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 Jonàs Gnana 

 Bert Hellinger Bert Hellinger fue quien desarrolló las Constelaciones Familiares, descubriendo a través de este trabajo, lo que

llamó los Ordenes del Amor, los principios filosóficos de este nuevo paradigma sistémico.

Hellinger nació en 1925, estudió Filosofía, Teología y Pedagogía. Murió en 2019. Durante 16 años trabajó como

miembro de una orden misionera católica con los Zulú en Sudáfrica. Más tarde se hizo psicoanalista y a través

de la Dinámica de Grupos, la Terapia Sistémica, el Análisis Transaccional y diversos métodos de Hipnoterapia

llegó a desarrollar su propia forma de realizar las Constelaciones Familiares.

Este método es hoy día respetado y reconocido en todo el mundo y es aplicado en diferentes campos. Por

ejemplo en la psicoterapia, en los servicios de asesoría y coaching dirigidos a las empresas y organizaciones, en

la medicina, en la consulta de psicología y la orientación pedagógica. Ha revolucionado la propia mirada

sistémica al aportar su comprensión relacional de lo que llamó Los 3 Órdenes del Amor.

Bert Hellinger ha escrito 64 libros traducidos a 25 idiomas. El libro El Amor del Espíritu es una recopilación de

sus textos más relevantes. Imprescindible leerlo.  

 LOS ÓRDENES DEL AMOR  3 Leyes que rigen la conciencia   Muchos piensan que el amor podría superarlo todo. Que tan sólo hay que amar lo                             suficiente para que todo se arregle. La experiencia, sin embargo, demuestra todo lo                         contrario. Muchos padres tienen que ver que sus hijos, a pesar de su amor, no se                               desarrollan de la manera que ellos desearían. Tienen que ver que sus hijos caen en la                               enfermedad o en la adicción o que se suicidan, a pesar de haberles dado todo su amor.                                 Por tanto, aparte del temor, aún se necesita algo más para que este amor se logre: se                                 requiere el conocimiento y el reconocimiento de un Orden del amor que actúa en las                             profundidades del alma. 

Bert Hellinger  

La mayoría de los textos han sido escogidos de libro

El Amor del Espíritu. Bert Hellinger

únicamente con finalidad didáctica

   

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 Jonàs Gnana 

Las condiciones previas 

Las condiciones predeterminadas para las relaciones humanas comprenden:

1. la Vinculación (Orden de Pertenencia)

2. la Compensación (Orden de Equilibrio)

3. el Orden (Orden de Jerarquía)

Solemos cumplir estas tres condiciones, al igual que las condiciones para nuestro equilibrio, incluso en contra

de otros deseos o intenciones, siguiendo el imperativo del impulso, de la necesidad y del reflejo. Las

reconocemos como condiciones básicas porque a la misma vez las experimentamos como necesidades básicas

El vínculo, la compensación y el orden se condicionan mutuamente, y su interacción es lo que experimentamos

como conciencia. Así pues, también experimentamos la conciencia como impulso, necesidad y reflejo, y en el

fondo como fundida con las necesidades de vinculación, compensación y orden.

Ahora bien, aunque siempre existe una interacción entre estas 3 necesidades, cada una tiende a imponer sus

fines con un sentimiento propio de culpa e inocencia. Sentimos la culpa y la inocencia de maneras diferentes,

dependiendo de la meta y de las necesidades que sirven.

1. Al servicio del vínculo sentimos la culpa como exclusión y lejanía, y la inocencia como cobijo y

cercanía.

2. Al servicio de la compensación entre dar y tomar, sentimos la culpa como obligación, y la inocencia

como libertad o derecho.

3. Sirviendo al orden, sentimos la culpa como infracción y como temor al castigo, y la inocencia como

cumplimiento y como lealtad

La conciencia sirve a cada uno de estos fines, aunque resulten contradictorios. En consecuencia, también

experimentamos estas contradicciones en los fines como contradicciones en la conciencia. De hecho, muchas

veces la conciencia, al servicio de la compensación nos exige aquello que al servicio del vínculo nos prohíbe, y

al servicio del orden nos permite aquello que al servicio del vínculo nos impide.

Por ejemplo, cuando cuando le causamos a otro un daño igual que nos causó a nosotros, estamos

satisfaciendo la necesidad de la compensación, y nos sentimos justos. El vínculo, sin embargo, por regla

general, queda destruído. Por eso para corresponder a tanto a la necesidad de compensación como del vínculo

el daño que nosotros devolvemos debería ser un poco inferior al que nos causó. A esto le llamamos

compensación negativa, no es un castigo, no es una venganza, simplemente buscamos restaurar el equilibrio

sin dañar el vínculo (aunque la relación quede resentida). De esta manera la compensación sufre, pero el

vínculo y el amor ganan.

Por otro lado, cuando hacemos a otro tanto bien como él nos hizo a nosotros, bien suele darse la

compensación pero raras veces el vínculo. Para que la compensación entre el dar y el recibir favorezca también

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el vínculo, tenemos que darle al otro un poco más de lo positivo que él nos dio a nosotros. Y el otro, al

compensar lo recibido, tiene que darnos un poco más de lo que nosotros le dimos. De este modo, dar y recibir

permiten tanto la compensación como el vínculo y el amor.

Contradicciones similares experimentamos entre las necesidades de vinculación y orden. Por ejemplo, cuando

una madre riñe a su hijo por algo que hizo, mandándole a que se quede en su habitación durante una hora

entera, esta madre cumple con el orden, pero el hijo se enfadará con ella con razón, ya que teniendo en

cuenta el orden, la madre atenta contra el amor. En cambio, perdonándole al hijo, al cabo de un tiempo el

resto del castigo, la madre atenta contra el orden, al mismo tiempo sin embargo, fortalece el vínculo y el amor

entre ella y su hijo.

Por tanto cualquiera que fuera nuestra manera de seguir a la conciencia, ésta tanto nos condena como nos

absuelve. Pero al igual que nuestras necesidades difieren, también nuestra relaciones difieren siguiendo

diferentes objetivos o intereses. Si servimos a una relación es posible que perjudiquemos a la otra. Y aquello

que en una es considerada inocencia, en otra nos arroja a la culpa. De modo, que por un mismo acto, nos

hallemos ante muchos jueces, y mientras uno nos condena, otro nos absuelve.

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 Jonàs Gnana 

1. PERTENENCIA 

El Sistema Familiar es el campo de Conciencia en el que estamos unidos. Dentro de este campo, todos estamos

resonando con todos. Aunque este campo sistémico a veces está en desorden. Este desorden se produce

cuando alguien que pertenece a él, ha sido excluido, rechazado u olvidado.

Cada persona excluida sigue estando vinculada a nosotros. Y se manifiesta a través nuestro porque en este

campo rige una ley fundamental: todos los que forman parte de una familia tienen el mismo derecho a

pertenecer. No se puede excluir a nadie.

Si alguien fue excluido, por las razones que fuera, bajo la influencia del campo a través de esta resonancia, se

determina que otro miembro de la familia represente al excluido.

De este modo imita sus actitudes, sus ideas, sus sentimientos o su destino. Y así se restablece la integridad

perdida en la Conciencia Familiar: buscando incluir a quien fue excluido. Las Constelaciones Familiares ayudan

a restablecer este Orden.

Todos los miembros de una familiar tienen derecho a pertenecer a ese sistema. No importa si es o fue una

“buena” o “mala” persona, no importa lo que haya hecho, o como sea: tiene derecho siempre y sin excepción

a un lugar en el sistema. Esto significa que a pesar de la características y condiciones de cada vida y familia, no

se le excluye. Se le tiene en cuenta y se le reconoce por quien es, más allá de cómo sea y lo que haya hecho.

El derecho a Pertenecer, no es algo que tengamos que ganar con una buena actitud en nuestra familia, o

haciendo cosas que se pidan por nuestra cultura o tradiciones religiosas o familiares. Este Orden es el que nos

parece más obvio, pero el que más fácilmente se vulnera.

Si alguien es excluido u olvidado en una situación de vulnerabilidad, otro miembro del sistema ocupará su

lugar (de manera inconsciente) repitiendo actitudes, patrones, sentimientos. Esto es a lo que se refiere

Hellinger, con repetir el destino de un ancestro.

Los excluidos pueden ser personas que:

○ Por su conducta, ideología diferente no se habla de él/ella en la familia, se les niega de algún

modo por algo que hicieron vergonzoso, o que se considera inmoral. Por ser diferentes o

tomar decisiones contrarias a la voluntad de la familia. (Una persona homosexual, o una

persona que pertenece a otra religión diferente de la familia de origen)

○ Tuvieron un destino muy difícil y es doloroso su recuerdo: muerte trágica, guerras, violencia.

○ Dejan su lugar para alguien más: hermanos muertos, parejas anteriores.

○ Personas que murieron en situaciones difíciles o niños muertos a temprana edad, abortos.

  

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 Jonàs Gnana 

El límite  

Donde la conciencia vincula, también pone límites, incluyendo y excluyendo. Muchas veces, por lo tanto, si

queremos pertenecer a un grupo, tenemos que retirarle negarle al otro, que es distinto, la pertenencia que

para nosotros reivindicamos. Así, por la conciencia nos hacemos terribles para el otro, ya que en nombre de la

conciencia, tenemos que desear o hacer al otro que se desvía de ella, aquello que para nosotros mismos

tememos como consecuencia peor de una culpa y como amenaza extrema: la exclusión del grupo.

Pero de la misma manera que nosotros tratamos a otros, ellos en nombre de la conciencia, también actúan

como nosotros. Así mutuamente nos ponemos un límite para el bien, y en nombre de la conciencia,

suprimimos este límite para el mal.

Así pues, culpa e inocencia no son lo mismo que bien y mal. Ya que muchas veces realizamos actos malos o

dañinos con la conciencia limpia, y los actos buenos con mala conciencia. Realizamos los actos malos con

buena conciencia siempre que sirvan al vínculo con el grupo importante para nuestra supervivencia, y

realizamos los actos buenos con mala conciencia siempre que pongan en peligro el vínculo con este grupo.

La red familiar: todos los que pertenecen 

Ahora bien, no sólo pertenecemos a nuestros padres sino que también formamos parte de una red familiar, de

un sistema mayor. La red familiar actúa como dirigida por una instancia superior, vinculante para todos sus

miembros. Es comparable a una bandada de pájaros: de repente, todos giran en otra dirección, como dirigidos

por una fuerza superior que actúa en todos ellos. En la red familiar, esta instancia superior actúa como una

conciencia común. Esta conciencia permanece mayormente inconsciente. Así, pues, conocemos los Órdenes a

los que esta Conciencia sirve por los efectos de nuestros actos que respetan o infringen estas leyes.

Primeramente, quisiera definir el círculo de personas que esta conciencia abarca y dirige, ya que por los

efectos puede conocerse su ámbito de influencia. Así pues, la red familiar comprende:

1. todos los hijos, también los que murieron o nacieron muertos

2. los padres y todos sus hermanos

3. los abuelos

4. a veces, alguno de los bisabuelos e incluso antepasados más lejanos, sobre todo aquéllos que sufrieron

una suerte trágica

5. y también forman parte personas que no son familiares, a saber, todos aquellos por cuya muerte o

desgracias, otros en la familia tuvieron una ventaja, por ejemplo, parejas anteriores de los padres o

abuelos.

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 Jonàs Gnana 

El derecho a la pertenencia  

En el seno de la red familiar rige el orden fundamental, la ley fundamental de que cada uno de sus miembros

tiene el mismo derecho a la pertenencia. En muchas familias hay determinados miembros que son excluidos,

por ejemplo, cuando algunos dicen: “Este es una bala perdida, este no pertenece a nosotros”. O “de este hijo

ilegítimo no queremos saber nada”. De esta manera, se les niega el derecho a la pertenencia.

O también hay personas que dicen: “Yo soy católico y tú, protestante. Yo, como católico, tengo más derecho a

formar parte que tú”. O a la inversa: “Yo, como protestante, tengo más derecho, porque mi fe es más

ortodoxa. Tú tienes menos fe que yo, por tanto, tienes menos derecho a formar parte”. Este caso ya no se da

con tanta frecuencia hoy en día, pero aún se encuentra.

O cuando un hijo muere a temprana edad, los padres le dan al hijo que nace después de él, el nombre de este

hermano muerto. De esta manera, le dicen al hijo muerto: “Ya no formas parte. Tenemos a alguien que te

sustituya”. El hijo muerto ni siquiera conserva su propio nombre. Muchas veces, tampoco se le cuenta entre

los hermanos, ni se le menciona. Así se niega y se rehúsa su derecho a la pertenencia.

En la práctica, gran parte de la moral de aquellos que se consideran mejores y superiores a otros significa: “Yo

tengo más derecho a formar parte que tú”. O cuando se tiene un mal concepto de alguien o se le considera

malo, de hecho, se le está diciendo: “Tú tienes menos derecho a formar parte que yo”. En este caso, bueno

significa “yo tengo más derechos” y malo significa “tú tienes menos derechos”.

Los excluidos son representados  

Esta ley fundamental de que cada uno tiene el mismo derecho a la pertenencia no tolera ninguna infracción.

Donde esto ocurre, inconscientemente se desarrolla una necesidad de compensación en el sistema, que

conduce a que los excluidos o menospreciados posteriormente sean representados por otros miembros de la

familia, sin que éstos se den cuenta.

Así, por ejemplo, cuando un hombre, durante su matrimonio conoce a otra mujer y le dice a su esposa: “Ya no

quiero saber nada de ti”, alegando además excusas gratuitas que suponen una injusticia para ella, entonces

esta mujer será representada posteriormente por una hija o un hijo del segundo matrimonio del marido. En

consecuencia, esta hija luchará contra su padre con el mismo odio que la mujer rechazada siente; sin embargo,

ni siquiera sabe que la está representando. Aquí actúa una fuerza oculta procurando la compensación para

que la injusticia que se cometió con la anterior sea vengada por una posterior.

Muchos sucesos trágicos o conflictivos en la familia, como pueden ser los trastornos en el comportamiento de

los hijos, pero también enfermedades y el peligro de sufrir accidentes o de suicidarse, radican en el hecho de

que, inconscientemente, el hijo / la hija representa a una persona excluida, procurándole el reconocimiento.

Aquí se revela aún otra característica de la instancia superior: es justa con los anteriores e injusta con los

posteriores.

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 Jonàs Gnana 

Liberarse de las implicaciones sistémicas 

La liberación de este tipo de implicaciones requiere el establecimiento del orden fundamental, es decir, que

los excluidos vuelvan a ser integrados y valorados. Así, por ejemplo, la segunda mujer debería decirle a la

primera: “Tengo el marido a costa tuya. Lo valoro y reconozco que sufriste una injusticia. Por favor, míranos

con buenos ojos, a mí y a mis hijos”. De esta manera, se respeta a la primera mujer. En el trabajo con

Constelaciones Familiares se puede ver cómo se relaja la expresión de la primera mujer, lo amable que se

vuelve de repente porque es respetada. Así se reconoce que también ella forma parte del sistema familiar.

La solución también implica que la hija que represente a esta mujer le diga interiormente: “Yo sólo soy de mi

madre y de mi padre. Lo que hubo entre vosotros adultos, no es asunto mío”. A su padre le dice: “Tú eres mi

padre y yo soy tu hija. Por favor mírame como tu hija”. Así, el padre ya no tiene que ver ella a la mujer anterior,

ni encontrarse con el odio o el dolor que ésta quizás sienta. O si aún la ama, no tiene que ver a la hija como a

una amante sino sólo como su hija. Así, la hija puede ser hija, y el padre es padre.

Además, la hija tiene que decirle a su padre: “Esta es mi madre. Con tu mujer anterior no tengo nada que ver.

Yo tomo a mi madre. Ella es la verdadera para mí.” A continuación, tiene que decirle a la madre: “Con la otra

mujer no tengo nada que ver”. De lo contrario, esta hija se convierte en una rival de la madre, lo cual le impide

ser hija. Así, quizás la madre inconscientemente vea en ella a la otra mujer, por lo que la madre e hija entran

en conflicto como dos amantes rivales. En cambio, si la hija dice: “Tú eres mi madre y yo soy la hija. Con la

otra, no tengo nada que ver. Te tomo a ti como mi madre. Por favor, tómame como tu hija”, el orden se

restablece.

Pero aún existen implicaciones mucho más graves. Por ejemplo, cuando en una familia muere un hijo en

temprana edad, frecuentemente los hijos que siguen con vida se sienten culpables por estar vivos mientras

que su hermano está muerto. Piensan que tienen una ventaja porque viven, y que el otro está en desventaja

por estar muerto. Así, pretenden compensarlo, por ejemplo, fracasando, o sufriendo, o cayendo enfermo, o

incluso queriendo morir, sin saber por qué.

Aquí, el Orden del Amor consistiría en que interiormente le dijeran a su hermano muerto: “Tú eres mi hermano

–o mi hermana-, te respeto como mi hermano y como mi hermana. En mi corazón tienes un lugar. Me inclino

ante tu destino, cualquiera que fuera, y asumo mi propio destino, tal como me venga dado.” Así, el hijo muerto

es respetado, y los demás pueden seguir viviendo sin sentirse culpables.

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 Jonàs Gnana 

El vínculo   

Cuando el hombre y la mujer mutuamente se toman como hombre y como mujer, en un pleno sentido, a

través de la consumación de su amor, se crea un vínculo. Este vínculo es indisoluble. Esto no tiene nada que

ver con la doctrina moral de la iglesia acerca de la indisolubilidad del matrimonio. La consumación del amor

crea un vínculo independiente del matrimonio e independiente de cualquier rito exterior.

Que este vínculo existe, se percibe por los efectos. Así, por ejemplo, la persona que se separa a la ligera de la

pareja a la que estaba unida por la consumación del amor, por regla general no podrá conservar a otra pareja

en una segunda relación, ya que la segunda pareja percibe el vínculo con el primer compañero, por lo que no

se atreve a tomar a la pareja plenamente.

Cuando un hombre abandona a una mujer y se vuelve a casar, la segunda mujer quizás se considere mejor

diciendo: “Ahora lo tengo para mí”. No obstante, lo perderá. Si triunfa, lo perderá. De esta manera, la segunda

mujer reconoce el vínculo del marido con su primera mujer.

Así, tampoco tomará al marido plenamente. En las constelaciones familiares se puede ver que una segunda

mujer se aparta algo del marido. No se atreve a ponerse cerca de él porque no se trata del primer vínculo sino

del segundo.

La profundidad del vínculo puede deducirse de sus consecuencias. La separación del primer amor es la más

difícil; es la que más duele. Cuando una segunda relación se separa, el dolor es menor. En la tercera, es aún

menor.

Sin embargo, el vínculo no equivale a amor. El amor puede ser escaso y el vínculo, profundo. Por otra parte, el

amor puede ser profundo, y el vínculo, ínfimo. El vínculo se crea a través de la realización sexual. Por eso,

también se desarrolla en el incesto y en la violación. Para que posteriormente se pueda establecer un nuevo

vínculo, el primero debe ser resuelto de manera positiva. El vínculo se resuelve reconociéndolo y valorando a

la primera pareja. Quien rechaza y desprecia el primer vínculo, impide el vínculo siguiente.

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 Jonàs Gnana 

2. EQUILIBRIO 

En las relaciones de pareja, hermanos, compañeros de trabajo, amigos, grupos sociales, existe la necesidad de

intercambio, de un constante dar y recibir. El intercambio debe tender al equilibrio para que la relación pueda

crecer. Cuanto mayor el intercambio, más fuerte es el vínculo en la relación.

Cuando algún miembro del sistema “da” en exceso o no quiere recibir del otro, o cuando alguien “toma” lo

que no le corresponde, genera un desequilibrio y puede afectar a más miembros del sistema. El desequilibrio

se puede ver reflejado en ciclos de Violencia o codependencia.

La única relación en la que no se puede llegar a un equilibrio es con nuestros padres. Los padres dan la vida y

los hijos la toman. La vida es un regalo que ellos nos han hecho.

Padres e hijos 

En primer lugar, los Órdenes del Amor entre padres e hijos comprenden que los padres den y los hijos tomen.

Los padres dan a sus hijos aquello que antes tomaron de sus propios padres y aquello que como pareja, toman

el uno del otro.

Los hijos en un primer lugar toman a sus padres como padres, y en segundo lugar todo aquello que los padres

den de más. A cambio, los hijos más tarde, pasan a otros lo que de sus padres recibieron, sobre todo a sus

propios hijos. Quien da puede dar, porque antes tomó, y quien toma puede tomar porque más tarde también

dará.

Quien estuvo antes tiene que dar más, porque ya ha tomado más también, y quien llega más tarde aún tiene

que tomar aún más. Pero también él, más tarde, cuando haya tomado lo suficiente, dará a los posteriores. De

esta manera, dando o tomando, se someten a un mismo Orden, siguiendo a una misma ley.

Este Orden también es válido para el dar y tomar entre hermanos: quien estuvo primero tiene que dar al

posterior, y quien llega más tarde tiene que tomar del anterior. El hijo mayor da más, el hijo menor toma más.

Pero el primero tomó de los padres a solas, y los siguientes tomaron de sus hermanos mayores, pero no

tuvieron el privilegio de estar a solas con sus padres. El hijo menor a cambio de recibir más, suele cuidar a los

padres al llegar a la vejez.

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 Jonàs Gnana 

Gracias al Amanecer de la Vida 

Querida Mamá:

La tomo de ti, toda, entera,

con lo bueno y lo malo,

y la tomo al precio entero que a ti te costó

y que a mí me cuesta ahora.

La aprovecharé para alegría tuya

(y en tu memoria).

No habrá sido en vano.

La sujeto firmemente y le doy la honra,

y, si puedo, la pasaré, como tú lo hiciste.

Te tomo como mi madre,

y tú puedes tenerme como tu hijo / tu hija.

Tú eres la Verdadera para mí,y yo soy tu verdadero hijo / hija.

Tú eres la grande y yo soy el pequeño / la pequeña.

Tú das, yo tomo.

Querida Mamá:

Me alegro de que hayas elegido a Papá.

Ustedes son los únicos para mí. ¡Sólo ustedes!

Formación de Constelaciones Familiares en consulta  

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 Jonàs Gnana 

Querido Papá :

La tomo de ti, toda, entera,

con lo bueno y lo malo,

y la tomo al precio entero que a ti te costó

y que a mí me cuesta.

La aprovecharé para alegría tuya

(y en tu memoria).

No habrá sido en vano.

La sujeto firmemente y le doy la honra,

y, si puedo, la pasaré, como tú lo hiciste.

Te tomo como mi padre,

y tú puedes tenerme como tu hijo / tu hija.

Tú eres el Verdadero para mí, y yo soy tu verdadero hijo/hija.

Tú eres el grande y yo soy el pequeño / la pequeña.

Tú das, yo tomo.

Querido Papá:

Me alegro de que hayas elegido a Mamá.

Ustedes son los únicos para mí. ¡Sólo ustedes!

El rechazo a los padres  

Algunos piensan que tomando a sus padres de esta manera también asimilarán algo malo que ellos temen, Por

ejemplo, una característica de los padres, o una discapacidad, o una culpa. Así también se cierra ante lo bueno

de los padres, sin tomar la vida en su totalidad.

Muchos de los que se niegan a tomar a sus padres en su totalidad, intentan compensar esta falta. En

consecuencia quizá busquen la autorrealización y la inspiración. Pero la búsqueda de autorrealización y de

inspiración no es más que la búsqueda secreta del padre o de la madre que aún no han tomado. Quien rechaza

a sus padres se rechaza a sí mismo, y en consecuencia se siente poco realizado, ciego y vacío.

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 Jonàs Gnana 

Tomar la vida  

Primeramente, hablaré de los órdenes del amor entre padres e hijos; más concretamente, desde el punto de

vista del hijo, del hijo a los padres. También mencionaré algunas perogrulladas que son tan obvias que casi me

da vergüenza mencionarlas. Aún así, muchas veces nos olvidamos de ellas.

Lo primero es que los padres, al dar la vida, con este acto que es el más profundo que el ser humano puede

realizar, le dan al hijo todo lo que tienen. No pueden ni añadir ni restar nada. Es esta consumación del amor, el

padre y la madre lo dan todo. Por tanto, el Orden del Amor comprende que el hijo tome la vida tal como los

padres se la den. El hijo no puede omitir ni querer eliminar nada. Ni tampoco puede añadir nada. El hijo es sus

padres. Por tanto, en primer lugar, el Orden del Amor para un hijo comprende que éste asienta a sus padres,

tal como son, sin ningún otro deseo, ni ningún temor, ya que sólo así cada uno recibe la vida: a través de sus

padres, tal como son.

Este tomar es una realización sumamente profunda. Engloba el asentimiento a la vida y al destino, tal como

me vengan dados por mis padres. Con los límites que esto me impone. Con las posibilidades que con ello se

me abren. Con las implicaciones en los destinos de esta familia y en la culpa de esta familia, en lo grave y en lo

leve, sea lo que sea. Este asentimiento es una realización religiosa. Es un enajenamiento, una renuncia a

exigencias que sobrepasen aquello que le llegó a través de mis padres. Este asentimiento va mucho más allá de

los padres. Por tanto, en esta realización no sólo tengo que mirar a los padres. Tengo que dirigir mi mirada más

allá, muy lejos, de dónde viene la vida, e inclinarme ante su misterio. Al tomar a mis padres, asiento a este

misterio y me abandono a él.

Podéis comprobar en vuestra propia alma cuál es el efecto cuando os imagináis ante vuestros padres, muy

profundamente y les decís: “Tomo la vida al precio entero que a vosotros os costó, y que a mí me cuesta. La

tomo con todo lo que encierra, con los límites y con las posibilidades.“ En este momento, el corazón se abre de

par en par. Quien logra esta realización está en paz consigo mismo y se siente completo.

Para hacer la contraprueba, también podéis imaginaros el efecto de lo contrario, de que la persona diga:

“Quisiera tener otros padres; tal como son, no los quiero” ¡Qué arrogancia! Quien habla así, se siente vacío y

pobre, y no puede estar en paz consigo mismo.

Algunos piensan que, tomando a sus padres enteramente, podrían asimilar algo negativo. Así, no se exponen a

la vida en su totalidad. Sin embargo, también pierden lo bueno. Quien asiente a sus padres, tal como son,

toma la plenitud de la vida, tal como es.

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 Jonàs Gnana 

Tomar aquello que los padres dan de más  

Ahora bien, los padres no sólo les dan la vida a los hijos; también nos dan otras cosas. Nos alimentan, nos

educan, nos cuidan. Para el hijo, lo adecuado es que lo tome todo, tal como lo reciba. Cuando el hijo lo toma

de buena gana, por regla general es suficiente. También hay excepciones, todos las conocemos, pero por regla

general es suficiente. Quizás, no siempre sea lo que desearíamos, pero es suficiente.

En este contexto, el orden implica que el hijo les diga a los padres: “He recibido mucho. Sé que es muchísimo, y

es suficiente. Lo tomo con amor”. Así, el hijo se siente lleno y rico, pasara lo que pasara. Además, añade: “El

resto lo hago yo mismo”. También esta es una bella idea. Después, el hijo aún puede decirles a los padres: “Y

ahora os dejo en paz”. El efecto de estas frases llega muy hondo, ya que ahora el hijo tiene a sus padres, y los

padres tienen a su hijo. Al mismo tiempo, sin embargo, ambas partes están separadas y libres. Los padres han

concluido su obra y el hijo es libre de vivir su vida, con respeto ante los padres y sin dependencia.

Ahora, por un momento, imaginaos lo contrario: que un hijo le diga a los padres: “Lo que me dísteis, primero

fue lo equivocado y segundo, demasiado poco. Aún me debéis un montón. ¿Qué provecho sacará este hijo de

la relación con sus padres? Ninguno. ¿Y qué provecho pueden sacar los padres de la relación con su hijo?

Tampoco ninguno. Este hijo no puede desligarse de sus padres. El reproche y la exigencia le atan a sus padres,

pero de manera que no los tenga. Se siente vacío y pequeño y débil. Éste sería el segundo orden del amor

entre hijos y padres.

La medida de un hijo / de una hija

Además, hay algo que los padres ganan por sus propios méritos. Por ejemplo, cuando la madre tiene un

talento especial –pongamos por ejemplo, que es pintora y hace unos cuadros preciosos-, es algo que le

pertenece a ella y no al hijo. El hijo no puede reclamar el reconocimiento como pintor si no se lo merece por su

propio talento y su propio esfuerzo. Algo similar se aplica a la riqueza material de los padres, por ejemplo, a la

herencia. El hijo no tiene ningún derecho a reclamarla; si recibe algo, se trata de un mero regalo.

Lo mismo se aplica a la culpa personal de los padres. También ésta les pertenece a ellos solos. A veces, un hijo

se arroga el derecho de cargar con esta culpa, por amor y para llevarla en lugar de los padres. También esto

contradice el Orden. De esta manera, el hijo se arroga algo que no le corresponde. Por ejemplo, cuando los

hijos pretenden expiar algo en lugar de los padres, se elevan por encima de éstos. Entonces los padres son

tratados como hijos, y los hijos tienen que cuidarlos como si ellos fueran los padres.

Hace un tiempo, en un grupo tuve a una mujer cuyo padre era ciego y la madre, sorda. Los dos se

complementaban bien. La mujer, sin embargo, pensaba que tenía que cuidar a los padres. Cuando

configuramos su familia, se comportaba como si ella fuera la mayor. La madre, sin embargo, le dijo a la hija:

“Aquello con papá lo sé hacer yo sola”. Y el padre le dijo: “Aquello con mamá lo sé hacer yo solo. Para eso no

te necesitamos”. La mujer reaccionó muy decepcionada: había sido reducida a la medida de una hija.

Formación de Constelaciones Familiares en consulta  

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 Jonàs Gnana 

La noche siguiente no pudo dormir. En general, tenía problemas para dormir. Me preguntó si yo le podía

ayudar. Le dije: “A veces, la persona que no puede dormir piensa que debería vigilar”. Después, le conté una

historia de Borchert, de un niño que en el Berlín de la posguerra vigilaba a su hermano muerto, para que no se

lo comieran las ratas. El niño estaba totalmente agotado porque pensaba que tenía que quedarse despierto.

Finalmente, pasó un hombre que amablemente le dijo: “¡Pero si de noche las ratas duermen!” Y el niño se

durmió. La noche siguiente, la mujer durmió mejor.

Por tanto, en tercer lugar, los Órdenes del Amor entre hijos y padres comprenden que nosotros respetemos

aquello que personalmente les pertenece a los padres y que ellos saben y tienen que hacer solos.

Tomar y exigir  

También, un cuarto elemento forma parte de los Órdenes del Amor entre hijos y padres: los padres son

grandes, y los hijos, pequeños. Por tanto, corresponde que los hijos tomen y que los padres den. Dado que el

hijo recibe tanto, siente la necesidad de compensarlo. Nos resulta difícil recibir algo sin que nosotros mismos

demos. Pero con nuestros padres nunca podemos compensar lo que recibimos; ellos siempre dan muchísimo

más de lo que nosotros podemos devolver.

Algunos hijos esquivan la presión de compensar, esquivan la obligación a la culpa que sienten. En un caso así

dicen: “Prefiero no tomar nada, así tampoco siento ninguna obligación ni culpa.”. Estos hijos se cierran ante

sus padres sintiéndose pobres y vacíos en consecuencia. El orden sería que dijeran: “Lo tomo todo, con amor”.

Miran a sus padres con alegría, y los padres ven lo felices que son sus hijos. Ésta es una manera de tomar que

al mismo tiempo compensa, porque los padres se sienten valorados a través de este tomar con amor. Así, aún

dan con más ganas.

En cambio, cuando los hijos dicen: “Me tenéis que dar aún más”, el corazón de los padres se cierra. Puesto que

el hijo exige, ya no pueden colmarlo de amor. Éste es el efecto de tales exigencias. Asimismo, el hijo, aunque

reciba, ya no puede tomarlo.

La compensación  

En el fondo, la compensación entre dar y tomar en la familia consiste en pasar lo recibido a otros. Cuando el

hijo dice: “Lo tomo todo y, cuando sea mayor, lo pasaré a otros”, los padres se sienten felices. Así pues, el hijo

al dar no mira hacia atrás sino hacia delante. Al fin y al cabo, los padres hicieron lo mismo: tomaron de sus

padres para pasarlo a sus propios hijos. Precisamente por haber tomado tanto, sienten la presión de pasar

mucho a otros, y pueden hacerlo.

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Lo especial  

Sin embargo, aún hay un misterio en todo esto. No puedo argumentarlo, pero cada uno experimenta también

que tiene algo único, algo absolutamente personal e irrepetible, algo que no puede deducirse de sus padres.

También a eso tiene que asentir. Puede ser algo leve o algo grave, algo bueno, pero también algo malo. No

podemos juzgarlo, pero quien mira al mundo y a su propia vida sin prejuicios, puede ver que, haga lo que haga,

todo forma parte de un destino. Independientemente de lo que uno haga o deje de hacer,

independientemente de las ideas que defienda o rechace, lo hace cumpliendo un servicio que no comprende.

Cuando el individuo se entrega a ello, lo vive como una faena o como una vocación, que no estriba en sus

propios méritos, ni tampoco en su culpa, por ejemplo, tratándose de algo grave o cruel. La persona está al

servicio de algo más grande. Mirando al mundo de esta manera, las distinciones habituales se acaban. Este

hecho lo describo en un poema que se titula:

Lo mismo  

Un aire sopla y susurra, el vendaval golpea bramando. Pero es el mismo viento, la misma melodía. La misma

agua nos sacia y nos ahoga, nos sostiene y nos sepulta.

Lo que vive, consume, se mantiene y destruye, en el uno como en el otro impulsado por la misma fuerza. Es

ella la que cuenta.

¿A quién le sirven, pues, las diferencias?

Hasta aquí, pues, los órdenes fundamentales de la vida: nos viene dado el hecho de que tengamos padres y

seamos hijos; y también tenemos algo propio.

Para tomar sin reservas la vida que te brindan y vivirla plenamente, es necesario:

● Aceptarlos tal y como son. Estar en paz con tus padres.

● Honrar lo que te pudieron y pueden dar. Hicieron lo mejor que pudieron con lo que ellos tenían

(creencias y aprendizajes).

● Hacer algo muy bueno con lo que has recibido. Dando lo mejor de ti a tus hijos, obras y comunidad.

Siguiendo estas leyes, es como los grupos o sistemas familiares pueden crear y mantener un orden, los

órdenes del amor.

La imagen mágica del mundo y sus consecuencias.  

Detrás de la necesidad de compensación que lleva a la enfermedad, actúa una idea mágica, a saber, la idea de

que yo podría redimir a otro de su destino difícil tomando sobre mí, algo difícil también. Así, un hijo le dice a su

madre gravemente enferma: “Prefiero caer enfermo yo antes que tú. Prefiero morir yo antes que tú.” O

cuando la madre quiere acabar con su vida, un hijo se suicida para que la madre pueda quedarse.

Un ejemplo de esta dinámica sería la anorexia. Una persona anoréxica se va consumiendo, va desapareciendo,

para decirlo así, hasta morirse. En su alma, esta persona le está diciendo a su padre o a su madre: “Prefiero

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desaparecer yo antes que tú”. Aquí actúa un profundo amor. Pero cuando la hija o el hijo muere, ¿de qué

sirve? Es un amor absolutamente vano.

Cuando trabajo con personas anoréxicas, les pido que le miren a los ojos a su padre o a su madre y que les

digan: “Prefiero desaparecer yo antes que tú”. Si le mira a los ojos al decirlo, hasta que realmente lo vea, ya no

puede decir esta frase porque ve que el padre o la madre no aceptaría esto de ella. Ya que en el amor mágico

se descuida por completo el hecho de que también la otra persona ama y que rechazaría esta idea, aparte de

que sería en vano.

Cuando la madre murió en el parto de un niño, este hijo tiene grandes dificultades para tomar su vida. Tendría

que mirar a los ojos de su madre y decirle: “Mamá, incluso por este precio tan alto la toma; y le sacaré

provecho, en memoria tuya. Quiero que sepas que no fue en vano.” Éste sería un amor a un nivel superior. Un

amor que exige despedirse de la imagen mágica de poder intervenir y cambiar el destino de otra persona.

Requiere el paso de un amor que enferma a un amor que sana.

La idea y el amor mágicos van acompañados de un sentimiento de poder y de superioridad. El hijo realmente

piensa que, a través de su enfermedad y de su muerte podría salvar a otro de su enfermedad y de la muerte.

Renunciar a esta idea únicamente es posible a través de la humildad.

Hasta aquí los órdenes del amor en la relación entre hijos y padres.

Hombres y mujeres  

Aún quisiera hablar de los Órdenes del Amor en la relación de pareja. Este tema nos resulta el más inmediato.

A algunos les da vergüenza, como si se tratara de algo que habría que ocultar. Ya que, de hecho, aquello que

distingue a hombres y mujeres, aquello que realmente los diferencia, se esconde; también se podría decir, se

guarda. En realidad, es el punto más vulnerable de cada persona, el auténtico punto del pudor. En este

contexto, pudor significa: guardo algo para que no pase nada malo. Y también es el punto en el que nos

sentimos más expuestos.

Así, algunos hablan con desprecio del instinto sexual, olvidándose de que ésta es la verdadera fuerza, la más

profunda, que une y dirige todo; que obliga a cada uno a un servicio sin poder evitarlo. Razonablemente, nadie

se casaría ni tendría hijos; eso sólo logra este instinto. A través de él nos encontramos en máxima sintonía con

el alma del mundo. Este instinto es lo más espiritual que existe. Toda razón y todo razonamiento se

desvanecen ante la fuerza inherente a este instinto.

Así, en un primer lugar, el Orden del Amor entre hombre y mujer implica que el hombre admita que le falta la

mujer y que él, por sí solo, nunca podría conseguir aquello que una mujer tiene. Asimismo, la mujer tiene que

admitir que le falta el hombre y que ella, por sí sola, nunca podría alcanzar aquello que el hombre tiene. De

esta manera, ambos se experimentan como incompletos, y lo admiten.

Cuando el hombre admite que necesita a la mujer y que únicamente se convierte en hombre a través de la

mujer, y cuando la mujer admite que necesita al hombre y que únicamente se convierte en mujer a través del

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hombre, esta necesidad los une – justamente porque lo admiten. Así, el hombre recibe de la mujer lo

femenino, como un obsequio, y la mujer recibe del hombre lo masculino, también en obsequio.

Ahora imaginamos que un hombre realmente desarrollara lo femenino en sí mismo y que una mujer

desarrollara realmente lo masculino en ella misma, tal como muchos se lo imaginan como un ideal, y que este

hombre que haya desarrollado lo femenino en sí mismo quiera unirse con una mujer que haya desarrollado lo

masculino en sí misma. ¿Qué profundidad podrá alcanzar esta relación? En el fondo, no se necesitan. En

cambio, si el hombre renuncia a lo femenino en sí mismo, y la mujer renuncia a lo masculino en ella misma,

ambos se necesitan y se ven unidos.

3. ORDEN/ JERARQUÍA  Una 3ª ley fundamental se manifiesta a través de la conciencia de grupo. En todo grupo reina una jerarquía que se

orienta en el antes y después. Es decir, según este Orden lo anterior tiene prioridad sobre lo posterior. Una persona

anterior, por ejemplo, un abuelo, se halla antepuesto con relación a una persona posterior, por ejemplo un nieto.

Por tanto, en la compensación, según la conciencia colectiva tampoco hay ninguna justicia para los posteriores,

como si tuvieran los mismos derechos que los anteriores.

La compensación arcaica únicamente tiene en cuenta a los anteriores, descuidando a los posteriores. Así esta

conciencia grupal, no permite que los posteriores se inmiscuyan en los asuntos de los anteriores, ni para hacer valer

los derechos de éstos en su lugar, ni para redimirlos posteriormente en su destino grave, ni para expiar su culpa en

su lugar.

Bajo la influencia de la conciencia grupal, el posterior reacciona a tal arrogación desarrollando una necesidad de

fracaso y de ruina. Por lo que siempre en una red familiar aparecen comportamientos autodestructivos, y cuando

una persona persiguiendo fines aparentemente nobles, a ojos vistas y ciegamente pone en escena su fracaso y su

ruina, casi siempre el autor de tales actos es un pospuesto, que a través de su fracaso casi aliviado, por fin honra un

antepuesto. Así el poder arrogado termina en impotencia, el derecho arrogado en la injusticia, y el destino arrogado

en tragedia.  

 Los diversos Órdenes 

Pos sus efectos conocemos los Órdenes del Amor, y por los efectos desciframos las leyes según las cuales

perdemos o ganamos amor. Aquí se muestra que las relaciones del mismo tipo siguen un mismo orden, por

ejemplo las relaciones de pareja. Y que diferentes tipos de relaciones siguen diferentes tipos de órdenes.

Así pues, los Órdenes del Amor son diferentes para las relaciones del hijo con sus padres, y diferentes para el

seno de la red familiar. Son diferentes para la relación de pareja, y diferentes para la relación de pareja como

padres con sus hijos. Y también son diferentes para nuestra relación con el Fondo Último, es decir, para

aquello que experimentamos como espiritual.

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Hay 2 criterios:

a) Los que llegaron antes tienen prioridad sobre los que llegan después. Es un derecho de antigüedad. Por

ejemplo:

○ El primer hijo tiene más derechos y más obligaciones que el segundo.

○ La pareja tiene prioridad sobre los hijos.

○ En una empresa, la persona con más antigüedad tiene preferencia.

b) La relación presente tiene prioridad sobre las anteriores. Ejemplos:

○ La pareja actual tiene prioridad sobre la anterior.

○ La esposa(o) e hijos tiene prioridad sobre la familia de origen (papás del esposo o esposa).

○ En una empresa, el jefe actual sobre el jefe anterior.

Romper esta regla puede generar luchas de poder o algún miembro del grupo carga con responsabilidades que

no le corresponden. 

Orden y Amor

El amor llena lo que el orden abarca. El uno es el agua, el otro es el jarro.

El orden recoge, el amor fluye. Orden y amor se entrelazan en su actuar.

Como una melodía, al sonar, se guía por las armonías, así el amor se guía por el orden. Y como el oído

difícilmente se habitúa a las disonancias, por mucho que se expliquen, así nuestra alma difícilmente se hace a

un amor sin orden.

Algunos tratan a este orden como si no fuera más que una opinión, que pudieran tener o variar a gusto.

En realidad, empero, nos viene dado: Actúa aunque no lo entendamos. No se idea, se encuentra. Lo conocemos,

igual que el sentido y el alma, por su efecto.

Muchos de estos órdenes son secretos, no pueden ser escudriñados. Obran en lo hondo del alma y

frecuentemente los tapamos con nuestras ideas, objeciones, deseos o miedos. Hay que tocar las profundidades

del alma para experimentar los órdenes del amor.

La jerarquía 

El fruto del amor entre el hombre y la mujer son los hijos. También aquí hay que tener en cuenta un orden del

amor, una jerarquía. Ésta depende del principio. Quiere decir que, por regla general, aquello que estuvo

primero también tiene prioridad sobre aquello que vino después. En una familia, primero hubo la pareja del

marido y de la mujer. Su amor fundamenta la familia. Por tanto, su amor como hombre y mujer tiene prioridad

sobre todo lo que venga después, es decir, sobre su amor de padres hacia sus hijos. Frecuentemente, sin

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embargo, los hijos absorben toda la atención en una familia. En consecuencia, los padres en primer lugar, ya

no son pareja sino padres. En un caso así, los hijos más bien, se encuentran mal.

Donde la relación de pareja tiene prioridad, el padre le dice a su hijo: “En ti respeto y amo también a tu

madre”. Y la madre le dice: “En ti respeto y amo también a tu padre”. Y la mujer le dice al marido: “En nuestro

hijos te respeto y te amo”. Así, el amor de los padres es una continuación del amor de pareja y es éste el que

tiene prioridad. De esta manera, los hijos se encuentran muy bien.

Algunas familias son segundas o terceras familias, por ejemplo, cuando el marido y la mujer ya estuvieron

casados anteriormente y aportaron sus hijos del matrimonio anterior a su nuevo matrimonio. ¿Cuál sería la

jerarquía en este caso?

En primer lugar, son padre y madre de sus hijos. Y sólo después, son pareja. Su amor de pareja no puede

continuar en estos hijos porque ya antes fueron padres. Por tanto, la nueva pareja tiene que reconocer que el

nuevo compañero en primer lugar, es padre o madre de sus hijos y que su mayor amor y su mayor fuerza se

dirige a sus hijos y naturalmente, a través de los hijos, también a la pareja anterior. Sólo después, su amor y su

fuerza también fluyen hacia la nueva pareja. Donde ambos compañeros reconocen este hecho, su amor tiene

posibilidad de lograrse.

En cambio, donde uno le dice al otro: “Yo tengo prioridad en el amor y sólo después vienen tus hijos”, la

relación peligra. Esta actitud no puede sostenerse a la larga. Cuando más tarde, la pareja también tiene hijos

comunes, en un primer lugar, son padre y madre de los hijos de su primer matrimonio; en segundo lugar, son

pareja y en tercer lugar, son padres para sus hijos comunes. Éste sería el orden en un caso así. Conociéndolo,

es posible solucionar o evitar conflictos en muchas familias.

Hasta aquí algunos órdenes del amor en la relación entre hombre y mujer.

Al final, aún os contaré una historia en relación al amor. Se titula:

Las Dos Caras de la Felicidad  

En los viejos tiempos, cuando los dioses aún parecían muy cercanos a los hombres, había en una ciudad

pequeña, dos cantantes. Los dos, del mismo nombre: Orfeo.

Uno de ellos, era el grande. Había inventado la cítara, una forma primitiva de la guitarra, y cuando tocaba las

cuerdas para cantar, la naturaleza a su alrededor quedaba encantada. Los animales salvajes reposaban

mansamente a sus pies, los altos árboles se inclinaban hacia él; nada se resistía a sus melodías. Como era tan

grande, cortejó a la mujer más bella. Después, empezó el descenso.

Aún mientras se celebraba la boda, la bella Eurídice murió y la copa colmada, aún antes de llegar a sus labios,

se rompió. Pero para el gran Orfeo, la muerte aún no fue el final. Mediante su arte sublime encontró la

entrada a los infiernos, bajó al Reino de las Sombras, atravesó el Río del Olvido, logró pasar delante del

Cancerbero, llegó con vida al trono de Dios de los Muertos y lo conmovió con su cantar.

La muerte libertó a Eurídice - pero bajo una condición.

Y tan feliz estaba Orfeo que no percibió la malicia en este favor. Emprendió el camino de vuelta, oyendo detrás

de sí, los pasos de la mujer amada. Pasaron ilesos ante el Cancerbero, atravesaron el Río del Olvido,

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comenzaron la subida hacia la luz, ya la veían de lejos. De repente, Orfeo oyó un grito. Eurídice había

tropezado. Se giró sobresaltado, vio aún las sombras desvanecerse en la noche: estaba solo. Anegado en su

dolor, cantó la canción de despedida: “¡Ay, la perdí, toda mi felicidad se fue con ella!”.

Él mismo encontró el camino a la luz del día pero la vida se le había hecho extraña entre los muertos. Cuando

unas mujeres borrachas quisieron llevarlo a la fiesta del vino nuevo, se negó y ellas, lo desgarraron vivo. Tan

grande fue su desdicha, tan vano su arte, pero: ¡todo el mundo le conoce!

El otro Orfeo, era el pequeño. No era más que un cantor. Actuaba en las fiestas sencillas, tocaba para la gente

sencilla, daba una alegría sencilla y él mismo se lo pasaba bien. Como no podía vivir de su arte, aprendió

también otra profesión. Corriente, se casó con una mujer corriente, tuvo hijos corrientes, pecaba de vez en

cuando, era corrientemente feliz y murió viejo y saciado de vida.

VIVENCIAL Cuestiones de trabajo sistémico sobre la propia familia

1. ¿Puedes observar qué Órdenes se cumplían/cumplen en tu familia de origen y cuáles no?

2. ¿Podrías enumerar algunos desórdenes sistémicos en tu familia de origen? ¿Hubieron

excluidos u olvidados?

3. ¿Crees que esas dificultades relacionales y sistémicas, han configurado o tenido algún efecto

sobre tu pareja, hijos, sobre tu forma de vivir?

4. Crea una visualización donde puedas incluirlos y darles un lugar en tu corazón: Tú estás en el

centro de un espacio (imagina los detalles) y se van a acercando uno a uno, algunos se quedan

junto a ti, otros miran desde lejos. ¿Quiénes son? ¿Cómo te miran? ¿Qué necesitan? ¿Cómo

te sientes?

¿Hacia dónde se mueven dentro de la Constelación visualizada? ¿Cómo se sentían? ¿Y ahora,

cómo están? ¿Ha tenido algún efecto en ti este ejercicio?

5. Escribe una carta a aquellas personas de tu familia que vivieron experiencias difíciles, y que

consideras que no se les supo incluir y dar un lugar en la familia, expresando tus sentimientos

de reconocimiento y honra por lo que vivieron. Dándoles un lugar en tu corazón.

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