babha -teoria social, poscolonialismo

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  • 8/6/2019 Babha -Teoria Social, Poscolonialismo

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    Homi K. Bhabha

    El compromiso con la teora

    http://www.accpar.org/numero4/index.htm

    TEORIA SOCIAL / CULTURA / EUROCENTRISMO / POSCOLONIALIDAD

    I

    Existe una asuncin peligrosa y derrotista de que la teora es necesariamente el lenguajeelitista de los social y culturalmente privilegiados. Se dice que el lugar del crticoacadmico est inevitablemente en los archivos eurocntricos de un occidente imperialistao neocolonial. El reino olmpico de lo que errneamente se califica de pura teora se

    asume que est eternamente aislado de las exigencias histricas y de las tragedias de loscondenados de la tierra. Tenemos siempre que polarizar para poder polemizar? Estamosatrapados en una poltica de la lucha donde la representacin de los antagonismos sociales ylas contradicciones histricas no puede tomar otra forma que la de un binarismo teora vs.poltica? Puede ser la aspiracin a la libertad del saber la simple inversin de la relacinentre opresor y oprimido, centro y periferia, imagen positiva y negativa? Es la aceptacinde una implacable oposicionalidad o la invencin de un contra-mito original de purezradical la nica salida para tales dualismos? Debe el proyecto de nuestra estticaliberacionista formar parte para siempre de una visin utpica, totalizadora del Ser y de laHistoria, que busca trascender las contradicciones y ambivalencias que constituyen laestructura misma de la subjetividad humana y sus sistemas de representacin cultural?

    Entre lo que se representa como la lacra y distorsin de la meta-teora europea y laexperiencia radical, activista y comprometida de la creatividad del Tercer Mundo1, unopuede ver la imagen en espejo (aunque invertida en contenido e intencin) de aquellapolaridad ahistrica del XIX entre Oriente y Occidente que, en nombre del progreso, liberlas excluyentes ideologas imperialistas del yo y el otro. En esta ocasin, en cambio, eltrmino teora crtica, a menudo sin teorizar ni discutir, es con seguridad el Otro, unaotredad que se identifica insistentemente con los caprichos del crtico eurocntricodespolitizado. Se sirve mejor a la causa del arte o de la crtica radical, por ejemplo, si unfantstico profesor de cine anuncia, en un punto lgido de la argumentacin, No somosartistas, somos activistas polticos? Al oscurecer el poder de su propia prctica con laretrica de la militancia, no consigue llamar la atencin sobre el valor especfico de lapoltica de la produccin cultural; puesto que convierte las superficies de significacincinemtica en la base de la intervencin cultural, le da profundidad al lenguaje de la crticay extiende el dominio de la poltica en una direccin que no estar enteramente dominadapor las fuerzas de control econmico y social. Las formas de rebelin popular ymovilizacin son a menudo ms subversivas y transgresoras cuando se crean a travs deprcticas culturales oposicionales.

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    Antes de ser acusado de voluntarismo burgus, pragmatismo liberal, pluralismoacademicista y todos los otros ismos que son libremente bandeados por aquellos quehacen la ms severa excepcin al teorismo eurocntrico (derridismo, lacanismo,postestructuralismo...), deseara aclarar los objetivos de las preguntas con que comenzaba.Estoy convencido de que en el lenguaje de la economa poltica es legtimo representar las

    relaciones de explotacin y dominio mediante la divisin discursiva entre el Primer y elTercer Mundo, Norte y Sur. A pesar de la afirmacin de una retrica esprea delinternacionalismo por parte de las multinacionales establecidas y de las redes de lasnuevas industrias de la tecnologa de la comunicacin, estas circulaciones de signos yproductos, tal como son, estn atrapadas en los circuitos viciosos de la plusvala queconecta el capital del Primer Mundo con los mercados de trabajo del Tercer Mundo va lascadenas de divisin internacional del trabajo, y las clases nacionales compradoras. GayatriSpivak tiene razn al concluir que es en inters del capital que se preserva el teatrocomprador en un estado de legislacin laboral y regulacin ambiental relativamenteprimitivo2.

    Igualmente estoy convencido de que, en el lenguaje de la diplomacia internacional, existeun acentuado crecimiento de un nuevo nacionalismo anglo-americano que progresivamentearticula su poder econmico y militar en actos polticos que expresan un rechazo neo-imperialista a la independencia y autonoma de los pueblos y lugares del Tercer Mundo.Pinsese en la poltica norteamericana de bajo mano hacia la Amrica Latina y Caribea, enel morbo patritico y glamour patricio de la campaa britnica en las Malvinas o, msrecientemente, en el triunfalismo de las fuerzas britnicas y americanas durante la Guerradel Golfo. Estoy adems convencido de que tal dominacin poltica y econmica tiene unaprofunda influencia hegemnica sobre los rdenes de informacin del mundo occidental,sus medios de comunicacin populares y sus instituciones y academias especializadas.Hasta aqu no hay duda.

    Pero lo que s requiere mayor discusin es si los nuevos lenguajes de la crtica terica(semitica, postestructuralista, deconstruccionista y el resto de ellas) reflejan simplementeaquellas divisiones geopolticas y sus esferas de influencia. Estn los intereses de la teoraoccidental necesariamente enfrentados con el papel hegemnico de Occidente comobloque de poder? Es el lenguaje de la teora tan slo otra estratagema de poder de la litedel Occidente culturalmente privilegiado para producir un discurso del Otro que refuerza supropia ecuacin de poder-saber?

    Un importante festival de cine en Occidente -incluso un evento alternativo o contraculturalcomo la Third Cinema Conference de Edimburgo- nunca deja de revelar la influenciadesproporcionada de Occidente como forum cultural, en los tres sentidos de la palabra:como lugar de exhibicin y discusin pblica, como lugar de juicio, y como mercado. Unapelcula india sobre el sufrimiento de los que viven sobre las aceras de Bombai gana elFestival de Newcastle, lo cual abre entonces las posibilidades de distribucin en India. Elprimer informe polmico del desastre de Bhopal se realiz para Channel Four. El primerdebate en extensin sobre la poltica y la teora del Tercer Cine aparece por vez primera enScreen, publicada por el British Film Institute. Un artculo de archivo sobre la importantehistoria del neo-tradicionalismo y lo popular en el cine indio ve la luz en Framework3.Entre los principales protagonistas del desarrollo del Tercer Cine como prctica y precepto

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    figuran una serie de cineastas y crticos del Tercer Mundo que son emigrados o exiliados enOccidente y viven con dificultades, a menudo peligrosamente, en los mrgenesizquierdos de una cultura burguesa liberal eurocntrica. Pienso que no es preciso aadirnombres de lugares o personas, ni detallar las razones histricas por las que Occidenteexplota y carga con lo que Bourdieu llamara su capital simblico. La condicin es

    demasiado familiar, y no es mi propsito incidir aqu de nuevo en aquellas importantesdistinciones entre situaciones nacionales diferentes y las dispares causas polticas ehistorias colectivas para el exilio cultural. Me gustara tomar partido a favor de losmrgenes cambiantes del desplazamiento cultural -eso confunde cualquier sentidoautntico o profundo de lo que son una cultura nacional o un intelectual orgnico- einterrogar cul podra ser la funcin de una perspectiva terica comprometida, una vezhayamos admitido como lugar de partida paradigmtico el hibridismo cultural e histricodel mundo postcolonial.

    Comprometidos con qu? A estas alturas de la argumentacin, no quisiera identificarningn objeto de alianza poltica especfico -el Tercer Mundo, la clase trabajadora, lalucha feminista. Aunque tal objetificacin de la actividad poltica es crucial y debe informarel debate poltico de forma significativa, no constituye la nica opcin para aquelloscrticos o intelectuales que estn comprometidos con un cambio poltico progresista en ladireccin de una sociedad socialista. Es un signo de madurez poltica aceptar que haymuchas formas de escritura poltica cuyos diferentes efectos quedan oscurecidos si lasdividimos entre lo terico y lo activista. No se trata de si al folleto que organiza unahuelga le falta teora, mientras que el artculo especulativo sobre la teora de la ideologadebiera tener ms ejemplos o aplicaciones prcticas. Ambos son formas del discurso y ental medida producen ms que reflejan sus propios objetos de referencia. La diferencia entreellos radica en sus cualidades operacionales. El folleto tiene un propsito expositivo yorganizativo especfico, ligado temporalmente al evento; la teora de la ideologa hace sucontribucin a aquellas ideas y principios polticos implcitos que informan el derecho a lahuelga. El segundo no justifica al primero; ni neesariamente lo precede. Existen uno junto aotro -el uno como la parte que hace posible al otro- como la cara y el revs de una hoja depapel, por utilizar una analoga semitica comn, en el contexto poco comn de la poltica.

    Lo que me interesa aqu es el proceso de intervencin ideolgica, tal y como lo describeStuart Hall cuando habla del papel de la imaginacin o representacin en la prcticapoltica en su respuesta a las elecciones britnicas de 19874. Para Hall, la nocin dehegemona implica una poltica de identificacin del imaginario. Este ocupa un lugardiscursivo que no est exclusivamente delimitado por la historia de la izquierda o de laderecha. De alguna manera existe entre estas polaridades polticas, y tambin en lasfamiliares divisiones entre la prctica y la teora poltica. Esta aproximacin, tal y como yola entiendo, nos presenta un excitante y a menudo olvidado momento, o movimiento,propio del reconocimiento de la relacin entre la poltica y la teora, y confunde latradicional divisin entre stas. El movimiento se inicia si observamos que la relacinpoltica/teora est determinada por la regla de la materialidad repetible, lo que Foucaultdescribe cmo el proceso por el cual los enunciados de una institucin pueden transcribirseen el discurso de otra5. A pesar del esquema de uso y aplicacin que constituye el campode estabilizacin de tales enunciados, cualquier cambio en las condiciones de uso yreinversin del enunciado, cualquier alteracin de su campo de experiencia o verificacin o,

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    de hecho, cualquier diferencia en los problemas a resolver pueden conducir a la emergenciade un nuevo enunciado: la diferencia de lo mismo.

    Con qu formas hbridas puede emerger, pues, una poltica del enunciado terico? Qutensiones y ambivalencias marcan ese lugar enigmtico desde el que habla la teora? Al

    hablar en nombre de alguna especie de contrautoridad u horizonte de lo verdadero (en elsentido foucaultiano de los efectos estratgicos de un aparato cualquiera o dispositif), laempresa terica tiene que representar aquella autoridad adversaria (de poder y/o saber) que,en un movimiento doblemente inscrito, busca simultneamente subvertir y reemplazar. Conesta complicada formulacin he intentado indicar de alguna manera los lmites y el lugardel acontecimiento de la crtica terica que no contiene la verdad (en oposicin polar altotalitarismo, al liberalismo burgus o a cualquier otra cosa que se suponga la reprime).Lo verdadero est siempre marcado e informado por la ambivalencia del proceso deemergencia en s, por la productividad de los significados que construyen conocimientosalternativos in media res, en el propio acto de agonismo, en el marco de una negociacin(ms que en una negacin) de elementos oposicionales o antagonistas. Las posicionespolticas no son simplemente identificables como progresistas o reaccionarias, burguesas oradicales, antes del acto de la critique engage, o fuera de los trminos y condiciones de suapelacin discursiva. Es en este sentido que el momento histrico de accin poltica debeser pensado como parte de la historia de la forma de su escritura. Esto no supone afirmar loobvio: que no hay conocimiento -poltico o de otro tipo- fuera de la representacin.Significa sugerir que la dinmica de la escritura y la textualidad nos exige repensar lalgica de la causalidad y la determinacin a travs de las cuales reconocemos lo polticocomo una forma de clculo y accin estratgica dedicada a la transformacin social.

    Qu es preciso hacer? supone reconocer la fuerza de la escritura, su metaforicidad y sudiscurso retrico, como matriz productiva que define lo social y lo hace posible comoobjetivo de y para la accin. La textualidad no es simplemente una expresin ideolgica desegundo orden o un sntoma verbal de un sujeto poltico dadocon anterioridad. Que elsujeto poltico [political subject] -como, en efecto, el objeto y sujeto de la poltica [subjectof politics]- sea un acontecimiento discursivo no hay lugar donde este ms claro que en untexto que ha supuesto una influencia formativa para el discurso occidental democrtico ysocialista -el ensayo de Mill De la Libertad. Su captulo crucial, De la libertad depensamiento y discusin, es un intento de definir el juicio poltico como el problema deencontrar una forma de retrica pblica capaz de representar contenidos polticosdiferentes y opuestos no como principios pre-constituidos a priori, sino como unintercambio dialgico discursivo, una negociacin de trminos en el continuo presente de laenunciacin del enunciado poltico. Pero lo sorprendente aqu es la sugerencia de que, en elacontecimiento textual, se inicia una crisis de identificacin, que despliega una ciertadiferencia dentro de la significacin de cualquier sistema poltico individual, anterior alestablecimiento de las diferencias substanciales entre creencias polticas. Un saber slopuede volverse poltico mediante un proceso agnstico: la disensin, la alteridad y laotredad son las condiciones discursivas para la circulacin y el reconocimiento de un sujetopolitizado y una verdad pblica:

    [Si] los que se oponen a toda verdad importante no existen, es indispensable que losimaginemos... [Un hombre] debe sentir con toda su fuerza la dificultad a la que una

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    verdadera visin del asunto debe enfrentarse y de la cual debe librarse; o sino nuncaposeer realmente la parte de la verdad necesaria para afrontar y vencer aquella dificultad...Sus conclusiones [las de ellos] pueden ser ciertas, pero lo mismo podran ser falsas por loque ellos saben: nunca se han situado en la posicin mental de aquellos que piensan de otramanera que ellos ... y, por consiguiente, no conocen, en un sentido verdadero de la palabra,

    la doctrina que ellos mismos profesan. 6 [Las cursivas son mas].Es verdad que la racionalidad de Mill permite, o requiere, tales formas de contencin ycontradiccin para realzar su visin del curso inherentemente progresista y evolutivo deljuicio humano. (Esto hace posible que se resuelvan las contradicciones y tambin genera unsentido de la verdad total que refleja la inclinacin natural, orgnica, de la mentehumana). Tambin es cierto que Mill siempre reserva, en la sociedad tanto como en elargumento, el irreal espacio neutral de la Tercera Persona para la representacin delpueblo, que es testimonio del debate desde una distancia epistemolgica y extrae unaconclusin razonable. An as, en su intento de describir lo poltico como una forma dedebate y dilogo -como proceso de retrica pblica- condicionados de manera crucial poresa ambivalente y antagnica facultad que es la imaginacin poltica, Mill excede elsentido normalmente mimtico de la batalla de ideas. Sugiere algo mucho ms dialgico: elreconocimiento y la realizacin [realization] de la idea poltica en el ambivalente punto dela apelacin textual, su emergencia a travs de una forma de proyeccin poltica.

    Releer a Mill a travs de las estrategias de escritura que he sugerido revela que uno nopuede seguir pasivamente la lnea de argumentacin que atraviesa la lgica de la ideologacontraria. El proceso textual de antagonismo poltico inicia un proceso contradictorio delectura entre lneas; el agente del discurso, en el mismo momento de su enunciacin, esconvertido en el objeto inverso, proyectado del argumento, vuelto contra s mismo. Lapolitizada porcin de verdad es solamente producida, insiste Mill, al asumir la posicinmental del antagonista y trabajar a travs de la fuerza desplazante y descentradora de esadificultad discursiva. sta es una dinmica diferente de la tica de la tolerancia en laideologa liberal, donde se imagina la oposicin para poder contenerla y demostrar unrelativismo o humanismo ilustrados. Leer a Mill a contrapelo sugiere que la poltica slopuede ser representativa de un discurso verdaderamente pblico mediante una escisin en lasignificacin del sujeto de la representacin, mediante una ambivalencia que se produce enel punto de enunciacin de una poltica.

    He querido demostrar la importancia del espacio de escritura y la problemtica de laenunciacin en el corazn mismo de la tradicin liberal, porque es ah donde se afirman conmayor fuerza el mito de la transparencia del agente humano y lo razonable de la accinpoltica. A pesar de las ms radicales alternativas polticas de la derecha y la izquierda,todava se piensa y se vive substancialmente con la imagen popular, llena de sentidocomn, del lugar del individuo en relacin a lo social en los trminos ticos modelados porlas creencias liberales. Lo que revela la atencin prestada a la retrica y la escritura es laambivalencia discursiva que hace lo poltico posible. Desde tal perspectiva, laproblemtica del juicio poltico no puede ser representada como un problemaepistemolgico de apariencia y realidad, o prctica y teora, o palabra y cosa. Tampocopuede ser representado lo poltico como un problema dialctico o como una contradiccinsintomtica constitutiva de la materialidad de lo real. Por el contrario, nos hace

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    terriblemente conscientes de la yuxtaposicin ambivalente, de la peligrosa relacinintersticial, de lo factual y lo proyectivo y, ms all de todo esto, de la funcin crucial de lotextual y lo retrico. Son esas vicisitudes del movimiento del significante, en la fijacin delo factual y la clausura de lo real, las que aseguran la eficacia del pensamiento estratgicoen los discursos de la Realpolitik. Es este de-aqu-a-all, este fort/da del proceso simblico

    de la negociacin poltica lo que constituye una poltica de la apelacin. Su importancia vams all de desmoronamiento del esencialismo o logocentrismo de una tradicin polticarecibida en nombre del libre juego abstracto del significante.

    Un discurso crtico no produce un objeto, u objetivo, o saber, poltico nuevo que seasimplemente el reflejo mimtico de un principio poltico a priori o compromiso terico. Nopodemos exigirle al discurso crtico una pura teleologa de anlisis por la cual el principioprimero se vea simplemente aumentado, su racionalidad fcilmente desarrollada, suidentidad como socialista o materialista (por oposicin a la neo-imperialista o humanista)consistentemente confirmada en cada fase opositiva de la argumentacin. Tal kitidentificador del idealismo poltico puede ser un gesto de gran fervor individual, perocarece del sentido profundo, aunque peligroso, de lo que est implicado en el passage de lahistoria por el discurso terico. El lenguaje de la crtica es efectivo no porque mantengasiempre separados los trminos del amo y el esclavo, el mercantilista y el marxista, sino enla medida que supera las bases ya dadas de la oposicin y abre un espacio de traduccin: unlugar de hibridismo, hablando figuradamente, donde la construccin del objeto poltico quees nuevo, ni el uno ni el otro, aliena apropiadamente nuestras expectativas polticas, ycambia, como debe, las formas mismas de nuestro reconocimiento del momento de lopoltico. El reto radica en concebir el momento de la accin poltica y entender que abre unespacio que puede aceptar y regular la estructura diferencial del momento de intervencinsin apresurarse a producir una unidad del antagonismo o la contradiccin social. Esto esseal de que la historia est ocurriendo -en las pginas de la teora, o en los sistemas yestructuras que construimos para figurar el paso de lo histrico.

    Cuando hablo de negociacin en lugar de negacin es para convocar una temporalidad quehace posible concebir la articulacin de los elementos antagnicos o contradictorios: unadialctica sin la emergencia de una Historia teleolgica o trascendente y ms all de laforma prescriptiva de la lectura sintomtica, donde los tics nerviosos sobre la superficie dela ideologa revelan la real contradiccin materialista que la Historia representa. En taltemporalidad discursiva, el acto terico se convierte en la negociacin de instanciascontradictorias y antagnicas que abren espacios hbridos y objetivos para la lucha,destruyendo aquellas polaridades negativas entre el saber y sus objetos, entre la teora y larazn prctico-poltica7. Si he argumentado en contra de una divisin primordial yprevisionaria de la derecha o la izquierda, lo progresista y lo reaccionario, ha sido slo paradestacar la diffrance absolutamente histrica y discursiva entre ambos extremos. Noquisiera que mi nocin de la negociacin fuera confundida con algn sentido sindicalistadel reformismo, porque ese no es el nivel poltico que estamos tratando de explorar. Con eltrmino negociacin intento llamar la atencin sobre la estructura de iteracin que informalos movimientos polticos que intentan articular los elementos antagnicos y oposicionalessin la racionalidad redentiva de la sublimacin o la trascendencia8.

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    La temporalidad de la negociacin o traduccin, tal y como la he esbozado, tiene dosventajas principales. En primer lugar, admite la conectividad histrica entre el sujeto y elobjeto de la crtica de manera que no pueda existir una oposicin simplista, esencialistaentre una cognicin errnea y la verdad revolucionaria. La lectura progresista vienedeterminada de forma crucial por la situacin agonista o de enfrentamiento; es efectiva

    porque utiliza la sucia mscara subversiva del camuflaje y no se presenta como un merongel vengador hablando la verdad de una historicidad radical y pura oposicionalidad. Siuno es consciente de esta emergencia (y no origen) heterognea de la crtica radical,entonces -y este sera mi segundo argumento- la funcin de la teora dentro del procesopoltico tendra un doble filo. Nos hace conscientes de que nuestros referentes y prioridadespolticas -el pueblo, la comunidad, la lucha de clase, el anti-racismo, la diferencia degneros, la afirmacin de una tercera perspectiva, de una perspectiva negra, o de una anti-imperialista- no estn ah en un sentido primordial, naturalista. Tampoco reflejan un objetopoltico unitario u homogneo. Slo toman sentido en la medida en que vienen a serconstruidos por los discursos del feminismo, o del marxismo, o del Third Cinema o decualquier otra cosa, cuyos objetos de prioridad -clase o sexualidad o la nueva etnicidad-estn siempre en tensin histrica y filosfica, en referencia cruzada con otros objetivos.

    De hecho, la historia entera del pensamiento socialista que persigue hacerlo nuevo ymejor parece ser un proceso diferente de articular prioridades cuyos objetos polticospueden ser recalcitrantes y contradictorios. En el marxismo contemporneo, por ejemplo,contemplamos la continua tensin entre la faccin laborista, inglesa, humanista y lastendencias teorticas y estructuralistas de la nueva izquerda. En el feminismo existeigualmente una marcada diferencia de nfasis entre la tradicin psicoanaltica/semitica yla articulacin marxista del gnero y la clase a travs de una teora de la interpelacinideolgica y cultural. He presentado estas diferencias a grandes trazos, usando a menudo ellenguaje de la polmica para sugerir que cada posicin es siempre un proceso de traducciny transferencia. Cada objetivo se construye sobre el rastro de aquella perspectiva quepropone borrar; cada objeto poltico se determina en funcin del otro, y es desplazado en talacto crtico. Muy a menudo estas cuestiones tericas son imperiosamente traspasadas atrminos organizativos y representadas como sectarias. Sugiero que estas contradicciones yconflictos, que a menudo desbaratan las intenciones polticas y hacen la cuestin delcompromiso compleja y difcil, estn arraigadas en el proceso de traduccin ydesplazamiento en que se inscribe el objeto de la poltica. El efecto no es una estasis oagotamiento de la voluntad. Es, por el contrario, el aguijn de la negociacin de la polticay las polticas socialdemcratas, las cuales requieren que las cuestiones de organizacinsean teorizadas y la teora socialista organizada, porque no hay comunidad alguna nicuerpo del pueblo cuya inherente historicidad radical emita los signos adecuados.

    Este nfasis en la representacin de lo poltico, en la construccin del discurso, es lacontribucin radical de la traduccin de la teora. Su vigilancia conceptual nunca permiteuna simple identidad entre el objetivo poltico y sus medios de representacin. El nfasis enla necesidad de heterogeneidad y la doble inscripcin del objetivo poltico no essimplemente la repeticin de una verdad general sobre el discurso traspasada al campo delo poltico. Negar una lgica esencialista y un referente mimtico a la representacinpoltica es un argumento fuerte y fundamentado contra el separatismo poltico de cualquiersigno, y se abre paso frente al moralismo que normalmente acompaa tales afirmaciones.

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    No hay espacio, literal ni figuradamente, para el objetivo poltico unitario u orgnico queira en contra del sentido de una comunidad socialista de inters y articulacin.

    En Gran Bretaa, en los 80, ninguna lucha poltica fue ms poderosa y agudamentesostenida en base a los valores y tradiciones de una comunidad socialista que la huelga de

    mineros de 1984-85. Los batallones de cifras y predicciones monetaristas sobre larentabilidad de las minas fueron enrgicamente alineados contra los ms ilustres estandarsdel movimiento laborista britnico, las comunidades culturales ms cohesionadas de laclase trabajadora. La eleccin se planteaba claramente entre el mundo naciente delgentilicio de la nueva ciudad thatcherista y la larga historia del obrero, o al menos as lespareca a la izquierda tradicional y a la nueva derecha. En estos trminos de clase, lasmujeres mineras implicadas en la huelga fueron aplaudidas por el heroico papel de apoyoque jugaron, por su aguante e iniciativa. Pero el impulso revolucionario pareca tambinque perteneca con toda seguridad al macho de clase trabajadora. Entonces, paraconmemorar el primer aniversario de la huelga, Beatrix Campbell, en el Guardian,entrevist a un grupo de mujeres que haba participado en la huelga. Estaba claro que suexperiencia del enfrentamiento histrico, su comprensin de la eleccin histrica que seestaba tomando, era increblemente diferente y ms compleja. Sus testimonios no estarancontenidos de forma simple o nica entre las prioridades de la poltica de clase o en lashistorias de la lucha industrial. Muchas de las mujeres empezaron a cuestionar su papeldentro de la familia y la comunidad -las dos instituciones centrales que articulaban lossignificados y la moral de la tradicin de las clases trabajadoras alrededor de la cual seplanteaba la batalla ideolgica. Algunas de ellas amenazaban los smbolos y autoridades dela cultura que deendan con su lucha. Otras dieron al traste con los hogares que habanluchado por defender. Para la mayora de ellas no haba vuelta atrs, no haba manera devolver a los viejos buenos tiempos. Sera simplista sugerir que este considerable cambiosocial era un desprendimiento tangencial de la lucha de clase o que se trataba de un repudiode la poltica de clase desde una perspectiva socialista-feminista. No hay una simple verdadpoltica o social a aprender, porque no hay una representacin unitaria de la agenciapoltica, ni una jerarqua fija de los valores y efectos polticos.

    Mi ilustracin trata de exponer la importancia del momento hbrido del cambio poltico.Aqu el valor transformacional del cambio radica en la rearticulacin, o traduccin, deelementos que no son ni lo Uno (una clase trabajadora unitaria) ni lo Otro (la poltica delgnero) sino algo ms, que contesta los trminos y territorios de ambos. Hay unanegociacin entre el gnero y la clase, donde cada formacin encuentra los mrgenesdesplazados, diferenciados de representacin de su grupo y los lugares enunciativos en quelos lmites y limitaciones del poder se encuentran en una relacin agonista. Cuando sesugiere que el Partido Laborista britnico debiera aspirar a producir una alianza entre lasfuerzas progresistas que estn ampliamente dispersas y distribuidas entre todo un conjuntode fuerzas de clase, cultura u ocupacin -sin ningn sentido unificador de clase de por s- eltipo de hibridismo que he intentado identificar se reconoce como una necesidad histrica.Necesitamos una articulacin un poco menos pietista del principio poltico (alrededor de laclase y la nacin); precisamos algo ms que un principio de negociacin poltica.

    Esta parece ser la cuestin terica crucial en los argumentos de Stuart Hall a favor de laconstruccin de un bloque de poder contra-hegemnico mediante el cual el partido

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    socialista pudiera construir su mayora, su demarcacin electoral; y con el que el PartidoLaborista pudiera (in)concebiblemente mejorar su imagen. Los trabajadores a tiempoparcial en paro, cualificados y semi-cualificados, hombres y mujeres, las clases marginalesde gente de color con bajos salarios: estos signos de la fragmentacin del consenso de clasey cultural representan tanto la experiencia histrica de las divisiones sociales

    contemporneas, como una estructura de heterogeneidad sobre la que construir unaalternativa terica y poltica. Para Hall, el imperativo es construir un nuevo bloque social dediferentes demarcaciones electorales, a travs de la produccin de una forma deidentificacin simblica que resultase en una voluntad colectiva. El Partido Laborista, consu deseo de reinstaurar su imagen tradicionalista -basada en la clase trabajadora, sindical,blanca, masculina- no es suficientemente hegemnico, escribe Hall. Tiene razn; lo quequeda por responder es si el racionalismo y la intencionalidad que propelen la voluntadcolectiva son compatibles con el lenguaje de la imagen simblica y la identificacinfragmentaria que representan, para Hall y para la hegemona/contra-hegemona, lacuestin poltica fundamental. Puede haber entonces, alguna vez, hegemona suficiente,excepto en el sentido que dos tercios de la mayora nos elegirn como gobierno socialista?

    Es al intervenir en el argumento de Hall que se revelan las necesidades de negociacin. Elinters de la posicin de Hall radica en su reconocimiento, destacable para la izquierdabritnica, de que, aunque influyentes, los intereses materiales por s mismos no tienennecesariamente una pertenencia de clase9. Esto tiene dos efectos significativos. Lepermite a Hall ver a los agentes del cambio poltico como sujetos discontinuos, divididos,atrapados entre identidades e intereses en conflicto. Igualmente, en el nivel histrico de unapoblacin thatcherista, Hall constata que son norma las formas de identificacin divisoriams que las solidarias, lo cual reslta en la apora e indecidibilidad del juicio poltico. Ques lo que pone por delante una mujer trabajadora? Cul de sus identidades es la quedetermina sus opciones polticas? La respuesta a estas preguntas viene definida, segn Hall,por la definicin ideolgica de los intereses materialistas; un proceso de identificacinsimblica alcanzado mediante una tecnologa poltica de la imaginacin quehegemnicamente produce un bloque social de derecha o de izquierda. No slo esheterogneo el bloque social, sino que, tal como lo veo, el trabajo de la hegemona es en smismo un proceso de iteracin y diferenciacin. Depende de la produccin de imgenesalternativas o antagonistas que son siempre producidas una junto a otra y una encompeticin con la otra. Son esta naturaleza de lo-uno-junto-a-lo-otro, esta presenciaparcial, o metonmica del antagonismo, y sus significaciones efectivas las que dansignificado (en un sentido bastante literal) a la poltica de la lucha como una lucha deidentificaciones y a la guerra de posiciones. Por tanto es problemtico pensar en ello comosubsumido en una imagen de la voluntad colectiva.

    La hegemona requiere iteracin y alteridad para ser efectiva, para ser productiva depueblos humanos politizados: el bloque socio-simblico (no-homogneo) necesita de srepresentarse en una voluntad colectiva solidaria -una imagen moderna del futuro- si talescolectivos han de producir un gobierno progresista. Ambas cosas pueden ser necesariaspero no necesariamente se derivan una de otra, puesto que en cada caso el modo derepresentacin y su temporalidad son diferentes. La contribucin de la negociacin consisteen exponer el entremedio [in-between] de este argumento crucial; no se autocontradice,

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    sino que realiza de forma significativa, en el proceso de su discusin, los problemas dejuicio e identificacin que informan el espacio poltico de su enunciacin.

    Por el momento, el acto de negociacin no slo ser interrogativo. Pueden esos sujetosdivididos y movimientos sociales diferenciados, que despliegan formas de identificacin

    ambivalentes y divididas, ser representados en una voluntad colectiva que se hace eco deforma distintiva de la herencia ilustrada de Gramsci y su racionalismo10? Cmo debeacomodarse el lenguaje de la voluntad a las vicisitudes de su representacin, de suconstruccin mediante una mayora simblica donde los desposedos se identifican a smismos desde la posicin de los que tienen? Cmo construir una poltica basada en undesplazamiento tal del afecto o la elaboracin estratgica (Foucault), donde elposicionamiento poltico se basa ambivalentemente en una representacin de las fantasaspolticas que requieren repetidos recorridos a travs de las fronteras diferenciales entre unbloque simblico y el otro, as como a travs de las posiciones al alcance de cada uno? Sital es el caso, entonces cmo fijaremos la contra-imagen de hegemona socialista para querefleje la voluntad dividida, al pueblo fragmentado? Si la poltica de la hegemona es, demanera bastante literal, insignificable sin la representacin metonmica de su estructura dearticulacin agonista y ambivalente, entonces cmo estabiliza y unifica su apelacin lavoluntad colectiva como una agencia de representacin, en tanto que representante de unpueblo? Como evitar la confusin o superposicin de imgenes, la pantalla dividida, laimposibilidad de sintonizar imagen y sonido? Quizs necesitemos cambiar el lenguajeocular de la imagen para poder hablar de las identificaciones o representaciones sociales ypolticas de un pueblo. Cabe destacar que Laclau y Mouffe se han acercado al lenguaje dela textualidad y el discurso, a la diffrance y a las modalidades enunciativas, al intentarentender la estructura de la hegemona11. Paul Gilroy se refiere tambin a la teora de lanovela en Bajtn cuando describe el papel de la performance en las culturas negasexpresivas como un intento de transformar la relacin entre el performer y la muchedumbreen rituales dialgicos para que los espectadores adopten un papel activo en los procesoscolectivos que a veces son catartcos y que pueden simbolizar o incluso llegar a crear unacomunidad12 [la cursiva es ma].

    Estas negociaciones entre la poltica y la teora hacen imposible pensar el lugar de loterico como una meta-narrativa que aspire a una forma ms total de generalidad. Tampocose puede proclamar una cierta distancia epistemolgica, ms o menos familiar, entre eltiempo y el lugar del intelectual y el activista, como sugiere Fanon cuando observa quemientras que los polticos inscriben su accin en la realidad cotidiana, los hombres decultura se sitan en el marco de la historia13. Es precisamente ese binarismo popular entrela teora y la poltica, cuya base fundacional es una visin del conocimiento comogeneralidad totalizadora y de la vida cotidiana como experiencia, subjetividad o falsaconsciencia, lo que he tratado de eliminar. Se trata de una distincin incluso suscrita porSartre cuando describe al intelectual comprometido como un terico del conocimientoprctico cuyo criterio de definicin es la racionalidad y cuyo primer proyecto es combatir lairracionalidad de la ideologa14. Desde el punto de vista de la negociacin y la traduccin,contra Fanon y Sartre, no puede haber una clausura discursiva final de la teora. La teorano se extingue en lo poltico, incluso si las batallas por el poder-saber puedan estar ganadaso perdidas con grandes consecuencias. El corolario es que no hay ningn acto inicial nifinal de transformacin social (o socialista) revolucionaria.

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    Espero que est claro que borrar el lmite tradicional entre teora/poltica, y mi resistencia alen-cierro de lo terico, bien sea leda negativamente como elitismo o positivamente comosupraracionalidad radical, no afectan la buena o mala fe del agente activista o delintelectual agent provocateur. Me interesa esencialmente la estructuracin conceptual de los

    trminos -lo terico/lo poltico- que informan una serie de debates relacionados con eltiempo y el lugar del intelectual comprometido. Por tanto, he defendido una cierta relacinpara con el saber que creo es crucial para la estructuracin de nuestro sentido de lo quepuede ser el objeto de la teora en el acto de determinar nuestros objetivos polticosespecficos.

    II

    Qu es lo que es en juego cuando se califica de occidental la teora crtica? Se trata,obviamente, de una designacin de poder institucional y eurocentricidad ideolgica. Lateora crtica a menudo se ocupa de textos que estn dentro de las familiares condiciones ytradiciones de la antropologa colonial, bien para universalizar su significado con su propiodiscurso cultural y acadmico, o bien para agudizar su crtica interna al signo occidentallogocntrico, al sujeto idealista o, en efecto, a las ilusiones y engaos de la sociedad civil.Esta es una maniobra familiar de saber terico, donde, habiendo abierto el cisma de ladiferencia cultural, se hace preciso encontrar un mediador o metfora de la otredad quecontenga los efectos de la diferencia. Para ser institucionalmente efectivo como disciplina,hay que hacer que el saber sobre la diferencia cultural se extinga en el Otro; la diferencia yla otredad se convierten as en la fantasa de un cierto espacio cultural o, efectivamente, seconvierten en la certeza de una forma de conocimiento terico que deconstruye elmargen epistemolgico de Occidente.

    Ms importante todava, el lugar de la diferencia cultural puede convertirse en el merofantasma de una lucha disciplinar despiadada donde no tenga espacio ni poder. El dspotaturco de Montesquieu, el Japn de Barthes, la China de Kristeva, los indios nambikwara deDerrida, los paganos cashinahua de Lyotard son parte de esta estrategia de contencin porla cual el Otro texto es para siempre el horizonte exegtico de la diferencia, nunca el agenteactivo de la articulacin. El Otro es citado, reseado, enmarcado, iluminado, encajado en elpositivo/negativo de una estrategia de ilustracin en serie. Las narraciones y la polticacultural de la diferencia se convierten en el crculo cerrado de la interpretacin. El Otropierde su poder de significar, negar, iniciar su propio deseo histrico, de establecer supropio discurso institucional y oposicional. Por muy impecablemente que se conozca elcontenido de cualquier cultura otra, por muy anti-etnocntricamente que se la represente,es su localizacin como clausura de las grandes teoras, la exigencia de que, en trminosanalticos, sea siempre el buen objeto de conocimiento, el cuerpo dcil de la diferencia, lo

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    que reproduce una relacin de dominacin y es la acusacin ms seria que se le puede hacera los poderes institucionales de la teora crtica.

    Sin embargo, hay que hacer una distincin entre la historia institucional de la teora crticay su potencial conceptual para el cambio y la innovacin. La crtica de Althusser a la

    estructura temporal de la totalidad expresiva marxista-hegeliana, a pesar de sus limitacionesfuncionalistas, se abre a las posibilidades de pensar las relaciones de produccin en untiempo de historias diferenciales. La ubicacin por Lacan del significante del deseo en lacima del lenguaje y de la ley permite la elaboracin de una forma de representacin socialque est viva en la ambivalente estructura de subjetividad y socialidad. La arqueologafoucaultiana de la emergencia del hombre moderno y occidental como un problema definitud, inextricable de sus propios albores, su Otro, permite que los objetivos lineales,progresistas de las ciencias sociales -principal discurso imperialista- se vean confrontadospor sus propias limitaciones historicistas. Estos argumentos y modos de anlisis pueden serdescartados como escaramuzas internas acerca de la causalidad hegeliana, la representacinpsquica o la teora sociolgica. Alternativamente, pueden estar sujetos a una traduccin, auna transformacin de valor como parte del cuestionamiento del proyecto de la modernidaden la gran tradicin revolucionaria de C.L.R. James -contra Trosky o Fanon, contra lafenomenologa y el psicoanlisis existencialista. En 1952, era Fanon quien sugiri que unalectura oposicional, diferencial del Otro de Lacan poda ser ms relevante para la condicincolonial que una lectura marxistizante de la dialctica del amo el esclavo.

    Podra ser posible producir esa traduccin o transformacin si entendemos la tensin que seproduce en el seno de la teora crtica entre su contencin institucional y su fuerzarevolucionaria. La continua referencia al horizonte de culturas otras que he mencionadoms arriba es ambivalente. Es un lugar de citacin, pero tambin es el signo de que talteora crtica no puede para siempre sostener su posicin en la academia como el filoadversarista del idealismo occidental. Lo que es preciso es demostrar otro territorio detraduccin, otro testimonio del argumento analtico, una implicacin distinta en la polticade y sobre la dominacin cultural. Lo que este otro lugar de la teora podra ser resultarms claro si vemos primero que muchas ideas postestructuralistas se oponen por s mismasal humanismo y la esttica ilustrados. Constituyen nada menos que una deconstruccin delmomento de lo moderno, de sus valores legales, de sus gustos literarios, de sus imperativoscategricos polticos y filosficos. En segundo lugar, y lo que es ms importante, debemosrehistorizar el momento de la emergencia del signo, o la cuestin del sujeto, o laconstruccin discursiva de la realidad social, por nombrar tan slo unos pocos temaspopulares de la teora contempornea. Esto slo puede ocurrir si reubicamos los requisitosreferenciales e institucionales de tal trabajo terico en el campo de la diferencia cultural -yno en el de la diversidad cultural.

    Este tipo de reorientacin puede encontrarse en los textos histricos del momento colonialde finales del dieciocho y principios del diecinueve. Porque a la vez que emerga lacuestin de la diferencia cultural en el texto colonial, los discursos de la urbanidad estabandefiniendo el momento dplice de emergencia de la modernidad occidental. Por eso lagenealoga poltica y terica de la modernidad no radica tan slo en los orgenes de la ideade la urbanidad, sino en esta historia del momento colonial. Se puede encontrar en laresistencia de los pueblos colonizados en nombre de la Palabra de Dios y del Hombre, la

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    Cristiandad y la lengua inglesa. Las transmutaciones y traducciones de las tradicionesindgenas en su oposicin a la autoridad colonial demuestran cmo el deseo delsignificante, la indeterminacin de la intertextualidad, pueden estar profundamenteimplicados en la lucha postcolonial contra las relaciones dominantes de poder y saber. Enlas siguientes palabras del amo misionero podemos escuchar, con bastante claridad, las

    voces oposicionales de una cultura de resistencia; pero tambin omos el proceso incierto yamenazador de la transformacin cultural. Cito del influyente libro India and IndiaMissions (1839) de A. Duff:

    Venid a una doctrina que creis que es peculiar de la Revelacin; decidle a la gente quedeben ser regenerados o que deben volver a nacer, o si no nunca podrn ver a Dios.Antes de que os deis cuenta, se marcharan diciendo Oh, no hay nada nuevo, ni extrao enesto; nuestros shastras nos dicen lo mismo; sabemos y creemos que debemos volver anacer; es nuestro destino que sea as. Pero qu es lo que entienden por esa expresin? Loque entienden es que deben volver a nacer una y otra vez, en formas distintas, de acuerdocon su propio sistema de transmigracin o nacimientos reiterados. Para evitar la aparienciade aprobar una doctrina tan absurda y perniciosa, cambiis vuestro lenguaje y les decs quedebe haber un segundo nacimiento -que deben nacer dos veces. Entonces lo que pasa es questa, y otras terminologas similares, estn ocupadas ya. Los hijos de Brahman tienen quellevar a cabo varios ritos purificadores y de iniciacin antes de alcanzar la brahmanidadtotal. El ltimo de estos rios es la investidura con la cuerda sagrada; seguida de lacomunicacin del Gayatri, el verso ms sagrado de los Vedas. Este ceremonial constituyereligiosa y metafricamente, su segundo nacimiento; de ah entonces que en adelante sudenominacin distintiva y peculiar sea la de los nacidos dos veces, u hombres regenerados.De ah que vuestro lenguaje mejorado pueda solamente convocar la impresin de que todosdeben convertirse en perfectos brahmanes, antes de poder ver a Dios.15 [La cursiva esma].

    Los argumentos para la certeza evanglica se ven confrontados no slo por la simpleasercin de una tradicin cultural antagnica. El proceso de traduccin supone la aperturade un lugar otro de confrontacin poltica y cultural en el seno de la representacincolonial. Aqu la palabra de la autoridad divina se ve profundamente socavada por laconstatacin del signo indgena; y en la prctica misma de dominacin el lenguaje del amose vuelve hbrido -ni lo uno ni lo otro. El incalculable sujeto colonizado -medioaquiescente, medio oposicional, siempre poco de fiar- produce un problema irresoluble dediferencia cultural para el propio mensaje de la autoridad cultural colonial. El sutil sistemadel hinduismo, como lo llamaban los misioneros a principios del diecinueve, genertremendas implicaciones de poltica para las instituciones de conversin cristiana. Laautoridad escrita de la Biblia se vio amenazada y con ella una nocin post-ilustrada de laevidencia de la Cristiandad y su prioridad histrica, que era central para el colonialismoevanglico. Ya no se poda confiar en que la Palabra llevase la verdad al ser escrita ohablada por el misionero europeo en el mundo colonial. Por tanto haba que encontrarcatequistas nativos, que llevaran consigo sus propias ambivalencias y contradiccionespolticas y culturales, a menudo bajo una enorme presin por parte de sus familias ycomunidades.

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    Esta revisin de la historia de la teora crtica se sustenta, he dicho, en la nocin dediferencia cultural, no en la diversidad cultural. La diversidad cultural es un objetoepistemolgico -la cultura como objeto del saber/conocimiento emprico- mientras que ladiferencia cultural es el proceso de enunciacin de la cultura como portadora deconocimiento, autoritativa, adecuada para la construccin de sistemas de identificacin

    cultural. Si la diversidad cultural es una categora de tica, esttica o etnologa comparativa,la diferencia cultural es un proceso de significacin por el que los enunciados de cultura osobre una cultura diferencian, discriminan o autorizan la produccin de campos de fuerza,referencia, aplicabilidad y capacidad. La diversidad cultural es el reconocimiento decontenidos y costumbres culturales ya dados; suspendida en el marco temporal delrelativismo da lugar a las nociones liberales del multiculturalismo, el intercambio cultural ola cultura de la humanidad. La diversidad cultural es tambin la representacin de unaretrica radical de separacin de las culturas totalizadas que viven incorruptas por laintertextualidad de su localizacin histrica, a salvo en la Utopa de una memoria mtica deuna identidad colectiva nica. La diversidad cultural puede incluso emerger como unsistema de articulacin e intercambio de signos culturales en ciertas versiones tempranas dela antropologa estructuralista.

    Mediante el concepto de diferencia cultural quiero llamar la atencin sobre la base comn yel territorio perdido de los debates crticos contemporneos. Porque todos ellos reconocenque el problema de la interaccin cultural slo emerge en los lmites significatorios de lasculturas, donde los significados y valores son (mal) ledos y los sinos incorrectamenteapropiados. La cultura emerge slo como un problema, o como una problemtica, en elpunto en que hay una prdida de significado en la contestacin o articulacin de la vidacotidiana, entre clases, gneros, razas, naciones. Y an as, la realidad del lmite o del texto-lmite de la cultura raramente es teorizada fuera de las polmicas moralistasbienintencionadas contra el prejuicio y el estereotipo, o en la afirmacin global de unracismo individual o institucional -que describe ms el efecto que la estructura delproblema. La necesidad de pensar el lmite de una cultura como un problema deenunciacin de la diferencia cultural queda desautorizada.

    El concepto de diferencia cultural ilumina el problema de la ambivalencia de la autoridadcultural: el intento de dominar en nombre de una supremaca cultural que es en s mismaproducida tan slo en el momento de diferenciacin. Y es la autoridad misma de la culturacomo un saber de verdad referencial lo que est en juego en el momento y el concepto deenunciacin. El proceso enunciativo introduce una escisin en el presente performativo dela identificacin cultural; una escisin entre la tradicional demanda culturalista de unmodelo, tradicin, comunidad o sistema estable de referencias, y la necesaria negacin de lacerteza en la articulacin de nuevas exigencias, significados, estrategias en el presentepoltico como prctica de dominacin, o de resistencia. La lucha a menudo se plantea entreel tiempo y la narracin mticos o teleolgicamente historicistas del tradicionalismo -dederecha o izquierda- y el tiempo cambiante, estratgicamente desplazado de articulacin deuna poltica histrica de la negociacin tal y como sugera ms arriba. El tiempo de laliberacin es, como evoca Fanon con fuerza, un tiempo de incerteza cultural y, lo que escrucial, de indecidibilidad significatoria y representacional.

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    Pero [los intelectuales nativos] olvidan que las formas de pensamiento, la alimentacin, lastcnicas modernas de informacin, de lenguaje y de vestido han reorganizadodialcticamente el cerebro del pueblo y que las constantes (del arte nacional) que fueron lasalambradas durante el periodo colonial estn sufriendo mutaciones terriblemente radicales...[Debemos unirnos] al pueblo en ese movimiento oscilante que acaba de esbozar y a partir

    del cual ... todo va a ser impugnado. A ese sitio de oculto desequilibrio, donde se encuentrael pueblo, es adonde debemos dirigirnos.16 [Las cursivas son mas].

    La enunciacin de la diferencia cultural problematiza la divisin binaria entre pasado ypresente, tradicin y modernidad, a nivel de la representacin cultural y su apelacinautoritativa. Es el problema de cmo, en el presente significativo, algo llega a ser repetido,reubicado y traducido en nombre de la tradicin, en la guisa de una pretericin que no esnecesariamente un signo fiel de la memoria histrica, sino una estrategia para representar laautoridad en trminos de un artificio de lo acaico. Esa iteracin niega nuestro sentido de losorgenes de la lucha. Socava nuestro sentido de los efectos homogeneizantes de lossmbolos e iconos culturales, en la medida que cuestiona nuestro sentido de la autoridad dela sntesis cultural en general.

    Esto exige que repensemos nuestra perspectiva sobre la identidad de la cultura. Aqu elpasaje de Fanon -algo reinterpretado- puede ser de ayuda. Qu es lo que implica suyuxtaposicin de los principios nacionales constantes con una visin de la cultura-como-lucha-poltica, tan hermosa y enigmticamente descrita como la zona de ocultainestabilidad donde el pueblo habita? Estas ideas no solamente ayudan a explicar lanaturaleza de la lucha colonial; tambin sugieren una crtica posible de los valorespositivos, estticos y polticos, que adscribimos a la unidad o totalidad de las culturas,especialmente a aquellas que han conocido largas y tirnicas historias de dominacin eincomprensin. Las culturas no son nunca unitarias en s mismas, ni tampoco simplementedualistas en la relacin de Uno a Otro. Esto no es as a causa de ningn nostrum humanistapor el cual ms all de las culturas individuales pertenezcamos todos a la cultura humana dela humanidad; ni se debe tampoco a ningn relativismo tico que sugiera que, en nuestracapacidad cultural de hablar y juzgar a los otros, necesariamente nos pongamos en suposicin, un tipo de relativismo de la distancia del que Bernard Williams ha escrito enextensin17.

    La razn por la que un texto cultural o sistema de significado no puede ser suficiente para smismo es que el acto de enunciacin cultural -el lugar de la enunciacin- est atravesadopor la diffrance de la escritura. Esto tiene menos que ver con lo que los antroplogospodran describir como actitudes diversas hacia los sistemas simblicos en diferentesculturas, que con la estructura de representacin simblica en s misma -no con elcontenido del smbolo y su funcin social, sino con la estructura de la simbolizacin. Esesta diferencia en el proceso del lenguaje la que es crucial para la produccin de significadoy asegura, a la vez, que el significado no sea simplemente mimtico y transparente.

    La diferencia lingstica que informa cualquier enunciacin cultural se dramatiza en laexplicacin semitica comn de la disyuncin entre el sujeto del enunciado y el sujeto de laenunciacin, que no est representado en el enunciado pero que significa el reconocimientode su subyacencia y apelacin discursivas, su posicionalidad cultural, su referencia a un

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    tiempo presente en un espacio especfico. El pacto de interpretacin no es nunca un simpleacto de comunicacin entre el Yo y el Tu designados por el enunciado. La produccin designificado requiere que estos dos lugares sean movilizados en el trnsito a travs de unTercer Espacio, que representa tanto las condiciones generales de lenguaje como laimplicacin especfica de la frase en una estrategia performativa e institucional de la cual

    no puede en s misma ser consciente. Lo que introduce esta relacin inconsciente es unaambivalencia en el acto de interpretacin. Al yo pronominal de la proposicin no se lepuede pedir que se dirija -en sus propias palabras- al sujeto de la enunciacin, porque steno es personable, sino que se mantiene en una relacin espacial con el esquema y lasestrategias del discurso. Se puede decir que el significado de la frase es, de una formabastante literal, ni lo uno ni lo otro. Esta ambivalencia toma importancia cuando nos damoscuenta de que no hay manera de que el contenido de la proposicin revele la estructura desu posicionalidad; no hay manera de que el contexto pueda ser mimticamente sustrado delcontenido.

    Para el anlisis cultural, la implicacin de esta escisin enunciativa que quisiera destacar esespecialmente su dimensin temporal. La escisin del sujeto de la enunciacin destruye lalgica de la sincronicidad y la evolucin que traicionalmente autorizan al sujeto de sabercultural. En la problemtica materialista e idealista a menudo se da por supuesto que elvalor de la cultura como objeto de estudio, y el valor de cualquier actividad analtica que seconsidere cultural, radican en la capacidad de producir una unidad de referencias cruzadasgeneralizable, que signifique una progresin o evolucin de las ideas-en-el-tiempo, ascomo una auto-reflexin crtica sobre sus premisas o determinantes. No sera relevantedesarrollar este argumento en detalle si no fuera para demostrar -con el libro de MarshalSahlins Culture and Practical Reason- la validez de mi caracterizacin general de laexpectativa occidental de la cultura como una prctica disciplinar de escritura. Cito aSahlins en el punto en que intenta definir la diferencia de la cultura burguesa occidental:

    Tenemos menos que ver con la dominacin funcional que con la estructural -con diferentesestructuras de integracin simblica. Y a esta enorme diferencia de intencin lecorresponden diferencias en la realizacin simblica: entre un cdigo abierto, en expansin,til por la continua permutacin de los acontecimientos que l mismo ha representado, yotro aparentemente esttico que no parece conocer los acontecimientos, sino slo suspropias preconcepciones. De ah la burda distincin entre sociedades fras ytemperamentales, desarrollo y subdesarrollo, sociedades con o sin historia -y lo mismoentre sociedades amplias o estrechas, expansivas o endogmicas, colonizadoras ycolonizadas.18 [Las cursivas son mas].

    La intervencin del Tercer Espacio de enunciacin, que convierte la estructura designificado y referencia en un proceso ambivalente, destruye su espejo de representacin enque el conocimiento es, por regla general, revelado como un cdigo integrado, abierto, enexpansin. Tal intervencin amenaza ms que adeca nuestro sentido de la identidadhistrica de la cultura como una fuerza unificante, homogeneizadora, autentificada por elPasado original y viva todava en la tradicin nacional del Pueblo. En otras palabras, latemporalidad disruptiva de la enunciacin desplaza la narracin de la nacin occidentaldescrita de forma tan preceptiva por Benedict Anderson como algo escrito en un tiempohomogneo y seriado19.

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    Es solamente cuando entendemos que todos los enunciados y sistemas culturales seconstruyen en este espacio contradictorio y ambivalente de enunciacin, que empezamos aentender por qu las aspiraciones jerrquicas a la originalidad o pureza inherentes de lasculturas son inalcanzables, incluso antes de que recurramos a instancias histricas

    empricas que demuestren su hibridismo. La visin de Fanon del cambio revolucionario,poltico y cultural, como movimiento fluctuante de oculta inestabilidad no podra serarticulada como prctica cultural sin un reconocimiento de este espacio indeterminadodel(los) sujeto(s) de enunciacin. Es ese Tercer Espacio, aunque irrepresentable en smismo, lo que constituye las condiciones discursivas de enunciacin que aseguran que elsignificado y los smbolos de cultura no tengan una unidad o fijacin primordiales; lo queasegura que incluso los mismos signos puedan ser apropiados, traducidos, rehistorizados yledos de forma nueva.

    La conmovedora metfora de Fanon -reinterpretada para una teora de la cultura- nospermite ver no solamente la necesidad de la teora, sino tambi)n las restrictivas nociones dela identidad cultural con que cargan nuestras visiones del cambio poltico. Para Fanon, elpueblo liberador que iniciar la inestabilidad productiva del cambio cultural revolucionarioes en s mismo portador de una identidad hbrida. Estn atrapados en el tiempo discontinuode la traduccin y la negociacin, en el sentido en que he intentado refundir estas palabras.En el momento de la lucha liberadora, el pueblo argelino destruye las constancias ycontinuidades de la tradicin nacionalista que proporcion una salvaguarda contra laimposicin cultural colonial. Ahora son libres de negociar y traducir sus identidadesculturales en una temporalidad intertextual discontinua de la diferencia cultural. Elintelectual nativo que identifica al pueblo con la verdadera cultura nacional se sentirdecepcionado. El pueblo es en estos momentos el principio mismo de reorganizacindialctica y construye su cultura a partir del texto nacional traducido a formas modernas yoccidentales de tecnologa de la informacin, lenguaje, moda. El cambiado lugar deenunciacin poltica e histrica transforma los significados de la herencia colonial en lossignos liberatorios del pueblo libre del futuro.

    He estado enfatizando un cierto vaco o incgnita atendiendo a cada asimilacin decontrarios; he estado destacando esto con el objeto de exponer lo que me parece ser unafantstica congruencia mitolgica de elementos Y si en efecto hay que deducir algnsentido real del cambio material slo puede ocurrir con la aceptacin del vacoconcomitante y con la disposicin a descender a ese vaco donde, como si dijramos, unopuede empezar a entrar en conflicto con un espectro de invocacin cuya libertad departicipar en una zona ajena y un pramo se haya convertido en necesidad para la razn osalvacin propias.20

    Esta mediacin protagonizada por el gran escritor guyans Wilson Harris sobre el vaco dela incgnita en la textualidad de la historia colonial revela la dimensin histrica y culturalde ese Tercer Espacio de enunciaciones que he convertido en pre-condicin para laarticulacin de la diferencia cultural. Harris considera que este espacio acompaa laasimilacin de contrarios y crea la oculta inestabilidad que presagia poderosos cambiosculturales. Es significativo que las capacidades productivas de este Tercer Espacio tenganuna procedencia colonial o postcolonial. Porque la disposicin a descender a ese espacio

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    ajeno -donde les he conducido- puede revelar que el reconocimiento terico del espacioescindido de la enunciacin posibilite la conceptualizacin de una cultura internacional,basada no en el exotismo del multiculturalismo o en la diversidad de culturas, sino en lainscripcin y articulacin del hibridismo de una cultura. A este fin deberamos recordar quees el inter -el filo de la traduccin y la negociacin, el espacio de entremedio [in-

    between]- el que carga con el peso del significado de la cultura. Hace posible queempecemos a concebir historias nacionales del pueblo que sean anti-nacionalistas. Yexplorando ese Tercer Espacio puede que eludamos la polticas de la polaridad yemerjamos como los otros de nosotros.

    [Traduccin: Ana Romero]

    Notas

    Ttulo original: The commitment to theory, en The Location of Culture (Londres:Routledge, 1994). Anteriormente publicado en Questions of Third Cinema, editado porJ.Pines and P.Willemen (British Film Institute, 1989).

    1. Vase C. Taylor Eurocentrics vs new thought at Edinburgh, Framework, 34 (1987),para una ilustracin de este tipo de argumentaciones. Vase en particular la nota 1 (p.148)para una exposicin de su uso del hurto (la distorsin juiciosa de las verdades africanaspara encajar en los prejuicis occidentales).

    2. G.C. Spivak, In Other Worlds (Londres: Methuen, 1987), pp. 166-7.

    3. Vase T.H. Gabriel, Teaching Third World cinema and Julianne Burton, The politicsof aesthetic distance - Sao Bernardo, ambos en Screen, vol. 24, no. 2 (Marzo-Abril 1983),y A. Rajadhyasksha, Neo-traditionalism: film as popular art in India, Framework, 32/33(1986).

    4. S. Hall, Blue election, election blues, Marxism Today (Julio 1987), pp.30-5.

    5. M. Foucault, The Archaeology of Knowledge (Londres: Tavistock, 1972), pp. 102-5.

    6. J.S. Mill, On Liberty, en Utilitarism, Liberty, Representative Government (Londres:Dent & Sons, 1972), pp. 93-4.

    7. Para una importante elaboracin de un argumento similar ver E. Laclau y C. Mouffe,Hegemony and Socialist Strategy (London: Verso, 1985), cap. 3.

    8. Para una fundamentacin filosfica de algunos de los conceptos que propongo, vase R.Gasch, The Tain of the Mirror (Cambridge, Mass.: Harcard University Press, 1986),especialmente el cap. 6:

    La Otredad de la heterologa incondicional no posee la pureza de principios. Por elcontrario, tiene que ver con la impureza irreductible de los principios, con la diferencia quelos divide en s mismos contra s mismos. Por esta razn es una heterologa impura. Pero es

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    tambin una heterologa impura porque el medio de la Otredad -ni ms ni menos que lanegatividad- es tambin un medio mixto, precisamente porque lo negativo ya no lo domina.

    9. Hall, Blue election, p. 33.

    10. Le debo esta idea a Martin Thom.11. Laclau y Mouffe, Hegemony and Socialist Strategy, cap. 3.

    12. Gilroy, There Aint No Black in the Union Jack (Londres: Hutchinson, 1987), p. 214.

    13. F. Fanon, The Wretched of the Earth (Harmondsworth: Penguin, 1967 [1961]), p.168.

    14. J.-P. Sartre, Politics and Literature (Londres: Calder & Boyars, 1973 [1948]), pp. 16-17.

    15. Rev. A. Duff, India and India Missions: Including Sketches of the Gigantic System ofHinduism etc. (Edimburgo: John Johnstone, 1839; Londres: John Hunter, 1839) p. 560.

    16. Fanon, Wretched of the Earth, pp. 182-3.

    17. B. Williams, Ethics and the Limits of Philosophy (Londres: Fontana, 1985), cap.9.

    18. M. Sahlins, Culture and Practical Reason (Chicago: Chicago University Press, 1976), p.211.

    19. B. Anderson, Imagined Communities (Londres: Verso, 1983), cap. 2.

    20. W. Harris, Tradition, the Writer and Society (Londres: New Beacon, 1973), pp. 60-3.