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INTRODUCCIÓN El presente estudio nos permite comprender acerca del tema de la Globalización en General, y su relación con cada Estado-Nación, es por ello, que será imprescindible, estudiar algunas cuestiones previas, que faciliten el poder clarificar algunos conceptos, y además se podrá obtener una mejor perspectiva acerca del papel de las Trasnacionales en este contexto. Este tema de gran interés e importancia, por lo cual, se recomienda estudiar con especial interés el contenido del mismo. Estaremos analizando detalladamente algunos aspectos relativos al tema, tales como; Concepto de estado y de globalización, el Estado como sujeto de derecho internacional público, Estado y nación en el contexto de la globalización neoliberal, La reducción de las funciones del estado, La pérdida de soberanía y el reinado de las trasnacionales, y El nuevo rol del estado como generador de bienestar y Transformaciones sociales.

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INTRODUCCIÓN

El presente estudio nos permite comprender acerca del tema de la

Globalización en General, y su relación con cada Estado-Nación, es por ello,

que será imprescindible, estudiar algunas cuestiones previas, que faciliten

el poder clarificar algunos conceptos, y además se podrá obtener una mejor

perspectiva acerca del papel de las Trasnacionales en este contexto.

Este tema de gran interés e importancia, por lo cual, se recomienda estudiar

con especial interés el contenido del mismo. Estaremos analizando

detalladamente algunos aspectos relativos al tema, tales como; Concepto de

estado y de globalización, el Estado como sujeto de derecho internacional

público, Estado y nación en el contexto de la globalización neoliberal, La

reducción de las funciones del estado, La pérdida de soberanía y el reinado de

las trasnacionales, y El nuevo rol del estado como generador de bienestar y

Transformaciones sociales.

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1 CONCEPTO DE ESTADO

El Estado es un concepto político que se refiere a una forma

de organización social, económica, política soberana y coercitiva, formada por

un conjunto de instituciones involuntarias, que tiene el poder de regular la vida

nacional en un territorio determinado.

2. CONCEPTO DE GLOBALIZACIÓN

La globalización es un proceso económico, tecnológico, social y cultural a

gran escala, que consiste en la creciente comunicación e interdependencia

entre los distintos países del mundo unificando sus mercados, sociedades y

culturas, a través de una serie de transformaciones sociales, económicas

y políticas que les dan un carácter global.

3. ESTADO COMO SUJETO DE DERECHO INTERNACIONAL PÚBLICO

Los sujetos de Derecho internacional son los Estados,

las organizaciones internacionales, la comunidad beligerante, los movimientos

de liberación nacional y el individuo (persona física como sujeto pasivo del

Derecho internacional, es decir que recibe de él derechos y obligaciones).

Naturaleza jurídica

Los sujetos son las entidades con derechos y obligaciones impuestas por el

Derecho internacional. Para la concepción Clásica los Estados son los sujetos

plenos del ordenamiento internacional, sin que puedan existir otros sujetos que

no sean Estados. En la actualidad, ésta posición ha sido revisada,

considerando que si bien los Estados son los sujetos naturales y originarios,

existen a su lado, otros sujetos derivados o secundarios.

Los propios Estados para el gobierno y manejo de sus relaciones se ven

obligados a la creación de sujetos internacionales. Los Estados como sujetos

creadores de Derecho internacional tienen la prerrogativa de dar existencia a

nuevas personas internacionales y la función privativa de los Estados que es la

de elaborar las normas del Derecho internacional es compartida y delegada a

estos nuevos sujetos, como por ejemplo, las organizaciones internacionales o

fuerzas armadas en misiones internacionales.

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En la actualidad se emplea la fundamentación anti-voluntarista de

la interpretación de la soberanía del estado, la cual consiste en que los

estados, al aceptar las normas ius cogens, admiten la existencia de limites

jurídicos que prevalecen sobre su voluntad soberana, así vemos, que el estado

soberano está inserto en la comunidad internacional y en consecuencia, no

puede ser totalmente soberano, sino que está limitado por la misma comunidad

internacional y sus rasgos de subjetivismo, discrecionalidad, voluntarismo y

relativismo que la soberanía imprime al derecho internacional.

Inicialmente los únicos sujetos del derecho internacional fueron los estados,

pero una vez nacida la comunidad internacional jurídicamente organizada, se

les reconoció personalidad jurídica a las organizaciones internacionales.

Algunos sostienen, además que el individuo es sujeto de derecho internacional

y que no requiere tener vínculo jurídico con el estado (nacionalidad) para actuar

frente a ella.

El estado es una institución jurídico-política que tiene una población establecida

sobre un territorio y está provista de un poder llamado ¨soberanía¨ es decir, el

estado debe de tener elementos indispensables para poder actuar como sujeto

de derecho internacional: población, territorio y un poder o soberanía.

4. LA REDUCCIÓN DE LAS FUNCIONES DEL ESTADO

Respecto a la usurpación de funciones del Estado- nación, sin dudas que la

globalización ha sido la más divulgada pero la localización (establecimiento de

importantes sistemas de regulación subnacionales) comienza a ser advertida,

sobre todo por la creciente importancia que han ido adquiriendo. La localización

es una forma de manifestación de la globalización; una de las principales vías

contemporáneas de manifestación de la lógica territorial, de la imposición de "lo

político" a "lo funcional". Después de todo, han sido las propias "tecnologías de

la globalización" y las incertidumbres del proceso las que han creado tanto el

deseo como la posibilidad de que las comunidades locales traten de moldear

su propio futuro, particularmente en un contexto en que se produce un relativo

desvanecimiento del agente que tradicionalmente garantizó la coherencia

social a nivel territorial (el Estado- nación).

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Conviene tener en cuenta que la globalización llegó en un momento histórico

en que la consolidación del Estado- nación era todavía un proceso inconcluso

en muchos países subdesarrollados. Se ha identificado como "localización" un

aspecto del proceso multidireccional de cambios que se producen en la era de

la globalización, consistente en la tendencia hacia la creación de estructuras de

regulación local como expresión territorial de la política, en condiciones en que

las localidades se insertan directamente en estructuras de acumulación global y

en las que la lógica territorial de la acción política del Estado- nación puede no

ser necesariamente el mecanismo más eficaz para tratar de regular "lo

funcional".

El papel del Estado en un mundo globalizado: el caso de América Latina

Desde hace unos veinte años, el papel del Estado se ha convertido en un tema

recurrente, tanto en los países desarrollados como en los países en vías de

desarrollo. Es el caso de América Latina. Los años ochenta fueron los de la

retirada del Estado. Las reformas estructurales impuestas por los organismos

internacionales, en particular el Fondo Monetario Internacional, exigían que

cesara la intervención directa del Estado en cuanto productor. Todos los países

--cada uno a su ritmo-- tuvieron que privatizar primero las empresas públicas

del sector productivo y, luego, gran cantidad de servicios. Algunos, como la

Argentina, fueron más lejos y más de prisa que otros, como Brasil. Pero, en

conjunto, la ola de privatizaciones ha sido mucho más potente en América

Latina que en Europa. Las raras empresas que siguen en la órbita del Estado

(PEMEX de México, CODELCO de Chile) son aquellas que aseguran a éste

una parte esencial de sus recursos fiscales.

La retirada del Estado preconizaba también el abandono del tradicional papel

de regulador de la economía, y ello en beneficio de un mercado que se suponía

iba a volver a encontrar las virtudes mágicas (la mano invisible) que le atribuía

Adam Smith. Una labor ideológica considerable fue llevada a cabo por la

cruzada anti-estatal de Ronald Reagan y Margaret Thatcher. No se discutía si

un proyecto estaba o no justificado y, menos aún, la situación particular de

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cada país. Por principio, cualquier intervención del Estado en la economía era

malsana. Toda retirada era, en principio, sana.

A estas consideraciones de política económica y de cómo debe actuar y estar

organizado el Estado para que la economía de un país tenga éxito, se

agregaron consideraciones sobre la disminución de sus posibilidades de acción

en un mundo cada día más globalizado. Mucho se ha escrito sobre este tema,

ya se trate del funcionamiento de la sociedad internacional (Badie, 1999;

Salam, 1996) como de las mutaciones que conoce el mundo en la era de la

información (Castells, 1996 y 1997). La desigualdad de los Estados sobre la

escena internacional, el fortalecimiento de la idea del derecho de injerencia, los

procesos integradores interestatales (Unión Europea, Mercosur, TLCAN), todo

ello parece que favoreciera la restricción de las posibilidades de acción de los

Estados. Éstas debieran limitarse a sus prerrogativas de soberanía: defensa,

orden público y asuntos exteriores. Incluso la moneda parece que se les

escapara, con la creación de una moneda común en los Estados europeos o el

debate sobre la "dolarización" en América Latina (generalización del currency

board argentino o adopción del dólar como moneda nacional en Ecuador y El

Salvador).

Sin duda, la cuestión de la soberanía es de las más difíciles y de las más

controvertidas. Realmente, ¿qué capacidad tiene hoy cada país para controlar

su propio destino? De hecho, ningún Estado posee instrumentos suficientes

para asegurar ese dominio. En la época de la interdependencia de las

economías, de la mundialización de las comunicaciones, de la cada vez mayor

movilidad de las personas y de la circulación de las ideas y los productos

culturales, el tema de la soberanía sólo se mantiene en el terreno político por

motivos ideológicos. A menudo sirve de estandarte político a formaciones

nostálgicas del pasado, o extremistas, sobre todo de las derechas. La idea del

Estado soberano quizás no sea obsoleta, pero es necesario "pensarla" de una

manera diferente a la actual.

Siguiendo con el mismo orden de ideas, el concepto de Estado-nación, de

formación más reciente desde una perspectiva histórica, no sería más

pertinente hoy para entender la evolución de las sociedades. En efecto, el

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nuevo orden mundial que se vislumbra desde el final de la Guerra Fría se

caracteriza por la explosión de los particularismos y las reivindicaciones

infraestatales, ya tengan como fundamento una lengua, una religión, una etnia

o simplemente un arraigamiento geográfico. Esta cuestión también se ha

discutido bastante desde hace unos diez años, concretamente con ocasión de

la proliferación de los conflictos interétnicos (en África, en Asia o en Europa

Oriental) y el nacimiento de casi treinta nuevos Estados desde la caída del

muro de Berlín. Si América Latina no ha conocido un fraccionamiento étnico, el

tema de la identidad está también en juego de manera considerable en el

debate político de numerosos países, sobre todo entre los países andinos y los

de América Central donde, desde hace quince años, el incremento de la

reivindicación del reconocimiento de la indianidad es espectacular (Villoro,

1998).

Frente a todos estos fenómenos, según algunos, el poder político estará

reducido a "jugar a los médicos"; es decir, a intervenir cuando circunstancias

excepcionales lo imponen (inundaciones, terremotos, huracanes y demás) o

para luchar contra los males que gangrenan la sociedad (narcotráfico,

corrupción o mafias).

Todas estas consideraciones tienen un fundamento. Hoy, el Estado no actúa y

no puede actuar como antaño. ¿Significa ello que se trata de un objeto político

en vías de marginalización, puesto que lo esencial transcurre fuera de su

esfera y de su control?, como predican numerosos analistas, en particular

norteamericanos (para quienes es verdad que el concepto mismo de Estado es

a menudo desconocido). Nada es más erróneo. Es innegable que el Estado se

encuentra en una fase de profunda transformación, de pérdida de poder

económico, de puesta en duda de su manera tradicional de intervenir. Pero

transformación no significa necesariamente marginalización. Varios signos lo

demuestran.

Después de las crisis monetarias mexicana (1994-1995), asiática, rusa y

brasileña (1998-1999), los organismos internacionales (FMI, Banco Mundial,

BID) comenzaron a cuestionar la lógica del "Estado mínimo", que ellos mismos

abanderaron y promovieron durante más de diez años. La necesidad de

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mecanismos para reducir los riesgos que estas crisis produjeron sobre los

equilibrios económicos mundiales se hace cada día más presente.

Algunos sostienen la necesidad de crear impuestos sobre los flujos de capitales

("tasa Tobin"), otros insisten en la necesaria concertación de los Estados para

controlar estos fenómenos, muchos piensan que es necesario dotar a los

Estados de instrumentos de intervención para así amortiguar los efectos de

estas bruscas fugas de capitales. De manera más general, se pide al Estado

que reconstituya los tejidos sociales en disolución, establezca o garantice la

existencia de un orden regulado por la ley, sin el cual ninguna economía puede

funcionar. Se le pide también que luche contra los poderes infraestatales

(mafias, narcotráfico, guerrillas), que procure la reconstrucción de la

ciudadanía; es decir, que cumpla con todas aquellas tareas que no pueden ser

garantizadas por la simple lógica de los mercados.

¿Cuál es entonces la naturaleza del Estado que podría construirse en América

Latina? La mayor parte del tiempo, el discurso oficial se basa en el Market-

Centered State (Haque, 1998), un Estado cuya acción está completamente

orientada hacia el buen funcionamiento de los mercados económicos. En la

última década, este discurso ha sido el soporte de las políticas de privatización,

de desregulación, de reducción de los déficit presupuestarios. Los cambios han

sido considerables. Aparentemente, se ha avanzado hacia la creación de un

Estado reducido a su más simple expresión, y la idea es que no se puede dar

marcha atrás.

En realidad, esta visión no tiene en cuenta las evoluciones que actualmente

sufren la mayor parte de los países latinoamericanos. En el pasado, América

Latina había construido un Estado singular. Su mutación actual debe leerse

dentro de sus propias particularidades.

Singularidades del Estado latinoamericano

"América Latina no inventó el Estado, pero hizo de él un actor central cuyo

papel peculiar constituye una de las especificidades del perfil sociopolítico de

las naciones latinoamericanas, salvo algunas excepciones", sostuvo Alain

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Rouquié (Rouquié, 1987: 125). Al igual que en todos los países de

industrialización tardía, el Estado fue un actor primordial del desarrollo. Sin

embargo, en el siglo XX tomó rumbos que le fueron propios. En los años

treinta, sus ideólogos se inspiraron al principio en el modelo corporativista de la

Italia de Mussolini (México y Brasil). Más tarde se desarrolló el Estado de tipo

populista, como el instaurado por Perón en la Argentina. Finalmente, las

últimas décadas estuvieron marcadas por la generalización en América Latina

del modelo de sustitución de importaciones elaborado por el equipo de la

CEPAL bajo el mando de Raúl Prebisch (Cardoso, Prebisch, 1982).

"El Estado sui generis construido en América Latina no puede ser reducido a

una simple importación" (Badie, 1992) del modelo europeo de estado de

bienestar (o estado benefactor). El Estado latinoamericano corporativista, el

Estado populista, el Estado promotor del modelo de desarrollo a través de la

sustitución de importaciones, todas estas formas estatales han constituido

variantes de un tipo singular de Estado desarrollista.

Al igual que el Estado comunista y el Estado keynesiano, lo que Luiz Carlos

Bresser Pereira llamó el Estado "social-burócrata" latinoamericano (Bresser

Pereira, 1998) tenía como objetivo intervenir directamente en la economía,

promover el desarrollo económico y asegurar la justicia social. Pero a diferencia

del Estado comunista, este Estado mantenía y protegía a un importante sector

privado junto a un inmenso sector público. Los dos actuaban en el mercado

nacional. Las diferencias con el Estado keynesiano eran también

considerables. Éste no debía intervenir más que en aquellos sectores en los

que la iniciativa privada era inoperante, para asegurar el pleno empleo. Por el

contrario, el Estado social-burócrata, siendo un instrumento clientelista de las

clases dominantes, no conocía ningún límite para su expansión. El Estado

populista, que tenía como objetivo incorporar al sistema a los sectores

populares marginalizados, con métodos autoritarios y no democráticos, no

tenía ningún límite a su actuación.

A finales de los años 60, este modelo no puede continuar promoviendo el

desarrollo y entra en crisis. Una nueva forma de Estado aparece en el Cono

Sur, la que Guillermo O'Donnell llama Estado burocrático-autoritario (O'Donnell,

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1979). Éste se caracteriza por la desmovilización y exclusión de las capas

populares, la llegada al poder de los militares y el apoyo de las burguesías

nacionales (Collier, 1979). Ninguna ideología lo sustenta. A diferencia del

modelo de antaño, éste se caracteriza por una ausencia total de mesianismo.

Antes que nada, hay que asegurar el orden y el desarrollo económico. El

fracaso de este último objetivo (Hermet, 1996), así como la crisis fiscal

provocada por su presencia excesiva en múltiples campos (Bresser Pereira,

1996), provoca su desmoronamiento en los años 80. Con el regreso y la

generalización de la democracia en todo el continente, los antiguos modelos

perdieron toda legitimidad y fueron rechazados.

Al Estado ya no se le exige que asegure el desarrollo y la justicia social (una

mejor repartición de los ingresos), ya que en ambos terrenos ha fracasado. La

protección de los más necesitados se convierte un tiempo en algo secundario,

en comparación con la necesidad de realizar la "reformas estructurales", en

gran parte impuestas por los acreedores internacionales (a excepción de Chile,

que realiza estas reformas en los años 80 sin fuertes presiones externas).

En adelante, lo que se le pide al Estado es que asegure el cambio de modelo

de desarrollo, pasar de un modelo centrado en el mercado interior ("desarrollo

hacia dentro") a un modelo centrado en los mercados exteriores ("desarrollo

hacia fuera"), deshaciéndose de todo instrumento de intervención directa en la

economía (restricción drástica del gasto público, privatización de les empresas

estatales, suspensión de las subvenciones o protecciones a ciertos sectores).

La retirada fue particularmente acelerada en los sectores donde el Estado

estaba tradicionalmente más presente: abandono de las subvenciones a los

productos de primera necesidad (maíz, fréjol, patatas, leche), reducción

considerable de la política social (vivienda, sanidad, transporte), privatización

masiva de las empresas públicas productoras de bienes o de servicios (bancas,

minas, siderurgia, automóvil, transporte aéreo, telefonía) y también reducción

del número de funcionarios. Larga es la lista de actividades que los Estados

abandonan a ritmo más o menos lento.

La mayoría de las veces, los cambios se han llevado a cabo demasiado de

prisa. Algunos países, como Chile o México, han intentado aplicar medidas de

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acompañamiento, sobre todo en el terreno social. Pero la mayoría de las veces,

los gobiernos no han tenido ni el tiempo ni la capacidad de inventar medidas

que permitan soportar los efectos inmediatos y perversos de sus mutaciones; el

primero de ellos, el incremento de la jerarquización social y la pauperización de

capas considerables de la población, anteriormente protegidas por el Estado. El

resultado ha sido el desasosiego de la población, desasosiego potencialmente

temible para el arraigo de la democracia.

La mayoría de los mecanismos de regulación han desaparecido. Los

instrumentos tradicionales de mediación entre el Estado y la sociedad civil

(sindicatos, partidos u organismos públicos) están en crisis. Ya no enmarcan ni

aseguran (o lo hacen cada vez peor) la transmisión de demandas sectoriales o

sociales hacia lo político.

El resultado de todo ello es una atomización considerable de sociedades en las

que el elemento aglutinador de la comunidad era, tradicionalmente, muy vivaz.

Frente a esta atomización, los dirigentes políticos parecen, a menudo,

desvalidos, sin medios para hacerle frente o sin saber cómo hacer para

impedirla. Dado que la enorme desigualdad de las estructuras sociales no se

ha puesto en tela de juicio, el fenómeno no ha hecho sino agravarse.

Las consecuencias de estos fenómenos son muy graves y bien conocidas. Los

tejidos sociales se disuelven, la inseguridad crece, la pobreza aumenta, las

mafias (narcos, paramilitares) se desarrollan, la dualización de las sociedades

es cada día más insoportable. La pregunta, entonces, es: ¿Puede simplemente

desaparecer el papel tradicional del Estado como consecuencia de las

presiones constantes de las tensiones internas y del entorno internacional,

dejando toda regulación al mercado? O, ¿las lógicas políticas (las promesas de

los candidatos en las campañas electorales) y la "cultura estatal" de las

poblaciones latinoamericanas van a obligarle a crear nuevas maneras de

intervención?

La observación empírica indica que en México, Brasil, Perú o Chile, en gran

número de países, se están inventando nuevas formas de intervención en

muchos sectores. Podemos, entonces, formular la hipótesis, según la cual una

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forma específica de Estado está en vías de construirse en América Latina, un

Estado más cercano probablemente al modelo europeo (Quermonne, 1994)

que al norteamericano (Toinet, 1990). Ciertamente, este Estado acata las

condiciones necesarias al buen funcionamiento de la economía de mercado.

Sin embargo, busca también una respuesta a las nuevas demandas

provenientes de los procesos de globalización y de la reciente implantación de

la democracia. En este sentido, el proceso de democratización y la reforma del

Estado se encuentran íntimamente ligados. No por una supuesta 'democracia

de mercado', sino por la propia historia de los Estados latinoamericanos,

interventores desde sus orígenes tanto en el campo económico como en el

campo social.

Un nuevo papel para el Estado

Se observa fácilmente que, en América Latina, el Estado se reconstruye poco a

poco sobre otros terrenos que los tradicionales. En numerosos países, las

reformas fiscales han conseguido, por primera vez, recaudar impuestos

directos sobre las personas que antes se escapaban gracias a la corrupción o

el clientelismo. También se observan numerosas políticas descentralizadoras

que tienen como efecto acercar al ciudadano al poder político.

Paralelamente, se multiplican los procesos de agrupamiento subregional

(Mercosur, TLCAN, G-3, Comunidad Andina, Mercado Común

Centroamericano). Sus características son muy variadas. La mayoría son

simples zonas de libre comercio. El Mercosur va más allá y busca construir

instrumentos de coordinación de sus políticas económicas, conformes a la

lógica de una unión aduanera. De manera general, es impresionante la

multiplicación de foros de concertación entre países latinoamericanos durante

los años 90 (cumbres iberoamericanas, Grupo de Río). Todo esto es el signo

de una búsqueda de mejor control sobre las evoluciones de las sociedades

nacionales. Estas evoluciones se realizan en el contexto de los múltiples

procesos de la llamada 'globalización' o 'mundialización'. Casi todos llevan a

cuestionar el papel del Estado-nación (Laídi, 1998).

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La globalización de los mercados hace que la competencia entre empresas

inscritas en economías nacionales sea sustituida por la competencia entre

sociedades anónimas multinacionales. Mucho se ha escrito ya sobre este

fenómeno. Sabemos que la lógica del desarrollo de estas sociedades

multinacionales ignora por completo el marco del Estado-nación (Beck, 1998).

Sólo importan las ganancias. Las alianzas con otras empresas, las

reestructuraciones, las deslocalizaciones obedecen a un único objetivo:

aumentar las ganancias. Cualquier otra consideración (costos sociales y

humanos, intereses nacionales, riesgo ecológico) es secundaria.

La globalización de la comunicación, de la cual Internet es el arquetipo, permite

que los actores sociales puedan encontrarse sin necesidad de la mediación del

Estado. Puedo comunicarme con alguien al otro lado del planeta, aunque no

hable nunca con mi vecino. El 'Monica Gate' fue ejemplar de esta pérdida de

funcionalidad de los instrumentos tradicionales del Estado. Se hacían

interrogatorios en directo, por televisión. El informe de Kenneth Starr fue

publicado en Internet. Así, el Diario o Boletín Oficial, instrumento tradicional a

través del cual un Estado oficializa sus documentos públicos, ya no tiene razón

de ser: Internet es suficiente. Más aún, cada día los gobernantes del mundo

entero se alejan de los instrumentos tradicionales de comunicación con los

ciudadanos a favor de una importancia creciente de los medios de

comunicación.

La globalización ideológica, finalmente, postula que la democracia política y el

mercado liberal se encuentran íntimamente ligados. No importa que varios

ejemplos empíricos --como el caso de China-- invaliden este postulado. El

credo del Estado limitado a sus funciones de soberanía precedió a la

generalización de la idea de un Estado que debía concentrarse en la supresión

de todo obstáculo para el desarrollo económico neoliberal. Hemos visto así

campañas de lucha contra la corrupción, la ausencia del Estado de derecho y

la pobreza (World Bank, 1997), por razones primordialmente económicas. Un

gran número de estudios --particularmente anglo-sajones-- acerca de la forma

de gobierno o la gobernabilidad se inscriben en esta línea de pensamiento.

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¿Es cierto que este modelo de Market Centered State es el que se va a difundir

en América Latina? Sabemos que corresponde más o menos a la realidad

estadounidense (aunque todavía, en aquel país, el Estado intervenga

masivamente en la economía, sea por sus compras de bienes o servicios, en

particular en el campo militar, sea por sus normas arancelarias protectoras o su

diplomacia agresiva). Pero, históricamente, hemos visto que el modelo de

Estado que América Latina había construido era más cercano al modelo

europeo que al estadounidense. Vale la pena entonces mencionar algunos

cambios que se han producido en los Estados europeos, para formular alguna

hipótesis sobre lo que podría suceder en América Latina.

REFORMAS EN LOS ESTADOS EUROPEOS

El análisis de los distintos Estados europeos muestra, curiosamente, que el

discurso del 'Estado mínimo', ideológicamente dominante en la región a lo largo

de una década, no se tradujo en una retirada significativa de éste de la

economía de cada país. Si por ejemplo se toma en cuenta como criterio la

contribución del gasto público en la formación del PIB, se puede constatar que

en la mayoría de los países las variaciones son mínimas, inferiores al 1%

(Wright et Cassese, 1996). En el Reino Unido, a pesar del largo período

Thatcher-Major, el porcentaje de participación del gasto público en el PIB era

en 1994 equivalente al de 1979. En cuanto a España, Grecia y Portugal, la

llegada de la democracia fue acompañada por un sensible aumento del gasto

social.

El cambio fundamental que se produjo en Europa es la sustitución de la noción

de propiedad por la de control. De ser propietario de empresas en una infinidad

de ramas, el Estado ha pasado a ejercer un control regulador sobre ciertos

sectores. Ya no tiene necesidad de poseer el capital para intervenir en algún

sector. Además, tal y como lo demuestran los estudios realizados por V. Wright

y S. Cassese, si el Estado en Europa limitó su participación en algunas esferas,

en otras la reforzó. Es particularmente obvio en los rubros del medio ambiente

y control del consumo. No hay un país en Europa que no haya utilizado el

pretexto de la normas definidas por la Unión Europea para imponer algunas

medidas que difícilmente hubiera podido hacer aceptar a sus grupos de presión

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internos. Es obvio también que la cooperación internacional aumenta

considerablemente el poder del Estado dentro de su propio territorio, por

ejemplo frente a algunos lobbies, el crimen organizado o el terrorismo.

PERMANENCIA DE LA 'DEMANDA DE ESTADO'

Por esta razón, se puede decir que en Europa, así como en América Latina, en

forma más parcial y tardía, asistimos a unareestructuración del Estado, a un

cambio profundo en la manera de intervenir en la sociedad. Este cambio es el

resultado de unademanda de Estado, tanto en el campo social (aparición de

nuevas demandas, tales como la protección al consumidor) como en el campo

económico. Al contrario de lo que se ha planteado estos últimos años, los

mercados nunca han dejado de necesitar al Estado. Siempre ha fijado las

reglas del juego. Este cambio de la noción de propiedad a la de control trae

consigo repercusiones considerables en el campo político. Sectores enteros de

los aparatos estatales tradicionales desaparecen o se vuelven obsoletos. Otros

se constituyen, respondiendo a las nuevas demandas: por ejemplo, las

fórmulas contractuales Estado-organismo público descentralizado, Estado-

ONG o Estado-entidad privada. Más impresionante, quizás, sea la creación de

numerosas instancias 'independientes' de regulación en diversos campos,

particularmente en los antiguos servicios públicos (agua, electricidad y otros).

Estas agencias actúan como los poderes públicos y producen normas a

menudo mucho más precisas y complejas que las antiguas.

En estos procesos, el Estado no ve su autonomía reducida a la nada. Por el

contrario, la cooperación internacional y los procesos de integración económica

pueden reforzar el poder del Estado-nación en ciertos dominios, aun cuando su

acción se debilite en otros. Tanto en América Latina como en Europa continúa

existiendo una fuerte demanda de Estado, a pesar de la pérdida de la

legitimidad del Estado tradicional (Couffignal, 1994). La acumulación de

problemas ligados a las consecuencias de las transformaciones estructurales

en estos últimos años (aumento creciente de la inseguridad, desarrollo de

mafias, pauperización de una gran parte de la población y otros fenómenos

similares) ha tenido como consecuencia la creación de expectativas que

rebasan a los actores tradicionales. De hecho, el Estado está sometido a

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demandas contradictorias: las del mercado (menos Estado) y las de la lógica

democratizadora. Desde Tocqueville, es bien sabido que, en el momento en

que se inician las campañas electorales, los candidatos tratan de ganar la

elección prometiendo soluciones a los problemas cotidianos de los ciudadanos,

es decir, proponiendo una mayor intervención pública que significa 'más

Estado'.

LAS RESPUESTAS DE LOS ESTADOS LATINOAMERICANOS

Frente a la mayor demanda de Estado, los países latinoamericanos han

recorrido diversas vías. Como ya señalamos, si todos han optado por reducir

drásticamente los déficits presupuestarios, esto les permitió a menudo poner en

marcha políticas públicas novedosas: políticas constitucionales (cambios o

reformas sustanciales en la mayoría de las cartas magnas), políticas fiscales

(reformas del impuesto sobre el ingreso), políticas de descentralización (en casi

todos los países), reformas de los aparatos judiciales y promoción de los

derechos humanos. Los sectores tradicionales de intervención del Estado

(salud, educación, justicia social) también se han transformado. Desde finales

de los años 80 han aparecido políticas que rompen con el principio tradicional

de igualdad (lo mismo para todos, independientemente de su situación

concreta) sobre el cual se cimentaba ideológicamente la intervención del

Estado de antaño. En su lugar nacieron políticas 'desiguales', destinadas a

sectores específicos de la población. El Programa Nacional de Solidaridad

(Pronasol) mexicano es el caso típico (Pécaut, Prévót-Schapira, 1996).

¿Por qué estos cambios? No son solamente el resultado de imposiciones

externas (instituciones internacionales y globalización) o de la necesaria

adaptación de instrumentos estatales a las nuevas formas del modelo de

desarrollo. Éstos son también el resultado de los procesos de democratización

interna. Una serie de variables lo constata. Emergen nuevas élites menos

dependientes de los caciquismos tradicionales (Colombia, Uruguay, Argentina,

México), aparecen nuevas reglas del juego político y se fortalecen los

congresos nacionales. En varios casos (Brasil, Venezuela, Guatemala,

Paraguay, Ecuador) han provocado o favorecido la renuncia de los presidentes

de la república, en un contexto de regímenes fuertemente presidencialistas. Se

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observa también el rechazo cada vez más fuerte de la corrupción de los

dirigentes y la emergencia de una nueva ciudadanía (no necesariamente de

'baja intensidad', según sostiene O'Donnell). La creciente importancia de

actores sociales independientes (ONG) en la recomposición del tejido social es

un signo complementario de estas mutaciones. Todos estos cambios inducidos

por el establecimiento de la democracia influyen sobre la naturaleza del Estado.

El sistema político también conoce cambios profundos. La casi desaparición de

los partidos tradicionales en algunos países (Perú, Venezuela), el nacimiento

de nuevos partidos políticos en otros (Brasil, Argentina, Uruguay, México), la

profunda transformación de los partidos tradicionales en casi todos los países

(Mainwaring y Scully, 1995), el aprendizaje del debate y de la negociación entre

partidos en el Congreso (México, Chile), demuestran que la escena política

está cambiando.

Todo esto obliga a los Estados --interfaz entre el poder político y la sociedad

civil-- a inventar nuevos instrumentos de intervención y nuevas formas de

regulación.

¿Cuál es, entonces, la naturaleza del Estado que se crea? Salvando las

distancias y los tiempos, el debate actual en América Latina se parece mucho a

aquél que existe desde hace algunos años en Europa (ver, por ejemplo, Jobert,

1994).Si bien es cierto que ya no existe, hoy en día, un modelo de Estado

latinoamericano, que éste se ha desligado de sus posibilidades de intervención

en los sectores productivos (a través de la privatización de empresas públicas

productoras) en competencia con o en sustitución del sector privado, ello no

significa que se encuentre en un proceso de reducción a su más simple

expresión. El Estado sigue interviniendo mediante la fijación de las reglas del

juego: directores bancarios, nivel de tributación, políticas monetarias y demás.

Pero, sobre todo en la cultura política de los pueblos latinoamericanos, se sigue

percibiendo al Estado como el actor que debe solucionar una gran cantidad de

problemas. En esto, América Latina es radicalmente diferente de la América

anglo-sajona, donde los ciudadanos, en su mayoría, desconfían del Estado.

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Durante las elecciones de finales de los años 90, los candidatos (de derecha o

de izquierda) tenían discursos electorales frecuentemente calificados de

'neopopulistas', es decir, hacían promesas de una fuerte intervención política

en las áreas del desempleo, la educación, la sanidad, la vivienda, el transporte

colectivo y demás. Pero se prometía, a la vez, que no se aumentaría el gasto

público. ¿Contradicción?¿Promesas demagógicas? ¿Quiere decir que el

Estado está reduciéndose o que está buscando una nueva forma de intervenir?

En realidad, detrás del debate sobre el Estado se perfila el debate sobre las

distintas maneras de concebir la democracia, que opone dos modelos: el de

Estados Unidos y el de Europa. El ejemplo norteamericano es el de una

asociación libre de comunidades de individuos. El contrato social se renueva

sobre el principio de libre elección consentida. El modelo europeo es otro. El

contrato social existe en el seno de Estados-naciones que se han forjado a sí

mismos a lo largo de la historia. A partir de ahí, el Estado ha sido y sigue

siendo un instrumento esencial en la elaboración de dicho contrato social, aun

cuando haya tenido que abandonar sus pretensiones, entre otras, la de ser el

único habilitado a definir el interés general.

Conclusiones

El 'nuevo orden político policéntrico' (Jobert, 1998:37) que se instala deja un

sitio de honor al Estado. Muchos son los campos en los que éste sigue

'regulando'. El ejemplo europeo nos muestra quizás la evolución probable de

América Latina. Parece que las soluciones habría que encontrarlas en dos

direcciones, una interna y otra externa al Estado.

En el plano interno, se trata de construir una nueva legitimidad del Estado y de

la intervención de lo político, ello a través de nuevos métodos de intervención.

Estos pasan por la profundización de los procesos democráticos y por la

búsqueda de nuevas relaciones con la sociedad civil. Con la mundialización, el

Estado se banaliza, se convierte en un actor más de la sociedad (Ghéhenno,

1999). Las asociaciones, ONGs, fundaciones que estructuran la sociedad civil,

adquieren cada día más autonomía y más poder, como lo demostró el fracaso

de la conferencia de Seattle en diciembre de 1999. Éstas se han convertido en

verdaderos administradores del interés público, por iniciativa propia, con la

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bendición implícita del Estado o después de haber llegado a acuerdos

explícitos con éste. El ejemplo del presupuesto municipal participativo utilizado

en Rio Grande do Sul (Brasil), elaborado en asambleas de barrio, las misiones

de reconstrucción que los poderes públicos mexicanos confiaron a las

asociaciones de barrio después del terremoto de septiembre de 1985 o los

comedores populares de Lima son ejemplos de la búsqueda de un nuevo tipo

de relaciones entre el poder público y los ciudadanos.

El segundo camino es externo y es común a todos los Estados. Frente a los

poderes cada vez más fuertes de entes que los desafían, hay que construir lo

que Ulrich Beck llama 'el Estado transnacional' (Beck, 1998:184), es decir,

desarrollar la cooperación internacional y, en el caso de Europa y América

Latina, los procesos de integración. Sólo ello permitirá hacer frente a las

potencias privadas transnacionales que surgen en todos los campos. América

Latina está directamente afectada, se trate de las masivas inversiones

efectuadas por las grandes multinacionales extranjeras (agricultura, industria,

servicios, materias primas, medios de comunicación) o de la

internacionalización de las redes criminales (sobre todo las relacionadas con el

narcotráfico). Profundizar la dinámica de integración y cooperación es, sin

ninguna duda, el gran reto que tienen que aceptar los Estados de América

Latina al comenzar el tercer milenio.

 GLOBALIZACIÓN, ESTADO Y MERCADO, ¿ENTES IRRECONCILIABLES?

Si algo nos han enseñado los revisionistas de la Revolución Francesa

(Tocqueville, de Maistre, Constant, Burke), es a poner énfasis en la necesidad

de los equilibrios; en ese sentido, la dicotomía entre el Estado y mercado

requiere de equilibrios. Durante la década de 1970 desde la izquierda y

derecha el Estado recibió las más implacables críticas debido a la falta de

libertad que por su propia naturaleza reguladora imponía.

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Los insurgentes de mi juventud creían que desmantelando las instituciones

lograrían producir comunidades, esto es, relaciones de confianza y de

solidaridad cara–a–cara, relaciones constantemente negociadas y renovadas, o

espacio comunal en el que las personas se hicieran sensibles a las necedades

del otro. Esto, sin duda, no ocurrió. La fragmentación de las grandes

instituciones ha dejado en estado fragmentario la vida de mucha gente: los

lugares en los que trabajan se asemejan más a las estaciones de ferrocarril

que a pueblos, la vida familiar ha quedado perturbada por las exigencias del

trabajo, y la migración se ha convertido en el icono de la era global, con más

movimientos que asentamientos. El desmantelamiento de las instituciones no

ha producido más comunidad.4

Dicho desmantelamiento no ha producido más comunidad ni más libertad, los

pensadores daban por hecho que la falta de regulación estatal estructuraría

una ciudadanía consciente y responsable, la cual no necesitaría del estorboso

Estado para desarrollarse. Las inmensas regulaciones del Estado de bienestar

y su control sobre la vida de los individuos y la economía debían ser dejados de

lado. Ante lo anterior, el mercado parecía ser la solución, el ente que se

manejaba con autonomía según los principios de la mano invisible. El mercado

podía ser la clave para declarar la autonomía individual de las personas y

garantizarla, lo cierto es que no necesitaba garantizarla, sino que a falta de

regulación ésta se daría de manera natural. Esto parecía ser el sueño liberal de

que el individuo por sí solo logra su total realización, sin tomar en cuenta si

existen o no los medios necesarios para lo anterior. También garantizaría la

total libertad de los flujos, tanto financieros como de bienes e incluso de

servicios.

Las reformas estructurales de la década de 1980, más allá de discutir si fueron

un producto de un designio desde las instituciones internacionales o de la

trilateral, como el Fondo Monetario Internacional, por medio de las cartas de

intención, produjeron un cambio importante en la forma en la que estaba

estructurado el Estado, su tamaño comenzó a adelgazarse y, por consiguiente,

sus instituciones comenzaron a desmantelarse al grado de que sólo se

pensaba en atender las cuestiones que eran de importancia inmediata, donde

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el Estado fungiría como mero árbitro en la economía, sin entrometerse en las

fallas de ésta. Se trata de la inauguración de un Estado minimalista que

concuerda con el aparato teórico neoliberal y que se presenta desarticulado; a

la postre, este tipo de Estado sentaría las bases para mostrarse incapaz

política e institucionalmente de regular su economía y en consecuencia al

mercado.

La globalización ha promovido y hasta producido procesos de interacción

global sin precedentes. En ese sentido, la sociedad del riesgo de Beck,5 resulta

un concepto útil para estudiar una problemática que no sólo se reduce a

problemas medio ambientales, imprevisibles de corto plazo, sino que incluye

una serie de factores económicos y sociales prácticamente imposibles de

predecir con rigor espacial y temporal, pero que sabemos que sucederán. La

crisis de 2008 es una muestra de esta serie de fenómenos que nos afectan de

manera global y que al parecer no se pude controlar. Un problema económico

como tal produce una serie de acontecimientos que parecían ser controlables o

que hacían creer que con la experiencia de las anteriores crisis, como la de

1929, que para resolverla sería cuestión de una receta para poder evitar sus

devastadores efectos. No obstante, esto no fue así, porque la economía sufrió

tal afectación que parecía un fenómeno sin precedentes que llevó a replantear

la forma en que los Estados se debían comportar ante la crisis e incluso ante la

idea de un nuevo paradigma de la gobernanza a escala global.

La crisis puso en claro los límites de la globalización para autorregularse y la

necesidad de que los Estados participen de manera más activa en la regulación

de los flujos de dinero en el sistema financiero internacional. El mercado,

dejado a su libre albedrío, es autodestructivo; si el Estado no establece reglas

claras, la falta de límites crea grandes desajustes en la economía, propiciando

grandes quebrantos ante la irresponsabilidad con la que se dan los préstamos,

se conducen las empresas y sólo se da prioridad a la ganancia inmediata sin

pensar en los efectos sobre la economía a largo plazo. Durante las crisis se

hace más visible la forma en que el mercado necesita del Estado para rescatar

empresas, estabilizar la economía y para que estos problemas no alcancen

magnitudes catastróficas de las cuales las economías tarden más en

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recuperarse. El problema no termina con la intervención estatal, sino el hecho

de que se apliquen medidas como las denominadas contra cíclicas para que la

economía se recupere.

Para muestra de lo anterior, es prudente señalar lo que ocurre con banqueros y

empresarios en general, quienes están en contra de las reformas que el actual

presidente de Estados Unidos, Barack Obama, pretende en aras de reformar el

sistema financiero —pero que, paradójicamente, no están en contra de las

medidas contracíclicas que los están beneficiando. Dichas reformas, las cuales

están tratando de establecer ciertas regulaciones para que no se vuelva a

repetir una crisis como la de 2008, sin duda pueden afectar las utilidades de las

empresas e instituciones financieras privadas, pero al largo plazo construye

mejores economías y con bases más sólidas.

Por muchos años la globalización era tratada como un concepto indefinible y

autónomo, ya que se hablaba de ésta indiferenciadamente y podía abarcar

desde una televisión que contenía piezas fabricadas en todo el mundo, hasta

las economías más interrelacionadas a escala mundial, como también la

homogenización cultural que cada vez era más acentuada debido a los medios

de comunicación y el internet. Es por ello que "el término globalización no

define suficientemente este mundo. [Es mejor] hablar de a runaway world —

según la expresión de Anthony Giddens—, de un mundo desenfrenado

[desbocado]".6

Este mundo desenfrenado o desbocado había marcado la línea de las últimas

tres décadas: ninguna regulación valía en los mercados. Más allá de esto,

"coincidiendo con la globalización, asistimos a cierta destrucción de la ley y el

orden, tanto en nuestros respectivos países como en todo el mundo".7 Menos

regulación, menos orden, parece la lógica de la globalización, y su forma más

palpable son los mercados. La regulación y el control son contrarios a su propia

lógica, ya que "en su significado más profundo, la idea expresa el carácter

indeterminado, ingobernable y autopropulsado de los asuntos mundiales; la

ausencia de un centro, una oficina de control, un directorio, una agencia

general".8 Y esto tiene una cierta directriz, porque si lo que se busca en los

mercados es el libre tránsito de mercancías y capitales, mas no personas,

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menos regulaciones son lo mejor para que éstos puedan ir de un lado a otro del

planeta sin ningún problema. La famosa tasa Tobin, propuesta por el famoso

economista estadounidense James Tobin, de grabar los flujos de capital,

parece una anomalía ante el flujo de los capitales, ya que tendría que haber

forzosamente una agencia general que impusiera este control a escala

mundial, del cual no podría escapar ningún país.

Los Estados nacionales, ante este gran flujo que supera por muchos miles de

millones de dólares el intercambio de bienes, han quedado como meros

espectadores que poco pueden hacer. En este sentido, "la integración

progresiva de la economía mundial a partir de la producción internacional ha

desplazado el equilibrio de poder de los Estados hacia los mercados

mundiales".9 Y el problema es que estos últimos no producen un equilibrio, sino

que pugnan por la lógica del laissez faire, laissez passer como una lógica

autorreguladora de los mercados.

La retórica de los representantes económicos más importantes en contra de la

política social estatal y de sus valedores deja poco que desear en cuanto a

claridad. Pretenden, en definitiva, desmantelar el aparato y las tareas estatales

con vistas a la realización de la utopía del anarquismo mercantil del

Estado mínimo. Con lo que, paradójicamente, a menudo ocurre que se

responda a la globalización con la renacionalización.10

La globalización financiera "se apoya sobre fuertes tendencias que la

convierten en una verdadera ola gigantesca, y no simplemente en una moda

pasajera; dichas tendencias son: la innovación, la internacionalización y la

desreglamentación".11 La globalización ha tenido efectos positivos en nuestras

vidas, ello es innegable; como ejemplos están el acceso a los flujos de

información, la internacionalización de los derechos humanos, la conciencia del

respeto a la diversidad, las posibilidades de fundar una nueva paz a escala

planetaria, la diversificación de la producción mundial.

Sin embargo, podríamos afirmar que los efectos negativos —tales como la nula

regulación de las trasnacionales, hasta las redes negativas a escala mundial

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como el tráfico de drogas, armas y personas, y el ensanchamiento de la

distancia entre ricos y pobres— son mayores de manera comparativa.

Los grupos globalifóbicos no están en contra de la globalización en sí, aunque

suene como una paradoja su mismo nombre, nadie desea regresar a las

fronteras cerradas del pasado, ni que los derechos humanos no sean

reconocidos, ni que las mujeres abandonen los derechos que tanto trabajo les

ha costado conseguir, sino que "el problema, y ahí reside la verdadera razón

de ser del movimiento, no consiste en cómo 'deshacer' la unificación del

planeta, sino en cómo controlar y domar los hasta ahora salvajes procesos de

globalización. En cómo hacer que, en lugar de constituir una amenaza, se

conviertan en oportunidad de mostrarse humanitarios".12

El desafió del Estado en estos momentos es refundarse, debido a que la forma

como actúa el mercado a escala mundial, que socava tanto las economías

nacionales como los mismos Estados, crea una nueva forma de política que

sale de los canales tradicionales institucionales de la política tradicional y ahora

se define por una subpolitización, la cual se maneja sin la participación del

Estado. "Los verdaderos poderes que determinan las condiciones en las que

todos actuamos en estos tiempos fluyen en el espacio global, mientras que

nuestras instituciones políticas siguen en general atadas al suelo; son,

nuevamente, locales".13 La idea no es la de fomentar una alergia al mercado

por el mercado mismo, pero sí de buscar y fomentar los equilibrios necesarios

entre Estado y mercado; como lo afirma Jean–Paul Fitoussi:

La apertura de las economías aumenta el riesgo de los países a los conflictos

externos y, por tanto, a la incertidumbre económica; para ser eficaz, requiere ir

acompañada de un crecimiento de los gastos públicos y de los seguros

sociales, al mismo tiempo que de un comportamiento activo de las políticas

económicas. En esa hipótesis, y sólo en el caso de los países emergentes, la

globalización produce lo mejor, no lo peor.14

Es en ese sentido que autores como Joseph Stiglitz pugnan por fomentar en el

ámbito económico una mayor acción colectiva internacional, es decir, entre los

Estado nacionales en estricto sentido.15 Más cooperación y entendimiento entre

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Estados sería sinónimo de mayor contrapeso a las fuerzas del mercado y, en

consecuencia, la consolidación de un mundo menos expuesto a crisis como las

que hemos vivido. Por ello no es coincidencia que el mismo Stiglitz piense que

ese marco de acción colectiva sea también el escenario propicio para "abordar

cuestiones de democracia y justicia social",16 en medio de la globalización.

Además, ello se justifica cuando consideramos que, encima, los nuevos actores

no estatales se encuentran, cada vez más, prescindiendo del Estado y están

creando redes extra escales, las cuales carecen de control y de legitimidad

para dirigir la vida de las personas.17 De hecho, "la idea misma de la

globalización conllevaba, en efecto, la voluntad de construir un capitalismo

extremo, liberado de toda influencia exterior, que ejercería el poder sobre el

conjunto de la sociedad. Es esa ideología de un capitalismo sin límites lo que

ha suscitado tanto entusiasmo y tanta protesta".18

La forma de actuar de las crisis y de los nuevos actores a escala internacional,

incluso nacional, nos debe dar ciertas pistas de la manera en la que se debe

conducir el Estado. La soberanía en la forma tradicional de los Estados ha

dejado de ser la misma, la forma kelseniana de Estado, territorio y población

pierde sentido ante la indeterminación de los Estados en el panorama

internacional, pero el problema es que éstos se aferran a sus estructuras

tradicionales de formación. "Un Estado puede contar con estructuras legales

internacionales, westfalianas y perfectamente determinadas en el interior del

territorio, y a pesar de ello, poseer una capacidad limitada de regular los flujos

que cruzan sus fronteras y su consiguiente impacto interno".19 Lo anterior nos

debe dar una idea de que nada está localmente delimitado, ahora las

interacciones en el planeta afectan a todo el mundo, aunque la globalización no

sea un proceso uniforme, sus efectos tanto positivos como negativos se

pueden hacer sentir en todo el planeta. "Todos deberemos reorientar y

organizar nuestras vidas y quehaceres, así como nuestras organizaciones e

instituciones, a lo largo del eje 'local–global'".20

Si los países siguen siendo celosos de su soberanía, como en el viejo concierto

de la naciones, lo más seguro es que las crisis y catástrofes sigan surtiendo los

efectos devastadores que hasta ahora han hecho sentir. Y es que si bien es

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cierto que el Estado se ha convertido en un promotor de parte importante de las

crisis, en esta última se ha evidenciado que el Estado también ha sido promotor

de los rescates financieros; la preeminencia de dicho Estado no queda en

duda: le queda buen potencial para hacer frente a crisis políticas y económicas,

lo que sí es importante plantearse es la pertinencia o no de que dicho Estado

moderno sea el auspiciador del mercado en los momentos en que éste le

requiere, tales como las grandes crisis. Al respecto, una respuesta a la

necesidad de replantearse las bases del Estado a propósito de las crisis

globales, podría formularse en el sentido de buscar una mayor cooperación a

escala global, pero asumiendo las responsabilidades que cada Estado toca en

el ámbito nacional.

En la medida en que las soluciones y la forma en la que se mire el mundo sea

a escala local–global, las decisiones que se tomen podrán ser más efectivas y

operar en beneficio de la población. Por ejemplo, en el caso del narcotráfico en

México, un municipio no puede pensar el problema como un asunto meramente

local si las armas y el consumo se da en tierras de sus vecino inmediato, en

este caso Estados Unidos; la forma en la que debe estructurar la solución

debería ser de manera coordinada. En el caso de una maquila que depende de

una trasnacional sucede lo mismo, ésta depende de las compras que se hacen

al otro lado del planeta y de su matriz, que se puede encontrar en un lugar

también alejado, por lo que las decisiones son tomadas del otro lado del

mundo. De esta manera, en lo que se debe pensar es en la forma en la que se

puede hacer que dicha maquiladora permanezca en determinado espacio

territorial con estímulos fiscales u otras formas de incentivación.

 

LA NUEVA FORMA DE ORGANIZACIÓN MUNDIAL

El sistema westfaliano de organización internacional, concebido en 1648, pero

enriquecido de manera sustancial a lo largo de los siguientes siglos, promovió

una manera unidimensional y totalizadora de entender y asimilar la

organización del mundo, ello por la homogeneización que provocó la creación

del sistema internacional. Dicha organización, a la manera moderna, poseía un

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elemento básico de cohesión, y es que ésta fue prioritariamente estatocéntrica.

El fin de la Segunda Guerra Mundial, en ese sentido, promocionaría igualmente

un orden bien definido en términos organizativos, tanto a en el ámbito político

como en el económico. Hasta las bases más tangenciales del sistema estaban

establecidas con relativa claridad; en ese sistema, la constante fue sin duda la

del Estado como primicia elemental.

Con todo, la introducción y posterior agudización de la mencionada

globalización como proceso complejo, trastocó pilares que parecían intactos en

el sentido que ya se ha tratado anteriormente.21 El Estado hacia afuera no fue

la excepción, y ello ha alterado en definitiva la organización mundial. Si bien es

cierto que, a partir de 1945, se da pie y espacio a una entonces nueva

institucionalización en el medio internacional, lo cierto es que la aparición de

instituciones que van desde la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y

su carta, hasta todo el sistema Bretton–Woods y la Organización del Tratado

del Atlántico Norte (OTAN), por un lado, y la articulación socialista22 por el otro,

respondían a la lógica del Estado por el Estado mismo. En esa lógica, la

política internacional, en el sentido de Morgenthau, representaba un claro

ejemplo de la máxima realista del poder por el poder mismo, permeando

incluso en toda la escuela de las relaciones internacionales y afectando,

naturalmente, en la organización internacional.23

En una lógica realista, también podríamos entender dicha institucionalización

como la respuesta más evidente ante un hecho de eventual muestra de poder.

Contextualizando, al finalizar la Segunda Guerra Mundial, tanto Estados Unidos

como la Unión Soviética expresaban su voluntad en la creación mediada de

basamentos constitutivos de aquel orden mundial y, de esa manera,

manifestaban su poder; de ahí que el papel político de las instituciones resulta

de suma importancia, de ahí que se piense que "en un mundo

institucionalizado es imposible entender cualquier actividad sin llegar

a alcanzar el significado de esas reglas constitutivas y del juego más amplio

que definen [...] En las teorías basadas en el papel desempeñado por los

actores, son esos mismos actores quienes crean las instituciones".24

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Así pues, el panorama descrito al inicio del presente trabajo, permite reflexionar

en torno a la dinámica que ha seguido la organización mundial hasta la

actualidad, principalmente a partir de sucesos históricos concretos —que van

desde la caída del muro de Berlín, el desmantelamiento de la Unión Soviética

y, más recientemente, la caída de las Torres Gemelas en Nueva York— pero

que obedecen al arraigo de procesos históricos complejos. Resulta entonces

que, hoy por hoy, la organización internacional es víctima de su propio

contexto. La incapacidad e insuficiencia de las instituciones y organizaciones

internacionales para ocuparse de la problemática global, la emergencia y/o

consolidación de actores políticos no estatales y el fomento y aparición de

organismos supranacionales —el caso de la Unión Europea, sin duda, parece

ser el más exitoso y acabado, aunque no es el único— son signos sintomáticos

de un cambio de época. Y todo ello se entiende a partir de un patrón común: el

debilitamiento del Estado.

Mientras que, como ya se explicó, el Estado–nación tiende a debilitarse ante la

emergencia de nuevos actores y factores que inciden con fuerza en los asuntos

que anteriormente sólo le competían al Estado, éste continúa

desenvolviéndose en un terreno de organización internacional que ya no

responde a la realidad actual. Si bien no se trata de una refundación completa

del sistema, por lo menos, resulta necesario el ejercicio reflexivo y autocrítico

de una institución como el Estado para poder dar pie a una nueva

institucionalización mundial de carácter cosmopolita, en busca de dar efectiva

respuesta a una serie de problemáticas de orden global que, naturalmente, no

encuentran respuesta completa en el ámbito local. Tal como Beck sugiere:

[...] la sociedad cosmopolita necesita nuevas instituciones para garantizar y

regular la convivencia de una civilización interdependiente que se ha puesto a

sí misma en peligro. Así pues, es la necesidad de revisar el derecho

internacional en sus mismos cimientos la que abre todas las fronteras al doble

pensamiento de "la guerra es la paz" y "la dictadura es la democracia".25

Respecto de la labor del Estado ante los embates de la globalización, éste

parece haber adoptado dos actitudes, y en esa línea podemos hablar de dos

alternativas; en primer lugar, y pareciera que de manera recurrente, la nostalgia

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nacionalista parece inducir a los Estados hacia una conducta regresiva,

retraída y moderna a ultranza.La invocación del nacionalismo estatal ha

promovido distintos movimientos organizativos en el medio internacional en los

que, ante todo, prima el interés nacional y la razón de Estado maquiavélica.

Así,

[...] ante la incapacidad de los Estados nacionales para gestionar un mundo

global hemos asistido también, en los últimos años, al surgimiento y

consolidación de diversos actores políticos nacionalmente centrados —como el

G8, la Unión Europea o la Organización Mundial del Comercio—, teóricamente

destinados a paliar este déficit, así como a un renacimiento de la visibilidad —

ya que no de la democraticidad [sic] ni de la eficacia— de las organizaciones

nacidas al fin de la Segunda Guerra, como la ONU, el Fondo Monetario

Internacional y el Banco Mundial.26

Por otro lado, y como contraposición a la postura anterior, aparece una

perspectiva cosmopolita. Para ello es primigenio reconocer la mermada

capacidad del Estado nacional en la actualidad, sobre todo en términos

comparativos con algunos de los actores no estatales y su poder político,

económico y, en ocasiones, incluso bélico. Pero también es importante asimilar

el hecho de que la presencia de un Estado fuerte y responsable es necesaria

para atenuar un sinfín de situaciones que generan exclusión, marginación e

injusticia social dentro del Estado mismo. Una perspectiva de ese tipo, pasa

primero por el reconocimiento de que "el vaciamiento de la soberanía del

Estado nacional seguirá ahondándose y, por tanto, resulta imprescindible

proseguir con la ampliación de las facultades de acción política en el ámbito

supranacional".27 Además, en términos de una sociedad de riesgo mundial, la

línea lógica de acción parece más la de una cooperación precisamente en

sentido cosmopolita y a través de un motor realista, es decir, el interés nacional

residido en la razón de supervivencia global, o cooperar para sobrevivir.28 Se

trata de una comunión paradójica que, en otro contexto, parecería una

dicotomía incoherente por sí misma, pero que hoy se nos presenta como una

posibilidad latente a expresarse en una institución como el Estado, con miras a

reflejarse en la organización internacional.

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La globalización, finalmente se presenta como un concepto que permea en la

organización internacional y remueve parte importante de sus raíces

constitutivas. Tradicionalmente, incluso a manera de prejuicio, el proceso de

globalización ha sido contundentemente asociado al mito fundacional de un

capitalismo absoluto y absorbente del globo;29 sin embargo, un estudio más

profundo permite analizar la coyuntura como una oportunidad refundacional, en

la que el Estado deberá reposicionarse sobre basamentos renovados, con una

responsabilidad global, para que, idealmente, ello se exprese en la

institucionalización internacional y en una organización de corte más bien

global antes que interestatal. Y mediante el cual pueda llegar a democratizarse

la globalización, porque en esta medida habrá más actores que puedan

controlar el efecto negativo que ésta pueda tener sobre la vida de las personas

en el planeta. Lo que se busca es el desocultamiento de los nuevos actores,

debido a que

[...] mientras los agentes tradicionales ya no son capaces de llevar a cabo

ninguna acción eficaz, los agentes verdaderamente poderosos y con recursos

se han ocultado y operan fuera del alcance de todos los medios tradicionales

de acción política, especialmente fuera del alcance del proceso de negociación

y control democrático centrado en el ágora. Estos nuevos agentes celebran su

independencia y autonomía del ágora.30

Por el momento, el Estado parece el único capaz de tener un control eficaz,

claro que de la mano de la sociedad civil que cada vez tiene un papel más

activo dentro de la organización internacional. Por ello la necesidad de

repensar la forma en la que las organizaciones estatales internacionales se

pueden desenvolver en la globalización.31

 

CONCLUSIÓN

Los efectos de la globalización en la estructura del Estado–nación han sido

significativos: la razón de Estado ya no es una premisa básica y fundamental

del funcionamiento del sistema internacional, pues si bien es cierto que la

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preeminencia del Estado ha resaltado a partir de la más reciente crisis —

mediante, por ejemplo, de rescates financieros multimillonarios a compañías o

instituciones financieras trasnacionales—, el Estado ya no actúa por el Estado

mismo, sino a partir de un complejo conglomerado de relaciones políticas en el

que actúan e interactúan más que Estados. Ello ha impactado de manera

significativa el funcionamiento político y económico del Estado, que se ve en la

necesidad de considerar a veces, cabildear otras, con nuevos actores no

estatales y con capacidad política económica en ocasiones superior a la del

propio Estado nacional.32 En ese sentido, los cambios que se han dado en la

forma en que está estructurada la organización internacional se han acentuado

debido a esa interacción entre viejos y nuevos actores, propiciada también por

un desarrollo tecnológico cada vez más álgido y que ha posibilitado la

maximización de flujos de bienes, dinero, información y personas —aunque de

manera limitada, debido a que las fronteras no están abiertas para todos sino

sólo para los turistas, como los nombra Bauman.33

La pasada crisis internacional, que no ha terminado del todo, es una muestra

de la debilidad de la configuración del sistema internacional para controlar los

efectos negativos de la globalización financiera y las externalidades que la

crisis en un país o en una región puede tener sobre el resto de las naciones.

Sin embargo, como ha quedado demostrado ante la última crisis internacional:

ante más mercado desbocado, más Estado es requerido, constituyéndose en

una de las paradojas que dan forma al Estado nacional en un mundo

globalizado.

La globalización financiera ha hecho que repensemos la forma de organización

internacional, siendo que las viejas estructuras ya no sirven para comprender lo

que está sucediendo; tal como lo señala Danilo Zolo, "la globalización

económica y financiera pone en tela de juicio los presupuestos mismos del

derecho internacional clásico, o sea, la soberanía de los Estados nacionales y

la separación neta entre política interior y política exterior".34 Lo anterior está

ligado con las categorías zombis de Ulrich Beck,35 pero en un orden de las

instituciones nacionales, ya que pensar el mundo en la lógica de un

nacionalismo metodológico puede crear serios problemas al interior de

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nuestros países, sobre todo cuando se buscan soluciones a problemas de

orden global en el ámbito local o nacional.

En este ensayo no se planteó retomar las viejas estructuras estatales, pero sí

repensarlas. Los Estados en la década de 1970 se volvieron ineficientes y el

manejo de la economía en manos de éstos no garantizaba un adecuado

control. Sin embargo, la propuesta va en el sentido de pensar la forma en la

que se pueden establecer marcos normativos u operaciones mediante los

cuales los Estados dejen de ser sólo unos meros observadores y tengan

mecanismos efectivos para poder controlar las fallas del mercado.

El mercado por sí mismo no se autorregula —la falacia de la mano invisible—

y, como se ha señalado, éste tiende a ser autodestructivo, si queremos evitar

las crisis se deben pensar nuevas formas de organización.36 Pensar de manera

más global y menos local, entender que los viejos paradigmas de la soberanía

sólo son un vehículo para que los equilibrios no se den.

La globalización, en ese sentido, puede y debe ser vista como una oportunidad

para fomentar un orden cosmopolita que beneficie a la totalidad del sistema a

partir de fomentar relaciones políticas equitativas ante la premisa de que todos,

en mayor o menor medida, estamos expuestos a crisis comunes. Los

renovados basamentos sobre los que el Estado debe reconstituirse, que se

mencionaban con anterioridad, deben pasar por reconocer que la necesidad

de más Estado pasa también por aceptar que se requiere más y mejor

gobernabilidad al interior de éstos, pero particularmente a escala global, y dicha

gobernabilidad sólo puede ser el resultado de una suma de factores de poder

donde la participación de los Estados será fundamental.

Al respecto, las voces de los estados latinoamericanos serían particularmente

importantes, dado que, si la pretensión es la de un cosmopolitismo, la

representación política de Latinoamérica en general y sus Estados en particular

implica el reconocimiento de que el mundo subdesarrollado o en desarrollo

también es parte de la dinámica e importante partícipe de la solución y

búsqueda de la mencionada gobernabilidad.

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En esa línea, fomentar las directrices de un orden global de corte cosmopolita

será la clave para buscar una gobernanza global institucionalizada y fundada

en criterios más democráticos, justos e incluyentes con todos los actores a

escala mundial. Pasar de una política internacional a una global será un factor

de suma importancia en el entendido de que la global —con la implicación de

ser una política más incluyente, consciente y considerada con los nuevos

actores— englobaría más oportunidades para reconstituir al Estado como un

garante de un mejor porvenir, ya no sólo hacia el interior de sus fronteras,

también hacia el exterior. Reconocerlo, independientemente del peso político,

económico y/o militar de cada uno de ellos, conducirá a un orden interestatal

con responsabilidad global, y que necesariamente creará condiciones de un

orden global cosmopolita y en definitiva más progresista que uno moderno

nacionalista como se concibió originalmente desde Westfalia.

Por lo anterior, debemos comprender que "la globalización es un fenómeno

desterritorializado y desterritorializador que no puede ser comprendido con los

paradigmas nacional–territoriales con los que estamos habituados a razonar.

La globalización crea un nuevo universo que sólo puede ser entendido en sus

propios y revolucionarios términos".37 Es ante la complejidad del sistema

internacional que el Estado debe buscar nuevas formas de control sobre su

territorio e influencia sobre las fuerzas cuasi supranacionales,

intergubernamentales y trasnacionales. Ante esta interacción David Held

plantea:

[...] que los procesos de globalización en sí mismos conducen necesariamente

a una mayor integración global, esto es, a un orden mundial caracterizado por

una sociedad y política homogéneas generalizadas. Pero de la misma manera,

la globalización puede llevar a la destrucción de viejas estructuras políticas y

económicas, sin construir nuevos sistemas de regulación.38

Lo que no debemos dejar que pase es que estos espacios vacíos dejados a

raíz de la globalización no sean ocupados por nadie, lo que se necesita es

repensar la forma en la que se puede reformular el concierto de las naciones,

para hacer frente a los nuevos poderes fácticos que, tal como se señaló, no

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importando la centralidad o periferia de los países, los terminan afectando

indistintamente en sus estructuras regulatorias y económicas.

Por ello, intentos conceptuales como los que se han vertido en el anterior

ensayo son guía metodológica para pensar la nueva estructura en la

configuración del orden internacional, que pareciera cada vez más fuera del

alcance de las personas y de los Estados para controlar este mundo

desbocado; sin embargo, en lo que se deben concentrar los esfuerzos es en

buscar equilibrios y configuraciones en la organización internacional que

permitan evitar que la globalización parezca un proceso autónomo y

autopoiético, para así fomentar la creación de políticas de alcance

metanacional que permitan capitalizar el potencial que la globalización puede

ofrecer en la búsqueda de una justicia social global.

EL ESTADO FRENTE A LA GLOBALIZACIÓN

la desregulación y el transnacional ismo que acompañan a la globalización

menoscaban su rol y limitan muchas de sus tradicionales esferas de actuación

Las investigaciones que exploran el papel del Estado en un mundo globalizado

son muy amplias. En buena medida se constata la pérdida o reducción del

poder del Estado en el momento actual. Según tales estudios, éste pierde peso

en un contexto en el que la desregulación y el transnacionalismo que

acompañan a la globalización menoscaban su rol y limitan muchas de sus

tradicionales esferas de actuación, particularmente en lo que se refiere al

gobierno de los procesos económicos.

Aún así, existen dos ámbitos en los que el protagonismo del Estado permanece

prácticamente sin cuestionar: comoúltimo garante de los derechos del capital,

ya sea nacional o extranjero y como protagonista de los conflictos

internacionales.

 

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En buena medida, los conflictos que tienen lugar actualmente en la arena

internacional se dirimen entre Estados. Los analistas internacionales debaten

sobre la validez del análisis de Huntington (2005) en torno al choque de

civilizaciones. Este autor afirma que este conflicto sustituirá a la rivalidad entre

superpotencias y que las brechas entre civilizaciones cristiana e islámica,

confuciana e hinduista, americana y japonesa, europea y africana, serán los

frentes de batalla en el futuro. A pesar de ello, constatamos, sin embargo, una

clara presencia de intereses nacionales o estatales, rivalidad por los recursos y

ambiciones geoestratégicas entre las causas de las disputas o los conflictos

recientes.

 

Al tiempo que se observan estas tendencias, percibimos igualmente otras que

apuntan a lasuperación o menoscabo del poder del Estado-nación. Según el

politólogo británico, David Held, se debe distinguir entre soberanía y autonomía

de los Estados. Soberanía es la autoridad política de una comunidad que tiene

derecho indiscutible a determinar su marco de normas, regulaciones y políticas

dentro de un territorio dado y a gobernar en consecuencia. Se trata, por tanto,

en otras palabras de la soberanía interna de los Estados, uno de los principios

que ha definido el Estado-nación. La autonomía del Estado, en cambio, se

refiere a su capacidad para llevar a cabo objetivos en el ámbito exterior a las

fronteras territoriales estatales.

 

Según David Held, cabe afirmar que la autonomía se ha reducido

significativamente con la globalización. En el pasado, a pesar de las

limitaciones que el Estado encontraba en la arena internacional, se daba por

supuesto que tenía autoridad plena para establecer leyes y políticas por las que

se regirían sus ciudadanos, es decir, se daba por supuesto que los Estados

actuaban con soberanía plena, incluso a pesar de la correlación de fuerzas

presentes en el ámbito internacional y su impacto en las dinámicas de gobierno

nacionales.

 

Esta situación, sin embargo, ha cambiado en el transcurso de las últimas

décadas de forma que actualmente, como señalas los analistas

internacionales, la soberanía de las naciones se ve muy influida por

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limitaciones internacionales. Existen instituciones supranacionales que se han

convertido en generadoras de derecho, normas y leyes que no sólo afectan a

las relaciones entres los Estados, sino a la legalidad interna de cada Estado.

 

En el caso de Europa, la débil representatividad de las instituciones europeas

agrava el problema de legitimidad y establece una distancia que a veces

parece insalvable entre los ciudadanos de cada país y la Unión como tal. Junto

a este fenómeno de recorte de las atribuciones tradicionales al Estado de la

mano de instancias internacionales, también encontramos mucha reflexión

sobre cómo el Estado-nación también es superado o trascendido desde niveles

inferiores.

 

La búsqueda de la identidad como antídoto a la globalización económica y a la

pérdida de derechos políticos que cala por debajo del Estado-nación, dará un

nuevo dinamismo a regiones y ciudades de toda Europa.

Conclusión

Respecto al estudio realizado, se puede resumir algunos aspectos básicos, que

a manera de reflexión podremos condensar para concluir este tema:

El Estado es una forma de organización social, económica, política soberana y

coercitiva, formada por un conjunto de instituciones involuntarias, que tiene el

poder de regular la vida nacional en un territorio determinado.

La globalización es un proceso económico, tecnológico, social y cultural a gran

escala, que consiste en la creciente comunicación e interdependencia entre los

distintos países del mundo unificando sus mercados, sociedades y culturas.

Los sujetos de Derecho internacional son los Estados, las organizaciones

internacionales, la comunidad beligerante, los movimientos de liberación

nacional y el individuo.

La globalización, ha contribuido a la usurpación de funciones del Estado-

nación, y la localización es una forma de manifestación de la globalización.

El fortalecimiento de las nuevas instituciones que surgen en el marco de la

globalización neoliberal, contrasta con la crisis de otras instituciones ya

consolidadas. La soberanía estatal es una de ellas.

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La dimensión transnacionalizadora ha incidido en la soberanía de los Estados

desde tres dimensiones: el nuevo orden internacional y la crisis de la soberanía

en el marco de las intervenciones humanitarias, el Derecho Internacional y las

relaciones con las empresas transnacionales.

La Globalización favorece una Jerarquización de Estados. a.  Aquellos que

ejercen un papel imperial, b.   Otros estados centrales, c.  Los Estados

periféricos o subordinados, y d.   Por último, los Estados fracturados.

Las empresas transnacionales mantienen vinculaciones diferentes con cada

uno de estos grupos de Estados.