestros últimos cuatro partidos. Estamos +20 en la diferencia de goles marcados y

encajados. Seguimos quintos. Hemos conseguido más puntos en los últimos doce meses que en ningún otro año

de la historia del club.

Nada es por casualidad. Estos últimos diez días nos han permitido recuperarnos físicamente y centrarnos

en el entrenamiento individualizado. Estaba claro que debíamos pasar la mala racha, manteniendo nuestros

principios y conseguir así que los jugadores volvieran a sus mejores versiones. Está funcionando.

Por cierto, saliendo de Vicarage Road nos cruzamos con Kaboul y nos saludamos. No hizo ningún

comentario sobre ninguna falta de respeto. Así que todo eso quedó como una anécdota.

La reestructuración del club, el trabajo paralelo para definir el tema de los contratos de jugadores, nos

sigue robando demasiado tiempo. Hoy, tras el encuentro, el equipo técnico regresamos a la Ciudad Deportiva, y

no salimos hasta las ocho de la tarde.

Me tomé una copa de vino en el autocar. La última durante un tiempo. Tengo que cuidarme. Me viene

pasando desde que dejé el fútbol: engordo, adelgazo y vuelvo a engordar. Me pongo objetivos, pero se me

olvidan y empiezo de nuevo el ciclo. Así que ahora pongo mi salud por delante. Tengo la intención de cambiar

de estilo de vida y crear buenos hábitos. En el pasado hice uno de esos ayunos brutales que consisten en tomar

solo jugo de frutas hervidas y agua. Los primeros cuatro o cinco días son muy duros, porque el cuerpo está

acostumbrado a ingerir muchas calorías y de repente te empieza a doler todo. Aunque lo más importante no

eran esos doce días de ayuno, sino cómo vuelves otra vez a comer. Además, te crea un problema social: no

puedes ir a cenar ni a tomar un café, ni nada de nada.

La última vez que lo hice fue en el verano de 2012, cuando me disponía a ir a Ibiza.

Claro que, una vez allí, nos matamos a comer. Es mejor cambiar de estilo de vida, sufres menos y disfrutas

más cuando toca.

También me he impuesto hacer una hora al día de ejercicio. Si la jornada tiene 24, que una me la guarde

para mí y para mi salud no es tanto. Además, me ayuda a pensar y a que la energía fluya mientras libero

endorfinas. Y estimula mi creatividad.

En el baño también se me ocurren muchas cosas. Debe de ser porque es uno de mis pocos momentos

de aislamiento.

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He evolucionado mucho desde los días en que, en el Espanyol, con Feliciano di Blasi les decíamos a los

chicos: «Miren, si están cansados, se ponen la mano en el pecho y siguen corriendo». Ahora miro atrás y me río

de algunas de nuestras ocurrencias. Pero, ¿sabes qué? Aquellas ocurrencias me enseñaron algo. Con los años

se mejora la comprensión y la reacción a todo tipo de situaciones. El trato con el futbolista se va perfilando

según sus personalidades y necesidades, y tus propias experiencias.

No suelo trabajar con psicólogos. No creo que necesitemos uno de manera permanente, ya que estar

pendientes del bienestar mental de los jugadores, así como entender los contextos y aplicar soluciones más allá

de la táctica, es parte de nuestro trabajo. Y casi nada de lo que aprendemos sobre la mentalidad del futbolista

está escrito en un libro; vas aprendiendo sobre la marcha. Aunque en situaciones muy concretas, de trauma o

profunda confusión, buscamos ayuda profesional.

Es peligroso enamorarte de tus futbolistas. Yo no lo hago, porque eso es algo que reservo para mi pareja,

y porque tarde o temprano llega el desamor. En el fútbol, más rápido que en la vida. Lo ideal es encontrar un

equilibrio entre lo que necesita el futbolista y lo que yo exijo. Me gusta mostrar respeto a quien se lo gana, y

me parece justo tratar al grupo según la jerarquía obtenida por el trabajo.

Me gusta fichar a los jugadores después de analizarlos e imaginar lo que pueden aportar al equipo. Pero,

como además de buenos futbolistas queremos buena gente, también confío mucho en mis sentimientos. Necesito

el contacto, hablar con ellos, cinco minutos o una hora. En alguna ocasión me he reunido con alguno al que le

he dicho «hola» y «me tengo que ir» para no verlo ni un segundo más. Y con otros me han bastado cinco minutos

para ficharlos. O hemos estado tres horas hablando por puro placer. Me he equivocado, claro, pero siempre les

digo abiertamente lo que quiero de ellos. Es la única manera de iniciar una buena relación.

El año pasado quedé con sir Alex Ferguson para comer en Londres. Ese encuentro me dejó un montón

de perlas de sabiduría futbolística, además de un recuerdo que permanecerá conmigo para siempre. Ferguson

me dijo que no debía perder nunca el control del vestuario, que ceder ante los veinticinco futbolistas millonarios

con los que trabajamos todos los días es el peor de los errores. Él prefería enfrentarse con el jugador a la primera

señal de desafío a su autoridad, sin esperar una segunda. Si se propasaban, se los cargaba, como hizo en alguna

ocasión conocida por todos. Él consiguió establecer una autoridad absoluta en aquel entonces, pero me parece

que las cosas han cambiado. El equilibro de poder se decanta ahora inexorablemente hacia el futbolista.

Yo no multo, prefiero dar oportunidades hasta que no hay vuelta de hoja. Y ahí sir Alex y yo estamos de

acuerdo: no puedes irte a la cama con dudas después de tomar una decisión. Se decide y a lo siguiente.

Desde muy pronto en su carrera como mánager, Ferguson decidió no aparecer sobre el césped durante

la semana. Consideraba necesario salirse de la burbuja, porque desde la distancia veía mejor los cambios de

rendimiento de los futbolistas. Eso le daba perspectiva y le permitía centrarse en la vida del jugador más allá del

césped: ¿Tienes problemas familiares? ¿Financieros? ¿Estás cansado?

Observar y ver cosas que no son evidentes es crucial. Quizá el método de Ferguson es el paso que hay

que dar para tener una carrera más larga. Yo necesito estar en el campo, corregir en el entreno, exigir, pero a

veces el trabajo con los jugadores se lleva a cabo en mi oficina.

Luke Shaw, el más joven miembro de la plantilla del Southampton, solía venir a mi oficina todos los días,

incluso cuando yo apenas hablaba inglés. Le daba un abrazo y le sonreía. Los dos lo necesitábamos por razones

distintas. Le preparaba una bebida como parte de su cambio nutricional y charlábamos incluso cuando no nos

entendíamos del todo: ¿Tienes novia? ¿Vas con los amigos de siempre? ¿Cómo te diviertes? A veces me

enfadaba con él. Luke solía ir a Londres, pero a mí no me gustaba que lo hiciera; era una distracción innecesaria

y demasiado habitual, y así se lo dije. ¿Se estaba centrando lo suficiente en su profesión? ¿La disfrutaba? «OK,

no iré más», me dijo. Vivía en una residencia del club, pero un día su madre le trajo al entrenamiento y le pedí

que viniera al despacho.

—¿De dónde venís?

—De Londres —me respondió ella, y yo hice una broma que nos hizo reír a ambos. Era lunes. No le dirigí

la palabra a Luke hasta el viernes. Creo que no regresó mucho a Londres después de eso.

Antes de que Victor Wanyama firmara con nosotros para el Southampton, le llamé. «Te he visto jugar

varias veces y vamos a hacerte todavía mejor. Uno de los mejores.» Era la primera vez que un entrenador le

llamaba y hablaba de ese modo. Encendí la mecha. Quedamos en un hotel, reparé en cómo se sentaba todo

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tieso en el sofá. Le di un abrazo y pude notar que la tensión con la que había llegado desaparecía. A ambos nos

dio la sensación de que nos conocíamos desde hacía mucho tiempo.

Desde el primer día charlamos casi más de la vida que de fútbol. Me sentía como un padre para él. Era

muy tímido cuando empezó a entrenar con nosotros, apenas hablaba. Creo que no era feliz. Tuve que recordarle

que estaba haciendo lo que quería y que debía disfrutar cada minuto. Poco a poco empezó a ver la vida de otro

modo. El fútbol dejó de ser su profesión para convertirse en su pasión.

Y así se fue abriendo.

A veces, cuando lo veo muy serio, me acerco y le digo: «Venga, hombre, una sonrisita y lo verás todo

diferente». Y se ríe. Ahora dice que entrena mejor con una sonrisa en la cara.

En nuestra segunda temporada, estando de vacaciones en Ibiza, Hugo Lloris se rompió la muñeca en un

accidente inocuo. Yo no me enteré. Por lo visto, le hicieron una radiografía y no se veía ninguna fisura, así que

se lo calló. Fue al volver a Francia cuando detectaron el problema. Durante una semana se sintió tan avergonzado

que ni se atrevía a admitir lo que había pasado. Finalmente recibí un WhatsApp suyo con detalles de lo ocurrido.

No le contesté. Sé que sabía que lo había leído. Habló con Toni, que se enfadó. Al inicio de la pretemporada le

dije que se acercara a la oficina. Lo que me molestaba no era la lesión, sino que no hubiera confiado en mí. Me

dijo que no se trataba de falta de confianza, sino que le daba apuro contarle a su jefe que la lesión era fruto de

algo muy tonto. Tardamos en curar la herida que nos habíamos infligido. Hugo, que no quería mezclar lo privado

y lo profesional, entendió lo que le pedía: podía hablar conmigo de lo que fuera, que no lo iba a juzgar. Y que

si está conmigo, lo está al cien por cien. No me vale el noventa y nueve. Comparto cosas con él, y él conmigo.

Alex Ferguson solía decir a sus jugadores que trabajar duro es un talento. Y que esperaba más de sus

estrellas que del resto. Alguna vez se lo he comentado a los míos. Eso sí, para que respondan es importante

ganártelos desde el principio.

La primera vez que pusimos a Dier de pivote defensivo le pregunté en la cantina si había jugado antes

en esa posición.

—Sí, en el Sporting de Lisboa.

–Ah, OK.

Más tarde leí que había dicho que esa fue la conversación más larga que tuvimos sobre su cambio de

posición. Y es verdad, confiaba en él y en su capacidad de aprendizaje. Luego fuimos corrigiendo cosas.

Pero lleva seis meses complicados.

—No eres el Eric del año pasado, el de la Eurocopa —le dije en un entreno al inicio de temporada.

Recientemente, pasamos toda una semana discutiendo y hablando de lo que le pasaba. Cada día buscábamos

algo distinto. Por ejemplo, le hice una tabla de cuatro columnas donde se leía «bueno», «muy bueno», «excelente»

y «extraordinario». En esta última escribí Maradona, Messi y Cristiano Ronaldo, antes de preguntarle dónde se

veía él.

—Muy bueno —me dijo.

—Sí, ahí es donde estás. Es un viaje muy corto hacia el «excelente». ¿Dónde te encuentras como pivote

defensivo? ¿Y como central? —Eric cree que es mejor centrocampista que central. Discutimos mucho sobre eso,

porque no estoy de acuerdo. Al final, le dije:

— No importa. Juegues donde juegues, si das el cien por cien, te irá bien.

Hay cosas que los futbolistas deben descubrir por sí solos.

Los capitanes de las selecciones nacionales votaron por el Mejor Entrenador de Fútbol de la FIFA, y

eligieron a sus tres favoritos. Victor Wanyama me puso el primero, pero Hugo Lloris no me incluyó en su lista.

Le dije a Simon Felstein que le dijera que cuando me enteré me enfadé mucho. Pero mucho, mucho. Todavía me

río cuando recuerdo la cara que puso la siguiente vez que nos vimos.

El mercado de fichajes está abierto. Ya le he dicho a Daniel que, a menos de que algo increíble fuera

posible, no necesitamos a nadie. Y si nos faltan jugadores, los buscaremos en el sub-21. Hay ofertas para que

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cedamos a Harry Winks y a Josh Onomah, pero prefiero tenerles cerca. La afición, comprensiva con nuestro

trabajo, no exige grandes dispendios. Será bueno recuperar a Lamela.

Ahora toca el Chelsea.

Se acaba de publicar que dije lo siguiente sobre Guardiola: «Si llegas a la Premier y no eres lo

suficientemente humilde, acabarás decepcionado».

No dije eso. O me malinterpretaron. Estaba hablando en general de cómo se percibe la Premier en Europa.

Me refería a que a menudo se menosprecia el fútbol inglés. La gente cree que es solo pelotazo, que no hay

calidad. Pero la Premier ha cambiado en la última década, con tanta influencia extranjera. Aun así, hispanos y

latinoamericanos suelen pensar que están por encima, y al llegar aquí se dan cuenta de lo equivocados que

estaban. Si no vienes con humildad, te dan un palo.

Siempre he sido muy consciente de que no puedes decir que vienes a Inglaterra a cambiar el estilo del

fútbol inglés. Es como decir que irás a España a prohibir la siesta y la paella. Nadie está por encima de la cultura,

la idiosincrasia de un país como Inglaterra. No existe la táctica perfecta, el entrenador perfecto, la metodología

infalible. Es una absoluta falta de respeto decir que se tiene el método que lo va a revolucionar todo. Todo

depende de los futbolistas que tengas.

Mi suerte es que la gente, cuando llegué a Inglaterra, se preguntaba quién era yo.

No esperaban nada de mí. Y me empapé de todo: de las expectativas de los jugadores, de los árbitros

con percepciones distintas sobre lo que es una falta, de la grada que me exige más ritmo, de la obsesión de los

medios que se centran en el individuo, de los presidentes que no buscan el protagonismo.

Es mejor venir con la idea de aprender.

La semana previa al Chelsea jugamos un partido de ingleses contra extranjeros, y yo jugué, claro. Si

alguien conseguía hacer tres caños, la víctima del último tenía que cantar. Nadie cantó en esta ocasión. Me

lesioné luchando con Carter-Vickers por un balón aéreo y me fastidié la espalda. ¡Está fuerte, el chaval!

Luego él iba diciendo: «¡Hostia, que he lesionado al gaffer!». Creo que por dentro se estaba

cachondeando.

Hoy es el segundo día de recuperación después del último partido y mañana jugamos contra el Chelsea.

Volvemos a enfrentarnos a ellos tras la derrota 2-1 en Stamford Bridge en noviembre. Los tenemos a diez

puntos, de momento son líderes indiscutibles. Pusieron dos marchas más cuando cambiaron a un sistema de

tres defensas que nadie ha sido capaz de descifrar: llevan trece victorias consecutivas.

Nadie ha ganado catorce en la Premier.

A ver dónde estamos. El Chelsea siempre es un buen punto de referencia.

Al acabar el partido del Watford ya teníamos el once decidido. Tenemos un grupo potente de futbolistas

(solo falta Lamela) que nos permite jugar de muchas maneras según lo pida el encuentro. Vamos a empezar con

tres atrás, dos laterales muy ofensivos y tres en el medio.

Decidí mezclar algunas cosas en el entreno. Preparamos vídeos un poco más largos de lo habitual en los

que mostramos sus puntos débiles y fuertes, y explicamos cómo queríamos jugar y cómo evitaríamos los

problemas del encuentro anterior. A continuación llamamos a los jugadores por posiciones. Primero a los tres

centrales, Dier, Alderweireld y Vertonghen, y también Wanyama, que debe cuidar de los espacios que queden

libres atrás e iniciar el juego. Luego a los laterales, Rose y Walker, que deben ofrecerse constantemente. Luego

a los dos interiores, Eriksen y Dembélé. Y finalmente a los dos que iban a jugar en punta, Alli y Kane.

Todos frescos. En buena forma.

Ya sobre el césped, como siempre que trabajamos con el once titular, dirigí el entreno, que fue suave (no

se podía aplicar intensidad habiendo jugado dos días atrás) y muy táctico, explicando cómo se debía atacar,

cómo sacar el balón y cómo presionar.

4 de enero, día de partido. Llegamos a la Ciudad Deportiva un poco antes del mediodía para pasar una

pequeña sesión de vídeo. Quería modificar la forma en que íbamos a jugar en el centro del campo. Será clave,

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estoy seguro. Ellos juegan con un doble pivote y nosotros vamos a poner a tres jugadores ahí, incluido Victor,

que deberá ayudar a los centrales, dado que se las tendrán que ver con tres delanteros.

El viaje al estadio fue lento y necesitamos escolta policial para que nos abrieran paso. Delante nuestro,

una camioneta nos guiaba, pero nadie parecía querer ceder el paso. «¡Vamos!», gritaban algunos. Llegamos a

White Hart Lane un poco más tarde de lo planeado, apenas una hora antes del encuentro.

Todavía estábamos en el autocar cuando nos enteramos de su once. Era el que esperábamos.

En el vestuario, Jesús recordó detalles del balón parado. Pusimos la alineación del Chelsea en la pizarra

con el sistema que usualmente utilizan antes de salir a calentar.

Nadie estaba nervioso. Los jugadores, enchufados.

Y empezó el encuentro.

La primera parte fue intensa y equilibrada. El Chelsea no nos creó situaciones claras de peligro al margen

de una que confirmó el buen trabajo que se está haciendo con Hugo Lloris: hubo un uno contra uno y, en lugar

de ir hacia el balón —como hacen todos o él mismo hace tres años—, se quedó atrás, ganó tiempo para que

llegara el defensor y a la vez redujo el ángulo de tiro. Si se hubiera alejado de la línea de meta demasiado

pronto, nos hubieran marcado.

Nos adelantamos justo antes del descanso, en tiempo de descuento, con un fantástico cabezazo de Dele

Alli a centro de Eriksen.

Con el pitido del árbitro, Jesús y yo caminamos hacia el vestuario sin decir nada.

Miguel hacía ya unos minutos que estaba dentro para ver las imágenes que nuestro analista había

preparado desde la grada.

Primero lo primero: bebo tanta agua para relajarme que inevitablemente tengo que ir al lavabo nada más

acabar la primera mitad.

Decidí no usar nada del vídeo. Solo insistí en que siguieran como estaban jugando, con la misma

agresividad con y sin balón. Jesús explicó tres jugadas a balón parado.

En la segunda mitad les cedimos la iniciativa y tuvieron una ocasión para empatar, pero no sentí que

necesitáramos cambiar nada; a veces es mejor dejar que la tormenta pase. Los carrileros encontraban jugadas

de uno contra uno y tuvimos el control del pasillo central. Siempre había uno más de los nuestros, y Victor estuvo

en todas partes. A pesar de haber bajado un poco el ritmo, logramos marcar un segundo gol en el minuto 54,

de nuevo Alli.

Se veía que Dembélé estaba cansado y necesitaba el cambio, pero preferí no precipitarme.

Pregunté a mis compañeros qué opinaban, pero tenía claro hacia dónde iba el partido, así que decidí

esperar un poco para la sustitución. Finalmente, Winks entró en el minuto 74 por Dembélé y recuperamos el

dominio después de unos momentos de dificultad. Muchos jugadores tienen años y partidos encima, pero no

experiencia o comprensión del juego. Harry Winks juega como si llevara más de diez años haciéndolo.

Ganamos.

En la rueda de prensa dije que era solo un partido y tres puntos. Que para ganar trofeos hay que mantener

esta intensidad ante todos los rivales. Aproveché para elogiar a Jesús, del que dije que es mi mano derecha,

mano izquierda y ojos. Y aclaré el asunto de Guardiola.

Daniel bajó al despacho del mánager. Estaba contento con nuestra actuación.

«Medio mundo ha visto el partido», nos dijo.

Estamos terceros. A dos puntos del Liverpool, que va segundo, y a siete del Chelsea.

Hoy cumplo ciento cincuenta partidos en la Premier.

Mañana, día de descanso.

Estoy en el sofá. Solo. Me acompañan los ecos del partido de hoy. No estoy bebiendo vino.

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Jesús me acaba de enviar un mensaje. Dice que la rueda de prensa estuvo bien porque no me apunté el

tanto de la victoria ni la explicamos a través de la táctica.

El presidente también me ha enviado un WhatsApp. Dice que no puede dormir de la excitación.

Tras el encuentro del Chelsea afirmé que Dele Alli es el jugador más importante surgido del fútbol inglés

en los últimos años. En diciembre marcó cuatro de los siete goles que lleva esta temporada. Este mes lleva cuatro

en dos partidos, y dos de ellos en partido grande. La estadística que hemos visto esta mañana es brutal: en sus

primeros cincuenta partidos de liga ha marcado más que Steven Gerrard,

Wayne Rooney y Frank Lampard… Puede ser mejor que todos ellos porque tiene calidad; ahora hace

falta que sea constante.

Hay una leyenda urbana que dice que yo no le quería fichar. No es cierto. Fui a ver el partido de la League

Cup que el Manchester United de Van Gaal jugaba contra el Milton Keynes Dons el 26 de agosto de 2014. Le

dije a Paul Mitchell, que estaba a punto de unirse a nosotros en el Tottenham, que cenaríamos pronto para

festejar su cumpleaños y después iríamos juntos al partido porque había dos jugadores jóvenes que quería ver:

un lateral y un Dele Alli de diecisiete años. Ganó el MK Dons 4-0, y Dele jugó de mediocentro, por delante de la

defensa. Estuvo fantástico, con una suficiencia y una personalidad increíbles. Me marché antes de que acabara

el encuentro, no necesitaba ver más.

Después seguimos rastreándole, y en enero de 2015 surgió la posibilidad de ficharle. Después de un

partido ante el West Brom, me reuní en la Ciudad Deportiva con el presidente, Paul, Jesús y John McDermott.

Decidimos pagar los cinco millones de libras que costaba, una millonada para un chaval que venía de la League

One. Lo cedimos seis meses al MK Dons, pero le pedimos que viniera a entrenar dos veces por semana para que

conociera a sus compañeros y nuestra manera de trabajar. Se cambiaba en el vestuario del filial. Todo tiene un

orden y unos tiempos.

La pretemporada siguiente fue exigente y le tuve que llamar la atención sobre ciertas cosas, para que no

se confundiera y suavizara algunos detalles de su comportamiento. Fui duro con él, y él empezó a trabajar duro.

Jesús le dijo un día, delante de mí: «Al míster no le gustaste nada las primeras dos semanas. Ahora te adora».

Empezó a jugar en la Premier, pero a los dos partidos, vi que le estaba costando —pese haber marcado

en su segundo encuentro— y lo llamé al despacho. Le enseñé algunos vídeos de sus actuaciones y también de

sesiones de entreno. No trabajaba al cien por cien. Dele ponía cara de «no me puedo creer que yo hiciera eso».

Le dije: «Es tan fácil sacarte del equipo como lo fue meterte».

En noviembre comenzó a consolidar su titularidad. Fue creciendo, destacó con la selección. Y tiene algo

más que me encanta, y que mencioné después del partido ante el CSKA esta temporada. Es un poco «travieso».

Me encanta que tenga esa inteligencia callejera que no puede enseñarse, y que le saque partido.

El peligro reside, como ocurre a menudo, en que se olvide de lo que le ha permitido llegar hasta aquí.

Esta temporada se lo he tenido que repetir. El otro riesgo es ver si quienes le rodean saben cómo tratar a un

profesional de élite. Su foto de WhatsApp, con la caricatura de un chaval rodeado de gente que quiere cobrarse

un pedazo suyo, sugiere que necesita rodearse de la gente adecuada.

Tiene solo veinte años.

Vamos a ver cómo está la tropa después de un día de descanso. Nuestro próximo partido es de FA Cup

contra el Aston Villa, y daremos una oportunidad a chicos que no suelen jugar, como Vorm, Wimmer, Ben Davies,

Carter-Vickers y Janssen.

Por tercer año consecutivo somos el equipo que ha cosechado mejores resultados durante el periodo de

Navidad. Tengo que reconocer que tuvimos suerte con el calendario este año, pero parece confirmarse que

siempre alcanzamos velocidad de crucero por estas fechas. Después del partido del Chelsea se podía esperar

cierta euforia, pero sabemos que se nos vienen encima un enero y febrero fuertes. No hay tiempo para dormirse

en los laureles.

Tenemos previsto reunirnos con varios candidatos al cargo de secretario técnico antes de la rueda de

prensa, donde seguramente me preguntarán por Lamela, que se va a Roma. Tiene una lesión que pensábamos

que se iba a solucionar en un día o dos, pero lleva dos meses y medio con dolores. Necesita cambiar de ambiente.

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Me duele un poco la garganta. Toni tiene gripe, no vino hoy y se le echó de menos. Debe de estar muy

mal para que no venga a entrenar. El día del Chelsea ya no se sentía bien. Hay cosas que están mal vistas en el

mundo del fútbol, y me hace gracia. La debilidad, por lo visto, es una de ellas. A Simon Felstein, nuestro jefe de

prensa, le sorprendía al principio que admitiera que había dormido mal, que me dolía el cuello o la espalda. Pero

yo prefiero ser natural en todo, sino el artificio acaba por volverse en tu contra y morderte.

La parte buena es que estuve haciendo deporte. Hoy estuve en la cinta de correr con Miki mientras

veíamos al Manchester United. La dieta castiga, pero estoy claramente bajando peso.

Luis Enrique ha anunciado que se va del Barcelona, y en Sport, entre otros diarios, me señalan como

candidato a sustituirle. Lo primero que pensé es que algo estamos haciendo bien para que se nos tenga en

cuenta. Otra cosa es si la historia es cierta. O si yo aceptaría un posible acercamiento, por el momento en el que

estoy y por el club en cuestión. El Espanyol era mi club, así que nunca podría ir al Barcelona.

Me gustó oír decir a Eric Dier que si no ganamos un título con la plantilla que tenemos, en cinco años

nos sentiremos muy decepcionados. Esa es la actitud de un ganador. Decía Napoleón que la ambición «es la

pasión de una gran personalidad.

Los que la poseen serán capaces de realizar muy buenos o muy malos actos. Siempre dependerá de los

principios que les dirijan.»

Harry Kane habló en términos similares: «Aquí está pasando algo. Me extrañaría que alguno de nosotros

quisiera marcharse. Solo nos falta el último escalón: títulos».

«Títulos», dijo. En plural.

Cuatro días después del partido ante el Chelsea, llegó el de Copa en White Hart Lane contra el Aston

Villa, un grande que está ahora en la Championship. Toni está de vuelta después de dos días en la cama. Se le

ve pachucho, pero quería estar, porque hemos dado la titularidad a Michel Vorm.

Fue un partido difícil que nos costó ofensivamente. Di entrada a Alli por Janssen, lo que nos proporcionó

mayor movilidad. Janssen vino para aportar muchas cosas y tuvo un inicio de temporada esperanzador, pero

ahora le pesan las exigencias de nuestro fútbol, le está costando. Hablaré con él mañana. Tiene que ofrecer más

de lo que da en el entreno y el partido. Sé que puede.

Nos fuimos al descanso con empate a cero. En el minuto 70 decidí meter a un jugador de banda veloz

(N’Koudou) por uno de nuestros centrales (no el joven Carter-Vickers, sino Toby Alderweireld) porque ellos

jugaban con un solo punta.

Minuto 71. Saque de puerta de Vorm. El balón le llega a N’Koudou, que centra. Y remata… ¡nuestro

lateral! Primer gol de Ben Davies con el Tottenham. ¡Qué alegría!

No había tenido suerte hasta ahora; llegaba, pero no marcaba. Ben es un chico extraordinario, siempre

listo para entrenar duro, con mucha calidad. Son cerró el marcador diez minutos después. 2-0. Pasamos de

ronda.

Hemos tenido una semana de entrenamientos completa, algo que no ocurre con asiduidad. Es importante

disfrutar de un periodo de tranquilidad. Dimos dos días libres a los jugadores: domingo y lunes a los que no

jugaron contra el Aston Villa, lunes y martes a los que sí. Mañana miércoles tenemos una sesión de entrenamiento

importante para preparar el encuentro ante el West Brom, un equipo siempre difícil con el que empatamos los

dos últimos partidos y al que no hemos ganado en casa desde el 2012.

Hemos empatado con el Wycombe Wanderers de la League Two en la cuarta ronda de la FA Cup.

Hay rumores de que los dos clubs de Manchester quieren a nuestros laterales.

He perdido cuatro kilos.

Desde el miércoles, esta semana hemos tenido una sola sesión de entrenamiento por día. Después de

aproximadamente una hora de trabajo casi diario con balón, hemos vuelto a casa entre las tres y las seis de la

tarde, lo que nos ha permitido a todos pasar más tiempo con la familia. Estamos recuperando fuerzas, y yo me

siento cada vez más fresco.

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Sábado 14 de enero. 4-0 contra el West Brom. Los resultados en casa son tremendos: seis victorias en

seis partidos. Es como si quisiéramos despedirnos de White Hart Lane dejando nuestra impronta y recordándole

a todo el mundo lo que cuesta sacar un punto de aquí. Dominamos todo el partido, la primera parte fue de lo

mejor de la temporada; nos fuimos con dos goles arriba al descanso, uno de Harry Kane, que acabó marcando

un hat trick. El único punto negro es la lesión de Jan Vertonghen, que estará fuera un par de meses. Es la

oportunidad para otro chaval.

Nos ponemos segundos. Seguimos creciendo. Veremos hasta dónde podemos llegar.

He dado una entrevista a La Nación, un diario argentino. No se me conoce muy bien en mi país. Dije que

no necesito que la gente, la audiencia, me muestre cariño para sentirme bien. No busco el reconocimiento

popular, con el de mis seres queridos, mis amigos y mi familia me basta. ¿Fui del todo sincero? Bastante.

En una conferencia de prensa dejé caer otra clave de nuestra filosofía: no existe la perfección, pero

siempre apostamos por ella y no seremos del todo felices si no lo intentamos.

17 de enero. Desde el inicio del año…

Llevo dieciséis días sin una copa de vino.

Llevo dieciséis horas este año dedicadas a mi salud.

Ya he perdido casi cinco kilos.

Sin partido hasta mañana, sábado, hemos podido repasar conceptos que no se tocaban desde la

pretemporada. La carga de trabajo y la recepción de los futbolistas han sido buenas.

La alineación para el partido de mañana la ha decidido, en parte, un plato de lasaña. Habíamos quedado

con los futbolistas a las doce. A las once y media estaba discutiendo con el cuerpo técnico cuál sería el mejor

once, y dos chicos eran candidatos para un mismo puesto. Los jugadores fueron llegando y pidieron café, zumo

o una tostada. Y entonces, uno de los que debatíamos sobre si darle el puesto se sirvió una lasaña. Primero nos

reímos, ¡cómo se le ocurre zamparse una lasaña una hora antes del entreno! Pero eso nos dio una idea de su

predisposición: la disputa por el puesto final de titular la ganó el que no comió lasaña.

Dimos a conocer la lista, entrenamos y viajamos a Manchester.

El Manchester City fue mejor que nosotros.

Jesús ya notó en el calentamiento que el equipo no se mostraba tan activado como debería. El City venía

de perder seis días antes 4-0 ante el Everton. Nosotros estábamos bien. Los jugadores, pues, llegaban sin miedo.

Malo.

La diferencia estuvo en el juego sin balón. Cómo nos apretaron ellos, cómo nos forzaban a cometer

errores y cómo nos costaba recuperar la posesión. Y quien recuperaba antes podía atacar mejor.

El centro del campo era suyo, tuvimos que introducir cambios. O retrasábamos a Dele Alli o pasábamos

de una línea de tres a una de cuatro, con Eric Dier, que empezó de central, más adelantado. Con esto último

detuvimos un poco el dominio que tuvo el City los primeros 25 minutos.

Fue una suerte llegar al descanso con empate a cero.

Decidimos que tenía que salir uno de los defensores y Wimmer, al llevar una tarjeta, fue el escogido.

Entonces, ¿debíamos poner a otro centrocampista o un jugador más ofensivo, como Son, para hacer dudar a su

defensa? Nos decidimos por esto último.

Había que decirle algo a los chavales: «Me da igual cómo juguemos, el estilo, la línea defensiva. Eso da

lo mismo. Si no somos más agresivos, no tenemos nada que hacer. Es una cuestión de enfoque: o igualamos su

agresividad, con y sin balón, o perdemos este partido».

Son nos proporcionó una salida para los pases largos a la espalda de sus defensores. Pero un error en

cadena supuso el primer gol del City cuatro minutos después del descanso. Y poco después, en una jugada de

transición directa, marcaron su segundo tanto. Dos jugadas evitables y estudiadas. En ese momento, a un equipo

muerto, el City lo hubiera destrozado, pero cuatro minutos después del 2-0 reaccionamos, marcamos y nos

metimos de nuevo en el partido.

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Creo que lo que enchufó a nuestros jugadores fue pensar que estaban a un paso de la humillación. Como

grupo estamos demostrando que no nos entregamos.

Se lesionó Toby, y en lugar de meter a Ben Davies de lateral, tiré a Wanyama atrás y salió Harry Winks,

que aportó control. De repente, en los últimos 20 minutos, nos notamos físicamente más fuertes. El City había

hecho muchos esprints y muchos kilómetros. Nuestro empate, en el que participó Winks, fue en parte

consecuencia de que las piernas del rival ya no reaccionaran tan bien. 2-2. Acabamos contentos con el resultado,

no merecíamos más.

El arbitraje fue uno de los principales temas de la rueda de prensa, pero nunca olvido que en Inglaterra

hay un mayor nivel de contacto que en el resto de Europa.

Por eso hay tantas transiciones, porque muchos de esos contactos no se ven como falta. Eso vale para

los dos equipos. El problema es que cuando jugamos competiciones europeas no podemos ser defensivamente

tan intensos.

Me crucé con Guardiola tras el partido.

—Me tienes que contar cómo es el Mónaco —me dijo.

—¿Cómo? —Al principio no entendí qué me estaba diciendo.

El City juega contra ellos la siguiente ronda de Champions.

Después del partido salimos hacia Barcelona. Todos menos Lamela. Vertonghen viajó con una bota

ortopédica. El año pasado hicimos el mismo viaje y el pobre llevaba entonces muletas.

Llegamos al hotel a las tres de la mañana. El domingo lo dimos libre.

Yo aproveché el día para agarrar el coche que tengo en Barcelona y darlo todo haciendo de guía turístico

a algunos jugadores. Paramos en un pequeño comercio a comprar jamón, luego paseamos por la zona alta,

bajamos a la Ciudad Deportiva del Espanyol y les señalé la torre donde Miki se jugaba la vida para filmar los

entrenos. Volvimos al hotel y nos fuimos de tapas. Por la tarde quedé con Miki para hacer deporte en el gimnasio

del hotel y, mientras pedaleábamos en la bicicleta, pusimos el partido del Chelsea contra el Hull, y vimos lo que

le pasó a Ryan Mason.

El golpe en la cabeza fue terrible. Pasaron siete u ocho minutos y el chico no se levantaba. Los

comentaristas no sabían qué decir. Al final se lo llevó una camilla, él con los ojos cerrados.

Por la noche fuimos todos a cenar y allí nos enteramos de que Ryan había sufrido una fractura craneal.

Ya le había dejado un mensaje su novia, a la que conocí el día que vinieron a cenar a casa para que Karina les

aconsejara sobre temas de nutrición y dieta. John McDermott se había puesto en contacto con su padre, que le

dijo que Ryan nos quiere ver cuanto antes. Le iremos a visitar en cuanto volvamos.

El lunes por la mañana entrenamos en Montjuïc. Como nos costó tanto sacar el balón desde atrás ante

el City, le dedicamos una hora entera de la sesión a eso.

«Pensad una cosa —les dije—, aunque se cometa un error en la salida del balón, eso no penaliza. No se

encajan goles de esa manera, porque siempre hay alguien que está atento, o pone el pie. O porque el equipo

contrario tiene que marcar un gol, y eso no es nunca fácil. Es peor tirar el balón largo, porque si el rival recupera

y nosotros estamos desorganizados, entonces es cuando más daño nos pueden hacer.»

Harry Kane lo ha dicho, más o menos con otras palabras, en varias entrevistas.

Lo afirma con convicción: ha cambiado su manera de pensar, que es lo más complicado.

La plantilla grabó un vídeo para hacérselo llegar a Ryan. Tras la sesión de entreno los chicos quedaron

libres para pasar el día como quisieran, pero con límite horario: hasta las once de la noche.

Eso fue el lunes. Ayer, tras la sesión, tenía algo que mostrar a los jugadores.

Dado que hemos estado entrenando en el Estadio Olímpico, el equipo de prensa aprovechó para tuitear

el gol que le marqué a Zubizarreta, en un partido contra el Valencia, desde fuera del área. El clip incluía mi

celebración, en la que empujaba a mis compañeros y gritaba «golazo». Me aseguré de que todos lo vieran. Por

la noche, mi equipo y yo fuimos a celebrar el cumpleaños de Sebas en Espai Kru.

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Hoy es nuestro último día en Barcelona. Estamos tomando unos mates al sol.

Es jueves. Jesús, John, Allan y yo hemos ido a ver a Ryan.

Las noticias que teníamos no eran malas, nos dijeron que se había espabilado un poco, pero nunca se

sabe. Impresiona verlo, todo inflamado. Le tuvieron que operar y levantar el cuero cabelludo, y apenas había

hablado todavía, pero nos alegró que se pasara los cuarenta y cinco minutos que duró la visita charlando con

mucha claridad. Nos dijo que lo que le pasó es por la posición que ocupa, de mediocentro, defendiendo los

balones que acaban en banda. Eso es algo que no hacía nunca y que empezó a hacer con nosotros.

Ryan siempre demostró ser inteligente. Sin eso es imposible pasar del banquillo a ser internacional en

solo ocho meses. Superó sus limitaciones con trabajo. Es cariñoso y humilde. Todo un ejemplo. Le echo de

menos.

Lamela vuelve hoy de Roma. Dependiendo de cómo se recupere, podría ser una especie de nuevo fichaje

para la segunda mitad de la temporada.

28 de enero. Unos apuntes sobre el partido de FA Cup ante el Wycombe, de League Two, en White Hart

Lane.

Se pusieron 0-2, antes de empatar 2-2, gracias en parte a los tres cambios que hicimos, que nos ayudaron

a dominar. Luego se lesionó Trippier y jugamos 25 minutos con diez jugadores. Nos marcaron el tercero. Y al

final, muy al final, en los minutos 89 y 97, Dele Alli y Son consiguieron el empate y el 4-3 definitivo.

¿Por qué sufrimos tanto?

Nos marcaron en la primera ocasión que tuvieron. Con el empuje, concedimos un penalti. Tenían un

delantero gigante que cada balón que le llegaba en largo se lo quedaba para él. En estos partidos el control es

muy difícil. Cuando introduces cuatro o cinco cambios en el once inicial se complica la coordinación, pero si los

jugadores que no suelen jugar no lo hacen en un partido así, ¿cuándo lo harán? En este tipo de situaciones el

rival vuela si no se pincha su entusiasmo con un gol temprano. Además, los equipos de ligas inferiores te igualan

en los balones parados porque el contacto, el agarre de camisas, las pequeñas patadas… se aceptan más de lo

habitual. Si aplicas el reglamento a rajatabla con los equipos pequeños, habría parones constantes, el juego se

interrumpiría continuamente, y eso aquí no se lleva.

En fin… ¡qué gozada!

Hoy es martes, último día de enero. Tal y como estaba previsto, no hemos fichado a nadie. Acabamos el

mes jugando fuera contra el Sunderland, que ocupa la última posición en la tabla. Desde que vencimos al Chelsea,

el equipo de Antonio Conte ha ganado sus dos encuentros, mientras que nosotros ganamos uno y empatamos

contra el City. No me gustó mucho la primera mitad ni ante City ni ante el Wycombe.

Decepcionante.

No alcanzamos nuestro mejor nivel; nos volvió a faltar ese poquito que hace la diferencia entre ser

campeón y no serlo, entre ganar un partido y no ganarlo. La primera parte no mostramos lo que somos: poca

agresividad ofensiva y, por tanto, cero agresividad defensiva. Recuperábamos en nuestra área contra un equipo

que hasta ahora sufre para marcar. De hecho, es el partido de la temporada en el que hemos recuperado balones

más cerca de nuestro portero. Tiramos 45 minutos, y aunque en la segunda mitad, dominamos y tuvimos

ocasiones, no pudimos con ellos.

0-0 en el campo del Sunderland.

Al perder el Arsenal 1-2 en casa contra el Watford, seguimos segundos.

Hemos tirado dos puntos.

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8. Febrero

El Tottenham ha conseguido la clasificación para la Europa League. En dieciseisavos de final se enfrenta

al Gante belga. En la FA Cup ha quedado emparejado con el Fulham de la Championship. Y en la Premier se

juegan tres partidos: el más esperado contra el Liverpool en Anfield.

Después del partido, no sabíamos si, a causa de la niebla, podríamos despegar de Sunderland o aterrizar

en Londres. Finalmente, llegamos a casa a las dos de la mañana, y hoy, desde bien temprano, estábamos en la

Ciudad Deportiva analizando el encuentro.

Lo siguiente que tenemos que hacer está claro: escoger a jugadores importantes dispuestos a transmitir

al resto nuestro desencanto por el partido de ayer y algunas de las soluciones. Hoy he pedido a Kane, Dembélé

y Lloris que se pasen por el despacho. No se trata tanto de presionarlos —la motivación externa tiene un impacto

muy breve— como de hacerles partícipes del proceso. Ciertamente algunos jugadores no han estado bien, y les

vamos a dar un toque de atención. Pero queremos que los líderes nos ayuden a ir más allá.

Necesitamos que los chicos no solo entiendan, sino que interioricen, que el equipo tiene unos principios

y que si nos alejamos de los mismos, nuestras posibilidades de ganar disminuyen. Y que el futbolista que se

aleja de su esencia es mucho menos futbolista. El año pasado Kane estuvo diez partidos sin marcar, y en ese

tiempo le rondaron muchas cosas por la cabeza: «A lo mejor me muevo demasiado, a lo mejor me desgasto

demasiado, a lo mejor…». Todo lo que decía la prensa y su entorno lo absorbía. Pero si Kane no corre

constantemente, si no está activado, si espera simplemente a que le llegue el balón… no sería Kane, o no sacaría

lo mejor de sí mismo. Y, como él, el resto.

Depende del cuerpo técnico plantear las demandas y subir el listón constantemente. Pero no es suficiente.

El nivel de exigencia de un Barcelona, Real Madrid, Bayern de Múnich o Juventus lo marca la propia institución.

Ahí no te fichan para jugar y clasificarte para la Champions, sino para ganar. Y volver a ganar. Es lo único que

sirve. Si no, te echan. Lo decía el otro día Arrigo Sacchi en un reportaje de un canal francés que nos comentó

Lloris que había visto: para tener éxito es crucial la cultura de club. Es decir, el estilo, las reglas, esas cosas tan

instauradas que hay que respetar y que sirven de referencia.

Hasta hace poco, quedar quintos estaba bien, y complicarle la vida a un grande era suficiente. Pero ahora

estamos intentando crear esos estándares presentes en todos los grandes clubs. Claro que crear una mentalidad

como la de un Real Madrid y vivir bajo la presión de tener que ganar constantemente no se consigue de un día

para el otro.

Lo bueno es que este equipo necesita cosas diferentes a las que requería hace dos años y medio. Y

pillamos un gran mosqueo por empatar contra el Sunderland.

Buena señal.

Tras el decepcionante empate, los cuatro integrantes del cuerpo técnico nos enviamos el siguiente

WhatsApp: «Un perro y un lobo son lo mismo, con una diferencia: el perro vive en casa, tiene comida, agua,

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duerme en la cama del dueño. Mientras que el lobo vive en la montaña, tiene que buscarse el alimento, refugio

donde dormir… En mi equipo, quiero lobos, gente con hambre y con ambición.» (Boza Maljkovic)

También lo compartimos con los jugadores.

Cuando, como jugador, las cosas no te salen bien, puedes optar por buscar otro equipo o bien trabajar

duro para volver a ganarte tu puesto o la confianza del entrenador. Obviamente, la primera opción es la más

sencilla.

Eric Dier vuelve a estar centrado. Vuelve a decidir bien, a entender sus límites.

No hay que olvidar que tiene veintitrés años y acaba de llegar a la élite.

Hace poco le vi en el gimnasio, realizando un intenso ejercicio. Pasé a su lado y le dije: «Eric ha vuelto».

Estando en el equipo reserva de Newell’s, un día me invitaron a entrenar con el primer equipo, dirigido

por José Yudica. Yo era un bruto, no tenía dieciocho años todavía, y me hicieron jugar contra el equipo titular,

que ese fin de semana se enfrentaba nada menos que a Rosario Central, un tradicional derbi a muerte.

El Tata Martino, uno de los líderes del once titular, recibió un balón y yo me fui hacia él con todo.

—Nene, te voy a matar —me dijo el Tata dándose la vuelta.

—Pero ¿cómo le haces eso a Martino? —me gritó a su vez el técnico.

—No te quiero ver en tres metros a la redonda. Tenés orden de alejamiento —agregó el técnico.

Pero en el vestuario, cuando me disponía a cambiarme e irme a casa, el preparador físico me anunció:

—Vas a estar en la lista para el fin de semana.

Y así fue como acabé viajando con el primer equipo. Ese clásico formaba parte de una serie de partidos

que se jugaban en Buenos Aires. Debuté a quince minutos del final en un encuentro en la cancha de Vélez.

También jugué un cuarto de hora en el partido jugado en el estadio del Ferro. Seguí entrenando con el primer

equipo. Un día, nuestro central, Jorge Pautasso, se lesionó y empecé a jugar junto a Jorge Theiler. Nos

convertimos en la nueva pareja de centrales, incluso tras la recuperación de Pautasso. Eso fue de mediados a

finales de 1989. A los ocho meses de mi llegada le dieron el equipo a Marcelo Bielsa.

Me veo en cada chico que debuta con el primer equipo. Y también en Yudica. Alguien tiene que darte la

primera oportunidad. Y cuando te abren esa puerta, asegúrate de que no se vuelve a cerrar. El jugador joven al

que le llega la primera oportunidad debe enfrentarse a dos claros enemigos: el miedo y la inseguridad.

Ferguson me contó que cuando aterrizó en el United solo había un jugador del primer equipo menor de

veinticuatro años, lo que le parecía un error. «Dicen que la suerte favorece a los valientes», afirmaba. Quizá otros

entrenadores crean que es más fácil ganar con jugadores experimentados, pero tanto sir Alex como yo creemos

que eso es «pan para hoy y hambre para mañana». Entiendo que este negocio esté dirigido hacia la victoria

inmediata y que es raro encontrar a alguien como Daniel, dispuesto a adoptar una visión más a largo plazo en

términos de construir un equipo. Pero se necesita algo más: para construir tu propia identidad y una mentalidad

ganadora necesitas a jugadores como Harry Kane o Harry Winks, chicos que sueñan con llegar al primer equipo.

Y que siempre recordarán quién les dio esa primera oportunidad.

La temporada pasada íbamos ganando 2-0 contra el Aston Villa en casa. Un resultado ajustado, porque

en un golpe de suerte, en una acción de talento, el orden de las cosas puede variar drásticamente. Aunque

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estábamos jugando bien, Jordan Ayew nos marcó el 2-1 y la atmósfera del estadio cambió. Se percibía el

nerviosismo.

Pero en lugar de sacar a un defensa experimentado, hice debutar a Josh Onomah, centrocampista

internacional inglés sub-19. Decisiones así generan confianza. La confianza provoca impulso. El impulso mejora

el rendimiento.

Alguien me dijo hace poco que debe de ser más fácil subir a jugadores de la cantera en el Southampton,

o el Tottenham, que en el Manchester United o el Chelsea.

—¿Y eso? —pregunté.

—Son clubs con menos exigencias —contestaron.

—¿Ah, sí? ¿En el Southampton o el Tottenham no echan a los entrenadores si no ganan?

John McDermott, el director de la academia, me contó lo que sir Alex Ferguson aconsejó a Ryan Giggs

cuando empezó su carrera como entrenador: «Llega pronto. Habla con la señora que prepara el té. Ve a ver a

los que lavan la ropa, a los de prensa. Aunque sea solo para saludar. Porque cuando las cosas se tuerzan, serán

ellos lo que estarán a tu lado».

Me paso por la oficina de John a menudo, que está en la misma planta, pero en otra ala del edificio de

la Ciudad Deportiva, «The House», como la llamo yo. Y, como en casa, todo es informal y fluye. Intercambiamos

información e ideas, pero tengo mucho respeto por su trabajo, no interfiero. De vez en cuando le pedimos a

unos cuantos jugadores de la cantera para entrenar con el primer equipo. Conozco sus nombres. Cuando

entrenan con nosotros les agradezco su esfuerzo. A veces, con cualquier excusa, John hace que me cruce con un

chaval de la academia. Con George Marsh esta semana, por ejemplo, un pivote defensivo duro. Aunque sea un

par de minutos. Siempre aprecian el abrazo tanto como yo.

El primer día que hablamos John me preguntó qué necesitaba.

—Los chicos —le dije— tienen que respetar el equipo, trabajar duro, ser honestos, buena gente. Eso lo

primero. Luego deben ser inteligentes, rápidos, tener buena capacidad física, buena técnica y… esto es

importante… que vengan con una motivación interna, que no esperen a que el padre o el entrenador les marque

el nivel de exigencia. El mensaje está claro: «Si eres responsable en tu vida, lo serás sobre el campo. Si adquieres

los principios adecuados, los aplicarás en el fútbol».

Y de ese modo podremos confiar en ti. Y deben creer.

—¿Creer? ¿A qué te refieres? —me preguntó John.

—Creer en nosotros, en lo que proponemos —le respondí.

Howard Wilkinson le dijo a John que él llamaba a eso «FIFO»: «Fit In or Fuck Off» (O te integras o te vas

a la calle). Y no puedes creer un noventa y nueve por cien. Se necesita el cien por cien. Si no lo consigues, no es

que seas mala persona, es que simplemente no encajas aquí.

Esa es la teoría.

El problema es que la psicología del futbolista está orientada hacia la autodefensa. No quieren acercarse

demasiado al entrenador, no quieren ponerse en una posición en la que podrían salir malparados. Tal vez piensen

que quien les abraza hoy bien puede sacarles del equipo mañana. Y eso no puede rebatirse con una charla o un

segundo abrazo.

Nosotros ofrecemos un aprendizaje que sirve para el fútbol y para la vida. Sugerimos un camino. «Sell,

not yell» (Vender, no gritar), que dicen aquí. Pero no siempre funciona, y es entonces cuando hay que marcar

territorio.

Cuando llegamos, el Tottenham todavía era un equipo sin un gran espíritu luchador. Tuvimos que

implantar costumbres dentro y fuera del campo porque apenas existían algunas muy básicas de entrenamiento

y de disciplina protocolaria.

Exigimos entrenar regularmente, con constancia, y empezamos a realizar pruebas para controlar el

rendimiento en las sesiones. Había que devolver a los jugadores a un estado de forma ideal, instaurar hábitos

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de prevención de lesiones. Nuestro estilo requiere mucho compromiso y riesgo, así que era imprescindible

establecer

unos mínimos. Algunos jugadores de renombre se habían acomodado —un jugador que llevaba muchos

años en el club no venía los lunes a entrenar, por ejemplo—, pero les dimos la oportunidad de equivocarse y de

recapacitar. Tardamos cuatro meses en acercarnos a esos mínimos y conseguir un cambio drástico en los

futbolistas.

Toda búsqueda de identidad requiere de una comprensión profunda de dónde se encuentra uno, un

análisis sensible de las consecuencias de cada decisión y el valor de dirigir al club en la dirección que se desea.

Cuando aplicas todo eso cada minuto del día, las respuestas y las soluciones llegan de forma natural, y el camino,

lentamente, va tomando forma. Algunos jugadores se subieron al carro, otros no; no todos aceptaron los cambios

y hubo mucha tensión. En nuestra primera temporada decidimos que los jugadores no pasaran juntos la noche

previa al partido de League Cup contra el Chelsea de Mourinho en el hotel porque pensamos que eso no les

ayudaría: la tensión creada por la transición que estábamos viviendo podría haberlo inundado todo. Fue mejor

que llegaran directamente a jugar.

Al A día siguiente, tras la derrota, uno de nuestros propios futbolistas le entonó a Jesús en la cara el

cántico de José Mourinho. Así estaban las cosas. Con eso es con lo que tuvimos que lidiar.

Desde nuestra llegada, los jugadores tuvieron que entender qué valores estaban en alza y cuáles a la

baja. Tom Carroll pasó por ese proceso. Empezó muy bien la pretemporada en los Estados Unidos, pero Michael

Dawson le dio un balonazo en la cara que le dejó mareado. El protocolo de golpes en la cabeza se puso en

marcha, tuvo que entrenar en solitario. Él quería tocar balón, estar con el grupo, y esa frustración le llevó a

perderle el respeto a Jesús. Tanto Jesús como yo le dejamos muy claro que si se mete con Jesús, con el médico

o con Miguel, se está metiendo conmigo. Ellos son mi extensión. Una vez se le comunica esto al futbolista, si

aprende, el asunto se olvida; si no, hasta aquí hemos llegado. Danny Rose, Jan Vertonghen, Eric Dier, Moussa

Sissoko y algunos otros han pasado por esa misma fase. Los que se quedaron es porque aceptaron las nuevas

reglas.

Con Marcelo Bielsa hablo mucho de cómo han cambiado los tiempos, de la pertenencia a un grupo, de

la evolución del futbolista. Es cierto que existe una transformación, pero es nuestra responsabilidad que el

futbolista se reencuentre con cosas que se están perdiendo. El niño que juega al fútbol hoy es el mismo que

hace cuarenta años, siente lo mismo cuando toca el balón, aunque el balón ya no sea de cuero y ruede ahora

sobre césped artificial en vez de tierra. El entrenador de la academia debe ser sobre todo un docente, transmisor

de esos valores de toda la vida, más interesado en el mañana que en el presente.

Paseando por la tarde por esta maravillosa Ciudad Deportiva, con tantos campos y tan bien cuidados,

me detengo a ver los entrenamientos o partidos de los chicos de ocho a doce años. Los observo con detalle

para ver qué sienten, si reaccionan como lo hacíamos antes, si se quedarían sin comer y sin dormir por seguir

jugando. Y resulta que sí. El problema es que ahora esa pasión por la pelota muere antes, porque cuando un

chico hace tres regates ya hay varias personas que le están esperando para representarle y prometerle fama y

dinero. Y cuando el juego se convierte en una profesión, se empiezan a perder las ganas de jugar.

A menudo pienso en la foto que tiene Dele Alli en su WhatsApp. Dice John que cuando el abrevadero

está tan lleno, los cerdos acuden de todas partes para alimentarse. El entrenador solía ser la voz preponderante.

Ahora el jugador escucha a muchos otros, sobre todo a quienes le prometen el mundo. Y además existe cierta

falta de integridad en algunos clubs sobre la elección y sueldos de los futbolistas adolescentes.

La paradoja es que muchas de las cosas que acaban con el disfrute del futbolista son, en parte, las que

nos han traído aquí: no ganaríamos tanto si el fútbol no moviera tanto dinero.

Dice el escritor argentino José Narosky que quien cambia felicidad por dinero no puede cambiar dinero

por felicidad. En ese contexto, ¿cómo conseguimos que los adolescentes y sus padres crean en nuestra manera

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de hacer las cosas, cuando en otros clubs les ofrecen mejores sueldos? Esa es nuestra batalla. Si le pides a

Cameron Carter-Vickers que atraviese un muro, te dirá, «¿quieres que lo haga dos veces?». Pero no es lo habitual.

¿Qué tipo de sociedad estamos construyendo, donde solo importa el éxito, el dinero y las cosas

materiales? Un mundo muy poco espiritual, sin duda. Me dijo John McDermott que la principal causa de muerte

de chicos entre dieciocho y treinta y cinco años en el mundo occidental solía ser el accidente automovilístico.

Actualmente es el suicidio.

Un mundo confuso, pues.

¿Qué tienen en la cabeza los futbolistas jóvenes? ¿Qué les hace estar tan desesperados? Hay que intentar

entenderlos, aunque a menudo cuesta. Cinco minutos antes del calentamiento, con las botas ya puestas, con las

espinilleras y la camiseta ya en su sitio, prácticamente todos vuelven a mirar el móvil. ¿Tan importante es saber

quién te envía un mensaje en ese momento? No tiene lógica. Deberían tener la cabeza en el entreno, en mejorar,

en el esfuerzo, y disfrutar lo que están a punto de vivir. Pero ¿cómo impides que echen una ojeada al teléfono

si es lo que hacen todos? Y cuando regresan del entrenamiento, lo miran otra vez. Prohibir eso crearía un

conflicto. Mi labor es hacerles ver que deberían enfrentarse al entreno y a la profesión de otro modo.

Me contaron que John les mostró a los sub-16 y sub-18 una rueda de prensa que di hace poco hablando

de cómo funcionamos, de nuestra filosofía. Esa es otra manera de transmitir valores. A veces veo partidos de

esos equipos, o del sub-21. En todo caso tengo muy claro que mi análisis sobre ellos, como jugadores, no es

completo hasta que no les veo defenderse de Harry Kane o desprenderse de Victor Wanyama.

Muchos de ellos tendrán su oportunidad. Una vez hemos abierto la puerta, nuestro trabajo consiste en

dar forma al contexto en el que el futbolista aporta su energía. Y esa energía vendrá de la motivación del chico.

Nosotros tenemos que seducirles para que se sientan a gusto, aunque es evidente que no podemos mantener

esa pasión constantemente, durante toda la temporada, durante la carrera del futbolista. La pasión debe ir

acompañada de racionalidad. Necesitamos dar forma a su manera de pensar para que deseen hacer lo que

nosotros queremos que hagan.

Llegar al primer equipo es solo el primer capítulo de una larga serie. Luego deben alcanzar la mentalidad

adecuada para permanecer con nosotros y seguir mejorando. Harry Kane es el ejemplo perfecto: un jugador que

nos entendió, adquirió costumbres nuevas, y que ahora está aprovechando al máximo todas sus cualidades.

Cuando llegamos, era un chico frustrado, veía complicado su futuro en el club, con dos o tres delanteros

por delante y siempre en disposición de ser cedido. Además, la frustración era doble porque es hincha del

Tottenham. Y de repente el club ficha a un entrenador argentino. Sentí su resignación: «Seguro que este se trae

a otro ariete famoso». Fueron meses difíciles porque al principio no había confianza entre nosotros. Y estaba en

mala forma, tenía hábitos de futbolista de treinta y dos o treinta y tres años, de esos que están de vuelta de

todo.

El ser humano tiende, de manera natural, a acomodarse, a dejar de hacer esas pequeñas cosas que, sin

embargo, son tan necesarias para seguir ganando.

Tuvimos varias conversaciones duras con Harry, en las que se le tuvo que hacer entender que debía

prepararse para cuando le llegara la oportunidad. Que la fama o el coste de un traspaso no marca el camino a

la titularidad, sino el trabajo diario.

Harry tuvo la humildad de escuchar, de dejarse aconsejar. Le facilitamos las herramientas para mejorar.

Finalmente la puerta se le abrió. Y jugó, y volvió a jugar. Y los chicos que venían detrás se dieron cuenta de que

cumplimos con nuestra palabra.

Hoy Kane es un guerrero. Ya lo era, pero él todavía no sabía que lo llevaba dentro. No estoy hablando

de calidad o cualidad, si no de ese nivel mental absolutamente imprescindible para permanecer en la élite. Para

mí, Harry Kane es el mejor jugador del mundo en el aspecto mental, en voluntad, esfuerzo y superación. Está

completamente centrado en el fútbol. Tiene una casa en Essex, pero pasa la semana en otra que tiene cerca del

campo de entrenamiento. Es el primero en llegar a la Ciudad Deportiva y el último en marcharse. Le gusta estar

cuando alguien con alguna experiencia en el mundo del fútbol viene a visitarnos. Disfruta sentándose con

nosotros, empaparse de todo y participar en las discusiones. En esos momentos es como si para él no existiera

nada más en el mundo. Ambos disfrutamos de esos maravillosos pequeños momentos. Si se me presentara un

día la oportunidad de entrenar a una selección, me haría mucha ilusión entrenar al combinado inglés. Me dicen

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que eso se ha contemplado en algún momento, pero no sé si es cierto. Me encontraría con un montón de caras

conocidas: Harry Kane, Danny Rose, Dele Alli, Eric Dier, Adam Lallana… De los últimos veintiún debutantes

ingleses, diecisete pasaron por mis manos. Ahí están también Rickie Lambert, Jay Rodriguez, Calum Chambers,

Nathaniel Clyne, Luke Shaw y Ryan Mason… Once habituales de la selección debutaron con nosotros en las

últimas cuatro temporadas y media.

Recuerdo haberle dicho a Adam Lallana que me sorprendí al conocer de cerca la mentalidad del futbolista

inglés: las ganas de entrenar, el entusiasmo que le ponen, las chispas que saltan en las entradas en los balones

divididos incluso en los entrenamientos. El propio Lallana, una vez se encendió tanto en un partido de

entrenamiento con una decisión de Miki —que ejercía de árbitro, como hace a menudo— que le dijo cuatro

cosas mal dichas. Luego se disculpó, pero yo pensé, «quiero a tíos así en mi equipo». Los ingleses son valientes,

honestos, agresivos, y los buenos quieren aprender a jugar bien.

Todo eso lo vemos en los chicos de nuestra academia… hasta que esas cosas que antes mencionaba

empiezan a confundirles.

La temporada nos sigue planteando retos apasionantes. En la Europa League nos ha tocado el Gante.

Tenemos potencial para llegar lejos en esa competición. Estamos en octavos de la FA Cup, a tres pasos de la

final. Pero estamos enviando mensajes confusos. ¿Podemos o no podemos? ¿Estamos o no? ¿Queremos o no?

¿Quiénes son los lobos y quiénes los perros?

Durante esta semana hemos seguido exigiendo más a los que pueden dar más; a los referentes del

equipo les pedimos que traten de impulsarlo desde dentro. Y recibimos a algunos amigos: Florin Răducioiu,

antiguo compañero de equipo en el Espanyol, y Dimitar Berbatov quien, después de ver la Ciudad Deportiva y

algunos detalles del nuevo estadio, dijo que este club era más grande que el Manchester United. A veces nos

dejamos impresionar por la grandeza de los edificios. Me dijo que le gustaría fichar por el Tottenham de nuevo,

que si buscaba delantero, él, que vive entre Londres y Bulgaria, estaba entrenando y listo para jugar. No sé si lo

decía en serio o no. Creo que en serio. Me recordó una vez que buscábamos portero para el Espanyol y vino

uno que se había retirado. El mismo que decía que entrenaba porque hacía natación con su hija dos veces por

semana. Es fácil perder la noción de lo lejos que está ese lugar tan extraordinario que es la élite deportiva.

En la charla del viernes, además de explicar los puntos fuertes y débiles de nuestro próximo rival, el

Middlesbrough de Karanka, que está sufriendo en la parte baja de la tabla, comenté que ellos sabían tan bien

como yo qué había pasado en los tres partidos anteriores (Wycombe en Copa, Chelsea y Sunderland en liga). Y

que esperaba un cambio en la mentalidad de cada uno.

El sábado a mediodía el Chelsea batió 3-1 al Arsenal y se colocó a doce puntos de nosotros, que

seguimos segundos.

El nuestro fue el último partido de ese día. No jugamos mal. Controlamos y creamos veinte ocasiones

ante un equipo muy echado atrás. No marcamos en la primera mitad. Lo hizo Kane en la segunda, de penalti. El

Middlesbrough no tiró ni una vez a puerta… hasta el último minuto. Podíamos haber perdido dos puntos.

Tras dos empates, finalmente una victoria en liga en nuestro partido número cien a cargo del Tottenham.

Seguimos siendo el único equipo imbatido en casa. El Liverpool será nuestro próximo rival, en Anfield.

Vi a Ross Barkley, del Everton, celebrar un gol contra el Bournemouth antes de marcarlo, después de

dejar al portero atrás pero antes de poner el balón dentro de la red. Era su sexto gol, minuto 94 (6-3 fue el

resultado final). El deporte te da motivos para llorar y festejar, pero no hay que olvidar que nuestro deber es

transmitir valores positivos: nunca debes faltar al respeto a tus oponentes. Hay que querer ganar, matar al

contrario, destruirlo. Pero no todo vale. Hay líneas que no se pueden cruzar.

A Adam Lallana le gusta recordar que tras firmar su último contrato con el Southampton, Nicola Cortese

organizó una cena con él, su mujer, su familia y el cuerpo técnico. Lallana le había hablado muy bien de mí a su

padre, pero aún no habíamos coincidido. Disfrutamos de la comida, tomamos buen vino tinto y su padre, todo

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un caballero, pudo ver lo bien que nos llevábamos. Quedamos mutuamente impresionados; pude entender mejor

de dónde venía Adam y por qué es como es.

Su hijo será mascota en Anfield este fin de semana. Por cierto, Adam no pudo entrenar en toda la semana

para el Liverpool, pero estoy convencido de que nos va a amargar la tarde.

A estas alturas de la temporada se van confirmando impresiones que hemos tenido desde hace semanas,

incluso meses: que solo podemos competir contra los mejores cuando estamos al máximo nivel. Cuando no

estamos bien, nos pueden pasar por encima, como hoy en Anfield.

Hacía tiempo que no sentíamos esta impotencia.

En apenas cincuenta segundos puedes hacerte una idea del resultado de un partido y del estado de

ánimo de tus jugadores. El Liverpool llegó desafiante, apelando al orgullo tras conseguir tres puntos de quince

y haber caído recién ante el Hull. Los Reds estuvieron sensacionales, con claridad y ambición ofensiva,

aprovechando su talento por el centro y en la delantera. Pudieron marcarnos tres goles en cinco minutos, cuando

en toda la temporada solo hemos encajado 16 en 24 partidos.

Hemos caído de nuevo ante un equipo muy potente que venía herido. Mané, Lallana y Wijnaldum nos

mostraron su calidad, su velocidad y su fuerza mental.

La estructura de nuestro equipo, la organización, cubre muchas carencias, errores que pueden cometer

a veces los jugadores. Hoy fue uno de esos días en los que tomar medidas solo podía empeorar las cosas, por

lo que es mejor no hacer nada. Solo mantener la calma.

El veredicto está claro: si el año pasado fuimos incapaces de coger la estela del Leicester City, este año

nos va a costar tanto o más seguir la del Chelsea. No por el nivel del Chelsea, sino más bien porque nosotros

necesitamos dar mucho más.

En las tres últimas temporadas, solo hemos ganado un partido fuera contra uno de los grandes: ante el

City, algo que salió hoy en prensa pero que nosotros llevamos estudiando dos semanas. En Champions también

nos quedamos cortos. Es una canción que se repite. Y con partidos como el de hoy, mal que nos pese, es cuando

debemos hacer el análisis más profundo y honesto. El que nos hará daño, pero del que saldremos reforzados.

La actitud y la capacidad importan, pero ¿dónde acaba una y empieza la otra?

¿Quién es responsable de los errores? Cada vez que nos pillaban despistados, nos tiraban a puerta, y a

medida que el tiempo avanzaba, nos iban haciendo sentir pequeños; nos reventaron física y psicológicamente.

Esos primeros 25 minutos nos convencieron de que no estamos listos para hacernos con el título de liga.

No hubo gritos en el descanso. Ni gestos feos, ni siquiera levanté el tono. Pero fui muy claro: todos

sabemos lo que nos falta. «Chicos», les dije. «Esto no es suficiente. El fútbol no va así.»

En la segunda parte mostramos una mejor actitud, pero íbamos perdiendo 2-0 (los dos tantos de Mané,

por cierto) y lo único que conseguimos fue mantenerles a raya.

Nos adelanta el Manchester City y bajamos a la tercera posición empatados a puntos con el Arsenal y a

diez del Chelsea. Está todo muy apretado: el United, sexto, está a dos puntos. El Liverpool, quinto, a uno.

Hoy es domingo, día libre. Estuve mirando algunas estadísticas. No me limité, como la prensa estos

últimos días, a las tres últimas temporadas, sino que me fui diez años atrás para tener mayor perspectiva. Y

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resulta que los problemas ante equipos fuertes han sido una constante histórica del club. Pero eso no es todo:

esta temporada el Tottenham está teniendo mejor rendimiento que las anteriores.

Competimos cada vez mejor contra los grandes; ya no nos hacen, como era habitual, cuatro o cinco goles.

Estamos mejor que nunca, aunque aún no llegamos a batirlos en sus estadios.

Ahora toca lamernos las heridas, sacarnos el sabor amargo de la boca, restablecernos y hablar con los

referentes del equipo.

Tenemos una gran oportunidad de avanzar en Europa y en la Copa, tres partidos antes de regresar a la

Premier. Ante el Gante, voy a dejar en casa a Vincent Janssen.

La dieta va bien, el peso se ha estabilizado, y aunque no haga deporte todos los días, lo intento. Cuando

no bajo al gimnasio es porque no puedo, no porque no quiera.

Me acaba de mandar un mensaje Jesús, que ha estado viendo la final de la Copa de África: hay un jugador

que le gusta. Mientras seguimos en la búsqueda de ese algo que nos haga ganar más partidos, estamos

preparando el futuro. Es, en realidad, un proceso paralelo.

Lo más importante es que todos en el club estemos de acuerdo en lo que hay que cambiar. Y después

no variar la decisión.

Perdimos 1-0 ante el Gante en la ida de los dieciseisavos de la Europa League.

Pedí que me preparan unos vídeos. Les pasé primero imágenes de lo que somos, y después de las cosas

que hicimos mal ante el Liverpool y el Gante.

Les recordé nuestra razón de ser e insistí en que no nos podemos permitir hacer menos, ni jugar con

menos intensidad que el rival, porque eso es lo que nos define como equipo.

Después apagué el monitor.

«¿Queréis ganar títulos?», pregunté. «¿Tenéis la misma ambición que yo? Si es así, ¿por qué no la

mostráis? No todos los partidos salen como uno quiere, pero entiendo que tiene que doler cuando se intenta y

la cosas no salen. Tenéis que seguir intentándolo, incluso si las cosas no salen. Y debéis ser lo suficientemente

grandes como para reconocer vuestros errores. Hay algunas zonas en el terreno de juego en las que debemos

tener más cuidado. Pero los errores son algo con lo que tenemos que aprender a vivir, de hecho, aprendemos a

hacerlo. Si no eres libre de cometerlos, tu creatividad sufre.

»Ahora, si me tiran cincuenta pelotazos hacia atrás en cada partido, eso no me gusta, porque no es lo

que les estoy pidiendo. ¿Por qué la línea defensiva se echa tan atrás cuando os hemos pedido específicamente

que no lo hagáis?

»¿Qué queréis? ¿Que nos pongamos a hacer una fase del juego y repetirla cien veces? Yo lo he hecho

como jugador, hemos tirado cien córneres el día antes de un partido. Ustedes me van a decir que no. Estoy

seguro de que quieren ser tratados como a adultos: nosotros explicamos, vosotros escucháis, nosotros

practicamos, vosotros mejoráis. Ya saben que aquí no hay reglas, ni imposiciones. Si no les doy esa

responsabilidad para tomar decisiones fuera del campo, ¿cómo puedo esperar que las tomen dentro? Así que si

quieren ser tratados como adultos, compórtense como adultos.

»Llevo dos años y medio aquí, y si hemos crecido juntos es gracias a una disciplina, a que todo se ha

hecho en conjunto, a que todos nos hemos respetado, entre nosotros, a la gente que tenemos alrededor y que

nos ayuda. Sin ese espíritu no podemos ganar nada. Les pido más de eso.

»Y, chicos, ojalá estas cosas les vayan bien para el fútbol y también para la vida, para todo; ojalá un día

se den cuenta de muchas cosas que no se están haciendo bien, porque lo van a agradecer.»

El fútbol se desarrolla en un contexto plagado de emociones. Si la situación es difícil, y así la siento ahora,

tienes que hacer entender a los futbolistas que lo es, pero también calmarles. Recordarles que hay un camino

para salir de ahí y que, aunque les ofrezcamos soluciones, al final todo depende de ellos. Les vi pensativos

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mientras practicaban la preactivación previa al entrenamiento ¿Sirve de algo todo esto, repetir cosas que ya

saben?

Mañana toca partido de Copa: en casa del Fulham, de la segunda división.

Ganamos 0-3, hat trick de Harry Kane: estamos en cuartos de final de la Copa.

Mañana les pondré el vídeo de los primeros dos minutos del partido de hoy: mordimos, ganamos tres

disputas aéreas en los primeros cincuenta segundos. El Fulham no sabía lo que les estaba cayendo encima.

Me preguntaron por Janssen. Le dejé en el banquillo ante el Fulham, y también contra el Gante. Tras el

primero de esos partidos dije: «Nos tiene que dar más».

Hace un rato que finalizó el partido contra el Gante ante 80.465 aficionados, la mayor asistencia en la

historia de la Europa League. Acabamos 2-2. Nos adelantamos dos veces, solo para volver a igualarnos en ambas

ocasiones. La primera de esas veces con un gol muy tonto en propia puerta. Justo antes del descanso expulsaron

a Dele Alli por levantar el pie en exceso en una disputa.

Íbamos a cambiar el dibujo del equipo, pero al quedarnos con diez decidimos poner tres atrás y atacar,

atacar y atacar. Tomar riesgos. Lo hemos intentado. Casi sale. No nos dejamos nada dentro; el esfuerzo, la

intensidad… el trabajo colectivo ha sido sublime.

No doy nunca charlas después del partido, pero esta vez he sentido que era un buen momento. Les he

dicho que estoy orgulloso de cómo hemos jugado con diez hombres. Es justamente por eso que me fastidia

tanto cuando no mostramos todo lo que somos. Si lo hiciéramos así siempre, les dije, no nos ganaba nadie.

«Y una cosa más», añadí.

Dele Alli estaba triste. Por eso le dije delante del resto que algo así le puede pasar a cualquiera.

«Cometiste un error, simplemente. Hay otros jugadores que te decepcionan toda la semana, de lunes a domingo;

que juegan en muchos partidos, pero es como si no estuvieran. Los que se esconden, esos sí que no tienen

perdón.»

Dele nunca nos deja tirados. Ahora me toca protegerle en la rueda de prensa.

Hoy, sábado 25, mostramos al equipo un resumen de los aspectos destacados del juego del Gante para

recalcar lo bien que comenzamos y también cómo el dinamismo puede compensar la inferioridad numérica.

Tienes que estar dispuesto a correr riesgos, pero si hay voluntad se encuentra la manera.

Puse por fin la canción de Robbie Williams. Sobre amar la vida y amar lo que se hace.

Algunos de ellos la iban cantando al salir de la sala. Medio en cachondeo, los cabrones.

Hoy, contra el Stoke en liga, hemos repetido a propósito el once que jugó ante el Gante. Fue una elección

calculada. En la primera parte ya íbamos 4-0, con otro hat trick de Harry Kane —el tercero en nueve partidos—

en tan solo 23 minutos. Ya no se movió el marcador. Volvemos a la segunda posición.

A principios de semana me recordaron que el Tottenham ha ganado solo tres títulos en treinta y tres

años (una FA Cup y dos Copas de la Liga) y nada desde el 2008. Y los periodistas me preguntaron que en qué

fase esta nuestro proyecto. Les respondí:

«Hemos subido las expectativas. Eso es bueno. Pero igual no estamos todavía preparados [para ganar

títulos]. Es como con el estadio nuevo: si quisiéramos trasladarnos hoy, no podríamos. Tenemos que esperar,

poner las bases. Nuestro presidente nos está ayudando con eso: nuevas instalaciones en la Ciudad Deportiva y

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un estadio nuevo para ayudarnos a hacer crecer al equipo y al club. Estamos construyendo uno de los mejores

clubs de Europa.

»Pero debemos ser pacientes.»

9. Marzo

Solo dos partidos de Premier en marzo (Everton y Southampton, ambos en White Hart Lane) y uno de

Copa, los cuartos de final ante el Millwall de la League One, también en casa. Los diarios se llenan de rumores

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sobre el futuro de algunos jugadores (incluyendo a Dier, Rose, Walker y Kane), pero también sobre el propio

Pochettino, después de que se viera con el presidente del F.C. Barcelona.

Jesús me acaba de enviar este diagrama a nuestro grupo de WhatsApp. Es un buen recordatorio del tipo

de líder que me gustaría ser para el equipo. Y, ante la duda, ver qué camino debería seguir.

Y hablando sobre cómo dirigir y ejercer la labor de entrenador, Carlo Ancelotti concedió una fascinante

entrevista a Gabriele Marcotti para ESPN, la cual merece una reflexión y algunas observaciones.

El periodista pregunta a Ancelotti sobre un reciente comentario de Guardiola, acerca de obtener mayor

satisfacción del rendimiento que del resultado. «El resultado es una cosa vacía», dijo Pep a NBC Sports. «Me

alegra los siguientes dos días, reduce el nivel de críticas y me da tiempo para mejorar el equipo. Pero lo que me

satisface más en mi trabajo es sentir la emoción, el modo como jugamos… el proceso es la razón.» «Sin duda,

tiene razón», respondió Ancelotti enfáticamente.

¿Pero es esa realmente la esencia del pensamiento de Ancelotti y Guardiola sobre el trabajo que

realizamos? A veces el discurso puede variar, dependiendo de la situación. Como el rico que proclama que el

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dinero no da la felicidad, solemos caer en la trampa de afirmar que los títulos no son importantes… excepto

cuando los conseguimos.

¿Dónde está el goce, entonces? Para quienes escalan el Everest, sufrimiento y gratificación conviven en

la ascensión. Llegan arriba, están apenas unos minutos y vuelven a bajar. Para mí es lo mismo: en el camino es

donde encuentro el placer.

Solo conozco una manera para llegar a lo máximo en esta profesión: disfrutar del trabajo, estar abierto

a evolucionar, ser flexible, conseguir tiempo para estar solo y crear… aunque cada vez es más complicado. Pero

todos jugamos para ganar; quien diga lo contrario, miente.

Espero mantener el mismo discurso el día que gane títulos. Si no, seré un entrenador de éxito, pero habré

perdido autoridad moral.

Dice Ancelotti: «Lo único que un mánager no puede controlar es el resultado.

Cuando se trata de nuestros clubs, cuando alcanzas cierto nivel, tenemos un control casi total. Pero es

un deporte impredecible, de resultados ajustados donde episodios concretos tienen una grandísima influencia.

Y un entrenador no puede controlar eso. Esa es la ironía. Como mánager te juzgan por los resultados, no por el

trabajo que haces o por la actuación del equipo… no por las cosas que puedes controlar, sino por las que no

puedes controlar».

Está claro que los resultados mandan y que el fútbol es de los jugadores. Pero tenemos una gran

influencia en las decisiones que toman los futbolistas sobre el campo, y eso finalmente tiene incidencia en los

resultados. Iría más allá: tomamos constantemente decisiones que cambian su vida fuera de la cancha. Me

pregunto a cuántas familias hice feliz en mis ocho años de profesión, y a cuántas frustré.

Debido a esa responsabilidad, las decisiones se deben tomar tras la adecuada reflexión. Existe una

tendencia a juzgar aceleradamente, yo lo he sufrido como futbolista. En nuestra primera conversación con Daniel,

de repente me soltó: «¿Cuáles crees que son las fortalezas y debilidades del equipo?».

«No sé», le dije. «Necesito al menos seis semanas de trabajo con ellos para saberlo.» No llegué preparado

con las respuestas en un pen drive.

Y añade Ancelotti: «Lo cierto es que en los días de partido, el mánager puede hacer muy poco. Tú haces

tu trabajo durante la semana… Y respecto a leer el partido y ajustar cosas… no sé. Primero, desde el banquillo

no se ve bien el partido.

Cuando miro los encuentros por segunda vez, descubro muchas cosas que me perdí la primera vez,

porque tengo un punto de vista diferente.»

No estoy de acuerdo con él en esto. Creo que nuestra ascendencia en los partidos es considerable. Para

empezar, por la tranquilidad que puedes transmitir a los futbolistas. Hay muchos entrenadores que gritan,

nerviosos: «¡¡Tranquilos, tranquilos, tranquilos!!». ¿Cómo se van a calmar así?

Siempre he pensado que no sirve para nada gritar a los jugadores que corran para aquí o que corran

para allá, porque te miran como diciendo «¿por qué no vienes y lo haces tú?». Gritar sirve de muy poco,

especialmente si se pierde. Al final es una histeria total. Sinceramente, ese tipo de entrenadores nunca se ponen

en el lugar del jugador, porque si lo hicieran se les pondría la cara roja de vergüenza.

Aunque debo admitir que esto es algo que fui aprendiendo sobre la marcha.

Los jugadores no se pierden nada de lo que sucede en el banquillo. En el primer partido de mi segunda

temporada en el Southampton, jugábamos en el campo del West Brom. Nuestro portero, Artur Boruc, buscaba

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una salida del balón desde atrás. El lateral estaba pegado a la banda, casi donde estaba yo. Como estaba

desmarcado, empecé a hacer señales con la mano a Artur.

—¡Aquí, aquí, pasa el balón al lateral! —Artur la jugó al otro lado, la pegó mal. El balón se fue fuera. Me

giré hacia Toni—: La puta que me parió, ¿qué cojones hace Boruc?

A la media parte Toni me dice:

—Creo que Artur sabe que estábamos hablando de aquella jugada.

Al acabar el partido me fui directamente a Artur y le digo:

—Perdona, ¿me viste?

—Sí, te miraba y pensaba: «Este hijo de puta se está cagando en mí» —me respondió.

Menos mal que ganamos (0-1); si llegamos a perder, mi lenguaje corporal podría haber sido usado por

el portero como excusa para justificar sus errores. Los entrenadores tienen que intentar evitar las excusas de los

jugadores, ya que ellos tienden a culpar a los demás de sus propios fallos.

Así que no es una cuestión de pasión, o de mostrar emoción, sino de no olvidar que tu papel es el de

tratar de ayudar a los protagonistas, los jugadores.

No sé si soy buen entrenador. No sé cómo se mide eso. ¿Es un mal entrenador el que entrena al Espanyol

y no gana un título? ¿Ganar cosas te hace ser el mejor?

Rijkaard, Guardiola, Tito Vilanova, el Tata y Luis Enrique… todos ganaron cosas con el Barcelona. Pero

cuando no tengan a un Messi, Iniesta, Piqué o Busquets a mano seguramente no les resultará tan fácil ganar.

El desafío con esos grandes jugadores reside en mantenerles con hambre de seguir ganando. Cuando se

descubre la gloria de la victoria, esta se transforma en una adicción; necesitas un buen liderazgo que siga

alimentando a las bestias competitivas; si lo tienes, estas trabajarán como posesas para volver a disfrutar de ese

momento mágico. Si nunca alcanzaste la gloria, no te la puedes imaginar; es tan difícil llegar ahí que no vale con

que te motiven desde fuera, lo tienes que sentir dentro. Pero si no te la puedes imaginar… Ese es el círculo

vicioso que el entrenador tiene que romper, creando la mentalidad y el ambiente adecuado.

Por eso es imposible no admirar a Federer o Nadal, a los campeones que no se cansan de triunfar, gente

que hace todo tipo de sacrificios para repetir ese momento. Hay futbolistas que piensan que el éxito es tener en

el banco tres o treinta millones, salir en la tele, que te pidan autógrafos. Pero el dinero no compra la felicidad, y

la fama es pasajera.

En todo caso, en el fútbol no hay verdades absolutas, aunque en los últimos años somos unos cuantos

los entrenadores que nos caracterizamos por echarle muchas horas, por estudiar la ciencia del juego, por querer

controlarlo todo e incluso querer colocar unas cuantas barreras de más. Nos seguimos, nos robamos ideas,

desarrollamos las nuestras. Pero lo ideal sería encontrar un equilibro entre las tendencias actuales y lo que se

hacía antes. El fútbol de hace unas décadas era creativo, era todo jugar, divertirse, con pocas estructuras que te

limitaran. Igual idealizo esa época, pero tengo un respeto infinito por Menotti o Ferguson, auténticas

enciclopedias de conocimiento y experiencias que, cuando se les estudia de cerca, nos ayudan a recordar la

esencia de todo esto.

Ha sido una pena no haber tenido más ocasiones de enfrentarme a los equipos de Ferguson, pero tengo

la suerte de ser contemporáneo y compartir competición cada semana con muchos otros que me inspiran a

superarme. Wenger, Mourinho, Simeone, Guardiola y Conte son solo algunos de aquellos que siempre son

capaces de sorprenderte, y eso me lleva a intentar estar un paso por delante. ¿Qué equipo sacará? ¿Por qué

mueve al lateral por dentro? ¿A qué se debe ese cambio? Cientos de preguntas que hacen que el desafío sea

fantástico.

Hay un tipo de entrenador que necesita alimentarse de elementos externos, banales casi siempre, que

sufre con la crítica del entorno. Yo era así: me afectaban las mentiras o los comentarios que procedían de la falta

de conocimiento. En algunos círculos se forjó una imagen distorsionada de mí, motivada por intereses oscuros,

supongo. Cuando tomé decisiones impopulares, como la de Raúl Tamudo, lo acabé pagando, porque hay mucha

gente que espera hasta que te equivocas. De eso aprendí, poco a poco, a mirar la foto del momento o del equipo

tomando distancia, para decidir mejor teniendo en cuenta las consecuencias. Debes ser capaz de prever que lo

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que dices hoy no va a condicionarte mañana. Y, sobre todo, asegurarte de contar con toda la información. Si no

la tienes, es fácil equivocarte. Como me ha pasado a mí en más de una ocasión.

Yo no manejo los presupuestos. Tampoco pongo sueldos ni negocio subidas de contrato. Eso es cosa de

Daniel. Pero un mánager no es solo quien decide la estrategia del equipo sobre el campo, sino que debe

participar en la elaboración de los desplazamientos, la dieta, la programación de la temporada, además del

diseño de la plantilla. Por todo ello, cualquier gesto o palabra queda grabada a fuego. Como cuando marcas las

vacas. La comunicación ha de ser precisa para que no lleve a confusión. Y honesta. No puedes engañar a tanta

gente. Quizá pueda hacerse durante un tiempo, pero no a largo plazo.

Marcelo Bielsa solía medirlo todo cuidadosamente y te decía lo que pensaba a la cara, aunque te doliera.

Pero, además, de alguna forma parecía estar metido en tu cabeza: cuando le contestabas, él ya sabía lo que ibas

a responder y tenía prevista la siguiente pregunta, y la otra. Como si conociera de antemano el guion de nuestras

conversaciones. Eso es algo que te da la experiencia.

«Un buen preparador puede cambiar un partido, un gran entrenador puede cambiar una vida.» Lo dice

John Wooden, el famoso entrenador de baloncesto. Lo secundo.

Dice John McDermott que soy un divo. Ha visto fotos de mi época de jugador, con ese pelo largo, y cree,

con razón, que tenía un ego considerable. Pero añade un adjetivo: «humilde», tal vez para hacer la descripción

más… aceptable. Todos los entrenadores debemos trabajar con plena confianza en nuestras posibilidades y

métodos. Pero como muchos otros, necesito tener gente a mi lado, disfruto compartiendo, y ayudando a que

crezcan, a que tengan voz. Así que para John soy un divo que da, un «divo humilde», si esa cuadratura del círculo

puede existir. Le he dicho alguna vez que, si me siento lúcido y fuerte, cuando pienso algo con la suficiente

convicción, eso llega a suceder. Eso él lo asocia con una autoestima alta, pero no tengo claro que sea ego. Yo

lo veo como un talento que me ayuda a descifrar el mundo.

No me gusta verme en televisión, me río de mi inglés. «Apaga la tele», digo, después de haberme oído

un buen rato. La verdad es que, bien pensado, creo que algunas de las cosas que he escrito en este diario

bordean la arrogancia, el egoísmo que se apodera de todo. Y me preocupa pasar a ese lado oscuro.

John me contó que en los setenta el concurso de saltos de caballos era un deporte muy popular en el

Reino Unido. Una de las grandes estrellas era Harvey Smith, un paradigma de arrogancia, que una vez dijo:

«Dadme un poni y gano igual». John dice que soy como Smith: que me atrevo con todo, porque creo ser capaz

de poder con todo. Si él lo dice, será verdad. Pero en todo caso mi objetivo final, el «todo», es más que una foto

mía alzando un título con el Tottenham.

«Nadie ha sido premiado por lo que recibió. El honor es la recompensa por lo que se da.»

Esta cita del antiguo presidente estadounidense Calvin Coolidge me la pasó, por supuesto, John, el

académico.

Ese es mi verdadero sueño.

He sacado entradas para ir a ver a Sting el mes que viene.

Hoy es 30 de marzo. En el fútbol lo único que se puede hacer para ganar y para seguir ganando es

colocar todos los ingredientes necesarios juntos, tomar las decisiones que crees correctas, rodearte de la gente

adecuada y marcar el camino. La magia reside en el hecho de que en algún momento impreciso, y que no siempre

eliges, todo se conjura, hace clic y se coloca en su sitio. Y todo fluye de forma natural.

Y no hay duda de que hemos hecho clic.

Analicemos las últimas cuatro semanas, incluyendo las especulaciones acerca del Barcelona, después de

mi encuentro con su presidente, Josep Maria Bartomeu.

El 2 fue mi cumpleaños, lo celebramos en petit comité en casa. Por lo demás, la vida en la Ciudad

Deportiva fue tranquila. Después de dos victorias seguidas en liga y de la eliminación europea, y tras quince días

de conversaciones intensas, buscamos la calma y el reposo. Decidimos refrescar contenidos de juego, principios

defensivos y ofensivos que definen nuestro estilo, y verificar el estado de forma de los chicos. Quisimos repartir

las cargas y el descanso aprovechando que en cuatro semanas jugábamos solamente tres partidos. Hay jugadores

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que ya llevan más o menos cuarenta partidos en la temporada, así que las cargas individuales tienen gran

importancia. De hecho a veces se realizan hasta ocho tipos diferentes de entrenos en un mismo día.

La preparación física no consiste solo en realizar sentadillas, saltar o hacer pesas, como en los tiempos

de Newell’s. Es un trabajo que ha experimentado una gran evolución dentro del fútbol. Nosotros tenemos a seis

entrenadores de fitness y Jesús coordina todo de manera sistemática, estudiando los requisitos y asesorando

con detalle sobre el tipo de entrenamiento y trabajo de base que necesita cada jugador. Esto ocurre en varios

ciclos, dependiendo del calendario. Cuando Jesús tiene una idea clara de lo que quiere hacer, me lo dice, pero

en la mayoría de ocasiones actúa sin necesidad de consultarme, porque nos conocemos muy bien.

Toby Alderweireld, Jan Vertonghen y Harry Kane estaban tocados, pero se recuperaron a tiempo para

llegar al partido del Everton, el domingo 5 de marzo. Estábamos preparados para atacar a tres y a cuatro

defensores, las dos variantes que había usado el rival hasta ahora. Ronald Koeman puso a muchos jugadores en

la zona central en un 4-5-1 (cinco mediocentros en las cinco posiciones del medio, cosa que no había hecho

antes) para dificultar nuestra construcción de juego entre líneas, pero controlamos el partido y ofrecimos variedad

en el juego. La primera media hora fue la que más esprints, carreras y kilómetros recorrimos de toda la

temporada, y como consecuencia llegó el gol de Kane, que nos dio tranquilidad.

Creamos un montón de ocasiones. Volvió a marcar Harry, pero Lukaku dejó el partido 2-1 a nueve

minutos del final. Y lo que ocurrió a continuación fue una sucesión imperdonable de errores, incluido uno mío.

En el minuto 90 Dele Alli marcó el 3-1. Lo celebré como no lo hago casi nunca, con un exceso que

pensaba tener controlado. Grité nuestro tanto como si el partido se hubiera acabado. Y el equipo se durmió,

hasta el punto de que en la siguiente jugada el Everton llegó hasta el otro extremo y marcó. Me pasé el resto

del descuento negando con la cabeza. Sentí que con mi celebración había abierto la puerta de la relajación de

mis jugadores.

Al acabar, consciente de mi descuido, miré a los míos por si alguien se había percatado. Ojeé el teléfono

y, como sospeché, tenía un mensaje de mi señora que siempre suele decirme lo que piensa del encuentro. «¿A

qué estabas jugando?

¿Perdiste la cabeza cuando Dele marcó? ¡Nunca más!» Me habían pillado. Estaba muy enfadado conmigo

mismo. Ya en casa, para desviar la atención, le dije que nos había traído suerte que llevara un tiempo sin venir

al campo, porque estamos ganando.

Harry sigue en un muy buen estado de forma. Es pichichi de la Premier con 19 tantos y ha marcado

catorce veces en doce partidos durante el 2017. Y, a sus veintitrés años, sigue con el mismo entusiasmo: le

gusta entrenar, alarga las sesiones, estudia a los grandes jugadores del pasado y a los actuales. Me gusta enviarle

vídeos de algún gol o algún movimiento interesante de los arietes por WhatsApp, a cualquier hora. El último que

le pasé fue a las once de la noche.

Teníamos otra batalla de la que no hablábamos en público porque era secundaria: la oportunidad de

acabar por delante del Arsenal por primera vez en veintidós años. Después del partido contra el Everton nos

pusimos seis puntos por encima de ellos con once partidos aún por jugar. Estábamos a siete puntos del Chelsea,

líder, y esperábamos que el West Ham sacara algo positivo de su encuentro con ellos al día siguiente. Teníamos

que seguir confiando en que alcanzarles es posible. Lo mínimo es estar preparados por si tropiezan, cosa que

no hicieron en el derbi del London Stadium, donde ganaron 1-2.

Ese lunes, el primero de dos jornadas libres que di al equipo, hablé con John McDermott. El sub-16 había

perdido de mala manera y decidí acercarme al entrenamiento —más bien tomar parte en él— para apoyar al

entrenador y animar a los chavales. Pero también para exigirles más. Están en una edad en que deben saber que

tienen responsabilidades. Me lo pasé bomba.

Han resurgido los rumores que dicen que el F.C. Barcelona me quiere fichar. Me preguntaron en una

rueda de prensa si me sentía halagado porque mi nombre se barajara para dirigir a los gigantes catalanes. «He

visto la lista de sustitutos de Luis Enrique. Hay cien nombres», respondí. «Conozco el negocio; no me halaga

sonar futurible para el Barça.» Sé que no hay humo sin fuego, pero, ¿qué más podía añadir?

Tenía otras cosas de las que preocuparme. De mis jugadores, por ejemplo. En esos días tuve una

conversación muy delicada con uno de los hombres clave, cuyo nombre me guardo, de momento. Es la segunda

que tenemos en dos años. Dejé a Jesús que preparara el terreno —estuvieron hablando casi una hora— y luego

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me incorporé para acabar de rematar la charla, mientras Jesús seguía apretando con frases como: «Esto es lo

que haces en el entreno, esto en el partido, y estas son las estadísticas». Yo tiré por el lado del contrato: «Si

sigues así, no te necesitamos».

Al final se produjo un detonante: en un vídeo que le enseñamos se ve claramente que, en dos jugadas

del mismo partido, reaccionó de manera conservadora, en lugar de hacer lo que debía hacer y dar un paso

adelante. Su decisión tuvo efectos tanto sobre él como sobre el equipo. «Ah, sí, es cierto, me equivoqué», dijo

cuando lo vio.

No iba a jugar el siguiente fin de semana ante el Millwall en Copa, pero decidimos ponerle. Y estuvo

fantástico.

Jesús está acabando de ver House of Cards. Miki y John van más retrasados. Les pregunto en qué episodio

están. «Ah, me acuerdo», les digo cuando me contestan.

Y ahí suelen alejarse porque saben que voy a soltar un «pues luego, Peter Russo va y….». «¡Noooooo!»,

gritan alejándose. «Spoiler» se le llama a eso, ¿no?

Francis Underwood tiene una extraordinaria capacidad para entender el contexto y conseguir objetivos

de la manera más ingeniosa. Hay una frase de la que nos hemos apropiado, la que dice el personaje interpretado

por Kevin Spacey sobre la jefa de gabinete, Linda Vasquez, cuando la vence en una batalla interna por la

vicepresidencia: «Nunca la he tenido en mayor consideración que en este momento.

Perdió, pero jugó para ganar».

La locura de la FA Cup se apoderó del fin de semana y tuvimos siete días para preparar los cuartos de

final, nuestro segundo partido del mes. Les dijimos a los chicos que sería difícil porque el Millwall de la League

One había eliminado a tres equipos de la Premier, aunque lo hizo jugando en casa. Están con confianza y saben

que no tienen nada que perder. No podíamos cometer el mismo error que ante el Wycombe, dejando que se

crecieran en White Hart Lane.

Se está notando en los entrenamientos que durante las últimas semanas hemos tenido tiempo para

recuperar y que, como consecuencia, todos los jugadores están adquiriendo un nivel muy alto de concentración

y de fortaleza física. Y que ha funcionado el toque de atención general del mes pasado, ese intento de regresar

a nuestra esencia, a los pilares de los que estábamos alejándonos.

Para el partido de Copa ante el Millwall se creó un ambiente espectacular en el estadio. Era el último de

esta competición en White Hart Lane. Durante el calentamiento, y en el vestuario, insistimos en que no podíamos

dar ninguna opción al rival. Y así fue. Estuvimos muy serios, muy metidos desde el pitido inicial. Pero antes del

primer tanto (que llegó a la media hora) Harry Kane se lesionó de nuevo el tobillo. No habían pasado ni diez

minutos. Eso es lo que tiene el fútbol.

Son no estaba jugando últimamente como titular y le metimos en el once, dejando a Eriksen en el banco.

Pero Christian tuvo que calentar desde el minuto 5, cuando vimos que Harry no podía seguir. Si hubiera dejado

a Son fuera del equipo titular y hubiera entrado al campo por la lesión de un jugador, no hubiera tenido el mismo

efecto: la confianza se la dimos cuando salió como titular. A menudo, la suerte juega un papel en el resultado.

Nuestros 32 tiros a puerta se convirtieron en seis tantos, incluido un hat trick de Son.

Dele Alli volvió a demostrar por qué es el acompañante ideal de cualquier delantero. En su primera

temporada jugó en todos lados: de pivote defensivo a extremo, pero en esta campaña solamente de delantero

detrás de Kane. Le comparan con Lampard, pero Dele ya no es un centrocampista, aunque él diga que lo sigue

siendo. Es un killer del área, finalizador, agresivo, que siempre corre hacia delante.

Tras derrotar al Millwall, estamos a dos partidos de un trofeo.

Después de cada partido, los que no han jugado entrenan duro en el mismo estadio, con los tres

preparadores físicos que nos acompañan y que montan un pequeño gimnasio itinerante allá donde vamos.

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Quienes no han sido convocados, lo hacen en el campo de entrenamiento. Así están todos con un nivel de cargas

similar. Y siempre que podemos les damos el día siguiente libre, incluso cuando el partido ha ido mal.

A Kane le volvimos a ver más tarde en la Ciudad Deportiva, que es donde dejamos los coches. Estaba

con su novia, que le había ido a buscar, y repitió el mensaje que nos dio a todos tras el encuentro: «No es tan

seria como la lesión anterior, volveré pronto».

Con Kane fuera durante un mes y pico, ahora le toca a Dele, a Vincent Janssen —que este curso anotó

ante el Millwall por primera vez en jugada— y a Son hacer los goles. Anteriormente, los peores resultados de la

temporada los obtuvimos con Harry lesionado. Veremos.

Esperamos que esté de vuelta para las semifinales de la FA Cup contra el Chelsea, el mes próximo. Esta

temporada, perdimos contra ellos el partido en Stamford Bridge y ganamos en casa. Jugamos con dos sistemas

diferentes en los dos partidos. De nuevo, el Chelsea como referencia.

Por esas fechas, a mitad de mes, empezó el buen tiempo. Conseguí encontrar una hora y media para

pasear en un parque con mi señora. ¿Cómo no soy capaz de hacerlo más a menudo si el beneficio es tremendo?

Llevábamos muchas semanas con ganas de hacer algo, pero pasa lo siguiente: domingo libre, ¿dónde vamos?

Mauri juega al fútbol, si vas a Londres tienes que conducir con un tráfico horroroso. ¿Vamos en metro?

No pasamos desapercibidos. No puedes improvisar. ¿Y si nos quedamos en casa a ver una película? No recuerdo

cuándo fue la última vez que fuimos al cine o al teatro. Ah, espera que hay fútbol. Así que pasamos las horas

viendo fútbol. Para una mujer soy un muermo. Por un lado estoy bien, porque soy un buen partido y porque no

jodo tanto, pero por otro lado soy un tío complicado.

Antes del Southampton, volvimos a tener una semana limpia que nos permitió continuar con el trabajo

colectivo y el individual sin distracciones. El jueves de esa semana nos fuimos a cenar todo el equipo. Quise

pagar, pero Kane y Dele Alli no me dejaron y acabaron invitando al grupo. Nos acompañó el presidente y también

Steve Hitchen, el nuevo secretario técnico, que —como parte de nuestra nueva estructura— recabará

información de jugadores para mi cuerpo técnico y para Daniel.

En la cena hablamos mucho del Mónaco, que acababa de eliminar al Manchester City en la Champions.

Para poner la temporada en contexto, hemos repasado en vídeo nuestra eliminatoria contra los monegascos. En

el encuentro de casa dominamos a pesar de la derrota. Nos estuvieron esperando muy atrás, y perdimos dos

oportunidades flagrantes. Para el de vuelta tuvimos que hacer cuatro o cinco cambios, las lesiones nos castigaron

y alineamos a algunos de nuestros jugadores menos habituales. Tuvimos ocasiones claras con el 0-0, fallamos

un penalti y perdimos 2-1. Nos cruzamos con un buen equipo en el peor momento para nosotros.

Volvimos a darle vueltas a los resultados de los equipos ingleses en Europa. Se puede mirar de otro

modo: ¿qué tipo de fútbol se practica en Inglaterra que no nos permite triunfar fuera? No se puede dominar el

juego de la misma manera en la Premier que en la mayoría de competiciones europeas. Aquí los partidos son

abiertos y los balonazos arriba crean incertidumbre. El público demanda ese estilo de juego veloz y de

transiciones. Los errores, numerosos, son consecuencia del ritmo, de la fatiga. No es solo el estilo, también los

árbitros son distintos en Europa. Necesitamos cerrar la brecha entre ambas competiciones.

Cuando puedo, hago algo de deporte. El otro día fue un partido de tenis-fútbol.

Toni, Lloris y Winks contra Miki, Lamela —que decía sentirse mejor y había estado entrenando— y yo.

Hacía mucho que no jugábamos. En Argentina le dábamos mucho, y en el Espanyol era algo habitual. Dice Toni

que soy un tramposo, así que siempre acabamos con bronca. Y yo, además, con dolores en todo el cuerpo el día

después.

Ese mismo día nos visitó Eduardo Domínguez, que era preparador físico en el Espanyol en mi última

época, cuando Miguel Ángel Lotina estaba al cargo. En realidad, Eduardo es en parte responsable de que me

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retirara. Esa tarde intercambiamos algunas verdades de aquella época que habían quedado sin decirse. Tuve que

comerme mucha mierda cuando le correspondía a otros cargar con el muerto.

Me acusaron de manejar el vestuario y de conspirar contra el entrenador. Sufrí mucho, se habló muy mal

de mí. No suelo darle vueltas a aquella época en exceso, pero se puede mirar de otro modo: estoy donde estoy

por haber colgado las botas cuando lo hice. Pasé página con Eduardo, fue un ejercicio catártico necesario.

Buscamos soluciones a la ausencia de Kane ante la visita del Southampton, nuestro tercer y último partido

del mes. Cuando pasa algo así, en nuestras reuniones en el despacho, con el mate, hay cierto aire de excitación

mientras intentamos descifrar la mejor manera de usar nuestros recursos. ¿Por dónde tiramos?

¿Tú qué harías? Discutimos, imaginamos, tratamos de visualizar el plan.

Son había jugado de falso nueve contra el City y estuvo fantástico en ese rol.

Kane es un ariete que tiene movilidad y gol desde cualquier posición. No es explosivo, pero tiene

recorrido, ayuda al equipo e intimida al rival. Son es todo lo contrario: es más móvil, más rápido, tiene más

profundidad, más uno contra uno.

Aporta unas cualidades diferentes.

En todo caso, la manera de construir del equipo no cambia según el delantero que tengamos. Seguimos

utilizando a tres atrás porque es la mejor forma de colocar en el campo a los jugadores que están más en forma.

Ahora mismo, Dier, Vertonghen y Alderweireld tienen que ser titulares y hay que poder encajarlos. Esa formación

cede más espacio a los laterales, con lo que potenciamos una de nuestras mejores armas, y ayuda a Dele Alli,

que tiene más libertad para explotar sus virtudes. El año pasado ya nos colocábamos atacando con un 3-4-3, y

aunque defendíamos con dos centrales, Eric Dier, nuestro mediocentro habitual, podía ser el tercer central en

ocasiones. Ahora el 3-4-3 se ha convertido en una constante como consecuencia de la evolución de los

jugadores, en especial de Dier, que está muy sólido en su labor de central.

Tener a Wanyama ayuda mucho para que todo encaje. Es el jugador perfecto. Y no solo porque haya

jugado todos los minutos de la temporada en liga o porque tengamos unas estadísticas extraordinarias en White

Hart Lane desde que entró en el equipo —esta temporada, de catorce partidos hemos ganado doce y empatado

dos—. Su influencia es patente con y sin balón: es uno de los diez jugadores de la Premier que más balones

recupera, que más pasa y con más entradas ganadas.

Pero, además, facilita la labor de los que atacan, cubre los espacios, cede el balón sin complicarse y es

valiente en la presión.

En la primera media hora ante el Southampton casi resolvimos el partido con el gol de Eriksen y el penalti

que marcó Dele Alli. Podríamos haber tenido más control en la segunda mitad, pero pese a su gol no temí por

el resultado. Winks entró por Son en el último cuarto de hora y movimos a Alli a la posición de delantero centro,

hasta que metimos a Janssen en el minuto 86.

El 2-1 final nos deja segundos, justo antes del parón internacional, diez puntos por debajo del Chelsea

y nueve por delante del Arsenal, aunque nuestros vecinos tienen un partido menos, mientras nosotros sentimos

el aliento en la nuca del Manchester City y el Liverpool. Seguimos haciendo historia con diez partidos ganados

en casa de un tirón, cosa que no había pasado nunca antes.

De camino a la sala donde nos esperaba la familia, me detuve a mirar por una de las ventanas las obras

del nuevo White Hart Lane. Es como un gran animal que va saliendo del caparazón, de momento callado,

desperezándose muy lentamente. El cuerpo técnico se implicó en el diseño de los vestuarios. Nos preguntaron

cómo podían ser más funcionales, dónde creíamos que se podían colocar las cosas.

Eso nos recordó las conversaciones que tuvimos durante la construcción del nuevo estadio del Espanyol,

reuniones que duraban lo mismo, solo que en el Espanyol había menos presupuesto. Pasamos mucho tiempo

intentando mejorar las infraestructuras del club. Pedimos una sala de fisio, un gimnasio, una sala para descansar,

una nueva cocina, un pequeño restaurante privado para los jugadores en la Ciudad Deportiva… pero apenas

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había presupuesto. La prensa dijo en su día que estábamos separando al club de los aficionados. El respeto a

las infraestructuras es una de las grandes diferencias entre Inglaterra y España.

Después del partido ante el Southampton, Karina, los chicos y yo agarramos las cosas y nos fuimos a

Barcelona hasta el final de la semana siguiente. Ya tocaba: durante los parones internacionales previos viajé a

los Alpes y Argentina, pero sin la familia.

Estaba relajándome en el jardín de nuestro piso de Barcelona cuando recibí el enlace de una entrevista

con Hugo Lloris. «Mi destino está unido al de Mauricio», decía. Su renovación, hasta el 2022, y su estructura

salarial es la que aplica el club, por decisión del presidente. Eso implica un salario base y un buen porcentaje de

bonos. Daniel es el único que sabe hasta dónde podemos llegar y por qué a veces las cosas no salen. Tiene una

labor difícil. En Inglaterra, por ejemplo, a los directivos no les gusta que los jugadores agoten su contrato hasta

el final por miedo a que se les escapen, aunque es algo que los entrenadores podríamos utilizar para motivar y

trabajar la psicología del jugador.

Toni aprovechó para ir a visitar a su hermana, que está enferma. Está sufriendo, pero la procesión va por

dentro. Cuando un jugador tiene algún problema, hay que reaccionar enseguida, entender, justificar. Cuando eso

mismo le pasa a un miembro del cuerpo técnico, no le queda otra que seguir adelante.

En Barcelona salí a cenar dos o tres veces con amigos. En el restaurante Farga me crucé con Josep Maria

Bartomeu. Nos conocemos de hace quince años, nuestros hijos han ido al mismo colegio. De hecho, participó en

la construcción del puerto de Southampton, y alguna vez hemos hablado de nuestras experiencias en la ciudad.

Nos abrazamos y charlamos diez minutos de tácticas, del 3-4-3 que usamos nosotros y, a veces, el Barcelona, y

de si Luis Enrique se animaría a usarlo contra la Juventus. Me ofreció entradas para ese partido en el palco.

A pesar de los rumores, no encajo con el perfil que buscan (alguien que conozca la casa, principalmente).

Como se ha hablado tanto, a la vuelta del parón internacional volví a repetir en rueda de prensa que soy del

Espanyol, que irme al Barça sería como fichar por el Arsenal, cosa que sería imposible incluso si Daniel me

echara. Valoro mucho la lealtad.

Volvimos a la Ciudad Deportiva del Tottenham con malas pero poco sorprendentes noticias: Lamela se

va a operar de las caderas. No ha jugado desde el 25 de octubre y las molestias eran continuas, incluso cuando

parecía que se recuperaba.

Desesperado, decidió marchar a Roma para tratarse con un fisio de su confianza y a los dos meses volvió

a entrenar. Antes del parón hablamos de ir viendo cómo evolucionaba. A veces empezaba el entreno desde el

calentamiento hasta el final; otras, después de cuatro o cinco sesiones seguidas, el dolor le impedía

acompañarnos. El cuerpo del atleta, su tesoro, es insondable y, en algunos casos, muy vulnerable por mucho

que no se quiera. El caso es que lo vamos a perder para el resto de la temporada.

A pocos días del encuentro ante el Burnley nos vino a visitar Stanley Okumbi, el seleccionador de Kenia,

donde Victor Wanyama es capitán. Hemos decidido que tenemos que visitar ese maravilloso país. Fue una

distracción bienvenida, ya que solo teníamos a cuatro jugadores para entrenar. El resto fue llegando

escalonadamente de sus obligaciones internacionales, y como algunos lo hicieron apenas el día antes del partido,

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no hubo tiempo para trabajo táctico. Es difícil saber en qué estado llegan, por muchos controles que se hagan,

y eso nos genera dudas, por lo que esperamos a la jornada del encuentro para decidir el once inicial.

Pese a ello, estamos satisfechos. Cada temporada pasa por un momento o dos que suponen un punto

de inflexión en lo que a la respuesta del equipo se refiere.

Las sensaciones que tenemos todos es que, gracias al descanso, al repaso de nuestro estilo y al parón,

marzo nos ha permitido regresar a la senda habitual en términos de actitud, intensidad y rendimiento. Ha habido

una mejora rotunda y palpable que debería ser evidente el próximo mes.

10. Abril

Llegó el mes de la verdad. Cuando nadie puede esconderse. Cuando se descubre quiénes son los

jugadores buenos de verdad. Cuando el fuego de la competición quema. Cuando se tiene que confirmar si el

Tottenham está verdaderamente en ascensión. Si se fracasa en abril, con seis partidos de liga y la semifinal de

Copa con el Chelsea, no quedará nadie para explicar las bondades del método de Mauricio Pochettino. Y se dirá

que el Tottenham es así y que nadie puede cambiarlo.

El fútbol se juega con balón y sin balón. Menuda obviedad. En concreto, nosotros seríamos poca cosa

sin la lucha, sin la presión, si fuéramos pasivos. Esto viene a cuento de una pregunta en la rueda de prensa

previa al Burnley. «¿Cómo definiría a Mousa Dembélé?»

«Yo siempre le digo: “Mousa, cuando escriba un libro, tú serás uno de los genios que he tenido la suerte

de conocer, al lado de Maradona, Ronaldinho, Jay-Jay Okocha e Iván de la Peña”.» Eso contesté. También pensé

que, si le hubiéramos contratado con dieciocho años, se hubiera convertido en uno de los mejores jugadores del

mundo. A los veintiocho es más difícil eliminar hábitos que hasta ese momento nadie te ha corregido.

Hemos discutido mucho. Al principio, él decía saber en qué tenía que mejorar, pero no lo sabía. Pensaba

erróneamente, como algunos otros, que no hace falta prepararse mucho para jugar a fútbol. Dicho esto, Mousa

ha mejorado notablemente con los años, igual que el vino. Como Vertonghen, que a los treinta años está teniendo

la mejor temporada de su carrera. Mousa se perdió los primeros cuatro partidos de esta temporada, pero después

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se convirtió en una pieza fundamental. Su evolución hace que pueda jugar, cada vez mejor, dos partidos a la

semana y ser cada vez más consistente. Cuando está bien, su perfil poderoso marca la diferencia.

Por cierto, ante el Burnley estará en el banquillo.

Ayer ya tenía claro el once inicial, pero no lo anuncié hasta hoy. He decidido que alinearemos a tres atrás

y que Janssen juegue de nueve, aunque tuvo fiebre en Holanda y no está a tope. Le hemos pedido que tire hasta

que se le acabe la energía.

La primera parte se nos hizo particularmente difícil. No teníamos posesiones claras, no creábamos

suficientes situaciones de peligro. Estaban muy encima nuestro, tenían las líneas muy juntas. Tuvimos que cambiar

la estructura.

Wanyama se lesionó cuando aún no llevábamos ni media hora. Un golpe en la espalda. Siguió en el

campo, pero no estaba realmente en condiciones.

Minuto 43. Dembélé entró por Victor.

Minuto 44. Winks se torció el tobillo, la lesión parece fea. Sissoko entró en su lugar. No había acabado

el primer tiempo y se nos habían caído los dos mediocentros titulares.

Mantuvimos el dibujo en los últimos minutos del primer tiempo, pero necesitábamos darle la vuelta al

equipo.

Miki nos dijo que el Palace estaba ganando al Chelsea en Stamford Bridge —su partido empezó a la vez

que el nuestro—. Marcó Cesc primero, pero antes del minuto 11 el Crystal Palace le dio la vuelta. 1-2.

Sorprendente.

Nuestra primera parte acabó sin goles. Hice pasar a Dier de central a mediocentro. «Eric —le dije mientras

cruzábamos todo el campo hasta el túnel—, juega justo detrás de Dembélé de mediocentro cuando ataquemos

y, cuando defendamos, retrásate como tercer central».

En el vestuario, expliqué a los chicos cómo teníamos que jugar. Debíamos presionar más sin balón. Y

buscar la profundidad en banda con los laterales, Trippier y Davies. Ninguno de ellos empezó el curso de titular,

pero ambos han dado un paso adelante. Es su turno.

Jugamos mucho mejor en la segunda mitad. Logramos encontrar el camino al área rival con más fluidez,

creamos peligro. Arrastramos a sus defensas, haciéndoles correr de lado a lado, y sus líneas se empezaron a

abrir. Era nuestro momento.

¡Goool de Dier! Tras un córner, el rechace le llegó a Eric al borde del área pequeña, que colocó el balón

lejos del portero. 0-1.

El gol nos calmó, gestionamos bien los minutos. A ellos les empezó a costar.

Minuto 73. Janssen estaba haciendo un buen partido, pero ya no podía más.

Salió Son, que ha estado en Corea y traía jet lag.

Nada más entrar, Son llegó con peligro al área. Jugó para Dele, que perdió una oportunidad gloriosa. De

nuevo le llegó el balón a Dele, que buscó a Son… ¡y anotó! 0-2. Faltaban trece minutos para el final.

Estaba a punto de acabar el partido. No puedo decir cómo, porque no está permitido, pero nos llegó la

noticia de que el Chelsea seguía perdiendo, 1-2, y que el Manchester United había empatado.

Final del partido. Entramos al vestuario y la tele estaba encendida. En Stamford Bridge se seguía jugando,

habían añadido siete minutos de descuento. El Palace estaba encerrado en su área, pero aguantaba. ¡Final! Nos

quedamos a siete puntos del Chelsea.

En rueda de prensa dije: «Si el Chelsea pierde más puntos, ahí estaremos. Siempre le digo a los míos:

“debemos demostrar que hemos aprendido del año pasado, que somos inteligentes”. Veremos si hemos

aprendido. Es verdad que la liga es más competitiva este año. Pero seguimos en la pelea».

Esta noche, cuando llegue a casa, abriré un vino argentino.

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Hoy, 2 de abril, han operado a Erik Lamela de una cadera. Seguramente se operará de la otra cuando

pueda. El hecho de que haya recibido tratamiento en Barcelona y trabajado con el cuerpo médico de la Roma ha

alimentado la máquina de rumores, pero ¿dónde va a ir? Erik tiene que volver a sentirse futbolista. Esa es la

prioridad.

Y quizá no pueda entrenar en siete u ocho meses. Como mínimo.

Hace un año y medio pudimos fichar a un delantero, pero le detectamos un problema físico y no quisimos

arriesgarnos. Acabas pagándolo en este tipo de situaciones. A Lamela le echamos de menos, pero nuestra fuerza

reside en el equipo.

Danny Rose también tiene dificultades: lleva fuera desde enero, aunque igual podría empezar a entrenar

a finales de mes. Un día lo invité a casa. Se había hablado de un posible traspaso, de que queríamos a Luke

Shaw. Me envió un mensaje:

«¿Es eso cierto?».

Le contesté: «¿Por qué? ¿Estás celoso?». Llegó a las siete y se marchó pasadas las diez. Ambos nos

sinceramos, compartimos nuestros sueños y hablamos de nuestras familias. Le conté acerca de mis negocios e

incluso le aconsejé qué hacer con su dinero. Le insistí en que fuera cual fuera su decisión sobre su futuro, tendrá

todo mi respaldo.

Por lo que respecta al equipo, parece que vaya solo, pero Jesús y sus colaboradores hacen su parte,

manteniendo al grupo en las mejores condiciones y ajustando los entrenamientos individuales. Estamos

pendientes de tarjetas y sanciones, así que trataremos de usar a todos los disponibles. El trabajo táctico depende

del tiempo que tengamos. Esta es una semana de tres partidos: el que ya jugamos contra el Burnley, para el que

no pudimos preparar nada por falta de tiempo; mañana el Swansea, que está luchando por no descender; y luego

el Watford, que intenta que su temporada no acabe con lamentos.

Son tres partidos antes de vernos las caras con el Chelsea en la semifinal de Copa. Estaría bien

descontarles algún punto más antes. Juegan en casa contra el Manchester City. Antonio Conte le ha dicho a su

equipo que nosotros somos los únicos rivales para el título y que vamos a ganar todos los partidos que quedan,

así que no pueden aflojar.

Cuando se juega muy seguido, va todo muy rápido. Solo se puede pensar en el siguiente partido y poco

más. No hay tiempo ni de pasarse por el gimnasio.

La mañana del partido nos citamos en el aeropuerto. En esta ocasión, como novedad, nos acompaña

John McDermott.

La primera vez que mi equipo y yo fuimos a Gales pasó una de esas cosas que ayudan a todo el mundo

a entender cuál es su rol en el equipo. Fue con el Southampton y Nicola Cortese viajó con nosotros. Jason

Puncheon, ahora en el Crystal Palace, le preguntó a Nicola sobre sus vacaciones. No podía creer lo que estaba

oyendo. Tuve que aclararle que así no funcionan las cosas. No es apropiado que un jugador le haga una pregunta

de índole personal al presidente del club, y tampoco era el momento de preguntar. Toda esas cuestiones tenían

que tratarse conmigo.

Winks estará fuera un tiempo por el problema de tobillo. Wanyama viajó, pero pospusimos la decisión

de incluirle o no en el once hasta después de la siesta.

Tras aterrizar en Cardiff fuimos en autobús a Swansea, y, al llegar, Lloris nos dijo que no se encontraba

bien. En el hotel dormimos la siesta, y Hugo se levantó mejor. Pero tras la charla técnica le dijo a Toni que le

volvían los mareos, así que le dejamos fuera. También a Victor, que sigue con molestias en la espalda. Mejor

darle tiempo y que se recupere para el Watford. Jesús observa que nos falta la columna vertebral, con Wanyama,

Lamela y Kane fuera, así que jugaremos con cuatro atrás, con Rose ausente también, y Dier de mediocentro. Será

una nueva prueba para nuestro joven grupo. Nos encontramos con muchas caras conocidas en el Swansea. Nigel

Gibbs, que fue el entrenador de nuestro sub-19, y Karl Halabi, preparador físico jefe de la cantera. Intercambié

abrazos con Kyle Naughton, Tom Carroll, Jordi Amat y Gylfi Sigurdsson. Le dije a Gylfi que fue una pena que no

se quedara en el club, porque hubiera encajado perfectamente en nuestro estilo.

Empezamos bien el partido, con dos ocasiones claras en los primeros cinco minutos. Pero luego

levantamos el pie del acelerador. El Swansea sacó un par de veces de esquina mientras nosotros perdíamos el

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balón con facilidad. Contra del Swansea… ¡Gol! ¡Joder! Solo habían pasado once minutos. Lo marca Wayne

Routledge, otro ex del Tottenham. ¿Conque el partido iba a ser fácil?

El Swansea, cuarto por la cola y a uno del descenso, estaba jugando con confianza. Se estaban cerrando,

dejándonos sin espacio para jugar. No estábamos bien colocados para atacarles, no estábamos finos, no había

claridad. Por eso se nos veía lentos.

Nos fuimos al descanso perdiendo 1-0.

«Vamos a cambiar de sistema», les dije. «No estamos atacando bien. Nos hemos retrasado diez metros

por temor a los balones largos.»

Después de dar las instrucciones, Jesús repasó las jugadas a balón parado, les recordó los errores en el

tanto y les insistió sobre la importancia de la posición. A veces el descanso se nos hace corto y recientemente

nos multaron por salir tarde al campo, así que me aseguré de que esta vez no sucediera lo mismo.

Al parecer en Stamford Bridge había pasado de todo. Jesús nos dijo que iban 2-1 a favor del Chelsea,

pero que podía acabar de cualquier manera, y que el Manchester City estaba atacando.

El Swansea se defendía muy atrás, y nosotros seguíamos sin profundidad, sin precisión. Continuamos

buscando soluciones. Cambiamos a los jugadores de posición. Sissoko por la izquierda, luego por el medio.

Hasta ese momento, habíamos hecho dos cambios.

Entonces entró Janssen por Sissoko. Retrasamos a Eriksen y pusimos a Son cerca de Janssen.

Adelantamos a Eriksen. Son a la derecha, Son retrasado, Son a la izquierda.

Usamos cinco sistemas en total. Bromeamos: si hubiera habido un ojeador de un equipo rival, le

habríamos confundido del todo, habría necesitado la libreta entera para explicar lo que estaba pasando.

Su portero, Fabianski, se lesionó. Recibió tratamiento, pero no quería salir del campo. Al final le

sustituyeron, pero no le sentó muy bien. Con la tontería habían pasado siete minutos.

Faltaban dos para el final. Perdíamos. El Chelsea seguía ganando 2-1.

Al menos no estábamos dando ni un pelotazo, abríamos el campo, buscábamos a jugadores entre líneas,

nos movíamos, acercándonos y alejándonos del balón.

Buscábamos el gol a nuestra manera.

Minuto 88 ¡¡Marcamos!! Eriksen chutó dentro del área y Ali metió el pie para hacer el 1-1.

¡Vamooos! Habíamos vuelto al partido y los jugadores agarraron le balón para acelerar el reinicio.

Minuto 91. GOOOOOOOL. ¡Son! Le llegó el balón a Janssen al borde del área y de un toque se la dejó a

Son, que corrió desde atrás y cruzó el balón. Salté y salté de alegría, ¿cómo no iba a saltar?

Nuestro portero, Vorm, se nos lesionó en un saque de esquina. Alderweireld se le cayó encima. Parece

que es algo de rodilla y tobillo. Toni puso cara de «a ver si podemos contar con él lo que queda de temporada».

Minuto 94. ¡Qué pase de Dele Alli! Vamos, Eriksen. Eriksen engañó al defensa, entró en el área.

¡¡¡Increíble!!! ¡El tercero! Los chavales corren a la grada de nuestra afición. ¡Nuestra maravillosa afición viajera! Lo

estaban celebrando, lo estábamos celebrando. ¡1-3, tres goles en cinco minutos!

Tras el pitido final me acerqué a la hinchada para agradecerles el apoyo. Me dio por ahí, aunque no suelo

hacerlo. Pero era un gustazo ver a la gente tan contenta.

Desde que llegué al Tottenham hemos rescatado 53 puntos en partidos que perdíamos. Este año, más

que nadie. Somos los máximos goleadores, los menos goleados, los que menos partidos hemos perdido en la

Premier. El equipo que más puntos ha conseguido en las últimas dos temporadas. Este del Swansea ha sido uno

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de los partidos con mayor posesión de la temporada, por momentos estuvimos por encima del 80%. No nos

rendimos. De eso estamos hechos. Y la progresión es ineludible.

Ay, si lo hubiéramos hecho un poco mejor en algunas otras áreas…

Saludamos a Paul Clement, el míster del Swansea, a quien quería animar. Es un equipo que no se merece

descender.

Mi mensaje en la rueda de prensa fue claro: «Lo que importa es el escudo.

Cuando juegas con el Tottenham la cosa no va de nombres, sino de equipo. Esta temporada estamos

demostrando que somos un equipo. No me importa lo que la gente diga o piense de la historia del club. Esta

temporada estamos luchando otra vez. Vamos por buen camino».

Kane ya está listo. La prensa le esperaba a finales de mes. Hemos ganado sin él, pero ahora nuestros

rivales tendrán un nuevo problema al que enfrentarse.

8 de abril. Nuestro tercer partido de la semana fue contra el Watford en White Hart Lane. Dele Alli volvió

a marcar el primer gol. Esta semana cumple veintiún años y tiene mejores números que Cristiano Ronaldo a su

edad: 26 goles y 14 asistencias, por 14 y 13 del portugués. Otra estadística: ha participado en tantos goles (40)

como Lampard, Gerrard y Beckham juntos a su edad. Y ha marcado más goles en la Premier (16) que ningún

otro sub-21 en las principales cinco ligas europeas. Muhammad Ali decía sobre sí mismo: «Flota como una

mariposa y pica como una abeja». Me gusta para aplicárselo a Dele.

Dier y Son, este último con dos tantos, cerraron el marcador. El partido acabó 4-0 y con los jugadores

celebrando el triunfo en el centro del campo. Los esperé en el área técnica, como hago casi siempre, para

abrazarlos.

Sigue la conjura del grupo.

El Chelsea, con un partido menos, está a cuatro puntos. Juega hoy más tarde en casa del Bournemouth.

El Chelsea ha ganado 1-3. Están a siete puntos.

9 de abril. No pudimos ir a Sting, está siendo una semana con mucho lío.

Aparecí en la lista de candidatos para sustituir a Edgardo Bauza en la selección argentina. Es un orgullo

ver mi nombre en tan prestigioso elenco, pero estoy comprometido con este proyecto.

Sigo con atención los detalles del ataque al autocar del Borussia Dortmund. Me enteré de camino a casa

y ahora tengo la televisión encendida. Es una bofetada de realidad. Y vuelvo a pensar en cosas que me revuelven

por dentro, como en un familiar querido al que hemos dejado de llamar. Cuán a menudo nos sentimos culpables

por no tomarnos el tiempo para disfrutar del aire libre, oler una flor, conversar con un amigo, con los tuyos. Y a

veces somos tan estúpidos, tan arrogantes, que nos enfadamos por chorradas y creamos problemas donde no

los hay.

La vida es un tesoro y cada día una cajita envuelta en bonito papel de celofán. Hay que abrirla,

aprovecharla. En nuestra burbuja futbolística se le da valor a cosas que deberíamos relativizar, incluida la victoria

y la derrota. Te viene gente que te insulta, que te quiere pegar, que te tira piedras… ¡pero si no es más que un

partido de fútbol!

Los chicos, la gente en general, pasan ocho horas durmiendo y ocho en el trabajo. Bien. Las otras ocho

están para disfrutar. ¿Por qué pasarlas pegados a un teléfono, en Twitter o Instagram? No nos comunicamos, no

compartimos. Estar con alguien ya no tiene la transcendencia que tenía antes, un ojo está siempre pendiente del

móvil. Será que nos hacemos mayores y es inevitable pensar que un tiempo pasado siempre fue mejor. Será por

eso que nuestra generación —tal vez todas las generaciones— se debate entre dos mundos, diferentes pero

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igualmente excitantes, aunque muchas veces nos preguntemos: «¿Estamos perdiendo la esencia de lo que es la

vida?».

15 de abril. Volvimos a jugar antes que el Chelsea. El Bournemouth nos visitaba en White Hart Lane.

Dembélé, que marcó el primer tanto a balón parado en una jugada ensayada, estuvo muy bien. Harry

Kane regresó al once y marcó el tercero, convirtiéndose en el primer jugador del Tottenham en marcar más de

20 goles en liga en tres temporadas consecutivas desde el legendario Jimmy Greaves a finales de los sesenta.

Estábamos siendo muy superiores. El Bournemouth, equipo al que le gusta mantener la posesión, nunca

había tenido tan poco el balón. Hicimos 14 tiros a los tres palos por uno de ellos. Son y Janssen marcaron los

otros dos tantos del 4-0. Durante esta campaña hemos marcado 4 goles o más en once encuentros, 28 tantos

en los últimos ocho partidos. La intensidad ha sido brutal. Ocho victorias consecutivas, cinco sin encajar un gol.

No hay ni un solo espectador en el equipo: todo el mundo está comprometido con su responsabilidad.

Volvemos a estar a cuatro puntos del Chelsea, que viaja mañana a Old Trafford.

Apenas tenemos lesiones, estamos calculando cuidadosamente nuestros periodos de descanso, y nuestro

estado físico es el mejor de la temporada. La confianza está muy alta, y los jugadores han aprovechado al máximo

sus oportunidades, mientras defienden un estilo en el que todos creen. Casi todo está saliendo bien y no pude

ocultarlo en la rueda de prensa posterior al Bournemouth. Hace medio siglo que las estadísticas no eran tan

favorables para el club. Tres años atrás, tras 32 partidos, teníamos 54 puntos. Fueron 62 el curso pasado y 71

en este, más que en toda la campaña anterior. Si hubiéramos mantenido ese promedio de puntos en 2015-16,

hubiéramos ganado la liga al Leicester City.

Dije otra cosa delante de la prensa, recordé que todo lo que está ocurriendo es gracias al compromiso y

al trabajo de equipo, combinado con nuestra estrategia.

En el once inicial contra el Bournemouth incluimos a cinco jugadores fichados por mí, y a seis de los siete

que se quedaron en el banquillo también los recluté yo. Y absolutamente todos ellos han mejorado su

rendimiento. «El Tottenham no está creciendo de modo artificial. No se trata de poner dinero y más dinero para

construir un equipo fantástico», les dije a los periodistas. «Aquí se está desarrollando un proceso natural, el

nuestro, con nuestras reglas y proyecciones, en este sentido es único en el mundo.»

De este modo di por empezado nuestro siguiente compromiso: la semifinal de FA Cup contra el Chelsea.

El Manchester United-Chelsea lo vimos cada uno en su casa. Nos dimos el día libre y ni siquiera nos

intercambiamos mensajes durante el encuentro, aunque estábamos todos pendientes. Estoy seguro de que en

los locales de Tottenham y alrededores celebraron el 1-0 que Rashford marcó para el United.

Qué diferente es la sensación que nos envuelve este año con respecto al pasado.

Todo el mundo quería que no estropeáramos el cuento de hadas del modesto Leicester City. Nos invadió

una energía muy negativa que hasta Ranieri admitió en Sky Sports hace unos días: «El mundo entero intentó

ayudar al Leicester».

Siempre nos tocaba jugar después de ellos, por ejemplo. La presión sobre el equipo más joven de la

Premier era enorme. Ranieri y los suyos merecieron el título, pero creo que ahora todo el mundo entiende mejor

qué nos pasó en aquel partido contra el Chelsea donde perdimos nuestras opciones. Luchábamos contra el rival

de turno, contra los medios, contra los aficionados.

Esta vez el escenario es más equilibrado y todos contamos con las mismas condiciones. Y el equipo tiene

mucho más claro cuál es el objetivo y cómo lograrlo. Lo único que importa es el siguiente contrincante.

¡Ander Herrera, en el 59, marca un tanto más para el Manchester United!

¡Final! 2-0 para el United. Estamos a cuatro puntos del Chelsea con los mismos partidos jugados. Faltan

seis partidos para acabar la liga.

Jesús me envía un mensaje. Oyó a Antonio Conte decir que el Tottenham es ahora mismo el mejor equipo

de la Premier. Pero le ha sorprendido que añadiera que a su equipo le falta deseo y motivación, y que la culpa

es suya. Antonio argumentaba que no era normal que vayan primeros, que no eran candidatos, que vienen de

ser décimos. Cuando no todo viene de cara, las cosas se ven de otra manera. Nunca se puede estar del todo

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seguro del porqué de las palabras de un entrenador rival o de sus verdaderas intenciones, pero da la impresión

de que ve a su equipo en dificultades. Llevan diez partidos encajando goles, así que igual les está rebajando la

presión.

Tenemos una semana para prepararnos para la Copa ante el Chelsea.

Ah, el Chelsea, el gran derbi…

Los planetas se alinearon cuando en Rosario ganamos un partido contra Central gracias a un gol que

marqué y cuando conocí a la mujer que cambió mi vida. Cuidado con los derbis. Todo se siente más, tus sentidos

se afilan.

Yo tenía dieciocho años. Había anotado el primer tanto en un clásico Newell’s Old Boys- Rosario Central

que acabamos ganando 4-0. Fue un 14 de abril de 1991.

Marcelo Bielsa era nuestro entrenador.

Abrí el marcador y salí corriendo hacia la brava de Ñuls. Trepé el alambrado que me separaba de los

aficionados gritando con todas mis fuerzas. Como era de esperar después de una contundente victoria por 4-0,

esa noche fuimos los dioses de Rosario. Fue una locura. Esa noche me llevé a Berizzo, Ruffini, Franco y Boldrini

a mi apartamento, donde estuvimos tomando cerveza y comiendo pizza. Acabamos en una discoteca llamada

Arrow, y, claro, teníamos que hacer la entrada triunfal.

Eran como las tres de la mañana, y ya estábamos bastante cansados, pero seguíamos eufóricos. Y ahí

conocí a mi mujer, una chica de Misiones que estudiaba Farmacia en Rosario y había salido esa noche. No era

muy futbolera, le gustaba más el rugby. Lo que yo no sabía todavía era que unos meses antes ya me había

echado el ojo. Me lo contó después de casarnos.

Sucedió cuando ella estaba viendo la tele con una amiga con quien compartía piso y que era fanática de

Ñuls. Celebrábamos el título de Apertura en un canal de televisión de Rosario. Me acompañaba, entre otros,

Gamboa, que tenía el pelo largo, negro, y ojos verdes. Yo era rubio y también tenía el pelo largo. Nos estaban

haciendo una entrevista de joda, y la amiga de Karina le dijo que le encantaba Gamboa. Mi futura señora le

replicó: «A mí me gusta el otro, el rubio». No sabía ni mi nombre.

Seis meses después, mis compañeros de Ñuls y yo nos dirigíamos a la discoteca Arrow, directos a la sala

VIP. La gente nos vio entrar y se armó un barullo…

como era de esperar. Mujeres, hombres, ¡todos! Hacíamos estragos, no porque fuéramos guapos, sino

por llevar la camiseta de Ñuls, porque habíamos ganado.

Recuerdo que quise sacar a bailar a su amiga, una rubia de dos metros, y que hablé un rato con ella,

pero entonces vi a Karina, que me gustó más. En ese momento yo estaba con un amigo no futbolista, le agarré

del brazo, lo encaminé hacia donde estaba la chica rubia y le dije: «Vamos a bailar los cuatro». ¡Es que yo ya le

había propuesto bailar a la rubia! Que conste que acabé hablando más con la que luego fue mi mujer.

Me casé un par de años después, recién cumplidos los veinte.

La culpa fue, en parte, del derbi de Rosario.

Aunque nuestro rival de toda la vida es el Arsenal, el derbi que ha marcado nuestra trayectoria desde

que llegamos a White Hart Lane ha sido el del Chelsea, fuente tanto de frustraciones como, a veces, de júbilo

extremo.

En la primera mitad de mi temporada inaugural, los resultados no estaban siendo los esperados. De

hecho hubo momentos decepcionantes, mucha gente pensaba que íbamos camino de repetir otra campaña

desalentadora. Nuestro fútbol no era excitante, no éramos capaces de mantener el nivel necesario para competir

bien. Estábamos justo en el ecuador de la liga y el 1 de enero recibíamos al Chelsea en casa. Ellos iban primeros

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y nosotros séptimos, aunque no habíamos perdido en cinco encuentros. Solo un mes antes nos habían ganado

3-0 en Stamford Bridge.

Harry Kane había marcado 15 goles ya, pero faltaba que lo rematara en un encuentro grande. Se

adelantaron ellos con un gol de Diego Costa, pero seguimos corriendo, luchando. Empatamos con tanto de Kane.

Luego 2-1. 3-1. ¡4-1, Harry de nuevo! 4-2. 5-2. Acabamos 5-3 contra el Chelsea que ganó el título.

El resultado, que nos llevó al quinto puesto, hizo que todo el mundo tomara nota, desde nuestra afición

a la prensa, y puede que fuera un punto de inflexión en mi carrera en el club. Algo estaba pasando en el

Tottenham, se decía; el tipo a cargo de ese grupo de pipiolos no es solo un loco que habla mal inglés.

Esa temporada, nos enfrentamos de nuevo al Chelsea de Mourinho en la final de la League Cup a

principios de marzo. Insistí en una idea: aprender de cada segundo que nos había llevado a Wembley. Eriksen

lanzó un balón al poste antes de que encajáramos un gol en un error defensivo antes del descanso. No fuimos

capaces de encontrar huecos en la segunda mitad. Perdimos 2-0. «Chicos —les dije—, quedaos con el

sentimiento de después de la derrota. Utilizadlo y recordadlo, porque, si lo hacéis y volvemos a llegar a una final,

no vais a querer sentiros así de nuevo.» Les pedí que se quedaran a ver cómo el Chelsea recogía la copa.

Ese día se dieron muchos pasos en la dirección correcta.

En noviembre de la temporada siguiente empatamos a cero en White Hart Lane y en mayo teníamos la

oportunidad de continuar en la estela del Leicester City. Una derrota o un empate en Stamford Bridge nos dejaba

fuera de la lucha por el título.

Nos enfrentábamos a nuestros miedos, al mundo y, por supuesto, al Chelsea, que añadió varios grados

de temperatura al partido. Me sorprendió que algunos de nuestros rivales declararan su odio hacia nosotros y

amor hacia el Leicester, contra quien jugaban el último partido en casa.

Nosotros nos jugábamos el título, el Chelsea el pundonor. Entiendo y valoro que en Inglaterra los equipos

jueguen a muerte todos los encuentros. Hay que mantener eso, es positivo. Otra cosa es el comportamiento en

el banquillo.

Algo que a Nicola Cortese le hacía subirse por las paredes era que hubiera preparadores de distintos

clubs entrenando al sub-18 y sub-21 nacional. Louis Van Gaal, en el Manchester United, dio a elegir a sus

ayudantes entre la selección y el club; no los quería en los dos sitios.

No tiene sentido que la selección inglesa, con todos los recursos económicos que tiene, no disponga de

un cuerpo técnico propio y use el de otros clubs, ¿verdad? Pues bien, el Chelsea tiene a un asistente que también

lo es de la selección.

Alguien que debería dar ejemplo, y que ese día no lo dio, en absoluto. La forma en que nos miraba a

medida que la presión crecía, o cómo se acercó a nuestro banquillo a celebrar el empate, no fueron para nada

correctas. Todo lo contrario, por cierto, que Guus Hiddink, el míster del Chelsea. Guus fue todo un caballero, aun

luchando para ganarnos, a pesar de la tensión de esa noche. Cuando vi a ese asistente poco después en nuestra

Ciudad Deportiva, donde se entrenó la selección unos días, le dejé claro lo que pensaba.

En el campo, durante la primera mitad marcó Kane y luego Son. Una victoria nos dejaba a cinco puntos

del Leicester con dos partidos por jugarse. Complicado pero no imposible. Danny Rose y Willian se encararon

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antes del descanso. Saltaron chispas, y acabamos con nueve tarjetas amarillas. «No vamos 2-0. Jugad como si

estuviéramos 0-0. Hay que ganar la segunda mitad», les dije en el vestuario.

Cahill aprovechó un error nuestro para marcar, y poco después Hazard empató.

Acabamos 2-2. El Leicester City acababa de ganar la Premier sin jugar.

Diez minutos después del pitido final, en un vestuario donde solo se oían los tacos golpeando el suelo,

me abracé y choqué las manos con todos los jugadores.

«No os torturéis, lo habéis dado todo, estoy muy orgulloso de vosotros.» No dije mucho más.

Bueno, sí, que debíamos acabar segundos, que debíamos mantener la actitud mostrada en Stamford

Bridge. Ya sabemos que eso no ocurrió. Pero la experiencia hará que, al menos, la próxima vez que estemos en

una situación similar, quizá esta misma temporada, intentemos manejarlo de otro modo.

Estoy escribiendo esto de madrugada, la noche antes de un partido —no un simple partido, sino la

semifinal de Copa—. No puedo dormir. La vida nos ha vuelto a golpear.

La semana previa a la semifinal estaba siendo normal. Muy normal. El domingo lo tuvimos libre, el lunes

realizamos un entrenamiento de introducción, el martes y el miércoles fueron días de trabajo duro. Nos centramos

en algunos principios de juego con los que no estábamos contentos: ajustamos la posición para presionar

después de pérdida y la altura de los pivotes para que estén más adelantados, no tan cerca de los defensores

(piensan que así protegen al equipo pero en realidad dan más espacio al rival). Hemos visto que esos errores se

repiten y no habíamos tenido la oportunidad de corregirlos en el entreno.

Los jugadores debían de pensar que estábamos locos por la intensidad de esos dos días. Les pedíamos

que fueran agresivos, que hubiera contacto, que tomaran riesgos. «Más que nunca», les gritábamos. El trabajo

táctico del jueves consistió, en parte, en jugar diez contra once. El equipo que apretaba arriba, o sea nosotros,

jugaba con uno menos. Teníamos que solventar la inferioridad numérica con riesgo: atrás nos quedábamos uno

contra uno, dejábamos salir al rival, pero apretábamos como lobos en determinadas zonas. Sabíamos que el

Chelsea protegería su portería en busca de una contra, de un balón largo, de un error nuestro.

La alineación estaba casi decidida: Wanyama se había recuperado bien, entraba en el once. Son había

sido decisivo en los últimos partidos, con goles y asistencias. Le vimos tan excitado que sabíamos que en

cualquier posición lo haría bien. ¿Planteamiento? 3-4-3, incuestionable. Lo fácil hubiera sido poner a un medio

defensivo, pero…

¿Somos valientes? ¿Queremos jugar agresivos? Pues en este partido eso y más.

Noto que nuestros chicos se sienten fuertes. Hay confianza en lo que se hace, camaradería. Y todo eso

fluye en sus cuerpos y en sus mentes. Mantener la dinámica positiva es importante porque todo puede cambiar

en un instante. De hecho, es un momento de puertas correderas. Si gana el Chelsea, eso le puede dar ímpetu

para obtener la liga y la Copa. Si pasamos nosotros, la confianza puede acercarnos a ambos títulos. Todo es

pura especulación, pero lo hemos comentado.

Por cierto, el Once del Año según la PFA (el sindicato de jugadores) incluye a cuatro jugadores nuestros

(Walker, Rose, Dele Alli y Kane) y a cuatro del Chelsea.

Lo que no he entendido muy bien es por qué Dele solo fue nominado en la categoría de Mejor Jugador

Joven del Año y no en la principal.

Y entonces nos sacudió uno de esos golpes amargos y devastadores que la vida nos da a veces. Jesús y

yo salíamos del entrenamiento. Mientras comentábamos la intensidad de la sesión, vimos al médico y a dos fisios

correr hacia los campos de la academia. Enseguida percibí que pasaba algo malo. Le pedí a Toni y a Miki que se

quedaran con el primer equipo, mientras Jesús y yo nos acercábamos a ver qué estaba pasando. Nos cruzamos

con los chicos del sub-23 que se dirigían al vestuario, todos con las caras desencajadas.

—¿Qué ha pasado? —pregunté.

—Ugo ha tenido un problema.

Empezamos a correr y vimos cómo el médico estaba intentando reanimar a Ugo Ehiogu, nuestro

entrenador del sub-23, que había sufrido un ataque al corazón. A los cinco minutos llegó la ambulancia. Los

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paramédicos trataron de reanimarlo, antes de trasladarlo al hospital. Nos quedaba la esperanza de que estaba

en buenas manos, pero el ambiente era pesimista. Muchos jugadores habían pasado por sus manos, nuestro

contacto era diario, prácticamente formaba parte del primer equipo, de la familia.

A las tres de la mañana sonó el teléfono: Ugo había muerto. Tenía cuarenta y cuatro años.

Sentí cómo me atravesaba esa energía pesada, negativa, del dolor. Es muy difícil de explicar. Reviví todo

lo que había pasado con Dani Jarque.

Qué fácil es desaparecer y qué difícil es llenar el hueco que deja esa persona. A Ugo se lo llevó la

ambulancia y ya no lo vi más. Nunca más. Solo queda el recuerdo.

Cambiamos todos los planes de trabajo previstos para el día de hoy, viernes.

Entrenamos, nos duchamos y envié a los chicos a casa.

A la semifinal de Wembley llegaron dos maneras de entender el fútbol, lo que quedó patente en la

conversación que tuve con Conte antes del partido. Vino a nuestro vestuario a darnos el pésame y charlamos de

todo un poco. Una conversación con un entrenador de un club como el Chelsea es un buen modo de confirmar

que estamos en proyectos opuestos. Estamos en la misma liga, en la misma ciudad, pero nuestros problemas

son muy diferentes.

Me gusta la parafernalia de la Copa, nosotros con nuestras mejores galas y las gradas llenas de color. En

Inglaterra saben cómo hacer que un partido de fútbol se convierta en un momento irrepetible.

Por desgracia, encajamos un gol muy pronto y acusamos el golpe. El error no fue tanto cometer falta a

Pedro al borde del área, aunque en ese momento el atacante salía hacia fuera y tenía a tres defensores detrás

suyo, sino darle antes un metro y medio a Batshuayi cuando le llegó el balón en largo, porque era una jugada

que habíamos ensayado y los jugadores sabían que la falta había que hacerla ahí.

Me quedé de pie, tranquilo, tras el 1-0. De hecho estuve tres cuartas partes del encuentro de pie en el

área técnica.

El equipo se repuso y llegó el empate de Kane. Luego, justo antes del descanso, el Chelsea marcó de

nuevo gracias a un penalti injusto. De nuevo tuvimos que reponernos. En el vestuario ajustamos alguna posición

y recordamos a algunos futbolistas que había que hacer más.

Tras el intervalo, Dele empató de nuevo e hicimos 20 o 25 minutos de lo mejorcito de la temporada. Los

teníamos sometidos, más que nunca, no creo que hubiéramos dominado tanto a un equipo en los cuatro años

que llevo en Inglaterra.

Pasamos el balón bien, obligamos al Chelsea a jugar muy atrás y en largo, incluso más de lo que

planeaban. Trippier estuvo espléndido conteniendo a Marcos Alonso, uno de sus grandes peligros, que acabó

frustrado porque no podía atacar. Le pedí a la afición que hiciera más ruido.

Pero llegó un tercer gol en el único córner que concedimos, en la primera ocasión en que el Chelsea

pasaba de la mitad de la cancha tras el descanso. A partir de entonces quisimos arriesgar y nos metieron un

golazo, un chute desde lejos de Matic que dejó el marcador en un 4-2 final.

Jugamos mejor que el Chelsea, pero fue uno de esos partidos que simplemente no estábamos destinados

a ganar, hiciéramos lo que hiciéramos. Al final, fue casi irrelevante la decisión de poner a Son de titular o no,

como habíamos valorado, o jugar con tres o cuatro atrás: concedimos un gol de falta, uno de penalti, uno de

segunda jugada en un córner que no supimos defender y uno de 40 metros por la escuadra. Cuatro goles en

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cinco tiros a puerta. Por nuestra parte hubo un 66% de posesión, once córneres por uno de ellos, no sé cuántos

tiros…

Poco más se podía hacer.

Nos quedó el orgullo de haberlo intentado siendo fieles a nuestros principios.

Nadie puede decirnos que nos asustamos, que no jugáramos para ganar. Ya sé que lo que queda es el

resultado, pero, ¿alguien nos puede asegurar que jugando de otro modo hubiéramos vencido? Es verdad, nos

faltó algo que no tenemos. Merecimos más, pero a este nivel merecerlo no siempre es suficiente.

Entiendo que la afición empezara a marcharse cinco minutos antes del final.

Pusieron este partido en un contexto mayor, aunque no sé si eso es justo: séptima semifinal de Copa

perdida, un récord negativo, cuarta contra el Chelsea. Para mí es la primera, pero comparto su ambición. No

basta con jugar bien.

Ahora hay que mirar hacia adelante. Nos enfrentamos al Crystal Palace dentro de cuatro días.

Nos estamos jugando la liga.

El domingo tuve alguna reunión, aunque era día libre. De vuelta a casa, puse la tele sin sonido y estuve

mirando con el rabillo del ojo el Real Madrid-Barcelona. Sentado en el sofá, sin compañía ni obligaciones, Ugo

volvió al primer plano de mis pensamientos. Aún me cuesta entender que se haya ido para siempre. El lunes

seguíamos todos un poco tocados y algunos psicólogos se acercaron al club por si alguien necesitaba ayuda,

sobre todo los chicos de la cantera. Invité a cenar al equipo reserva. Cada persona es un mundo, cada grupo es

un sistema planetario, y cada momento demanda su propio discurso. En este caso, había que tratar que la energía

positiva fluyera nuevamente.

En el Espanyol, recién nombrado entrenador, vivimos un momento eléctrico de los que cambian la

atmósfera. No acabábamos de sacar al equipo del fondo. En un partido que perdíamos, estaba por sacar a De la

Peña porque estaba con amarilla y corría el riesgo de expulsión. Pero decidí mantenerlo y al final empatamos.

«Lo Pelat» me dijo en el vestuario que nos íbamos a salvar. Estábamos muy lejos, pero le había dado un ataque

de locura. De optimismo. De fe. Contagió a sus compañeros. A la afición. Le creímos todos. Y nos salvamos.

A nuestro grupo le falta a veces un toque de locura. Pero ha de surgir de ellos, no de nosotros.

A los dos días de la semifinal de Copa, los jugadores nos preguntaban sobre sus vacaciones y si nos

íbamos de gira nada más acabar la liga. Pensé de nuevo en el partido del Newcastle. Yo he sido futbolista y les

entiendo: después de un partido, tu atención se centra en lo que viene a continuación. Ellos intentan sacar todo

lo que pueden; yo también lo hacía de jugador. Eso no quería decir que no estuviera concentrado en el siguiente

partido, es solo que quería saberlo todo ya, lo quería tener todo planificado. Lo veía todo desde otro ángulo.

Pero como entrenador cuesta aceptarlo. Estas cosas me cabrean, pero ellos no lo saben. ¡Supongo que

si alguna vez leen este diario, lo sabrán! Nos pasamos el año recordándoles que hay que estar metidos en lo

que nos jugamos, porque eso se traducirá en una mejor actuación y rendimiento. Pero no siempre es fácil para

ellos actuar en consecuencia.

Hoy es miércoles por la mañana. Será un día largo, jugamos esta noche. Tenemos tres derbis de Londres

seguidos: Crystal Palace fuera, Arsenal en casa y West Ham fuera. Y luego el Manchester United. Ayer ganó el

Chelsea y se puso a siete, así que solo nos queda vencer al Palace, que el otro día ganó al líder.

Tuvimos que luchar a fondo para vencer a un disciplinado y defensivo Crystal Palace.

En el descanso cambiamos el sistema y sustituimos a los dos mediocentros, Dembélé por lesión y

Wanyama porque tenía una tarjeta. Entraron Son y Sissoko, que debían dar más amplitud, y Eriksen se retrasó a

la altura de Eric Dier en el puesto de pivote. Nuestro dominio fue absoluto; la verdad es que nos benefició que

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el Palace hubiera tenido veinticuatro horas menos de descanso. Solo tiraron una vez a puerta en la segunda

mitad.

Doce minutos antes del final, un disparo desde fuera del área de Christian Eriksen nos dio los tres puntos.

Demostramos personalidad y fortaleza mental.

Volvemos a estar a cuatro puntos del Chelsea.

Danny Rose no acaba de recuperarse de su lesión de ligamento de rodilla y tendrá que pasar por el

quirófano. Estará fuera cuatro meses más, lo que significa que se perderá el resto de la temporada y la

pretemporada.

Tuve que salir al paso de unas declaraciones de Xavi Hernández en un programa de televisión, que luego

fueron desmentidas por algunos de sus amigos. Dijo algo sobre el Manchester City y su supuesto interés por

Dele Alli, con lo que daba a entender que el City estaría dispuesto a hacer una gran oferta.

Recuerdo un derbi con el Espanyol que el Barcelona ganó por un penalti injusto al tirarse Xavi en el área.

Después del partido dijo que Raúl Baena, un chaval que acababa de entrar en nuestro equipo, había admitido

que era penalti. Hay líneas que no se deberían cruzar.

Thierry Henry ha venido a la Ciudad Deportiva para filmar una entrevista con Harry Kane para Sky Sports

y hemos pasado un rato con él. Le recordé que, cuando mi equipo y yo llegamos, nos decían: «Hemos perdido

dos veces seguidas con el West Ham».

«Joder, pues si a lo que hay que temer es al West Ham, apaga y vámonos», decía yo entonces. Ahora se

dice lo mismo del Arsenal. Se ha repetido mil veces que por primera vez en veintidós años podemos superarlos

en la liga. Kane se unió a la tertulia con Henry y le dijo: «Igual a los aficionados es algo que les motiva, pero

estamos disputando cosas más importantes».

Se acerca el último derbi del Norte de Londres en White Hart Lane. Me vuelven recuerdos de aquel 3-2

ante el Valencia en la despedida de Sarrià. Como aquel año, el estadio está jugando su parte: queremos acabar

invictos en casa.

A las diez y media de la mañana del domingo ya estábamos en la Ciudad Deportiva.

«¿Corremos un rato en la cinta?» le pregunté a Miki.

Terminamos caminando en plan potente, rompiendo a correr solo de vez en cuando, pero sudamos. Nos

duchamos y los jugadores empezaron a llegar. Me senté en mi sofá mientras ellos desayunaban. Para entonces

ya lo teníamos todo hablado sobre el equipo: como Dembélé estaba con molestias, le dejamos en el banquillo.

Las caras y los platos escogidos no nos dieron pistas nuevas, así que salimos con Lloris, Davies, Alderweireld,

Vertonghen, Trippier, Wanyama, Dier, Dele, Eriksen, Son y Kane.

Sabía que se especularía acerca de las razones por las que dejé a Walker en el banquillo, pero pensamos

que Trippier era el adecuado para el partido. No empezó demasiado bien la temporada, hasta que le llegó su

oportunidad de arrancar.

Volvió a tropezar en Navidad, pero fue aumentando su nivel pese a no ser titular. Y es que, a veces, por

mucho que lo pospongas, tienes que dar el paso y darle a un jugador una oportunidad, incluso a expensas de

otro.

Dejar fuera a un titular siempre crea una herida entre este y el cuerpo técnico muy difícil de cerrar. Hace

un tiempo dejamos a uno de nuestros tres mejores jugadores en el banquillo. Juega siempre, indiscutible, de los

más queridos por mí.

Le cambió la cara. A las tres semanas apareció su agente para hablar con nosotros.

Esta vez, al futbolista en cuestión le cuesta entender el contexto, necesita respuestas inmediatas. Al final

Trippier tiró la puerta abajo y cada vez que ha jugado ha sido uno de los más destacados del equipo. Como Ben

Davies, no se ha amilanado en la lucha por la titularidad con dos jugadores de fama e internacionales.

Quedamos para viajar al estadio en autocar. Yo fui uno de los primeros en llegar. Pusimos la tele porque

el encuentro Everton-Chelsea empezaba un par de horas antes del nuestro (16.30 h). Evitamos la pelea entre

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Harry Kane y Dele Alli por ver quién ponía la música; durante un rato se la dejaron escoger a Toni. Hubo quejas

porque, aunque puso la que habitualmente escuchan, se le escapó alguna española con la que no estaban de

acuerdo.

Ya en el estadio, no encendimos la televisión en el vestuario y ningún jugador me preguntó por el

resultado del Chelsea.

White Hart Lane estaba lleno. El ambiente en la grada era de inquietud, pero festivo, rico en cánticos, en

caras de expectación. El Chelsea acababa de batir al Everton, pero seguía habiendo mucho en juego. Al empezar

el encuentro la tensión se había trasladado a la cancha. Nuestros jugadores estaban raros, tomaban muchas

decisiones equivocadas. Pero no era mala cosa: lo entendimos como un signo de respeto al Arsenal, pese a estar

a 14 puntos de nosotros.

Se ha hablado mucho del cambio a tres centrales de Arsène Wenger tras veinte años insistiendo con

cuatro atrás. Estudiamos qué podíamos hacer para batir su sistema y, durante el encuentro, acabamos usando

tres atrás, luego cuatro, a ratos dos centrales con tres mediocentros, subimos los laterales hasta hacerles

extremos, y a ratos se metían por dentro como centrocampistas.

Toni, Miki, Jesús y yo estamos todavía en un momento en que creemos que con menos se puede hacer

más, que el más mínimo detalle o decisión puede ser crucial para obtener ventaja. Miki pidió a nuestro analista

de vídeos que preparara algo sobre el movimiento del equipo cuando teníamos el balón. Ben Davies estaba

abierto, pero Son y Dele Alli se metían demasiado por dentro.

Ya en el vestuario, con 0-0 en el marcador, el cuerpo técnico y yo nos reunimos unos siete minutos, como

siempre, y a continuación presentamos a los jugadores nuestra idea para la segunda parte. Pasamos a Son de

la izquierda a la derecha.

Eriksen se puso por dentro. Ben Davies se me quedó mirando. «¿Y yo?» Solo había escrito diez nombres

en la pizarra y el suyo fue el que se quedó fuera. «Es que tú vas a jugar de carrilero, Dele estará por la izquierda

contigo, y tú vas a subir, tu rol va a ser muy importante en el equipo, por eso no te he incluido», dije. Nos reímos.

Así llegó el gol. Dele de repente estaba en el centro, luego a la derecha. Ben atrapó el balón por la

izquierda, pero no tenía a nadie con quien jugar. Dele se le acercó por la izquierda, nada de respetar la posición.

Nos miramos en el banquillo. «Bueno, que haga lo que quiera.» Saque de banda. Trippier, que tácticamente es

muy inteligente, lanzó rápido y largo a Kane, y ahí arrancó todo. El balón le llegó a Dele, que estaba entrando

en el área por la derecha. Se lo pasó a Eriksen, que regateó a un par de defensas y chutó cerca del portero. Este

despejó, pero el rebote le llegó a Dele, que marcó a portería vacía. Nos abrazamos los cuatro a la vez.

Dos minutos después, Kane se metió en el área, cayó y convirtió él mismo el penalti, su quinto gol contra

el Arsenal en cinco partidos de liga.

Hay gente a la que no le gusta cómo celebran los goles algunos de nuestros jugadores, ese intercambio

de gestos con las manos que parecen cobrar vida propia. A mí me encantan. Este tipo de cosas crea lazos entre

ellos, ese contacto físico los une. Es comunicación, coordinación, es fútbol. Trabajan la concentración, la

imaginación. Eso también es parte importante del éxito de un equipo. En Newell’s solíamos celebrar como locos.

Gritábamos «¡goooooool!». Y nos colgábamos de las alambradas. Éramos menos sutiles.

A falta de un minuto, como siempre, las cámaras de televisión se van acercando.

Las veo, pero no las registro. No cuentan. Igual antes era más consciente, pero ahora no son más que

decorado.

2-0.

Me acerqué a Wenger. «Tienes todo mi respeto y mi admiración», le dije. Me dio la mano y se fue, no

quiso conversación, y lo entiendo. Duele perder, más cuando piden que demuestres lo que vales veinte

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añosdespués de dirigir un club por el que has hecho tanto. Su valoración debería estar muy por encima de un

resultado o una temporada.

Toni se quedó conmigo para saludar a los futbolistas antes de entrar en el túnel.

Hay que compartir momentos así, porque se acaban antes de que te des cuenta. Él estaba esperando a

Hugo, con el que me fundí en un fuerte abrazo. Normalmente la magia desaparece a los cinco minutos de entrar

al vestuario, porque ya estoy pensando en la prensa o en el próximo partido.

Aunque esta vez sí hubo festejo. Era un momento para los jugadores y el cuerpo técnico, le cerramos la

puerta al resto del mundo. Luego me fui a saludar a los asistentes de Wenger, que se unieron a los míos para

charlar y tomar un vino.

Enseguida me dirigió a la rueda de prensa.

Jesús me dijo que corrimos diez kilómetros más que el rival.

Estamos a cuatro puntos del Chelsea. No miramos atrás (el Arsenal está a 17 puntos), solo hacia delante.

Quedan cuatro partidos, pero con un punto más nos aseguramos la segunda plaza. Por delante del City. Del

Liverpool. Del United. Llevamos nueve victorias consecutivas, hemos ganado todos los partidos de liga este

mes de abril. Nos hemos acostumbrado a esto. Pero esto no es normal.

Salimos de White Hart Lane. Nos esperaban las sombras del nuevo estadio y un taxi; los jugadores ya se

habían marchado en autocar a la Ciudad Deportiva a recoger sus coches. Por la ventanilla vimos a aficionados

del Tottenham caminar distinto. Erguidos. Con una sonrisa en los labios. Cantando. Orgullosos. Cogidos unos

con otros. Habían conquistado la calle. Ni rastro de la afición del Arsenal.

El fútbol es emoción, y no, no había sido un partido cualquiera.

Y no, nada pasa por casualidad.

11. Mayo

En mayo llega el desenlace de la temporada. Es el final de varios ciclos: el Tottenham, con el que nadie

contaba para acabar entre los cuatro primeros, se disputa la liga con el Chelsea y, si consigue cuatro puntos,

igualará los 81 con los que el Leicester ganó el título el año anterior. Es también la culminación de los objetivos

colectivos e individuales, mientras se cierran las puertas de White Hart Lane para siempre. Pochettino tiene la

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oportunidad de pasar página al partido del Newcastle del curso pasado, cuando disputaron el último encuentro

de Premier en casa de un equipo ya descendido.

Acabo de empezar a leer Liderazgo, el último libro de sir Alex Ferguson. Desde aquella comida en mayo

de 2016, hemos intercambiado algún mensaje de texto y espero poder volver a sentarme con él en algún

momento. Tal vez nos visite en la Ciudad Deportiva.

El día anterior a nuestra cita avisé a Simon, nuestro jefe de prensa. «Me voy a comer con sir Alex.» Como

tenía conferencia con los medios, le sugerí que igual convenía mencionarlo para evitar malentendidos. Louis Van

Gaal estaba en la cuerda floja en Old Trafford, y nuestro encuentro no tenía nada que ver con su futuro ni con el

mío. Simon me convenció de que no lo sacara a colación y de que, en su lugar, dejara caer que había llegado a

un acuerdo para renovar mi contrato por cinco años. Así lo hice.

—Te van a fotografiar con él —me dijo Simon

—Me lo imagino —le contesté.

Recordaré siempre cada segundo de aquellas horas de conversación. Era un sueño hecho realidad. Me

sentí de nuevo como un futbolista adolescente, escuchando al sabio entrenador. Envié las fotos que nos hicimos

a todo el mundo.

John McDermott me dijo que parecía estar en trance. Me llamó «Hero worshiper» (adorador de héroes).

Conocía muchos detalles de la carrera de Ferguson y le admiraba por cómo había convertido al United

en un equipo ganador, por haber creado algo diferente en el fútbol mundial. Pero cuando nos vimos, lo que más

me impresionó no fue su currículo, sino su energía, su aura. Su personalidad y su carisma te atrapan. Me

encantaría seguir contando con sus consejos.

Me habló de cómo, cuando llegó al United, tuvo que reorganizarlo todo. Y lo hizo según su propia

filosofía, aunque un año quedara decimocuarto y al otro también, al siguiente decimotercero, tercero, segundo…

hasta ganar. Su Manchester United era como el Tottenham que me encontré al llegar, y la charla me reafirmó

para seguir mi propio camino. «Se juegan dos partidos cada jornada», me dijo. «El primero en la prensa. Ese no

lo pierdas nunca.» Somos un poco diferentes en eso.

Pero tomé nota.

Tal y como había imaginado, al acabar la comida hubo un conato de discusión sobre quién pagaría. Yo

quería hacerlo, y Sir Alex también, aunque como él se había planteado esto de antemano propuso una solución:

—Te haré una pregunta —dijo. Sonreí—. Si respondes bien, pagas. Si no, pago yo.

Sospeché que debía haber pensado en algo bien difícil para que yo tuviera que admitir la derrota. Pero

acepté el desafío.

—Hecho —respondí.

—Final del Mundial de 1930, Argentina-Uruguay. Resultado, 4-2.

—Sí, continúa —dije.

—¿Quién marcó los goles para Argentina?

—Carlos Peucelle y Guillermo Stábile —contesté, entre carcajadas.

—Muy bien, muy bien… —dijo Ferguson aplaudiendo y asintiendo con la cabeza

Me dispuse a pagar.

Al día siguiente se publicaron las fotos de nuestro encuentro, mientras yo seguía flotando. «¡Joder, estuve

con sir Alex!»

¿Por qué no hay más Fergusons? Porque el fútbol es un tren expreso sin paradas, y es casi imposible

encontrar a mánagers dispuestos a tomar medidas impopulares. Sir Alex siempre dice, y yo lo comparto: «Muchas

veces hay que tomar decisiones que emocionalmente te van a joder, que no se entenderán y que no vas a poder

explicar». Estoy de acuerdo. El mánager vive en un estado perpetuo de soledad y rodeado de gente a todas

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horas. Da la sensación de que todo el mundo tiene claro lo que hay que hacer. A menudo bromeo con nuestro

presidente: «Mire si es sencillo llevar un equipo: ponga Sky Sports, mire lo que dicen los comentaristas, haga

una encuesta a través de cualquier periódico al que tenga acceso y a las cinco o las seis de la tarde, cuando

tenga toda la información, decida a quién renueva, quién tiene que jugar, a quién ponemos en el once, a quién

vende…». Después de ganar al Arsenal, celebré con Daniel que por primera vez en veintidós años acabáramos

por delante de nuestro rival histórico. No era el objetivo, pero hay que disfrutar, aunque sea brevemente, de los

buenos momentos.

Dos horas más tarde empezaron a aparecer artículos que hablaban de una supuesta disputa mía con Kyle

Walker.

En tres años en el Tottenham, jamás me he peleado con nadie. Con algún jugador he tenido opiniones

encontradas. Pero nada más.

Estos son los hechos: Walker jugó dos partidos seguidos con la selección.

Nuestro primer partido tras su regreso fue contra el Burnley, un sábado. Kieran Trippier estaba

entrenando bien desde hacía meses y fue titular, así que Walker se quedó en el banquillo. El miércoles jugamos

en Swansea, y Walker entró en el once inicial. Trippier volvió a ser el escogido el sábado para el Watford, y le

nombraron «Jugador del Partido». Ganamos los tres encuentros. Y estamos contentos porque tenemos a dos

titulares disputándose un puesto; y ambos llegarán frescos al final de la temporada.

Después del encuentro contra el Watford, Walker se presentó en mi oficina.

—Gaffer, llevo ya nueve años en el Tottenham. Lo he pensado mucho y mi corazón ya no está aquí. Ni

mi cabeza. Ya he dado todo lo que tenía que dar. Quería decírtelo antes de decirle a mi agente que me quiero

ir a final de temporada.

—Kyle, tienes que seguir siendo profesional. Queda un mes y medio de competición. Estamos peleando

por la Premier y la FA Cup. Tenemos que centrarnos en acabar bien la campaña —le dije.

—OK, gaffer, pero mi decisión está tomada —dijo.

—Bueno, eso no depende solo de mí o de ti. Depende sobre todo del club. Pero me decepcionas, porque

justo ahora, decirle al entrenador que en un mes y medio te quieres ir… te lo podrías haber ahorrado. Te callas,

entrenas, juegas y, cuando no lo hagas, ayudas al grupo… Y al acabar la temporada, entonces sí, vienes y me lo

cuentas —concluí.

Miguel estaba presente. Siempre procuro que haya testigos en las conversaciones privadas. Me pareció

una alarmante falta de respeto a sus compañeros.

También es un bofetón al club que lo había convertido en profesional.

Nada de eso se pudo explicar al público en su momento, me lo tuve que comer.

A partir de ahí se multiplicaron los rumores que sugerían de manera inequívoca que Walker estaba en el

mercado. Veremos qué dictan las posibles negociaciones con otros clubs durante el verano.

Es el momento en que los agentes buscan transferir jugadores y mejorar contratos para sus clientes, lo

cual es lícito. Pero yo paso de los rumores, no leo ese tipo de prensa. Si lo hiciera, ya sabría que hemos fichado

a doscientos jugadores y vendido a otros doscientos, por no mencionar a los no sé cuántos entrenadores que

podrían haberme sustituido. Habría que juntar todos los nombres que se mencionan y calcular el porcentaje de

acierto. Es verdad que los rumores son una parte muy importante del negocio: posicionan al activo en el mercado,

contribuyen a que el jugador alimente su ego y dan ideas a otros clubs («¿y si es verdad y lo podemos fichar?»).

Hay que entenderlo y no sufrir demasiado por ello.

También es un signo de éxito. Pero hay una cosa en la que no se suele reparar: de los veinticinco

jugadores de nuestra plantilla, se supone que tenemos a veinte en el mercado, pese a que ya no somos un club

vendedor. Nos desprendemos de los jugadores que no queremos. Daniel tiene ahora más experiencia, ya no es

todo fruto de un análisis frío y matemático. Yo también veo las cosas diferentes de como lo hacía hace tres años,

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entiendo mejor el contexto del club, ya sé que no todo consiste en instalar principios básicos basados en el

rendimiento.

Estamos en mayo y las decisiones tomadas a estas alturas afectan a toda la temporada próxima. No

tenemos necesidad de cambiar a muchos jugadores. Los que se vayan será porque quieren jugar más o tienen

motivaciones diferentes a las del club.

Y los que llegan… ¿encajarán? El campo de Wembley, donde jugaremos los partidos de casa la próxima

temporada, tiene cinco metros más de largo y uno de ancho que White Hart Lane. Está bien para practicar un

fútbol más abierto, pero requiere un esfuerzo físico extra. Tenemos que buscar futbolistas que sean más atletas,

que tengan velocidad en la fase ofensiva y defensiva, y quizá otros con desequilibrio y rapidez por banda, que

aprovechen la mayor amplitud. Estaría bien mejorar el equipo en esas áreas.

Los fichajes deben ser asequibles, lo que significa que o tienen problemas con sus respectivos clubs o

están en el último año de su contrato, si son de la Premier.

Si alguno demanda un sueldo alto, habría que subírselo a los demás también. O sea, que no puede ser.

Daniel es un negociador duro y no hace muchos amigos durante el proceso. Cuando vas a comprar, te están

esperando. Como no podemos fichar a los mejores, el nivel siguiente es el del futbolista joven al que hay que

formar. Pero la exigencia es cada vez mayor. Si bajamos el nivel, aunque sea solo un poco, nos quedaremos

atrás. Así que lo más factible es disponer de buenos recambios en todas las posiciones y mejorar todavía más a

los jugadores que ya tenemos.

El nombre del club está en boca de jugadores importantes que buscan una salida de sus clubs. Algunos

nos han llamado. He tenido una buena relación con Álvaro Morata, quien me telefoneó estando él en el Real

Madrid B y yo en el Espanyol. Quería preguntarme cómo podía impresionar a José Mourinho, que dirigía entonces

el primer equipo. Como nosotros trabajamos con futbolistas jóvenes, me pidió consejo. Su representante se

comunicó con varios equipos de la Premier, pero el traspaso es prohibitivo para nosotros, en parte porque él

mismo no ve cómo puede reemplazar a Harry Kane. Ese es el problema al que nos enfrentaremos este verano:

es muy difícil mejorar a nuestros jugadores titulares.

Marcus Edwards, nuestro pequeño Messi, el chaval que podría conquistar el mundo, será otro asunto

espinoso. Hemos puesto el listón en un nivel que no todos pueden alcanzar, pero él podría llegar. Pero, ¿lo

hará? ¿Quiere hacerlo? Ya ha jugado y entrenado con el primer equipo. Él, junto con el club, deberá decidir qué

camino tomará su carrera y si siente que el proceso que ofrecemos es adecuado para él. Nosotros creemos que

sí. Pero vivimos en una época en la que es muy difícil tratar con jugadores jóvenes de mucho talento: el dinero

que a menudo ofrecen otros clubs a chavales que ni siquiera han debutado en el primer equipo puede marearlos.

Total, que el verano será movido.

Estamos preparados para cualquier cosa. Creo que a estas alturas no tenemos nada que demostrar.

En una conferencia a la que acudí para renovar mi licencia UEFA Pro, Arrigo Sacchi, otro pensador

privilegiado al que admiro, nos habló del esfuerzo que hay que hacer para recuperar el balón. «¿Qué entrenamos:

los pies o el cerebro?», nos preguntó. La presión alta, insistía, tiene más que ver con el deseo de llevarla a cabo

que con la capacidad física de los jugadores. Los delanteros tienen más dificultades que el resto para entender

lo importante que es su rol cuando se pierde la posesión. Christian Eriksen es, quizá, la excepción.

Con el balón, su compenetración con Dele Alli ha funcionado de maravilla.

Tenemos a dos números diez móviles que intercambian posiciones no solo entre ellos, sino también con

los que rompen líneas y pueden llegar al área, o los que se mueven de dentro hacia fuera. Los dos entienden la

flexibilidad del sistema.

Además, si es necesario, Chris ayuda al equipo en la primera fase de construcción en campo contrario.

Le llamamos «Golazo» porque marca unos tantos espectaculares en los entrenos. Es un chico que no

necesita el cariño de la gente, de los medios. No busca el reconocimiento externo. Tiene una calma exquisita,

aunque a veces le inyectaría más fuego. En el Espanyol tenía a un jugador que temía el contacto y decidió hacer

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kickboxing para sacarse ese temor de encima. Christian no tiene miedo, pero podría aprovechar su físico para

sacar más faltas cerca del área. Ese podría ser su siguiente paso.

Está completando una temporada muy buena, con 11 goles y 16 asistencias; su gol ante el Crystal Palace

nos salvó. Será titular contra el West Ham. Hay que seguir apretando al Chelsea, aunque alcanzarles sea

complicado. Están a cuatro puntos y faltan cuatro partidos para acabar la liga.

Qué difícil es ser entrenador en ocasiones. Sobre todo cuando surgen encrucijadas y hay que escoger.

Ha sido una semana fea. No he podido disfrutar mucho de la victoria contra el Arsenal con las historias

sobre Walker revoloteando por ahí. Así que he estado un poco apagado. La rueda de prensa del jueves previa

al West Ham fue complicada.

Me hicieron muchas preguntas que no tenían fácil respuesta.

—¿Ha entrenado bien Walker?

—¿Por qué no iba a entrenar bien? —repliqué.

—¿Está contento Walker en el Tottenham?

¿Qué se supone que tendría que haber hecho? ¿Contar nuestra conversación a la prensa? ¿En ese

momento?

—¿No le parece raro que el jugador no haya salido a desmentir el supuesto conflicto con usted? —me

preguntó un periodista.

Ciertamente, si uno no se quiere marchar, sale y desmiente la historia, ¿no? Pero estoy convencido de

que su gente está filtrando todo lo contrario a los medios. Así que, ¿debo ser yo quien trate ese tema

públicamente? Si fuera el dueño del club, ¿me interesaría apoyar al entrenador o dar la impresión de que si

Walker se va es por decisión del entrenador?

Se discutió de todo eso internamente, y por casualidad o no, al día siguiente un periódico sensacionalista

dedicó cuatro páginas al equipo: dos sobre mi influencia y dos sobre el nuevo estadio.

El caso es que estos conflictos impiden que seas totalmente libre a la hora de tomar decisiones. Ningún

entrenador controla todos los medios, a todos los jugadores, a la totalidad del club. Te queda la alineación para

demostrar tu autoridad, y a menudo también está condicionada. Porque, ¿cómo se deja a un titular en el banquillo

sin que esto genere repercusiones adversas?

Después de darle vueltas, decidimos que Walker sería titular ante el West Ham porque queríamos seguir

rotando. Pero ¿y si esa decisión afectaba al equipo?

No jugamos bien ante el West Ham, desde el minuto uno. Intentamos varias cosas, pero ninguna salió.

Perdimos merecidamente 1-0, y eso dolió. No estábamos en nuestro mejor momento. Tras nueve victorias

consecutivas, esta derrota allana el camino a nuestro rival, que ganó su partido. Están a siete, con nueve puntos

por jugarse aún.

Dimos a todo el mundo dos días libres, y esa misma mañana viajé a Barcelona.

A la vuelta, tendré que lograr que vuelvan a estar centrados y dejar claro que la temporada no ha

terminado.

En Barcelona no me podía quitar de la cabeza el encuentro. ¿Está la actitud titubeante de la temporada

pasada asomando su cabeza de nuevo? Es como si tras el partido del Arsenal, el curso hubiera acabado. Estaba

convencido de que estábamos, como grupo, en otro sitio. Que no tropezaríamos con la misma piedra. El lunes,

a mi regreso, recibí a los jugadores en el mismo lugar de siempre, en el sofá del restaurante. No oculté mi

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disgusto. Me mostré frío. Ni besos ni abrazos. No tenía ganas. Me llegó que muchos jugadores se quedaron

preocupados. «¿Qué le pasa?»

No asistí a la primera sesión de la semana. El resto del cuerpo técnico también se mostró calculadamente

distante. Iba a ser una semana muy larga.

El segundo día tampoco fui. Jesús fue agresivo con todos ellos. No perdonó ni una. Apretó y apretó.

«¿Será que se quiere ir del club? Se habla del Inter…», se comentaba en las comidas. Las alarmas se

dispararon tras mi encuentro con Piero Ausilio, director deportivo del equipo italiano y conocido mío desde la

época en que nos cedieron a Coutinho para el Espanyol.

Organicé reuniones con los capitanes por separado. Todos ellos se mostraron preocupados. «¿Estás bien?

Pareces enojado y distante. ¿Te quieres ir?» Las reacciones fueron esclarecedoras. Los jugadores más veteranos

no necesitaron muchas explicaciones y no buscaron responsabilizar a otros, pero seguían preocupados. «¿Qué

podemos hacer para que estés bien?» Jesús me dijo que ese es el peaje a pagar por mi manera de trabajar. «En

general, los tratas como un padre, sacas el 150% de ellos y el día que te comportas como un mánager se

ofenden.»

Decidí entrenarlos los dos días antes del partido ante el Manchester United. Le pregunté a Jesús qué

deberíamos hacer. «¿Qué más da? El grupo te está pidiendo que te acerques», contestó. Así que el jueves me

dediqué a la táctica y la organización defensiva en dos grupos y el viernes trabajamos un poco de balón parado.

Se nos metió en la cabeza practicar un saque de esquina por la izquierda y otro por la derecha. Lo

hicimos diez veces o más, pero no marcamos muchos goles. En todo caso la intensidad fue buena. Quedamos

satisfechos, aunque no lo mostramos abiertamente.

Pasamos la semana negociando las vacaciones, otro punto delicado y que distrae. A estas alturas, cada

uno lucha por lo suyo y el colectivo sufre. El año pasado dimos vacaciones antes de la Eurocopa a jugadores

sancionados, y algunos se lo tomaron a mal. Pero hay que parar, por supuesto. Hemos llegado a un pacto y cada

jugador internacional tendrá un mínimo de vacaciones, porque sus selecciones acaban la temporada en diferentes

días. Con una condición: dependerá de los puntos que hagamos en los tres partidos que restan. A partir de una

cifra obligada, cada punto supondrá un día más de vacaciones.

El mismo viernes Son recibió el premio al Jugador del Mes y a mí me tocó el de Entrenador del Mes. 6

victorias, 16 goles y solo uno encajado eran los argumentos que justificaban un premio que había obtenido

previamente en febrero de 2016. No quiero parecer desagradecido, pero no me gustan mucho este tipo de

distinciones.

Primero porque no reflejan la realidad; las decisiones de un entrenador no se toman de un mes para otro.

Podrían sustituirlo por Equipo del Mes, para el que obtuviera mejores resultados, el que marcara más o encajara

menos. A un jugador sí le puedes premiar por cuatro semanas espectaculares, pero los mánagers no competimos

bajo las mismas condiciones. No pilotamos el mismo coche, por eso los entrenadores que no tienen mucho pero

logran extraer lo mejor de sus jugadores tienen un extraordinario valor. Ocurre lo mismo con el galardón de

Mánager del Año: debería haber un premio para el campeón de liga y otro que tenga en cuenta los jugadores

que tiene a su cargo.

La rueda de prensa previa al Manchester United fue tranquila. Se habló mucho del estadio, ya que es el

último partido en el viejo White Hart Lane. Me dio por responder a Conte, que vino a decir esta semana que

nosotros partimos esta temporada con ventaja respecto al Chelsea porque, a diferencia de él, llevo con el grupo

tres años y conozco la liga. No acabé de entender el sentido de sus palabras. Pero decidí que no era una batalla

que mereciera la pena. Al menos esta vez.

A continuación di la lista de convocados.

Hoy en día los jugadores se ponen mucho perfume antes de salir al campo. Nosotros estamos en plan

«vamos, vamos, vamos», y ellos pshht pshht pshht… Así que el vestuario huele a una mezcla de humedad y aire

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pesado, denso. Pero nada que ver con el aroma a Reflex de antaño. Siempre me ducho antes del partido, y ahí

decido si me pongo chándal o traje.

Cuando salgo y camino por el túnel, pierdo la noción de lo que pasa alrededor.

Ya no escucho nada. Me invade el silencio, mi mente está centrada profundamente en el juego. Me da lo

mismo que haya noventa mil o trescientas personas, que estemos en Wembley o en White Hart Lane. Como

cuando jugaba solo en el campo de pequeño.

El partido fue como esperábamos. El Manchester United se propuso pararnos con marcajes individuales

y persecuciones por el campo, pero lo sabíamos y nos habíamos preparado para ello. En el primer córner pusimos

en práctica la jugada ensayada ayer… ¡y marcamos! Esta vez sí salió. El segundo tanto también fue a balón

parado.

Llegando al final, nos quedaba un cambio.

—Sacamos a Eriksen y ponemos a Sissoko —le dije a Jesús, que se puso a buscar al jugador.

—No está.

—¿Cómo que no está?

—Ni está calentando, ni en el banco.

De repente apareció Sissoko. Venía del vestuario, acababa de vomitar.

—Pongamos a N’Koudou —resolví.

De nuevo, volvimos a jugar con intensidad y creamos docenas de ocasiones.

Les sacamos ocho kilómetros, y eso que ellos no tuvieron mucho el balón. De los tres partidos más

recientes, en dos de ellos hemos exhibido la actitud deseada, y en medio un jodido desastre. El 2-1 no reflejó

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nuestra superioridad, pero nos dio los tres puntos que nos dejaban sin una sola derrota en casa en toda la

temporada y confirmaban el segundo puesto a falta de dos partidos.

Y llegó el momento de nuestra fiesta de despedida de White Hart Lane.

El año pasado no festejamos nada, ni la clasificación para la Champions ni el tercer puesto ni acabar

mejor que nunca en la Premier. Nada. Esta vez todo se conjuró para celebrarlo en familia y en casa.

El campo fue invadido por los aficionados mientras nos marchábamos al vestuario. Hubo que esperar a

que se desalojara para empezar la ceremonia con todas las leyendas del club. Fue una delicia. Cuando estaban

ya todos sobre el césped, me tocó entrar a mí.

Después de unas palabras, dimos la vuelta de honor con las familias y nos sacamos unas fotos con el

grupo de trabajo.

Fue un evento repleto de estrellas. Asistieron leyendas del club de todas las épocas.

Tocaba rueda de prensa e invité a Miki y a Toni para que nos acompañaran a Jesús y a mí.

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Volvimos al vestuario. Daniel me pidió que subiera a la sala de juntas donde estaban los directivos y la

hija de Joe Lewis. Después, regresamos al vestuario donde Sebastiano sirvió un vino para celebrar.

Me gustó lo que ocurrió a continuación. Los aficionados se habían ido, y yo bajé con mi familia y el

cuerpo técnico al campo a dar un último paseo y tomar un par de fotos. Disfruté de esa soledad, ese silencio,

esa paz. De la celebración, del partido, solo quedaba el eco. Volví a recordar cuando el Espanyol jugó con el

Valencia su último partido en Sarrià y la noche en que mi esposa, mi hijo y yo visitamos las ruinas de lo que

quedaba del campo.

No me llevé nada de White Hart Lane, tampoco lo hice en Sarrià. No te puedes llevar el aroma, los

sonidos… Las sensaciones no pueden guardarse en un cajón. ¿Para qué quieres un asiento del estadio en casa?

Es mejor conservar esas cosas contigo, en la cabeza.

Estábamos de camino al vestuario cuando Donna-Maria Cullen, una de nuestras directivas, nos avisó de

que Daniel y su familia iban hacia el terreno de juego y esperaban vernos allí. Rodeados por el esqueleto de un

estadio ya vacío, Daniel me dijo una cosa que no le había oído decir en tres años. Solía pasarse el tiempo

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preocupado por un jugador o por otro, por si quería irse, por si estaba contento. Ahora entiende más que nunca

la importancia relativa del individuo en este Tottenham y que el motor es el equipo.

Era ya tarde cuando nos fuimos todos a casa. Un día lleno de emoción. Todo eso también es fútbol.

Ganamos 1-6 al Leicester City, la duodécima victoria en trece partidos. Harry Kane marcó cuatro de los

goles y parece que acabará siendo el Balón de Oro de la Premier (pichichi) por encima de Romelu Lukaku. En

los últimos partidos, los jugadores han buscado a Kane para ayudarle a marcar y que se llevara el trofeo.

Son hizo los otros dos goles en el King Power Stadium.

Llevamos 32 victorias, 10 empates y 10 derrotas en todas las competiciones.

En tres días jugamos el último encuentro ante el Hull, ya descendido.

Este fue el once escogido: Lloris; Trippier, Alderweireld, Vertonghen, Davies; Wanyama, Dier; Son, Alli,

Eriksen; y Kane.

Hace doce meses el partido en Newcastle se jugó bajo la incesante banda sonora de «Rafa Benítez,

queremos que te quedes». Hoy esperábamos el mismo cántico, pero con el nombre de Marco Silva en lugar del

de Rafa.

Victoria clara ante el Hull, 1-7. Harry Kane anotó un hat trick.

Hemos acabado segundos con 84 puntos, tres más que el Leicester vencedor de la temporada pasada.

Estamos en un momento sensacional, tanto físico como mental. Se decía que mis equipos se caían en la segunda

mitad. Ya no. Tenemos esa flexibilidad que nos permite que cuando el rival coge la hoja del partido y ve nuestro

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once, no tenga claro cómo vamos a jugar. Y durante el encuentro nos podemos transformar en lo que queramos

con un par de instrucciones.

Una pena que un gol tonto haya impedido que Hugo ganara el Guante de Oro.

Se acabó la liga: hemos sido todo lo que podemos ser.

Se acabó también el larguísimo partido del Newcastle. Y al final aquello no fue (y fue) cosa mía. Y fue (y

no fue) cosa de los futbolistas. O mejor: no fue culpa de nadie. Es solo que entonces estábamos ahí, y ahora

estamos aquí.

El presidente nos dijo que si llegábamos a la final de Copa nos perdonaba el viaje a Hong Kong, donde

jugaremos un par de amistosos antes de las vacaciones. No pudo ser. Pero esos tres días que vienen ahora nos

darán un respiro.

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En cuanto aterrizamos le mandé un mensaje a Karina; debían de ser las seis de la mañana en Inglaterra.

«¿Viste lo que pasó en Manchester?». Jesús tiene la costumbre de encender el teléfono antes que nadie, así que

en el avión ya nos había dicho: «Ha habido un atentado, veinte muertos».

Qué frágiles somos. Triunfa la sensación de que no estás seguro en ningún sitio. Nadie debería cambiar

de estilo de vida, pero todo lo que sea prevención es poco. En todo caso, el nivel de seguridad en el club es

máximo.

Cada vez más prefiero no verme envuelto en eventos multitudinarios, evito ir a Londres, pero no tiene

necesariamente que ver con la seguridad. En un mundo perfecto, yo viviría en Barcelona, en mi casa, y si acaso

tomaría el tren para ir a jugar a fútbol. Y si pudiera ir caminando, mejor que mejor. He disfrutado de mis viajes,

pero estoy perdiendo las ganas de conocer mundo, cosa que llevo haciendo desde que tengo catorce años. Con

tanta maleta, tanto aeropuerto, tanto hotel, parece que no viva la vida.

Y hay que vivir.

Estoy en la habitación del hotel de Hong Kong, recién llegado del aeropuerto. Me he tumbado en la cama,

todavía con el chándal del equipo. La próxima vez que vaya a la Ciudad Deportiva me darán uno nuevo: olerá a

fresco, volverá a repetirse la sensación de bienestar de cada inicio de temporada.

Pero antes tenemos un montón de compromisos por aquí. El grupo se lo está tomando bien. Todos

hubiéramos seguido caminos separados sin esta minigira que está sirviendo de despedida y cierra el círculo de

la temporada. Bajaremos la intensidad, comeremos juntos, saldremos por ahí en grupos. Todo cuenta. Los

triunfos se alcanzan al llegar a la cima, sumergirse en el infierno, juntos, y volver a la cima una vez más.

La foto de este año plasma que no hemos sido suficientemente buenos para ganar títulos, pero la película

muestra que estamos progresando. Y queda una cosa en la que vamos a tener que incidir para adelantar al resto.

Todos los conjuntos tienen una preparación física, médica, nutricional y táctica parecida. Con más o menos

creatividad. Pero hay mucho margen de mejora en el aspecto mental. Eric Dier es el ejemplo perfecto: me acaba

de decir que es una pena que la temporada acabe justo ahora, cuando se cree conocedor de todas las respuestas

y se siente físicamente poderoso. ¿Qué cambió? Su cabeza.

Si tuviera que quedarme con un momento de esta temporada sería con el primer partido de Champions.

Fueron nuestros primeros minutos en la competición en la que todos queremos estar. Yo siempre salgo el último

a la cancha, sin excesivas prisas. Pero ese día les dije a los chicos, a Jesús, a Miki, a Toni: «¡Eh! Vamos rápido,

que no me quiero perder el himno de la Champions». Estábamos detrás de los jugadores, listos para salir y

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escucharlo sobre el césped. Y nos mirábamos los unos a los otros aguantándonos la risa. Quizá ese fue el

momento cumbre emocionalmente de la temporada.

¿Y qué cambió desde entonces? Las derrotas nos enseñaron, nos desafiaron. El equipo sabe cómo ganar

mejor que antes y está más convencido de ganar que nunca. Para conseguirlo tuvimos que conseguir que todos

fueran tan ambiciosos como lo somos nosotros.

Se está cerrando el telón de la campaña para los jugadores, que se irán de vacaciones, pero ya estamos

en otra cosa. Y yo no podré dejar de contestar el teléfono.

Imposible desconectar del todo. Con algún futbolista me enviaré mensajes, pero un poquito de distancia

ya va bien: que sientan el miedo de que no nos vamos a ver más. Bah, como si eso les preocupara…

Si este año no fuimos más lejos, si no se ganó, es porque no era nuestro momento. Me motiva intentarlo

de nuevo. Vamos todos al próximo nivel.

¿Alguien duda de que está a punto de pasar algo importante en el Tottenham Hotspur?

Después de todo, to dare is to do (Atreverse es la cuestión).

Epílogo

Pochettino en otras palabras

Iván de la Peña

Coincidí con Mauricio por primera vez cuando yo todavía estaba jugando en el Espanyol. Llegó en el

mercado de invierno, durante una situación muy complicada.

Yo soy de los que piensan que el líder lo es por naturaleza, y Mauricio siempre lo ha sido. Y lo demostró

desde el primer minuto. Recuerdo una charla antes de su primer partido como entrenador, en Montjuïc. Nos

quiso convencer de que estábamos capacitados, que teníamos talento para corregir la complicada situación en

la que nos encontrábamos, luchando por no descender, y que teníamos que tener fe en nosotros mismos. Sin

embargo, más que lo que dijo, fue la forma en la que habló, contagiando al grupo su confianza. Nos dio la

sensación de que estábamos en buenas manos.

Desde el primer día tuve muy buen feeling con él. Nos veíamos todos los días, íbamos a cenar juntos y

pasábamos horas hablando de fútbol y de cómo podíamos ganar el siguiente partido. Nuestras familias se

llevaban muy bien. Mauricio no era solo un compañero de equipo, era y sigue siendo un amigo.

Más tarde, como entrenador, nos hizo creer en lo que parecía imposible: salvarnos del descenso mucho

antes de lo que hubiéramos soñado. Estábamos en la parte baja de la tabla en ese momento. Yo estaba tratando

de superar una lesión en el gemelo, pero él nos puso a trabajar a todos. Nos hizo creer en el camino que él

sugería, uno en el que acabaríamos siendo mejores jugadores, mejores personas y mejor grupo. Los

entrenamientos estaban mucho más profesionalizados que hasta ese momento y sabía en todo momento lo que

quería. Cada día estábamos mejor físicamente y tácticamente el equipo hacía lo que se le pedía. Y además salía

bien.

En marzo de 2009, en la jornada 27, estábamos perdiendo 3-1 y nos quedamos con diez. Según me

comentó él mismo más tarde, el árbitro fue a Mauricio y le dijo: «O sacas a De la Peña o lo expulso». Pensó en

sustituirme, pero justo en la jugada siguiente marqué el 3-2 y luego empatamos con un gol de Nené. Acabamos

sacando un punto cuando parecía poco menos que imposible. Al final del partido le dije: «Creeréis que estoy

loco pero nos vamos a salvar». Ese mensaje salía del convencimiento que yo tenía en todo lo que estaba viendo

en el día a día, cosas que los aficionados no ven. Hoy Mauricio dice que esas palabras inyectaron confianza en

el equipo. A partir de ese momento todos creímos en la salvación.

Esa temporada le marqué dos goles al Barcelona en el Camp Nou. Ganamos ese partido. Yo justo salía

de una larga lesión de unas seis u ocho semanas, y me dijo que jugara, que disfrutara, aunque probablemente

disfrutar era lo último que se nos pasaría por la cabeza. Nosotros íbamos últimos y ellos primeros. Pero tuvimos

la suerte necesaria en el momento oportuno. Obviamente ese día estábamos todos súper contentos, pero éramos

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colistas y todavía quedaba un largo camino por recorrer antes de lograr el objetivo; teníamos que ganar el

siguiente partido, y luego el otro, y uno más, y otro. Había que mantener la calma, y eso es lo que hizo Mauricio.

Me hubiera gustado jugar más encuentros bajo sus órdenes, pero los últimos dos años pasé la mayor

parte del tiempo lesionado. En mi último partido me dio la oportunidad de despedirme de la afición y del estadio.

Por gestos como ese lo quiero como a un hermano.

Tengo que añadir una cosa: es muy tramposo jugando al fútbol-tenis. ¡Ya está, ya lo he dicho!

Hace poco fui a verlo a Londres y me di cuenta de que sigue teniendo las mismas cualidades de liderazgo

que las que vi por primera vez en esa primera charla en Montjuïc. Y eso le ayuda a lograr los mejores resultados

posibles, porque sus pupilos creen ciegamente en lo que les dice. Para mí está entre los cinco mejores

entrenadores del mundo.

Jordi Amat

Yo estaba jugando en el segundo equipo, el Espanyol B, en tercera división. Pochettino vio dos o tres

partidos nuestros. Un día se acercó a Álvaro Vázquez y a mí, y nos dijo: «Vosotros no estáis hechos para tercera.

Os hago ficha con el primer equipo y subís conmigo». También recuerdo que me dio el número 5, que había sido

el suyo. Y me dijo: «Ya es hora de que alguien más lleve el número 5». Eso me hizo mucha ilusión.

Debuté a los diecisiete años y, antes del partido, me explicó cómo fue su primer partido como profesional,

con Marcelo Bielsa en el banquillo y también con diecisiete. Saber que sus inicios habían sido parecidos me dio

confianza. «Tú tranquilo, juega como sabes, has luchado mucho para llegar aquí y es tu sueño, así que saldrá

bien», me dijo.

También recuerdo que mi segundo partido fue en el Bernabéu. Alguien se lesionó y tuve que salir. Me

dijo que marcara a Sergio Ramos en los saques de esquina. Yo lo miré con cara como de… bueno, tenía diecisiete

años, estaba asustado, claro. Y me dijo: «Tienes razón, marca a Kaká». Que tampoco es que sea exactamente

alguien fácil de marcar.

Recuerdo que le pidió a Álvaro Vázquez que hiciera taekwondo o algo similar para superar su recelo en

los choques. Álvaro iba por las tardes y le sirvió para perder el miedo.

De Mauricio siempre recuerdo la sinceridad y el hecho de que siempre va de cara. Eso es muy importante

y muy difícil de encontrar en el mundo del fútbol.

Unos meses después de mi debut, me dijo: «Mira, Jordi, eres joven y necesitas jugar.» Tenía ya dieciocho

años y me cedió al Rayo Vallecano, donde me fue muy bien y acabé en la Premier, en el Swansea. Le debo un

montón.

Adam Lallana

Cuando Fonte nos dijo que se rumoreaba que Pochettino podía llegar al Southampton tuve que buscarlo

en Google. Nos vimos por primera vez al poco de hacerse oficial. Los capitanes del club, José Fonte, Kelvin

Davies, creo que Morgan Schneiderlin, Ricky Lambert y yo fuimos al estadio a verle. Estaba con el presidente,

Nicola Cortese, quien había organizado la reunión. Era enero y estaba nevando. Tuvimos que esperar un rato en

la sala de juntas, y finalmente, Mauricio entró con Toni y Miki. Mauricio llevaba un traje muy chulo, muy elegante,

y se había puesto colonia, mucha colonia. Nunca lo olvidaré. Me quedé impresionado.

Al instante. Sus asistentes no llevaban traje, iban mucho más informales, con vaqueros y camisa. Nos

dieron un abrazo. Jesús hizo de intérprete.

En su segunda semana como entrenador nos llevó a Barcelona y nos alojamos en un hotel en las

montañas. No había nada que hacer allí. Una tarde cogimos un taxi y Mauricio nos llevó de tapas. Fue agradable

estar en su entorno esas primeras semanas. Entrenamos en un campo de Barcelona, y consiguió crear un vínculo

con el grupo, nos explicó cómo quería que jugáramos. No hacía más que repetir «presión, presión, presión».

Recuerdo que hicimos mucho trabajo táctico sin balón. ¿Cómo nos colocamos si el portero rival juega en

corto? ¿Quién corre hacia aquí o hacia allí? ¿Dónde se traslada el centro del campo, a qué altura sube la línea

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defensiva? Si devuelven el balón al portero, ¿quién corre hacia dónde? Eso era algo que nunca había

experimentado antes como jugador.

Pero Mauricio no es estúpido. No lo cambió todo. En la pretemporada, fuimos a Perelada. El hotel era

sencillo, nada de lujos. Pasamos el tiempo en los campos de entrenamiento, con doble sesiones, y en la piscina.

Nos pusimos en forma.

Nos trataba como adultos, y eso nos sorprendió. Nos dijo que los cuatro o cinco capitanes tenían que

juntarse con él de vez en cuando porque le serviría para transmitir su mensaje al grupo. No había reglas estrictas.

Solo nos pidió que fuéramos valientes. Nos quitó el miedo, no nos impresionaba nada. «No importa el resultado,

siempre y cuando lo demos todo», nos decía.

La palabra «valiente» se usaba mucho. Recuerdo una conversación que tuve con él un viernes antes de

jugar en Liverpool. Me dijo: «¿Cómo prefieres jugar mañana? ¿Prefieres defender muy atrás y dejar que ellos

tengan la pelota, o marcar hombre a hombre y atacar desde el primer minuto?». Lo pensé veinte segundos y

luego dije: «No, vamos a ir hombre a hombre, y a por ellos». Me dio una palmada en la espalda y me dijo: «Bien,

bien». Ganamos al Liverpool y al Chelsea en casa, dos resultados muy importantes para una temporada que

estábamos disfrutando mucho. Pero cuando jugábamos bien, nunca nos elogiaba demasiado. Siempre quería

más.

Cuando llegó, yo estaba lesionado y cuando regresé solía sustituirme, incluso al inicio de la siguiente

temporada. Mucha gente me preguntaba: «¿Por qué te sacan de los partidos, no te molesta? Tienes que hablar

con el mánager, o con tu agente». Pero le tenía demasiado respeto como para preguntárselo. Yo sabía que tenía

sus razones. Así que seguí haciendo lo que me decían en los entrenos y los partidos. Confiaba mucho en él.

Alguna vez se unía a los partidos o los rondos, pero hacía bastantes trampas.

Nunca se ponía en el medio. «Para, para, eso es falta», gritaba y pedía el balón ¡cuando era él el que

había cometido la falta! De vez en cuando menciona su pasado. El otro día me envió un vídeo de los jugadores

del Tottenham reaccionando ante un gol que marcó con el Espanyol en Liga ante el Valencia, en el Estadio

Olímpico, un disparo desde fuera del área. No se acababan de creer que aquel gol fuera suyo. Obviamente, el

penalti de Owen en el Mundial de 2002 salió en conversaciones varias veces. Él nunca lo aceptará, pero ¡claro

que le hizo falta a Owen!

Pochettino me dio la noticia de mi convocatoria para la selección. Me pidió que fuera a su oficina. Llamó

primero a Ricky Lambert, que también fue convocado, y luego a mí. Bromeó primero, y cuando me lo dijo no

sabía si iba en serio o no. Fue un momento de gran orgullo.

Hubo una conversación que siempre recordaré, la vez que charlamos sobre la capitanía. Estuvimos como

dos horas en el campo después del entreno, sentados en la hierba. Era abril, un día bonito, soleado. Es difícil

recordar toda la charla, porque, literalmente, hablamos unas dos horas —probablemente más, porque Jesús iba

traduciendo— y ahí fue cuando le expliqué el origen de mi apellido español, de dónde procedo, la historia de

mi familia. Esa conversación acabó siendo muy profunda y le conté que el presidente me llamaba después de los

partidos. Eso era algo que me perturbaba, la presión del brazalete, tal vez no estuviera preparado para todo, no

estaba siendo yo mismo. Desde ese momento, ya no hubo más llamadas de Cortese. Un par de meses más tarde,

mi padre se encontró con Pochettino y le trató como a un rey. Mi padre entendió muchas cosas ese día.

Tuvimos un final de temporada bastante extraño. Estábamos tranquilos porque íbamos décimos y

acabamos la temporada octavos, por encima del objetivo que nos habíamos marcado. Pero nadie sabía en qué

dirección iba el club. Había rumores de que querían venderlo, de que muchos jugadores se iban. Nadie supo

darle a Mauricio un plan de futuro. Recuerdo que iba a su oficina más que nunca a hablar de todo esto. «Yo no

me quiero ir, no quiero que esto termine, pero no nos queda más remedio», le decía yo, y el míster tenía poco

más que añadir. Al final me admitió que no se veía mucho tiempo en el club porque nadie le daba una dirección

clara, un plan. Estaba claro que el destino nos separaba. Supe del interés del Liverpool y aunque finalmente él

se fue al Tottenham, no fue posible seguirlo. Lo pensamos pero no salió. Quizá nuestra relación, que se ha

mantenido en el tiempo, sería diferente si hubiéramos trabajado estos años juntos.

Decidimos ir a comer al final de aquella temporada, justo antes de que me fuera al Mundial. Él había

dejado el club, pero yo no tenía ninguno todavía. Firmé por el Liverpool tras la Copa del Mundo. Aquella noche

nos juntamos Mauricio, Jesús, Miki, Toni y Javi, el fisio, y yo. Estuvimos hablando del tiempo que pasamos juntos.

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Él contó su encuentro con Daniel Levy, y yo le hablé de la plantilla del Tottenham, de quién pensaba que le

gustaría y quién no.

Cuando nos despedimos, me quedé mal. Me dolió.

Me encantaría trabajar con él de nuevo. Mientras tanto, estoy disfrutando de su éxito y estoy seguro de

que él está disfrutando del mío también.

Estamos en contacto, hablamos de resultados, de la familia… Mentiría si digo que no apoyo a sus

equipos. Me gustaría que el Tottenham ganara la liga. Henderson y yo —Henderson es un hincha adoptado del

Tottenham, porque le hablo constantemente de Mauricio— estábamos viendo aquel 2-2 contra el Chelsea en

Stamford Bridge, y nos pasamos el tiempo saltando de nuestras sillas. Lo cierto es que está haciendo un trabajo

excelente desde que llegó.

Siempre me dice: «¿Por qué siempre juegas muy bien contra mí?». Pero no es así, no soy consciente de

jugar mejor contra sus equipos. Sé que nuestros enfrentamientos serán intensos porque el Tottenham y el

Liverpool juegan de manera muy similar. A veces, si estoy cerca del área técnica o en un saque de banda, nos

miramos de reojo y tengo que apartar la vista hacia otro lado para no ponerme a reír.

Hugo Lloris

Lo recuerdo como jugador, con Argentina en la Copa del Mundo, con el Paris Saint-Germain y el Burdeos.

Siempre tuve una muy buena imagen de él. La forma en que jugaba, su rostro agresivo, su actitud… Era un

ganador y veo esa misma cara hoy, aunque con el pelo más corto. Recuerdo que cuando fichó por el PSG,

procedente del Espanyol, todo el mundo ponía en duda que tuviera nivel para el club, olvidando que era

internacional argentino.

Tengo una gran relación con él, que va más allá de lo profesional. Nunca pensé que iba a sentir tal

admiración por uno de mis entrenadores. Respeto a mis entrenadores, pero no quiero cruzar la línea invisible

que nos separa. Mi mánager es mi jefe y no quiero ser su amigo, pero con él todo es natural. Las fronteras se

han movido.

Es difícil explicar lo agradecido que le estoy a Mauricio. Cuando llegó, yo estaba viviendo un mal momento

en el Tottenham. Estaba muy decepcionado por la manera en que estaba yendo el club. Dejé el Lyon y me vine

al Tottenham, y durante el primer año tuve algunos problemas con el mánager [André Villas-Boas]. Cuando firmé

por el Tottenham quería ayudar al club a luchar por estar entre los cuatro primeros, y me di cuenta de que no

estaba funcionando del todo, que no estábamos progresando. De hecho, todo lo contrario. El segundo año

pensé: «¿Qué es este club?». Vendimos a Bale y fichamos a ocho jugadores o algo así… pero no había ninguna

filosofía. Pensé que lo mejor sería irme porque estaba perdiendo la pasión, el amor por el fútbol, por el juego.

Pero cuando conocí a Mauricio volvió a despertar todo eso en mí. Su forma de entender el juego es exactamente

como a mí me gusta: presión en el terreno de juego por parte de todo el mundo para recuperar la pelota, pero

construyendo desde atrás y compartiendo el balón cuando tenemos posesión.

Incluso mi esposa me dijo que me cambió la cara, volvió a reconocer en mí al jugador del Lyon y del

Niza. En el fútbol y en la vida te encuentras con algunas personas que son muy importantes. Mauricio es un gran

paso adelante en mi carrera.

Es un tipo fresco, positivo, nada egoísta, siempre piensa en el colectivo. También es humilde y no le

gusta especialmente ser el centro de atención.

Se puede ser un líder sin gritar y él es el ejemplo perfecto de esto. Vale, a veces grita, pero no muy a

menudo. A diferencia de cuando era jugador, como mánager prefiere guardarse muchas cosas. Es por eso que

después de los partidos no le gusta hablar con los jugadores. Tanto si ha sido un buen partido como si ha sido

malo, no le gusta compartir sus sensaciones en caliente. Prefiere guardar su energía para otro momento.

No fue fácil al principio. Muchos jugadores decían cosas como: «Es demasiado difícil, es una locura la

manera en que trabajamos, nunca he hecho esto antes en mi carrera, bla, bla, bla». Yo estaba preocupado. Pensé

que al llegar el fin de semana los jugadores estarían muertos. Pero entonces, Jesús, que estaba a cargo de la

preparación física, me dijo: «No te preocupes, ya verás». Recuerdo un día que le ganamos al Arsenal 2-1 en casa.

Remontamos un 0-1 jugando 95 minutos a gran intensidad, con mucha presión. Un par de días después me dijo

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a mí y algunos otros jugadores: «Es por esto que trabajamos tan duro, porque vamos a jugar todos los partidos

de la misma manera». Ahora estamos preparados para correr, para luchar, para competir en cada partido. Hemos

cambiado nuestra mentalidad.

Cuando un mánager te pide que hagas algo, lo haces, pero es mejor cuando te explica por qué debes

hacerlo.

Todo se graba, en el gimnasio y en el campo. A mí no me acababa de gustar eso al principio. De hecho,

antes no me gustaba mucho ir al gimnasio. Pero ahora lo comprendo. También la grabación. Cuando se entrena,

lo das todo. No te puedes esconder. Lo entiendo. Es la manera de ver si tus jugadores están implicados o no,

de conocerlos mejor, porque puede que estén actuando de una forma a la cara y de otra por la espalda. Se fija

mucho en el lenguaje corporal.

Durante tres meses nos costó, pero hubo dos partidos clave en los que empezamos a cambiar. Coincidió

con la entrada en el once de jugadores jóvenes, más decididos que los veteranos, con más ganas, más pasión.

Desde ese día sentí que los jugadores luchaban por él. En casa del Aston Villa perdíamos 1-0 y acabamos

ganando 1-2 en el último minuto. Lo mismo contra el Hull City. Fueron momentos cruciales, especialmente para

los jugadores menos experimentados pero a los que se les había empezado a dar nuevas responsabilidades.

Cuando llegó, trató de encontrar a dos o tres jugadores que le ayudaran a mostrar al resto de la plantilla

el camino a seguir. Y en la segunda temporada ya había más y más jugadores que comulgaban con su filosofía.

Y los que eran un poco más egoístas y no estaban preparados para ser parte del colectivo comenzaron a irse.

Así fue como hizo un equipo fuerte, un colectivo listo para disputar todos los encuentros, todos a una.

Sentí que me otorgó autoridad. «Voy a construir un equipo alrededor tuyo, vamos a ser competitivos y

vamos a luchar con los mejores equipos de esta liga», me dijo. Y así fue.

Lo hace de forma inteligente. Con él, nada es obligatorio. Siempre da opciones a los jugadores. Le gusta

vernos compartir momentos. Recuerdo que antes solíamos ponernos las botas y aparecíamos, uno a uno, a la

cancha. Él lo cambió todo. Dijo que teníamos que salir al terreno de juego juntos. Si eras el primero en ponerte

las botas, tenías que esperar a los otros. Siempre está buscando respuestas grupales.

Cuando da una charla en un entreno, le gusta que los jugadores estén cerca, físicamente incluso. Son

pequeñas cosas, pequeños detalles, pero muy, muy importantes. No se trata de fútbol, sino más bien de

relaciones humanas.

Creo que le gusta conocer a la persona antes de llegar a conocer al futbolista. El fútbol trata de ideas, y

los jugadores deben creer en el concepto y la filosofía. Oí una entrevista a Arrigo Sacchi y era como estar

escuchando a Mauricio Pochettino. El fútbol no va de tácticas, sino de espíritu, de pasión y de deseo. No va de

cosas como el 4-4-2. Esa puede ser la forma en que te plantas de entrada en el campo, pero luego, durante el

juego, hay mucho movimiento.

La derrota contra el Newcastle fue probablemente su peor día como mánager.

Me senté con él en el avión después del partido. Él no entendía por qué algunos de los jugadores habían

terminado la temporada de esa manera. Estaba muy decepcionado con algunos. Necesitó cinco días para digerir

la derrota. No luchamos durante toda la campaña para terminar de esa manera. Quedamos detrás del Arsenal

tras perder los dos últimos partidos. Sintió que los jugadores se habían ido de vacaciones demasiado pronto.

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Cuando volví de la Eurocopa, yo estaba con un estado de ánimo diferente, ya que hicimos un buen torneo. Pero

él seguía sufriendo.

Fue duro verlo tan abatido.

He aprendido mucho de él. Soy francés y somos diferentes en muchos sentidos, pero desde el primer día

me creo lo que me dice, me gusta cómo lo enfoca todo.

Por eso todavía estoy aquí. Me gusta el fútbol del Tottenham y me gusta la gente que trabaja en el club.

Estoy muy comprometido con la institución, pero todavía más con el mánager.

Si él se va, se va a poner todo en tela de juicio, todo. Si hoy me siento tan bien es gracias a él y a Toni,

el entrenador de porteros. Tengo fe en ellos, creo en ellos y los necesito para ser feliz en el Tottenham.

Harry Kane

Cuando me enteré de que iba a ser el mánager del Tottenham, sentí que solo podía salir bien. Sabía que

iba a tener la oportunidad de jugar si lo hacía bien, al igual que los jugadores jóvenes en Southampton. Yo tenía

unos veinte años, por lo que, obviamente, había unos cuantos delanteros por delante de mí en ese momento.

Me costaba entrar en el equipo. Cuando nos encontramos por primera vez, vi que era una persona de

trato muy fácil. Le podías decir claramente lo que pensabas, era muy respetuoso y quería conocer a todo el

mundo, a todos los jugadores, a los jóvenes también. A veces, cuando viene un nuevo mánager, solo quiere

conocer a los líderes del vestuario. La primera charla fue simplemente para saludar y conocernos como grupo,

no fue muy profunda. Yo, en todo caso, quería hablar y mostrar mi personalidad en el terreno de juego.

Fuimos a Seattle y luego a Chicago, probablemente uno de mis viajes de pretemporada favoritos. Pero

fue duro. Esa pretemporada regresé de vacaciones pensando que estaba en forma. Habíamos pasado por la

prueba de grasa corporal y yo tenía la más alta del equipo, algo así como el ¡18 %! No me lo podía creer.

«¡Aargh! ¡Tengo que hacer algo al respecto!», me dije. Él tenía su propio examen de aptitud, llamado Gacons. Es

como una carrera corta, cada vez más exigente, en la que te retas a ti mismo. Hicimos un montón de ellas en

pretemporada. Hicimos un esfuerzo físico como nunca antes. Y una gran cantidad de trabajo táctico, porque,

obviamente, quería inculcar su filosofía.

Aprendí mucho en esos primeros meses. Ciertos movimientos, por ejemplo. Él fue defensa, por lo que

sabe lo que el delantero debe hacer para obtener ventaja. A veces entrenaba jugadas de uno contra uno solo

con él, o con Miki o Jesús. Otras veces lo hacíamos en grupo, moviéndonos alrededor del área, buscando mejorar

las decisiones, las carreras al espacio. A Mauricio le gusta jugar con gran intensidad, quiere que todos corran,

empezando por el delantero. Me di cuenta enseguida de que si quería jugar tenía que aprender eso rápidamente

y adaptarme. Le gustaba filmarlo todo, y si pensaba que algo no andaba bien en un entrenamiento, me lo

mostraba en imágenes en los días siguientes.

Como era de esperar, no dudó en dar oportunidades a los jugadores más jóvenes. Los quería a todos en

sintonía, trabajando en la misma dirección. Es muy difícil conseguir lo que él ha conseguido en tan poco tiempo.

Recuerdo una conversación durante los primeros meses. Yo estaba jugando bien en la Europa League al

inicio de su primera temporada, pero, por una razón u otra, no lograba destacar en la Premier League. Como

estaba bastante frustrado, fui a verlo y me dijo que tenía que trabajar más. Dijo que el porcentaje de mi grasa

corporal era todavía alto, que no estaba haciendo el esfuerzo suficiente para maximizar mi talento. Eso me

cambió para siempre. Hay mánagers que se van por las ramas para no molestar al jugador, pero él fue muy

franco. Me dijo: «Tienes que hacer esto y esto y, como no lo haces, por eso no juegas». Me impactó. Así que lo

asumí y lo he estado haciendo desde entonces.

En uno de los primeros partidos de competición que jugamos —contra el AEL en Chipre, en la Europa

League— debíamos ganar. Perdíamos 1-0 en el descanso, y nos dijo que «le pusiéramos cojones». Estaba

realmente encendido y se dejó llevar, fue de las pocas veces que le he visto tan enfadado. Para muchos de los

jugadores era solo un partido de clasificación de la Europa League, pero desde el primer día, en ese descanso,

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el míster marcó el tono: quiere ganar todos los partidos, cada lucha por el balón, cada reto. Es así de apasionado.

Ganamos aquel encuentro 1-2.

Nunca he ido a su casa a comer. En realidad, debería invitarlo a conocer a mi hija. Tendrá que venir un

día. Haré una barbacoa y pasaremos un rato juntos. Porque es un hombre de familia, me siento cómodo con él.

Seguramente no me sentiría cómodo haciendo esto con otros entrenadores, pero él es un amigo.

A veces voy a su oficina solo para saludarlo. Si hemos descansado un par de días o nos hemos ido por

parón internacional, empieza por preguntar por tu vida personal –¿Cómo están los niños? ¿Cómo está tu mujer?–

y luego, quizá, empezamos a hablar de fútbol, sobre ciertas cosas que podríamos hacer mejor.

Una vez me dijo: «Puedes ser el mejor delantero del mundo». De vez en cuando hacemos broma al

respecto y, por supuesto, cuando le oigo decir eso mismo en los medios sé que solo está tratando de darme

confianza. Pero si lo hace, me envía un mensaje al día siguiente para enseñarme lo que ha dicho públicamente

y luego añade: «pero tenemos que trabajar todavía más duro».

Daniel Levy

En el Tottenham siempre hemos tratado de desarrollar jugadores y convertirlos en superestrellas, en

lugar de comprar grandes estrellas. Nuestros seguidores tienen un vínculo real con los jugadores de la cantera,

así que tienes que tratar de encontrar un entrenador que realmente crea en esa filosofía. Muchos dicen creer en

ella, pero cuando se ponen, cuando están trabajando, no cuentan con los jugadores jóvenes, prefieren comprar.

Siempre he tratado de encontrar ese tipo de entrenador.

Cuando observaba al Mauricio de Southampton, había dos cosas que para mí destacaban. La primera,

que parecía tener esa capacidad para desarrollar jugadores, y en eso realizó un trabajo fantástico. La segunda,

lo leal que era al club —nunca criticaba a los jugadores cuando las cosas no iban bien y siempre fue muy

humilde—. Eso es reseñable, porque es muy difícil enfrentarse a los medios cuando se acaba de perder un

partido. Probablemente quieres matar a uno o dos de tus jugadores, pero él nunca lo hizo. Así es como debería

ser. Las broncas tienen que darse en privado. Yo quería a alguien que creyera en la forma en que yo pienso que

deberíamos operar, por eso acudí a Mauricio.

Tras un cambio en la presidencia del Southampton, él no estaba del todo satisfecho. También sabíamos

que tenía una cláusula de rescisión. Dicho esto, Mauricio es una persona increíblemente leal, y esto también fue

clave al decidir que lo queríamos como mánager. Independientemente de lo que pusiera en su contrato, no creo

que hubiera dejado el Southampton si no se hubieran dado circunstancias personales que le permitieran hacerlo.

No contacté con él directamente. Lo hice, a través de un tercero, con su abogado, pero él no estaba

preparado para unirse a nosotros a mitad de temporada, y no fue hasta el final de esta que estuvo de acuerdo

en que nos viéramos. Nos reunimos en mi casa, fue un muy buen encuentro. Charlamos durante un par de horas;

su inglés no era tan bueno como lo es ahora. En ese momento era mucho más reservado, también. En Europa,

la relación entre el entrenador y el presidente es muy diferente a la que estamos acostumbrados aquí. No soy el

tipo de persona que se siente por encima de los demás —estamos todos en el mismo nivel, y yo hablo con quien

haga falta en el club—. Cualquiera puede venir y hablar conmigo.

Esa es la relación que quiero con mi entrenador, y creo que a Mauricio le costó algo de tiempo entenderlo.

Sí, yo soy el presidente, pero él puede tener una relación muy estrecha conmigo, lo cual probablemente difiere

de la forma en que él percibe a otros presidentes.

Jesús Pérez también estuvo en la reunión, algo que fue primordial, ya que a veces tenía que traducir.

Jesús es fantástico, muy inteligente, muy leal, y creo que forman un muy buen tándem. Y, obviamente, tiene a

otros dos entrenadores que también trajo consigo. Tuvimos un par de reuniones. Creo que con Mauricio todo

tiene que ver con el sentimiento; eso es importante para él, mucho más que el contrato, el dinero o cosas por el

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estilo. También sentía curiosidad, porque el Tottenham es un club grande, con seguidores en Argentina desde

hace tiempo.

Mauricio me dice que aposté por él porque, con el debido respeto al Southampton, las expectativas allí

eran menores que en el Tottenham y porque él no tenía un gran nombre. La mayoría de los aficionados quieren

nombres. Yo a veces le he hecho algo más de caso al nombre y no necesariamente ha funcionado.

La percepción pública es que los mánagers siempre quieren más jugadores y el presidente no quiere

gastar dinero. En realidad, el contraste con Mauricio es bastante interesante. Si lo dejara totalmente en manos

de Mauricio, ¡probablemente tendríamos solo once jugadores! Respeto el hecho de que, sin duda, no es el tipo

de entrenador que quiere gastar dinero. Sé que algunos aficionados y los medios piensan que tenemos que

gastar, gastar y gastar, pero cada vez que el Tottenham ha hecho un gran fichaje, en términos generales esos

jugadores no han sido los mejores sobre el terreno. En cambio, aquellos que hemos fichado por una cantidad

por debajo de la media son los que nos han dado un mejor rendimiento.

Nunca le he presionado, soy de los que creen firmemente que lo único que podemos hacer es hacerlo lo

mejor posible. Sé que otros presidentes presionan a sus entrenadores si no se alcanzan los objetivos: acabar

entre los cuatro primeros o los cinco primeros, o lo que sea. Nunca he tenido esa conversación con él. No es

necesario. Solo queremos ser lo mejor que potencialmente podemos ser. Es lo único que podemos hacer.

Recuerdo haber tenido una conversación con Mauricio, bastante al inicio, cuando no estábamos

haciéndolo muy bien y el estilo de fútbol era algo diferente a lo que yo esperaba. En el Southampton el fútbol

era más bien de ataque, y al principio no me daba la impresión de que fuera lo que estaba haciendo aquí. Yo

estaba un poco preocupado. Me dijo: «No te preocupes, se necesitará tiempo, lo más importante es el estado

físico de los jugadores». Estaba tratando de mejorar ese aspecto para conseguir que los futbolistas llegaran a su

nivel de condición física, a menudo diferente del que la mayoría de la gente podría pensar. Llevó un tiempo

establecer una ética de trabajo en el equipo. Él llega a las siete en punto de la mañana y a menudo está aquí a

las siete de la tarde. Está totalmente comprometido a ganar y totalmente convencido del proyecto.

Su capacidad para hablar con todo el personal y el vínculo creado entre el fútbol base y el primer equipo

es muy importante. La mayoría de los mánagers se centran en el primer equipo, dicen que les encanta la cantera,

pero… ¿hacen algo al respecto? Mauricio visita a menudo la academia, observa algunos de los partidos, tiene

mucha relación con el personal. John McDermott, el jefe de nuestro fútbol base, va a menudo al despacho de

Mauricio. El Tottenham es lo más parecido a un club familiar; todo el mundo conoce a todo el mundo. No tenemos

una gran infraestructura o un gran número de estamentos, así que se pueden tomar decisiones muy, muy

rápidamente.

Los dos luchamos por lo mismo, por la perfección. Él es un perfeccionista en el campo, y yo soy un

perfeccionista fuera del campo. Si nos fijamos en las instalaciones de la Ciudad Deportiva, probablemente sean

las mejores del mundo —el lugar y sus alrededores son fantásticos para trabajar—, y el nuevo estadio también.

Estamos construyendo una residencia con cuarenta y cinco habitaciones para los jugadores. Cuando tengan

dobles sesiones podrá mandarlos a descansar.

Todo lo que puedo hacer es darle los mejores recursos que el club pueda permitirse, luego le toca a él

hacer el mejor uso de ellos. Estamos muy compenetrados, así que sabe exactamente lo que estamos haciendo

en cuanto a las instalaciones físicas y está involucrado sugiriendo cambios y mejoras. Lo veo casi todos los días,

y a menudo nos enviamos mensajes de texto por la noche.

Voy a ver a Mauricio cinco minutos después de cada partido. La mayoría de las veces le digo «bien

hecho», poco más. Habrá momentos en que las cosas no vayan bien y el tipo de vínculo que estamos creando

nos haga sobrellevarlo juntos.

Somos fuertes. Soy muy cuidadoso con lo que digo, porque esa es su parcela, no la mía. Puedo decirle

que fue un gran partido, o que el jugador X o Y jugó en mi opinión muy bien. Pero nunca voy a ser crítico. Si se

abre a mí y me pregunta qué pienso acerca de un jugador o un exjugador, le doy mi opinión, pero en realidad

ese es su ámbito de competencia.

Yo no entro en los vestuarios, ahí manda él. Es su trabajo motivar y orientar a los jugadores. Cuando me

necesite voy a estar allí para él. Soy una persona bastante reservada, no me gusta ser el centro de atención, por

lo que no voy a plantarme ante los jugadores y dar un discurso. En los casi diecisiete años que he sido presidente

puede que lo haya hecho tres o cuatro veces. Fui a felicitarles cuando nos clasificamos para la Champions y

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también cuando no pudimos seguir en la Liga de Campeones después de luchar contra el West Ham, debido a

una intoxicación alimentaria. Los jugadores me ven en el campo de entrenamiento muy a menudo, mi puerta está

siempre abierta, por lo que de vez en cuando alguno de ellos viene a visitarme o me ven con Mauricio tomando

el desayuno, o el almuerzo; siempre hay alguien que se deja caer. Es realmente un ambiente familiar.

Los fichajes son una decisión colectiva. Pongamos que decidimos fichar a un jugador… un defensor.

Mauricio ya lo habrá hablado con el departamento de reclutamiento, habrá sugerido algunos nombres; yo mismo,

Mauricio y una o dos personas del departamento de fichajes nos sentaremos de manera informal para hablar de

las opciones; luego, el departamento de reclutamiento y yo trabajamos para dilucidar lo que es posible y lo que

no lo es. A continuación, el equipo de fichajes vuelve a Mauricio y le informa de que de los seis nombres, tres

de ellos son posibles, y luego probablemente tengamos una discusión acerca de los pros y los contras de cada

uno, como el tipo de persona que es cada uno, si es joven o veterano, el impacto que tendría sobre otras

posiciones en el equipo, si solamente juega en una posición, o si el dinero puede ser relevante… un montón de

factores diferentes. A partir de entonces Mauricio decide si prefiere al jugador X o al Y, o si ambos le parecen

bien, y en ese momento es cuando realmente me pongo a trabajar. Mi trabajo es darle lo que quiere. No siempre

podemos tener lo que queremos, pero sin duda intentamos hacerlo siempre lo mejor posible.

En realidad, no hemos discutido sobre el presupuesto del que disponemos. No es un secreto, con el

tiempo será un tema entre Mauricio y yo, pero que no haríamos público. Mauricio es muy consciente de que, en

primer lugar, tenemos un gran proyecto de inversión en el que nos estamos embarcando. Durante dos

temporadas hemos estado compitiendo por el título, pero es muy poco probable que podamos mejorar nuestro

once inicial sin tener que gastar una gran suma de dinero, y realmente no creo que ni yo ni Mauricio queramos

seguir ese modelo. Es una gran responsabilidad, somos un gran club, pero lo estamos llevando de manera

apropiada, somos autosuficientes. Si invertimos sesenta millones de libras en un jugador, significa que eso va a

tener algún efecto sobre algún jugador de nuestro once inicial, y si cometemos un error, será muy costoso. Si

nos fijamos en algunas estadísticas, en especial en esta temporada 2016-17 —hemos sido la mejor defensa del

campeonato, hemos marcado más goles que cualquier otro equipo, hemos conseguido la mejor diferencia de

goles de nuestra historia, y todo eso con el plantel más joven de la Premier—, llegamos a la conclusión de que

solo podemos aspirar a mejorar el equipo en general.

Siempre he dicho que lo que quiero de él es que sea un socio, que al firmar un contrato por cinco años

—lo que fue un gran compromiso para el club— fuera sobre la base de que realmente nos íbamos a comprometer

el uno con el otro.

Quiero que Mauricio sea el Alex Ferguson del Tottenham Hotspur, y dispone de una fantástica

oportunidad de serlo. Estoy convencido de que puede hacerlo. Coincidimos plenamente en dónde queremos

llegar.

Me sorprendería que otros clubs no se interesaran por Mauricio. Significa que lo estamos haciendo bien.

Nunca me ha enviado señales de que le gustaría irse. Le encanta el proyecto y una vez me envió una foto de Bill

Nicholson —uno de nuestros más famosos mánagers de hace años— aguantando abiertas las puertas del estadio

—son puertas con mucha historia y las estamos conservando para el nuevo estadio—. Le respondí: «Un día ese

serás tú», porque eso es realmente a lo que yo aspiro. Nada me gustaría más que Mauricio fuera nuestro mánager

durante diez o quince años más. Creo que para construir el éxito se necesita tiempo, es un proceso largo. Es

fácil marcharse y convertirse en mánager del Real Madrid, por ejemplo. Es un club fantástico, no me

malinterpreten, pero ganar en el Tottenham Hotspur es de lejos mucho mejor que ganar con el Real Madrid, y él

está de acuerdo.

Mauricio quiere este tipo de éxito, este reconocimiento, ser alguien primordial. Y en este club, él puede

ser primordial. En algunos otros clubs, el presidente es el hombre más importante, pero eso no es lo que pasa

aquí. Yo tengo un perfil bajo, y quiero que él sea el hombre importante. Él. A veces es bueno que te regalen

algo cuando no lo esperas, como el Bentley con que le obsequié como muestra de aprecio. Y pasó algo muy

raro cuando fuimos dos días a Francia y asistimos a una degustación de vinos —obviamente, también hablamos

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de jugadores— y al regresar él me compró un regalo y yo le compré otro, que resultó ser… ¡la misma botella

de vino! Un vino de postre que nos encantó. ¿No es increíble?

Apéndice 1

Resultados de la temporada 2016-2017

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Apéndice 2

Comparativa entre temporadas

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Agradecimientos

A veces perdemos la perspectiva. Cuando Orion sugirió un libro sobre Mauricio Pochettino, no podía creer que

no se me hubiera ocurrido a mí. Tenía mucho sentido. Había seguido su carrera muy de cerca en el Spanyol, el

club que he apoyado desde que era un niño. Lo había visto trabajar con los jóvenes en un periodo muy sensible

para el club, y había escuchado muchas veces de él y de su equipo lo que estaban tratando de hacer. Fueron

tiempos emocionantes: un entrenador joven lleno de energía queriendo cambiar la historia reciente de nuestro

Espanyol.

Mantuvimos el contacto cuando se hizo cargo del Southampton, y luego del Tottenham. Y entonces, Mark

Rusher, gran fan del Tottenham y que trabajaba para Orion, sugirió su nombre, y acertó de pleno con el momento.

En lugar de contar la vida de un entrenador que había tenido éxito en un club legendario, o de un par de

jugadores excepcionales, esta era la historia de un mánager cada vez más respetado en un equipo en auge, que

estaba aplicando lo que había aprendido en Argentina y España para crear la voluntad necesaria para ganar

cosas. Así que me acerqué a Mauricio con la idea, pero fue Karina Grippaldi, su esposa, quien realmente le

convenció de que se involucrara. ¡Y lo hizo!

Tengo que agradecer a Mauricio la enorme cantidad de tiempo que me ha dedicado y por permitirme

visitar el campo de entrenamiento regularmente; y a Karina por abrirme las puertas de su casa y sus álbumes de

fotos, así como por esa charla fascinante y profunda que incluyó a los jóvenes Sebas y Mauri. Sé que los molesté

durante el verano, al obligarles a interrumpir su descanso para atender la escrupulosa revisión de lo que yo

estaba escribiendo. Jesús Pérez estuvo siempre presente, y siempre optimista. Me escuchó y ayudó a entender

las complejidades del trabajo de un mánager y sus asistentes. Muchas mañanas, Miki d’Agostino me llevaba al

campo de entrenamiento, siempre con una historia fascinante para contar.

Toni Jiménez parecía un poco avergonzado y tímido al hablarme de su admiración por Pochettino, pero

eso me dio una idea mucho más aproximada del tipo de vínculos que crea Mauricio. Susan Bowdidge, la secretaria

de Mauricio, era la sonrisa de bienvenida cada lunes en su oficina. Simon Felstein no podría haber sido más útil,

por entender y apoyar el proyecto desde el primer día.

Todos los jugadores, amigos, directores y entrenadores con los que hablé me ofrecieron nuevas

percepciones sobre el mundo de Pochettino. De Hugo Lloris (que incluso llamó dos veces para ofrecerme más

anécdotas) a Harry Kane, Dele Alli, Danny Rose, Daniel Levy, Ramón Planas, Alejandro E. Alonso, John McDermott,

Paul Mitchell, Jordi Amat, Victor Wanyama, Harry Winks, Les Reed, Jay Rodríguez, Luke Shaw, Adam Lallana y

Eric Dier. Bill Beswick me ayudó a entender la psicología de los mánagers y, una vez más, puso mis confusas

ideas en orden.

Vuelvo a decir lo mismo que en otras ocasiones, pero la repetición no lo hace menos cierto. Es un

privilegio que una editorial como Orion y Alan Samson, el editor de Weidenfeld & Nicolson, me brinden el apoyo

y la confianza necesarios para seguir escribiendo libros, incluso aunque yo nunca pensara que tenía más de uno

para escribir. David Luxton es el complemento perfecto para intercambiar ideas.

Paul Murphy irradia la calma y la visión tan necesarias para dar al libro los toques que lo han convertido

en lo que es.

Y, por supuesto, tengo que dar las gracias a mi equipo. Sin ellos, esto sería mucho menos divertido:

Maribel Herruzo, la compañera perfecta, organizadora, investigadora y tantas otras cosas más; William Glasswell

y sus alentadoras palabras mientras corregía; Miguel García con su contagioso buen humor y comentarios

precisos; Marc Joss y Hugo Steckelmacher, los mejores traductores en esta área; Peter Lockyer, que siempre está

ahí cuando es necesario; y Brent Wilks, quien se aseguró de que el resto de la compañía trabajara mientras

estábamos en otro mundo. Del cual acabamos de regresar.

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MAURICIO POCHETTINO.

IMÁGENES

Esta es mi esencia, mi foto favorita: por la edad que tenía, por lo que para mí representa ese lugar, el

campo. Detrás se ve un arado, la pelota y la zapatilla rota. Tenía como una especie de pañal puesto, aún no

había cumplido los tres años. Así son los veranos allí.

(Cortesía de Mauricio Pochettino).

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En mi infancia jugaba al aire libre, era amigo de los animales. (Cortesía de Mauricio Pochettino).

Aquí estábamos en tercera división con el segundo equipo de Newell’s y acabábamos de ganar en la

cancha de Central, nuestro gran rival. 4-0. A la izquierda y con traje, el técnico, Marcelo Bielsa. Ya parecía mayor

de joven. Estuve con ellos siete u ocho meses. Ahí jugaba también Batistuta, llegamos juntos al primer equipo.

(Cortesía de Mauricio Pochettino)

Este es el día que Karina me echa el ojo. Aquí estoy con Julio Zamora, un jugador ofensivo que la tocaba

muy bien. Estábamos en el Canal 3 dando entrevistas y celebrando el título de liga, el del 90, con Bielsa, el

Primero que gané.

Karina, a la que no le iba mucho el fútbol, tenía una amiga loca de Newell’s que se había empeñado en

conocer a Gamboa, un defensor de pelos largos. “Un día iremos a la discoteca a la que van los jugadores.”

“A mí el que me gusta es el otro de pelos largos”, dijo Karina viendo el programa de Canal 3 por la tele.

“Pero ¡si es un nene!”, le decía su amiga.

Yo tenía dieciocho años. Así me echó el lazo desde la distancia. Unos meses después coincidimos en esa

discoteca.

(Cortesía de Mauricio Pochettino).

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Con mi padre y mis hermanos Martín y Javier.

(Cortesía de Mauricio Pochettino).

Con Griffa, el entrenador que me hizo debutar y por entonces coordinador del fútbol base, cuando me

fichó el Espanyol en el 94. Me acompañó a Barcelona, y aquí estamos visitando la redacción de Mundo Deportivo.

Era como mi segundo padre.

(Cortesía de Mauricio Pochettino).

Con Toni, hoy nuestro entrenador de porteros. Estamos muy unidos. Muchísimo.

(1994-2000) (Cortesía de Mauricio Pochettino)

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Desde nuestro piso vimos cómo volaban Sarrià. Un día triste. Karina quiso dejar flores sobre las ruinas,

pero no le dejaron.

(Septiembre de 1997) (Cortesía de Mauricio Pochettino).

Ganar con el Espanyol sabe muy bien. Obtuvimos la Copa en el año 2000, después de sesenta años sin

ganar nada. Dos generaciones no nos habían visto levantar una copa.

Más tarde, mientras esperaba para pasar el control antidopaje, Karina, Sebastiano, mi amigo Horacio y

su mujer Yolanda estuvimos un rato en medio de un Mestalla vacío.

No pude festejar porque a los pocos días tenía un partido con la selección argentina.

(Carlos Mira/RCD Espanyol).

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Karina, Sebastiano y Yolanda el día de la final de Copa en Mestalla. (2000) (Cortesía de Mauricio

Pochettino)

Ese día acabé llorando. De hecho estoy llorando ahí. Nos íbamos a París. Dejar el Espanyol, aunque volví

más adelante, fue duro. Karina estaba embarazada Mauri. (2001) (Cortesía de Mauricio Pochettino)

Gol al Marsella en partido de Copa en el Parque de los Príncipes. Córner de Hugo Leal y remate mío de

cabeza. Era otro PSG, y otra liga. Estaba lleno de equipos buenos: Lyon, Lille, Burdeos, Marsella, PSG…

(2001-2003) (Cortesía de Mauricio Pochettino).

Diego me invitó al homenaje que le hicieron en Boca. Acabó todo el mundo llorando. Se disputó un

partido Boca-Selección nacional. Lleno de estrellas: Higuita, Valderrama, Stoichkov… Uno de los días más bonitos

en una cancha de fútbol.

Su discurso nos hizo llorar a todos. ¡Qué carisma, qué energía tiene Diego, esté como esté! (10 nov.

2001) (Cortesía de Mauricio Pochettino).

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Ronnie acababa de llegar de Brasil al PSG. Tenía una técnica extraordinaria, pero, sobre todo, derrochaba

carisma. Mi hijo Mauri, pequeño todavía, casi aprendió a decir ‘Inho, inho’ antes que papá porque se enamoró

de él después de verle en un anuncio. Le dije a Ronnie: “Tienes que conocer a mi hijo, te adora”.

Pero cuando le llevé estaba alucinado. No sabía si el que tenía delante era el de verdad o el del anuncio.

(2001-2003) (Cortesía de Mauricio Pochettino)

Le tengo mucho cariño a Mikel Arteta. Será un gran entrenador. Ahora está con Guardiola. Era como un

hermanito menor. Tenía ahí 17 años cuando llegó al PSG y ya se veía que iba para grande. (2000-2002)

(Cortesía de Mauricio Pochettino)

Con mi madre, Amalia, y mi hermano Martín en mi rancho. (Cortesía de Mauricio Pochettino)

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En mi campo y con mis vacas: mi terreno en Argentina. (Cortesía de Mauricio Pochettino).

Esta foto es de Japón, durante el Mundial de 2002. Con Simeone y Batistuta. (Cortesía de Mauricio

Pochettino)

Con Zinedine Zidane. Me saqué la foto por haber sido una leyenda del Burdeos.

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Estaba bien delgado, se nota que era pretemporada. (2003-2004) (Cortesía de Mauricio Pochettino)

En Francia, en Burdeos, descubrí la magia del vino. Compré libros y empecé a interesarme por el tema. Fiché

por el Burdeos (le dije que no al Villarreal) en parte para vivir de cerca y respirar la zona donde se hace el mejor vino

del mundo. Un château al lado de otro. Vivíamos justo detrás del Gran Teatro.

(2003-2004) (Cortesía de Mauricio Pochettino).

Jugamos un amistoso en el Camp Nou, yo formé parte del equipo Resto del Mundo, en el que también estaba

un chico delgadito que jugaba en el Anderlecht, Vincent Kompany. Cruyff dirigió uno de los conjuntos. A Johan lo conocí

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por su hijo Jordi, que jugaba en el Espanyol. Fue un hombre valiente, uno de los genios del fútbol. Una de esas personas

iluminadas.

(2004) (Cortesía de Mauricio Pochettino)

Volví al Espanyol en 2004. Aquí estoy escuchando a Miguel Ángel Lotina, nuestro entrenador, con Raúl

Tamudo, leyenda del club.

(Carlos Mira/RCD Espanyol)

Esta foto es de cuando ganamos la Copa en 2006 con el Espanyol. Estoy con Martín Posse, Zabaleta y Pandiani.

(Carlos Mira/RCD Espanyol).

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Otra marcha. Otro cambio. La imagen de los futbolistas y su familia que nunca se ve. Cena de despedida del

Espanyol.

(2006) (Cortesía de Mauricio Pochettino)

Al final de mi carrera con el Espanyol, el presidente Daniel Sánchez Llibre me entregó la insignia de oro y

brillantes para conmemorar mis 264 partidos de Liga con el club. Fue en el Estadio Olímpico Lluís Companys antes del

partido Espanyol- Celta, delante de 18.000 aficionados.

(16 septiembre 2006) (Carlos Mira/RCD Espanyol)

En 2006 dejo el fútbol y nos vamos a Bariloche, Argentina. Viaje de tránsito de una época a otra. Es el típico

viaje para el que los chavales recaudan dinero durante años para celebrar el final del bachillerato. Yo no pude ir, fue

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mi hermano, porque con diecisiete años estaba convocado con el primer equipo de Newell’s para un torneo en Italia.

Concluí en Bariloche mi etapa de futbolista. Empezaba una vida diferente.

(Cortesía de Mauricio Pochettino)

Una vez fui a esquiar con la familia. Qué buena pinta tenemos, ¿eh? Una y no más.

No sabemos. ¡Ya no vuelvo!

(Cortesía de Mauricio Pochettino)

Haciendo prácticas con el equipo femenino del Espanyol. Entrenábamos en la mitad del campo; en la otra

mitad, el juvenil. A menudo los chavales se despistaban viendo a nuestras chicas. “Va, mirad a otro lado, hombre”,

les decía.

(2008) (Carlos Mira/RCD Espanyol)

Page 168: Brave New World. Inside Pochettino’s Spurs€¦ · ocurridas en Rosario, Barcelona, Francia, Southampton y Londres. También tuve ocasión de charlar con Toni Jiménez, exjugador,

“Siempre con la cantera.” Eso define mejor que otra cosa mi tiempo en el Espanyol. Me gusta esta foto.

(2009-2012) (Carlos Mira/RCD Espanyol)

Hicimos la promesa, así que subimos a Montserrat tras salvarnos con el Espanyol en mi primera

temporada de entrenador.

(2009) (Cortesía de Mauricio Pochettino)

En el jet privado de Nicola Cortese de camino a Inglaterra. El inicio de mi aventura en la Premier.

(Enero de 2013) (Cortesía de Mauricio Pochettino)