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Trabajo de Investigación: Bizancio: mujeres en marcha ¿Un desafío a las estructuras patriarcales bizantinas?

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Bizancio - Mujeres en Marcha

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Trabajo de Investigación:

Bizancio: mujeres en marcha ¿Un desafío a las estructuras patriarcales bizantinas?

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Bizancio: Mujeres en marcha ¿Un desafío a las estructuras patriarcales bizantinas? Año 2012

-ÍNDICE-

1. INTRODUCCIÓN 2

2. MUJERES EN MARCHA 2

2.1 Teodora, teóloga impura 3

2.2 Irene, basileus iconódulo 5

2.3 Ana, historiadora y conspiradora 7

3. ¿EJEMPLOS AISLADOS? 9

4. CONCLUSIÓN 10

5. NOTAS 10

6. BIBLIOGRAFÍA 12

Mello, Florencia Eliana (Universidad Nacional de Luján) 1

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Bizancio: Mujeres en marcha ¿Un desafío a las estructuras patriarcales bizantinas? Año 2012

BIZANCIO: MUJERES EN MARCHA

¿UN DESAFIO A LAS ESTRUCTURAS PATRIARCALES BIZANTINAS?

Mello, Florencia Eliana

Universidad Nacional de Luján

[email protected]

1. INTRODUCCIÓN

Guglielmo Cavallo (1994) afirma que si no es en el ámbito del ascetismo monacal o recluida en el hogar, la mujer

bizantina no es otra cosa que un objeto pecaminoso que atenta contra la institución familiar, y así la condena. Nos preguntamos

aquí cómo considerar entonces la historia de vida de mujeres poderosas que –lejos de convertirse para la posteridad en simples

personajes anecdóticos- resultaron ser actores sociales de suma importancia para entender el desenvolvimiento de la política y la

religión en el Imperio Bizantino. La idea es comenzar a contestar si es que estas mujeres desafiaron las estructuras patriarcales

de la sociedad bizantina o si sus acciones estuvieron dentro del límite de lo socialmente permitido, límite que en todo caso sería

más difuso de lo que en una primera mirada podría llegar a apreciarse.

Pues bien, conozcamos a estas mujeres que influyeron no sólo sobre la Iglesia como institución y el cristianismo como

asilo de fe, sino sobre aquellos hombres que tenían entre sus funciones el control de estos elementos. Recordando el marcado

carácter cesaropapista del Imperio Bizantino y abordando el estudio de Ana Martos Rubio (2008), nos preguntamos: ¿cómo fue

que las mujeres lograron semejante cometido, siendo que ellas debían “callar en la Iglesia”?, según lo indicaba Eusebio de

Cesárea ya en el siglo IV. ¿Cómo se desafiaron a las mismísimas Escrituras cuando fueron ellas las que sentenciaron que:

“Vuestras mujeres callen en las congregaciones; porque no les es permitido hablar, sino que estén sujetas,

como también la ley lo dice” (1ª Co. 14; 34)?

Presento con este propósito, entonces, a Teodora en su faceta de emperatriz y teóloga, a Irene en el suyo de basileus

iconódula, y a Ana Comneno en su rol de historiadora porfirogeneta. Los presento, decía, con el deseo de eliminar esa falsa

sensación de que la historia ha sido configurada sólo a puño de hombre, para descubrir de qué manera la voz de la mujer se ha

dejado sentir sin que la estructura social se resienta por ello. Se esbozará aquí un análisis desde la óptica de la mujer en el ámbito

de la familia y la influencia del patriarcalismo sobre ella; el desarrollo del Derecho Civil y Canónigo como forma de mejorar la

situación social de la mujer; la relación de subordinación de la mujer ante el hombre desde la perspectiva de género; y el influjo

de la cultura y la religión sobre las conformación de un “ser mujer” en determinado tiempo y espacio.

2. MUJERES EN MARCHA

Para comenzar, es necesario precisar que un Estado teocrático y patriarcal establece siempre una actitud excluyente

hacia la mujer, limitando su rango de acción social. Con la justificación proveniente de las Santas Escrituras, las mujeres

bizantinas eran así sentenciadas:

“Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer,

así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su Salvador” (Ef. 5; 22-23).

Mello, Florencia Eliana (Universidad Nacional de Luján) 2

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Esto era así debido a que en estas sociedades regía una organización binaria del mundo que oponía la debilidad femenina, a la

virilidad y racionalidad masculina, que hacía del hombre el único capaz de gobernar. Esta idea de inferioridad permeaba toda la

sociedad, codificando su lenguaje, religión y conductas éticas, convirtiendo a la mujer en un “otro colonizado”. Así, se

configuraron espacios de territorialidad simbólica, es decir, rangos de acción masculina y femenina “autorizados” y fuertemente

diferenciados, insertos dentro del bagaje ideológico de la sociedad. Debido a que el aparato estatal era manipulado por estos

hombres, fue necesario que la legislación evoque y ratifique esta desigualdad, a fin de establecer un discurso funcional a los

deberes del Estado. Si recordamos que en esta época la empresa habitual era afrontar conflictos bélicos, el círculo se cierra y la

virilidad masculina se convierte en el elemento más propicio para combatir por el territorio. ¿Cómo llegan, pues, nuestras

mujeres a gobernar, debatir, decidir? Es claro, nos dice Lucía Guerra (2006), que ser “hombre” o “mujer” en lo tocante al

género es una construcción cultural que fluctúa según la coyuntura histórica en conjunción con otras representaciones que

también cambian 1. Se forjan así nuevas identidades, relaciones y realidades en todas las áreas de acción de manera constante.

Por su parte –y desde otro punto de vista-, para Goody (1986) nunca existió una separación tan rígida de los sexos en la

sociedad bizantina debido a que fueron la descendencia bilineal y la transmisión divergente de la herencia las premisas que

estuvieron en boga, lo cual otorgó una cierta igualdad entre los hijos varones y mujeres con respecto al parentesco y la herencia.

Sumado a esto, una mayor importancia dada al matrimonio que a la parentela extensa hizo al vínculo tanto con el padre como

con la madre más cercano para el individuo y, por lo tanto, permitió una mayor equiparación de los roles entre los sexos en el

ámbito familiar, por lo menos.

2.1 Teodora, teóloga impura

Las emperatrices, “Basilisas” o “Augustas”, poseían obligaciones consecuentes a su cargo, como consejeras del

soberano. Adoptaban tales títulos ya que las mujeres bizantinas recibían la dignidad de sus maridos al casarse, y podían

conservarla aun si éste moría (Damiani; 1995). Por otra parte, Ana Martos Rubio recuerda que existían dos formas de

administrar el magisterio eclesiástico: el magisterio de la Iglesia ordinario (aquél desarrollado por los obispos), cuya función

estaba vedada a las mujeres; y el magisterio de la Iglesia extraordinario (es decir, la capacidad de dictar concilios y dogmas de

fe), que no lo estaba. Es en este último ámbito que Teodora (497-548) podrá desarrollarse, así como luego lo hará Irene.

Para Procopio de Cesárea, Teodora era la más depravada de las cortesanas. Él recuerda que:

“Toda persona decente que se encontraba con ella en el foro se batía rápidamente en retirada, por temor

a entrar en contacto con las ropas de la pícara y así mancharse con su corrupción”2

Actriz de teatro en el pasado, su trabajo era asociado con el nudismo y la promiscuidad. Las orgías en las que participaba –

según el autor-, y las sospechas de infanticidio en su contra eran actos bochornosos. Estas ideas, explica Bonnie Anderson

(1992), rondaron en la corte durante toda su vida, y fueron resultado de la actitud misógina presente en esta sociedad. La

misoginia fue desencadenada producto de traer el pecado al mundo y haber expulsado al hombre del Paraíso. Pese al arraigo de

estas ideas, lo cierto es que Teodora era una hija del guardián de las fieras del circo que fue adiestrada por su madre al morir su

padre; y desde pequeña fiel partidaria de los Verdes-monofisitas. Posteriormente, fue comediante en fiestas privadas y la

amante de un funcionario en Egipto, siendo ese el ambiente en donde conoció al futuro emperador Justiniano (527-565).

Pese a las críticas de Procopio, la asunción de Teodora estaba perfectamente legitimada ya que en esta época el linaje no

constituía una condición necesaria para participar en los concursos de belleza donde se discernía quién sería la candidata a

Florencia Eliana Mello (Universidad Nacional de Luján) 3

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esposa imperialr 3. Pese a esto, lo normal en el Imperio era sufrir una sujeción hereditaria a un determinado oficio y, por ende, a

una determinada clase (Maier; 1986). Teodora sería, por lo tanto, un ejemplo de la diferencia entre la rigidez normativa y lo que

la realidad permitía, aunque ella haya representado, al final de cuentas, un caso aislado. Retomando la cuestión del concurso,

tras el mismo, los gobernantes unidos en matrimonio eran coronados por el Patriarca en el Palacio Sagrado de la capital.

Posteriormente, salían a saludar al pueblo para ser aclamados, convirtiéndose gracias a ello en ungidos y elegidos de Dios 4.

En lo que respecta a su labor política, Ana Martos Rubio no duda en calificar a esta emperatriz como inteligente y culta,

con talento político y liderazgo. En la Iglesia de los Santos Sergio y Baco inaugurada por su esposo, éste la inmortalizó en su rol

de consejera y auxiliadora sobre la tela del altar y en inscripciones varias. Las aptitudes de la emperatriz quedaron harto

demostradas durante la rebelión de la Nika (532), cuando –ante la actitud dubitativa de Justiniano- Teodora asumió el mando

promoviendo la represión de miles de insurrectos, dirigiendo a su esposo estas palabras:

“El que ha nacido ilustre, debe saber afrontar la muerte; quien ha ascendido al solio imperial no ha de

querer sobrevivir su dignidad, viviendo en el exilio. Dios no permita que nunca me vea despojada de esta

púrpura […] Tú, Augusto, si prefieres la fuga, puedes hacer lo que te plazca…”5

Pasando al análisis en el plano de lo religioso, el Edicto de los tres Capítulos promulgado por Justiniano en 543 tenía

como objetivo ratificar el dogma calcedoniano, eliminando los embates más duros de éste contra el monofisismo. Este punto

era de vital interés para la emperatriz, dado que ella misma era confesa monofisita. Recordemos también que Teodora había

promovido al monofisita Antimo de Trebisonda como Patriarca de Constantinopla, lo cual había generado el abierto

enfrentamiento con el Papa Agapito I, quien consideraba a estos actos como la restitución de la herejía. Ya durante el papado de

Silverio, Teodora envió un representante a Roma para pedirle personalmente que se reconociera a Antimo en el poder, sin

éxito. Al asumir Virgilio como Papa ayudado por la emperatriz, éste debió reconocer al patriarca como forma de devolverle los

favores, además de tener que aceptar el mencionado edicto. Excomulgado por un concilio africano, Virgilio se retractó y

Justiniano se vio obligado a buscar la aprobación en el obispo de Cesárea Teodoro Ascidas 6.

Más allá de la resolución de estos conflictos, estos sucesos confirman la influencia de la emperatriz en los asuntos

eclesiásticos, gracias al empleo de las herramientas del “magisterio extraordinario” de la Iglesia. Según Vallejo Girvés (2006),

estos debates responden al ideal del emperador de acercar a las mayorías monofisitas de Siria y Egipto al dogma calcedoniano

(el cual condenó la herejía monofisita en el Concilio de Calcedonia en 451), a fin de evitar la escisión de estas regiones del

Imperio. Justiniano intentó unir los favores papales con la acogida de monofisitas expulsados –bajo la protección de Teodora-.

Pese a su esfuerzo, estas acciones sólo lograron hacer emerger una jerarquía eclesiástica monofisita paralela de amplio alcance.

Ya en el ámbito de la legislación, Alicia Damiani afirma que gracias a la influencia del Cristianismo, la situación de la

mujer, la familia y los hijos en el Imperio no dejó de mejorar desde Justiniano hasta los Comnenos, cuestión que la autora

asocia al marcado cesaropapismo bizantino, que supo fusionar positivamente la moral religiosa con la legislación estatal. La

prostitución fue una problemática incontrolable durante el tiempo que duró el Imperio, a pesar de las iniciativas legislativas para

limitarla a un barrio cerrado. Por su parte, el aborto era considerado un delito de libertinaje, y un marido de una mujer que

abortaba podía divorciarse sin culpa, debido a que sólo el hombre tenía derecho sobre sus hijos. En este punto, el cargo

privilegiado de Teodora le permitió crear hospitales, albergues para peregrinos y casas de acogida para mujeres arrepentidas.

También dictó leyes que condenaron a los violadores a pena de muerte, y otra que permitió a la mujer administrar libremente su

herencia. Asimismo le confirió a la mujer derechos de propiedad, hizo de la trata de mujeres un delito (incluso compró víctimas

Florencia Eliana Mello (Universidad Nacional de Luján) 4

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de trata para liberarlas) y desterró de Constantinopla a los propietarios de los burdeles. Pese al accionar de la Augusta, Procopio

rescata de su legislación sólo elementos negativos. Mientras que cuando Teodora –según sus términos- ejercía la prostitución

esto se consideraba un acto aberrante, cuando ella intentó mejorar la situación de estas mujeres sólo ofició de manera egoísta:

“Las prostitutas fueron aprehendidas: mujeres que en medio del foro vendían sus servicios por un centavo

por vez, justo lo suficiente para sobrevivir. Luego fueron despachadas al continente y confinadas en un

convento conocido como Arrespentimiento, en un intento de obligarlas a llevar una vida mejor. Sin

embargo, algunas se dejaban caer, de tiempo en tiempo, desde lo alto del parapeto, y así evitaron ser

convertidas contra su voluntad”7.

Más allá de considerar su pasado y el tormento sufrido en carne propia de determinados abusos, bien es cierto que la

fundación de casas de refugio y salvaguarda de los menos afortunados, era parte de la filantropía y caridad que todo buen

bizantino debía practicar. Es preciso tener en cuenta también, siguiendo la línea de análisis de Brown (1996), que estos

esfuerzos legislativos corrieron conjuntamente con la empresa de recopilación y modernización del Derecho Romano llevada a

cabo por el emperador Justiniano. Salvedades realizadas, el ejemplo de esta emperatriz es digno de mencionar.

2.2 Irene, basileus iconódulo

Si bien el sistema de asociar un emperador al trono por parte de las emperatrices viudas era una manera de evitar la

destitución o la discontinuidad dinástica, Irene (753-803) se caracterizó por haber gobernado sola, aunque haya sido sólo un

corto período de tiempo (797-802). El hecho de que esta situación adquiriese carácter legítimo se debió a que, ya para el siglo

VIII, el derecho dinástico y sucesorio ya estaba consumado (Damiani; 1995).

La pompa y la liturgia bizantina discurrían no sólo en las ceremonias imperiales sino también en la vida espiritual y

religiosa de Bizancio. El ícono era el fundamento de la vida religiosa bizantina, la representación frontal e inmutable de los

rostros demuestra que, en la reiteración de las fórmulas, los bizantinos pretendían que las imágenes sean universalmente

reconocidas, aun más cuando la gran mayoría de los fieles eran analfabetos. Esta situación contrastaba con la acepción

occidental del ícono, donde era considerado como una fantasía de poca importancia. Monofisitas y musulmanes también

rechazaban a los íconos e imágenes. Pese a estas posibles influencias que explicarían el surgimiento de la Iconoclastia en

Bizancio, Fossier (1988) explica que debe considerarse a este movimiento como una creación genuinamente bizantina, en

respuesta a problemáticas surgidas dentro del propio Imperio, tales como la idolatría; el peligro que representaba el aumento de

prestigio de los monjes como mediadores claves en el culto de los santos; y la reconfiguración de la figura del emperador con

respecto a Cristo, en busca de mayor preeminencia.

Irene fue la esposa de León IV, último emperador de la primera etapa iconoclasta. Ella era una joven ateniense de familia

noble. Su casamiento en 768 la encontró jurando sobre los Evangelios renunciar al culto de las imágenes. Sin embargo, durante

el mandato de su marido se toleró el culto a la imagen de la Virgen y el regreso de los monjes perseguidos. Al morir León en

780, su hijo Constantino VI contaba con sólo 10 años, por lo cual su madre actuó de corregente hasta su mayoría de edad,

exiliando a los otros hijos de su marido –nacidos de otra esposa- al descubrir sus conspiraciones para acceder al trono. Por otra

parte, obligó a sus cuñados a entrar en la religión para eliminar la competencia, y arregló el matrimonio de su hijo con Rotrude,

hija de Carlomagno, en una clara política de alianza con el papado (del que, a su vez, los francos eran aliados), no sólo para

iniciar el camino de restitución de las imágenes, sino también para recuperar los territorios que los lombardos le habían quitado

Florencia Eliana Mello (Universidad Nacional de Luján) 5

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al Imperio en Italia. A medio camino de lograrlo, la derrota militar de los bizantinos en Italia friccionó la diplomacia y el arreglo

caducó. Constantino será casado luego por arreglo de su madre con una princesa armenia, en otro claro movimiento estratégico.

Para cimentar la posición en el trono de su hijo, Irene hizo cumplir la aclamación del niño como legal sucesor de su padre

frente al ejército, frente al Senado y frente al pueblo, todo lo cual era la costumbre típica en la corte bizantina.

Para restituir el culto a las imágenes, Irene no sólo contó con el apoyo del Papa Adriano I sino también del Patriarca

Tarasio, ascendido a ese puesto por ella. De hecho, elevó de puesto a todos aquellos que sirviesen a la causa. Para ganar

popularidad, recorrió las provincias repartiendo oro para ser aclamada, y movilizó al ejército (el cual era iconoclasta) hacia la

frontera musulmana para alejar a la competencia de la capital, territorio para el cual organizó un nuevo ejército más afín a sus

principios. Durante el II Concilio de Nicea de 787 que restituyó el culto de las imágenes, se decidió:

“Que el cordero que lleva los pecados del mundo, Cristo Nuestro Dios, [debía] figurar en las imágenes a

la vista de todos y estar pintado con los colores en su naturaleza humana, en el lugar del cordero

antiguo”8.

Se dispuso que los arrepentidos pudieran volver sin considerarse herejes, se condenó la idolatría y el tráfico de imágenes y se

reorganizaron los monasterios devastados. En este punto las relaciones con Carlomagno estaban del todo tensas, ya que éste –

en su Libri Carolingi- dejaba entrever su resquemor ante la condición de “mujer” de Irene y el desafío que –según su opinión-

representaba el haber aceptado la “adoración” de las imágenes (esto, por una mala traducción al latín del término “veneración”,

que fue el verdaderamente utilizado en el concilio).

A todo esto, Constantino ya era mayor y pedía su lugar en el trono. Irene exilió a sus seguidores y encarceló a su hijo,

pero por la mala situación del ejército en el frente armenio se diluyó la popularidad de Irene y su hijo tomó el poder, aunque la

perdonó y la hizo regente. Sin embargo, como Constantino recluyó a su esposa e hijas en un convento para volver a casarse,

éste empezó a perder popularidad debido a la impopularidad de las segundas nupcias. Irene, lejos de escandalizarse, sacó

provecho de su nueva nuera Teodote, ya que era pariente de monjes iconódulos que podían ayudarla en su empresa, aunque le

convenía mantener a sus nuevos nietos en condición de “bastardos” para evitar la competencia al momento de acceder al trono.

Por la incompetencia política de su hijo, mandó a cegarlo para convertirse así en Emperador (basileus). Fossier explica que la

mutilación, lejos de ser un capricho de la emperatriz, era un mecanismo corriente en la corte bizantina, que permitía hacer

público y evidente –mediante la creación adrede de un defecto facial- la falta de aptitudes que poseía una persona para ejercer

puestos importantes en el gobierno.

En su Imperio autocrático, Irene redujo impuestos para generar adhesión, e incluso tramó un matrimonio con

Carlomagno, aunque aún hay debates sobre quién fue el que hizo la propuesta en realidad. Este poder de la basileus fue efímero

debido a que el tesorero del palacio, Nicéforo, tomó el poder al recluir a Irene en la Isla de Prinkipo. Desde allí, ella le escribió:

“Es Dios, ciertamente, quien me ha elevado al trono, y atribuyo mi caída solamente a mis pecados […]

Atribuyo a Dios tu elevación al Imperio, porque nada puede alzarse sin Su Voluntad. Es por Dios por

quien reinan los emperadores. Te considero pues, como el elegido de Dios, y me inclino delante tuyo como

delante de un emperador”9.

Tal vez esta cita demuestre que más allá de su ambición política, los actos que cometió esta mujer fueron suscitados por una fe

superior en la voluntad de Cristo.

Florencia Eliana Mello (Universidad Nacional de Luján) 6

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Pese a que la imagen que proyectó fue de mano dura y que esto ayudó, a fin de cuentas, a “demostrar” lo peligroso que

podía ser ceder el trono a una mujer, lo cierto es que la lucha facciosa entre iconódulos e iconoclastas marcó el pulso de toda

una época, y no sólo el del accionar de un Emperador. El balance de este período dará como resultado un aumento en la brecha

que separará a la ortodoxia del catolicismo romano, y la definitiva alianza del papado con el reino franco-carolingio, donde

descansará desde el año 800 la corona de un “nuevo” Imperio que, en realidad, homologaba la restitución del antiguo Imperio

Romano, título que Bizancio –según el juicio occidental- no podía ya ostentar. Pese a estos cambios observables a nivel social y

religioso que –por otra parte- permiten dar cuenta del dinamismo y la capacidad adaptativa que tuvo el Imperio, bien es cierto

que este “cambio” siempre estuvo limitado a lo que la tradición bizantina permitió acontecer. Como recuerda Bonnie

Anderson, en períodos de transición política fue preferible que gobernase una mujer a tener que tolerar la ruptura del orden

tradicional. La iconoclastia, como elemento extraño se instituyó, como hemos dicho, para cumplir una función; pero una vez

pacificados los elementos que había venido a reorganizar, no logró convencer a la totalidad de las masas de adoptarlo. Irene, por

lo tanto, a pesar de ser, en su condición de mujer, un elemento de ruptura, fue, sin embargo, quien vehiculizó también el regreso

a la senda de la tradición.

2.3 Ana, historiadora y conspiradora

“[Las mujeres son] buenas como plañideras por la facilidad que tienen para verter lágrimas; los asuntos

serios no les competen. Son como vasos agujereados cuando tienen que guardar un secreto”10

afirma Ana Comneno y hace notar que hasta tal punto la actitud misógina había calado en la sociedad, que las mismas mujeres

acabaron por creer que habían heredado de la Eva originaria los rasgos perversos que llevarían a la perdición a sus

desafortunados adanes (Damiani; 1995). Ni siquiera una mujer tan culta osaba trascender estas fronteras. Y es que Ana era

porfirogeneta. Hija primogénita de Irene Ducas y Alejo I Comneno, vio la luz en la pórfira, la sala púrpura del palacio destinada

a los nacimientos. Las porfirogenetas eran educadas en el gineceo palatino, dirigidas por un preceptor encargado de buscar a los

mejores maestros para instruirlas. Estas niñas poseyeron mayor libertad que sus pares de género, debido a que podían asistir

libremente al Hipódromo y participar de igual a igual en debates filosóficos. A este respecto ella nos dice:

“Yo, Ana, hija de los emperadores Alejo e Irene, vástago y producto de la púrpura, que no sólo no soy

inculta en letras, sino incluso he estudiado la cultura helénica intensamente, que no me despreocupo de la

retórica, que he releído bien las artes aristotélicas…”11

La educación recibida por Ana fue rica en autores y temáticas debido a que la dinastía Comnena prosiguió con la etapa de auge

cultural, intelectual y artístico iniciada con la dinastía macedónica en el siglo IX (Faci Lacasta; 1996).

Hemos dicho que la unidad básica de la sociedad bizantina era la familia. Ésta quedaba constituida legalmente a partir

del matrimonio cristiano, el cual al conformarse en sacramento fosilizó su indisolubilidad, aunque requería del consentimiento

de los contrayentes para consumarse. Pese a esto, las bodas eran frecuentemente arregladas por los padres de los novios con

antelación, siendo la edad legal para llevarse a cabo de doce para las mujeres y catorce para los varones 12. Alejo I

comprometió a su hija de inmediato con Constantino Ducas a fin de consolidar los lazos entre estas dos poderosas familias, de

las cuales salieron en este período los futuros emperadores aleatoriamente. Constantino fue así asociado al trono para asegurar

que sea un hombre el sucesor de Alejo, pero su temprana muerte tras el matrimonio y el nacimiento de Juan, hermano menor

de Ana, terminaron por frustrar el ascenso de Ana como Augusta. Casada en 1097 en segundas nupcias con Nicéforo Brienio y

Florencia Eliana Mello (Universidad Nacional de Luján) 7

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junto a su madre, inició campañas de conspiración para recuperar el cetro imperial. Los planes de asesinato contra Juan y de

persuasión hacia Alejo en su lecho de muerte fracasaron, y tras la muerte de Nicéforo Brienio en 1137 la treta se descubrió y

madre e hija terminaron recluidas en un monasterio. Pese a todo, la promoción dada a la institución monacal en esta época, la

convirtió en el más importante centro de sociabilidad bizantina, por lo cual el claustro de estas mujeres no debe entenderse

como un aislamiento nefasto (Maier; 1986).

Podemos entender los anhelos de Ana al descubrir que su condición de porfirogeneta le otorgaba per se el derecho a

ocupar el trono al morir su padre y, de hecho, la educación que había recibido la colocaba intelectualmente a la altura de

cualquier varón erudito. A la temprana inculcación de la ortodoxia religiosa y el estudio de los autores clásicos, se le sumaron

tras su reclusión la intensificación de los estudios en medicina, geografía y teología. Fue tras la muerte de su esposo cuando

redactó su más famosa obra, La Alexíada. Esta obra, distribuida en quince libros, relata las hazañas de su padre en un marcado

tono épico que la asemeja formalmente a la Ilíada, por lo cual son los datos de las batallas los que más le importan a nuestra

autora. El hecho de ser una princesa le abrió las puertas a los archivos imperiales y a testimonios personales de los protagonistas.

Es destacable su deseo de descubrir la verdad tras la confusión de los hechos, cuestión que hace manifiesta cuando relata:

“Confronté y comparé […] lo que ellos habían dicho con lo que yo sabía por haberlo oído a menudo a

mi padre como a mis tíos paternos y maternos. Con todos esos materiales ha sido tejido el cuerpo total de

la verdad”13.

Esta idea, sin embargo, chocará constantemente con el ensalzamiento a la obra de su padre y el odio hacia su hermano; el trato

inferiorizante hacia la otredad, el empleo de anacronismos y arcaísmos, y la confusión de fechas y personajes. Pese a esto, el

título de historiadora es aplicable a ella por su interés en documentar sus estudios, trabajar sobre la realidad y tratar de dejar

asentado históricamente lo que le otorgó su padre al Imperio, como indica al decirnos:

“Quiero por mediación de este escrito referir las acciones de mi padre, indignas de ser entregadas al

silencio ni de que sean arrastradas por la corriente del tiempo, como a un piélago de olvido…”14

Cabe destacar también su afición al purismo, es decir, a la escritura en un griego impecablemente clásico, y los detalles

que aporta sobre la topografía del escenario mediterráneo durante el desarrollo de la Primera Cruzada en 1099. De hecho,

Régine Pernoud (2000) considera a Ana la primera persona en hacer referencia a este fenómeno, y por sus relatos sobre la

sociedad, sus costumbres y el rol que la mujer ofició en ese movimiento, la posiciona como la historiadora más completa en

cuestión de cruzadas. Ana escribe:

“Esos hombres tenían tanto ardor e ímpetu, que abarrotaron todos los caminos, una muchedumbre sin

armas más numerosa que los granos de arena y que las estrellas acompañaba a los soldados celtas

portando palmas y cruces sobre sus hombros: hombres, mujeres y niños que dejaban su país”15.

De esta manera, Ana nos ayuda a desmitificar la historia del caballero partiendo solo, devolviéndole la humanidad al

acontecimiento al descubrir el papel de las esposas junto a sus hijos, como auxiliares de guerra, aprovisionadoras y enfermeras.

La presencia de la familia indica que las cruzadas fueron peregrinaciones en armas, no una guerra. Al escribir sobre esto, sin

embargo, Ana no duda en denigrar a sus pares de género por formar parte de una latinidad tosca, peligrosa y extranjera. En este

punto, Lucía Guerra nos recuerda que la otredad siempre es múltiple, por lo que a la oposición primigenia hombre/mujer hay

Florencia Eliana Mello (Universidad Nacional de Luján) 8

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que agregarle siempre, para enriquecer el entendimiento, las diferentes relaciones de dominación y subordinación que se

configuran entre personas del mismo sexo. Sobre estos bárbaros extranjeros, Ana relata que:

“Conociendo la irritable naturaleza de los francos [Alejo] temía que una chispa de discordia se inflamara

por un pretexto fútil y que resultara de allí una gran daño para el Imperio Romano”16.

Las relaciones entre bizantinos y cruzados se tornaron tensas cuando éstos comenzaron a hacer caso omiso a la

exigencia de Alejo I de ceder aquellos territorios recuperados que antes le hubiesen pertenecido a Bizancio. La confrontación

entre ambos grupos debe entenderse en base al cisma que había separado a ambas Iglesias en 1054. La creación del reino latino

de Jerusalén no hizo más que acrecentar la diferencia entre ambas Iglesias. Tras la Cuarta Cruzada en 1204 y con la conquista

de Constantinopla por los cruzados, la separación de las dos Iglesias será irrevocable.

3. ¿EJEMPLOS AISLADOS?

Es cierto que nos ocupamos de mujeres que han nacido y/o vivido en el ámbito palatino, y aquí es obviamente más fácil

encontrar mujeres desempeñando roles de poder y a la Historiografía Antigua ocupándose de ellas. Nada parece haber acerca

de las mujeres de los estratos subalternos de la población, pero para superar el abismo informativo la legislación es una buena

herramienta. Según el Derecho bizantino la mujer estaba recluida al ámbito de lo privado sino se velaban ni eran acompañadas

por sus esclavos para salir a la calle, salvo que la dama fuera emperatriz o concubina del soberano. No podían asistir a los baños

públicos junto a los hombres ni relacionarse con extraños, ni tampoco poseer cargos civiles. El acceso a la Justicia era limitado

en casos como la demanda en defensa contra terceros, la realización de una acusación criminal, o la participación como testigo

testamentario. No podían ser tutoras si no eran madres o abuelas de la criatura, y tenía derecho de solicitar un tutor para sus hijos

en caso de enviudar. El Derecho Civil prefirió siempre, en caso de viudedad de la mujer, tolerar las relaciones adúlteras antes

que aceptar las segundas nupcias, con el fin de que los hijos de ésta no perdieran la herencia al deber ser repartida entre más

cantidad de personas. El divorcio sólo se permitía en caso de que el marido instigase a la esposa a cometer acciones corruptas,

estuviese enfermo o loco, y/o fuese promiscuo o impotente. El adulterio estaba estrictamente penado por el Derecho Civil sólo

para las mujeres 17, mientras que el Derecho Canónigo observaba la sanción para ambos sexos. El rapto de mujeres era otra

cuestión severamente penada por ley, pudiendo el culpable ser asesinado por ello.

Otro espacio seguro para la mujer diferente al familiar, era la vida religiosa y asceta, y siguiendo con la línea de la

ostentación característica, este ascetismo era digno de exhibirse debido a que era el símbolo máximo de la defensa de la

ortodoxia (Cavallo; 1994). Desde el siglo IV los Obispos intentaron persuadir a las jóvenes de alta sociedad, desde una literatura

estrictamente normativa, de la penuria del matrimonio y de los beneficios abstractos de la virginidad.

“Acaso diga alguno: ¿Y te atrevéis a hablar mal de las nupcias que fueron bendecidas por el Señor? No

es hablar mal de las nupcias anteponerles la virginidad. Nadie compara lo malo con lo bueno”18.

Rouselle (1989) indica que como modelo no sólo se citaba la vida de Jesús plasmada en las Escrituras, sino también a los

monjes ascetas de los desiertos orientales. De cualquier manera, la continencia era considerada como un vehículo para la

salvación que posibilitaba una mayor perfección del ser femenino. Las prácticas virginales fueron desde este momento

frecuentes tanto en los hogares como en los monasterios –con o sin consentimiento de las mujeres-.

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4. CONCLUSIÓN

A lo largo de este trabajo, diversos elementos de análisis deben habernos llevado a comprender el grado de

tradicionalismo que atravesó a la sociedad bizantina a través del tiempo. Cuestiones tales como la idea de un universalismo

religioso y el ser continuadores del Imperio Romano, fueron las claves que estructuraron esta manera de pensar y vivir el

mundo. A nivel de las relaciones de género, desigualdad, inferiorización y misoginia fueron los elementos estables que, puede

decirse, determinaron las relaciones entre los sexos y la posibilidad de acción de cada uno. De todo esto debe desprenderse,

además, el conformismo que recubría a la sociedad bizantina en su conjunto, de acuerdo a la idea que tras caer el Imperio, lo

único que podría existir sería el fin de los Tiempos. Este tipo de pensamiento no sólo se tradujo en la respeto hacia lo religioso y

al rol del emperador como emisario de Cristo, sino en la continuidad de formas que a grandes rasgos presenta esta sociedad. Sin

embargo, la situación inferiorizante sufrida por las mujeres agregó, a este sometimiento, la reclusión del cuerpo y la escasa

libertad de participación y movimiento.

Pero tradición y conformismo no son sinónimos de petrificación, ni mucho menos. Hemos visto acontecer cambios a

nivel social, religioso, político, cultural y económico. Lo que permitió armonizar la aparente contradicción entre la tradición y el

cambio fue precisamente esta idea de la renovación como vuelta a la tradición. Este dinamismo que no puede negársele a

Bizancio, implicó claramente una regresión hacia lo antiguo, pero recomprendiéndolo y modificándolo para poder explicar las

problemáticas actuales, otorgándoles sentido. Sin embargo, lejos de mi intención está el hecho de reconocer sólo esta idea de

retorno continuo. Si el análisis sólo versara sobre este tópico no podrían entenderse las diversas maneras que encontró el

Imperio de construir una identidad cambiante, al hilo de los acontecimientos. Fue quizá esta idea de ecúmene cristiana la que

permitió conformar una unidad a partir de elementos nuevos y viejos, pero siempre heterogéneos. Como resultado de ello, la

noción identitaria ganó la flexibilidad que le permitió al Imperio seguir definiéndose como tal a pesar de los embates recibidos.

En lo que respecta a las mujeres, y siempre teniendo en cuenta la matización que nos permite hacer el análisis del

Derecho Civil, el cual afectó fundamentalmente a las mujeres de los estratos poblacionales subalternos, es destacable los

avances realizados en torno a la legislación que las protegió, y el humanismo que el cristianismo logró filtrar hasta la

codificación para mejorar la situación de la mujer en el Imperio. De aquí que por lo menos en el ámbito familiar, el

patriarcalismo bizantino haya ampliado los espacios de participación femenina, aunque no se deban exagerar sus bondades. A

pesar de esto, es patente que fue en el ámbito del poder donde las mujeres más pudientes lograron ejercer su influencia. La

facilidad de acceso hacia los círculos políticos, les permitieron hacer uso de ciertas herramientas del magisterio eclesiástico, y

como consejeras imperiales ahondar en problemáticas de su específico interés. El hecho de que se les haya permitido hacerlo,

recordemos, fue esta idea de que siempre era mejor darle paso a una mujer en el trono, antes que desestructurar el edificio

político-tradicional en donde se cimentaba el Imperio Bizantino.

A pesar de que hayan sido claramente excepciones, el hecho de no hayan sido las únicas remite a la idea de que desde un

principio, las estructuras patriarcales del Imperio estaban acondicionadas para soportar cierto límite de transgresión. Tras una

primera impresión de lo que parece significar el patriarcalismo, es necesario profundizar entre sus resquicios para aprehender la

diferencia entre lo fijado por la normativa, y lo que realmente sucedía en la realidad. Sin duda, mujeres como las que se

presentaron en este trabajo ayudaron a resignificar las fronteras entre los géneros y con ello, contribuir a la reconfiguración de

las identidades en boga al interior del Imperio.

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5. NOTAS

1. Estas otras representaciones cambiantes pueden asociarse a las fluctuaciones protagonizadas por el “ser bizantino” a lo largo de la historia del Imperio. En referencia a esto, resulta interesante ver al proceso de etnogénesis (es decir, la conformación de una etnicidad o identidad particular) como un “constructo situacional", es decir, como una estructura que puede modificarse acorde a las circunstancias. WICKHAM, C. 2008 La forma del Estado. Una Historia Nueva de la Alta Edad Media. Crítica, Barcelona.

2. PROCOPIO DE CESAREA. 1983 Historia Secreta. Centro Editor de América Latina, Buenos Aires. P. 483. Esto fue posible gracias a que el tío de Justiniano, Justino, cambió la legislación para que la elección entre diferentes estratos

sociales fuera posible. MARTOS RUBIO, A. 2008 La oscuridad frente a la luz. Papisas y Teólogas. Mujeres que gobernaron el reino de Dios en la Tierra. Nowtilus, Madrid.

4. La “ceremonia” (en griego, táxis) asociada a los actos imperiales recreaba ritualmente el ordenamiento social bizantino. De esta manera, el despliegue de las diferentes identidades sociales durante la ceremonia, confluía en una identidad superadora que era el “ser bizantino”, fuertemente determinado por el afán de ostentación y el deseo de orden y lujo. La confluencia simbólica entre elementos rituales de la Roma pagana y de la religiosidad oriental, demuestran de qué manera Bizancio consiguió sintetizar estas influencias y reconfigurarlas de acuerdo a sus estructuras propias de poder. CAVALLO, G. 1994 El Hombre Bizantino (Introducción). Alianza, Madrid.

5. PROCOPIO DE CESAREA. 2011 Temple de la Emperatriz Teodora ante la rebelión de Nika. Historia de la guerra contra los persas. Fuentes de Cátedra. Universidad Nacional de Luján, Buenos Aires.

6. Estos conflictos posicionarán también a Constantinopla como sede obispal de importancia al ampliar su rango jurisdiccional, siendo segunda tras Roma (según reza el canon 28 del Concilio de Calcedonia). La mera superioridad honorífica a la cual quedará reducida la sede romana se conseguirá tras celebrarse el Concilio Quinisexto en 691 bajo el mandato de Justiniano II. VALLEJO GIRVES, M. 2006 El Imperio Romano de Bizancio, conflictos religiosos. En Sotomayor M. y Fernández Ubiña J. (Coord.), Historia del Cristianismo, I El Mundo Antiguo. Trotta, Universidad de Granada, España.

7. PROCOPIO DE CESAREA. 1983 Op. Cit. P. 72. El subrayado es un agregado propio.8. CONCILIO QUINISEXTO. 2011 Canon 82. (Siglo VII). Fuentes de Cátedra. Universidad Nacional de Luján, Buenos Aires.9. TEOPHANES. Carta de Irene a Nicéforo I (802). Cronographia. En Martos Rubio, A. 2008 La Querella de las Imágenes, Op.

Cit. P. 24210. COMNENO, A. Alexíada. En DAMIANI, A. 1995 La mujer en el Imperio Bizantino. Cuadernos del Sur, nº 25. UNS, Bahía

Blanca. P. 7 11. COMNENO, A. Alexíada. En DIAZ ROLANDO, E. 1988 La Alexíada de Ana Comnena. Erytheia: Revista de estudios

bizantinos y neogriegos. Nº 9, 1. ULR. España. P.30. Http://interclassica.um.es/index.php/interclassica/investigacion/hemeroteca/erytheia/numero_9_1_1988/ la_alexiada_de_ana_comnena

12. Estos matrimonios propiciaban el acercamiento de una familia al linaje reinante, u oficiaban como herramienta diplomática en las relaciones internacionales. Sobran ejemplos de princesas bizantinas entregadas a partir del siglo X en adelante. DAMIANI, A. 1995 Op. Cit. P. 9

13. COMNENO, A. 1985 Alexíada (Selección). UBA-FFyL, Buenos Aires. P. 10. Este pasaje también evidenciaría (al mencionar los testimonios tanto de tíos paternos como maternos), la importancia aun vigente en esta época de la bilateralidad de los vínculos familiares, pudiéndose constatar por ende lo dicho por Goody, sin intención de exagerar tampoco la mejora posicional de la mujer en el ámbito familiar bizantino.

14. COMNENO, A. Alexíada. En DIAZ ROLANDO, E. 1988 Op. Cit. P. 3015. COMNENO, A. Alexíada. En PERNOUD, R. 2000La Mujer en tiempo de las Cruzadas. Complutense, Madrid.16. COMNENO, A. 1985 Op. Cit. P. 3. Aquí no sólo puede apreciarse la generalización étnica que Ana hizo sobre los cruzados

sino la idea de continuidad que en el siglo XII aun estaba vigente, la cual unía inexorablemente el destino de los bizantinos con la protección del bastión oriental del Imperio Romano. Esta idea se evidencia ya en el siglo V en la Historia Secreta de Procopio de Cesárea.

17. Los castigos ante este delito iban desde la mutilación facial, el corte de pelo, el apaleamiento y la reclusión en un convento. El hombre tenía derecho a matar al amante de su esposa si éste era de condición servil, o si hubiese desatendido los avisos previos de castigo. El padre de la adúltera tenía derecho a matar a su hija y a su amante si así lo deseaba. Un hombre sólo era castigado en caso de que su amante fuese una mujer casada. DAMIANI, A. 1995 Op. Cit. P. 10

18. SAN JERONIMO. 2011 A Eustoquia. Fuentes de Cátedra. Universidad Nacional de Luján, Buenos Aires. P. 175

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6. BILIOGRAFÍA

- ANDERSON, B. y ZINSSER, J. 1992 Historia de las Mujeres: una historia propia. Crítica, Barcelona.- BROWN, P. 1997 Obispos, ciudad y desiertos: el Imperio Romano de Oriente. El primer milenio de la

cristiandad occidental. Barcelona, Crítica. - CABRERA, E. 1998 Bizancio en la Época Iconoclasta. Historia de Bizancio. Ariel, Barcelona.- CAVALLO, G. 1994 El Hombre Bizantino (Introducción). Alianza, Madrid. - COMNENO, A. 1985 Alexíada (Selección). UBA – FFyL, Buenos Aires.- CONCILIO QUINISEXTO. 2011 Canon 82. (Siglo VII). Fuentes de Cátedra, Universidad Nacional de Luján,

Buenos Aires.- DAMIANI, A. 1995 La mujer en el Imperio Bizantino. Cuadernos del Sur, nº 25. Universidad Nacional del Sur,

Bahía Blanca. 5-18 - DIAZ ROLANDO, E. 1988 La Alexíada de Ana Comnena. Erytheia: Revista de estudios bizantinos y

neogriegos. Nº 9, 1. Universidad de La Rioja, España. 23-33. Disponible en http://interclassica.um.es/index.php/interclassica/investigación/hemeroteca/e/erytheia/numero_9_1_1988/ la_alexiada_de_ana_comnena

- FACI LACASTA, J. 1996 Introducción al Mundo Bizantino (Selección). Síntesis, Madrid. - FOSSIER, R. 1988 ¿Hacia una nueva Bizancio? La Edad Media. La Formación del Mundo Medieval (350-950).

Crítica, Barcelona. - GUERRA, L. 2006 Ejes de la territorialidad patriarcal. La mujer fragmentada: Historia de un signo. Cuarto

Propio, Chile. - GOODY, J. 1986 A ambos lados del Mediterráneo. La Evolución de la Familia y el Matrimonio en Europa.

Herder, Barcelona. - MARTOS RUBIO, A. 2008 Papisas y Teólogas. Mujeres que gobernaron el reino de Dios en la Tierra.

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guerra contra los persas. Fuentes de Cátedra, Universidad Nacional de Luján, Buenos Aires.- ROUSELLE, A. 1989 Virginidad femenina y continencia masculina; De la virginidad a la frigidez. Porneia: Del

dominio del cuerpo a la privación sensorial. Península, Barcelona.- SAN JERONIMO. 2011 A Eustoquia. Fuentes de Cátedra, Universidad Nacional de Luján, Buenos Aires. - SANTA BIBLIA. 1995 Versión Reina Valera (Revisión de 1960). Sociedades Bíblicas Unidas, México. - TEJERO CONI, G. 2011 Sexualidad y confiscación del espacio. I Taller para Jóvenes Investigadores en

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- WICKHAM, C. 2008 La forma del Estado. Una Historia Nueva de la Alta Edad Media. Crítica, Barcelona.

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