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CENTRO BASILEA DE INVESTIGACIÓN Y APOYO, A.C.
BOLETÍN INFORMATIVO NÚM. 6, ABRIL-JUNIO DE 2002
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CENTRO BASILEA DE INVESTIGACIÓN Y APOYO, A.C.
FERNÁNDEZ DEL CASTILLO 2509, ESQ. LUISA,
COLONIA VILLA DE CORTÉS, 03530, MÉXICO, D.F.
TEL. 55 94 62 38. CORREO ELECTRÓNICO: [email protected]
_________________________
BOLETÍN INFORMATIVO
NÚM. 6, ABRIL-JUNIO DE 2002
CONTENIDO
1. EDITORIAL
2. SOBRE LA ACTIVIDAD DEL 30 DE MAYO
PRESENTACIÓN DEL LIBRO INTRODUCCIÓN A LA TEOLOGÍA,
DE JOSÉ DAVID RODRÍGUEZ
Participantes:
Rebeca Montemayor (Comunidad Teológica de México)
Alejandro Ortiz (Centro Antonio de Montesinos)
Ángel Reynoso Macías (Seminario Teológico Presbiteriano de México)
Lugar: Sede del Centro Basilea
Hora: 18.30 horas
3. NUEVA PUBLICACIÓN DEL CENTRO BASILEA
We be jammin. Liberating Discourses from the Land of the Seven Flags (Vamos a
armarla. Discursos liberadores desde la Tierra de las Siete Banderas), de Eliseo
Pérez Álvarez, prólogo de Justo L. González.
Coedición con Publicaciones El Faro, la Escuela Luterana de Teología de Chicago
(LSTC) y el Centro para Ministerios Globales de Chicago (CCGM)
4. PRÓXIMA ACTIVIDAD: 27 DE JUNIO
Presentación del libro We be jammin. Liberating Discourses fron the Land of Seven
Flags, de Eliseo Pérez Álvarez
5. DOCUMENTOS
Antonio Gouvêia Mendonça, “El protestantismo latinoamericano entre la
racionalidad y el misticismo”
Christopher Domínguez Michael, “La batalla por Guadalupe”
6. SUGERENCIAS PARA LEER
7. NOTICIAS
El Centro Basilea de Investigación y Apoyo, A.C., organizado en
julio de 1999, es un organismo ecuménico, de inspiración
protestante y reformada, que busca contribuir al diálogo con
todas las tendencias ideológicas, la investigación sobre temas
teológicos y sociales, y la solidaridad con las causas sociales
encaminadas al mejoramiento humano.
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8. CONEXIONES EN INTERNET
El Centro Basilea de Investigación y Apoyo, A.C., organizado en julio de 1999, es un
organismo ecuménico, de inspiración protestante y reformada, que busca contribuir al
diálogo con todas las tendencias ideológicas, la investigación sobre temas teológicos y
sociales, y la solidaridad con las causas encaminadas al mejoramiento humano.
Mesa directiva
Presidencia: Leopoldo Cervantes-Ortiz
Vicepresidencia: Rubén J. Arjona Mejía
Tesorería: Rodolfo Espinosa Ceballos
Pro-tesorería: Silfrido Gordillo Borralles
Secretaría: Evangelina Corona Cadena
Pro-secretaría: Francisco Javier Peláez Díaz
Comisión de Vigilancia:
Eulalio Aguilar Carbajal
Jorge Dueñas Luna
Jorge Hid Fernández
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1. EDITORIAL
Nuevamente, el Centro Basilea lanza su boletín
trimestral con la esperanza de que su contenido
sirva para fomentar la reflexión y el análisis que
conduzcan a una mejor praxis de la fe cristiana
en nuestro medio.
En esta ocasión, compartimos dos nuevas
publicaciones que han aparecido recientemente,
en coedición. La primera, Introducción a la
teología, motivo de la actividad del 30 de mayo,
constituye la esperada reedición de un texto que
se ha convertido en un clásico. La segunda, We
be jammin. Liberating Discourses from the
Land of the Seven Flags, de Eliseo Pérez
Álvarez, un libro de sermones predicados en las
Islas Vírgenes, ejemplo de predicación
contextual. Este libro se presentará el 27 de
junio.
Además, presentamos la traducción de una
ponencia de Antonio Gouveia Mendonça,
profesor presbiteriano de la Universidad
Metodista de Sao Paulo, sobre las tendencias
místicas y racionalistas del protestantismo
latinoamericano, que esperamos despierte un
vivo interés. También, para ofrecer un buen
insumo para el debate sobre Juan Diego, quien
se pondrá de moda en los próximos meses,
incluimos una reseña del libro La Virgen de
Guadalupe. Imagen y tradición, del historiador
británico David Brading, aparecida en la revista
Letras Libres.
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2. Sobre la actividad del 30 de mayo
PRESENTACIÓN DEL LIBRO INTRODUCCIÓN
A LA TEOLOGÍA,
DE JOSÉ DAVID RODRÍGUEZ
En 1993, el Departamento Ecuménico de
Investigaciones (DEI), de San José, Costa Rica,
junto con la Universidad Luterana de El
Salvador, publicó la primera edición del libro
Introducción a la teología, de José David
Rodríguez, el cual tuvo una enorme aceptación
en los seminarios e instituciones de educación
teológica de toda América Latina. Luego de
agotarse, por mucho tiempo ha circulado en
fotocopias. Ahora, casi diez años después de su
aparición, y reconociendo su importancia como
un texto de acceso ágil a la teología desde un
punto de vista ecuménico y contextual, el
Centro Basilea lo ha coeditado para que esté
al alcance de nuevos lectores.
El doctor Rodríguez nació en Orocovis,
Puerto Rico, en 1924. Hizo estudios de
posgrado en la Escuela Luterana de Teología
de Chicago. Es Doctor Honoris Causa por el
Seminario Evangélico de Puerto Rico y pastor
luterano desde 1955.
Enseguida presentamos un fragmento del
capítulo IX del libro.
EL CONTEXTO VIVENCIAL DE LA
REFLEXIÓN TEOLÓGICA
José David Rodríguez
La teología no es una disciplina autónoma, sino
una disciplina eclesial, que se hace desde el
contexto vivo de la pastoral de la Iglesia y
siempre en función de esa pastoral. Desde esa
perspectiva se realiza la reflexión teológica en
América Latina. No es posible hacer teología en
el sentido en que hemos intentado definirla
anteriormente, si se hace abstracción del
contexto del contexto donde se vive y se piensa
la fe. Por tanto, una introducción a esa
disciplina exige un esfuerzo de reflexión
preliminar sobre ―esa comunidad llamada
Iglesia‖. Porque es esta la comunidad humana
que ha creído, practica y celebra la fe; todo lo
cual nos obliga a reconocer que la reflexión
teológica tiene que estar contextualizada en la
vida y pastoral de la Iglesia.
Desde los tempranos años de la historia
cristiana, los creyentes han tenido la necesidad
de procurar una comprensión eclesiológica
como parte del esfuerzo por llegar a alcanzar
una inteligencia más lúcida y más profunda de
su fe. En el Nuevo Testamento encontramos
imágenes sugestivas que ilustran los elementos
esenciales de la Iglesia. Unas veces se la
concibe como ―pueblo de Dios‖, ―asamblea
convocada‖, ―Cuerpo de Cristo‖ (o ―el cuerpo
del cual Cristo mismo es la cabeza‖), ―la
morada de Dios el Espíritu‖. Ciertamente, el
Nuevo Testamento nos ofrece una variedad de
imágenes, de las cuales no podemos ocuparnos
en el presente trabajo […] Lo que sí deseamos
subrayar aquí es que en el Nuevo Testamento,
la comprensión eclesiológica más relevante
destaca la nota de asamblea, de comunidad de
personas. Observa el teólogo español José I.
González Faus, que en el Nuevo Testamento
esta comunidad humana aparece siempre
vinculada al don del Espíritu Santo, y añade:
Yo pienso que esa misma vinculación se
transparenta ya en el nombre mismo de la
Iglesia (qahal), que etimológicamente alude
a un pueblo en estado de convocación; es
decir, no a una sociedad pasivamente
considerada, sino como asamblea. Iglesia es
un pueblo congregado y en situación de
creatividad.1
1 “La Iglesia, lugar de la utopía”, en Varios autores,
Grande injusticia de hoy. Madrid, S.A. de Ediciones,
1987, p. 149.
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Esa noción eclesiológica destaca la comunidad
viva de personas como elemento esencial de la
Iglesia. Más que una organización, es un
organismo; más que una institución, es una
comunión de creyentes convocados por el
Espíritu del Señor para una misión creadora en
el mundo.
Me parece que esa noción de Iglesia como
pueblo congregado, en situación de creatividad,
convocado por el Espíritu, vuelve a tener
vigencia en la Reforma Protestante,
especialmente en la teología y pastoral de
Lutero. La eclesiología del reformador recupera
los elementos más significativos de la
comprensión eclesiológica del Nuevo
Testamento. Toma muy en serio que la Iglesia
es ―la comunión de los santos‖, entendiéndose
por ello la comunidad de los fieles; esto es, la
comunidad de aquellos que han recibido en la fe
la gracia del perdón, y son convocados a
confesar y dar testimonio de Jesucristo y del
Evangelio. Lutero afirma que la Iglesia tiene su
vida y sustancia en la Palabra de Dios. Por eso
declara confiadamente que donde están
presentes el Evangelio y la fe, allí está la
verdadera Iglesia. Sostiene el reformador que
dondequiera que se proclame la Palabra de
Dios, habrá creyentes, y éstos —unidos y
convocados por el Espíritu mediante la
Palabra— forman la verdadera comunión de los
fieles: la Iglesia.2
Una nota muy destacada en la eclesiología
evangélica de Lutero es el realismo con que se
concibe la Iglesia. Ésta no es una especie de
república platónica ideal, sino una comunidad
2 Cf. W. Altmann, Confrontación y liberación. Una
perspectiva latinoamericana de Martín Lutero.
Buenos Aires, Vox Evangelii II, 1985, segunda serie,
pp. 85ss. “Pues gracias a Dios, un niño de siete años
sabe qué es la Iglesia, es decir, los santos creyentes y
„el rebaño que escucha la voz del pastor‟”. “Los
Artículos de Esmalcalda”, en Obras de Martín
Lutero, p. 92.
real de fieles, llamados, congregados y
santificados por el Espíritu mediante la Palabra.
No se trata de una comunidad perfecta, sino de
una ecclesia mixta, en la cual se encuentran
verdaderos creyentes junto a hipócritas e
infieles. Sólo Dios puede juzgar los corazones.
Esta iglesia es simultáneamente justa y
pecadora, como justos y pecadores son todos
los creyentes. Sin embargo, desde la fe
confesamos que la Iglesia es ―la comunión de
los santos‖ y afirmamos que es santa, a pesar de
las manchas y arrugas de su rostro. Es que la
santidad de la Iglesia (y la santidad de los
creyentes) viene del Espíritu Santo; el que
llama mediante el Evangelio, ilumina con sus
dones, santifica y guarda a toda la Iglesia en la
tierra, y en Jesucristo la conserva en la única y
verdadera fe.3
[…]
El desarrollo de una comprensión
eclesiológica latinoamericana es una tarea
ecuménica. Reclama el aporte de los diversos
sectores cristianos. La nueva perspectiva que
proviene del Concilio Vaticano II es de valor
inapreciable, pero no puede desconocerse la
reflexión teológica de las diversas confesiones
evangélicas que han echado raíces muy
profundas en Nuestra América. Ellas se
esfuerzan por llegar a una inteligencia más
lúcida de la fe desde el contexto
latinoamericano, y tienen mucho que aportar
para la elaboración de una teología ecuménica
latinoamericana.
3 Martín Lutero, Catecismo menor, explicación del
Tercer Artículo del Credo.
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3. Nueva publicación del Centro Basilea
We be jammin. Liberating Discourses from
the Land of the Seven Flags (Vamos a
armarla. Discursos liberadores desde la
Tierra de las Siete Banderas), de Eliseo
Pérez Álvarez, prólogo de Justo L.
González.
Coedición con Publicaciones El Faro, la
Escuela Luterana de Teología de Chicago
(LSTC) y el Centro para Ministerios
Globales de Chicago (CCGM)
Entre 1998 y 2001, nuestro amigo, el doctor
Eliseo Pérez Álvarez fue invitado a predicar en
una iglesia luterana de las Islas Vírgenes. Como
resultado de ello, ha reunido el texto de los
sermones en un libro que es una bella colección
de “discursos liberadores”, como reza el
subtítulo del libro.
Es admirable la forma en que el doctor Pérez
Álvarez ha profundizado y asimilado la
experiencia y la historia del pueblo de esas
islas. Su aparente lejanía cultural se ve
relativizada por el hecho de compartir su fe y su
perspectiva cristiana. De ahí que la lectura de
estas predicaciones pueda resultar de mucho
provecho para quien esté dispuesto a convertirse
a la cultura negra y caribeña de nuestros
hermanos y hermanas de esas islas.
A continuación, presentamos la traducción
del prólogo, escrito por el insigne teólogo e
historiador cubano Justo L. González.
La predicación siempre ha sido una actividad
central en la iglesia, lo cual se debe no sólo a
que es un antiguo y probado medio de
comunicación. Obedece a que la Iglesia es el
pueblo de la Palabra. Nuestro Dios es un Dios
que habla. Además, el lenguaje de nuestro Dios
es tan poderoso que mediante él —la Palabra de
Dios— fueron creadas todas las cosas y sin él
nada de lo que existe fue hecho (Juan 1.3).
En la iglesia hablamos no sólo porque como
seres humanos debemos comunicarnos, sino
también porque somos el pueblo del Dios que
habla. Hablamos para servir y en respuesta a la
Palabra de Dios. Hablamos también confiando
en que, mediante la gracia inexplicable de Dios y
el poder del Espíritu divino, la Palabra de Dios
encarnará en nuestras palabras, usándolas como
Palabra divina para nosotros y para toda la
iglesia, y así nos lleva a la nueva creación, a un
nacimiento radicalmente nuevo como la creación
primigenia.
Por todo esto, un sermón no es solamente un
discurso, una pieza oratoria, una conferencia o
una exhortación. Un sermón es una apelación al
Dios de la iglesia, para que nuestras palabras
sean tomadas por la Palabra y así crear nuevas
cosas.
Por las mismas razones, un sermón no es sólo
un texto. Me atrevería a decir que el texto escrito
que confrecuencia llamamos ―sermón‖ no es tal.
Es el texto de un sermón, pero no es el sermón
mismo. Un sermón, más que un texto, es un
evento. El sermón —palabra— está en la
actividad de la Palabra de Dios cuando las
palabras del predicador, tomado por el Espíritu,
están siendo escuchadas por la congregación de
tal forma que hay una nueva creación, una nueva
realidad, una nueva forma de ser, de
comprensión, una nueva forma de relación. Un
sermón, como cualquier palabra humana, no es
verdaderamente una palabra a menos que sea
hablado y escuchado, emitido y recibido al
mismo tiempo.
Dado que la palabras humanas son tomadas
por la Palabra, no debido a su valor propio,
elocuencia o precisión, sino únicamente debido a
la decisión soberana de la gracia de Dios, el
predicador no puede garantizar que tal evento
momentáneo necesariamente tendrá lugar. Mis
palabras son siempre mis palabras, y no más,
hasta que Dios las tome y las use. No puedo
asegurar que, a causa de que preparé muy bien el
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sermón, o de que estudié con diligencia, o de que
hablé elocuentemente, Dios tomará transformará
mis palabras en la Palabra.
Lo más que puedo hacer —o mejor aún, que
debo hacer— es esforzarme porque mis palabras
sean congruentes con la Palabra que se hizo
carne en Jesucristo. Yo ofrezco mis palabras
como mi mejor ofrenda, esperando y orando
porque Dios tome lo poco que puedo hacer y le
infunda su poder. Al leer y estudiar un texto
bíblico para un sermón, debo tratar de entender
lo que podría significar hoy para nosotros, y
expresarlo con la mayor claridad posible.
Asimismo, la verdadera claridad y fuerza del
sermón no serán mías ni dependen de mí, sino
que son de Dios y son el resultado de su acción.
Así, al buscar que mis palabras sean
congruentes con la Palabra de Dios para hoy,
debo llevar a cabo dos tareas, necesarias ambas
si es que quiero ser obediente a mi vocación, y
tampoco suficiente sin la acción del Espíritu
trayendo la Palabra hasta nosotros.
La primer tarea —aunque no se distingue
cronológicamente de la segunda— es tratar de
entender la Biblia en general, y el pasaje bíblico
particular, específicamente. Se trata de una tarea
devocional y exegética. Es una tarea devocional
debido a que no basta con comprender el
significado de las palabras en un pasaje, o
incluso el significado del pasaje como un todo.
Es necesario que lleguemos a ser un ―pueblo
bíblico‖ —no en el sentido de que conocemos la
Biblia de oídas, o de establecer una serie de
reglas ―bíblicas‖ para vivir, sino más bien en el
sentido de que nuestra vida entera, como
individuos y comunidad, está modelada por la
Palabra de Dios. Aunque la buena exégesis es
importante, esto no se puede hacer por mera
exégesis, no importa qué tan científica,
cuidadosa o detallada sea. Es más bien un asunto
devocional, de disciplina, de permitir a la
Escritura que nos juzgue y nos forme, que
lleguemos a ser más ―bíblicos‖ en el sentido más
profundo. Sin colocarnos a nosotros mismos y a
nuestras comunidades de fe bajo el escrutinio de
la Escritura, no hay lugar para colocar a la
Escritura bajo el escrutinio de la exégesis. Se
podría resumir esto diciendo que la sabiduría
bíblica es el fundamento básico para la
predicación bíblica.
Existe también, sin embargo, una dimensión
exegética para esta primera tarea de tratar de
comprender el pasaje bíblico para la predicación.
Así, la buena voluntad y la devoción no bastan.
La sabiduría se debe unir al conocimiento. La
misma Escritura que leemos devocionalmente,
colocándonos bajo su juicio, debe leerse bajo el
riguroso escrutinio de todas las herramientas
exegéticas a nuestro alcance. La predicación
bíblica fiel no es solamente cuestión de escoger
unas pocas palabras que por alguna razón
sorprendan nuestra fantasía, y luego brincar
hacia lo que se nos ocurra, repitiendo
perogrulladas religiosas o espirituales. Como se
dice frecuentemente, la verdadera predicación
bíblica no usa al texto como pretexto. Por todo
ello, la primera tarea del predicador que desea
ser fiel es tomar en serio el texto de la Escritura,
y de ella tomar sabiduría y conocimiento.
La segunda tarea es construir un puente entre
ese mundo antiguo y los desafíos, ansiedades,
deudas, y esperanzas de hoy, en suma, de la vida
actual. Así como la Palabra no se encarnó en un
ser humano ―general‖, sino en alguien concreto,
histórico, particular, Jesús de Nazaret, la Palabra
no habla hoy mediante generalidades, o a la
―humanidad‖, en general, sino que se hace carne
en el sermón concreto predicado en una
circunstancia histórica particular, dentro de una
cultura particular.
La primera de estas dos tareas busca
asegurarse de la base textual para el sermón: que
mis palabras se fundamenten en la Palabra. La
segunda es su dimensión contextual.
Los sermones que forman este libro son
excelentes ejemplos de cómo pueden llevarse a
cabo estas dos tareas. Su integridad exegética y
textual será obvia para cualquier lector. Se basan
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en la Escritura, a la cual toman muy en serio. La
exégesis es firme, aunque no siempre aparente,
pero implícita, como siempre debería de ser.
Sin embargo, lo que más sorprende en las
páginas que siguen es su contextualidad. Se trata
de sermones propiamente, no sólo sobre un texto
particular de la Escritura, sino también
predicados en un contexto particular, dentro de
una congregación particular, en una cultura
particular. Esto no es sólo predicación textual —
la cual desafortunadamente está abandonada en
muchas de nuestras iglesias—, sino además
predicación contextual, la cual también está
abandonada, lamentablemente.
Ciertamente, toda predicación, como
cualquier forma de existencia y pensamiento
humano, es contextual. El sermón más
―genérico‖ refleja un contexto o, por lo menos,
una constelación de contextos. Un ―sermón‖ sin
contexto no merece llamarse así. Será, cuando
mucho, un conjunto de palabras, o un evento sin
tiempo o lugar, porque sencillamente no sucede.
Por todas estas razones, los sermones cuyos
textos escritos se incluyen en este libro no
pueden repetirse, aun cuando sus palabras sean
leídas una y otra vez. Un sermón verdadero no es
repetible, tal como ningún evento puede
repetirse verdaderamente. Fueron sermones
predicados en un momento particular, en una
situación particular, y dirigidos claramente a un
contexto muy particular. Y en eso consiste su
valor para los predicadores y para otras personas
en otras situaciones muy diferentes.
En su contextualidad clara, concreta e,
incluso, limitada, estos textos tienen un gran
valor universal, precisamente porque si existe
una característica universal en la buena
predicación ésa es la contextualidad. Quienes
lean las siguientes páginas no encontrarán
semrones que puedan predicar en su propio
contexto y situación. Lo que encontrarán es, con
mucho, un testimonio y un ejemplo de excelente
predicación contextual y exegética, así como un
llamado y una invitación a comprometer sus
propios contextos con una creatividad y una
pasión similares.
El doctor Eliseo Pérez-Álvarez, autor del
libro, es él mismo un ejemplo de cómo la
contextualidad puede practiacrse y afirmarse
incluso en las fronteras culturales y lingüísticas.
Como mexicano, durante sus estudios en
Atlanta, Chicago y Dinamarca, ha
experimentado su propia contextualización en la
comunidad latina o hispanoamericana.
Enseñando actualmente en el Seminario
Evangélico de Puerto Rico, ha experimentado
otra recontextualización. Así, su libertad y
creatividad para incluir el contexto de las Islas
Vírgenes, y su aprecio de ese contexto, no nos
sorprende, sino que aparecen como un don
invaluable para quienes estén luchando con la
función actual de la predicación y con la forma
que debería alcanzar.
Decatur, Georgia
4 de octubre de 2001
(Fiesta de San Francisco)
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4. Documentos
EL PROTESTANTISMO LATINOAMERICANO
ENTRE LA RACIONALIDAD Y EL MISTICISMO
Antonio Gouvêia Mendonça
Ponencia presentada en la Mesa Dilemas del
Protestantismo Latinoamericano, VIII Jornadas
sobre Alternativas Religiosas en América
Latina, São Paulo, Brasil, 22 a 25 de septiembre
de 1998
Versión de L. Cervantes-Ortiz.
Antonio Gouvêia Mendonça es un profesor
brasileño de larga trayectoria. Miembro de la
Iglesia Presbiteriana Independiente, ha escrito
varios libros y colaborado en una gran variedad
de publicaciones especializadas (entre ellas, la
benemérita Cristianismo y sociedad).
Recientemente tradujo al portugués el libro de
John H. Leith, Introduction to the Reformed
Tradition. También aportó un ensayo al libro
Protestantes, liberales y francamasones,
coordinado por Jean-Pierre Bastian (México,
Fondo de Cultura Económica, 1991).
El protestantismo como tal, esto es, el
tradicional o histórico, como es llamado, llegó a
América Latina bajo el signo de los revivals que
corresponden al extenso periodo que va de
mediados del siglo XVIII hasta la mitad del
XIX. Los revivals fueron ondas sucesivas de
despertar religioso en los cuales la conversión
individual acontecía en el cruce de la razón con
la emoción. En América Latina sucedió lo
mismo porque la estrategia del mensaje religioso
fue idéntica. Con el tiempo, los predicadores
―avivamentistas‖ que mantuvieron vivo al
protestantismo desaparecieron. Permaneció
entonces una pedagogía racionalista,
perdiéndose el tono emotivo del discurso. Esta
religión racional no resistió el embate del
misticismo de la segunda mitad del siglo XIX.
Basado en la tradición y en la razón, el
protestantismo no ha sabido cómo lidiar con las
formas místicas y al mismo tiempo inmediatistas
de las religiones de resultado. El gran dilema del
protestantismo latinoamericano actual es: o
asume las nuevas formas abandonando su
tradición de racionalidad mediante un nuevo
equilibrio entre tradición, memoria, razón y
emoción, o se sumerge en las múltiples prácticas
religiosas contenidas en el extenso abanico que
comienza con el pentecostalismo clásico y llega
hasta los llamados neopentecostalismos.
Palabras clave: protestantismo, racionalismo
religioso, misticismo, ―avivamentismo
religioso‖.
Como diría Kant, los hombres de las luces
resolvieron no obedecer más una ley
externa: quieren ser autónomos,
sometidos a una ley que perciben y
reconocen en sí mismos.
Jean Starobinski, La invención de la
libertad
Jean Starobinski (1920) escribe esas palabras
refiriéndose al siglo XVIII, objeto de su bello
libro La invención de la libertad.1 Bien pudo
haber seguido el ejemplo de Gilbert Keith
Chesterton (1874-1936), quien afirmó que su
objetivo era descubrir lo obvio porque el mayor
anhelo del ser humano es reposar en la
seguridad del sentido común.2 Chesterton se
refería a la necesidad de retornar a la solidez del
puerto seguro representado por la majestuosa
síntesis tomista que, para él, representaba todo
lo que podemos reconocer como sentido común.
Con todo, Starobinski, a pesar de afirmar que el
1 J. Starobinski, A invenção da liberdade. São Paulo,
UNESP, 1994. 2 G.K. Chesterton, Ortodoxia. 2a. ed. Porto, Livraria
Tavares Martins, 1950.
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siglo XVIII inventó la libertad pero no pudo
vivirla íntegramente, sino apenas soñar con ella
pagando muy caro el precio de ese sueño, en
realidad la libertad fue inventada en el siglo XVI
con el humanismo. No olvidemos tampoco que
algunos de quienes soñaron con la libertad en
siglo del humanismo no tuvieron mejor suerte
que la de sus sucesores en el revolucionario final
del siglo XVIII.
Este trabajo tiene como objetivo buscar las
raíces de la inseguridad histórica del
protestantismo en la cultura en contraste con el
catolicismo que, por su naturaleza, ha resistido
mejor los embates de las transformaciones
culturales. No tenemos en mente llevar a los
extremos este asunto debido a los límites que
nos impone la naturaleza del trabajo. Nuestro
esfuerzo se restringirá al intento por establecer
algunos paralelos y diferencias entre las dos
tradiciones del cristianismo occidental y mostrar
por qué el impacto de la posmodernidad produce
en ellas resultados diferentes. Queda claro que el
hilo conductor será la trayectoria histórica del
protestantismo y, por eso, las referencias al
catolicismo se harán cuando se requiera
comprender mejor las tesis expuestas. La tesis
central es que el protestantismo, a pesar de no
haber inventado la libertad, la asumió como su
principio, y el catolicismo, aunque sufra siempre
los duros golpes del mundo posmoderno, aún
busca sustentar su enorme y sólida síntesis
medieval.
Nos referiremos, inicialmente, a algunos
pensadores que marcan esas posiciones
fundamentales de una o de otra tradición
religiosa. Será necesario, además, definir bien
los conceptos clave: protestantismo, misticismo
y racionalidad. Comenzaremos por la necesidad
metodológica de aclarar los conceptos.
1. Protestantismo
No existe hoy un concepto más confuso que el
de protestantismo. Vemos esa confusión en los
medios de comunicación, en especialistas y en
tesis académicas. Se colocan en el mismo
espacio clasificatorio a grupos que se excluyen
mutuamente, así como del propio concepto
generalizado de protestantes. Por ejemplo, los
anglicanos de la Iglesia Alta (High Church) y
los bautistas en general, no aceptan ser llamados
protestantes, sino que son antes que todo
anglicanos y bautistas. Por otro lado, los
cristianos no católicos en general, incluyendo a
los demás grupos surgidos de la Reforma y de la
Pos-Reforma, como los presbiterianos,
congregacionales y metodistas, aceptan ser
incluidos en la denominación general de
evangélicos. Están también los bautistas y cierta
ala anglicana formada en el Movimiento de
Oxford bajo el liderazgo de William
Wilberforce (1759-1833) y que recibió el
nombre de Iglesia Baja (Low Church). Pero la
confusión aumenta más si recordamos que en los
países de tradición protestante el término
evangélico (evangelical) designa al ala más
conservadora del protestantismo. En Brasil, en
la última década, los medios de comunicación y
hasta la jerarquía católica reúnen a todos los
grupos pos-pentecostales en la designación
general de ―sectas evangélicas‖. No hay duda de
que aunque esta designación sirva para efectos
pastorales en la Iglesia, existen equívocos en
ambos términos, principalmente en el término
―secta‖. La cuestión es: ¿podemos aplicar los
conceptos protestante o evangélico a todos los
grupos no católicos?
Hace algún tiempo analizamos esta cuestión
intentanto discutir las diferencias y relaciones
entre los conceptos protestantes, evangélicos y
creyentes (la mayoría de los pentecostales de
autodenominan ―creyentes‖).3 Por haber una
tradición mayor entre los historiadores4 y un
3 A. G. Mendonça, “Quem é evangélico no Brasil?”,
en Suplemento-Debate-Contexto Pastoral, 2 (8),
mayo junio de 1992, pp. 3-6. 4 Como por ejemplo, la majestuosa Histoire Génerale
du Protestantisme, de Émile Leonard, París, Presses
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mayor poder de identificación, sugerimos que
los términos protestante y protestantismo
deberían preferirse entre los especialistas. Pero,
como siempre sucede con los conceptos de
amplia extensión que, al usarse, deben ser
reducidos a los límites del objetivo que se tiene
a la vista dentro del campo de conocimiento en
que se trabaja, los conceptos ―protestante‖ o
―protestantismo‖ deben ser definidos aquí.
En este trabajo se entiende por ―protestante‖
o ―protestantismo‖ todo el conjunto de
instituciones religiosas surgidas como
consecuencia de la Reforma Religiosa del siglo
XVI en sus principales vertientes que son la
luterana y la calvinista, y que buscan mantener
los principios básicos que forman el principio
protestante de la libertad: la justificación por la
fe, la sola Scriptura, el libre examen y el
sacerdocio universal de los creyentes. Cuando
hablamos, por lo tanto, de protestantismo
tradicional o histórico hemos de ser precisos en
el uso del concepto cuya extensión debe abarcar
con rigor los cuatro pilares del concepto de
libertad. Hemos recibido algunas críticas debido
a la insistencia por incluir entre los protestantes
a algunos sectores del pentecostalismo y,
principalmente, del neopentecostalismo.
Justificamos ahora por qué pasamos por esas
dudas.
No podemos dejar de reconocer que no
estamos trabajando con tipos puros. Será difícil
encontrar un grupo protestante absolutamente
―protestante‖. Por ello, en toda investigación no
hay nada que impida la aplicación del principio
weberiano de la comprensión: ¿cuál es el
elemento presente en este grupo religioso que,
desviado o modificado, me impida llamarlo
protestante? O al revés: ¿cuál o cuáles de
aquellos elementos del principio protestante no
está o no están presentes en este grupo religioso,
Universitaires de France, 1964, 3 vols. (Existe
versión castellana: Historia general del
protestantismo. Barcelona, Península, 1967, 4 vols.)
o aunque estén presentes, discrepan de ellos de
manera significativa? Se trata, así, de la simple
cuestión lógica de la extensión y comprensión
del sujeto.
2. Misticismo
Todas las grandes religiones presentan un doble
rostro en cuanto a la experiencia de lo sagrado:
una, doctrinaria, dogmática, discursiva, racional
y, por tanto, dirigida por un cuerpo de
especialistas, y otra que busca lo sagrado de
manera intuitiva, directa, sin mediación de la
doctrina o del dogma y, consecuentemente, de la
mediación del cuerpo de especialistas. En el
cristianismo tenemos místicos muy influyentes
como San Bernardo (1090-1153), Santa Teresa
(1515-1582), San Juan de la Cruz (1542-1591),
Meister Eckhart (1260-1327), Tomas de
Kempis, el anónimo de la teología alemana,
etcétera. En el protestantismo, en particular, está
la corriente mística del pietismo, una especie de
misticismo secular representado principalmente
por los moravos. El sufismo engloba las
corrientes místicas del islamismo y la cábala las
del misticismo judaico.
El misticismo es, por tanto, otro concepto
cuya amplitud y comprensión carecen de límites.
Hoy en día están siendo calificadas como
místicas todas las creencias en seres
intermediarios, sean ángeles, demonios del bien
y del mal, fuerzas ocultas y todos los poderes
que pueden interferir en la cotidianidad de las
personas y que han de ser dominados y
controlados.5 Este tipo de misticismo podría
englobar a las corrientes de la teología de la
prosperidad y a la nueva era. Corriendo el riesgo
del reduccionismo, podríamos aceptar la idea de
que este misticismo de la posmodernidad se
caracteriza por la creencia de que el espacio
existente entre la conciencia clásica de lo
sagrado absolutamente a priori del que nos
5 Véase, por ejemplo, Harold Bloom, Presagios del
milenio. Barcelona, Anagrama, 1996.
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12
habla Rudolf Otto (Lo santo, Das Heilige,
publicado en 1917) y el ―mundo que está ahí‖
desconocido y caótico,6 está poblado por seres
intermediarios benéficos y maléficos de cuyo
culto y exorcismo depende el orden del espacio
vital.
Puede ser que el cristianismo y, en particular,
el protestantismo, estén contaminados por ese
tipo de misticismo. En el cristianismo en general
se configuran históricamente algunos tipos
importantes de misticismo. Existe un misticismo
sacramental en donde la ascesis del fiel se da
por la mediación litúrgica de los sacramentos,
cuyo discurso es gestual y material, puramente
simbólico. Este tipo de misticismo es
característico de las llamadas iglesias litúrgicas,
como la romana, la anglicana y las ortodoxas. El
misticismo, en este caso, independiente de los
significados dogmáticos de los elementos
litúrgicos, es más un sentimiento, no racional
por tanto, del fiel en particular que, en el
momento culminante de la celebración, ―siente‖
una intensa comunión con Dios, una inmersión
en el espacio sagrado. En las tradiciones
cristianas incluidas en el grupo litúrgico, hay
fieles místicos, es decir, quienes buscan
insistentemente la experiencia religiosa en los
actos cúlticos regulares, y quienes creen en las
donaciones de lo sagrado, inclusive la salvación,
por la simple intermediación mecánica de la
iglesia. Estos últimos son racionalistas y se
distinguen de los místicos por no concebir la
necesidad de la experiencia religiosa.
La devoción es otro tipo de misticismo. Se
centra en la meditación sobre Jesús. Es una
―meditación discursiva‖, pero no racional
porque no busca ―razones de fe‖, sino una
aproximación en el sentido de una
―identificación‖ con Jesús. Casi siempre es
individual y solitaria, aunque hay grupos
místicos de este tipo en todas las tradiciones
6 Norman Cohn, Cosmos, Caos e o Mundo que virá.
Sao Paulo, Cía. de Letras, 1996.
cristianas. Hasta existen ―lugares‖ reconocidos
como ―puntos místicos‖ por sí solos, notables
por su tradición de recibir esos grupos. Los
presbiterianos, por ejemplo, que no destacan
precisamente por místicos, tienen en gran estima
un lugar de retiro y ―encuentro con Dios‖: Iona
Abbey, en Escocia. El último verso de la oración
clave de esta casa (A House Blessing), dice:
“God be with us/ in this dwelling site” (Dios
esté con nosotros/ en este lugar de habitación).
El misticismo devocional no exige cultos
formales ni celebración de sacramentos. Es
ejercitado solitariamente o por grupos pequeños
que buscan la experiencia religiosa. Aunque casi
siempre comprometidos con iglesias y
tradiciones, se apartan de ellas en esa práctica
religiosa. Entre los protestantes típicos, esa
búsqueda constante o periódica de la experiencia
mística es bastante común. Como dicen ellos
mismos: es necesario, de vez en cuando,
realimentar el espíritu. Esto alude al hecho de
que reconocen en la vida cotidiana de su religión
un mar de racionalidad. Este misticismo es
típicamente protestante y tiene rastros del
monasticismo por ser individual o de pequeños
grupos y es ejercitado ―aparte del mundo‖ y en
un tiempo especial. Espacio y tiempo separados
(la soledad del cuarto o un ―lugar de retiro‖) a
fin de compensar la racionalidad de ―estar en el
mundo‖ con su ética ascética.
El misticismo contemplativo, el más
conocido y citado como tal, es el clásico
misticismo de San Juan de la Cruz, Santa
Teresa, Kempis, Eckhart y otros. Aunque ese
misticismo haya ejercido y continúe ejerciendo
cierta fascinación, inclusive entre los
protestantes, no es el típico del protestantismo.
Lo protestante, por su vocación secular, no es,
por naturaleza, contemplativo. Algunos
protestantes, mientras tanto, atraídos por esta
fascinación, produjeron libros que, a pesar de
poseer relativo peso contemplativo, no fueron,
entre los protestantes, más allá del misticismo
devocional. El ejemplo contemporáneo más
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13
interesante de este tipo ambiguo de misticismo
es el msionero metodista estadunidense Stanley
Jones (1884-) quien, trabajando 30 años en la
India, fue muy influido por el misticismo hindú.
Frecuentó los ashrams7 y fundó, él mismo,
algunos. Publicó muchos libros, conocidos casi
todos en Brasil, donde ofreció conferencias
varias veces. Stanley Jones tal vez haya sido
quien influyó más fuertemente sobre el
misticismo protestante brasileño mediante sus
libros y conferencias.
Para Jones, la vida religiosa, tal como se
entiende en el universo protestante que cultiva la
especie de misticismo de la que estamos
hablando, tiene tres aspectos complementarios:
la conversión, la lectura del Nuevo Testamento,
de preferencia por la mañana, y la disciplina. Lo
interesante es que Jones caracteriza su
misticismo al decir que la lectura del Nuevo
Testamento ―revela a Jesucristo por el impacto
de Su Persona en nuestras personas‖. Según él,
Jesucristo es la Revelación sin ninguna otra
mediación.8
El misticismo protestante clásico, es decir, su
monasticismo secular, ha sido identificado
simplemente con el pietismo. Éste ya estaba
presente en el movimiento de la Reforma,
particularmente en Lutero, pero fue con el
pietismo alemán encarnado por Philipp Jakob
Spener9 (1635-1705) y August Hermann Francke
(1663-1727) que asumió una forma definida. El
primero, autor clásico del pietismo (Pia
Desideria, 1675), fue muy influido por Leibniz
y criticaba duramente la racionalidad de la
ortodoxia luterana iniciando con ella una intensa
7 Comunidad hindú semejante a un monasterio
cristiano donde se vive en medio de la simplicidad y
la meditación. 8 S. Jones, Conversão. São Bernardo do Campo-SP,
1984, p. 267. 9 Véase Ph.J. Spener, Pia Desideria. São Bernardo do
Campo-SP, Imprensa Metodista e Ciencias da
Religião, 1985. 267.
polémica. Spener, a pesar de afirmar en Pia
Desideria, al proponer la reforma de la
educación teológica, que sería preferible un
estudiante piadoso a uno muy inteligente no fue,
como a veces se piensa, enemigo de la cultura
intelectual. En realidad, sus obras ejercieron
influencia en el pre-romanticismo alemán.
Spener idealizó y organizó ―grupos
devocionales‖ y de ―estudios bíblicos‖
(meditaciones) al interior de las iglesias, no
entendidas aquí como los templos sino como
comunidades evangélicas. Esos grupos de
ejercicio de la piedad fueron conocidos como
collegia pietatis.
Francke, adepto de Spener, intensificó los
debates con los ortodoxos haciendo más
agresivo al pietismo. También, a semejanzas de
Spener, la piedad y la devoción no lo llevaron a
la pura irracionalidad, sino al reconocimiento
del valor de la filología bíblica y al interés por la
exégesis.
El estudio del pietismo protestante alemán
constituye un denso capítulo en la historia del
pensamiento protestante. Está asociado
íntimamente a la filosofía y, especialmente, al
romanticismo alemán. No hay espacio aquí para
una mayor aproximación al tema, pero sería
suficiente con llamar la atención, con vistas al
interés de este trabajo, al hecho de que este
misticismo protestante clásico, que podríamos
denominar ―pietismo romántico‖, domina lo que
los historiadores califican como la ―era
protestante‖, o sea, el periodo histórico que va
de mediados del siglo XVIII a fines ddel XIX.
Con todo, en las áreas de la conquista misionera
del protestantismo, ese pietismo romántico
avanzó mediante la creencia en el
perfeccionamiento constante del hombre a pesar
de las dos guerras y de la bomba atómica. En el
inicio mismo de ese romanticismo estaba el
Evangelio Social10
porque sus defensores creían,
10
El Evangelio Social fue un movimiento en el seno
del protestantismo, iniciado en 1870, que enfatizaba
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14
contra la ortodoxia de la doctrina del pecado
original, en la bondad innata del hombre
pervertida por la sociedad. La idea del
progresivismo penetró profundamente en el
protestantismo, cuya idea central era la de la
salvación individual. Ésta, cuyo nombre mismo
habla de un proceso que comienza en el
individuo a partir de una experiencia religiosa y
que lo lleva al cultivo de una religiosidad
interior devocional y piadosa, cuya
consecuencia es una ética individual y social
transformadora de la sociedad como un todo. Sin
duda, un ideal romántico cuyas raíces estaban en
el siglo XVIII y cuya incorporación religiosa se
dio en los revivals (o avivamientos).11
El nombre de ―Evangelio Social‖ puede
suscitar la idea de una teología. Los estudiosos
de dicha corriente, por otro lado, prefieren
afirmar que la teología es apenas parte de él,
resaltando que, fundamentalmente, el Evangelio
Social fue un movimiento. El propio Walter
Rauschenbusch (1861-1918) dice en su libro A
Theology for the Social Gospel (Una teología
para el evangelio social), de 1917: ―Tenemos un
evangelio social. ¿Necesitamos de una teología
sistemática suficientemente amplia para
sustentarlo?‖12
No se puede negar que Rauschenbusch fuese
un teólogo. Realmente, él ―hizo teología‖. La
diferencia está en que él no seguía la tradición
dogmática y metafísica de la teología, sino que
enfatizaba al Jesús histórico como iniciador de
la comunidad divina, es decir, el Reino de
Dios.13
la aplicación de la ética cristiana a la nueva situación
histórica tomando como modelo al Jesús histórico. 11
Un movimiento amplio de despertar religioso que
enfatizaba la conversión para la salvación individual. 12
Cit. por Ronald C. White, Jr., The Social Gospel.
Philadelphia, Temple University Press, 1976, p. XVI. 13
James C. Livingston, Modern Christian Thought:
From the Enlightenment to Vatican II. Nueva York-
Londres, Macmillan-Collier, 1971, p. 263.
El misticismo protestante que en este trabajo
asume el aspecto de lo que llamamos ―pietismo
romántico‖ tiene, pues, las siguientes
características: es un movimiento, o presencia,
al interior de las iglesias, pero que existe al
margen de sus sistemas de poder, esto es,
dogmas y confesiones, y cultiva románticamente
la convicción en el autoperfeccionamiento
humano por medio de la devición disciplinada
de la lectura de la Biblia y la meditación sobre
ella. El componente central del misticismo
protestante es la libertad del cristiano —libre
examen y búsqueda personal de Dios en
Jesucristo— y tiene como consecuencia la
creación y mantención de una ética personal y
social.
Además, hay otro aspecto importante del
misticismo protestante que debe ser considerado
en este intento de conceptualización. El
misticismo secular protestante es un misticismo
esencialmente ―letrado‖. Tenemos la tendencia a
ver el misticismo como una experiencia religiosa
que prescinde de cualquier tipo de mediación
entre el individuo y lo sagrado. De hecho, esta
cuestión de las mediaciones y sus formas en el
estudio del fenómeno de la experiencia religiosa
trae consigo dificultades. No podemos tratarlas
aquí porque nuestro propósito es conceptualizar
el misticismo protestante. Desde luego, tenemos
que aceptar que éste es, característicamente, un
misticismo mediado por la lectura, al menos de
un libro: la Biblia. Las formas de lectura pueden
variar, pero lo que importa es que haya una
mediación mínima. Puede ser también solitaria o
grupal, pero es mediada por ella. La lectura y la
meditación exclusiva de la Biblia puede ser
llamada pietismo radical porque los individuos
y grupos pueden servirse ddel vasto arsenal de lo
que podemos calificar como ―literatura
piadosa‖.
El objetivo de la literatura radical o de la
literatura piadosa es la búsqueda de la paz
interior y de una forma adecuada de vivir en el
mundo, sea para sí o para otros. La literatura
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15
piadosa asume, por regla general, tres formas:
cognoscitiva, curativa y ejemplar. La forma
cognoscitiva se presenta como comentarios
exegético-hermenéuticos de carácter popular de
textos bíblicos que tratan de desbloquear la
oscuridad literaria del texto sagrado y facilitar el
conocimiento de Dios. El conocimiento aquí
puede ser entendido en el sentido bíblico de
unión íntima, interpretación y posesión. La
literatura cognoscitiva puede tratar intensa y
extensamente un tema desarrollado en la Biblia
o estudiar pasajes en pequeñas meditaciones
diarias. En este último caso, están los llamados
devocionarios. Es la erudición bíblica puesta al
servicio de la piedad.
La forma curativa de lectura de la Biblia
revela el aspecto práctico de la religión ejercido
por el imperativo de la fe. En general, esta forma
de literatura piadosa busca mostrar cómo es
posible superar los problemas de la vida
mediante la fe disciplinada y aplicada. Es muy
general porque abarca desde problemas
pequeños hasta enfermedades graves y
tormentosas perturbaciones existenciales. En la
mayoría de los casos cuenta historias de
personas que, por medio de la disciplina
piadosa, resolvieron sus problemas.
La forma ejemplar de la literatura piadosa se
asemeja a las historias de los santos católicos.
Al contrario de lo que se piensa, se trata de un
aspecto importante de la literatura protestante
que tiene como objetivo ofrecer biografías de
personas, hombres y mujeres, que ofrecieron sus
vidas, no necesariamente en ―sacrificio‖, sino en
trabajos penosos para la propagación de la fe. La
propagación es, principalmente, la vivencia de la
misma. Las biografías de misioneros siempre
ocuparon el lugar más importante en esa
literatura. Esas biografías atrapaban las almas
juveniles que frecuentaban las bibliotecas de sus
iglesias en las primeras décadas del siglo XX.
Eran historias de heroísmo en tierras exóticas
que exaltaban la victoria de la fe sobre todos los
obstáculos, así como verdaderos ejemplos dados
para los adolescentes que, naciendo y viviendo
en países cuya cultura no era protestante, sentían
muchas veces la desazón por ―estar fuera de
lugar‖.
Biografías de hombres como William Carey
(1761-1834), iniciador de las misiones
modernas, en la India, David Livingstone (1813-
1873), misionero en África, y Albert Schweitzer
(1875-1965), también misionero en África, entre
muchos otros, forman parte de la ―hagiografía‖
protestante. Esos hombres, al mismo tiempo que
propagaron la fe, contribuyeron
significativamente al conocimiento de las
culturas exóticas, la geografía, las cotumbres y
lenguas, así como la filosofía, el arte y la
medicina. Muchas misioneras se hicieron
famosas por el trabajo educativo que llevaron a
cabo en zonas muy pobres.
El periodo marcado por la influencia del
Evangelio Social, con su énfasis en el
―evangelio práctico‖, incentivó bastante este
tipo de literatura. Además, el Evangelio Social
estimuló también la producción de un tipo de
literatura ejemplar más popular y simple, como
pequeñas novelas que celebraban la victoria de
la fe en medio de la dureza de la vida, exaltando
las posibilidades de reformular la sociedad
mediante la aplicación de los principios
cristianos a todas las esferas. En un sentido
mucho más amplio, tuvieron un gran éxito las
novelas estadunidenses La cabaña del tío Tom14
y En sus pasos,15
con miles de ejemplares
vendidos. ¿Qué protestante que se formó en la
primera mitad del siglo XX no leyó esos libros?
El segundo, cien años después de su primera
edición, fue reimpreso en Brasil en una nueva
traducción.16
14
Harriet Beecher Stowe (1811-1896), Uncle Tom’s
Cabin (1852), vehemente pero sentimental libelo
contra la esclavitud. 15
Charles M. Sheldon, In his steps (1826), guía para
los seguidores de Jesús en los negocios. 16
Río de Janeiro, Editora Record, s.f.
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16
Insistimos en demostrar que el misticismo
protestante clásico, llamado aquí también del
―pietismo romántico‖, es una búsqueda de la
experiencia religiosa individual o de grupos
pequeños y que presenta tres características
principales: ocurre al interior de las iglesias,
pero no depende de ellas, es decir, de los
sistemas de poder, busca una forma de vivir en
el mundo —monasticismo secular— y, para ello,
construye una ética en ocasiones conflictiva en
relación con la realidad y, finalmente, navega
mediante una vasta literatura que puede ser
cognoscitiva, curativa y ejemplar. Como todo
misticismo, por tanto, es el reverso de los
dogmas y las instituciones, cosas no
fundamentales para ―vivir la fe en el mundo‖.
Es importante resaltar aquí otro aspecto a
veces olvidado cuando se estudia el misticismo
protestante. Éste es fundamentalmente ―letrado‖.
La búsqueda incesante de la comunión con Dios
en el texto sagrado ha producido, como
consecuencia natural, eminentes lingüistas, así
como historiadores y filósofos de la religión. La
Universidad de São Paulo, el ejemplo más
próximo para nosotros, se benefició de
portestantes brasileños tales como Otoniel Mota,
Lívio Teixeira, Teodoro Henrique Maurer, Isaac
Nicolau Salum y otros. Antes, cultivaron la
cultura y la lengua portuguesas Eduardo Carlos
Pereira (1855-1923), autor de gramáticas y uno
de los sistematizadores de las enseñanzas del
portugués, tanto en Brasil como en Portugal, y
Júlio Ribeiro (1845-1890), gramático y escritor
de la escuela naturalista.
No se trata de decir que estos protestantes
fueron místicos y que produjeron obras místicas.
No fue así. Lo que se intenta resaltar es que el
misticismo protestante ha sido ―letrado‖, y que
la necesidad de descubrir en los arcanos de las
lenguas originales de la biblia lo que Dios
espera de los fieles en este mundo estimula el
surgimiento de eruditos que forman una especie
de intelligentsia al interior del protestantismo y
que tienen poco o nada que ver con los
pensadores o teólogos sistemáticos. Esta
intelligentsia, palabra muy técnica usada aquí
bajo amplia licencia, no está constituida
exclusivamente por quienes producen literatura,
sino por quienes la consumen a gran escala, al
contrario de la teología propiamente dicha, cuyo
consumo es escaso. La fuerza de esta clase en el
protestantismo puede ser medida por el poderío
de las editoriales que colocan en el mercado la
literatura apropiada para su consumo.
¿Cuál es el espacio intelectual y religioso en
que se desarrollan los místicos protestantes? El
esfuerzo hecho hasta aquí por describir ese
amplio y polimorfo segmento del protestantismo
nos permite asumir una postura que abre las
puertas para muchas críticas: el espacio del
misticismo protestante se encuentra en un
universo más amplio que el del liberalismo
teológico. Existen buenos argumentos para la
defensa de esta posición, pero por ahora bastaría
con esta idea: entre la conciencia de Dios
absolutamente a priori y ―el mundo que está
ahí‖ para ser entendido y organizado por la
filosofía, la teología y la ciencia, está el espacio
de lo cotidiano, el espacio vital. Mientras el
místico católico —o clásico, por lo menos—
busca escapar de él en dirección hacia una
inmersión en lo sagrado, el protestante asume
todos los riesgos de vivir en él. ¿Pero cuáles son
los parámetros para tal modelo? Lo
absolutamente a priori trasciende, no se
confunde con este mundo y por eso no provee un
modelo. Por ello, todo misticismo cristiano se
constituye en un apego a Jesús de Nazaret, al
Dios-hombre, pero el hombre en quien Dios
vivió día a día durante tres años en Palestina.
¿Sería por casualidad que todo el movimiento
del ―Jesús histórico‖ ocurrió dentro del
liberalismo teológico? Es posible que el último
representante de la corriente mística del ―Jesús
de Nazaret‖ haya sido Harry Emerson Fosdick
(1878-1969), fundador de la iglesia
interdenominacional conocida como Riverside
Church, en Nueva York, donde fue pastor
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17
durante más de 20 años. Fosdick, reconocido
como un liberal scholar, escribió diversos
libros, muy señaladamente The man of
Nazareth.17
En el prólogo de este pequeño libro,
Fosdick dice que la fascinación por la
personalidad de Jesús lleva a las personas al
deseo de verlo como lo vieron sus
contemporáneos. Juzgando como insatisfactorios
los registros del Nuevo Testamento, porque
muestran a un Jesús interpretado, por
determinada corriente teológica o en términos
mesiánicos, Fosdick critica también a los
investigadores del siglo XIX, quienes, en su
opinión, no llegaron a resultados satisfactorios.
El trabajo de Fosdick es una búsqueda de un
Jesús no interpretado.
Su pregunta metodológica es la siguiente:
¿Cómo, entonces, podríamos penetrar en la vida
del maestro y estar seguros de que estamos en
verdad recuperando su personalidad histórica y
entendiéndola? Para responderla, Fosdick
intenta construir la figura no interpretada de
Jesús de Nazaret mediante los testimonios de
personas de su época, tales como las multitudes,
las mujeres y los niños, sus primeros discípulos,
etcétera. Es muy sugerente el título del primer
capítulo: ―Un hombre real, no un mito‖.
Es significativo que justamente al rebasar la
primera mitad del siglo XX (1949), uno de los
más notables religiosos de Estados Unidos
proclame ―la fascinación del hombre de
Nazareth‖. Más allá del misticismo mundano
protestante (¿podríamos decir civil?), ¿no serían
también interlocutores de Fosdick los teólogos
de la ―muerte de Dios‖ y de la ―secularización‖?
3. La racionalidad
¿Qué representa a la Reforma Religiosa del siglo
XVI si no la libertad de la razón en materia
religiosa? Es necesario reconocer que la
Reforma, como una de las vertientes del
17
H.E. Fosdick, The man of Nazareth. Nueva York,
Pocket Books, 1949.
humanismo, es también un humanismo. En el
centro de la religión de la Reforma está el
hombre y no Dios, lo que no quiere decir que
haya colocado a Dios en la periferia, sino que
ahora el hombre, en el ejercicio de su libertad,
tenía que buscar a Dios en solitario y en lucha
con el mundo y consigo mismo. Los
reformadores y sus seguidores de los siguientes
siglos —ya casi cinco— a semejanza de
Hércules ―en la encrucijada‖, escogieron una
vida dura y complicada para el ejercicio de la
libertad. Nadie será capaz de entender al
protestantismo con sus divisiones, conflictos y
contradicciones si no es a partir de una
comprensión adecuada de su principio básico, de
su esencia. Hay algo de anárquico en el
protestantismo y, por ello, es forzoso estudiarlo
tomando en cuenta su principio orientador a fin
de evitar confusiones entre los varios
movimientos y corrientes que son, a veces,
fácilmente confundidos con el protestantismo.
Si hablamos de racionalidad, hablamos de
razón, conscientes de la multiplicidad de
sentidos que tal término trae consigo. El
cristianismo medieval tenía una racionalidad
cerrada, es decir, una determinada organización
del mundo que producía estabilidad y seguridad.
El humanismo desmontó ese orden y la Reforma
asume esa herencia caótica y se esfuerza por
reorganizar todo a partir de lo que quedaba: el
hombre, su fe y su razón. Lo que Dios tenía que
decir acerca del mundo ya estaba dicho; ahora
era necesario creer en él (fe) y organizar todo de
nuevo (racionalizar) a fin de construir un lugar
en el mundo. Naturalmente, la paradoja de fe y
razón, o racionalidad, se presenta luego. Como
diría Hobbes más tarde, en su obra Sobre el
ciudadano (1642), el hombre no puede vivir en
su estado natural sino que necesita abdicar de su
libertad en favor del estado social. Para el
hombre de la Reforma, la reorganización de las
cosas, la búsqueda de un nuevo orden,
significaba, como significó, desde luego la
abdicación de por lo menos parte de la libertad.
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BOLETÍN INFORMATIVO NÚM. 6, ABRIL-JUNIO DE 2002
18
Por razón entendemos aquí dos de sus
numerosas vertientes: en sentido psicológico,
cuando el hombre de la Reforma tiene que dar
las ―razones de su fe‖, y en el epistemológico,
cuando tiene que aprehender un orden inteligible
y su adecuación a la Revelación. Hasta aquí no
habría mucha diferencia entre la Reforma
Protestante y el cristianismo en general si no
fuese por el principio de ejercicio de la libertad.
Mientras que el catolicismo romano conseguía
mantener en pie su gran síntesis medieval, el
protestantismo tenía que producior múltiples
síntesis parciales, a veces conflictivas entre sí,
porque reflejaban directamente las situaciones
emergentes. El ala luterana de la Reforma fue, a
pesar de todo, parsimoniosa en la producción de
síntesis, pero el ala reformada propiamente
dicha produjo numerosas síntesis, o credos y
confesiones.
Salvo pequeños cambios, las grandes
confesiones protestantes de fe se resumen en la
Confesión de Fe y los Catecismos de
Westminster, escritos por la Asamblea de
Westminster, entre 1643 y 1647, básica para el
ala reformada (calvinista) del protestantismo.
Esta confesión tiene la ―marca típica del
puritanismo inglés‖18
y ha sufrido revisiones,
siendo la más importante la de 1967, llevada a
cabo por la Iglesia Presbiteriana Unida de
Estados Unidos. Esta confesión, al contrario de
la elaborada en Westminster, es breve porque da
por sentados los grandes principios de la
Reforma, así como es concisa también la
Declaración Teológica de Barmen,19
escrita en
1934 por el Sínodo Confesante de la Iglesia
Evangélica Alemana como reacción a la
intromisión del gobierno nazi en las iglesias. El
Sínodo representaba a las iglesias Luterana,
Reformada y Unida, y se levantó en contra de
18
John Leith, A Tradição Reformada. São Paulo,
Pendão Real, 1997, p. 193. 19
Antigua ciudad alemana anexada en 1929 a
Wuppertal, de la que hoy es un barrio.
―los errores de los cristianos alemanes de la
administración de la Iglesia del Reich‖.20
Junto o por separado, las confesiones, por lo
general, rigen también el culto. Estas
ordenaciones litúrgicas, a veces más elaboradas,
como en las tradiciones anglicana y luterana, en
ocasiones menos como en la reformada,
arrastran dos cargas: una de la tradición cristiana
general y otra de la confesión que las produjo.
Lo primero es, en principio, inmutable, lo otro
busca mantener la ―tradición de la confesión‖ al
lado de las adaptaciones circunstanciales.
El análisis de los credos, declaraciones y
confesiones protestantes, cuando se lleva a cabo
en el contexto histórico en que fueron
producidas, muestra, por un lado, la libertad del
protestantismo frente a las grandes síntesis y,
por otro, su angustiosa y constante necesidad de
ajuste a los nuevos desafíos históricos y
culturales. La citada Confesión de 1967 dice en
su prefacio: ―Ningún tipo de confesión es válido
con exclusividad, ninguna declaración es
irreformable‖.
No se piense, entonces, que los liderazgos o
jerarquías eclesiásticas dirigen sus iglesias con
las confesiones en las manos. Ellas son modelos
de doctrinas y definiciones ya olvidadas y
superadas, al menos en cuanto a la forma en que
fueron redactadas, pero sirven, en casos
extremos, para definir la tenue línea que separa
a la ortodoxia de la heterodoxia. Lo que de
hecho tienen los liderazgos eclesiásticos en sus
manos para dirigir sus instituciones son cánones,
reglamentos y estatutos que son más
instrumentos políticos que teológicos. Pesa
también un cierto lastre de tradición.
Aunque no parezca, la combinación de esos
elementos necesarios para la existencia de
cualquier institución, inclusive la religiosa,
produce un denso sistema de racionalidad que
choca constantemente con el principio de
20
Libro de Confesiones, II, 8.09. Misión
Presbiteriana del Brasil Central, São Paulo, 1969.
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19
libertad. En ningún otro lugar, parece, surge con
tanta nitidez el conflicto entre el principio del
placer y el de realidad. El verdadero protestante
vive su fe al ―filo de la navaja‖ porque, al
mismo tiempo que insiste en ser fiel al sistema
de su institución religiosa, casi siempre
desfasada frente a los cambios rápidos como los
ocurridos, por ejemplo, en elos años 60, tienen
que vivir su vida en otro sistema. En los años 60,
las iglesias brasileñas perdieron la mejor parte
de sus liderazgos actuales y futuros porque no
pudieron administrar el conflicto entre lo nuevo
y lo viejo, entre la libertad y la racionalidad
rígida.
¿Qué decir ahora de la teología protestante,
tan rica y desafiante, y que se construyó
especialmente entre el Iluminismo y el final de
la primera mitad del siglo XX? Establecemos
este límite porque aún no podemos evaluar lo
que está sucediendo ahora.
A semejanza del fiel protestante que vive al
―filo de la navaja‖, el teólogo vive y piensa el
mundo dentro del estrecho espacio entre éste y
la iglesia. El teólogo, como pensador, siente y
percibe las nuevas situaciones del mundo y
busca cotejarlas con el estado de la iglesia y, al
hacer esto, choca frecuentemente con las
tradiciones dogmáticas y el poder. Los teólogos
protestantes ejercen su libertad y rara vez sufren
sanciones eclesiásticas por causa de su teología
cuando es vista como peligrosa. Cuando mucho
son marginados e ignorados, y lo mismo les
sucede a sus seguidores. La tendencia actual del
protestantismo, especialmente en el sur del
continente, es desconocer a los teólogos.
Quedan confinados a las bibliotecas y a las aulas
de las escuelas de teología más abiertas y
―liberales‖.
La tendencia del protestantismo en esta parte
del mundo es la de confinarse cada vez más en
su racionalidad confesional, buscando
insistentemente afirmarse en las ―razones‖ de su
fe, en los fundamentos psicológicos de su
religión. Las ―razones de fe‖ construyen la base
más o menos sólida que sustenta al protestante
en el angustiante espacio entre su conciencia
religiosa (es decir, su iglesia) y el mundo. Los
teólogos, entre otras cosas, amenazan siempre
con dislocar los límites de ese espacio y, en
consecuencia, deben ser mantenidos a distancia.
La teología constituye una forma
epistemológica de ver la realidad y tiene como
presupuesto una revelación absoluta, un
principio axiomático de la conciencia de Dios.
Es el resultado de la confrontación entre un
principio ―externo‖ y la realidad mutante. No es
una ciencia divina, sino humana. Es una de las
ciencias del espíritu. Por eso, el teólogo
conservador no produce nada porque su óptica
depende de lentes inadecuados para ver las cosas
nuevas. Sólo puede repetir y comentar, a veces
hasta brillantemente, pero no avanza en la
reflexión.
La teología protestante, navegando sobre el
principio de la libertad, produjo ―grandes
síntesis parciales‖, tanto que algunas de ellas
derivaron en interesantes debates académicos,
pero distantes de las iglesias. En Brasil y, tal vez
más extensamente en América Latina, tuvo
repercusión, luego contenida, la propuesta de
una nueva forma de ser iglesia por parte de los
teólogos de ISAL (Iglesia y Sociedad en
América Latina) en los años 60.21
Los teólogos,
porque vuelven a pensar la realidad y la iglesia,
esto es, el espacio entre ésta y aquella, son luego
tachados de liberales y modernistas y puestos en
el Index de la ortodoxia.
El brillo y avance de la teología protestante
se debe, casi, a que los teólogos acusados de
liberales y ―modernistas‖, también son acusados
de ser pensadores ―académicos‖ y ―de gabinete‖.
Son vistos como hombres fríos, racionales y tal
vez distantes de la ―fe una vez dada a los
santos‖, como les gusta decir a los
21
En ese movimiento desempeñó un papel importante
el teólogo presbiteriano estadunidense Richard Shaull
(1920), misionero en Colombia y en Brasil.
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20
fundamentalistas. Mientras tanto, las biografías
de esos teólogos muestran que tuvieron, como
punto de partida de su pensamiento, una
experiencia religiosa muy aguda de la realidad
que los rodeaba. Defendemos esta idea de que la
racionalidad de la teología está íntimamente
ligada a la experiencia religiosa en un trabajo
publicado hace algunos años.22
¿No está toda
producción humana, incluso la fría ciencia,
vinculada a una pasión?
Albert Schweitzer (1875-1965), una de las
mayores expresiones del protestantismo en el
siglo XX, teólogo, filósofo, músico considerado
como el más importante intérprete de Bach,
médico y misionero en África, premio Nobel en
1952, constituye un ejemplo de cómo se puede,
al mismo tiempo, ser portador de una intensa
espiritualidad mística y una racionalidad
consistente. Schweitzer buscaba de manera
consciente la intensa espiritualidad del culto
luterano, que combina la belleza sencilla del
santuario con la solemnidad de la predicación de
los sacramentos. Ya en 1931, al escribir su
autobiografía,23
Schweitzer preveía —¿o
describía ya?— la crisis contemporánea del
protestantismo al lamentar los desvíos de
equilibrio de sus dos vertientes básicas: la
espiritualidad —su mística— y la racionalidad.
Como recuerdo de su infancia y juventud,
cuando los protestantes y católicos compartían,
en su ciudad natal, el mismo santuario,
Schweitzer deplora la pérdida arquitectónica
protestante cuando es comparada con la católica
y critica a los arquitectos que pretendían crear
un tipo de iglesia protestante llamada por él
―iglesia predical‖. Lamentando la ausencia de un
espacio para el coro, que para él era parte de la
esencia de la iglesia y que no era exclusivamente
22
A.G. Mendonça, “Teologia e Espiritualidade”, en
Reformanda, São Paulo, año IV, núm. 3, septiembre
de 1992, pp. 41-60. 23
Albert Schweitzer por ele mesmo. São Paulo,
Editora Martin Claret, 1995, pp. 68ss.
católico, Schweitzer registra la mística del
infinito que la arquitectura de las iglesias revela
permitiendo que la mirada contemple el exterior
en el interior. Parece tener en mente las líneas
del gótico, alargadas, de curvas amenas, en cuyo
interior la luz penetra indirecta y suavemente,
como un lugar apropiado para ―la experiencia
del alma‖, como él mismo dice. La mirada, al
moverse por el interior del templo, no debe
chocar con los límites de las paredes que
impiden la sensación de infinito. Escribe: ―Una
iglesia es mucho más de lo que el recinto donde
se escucha sólo una prédica. Es un lugar de
devoción y debe disponer para la devoción‖.24
El mismo Schweitzer, mucho antes, entre
1914 y 1917, en las selvas de África, hacia
donde partió en 1913, y durante la guerra que
alcanzó su trabajo entre los nativos, defendía el
uso pleno de la razón a fin de regenerar la
cultura en decadencia.25
Publicó este trabajo en
1923, pero el tema ya le preocupaba desde 1900,
cuando tenía 25 años de edad. Los ideales de
progreso constante de la humanidad, basados en
los presupuestos de la bondad y la capacidad
humanas, incorporados a la moral victoriana, así
como al protestantismo, mostraban señales
evidentes de fracaso. La vieja cultura victoriana
del protestantismo se venía abajo, una cultura
que, según la opinión de Troeltsch, no fue
creada por el protestantismo pero que recibió
fuerte soporte suyo.
Para Schweitzer, el mundo occidental perdió
la vieja Weltanschauung (cosmovisión) y por
eso estaba desarraigado. Era necesaria una
nueva visión del mundo construida por la razón.
Esta nueva racionalidad debía diseñar una ética
que tuviese como centro la valoración de la vida
—reverencia por la vida, como él decía—. El
cristianismo práctico que vivió Schweitzer
24
Op. cit., p. 69. 25
Véase A. Schweitzer, Decadência y Regeneração
da Cultura. São Paulo, Edições Melhoramentos,
1959.
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21
después hasta el final de su vida muestra la
visión que tenían los liberales acerca del
cristianismo, es decir, de que el cristianismo es
una religión que se basa en las acciones
terrenales de Jesús. La configuración mesiánica
de Jesús el Cristo estaba fuera de las
elucubraciones básicas de los liberales. Es
sintomático que, en el mismo periodo, Rudolf
Bultmann (1884-1976) apareció con su doctrina
de la desmitologización del Nuevo Testamento
por entender que su comprensión mitológica era
imposible. Bultmann, partiendo del presupuesto
kantiano de que el verdadero conocimiento sólo
se alcanza por la razón pura, así como por la
razón práctica, insiste en que la acción divina en
el mundo se verifica en la existencia mediante el
kerygma (la predicación de la cristiandad
primitiva sobre Jesús) de Jesús. No se trata, para
Bultmann, de eliminar el mito como hicieron los
viejos liberales, sino de reinterpretar —una
nueva hermenéutica del mito— el mito en
términos existenciales.
A semejanza de Schweitzer, aunque
siguiendo otros caminos, Bultmann se coloca en
la línea común del cristianismo espiritual y
místico, aquella que ve el mundo como campo
de acción de Dios y, al mismo tiempo, como
objeto de una racionalidad práctica.
4. Misticismo y racionalidad en los revivals
Es difícil comprender el protestantismo
contemporáneo que se trasladó desde sus
matrices europeas y norteamericanas hacia las
áreas de misión de las sociedades misioneras del
siglo XIX sin que se entiende el espíritu de los
revivals. Revival es una palabra que ganó
sentido técnico para designar los sucesivos
movimientos, casi siempre independientes entre
sí en el espacio y en el tiempo, de intenso
despertar religioso que ocurrieron en Europa y
Estados Unidos a partir de la segunda mitad del
siglo XVIII y hasta mediados del XIX. Incluso
después de terminados esos movimientos
localizados, su espíritu siguió influyendo en el
protestantismo de origen misionero en los
diversos países donde fue implantado. Era parte
del bagaje de los misioneros, principalmente
estadunidenses. formados en esa línea. En
Brasil, por ejemplo, hasta la década de los 50,
aún se hablaba del avivamiento en las iglesias
teniendo como instrumento las llamadas ―series
de conferencias‖ que generalmente comenzaban
en miércoles y llegaban hasta el domingo
siguiente cuando se recogían los resultados de
tales reuniones, es decir, conversiones
personales. Dichas conferencias, en realidad
extensos sermones, eran pronunciadas por
predicadores especializados en la retórica de
convencer por medio de una perfecta proporción
entre lógica y emoción. El ambiente, allí, era de
progresiva emoción que culminaba en el culto
final. El éxito de esos movimientos dependía del
número de personas ajenas a la iglesia invitadas
por sus miembros y de la capacidad del
predicador para convencerlas.
Diversos predicadores extranjeros de
revivals, como el ya citado Stanley Jones,
estuvieron en Brasil y en otros países
latinoamericanos. Tuvieron muchos seguidores
nacionales que continuaron predicando el
―avivamiento‖ en sus países. La esencia de su
predicación era la conversión individual. No es
necesario detenernos en el concepto de
individuo, pues éste es patrimonio del
protestantismo desde Locke. Nos interesa ver lo
que significa la conversión en ese
protestantismo de los revivals, y nadie mejor
que Stanley Jones, uno de sus mejores
predicadores modernos, para ayudarnos en esa
tarea. Al describir su propia experiencia de
conversión, dice que ésta es una reconciliación
personal con Dios y con el mundo: ―Él (Dios)
era todo lo que yo quería: la reconciliación con
Dios, conmigo mismo, con mis hermanos, con la
naturaleza, con la propia vida. Yo estaba
reconciliado. La separación había desparecido.
El universo abrió los brazos y me recibió. Me
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22
sentía como si quisiera abarcar al mundo con los
brazos y repartir eso con todos‖.26
Entendamos bien esto. En primer lugar, esa
experiencia religiosa de la conversión presupone
la visión de un mundo ordenado cuyos demonios
del caos están bajo control. En segundo lugar, el
individuo, a su manera de ver, está a
contracorriente de ese orden y, por ello, se
encuentra en un estado de infelicidad porque
está en conflicto con Dios. La palabra
reconciliación es clave porque traduce la
emoción de la conversión: es un estado de
angustia y de culpa que antecede a la
explosiónde alegría que produce la experiencia.
Sufrimiento y alegría son los componentes
psicológicos de la conversión. Sentirse salvo es
sentirse confortablemente instalado en el mundo
porque se llevó a cabo una maniobra para entrar
en la ―dirección correcta‖. Es entrar a una nueva
esfera de vida, es decir, al reino de Dios. La
reconciliación con Di es también reconciliación
con el mundo.
A la emoción de la conversión le sigue una
ética que, aunque altamente racionalizadora de
la vida, no causa sufrimiento, pero trae paz y
comodidad, la comodidad de la moral burguesa
tan bien expresada en la era victoriana.27
El
orden de la moral burguesa, tan bien analizada
más tarde por Freud fue, como se reconoce, un
factor importante en el desarrollo de la cultura
capitalista e industrial del siglo XIX en adelante.
No es necesario colocar al protestantismo en la
base de esta cultura, basta con considerarlo una
de sus columnas. De hecho, la concepción del
hombre convertido e individualmente salvo
colocaba, al lado de los elementos psicológicos
y emocionales de la conversión, el imperativo de
una racionalidad de vida que abarcaba todos los
valores éticos necesarios para el ideal del
progreso y bienestar de la humanidad con base
26
S. Jones, Conversão, p. 46. 27
P. Gay, A Paixão Terna. São Paulo, Companhia das
Letras, 1990.
en el hombre convertido a su estado de bondad
natural, o sea, reconciliado con el Creador,
consigo mismo, con el prójimo y con la
naturaleza. Si el protestantismo no consiguió, o
no quiso convebir, una síntesis semejante a la
católica, por lo menos logró el ajuste de un
cuerpo heterogéneo de ofertas filosóficas
oriundas del individualismo, del Iluminismo, del
romanticismo y del evolucionismo social. Con
estos elementos fue construyendo, o ayudando a
construir, frecuentemente con excesivo desgaste,
el mundo vital compuesto en el espacio entre la
conciencia de lo absoluto y el mundo caótico.
En suma, en el extraño y difícil equilibrio entre
mística y razón, el protestantismo construyó una
ética que resisitió durante siglos los embates de
las transformaciones culturales en la medida en
que él mismo ayudó a construir la cultura, es
decir, en tanto vestigio de la cultura en
mutación.
Si hablamos de ética protestante, hablamos
de ética ascética mundana, lo que quiere decir,
de un misticismo acompañado de su
correspondiente racionalidad.
5. Protestantismo y diáspora cultural
Cuando Émile-G. Léonard (1891-1961), el
eminente historiador francés del protestantismo,
escribió O Protestantismo Brasileiro28
(El
protestantismo brasileño), olvidó que el
protestantismo que trataba de entender no era el
europeo, tan conocido por él, sino que era un
protestantismo producto de una doble diáspora:
estadunidense y brasileña. Por ello, no advirtió
la diferencia entre el protestantismo vivido y
practicado en Brasil y el europeo. En éste, decía
él, se adora, en aquel se trabaja. Léonard no se
dio cuenta de que, en su visión, estaba
quemando un puente que era el protestantismo
estadunidense. Este protestantismo, aunque se
distanciase de sus raíces europeas, fue
28
É.-G. Léonard, O Protestantismo Brasileiro. São
Paulo, ASTE, 1963.
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23
construido sobre el lastre común del espíritu
libertario de la Reforma del que eran portadores
los puritanos. El protestantismo puritano,
posteriormente filtrado por el movimiento
evangelical, constituyó ―la propia historia de
Estados Unidos entre 1800 y 1900‖.29
En
América del Norte, protestantismo y cultura se
confundían, a semajanza de la Europa donde
predominaba la Reforma. La diferencia notable
entre ambos protestantismos es que el
estadunidense se basó principalmente en dos
pilares: la asociación voluntaria y las
denominaciones. Lo primero significaba libertad
religiosa y separación absoluta entre religión y
Estado, y lo segundo, ciertas formas de
aglutinación social que, en el periodo de la
inmigración, predominaron sobre las estructuras
simbólicas, es decir, las raíces culturales. Ésta,
por lo menos, es la tesis de H. Richard Niebuhr
(1894-1962).30
Cuando, por otro lado, se trata del
protestantismo en la diáspora, es fundamental,
para entenderlo, establecer los límites entre éste
y los originales. El protestantismo europeo y
estadunidense son originales porque pertenecen
a la misma matriz cultural, con las diferencias
estructurales ya señaladas. Pero el
protestantismo que se esparció por el mundo en
el siglo XIX encontró culturas diferentes, a las
cuales se adaptó con dificultad o incluso nunca
se amoldó. El protestantismo que llegó a
América Latina, por ejemplo, se encontró con la
cultura de la latinidad ya firmemente instalada
sobre los pilares de la Iglesia Católica. Con su
fuerte perfil anglosajón, el protestantismo se
esforzó por romper las barreras mediantes dos
vías: por la educación, en un intento por formar
29
R.C. White Jr. y C. Howard Hopkins, op. cit., p. 5. 30
H.R. Niebuhr, The Social Origins of
Denominationalism. Versión portuguesa de A.G.
Mendonça: As Origens Sociais das Denominações
Cristãs. São Paulo-São Bernardo do Campo, ASTE-
Ciências da Religião, 1992.
élites liberales y democráticas, y por la vía
religiosa propiamente dicha, empeñándose en la
conversión individual según el modelo de los
revivals. No se puede decir que el
protestantismo fracasó del todo en su intento,
pues dejó huellas importantes en la educación de
los países donde instaló sus escuelas, y logró el
número suficiente de adeptos como para
organizar iglesias permanentes.
Pero el protestantismo es una religión
esencialmente ética y, con su moral victoriana
sólo conseguiría espacio significativo si
superaba las barreras culturales más resistentes,
tales como las costumbres sexuales, las
relaciones comerciales y laborales, etcétera. Lo
más que consiguió fue impresionar a las élites
liberales con su sistema educativo y hacer
prosélitos entre las clases menos comprometidas
con los sistemas sociales que, encontrando
obstáculos para vivir la ética protestante en la
cotidianidad, sólo pudieron asimilar y vivir en
una expectativa mesiánica. Jean-Pierre Bastian
afirma que los protestantes formaron sociedades
de ideas.31
Esta posición de bastian aparece en
diversos trabajos suyos sobre el protestantismo
latinoamericano. Creemos que se trata de una
tesis válida para el mundo hispanoamericano,
pero no para Brasil, dadas las peculiaridades de
su régimen político y de la estratificación social
al momento de la implantación del
protestantismo.32
Es cierto que algunos
misioneros tuvieron contacto con representantes
de las élites liberales y que tal vez hayan
ejercido alguna influencia sobre ellas. Las
31
J.-P. Bastian, Historia del protestantismo en
América Latina. México, CUPSA, 1990, pp. 118ss.
(Existe una nueva edición: Protestantismo y
modernidad latinoamericana. Historia de unas
minorías religiosas activas. México, FCE, 1992. Nota
del traductor.) 32
Véase mi O Celeste Porvir. A inserção do
Protestantismo no Brasil. São Paulo, Ediçoes
Paulinas, 1984.
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24
congregaciones, mientras tanto, fueron creadas y
alimentadas dentro del espíritu mesiánico
pacífico de la espera. La ética ascética mundana
del protestantismo pasó, desde los primeros
tiempos, a ser una ética ascética monástica, es
decir, vivida en el interior de las comunidades.
Alguien dijo que el protestantismo sólo
sobrevive en sociedades que ayudó a construir.
Thomas Ewbank, viajero por Brasil en el siglo
XIX, escribió algo semejante en su delicioso
libro A Vida no Brasil: ―Cuanto más correcto
este pueblo, más remoto me parece el éxito que
pueda tener cualquier misión protestante en
medio de él… Ningún metodismo o puritanismo
riguroso podrá florecer jamás en los trópicos. El
comercio del país, interno y externo, es contrario
a la caída del romanismo. Las relaciones
sociales y civiles se romperían, y miles y miles
de individuos perderían sus medios de
subsistencia. Jamás ocurrió la conversión de una
ciudad‖.33
¿Exageraba Ewbank? Creo que no,
porque a pesar del fuerte lenguaje que utiliza,
percibió muy bien la relación entre religión y
cultura.
La espiritualidad (o misticismo) protestante
expresada y vivida dentro de aquella
racionalidad tan bien estudiada por sus analistas,
no puede ser vivida en nuestra cultura. El
conversionismo protestante tuvo, entonces, que
recorrer el camino inverso: en sus lugares de
origen, el converso era un instrumento enviado
por la religión al mundo para mantenerlo o
perfeccionarlo; aquí, el converso es un individuo
sacado del mundo para que se salve en la
religión, es decir, en la iglesia. Esta inversión
podría resumirse así: aquellos se salvan en la
cultura, éstos de la cultura.
¿A qué se reduce entonces la mística ascética
mundana del protestantismo? La respuesta de
los observadores para ser la siguiente: la mística
ascética protestante se volvió monástica. Tal vez
33
T. Ewbank, A Vida no Brasil. Río de Janeiro,
Conquista, vol. 1, 1973, p. 224.
así se explique el vacío que el protestantismo
dejó en la vida cotidiana de sus adeptos,
principalmente en quienes, como resultado de
sus escasos recursos intelectuales y materiales,
no tenían acceso a la literatura piadosa.
No sería demasiado destacar aquí el papel
que jugó el fundamentalismo en los últimos 50
años. Su apego a la letra de la Biblia al mismo
tiempo que a su interpretación dogmática ha
encerrado al protestantismo en el calabozo de la
ortodoxia más fría que puede existir. El
fundamentalismo, además de violar el sagrado
principio de la Reforma que es el libre examen
por haberse especializado en publicar Biblias
con notas y referencias, que son verdaderos
tratados teológicos,34
sometió al protestantismo
a un simple sistema de creencias al cual el fiel se
somete intelectualmente. La extrema
racionalidad, fundamentalista, con su filosofía
de la historia —historia lineal construida en
etapas o dispensaciones donde la última se
cierra con la segunda venida de Cristo para
empezar el milenio— llevó al protestantismo a
desinteresarse por completo del mundo. Lo peor
en ese sistema es que el esperado milenio deberá
llegar con la disolución del mundo a fin de
poder cumplir todas las profecías bíblicas. Se
trata de la más extraña filosofía: mientras peor,
mejor.
El fundamentalismo protestante —el
protestantismo es, además, el padre de todos los
fundamentalismos— ha asumido posiciones
políticas y culturales que acentuaron cada vez
más los contornos de la diáspora protestante. La
Guerra Fría, y principalmente el gobierno de
Reagan, llevaron al fundamentalismo, como se
sabe, a posiciones político-culturales bien
definidas.
Así, el comienzo del siglo XX marcó dos
posiciones en el protestantismo que lo llevaron,
entre otros factores diversos, a su dilema actual.
34
Véase, por ejemplo, la Biblia anotada de Scofield,
publicada por primera vez en 1909.
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25
Los pensadores liberales, jugando aún con las
armas libertarias de la Reforma, se esforzaron
por reajustar al protestantismo a las nuevas
coyunturas culturales y políticas ante la
creciente desconfianza en el éxito del
progresismo del siglo que finalizaba. Buscaron
firmar un acuerdo basado en el modelo del Jesús
histórico a fin de regenerar la cultura mediante
una ética de la valoración de la vida, como hizo
Schweitzer. Al mismo tiempo, surgió una
reacción inversa. Generado en el seno del
evangelicalismo, el fundamentalismo pre-
milenarista trasladó la vida más allá del fin de la
historia.
Las dos posiciones marcadas por el conflicto
entre dos concepciones opuestas en relación con
el mundo y la vida tuvieron su parteaguas en
1948, en Amsterdam: allí, al mismo tiempo que
se fundaba el Consejo Mundial de Iglesias
(CMI) con su propuesta ecuménica de
valoración de la vida en el mundo mediante las
iglesias cristianas en formas renovadas, se
organizaba también el Consejo Internacional de
Iglesias Cristianas que se afirmaba sobre la
crítica al ―modernismo apóstata‖ de las iglesias
y las propuestas fundamentalistas del
movimiento iniciado en la primera década del
siglo XX. Esta última organización se mantuvo
en cerrada oposición al CMI y en América
Latina, principalmente en las áreas dominadas
por gobiernos autoritarios, provocó cismas y
defenestraciones que llevarían al protestantismo
a un desfase total en relación con la sociedad. Al
desajuste ya señalado entre la ética protestante y
las sociedades que él no había ayudado a
construir, se le agregaba ahora el desinterés por
la vida. No se trata de un desinterés existencial
por la vida, o de alguna forma de pesimismo,
porque la característica burguesa del
protestantismo continuó viva. La convicción de
estar, por la aceptación de doctrinas, instalado
en una historia verdadera que conduce a la
bienaventuranza eterna, lleva al fundamentalista
a desinteresarse por la historia mundana que
conduce a la destrucción eterna.
¿Triunfó el fundamentalismo en América
Latina? Es posible que un estudio más profundo
que tome en cuenta las características y
condiciones del protestantismo en cada país
confirme una respuesta afirmativa a esta
pregunta. Existen muchas evidencias de que el
Armagedón35
protestante ocurrió en los años 60
en América Latina.
6. Un nuevo misticismo: muchos dioses y
revelaciones en escena
El cristianismo, principalmente el occidental,
siempre creyó que este mundo era un mundo de
Dios y que la presencia del diablo en él llegaba a
incomodar mucho. Bastaba con mantener un
razonable sistema de seguridad contra él. El
sistema se basaba en la sustentación de un perfil
bien definido de Dios y de sus formas de
relación con el mundo. El protestantismo
siempre alcanzó cierto equilibrio ante los
desafíos filosóficos porque muchas de las
corrientes de pensamiento surgieron en los
países donde era hegemónico y, en su mayor
parte, fueron generadas en su propio seno.
Creció mucho y se expandió en el periodo áureo
que fue el siglo XIX, cuando la cultura
anglosajona se impuso de varias maneras,
principalmente por medio del sistema colonial.
Nadie prestó atención, mientras tanto, a la
profecía nietzscheana de la muerte de Dios en la
cultura, principalmente en Así hablaba
Zaratustra, publicado en 1884. La vertiente
victoriosa del protestantismo, su lado
conservador, cuya extensión va del
evangelicalismo al fundamentalismo radical, con
su racionalidad rigurosa, se negó a revisar sus
posiciones tradicionales en relación con los
cambios y desafíos de las nuevas realidades.
35
Nombre bíblico que se da a un campo de batalla
profético (Apocalipsis 16.16). Metafóricamente se
refiere a una batalla decisiva entre facciones opuestas.
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26
Manteniendo firme su perfil de Dios y la
correspondiente configuración del mundo,
perdió su manera de actuar y, por tanto, la ética
dinámica de que fue protador. Su ética ascética
mundana dejó el lugar a una ética monástica, lo
que intentamos demostrar líneas arriba. Al
hablar del protestantismo en América Latina es
necesario dialogar con el catolicismo, traerlo a
escena. La iglesia católica ha recibido los golpes
de las nuevas formas de religiosidad surgidas
principalmente en la segunda mitad del siglo
XX. Pierde proporcionalmente más miembros
que las iglesias protestantes porque es
mayoritaria, pero sus prejuicios simbólicos son
menores gracias, principalmente, a sus formas
populares de religiosidad. Mientras que para los
protestantes el espacio vital en que ejercía su
misticismo se vacío, para los católicos ese
espacio continúa abierto a la creencia en seres
intermediarios cuyos poderes pueden ser
colocados al servicio de la vida.
¿Qué son los santos para los católicos si no
perfiles diversificados de un mismo Dios? El ala
perdedora del protestantismo sólo tenía a Jesús
de Nazaret, asimismo proscrito en las esferas
cósmicas en su forma docética.
A mediados del siglo XX los teólogos
protestantes discutieron con bastante amplitud el
tema de la muerte de Dios y el fin de la era de la
iglesia. Thomas J.J. Altizer y William
Hamilton36
dieron a los debates sobre la muerte
de Dios el nombre de ―teología radical‖, cuyos
presupuestos eran, entre otros, el
reconocimiento de que Dios existió, pero no
existe ya, la necesidad de una reforma del
lenguaje litúrgico y teológico y la recuperación
de su significado místico, es decir, de que Dios
debe morir para el mundo y así poder nacer en
nosotros, siendo la muerte de Jesús en la cruz el
marco de tal muerte. Por esa razón la teología
radical manifiesta, a semejanza de los teólogos
36
W. Hamilton, A morte de Deus. Río de Janeiro, Paz
e Terra, 1967.
liberales, un interés compulsivo por Jesús de
Nazaret, el dios que murió. Siguiendo la ruta
intelectual de Dietrich Bonhoeffer (1906-1945),
Altizer y Hamilton hablan de ateísmo cristiano y
de cristianismo sin Dios. Otros teólogos
radicales, como Gabriel Vahanian,37
hablan de la
era pos-cristiana y el obispo anglicano John A.T.
Robinson del fin del teísmo.38
El humanismo protestante de la Reforma dio
inicio al proceso de secularización al afirmar el
derecho del hombre a relacionarse directamente
con Dios sin ninguna mediación, ni siquiera la
de la Iglesia. La tesis de que el progreso del
conocimiento humano a partir del racionalismo
produjo la secularización no es totalmente cierta
para el protestantismo, pues éste nació secular.
El movimiento teológico radical protestante del
siglo XX llevó el proceso de secularización un
paso adelante. ¿Fue el fin del protestantismo? Si
lo fue, ¿renacerá un nuevo protestantismo? ¿De
qué forma?
Otros dos teólogos de los años 60 hablan del
fin de la presencia de la iglesia en el mundo
secular, a no ser que pase por cambios
profundos. Uno de ellos, que alcanzó gran
repercusión, fue Harvey Cox,39
y el otro Robert
Adolfs.40
Las profundas transformaciones serían
exactamente las que afirmasen la presencia de la
iglesia en el mundo. Mientras, al menos en
nuestros países, ocurrió lo contrario: ella se
37
G. Vahanian, The Death of God. The Culture of our
Post Christian Era. Nueva York, George Brazilier,
1967. (Hay traducción castellana: La muerte de Dios.
La cultura de la era post cristiana. México, Diana,
1970.) 38
John A.T. Robinson, Honest to God. Londres, SCM
Press, 1963. (Hay versión castellana: Sincero con
Dios. Barcelona, Libros del Nopal, 1969.) 39
H. Cox, The Secular City. 1965. (Versión
castellana: La ciudad secular. Madrid, Fontanella,
1969.) 40
R. Adolfs, Igreja, Túmulo de Deus? Río de Janeiro,
Paz e Terra, 1968.
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parapetó todavía más en su interior. Las iglesias
no murieron, continúan existiendo a su modo. El
filósofo profeta Friedrich Nietszche, en
Zaratustra, anticipó con bastante aproximación
lo que sucedería con las iglesias en el siguiente
siglo. En la conocida alegoría del Anciano Papa
Fuera de Servicio, Nietzsche cuenta el fin del
Dios de la cultura y de la iglesia. El viejo papa,
fuera de servicio porque su empresa, la iglesia,
ya no tiene función alguna, sube a lo alto de la
montaña para celebrar una fiesta de ―devotos
recuerdos y servicios divinos‖. ¿Diría Nietzsche
que las misas y los cultos de hoy serían meras
celebraciones de recuerdos devotos, de
añoranzas de un pasado muerto?
Bonhoeffer, en sus cartas escritas en la
prisión, hablaba de un mundo adulto,
emancipado de los viejos dioses. ¿De qué
mundo hablaba Bonhoeffer? Se refería
ciertamente a ―su mundo‖, culto, evolucionado,
práctico y con experiencia de libertad.
Protestante, Bonhoeffer sabía muy bien de lo
que estaba hablando. Su propuesta, y la de los
teólogos de la ―muerte de Dios‖ y de la
secularización servía, o al menos pretendía, para
crear las condiciones de una nueva forma de
cristianismonue sólo sirviese para el
protestantismo. En América Latina, con certeza,
sus ideas abortaron porque nuestros pueblos
incultos, involucionados y con vasta
experiencia, no de libertad sino de dependencia,
tuvieron que llenar los espacios vacíos con
nuevos dioses u otras formas variadas de Dios.
El espacio de la vida fragmentada de la
posmodernidad no puede satisfacerse más con
un Dios cósmico, metafísico y ético, sino que
exige flexibilidad en la solución de problemas
cotidianos mediante el manejo constante de
diversos poderes del bien y del mal. Esos
poderes intermediarios del orden y del caos
deben ser controlados.
Las nuevas formas religiosas tienen
características que difieren, en sentido
progresivamente profundo, del protestantismo,
aunque comparten con él el elemento de la
secularización.
El pentecostalismo clásico, a pesar de
mantener los principios básicos del
protestantismo, se apartó de él en la importante
cuestión de la revelación al valorar
positivamente la profecía extática. Además, es
curioso que el primer cisma protestante en
Brasil, de carácter muy emparentado con el
pentecostalismo, se haya dado en la Iglesia
Presbiteriana de Río de Janeiro, en 1874, con la
experiencia mística de Miguel Vieira Ferreira
quien, después de un éxtasis, afirmó que recibía
inspiraciones divinas directas o espirituales y
anuncios proféticos. Sus puntos de vista acerca
de la revelación hicieron que los misioneros
consultaran a sus dirigentes en Estados Unidos,
quienes respondieron: Dios ya no habla
directamente con los hombres.41
Vieira Ferreira
salió de la iglesia con algunso adeptos y fundó la
Iglesia Evangélica Brasileña, que aún existe.
Léonard afirma que esa fue la primera
manifestación de tipo pentecostal en Brasil.
Hoy, el pentecostalismo clásico no difiere
tanto del protestantismo, a no ser en su
insistencia sobre la repetición de la experiencia
del Pentecostés, que el protestantismo rechaza.
El pentecostalismo posterior, cuya explosión y
expansión sucedió en los años 50, enfatizó la
sanidad divina, lo que lo apartó aún más del
protestantismo. Los movimientos posteriores,
que han recibido el nombre genérico de
neopentecostalismo, representan una ruptura
final con el protestantismo. Cualquier
observador atento y conocedor del
protestantismo sabe que en esos movimientos la
Biblia fue relegada a un espacio secundario, es
decir, el ―libre examen‖ dejó su lugar al uso
mágico de la misma y de ahí en adelante.
41
É.-G. Léonard, O Iluminismo num protestantismo
de constituição recente. São Bernardo do Campo-SP,
Programa Ecuménico de Pós-Graduação em Ciencias
da Religião-IMS, 1988, pp. 28ss.
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Surgieron prácticas mágicas, objetos con
poderes especializados, corrientes espirituales e
incluso algunos dioses extraños al cristianismo
como, por ejemplo, el ―dios de la cuerda‖, o del
―no‖, especializado en atar o neutralizar a los
poderes malignos (los demonios).
A veces, este esfuerzo por hacer distinciones
necesarias entre el protestantismo y los nuevos
movimientos, cuando es hecho por un
protestante, ha sido interpretado como ―apología
del protestantismo‖. Pero este intento se
justifica, aun sin entrar en la discusión ya
superada de neutralidad u objetividad científica.
Tenemos que reconocer que no existe
neutralidad u objetividad científica pura.
Hablamos, todos nosotros, desde un locus
definido por nuestra biografía, algo que
difícilmente podemos esquivar. La validez, por
otro lado, de cualquier proposición científica,
debe ser inferida de ella misma, de su relación
epistemológica correcta delante del objeto, sin
que interfiera la biografía del autor. Del mismo
modo que, metodológicamente, el autor busca
suspender el juicio al aproximarse a su objeto de
análisis, el crítico debe de hacer lo mismo,
dejando de lado las implicaciones de orden
biográfico.
Las reflexiones hechas en este trabajo parten
de dos fuentes: la experiencia y la historia. La
intersección entre una y otra puede ser advertida
por la observación y por el conocimiento de la
historia.
Nuestra propuesta es que el protestantismo,
entendido aquí como un vasto movimiento
religioso surgido del humanismo del
Renacimiento con características libertarias y
secularizantes, aunque haya conseguido por más
de cuatro siglos ajustarse a los movimientos
filosóficos y culturales, no resistió a la
posmodernidad. Permaneció firme en sus
reductos metafísicos y no cedió ningún espacio
al manejo de lo cotidiano. Dice John H. Leith,
buen intérprete contemporáneo de la teología
reformada o calvinista: ―La teología reformada
insiste en que el objeto de fe es el Dios Trino.
Esta teología ha tenido poca paciencia con
cualquier tipo piadoso de Jesulogía, como se
puede apreciar en una himnología sentimental y
auto-orientada. Del mismo modo, ha tenido poca
simpatía para los llamados movimientos
carismáticos que se absorben en el análisis
introspectivo de la psique‖.42
La teología reformada, continúa Leith, se
fundamenta en el triple aspecto de la Trinidad:
el Dios creador, el Espíritu consolador y el Jesús
redentor. Cualquier unitarismo, como el del Hijo
que conduce al sentimentalismo de la Jesulogía,
y el del Espíritu que produce irresponsabilidad
emocional, destruye la fe trinitaria.
No se trata de fundamentalismo, sino de una
decidida insistencia en el regreso del
protestantismo a su vieja ortodoxia que ha
mostrado dificultades para lidiar con el mundo
moderno, principalmente con las culturas en
cuya formación no participó.
Conclusión
El mundo contemporáneo, de fin de milenio,
regresa a las antiguas preocupaciones con las
fuerzas operadoras del orden y del desorden.
Sueños, visiones y experiencias místicas y
extáticas regresan a la vida cotidiana de las
personas y le dan espacio a los profetas y
consejeros espirituales que logran éxito en el
manejo de deseos e inseguridades. Los pastores
y ―obreros‖ de las nuevas iglesias, cuyo lastre
viene de las iglesias cristianas tradicionales, se
insertan en la misma línea de los profetas y
consejeros de lo cotidiano. La diferencia entre
ellos es que éstos se organizan en instituciones
religiosas y los demás se sitúan en el campo de
la autonomía de lo mágico. En los nuevos
movimientos religiosos la inmediatez de los
deseos e inseguridades eliminó la indiferencia
por el mundo y la expectativa mesiánica propias
del protestantismo conservador y
42
J.H. Leith, op. cit., p. 148.
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fundamentalista, que ya no actúa más en el
mundo con su ética ascética y racional de la
vida. Se perdió el equilibrio y la intensa
racionalidad dogmática y doctrinaria sólo puede
ser vivida al interior de la comunidad y en
oposición al mundo. La vieja vertiente mística
de vivir en el mundo en los pasos de Jesús de
Nazaret, siempre vista por la victoriosa vertiente
conservadora y fundamentalista como peligrosa
tendencia modernista, y en el periodo de la
Guerra Fría como opción política revolucionaria
ya no existe más en el Viejo Protestantismo.
Éste, a semejanza del Viejo Papa Fuera de
Servicio, celebra ahora los recuerdos del pasado.
Se rompió la difícil proporción entre el
misticismo y la racionalidad.
El viejo ―misticismo letrado‖ del
protestantismo sigue existiendo en su interior,
pero como alternativa individual de quienes no
se satisfacen con la religión razonable e
institucional, y tampoco se adaptan a la
―irracionalidad no educada‖ del movimiento
pentecostal. Ese ―misticismo educado‖, una
especie de ala suave, diríamos soft, del
protestantismo dogmático, mantiene, todavía, las
mismas características de desinterés por la vida
cotidiana. Es monástico en su individualismo.
El Viejo Protestantismo está cada vez más
distanciado de los nuevos movimientos
religiosos de lastre cristiano. No se pueden
ignorar, sin más, las significativas diferencias
entre ellos so pena de cometer equívocos en los
resultados de las investigaciones. El estudioso
actual no puede evadir la penosa labor de
clasificaciones y conceptos precisos. Es
necesario distinguir bien, al estudiar cualquier
nuevo movimiento religioso, el límite exacto en
donde deja de estar presente el Viejo
Protestantismo. Cuando sus principios básicos
de libertad —la justificación por la fe, la Sola
Scriptura, el libre examen y el sacerdocio
universal de los creyentes— no estén presentes o
se vean oscurecidos por otras prácticas
religiosas, allí ya no hay más protestantismo.
* LA BATALLA POR GUADALUPE
Christopher Domínguez Michael
Letras Libres, febrero de 2002
David A. Brading, La Virgen de Guadalupe:
imagen y tradición, traducción de Aura Levy
y Aurelio Major, Taurus, México, 2002.
El autor de esta reseña es un crítico literario
nacido en 1962. Casi adolescente perteneció al
Partido Comunista, y después estudió sociología
en la UAM. Ha colborado en todas las
publicaciones importantes en México.
Perteneció al consejo de redacción de la revista
Vuelta, y actualmente colabora con Letras
Libres. Elaboró una polémica Antología de la
narrativa mexicana del siglo XX para el Fondo
de Cultura Económica. En la revista El Faro se
publicó, en 1995, un comentario suyo sobre el
libro La religión en Estados Unidos, de Harold
Bloom. Desde siempre ha manifestado
interesado por algunos aspectos del debate
religioso, muestra de lo cual es el siguiente
texto, tan sintético, como atento.
Hace un par de años asistí a una cena que un
grupo de intelectuales mexicanos le ofreció a un
escritor católico francés. El agasajado insistió en
preguntarle a cada uno de sus anfitriones su
opinión sobre la historicidad de las apariciones
de la Virgen de Guadalupe y de la figura de Juan
Diego. Para mi sorpresa, los historiadores a
quienes se dirigió, todos ellos connotados, se
incomodaron con esa charla de sobremesa y se
negaron, en el límite de la cortesía, a responder a
la encuesta. Poco después, leí Destierro de
sombras (1986), de Edmundo O'Gorman, donde
el autor, un campeón del antiaparicionismo,
advierte que retardó la publicación de su libro
para no herir la devoción guadalupana de su
abuela materna. Comprobé que, más allá de las
creencias religiosas y de las opiniones
históricas, la Virgen de Guadalupe expresa, para
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muchos mexicanos, una ambivalencia: reina del
mundo y devoción del hogar, es la prestigiosa
identidad universal de la nación, lo mismo que
una zona de la intimidad que se prefiere no
discutir con extraños. Y dado que ningún
católico romano está obligado a ejercer la
devoción particular de Nuestra Señora de
Guadalupe, de San Patricio o de Santa Juana de
Arco, el católico será con seguridad un
controversista más peligroso que un incrédulo.
El profesor David A. Brading, actualmente
en la Universidad de Cambridge, está lejos de
ser un extraño en México. A sus numerosos e
imprescindibles libros sobre historia mexicana,
agregó Orbe indiano en 1992 , obra
enciclopédica sobre el Nuevo Mundo que ocupa
un lugar de honor en la biblioteca de neófitos y
eruditos. Acaso sólo Brading podía acometer un
estudio de las dimensiones de La Virgen de
Guadalupe: imagen y tradición, un tratado
histórico que insiste en los aspectos teológicos
del rompecabezas guadalupano. La moderna
sociología de las religiones acentúa el examen
de la devoción, de tal forma que ya nadie discute
el carácter fundacional de la Guadalupana que,
tradición o epifanía, es la imagen particular de la
Virgen María que más honores ha recibido en la
historia moderna de la Iglesia Católica.
En La Virgen de Guadalupe, Brading analiza
los distintos componentes de la tradición, los
cuales, al aparecer confundidos, provocan que,
al encono irremediable de las batallas entre
aparicionistas y antiaparicionistas, se sumen los
desatinos. El historiador británico distingue
entre la historia del culto y la narración de las
apariciones, entre la discusión sobre la imagen
de Guadalupe, acaso grabada en la capa de Juan
Diego, y la exégesis de los textos generadores de
la tradición, detallando el significado del
supuesto carácter sobrenatural de la pintura.
Antes de entrar en una materia bien conocida
para numerosos lectores, Brading insiste en que
toda discusión sobre la Guadalupana debe
remitirnos a la teología de las imágenes, tal cual
se presentó antes y después de la crisis
iconoclasta de los siglos VIII al X. Al condenar
el iconoclasma, el Concilio de Nicea (814-843)
tejió una perdurable cuerda floja entre la
devoción por las imágenes religiosas y la
advertencia sobre su naturaleza de meras
representaciones. Simplificando hasta el
didacticismo las ideas neoplatónicas de los
Padres Griegos, el papa Gregorio Magno adujo
que la pintura sagrada equivalía a los caracteres
con la que estaba escrita la Biblia: la imagen
traducía aquello que el creyente no podía o no
debía leer.
Esa solución trajo muchos problemas, y
desde la Edad Media la Iglesia hubo de legitimar
incontables imágenes en toda la cristiandad.
Junto a esa incipiente reglamentación, se tenía
por cierto, por ejemplo, que San Lucas había
sido pintor y la primera imagen de María, obra
suya. De la imagen a la reliquia había un paso
fácil de franquear. El furor iconoclasta volvió
con la Reforma: el protestantismo será una
religión de la palabra, y el catolicismo una
religión de la imagen.
A menudo se olvida que las tradicionales
apariciones de 1531 se habrían producido
durante las guerras religiosas en Europa, aunque
la "aparición cultural" de la Virgen ante la elite
novohispana no ocurrió hasta 1648, cuando el
bachiller Miguel Sánchez publicó un tratado
barroco que aseguraba el origen milagroso de la
imagen venerada en el Tepeyac. El ingenio
teológico de Sánchez compuso una
argumentación hasta la fecha axial para los
aparicionistas: 1) Siguiendo las enseñanzas de
San Agustín, la Mujer del Apocalipsis
representa a la Virgen María y ésta a la Iglesia,
2) La Virgen se apareció para los novohispanos
ante el indio Juan Diego, y 3) En la capa del
indígena (la tilma, el ayate) se grabó
milagrosamente la imagen mariana venerada
hasta la fecha.
El entusiasmo criollo por la maternidad de
Nuestra Señora sobre la Nueva España se topó
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de inmediato ante un enigma nunca explicado de
manera convincente: ¿cómo fue posible, desde
el primer día, el silencio de la Iglesia
novohispana ante semejante milagro? ¿Por qué
callaron varones tan piadosos como Fray Juan
de Zumárraga y el resto de los evangelizadores?
Empezó entonces una búsqueda, que no ha
cesado, de pruebas, justificaciones e hipótesis.
Luis Lasso de la Vega —llamado el quinto
evangelista, según El guadalupanismo mexicano
(1953), la obra clásica de Francisco de la
Maza— realizó una exitosa pesquisa que, a la
larga, sólo avivó la controversia, al presentar en
1649 una serie de textos con un relato de origen
indígena de la aparición. El eje de la
documentación, el hoy conocido como Nican
mopohua ("Aquí se narra"), presentado en
náhuatl por Lasso de la Vega, ¿fue invención
suya u obra de un nahuatlato anterior? Los
investigadores actuales se inclinan por la
segunda opción y suelen atribuir la obra al sabio
indígena Antonio Valeriano, colaborador de
Sahagún, quien habría escrito el Nican mopohua
a mediados del siglo XVI, sólo veinte años
después de las supuestas apariciones. En mi
opinión, si Valeriano, alumno del Colegio de
Santa Cruz de Tlatelolco, escribió ese texto,
merecería un lugar de primera fila como uno de
los fundadores de la llamada identidad
mexicana.
Brading, en una hipótesis que ya había
planteado en el capítulo guadalupano de su Orbe
indiano, nos recuerda la decepción, ya legible en
la Monarquía indiana de Torquemada (1615),
que sufrieron los herederos de los primeros
evangelizadores franciscanos, autores de la
llamada conquista espiritual de México, ante
una Iglesia novohispana que los privó de
milagros, beatificaciones, canonizaciones y
martirios. Contra esa frustrada ansiedad de
protagonismo, encarnada en los franciscanos,
una nueva generación de clérigos criollos habría
decidido dotar a la nueva patria de un culto
nacional. Al reconstruir minuciosamente lo
ocurrido en 1555 y 1556, cuando la imagen fue
instalada en la ermita del Tepeyac, encontramos
un conflicto entre los curtidos franciscanos,
erasmistas que desconfiaban de las imágenes, y
el arzobispo dominico Fray Alonso de Montúfar,
ansioso de proveer a su grey de un ambiente
pletórico en iconos a la manera medieval. Con la
Información de 1566, Fray Francisco de
Bustamante, franciscano, tachó las apariciones
de supersticiosas y diabólicas, previniendo a
Montúfar contra el camino de idolatría que, en
su opinión, abrían las devociones guadalupanas.
Conocido hasta el siglo XIX, ese documento es
el caballito de batalla de los antiaparicionistas.
Una controversia religiosa que se hunde en
los orígenes helenísticos del cristianismo, como
sugiere Brading, adquirió entonces, gracias al
naciente patriotismo criollo, una potencia
inusitada. Si los peninsulares se jactaban de que
la Virgen del Pilar había sido llevada a España
por el apóstol Santiago, los evangelistas criollos
de Guadalupe necesitaban de una advocación
competitiva.
Simplificando a Brading, de La Virgen de
Guadalupe se deduce que estamos ante una
disputa entre católicos devotos: unos, los
aparicionistas, se inclinan por el criterio de una
tradición transmitida de manera oral de padres a
hijos y válida por la costumbre, mientras que los
antiaparicionistas, ansiosos de conciliar la fe y
la razón, se apoyan en la tipología de los
milagros. Los primeros son herederos de la
teología neoplatónica, los segundos del
aristotelismo de Tomás de Aquino; esa división
atraviesa horizontalmente la Iglesia Católica sin
respetar órdenes religiosas ni estamentos
eclesiásticos.
La necesidad de probar históricamente un
milagro es una exigencia de la propia Iglesia,
que desde el Concilio de Trento, en el siglo
XVI, enfrentó la Reforma limpiando el
catolicismo de devociones falsas y de francas
idolatrías. Los clérigos tridentinos, cuyas
instrucciones no llegaron tan claramente a la
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multitudinaria feligresía, rechazaron las ideas
griegas sobre la sacralidad de las imágenes en
tanto que arquetipos. Se prefirió el camino,
teológicamente menos comprometido, de la
veneración de las reliquias. En ese sentido, el
celo de los aparicionistas por encontrar pruebas
para su causa ha resultado contraproducente en
la mayoría de los casos; algunos —el caso más
reciente es el del ex abad Schulemburg de la
Basílica de Guadalupe—, al hurgar en el
archivo, se tornaron escépticos respecto de las
apariciones, mientras que otros, como los
inventores del noble texcocano Juan Diego, no
resisten ningún examen historiográfico.
Brading, como todo estudioso de esta
tradición, insiste en que las discusiones entre
clérigos e historiadores en nada afectan la
extendida devoción guadalupana, que comparten
muchos católicos descreídos o agnósticos ante
las apariciones. Empero, esas disputas han
moldeado el sentido de la devoción, al grado de
que el aplastante triunfo del guadalupanismo
durante el siglo XVIII interesó a toda la
Ilustración novohispana, que en 1754 festejó al
papa Benedicto XIV cuando proclamó a Nuestra
Señora de Guadalupe patrona de la Nueva
España. El guadalupanismo de los ilustrados —
que compartieron Clavigero, Eguiara y Eguren,
Boturini— nos recuerda que las Luces, ya
fuesen deslumbrantes o tímidas, sólo en ciertos
enciclopedistas franceses fueron abiertamente
antirreligiosas. En la Nueva España, como en la
Alemania pietista, muchos ilustrados pusieron
su ciencia al servicio de la fe.
Pero el antiaparicionismo permaneció
soterrado y expectante. Algunos arzobispos
dieciochescos, como Francisco Antonio de
Lorenzana y Alfonso Núñez de Haro,
desconfiaban en privado del culto guadalupano,
y cuando los jesuitas, tan afectos a la Virgen de
Guadalupe, fueron expulsados en 1767, los
críticos de la tradición reaparecieron. En la
última década del siglo XVIII, Juan Bautista
Muñoz, cosmógrafo real de Indias, escribió una
refutación muy completa de las apariciones, que
incluía alusiones a la ebriedad alucinada de los
indios mexicanos. En la ciudad de México, entre
1790 y 1794, José Ignacio Bartolache y Fray
Servando Teresa de Mier rompieron el silencio.
El primero, un científico, tras el examen de la
pintura por un grupo de expertos, abrió el frente
pictográfico: el áyatl donde está grabada la
imagen no es una capa de indio (refutación del
relato de Valeriano) y, aplicando las reglas
neoclásicas de composición plástica a la teología
de las imágenes, dictaminó que los defectos
artísticos de la pintura hacían imposible que
fuese obra divina. El doctor Mier recuperó un
argumento barroco, insistiendo en que la Virgen
se había aparecido al apóstol Santo Tomás para
hacer posible la predicación urbi et orbi,
encomendada a ese discípulo del Redentor, de
tal forma que los indígenas mexicanos
resultaban ser cristianos desde los primeros
siglos. Fray Servando fue perseguido y castigado
por la miga política de su sermón, pues éste
privaba de legitimidad nada menos que a la
conquista española justo en los días en que
rodaba la cabeza de Luis XVI.
Brading, en La Virgen de Guadalupe, nos
recuerda que la principal herencia que el
criollismo ilustrado legó al México
independiente fue el guadalupanismo, que el
emperador Agustín de Iturbide quiso abrazar en
calidad de devoción oficial del nuevo Estado.
No habiendo don Miguel Hidalgo dado una
explicación satisfactoria de por qué tomó el
pendón de Guadalupe en 1810, lo que de suyo
constituyó una muestra de furor mariano o un
acto de oportunismo político (eso pensaba
Bolívar), yo agregaría que el guadalupanismo no
casa con la austera y jansenizante devoción del
cura Hidalgo. Iturbide, en cambio, al apropiarse
del arsenal politicoteológico de la insurgencia
—que combatía contra la hispánica Virgen de
los Remedios—, ensambló a la Guadalupana
con la nación mexicana, como lo reconoció el
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liberal y clerófobo Ignacio Manuel Altamirano
en 1884.
Tras citar con generosidad a sus antecesores
guadalupanistas —Joaquín García Icazbalceta,
Francisco de la Maza, Edmundo O'Gorman,
Jacques Lafaye, Miguel León-Portilla y Richard
Nebel—, y una vez integrada a La Virgen de
Guadalupe una cantidad considerable de
información novedosa proveniente de
sermonarios poco conocidos, Brading pasa a
examinar el siglo XIX, donde la batalla por
Guadalupe se volvió crudelísima. Al amparo del
integrista Concilio Vaticano I en 1869, que
decretó la infalibilidad del papa y lanzó un
Syllabus contra la modernidad, los
fundamentalistas guadalupanos aparecieron en
escena.
Hipólito Vera, obispo decimonónico de
Cuernavaca, acusó a Zumárraga y a sus
hermanos franciscanos de herejes por no haberse
prosternado documentalmente ante la imagen.
La víctima de sus furias fue un católico de
estricta observancia, el erudito don Joaquín
García Icazbalceta, quien, en un acto de
obediencia solicitado por el arzobispo Pelagio
Antonio de Lavastida y Dávalos, escribió en
1883 un documento privado donde daba por
fabulosa la tradición. La carta fue difundida y
García Icazbalceta quedó desahuciado por su
propia Iglesia. En Roma, un jesuita nativo,
Esteban Ancoli, retó en 1892 a los
antiaparicionistas a proclamar que, si las
apariciones no habían ocurrido, la imagen de
Guadalupe era falsa y su culto había de tenerse
por supersticioso. A Ancoli lo mandaron callar:
semejante desafío, aplicado a todas las
devociones católicas, arruinaría el difícil
equilibrio que Roma mantenía ante las
imágenes. Algunos críticos, como Francisco del
Paso y Troncoso (1842-1916), intentaron
soluciones salomónicas, como decir que el
probable autor de la pintura, el indio Marcos de
Aquino, habría trabajado por inspiración divina.
Con la sonada oposición —que le costó la
silla— de Eduardo Sánchez Camacho, obispo de
Tamaulipas, en 1895 la imagen de Nuestra
Señora de Guadalupe fue coronada en el
Tepeyac con la asistencia de prelados de
México, el resto de Norteamérica y el Caribe.
Esta celebración, producto de la privanza del
arzobispo Lavastida con Pío ix y de la creciente
tolerancia porfinisecular, vino acompañada del
escándalo más penoso en la historia de la
imagen. Entre 1888 y 1895, la pintura fue
ocultada en una capilla con la intención de
modificarla, haciendo desaparecer la corona
dorada que la adornaba desde que fue colocada
en la ermita. A numerosos guadalupanos les
pareció blasfema esa manipulación, destinada a
hacer más vistosa la fiesta. Tras pretender que la
desaparición de la corona era otro milagro, los
acusados admitieron que sólo habían restaurado
la imagen.
Pocas semanas antes de que estallara la
Revolución de 1910, el papa Pío X proclamó a
la Guadalupana patrona de América.
Acontecimientos posteriores, como la Guerra
Cristera de 1926-1929, sólo fortalecieron la
devoción en la adversidad, y las campañas
antiguadalupanas, como la emprendida
rabiosamente por el escritor jacobino Martín
Luis Guzmán entre 1945 y 1957, hoy parecen
tan obsolescentes como los sermones barrocos.
La Virgen de Guadalupe culmina con la muy
tardía aparición, entre 1939 y 1977, de Juan
Diego como candidato a los altares y objeto de
una nueva controversia, basada en dos ausencias
conspicuas: la del personaje histórico y la de un
culto religioso comprobado de su persona. La
beatificación de este mediador indígena, sugiere
Brading, se debe más al celo guadalupano de
Juan Pablo II que a los rigores historicistas de la
propia Iglesia, que no ha podido presentar
pruebas solventes que resuelvan ambos
problemas. Invirtiendo el procedimiento del
ilustrado Bartolache, los aparicionistas han
recurrido a la tecnociencia, esta vez para
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localizar, mediante rayos infrarrojos, a Juan
Diego en los ojos de la imagen. Y en el campo
de la verdadera historiografía, una vez agotada
la polémica iconológica, los estudiosos tienden a
ratificar el origen indígena del Nican mopohua,
corroborando las hipótesis de Fray Servando
Teresa de Mier y de Edmundo O'Gorman:
fueron los españoles quienes llamaron
"Guadalupe" a la imagen colocada en la ermita
del Tepeyac. Contra esa apropiación, Antonio
Valeriano compuso un auto sacramental donde
Juan Diego recobró, para siempre, la indianidad
de la Guadalupana.
Católico, David A. Brading mantiene a lo
largo de La Virgen de Guadalupe la
imparcialidad propia del gran historiador, y
como tal es sensible a la pertinencia
historiográfica del antiaparicionismo. Al final de
esta formidable puesta al día de la tradición
guadalupana, Brading propone una inquietante
conclusión. El Concilio Vaticano II (1962-1965)
no agregó gran cosa a la teología de las
imágenes, preocupado ante las siempre riesgosas
aventuras de la Iglesia con el criticismo y el
modernismo. Como consecuencia de esa cautela,
Juan Pablo II habría vuelto a la iconología de los
Padres Griegos, que de manera explícita
sostienen los ortodoxos rusos y griegos: las
imágenes son lo auténtico en la semejanza, son
el arquetipo en la imagen, son la expresión del
silencio de Dios.
En 1990, en el Tepeyac, el Papa habría
interpretado la historia guadalupana en un
sentido tipológico: si María equivale a la Iglesia,
la Virgen de Guadalupe es la Iglesia americana,
y Juan Diego responde al tipo de Moisés, un
indígena cuya inexistencia histórica pasa a
segundo plano, en su calidad de representante
simbólico de una espiritualidad colectiva. De ser
así, la Iglesia Católica estaría sugiriendo que la
imagen de la Guadalupana es una obra de los
hombres inspirada por el Espíritu Santo, como
lo sostuvo el bachiller Miguel Sánchez en 1648.
¿Roma locuta, causa finita?
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5. Próxima actividad: 27 de junio Presentación del libro We be jammin.
Liberating Discourses fron the Land of
Seven Flags, de Eliseo Pérez Álvarez
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6. Sugerencias para leer
L. Cervantes-Ortiz, comp., Lo sagrado y lo
divino. Grandes poemas religiosos del siglo
XX. Pról. de José Manuel Mateo. México,
Planeta, 2002.
58 poetas de 24 países y 12 lenguas confluyen
en esta compilación, donde el tema religioso es
el centro de cada poema. Se trata de un
proyecto largamente acariciado.
PRÓLOGO DE JOSÉ MANUEL MATEO
La religión es un asunto humano, algo que pasa
en el hombre y por lo tanto algo propio de su
vida espiritual, independientemente de que
profese o no determinada fe. Porque la
experiencia y el sentimiento religioso ocurren al
margen de los sistemas de creencias y mitos,
que no con poca frecuencia van invirtiendo la
verdadera experiencia humana de la religión
hasta derivar en un trasunto político, racial o de
cualquier otro signo ideológico. ¿Cuál es esa
experiencia, cuál el sentimiento? La respuesta
se encuentra en el arte y sobre todo en la poesía
como actividades enteramente ligadas al
espíritu y a la conciencia. pero se trata de una
respuesta en acto, no de una simple enunciación
tranquilizadora.
El arte y la poesía ponen sobre la mesa la
calidad terrena del hombre, su finitud, y la
enfrentan sin falsos velos con su contraparte: el
infinito. De ese choque surge una paradoja
sencilla pero capaz de alterar nuestra forma de
estar en el mundo y de conducirnos: somos la
parte mortal del infinito. Esta condición no
encaja cómodamente con nuestra percepción de
la existencia: si participamos de lo infinito, ¿por
qué la muerte? Si ésta es irremediable, ¿dónde
queda lo infinito humano? Dios, en cualquiera
de sus nombres, llena el espacio que abre esta
paradoja básica; la religión, como sistema de
creencias, constituye en gran medida el bálsamo
―necesario‖ para aliviar la incómoda condición
humana.
¿Y si en vez de recogernos bajo la sombra
protectora de lo divino, asumimos que no hay
más árbol que la vida? ¿Desaparece el
sentimiento religioso, desaparece la existencia?
No, porque si algo hay de religioso en nosotros
es precisamente la conciencia de lo infinito que
nos impele a comunicarnos con Dios o con
alguien que se encuentra en quién sabe qué
parte del tiempo y del espacio. De allí vienen la
oración, la plegaria y el poema, de nuestra
intensa búsqueda de una comunicación íntima y
privada.
¿Se puede hablar, entonces, de poesía
religiosa o toda la poesía lleva en sí la semilla
de la religión? Ambas cosas. Dios, el bien, el
mal, la revelación, el creyente, el ateo y el
blasfemo… son asuntos y personajes propios de
los poemas que asumen lo religioso en alguna
de sus formas culturales: católica, protestante,
animista, la que sea. En estos casos, sin
embargo, casi siempre la poesía se torna
confesional. Por eso no extraña que ni en
México ni en América Latina puedan
encontrarse antologías sobre el tema que
circulen más allá del entorno de quienes
comparten un mismo sistema de creencias. La
otra poesía —de la que trata de dar testimonio
esta breve selección— tiende las manos hacia la
oscuridad de lo infinito con un intenso afán de
comunicación, a pesar de que nada ni nadie
asegure que habrá oídos para ella. Ésta es la
poesía de los que han asumido su condición
mortal para encarnar la conciencia de lo
infinito, ya sea en consonancia con Dios o a
pesar de él. Se trata de escribir, de no declararse
perdido ante la certidumbre de la finitud, pues
lo que importa, como afirmó Kafka, no es la
salvación sino el hecho de mantenerse en todo
momento dignos de ella.
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Miguel Delibes, El hereje. Barcelona,
Ediciones Destino, 1998. (17a. ed., marzo
de 2000)
En el año 1517, Martín Lutero fija sus 95 tesis
contras las indulgencias en la puerta de la
iglesia Wittenberg, un acontecimiento que
provocará el cisma de la Iglesia Romana de
Occidente. Ese mismo año nace en la villa de
Valladolid el hijo de don Bernardo Salcedo y
doña Catalina Bustamante, al que bautizarán
con el nombre de Cipriano. En un momento de
agitación política y religiosa, esta mera
coincidencia de fechas marcará fatalmente su
destino.
Huérfano desde su nacimiento y falto del
amor del padre, Cipriano contará, sin
embargo, con el afecto de su nodriza
Minervina, una relación que le será arrebatada
y que perseguirá el resto de su vida. Convertido
en próspero comerciante, se pondrá en
contacto con las corrientes protestantes que, de
manera clandestina, empezaban a introducirse
en la Península. Pero la difusión de este
movimiento será cortada progresivamente por
el Santo Oficio. A través de las peripecias
vitales y espirituales de Cipriano Salcedo,
Delibes dibuja con mano maestra un vivísimo
retrato del Valladolid de la época de Carlos V,
sus gentes, sus costumbres y sus paisajes. Pero
El hereje es sobre todo una indagación sobre
las relaciones humanas en todos sus aspectos.
Es la historia de unos hombres y mujeres de
carne y hueso en lucha consigo mismos y con el
mundo que les ha tocado vivir. (De la cuarta de
forros.)
Maurizio Ferraris, Historia de la
hermenéutica. México, Siglo XXI, 2002.
De un autor muy relevante en la actualidad,
este libro viene a llenar brillantemente un
hueco que existía en los estudios
hermenéuticos.
François Houtart, coord., Religiones: sus
conceptos fundamentales. México, Siglo
XXI-Centro de Investigaciones
Interdiscplinarias en Ciencias y
Humanidades/UNAM, 2002.
Fruto del Seminario relizado en el CIICH en
1998, este libro plantea la cuestión religiosa
desde el punto de vista del judaísmo, el
cristianismo laico y protestante, el islam y
algunas religiones tradicionales e indígenas.
Concluye con una reflexión sobre el papel de
las religiones para la humanidad en el siglo
XXI. Llaman la atención dos de las ponencias:
“Dios, justicia, paz y utopía. Algunos conceptos
del cristianismo para el siglo XXI. Un punto de
vista protestante”, del pastor presbiteriano
cubano Adolfo Ham, y “Espiritualidad y
teología de los pueblos amerindios”, del
sacerdote zapoteco Eleazar López Hernández,
quien ha destacado por sus aportaciones al
tema en cuestión.
Armando Nóguez, Apocalipsis. México,
Dabar, 2001.
Un cuaderno de trabajo muy útil para trabajar
en las comunidades. Incluye todos los aspectos
relevantes del libro en cuestión.
Paréntesis, núm. , 2002.
Arturo Piedra, Evangelización protestante
en América Latina. Vol. 2. Quito, Clai,
2002.
De las nuevas publicaciones del Clai, este libro
discute la problemática de la presencia
protestante en América Latina, un tema
apasionante, sobre todo a la hora de confrontar
lo con la influencia cultural del catolicismo
hispánico.Un capítulo del libro está dedicado a
analizar la influencia del protestantismo
misionero en las clases medias del continente.
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Rainer Maria Rilke, El libro de las
imágenes. Trad. de J. Munárriz. Madrid,
Hiperión, 2001.
Un libro de poemas largamente esperado en
castellano. Citado en todas partes, por fin
puede leerse en nuestro idioma. De un autor
reconocido por sus inclinaciones místicas.
Juan Stam, Profecía bíblica y misión de la
iglesia. Quito, Clai, 2002
De este autor, especializado últimamente en temas
relacionados con el Apocalipsis, un
acercamiento a la necesidad de que la Iglesia
asuma una postura acorde con su vocación
profética.
Varios autores, Concepto y problemática
de Dios. México, UAM-Plaza y Valdés,
2002.
Reunión de las ponencias de un encuentro
académico de filosofía llevado a cabo en la
UAM.
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7. Noticias
SE ORGANIZÓ LA ASOCIACIÓN TEOLÓGICA
ECUMÉNICA MEXICANA (ATEM)
El 15 de abril, en las instalaciones del Altillo,
en Avenida Universidad, muy cerca de Miguel
Ángel de Quevedo, se llevó a cabo la
organización de la Asociación Teológica
Ecuménica Mexicana (ATEM), un nuevo
esfuerzo por agrupar fuerzas e iniciativas
ecuménicas para la reflexión y la producción
teológica.
Luis del Valle hizo un recuento histórico de
lo que fue una Asociación de Teólogos de
México. Ésta comenzó en 1969, como iniciativa
de la Comisión para la Doctrina de la Fe del
Episcopado Mexicano, y su finalidad fue
controlar la reflexión teológica y descubrir a los
teólogos poco ortodoxos para denunciarlos y
corregirlos. Se organizaron dos o tres eventos
teológicos, pero ante el control ejercido por los
obispos, los teólogos que no estaban de acuerdo
con esta situación mejor ―la dejaron morir de
inanición‖.
Enseguida, José Sánchez, de Ciudad
Guzmán, Jalisco, presentó una reflexión con el
título ―El servicio del teólogo en la Iglesia‖, que
incluyó los siguientes aspectos: la clave para
toda reflexión teológica es la metodología; es
fundamental precisar los lugares teológicos de
la reflexión, así como un análisis de la realidad
más objetivo e integral; hay que hablar desde la
aldea teológica sin olvidar la globalidad del
cristianismo; es necesario hacer una teología
que tome en cuenta elementos temáticos como
la corporalidad, los excluidos, etcétera; también
urge redimensionar la multiculturalidad y la
pluriculturalidad, ante la monoculturalidad
romana oficial; y es necesario plantear una
teología ecuménica en clave ética, asuma los
temas sociales y políticos.
A continuación se discutieron el objeto social de la
Asociación y sus objetivos, se anotaron las
sugerencias y se elaborará una redacción
definitiva. La directiva quedó integrada de la
siguiente forma:
Presidencia: Luis Arturo García Dávalos,
MSpS.
Vicepresidencia: José Sánchez Sánchez,
diócesis de Cd. Guzmán.
Secretaría: Miguel Angel Sánchez Carlos, CEE.
Tesorería: Salomón Farfán Heredia, CAM.
Vocal: Beatriz Eugenia Becerra, Mercedaria de
Berriz – Amerindia.
Vocal: Una persona de la Comunidad Teológica
– Seminario Bautista, por designar.
PRÓXIMA VISITA DEL PROFESOR
JUAN STAM
Como parte de las actividades del Seminario de
Titulación del Seminario Teológico
Presbiteriano de México, se anuncia para el mes
de junio la participación del doctor Juan Stam,
reconocido experto en temas bíblicos y quien
recientemente le ha prestado mucha atención al
Apocalipsis, fruto de la cual ha publicado un
par de libros.
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8. Conexiones en Internet
http://jesus.upsa.es
El profesor Santiago Guijarro Oporto de la
Universidad Pontificia de Salamanca, España,
ofrece su curso de Cristología en esta página.
En ella ofrece todo lo relacionado con el tema
de Jesús, con un enfoque muy actualizado.
www.metapolitica.com
Revista de análisis político elaborado por varios
especialistas mexicanos, entre quienes figura
Alfredo Echegollen. Es posible acceder al
contenido total de la revista.
www.mexclay.com/cami
Página del Centro de Análisis y Medios
Informativos (CAMI), dedicada, desde una
perspectiva protestante, a rastrear información
relacionada con el tema religioso en México.
Actualizada cada mes y disponible en todos sus
números.
www.ntgateway.com/film/index.htm
En esta página es posible tener acceso a
comentarios y notas acerca de toda una serie de
películas dedicadas a Jesús. Se encuentra en
inglés.