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A los carmelitas la calle Martínez Marina nos trae diversos y contra- rios recuerdos. Por una parte, uno de los primeros emplazamientos de la presencia carmelita en Ovie- do. Fue en el número 3 –proba- blemente no coincide con la ac- tual numeración de la calle– y la casa fue propiedad de D. Silvestre Cano. Ahora te pido que mires con atención la foto de tu izquier- da. Arriba en el frontispicio lees claramente: Juzgados; y si tienes vista de águila, rematando el arco, el escudo de Oviedo. Este edificio es por este lado una oficina del ayuntamiento, la placa azul lo denota; en su parte inferior unos ventanos con rejas. ¿Adónde quiero ir a parar? Al recuerdo conmovedor y al lugar en que, según informaciones verificadas verbalmente mediante personas que lo conocieron –no documentalmente por el momento, y lo lamento de verdad- fue el cuartelillo de la policía municipal en los años 34. Y donde, en sus sótanos, padecie- ron injurias y vejaciones de todo tipo, nuestros hermanos carmelitas, que afortuna- damente no sufrieron el martirio, no tuvieron la gracia del martirio cruento, pero sí el martirio del alma. Está en la prolongación de la calle Quintana, pero el edificio tiene también entrada por la calle Martínez Marina. ¿Tras esas rejas estuvieron la mayor parte de los carmelitas teólogos durante unos días? Pues sí, ahí estuvieron. P. Antonio Mingo, ocd Redactor del Boletín BOLETÍN INFORMATIVO OVIEDO CAUSA DE CANONIZACIÓN DEL BEATO EUFRASIO DEL NIÑO JESÚS mártir carmelita

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Page 1: BOLETÍN INFORMATIVO 71.pdf · do. Fue en el número 3 –proba-blemente no coincide con la ac-tual numeración de la calle– y la casa fue propiedad de D. Silvestre Cano. Ahora

A los carmelitas la calle Martínez Marina nos trae diversos y contra-rios recuerdos. Por una parte, uno de los primeros emplazamientos de la presencia carmelita en Ovie-do. Fue en el número 3 –proba-blemente no coincide con la ac-tual numeración de la calle– y la casa fue propiedad de D. Silvestre Cano. Ahora te pido que mires con atención la foto de tu izquier-da. Arriba en el frontispicio lees claramente: Juzgados; y si tienes

vista de águila, rematando el arco, el escudo de Oviedo. Este edificio es por este lado una oficina del ayuntamiento, la placa azul lo denota; en su parte inferior unos ventanos con rejas. ¿Adónde quiero ir a parar? Al recuerdo conmovedor y al lugar en que, según informaciones verificadas verbalmente mediante personas que lo conocieron –no documentalmente por el momento, y lo lamento de verdad- fue el cuartelillo de la policía municipal en los años 34. Y donde, en sus sótanos, padecie-ron injurias y vejaciones de todo tipo, nuestros hermanos carmelitas, que afortuna-damente no sufrieron el martirio, no tuvieron la gracia del martirio cruento, pero sí el martirio del alma. Está en la prolongación de la calle Quintana, pero el edificio tiene también entrada por la calle Martínez Marina. ¿Tras esas rejas estuvieron la mayor parte de los carmelitas teólogos durante unos días? Pues sí, ahí estuvieron.

P. Antonio Mingo, ocdRedactor del Boletín

BOLETÍN INFORMATIVOOV IEDO

CAUSA DE CANONIZACIÓNDEL BEATO EUFRASIO DEL NIÑO JESÚS

mártir carmelita

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Cuando se acerca la hora de la ofrenda más sagrada de la vida hu-mana, el sacrificio moral con atisbos y asomos de derramamiento cruento de toda una comunidad de estudiantes teólogos que frisan los veintipo-cos años, parece no sólo prudente sino hasta dig-

no de la mayor veneración ceder la palabra a los que padecieron prisión y dolor íntimo, imposible de plasmar con el lenguaje del que no ha sufrido ni de lejos algo parecido. Por eso, trasladaremos la comunicación que nos legó el también ‘mártir’ carmelita el P. Eugenio de san José.

«Notorio es que la recién pasada revolución extremista alcanzó su grado máximo de intensidad y de salvajismo en la región asturiana y que culminó, como en epílogo apocalíptico, en los nueve días revolucionarios que presenció aterrada la hasta entonces pacífica, industriosa y elegante ciudad de Oviedo. Voz común ha sido que la ya asaz larga historia de la ferocidad humana se condensó en esos nueves días; días de horrible memoria para todos los ovetenses que no tuvieron la dicha de hallarse ausentes de Oviedo desde el 5 al 14 de octubre. Nueve días de lluvia mortífera, que asoló una de las más hermosas capitales de España: nueve días de incesante bombardeo sobre la ciudad con toda clase de armas arrojadizas, desde la pistola «Star», cuyo chic chac durará mucho tiempo en nuestros oídos hasta el grueso cañón de pavoroso estampi-do. Los fusiles, las ametralladoras y las bombas nos acostumbraron a no vivir ni cinco minutos siquiera sin escucharlos, pues no se daban un punto de reposo. Y este tronar del fusil, de las bombas, de los caño-nes y de las ametralladoras no se localizaba en uno o dos sitios de la ciudad, sino que se oía en cada rincón, en cada esquina, donde se prodigaba toda clase de metralla, cercenando sin piedad las vidas y cubriéndose las calles de muertos, dos y tres días insepultos; y todo esto en medio de un blasfemar satánico que ponía en el cuadro, tan horriblemente trágico, una nota viva del infierno.

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“Nueve días revolucioNarios: octubre de 1934”[Apuntes para una biografía anunciada]

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En esos nueve días perecieron en Oviedo millares de personas, combatien-tes e inocentes, y se saquearon las tiendas, y se desplomaron, arruinados por el fuego o por la metralla, los principales centros de cultura, de arte y de religión. Hoy son un montón de ruinas, ya frías, la Universidad, el Instituto, el gran Hotel Covadonga, el Banco Asturiano, la Audiencia, el Teatro Campoamor, el Seminario, el Palacio Episcopal, el convento de Santo Domingo, el convento de San Pelayo de las religiosas benedictinas, la mejor parte de la Catedral, los mejo-res comercios y almacenes, etc. etc.: hay calles enteras que sólo pueden ostentar a los visitantes de Oviedo -y son legiones los que lo visitan- el esqueleto de sus paredes calcinadas. Adonde quiera que se vuelvan los ojos se ven balcones y ventanas sin cristales y casas en ruinas por cuyas ventanas y balcones, desolado-ramente abiertos, se adivinan las tragedias que dentro se desarrollaron. A manos criminales han perecido numerosos sacerdotes, religiosos y seminaristas, magis-trados e ingenieros, militares y civiles. Algunos han sido quemados vivos, otros fueron obligados a cavar sus tumbas, a otros se les han extraído los ojos y se les ha abierto en canal, de otros se dice que han sido crucificados. El muy ilustre Provisor de la Diócesis, D. Juan Puertas Román, y el Sr. Secretario de Su Ilustrísima, que además era Lectoral del Cabildo, han sido hallados cadáveres; el Secretario, D. Aurelio Gago, con la cabeza bárbaramente triturada.

NUESTRA ODISEAEl jueves, 4 de octubre, notábase algo raro en el ambiente, de augurio trá-

gico, con el planteamiento de la huelga general revolucionaria.

El viernes suenan en Oviedo los primeros disparos, tiros sueltos y a inter-valos. Entre siete y siete y media avisan al convento, desde el Hospital Provincial, pidiendo un Padre para absolver a cuatro guardias civiles semimuer-tos, del puesto de Llanera: tres destrozados y sin sentido. A la hora se repite el aviso para unos guardias de Asalto, también malheridos de gravedad. Por la tarde se intensifica el fuego de fusilería, y nosotros podemos, con precaución, escuchar el chasquido de las balas que se estrellan en las paredes del convento. Aquella noche, del 5 al 6, el fuego de los fusiles se repartió a distintos tiempos, de suerte que parecía se trataba de pequeñas escaramuzas entre algunos exal-tados y las fuerzas del Gobierno.

El sábado, 6, amaneció la capital de Asturias al son de un recio tiroteo. Los revolucionarios daban vista a la ciudad por el barrio de San Lázaro. Las balas menudeaban; pero... se confiaba en las fuerzas del Gobierno. Después de comer hubimos de retirarnos de la huerta los Padres de la Comunidad, mientras nuestros estudiantes se cobijaban al amparo de la tapia, pues ya no estábamos seguros. Aunque de lejos, la metralla nos alcanzaba. Entonces se consultó al Gobierno civil, por teléfono, cuál era la verdadera situación de la ciudad y el peligro que podíamos correr. Nos contestaron que la situación era grave; que

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naturalmente las miras de los rebeldes no eran en primer término los conventos ni las iglesias, sino los edificios públicos; que podíamos sin embargo, tomar precauciones. Pedimos fuerza de protección: se nos respondió que toda ella estaba enfrentada a los rebeldes.

Inmediatamente decidimos y organizamos la salida del convento a casas particulares, que se nos habían ofrecido con gran generosidad. Echamos por delante a nuestros colegiales, religiosos ya teólogos. Los Padres fuimos también saliendo, cada uno como pudo, por donde pudo y adonde pudo, pues los revo-lucionarios merodeaban ya tras la tapia del Hospital con vista al Campo de S. Francisco y a la calle de Policarpo Herrero. El R. P. Eufrasio (el futuro mártir de la revolución) saltó por la tapia del huerto conventual al jardín de la casa con-tigua. El P. Antolín, dando prueba de serenidad, optó por quedarse sólo en el convento, del cual no salió hasta el lunes, saltando él a la calle por la tapia de la huerta, cuando vio que los revolucionarios saltaban hacia dentro por otro punto de la misma, para tomar posesión del convento. Ya dentro de la huerta se tiraron a toda prisa hacia el centro del edificio entre dos martillos que corren y paralelos a la calle de Villamil, y como encontraron cerradas las puertas y ventanas destrozaron los hierros de una ventana y se metieron, quedando due-ños y señores del convento, mientras duró la revolución.

El que suscribe llevó el Santísimo de las Exposiciones en el seno. Ante Su Divina Majestad pasamos en vela toda la noche, del sábado al domingo; las gentes reunidas en el sótano de nuestra casa-refugio, el número 12 de la calle del Marqués de Santa Cruz.

Aquí estábamos el H.° Anselmo, portero del convento, y el infrascrito. Nuestros estudiantes se habían refugiado en el número 11 de la misma calle y los Padres en casas conocidas y vecinas, menos uno que, hallando ya cerrada la casa adonde se dirigía, fue peregrinando de puerta en puerta hasta que, encontrando una abierta, se metió por ella y allí pasó la tormenta a gusto o disgusto de sus dueños, que por cierto le trataron gentilmente. Este Padre oyó contar a los revo-lucionarios que los seminaristas habían "vivado", antes de morir, a Cristo-Rey.

La tarde del sábado fue de gran jaleo. Los revolucionarios se multiplicaban prodigiosamente. El parque de San Francisco era un hervidero de ellos. Se defendían detrás de los árboles, de las fuentes..., apuntando, en acecho, en todas direcciones y disparando con prodigalidad. En el grupo rebelde, que pude ver con gran precaución, había un viejo, bien viejo, que les repartía municio-nes, y un niño que les ofrecía comida sin miedo a las balas de los guardias. Un detalle del nerviosismo revolucionario: al caer de la tarde dicha, se me ocurrió subir del sótano al primer piso y tendido en el suelo quise satisfacer una vez más la curiosidad, entreabriendo con cuidado una contraventana que da al Parque. Inmediatamente de abrir, llegó, dirigida a mi frente, una bala, que por fortuna se estrelló en los hierros protectores del balcón.

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El domingo, festividad de la Virgen del Rosario, tuve la dicha de celebrar la Santa Misa en el sótano de nuestra casa refugio […].

Prometía ser aquel un día horrible por el preludio mañanero. Y, en efecto, fue un día ensordecedor por el continuo repicar de la metralla en la fachada de la casa donde estábamos, a la vera de la cual habían fijado un puesto los rebel-des, cuyo fuego era contestado desde las casas de enfrente, situadas al otro lado del parque. Entraban las balas de fusil en los pisos de la casa, que iba siendo acribillada, y que por fin fue destruida casi por completo por la dinami-ta. Como allí no nos sentíamos seguros, ni mucho menos, decidimos saltar por detrás de la casa que ocupábamos a la casa vecina por un pasadizo trasero, con la ayuda de una escalera de mano. […]

En la casa número 11, donde, como queda dicho, estaban nuestros colegia-les, se hallaba el Santísimo, llevado del Colegio de los Hermanos Maristas por uno de nuestros colegiales, diácono. Nuestros colegiales comulgaron fervoro-samente, como los primeros cristianos en vísperas del martirio; luego consumí las hostias restantes.

Como también peligrábamos en la nueva casa, acordamos abrir un boque-te en la pared maestra y pasar a la contigua y mediera, y luego, ya en ésta y por la misma causa abrimos otro boquete para pasar a la siguiente, arrastrando en este traslado de casa en casa a toda la gente de las casas abandonadas, edificios de los más capaces y hermosos de Oviedo. A la casa, donde última-mente nos refugiamos, llegaron cuatro guardias armados, que creo venían de prestar servicio en el Hospital. No sé cómo pudieron llegar hasta allí. Quisieron luego salir para seguir cumpliendo lo que estimaban su deber, y tres de ellos, apenas pusieron el pie en la acera, quedaron tendidos, muertos de tres balazos. El cuarto, prudente, retrocedió enseguida y se metió con nosotros en casa. Es el guardia desaparecido, y cuyo llavín se encontró en el lugar de la quema y cuyo carnet, vestuario y pistola aparecieron en un patio.

A la caída de la tarde del domingo, a boca ya de noche, se acercó a nosotros, que formábamos un número considerable por el arrastre de las casas abandona-das, un fulano conocido y al parecer amigo, participándonos, de parte de los

revolucionarios, que si quería-mos salvar la vida, nos retirá-semos de allí, pues habían decidido volar aquella noche con diez cargas de dinamita toda la calle del Marqués de Santa Cruz. Al parecer, tal era la verdadera intención de los rebeldes. El nutrido grupo siguió con gratitud al guía y

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caminando detrás de él sigilosamente, nerviosamente, a favor de una lamparita intermitente y el santo y seña que le habían confiado, UHP, llegamos a la casa que nos había sido indicada, nada menos que la casa-cuna del insigne cardenal Primado Guisasola. La casa estaba tomada por los revolucionarios, que domina-ban todo el barrio, y el camisa roja que nos recibió, fusil al brazo y revólver al cinto, nos dio a entender con voces imperiosas y amenazadoras que estábamos a su disposición. Las órdenes fueron terribles: una falta de respeto mutuo se castigaría con levantarle al culpable la tapa de los sesos.

Pasamos la noche, quién tirado por el suelo, quién sentado en una silla o en un banco, el que no la pasó de pie. Éramos sobre cincuenta y claro está, atestá-bamos la casa. Supongo que nadie dormiría buen sueño. El que suscribe, senta-dito en una silla, pasaba con aquélla la segunda noche sin pegar los ojos, y aún le quedaban otras dos en que nada dormiría. Amaneció el lunes 8, y penetraron en los distintos locales donde estábamos, los rojos camaradas, ya documentados del personal cogido, apuntando a todo bicho viviente con sus fusiles y revólveres, mientras pedían la filiación de cada uno y requerían las armas que pudiésemos llevar y nos registraban de pies a cabeza. «Este huele a sotana de cura y a carne de frailes», decía en alta voz un camarada regodeándose; y añadía: «He aquí un fraile que tiene que ser fusilado hoy mismo». Se portaron con nosotros en esta primera entrevista ferozmente. Las amenazas de muerte, las blasfemias, las veja-ciones, aunque no de obra todavía, llovían sobre nuestras cabezas. Nos iban a comer enseguida con arroz, según decían. Cacheados y rociados de insultos, se organizó nuestro traslado a la prisión con gran aparato bélico y con notas de crueldad salvaje. Camino de la cárcel nos seguían con los fusiles enfilados a nues-tras espaldas, llevando uno de ellos una gran cuchilla de carnicería, que lo mismo podía ser para decapitarnos, que para probar que nos habían sorprendido con armas. Con el rabillo del ojo miraba yo de cuando en cuando hacia atrás, para ver si se disponían a cumplir las amenazas que por sus labios iban vomitando.

Como los que a mí me llevaban decían y repetían que apenas llegara al lugar destinado correría la suerte de mis correligionarios delanteros, me supuse que al llegar a la prisión hallaría tendidos por tierra los cadáveres de mis discí-pulos. Felizmente al entrar en el cuartelillo-prisión –sito casi en la interferencia de Martínez Marina con Campomanes– los vi aún vivos. Quedamos allí prisio-neros y en un segundo cacheo nos despojaron de todo. Allá se fueron los relo-jes, los útiles y sobre todo el dinero. Ellos no querían dinero, porque la revolu-ción proletaria lo abolía; pero se quedaron con todo lo que llevábamos... y hasta la fecha ...

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FiNca roel 1934

¿Qué tiene que ver esta finca con el argu-mento de nuestro Bole-tín? En alguna ocasión hemos hablado del Insti-tuto Alfonso II de Ovie-do, cercano al convento de los carmelitas y que en la revolución del 34 sufrió un pavoroso in-cendio y una tremenda explosión con el avieso ánimo de llevarse por delante a un buen número de cristianos, por el hecho de serlo y un puñado de servidores del orden público. Dicho Instituto se alzó sobre el solar de esta finca conocida con el nombre del médico propietario del terreno, Faustino Roel. La finca fue adquirida por los jesuitas. Es, pues, un solar con his-toria. La reconstrucción a plumilla se debe a Juan Alberto Tapioles.

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Más sobre las calles MartíNez MariNa y QuiNtaNa

La calle Quintana me trae grandes recuerdos. Yo que ya soy bastante viejo la conocí sin asfaltar. El edificio gris de la derecha era la Casa de Socorro por la fachada de Martinez Marina y los Juzgados por detrás. Ahí me casé por lo civil; antes era llegar, firmabas y ya estabas casado. Por lo religioso en el Cristo de las Cadenas. Hoy es el Ambulatorio "Centro-Sur" y Servicios Sociales. A continuación estaban los Bomberos y Casa Delmiro

gran aficionado a la opera; siempre me decía: "¡Qué bien cantaba tu padre, era muy parecido a Fleta, qué pena que no haya estudiado música!". Al fondo se ve el "Arco de los Zapatos" ya en el Fontán. Y la majestuosa y bonita torre de mi iglesia, donde fui bautizado, San Isidoro del Real. Cuánto da de si una foto, y todavía me queda algo en el tintero.

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Noticias, Noticias, Noticias

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De ASTURIAS

Tenía una casa alquilada en inmejorables condiciones. La cosa se alteró con la llegada de unos nuevos inquilinos que per-turbaban la tranquilidad del vecindario, con sus saraos y otras “fiestas” prolongadas hasta altas horas de la madrugada. Eso me inquietaba enormemente, porque la paz de que se había gozado en la casa se había roto. No quería entrar en juicios ni en demandas judiciales, que son una carga y un tropiezo. Le

encomendé el asunto, bien peliagudo, al beato Eufrasio; no veía que ellos, padre e hija tuvieran ningún deseo de marcharse del piso, con el agravante de que no abonaban la renta. El Señor, por mediación de nuestro beato y mártir asturiano, escuchó mis súplicas. Ellos solitos, sin ninguna presión externa que los coaccionara, se marcharon aunque el piso quedó hecho una desolación. Por ello doy gracias a Dios que atendió la intercesión del Padre Eufrasio. Recomiendo encarecidamente que encomienden al beato carmelita cuantos asuntos crean convenientes, con fe y perseverancia. Elisa.

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Quienes deseen contribuir a la difusión de la Causa para obtener con la gracia y la voluntad de Dios la Canonización del P. Eufrasio, pueden entre-gar sus ofrendas en:

Banco Santander Central Hispano

Titular: Carmelitas Descalzos. Provincia san Juan de la Cruz

causa P. euFrasio

ccc – 0049-6738-52-2495031223

Y, por favor, al ingresar sus ofrendas no dejen de indicar quién hace la ofrenda, para que podamos tenerlos en cuenta, por más que no pueda dar respuesta agradecida a cada persona. ¡Dios es el mejor retribuidor!

redaccióN, edicióN y Pedidos del boletíN a:

P. Antonio Mingo, ocd.

Apdo. 1821- 33080 OVIEDO

Tfno.: 647623649

mail: [email protected] v

Gracias y Favores

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De BURGOS

Soy Rosa Diez de la enfermería de Burgos, y lo que va a leer a continuación se lo debía, pero mi corazón sabía lo que quería expresar pero no salían las pala-bras y hete aquí, que el otro día, decidimos todas las voluntarias de enfermería, Maribel, Marisol, Araceli yo, y todos los maridos irnos al cine, sí, nos fuimos a ver "UN DIOS PROHIBIDO"; y quién me iba a decir a mí, que allí iba a conocer al P. Eufrasio…, eh...eh,...tranquilos que no estoy loca....

¿Acaso cualquiera de los semina-ristas no podía ser el P. Eufrasio? No serian muy distintas las circunstancias de su martirio, aunque desgraciada-mente no conozco su biografía, pero sí sé, que hace unos meses, mi familia paso por un duro trance, a mi marido, se le detecto una seria enfermedad, y de repente alguien dijo, ¿cómo?, aho-ra mismo hay que poner a trabajar a Eufrasio, y desde entonces, todos, Comunidad de Burgos, a quienes nunca daré suficientes gracias por ese estar presente, casi sin notarse, tal vez la comunidad de Oviedo, mis compañeras de la enfermería, que son unos de los últimos regalos que me ha dado la vida, todos pedimos la intercesión del P. Eufrasio: pasó el tiempo, se operó y todo va tan bien, que no ha necesitado tratamiento; seguro que entre todos, con nuestra pobreza y pequeñez, que es lo que más toca y seduce el corazón de Dios, se logró. Y diréis ¿a qué viene lo del cine? Para mí algo muy sencillo; nosotros los cristianos, creemos en un DIOS Trinitario, más sencillo, un Dios familia, comunidad, y aquellos seminaristas fueron capaces de ser fieles por estar JUNTOS, la debilidad de uno era de alguna forma la de todos y la for-taleza de uno, la de todos. ¿A que ahora lo entendéis? Por lo tanto, gracias, a la comunidad de Carmelitas de Burgos. ¡Encantada de haberte conocido, P. Eufrasio; tú y yo hablaremos más a menudo, seguro. Con las benditas "ar-mas" de la fraternidad, el perdón y la fuerza del Espíritu, todo se puede vivir. Gracias a todos y que DIOS OS BENDIGA. Rosa.

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