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Boletín Oficial Obispado de Ourense Año CLXXIII Nº7 Julio-agosto 2010

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Boletín OficialObispado de Ourense

Año CLXXIIINº7

Julio-agosto 2010

NUESTRA PORTADA:Año SAnto CompoStelAnoSantiago peregrino. Siglo XVIII. Iglesia de Soutomaior.

Director: MANUEL EMILIO RODRÍGUEZ ÁLVAREZRedacción, administración y fotocomposición: OBISPADO DE OURENSE - Área InformáticaTeléfono: 988 366 141Impresión: ARIGRAFDepósito Legal: OR-13/1958

Boletín Oficial del Obispado de Ourense(Sede vacante)

Iglesia DiocesanaSr. Administrador Apostólico “Animar la fe de las gentes de la mar” - Fiesta de la Virgen del Carmen, 2010 ............................ 895Secretaría General Nombramientos ......................................................................................................................... 898 Defunciones ............................................................................................................................... 899

Iglesia en EspañaConferencia Episcopal Española Ante la entrada en vigor de la nueva Ley del aborto .................................................................... 903 Monseñor Esteban Escudero Torres nombrado Obispo de Palencia ............................................ 904 D. Carlos Manuel Escribano Subías nombrado Obispo de Teruel y Albarracín ........................... 905 Monseñor D. Mario Iceta Gavicagogeascoa nombrado Obispo de Bilbao ................................... 905

Iglesia UniversalSanto Padre Benedicto XVI Ángelus ...................................................................................................................................... 909 Audiencias Generales .................................................................................................................. 918 Cartas ......................................................................................................................................... 933 Discursos .................................................................................................................................... 936 Homilías .................................................................................................................................... 943 Mensajes .................................................................................................................................... 946 Viaje Apostólico a Sulmona (4 de julio de 2010) ........................................................................ 948Santa Sede Mensaje del Card. Tarcisio Bertone al Hermano Alois, Prior de la Comunidad de Taizé, a los cinco años de la muerte del Hermano Roger Schutz ...................................................... 956 Mensaje del Card. Tarcisio Bertone con ocasión del XXXI Meeting para la amistad entre los pueblos .................................................................................................................... 957

Crónica DiocesanaJulio y agosto ................................................................................................................................... 963

Año CLXXIII Julio-agosto 2010 Nº 6

SUMARIO

JULIO-AGOSTO 2010 · Boletín Oficial · 893

Iglesia Diocesana

JULIO-AGOSTO 2010 · Boletín Oficial · 895

Iglesia Diocesana

Sr. Administrador Apostólico

Animar la fe de las gentes de la marFiesta de la Virgen del Carmen, 2010

Queridas familias marineras:

Ante la proximidad de la fiesta de Nuestra Señora, la Virgen del Carmen, quiero como Obispo Promotor del Apostolado del Mar, unirme a todos vosotros para transmitiros mi devoción y cariño.

La Iglesia, como reza el lema de este año, está siempre animando vuestra fe para enriquecer la vida de los hombres de la mar. Es esta misma fe la que da fortaleza a vuestra vida y os hace prota-gonistas de verdaderos actos heroicos, como habéis manifestado a lo largo de vuestra historia.

Esta cultura de la solidaridad y mi-sericordia humana contrasta con el abandono de tripulaciones de la Ma-rina Mercante en puertos lejanos y con actividades criminales de piratería en busca de rehenes humanos para un trueque comercial. Estos horrores, así como la crisis de valores de nuestra so-ciedad actual, son muestra de lo que sucede cuando el ser humano se aleja de la verdad de la fe.

Sentimos la necesidad de denunciar estos hechos y hacernos eco del sufri-miento que soportan ellos y sus familias.

Por ello, nos parece muy acertadas las palabras de Benedicto XVI en su reciente visita a la isla de Malta: “Más que cualquier bagaje que podemos llevar con nosotros -logros humanos, posesiones, tecnología- lo que nos da la clave de nuestra felicidad y realiza-ción humana es nuestra relación con el Señor. Él nos llama a una relación de amor”.

Nos alegra sobremanera la fe y entu-siasmo que vosotros ponéis en la cele-bración de nuestra Patrona.

Y fueron vuestras familias las que sembraron e hicieron crecer, con su pa-labra y su ejemplo, el cariño que sentís a la Virgen del Carmen. Por lo mismo debéis vosotros también transmitir ese preciado don a vuestros hijos.

Un admirado antecesor mío, Doctor Lago González, canta emocionado, en su poesía, el cariño de los marineros a la Virgen del Carmen:

“Virgen del Carmen bendita / miña Nai na fala da miña terra / len-guaje de quien sabe amar / te he de decir que te adoran y que te quieren María / mucho más que a si mismos, mucho más que a su tierra, mucho

896 · Boletín Oficial · JULIO-AGOSTO 2010

Iglesia Diocesana

más que a sus muertos y mucho más que a sus padres… Y los marineros que no dejan su hogar y los que de aquí se van muy lejos, Virgen san-ta, madre nuestra, / no te olvidan, son tus hijos, no te pueden querer más”.

¡Mira a la Estrella, mira a María! Que ella avive vuestra esperanza y for-taleza para afrontar la crisis económica y moral que nos embarga.

¡Stella Maris, ruega por nosotros! Os bendice con cariño,

+ Luis Quinteiro Fiuza Obispo Promotor del Apostolado del Mar.

Anima-la fe das xentes da marFesta da Virxe do Carme, 2010

Queridas familias mariñeiras:

Ante a proximidade da festa da nosa Señora, a Virxe do Carme, quero como Bispo Promotor do Apostolado do Mar, unirme a todos vós para vos transmiti-la miña devoción e cariño.

A Igrexa, como reza o lema deste ano, está sempre animando a vosa fe para enriquece-la vida dos homes da mar. É esta mesma fe a que dá fortaleza á vosa vida e vos fai protagonistas de verdadeiros actos heroicos, como ma-nifestastes ó longo da vosa historia.

Esta cultura da solidariedade e mise-ricordia humana contrasta co abando-no de tripulacións da Mariña Mercan-te en portos lonxanos e con actividades criminais de piratería en busca de reféns humanos para un troco comercial. Es-

tes horrores, así como a crise de valores da nosa sociedade actual, son mostra do que acontece cando o ser humano se afasta da verdade da fe.

Sentímo-la necesidade de denunciar es-tes feitos e de nos facer eco do sufrimento que soportan eles e as súas familias.

Por iso aseméllansenos moi acerta-das as palabras de Bieito XVI na súa recente visita á illa de Malta: “Máis que calquera bagaxe que podemos levar con nós -logros humanos, posesións, tecnoloxía- o que nos dá a clave da nosa felicidade e realización humana é a nosa relación co Señor. El nos chama a unha relación de amor”.

Alégranos sobremaneira a fe e o en-tusiasmo que vós poñedes na celebra-ción da nosa Patrona.

JULIO-AGOSTO 2010 · Boletín Oficial · 897

Iglesia Diocesana

E foron as vosas familias as que se-mentaron e fixeron medrar, coa súa palabra e o seu exemplo, o cariño que sentides á Virxe do Carme. Polo mes-mo, vós tamén debedes transmitir ese prezado don ós vosos fillos.

Un admirado antecesor meu, o Do-utor Lago González, canta emociona-do, na súa poesía, o cariño dos mari-ñeiros á Virxe do Carme:

“Virxe do Carme bendita / miña Nai na fala da miña terra / linguaxe de quen sabe amar / heite de dicir que te ado-ran e que te queren María / moito máis

que a se mesmos, moito máis que á súa terra, moito máis que ós seus mortos e moito máis que ós seus pais… E os mariñeiros que non deixan o seu lar e os que de aquí se van moi lonxe, Vir-xe santa, nai a nosa, / non te esquecen, son os teus fillos, non te poden querer máis”.

¡Olla á Estrela, olla a María! Que ela avive a vosa esperanza e fortaleza para afronta-la crise económica e moral que nos embarga.

¡Stella Maris, roga por nós! Bendivos con cariño,

+ Luís Quinteiro Fiuza Bispo Promotor do Apostolado do Mar

898 · Boletín Oficial · JULIO-AGOSTO 2010

Iglesia Diocesana

Secretaría General

NOmBRAmiENTOS

Con fecha 29 de julio de 2010, el Sr. Administrador Apostólico de la Dió-cesis de Ourense, Monseñor D. Luis Quinteiro Fiuza, ha tenido a bien realizar el nombramiento del Rvdo. Sr. D. Jonatán Posada Álvarez, como Párroco de Santiago de Calvos de Randín y Administrador parroquial de San Martín de Castelaus, Santiago de Couso de Salas, San Miguel de Feás, San Juan de Gol-pellás, San Vicente de Lobás y de Santa María de Vila; del Rvdo. Sr. D. José manuel Armesto Santiso, como Párroco de San Mamed de Pedrouzos y San Silvestre de Argas, Santa María de Burgo de Caldelas, Santiago de Folgoso de Caldelas, Santa María de Mazaira, Santa María de Medos, Santiago de Tron-ceda, Santa María de Vilamaior de Caldelas, Santa María de Vilardá, San Juan de Vimieiro y Santa María de Castrelo de Caldelas; del Rvdo. Sr. D. Pablo López López, como Administrador parroquial de San Martín de Pedrafita, San Vicente de Abeledos y Santa María de Sistín; del Rvdo. Sr. D. Santiago Fer-nández Carballo, como Párroco de San Andrés de Penosiños y Administrador parroquial de San Salvador de Paizás, San Pedro de Mosteiro de Ramirás y Santa María de Freás de Eiras; del Rvdo. Sr. D. manuel Domínguez González, como Administrador parroquial de Santa María de Lamela y San Bernardo de Tibiás; del Rvdo. Sr. D. José Seijo González, como Vicario parroquial de la parroquia de la Santísima Trinidad de Ourense; del Rvdo. Sr. D. miguel Alonso Pérez, como Párroco de Santa Comba de Bande y Administrador parroquial de San Juan de Baños de Bande, Santiago de Calvos de Bande, Santa María de Corbelle, Santiago de Cadós, Santiago de Nigueiroá y San Juan de Garabelos; del Rvdo. Sr. D. José Ramón Villar méndez, como Administrador parroquial de Santa Cruz de Grou; del Rvdo. Sr. D. Roberto Álvarez Sánchez, como Párroco de San Vicente de Lobeira; del Rvdo. Sr. D. Alberto López Vázquez, como Ad-ministrador parroquial de San Martín de Abavides, San Salvador de Faramon-taos, Santo Tomé de Moreiras, Santa María de Zos y Vicario parroquial de la parroquia de la Santísima Trinidad de Ourense; del Rvdo. Sr. D. José Ramón Hernández Figueiredo, como Párroco de Santa María de Amarante y San Pedro de Garabás, Nuestra Señora de las Nieves de Grixoá, San Esteban de Vilamoure y Santa María de Vilela; del Rvdo. Sr. D. Néstor Álvarez Rodríguez, como Párroco de San Bartolomé de Baltar y Santiago de Garabelos, San Lorenzo de Niñodaguia, Santa María de Texós y Santa María de Vilamaior da Boullosa; del Rvdo. Sr. D. Camilo Salgado Vázquez, como Párroco de San Miguel do Cam-po y Administrador parroquial de San Salvador de Prexigueiró; del Rvdo. Sr. D. Juan Carlos Estévez Vázquez, como Administrador parroquial de San Pedro

JULIO-AGOSTO 2010 · Boletín Oficial · 899

Iglesia Diocesana

de Mandrás, Santa Baia de Pereda y San Miguel de Vilaseco y del Rvdo. Sr. D. Genaro Tesouro Ollero, como Párroco de San Paio de Bóveda de Amoeiro.

Con fecha 6 de agosto de 2010, el Sr. Administrador Apostólico de la Dió-cesis de Ourense, Monseñor D. Luis Quinteiro Fiuza, ha tenido a bien realizar el nombramiento del Rvdo. Sr. D. Alberto Diéguez mosquera, como Admi-nistrador parroquial de Santa María de Requeixo; del Rvdo. Sr. D. Camilo Parente Conde, como Administrador parroquial de Santa María de Trelle; del Rvdo. Sr. D. José Antonio Bueno Rodríguez, como Administrador parroquial de San Pedro de Moreiras.

Con fecha 3 de agosto de 2010, el Sr. Administrador Apostólico de la Dióce-sis de Ourense, Monseñor D. Luis Quinteiro Fiuza, ha tenido a bien realizar el nombramiento del P. Arturo Conde Araujo C.m., como Administrador parro-quial de San Pedro de Maus.

Con fecha 27 de agosto de 2010, el Sr. Administrador Apostólico de la Dió-cesis de Ourense, Monseñor D. Luis Quinteiro Fiuza, ha tenido a bien realizar el nombramiento del Rvdo. Sr. D. Adelino Álvarez Gayo, como Formador interno del Seminario Menor de la Inmaculada de Ourense.

DEFUNCiONES

“Como Cristo que, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más, así ellos también, liberados de la corrupción, no conocerán ya la muerte y participarán de la resurrección de Cristo, como Cristo participó de nuestra

muerte”.

(De los sermones de S. Atanasio de Antioquía;Sermón 5, sobre la resurrección de Cristo).

Oficio de difuntos.

+ Rvdo. Sr. D. manuel Vilar González (Ex párroco de Gustei y Cambeo). Falleció el día 5 de agosto de 2010 a los 77 años. Había nacido el 6 de agosto de 1932 en Villamarín. Fue ordenado sacerdote en el Seminario de Ourense

900 · Boletín Oficial · JULIO-AGOSTO 2010

Iglesia Diocesana

el 29 de junio de 1957, desempeñando los siguientes cargos en esta Diócesis: Párroco de San Juan de Poboeiros y Administrador Parroquial de Santa Mariña de Montoedo del 26/09/1957 al 26/03/1963; desde el 26/03/1963 y hasta el 01/11/1966 fue Párroco de Santa Tecla de Abeleda y Administrador Parroquial de Santa María y San paio de Abeleda. Entre 1966 y el 1 de octubre de 1970 ejerció como párroco de San Pedro de Flariz y Administrador Parroquial de San-ta María de Flariz. Entre 1970 y 1975 fue párroco de San Martín de Cornoces y a la vez capellán de la Hijas de la Caridad en Cornoces. En septiembre de 1975 se trasladó a Santa María de Macendo, permaneciendo como párroco hasta no-viembre de 1990 fecha en la que fue nombrado párroco de S. Salvador de Baños de Molgas y Administrador de San Martín Presqueira, Santa María de Guamil y Santa María de Almoite, donde permaneció hasta 1997 en que fue trasladado a Santiago de Gustei como párroco y Administrador de San Esteban de Cambeo, hasta su jubilación.

+ m. i. Sr. D. Luis Ramos Seoane, Canónigo Emérito de la S. I. Catedral, falleció el 14 de agosto de 2010 a los 87 años. Había nacido en Ourense el 5 de febrero de 1923 y fue ordenado sacerdote en el Seminario de Ourense el 7 de octubre de 1951. Entre 1952 y 1957 estuvo destinado en el Seminario Menor como prefecto de disciplina y profesor; en 1957 pasó a la S.I. Catedral como Sacristán y Maestro de la escuela catedralicia. En 1990 fue nombrado Canónigo y Capellán Mayor, cargo que ejerció hasta su jubilación.

JULIO-AGOSTO 2010 · Boletín Oficial · 901

Iglesia en España

JULIO-AGOSTO 2010 · Boletín Oficial · 903

Iglesia en España

IglesIa en españa

CONFERENCiA EPiSCOPAL ESPAÑOLA

Ante la entrada en vigor de la nueva Ley del aborto

Madrid, 5 de julio de 2010

Hoy entra en vigor la nueva Ley del aborto. Es necesario recordar que se trata de una ley objetivamente incompatible con la recta conciencia moral -en particular, la católica- ya que, desde el punto de vista ético, empeora la legisla-ción vigente por los siguientes motivos fundamentales. Primero, y sobre todo, porque considera la eliminación de la vida de los que van a nacer como un dere-cho de la gestante durante las primeras catorce semanas del embarazo, dejando prácticamente sin protección alguna esas vidas humanas, justo en el tiempo en el que se producen la gran mayo ría de los abortos. En segundo lugar, porque establece un concepto de salud tan ambiguo que equivale a la introducción de las llamadas indicaciones social y eugenésica como justificación legal del aborto. En tercer lugar, porque impone en el sistema educativo obligatorio la ideología abortista y “de género”.

Estos y otros motivos han sido explicados por la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal en su Declaración de 17 de junio de 2009, que la Asamblea Plenaria hizo expresamente suya en el comunicado final del 27 de noviembre de 2009. Los obispos concluyen la Declaración con las siguientes palabras: “Hablamos precisamente en favor de quienes tienen derecho a nacer y a ser acogidos por sus padres con amor; hablamos en favor de las madres, que tienen derecho a recibir el apoyo social y estatal necesario para evitar convertirse en víctimas del aborto; hablamos en favor de la libertad de los padres y de las escuelas que colaboran con ellos para dar a sus hijos una formación afectiva y sexual de acuerdo con unas convicciones morales que los preparen de verdad para ser padres y acoger el don de la vida; hablamos en favor de una sociedad que tiene derecho a contar con leyes justas que no confundan la injusticia con el derecho”.

904 · Boletín Oficial · JULIO-AGOSTO 2010

Iglesia en España

NOmBRAmiENTOS EPiSCOPALES

monseñor D. Esteban Escudero Torresnombrado Obispo de Palencia

Es actualmente Obispo auxiliar de Valencia

El viernes, 9 de julio, la Nunciatura Apostólica en España ha hecho público que el Papa, Benedicto XVI, ha nombrado Obispo de la diócesis de Palencia al Excmo. y Rvdmo. Mons. D. Esteban Escudero Torres, en la actualidad Obispo auxiliar de Valencia. Con este nombramiento se provee de gobierno pastoral a la diócesis de Palencia, vacante por el traslado del Excmo. y Rvdmo. Mons. D. José Ignacio Munilla Aguirre a la de San Sebastián.

El Excmo y Rvdmo. Mons. D. Esteban Escudero Torres nació en Valencia el 4 de febrero de 1946. En 1963 entró en el Seminario de Valencia, donde cursó Filosofía, que luego continuó en la Universidad Civil de esa misma ciudad.

Fue ordenado sacerdote en la Archidiócesis de Valencia el 12 de enero de 1975.

El 17 de noviembre de 2000 fue nombrado Obispo Auxiliar de Valencia. Re-cibió la Ordenación episcopal el 13 de enero de 2001.

En la Conferencia Episcopal Española es miembro de las Comisiones Episco-pales de Seminarios y Universidades y de Pastoral.

Obtenida la Licenciatura en Teología por la Universidad Pontificia de Sala-manca, perfeccionó sus estudios en Roma con el Doctorado en Filosofía por la Universidad Pontificia Gregoriana.

Mons. D. Esteban Escudero Torres fue Vicario parroquial de “La Asunción”, en Claret, en Valencia entre 1975 y 1978, Coordinador de enseñanza religiosa escolar y universitaria de la Archidiócesis desde 1986 y hasta 1990, Director del Instituto diocesano de Ciencias Religiosas desde 1994 y hasta la actualidad. Además entre 1992 y 2000 fue Canónigo de la Catedral y ha ejercido como pro-fesor de Filosofía en la Facultad de Teología “San Vicente Ferrer” de Valencia entre 1992 y 2000. Fue profesor de la sección de Valencia del Pontificio Instituto “Juan Pablo II” para estudios sobre Matrimonio y Familia desde 1996 hasta el año 2000.

JULIO-AGOSTO 2010 · Boletín Oficial · 905

Iglesia en España

El sacerdote D. Carlos manuel Escribano Subíasnombrado Obispo de Teruel y Albarracín

El martes, 20 de julio, la Nunciatura Apostólica en España ha hecho público que el Papa, Benedicto XVI, ha nombrado nuevo obispo de la diócesis de Teruel y Albarracín al sacerdote D. Carlos Manuel Escribano Subías, en la actualidad Vicario Episcopal de Zaragoza.

La diócesis de Teruel y Albarracín se encontraba vacante desde el traslado de Mons. D. José Manuel Lorca Planes a la de Cartagena el 18 de julio de 2009.

D. Carlos Manuel Escribano Subías nació el 15 de agosto de 1964 en Carballo (La Coruña). Entró en el Seminario Mayo de Lérida y fue enviado a Roma para completar sus estudios donde obtuvo la Licenciatura en Teología Moral por la Universidad Pontificia Gregoriana (1994-1996).

Fue ordenado sacerdote el 14 de julio de 1996, quedando incardinado en la diócesis de Zaragoza.

Desde 1996 y hasta el año 2000 fue Vicario parroquial de la Parroquia “Santa Engracia” en Zaragoza. De 2000 a 2008, fue párroco de “El sagrado Corazón” en la misma localidad. En el bienio 2006-2008, fue patrono de la Fundación de la Universidad “San Jorge”. Desde 2003 y hasta 2010 ha sido Consiliario del “Movimiento Familiar Cristiano”.

Actualmente es Vicario Episcopal del sector Centro de la Archidiócesis de Za-ragoza, Profesor del “Centro Regional de Estudios Teológicos de Aragón” desde 2005, Consiliario de la Delegación Episcopal de Familia y Vida, desde el año 2006, y un año más tarde, fue nombrado Consiliario de la Asociación católica de Propagandistas. También es Patrono de la Fundación “San Valero” desde el año 2008 y Párroco de “Santa Engracia” en Zaragoza desde ese mismo año.

monseñor D. mario iceta Gavicagogeascoanombrado Obispo de Bilbao

El martes, 24 de agosto, la Nunciatura Apostólica en España ha hecho público que el Papa, Benedicto XVI, ha nombrado nuevo obispo de la diócesis de Bilbao a Mons. D. Mario Iceta Gavicagogeascoa, en la actualidad Obispo auxiliar de Bilbao.

906 · Boletín Oficial · JULIO-AGOSTO 2010

Iglesia en España

La diócesis bilbaína se encontraba vacante tras el nombramiento de Mons. D. Ricardo Blázquez Pérez como Arzobispo de Valladolid el 13 de marzo donde ha estado al frente de la diócesis como Administrador Apostólico.

Mons. D. Mario Iceta Gavicagogeascoa nació en Gernika (Vizcaya), diócesis de Bilbao, el 21 de marzo de 1965. Cursó sus estudios de Teología, primero en la Universidad de Navarra y posteriormente en el Seminario diocesano de Cór-doba. El 16 de julio de 1994 fue ordenado sacerdote en la Catedral de Córdoba, diócesis donde se incardinó.

Es Doctor en Medicina y Cirugía por la Universidad de Navarra (1995), con una tesis doctoral sobre Bioética y Ética Médica. Es, así mismo, Doctor en Teo-logía por el Pontificio Instituto Juan Pablo II para el estudio sobre el Matri-monio y Familia de Roma (2002) con una Tesis sobre Moral fundamental. Es también Master en Economía por la Fundación Universidad Empresa de Madrid y la Universidad Nacional de Educación a Distancia de Madrid (2004) y miem-bro correspondiente de la Real Academia de Córdoba en su sección de Ciencias morales, políticas y sociales desde 1994. Fundador de la Sociedad Andaluza de Investigación Bioética (Córdoba, 1993) y de la revista especializada bioética y Ciencias de la Salud (1993).

JULIO-AGOSTO 2010 · Boletín Oficial · 907

Iglesia Universal

JULIO-AGOSTO 2010 · Boletín Oficial · 909

Iglesia Universal

IglesIa UnIversal

SANTO PADRE, BENEDICTO XVI

ÁNGELUS

palacio Apostólico de Castelgan-dolfo. Domingo, 11 de julio de 2010

Queridos hermanos y hermanas:

Desde hace algunos días -como veis- he dejado Roma para mi estancia ve-raniega en Castelgandolfo. Doy gracias a Dios que me ofrece esta posibilidad de descanso. A los queridos residentes de esta bella ciudad, adonde regreso siempre con gusto, dirijo mi cordial sa-ludo. El Evangelio de este domingo se abre con la pregunta que un doctor de la Ley plantea a Jesús: «Maestro, ¿qué he de hacer para tener en herencia la vida eterna?» (Lc 10, 25). Sabiéndole experto en Sagrada Escritura, el Señor invita a aquel hombre a dar él mismo la respuesta, que de hecho este formula perfectamente citando los dos manda-mientos principales: amar a Dios con todo el corazón, con toda la mente y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo. Entonces, el doc-tor de la Ley, casi para justificarse, pre-gunta: «Y ¿quién es mi prójimo?» (Lc 10, 29). Esta vez, Jesús responde con la célebre parábola del «buen samari-tano» (cf. Lc 10, 30-37), para indicar que nos corresponde a nosotros hacer-nos «prójimos» de cualquiera que ten-ga necesidad de ayuda. El samaritano,

en efecto, se hace cargo de la situación de un desconocido a quien los saltea-dores habían dejado medio muerto en el camino, mientras que un sacerdote y un levita pasaron de largo, tal vez pen-sando que al contacto con la sangre, de acuerdo con un precepto, se contami-narían. La parábola, por lo tanto, debe inducirnos a transformar nuestra men-talidad según la lógica de Cristo, que es la lógica de la caridad: Dios es amor, y darle culto significa servir a los herma-nos con amor sincero y generoso.

Este relato del Evangelio ofrece el «criterio de medida», esto es, «la uni-versalidad del amor que se dirige al necesitado encontrado “casualmente” (cf. Lc 10, 31), quienquiera que sea» (Deus caritas est, 25). Junto a esta regla universal, existe también una exigen-cia específicamente eclesial: que «en la Iglesia misma como familia, ninguno de sus miembros sufra por encontrarse en necesidad». El programa del cristia-no, aprendido de la enseñanza de Je-sús, es un «corazón que ve» dónde se necesita amor y actúa en consecuencia (cf. ib, 31).

Queridos amigos: deseo igualmente recordar que hoy la Iglesia hace memo-ria de san Benito de Nursia -el gran pa-

910 · Boletín Oficial · JULIO-AGOSTO 2010

Iglesia Universal

trono de mi pontificado-, padre y legis-lador del monaquismo occidental. Él, como narra san Gregorio Magno, «fue un hombre de vida santa... de nombre y por gracia» (Dialogi, II, 1: Bibliothe-ca Gregorii Magni IV, Roma 2000, p. 136). «Escribió una Regla para los monjes... reflejo de un magisterio en-carnado en su persona: en efecto, el santo no pudo en absoluto enseñar de forma diferente de cómo vivió» (ib., II, XXXVI: cit., p. 208). El Papa, Pablo VI, proclamó a san Benito patrono de Europa el 24 de octubre de 1964, re-conociendo su maravillosa obra desa-rrollada para la formación de la civili-zación europea.

Confiemos a la Virgen María nues-tro camino de fe y, en particular, este tiempo de vacaciones, a fin de que nuestros corazones jamás pierdan de vista la Palabra de Dios y a los herma-nos en dificultad.

palacio Apostólico de Castelgan-dolfo. Domingo, 18 de julio de 2010

Queridos hermanos y hermanas:

Estamos ya en pleno verano, al me-nos en el hemisferio boreal. Es el tiem-po en el que cierran las escuelas y se concentran la mayor parte de las vaca-ciones. También las actividades pasto-rales de las parroquias se reducen y yo mismo he suspendido las audiencias por un período. Es, por lo tanto, un

momento favorable para dar el primer lugar a lo que efectivamente es más im-portante en la vida, o sea, la escucha de la Palabra del Señor. Así lo recuerda también el Evangelio de este domingo, con el célebre episodio de la visita de Jesús a casa de Marta y María, narrado por san Lucas (10, 38-42).

Marta y María son dos hermanas; tienen también un hermano, Lázaro, quien en este caso no aparece. Jesús pasa por su pueblo y -dice el texto- Marta le recibió (cf. 10, 38). Este deta-lle da a entender que, de las dos, Marta es la mayor, quien gobierna la casa. De hecho, después de que Jesús entró, María se sentó a sus pies a escucharle, mientras Marta está completamente ocupada en muchos servicios, debidos ciertamente al Huésped excepcional. Nos parece ver la escena: una hermana se mueve atareada y la otra como arre-batada por la presencia del Maestro y sus palabras. Poco después, Marta, evi-dentemente molesta, ya no aguanta y protesta, sintiéndose incluso con el de-recho de criticar a Jesús: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayu-de». Marta quería incluso dar lecciones al Maestro. En cambio Jesús, con gran calma, responde: «Marta, Marta -y este nombre repetido expresa el afecto-, te preocupas y te agitas por muchas co-sas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada» (Lc 10, 41-42). La palabra de Cristo es clarísi-ma: ningún desprecio por la vida ac-

JULIO-AGOSTO 2010 · Boletín Oficial · 911

Iglesia Universal

tiva, ni mucho menos por la generosa hospitalidad; sino una llamada clara al hecho de que lo único verdaderamen-te necesario es otra cosa: escuchar la Palabra del Señor; y el Señor en aquel momento está allí, ¡presente en la Per-sona de Jesús! Todo lo demás pasará y se nos quitará, pero la Palabra de Dios es eterna y da sentido a nuestra activi-dad cotidiana.

Queridos amigos: como decía, esta página del Evangelio es especialmente adecuada al tiempo de vacaciones, pues recuerda el hecho de que la persona humana debe trabajar, sí; empeñarse en las ocupaciones domésticas y pro-fesionales; pero ante todo tiene nece-sidad de Dios, que es luz interior de amor y de verdad. Sin amor, hasta las actividades más importantes pierden valor y no dan alegría. Sin un signifi-cado profundo, toda nuestra acción se reduce a activismo estéril y desordena-do. Y ¿quién nos da el amor y la verdad sino Jesucristo? Por eso aprendamos, hermanos, a ayudarnos los unos a los otros, a colaborar, pero antes aún a ele-gir juntos la parte mejor, que es y será siempre nuestro mayor bien.

palacio apostólico de Castelgan-dolfo. Domingo, 25 de julio de 2010

Queridos hermanos y hermanas:

El Evangelio de este domingo nos presenta a Jesús recogido en oración,

un poco apartado de sus discípulos. Cuando concluyó, uno de ellos le dijo: «Señor, enséñanos a orar» (Lc 11, 1). Jesús no puso objeciones, ni habló de fórmulas extrañas o esotéricas, sino que, con mucha sencillez, dijo: «Cuan-do oréis, decid: “Padre...”», y enseñó el Padre Nuestro (cf. Lc 11, 2-4), sacán-dolo de su propia oración, con la que se dirigía a Dios, su Padre. San Lucas nos transmite el Padre Nuestro en una forma más breve respecto a la del Evan-gelio de san Mateo, que ha entrado en el uso común. Estamos ante las prime-ras palabras de la Sagrada Escritura que aprendemos desde niños. Se imprimen en la memoria, plasman nuestra vida, nos acompañan hasta el último aliento. Desvelan que «no somos plenamente hijos de Dios, sino que hemos de lle-gar a serlo más y más mediante nuestra comunión cada vez más profunda con Cristo. Ser hijos equivale a seguir a Je-sús» (Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Madrid 2007, p. 172).

Esta oración recoge y expresa tam-bién las necesidades humanas mate-riales y espirituales: «Danos cada día nuestro pan cotidiano, y perdónanos nuestros pecados» (Lc 11, 3-4). Y pre-cisamente a causa de las necesidades y de las dificultades de cada día, Jesús ex-horta con fuerza: «Yo os digo: pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, halla; y al que lla-ma, se le abrirá» (Lc 11, 9-10). No se trata de pedir para satisfacer los pro-pios deseos, sino más bien para man-

912 · Boletín Oficial · JULIO-AGOSTO 2010

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tener despierta la amistad con Dios, quien -sigue diciendo el Evangelio- «dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan» (Lc 11, 13). Lo experimentaron los antiguos «padres del desierto» y los contemplativos de todos los tiempos, que llegaron a ser, por razón de la ora-ción, amigos de Dios, como Abraham, que imploró al Señor librar a los pocos justos del exterminio de la ciudad de Sodoma (cf. Gn 18, 23-32). Santa Te-resa de Ávila invitaba a sus hermanas de comunidad diciendo: «Debemos suplicar a Dios que nos libre de estos peligros para siempre y nos preserve de todo mal. Y aunque no sea nuestro deseo con perfección, esforcémonos por pedir la petición. ¿Qué nos cuesta pedir mucho, pues pedimos al Todo-poderoso?» (Camino de Perfección 42, 4: Obras completas, Madrid, 1984, p. 822). Cada vez que rezamos el Padre Nuestro, nuestra voz se entrelaza con la de la Iglesia, porque quien ora jamás está solo. «Todos los fieles deberán buscar y podrán encontrar el propio camino, el propio modo de hacer ora-ción, en la variedad y riqueza de la ora-ción cristiana, enseñada por la Iglesia... cada uno se dejará conducir... por el Espíritu Santo, que lo guía, a través de Cristo, al Padre» (Congregación para la doctrina de la fe, Carta sobre algunos aspectos de la meditación cristiana, 15 de octubre de 1989, 29: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 24 de diciembre de 1989, p. 8).

Hoy se celebra la fiesta del apóstol Santiago, llamado «el Mayor», quien

dejó a su padre y el trabajo de pescador para seguir a Jesús, y por él dio la vida, el primero entre los Apóstoles. De co-razón dirijo un pensamiento especial a los peregrinos que, en gran número, han llegado a Santiago de Compostela. Que la Virgen María nos ayude a re-descubrir la belleza y la profundidad de la oración cristiana.

palacio apostólico de Castelgan-dolfo. Domingo, 1 de agosto de 2010

Queridos hermanos y hermanas:

Estos días se celebra la memoria li-túrgica de algunos santos. Ayer recorda-mos a san Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús. Vivió en el si-glo XVI; se convirtió leyendo la vida de Jesús y de los santos durante una larga hospitalización causada por una herida de batalla. Se quedó tan impresionado con aquellas páginas que decidió seguir al Señor. Hoy recordamos a san Alfon-so María de Ligorio, fundador de los Redentoristas; vivió en el siglo XVIII y fue proclamado patrono de los con-fesores por el venerable Pío XII. Tuvo la conciencia de que Dios quiere que todos sean santos, cada uno según su propio estado, naturalmente. Esta se-mana la liturgia nos propone además a san Eusebio, primer obispo del Pia-monte, valiente defensor de la divini-dad de Cristo; y, finalmente, la figura de san Juan María Vianney, el cura de Ars, quien guió con su ejemplo el Año

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sacerdotal recién concluido y a cuya in-tercesión confío de nuevo a todos los pastores de la Iglesia. Empeño común de estos santos fue salvar a las almas y servir a la Iglesia con sus respectivos carismas, contribuyendo a renovarla y a enriquecerla. Estos hombres adqui-rieron «un corazón sabio» (Sal 89, 12) acumulando lo que no se corrompe y desechando cuanto irremediablemente es voluble en el tiempo: el poder, la ri-queza y los placeres efímeros. Al elegir a Dios, poseyeron todo lo necesario, pregustando desde la vida terrena la eternidad (cf. Qo 1, 1-5)

En el Evangelio de este domingo, la enseñanza de Jesús se refiere precisa-mente a la verdadera sabiduría y está introducida por la petición de uno en-tre la multitud: «Maestro, di a mi her-mano que reparta conmigo la herencia» (Lc 12, 13). Jesús, respondiendo, pone en guardia a quienes le oyen sobre la avidez de los bienes terrenos con la parábola del rico necio, quien, habien-do acumulado para él una abundante cosecha, deja de trabajar, consume sus bienes divirtiéndose y se hace la ilusión hasta de poder alejar la muerte. «Pero Dios le dijo: “¡Necio! Esta misma no-che te reclamarán el alma; las cosas que preparaste, ¿para quién serán?”» (Lc 12, 20). El hombre necio, en la Biblia, es aquél que no quiere darse cuenta, des-de la experiencia de las cosas visibles, de que nada dura para siempre, sino que todo pasa: la juventud y la fuerza física, las comodidades y los cargos de poder. Hacer que la propia vida depen-

da de realidades tan pasajeras es, por lo tanto, necedad. El hombre que confía en el Señor, en cambio, no teme las adversidades de la vida, ni siquiera la realidad ineludible de la muerte: es el hombre que ha adquirido «un corazón sabio», como los santos.

Al dirigir nuestra oración a María santísima, deseo recordar otras fiestas significativas: mañana se podrá ganar la indulgencia de la Porciúncula o «el Perdón de Asís», que obtuvo san Fran-cisco en 1216 del Papa, Honorio III; el jueves 5 de agosto, conmemorando la Dedicación de la Basílica de Santa María La Mayor, honraremos a la Ma-dre de Dios, aclamada con este título en el concilio de Éfeso del año 431; y el próximo viernes, aniversario de la muerte del Papa Pablo VI, celebrare-mos la fiesta de la Transfiguración del Señor. La fecha del 6 de agosto, con-siderada el culmen de la luz estival, se eligió para significar que el esplendor del Rostro de Cristo ilumina el mundo entero.

palacio Apostólico de Castelgan-dolfo. Domingo, 8 de agosto de 2010

Queridos hermanos y hermanas:

En el pasaje evangélico de este do-mingo, prosigue el discurso de Jesús a los discípulos sobre el valor de la perso-na a los ojos de Dios y sobre la inutili-dad de las preocupaciones terrenas. No

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se trata de un elogio al desinterés. Es más, al escuchar la invitación tranqui-lizadora de Jesús: «No temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros a vosotros el Rei-no» (Lc 12, 32), nuestro corazón se abre a una esperanza que ilumina y anima la existencia concreta: tenemos la certeza de que «el Evangelio no es solamente una comunicación de cosas que se pue-den saber, sino una comunicación que comporta hechos y cambia la vida. La puerta oscura del tiempo, del futuro, ha sido abierta de par en par. Quien tiene esperanza vive de otra manera; se le ha dado una vida nueva» (Spe salvi, 2). Como leemos en el pasaje de la car-ta a los Hebreos en la liturgia de hoy, Abraham se adentra con corazón con-fiado en la esperanza que Dios le abre: la promesa de una tierra y de una «des-cendencia numerosa», y sale «sin saber a dónde iba», confiando sólo en Dios (cf. 11, 8-12). Y Jesús, en el Evangelio de hoy, -mediante tres parábolas- ilustra cómo la espera del cumplimiento de la «bienaventurada esperanza», su venida, debe impulsar todavía más a una vida intensa, llena de obras buenas: «Ven-ded vuestros bienes y dad limosna. Haceos bolsas que no se deterioran, un tesoro inagotable en los cielos, donde no llega el ladrón, ni la polilla» (Lc 12, 33). Se trata de una invitación a usar las cosas sin egoísmo, sin sed de pose-sión o de dominio, sino según la lógica de Dios, la lógica de la atención a los demás, la lógica del amor: como escri-be sintéticamente Romano Guardini, «en la forma de una relación: a partir

de Dios, con vistas a Dios» (Accettare se stessi, Brescia 1992, p. 44).

Al respecto, deseo llamar la atención hacia algunos santos que celebraremos esta semana y que plantearon su vida precisamente a partir de Dios y con vistas a Dios. Hoy recordamos a san-to Domingo de Guzmán, fundador de la Orden Dominicana en el siglo XIII, que lleva a cabo la misión de instruir a la sociedad sobre las verdades de fe, preparándose con el estudio y la ora-ción. En la misma época, santa Cla-ra de Asís -a quien recordaremos el miércoles próximo-, prosiguiendo la obra franciscana, fundó la Orden de las Clarisas. El 10 de agosto recorda-remos al diácono san Lorenzo, mártir del siglo III, cuyas reliquias se veneran en Roma en la basílica de San Lorenzo extramuros. Por último, haremos me-moria de otros dos mártires del siglo XX que compartieron el mismo desti-no en Auschwitz. El 9 de agosto, re-cordaremos a la santa carmelita Teresa Benedicta de la Cruz, Edith Stein, y el 14 de agosto al sacerdote franciscano san Maximiliano María Kolbe, funda-dor de la Milicia de María Inmaculada. Ambos atravesaron el oscuro tiempo de la segunda guerra mundial, sin perder nunca de vista la esperanza, el Dios de la vida y del amor.

Confiemos en el apoyo materno de la Virgen María, Reina de los santos, que comparte amorosamente nuestra peregrinación. A ella dirijamos nuestra oración.

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palacio Apostólico de Castelgan-dolfo. Domingo, 15 de agosto de 2010

Solemnidad de la Asunción de la Virgen María

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy, en la solemnidad de la Asun-ción de la Madre de Dios al cielo, cele-bramos el paso de la condición terrena a la bienaventuranza celestial de Aque-lla que engendró en la carne y acogió en la fe al Señor de la vida. La vene-ración a la Virgen María acompaña el camino de la Iglesia desde sus inicios y ya desde el siglo IV aparecen fiestas marianas: en algunas se exalta el papel de la Virgen en la historia de la salva-ción, y en otras se celebran los momen-tos principales de su existencia terrena. El significado de la fiesta de hoy está contenido en las palabras finales de la definición dogmática, proclamada por el venerable Pío XII el 1 de noviembre de 1950 y de la que este año se cele-bra el 60° aniversario: «La Inmaculada siempre Virgen María, Madre de Dios, terminado el curso de su vida terrena, fue llevada en cuerpo y alma a la gloria celestial» (const. ap. Munificentissimus Deus: AAS 42 [1950] 770).

Artistas de todas las épocas han pintado y esculpido la santidad de la Madre del Señor adornando iglesias y santuarios. Poetas, escritores y músicos han tributado honor a la Virgen con himnos y cantos litúrgicos. De Oriente

a Occidente, la Toda Santa es invocada como Madre celestial, que sostiene al Hijo de Dios en los brazos y bajo cuya protección encuentra amparo toda la humanidad, con la antiquísima ora-ción: «Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios: no desoigas la oración de tus hijos necesitados; an-tes bien, líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita». Y en el Evangelio de la solemnidad de hoy san Lucas describe el cumplimiento de la salvación a través de la Virgen María. Ella, en cuyo seno se hizo pequeño el Todopoderoso, después del anuncio del ángel, sin vacilación alguna, se diri-ge de prisa a casa de su pariente Isabel para llevarle al Salvador del mundo. Y, de hecho, «en cuanto oyó Isabel el sa-ludo de María, el niño saltó de alegría en su seno... [y] quedó llena de Espí-ritu Santo» (Lc 1, 41); reconoció a la Madre de Dios en «la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fue-ron dichas de parte del Señor» (Lc 1, 45). Las dos mujeres, que esperaban el cumplimiento de las promesas divinas, gustan ya anticipadamente el gozo de la venida del reino de Dios, la alegría de la salvación.

Queridos hermanos y hermanas, confiemos en Aquélla que, como afir-ma el siervo de Dios Pablo VI, «asunta al cielo no ha abandonado su misión de intercesión y salvación» (ex. ap. Ma-rialis cultus, 18: AAS 66 [1974] 130). A ella, guía de los Apóstoles, apoyo de los mártires, luz de los santos, dirigi-mos nuestra oración, suplicándole que

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nos acompañe en esta vida terrena, que nos ayude a mirar al cielo y que nos acoja un día junto a su Hijo Jesús.

palacio Apostólico de Castelgan-dolfo. Domingo, 22 de agosto de 2010.

Queridos hermanos y hermanas:

Ocho días después de la solemni-dad de su Asunción al cielo, la litur-gia nos invita a venerar a la santísima Virgen María con el título de «Reina». Contemplamos a la Madre de Cristo coronada por su Hijo, es decir, asocia-da a su realeza universal, tal como la representan muchos mosaicos y cua-dros. También esta memoria cae este año en domingo, cobrando una luz mayor gracias a la Palabra de Dios y a la celebración de la Pascua semanal. En particular, el icono de la Virgen Ma-ría Reina encuentra una confirmación significativa en el Evangelio de hoy, donde Jesús afirma: «Hay algunos que son los últimos y serán los primeros, y hay otros que son los primeros y serán los últimos» (Lc 13, 30). Se trata de una típica expresión de Cristo, referida varias veces por los Evangelistas, con fórmulas parecidas, pues evidentemen-te refleja un tema muy arraigado en su predicación profética. La Virgen es el ejemplo perfecto de esta verdad evan-gélica, es decir, que Dios humilla a los soberbios y poderosos de este mundo y enaltece a los humildes (cf. Lc 1, 52).

La pequeña y sencilla muchacha de Nazaret se ha convertido en la Reina del mundo. Ésta es una de las mara-villas que revelan el corazón de Dios. Naturalmente la realeza de María de-pende totalmente de la de Cristo: él es el Señor, a quien, después de la humi-llación de la muerte en la cruz, el Padre ha exaltado por encima de toda criatura en los cielos, en la tierra y en los abis-mos (cf. Flp 2, 9-11). Por un designio de la gracia, la Madre Inmaculada ha sido plenamente asociada al misterio del Hijo: a su encarnación; a su vida terrena, primero oculta en Nazaret y después manifestada en el ministerio mesiánico; a su pasión y muerte; y por último a la gloria de la resurrección y ascensión al cielo. La Madre compar-tió con el Hijo no sólo los aspectos hu-manos de este misterio, sino también, por obra del Espíritu Santo en ella, la intención profunda, la voluntad divi-na, de manera que toda su existencia, pobre y humilde, fue elevada, transfor-mada, glorificada, pasando a través de la «puerta estrecha» que es Jesús mismo (cf. Lc 13, 24). Sí, María es la primera que pasó por el «camino» abierto por Cristo para entrar en el reino de Dios, un camino accesible a los humildes, a quienes se fían de la Palabra de Dios y se comprometen a ponerla en práctica.

En la historia de las ciudades y de los pueblos evangelizados por el men-saje cristiano, son innumerables los testimonios de veneración pública, en algunos casos incluso institucional, de la realeza de la Virgen María. Pero hoy

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Iglesia Universal

queremos sobre todo renovar, como hijos de la Iglesia, nuestra devoción a Aquélla que Jesús nos ha dejado como Madre y Reina. Encomendamos a su intercesión la oración diaria por la paz, especialmente allí donde más golpea la absurda lógica de la violencia, para que todos los hombres se persuadan de que en este mundo debemos ayudar-nos unos a otros como hermanos para construir la civilización del amor. Ma-ria, Regina pacis, ora pro nobis!

palacio Apostólico de Castelgan-dolfo. Domingo, 29 de agosto de 2010

Queridos hermanos y hermanas:

En el Evangelio de este domingo (Lc 14, 1.7-14), encontramos a Jesús como comensal en la casa de un jefe de los fa-riseos. Dándose cuenta de que los invi-tados elegían los primeros puestos en la mesa, contó una parábola, ambientada en un banquete nupcial. «Cuando seas convidado por alguien a una boda, no te pongas en el primer puesto, no sea que haya sido convidado por él otro más distinguido que tú, y viniendo el que os convidó a ti y a él, te diga: “Deja el sitio a éste”... Al contrario, cuando seas con-vidado, ve a sentarte en el último pues-to» (Lc 14, 8-10). El Señor no pretende dar una lección de buenos modales, ni sobre la jerarquía entre las distintas au-toridades. Insiste, más bien, en un punto decisivo, que es el de la humildad: «El

que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado» (Lc 14, 11). Esta parábola, en un significado más profun-do, hace pensar también en la postura del hombre en relación con Dios. De he-cho, el «último lugar» puede representar la condición de la humanidad degradada por el pecado, condición de la que sólo la encarnación del Hijo unigénito puede elevarla. Por eso Cristo mismo «tomó el último puesto en el mundo -la cruz- y precisamente con esta humildad radical nos redimió y nos ayuda constantemen-te» (Deus caritas est, 35).

Al final de la parábola, Jesús sugiere al jefe de los fariseos que no invite a su mesa a sus amigos, parientes o vecinos ricos, sino a las personas más pobres y marginadas, que no tienen modo de de-volverle el favor (cf. Lc 14, 13-14), para que el don sea gratuito. De hecho, la ver-dadera recompensa la dará al final Dios, «quien gobierna el mundo... Nosotros le ofrecemos nuestro servicio sólo en lo que podamos y mientras él nos dé fuer-zas» (Deus caritas est, 35). Por tanto, una vez más vemos a Cristo como modelo de humildad y de gratuidad: de él apren-demos la paciencia en las tentaciones, la mansedumbre en las ofensas, la obe-diencia a Dios en el dolor, a la espera de que Aquél que nos ha invitado nos diga: «Amigo, sube más arriba» (cf. Lc 14, 10); en efecto, el verdadero bien es estar cerca de él. San Luis IX, rey de Francia -cuya memoria se celebró el pasado miércoles- puso en práctica lo que está escrito en el Libro del Sirácida: «Cuanto más grande seas, tanto más humilde debes ser, y así

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obtendrás el favor del Señor» (3, 18). Así escribió en el «Testamento espiritual a su hijo»: «Si el Señor te concede prosperi-dad, debes darle gracias con humildad y vigilar que no sea en detrimento tuyo, por vanagloria o por cualquier otro mo-tivo, porque los dones de Dios no han de ser causa de que le ofendas» (Acta Sanc-torum Augusti 5 [1868] 546).

Queridos amigos, hoy recordamos también el martirio de san Juan Bautis-ta, el mayor entre los profetas de Cris-to, que supo negarse a sí mismo para dejar espacio al Salvador y que sufrió y murió por la verdad. Pidámosle a él y a la Virgen María que nos guíen por el camino de la humildad, para llegar a ser dignos de la recompensa divina.

AUDiENCiAS GENERALES

Sala pablo VI. miércoles, 7 de ju-lio de 2010

Juan Duns Scoto

Queridos hermanos y hermanas:

Esta mañana, después de algunas catequesis sobre varios grandes teólo-gos, deseo presentaros otra figura im-portante en la historia de la teología: se trata del beato Juan Duns Scoto, que vivió a finales del siglo XIII. Una anti-gua inscripción en su sepultura resume las coordenadas geográficas de su bio-grafía: «Inglaterra lo acogió; Francia lo educó; Colonia, en Alemania, con-serva sus restos mortales; en Escocia nació». No podemos olvidar estas in-formaciones, entre otras cosas porque poseemos muy pocas noticias sobre la vida de Duns Scoto. Nació proba-blemente en 1266 en un pueblo, que se llamaba precisamente Duns, cerca de Edimburgo. Atraído por el caris-

ma de san Francisco de Asís, ingresó en la familia de los Frailes Menores y, en 1291, fue ordenado sacerdote. Dotado de una inteligencia brillante e inclinada a la especulación -la inteli-gencia que le mereció de la tradición el título de Doctor subtilis, «doctor sutil»- Duns Scoto fue orientado hacia los estudios de filosofía y de teología en las célebres universidades de Oxford y de París. Una vez concluida con éxito su formación, emprendió la enseñanza de la teología en las universidades de Oxford y de Cambridge, y más tarde en París, iniciando a comentar, como todos los maestros del tiempo, las Sen-tencias de Pedro Lombardo. Las obras principales de Duns Scoto representan el fruto maduro de estas lecciones, y toman el título de los lugares en los que enseñó: Ordinatio (llamada en el pasado Opus Oxoniense - Oxford, Re-portatio Cantabrigensis (Cambridge), Reportata Parisiensia (París). A éstas se han de añadir, al menos, las Quo-

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dlibeta (o Quaestiones quodlibetales), una obra muy importante constituida por 21 cuestiones sobre diversos temas teológicos. De París se alejó cuando, al estallar un grave conflicto entre el rey Felipe IV el Hermoso y el Papa Bonifacio VIII, Duns Scoto prefirió el exilio voluntario a tener que firmar un documento hostil al Sumo Pontífice, como el rey había impuesto a todos los religiosos. Así -por amor a la Sede de Pedro-, junto a los frailes franciscanos, abandonó el país.

Queridos hermanos y hermanas, este hecho nos invita a recordar cuán-tas veces en la historia de la Iglesia los creyentes han encontrado hostilidades y sufrido incluso persecuciones a cau-sa de su fidelidad y de su devoción a Cristo, a la Iglesia y al Papa. Todos no-sotros miramos con admiración a estos cristianos, que nos enseñan a custodiar como un bien precioso la fe en Cristo y la comunión con el Sucesor de Pedro y, así, con la Iglesia universal.

Sin embargo, las relaciones entre el rey de Francia y el sucesor de Bonifacio VIII pronto volvieron a ser cordiales, y en 1305 Duns Scoto pudo regresar a París para enseñar allí teología con el título de Magister regens, que hoy equi-valdría a catedrático. Sucesivamente, sus superiores lo enviaron a Colonia como profesor del Estudio teológico franciscano, pero murió el 8 de no-viembre de 1308, con sólo 43 años, dejando, de todas formas, un número relevante de obras.

Con motivo de la fama de santidad de la que gozaba, en la Orden francis-cana muy pronto se difundió su culto y el venerable Papa, Juan Pablo II, quiso confirmarlo solemnemente beato el 20 de marzo de 1993, definiéndolo «can-tor del Verbo encarnado y defensor de la Inmaculada Concepción». En esta expresión, se sintetiza la gran contribu-ción que Duns Scoto dio a la historia de la teología.

Ante todo, meditó sobre el miste-rio de la encarnación y, a diferencia de muchos pensadores cristianos del tiempo, sostuvo que el Hijo de Dios se habría hecho hombre aunque la hu-manidad no hubiese pecado. Afirma en la «Reportata Parisiensia»: «¡Pen-sar que Dios habría renunciado a esa obra si Adán no hubiera pecado sería completamente irrazonable! Por tanto, digo que la caída no fue la causa de la predestinación de Cristo, y que -aun-que nadie hubiese caído, ni el ángel ni el hombre- en esta hipótesis, Cristo habría estado de todos modos predes-tinado de la misma manera» (en III Sent., d. 7, 4). Este pensamiento, quizá algo sorprendente, nace porque, para Duns Scoto, la encarnación del Hijo de Dios, proyectada desde la eternidad por Dios Padre en su designio de amor, es el cumplimiento de la creación, y hace posible a toda criatura, en Cristo y por medio de él, ser colmada de gra-cia, y alabar y dar gloria a Dios en la eternidad. Duns Scoto, aun consciente de que, en realidad, a causa del pecado original, Cristo nos redimió con su pa-

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sión, muerte y resurrección, confirma que la encarnación es la obra mayor y más bella de toda la historia de la sal-vación, y que no está condicionada por ningún hecho contingente, sino que es la idea original de Dios de unir final-mente toda la creación consigo mismo en la persona y en la carne del Hijo.

Fiel discípulo de san Francisco, a Duns Scoto le gustaba contemplar y predicar el misterio de la pasión salvífi-ca de Cristo, expresión de la voluntad de amor, del amor inmenso de Dios, el cual comunica con grandísima ge-nerosidad fuera de sí los rayos de su bondad y de su amor (cf. Tractatus de primo principio, c. 4). Y este amor no se revela sólo en el Calvario, sino también en la santísima Eucaristía, de la que Duns Scoto era devotísimo y contem-plaba como el sacramento de la pre-sencia real de Jesús y de la unidad y la comunión que impulsa a amarnos los unos a los otros y a amar a Dios como el Sumo Bien común (cf. Reportata Parisiensia, en IV Sent., d. 8, q. 1, n. 3). «Y del mismo modo que este amor, esta caridad – escribí en la Carta con ocasión del Congreso Internacional en Colonia por al VII Centenario de la muerte del beato Duns Scoto, citando el pensamiento de nuestro autor – fue el inicio de todo, así también sólo en el amor y en la caridad estará nuestra feli-cidad: “El querer, o la voluntad amo-rosa, es simplemente la vida eterna, fe-liz y perfecta”». (L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 2 de enero de 2010, p. 5).

Queridos hermanos y hermanas, esta visión teológica, fuertemente «cristo-céntrica», nos abre a la contemplación, al estupor y a la gratitud: Cristo es el centro de la historia y del cosmos, es quien que da sentido, dignidad y valor a nuestra vida. Como el Papa Pablo VI en Manila, también hoy quiero gritar al mundo: «[Cristo] es el que manifies-ta al Dios invisible, es el primogénito de toda criatura, es el fundamento de todas las cosas; él es el Maestro de la humanidad, es el Redentor; él nació, murió y resucitó por nosotros; él es el centro de la historia y del mundo; él es aquéel que nos conoce y nos ama; él es el compañero y el amigo de nuestra vida... Yo no acabaría nunca de hablar de él» (Homilía, 29 de noviembre de 1970: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 13 de diciembre de 1970, p. 2).

No sólo el papel de Cristo en la his-toria de la salvación, sino también el de María es objeto de la reflexión del Doctor subtilis. En los tiempos de Duns Scoto, la mayoría de los teólogos opo-nía una objeción, que parecía insupe-rable, a la doctrina según la cual Ma-ría santísima estuvo exenta del pecado original desde el primer instante de su concepción: de hecho la universalidad de la redención que realiza Cristo, a primera vista, podía parecer compro-metida por una afirmación semejante, como si María no hubiera necesitado a Cristo y su redención. Por esto, los teólogos se oponían a esta tesis. Duns Scoto, para que se comprendiera esta

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preservación del pecado original, de-sarrolló un argumento que más tarde adoptará también el beato Papa Pío IX en 1854, cuando definió solemnemen-te el dogma de la Inmaculada Concep-ción de María. Y este argumento es el de la «redención preventiva», según el cual la Inmaculada Concepción repre-senta la obra maestra de la redención realizada por Cristo, porque preci-samente el poder de su amor y de su mediación obtuvo que la Madre fue-ra preservada del pecado original. Por tanto, María es totalmente redimida por Cristo, pero ya antes de la concep-ción. Los franciscanos, sus hermanos, acogieron y difundieron con entusias-mo esta doctrina, y otros teólogos -a menudo con juramento solemne- se comprometieron a defenderla y a per-feccionarla.

Al respecto, quiero poner de relie-ve un dato que me parece importante. Teólogos de valía, como Duns Scoto acerca de la doctrina sobre la Inma-culada Concepción, han enriquecido con su específica contribución de pen-samiento lo que el pueblo de Dios ya creía espontáneamente sobre la Virgen santísima, y manifestaba en los actos de piedad, en las expresiones del arte y, en general, en la vida cristiana. Así, la fe, tanto en la Inmaculada Concepción como en la Asunción corporal de la Virgen, ya estaba presente en el pueblo de Dios, mientras que la teología toda-vía no había encontrado la clave para interpretarla en la totalidad de la doc-trina de la fe. Por tanto, el pueblo de

Dios precede a los teólogos y todo esto gracias a ese sobrenatural sensus fidei, es decir, a la capacidad infusa del Espíritu Santo, que habilita para abrazar la rea-lidad de la fe, con la humildad del co-razón y de la mente. En este sentido, el pueblo de Dios es «magisterio que pre-cede», y que después la teología debe profundizar y acoger intelectualmente. ¡Ojalá los teólogos escuchen siempre esta fuente de la fe y conserven la hu-mildad y la sencillez de los pequeños! Lo recordé hace algunos meses dicien-do: «Hay grandes doctos, grandes es-pecialistas, grandes teólogos, maestros de la fe, que nos han enseñado muchas cosas. Han penetrado en los detalles de la Sagrada Escritura... pero no han po-dido ver el misterio mismo, el núcleo verdadero... Lo esencial ha quedado oculto... En cambio, también en nues-tro tiempo, están los pequeños que han conocido ese misterio. Pensemos en santa Bernardita Soubirous; en santa Teresa de Lisieux, con su nueva lectura de la Biblia “no científica”», pero que entra en el corazón de la Sagrada Es-critura» (Homilía en la santa misa con los miembros de la Comisión teológica internacional, 1 de diciembre de 2009: L’Osservatore Romano, edición en len-gua española, 4 de diciembre de 2009, p. 10).

Por último, Duns Scoto desarrolló un punto sobre el cual la modernidad es muy sensible. Se trata del tema de la libertad y de su relación con la volun-tad y con el intelecto. Nuestro autor su-braya la libertad como cualidad funda-

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mental de la voluntad, comenzando un planteamiento que valora mayormente la voluntad. En autores posteriores, por desgracia, esta línea de pensamien-to se desarrolló en un voluntarismo, en contraste con el llamado intelectualis-mo agustiniano y tomista. Para san-to Tomás de Aquino, que sigue a san Agustín, la libertad no puede conside-rarse una cualidad innata de la volun-tad, sino el fruto de la colaboración de la voluntad y del intelecto. En efecto, una idea de la libertad innata y absolu-ta - tal como se desarrolló precisamen-te después de Duns Scoto - situada en la voluntad que precede al intelecto, tanto en Dios como en el hombre, co-rre el riesgo de llevar a la idea de un Dios que tampoco estaría vinculado a la verdad y al bien. El deseo de salvar la absoluta trascendencia y diversidad de Dios con una acentuación tan radical e impenetrable de su voluntad no tiene en cuenta que el Dios que se ha reve-lado en Cristo es el Dios «logos», que ha actuado y actúa lleno de amor por nosotros. Ciertamente, el amor rebasa el conocimiento y es capaz de percibir más que el simple pensamiento, pero es siempre el amor del Dios «logos» (cf. Benedicto XVI, Discurso en la universi-dad de Ratisbona: L’Osservatore Roma-no, edición en lengua española, 22 de septiembre de 2006, p. 12). También en el hombre la idea de libertad abso-luta, situada en la voluntad, olvidan-do el nexo con la verdad, ignora que la misma libertad debe ser liberada de los límites que le vienen del pecado. En todo caso, la visión de Scoto no cae en

estos extremismos: para él, un acto li-bre resulta del concurso de la inteligen-cia y de la voluntad; y si él habla de un “primado” de la voluntad, lo justifica precisamente porque la voluntad sigue siempre al intelecto.

El año pasado, hablando a los semi-naristas romanos, recordaba que «en todas las épocas, desde los comienzos, pero de modo especial en la época moderna, la libertad ha sido el gran sueño de la humanidad» (Discurso al Pontificio Seminario romano mayor, 20 de febrero de 2009: L’Osservatore Ro-mano, edición en lengua española, 27 de febrero de 2009, p. 9). Pero preci-samente la historia moderna, además de nuestra experiencia cotidiana, nos enseña que la libertad es auténtica, y ayuda a la construcción de una civili-zación verdaderamente humana, sólo cuando está reconciliada con la verdad. Separada de la verdad, la libertad se convierte trágicamente en principio de destrucción de la armonía interior de la persona humana, fuente de prevarica-ción de los más fuertes y de los violen-tos, y causa de sufrimientos y de lutos. La libertad, como todas las facultades de las que el hombre está dotado, cre-ce y se perfecciona -afirma Duns Sco-to- cuando el hombre se abre a Dios, valorizando la disposición a la escucha de la voz divina: cuando escuchamos la revelación divina la Palabra de Dios, para acogerla, nos alcanza un mensaje que llena de luz y de esperanza nuestra vida y somos verdaderamente libres.

JULIO-AGOSTO 2010 · Boletín Oficial · 923

Iglesia Universal

Queridos hermanos y hermanas, el beato Duns Scoto nos enseña que lo esencial en nuestra vida es creer que Dios está cerca de nosotros y nos ama en Jesucristo y, por tanto, cultivar un profundo amor a él y a su Iglesia. De este amor nosotros somos testigos en esta tierra. Que María santísima nos ayude a recibir este infinito amor de Dios del que gozaremos plenamente, por la eternidad, en el cielo, cuando finalmente nuestra alma se unirá para siempre a Dios, en la comunión de los santos.

plaza de San pedro. miércoles, 4 de agosto de 2010

San tarcisio

Queridos hermanos y hermanas:

Deseo manifestar mi alegría por es-tar aquí hoy en medio de vosotros, en esta plaza, donde os habéis reunido en fiesta para esta audiencia general, que cuenta con la presencia tan significa-tiva de la gran Peregrinación europea de monaguillos. Queridos muchachos, muchachas y jóvenes, ¡sed bienvenidos! Dado que la gran mayoría de los mo-naguillos presentes en la plaza son de lengua alemana, me dirigiré ante todo a ellos en mi lengua materna.

Queridos monaguillos y amigos; queridos peregrinos de lengua alema-na, ¡bienvenidos a Roma! Os saludo

cordialmente a todos. Junto con vo-sotros saludo al cardenal secretario de Estado, Tarcisio Bertone; se llama Tarsicio, como vuestro patrono. Ha-béis tenido la amabilidad de invitarlo y él, que lleva el nombre de san Tarsi-cio, se alegra de poder estar aquí, en-tre los monaguillos del mundo y entre los monaguillos alemanes. Saludo a los queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio, y a los diáconos, que han querido participar en esta audien-cia. Agradezco de corazón al obispo auxiliar de Basilea, monseñor Martin Gächter, presidente del Coetus interna-tionalis ministrantium, las palabras de saludo que me ha dirigido, así como el gran don de la estatua de san Tarsicio y el fular que me ha entregado. Todo ello me recuerda el tiempo en que tam-bién yo era monaguillo. Le doy las gra-cias en vuestro nombre, también por la gran labor que lleva a cabo entre vo-sotros, junto con sus colaboradores y todos los que han hecho posible este alegre encuentro. Mi agradecimiento va también a los promotores suizos y a todos aquellos que han trabajado de varias maneras para la realización de la estatua de san Tarsicio.

Sois numerosos. Ya he sobrevolado la plaza de San Pedro en helicóptero y he visto todos los colores y la alegría que reina en esta plaza. Así no sólo creáis un ambiente de fiesta en la plaza, sino que además hacéis aún más ale-gre mi corazón. ¡Gracias! La estatua de san Tarsicio ha llegado hasta nosotros después de una larga peregrinación. En

924 · Boletín Oficial · JULIO-AGOSTO 2010

Iglesia Universal

septiembre de 2008, fue presentada en Suiza, en presencia de ocho mil mona-guillos: ciertamente algunos de voso-tros os hallabais presentes. Desde Suiza pasó por Luxemburgo hasta Hungría. Hoy nosotros la acogemos con gozo, alegrándonos de poder conocer mejor esa figura de los primeros siglos de la Iglesia. Luego la estatua -como ya ha explicado monseñor Gächter- será co-locada en las catacumbas de san Calix-to, donde san Tarsicio fue sepultado. El deseo que expreso a todos es que ese lugar, es decir, las catacumbas de san Calixto, y esta estatua se conviertan en un punto de referencia para los mona-guillos y para quienes desean seguir a Jesús más de cerca a través de la vida sacerdotal, religiosa y misionera. To-dos podemos contemplar a este joven valiente y fuerte, y renovar el compro-miso de amistad con el Señor mismo para aprender a vivir siempre con él, siguiendo el camino que nos señala con su Palabra y el testimonio de tan-tos santos y mártires, de los cuales, por medio del Bautismo, hemos llegado a ser hermanos y hermanas.

¿Quién era san Tarsicio? No tenemos muchas noticias de él. Estamos en los primeros siglos de la historia de la Igle-sia; más exactamente en el siglo III. Se narra que era un joven que frecuentaba las catacumbas de san Calixto, aquí en Roma, y era muy fiel a sus compromi-sos cristianos. Amaba mucho la Euca-ristía, y por varios elementos deduci-mos que probablemente era un acólito, es decir, un monaguillo. Eran años en

los que el emperador Valeriano perse-guía duramente a los cristianos, que se veían forzados a reunirse a escondidas en casas privadas o, a veces, también en las catacumbas, para escuchar la Pa-labra de Dios, orar y celebrar la santa misa. También la costumbre de llevar la Eucaristía a los presos y a los enfer-mos resultaba cada vez más peligrosa. Un día, cuando el sacerdote preguntó, como solía hacer, quién estaba dispues-to a llevar la Eucaristía a los demás her-manos y hermanas que la esperaban, se levantó el joven Tarsicio y dijo: «En-víame a mí». Ese muchacho parecía de-masiado joven para un servicio tan ar-duo. «Mi juventud -dijo Tarsicio- será la mejor protección para la Eucaristía». El sacerdote, convencido, le confió aquel Pan precioso, diciéndole: «Tar-sicio, recuerda que a tus débiles cuida-dos se encomienda un tesoro celestial. Evita los caminos frecuentados y no olvides que las cosas santas no deben ser arrojadas a los perros ni las perlas a los cerdos. ¿Guardarás con fidelidad y seguridad los Sagrados Misterios?». «Moriré -respondió decidido Tarsicio- antes que cederlos». A lo largo del ca-mino se encontró con algunos amigos, que acercándose a él le pidieron que se uniera a ellos. Al responder que no po-día, ellos -que eran paganos- comenza-ron a sospechar e insistieron, dándose cuenta de que apretaba algo contra su pecho y parecía defenderlo. Intenta-ron arrancárselo, pero no lo lograron; la lucha se hizo cada vez más furiosa, sobre todo cuando supieron que Tar-sicio era cristiano; le dieron puntapiés,

JULIO-AGOSTO 2010 · Boletín Oficial · 925

Iglesia Universal

le arrojaron piedras, pero él no cedió. Ya moribundo, fue llevado al sacerdote por un oficial pretoriano llamado Cua-drado, que también se había converti-do en cristiano a escondidas. Llegó ya sin vida, pero seguía apretando contra su pecho un pequeño lienzo con la Eu-caristía. Fue sepultado inmediatamen-te en las catacumbas de san Calixto. El Papa san Dámaso hizo una inscripción para la tumba de san Tarsicio, según la cual el joven murió en el año 257. El Martirologio Romano fija la fecha el 15 de agosto y en el mismo Martiro-logio se recoge una hermosa tradición oral, según la cual no se encontró el Santísimo Sacramento en el cuerpo de san Tarsicio, ni en las manos ni entre sus vestidos. Se explicó que la partícula consagrada, defendida con la vida por el pequeño mártir, se había convertido en carne de su carne, formando así con su mismo cuerpo una única hostia in-maculada ofrecida a Dios.

Queridas y queridos monaguillos, el testimonio de san Tarsicio y esta hermosa tradición nos enseñan el pro-fundo amor y la gran veneración que debemos tener hacia la Eucaristía: es un bien precioso, un tesoro cuyo va-lor no se puede medir; es el Pan de la vida, es Jesús mismo que se convierte en alimento, apoyo y fuerza para nues-tro peregrinar de cada día, y en camino abierto hacia la vida eterna; es el mayor don que Jesús nos ha dejado.

Me dirijo a vosotros, aquí presen-tes, y por medio de vosotros a todos

los monaguillos del mundo. Servid con generosidad a Jesús presente en la Eucaristía. Es una tarea importan-te, que os permite estar muy cerca del Señor y crecer en una amistad ver-dadera y profunda con él. Custodiad celosamente esta amistad en vuestro corazón como san Tarsicio, dispues-tos a comprometeros, a luchar y a dar la vida para que Jesús llegue a todos los hombres. También voso-tros comunicad a vuestros coetáneos el don de esta amistad, con alegría, con entusiasmo, sin miedo, para que puedan sentir que vosotros conocéis este Misterio, que es verdad y que lo amáis. Cada vez que os acercáis al altar, tenéis la suerte de asistir al gran gesto de amor de Dios, que si-gue queriéndose entregar a cada uno de nosotros, estar cerca de nosotros, ayudarnos, darnos fuerza para vivir bien. Como sabéis, con la consagra-ción, ese pedacito de pan se convier-te en Cuerpo de Cristo, ese vino se convierte en Sangre de Cristo. Sois afortunados por poder vivir de cerca este inefable misterio. Realizad con amor, con devoción y con fidelidad vuestra tarea de monaguillos. No en-tréis en la iglesia para la celebración con superficialidad; antes bien, pre-paraos interiormente para la santa misa. Ayudando a vuestros sacerdo-tes en el servicio del altar contribuís a hacer que Jesús esté más cerca, de modo que las personas puedan sentir y darse cuenta con más claridad de que él está aquí; vosotros colaboráis para que él pueda estar más presente

926 · Boletín Oficial · JULIO-AGOSTO 2010

Iglesia Universal

en el mundo, en la vida de cada día, en la Iglesia y en todo lugar. Queri-dos amigos, vosotros prestáis a Jesús vuestras manos, vuestros pensamien-tos, vuestro tiempo. Él no dejará de recompensaros, dándoos la verdadera alegría y haciendo que sintáis dónde está la felicidad más plena. San Tarsi-cio nos ha mostrado que el amor nos puede llevar incluso hasta la entrega de la vida por un bien auténtico, por el verdadero bien, por el Señor.

Probablemente a nosotros no se nos pedirá el martirio, pero Jesús nos pide la fidelidad en las cosas pequeñas, el recogimiento interior, la participa-ción interior, nuestra fe y el esfuerzo de mantener presente este tesoro en la vida de cada día. Nos pide la fide-lidad en las tareas diarias, el testimo-nio de su amor, frecuentado la Iglesia por convicción interior y por la ale-gría de su presencia. Así podemos dar a conocer también a nuestros amigos que Jesús vive. Que en este compro-miso nos ayude la intercesión de san Juan María Vianney -cuya memoria litúrgica se celebra hoy-, de este hu-milde párroco de Francia que cambió una pequeña comunidad y así dio al mundo nueva luz. Que el ejemplo de san Tarsicio y de san Juan Ma-ría Vianney nos impulse cada día a amar a Jesús y a cumplir su voluntad, como hizo la Virgen María, fiel a su Hijo hasta el final. Gracias, una vez más, a todos. Que Dios os bendiga en estos días. Os deseo un feliz regre-so a vuestros países.

palacio Apostólico de Castelgan-dolfo. miércoles, 11 de agosto de 2010

El martirio

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy en la liturgia recordamos a santa Clara de Asís, fundadora de las clarisas, luminosa figura de la cual ha-blaré en una de las próximas cateque-sis. Pero esta semana -como ya anti-cipé en el Ángelus del domingo pa-sado- recordamos también a algunos santos mártires de los primeros siglos de la Iglesia, como san Lorenzo, diá-cono; san Ponciano, Papa; y san Hi-pólito, sacerdote; y a santos mártires de un tiempo más cercano a nosotros, como santa Teresa Benedicta de la Cruz, Edith Stein, patrona de Euro-pa; y san Maximiliano María Kolbe. Quiero ahora detenerme brevemente a hablar sobre el martirio, forma de amor total a Dios.

¿En qué se funda el martirio? La respuesta es sencilla: en la muerte de Jesús, en su sacrificio supremo de amor, consumado en la cruz a fin de que pudiéramos tener la vida (cf. Jn 10, 10). Cristo es el siervo que sufre, de quien habla el profeta Isaías (cf. Is 52, 13-15), que se entregó a sí mis-mo como rescate por muchos (cf. Mt 20, 28). Él exhorta a sus discípulos, a cada uno de nosotros, a tomar cada día nuestra cruz y a seguirlo por el ca-mino del amor total a Dios Padre y

JULIO-AGOSTO 2010 · Boletín Oficial · 927

Iglesia Universal

a la humanidad: «El que no toma su cruz y me sigue -nos dice- no es dig-no de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará» (Mt 10, 38-39). Es la lógica del grano de trigo que mue-re para germinar y dar vida (cf. Jn 12, 24). Jesús mismo «es el grano de trigo venido de Dios, el grano de trigo di-vino, que se deja caer en tierra, que se deja partir, romper en la muerte y, precisamente de esta forma, se abre y puede dar fruto en todo el mundo» (Benedicto XVI, Visita a la Iglesia lu-terana de Roma, 14 de marzo de 2010; L’Osservatore Romano, edición en len-gua española, 21 de marzo de 2010, p. 8). El mártir sigue al Señor hasta las últimas consecuencias, aceptando libremente morir por la salvación del mundo, en una prueba suprema de fe y de amor (cf. Lumen gentium, 42).

Una vez más, ¿de dónde nace la fuerza para afrontar el martirio? De la profunda e íntima unión con Cris-to, porque el martirio y la vocación al martirio no son el resultado de un esfuerzo humano, sino la respuesta a una iniciativa y a una llamada de Dios; son un don de su gracia, que nos hace capaces de dar la propia vida por amor a Cristo y a la Iglesia, y así al mundo. Si leemos la vida de los mártires quedamos sorprendidos por la serenidad y la valentía a la hora de afrontar el sufrimiento y la muerte: el poder de Dios se manifiesta plena-mente en la debilidad, en la pobreza de quien se encomienda a él y sólo

en él pone su esperanza (cf. 2 Co 12, 9). Pero es importante subrayar que la gracia de Dios no suprime o sofoca la libertad de quien afronta el mar-tirio, sino, al contrario, la enriquece y la exalta: el mártir es una persona sumamente libre, libre respecto del poder, del mundo: una persona li-bre, que en un único acto definitivo entrega toda su vida a Dios, y en un acto supremo de fe, de esperanza y de caridad se abandona en las manos de su Creador y Redentor; sacrifica su vida para ser asociado de modo total al sacrificio de Cristo en la cruz. En una palabra, el martirio es un gran acto de amor en respuesta al inmenso amor de Dios.

Queridos hermanos y hermanas, como dije el miércoles pasado, pro-bablemente nosotros no estamos lla-mados al martirio, pero ninguno de nosotros queda excluido de la llamada divina a la santidad, a vivir en medida alta la existencia cristiana, y esto con-lleva tomar sobre sí la cruz cada día. Todos, sobre todo en nuestro tiem-po, en el que parece que prevalecen el egoísmo y el individualismo, debemos asumir como primer y fundamental compromiso crecer día a día en un amor mayor a Dios y a los hermanos para transformar nuestra vida y trans-formar así también nuestro mundo. Por intercesión de los santos y de los mártires pidamos al Señor que infla-me nuestro corazón para ser capaces de amar como él nos ha amado a cada uno de nosotros.

928 · Boletín Oficial · JULIO-AGOSTO 2010

Iglesia Universal

palacio Apostólico de Castelgan-dolfo. miércoles, 18 de agosto de 2010

San pío X

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy quiero detenerme a hablar de la figura de mi predecesor, san Pío X, de quien el próximo sábado se celebra la memoria litúrgica, subrayando algu-nos rasgos que pueden resultar útiles también para los pastores y los fieles de nuestra época.

Giuseppe Sarto (este era su nom-bre), nació en Riese (Treviso) en 1835 de familia campesina. Después de los estudios en el seminario de Pa-dua fue ordenado sacerdote a los 23 años. Primero fue vicario parroquial en Tombolo, luego párroco en Salza-no, después canónigo de la catedral de Treviso con el cargo de canciller episcopal y director espiritual del se-minario diocesano. En esos años de rica y generosa experiencia pastoral, el futuro Romano Pontífice mostró el profundo amor a Cristo y a la Igle-sia, la humildad, la sencillez y la gran caridad hacia los más necesitados, que fueron características de toda su vida. En 1884, fue nombrado obis-po de Mantua y en 1893 patriarca de Venecia. El 4 de agosto de 1903 fue elegido Papa, ministerio que aceptó con titubeos, porque consideraba que no estaba a la altura de una tarea tan elevada.

El pontificado de san Pío X dejó una huella indeleble en la historia de la Iglesia y se caracterizó por un notable esfuerzo de reforma, sintetizada en el lema Instaurare omnia in Christo: «Re-novarlo todo en Cristo». En efecto, sus intervenciones abarcaron los distintos ámbitos eclesiales. Desde los comien-zos, se dedicó a la reorganización de la Curia romana; después puso en marcha los trabajos de redacción del Código de derecho canónico, promulgado por su sucesor, Benedicto XV. Promovió también la revisión de los estudios y del itinerario de formación de los fu-turos sacerdotes, fundando asimismo varios seminarios regionales, dotados de buenas bibliotecas y profesores pre-parados. Otro ámbito importante fue el de la formación doctrinal del pueblo de Dios. Ya en sus años de párroco, él mismo había redactado un catecismo y durante el episcopado en Mantua había trabajado a fin de que se llegara a un catecismo único, si no universal, por lo menos italiano. Como auténtico pastor había comprendido que la situación de la época, entre otras cosas por el fenó-meno de la emigración, hacía necesario un catecismo al que cada fiel pudiera referirse independientemente del lugar y de las circunstancias de la vida. Como Romano Pontífice preparó un texto de doctrina cristiana para la diócesis de Roma, que se difundió en toda Italia y en el mundo. Este catecismo, llamado «de Pío X», fue para muchos una guía segura a la hora de aprender las verdades de la fe, por su lenguaje sencillo, claro y preciso, y por la eficacia expositiva.

JULIO-AGOSTO 2010 · Boletín Oficial · 929

Iglesia Universal

Dedicó notable atención a la refor-ma de la liturgia, en particular de la música sagrada, para llevar a los fieles a una vida de oración más profunda y a una participación más plena en los sacramentos. En el motu proprio Tra le sollecitudini, de 1903, primer año de su Pontificado, afirma que el verdadero espíritu cristiano tiene su primera e in-dispensable fuente en la participación activa en los sagrados misterios y en la oración pública y solemne de la Iglesia (cf. ASS 36 [1903] 531). Por eso reco-mendó acercarse a menudo a los sacra-mentos, favoreciendo la recepción dia-ria de la sagrada comunión, bien pre-parados, y anticipando oportunamente la primera comunión de los niños hacia los siete años de edad, «cuando el niño comienza a tener uso de razón» (cf. S. Congr. de Sacramentis, decreto Quam singulari: AAS 2 [1910] 582).

Fiel a la tarea de confirmar a los her-manos en la fe, san Pío X, ante algu-nas tendencias que se manifestaron en ámbito teológico al final del siglo XIX y a comienzos del siglo XX, intervino con decisión, condenando el «moder-nismo», para defender a los fieles de concepciones erróneas y promover una profundización científica de la Revela-ción en consonancia con la tradición de la Iglesia. El 7 de mayo de 1909, con la carta apostólica Vinea electa, fundó el Pontificio Instituto Bíblico. La gue-rra ensombreció los últimos meses de su vida. El llamamiento a los católicos del mundo, lanzado el 2 de agosto de 1914, para expresar «el profundo do-

lor» de la hora presente, fue el grito de sufrimiento del padre que ve a sus hi-jos enfrentarse unos contra otros. Mu-rió poco después, el 20 de agosto, y su fama de santidad comenzó a difundirse enseguida entre el pueblo cristiano.

Queridos hermanos y hermanas, san Pío x nos enseña a todos que en la base de nuestra acción apostólica, en los distintos campos en los que actuamos, siempre debe haber una íntima unión personal con Cristo, que es preciso cul-tivar y acrecentar día tras día. Éste es el núcleo de toda su enseñanza, de todo su compromiso pastoral. Sólo si esta-mos enamorados del Señor seremos ca-paces de llevar a los hombres a Dios y abrirles a su amor misericordioso, y de este modo abrir el mundo a la miseri-cordia de Dios.

palacio Apostólico de Castelgan-dolfo. miércoles, 25 de agosto de 2010

Queridos hermanos y hermanas:

En la vida de cada uno de nosotros, hay personas muy queridas, que senti-mos particularmente cercanas; algunas están ya en los brazos de Dios, otras comparten aún con nosotros el camino de la vida: son nuestros padres, los fa-miliares, los educadores; son personas a las que hemos hecho el bien o de las que hemos recibido el bien; son perso-nas con las que sabemos que podemos

930 · Boletín Oficial · JULIO-AGOSTO 2010

Iglesia Universal

contar. Es importante, sin embargo, tener también «compañeros de viaje» en el camino de nuestra vida cristiana: pienso en el director espiritual, en el confesor, en las personas con las que se puede compartir la propia experiencia de fe, pero pienso también en la Virgen María y en los santos. Cada uno debe-ría tener algún santo que le sea fami-liar, para sentirlo cerca con la oración y la intercesión, pero también para imitarlo. Quiero invitaros, por tanto, a conocer más a los santos, empezando por aquel cuyo nombre lleváis, leyen-do su vida, sus escritos. Estad seguros de que se convertirán en buenos guías para amar cada vez más al Señor y en ayudas válidas para vuestro crecimien-to humano y cristiano.

Como sabéis, yo también estoy uni-do de modo especial a algunas figuras de santos: entre estas, además de san José y san Benito, de quienes llevo el nombre, y de otros, está san Agustín, a quien tuve el gran don de conocer de cerca, por decirlo así, a través del estu-dio y la oración, y que se ha convertido en un buen «compañero de viaje» en mi vida y en mi ministerio. Quiero su-brayar una vez más un aspecto impor-tante de su experiencia humana y cris-tiana, actual también en nuestra época, en la que parece que el relativismo es, paradójicamente, la «verdad» que debe guiar el pensamiento, las decisiones y los comportamientos.

San Agustín fue un hombre que nunca vivió con superficialidad; la sed,

la búsqueda inquieta y constante de la Verdad es una de las características de fondo de su existencia; pero no la de las «pseudo-verdades» incapaces de dar paz duradera al corazón, sino de aquella Verdad que da sentido a la existencia y es la «morada» en la que el corazón en-cuentra serenidad y alegría. Su camino, como sabemos, no fue fácil: creyó en-contrar la Verdad en el prestigio, en la carrera, en la posesión de las cosas, en las voces que le prometían la felicidad inmediata; cometió errores, sufrió tris-tezas, afrontó fracasos, pero nunca se detuvo, nunca se contentó con lo que le daba sólo un hilo de luz; supo mirar en lo íntimo de sí mismo y, como es-cribe en las Confesiones, se dio cuenta de que esa Verdad, ese Dios que bus-caba con sus fuerzas, era más íntimo a él que él mismo, había estado siempre a su lado, nunca lo había abandonado y estaba a la espera de poder entrar de forma definitiva en su vida (cf. III, 6, 11; X, 27, 38). Como dije comentan-do la reciente película sobre su vida, san Agustín comprendió, en su inquie-ta búsqueda, que no era él quien había encontrado la Verdad, sino que la Ver-dad misma, que es Dios, lo persiguió y lo encontró (cf. L’Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, 4 de septiembre de 2009, p. 3). Romano Guardini, comentando un pasaje del capítulo III de las Confesiones, afirma: san Agustín comprendió que Dios es «gloria que nos pone de rodillas, bebi-da que apaga la sed, tesoro que hace felices, [...él tuvo] la tranquilizadora certeza de quien por fin comprendió,

JULIO-AGOSTO 2010 · Boletín Oficial · 931

Iglesia Universal

pero también la bienaventuranza del amor que sabe: esto es todo y me bas-ta» (Pensatori religiosi, Brescia 2001, p. 177).

También en las Confesiones, en el li-bro IX, nuestro santo refiere una con-versación con su madre, santa Mónica -cuya memoria se celebra el próximo viernes, pasado mañana-. Es una esce-na muy hermosa: él y su madre están en Ostia, en un albergue, y desde la ventana ven el cielo y el mar, y tras-cienden cielo y mar, y por un momen-to tocan el corazón de Dios en el silen-cio de las criaturas. Y aquí aparece una idea fundamental en el camino hacia la Verdad: las criaturas deben callar para que reine el silencio en el que Dios puede hablar. Esto es verdad siempre, también en nuestro tiempo: a veces se tiene una especie de miedo al silencio, al recogimiento, a pensar en los pro-pios actos, en el sentido profundo de la propia vida; a menudo se prefiere vivir sólo el momento fugaz, esperando ilu-soriamente que traiga felicidad durade-ra; se prefiere vivir, porque parece más fácil, con superficialidad, sin pensar; se tiene miedo de buscar la Verdad, o quizás se tiene miedo de que la Verdad nos encuentre, nos aferre y nos cambie la vida, como le sucedió a san Agustín.

Queridos hermanos y hermanas, quiero decir a todos, también a quie-nes atraviesan un momento de difi-cultad en su camino de fe, a quienes participan poco en la vida de la Iglesia o a quienes viven «como si Dios no

existiese», que no tengan miedo de la Verdad, que no interrumpan nunca el camino hacia ella, que no cesen nun-ca de buscar la verdad profunda sobre sí mismos y sobre las cosas con el ojo interior del corazón. Dios no dejará de dar luz para hacer ver y calor para ha-cer sentir al corazón que nos ama y que desea ser amado.

Que la intercesión de la Virgen Ma-ría, de san Agustín y de santa Mónica nos acompañe en este camino.

palacio Apostólico de Castelgan-dolfo. miércoles, 1 de septiembre de 2010

Santa Hildegarda de Bingen

Queridos hermanos y hermanas:

En 1988, con ocasión del Año ma-riano, el venerable Juan Pablo II escri-bió una carta apostólica titulada Mu-lieris dignitatem, en la que trata sobre el valioso papel que las mujeres han desempeñado y desempeñan en la vida de la Iglesia. «La Iglesia -se lee en el do-cumento- expresa su agradecimiento por todas las manifestaciones del “ge-nio” femenino aparecidas a lo largo de la historia, en medio de los pueblos y de las naciones; da gracias por todos los carismas que el Espíritu Santo otorga a las mujeres en la historia del pueblo de Dios, por todas las victorias que debe a su fe, esperanza y caridad; manifiesta

932 · Boletín Oficial · JULIO-AGOSTO 2010

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su gratitud por todos los frutos de san-tidad femenina» (n. 31).

También en aquellos siglos de la historia que habitualmente llamamos Edad Media, muchas figuras feme-ninas destacaron por su santidad de vida y por la riqueza de su enseñanza. Hoy quiero comenzar a presentaros a una de ellas: santa Hildegarda de Bingen, que vivió en Alemania en el siglo XII. Nació en 1098 en Renania, en Bermersheim, cerca de Alzey, y murió en 1179, a la edad de 81 años, pese a la continua fragilidad de su salud. Hildegarda pertenecía a una familia noble y numerosa; y desde su nacimiento sus padres la dedicaron al servicio de Dios. A los ocho años, a fin de que recibiera una adecuada formación humana y cristiana, fue encomendada a los cuidados de la maestra Judith de Spanheim, que se había retirado en clausura al monas-terio benedictino de san Disibodo. Se fue formando un pequeño mo-nasterio femenino de clausura, que seguía la regla de san Benito. Hil-degarda recibió el velo de manos del obispo Otón de Bamberg y, en 1136, cuando murió la madre Judith, que era la superiora de la comunidad, las hermanas la llamaron a sucederla. Desempeñó esta tarea sacando fruto de sus dotes de mujer culta, espiri-tualmente elevada y capaz de afron-tar con competencia los aspectos or-ganizativos de la vida claustral. Algu-nos años más tarde, también a causa del número creciente de las jóvenes

que llamaban a las puertas del mo-nasterio, Hildegarda fundó otra co-munidad en Bingen, dedicada a san Ruperto, donde pasó el resto de su vida. Su manera de ejercer el minis-terio de la autoridad es ejemplar para toda comunidad religiosa: suscitaba una santa emulación en la práctica del bien, tanto que, como muestran algunos testimonios de la época, la madre y las hijas competían en amar-se y en servirse mutuamente.

Ya en los años en que era superiora del monasterio de san Disibodo, Hil-degarda había comenzado a dictar las visiones místicas, que recibía desde hacía tiempo, a su consejero espiritual, el monje Volmar, y a su secretaria, una hermana a la que quería mucho, Richardis de Strade. Como sucede siempre en la vida de los verdaderos místicos, también Hildegarda quiso someterse a la autoridad de personas sabias para discernir el origen de sus visiones, temiendo que fueran fruto de imaginaciones y que no vinieran de Dios. Por eso, se dirigió a la persona que en su tiempo gozaba de la máxima estima en la Iglesia: san Bernardo de Claraval, del cual ya hablé en algunas catequesis. Éste tranquilizó y alentó a Hildegarda. Y en 1147 recibió otra aprobación importantísima. El Papa Eugenio III, que presidía un sínodo en Tréveris, leyó un texto dictado por Hildegarda, que le había presentado el arzobispo Enrique de Maguncia. El Papa autorizó a la mística a escribir sus visiones y a hablar en público. Desde

JULIO-AGOSTO 2010 · Boletín Oficial · 933

Iglesia Universal

aquel momento, el prestigio espiritual de Hildegarda creció cada vez más, tanto es así que sus contemporáneos le atribuyeron el título de «profetisa teutónica». Éste, queridos amigos, es el sello de una experiencia auténtica del Espíritu Santo, fuente de todo carisma: la persona depositaria de do-nes sobrenaturales nunca presume de ellos, no los ostenta y, sobre todo, muestra una obediencia total a la au-toridad eclesial. En efecto, todo don que distribuye el Espíritu Santo está destinado a la edificación de la Iglesia, y la Iglesia, a través de sus pastores, re-conoce su autenticidad.

El próximo miércoles volveré a ha-blar de esta gran mujer «profetisa», que también hoy nos habla con gran actua-lidad, con su valiente capacidad de dis-cernir los signos de los tiempos, con su amor por la creación, su medicina, su poesía, su música -que hoy se recons-truye-, su amor a Cristo y a su Iglesia, que sufría también en aquel tiempo, herida también en aquel tiempo por los pecados de los sacerdotes y de los laicos, y mucho más amada como cuer-po de Cristo. Así santa Hildegarda nos habla a nosotros; lo comentaremos de nuevo el próximo miércoles. Gracias por vuestra atención.

CARTAS

mensaje del papa, Benedicto XVI,a los participantes en el Congreso del laicado Católico de Asia. (Seul, del 31 de agosto al 5 de septiembre de

2010)

Al venerable hermano, Cardenal Sta-nislaw Rylko, Presidente del Consejo pontificio para los laicos

Me alegra saber que del 31 de agosto al 5 de septiembre se va a celebrar en Seúl el Congreso del laicado católico de Asia. Le ruego que tenga la bondad de transmitir mis más cordiales saludos y mis mejores deseos a los obispos, a los sacerdotes, a los religiosos y las religio-sas, y a los laicos de Asia reunidos en

asamblea para esta importante iniciati-va pastoral, promovida por el Consejo pontificio para los laicos. El tema elegi-do para el Congreso -«Anunciar a Jesu-cristo en Asia hoy»- es muy oportuno, y estoy seguro de que alentará y orien-tará a los fieles laicos del continente a dar testimonio con alegría del Señor resucitado y de la verdad vivificadora de su santa Palabra.

Asia, patria de dos tercios de la po-blación mundial, cuna de grandes re-ligiones y tradiciones espirituales, y de distintas culturas, actualmente está viviendo procesos de crecimiento eco-nómico y de transformación social sin precedentes. Los católicos asiáticos es-

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Iglesia Universal

tán llamados a ser signo y promesa de la unidad y la comunión -comunión con Dios y entre los hombres- que an-hela toda la familia humana y que sólo Cristo hace posible. Como teselas del mosaico de los diferentes pueblos, cul-turas y religiones del continente, se les ha confiado una gran misión: ser tes-tigos de Jesucristo, el Salvador univer-sal de la humanidad. Este es el servicio supremo y el mayor don que la Iglesia puede ofrecer al pueblo de Asia, y ten-go la esperanza de que este congreso represente un renovado estímulo y una orientación para cumplir ese mandato sagrado.

«Los pueblos de Asia necesitan a Je-sucristo y su Evangelio, dado que ese continente tiene sed del agua viva que sólo él puede dar» (Ecclesia in Asia, 50). Estas palabras proféticas del siervo de Dios Juan Pablo II siguen resonando como un llamamiento dirigido a cada uno de los miembros de la Iglesia que está en Asia. Los fieles laicos, para cumplir esta misión, deben ser más conscientes de la gracia de su Bautismo y de su dignidad en cuanto hijos e hi-jas de Dios Padre, compartir la muer-te y resurrección de su Hijo Jesucristo y recibir la unción del Espíritu Santo como miembros del Cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia. Unidos a sus pastores en el pensamiento y en el corazón, y acompañados en cada paso de su camino de fe por una sólida for-mación espiritual y catequética, deben ser estimulados a cooperar activamente no sólo a edificar sus comunidades lo-

cales, sino también a encontrar modos nuevos para anunciar el Evangelio en todos los sectores de la sociedad. Ante los hombres y mujeres de Asia se abren ahora amplios horizontes de misión en sus esfuerzos por testimoniar la verdad del Evangelio. Pienso especialmente en las oportunidades que representan su ejemplo de amor conyugal y de vida familiar cristiana; su defensa de la vida, como don de Dios, desde la concep-ción hasta la muerte natural; su solici-tud amorosa por los pobres y los opri-midos; su disponibilidad a perdonar a sus enemigos y perseguidores; su ejem-plo de justicia, verdad y solidaridad en el lugar de trabajo; y su presencia en la vida pública.

El número creciente de fieles laicos comprometidos, cualificados y entu-siastas es, por tanto, un signo de in-mensa esperanza para el futuro de la Iglesia en Asia. Aquí deseo señalar con gratitud especialmente la labor excep-cional de numerosos catequistas que transmiten las riquezas de la fe católica tanto a los jóvenes como a los adultos, llevando a personas, familias y comu-nidades parroquiales a un encuentro todavía más profundo con el Señor resucitado. Los movimientos apostó-licos y carismáticos también son un don especial del Espíritu, porque dan nueva vida y vigor a la formación del laicado, especialmente a las familias y los jóvenes. Las asociaciones y movi-mientos eclesiales que se dedican a la promoción de la dignidad humana y de la justicia demuestran concretamen-

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Iglesia Universal

te la universalidad del mensaje evangé-lico de nuestra adopción como hijos de Dios. Con numerosas personas y gru-pos comprometidos en la oración y en obras de caridad, y contribuyendo en los consejos pastorales y parroquiales, estos grupos desempeñan un impor-tante papel a la hora de ayudar a las Iglesias particulares de Asia a ser edifi-cadas en la fe y el amor, reforzadas en la comunión con la Iglesia universal y renovadas en el celo por la difusión del Evangelio.

Por esta razón, rezo para que este congreso ponga de relieve el papel in-dispensable de los fieles laicos en la mi-sión de la Iglesia y desarrolle programas e iniciativas específicos para ayudarles en su tarea de anunciar a Jesucristo en Asia hoy. Estoy seguro de que las de-liberaciones del congreso subrayarán que la vida y la llamada cristianas de-ben ser consideradas principalmente como una fuente de felicidad sublime y como un don que compartir con los demás. Todos los católicos deberían poder afirmar, con el apóstol san Pa-blo: «Para mí vivir es Cristo» (Flp 1, 21). Quienes han encontrado en Jesús la verdad, la alegría y la belleza que dan significado y orientación a su vida, naturalmente desearán transmitir esta gracia a los demás. Sin desalentarse a causa de las dificultades o la enormi-dad de la tarea a realizar, han de confiar en la misteriosa presencia del Espíritu Santo que actúa siempre en el corazón de las personas, en sus tradiciones y culturas, abriendo misteriosamente las

puertas a Cristo, «camino, verdad y vida» (Jn 14, 6), y al cumplimiento de todo anhelo humano.

Con estos sentimientos, invoco sobre todos los participantes en el congreso una nueva efusión del Espíritu Santo y me uno de buen grado a la oración que acompañará estos días de estudio y discernimiento. Que la Iglesia que está en Asia dé un testimonio cada vez más ferviente de la incomparable belleza de ser cristianos, y proclame a Jesucristo como único Salvador del mundo. En-comendando a todos los presentes a la intercesión amorosa de María, Madre de la Iglesia, imparto de corazón mi bendición apostólica como prenda de alegría y de paz en el Señor.

Vaticano, 10 de agosto de 2010

mensaje del papa, Benedicto XVI,a la Hermana mary prema pierick, Superiora General de las misioneras de la Caridad, por el Centenario del

nacimiento de la madre teresa de Calcuta

Envío un cordial saludo a usted y a todas las Misioneras de la Caridad al inicio de las celebraciones del centena-rio del nacimiento de la beata madre Teresa, fundadora de vuestra congre-gación y modelo ejemplar de virtud cristiana. Espero que este año sea para la Iglesia y para el mundo una ocasión de gozosa gratitud a Dios por el don

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Iglesia Universal

inestimable que la madre Teresa fue durante su vida y sigue siendo a través de la obra amorosa e incansable que realizáis vosotras, sus hijas espirituales.

Al prepararos para este año, os ha-béis esforzado por acercaros más aún a la persona de Jesús, cuya sed de almas apagáis sirviéndole a él en los más po-bres entre los pobres. Habiendo respon-dido con confianza a la llamada directa del Señor, la madre Teresa ejemplifi-có ante el mundo de modo excelente las palabras de san Juan: «Queridos, si Dios nos amó de esta manera, tam-bién nosotros debemos amarnos unos a otros. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor

ha llegado en nosotros a su plenitud» (1 Jn 4, 11-12).

Que este amor os siga impulsando a vosotras, Misioneras de la Caridad, a entregaros con generosidad a Jesús, a quien veis y servís en los pobres, las personas solas y los abandonados. Os animo a beber constantemente de la espiritualidad y el ejemplo de la madre Teresa y, siguiendo sus huellas, a aco-ger la invitación de Cristo: «Ven, sé mi luz». Uniéndome espiritualmente a las celebraciones del centenario, con gran afecto en el Señor imparto de corazón a las Misioneras de la Caridad y a todos aquellos a quienes servís, mi paternal bendición apostólica.

DiSCURSOS

Discurso del papa, Benedicto XVI,al Sr. Habbeb mohammed Hai Ali

Al-Sadr nuevo embajador de la República de Irak ante la Santa

Sede

Viernes, 2 de julio de 2010

Excelencia:

Me alegra darle la bienvenida al co-mienzo de su misión y aceptar las car-tas que le acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de la República de Irak ante la Santa Sede. Le agradezco sus amables palabras y le

pido que transmita al presidente Jalal Talabani mis saludos respetuosos y le asegure mis oraciones por la paz y el bienestar de todos los ciudadanos de su país.

El 7 de marzo de 2010 los ciudada-nos iraquíes manifestaron claramente al mundo que desean ver el fin de la violencia y que han elegido el cami-no de la democracia, a través del cual aspiran a vivir en armonía unos con otros en una sociedad justa, pluralista e inclusiva. A pesar de los intentos de intimidación por parte de quienes no comparten esta visión, los ciudadanos

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Iglesia Universal

mostraron gran valentía y determina-ción acudiendo a las urnas en gran número. Ahora hay que esperar que la formación de un nuevo Gobierno pro-ceda rápidamente, para que se cumpla la voluntad del pueblo de un Irak más estable y unificado. Quienes han sido elegidos para la función política debe-rán mostrar gran valentía y determi-nación, a fin de satisfacer las grandes expectativas que se han depositado en ellos. Puede estar seguro de que la San-ta Sede, que ha valorado siempre las excelentes relaciones diplomáticas con su país, seguirá proporcionando toda la ayuda posible para que Irak desem-peñe su justo papel como nación líder en la región, contribuyendo en gran medida a la comunidad internacional. El nuevo Gobierno deberá dar prio-ridad a medidas destinadas a mejorar la seguridad de todos los sectores de la población, en particular de las diversas minorías. Usted ha hablado de las difi-cultades que afrontan los cristianos, y aprecio sus comentarios acerca de los pasos que ha dado el Gobierno para proporcionarles mayor protección. Naturalmente, la Santa Sede comparte la preocupación que usted ha expresa-do respecto a que los cristianos iraquíes deberían permanecer en su tierra ances-tral, y que quienes se vieron obligados a emigrar pronto deberían considerar que volver es algo seguro. Desde los co-mienzos de la Iglesia, los cristianos han estado presentes en la tierra de Abra-ham, tierra que es parte del patrimonio común del judaísmo, el cristianismo y el islamismo. Cabe esperar que en el

futuro la sociedad iraquí se caracterice por una coexistencia pacífica, en ar-monía con las aspiraciones de quienes están arraigados en la fe de Abraham. Aunque los cristianos forman una pe-queña minoría de la población de Irak, pueden dar una valiosa contribución a su reconstrucción y reactivación eco-nómica, mediante su apostolado en la educación y en la sanidad, al igual que su compromiso en proyectos hu-manitarios proporciona una asistencia muy necesaria para la construcción de la sociedad. Pero para hacer su parte, los cristianos iraquíes necesitan saber que no corren peligro si permanecen o vuelven a sus casas, y tener la ga-rantía de que les serán restituidas sus propiedades y respetados sus derechos. Durante los últimos años se han veri-ficado numerosos y trágicos sucesos de violencia perpetrados contra miembros inocentes de la población, tanto mu-sulmanes como cristianos; hechos que, como usted ha puntualizado, son con-trarios tanto a las enseñanzas del islam como a las del cristianismo. Este dolor común puede crear un vínculo profun-do, reforzando la determinación tanto de musulmanes como de cristianos de trabajar por la paz y la reconciliación. La historia ha mostrado que algunos de los incentivos más fuertes para su-perar la división derivan del ejemplo de hombres y mujeres que, habiendo elegido el camino valiente del testi-monio no violento de valores más ele-vados, han perdido la vida a causa de actos cobardes de violencia. Cuando las dificultades actuales hayan queda-

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Iglesia Universal

do relegadas al pasado, los nombres del arzobispo Paulos Faraj Rahhoh, del padre Ragheed Ganni y de muchos otros seguirán viviendo como ejemplos luminosos del amor que los impulsó a dar su vida por los demás. Ojalá que su sacrificio, y el sacrificio de muchos otros como ellos, fortalezca en el pue-blo iraquí la determinación moral que se necesita para que las estructuras po-líticas destinadas a una mayor justicia y estabilidad logren el efecto deseado.

Usted ha hablado del compromiso de su Gobierno de respetar los derechos humanos. De hecho, es de máxima im-portancia para cualquier sociedad que se respete la dignidad humana de cada uno de sus ciudadanos, tanto en la ley como en la práctica; en otras palabras, que se reconozcan, garanticen y pro-muevan los derechos fundamentales de todos. Sólo así se puede servir ver-daderamente al bien común, es decir, las condiciones sociales que permiten a la gente, tanto a los grupos como a los individuos, prosperar, alcanzar su plena realización y contribuir al bien de los de-más (cf. Compendio de la doctrina social de la Iglesia, 164-170). Entre los dere-chos que deben respetarse plenamente, si se quiere promover efectivamente el bien común, los derechos a la libertad de religión y a la libertad de culto son fundamentales, puesto que permiten a los ciudadanos vivir en conformidad con su dignidad trascendente como personas creadas a imagen de su divino Creador. Por tanto, espero -y pido por ello- que estos derechos no sólo sean

incorporados en la legislación, sino que también impregnen el tejido social. Todos los iraquíes tienen un papel que desempeñar en la construcción de un ambiente justo, moral y pacífico.

Señor embajador, usted comienza su mandato en los meses que preceden a una iniciativa particular de la Santa Sede para apoyar a las Iglesias parti-culares en toda la región, es decir, la Asamblea especial para Oriente Medio del Sínodo de obispos. Será una ocasión importante para examinar el papel y el testimonio de los cristianos en tierras bíblicas, y también dará un impulso a la importante tarea del diálogo interre-ligioso, que tanto puede contribuir al objetivo de la coexistencia pacífica me-diante el respeto y la estima recíproca entre los seguidores de las diferentes religiones. Espero sinceramente que Irak emerja de las experiencias difíciles del pasado decenio como un modelo de tolerancia y cooperación entre mu-sulmanes, cristianos y otros, al servicio de las personas necesitadas.

Excelencia, ruego para que la mi-sión diplomática que usted comienza hoy fortalezca aún más los vínculos de amistad entre la Santa Sede y su país. Le aseguro que los diversos dicasterios de la Curia romana estarán siempre dispuestos a ofrecerle ayuda y apoyo en el cumplimiento de su deber. Con mis mejores y sinceros deseos, invoco sobre usted, sobre su familia y sobre todo el pueblo de la República de Irak abun-dantes bendiciones divinas.

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Discurso del papa, Benedicto XVI,a una delegación de promotores de la

Jornada mundial de la Juventud 2011

Viernes, 2 de julio de 2010

Eminencia, querido hermano en el episcopado, distinguidos señores y seño-ras, amigos todos:

Agradezco vivamente las amables palabras que el Señor Cardenal Arzo-bispo de Madrid ha tenido la bondad de dirigirme en nombre del Patrona-to de la Fundación “Madrid vivo”, así como de todos vosotros, en este cami-no de preparación de la Jornada Mun-dial de la Juventud, que se celebrará en la capital de España en agosto del año próximo.

Son muchos los jóvenes que tie-nen puestos sus ojos en esa hermosa ciudad, con el gozo de poder encon-trarse en ella, dentro de pocos me-ses, para escuchar juntos la Palabra de Cristo, siempre joven, y poder compartir la fe que los une y el deseo que tienen de construir un mundo mejor, inspirados en los valores del Evangelio.

Os invito a todos a seguir colabo-rando generosamente en esta bella ini-ciativa, que no es una simple reunión multitudinaria, sino una ocasión privi-legiada para que los jóvenes de vuestro país y del mundo entero se dejen con-quistar por el amor de Cristo Jesús, el Hijo de Dios y de María, el amigo fiel,

el vencedor del pecado y de la muerte. Quien confía en Él, jamás queda de-fraudado, sino que halla la fuerza ne-cesaria para elegir el camino justo en la vida.

A todos vosotros y a vuestras fami-lias os recordaré fervientemente en la oración, pidiendo a Dios que bendiga los esfuerzos que estáis realizando para que la próxima Jornada Mundial de la Juventud alcance copiosos frutos. Que María Santísima os acompañe siempre con amor de Madre. Muchas gracias.

Discurso del papa, Benedicto XVI,durante la inauguración y bendición en los jardines vaticanos de la nueva

fuente dedicada a San José

Plaza del Palacio de la Gobernación. Lunes, 5 de julio de 2010

Señores cardenales; venerados her-manos en el episcopado y en el sacerdo-cio; ilustres señores y señoras:

Para mí es un motivo de alegría inaugurar esta fuente en los jardines vaticanos, en un contexto natural de singular belleza. Es un obra que va a incrementar el patrimonio artísti-co de este encantador espacio verde de la Ciudad del Vaticano, rico de testimonios histórico-artísticos de varias épocas. De hecho, no sólo los prados, las flores, las plantas, los

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árboles, sino también las torres, las casitas, los templetes, las fuentes, las estatuas y las demás construcciones hacen de estos jardines un unicum fascinante. Para mis predecesores fueron -y son también para mí- un espacio vital, un lugar que frecuento de buena gana para pasar un poco de tiempo en oración y en serena dis-tensión.

Al dirigir a cada uno de vosotros mi cordial saludo, deseo manifestar vivo reconocimiento por este don que me habéis ofrecido, dedicándolo a san José. ¡Gracias por este detalle deli-cado y amable! Fue una ardua tarea, que ha contado con la colaboración de muchas personas. Doy las gracias ante todo al cardenal Giovanni Lajo-lo, también por las palabras que me ha dirigido y la interesante presenta-ción de los trabajos realizados. Asi-mismo, doy las gracias al arzobispo Carlo María Viganò y al obispo Gior-gio Corbellini, respectivamente secre-tario general y subsecretario general de la Gobernación. Expreso mi vivo aprecio a la Dirección de los Servicios técnicos, al proyectista y al escultor, a los asesores y al equipo de trabajo, con un pensamiento especial para los cónyuges Hintze y para el señor Cas-trignano, de Londres, que han finan-ciado generosamente la obra, y para las hermanas del Monasterio de San José en Kyoto. Unas palabras de gra-titud a la provincia de Trento, a los ayuntamientos y a las empresas tren-tinas, por su contribución.

Esta fuente está dedicada a san José, una figura querida y cercana para el corazón del pueblo de Dios y para mi corazón. Los seis paneles de bronce que la embellecen evocan diversos momen-tos de su vida. Deseo detenerme breve-mente a reflexionar sobre estos. El pri-mer panel representa las nupcias entre José y María; se trata de un episodio que reviste gran importancia. José era del linaje real de David y, en virtud de su matrimonio con María, conferirá al Hijo de la Virgen -al Hijo de Dios- el título legal de «hijo de David», cum-pliendo así las profecías. Las nupcias de José y María son, por tanto, un aconte-cimiento humano, pero determinante en la historia de salvación de la huma-nidad, en la realización de las promesas de Dios; de modo que también tienen una connotación sobrenatural, que los dos protagonistas aceptan con humil-dad y confianza.

Muy pronto para José llega el mo-mento de la prueba, una dura prueba para su fe. Prometido de María, antes de ir a vivir con ella, descubre su mis-teriosa maternidad y queda turbado. El evangelista Mateo subraya que, como era justo, no quería repudiarla y, por tanto, resolvió despedirla en secreto (cf. Mt 1,19). Pero en sueños -como representa el segundo panel- el ángel le hizo comprender que lo que sucedía en María era obra del Espí-ritu Santo; y José, fiándose de Dios, accede y coopera en el plan de la sal-vación. Ciertamente, la intervención divina en su vida no podía no turbar

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su corazón. Confiarse a Dios no sig-nifica ver todo claro según nuestros criterios, no significa realizar lo que hemos proyectado; confiarse a Dios quiere decir vaciarse de sí mismos, renunciar a sí mismos, porque sólo quien acepta perderse por Dios pue-de ser «justo» como san José, es decir, puede conformar su propia voluntad a la de Dios y así realizarse.

El Evangelio, como sabemos, no ha conservado ninguna palabra de José, el cual desempeñó su actividad en el silencio. Es el estilo que lo caracteri-za en toda su existencia, tanto antes de encontrarse frente al misterio de la acción de Dios en su esposa, como cuando -consciente de este misterio- está al lado de María en el nacimiento, representado en la tercera placa. En aquella santa noche, en Belén, con María y el Niño está José, al cual el Padre celestial ha encomendado el cuidado diario de su Hijo en la tierra, un cuidado realizado en la humildad y en el silencio.

El cuarto panel reproduce la escena dramática de la huida a Egipto para escapar de la violencia homicida de Herodes. José se ve obligado a dejar su tierra con su familia, de prisa: se trata de otro momento misterioso en su vida; otra prueba en la que se le pide plena fidelidad al designio de Dios.

Después, en los Evangelios, José aparece sólo en otro episodio, cuando

se dirige a Jerusalén y vive la angus-tia de perder al hijo Jesús. San Lu-cas describe la afanosa búsqueda y la maravilla de encontrarlo en el Templo -como se ve en la quinta placa-, pero aún más el asombro de sentir las mis-teriosas palabras: «¿Por qué me bus-cabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?» (Lc 2, 49). Estas dos preguntas del Hijo de Dios nos ayudan a entender el misterio de la paternidad de José. Recordando a sus padres el primado de aquel al que llama «mi Padre», Jesús afirma la primacía de la voluntad de Dios so-bre cualquier otra voluntad, y revela a José la verdad profunda de su papel: también él está llamado a ser discípu-lo de Jesús, dedicando su existencia al servicio del Hijo de Dios y de la Virgen Madre, en obediencia al Pa-dre celestial.

El sexto panel representa el trabajo de José en su taller de Nazaret. A su lado trabajó Jesús. El Hijo de Dios está escondido para los hombres y sólo María y José custodian su misterio y lo viven cada día: el Verbo encarnado crece como hombre a la sombra de sus padres, pero, al mismo tiempo, estos permanecen a su vez escondidos en Cristo, en su misterio, viviendo su vocación.

Queridos hermanos y hermanas, esta hermosa fuente dedicada a san José constituye una referencia sim-bólica a los valores de la sencillez y de la humildad a la hora de cumplir dia-

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riamente la voluntad de Dios, valores que caracterizaron la vida silenciosa, pero preciosa del Custodio del Re-dentor. A su intercesión encomiendo los anhelos de la Iglesia y del mun-do. Que, junto con la Virgen María, su esposa, guíe siempre mi camino y el vuestro, a fin de que seamos ins-trumentos gozosos de paz y de salva-ción.

palabras del papa, Benedicto XVI,al final de la proyección de una

película de la Radio Bávara sobre su pontificado

Sala de los Suizos del palacio pontifi-cio de Castelgandolfo.

Jueves, 29 de julio de 2010

Eminencia; excelencias; querido pro-fesor Fuchs; querido Mandlik; queridos amigos; señoras y señores:

En este momento, sólo deseo dar las gracias a la Radio Bávara por este viaje espiritual extraordinario, que nos ha permitido revivir y recordar momentos determinantes y culmi-nantes de estos cinco años de mi ser-vicio petrino y de la vida de la Iglesia misma.

Para mí, personalmente, ha sido muy conmovedor ver algunos mo-mentos, sobre todo aquel en el que el Señor impuso sobre mis hombros el servicio petrino. Un peso que nadie podría llevar por sí mismo sólo con

sus fuerzas, y que sólo se puede llevar porque el Señor nos lleva y me lleva. En esta película, a mi parecer, hemos visto la riqueza de la vida de la Igle-sia, la multiplicidad de las culturas, de los carismas, de los diversos dones que viven en la Iglesia y cómo en esta multiplicidad y gran diversidad vive siempre la misma, única, Iglesia. Y el primado petrino tiene esta misión de hacer visible y concreta la unidad, en la multiplicidad histórica, concreta; en la unidad de presente, pasado, fu-turo y de la eternidad.

Hemos visto que la Iglesia tam-bién hoy, aunque sufra tanto, como sabemos, es una Iglesia gozosa, no es una Iglesia envejecida; al contra-rio, hemos visto que la Iglesia es jo-ven y que la fe crea alegría. Por ello, me ha parecido muy interesante -una buena idea- insertar todo en el marco de la novena sinfonía de Bee-thoven, del «Himno a la alegría», que muestra cómo detrás de toda la historia está la alegría de nuestra re-dención. También me ha parecido acertado que el filme termine con la visita a la Madre de Dios, que nos enseña la humildad, la obediencia y la alegría de que Dios está con no-sotros.

Un cordial «Dios se lo pague» a usted, querido señor Fuchs; a usted, querido señor Mandlik; y a todas las personas que han colaborado, por este magnífico momento que nos han brin-dado.

JULIO-AGOSTO 2010 · Boletín Oficial · 943

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HOmiLÍAS

Homilía del papa, Benedicto XVI,durante la misa en la solemnidad de

la Asunción de la Virgen maría

Parroquia de Santo Tomás de Villa-nueva, Castelgandolfo.

Domingo, 15 de agosto de 2010.

Eminencia; excelencia; autoridades; queridos hermanos y hermanas:

Hoy la Iglesia celebra una de las fies-tas más importantes del año litúrgico dedicadas a María santísima: la Asun-ción. Al terminar su vida terrena, María fue llevada en alma y cuerpo al cielo, es decir, a la gloria de la vida eterna, a la comunión plena y perfecta con Dios.

Este año, se celebra el sexagésimo aniversario desde que el venerable Papa, Pío XII, el 1 de noviembre de 1950, definió solemnemente este dog-ma, y quiero leer -aunque es un poco complicada- la forma de la dogmati-zación. Dice el Papa: «Por eso, la au-gusta Madre de Dios, misteriosamente unida a Jesucristo desde toda la eterni-dad, por un solo y mismo decreto de predestinación, inmaculada en su con-cepción, virgen integérrima en su di-vina maternidad, generosamente aso-ciada al Redentor divino, que alcanzó pleno triunfo sobre el pecado y sus consecuencias, consiguió al fin, como corona suprema de sus privilegios, ser conservada inmune de la corrupción

del sepulcro y, del mismo modo que antes su Hijo, vencida la muerte, ser elevada en cuerpo y alma a la suprema gloria del cielo, donde brillaría como reina a la derecha de su propio Hijo, Rey inmortal de los siglos» (const. ap. Munificentissimus Deus: AAS 42 [1950] 768-769).

Éste es, por tanto, el núcleo de nues-tra fe en la Asunción: creemos que Ma-ría, como Cristo, su Hijo, ya ha venci-do la muerte y triunfa ya en la gloria celestial en la totalidad de su ser, «en cuerpo y alma».

San Pablo, en la segunda lectura de hoy, nos ayuda a arrojar un poco de luz sobre este misterio partiendo del hecho central de la historia humana y de nuestra fe, es decir, el hecho de la resurrección de Cristo, que es «la pri-micia de los que han muerto». Inmer-sos en su Misterio pascual, hemos sido hechos partícipes de su victoria sobre el pecado y sobre la muerte. Aquí está el secreto sorprendente y la realidad clave de toda la historia humana. San Pablo nos dice que todos fuimos «incorpo-rados» en Adán, el primer hombre, el hombre viejo; todos tenemos la misma herencia humana, a la que pertenece el sufrimiento, la muerte y el pecado. Pero a esta realidad que todos pode-mos ver y vivir cada día añade algo nuevo: no sólo tenemos esta herencia del único ser humano, que comenzó con Adán, sino que hemos sido «incor-

944 · Boletín Oficial · JULIO-AGOSTO 2010

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porados» también en el hombre nue-vo, en Cristo resucitado, y así la vida de la Resurrección ya está presente en nosotros. Por tanto, esta primera «in-corporación» biológica es incorpora-ción en la muerte, incorporación que genera la muerte. La segunda, nueva, que se nos da en el Bautismo, es «in-corporación» que da la vida. Cito de nuevo la segunda lectura de hoy; dice san Pablo: «Porque, habiendo venido por un hombre la muerte, también por un hombre viene la resurrección de los muertos. Pues del mismo modo que en Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo. Pero cada cual en su rango: Cristo como primicia; luego los de Cristo en su venida» (1 Co 15, 21-23)».

Ahora bien, lo que san Pablo afirma de todos los hombres, la Iglesia, en su magisterio infalible, lo dice de María en un modo y sentido precisos: la Madre de Dios se inserta hasta tal punto en el Misterio de Cristo que es partícipe de la Resurrección de su Hijo con todo su ser ya al final de su vida terrena; vive lo que nosotros esperamos al final de los tiempos cuando sea aniquilado «el último enemigo», la muerte (cf. 1 Co 15, 26); ya vive lo que proclamamos en el Credo: «Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro».

Entonces podemos preguntarnos: ¿Cuáles son las raíces de esta victoria sobre la muerte anticipada prodigiosa-mente en María? Las raíces están en la fe de la Virgen de Nazaret, como ates-

tigua el pasaje del Evangelio que he-mos escuchado (cf. Lc 1, 39-56): una fe que es obediencia a la Palabra de Dios y abandono total a la iniciativa y a la acción divina, según lo que le anuncia el arcángel. La fe, por tanto, es la gran-deza de María, como proclama gozosa-mente Isabel: María es «bendita entre las mujeres», «bendito es el fruto de su vientre» porque es «la madre del Se-ñor», porque cree y vive de forma úni-ca la «primera» de las bienaventuran-zas, la bienaventuranza de la fe. Isabel lo confiesa en su alegría y en la del niño que salta en su seno: «¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» (v. 45). Queridos amigos, no nos limite-mos a admirar a María en su destino de gloria, como una persona muy lejana de nosotros. No. Estamos llamados a mirar lo que el Señor, en su amor, ha querido también para nosotros, para nuestro destino final: vivir por la fe en la comunión perfecta de amor con él y así vivir verdaderamente.

A este respecto, quiero detenerme en un aspecto de la afirmación dogmática, donde se habla de asunción a la gloria celestial. Hoy todos somos bien cons-cientes de que con el término «cielo» no nos referimos a un lugar cualquiera del universo, a una estrella o a algo pareci-do. No. Nos referimos a algo mucho mayor y difícil de definir con nuestros limitados conceptos humanos. Con este término «cielo» queremos afirmar que Dios, el Dios que se ha hecho cer-cano a nosotros, no nos abandona ni

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siquiera en la muerte y más allá de ella, sino que nos tiene reservado un lugar y nos da la eternidad; queremos afirmar que en Dios hay un lugar para noso-tros. Para comprender un poco más esta realidad miremos nuestra propia vida: todos experimentamos que una persona, cuando muere, sigue subsis-tiendo de alguna forma en la memoria y en el corazón de quienes la conocie-ron y amaron. Podríamos decir que, en ellos, sigue viviendo una parte de esa persona, pero es como una «sombra» porque también esta supervivencia en el corazón de los seres queridos está destinada a terminar. Dios, en cambio, no pasa nunca y todos existimos en vir-tud de su amor. Existimos porque él nos ama, porque él nos ha pensado y nos ha llamado a la vida. Existimos en los pensamientos y en el amor de Dios. Existimos en toda nuestra realidad, no sólo en nuestra «sombra». Nuestra serenidad, nuestra esperanza, nuestra paz se fundan precisamente en esto: en Dios, en su pensamiento y en su amor; no sobrevive sólo una «sombra» de no-sotros mismos, sino que en él, en su amor creador, somos conservados e in-troducidos con toda nuestra vida, con todo nuestro ser, en la eternidad.

Es su amor lo que vence la muerte y nos da la eternidad, y es este amor lo que llamamos «cielo»: Dios es tan grande que tiene sitio también para nosotros. Y el hombre Jesús, que es al mismo tiempo Dios, es para noso-tros la garantía de que ser-hombre y ser-Dios pueden existir y vivir eterna-

mente uno en el otro. Esto quiere decir que de cada uno de nosotros no seguirá existiendo sólo una parte que, por así decirlo, nos es arrancada, mientras las demás se corrompen; quiere decir, más bien, que Dios conoce y ama a todo el hombre, lo que somos. Y Dios acoge en su eternidad lo que ahora, en nuestra vida, hecha de sufrimiento y amor, de esperanza, de alegría y de tristeza, crece y se va transformando. Todo el hom-bre, toda su vida es tomada por Dios y, purificada en él, recibe la eternidad. Queridos amigos, yo creo que esta es una verdad que nos debe llenar de pro-funda alegría. El cristianismo no anun-cia sólo una cierta salvación del alma en un impreciso más allá, en el que todo lo que en este mundo nos fue precioso y querido sería borrado, sino que pro-mete la vida eterna, «la vida del mundo futuro»: nada de lo que para nosotros es valioso y querido se corromperá, sino que encontrará plenitud en Dios. Todos los cabellos de nuestra cabeza están contados, dijo un día Jesús (cf. Mt 10, 30). El mundo definitivo será el cumplimiento también de esta tierra, como afirma san Pablo: «La creación misma será liberada de la esclavitud de la corrupción para entrar en la libertad gloriosa de los hijos de Dios» (Rm 8, 21). Se comprende, entonces, que el cristianismo dé una esperanza fuerte en un futuro luminoso y abra el cami-no hacia la realización de este futuro. Estamos llamados, precisamente como cristianos, a edificar este mundo nue-vo, a trabajar para que se convierta un día en el «mundo de Dios», un mundo

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que sobrepasará todo lo que nosotros mismos podríamos construir. En Ma-ría elevada al cielo, plenamente partíci-pe de la resurrección de su Hijo, con-templamos la realización de la criatura humana según el «mundo de Dios».

Oremos al Señor para que nos haga comprender cuán preciosa es a sus ojos toda nuestra vida, refuerce

nuestra fe en la vida eterna y nos haga hombres de la esperanza, que traba-jan para construir un mundo abierto a Dios, hombres llenos de alegría que saben vislumbrar la belleza del mun-do futuro en medio de los afanes de la vida cotidiana y con esta certeza vi-ven, creen y esperan.

Amén.

mENSAJES

mensaje del papa, Benedicto XVI,al Capítulo General de los

Rogacionistas

A los Delegados de la Asamblea capi-tular de los Rogacionistas del Corazón de Jesús

Con ocasión de vuestro XI capítulo general, deseo unirme espiritualmen-te a vosotros, que estáis viviendo un acontecimiento de gracia: es una lla-mada válida para volver cada vez más a las raíces de vuestra congregación, para profundizar en el carisma a fin de po-derlo encarnar en el actual contexto so-ciocultural, en las formas más idóneas.

En estos intensos días, queréis centrar vuestra atención en el tema «La Regla de vida, expresión de la consagración, ga-rantía de la identidad carismática, apo-yo de la comunión fraterna, proyecto de misión». Deseáis revisar y aprobar las

constituciones y las normas de vuestro instituto para adecuarlas especialmente a la nueva sensibilidad eclesial surgida del concilio Vaticano II y codificada en el vigente Código de Derecho Canónico. Tal empeño reviste particular importan-cia, pues se trata de presentar a toda la familia religiosa los textos de referencia sobre los cuales cada uno deberá confor-mar la propia experiencia de vida fraterna y apostólica para ser signo elocuente del amor de Dios e instrumento de salvación en todo ambiente. ¡Que Dios bendiga vuestros propósitos! A fin de que ello sea fructífero, es necesario que conservéis fielmente el patrimonio espiritual que os transmitió vuestro fundador, san Aníbal María De Francia, quien amó con inten-sidad a Cristo, y en él siempre se inspiró en la realización de un diligente aposto-lado vocacional así como de una valiente obra a favor del prójimo necesitado. Se-guid su ejemplo y continuad con alegría la misión, todavía hoy válida aunque

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hayan cambiado las condiciones sociales en las que vivimos. En particular, difun-did cada vez más el espíritu de oración y de solicitud por todas las vocaciones en la Iglesia; sed obreros diligentes para la venida del reino de Dios, dedicándoos con toda energía a la evangelización y a la promoción humana.

El gran desafío de la inculturación os pide hoy anunciar la Buena Nueva con lenguajes y modos comprensibles a los hombres de nuestro tiempo, involucra-dos en procesos sociales y culturales en rápida transformación. ¡Así que es gran-de el campo de apostolado que se abre ante vosotros! Como vuestro fundador, donad vuestra existencia a cuantos tienen «sed» de esperanza; cultivad una auténti-ca pasión educativa sobre todo por los jó-venes; entregaos a una generosa actividad pastoral entre la gente, especialmente a favor de cuantos sufren en el cuerpo y en el espíritu. Al respecto, me gusta re-petiros lo que dije recientemente, casi en la conclusión del Año sacerdotal: «Todo pastor, por tanto, es el medio a través del cual Cristo mismo ama a los hom-bres: mediante nuestro ministerio -que-ridos sacerdotes-, a través de nosotros, el Señor llega a las almas, las instruye, las custodia, las guía» (Audiencia general, L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 30 de mayo de 2010, p. 15).

Vuestra congregación se beneficia de una larga historia, escrita por valientes testigos de Cristo y del Evangelio. Si-guiendo sus pasos estáis hoy llamados a caminar con renovado celo para impulsa-

ros, con profética libertad y prudente dis-cernimiento, por audaces caminos apos-tólicos y fronteras misioneras, cultivando una estrecha colaboración con los obis-pos y los demás miembros de la comu-nidad eclesial. Los vastos horizontes de la evangelización y la urgente necesidad de dar testimonio del mensaje evangélico a todos, sin distinciones, constituyen el terreno de vuestro apostolado. Muchos esperan aún conocer a Jesús, único Re-dentor del hombre, y no pocas situacio-nes de injusticia y de malestar moral y material interpelan a los creyentes.

Una misión tan apremiante requiere incesantemente conversión personal y comunitaria. Sólo corazones totalmen-te abiertos a la acción de la gracia son capaces de interpretar los signos de los tiempos y percibir los llamamientos de la humanidad necesitada de esperanza y de paz.

Que resplandezca en los diversos ám-bitos de vuestro servicio eclesial la adhe-sión fiel a Cristo y a su Evangelio. Que la Virgen santa, Reina de las vocaciones y Madre de los sacerdotes, os proteja, os ayude y sea la guía segura en el camino de vuestra Familia religiosa, a fin de que pue-da llevar a cumplimiento cada proyecto suyo de bien. Con estos deseos, mientras aseguro mi afectuoso recuerdo en la ora-ción por cada uno de vosotros y por vues-tros trabajos capitulares, os imparto de corazón mi Bendición, que gustosamente extiendo a todos los Rogacionistas, a las Hijas del Divino Celo y a cuantos halléis en vuestro apostolado diario.

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ViAJE APOSTÓLiCO - ViSiTA A SULmONA (4 DE JULiO DE 2010)

Homilía del papa, Benedicto XVI,durante la concelebración

eucarística

Plaza Garibaldi – Sulmona.

Queridos hermanos y hermanas:

Me alegro mucho de estar hoy entre vosotros y de celebrar con vosotros y para vosotros esta solemne Eucaristía. Saludo a vuestro pastor, el obispo monseñor An-gelo Spina: le agradezco la cálida expre-sión de bienvenida que me ha dirigido en nombre de todos y los obsequios que me ha ofrecido y que aprecio mucho en su calidad de «signos» -como los ha defi-nido- de la comunión afectiva y efectiva que une al pueblo de esta querida tierra de Los Abruzos al sucesor de Pedro. Sa-ludo a los arzobispos y a los obispos pre-sentes, a los sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas, a los representantes de las asociaciones y movimientos eclesiales. Dirijo un pensamiento deferente al al-calde, Fabio Federico, agradecido por su cordial saludo y por los «signos», los ob-sequios; al representante del Gobierno y de las autoridades civiles y militares. Un agradecimiento especial a cuantos han brindado generosamente su colabora-ción para llevar a cabo mi visita pastoral. Queridos hermanos y hermanas, he veni-do para compartir con vosotros alegrías y esperanzas, fatigas y empeños, ideales y aspiraciones de esta comunidad dioce-sana. Sé bien que tampoco en Sulmona faltan dificultades, problemas y preocu-

paciones: pienso, en particular, en cuan-tos viven concretamente su existencia en condiciones de precariedad a causa de la falta de trabajo, de la incertidumbre por el futuro, del sufrimiento físico y moral y -como ha recordado el obispo- de la sensación de desconcierto debido al te-rremoto del 6 de abril de 2009. Deseo aseguraros a todos mi cercanía y mi re-cuerdo en la oración, a la vez que animo a perseverar en el testimonio de los valores humanos y cristianos tan profundamente enraizados en la fe y en la historia de este territorio y de su población.

Queridos amigos, mi visita tiene lugar con ocasión del Año jubilar especial con-vocado por los obispos de Los Abruzos y de Molise para celebrar los ochocientos años del nacimiento de san Pedro Celes-tino. Al sobrevolar vuestro territorio he podido contemplar la belleza del paisaje y, sobre todo, admirar algunas localidades estrechamente vinculadas a la vida de esta insigne figura: el Monte Morrone, donde Pedro llevó durante mucho tiempo una vida eremítica; la ermita de San Onofrio, donde, en 1294, le llegó la noticia de su elección como Sumo Pontífice, aconteci-da en el cónclave de Perugia; y la abadía del Santo Espíritu, cuyo altar mayor con-sagró él tras su coronación, celebrada en la basílica de Collemaggio, en L’Aquila. A esta basílica, yo mismo, en abril del año pasado, tras el terremoto que devastó la región, acudí para venerar la urna con sus restos y depositar el palio que recibí el día del inicio de mi pontificado.

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Han pasado ochocientos años del nacimiento de san Pedro Celestino v, pero permanece en la historia por los conocidos sucesos de su tiempo y de su pontificado y, sobre todo, por su santidad. La santidad, en efecto, jamás pierde su fuerza atractiva, no cae en el olvido, nunca pasa de moda; es más, con el tiempo resplandece cada vez con mayor luminosidad, expresando la pe-renne tensión del hombre hacia Dios. Así que de la vida de san Pedro Celes-tino desearía recoger algunas enseñan-zas, válidas también en nuestros días.

Pietro Angelerio, desde su juventud, fue un «buscador de Dios», un hom-bre deseoso de hallar respuestas a los grandes interrogantes de nuestra exis-tencia: ¿quién soy? ¿de dónde vengo? ¿por qué vivo? ¿para quién vivo? Em-prendió un viaje en busca de la verdad y de la felicidad, se puso a la búsque-da de Dios y, para oír su voz, decidió apartarse del mundo y vivir como ere-mita. El silencio se transforma así en el elemento que caracteriza su vida co-tidiana. Y es precisamente en el silen-cio exterior, pero sobre todo interior, como logra percibir la voz de Dios, capaz de orientar su vida. Hay aquí un primer aspecto importante para noso-tros: vivimos en una sociedad en la que cada espacio, cada momento, parece que deba «llenarse» de iniciativas, de actividades, de ruidos; con frecuencia ni siquiera hay tiempo para escuchar y para dialogar. Queridos hermanos y hermanas, no tengamos miedo de hacer silencio fuera y dentro de noso-

tros si queremos ser capaces no sólo de percibir la voz de Dios, sino también la voz de quien está a nuestro lado, la voz de los demás.

Pero es importante subrayar también un segundo elemento: el descubrimien-to que realiza Pietro Angelerio del Señor no es el resultado de un esfuerzo, sino que lo hace posible la gracia misma de Dios, que le precede. Cuanto él tenía, lo que él era, no procedía de sí mismo: le había sido donado, era gracia, y por ello era también responsabilidad ante Dios y ante los demás. Si bien nuestra vida es muy distinta, lo mismo sirve también para nosotros: todo lo esencial de nuestra existencia nos ha sido donado sin nues-tra aportación. El hecho de que yo viva no depende de mí; el hecho de que haya habido personas que me introdujeron en la vida, que me enseñaron qué es amar y ser amados, que me transmitieron la fe y me abrieron la mirada a Dios: todo es gracia; no es «fabricación propia». Por nosotros mismos nada habríamos podi-do hacer si no hubiera sido donado: Dios nos precede siempre y en cada vida existe lo bello y lo bueno que podemos reco-nocer fácilmente como su gracia, como rayo de luz de su bondad. Por esto debe-mos estar atentos, tener siempre abiertos los «ojos interiores», los de nuestro cora-zón. Y si aprendemos a conocer a Dios en su bondad infinita, entonces también seremos capaces de ver, con estupor, en nuestra vida -como los santos- los signos de ese Dios que está siempre cerca, que siempre es bueno con nosotros, que nos dice: «¡Ten fe en mí!».

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En el silencio interior, en la percep-ción de la presencia del Señor, Pedro del Morrone había madurado, además, una experiencia viva de la belleza de la creación, obra de las manos de Dios: sabía captar su sentido profundo, res-petaba sus signos y sus ritmos, la em-pleaba en aquello que es esencial para la vida. Sé que esta Iglesia local, igual que las demás de Los Abruzos y de Molise, están activamente comprometidas en una campaña de sensibilización para la promoción del bien común y de la salvaguarda de la creación: os animo en este esfuerzo, exhortando a todos a que se sientan responsables del propio fu-turo, así como del de los demás, respe-tando y custodiando también la crea-ción, fruto y signo del amor de Dios.

En la segunda lectura de hoy, de la carta a los Gálatas, hemos oído una be-llísima expresión de san Pablo, que es también un perfecto retrato espiritual de san Pedro Celestino: «En cuanto a mí, Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo está crucificado para mí, como yo lo estoy para el mun-do» (6, 14). Verdaderamente la cruz constituyó el centro de su vida, le dio la fuerza para afrontar las ásperas peniten-cias y los momentos más arduos, desde su juventud hasta la última hora: él fue siempre consciente de que de ella viene la salvación. La cruz también dio a san Pedro Celestino una clara conciencia del pecado, siempre acompañada de una conciencia igualmente clara de la infini-ta misericordia de Dios hacia su criatu-

ra. Contemplando los brazos abiertos de par en par de su Dios crucificado, él se sintió transportar al mar infinito del amor de Dios. Como sacerdote, experi-mentó la belleza de ser administrador de esta misericordia absolviendo a los peni-tentes del pecado y, cuando fue elevado a la sede del apóstol Pedro, quiso con-ceder una indulgencia especial, denomi-nada La Perdonanza. Deseo exhortar a los sacerdotes a hacerse testigos claros y creíbles de la buena noticia de la recon-ciliación con Dios, ayudando al hombre de hoy a recuperar el sentido del pecado y del perdón de Dios, para experimentar esa alegría sobreabundante de la que el profeta Isaías nos ha hablado en la pri-mera lectura (cf. Is 66, 10-14).

Finalmente, un último elemento: san Pedro Celestino, aun llevando una vida eremítica, no estaba «cerrado en sí mismo», sino que le movía la pasión de anunciar la buena noticia del Evan-gelio a los hermanos. Y el secreto de su fecundidad pastoral estaba precisamen-te en «permanecer» con el Señor, en la oración, como se nos ha recordado en el pasaje evangélico de hoy: el primer im-perativo es siempre el de rogar al Señor de la mies (cf. Lc 10, 2). Y sólo después de esta invitación Jesús define algunos compromisos esenciales de los discípu-los: el anuncio sereno, claro y valiente del mensaje evangélico -también en los momentos de persecución- sin ceder ni al atractivo de la moda ni al de la violen-cia o de la imposición; el desapego de las preocupaciones por las cosas -el dinero y el vestido- confiando en la Providencia

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del Padre; la atención y solicitud en par-ticular hacia los enfermos en el cuerpo y en el espíritu (cf. Lc 10, 5-9). Éstas fue-ron asimismo las características del breve y sufrido pontificado de Celestino v y és-tas son las características de la actividad misionera de la Iglesia en toda época.

Queridos hermanos y hermanas, es-toy entre vosotros para confirmaros en la fe. Deseo exhortaros, con fuerza y con afecto, a permanecer firmes en esa fe que habéis recibido, que da sentido a la vida y que dona la fortaleza de amar. Que nos acompañen en este camino el ejemplo y la intercesión de la Madre de Dios y de san Pedro Celestino. Amén.

ÁnGelUS

Plaza Garibaldi – Sulmona.

Queridos hermanos y hermanas:

Al término de esta solemne celebra-ción, a la hora de la acostumbrada cita dominical, os invito a rezar juntos la oración del Ángelus. A la Virgen Ma-ría, a quien veneráis con particular de-voción en el Santuario della Madonna della Libera, encomiendo esta Iglesia de Sulmona-Valva: al obispo, a los sa-cerdotes y a todo el pueblo de Dios. Que camine unida y gozosa por la vía de la fe, de la esperanza y de la caridad. Que, fiel a la herencia de san Pedro Ce-lestino, sepa siempre componer la ra-dicalidad evangélica y la misericordia a

fin de que todos los que buscan a Dios le encuentren. En María, Virgen del silencio y de la escucha, san Pedro del Morrone halló el modelo perfecto de obediencia a la voluntad divina, en una vida sencilla y humilde, orientada a la búsqueda de lo que es verdaderamente esencial, capaz de dar siempre gracias al Señor reconociendo en cada cosa un don de su bondad.

También nosotros, que vivimos en una época de mayores comodidades y posibilidades, estamos llamados a apre-ciar un estilo de vida sobrio, para con-servar más libres la mente y el corazón y para poder compartir los bienes con los hermanos. Que María santísima, que animó con su presencia materna a la primera comunidad de los discí-pulos de Jesús, ayude igualmente a la Iglesia de hoy a dar buen testimonio del Evangelio.

Discurso del papa, Benedicto XVI,durante el encuentro con los jóvenes

Catedral de Sulmona.

Queridos jóvenes:

¡Ante todo quiero deciros que estoy muy contento de encontrarme con vo-sotros! Doy gracias a Dios por la po-sibilidad que me brinda de quedarme un poco con vosotros, como un padre de familia, junto a vuestro obispo y vuestros sacerdotes. ¡Os agradezco el

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afecto que me manifestáis con tanta calidez! Pero os doy también las gracias por lo que me habéis dicho, a través de vuestros dos «portavoces», Francesca y Cristian. Me habéis hecho preguntas con mucha franqueza y, a la vez, habéis demostrado tener puntos de apoyo, convicciones. Y esto es muy importan-te. Sois chicos y chicas que reflexionáis, que os hacéis preguntas y que tenéis también el sentido de la verdad y del bien. O sea, sabéis utilizar la mente y el corazón, ¡y no es poco! Es más, di-ría que es lo principal en este mundo: aprender a usar bien la inteligencia y la sabiduría que Dios nos ha dado. La gente de esta tierra vuestra, en el pa-sado, no disponía de muchos medios para estudiar ni para afirmarse en la sociedad, pero poseía lo que enriquece verdaderamente a un hombre y a una mujer: la fe y los valores morales. ¡Esto es lo que construye a las personas y la convivencia civil!

De vuestras palabras se desprenden dos aspectos fundamentales: uno posi-tivo y otro negativo. El aspecto positivo procede de vuestra visión cristiana de la vida, una educación que evidentemen-te habéis recibido de vuestros padres, abuelos y otros educadores: sacerdotes, profesores, catequistas. El aspecto ne-gativo está en las sombras que oscure-cen vuestro horizonte: hay problemas concretos que dificultan contemplar el futuro con serenidad y optimismo; pero también existen falsos valores y modelos ilusorios que se os proponen y que prometen llenar al vida, cuando en

cambio la vacían. Entonces, ¿qué hacer para que estas sombran no sean dema-siado pesadas? Ante todo, ¡veo que sois jóvenes con buena memoria! Sí, me ha impresionado el hecho de que hayáis retomado expresiones que pronun-cié en Sydney, en Australia, durante la Jornada mundial de la juventud de 2008. Y además habéis recordado que las JMJ nacieron hace 25 años. Pero so-bre todo habéis demostrado que tenéis una memoria histórica propia vincula-da a vuestra tierra: me habéis hablado de un personaje nacido hace ocho si-glos, san Pedro Celestino V, y habéis dicho que le consideráis todavía muy actual. Veis, queridos amigos, que de esta forma tenéis, como se suele decir, «una marcha más». Sí, la memoria his-tórica es verdaderamente una «marcha más» en la vida, porque sin memoria no hay futuro. Una vez se decía que la historia es maestra de vida. La actual cultura consumista tiende en cambio a aplanar al hombre en el presente, a ha-cer que pierda el sentido del pasado, de la historia; pero actuando así le priva también de la capacidad de compren-derse a sí mismo, de percibir los pro-blemas y de construir el mañana. Así que, queridos jóvenes, quiero deciros: el cristiano es alguien que tiene buena memoria, que ama la historia y procura conocerla.

Os doy las gracias por ello, pues me habláis de san Pedro del Morrone, Celestino V, y sois capaces de valorar su experiencia hoy, en un mundo tan distinto, pero precisamente por esto

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necesitado de redescubrir algunas cosas que valen siempre, que son perennes, por ejemplo la capacidad de escuchar a Dios en el silencio exterior y sobre todo interior. Hace poco me habéis pregun-tado: ¿cómo se puede reconocer la lla-mada de Dios? Pues bien, el secreto de la vocación está en la capacidad y en la alegría de distinguir, escuchar y seguir su voz. Pero para hacer esto es nece-sario acostumbrar a nuestro corazón a reconocer al Señor, a escucharle como a una Persona que está cerca y me ama. Como dije esta mañana, es importante aprender a vivir momentos de silencio interior en las propias jornadas para ser capaces de escuchar la voz del Señor. Estad seguros de que si uno aprende a escuchar esta voz y a seguirla con gene-rosidad, no tiene miedo de nada, sabe y percibe que Dios está con él, con ella, que es Amigo, Padre y Hermano. En una palabra: el secreto de la vocación está en la relación con Dios, en la ora-ción que crece justamente en el silencio interior, en la capacidad de escuchar que Dios está cerca. Y esto es verdad tanto antes de la elección, o sea, en el momento de decidir y partir, como después, si se quiere ser fiel y perseverar en el camino. San Pedro Celestino fue, antes de todo esto: un hombre de escu-cha, de silencio interior, un hombre de oración, un hombre de Dios. Queridos jóvenes: ¡encontrad siempre un espacio en vuestras jornadas para Dios, para es-cucharle y hablarle!

Y aquí desearía deciros una segun-da cosa: la verdadera oración no es en

absoluto ajena a la realidad. Si orar os alienara, os sustrajera de vuestra vida real, estad en guardia: ¡no sería verda-dera oración! Al contrario: el diálogo con Dios es garantía de verdad, de ver-dad con uno mismo y con los demás, y así de libertad. Estar con Dios, escu-char su Palabra, en el Evangelio, en la liturgia de la Iglesia, defiende de los desaciertos del orgullo y de la presun-ción, de las modas y de los conformis-mos, y da la fuerza para ser auténtica-mente libres, también de ciertas tenta-ciones disfrazadas de cosas buenas. Me habéis preguntado: ¿cómo podemos estar «en» el mundo sin ser «del» mun-do? Os respondo: precisamente gracias a la oración, al contacto personal con Dios. No se trata de multiplicar las pa-labras -lo decía Jesús-, sino de estar en presencia de Dios, haciendo propias, en la mente y en el corazón, las expre-siones del «Padre Nuestro», que abraza todos los problemas de nuestra vida, o bien adorando la Eucaristía, meditan-do el Evangelio en nuestra habitación o participando con recogimiento en la liturgia. Todo esto no aparta de la vida, sino que ayuda a ser verdadera-mente uno mismo en cada ambiente, fieles a la voz de Dios que habla a la conciencia, libres de los condiciona-mientos del momento. Así fue para san Celestino V: supo actuar según su con-ciencia en obediencia a Dios, y por ello sin miedo y con gran valentía, también en los momentos difíciles, como aqué-llos ligados a su breve pontificado, no temiendo perder la propia dignidad, sino sabiendo que esta consiste en estar

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en la verdad. Y el garante de la verdad es Dios. Quien le sigue no tiene miedo ni siquiera de renunciar a sí mismo, a su propia idea, porque «quien a Dios tiene, nada le falta», como decía santa Teresa de Ávila.

Queridos amigos: La fe y la ora-ción no resuelven los problemas, pero permiten afrontarlos con nueva luz y fuerza, de manera digna del hombre, y también de un modo más sereno y eficaz. Si contemplamos la historia de la Iglesia, veremos que es rica en figu-ras de santos y beatos que, precisamen-te partiendo de un diálogo intenso y constante con Dios, iluminados por la fe, supieron hallar soluciones creativas, siempre nuevas, para dar respuesta a necesidades humanas concretas en to-dos los siglos: la salud, la educación, el trabajo, etcétera. Su audacia estaba animada por el Espíritu Santo y por un amor fuerte y generoso a los her-manos, especialmente los más débiles y desfavorecidos. Queridos jóvenes: ¡Dejaos conquistar totalmente por Cristo! Entrad también vosotros, con decisión, en el camino de la santidad -que está abierto a todos-, esto es, de estar en contacto, en conformidad con Dios porque ello hará que seáis cada vez más creativos al buscar soluciones a los problemas que encontráis, y a buscarlas juntos. He aquí otro signo distintivo del cristiano: jamás es indi-vidualista. A lo mejor me diréis: pero si contemplamos, por ejemplo, a san Pedro Celestino, en la elección de la vida eremítica, ¿no se trataba tal vez

de individualismo, de fuga de las res-ponsabilidades? Cierto; esta tentación existe. Pero en las experiencias apro-badas por la Iglesia, la vida solitaria de oración y de penitencia está siempre al servicio de la comunidad, se abre a los demás, nunca se contrapone a las nece-sidades de la comunidad. Las ermitas y los monasterios son oasis y manantiales de vida espiritual de los que todos pue-den beber. El monje no vive para sí, sino para los demás, y es por el bien de la Iglesia y de la sociedad que cultiva la vida contemplativa, para que la Iglesia y la sociedad siempre estén irrigadas de energías nuevas, de la acción del Señor. Queridos jóvenes: ¡Amad a vuestras co-munidades cristianas, no tengáis mie-do de comprometeros a vivir juntos la experiencia de fe! Quered mucho a la Iglesia: ¡os ha dado la fe, os ha permiti-do conocer a Cristo! Y quered mucho a vuestro obispo, a vuestros sacerdotes: con todas nuestras debilidades, los sa-cerdotes son presencias preciosas en la vida.

El joven rico del Evangelio, después de que Jesús le propuso que dejara todo y le siguiera -como sabemos-, se marchó triste porque estaba demasia-do apegado a sus bienes (cf. Mt 19, 22). ¡En cambio, en vosotros, leo la alegría! Y también esto es un signo de que sois cristianos: de que para voso-tros Jesucristo vale mucho; aunque sea exigente seguirle, vale más que cual-quier otra cosa. Habéis creído que Dios es la perla preciosa que da valor a todo lo demás: a la familia, al estudio,

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al trabajo, al amor humano... a la vida misma. Habéis comprendido que Dios no os quita nada, sino que os da «el ciento por uno» y hace eterna vuestra vida, porque Dios es Amor infinito: el único que sacia nuestro corazón. Me gusta recordar la experiencia de san Agustín, un joven que buscó con gran dificultad, por largo tiempo, fuera de Dios, algo que saciara su sed de ver-dad y de felicidad. Pero al final de este camino de búsqueda, comprendió que nuestro corazón no tiene paz hasta que encuentra a Dios, hasta que descansa en él (cf. Las Confesiones 1, 1). Que-ridos jóvenes: ¡Conservad vuestro en-tusiasmo, vuestra alegría, aquélla que nace de haber encontrado al Señor, y sabed comunicarla también a vuestros

amigos, a vuestros coetáneos! Ahora debo marcharme y tengo que deciros cuánto lamento dejaros. ¡Con voso-tros siento que la Iglesia es joven! Pero regreso contento, como un padre que está tranquilo porque ha visto que sus hijos crecen y lo están haciendo bien. ¡Caminad, queridos chicos y queridas chicas! Caminad por la vía del Evan-gelio; amad a la Iglesia, nuestra ma-dre; sed sencillos y puros de corazón; sed mansos y fuertes en la verdad; sed humildes y generosos. Os encomien-do a todos a vuestros santos patronos, a san Pedro Celestino y sobre todo a la Virgen María, y con gran afecto os bendigo.

Amén.

956 · Boletín Oficial · JULIO-AGOSTO 2010

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Santa Sede

SECRETARÍA DE ESTADO

mensaje del Card. Tarcisio Bertone, en nombre del Santo Padre, Benedicto XVi, al Hermano Alois, Prior de la Comunidad de Taizé, a los cinco años

de la muerte del Hermano Roger Schutz

Querido hermano, en estos días en los que recordamos el retorno al Padre del querido hermano Roger, fundador de la Comunidad de Taizé, asesinado hace cinco años, el 16 de agosto de 2005, durante la oración vespertina en la iglesia de la Reconciliación, Su Santidad el Papa Benedicto XVI desea manifestarle su cer-canía espiritual y su unión en la oración con la Comunidad y con todos aquellos que participan en la conmemoración del recuerdo del hermano Roger.

Testigo incansable del Evangelio de paz y de reconciliación, el hermano Roger fue un pionero en el difícil camino hacia la unidad entre los discípulos de Cristo. Hace setenta años dio inicio a una comunidad que sigue viendo cómo acuden a ella miles de jóvenes provenientes de todo el mundo, buscando dar un sentido a su vida, los acoge en la oración y les permite experimentar una relación personal con Dios.

Ahora que ha entrado en la alegría eterna, sigue hablándonos. Que su testi-monio de un ecumenismo de la santidad nos inspire en nuestro camino hacia la unidad y que vuestra Comunidad siga viviendo e irradiando su carisma, especial-mente entre las generaciones jóvenes.

De todo corazón, el Santo Padre pide a Dios que os colme de sus bendiciones, así como a los hermanos de la Comunidad de Taizé y a todos aquellos que están comprometidos con vosotros en el camino de la unidad de los discípulos de Cris-to, especialmente a los jóvenes.

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mensaje del Card. Tarcisio Bertone, Secretario de Estado, en nombre del Santo Padre, Benedicto XVi, con ocasión del XXXi meeting para la

amistad entre los pueblos

(Rímini, 22-28 de agosto de 2010)

A Su Excelencia Reverendísima Mons. Francesco Lambiasi, Obispo de Rímini

Excelentísimo señor obispo:

Con alegría, tengo el placer de transmitirle el saludo cordial del Santo Padre a usted, a los organizadores y a todos los participantes en el Meeting para la amis-tad entre los pueblos que se celebra en Rímini.

Este año, el título de vuestro importante encuentro -«La naturaleza que nos impulsa a desear cosas grandes es el corazón»- nos recuerda que en el fondo de la naturaleza de todo hombre se encuentra una imborrable inquietud que lo impulsa a la búsqueda de algo que satisfaga su anhelo. Todo hombre intuye que precisamente en la realización de los deseos más profundos de su corazón puede encontrar la posibilidad de realizarse, de perfeccionarse, de llegar a ser verdade-ramente él mismo.

El hombre sabe que no puede responder por sí solo a sus propias necesidades. Aunque se engañe pensando que es autosuficiente, experimenta que no puede bastarse a sí mismo. Necesita abrirse a otra realidad, a algo o a alguien, que pueda darle lo que le falta. Por decirlo así, debe salir de sí mismo hacia lo que tenga la capacidad de colmar la amplitud de su deseo.

Como subraya el título del Meeting, la meta última del corazón del hombre no es cualquier cosa, sino sólo las «cosas grandes». El hombre a menudo tiene la tentación de detenerse en las cosas pequeñas, en las que dan una satisfacción y un placer «barato», en las que satisfacen por un momento, cosas fáciles de obtener pero en definitiva ilusorias. En la narración evangélica de las tentaciones de Jesús, (cf. Mt 4, 1-4) el diablo insinúa que es «el pan», es decir, la satisfacción material lo que puede saciar al hombre. Esto es una mentira peligrosa, porque contiene sólo una parte de verdad. En efecto, el hombre vive también de pan, pero no sólo de pan. La respuesta de Jesús desvela la falsedad última de esta posición: «No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4, 4). Sólo Dios basta. Sólo él sacia el hambre profunda del hombre. Quien ha en-contrado a Dios, lo ha encontrado todo. Las cosas finitas pueden dar la aparien-

958 · Boletín Oficial · JULIO-AGOSTO 2010

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cia de satisfacción o de alegría, pero sólo lo Infinito puede llenar el corazón del hombre: «Inquietum est cor nostrum, donec requiescat in te», «Nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti» (san Agustín, Confesiones, I, 1). El hombre, en el fondo, necesita sólo una cosa que lo contiene todo, pero antes debe aprender a reconocer, también a través de sus deseos y de sus anhelos superficiales, lo que necesita realmente, lo que quiere verdaderamente, lo que satisface la capacidad de su corazón.

Dios vino al mundo para despertar en nosotros la sed de las «cosas grandes». Se ve bien en la página evangélica, de inagotable riqueza, que narra el encuentro de Jesús con la samaritana (cf. Jn 4, 5-42), de la que san Agustín nos ha deja-do un comentario luminoso. La samaritana vivía la insatisfacción existencial de quien todavía no ha encontrado lo que busca: había tenido «cinco maridos» y en aquel momento convivía con otro hombre. Esa mujer, como de costumbre, había ido a sacar agua del pozo de Jacob y encontró allí a Jesús, sentado, «fati-gado del camino», en la canícula del mediodía. Después de pedirle de beber, es Jesús mismo quien le ofrece agua, y no un agua cualquiera, sino «agua viva», que puede apagar su sed. Y así él se abría espacio «poco a poco (…) en el corazón de ella» (san Agustín, Comentario al Evangelio de Juan XV, 12), suscitando el deseo de algo más profundo que la simple necesidad de satisfacer la sed material. San Agustín comenta: «Aquél que pedía de beber tenía sed de la fe de esa mujer» (ib., XV, 11). Dios tiene sed de nuestra sed de él. El Espíritu Santo, simbolizado en el «agua viva» de la que habla Jesús, es precisamente ese poder vital que apaga la sed más profunda del hombre y le da la vida total, la vida que este busca y espera sin conocerla. La samaritana dejó entonces el cántaro en el suelo «que ya no le servía, más aún, se había convertido en un peso: ahora anhelaba saciar su sed sólo con aquella agua» (ib., XV, 30).

También los discípulos de Emaús viven frente a Jesús la misma experiencia. De nuevo es el Señor quien hace «arder el corazón» a los dos mientras camina-ban «con aire entristecido» (cf. Lc 24, 13-35). Aunque no habían reconocido a Jesús resucitado durante el trayecto que hicieron con él, sentían que su corazón «estaba ardiendo», retomaba vida, tanto es así que, cuando llegaron al pueblo, «insistieron» para que se quedara con ellos. «Quédate con nosotros, Señor»: es la expresión del deseo que palpita en el corazón de todo ser humano. Este de-seo de «cosas grandes» debe transformarse en oración. Los Padres sostenían que rezar no es sino arder en deseo vehemente del Señor. En un hermosísimo texto, san Agustín define la oración como expresión del deseo y afirma que Dios res-ponde dilatando hacia él nuestro corazón: «Dios (…), suscitando en nosotros el deseo, dilata nuestra alma; y dilatando nuestra alma, la hace capaz de acogerlo»

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(Comentario a la primera carta de Juan, IV, 6). Por nuestra parte, debemos puri-ficar nuestros deseos y nuestras esperanzas para poder acoger la dulzura de Dios. «Ésta -prosigue san Agustín- es nuestra vida: ejercitarnos en el deseo» (ib.). Rezar delante de Dios es un camino, una escalera: es un proceso de purificación de nuestros pensamientos, de nuestros deseos. A Dios le podemos pedir todo, todo lo que es bueno. La bondad y el poder de Dios no conocen límite entre cosas grandes y cosas pequeñas, entre cosas materiales y espirituales, entre cosas terre-nas y celestiales. En el diálogo con él, poniendo toda nuestra vida ante sus ojos, aprendemos a desear las cosas buenas, a desear, en el fondo, a Dios mismo. Se narra que, en uno de sus momentos de oración, santo Tomás de Aquino oyó al Señor crucificado que le decía: «Has escrito bien sobre mí, Tomás; ¿qué deseas?». «Nada fuera de ti» fue la respuesta del santo doctor. «Nada fuera de ti». Aprender a rezar es aprender a desear y así aprender a vivir.

A los cinco años del fallecimiento de monseñor Luigi Giussani, el Sumo Pon-tífice se une espiritualmente a los miembros del Movimiento de Comunión y Liberación. Como recordó durante la audiencia en la plaza de San Pedro el 24 de marzo de 2007, «don Giussani se empeñó (…) en despertar en los jóvenes el amor a Cristo, “camino, verdad y vida”, repitiendo que sólo él es el camino hacia la realización de los deseos más profundos del corazón del hombre».

Al comunicar a los participantes en el Meeting estas reflexiones, deseando que sirvan para conocer, encontrar y amar cada vez más al Señor y testimoniar en nuestro tiempo que las «grandes cosas» que anhela el corazón humano se encuen-tran en Dios, Su Santidad Benedicto XVI asegura su oración y de buen grado le envía a usted, señor obispo, a los responsables y los organizadores y a todos los presentes su bendición apostólica.

Uno cordialmente también mis mejores deseos y aprovecho la ocasión para confirmarme suyo devotísimo en el Señor.

JULIO-AGOSTO 2010 · Boletín Oficial · 961

Crónica Diocesana

JULIO-AGOSTO 2010 · Boletín Oficial · 963

Crónica Diocesana

Crónica Diocesana

JULIO

Días 10 al 16: La Cruz de los Jóvenes, peregrina por distintas parroquias de la Diócesis.

Día 17: Encuentro con los Misioneros diocesanos que se encuentran du-rante el verano en la Diócesis y con los miembros y colaboradores de la Delegación Diocesana de Misiones y peregrinación a San-tiago de Compostela con motivo del Año Santo Compostelano.

Día 28: Este día tuvo lugar el desgraciado accidente del incendio de la Capilla de los Remedios en la ciudad de Ourense, llenado de consternación a todos los ciudadanos que, como apuntó Mons. Quinteiro Fiuza, Administrador Apostólico de la Diócesis, tie-nen en ella un referente para su fe.

AGOSTO

Día 6: Funeral del Rvdo. D. Manuel Vilar González en la iglesia parro-quial de Santa María de Nogueira.

Día 16: Funeral del M.I. Rvdo, D. Luis Ramos Seoane, canónigo eméri-to de la S.I. Catedral de Ourense, que tuvo lugar en la Catedral de Ourense.

Días 17 al 26: Peregrinación diocesana por los santuarios del sur de Francia, norte de Italia y Suiza.