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202 B. PIhEZ GbLD68 -Déjkne seguir. Muerto el pequeñín r había. que enterrarle. Leoncio se procuró un ataúd blanco. Entre los dos amortajaron al pobre angel. . Sé t,odo esto por quien lo vi6.. . le vistieron con sus trapitos remendados,. le pusieron flores y ramitos de, albahaca.. . . Leoncio cogió la wja para llevarla al cemen- terio . . . salió, tomó su camino por el Paseo Imperial. Figúrese usted si iría desolado el ho%e- r . . . desoladísimo, y la situación algo novelesca.. . Ya sé lo que usted me va á de- cir ahora.. . Que los policías escogieron aquel momento de emoción tan grande y bella pa- ra echar el guante á Leoncio.. . Sí, sí: es tre- mendo; pero qué quiere-usted, la ley tis la ley. Observe, querido Pepe, que los policías. no fueron insensibles á la tribulación de un padre que va camino del cementerio con su hijo debajo del brazo: respetaron aquel dolor inmenso.. . -Pero le seguían.. . Esperaban á que el niño quedara en la tierra, para caer sobre, el padre... -Y eso prueba que no son los agentes de, seguridad tan inhumanos como se cree.. Luego que TAeoncio cumplió sus últimos de- beres de padre, salió del cementerio... -Y no había dado veinte pasos cuando, se abalanzaron á él como perros de presa.. . -Cumplían las ordenes que se les dieron El ot,ro sacó una pistola de esas que llaman giratorias, y empezó á tiros con los agentes:: A uno le metió una bala en la clavícula; al - ‘r O’DONNELL 2UY otra le habría dejado en el sitio si con tiempo no se hubiera puesto en salvo. . . .El mismo ha referido que corría más que el viento. - ;Lástimá que Leoncio no hubiera mata- do á esos canallas! En fin, el valiente chico_ escapcí de milagro.. . dillas buscándole. Locos andan los guin- - Y le encontrarán, crdalo usted. ~-~ Antes de que le, encuentren, querido Nocedal, yo vengo á pedirle á usted que dé 6rdenes á don Jo.4 de Zaragoza 6 al inspec- t~,r Briones, para que dejen en paz á ese hombre infeliz... Leoncio no es más crimi- nal que usted ni que yo, ni que otros mil, burladores de matrimonios y de toda ley re- ligiosa y social. Por Dios, mi querido Beramendi, nos- otros seremos eso y algo más... alk usted con la responsabilidad de lo que dice; pero ni á usted ni á mí, gracias á Dios, se nos ha formado causa por adulterio y rapto, con agravante de abuso de confianza.. . ~Qué quiere usted que haga yo, yo, que habré sido el pecado, paso por ello, pero que ahora soy !a lev?... Es uno pecado y es uno ley cuan- do menos lo piensa. Yo haría fácilmente, en este caso. lo que el amigo me pide: coger la ìey y meterla donde nadie la viese... iPero tio sabe el amigo que tengo sobre mí la mos- ca de don Serafín del Socobio, que no me deja vivir, que viene á mí con sus preten- siclnes, asistido del Arzobispo, del Nuncio, del Presidente del Consejo, de la Reina y del Verbo Divino, para que yo coja y encierre y .

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202 B . PIhEZ GbLD68

-Déjkne seguir. Muerto el pequeñín rhabía. que enterrarle. Leoncio se procuró unataúd blanco. Entre los dos amortajaron alpobre angel. . Sé t,odo esto por quien lo vi6.. .le vistieron con sus trapitos remendados,.le pusieron flores y ramitos de, albahaca.. . .Leoncio cogió la wja para llevarla al cemen-terio . . . salió, tomó su camino por el PaseoImperial. Figúrese usted si iría desolado el

ho%e-r . . . desoladísimo, y la situación algonovelesca.. . Ya sé lo que usted me va á de-cir ahora.. . Que los policías escogieron aquelmomento de emoción tan grande y bella pa-ra echar el guante á Leoncio.. . Sí, sí: es tre-mendo; pero qué quiere-usted, la ley tis laley. Observe, querido Pepe, que los policías.no fueron insensibles á la tribulación de unpadre que va camino del cementerio con suhijo debajo del brazo: respetaron aquel dolorinmenso.. .

-Pero le seguían.. . Esperaban á que elniño quedara en la tierra, para caer sobre,el padre...

-Y eso prueba que no son los agentes de,seguridad tan inhumanos como se cree..Luego que TAeoncio cumplió sus últimos de-beres de padre, salió del cementerio...

-Y no había dado veinte pasos cuando,se abalanzaron á él como perros de presa.. .

-Cumplían las ordenes que se les dieronEl ot,ro sacó una pistola de esas que llamangiratorias, y empezó á tiros con los agentes::A uno le metió una bala en la clavícula; al

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O’DONNELL 2UY

otra le habría dejado en el sitio si con tiempono se hubiera puesto en salvo. . . .El mismoha referido que corría más que el viento.- ;Lástimá que Leoncio no hubiera mata- ’

do á esos canallas! En fin, el valiente chico_escapcí de milagro.. .dillas buscándole.

Locos andan los guin-

- Y le encontrarán, crdalo usted.~-~ Antes de que le, encuentren, querido

Nocedal, yo vengo á pedirle á usted que dé6rdenes á don Jo.4 de Zaragoza 6 al inspec-t~,r Briones, para que dejen en paz á esehombre infeliz... Leoncio no es más crimi-nal que usted ni que yo, ni que otros mil,burladores de matrimonios y de toda ley re-ligiosa y social.

Por Dios, mi querido Beramendi, nos-otros seremos eso y algo más... alk ustedcon la responsabilidad de lo que dice; peroni á usted ni á mí, gracias á Dios, se nos haformado causa por adulterio y rapto, conagravante de abuso de confianza.. . ~Quéquiere usted que haga yo, yo, que habré sidoel pecado, paso por ello, pero que ahora soy!a lev?... Es uno pecado y es uno ley cuan-do menos lo piensa. Yo haría fácilmente, eneste caso. lo que el amigo me pide: coger laìey y meterla donde nadie la viese... iPerotio sabe el amigo que tengo sobre mí la mos-ca de don Serafín del Socobio, que no medeja vivir, que viene á mí con sus preten-siclnes, asistido del Arzobispo, del Nuncio,del Presidente del Consejo, de la Reina y delVerbo Divino, para que yo coja y encierre y

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204 B. PltREZ MLD&

.haga picadillo al lobo que se llevó la ovejadel Joven Anacarsis? $3 el juez me pideque le busque y le capture y le traiga atadocodo con codo, qu6 he de hacer yo?

-Pues nada: mandar á paseo al juez, yá don Serafín, y á todas las personas altasque apoyan esa barbarie... Yo pregunto:ALeoncio Ansúrez se llevó á Virginia con-tra la voluntad de ésta?... APor ventura em-ple6 engaño para llevársela, ó recursos demagnetismo, 6 algún brebaje maléfico?. . .-Cree usted que en la situación presente detirginia y Leoncio, es legal y moral sepa-rarles? Ya sabe usted, Nocedal amigo, queentre sacristanes, la efigie milagrosa pierdemucho de su veneración. La moral labradatoscamente y vestida de colorines, ante lacual el vulgo se arrodilla y reza, á nosotrospoco 6 nada nos dice. Quitémonos la másca-ra, Nocedal, y hablemos claro. Ponga ustedla mano sobre su conciencia, y dígame sicree que ese hombre, el hombre .del niñomuerto y de la pistola giratoria, debe serperseguido como un criminal.

-iQuién lo duda, Marqués? i A dóndeíriamos á parar si aplicaramos al pueblo lamoral que usted llama de los sacristanes!,,

doDijo esto con su habitual gracejo, miran-al amigo y turbándole un tanto con la

fina sonrisa que solía poner en su rostro vol-teriano. Muy serio contestó Beramendi:“‘Iríamos á parar á donde estamos: á la re-lajación de toda ley, al libre ambiente deuna sociedad en la cual todos somos unos

O'DONNELL 206

grandes bribones que nos pasamos la vida

1erdonándonos nuestras picardías y barra-asadas. Si no tuviera esta sociedad el per-

d6n y la indulgencia, no tendría ningunavirtud. Toda la moral que viene de arriba, .en cuanto toca al suelo queda reducida á yun Prontuario de reglas prácticas para usode las personas pudientes.. . Elevémonos unpoco sobre estos absurdos; levantemos nues-tros corazones, que usted puede hacerlo co-mo nadie: su gran talento le’ayudará. Trasde usted voy yo, y con usted subo... Seamosun poquito indulgentes con ese humilde la-drón de mujer casada, ya que con ladronesmejor vestidos hemos derrochado tanta in-dulgencia.. . ~NO lo cree usted así?

-iYo qué he de creer?-replicó Nocedalechándolo todo á risa.-Ingenioso es lo queusted me dice, y yo le oigo con muchogusto.. .

-Pero oyéndome con mucho gusto, encuanto yo vuelva la espalda tomará usted-sus medidas para cometer la gran iniqui-dad. No me mire con esos ojos, que no SB sison asombrados 6 burlones... La intencióndel Ministro bien comprendida esta.. . Hanhecho ustedes una Ley de vagos...

--Sí, señor. Ley de higiene social, de po-licía política.. .

-Está bién. Esa Ley, que ya es inicuapor facilitar la persecución y destierro de lagente política de oposición, lo es mucho mas

88or ue con ella se desembarazan los amigosel obierno de toda persona que les estor-

YOr, B. PÉREZ GALTVk

bx. oque don Fulano’6 don Mengano, prrj-t-naje ó fantasmón influyente; que la Z,utani-ta, ó la Perenzejita, damas, ó menos que dk-mas, querindangas tal vez de cualquier c:, -cicón, tienen algun enemigo á quien deseanapabullar con razón ó sin ella? Pues’aquIestá la Ley de vagos para soc,orrer á los hier_ -aventurados que tienen hambre y seíi; devenganza.

-iEh... poco á poco, Marqués! -dijo donCandido con gravedad sincera. -Eso podrir_hacerlo otros... no lo sé. Lo que aseguro esque yo no lo hago.

-Pero como en el caso de Leoncio _&nsri-rez hay causa criminal pendiente, el señi::Xinistro lo hará, y se quedará tan fr?scoy ni aun se lavará las manos con qw hdado el golpe. iQué manera tan sencilla 1facil de dar satisfacción á esos malditos 6-i:.cabios! Coge la policía al desdic,hado _4nsii.rez, y por el doble delito de robará 1’irgir.i‘y del desacato reciente á la autoridad, me lemandan á Legan& atado codo con codo. lX>allí, sin dejarle respirar, sin que nadie seentere, ni puedan socorrerle los que le ama?,‘saldrá para Filipinas ó para Fernan?‘i, G í,‘, ., - ‘.la primera cuerda.. . iQu6 bonita, qu” T ipid.,sentencia! IY la pobre mujer, clu+: I .v f:!: :;por nefas tiene puesto en él todo su cariI,{..esperándole hoy, esperándole mafiana. es1 le-rándole quizás toda la vida!

-Es triste.. . sí . . Ya ven que FI >..-;IJ’ li-bre tiene sus quiebras...

-Et amor atado las tiene mayores. Y

.

O'DOh~ELL 207.-ya que hemos nombrado á Virginia, sabr5listed que la he recogido, la he puesto enlugar seguro.. . no me pregunte usted dón-.d:... y me la llevare á mi casa, donde Igna-cia y yo la tendremos y miraremos comohermana, si nuestro buen amigo persiste enaplicar á Leoncio la Ley de vagos.

-Verdaderamente -dijo el Ministro fingiéndose sorprendido para disimular su in.clinación á la benevolencia,-no sé, no en-tiendo, mi querido Marqués, los móviles deese interés de usted por un quídam, por unzascandil.. .

-Los móviles de Ester grande interes -replicó Beramendi con acento grave, -noson otros que un ardiente amor á la justicia.T,n justicia esencial me mueve.. . Y esto quedigo, bien lo comprende usted. En el fon-do de su espíritu, usted piensa y siente co-mo yo.. . Pero desde el fondo del espíritude Nocedal á la esterioridad del hombre pu-blico, del ultramontano por conveniencia,del Ministro de la Gobernación, hay distan-cia tan grande, que los sentimientos no tie -nen tiemno de llegar á los ojos, á los le-bios... AQué? -

<

-No he dicho nada. Siga usted.~. -Sólo me queda por decir que si el ami-

. go no me hace caso, si no satisface esteanhelo mío de justicia, perderemos las amis-tades.

-iAsí como suena?. . . LPerder las ami? -tades?. . . Y amistades que no son políticas,sino de puro afecto y simpatía.

205 3. ?hREZ @ALDOS

-Afecto y simpatía se desvanecerán .Además de eso, yo perder6 una ilusión: elconvencimiento de que Nocedal no es taufiero como le .pintan . ,,I Tanto y con tanto ardor insistió Fajardoen su pretensión humanitaria, que el otro,.si no se di6 á partido resueltamente, bienclaro mostraba en su rostro la flexibilidadinherente á todo político español ; blandu-ra de voluntad que si en el común delos ca-sos que afectan al interés público es defectogrande, en algún particular caso, como elque ahora se cuenta, era hermosa virtud:Un poco más de matraca del bravo Bera-mendi, y ya podría Leoncio reirse de latrampa que le tenían armada... No era, enefecto, el Ministro de la Gobernación tanfiero como se le pintaba. Su destempladoultramontanismo: manifiesto en la vague-dad de los principios y en la retumbancia.de los discursos, apenas tenía eficaz acciónen la vida práctica, y si en la general esfe-ra política funcionaba con estridente ruidoel potro de tormento, en la esfera privaday en los casos particulares, todos los gar-fios y ruedas de la tal máquina se volvíancompletamente inofensivos. Era Nocedal unhombre culto, de trato amenísimo, que ha-bía tomado la postura ultramontana porquecon ella descollaba más fácilmente entre suscontemporáneos. Si los caracteres son pro-ducto y resultancia de elementos éticos que,difusos y sin conformidad entre sí, se ra-mifican en el fondo social, el complejo s&

O'DONNELL 204

de don Cándido-había tomado su fundamea-tal savia de yacimientos morales muy des-perdigados y diferentes. Sensible como po-COS aI amor, la ternura de su corazón ante eIsexo débil le inspiraba la piedad en la vidapolítica. Por eso, si no presenta su conduc-ta privada el modelo perfecto del hombre,tampoco hay en su gestión pública actos decrueldad; si por la doctrina ultra-reacciona-ria que profesó fu6 odioso á muchos que.no leconocían, su trato encantador y afabilísimole hizo simpático á cuantos le trataban. Juz-gándole por el aspecto declamatorio y vanoque lleva en sí todo papel político, aparececomo un discípulo de Torquemada, 6 comoGregorio J’II redivivo; pero si le hacemosbajar á las llanezas de la Administración,vemos en 61 un excelente gobernante, quesupo llevar el orden, la actividad y la recti-tud al departamento que regía.

Seguro ya de haber conquistado el cora-zón del hlinistro, despidióse Beramendi conextremos de afecto y gratitud.. . Algún re-celo le asaltó al partir; ya próximo á lapuerta, retrocedió, diciendo á su amigo:“No me voy tranquilo, Nocedal... y es que.. .me temo que usted, con toda su buena vo-luntad, no pueda ocuparse de este asunto..por falta de tiempo. . . Déjeme que le expli-que. . . La gran tensión de espíritu que hepuesto en salvar $ Leoncio, me quitó de lamemoria.. . algo que quería decir á usted._Es una noticia de sensación. Allá va: es -tan us tedes caídos. ,,

II-

210 B . PbEZ UALD6S

Riendo, contestó Nocedal algo que expre-saba dubitación no exenta de intranqui-lidad .

“Lo sé por el conducto .más auténtico. LaRegia prerrogativa, que hemos convenido encomparar á una veleta, ha dado una vueltaen redondo.

-Cuentos, amigo, chismajos de la Puertadel Sol. Su Majes&d esta en-meses mayoresy no se ocupa de política.

-Su Majestad está fuera de cuenta, y hadecidido que la noticia de su alumbramien-to no la dé al país el Ministerio Narváez-No-cedal. Veo que usted no lo cree.. . tal vez loduda. Pues in dubiis libertas. La libertadde ese Leoncio me arreglará usted sin tar-danza. Hoy, mismo, por lo que pueda tro-nar...

-Arreglado quedará hoy.-Hágalo usted por mí, por la Justicia...

&por el feliz alumbramiento de doña Isa-1 II.,,

XX11

En la Puerta del Sol se encontraron Be-ramendi y el Joven hacamis, loh fatali-dad cómica de los encuentros personales enel laberinto de las poblaciones!, y después delos saludos, cambiáronse las preguntas queinfaliblemente se hacían siempre que la ca-sualidad les juntaba. Ernesto preguntó por

O’DDNNELL 211_iransis, y Beramendi por Teresa Villaescu-

_ sa..Ved aquí las respuestas: continuaba enAtenas el Marqués de Loarre; pero fatigado

ya de la vida helenica y algo resentida susalud, había pedido licencia para venir áMadrid y gestionar su traslado á Bruselas6 Stockolmo. Teresa volvía de París, des-pu& de ausencia larga y de no pocas peri-pecias, según le habían contado á Ernestitosus amigos del CrBdito Franco-Español. Yano lzablabn con Brizard; los motivos del aca-bamien to de relaciones, Anacarsis los igno-raba. Sólo sabía que la hermosa .mujer ha-bía cogido en sus redes á un Marqués ó Con-,de andaluz, tan cargado de años como dedinero, según decían, y no libre de los acha-ques que anublan el ocaso de una vida decontinuos goces... De algo más habló Ernes-to; pero en la memoria de Beramendi noquedó rastro de ello, y con indiferencia levi6 partir y desvanecerse en aquella muche-dumbre de la Puerta del Sol, compuesta dedesocupados expectantes -y de transeuntessin prisa.

El mismo día en que Isabel II dió á luzzcon toda felicidad un Príncipe que había dellamarse Alfonso, llegó á Madrid Teresa Vi-llaescusa. Recibíala su patria con tumultode alegría y esperanzas, y con preparativo delestejos: hasta en esto había de tener Teresabuena sombra. En su paso desde la fronte-ra á Madrid, las impresiones que recibió .Tueron asimismo muy gratas, seglín contómeses adelante á sus amigos de esta Corte.

212 B . YIhtEZ @ALL&

Ello fu6 que, viniendo de un país tan be-llo como Francia y de ciudad tan opulent;:,y fastuosa como París, al embocar á Espr8ñ;:por Behovia no sintió la tristeza que deprime.el ánimo de la mayoría de los viajeros cuan-do pasan de la civilizaci6H á la incultura! J--del vivir amplio á la estrechez mísera; sin-ti6 más bien alborozo y verdadero amor dr,familia. Airaveeando en la diligencia las es-tepas de Castilla, no se cansaba Teresa decontemplar las tierras pardas, sin vegeta-ción, á trechos labradas para la pr6ximasiembra; entreteníase mil ando y distin-guiendo los tonos diferentes de aquella tie-rra esquilmada, madre generosa que vienedando de comer á la rbza desde los tiemposmás ren otos, sin que un efiwz cultivo re-constituya su savia ó su sangre. Miraba lospueblos pard(scc,rr,o el suelo, las mezquinas.casas fo] mando corrillo f n torno á un petu.lante campanario.. Ki amenidad, ni freEcur;r,ni risueños prados veía, y no obstante, todole interesaba por ser suyo, y en todo poníasu cariño, wmo si hubiera nacido en aque-llas casuchas trirtcs 9 jugado de niña en 1~ s.egidos polvoroecs. Las mujeres vestidas-con justillo, y con verdes ó regrc s refajos,atraían su atenciin. Sentía piedad de verlasdesmedradas, consumidas prematuramenkpor las inclemencias de la naturaleza en sue-lo tan duro y trabajoso. Las que aún eranjól enes tenían rugcsa la piel. Bajo las hue-cas sayas asomaban negras piernas enfla.quecidas. 1,~ hombres, avellar:.dos, zancu

o’D3)N JELL 213dos, c3n su s3rieda.i d: hid,zlgos venidos ámenos, parecían llorar grandezas perdidas.‘Todo lo vió y admiró Teresa, ardiendo enpiedad de aquella desdichada gente que tanmal vivía, esclava del terruño, y juguete

,de la desdeñosa autoridad de los podero-sos de las ciudades. Por todo el camino, alkrav6s de las llanadas melancólicas, de las,sierra< calvas, de los montes graníticos, ibaempapando su mente en esta compasión dela España pobre, á solas, muy á solas, puesIa persona que la acompañaba esparcía suspensamientos por otras esferas.

En Madrid permaneció Teresa algunosdías en completa obscuridad. Advirtieron40s amigos y parientes de la familia que laCoronela no echaba las campanas á vuelo.,por la llegada de su hija, sin duda porque&ta no había rezado bastante al benditoSan Millán para que le concediera el millón,*objeto de las ansias maternales. Según in-odicaciones de Manolita, el rompimiento conBrizard no había sido por culpa de Teresa,wyo comportamiento con el caballero fran-cés fué siempre correctísimo. Los padres deIsaac le prepararon matrimonio con unaopulenta señorita alsaciana, que debía deser hebrea por el sonsonete del nombre, algoasí como Raquel 6 Rebeca... Lo que le supopeor á &Ianolita fué que Brizard, al despe-dirse de Teresa, no le dió más que la porque-ría de diez mil francos. iQuién lo había decreer de un hombre tan rico, tan rico, que:s610 en un punto que llaman Mulhonse te-

214 B. PdX-iEZ GALD6S

nía tres fábricas de hilados, y en otro puntoque llaman Charleroi, allá por los PaísesBajos, poseía minas de carbón muy grandes,.muy ricas! En fin, no había más remedioque tener paciencia. Daba á entender asi-mismo la Coronela que no era muy de sudevoción aquel embalsamado con quien Te-resa volvía de París, un señor flaco, atilda-do y mortecino, que parecía un Cristo reti-rado de los altares. Limpio era y de mane-ras finísimas el Marqués de Itálica, que asfle llamaban; pero algo tacaño, y además hu-r6n: venía con el propósito de llevarse‘& Te-resa á un pueblo de Sevilla donde tenía grancasa y hacienda mucha. iVaya que meter &la niña en un villorrio y esconderla comocosa mala!. . . Nada pudo contra esto Mano-lita, y vi6 pasar á su hija por Madrid como,una sombra triste, después de socorrer aCenturión con algún dinero y á doña Celiacon cuatro hermosas macetas de flores.

Hallábase Beramendi en aquellos díasmuy debilitado de memoria y con los áni-mos caídos. Pasaban hechos y personas pordelante de su vista sin dejar imagen niapenas recuerdo, y la vida externa le inte-resaba poco, como no fuera en la esfera fa-miliar y de las íntimas afecciones. Una vezque aseguró la libertad y sosiego de ,%Zita yLey, y les vió partir para el pueblo dondetenían su habitual residencia y modo de vi-vir, quedó tranquilo y no se ocupó más quede sus propios asuntos. Paseando solo unamañana por la calle de Alcalá, vi6 a Eufra-

O'DONNELL 215sia que salía de San José con Valeria. Am-bas venían de trapillo eclesiástico, vestidi.tas modestamente, y con rosario y libro.Ya sabía Beramendi que la moruna andabaen la meritoria empresa de corregir á la

’ ’ Navascm% de sus locos devaneos, aplicán-dole la medicina infalible: frecuentar losactos religiosos. Consigo á diferentes igle-sias la llevaba, eligiendo aquellas formasdel culto que más pudieran cautivar por susolemnidad á la descarriada joven. Y no es-taba Eufrasia descontenta. Valeria, mujerde indecisa y floja personalidad, se dejabamodelar fácilmente por toda mano que lacogía. Salud6 á las dos damas el buen Fa-jardo, que después del cambio de cortesa-nías, oyó de labios de la Marquesa estaspalabras afectuosas: &’ i Ay Pepe, qué caro sevende usted! . . . iNos tras? Ya lo ve.. . veni-mos de la iglesia, venimos de comulgar...Aprenda usted, hereje, mal cristiano.. .Adiós, adiós, y vaya usted alguna vez porcasa, que allí no nos comemos la gente.,

Siguió cada cual su camino. Beramendilas vió pasar como sombras, y no pensómás en ellas. Así había visto pasar y caer elMinisterio Narváez Nocedal, cuya políticaarbitraria y dura lleg6 á inspirar miedo enPalacio, y así vió venir el Gabinete Armero-Mon-Bermúdez de Castro, que no era másque una cataplasma simple aplicada al tu-mor nacional; vió después desvanecerse ymorir con su último día el año 57, y apare-cer con risueño semblante el 58; y vi6 cómo

216 B . P É R E Z f3ALD68

kajo también este aiío nuevo su correspon-Biente Ministerio anodino, que se llamóIstúriz-Sánchez Ocaña, y tan ~610 se hizomemorable porque dentro de él unos tira-ba-n á liberales templados, otros al absolu:tis mo rabioso.. . En la mente de Fajardo seRjó la idea de que el alma de la Nimión, co-mo la de él, sufría un acceso de pesada som-nolencia. Todo dormía en la sociedad y enla política; todo era gris, desvaído; todo in-sonoro y quieto como la superficie de lasaguas es tancadas. Pasaban meses, y lasuerellas entre las distintas fracciones mo-

8eradas, la lign blanca, la liga negra, nosacaban á la política de su sombría catalep-sia... Por fin, un hombre agudísimo y deouidado, don Jos Posada Herrera, astur,largo de cuerpo y de entendederas, pusofln á todo aquel marasmo y atonía de lasvoluntades.

Antes de ver cómo se movieron las dor-midas aguas, sepase que una mañana deff nes de Mayo fu6 sorprendido Beramendi porla súbita presencia de Guillermo de Aransis,que apenas lleg6 de Marsella corrió á losbrazos de su entrañable amigo. Doce díashabía tardado del Pireo á Madrid, rapidísimo viaje en aquellos tiempos de lentitud entodas las cosas. Encontróle Fajardo enveje-eido, canosa la barba, ralo el pelo, y los (iosprivados de aquel alegre resplandor que tuvieron en España. “iQué tal las griegas?iTe han tratado bien las griegas?, le dijo.\Sonrió el de Loarre; y como el otro pidiera

i’

l

O’DONNELL 217

con insistencia informes del bello sexo en.aqud cl&,sico país, hizo Guillermo un resu-men étnico y social de todo el mujerío ate-niense, lacedemonio, beocio y tesálico.. .Luego, en el almuerzo, á instancias de Igna-cia y de don Feliciano, di6 noticias intere-santes de Atenas, de la-Acrópolis, del Par-tenón, de los montes Pindo, Himeto, y hastadel mismísimo Parnaso. Con todas sus her-mosuras, más reales en el conocimiento hu-mano que.en la propia Naturaleza, Loarreuería dar un solemne adiós á la patria de

%omero solicitando la representación de Es-paña en un país del Norte de Europa. “Pidepor esa boca, hijo mío, y no te quedes corto-dijo Berdmendi, -que prontito vamos átener en candelero á nuestro grande amigoti Leopoldo el Largo, y á él nos vamoscomo fieras cuando gustes... LQuieres mañona, quieres hoy mismo?,,

Respondió Aransis que no había tanta pri-sa, y que si estaba en puerta O’Donnell, de-bían esperar á la efectiva entrada. “i Ay, chi-co, cómo se conoce que vienes de Grecia, deun país alelado, de un país dormido sobreruínas! Hay que tomar vez, hijo mío. Nopermitamos que el aluvión de pretendientesnos coja la delantera. Seamos nosotros alu-vión de madrugadores. Iremos mañana. iNosabes lo que pasa? En-el Ministerio de estepobrecito Istúriz han puesto una bomba, quese llana don José Posada Herrera, la cualestallará el día menos pensado, y vas á vervolar por los aires los restos despedazados

b

218 B. PlkFCBZ QALD60

del Moderantismo. Y hay más, querido Gui-llermo. Me consta, por revelación directa yverbal de un amigo mío que tiene alas pa-ra entrar en Palacio, y entra por los balco-nes, por las chimeneas, por las rendijas....vamos, por donde quiere; me consta, digo,que la pobrecita Isabel está desde hace unaño muy pesarosa de haber despedido áO’Donnell.. . Fu6 un verdadero tropezón ytorcedura de pie en aquel baile famoso.. . SuMajestad no tiene consuelo, y elevando susReales ojos á las bóvedas pintadas por Tié-

golo, dice que no hay hombre más insufri-le que Narváez; que se vi6 precisada á dar-

le el canuto antes de tiempo, porque con susmalas pulgas y sus intemperancias sacabade quicio á toda la Nación; que ha traído es-tos Gabinetes de cerato simple para calmarlos ánimos, apurar las Cortes y ganar días,hasta que lleguen los de O’Donnell, que se-rán largos y felices... Esto y algo más queaquí no puedo decir, tengo yo que contarleal Conde de Lucena.. . A poco que él apriete,.España es suya y para mucho tiempo. íArri-ba la Unión!... Dime tú: thas leído el dis-curso que en el Senado pronunci6 don Leo-poldo en Mayo del año. último?.. . No, padre.Pues á tu Legación había de llegar la Gace-ta. Pero tú, entretenido con las griegas, noponías la menor atención en las cosas de tupatria. En aquel discurso memorable, sinfililíes oratorios, salpicado de frases pedes-tres y de alguno que otro solecismo, se nosrevela O’Donnell como el primer revolucio-

.

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O’DONNELL 219

nario y el primer conservador. El transfor-mará la familia social; él ennoblecerá la po-lítica para que Bsta, á su vez, ayude al en-grandecimiento de la sociedad.. . j,No me en-tiendes?Pues ya te lo explicaré mejor. iilrri-ba la Unión, arriba O’Donnell!,,

Fueron á visitar al grande hombre, áquien hallaron frío y reservado en la con-versación política, afabilísimo y jovial en to-do lo que era de pensamiento libre. Algo delas referencias de intimidad palatina que Be-ramendi le llev6, ya era de él conocido: algohabía que ignoraba ó que afectaba ignorar,añadiendo que le tenía sin cuidado. Dejabatraslucir la persuasión de que el poder iríapronto á sus manos; pero esperaba sin impa-ciencia la madurez del hecho. En su íntimopensar, se decía Beramendi que esta actitudde flemática pasividad no carecía de afecta-ción, finamente disimulada. Era un recursomás de arte político, casi nuevo entrenoso-tros. Variando graciosamente la conversa-ción, O’Donnell pidió á Guillermonoticias dela política griega, de cómo eran allá las Ca-maras, el parlamentarismo, de la forma enque se hacían las elecciones y se mudabanlos Gobiernos. Aransis le explicó la políti-ca helénica con extremada precisión narra-tiva, y con detalles pintorescos y ejemplosanecdóticos que daban la impresión justa dede la realidad. El General y todos los pre-sentes alabaron la pintura, y doña Manuelasintetizó su juicio con esta seca frase: “Lomismo_ que aquí.

220 R. PERIU CSALDOS

- LO mismo, no-dijo don Leopoldo.-Peor, mucho peor. Nos imitan, y los imita-dores valen siempre menos que sus mo-delos.,,

Hablóse esto en la modesta casa (calle delBarquillo) y en la modestísima tertulia delGeneral, despu& de comer. Los íntimosque asiduamente concurrían no pasabande media docena, y el tiempo se inver-tía en conversaciones familiares, ó en algu.na. partida de tresillo casero, á tanto ínflmo.El juego favorito de O’Donnell era el aje-drez; pero no quería jugarlo sino cuando’laocasión le deparaba un adversario digno desu maestría. Conviene hacer constar los há-bitos sencillísimos del gran don Leopoldo.Por las mañanas solía consagrar largas ho -ras á la lectura de libros y revistas profesio-nales, que le ponían al tanto de la cienciamilitar de su tiempo. Después de almorzarrecibía visita de gente política, con la cualcharlaba discretamente sin dar largas á su.espontaneidad. Paseaba por las tardes, enbuen tiempo, con la Condesa; no iba jamás áreuniones, y á teatros rarfsima vez. Por lasnoches, despu& de la tertulia, en Iti cual sedaba el rompan filas á hora temprana, teníalargas pláticas con su mujer, que, por su-frir pertinaces insomnios, procuraba entre-tener los instantes hasta que llegase el deldeseado sueño. Gustaba doña Manuela dela lectura de folletines, y se deleitaba ydivertía con los más excitantes, de ac-ción enmarañada y liosa, que mal traduci-

O'MNXELL 221

dos del francés eran la sabrosa comidi11a \que daba la prensa de aquel tiempo á SUSamables suscritoras. COn igUa interés seinternaba la Condesa de Lucena en los asun -t,t,s enredosos y en los sentimentales, sinque se le escapara ningún lance ni perdieraiamas el hilo que por tales laberintos laguiaba.

PUes la noche aqu6lla de la visita de Be-ramendi y Loarre, que debió de ser allápor Junio del año 58, retiróse como de cos-tumbre doña Manuela á su .estancia apenasterminada la tertulia. Tras ella fu6 donLeopoldo, y como las anteriores noches, lainvitó á que se acostara. iQu6 necesidad te-nía de calentarse la cabeza, vestida, leyen -do junto al velón?“Yo leo, y tú escuchas has-.ta que te entre sueño.,, Así se hizo: dispu-so la doncella el velador junto á la cama des-pués de acostar á la señora; el gran O’Do_n .nell ocupó á la vera de la meslta su sltro,y gozoso del papel familiar que desempe:fiaba, tiró de periódico y di6 comrenzo ala lectura, en el pasaje que su buena es-posa le indicaba: Capítulo tantos de El últi-mo veterano; La Condesa de Harlevzlbe y elMayordomo, por E. M. de Saint-Hilaire.

Guiando su vista con el dedo índice quede .línea en línea resbalaba, el gran O’Don-nell leía:

“Uno de los testigos prestó su sable á nues.tro joven, que no decía una palabra; peroapenas se pusieron en guardia, cuan-do Mon-sieur I@ssenot conoció que el artillero, á

.

222 J-5.. PtiRIEZ QALDÓS

pesar de ser boquirrubio, sería para 61 unadversario temible. En efecto: en el momen-to en que Mr. Massenot se aprestaba á in-troducir con una estocada recta seis pulga-das de hoja en el estómago del rubio, ésteejecutó con su sable un molinete tan rápido,que se hubiera dicho que era un sol de fue-gos artificiales. n

-iQu6 bien!-exclamó doña Manuela conjúbilo.-Ese rubio, ya te acuerdas, es aquelartillerito que vino de la Bretaña disfrazadode buhonero. Por las trazas es hijo naturalde la Condesa.. .Adelante.

-“Mariscal en jefe de los ,alojamientos,recoged vuestra nariz-le dijo el artillerocon tranquilidad, -y otra vez sed más ama-ble con vuestros inferiores.,,-Estas fueron,las únicas palabras que pronunció el rubio.

-Según eso -observó doña Manuela,-Je cortó la nariz?

-Así parece... Y bien claro lo dice: “Elrostro de Massenot se cubrió de sangre, que#corría como dos arroyos sobre sus mosta--chos grisáceos. ,,

-Me alegro, Leopoldo. . . Ande, y quevuelva por otra. Ahora veamos lo que siguewn tando Harleville.

-A eso vamos: “Pues bien, mi queridoacuchillado -dijo Harleville,-esa desgra .ciada aventura no corrigió al mayor Masse-not, porque en 1815, antes del regreso denuestro Emperador, se encontraba una tar-de en el café Lamblin, en Palais Royal, sen-kado enfrente de un oficial de Dragopes.. . ,,

O'DONNELL 223Interrumpió doña Manuela la lectura in-

corporándose y atendiendo á ruidos que ve-nían del interior de la casa.

-No han llamado-dijo el de Lucena; -sigamos: “enfrente de un oficial de Drago -aes, á medio sueldo como él.. . ,,

Sí que habían llamado, y también ha-bían abierto. ,Oyeron doña Manuela y sumarido los pasos de la doncella, que des- .pués de un discreto golpe con los nudi-llos, entró con un pliego en la mano, y dijo:“Esto trae un señor de Palacio. ..,,

Levantóse O’Donnell, y cogido el pliegoabriólo despacio, y leyó para sí. Impacientedoña Manuela, quería echarse de la camacon esta ardorosa pregunta: “iQué, Leopol-do?... iYa...?

-Sí, ya,-replicó el grande hombre im-perturbable.-i h es ta hora! iNo son ya las doce?-Su Majestad no quiere que pase la no-

che sin hablar conmigo. . . Pronto. . . A Ma-tías que saque mi uniforme. Voy á ves-tirme. n

Hizo doña Manuela por levantarse, movi-da de la gran vibración nerviosa y del ce-Tebral tumulto que aquel I’epentinO suce-

so en ella promovía. Mas el General leordenó que siguies e en la cama, y contranquilo acento le dijo al despedirse: “Creoque volverétás desvela a, seguiremos leyendo... Haydp

ronto. Si cuando yo vuelva es-

que ver si recobra su libertad la Condesa, yen qué para ese boquirrubio.. . Hasta luego.,,

224 R. PÉRãZ OALD‘i

x.x111

i Arriba la li?lió?z Liberat! iViva don Lwq-poldo! Al fin se ponía el cimiento al edifici’

. político que aliaba las expansiones del es-píritu moderno con el recogimiento y la ma-jestad de la tradición. i Al poder los hombresde juicio sereno, no extraviados por el pro-selitismo sectario,ni petrificados en bárbaras.rutinas! Entren en la vida pública todoslos hombres que al saber de cosas de Go-bierno reunen la distinción y el buen em-paque social. Vengan la riqueza y los nego-

cias á desempefiar su papel en la política, J-ensánchese la vida nacional con la desvin-culación de las comodidades, del bienestary hasta del buen comer. ; Abajo la Manc:Muerta! Desamorticemos y repartamos, n’lcon violencia revolucionaria, sino con par-simonia y suavidad conservadorhs, concor--dando con el Papa la forma y modo de con-ciliar los intereses de la Iglesia con los de 1~3.sociedad civil. Hágase política sinceramen tt:constitucional y parlamentaria. Venga li-ber tad y venga orden, el orden augusto qur

engendran las leyes bien meditadas y biencumplidas. Creémos una poderosa Marina.un Ejército poten te detiro de nuestros me-dios, v con este modo de señalar, Ejército J-

. JIarica, pidamos un puesto en la diplomr.-

-. -~1------P

cia europea. Salga de su infancia la ciencia,florrzcan las artes y despójense nuestras cos-tulnbres de toda rudeza y salvajismo. Sea-mos europeos, seamos presentables, seamoslimpios, seamos, en fin, tolerantes, que esCO:I~O decir limpios del entendimiento, ydewchemos la fiereza medieval en nuestrosjuicios de cosas y personas. Transijamoscon las ideas distintas de las nuestras y auncon las contrarias, y pongamos en.la cimerade nuestra voluntad, como divisa, la bendi-ta indulgencia.

Esto decía Beramendi, ardiente propa-gandista de la Unión, en todas las casas ádonde solía>ir, que no eran pocas,. y extrema.ba sus entusiasmos y el brío de su declama-cian en la morada de uno y otro Socobio,don Saturno y don Serafín; á las cualesconcurría después de algunos años de absen-teísmo. Con la Marquesa de Tillares de Tajo,cada día más talentuda y perspicaz, teníaFajardo las grandes pláticas de política. Era .una persona con quien daba gusto discutir,disputar y aun pelearse, porque conocía muybien el mundo, y manejaba con igual dono.sura las ideas propias y las contrarias. Sinabdicar de sus opiniones narvaístas, ocasio-nales sin duda, Za motwta reconocía la in-mensa fuerza con que O’Donnell entraba encampaña, llevando á su lado lo mejor de losdos partidos históricos. Del moderado le se-??“‘ulían nada menos que Martínez de la Rosa,dcn Alejandro bfon, Istúriz, y otros muchosqne estaban ya con un pie dentro de 12

1 3

216 IL PhU QALDÓS 1

Unión. Dvl Progreso había tomado á Prl’m,á Santa Cruz, á Infante, á don Modesto La-fuente, á Lemery, á don Cirilo Alvarez yotros que vendrían detrás. No tenía O’Donnell perdón de Dios si con tales elementosy la grande autoridad adquirida con su sen-sato proceder en la oposición, desde el 56 al58, no realizaba una obra memorable de pazy florecimiento en este país. Pronto se ve-ría si Espaíía había encontrado al fin suhombre, 6 si el que á la sazón la tenía entresus manos, era un+ figura más que añadir ánnes tra galería de fantasmones.

El pri‘ncipal móvil de las asiduidades deHeramendi en las casas de uno y otro Soco-bio, era que se había impuesto la caballeres-ca empresa de reconciliar á Virginia con sus1 > T3_padres, trabajosa, descomunal aventura. ~1Mayo de aquel año, antes del triunfo de laUnión, di6 principio á la campaña poniendocerco á la terquedad de don Serafín, volun-tad maciza, baluarte atávico. defendido porideas contemporáneas del Concilio de Tren-to. LS expugnac,ión de esta formidable plazaera difícil; mas no arredraron al gran bata-

j ,llador Beramendi ni la fortaleza de los mu-ros ni el vigor de las rutinas que los defen-

l díah. Con la táctica del sentimiento obtuvolas primeras ventajas, y desde el recinto si-tiado se le llamó á parlamentar. Don Sera-fín y doña Encarnación manifestaron al ca-ballero que perdonarían á Virginia; que es-tabln dispuestos á reintegrarla en su amor,á recibirla en su casa, ya viniese sola, ya

O'DONNELL 227con la añadidura de algún chiquillo, habido.en su deshonesta vagancia. Con ella transi-gían y con el fruto de su vientre, que ya,era mucho transigir, sacrificando sus ideasy su recta moral al irresistible amor de pa-dres. Pero jamás, jamás transigirían con él

<[no le nombraban, no querían saber su nom-bre); era imposible toda concordia con se-mejan te pillo: an tes morir que admitirle al.trato de una familia honrada. Para que ì’ir-.ginia pudiese tornar junto á sus padres yPstos devolverle su cariño, era menester queel hombre maldito desapareciese, bien poracto de la ley, bien por consentimiento pro-pio, retirándose á un punto lejano, más allci,de los antípodas. Dispuestos es taban á sub-vencionar con fuerte suma la fuga del milveces maldito ladrón, si 6s te consentía en.. .Beramendi no les dejó concluir. Virginiadeseaba la paz con sus padres; pero por en-cima de esta paz y de todas las paces delmundo, estaba la inefable compañía delhombre que amaba. No había, pues, ave-nencia si don Serafín y doña Encarnación‘no se quitaban algunos moños más... Pro-testaron los señores: bastantes moños ha-bían arrancado ya de sus venerables cabe-zas; bastan te ignominia soportaban.. . nopodían ir más allá.

Rechazado con esta ruda in transigencia,el sitiador se propuso emplear nuevos y máseficaces ingenios de guerra que abatieran larígida entereza socobiana. Confiado en eltiempo, dejó pasar días esperando las oca-

228 R. P*Riu tuLliS

siones favorables que en el curso del vera-no seguramente se presentarían. El veram’del 68 fue alegre, por los chorros de alegríaque la subida de la Uni6n derramó sobre elpaís reseco. O’Donnell vencía con sólo sunombre y los nombres de los que iban tras41. Creyérase que por la superficie social co-rría una ola de frescura, de juventud. Falimpieza y gallardía de tantos jóvenes, ó vle-jos rejuvenecidos, que subían á oficiar en losaltares de la patria con vestiduras nuevas,.infundían confianza y evocaban imágenesde bienestar futuro. Anticipaban ó descon--taban algunos las bienandanzas del porve.-nir procurándose corto número de comodl-dades á cuenta de las muchas que habían dotraer 1~s proximos anos, y adoptaban el me--diano vivir á cuenta dt.1 vivir en grande qu+los horóscopos para todos anunciaban. Fuer-za es reconocer que con esta prematura ex-pansión de la vida, obra de los risueños prcb-gramas de la Unión, se resquebrajó más e!ya vetusto edificio de la moral privada, re-flejo de la pública. Cundían los ejemplos pcasos de irregularidades domesticas y II\;.-trimoniales, y se relajaba gradualmenkaquel rigor con que la opinión juzgaba rlescandaloso lujo de las guapas mujeres queeran gala y recreo de los ricos. Descollah.1entre éstas Teresa Villaescusa, que en Octu-bre tino de Andalucía cont~wtcttlct por unrico ganadero de aquel país, tan c~pulerì~t<~como sencillo, facha un si es no es torer:~ :.aires de franqueza cam pechan? : c- ker;~.:‘~ -,

-_

O’DOHXELL 229

,ron todo el mundo, con las hembr;ls galan-;e, s;gfin el viejo estilo español, que ordenala frase hiperbólica y el rendimiento sinmedida. El hombre quería darse lustre enMadrid, cosa no difícil trayendo dinero fres-co: era gran caballista, gran bebedor si se.)frecía, cuentista gracioso, y, en fin, se Ila-loaba Risueño, que es lo mejor que podíaIlamarse un ho.nbre de sus circunstancias,v condiciones.

Caballos bonitos de casta andaluza, riva-Ies en arrogancia de los que inmortalizó Fi-dias en el friso del Partenón, ostentaba enpaseos, calles y picaderos; pero ninguno desus bellos animales, enjaezados á lo prínei-pe, igualaba en arrogancia y primor á Te-resa, que por entonces apareció en la cul-minante esplendidez de su hermosura, ves-t.ida, para mayor pasmo de los que la veían,con una elegancia tan selecta, tan suya,9:iu(l difícilmente la superarían las señorasrn¿ís encopetadas. iVaya con la niña, y quebien se le había pegado París, en el año

,C~I.IC allí tuvo su residencia! Pues viéndolaran reguapa que á 10s mismos guardacan tones enamoraba, y tan bien trajeadita queera el primer figurín de la Villa y CortetuLios decían: esa es la de Salamanca, ó einúmero uno de las de Salamanca, error quese explicaba por no ser Risueño bastanteconocido en Madrid. En aquel tiempo, elvulgo señalaba COMO de Salamanca todo lo.superior: las poderosas empresas mercanti-le-, los cuadros selectos y las estatuas, las

230 B. PlhIGZ GALDÓS

mujeres hermosas, los libros raros y curio-sos... Homenaje era éste que tributaba la.opinión á uno de los españoles más grandes.del siglo XIX.

Aunque parezca disonante pregonar lasvirtudes de personas sobre quienes recae lamaldición pública, la verdad obliga al his-toriador á decir que tanto como escandalosa,era Teresa caritativa. Tenía medios abun.dantes de ejercer la liberalidad; su mano,no era una hucha, sino ánfora 6 tonelconstruído por el mismo que hizo el de lasDanaides. Lo que entraba por un lado, notardaba en salir por otro. Enterada de lamiseria en que estaban los Centuriones, lesmandó por Manolita lo necesario para vivir,.y á su madre encarg que les pusiera en li-bertad toda la ropa que empeñada tenían..Los dos gabanes de don Mariano, la capa, unpantalón gris perla que lucía en las grandes,solemnidades, las mantillas y el traje de se-da de doña Celia, salieron del cautiverio. Alprincipio de su desdicha, repugnaban albuen señor las larguezas y protección deTeresita; pero el rigor mismo del infortunio.le hizo bajar la cresta. Estabamos en tiem-rpos de tolerancia, de’ transacción, pues laUnión Liberal dqué era más que el triunfode la relación y de la oportunidad sobre laIrigidez de. los principios abstractos? Se tran-sigía en todo; se aceptaba un mal relativo.por evitar el mal absoluto, y la moral, elhonor y hasta los dogmas, sucumbían á laepidemia reinante, al ajre de fi.exibilidnd’

O'DOSNELL 2131que infestaba todo el ambiente. Despues deremediar á sus tíos, fué la buena moza ávisitarles: doña Celia la recibió con lágri-mas; don Mariano temblaba y sentía frío enel espinazo oyendo decir á Teresa: “Ya quenadie quiere colocarle á usted, le colocaréyo, tío; yo, yo misma. Entrará usted en laUnión Liberal, cosa muy buena según di.cen, y que hará feliz á España librándoladel peor mal que sufre, 6 sea la pobreza.CrCalo usted, don Mariano: todos los Gobier-nos son peores si no dan curso al dinero paraque corra de mano en mano. El Gobiernoque á todos dé medios de comer, será el

’ . . . Lo que yo digo: desamortizar; cogerE”‘,u, aquí sobra para ponerlo donde fal-ta... igualar.. . que todos vivan... ~ES estoun disparate?. . . Puede que lo sea por sermío... En fin, adiós; ánimo, que ya vendrála buena. ,,

De allí se fué á casa de Leovigildo Rodrí-guez, donde hizo de las suyas, vistiendo lasdesnudas carnes de tanto chiquillo, y prove-yendo á su alimentación, pues daba lástimaver sus lindas caras .macilentas y sus ojossin brillo. Mercedes no se hartaba de bende-cir á su bienhechora, prodigándole los elo-gios que á su parecer debían halagarla m$s,los de su belleza y elegancia. Leovigildo,que no tenía escrúpulos, y transigía, no conel mal relativo, sino hasta con el absoluto,le dijo: “iPor Dios, Teresa! colóqueme us-ted, que bien podrá hacerlo... y á usted lesobran relaciones.. No tiene más que decir:

232 B. P6RRZ GATh%3

%sto quiero,,, para que todos, de O’Donnellpara abajo, se despepiten por medir su bocay. darle cuanto pida.,,

En una de las visitas que hizo la T’illaes-Gusa á la morada de Leovigildo, que enton-ces vivía en un piso alto de la ca!le de Ni-nistriles, supo que en los desvanes de lamisma c,Lsa se moría de hambre una fami.lía. illorirse de hambre! Esto se dice; perorara vez existe en la realidad. Subió la gua-pa mujer y á sus ojos se ofreció un cuadrode desolación que por un rato la tuvo sus-,pensa y angustiada. So había visto nuncaeosa semejante: mil veces oyó referir casos,de la extremada miseria que en los rinconesde Madrid existe. Pero la evidencia que de-lante tenía, superaba en horror á todos loscuentos y relaciones. lina mujer de media-na edad, apenas vestida, yacía entre peda-zos de estera y jirones de mantas, sin alien-tos ni aun para llorar su desdicha; dos ni-ñas como de ocho y diez aííos, la una sen-tadita en un taburete desvencijado, la otrade rodillas arrimada á la pared, se metíanlos puños en la boca, luego se restregabancon ellos los ojos, exhalilndo un plañide-ro quejido sin fin, como ruido de moscar-dones. Awnztt Teresa, venciendo su terrory. repugnancia; ía suciedad, la pestilenciaofendían la vista tanto como el olf¿tto. In-terrogó á la mujer, observando al verlade cerca que no era bien parecida; pro-.nunció la- mujer frases enwecortadas co-1730 las que emplean con artificios los que

O’DXNELL 2%pordiosean en la calle; pero que de la bocade ella salían con el acento,dtt la pura y te-rrible verdad.. . “i?;o tienen ustedes nin-

recurso? -dijo Teresa traspasada deaflicción .-iEn qué sv ocupa usted?... ~ESque no han wmido hoy? $0 hay ningunapersona caritativa en este bwrio?,, Respondi6 la infeliz mujer que personas buenas había, pero ya se habían cansado de socorrzr-la.. . No comían sino cuando les llevaba decomer otro desgraciado que con eih vivía.

-Y es3 desgraciado i dcínde está?-Aquí... Wrelo-dijo la medio muerta

de hambre, señalando & un hombre que enaquel instante entraba. -Si Tuste nos trae,comemos; si no, llor&mos. n

El llamado Tuste permanecía junto á lapuerta, respetuoso. En una mano tenía laIgorra que acababa de quitarse, en otra doslechugas manidas. “Usted, buen hombre. . .-dijo Teresa volviendo sus miradas ha-,cix el tal, y en:ariind,)se con la figura másdesastrada y haraposa que podía imaginar-se. -iTrae algo que coma esta pobre gente?

-Esto nada más, señora -replicó Tutemostrando las d,s lechugas. -Me las han.d-tdo unas vendedoras en la plazuela de La-vapi&. . .

-iValiente porquería!-+ijo Teresa, quegastando de mirarlo todo, pDr repugnanteque fuese, examinó dv pies á cabeza la fach t

2de Tuste, en quien se reunían los más tris

* $s y desagradables aspectos de la miseria.fi _.-_ “^ ..,.I rl^ 1.. ----:-- ^__ 1. .

234 B . PtiREZ BALDAS

suciedad; la chaqueta y calzones, prcrdasde ocasión que debieron ser viejísimas an--tes que él las usara, eran ya jirones de telamal cosidos, llenos de agujeros y desgarra-duras.. . ’ El calzado lo componían dos zapa-

. tos diferehtes: el derecho á medio uso; eIizquierdo informe, retorcido, suelto de pun-tos . . Observado con rápida vista todo esto,.miró Teresa el rostro, y espantada de lasuciedad espesa que lo cubría, no pudo+distinguir las líneas hermosas, ni la nobleexpresión que debajo de la inmunda costase escondía. El cabello era una maraña en

‘que no había entrado el peine desde la in-vención de este instrumento de limpieza.Lamugre de toda la cara se hacía más densametiéndose por los huecos de las orejas; enel cuello de la camisa se apelmazaba el su-dor; la tela y la piel se confundían en sumorbidez pegajosa. Desgarraduras de la ca-misa dejaban ver una parte del pecho me-nos sucia que lo demás, tirando á blanca.

Arrebató Teresa de las manos puercas de.luste las dos lechugas; sacó de su bolsillo4

el poco dinero que le quedaba; di6 una par-te á la mujer, otra al hombre sucio, dicién-dole: “Corra usted á la tienda y traiga lo,más preciso para que coman hoy; traigacarbón, encienda lumbre...,, Y á las niñas.acarició, y de ellas y de la que parecía su,madre se despidió con estas afectuosas ex-presiones: “Vaya, no lloren más. Hoy esdía de estar con ten tas, dverdad que sí? 5!u,steles traerá para que almuercen. En seguida

.

O'DONNELL 235que aquí despache, le mandan á mi casa..,les dejar6 las señas en este papel... Puesque vaya corriendo, y por 61 recibirán unpar de mantas. . ropa mía de desecho, y al-guna golosina para estas criaturas. Vaya,adiós: alegrarse. Ya no se llora más.,,

XXIV

Fué Tuste á casa de Teresa, y la criadale anunció de este modo: “Ahí está un po-bre muy asqueroso: dice que la señorita lemandó venir. Si la señorita tiene que hablarcon 61, echaré un poco de sahumerio.,, Yahabía escogido Teresa las ropas usadas quedebía mandar á la calle de hlinistriles. Saliópresurosa al recibimiento, donde la espera-ba el más miserable de los hombres, quienal verla se inclinó respetuow, mudo, puestoda palabra le parecía insuficiente para ex-presar su gratitud. “Ha venido usted dema-siado pronto-le dijo Teresa.- La ropa míade desecho aquí está; lo demás, tengo quesalir á comprarlo.

-Volveré cuando la señora me mande.*Qué tengo que hacer más que obedecer áfa señora?,, Esto dijo Tuste. La voz delpobre no era como su facha, sino una vozespléndida, de timbre sonoro, dulce, varo-nil. Así lo advirtió Teresa la segunda vezque la oía; en la primera no advirtió nada.

236 B. PlbEZ OALJ&

En aquel punto de apreciar la bella voz delsujeto, un ligero brote de .curiosidad en élespíritu de Teresa la movió á formular estapregunta: “AUsted cómo se llama? $u nom-bre de pila.. .?

-Yo me llamo Juan. Mi apellido es San-tiuste. La mala pronunciación .de aquellasniñas me ha convertido en Tuste.. Lo mis.mo da, señora. Hv venido tan á menos, queya no me detengo á recoger ni las letras demi nombre que se caen-al suelo. n Avivadacon esto la curiosidad de Teresa, se acercóá él para verle mejor; apartóse al instante, ydijo: “Cuenteme usted: iqué familia es esay cómo ha venido á tanta postración? Y us-ted, dqué relación tiene con esa familia?

-Se lo contare en pocas palabras para nocausar á la senora.. .

-Aguárdese un poco... Antes tiene quedecirme por qué es usted tansucio...- No lo soy, lo estoy... Permítame decir-

le que no debe j uz;arme por lo que ve. D(:n-tro de estas apariencias inmundas hay otrapersona. De algún tiempo acá vivo, si estoes vivir, como si me hubiera entregado á latierra para que me descomponga Mis des-gracias me han inspirado el horror del aseo.Abandonado de todo el mundo, sin nadieque me socorra, el tener unrl facha desagra-dable ha sido para mí como un desquite, co-mo una venganz 1.. . iQuería-usted que sa-liera á pedir limosna vestido y peinado co-mo un señorito? Sadie me hubiera hechocaso. ;La miseria! Quien no conoce la mise-

O’l-wNNELL 237ria, quien no ha vivido en ella, quien no seha revolcado en ella, no puede apreciar elgoce de ser repugnante. . . ,,

La curiosidad de Teresa, con cada unode los extraños dichos del sucio se avivaba.Quería saber más. Tuste le ofreció un resu-men de su infortunada existencia. Nació enla Habana, de padre burgales y madre an-daluza; dos anos, tenía cuando le trajeron ála Península; pasó su niñez en Alicante,donde quedó huerfano; recogiéronle unastías residentes en Chiclana; allí corrió suadolescencia, allí estudió todo lo que estudiarse podía en un pueblo de escasa cultura; casi hombre, le llevaron á Cádiz, dondesiguió estudiando y adquirió ardiente afi-ción á la lectura; hombre ya, y no cabiendoen aquella ciudad su espíritu ambicioso, sevino á Madrid, solo, con escasísimo dineroque le dieron sus tías. Estas habían empobrecido, y Pl no quiso serles gravoso... Ala mitad del camino se quedó sin blanca ytuvo que continuar á pie. En Madrid buscóel amparo de un pariente de su madre áquien las tías le recomendaron: era un im-pre‘-or llamado Quintana, que le acogió muybien, ocupándole en su establecimiento co-mo corrector; le daba de comer, le vestía po-bremente, porque no podía más, y le matri-culas

en la Universidad para’ que estudiarados Facultades de Derecho y Filosofía y

Letras. Trabajaba Juan y leía con jnsacia-ble anhelo cuant.0 libro caía en sus ‘manos,que no eran pocos. Tres años cursó en la

/.

238 R. PÉREZ GALD68

Universidad, donde hizo amistades con chi-cos aplicados y con otros que no lo eran. El56 murió el bueno de Quintana de un ré-pen tino mal del coraz6n, y esta desgraciafué como el preludio de las innumerablesque estaban aguardando al pobre Juan paradevorarle y consumirle... Ya no hubo paraél un día de reposo, ni una hora que no letrajera inquietudes y fatigas. Trató de bus-car algún recurso eón su trabajo; pero di-fícilmente allegar podía un pedazo de pan.En diferentes periódicos solicitó colocación;en algunos escribía de materias diferentes:Política extranjera, Toros, Literatura, Mú-sica, Salones, Hacienda... No le leían ni lepagaban. Escribió despues aleluyas, compu-so versos para novenas.. . Todo resultaba tra-bajo perdido, infecundo. Aunque ya no iba ála Universidad porque no tenía ropa presen-table, solicitó de alguno de sus amigos estu-diantes, y de otros que yano lo eran, apoyoy recomendación para obtener algún desti-no. Nada consiguió: ni moderados ni pro-gresistas le hacían maldito caso. Trat6’ demeterse á hortera; pretendió plaza en unaSacramental; se arrimó á un memorialista.Nada: no había manera de luchar contra elhambre y la muerte. De patrona en patronaiba rodando por Madrid, tolerado en algu-nas casas, rechazado en otras por su irre-mediable insolvencia, hasta que fu6 á poderde la más infeliz de las pupileras, JerBnimaSánchez, que tenía su hospedería en la callede Mesón de Paredes. Era el marido de esta

O'DOXNELL 239

señora un incorregible borrachín qu,e espan-taba á los hu6spedes con sus groserías y ma-las palabras. La casa iba de mal en peor...Desertaron los demás pupilos, dos chicos deVeterinaria y uno de. 1Iedicina; ~610 quedóJuan, que por entonces pudo allegar algu-nos cuartos llevando las cuentas en unatienda de patatas y huevos, y en un estable-cimiento de ataúdes y mortajas. Así las co-sas, en Xarzo del año mismo en que esto,re-fería Santiuste, reventó Cuevas, el bebedoresposo de la patrona, muerte que fu6 comoincendio del alcohol que llevaba en sus en-trañas, y Jerónima, descansada ya de aque-Ila cruz, tomó otra casa; puso papeles lla-mando hu&pedes, y kstos no picaban. Per-di6 Juan su colocación miserable en los dosestablecimientos referidos; pero Jerónimano le despidió, esperando mejor suerte-parael desamparado joven. La suerte iay! no vi-no para él ni para el,la, porque Juan cayó en-fermo de calenturas y estuvo á la muerte,siendo tan desgraciado que hasta la muertele despreció y no quiso Ilevársele.. . y la po-bre Jerónima, cuando él iba saliendo ade-lante, resbaló en la cocina (encharcada delagua de jabón que rebosaba de la artesa), ycayendo torcida y en mala disposición, serompió una pierna por bajo de la rodilla...Era Juan agradecido, y no abandonó á laque á él le había tan noblemente amparado.Reunidas quedaron desde entonces ambasdesdichas, y recíprocamente se apoyaron,corriendo juntos el temporal. La rotura de

.

240 B . PltREZ GALD&

pierna de Jerónima excluía todo trabajo pn--tronil. Se acabaron los recursos, y empezó e;rápido descender de escalón en escalón hastala miseria lacerante y angustiosa. Por dife-ren tes casas pasaron, y de una en (. tra ibanllevando su mala sombra, su pavoroso sino,;siempre á peor, á peor: cada día más desnu-dos, cada día más hambrientos, hasta lle-gar al horrible extremo en que les vió y des-cubrió la señora. Cuando ya les faltaba pocopara morir, se les apareció un ángel que lesdije de parte de Dios: “Vivid, pobres criatu-ras, que también para vosotros existo.

-Haga usted el favor, señor Santiuste-dijo Teresa, que con algo de broma queríadisimular su emoción,-de no llamarme ámí ángel, pues no lo soy ni por pienso, yparéceme que se burla usted de mí... Perodejemos eso, que es tarde y tengo que salirde tiendas. Lleve usted ahora esta ropa para Jerónima; t’ambién le van medias y unpar de zapatos de mi madre, que tiene el piemucho mayor que el mío. . . KO vuelva us-ted hoy por lo demás, sino mañana, que asítendré yo más tiempo de reunir lo que quie-ro mandarles.. . Vamos, que algo habrá parausted tambi6n , grandísimo Adán. ,,

Alelado de gratitud y admiración, San-tiuste no dijo nada. Teresa prosiguió así,más burlona que compasiva: “iPero por po-bre que est6 un hombre, Señor, ha de fal-tarle un real para cortarse esas greñas?... yen ultimo caso, buscar un barbero caritati-vo, que ya los habrá. Felisa, trae un peine

O’DONNELL 241tuyo... Empecemos desde hoy á desenmas-carar este esperpento. Cuidado que es ustedhorroroso. . . Ea, tome el peine, y metalo enese bosque.. . ,, Después de besar el peine,Juan lo guardó entre el pecho y la camisa,único bolsillo practicable en su astrosa ves-timenta.. . Y partió balbuciendo expresionesde exquisita ternura, que ama y criada ape-nas entendieron. Creían que lloraba... iyellas le compadecían riendo, pobres muje-res que no conocían mas que la superficiedel mal humano!

Volvió puntual Santiuste á la mañana si.guiente, y al salir Teresa al recibimientose maravilló de ver extraordinaria translformación en la cabeza y rostro del infelizhombre. Se había lavado la cara, pescuezo ymanos, sin duda con muchísimas aguas ycon fuertes restregones, porque no quedabani el más leve rastro de la suciedad que ledesfiguró. Era como una resurrección. Delas tinieblas salía una cabeza admirable, unrostro hermoso, grave, tan escaso de barbay bigote, que con un ligero pase de navajasquedaba limpio; salía también la juventud.De asombro en asombro con tales descubri-mientos, Teresa decía: “A mí no me engañausted, señor Tuste. No es usted el de ayer,sino otro... ó el mismo con distinta cabe-

Hoy trae la cabeza joven~&en, y joven toda la carátula.‘.. que me

y la boca’

parece viene también afeitadita.-Sí, señora-re litó

orgullo, confundi aJuan con infantil

o poro los elogios de la!G

hermosa mujer.-Del dinero qÚe la sefioradi6 á Jerónima, Jerónima apartó un realpara que yo me afeitara. Ayer compramosjabón.. . El jabón es un ingrediente que nohabíamos podido ver en mucho tiempo.

--iVaya, que no se ha lavoteado ustedpoco!... Xsí, así megusta á mí lagente...-decía Tersa, acercandose á él con menosrepugnancia que el día anterior. -Y otra co:sa veo, que me deja atónita. iLB camisalimpia! iQué lujo! Bien, bien. La habrá la-vado Jerónima.

-No, señora: la he lavado yo mismo,anoche.. . iqué noche, señora! No hemos dor-mido... las niñas tampoco han dormido. Laa,parición de usted en aquel mechinal inde-cente nos ha trastornado á todos. Ni Jeróni-ma, ni las niñas, ni yo, acabábamos de con-vencernos de que la señora es persona hu-mana.,. Todavía hoy.. . las niñas hablan deusted como de un sér sobrenatural... Es elhada de los cuentos de niños, ó el ángel de1a.s leyendas cristianas.

-Vuelvo á decirle que á mí no me llamensted ángel ni hada...

-No es usted, no, como las demás perso-nas-dijo Tuste, soltando poco á poco su ti-midez.-Bajo esa vestidura mortal se es-conde un sér que tiene por morada la in-mensidad de los cielos, un ser que en sualiento nos trae el propio hálito del Padrede toda criatura.. .

-i Ay, ay, ay! cálkse por Dios. dPer0 es.&ed también poeta?

.

O’DSNNELL 243-So señora: cuando Dios quiso, yo no

+scribía versós, sino prosa.-Prosa con la cara sucia, versos con la

cara limpia.. . No me haga reir. . . iPero ustedcree que se puede ser poeta ni prosista conesas botas? ~NO le da vergüenza de andarpor el mundo con calzado tan indecente?

--*Antes de que la sefíora se nos apare-ciera, me daba vergüenza de acicllarme: lafeald:ld y el desaseo eran la mueca con queyo hacía burla del mando que m: abando-naba. dhora,. deslumbrado por el ángel deluz.. . perdone usted.. . por la divina mensa-jera del Dios de piedad. . es todo lo contra.rio... ,1Ie avergiienza mi facha repugnante,y toda el agua del mundo me parece pocapara mi limpieza, y cien Jordanes no mebastarían .para purificarme.

--jYa escampa!... Basta de poessia, y ven-ga, véngase á la prosa-dijo Teresa, condu-ciéndole con Felisa á una estancia inmedia-ta, el despacho de la casa convertido enguardarropa. -Pase y verá lo que tiene us-ted que llevarse. Irá cargadito como un bn-rro; pero iqué le importa?... Mire, mire:un trajecito para cada niña... camisas, de-lantalitos, medias y zapatos.. Para usteddos mudas completas de ropa interior... Laexterior quedará para más adelante, que nose puede todo de una vez... ~;Qué le parecetodo esto? Y dos cajas de galletas finas paralas chiquillas.. . para Jerónima un refajo.._para todos dos mantas . . ~QIu~ dice?. . . Eche,eche poesía.. .

: -

244 B . PhREZ GALti

-Si pudiera traer á mi mente la inspira-ción de Homero-dijo Tuste con arrobamien-to no afectado,-expresaría una parte nomás de la gratitud que debemos á nuestrabienhechora. Nuestra bienhechora reúne ensí toda la belleza de las divinidades paga-nas y toda la esencia sublime de la Ley-evangdlica.

-Pues pagana-y evangélica, isabe usted~lo que se me ocurre? Pues que le voy á ob-sequiar con unas botas... Usted mismo se,las comprará. Aquí tiene cuatro napoleo-nes... Ha de prometerme que no emplearkeste dinero en otra cosa. . .

-Si yo contraviniera las órdenes de nues-tra deidad tutelar, merecería la muerte; algopeor que la muerte, el desprecio de la señora . .

-No se remonte tanto y tome los napo-leones.. . AEsa costumbre de besar las mo-nedas, la adquirió usted cuando pedía li-mosn a?

-Beso el metal que ha sido tocado por lamano caritativa. La caridad, hija del cielo,es la cadena de oro que une al Criador conla criatura.

-Bueno, bueno. Usted siempre tan poé-tico.. . Por unas tristes botas baratas que le.regalo, saca á relucir á Dios y á los santos.. . .iD6nde ha aprendido usted, Juanito, á ex-presarse de esa manera tan superfirolítica?’

-Se lo explicar& si tiene paciencia para.oirme un rato.

-Sí que le escucho. Siéntese en ese ban-CO... X ver... &Mmo...?

O'DONNELL 245-Pues este lenguaje mío es el reflejo del

espíritu de la elocuencia sobre mi pobre es-píritu. Tres años há, el 55, estudiando yo enla Universidad, y reunido siempre con otroschicos, ávidos,de saber y amantes de la lite-ratura, me metía... nos metíamos en todositio público donde hubiera lect*ura de ver-sos, explicación de doctrinas nuevas 6 vie-jas, discursos... Un día caímos én el teatrode Oriente.. . gran fiesta de la inteligencia.. . .concurso de oradores para cantar la Demo-cracia. iQu6 día, señora! Lo tengo por el másmemorable de mi vida; día solemne, díagrande, porque en 61 ví salir el sol de la elo-cuencia, el Verbo del siglo XIX, Emilio Cas-telar.. . Habían hablado no s6 cuantos ora-,dores, que nos parecieron bien... Y concluíala sesión, cuando pidió vez y palabra un jo-ven regordete, tímido, á quien nadie cono-cía. El buen público, ya cansado de tantaoratoria, remuzgaba con murmullo de im-paciencia, casi casi de burla... Pues, Señor,‘rompe á hablar el hombre, y á las primerascláusulas ya cautivó la atención de la mul-titud... iQué voz, qué gesto oratorio, quéafluencia, que elegancia gramatical, qué gi-ro de la frase, qué aliento soberano, qué co-losal riqueza de imágenes, encarnadas en lasideas, y las ideas en la palabra! El públicoestaba absorto: YO, embelesado, creía aueno era un hombie ‘el que hablaba, sino unmensajero del cielo, dotado de una voz queá ninguna voz humana se parecía. Avanza--EJa en la oración aquel hombre bendito, y el

246 B. PÉREZ GALD6S

público electrizado le seguía, sin poder se-guirle; iba tras él cuando se remontaba á las.cimas más altas de la elocuencia, y desdeaquella altura caía deshecho en aplausos,.quebrantado de tanta emoción.. . Yo estabacomo loco; yo adoraba la Democracia, can-tada por el-orador con la infinita salmodiade los ángeles, y cuando acabó, me sentíanonadado... . me sentí grano de arena, quepor un instante había estado en la cima deaquel monte.. . iy ya me encontraba otra vezen el llano!. . . icastelar! Este nombre llena-ba mi espíritu. Por muchos días siguieronretumbando en mi cerebro ideas, imágenesque le oí, y mi memoria reconstruyó trozosde aquella oración superior á cuanto hanoído hasta hoy los hombres... Desde enton-ces, yo leía cuanto publicaba Castelar en,

. los periqdicos, y las reproducciones de sus,discursos. Nunca le hable.. . Si le veía en lacalle, iba tras él hasta que se me perdía devista... era mi ídolo, y lo será siempre, por-que si en los días de mi atroz miseria se me.borraron del espíritu las cláusulas.arrebata-doras que yo recordaba, y todo sGme obs-

\ cureció, como si mi asquerosa naturalezano fuera digna de contener tales hermosu-ras, en cuanto la mano de la señora me sacó,de aquella inmundicia, volvieron á mi men-te Castelar y su elccuencia sublime, y yalo tengo otra vez en mí... Es mi sol, mi oxí-geno, y el alma de mi alma.

- Ckllese ya-dijo Teresa un poco sofo-cada de la emocion.-ePues no me ha he-

0'DONNU.L . 24i,&o llorar con esa Cantinela? Vea, vea mia

X0 me gusta llorar, no quiero afli-giO,Le por nada. En el mundo no estamospara eso.,

Levan tóse San tius te, creyendo sin dudaque permaneía demasiado tiempo en la vi-sita, y recogiendo los líos y paquete que había de llevarse, salto así la vena de su fa-cundia: “Anoche, el contento de verme re-dimido, por esa divina mano, de la esclavi-tud de esta pobreza embrutecedora, hizo re-nacer en mi alma toda la poesía castelarina,soberano monumento oratorio de la Demo-cracia triunfante, de la Libertad iluminadapor la idea cristiana. Mientras lavaba y fre-goteaba, primero mi rostro, después mi ca-misa, yo, como todo el que está muy alegre,cantaba y rezaba, que rezo y canto era todolo que salía de mi boca.. . Recitaba con amory fe aquel pasaje del advenimiento del Re-dentor: “El aue había de venir, viene: elque había de ílegar, llega; pero no viené nien el seno de la sonrosada nube ni en ‘el delas estrellas, si no manso y humilde en elseno de la pobreza y de la desgracia. Noviene acompañado de numeroso ejército,sino de su bendita palabra y de su eternoamor; no viene seguido de esclavos, sinoansioso de acabar con toda esclavitud; noviene blandiendo la espada del tirano, sinopronto á quebrantar todas las tiranías; tiviene á levantar un pueblo sobre otro pu~-blo, ni una raza sobre los huesos de otraraza, sino á estrechar contra su pecho y .¿$

248 B . PIiRBZ QALD6S

bendecir con el infinito amor de su corazóntodos los pueblos y todas las razas.. . ,,

-Basta, basta, Juanito-le dijo Teresainterrumpiéndole y casi echándole con ungesto.-iN ve que se me saltan las Iágri-mas?. . . Retírese ya.. . jN0 quiero lágrimas,no las quiero, ea!... Adiós, adiós...,,

Y el gran Tuste traspasó la puerta y des-cendió los pocos escalones que conducían alportal, cantando más que repitiendo conbriosa voz el final de aquella sonora melo-pea: “Dios de paz y de amor, que despu&de haber extendido los inmensos cielos azu-les y haber derramado en los cielos, comouna lluvia de luz, las estrellas, y haber he-cho salir del obscuro seno- del caos la tierracoronada de flores, iél! causa de toda vida,autor de toda existencia, se despoja de suvida, de su existencia, por la salud y la li-bertad de los hombres en el altar sublimedel Calvario. ,,

xxv

Vivía Teresa en la calle del Amor deDios, piso bajo. Lt?. casa era hermosa y des-ahogada, de al tos techos. Cuatro’ ven tan ascon rejas le daban luz por la calle; por elinterior, los huecos abiertos á un patio an-churoso y limpio. El día en que Tuste reci-bió los cuatro na

8oleones

Teresa le dijo: “para unas botas,

uiero yo enterarme de que

O’DONNELL 249

usted no se gasta el dinero en otra cosaque.el calzado. No venga usted á casa; pero pá-sese por la calle.. . yo estar6 en la ventana.La mejor hora es por la tarde, de tres ákuatro., Obediente y puntual, hizo el hom-bre su aparición, y al tercer recorrido porla acera de enfrente, vió á Felisa en la en-rejada ventana A poco apareció Teresa, yambas sonriendo le llamaron. Acercóse Juan,y oyó de labios de su bienhechora estas dul-*ces palabras: “Bien, señor Tuste: así se por-tan los caballeros. iY qu6 bien le van las bo-titas!... ilástima que el traje no correspon-.da!. . . En fin, retírese ya, y diga usted á Je-rónima que Csta, Felisa, le llevará el soco.,rro para la semana.,, Salud6 el hombre, yrespetuoso se alejó con la cabeza baja, el an-,dar lento. _

Dos días despu&, asomada casualmenteTeresa, le vi6 aparecer doblando la esquina

,de la calle de Santa María. Aguardó un po-,co, le llamó con gracioso gesto, y cuando letuvo debajo de la reja, le dijo: “Pobrecito,tu has salido hoy á. pedir limosna. iQuieres‘que te eche dos cuartos?

-No vengo .á pedir limosna, señora-respondió Juan doblando el pescuezo, comopara mirar al cenit;-vengo porque no hay,día que no pase yo por esta calle.. . Est,a ca-lle es mi religión.

-No te entiendo, bobito, -dijo Teresa,sin darse cuenta de que por primera vez le<tuteaba.

-Me entiendo yo.

250 B. P&kBZ OALO

-Te echaré los des cuartos, para queno se te olvide que eres pobre. Aguárda-te un instante, que no tengo aquí calde-rilla., . i

Volvió al poco rato, y sacando la manofuera de la reja en ademáh de. arrojar algo,dijo al que parecía mendigo bien calzado:

. UPon tu gorra m& acá... á plomo de mi ma-no... no se caigan los dos cuartos á la calle. ,?

Puso Tuste la gorra como se le mandaba;tomó bien la puntería Teresa, y la monedacayó dentro de aquel casquete asqueroso deforma indefinible.. . Brilló en el aire la mo-neda, y antes de que cayera vió San tius-te que era un doblón de á cuatro. No pudohacer ninguna observación, porque Teresadesapareció de la reja cerrando los crista-les. Minutos después, sonaba la campani-lla de la puerta; abrió Felisa, y se encar6con el pobre, que le dijo: “Quiero ver j laseñora para devolverle una cosa que se le hacaído á la calle.,, No había concluído la fra-se, cuando apareció Teresa en el recibimien-.to, risueña, y replicó al joven con esta gra-ciosa burla: “Es verdad: me equivoqué. Echéoro en vez de cobre. Venga mi monedita.. _Gracias.. . Eres un mendigo honrado.. . Dioste lo premie.

-Es que-murmuró Juan - me di6 ver-güenza de.. . de eso, de que el oro fuese pa-ra mí. Bastante ha hecho la señora por esteinfeliz. . . Si yo abusara sería un malvado;empañaría el resplandor de la bendita cari-dad, hija del Cielo, con el aliento de mi

0'wmELL 8¿, 1

eg~,í.smo.. . La caridad obliga al que la reci-be a ser tan bueno como el que la hace.

-Echa más poesía, hijo...- Esto no es poesía . . es mi corazón, que

habla con el lenguaje de su delicadeza, deFU gratitud..

-Pues has de saber que yo soy muy pro-sáica, Juan, y no gusto de verte con esosandrajos tan . . . poéticos--dijo Teresa echan-do mano al bolsillo.-Mira, mira toda lacalderilla que aquí tenía yo guardada paravestirte de prosa.. . iNo has querido un do-blón? Pues mira, cuenta: dos, tres, cuatro,cinco. Voy en tendiendo que tegusta ser muycochino, muy zarrapastroso y muy nausea-bundo, para que te tengamos Iásti- ma... Yote pregunto: si así te viese tu ídolo Castelar,iqu6 diría?... Ves tu ropa como una vesti-dura poética, que te hace muy interesante.. .Te las das de anacoreta 6 de santo. Puesesos moños te los voy yo á quitar. n

Atónito, asaltado de diferentes emocio-nes, Santiuste no sabía si reir ó llorar. Ma-yor fué su turbación cuando oyó estas pala-bras de Teresa: “Coges ahora mismo estosdoblones; vas á una tienda de ropas hechasde la calle de la Cruz ó de cualquier calle,y te compras un terno, pantalón, chaqueta,chaleco, todo modestito; no vayas á creertede la Unión Liberal y á vestirte á lo gran-de.. . Añades corbata.. . añades un sombrero,mejor gorra... No es tiempo todavía de quete emperifolles demasiado. Con que.. .,,

KO hizo ademtin de tomar las monedas.

r

2.52 B. PlktlW GALDóS

Ex inmovilidad era la de uná estatua; suhermoso rostro, su mirar perdido revelabanlos efectos de la fascinación de imágenes le-janas. Díjole Teresa que abandonara los es-pacios poéticos á que miraba y descendiese.al mundo. Bajó Tuste, protestando de lanueva limosna con expresiones balbucien-tes; Teresa sacó las uñas, sacó su autoridad:“0 me obedeces, Juanito, en todo lo que temando, 6 no vuelvas á mirar esta cara mía.. .‘Te digo que si tú me miras, yo doy ungirorápido á todo el cuerpo jves?, para decirte

. sin palabras: “Quítate de mi vista, demo-acrático.. . po6tico y castelareño.. , Vete contus músicas á otra parte., Aplacados conesta- amenaza los escrúpulos del hombremísero, tomó el dinero, y con paso lento,con visajes de asombro y algún gesto querevelaba su esclava sumisión á la bienhechora traspasó la puerta. Antes de que Fe-lisa cerrase tras él, volvió Juan presurosodiciendo: “Señora, señora, icuando comprela ropa y me la ponga, he de pasar por aquí?AQuiere la señora verme?. . .

.

-No-dijo Teresa, -no es preciso. Nivengas á casa, ni pases por la calle. Haz loque te mando, Juan.,, Afirmaba él con lacabeza; salió suspirando.. .

Por aquellos días, que eran los que pre-cedieron á las elecciones, el fe!iz poseedorde Teresita, Facundo Risueño, andaba muymetido en enredos electorales, pues comohombre de gran propiedad en una comarcade Andalucía y de no poca influencia, le

i;* O’DONNELL 258

bailaban el agua don José Posada Herrera yel Marqués de Beramendi, candidato cunero,designado para representar en Cortes aqueldistrito. Tras un sin fin de pláticas con elcunero y con el Ministro, dió gallardamen-te todo su apoyo el buen Risueño, ofrecien-do que sin necesidad de trasladarse á Anda-lucía, y sólo con escribir cartas imperativas-á diferentes personas de allá, se asegurabala elección. Así lo .hizo, y al hombre se lecansó la mano de tanto plumear, atarugan-do diariamente el correo con el fárrago desu correspondencia. Por todo ello y por su \

activo proceder, estaba Fajardo muy agra-decido al andaluz, y quedaron uno y otroenlazados en sincera amistad. Vivía Risue-ño con un hermano suyo, rico también,.establecido aquí desde el año 50 en negockde aceites. Llamamos vivir al tener allí uu

‘cuarto bien provisto y arreglado, en el cualrara vez dormía. Sus comidas eran siempre-fuera de casa, bien en los colmados y fon-das, 6 bien en casa de Teresita, que algunoc-días veía en torno de su mesa, con ciertc:,ta adillo,

!lá personajes políticos de viso, y á

ca alleros aristócratas, aficionados á caba-110s 6 á toros. La asiduidad de Facundo enla vivienda de su linda coima aflojó un po-co en los días del trajín electoral; pero unavez llenas las urnas con el nombre de Bera-mendi, _y proclamado su triunfo, restableciöel andaluz la normalidad de sus costumbres.y el primer convite que organizó en casa deTeresa fu6 para obsequiar al nuevo diputa-

do y á otros amigos, auxiliares en la electo- *ral batalla.

La novedad de aquel banquete fué queTeresa contó su aventurA de caridad en lacalle de Ministriles, y el descubrimientoque había hecho de un horripilante caso dela miseria hermana. Cautivaban estas bis.torias al buen Beramendi, que era muyamante del pueblo, y sabía, como -nadie,condolerse de sus desdichas. Dió á entenderTeresa que si el contratista la dejaba expla-yarse en sus aficiones benéficas, trataría derestaurar á los hambrientos de la calle deMinistriles en la situación 6 estado que tu-vieron antes de su desgracia; restableceríala casa de huéspedes, en la cual sería primerpunto el hombre raro, el hombre poético,que hablaba como Castelar. AIás vanidosoque caritativo, Facundo Risueño la autori-zó, delante de los amigos, para que aplicaseá socorrer al prójimo parte de la guita que41 le daba para alfileres.

Así lo hizo Teresa, y apenas entrado Di-ciembre, tenía Jerónima su casa de pupilosen la calle de Juanelo, amuebladita con mo-destia y provista de todo; las niñas iban áun colegio, y el famoso Tuste hallabase enel pleno goce de un cuartito decente en lacasa, y de algunas prendas de ropa para sa-lir decorosamente en busca de colocación 6trabajo. De vez en cuando iba Teresa á con-templar su obra y á oir las alabanzas y ben-diciones de los favorecidos. A Santiuste leencontraba como en Pxtasis, mirándose- en

su ropa, satisfecho y un tanto presumido;cuidándose el rostro y el pelo, que ya lleva-ba cortado y á la moda; esmerándose en elaseo y corrección de la persona. A su bien-hechora mostraba un respeto que rayaba endevoción fanática En la casa expresaba suculto con retóricas de un espiritualismo su-ti], y declamaciones hiperbólicas, parafrás-ticas, imitadas del gran modelo de oratoria;en la calle, alguna vez que se encontrabancasualmente, saliendo Teresa de la casa deJerónima, no se atrevía el buen Tuste á dar-le convoy, temeroso de que la compañía deun hombre hurnildísimo mermara el decorode tan gran señora; y á propósito de esto tu-vieron en cierta ocasión unas palabras quemerecen transcribirse. . .

uDejate de pamplinas, Tuste-le dijo Te-resa, entrando los dos en la Plaza del Pro-greso,-y no me llames á mí gran señora ninada de eso,.pues soy la menor cantidad deseñora que se puede imaginar. 0 eres uninocente que no conoce el mundo, ó creesque yo me pago de nombres vanos y de pa-labras sin sen tido.

-No será usted gran señora para los de-más-dijo Tuste con efusión caballeresca;-para mí lo es, y yo hablo por mí, no porel mundo que me condenó á la miseria...y en la miseria estuve hasta que me sacó nnángel del Cielo.

-Pamplinas, vuelvo á decir, recomen-dándote por milésima vez, pobre Tuste, queno seas pamplinoso, y que todas las farama-

2!33 B. PIhEZ OALDós

llas bonitas que has aprendido de Castelarlas guardes para pasar el rato. En la vida-real, eso no sirve para nada. Yo no soy se-ñora, aunque como las señoras me visto; yo,para decirlo de una vez, soy una mujer mala,una... que se ha dejado poner en la frenteel letrero de mujer mala... Llevo ese le-trero, que leen todos los que me conocen. ._No conviene que me vean contigo por la ca-lle; pero no es ‘porque yo me avergüence detí, ni porque 6u compañía me deshonre, si-no porque en mi condición de mujer mala,si me ven contigo creerán lo que no es... Elhombre con quien ahora estoy, Facundo, ya.sabes. . . es bueno y no repara en que yo gas-te lo que quiera... pero tiene la contra deque es algo celose, y por cualquier cuento,por cualquier chismajo que le lleve un adu-lón 6 un mal intencionado, se pone insufri-ble.. . Con que.. . da media vuelta, Tustito, ydéjame sola... Las señoras de mi categoriavan mejor solas que bien acompañadas.Abur. ,,

Esto pasó y esto se dijeron. Santiuste bus-caba la soledad para dar libre rienda á suespiritualismo vaporoso; Teresa, si no podíarecrearse en la meditación solitaria, dejabalibre el pensamiento en las ocasiones en queera más esclava, y hablando con Bste y conel otro se recogía en el sagrado de su almapara mirarse en ella.. . Dice la Historia psi-cológica que la guapa moza cay6 en grandestristezas por aquellos días de Diciembre del58; que sus esfuerzos para disimular las

O’DONYELL 257murrias que la devoraban casi le costaronuna enfermedad. En las fiestas de Navidad,el bullicio y alegría de la gente la mortiíl-caban; las personas que á su lado veía cons-tan temente, el contratista sobre todo, éranleodiosas. Para aislarse, exageró sus levesindisposiciones, quedándose en cama no po-cos días. Risueño no abandonaba por acom-pañarla su sociedad de caballistas, ni el - .recreo de las innumerables amistades queendulzaban su existencia. Cuenta tambi6nla Historia íntima que una tarde que Fa.cundo tenía gran cuchipanda con sus ami-gos en la Alameda de Osuna, Teresa se echóá la calle, de trapillo,.y se fu6 á casa de Je-rónima, donde le dijeron que Tuste no ibamás que á comer y á dormir; que aún nohabía encontrado colocación; pero que entanto, se había puesto á aprender el oficio dearmero en el taller de un amigo. ADónde?En las Vistillas. Allá se fu6 Teresa, movidade un irresistible anhelo de hablar con Tus-te, de oirle sus poeticos disparates y de con-tarle ella sus intensísimas tristezas, que sinduda tenían por causa un error grande de lavida: el haber equivocado los caminos de lafelicidad. No le había dado Jerónima, porignorarla, la dirección exacta del taller don-de Tuste trabajaba; pero ya lo encontraríapreguntando, y al entrar en las Vistillaspuso atención á los ruidos del barrio, espe-rando’ escuchar el son vibrante de los mar-tillos sobre el yunque, 6 los chirridos de laslimas raspando el metal. Tada de esto oyú.

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258 B. PÉBEZ GALD68

Rendo al fin en una tienda negrura y apa-ratos de ferrería, pero ningún hombre quetrabajase, interrogó á una mujer que senta-ela en la puerta estaba. “Sí, señora, es aquí:pero el maestro armero y el aprendiz no es-tin; se han ido á la compostura de unasmáquirlas. Si quiere la señora saber cuándorendrrln, pregítntele á la maestra :. . 2Veaquella mujer que está sen tadita.en un si-Ilar dando de mamar á su niño? Pues es lamaestra. ,,

Vió Teresa desde lejos á la mujer señala-da: se distinguía de las otras dos, que en elmismo sillar se sentaban, por ser más joveny tener chiquillo en brazos. FuBse allí de-recha., Al verla llegar, las tres se sobreco-gieron y se levan taron, pues aunque Teresaiba vestida con la mayor sencillez, SM aireseñoril en nada se desmentía. A la urbani-dad de las pobres mujeres correspondió laVillaescusa con amable sonrisa., mandándo-las sentar; y poniendo su mano cariñosaen el hombro de la que amamantaba, le pre-gun tó. . . La pregunta no lleg6 á ser formu-lada, porque Teresa quedó suspensa B la mi-tad de la frase; miró á la mujer, se apartónn poco, acercóse luego como si quisiera be-sarla... dudó. . . volvió á creer... al nn no @-hía duda. . . “ i Virginia!. . . Usted es Virginra!

-Sí, señora--dijo la otra, mirando y po-niendo en su mirada toda la memoria,-yxted es.. . Conozco la cara; la cara no se meescapa.. . pero el nombre.. .

-Soy Teresa Villaescusa UNO se acuerda

O’DONIPPLS 204

iusted? Erarnos amigas... de esto hace algu-fnos años.. . 30 digo que tuviéramos- grantintimidad; pero nos oonocíamos... nos ha-blábamos:. .

-Sí, sí... Era usted más joven que nas-<otras.. . me acuerdo bien... @h, Teresa! erausted entonces muy linda, y hoy... hoymás. dQuiere usted que subamos á mi ca-sa?. . . Es una pobre casa.. .

-90 i mpot%a: vamos. n

.

En el templo más hermoso y venerado noentraría Teresa con más respeto que entr4en la humilde casa de Virginia. Desnudasparedes vió, muebles viejos en buen uso,cama, cómoda, cuna, en todo una pobreza-decorosamente conllevada, y un vivir mo-desto y sin afanes. Allí no había nada belloni superfluo; nada tampoco que indicase lapenuria angustiosa, la inquietud del día si-guient,e. La manó hacendosa se veía en to-das partes, y cierta entonaciin ale.gre de lascosas, en conformidad con la claridad de laestancia.

Virginia, después de mostrar el chiquillo.á Teresa, dormido ya, y de dársele á besar,Ile acostó en la cuna. En un sofá de Vitoria*con colchoneta de percal encarnado, se sen-taron las dos. El sol penetraba en el apo -

260 B . PdREZ CtALD6S

sento, dando á los objetos vigoroso‘colorido“&li casa es pobre-fu6 lo primero que dijeVirginia; -dpero verdad que es alegre, muy-alegre?

-Ya lo creo: más que la mía...-afirnmTeresa, espaciando su vista por todo.

-;Cómo ha de ser este tabuco más ale--f;;i:Tue su casa de usted.. . que será un pa -

-I\ro, hija, no . . .-dijo, la señora echán-dose á reir.-No es palacio.. . iquia!

-iNo tiene usted niños3-No . . . ,La pregunta referente á los niños envol--

vía en el espíritu de Virginia la persuasiónde que Teresa era casada. No podía ser deotro modo. Ninguna soltera sale sola, y to-da señora de aquel empaque tenía forzosa-mente marido por la Iglesia. Debe decirse-que las ideas de cada una frente á la otra-eran totalmente distintas. Teresa conocíaperfectamente la historia de Mita y Ley, yhasta los trabajos de Beramendi con los So-cabios para negociar las paces. En cambio,.Virginia no sabía.nada de Teresa: entre laseñorita que había visto y tratado en tiem-pos remotos en alguna reunión, y la señora

%ue tenía delante, había un enorme vacíoe conocimientos. Dígase también que Vir-

ginia, en su vida salvaje, y después en’aquel vivir apartado del trato de personas de.viso, había perdido toda la picardía munda-na, quedándose en una ingenuidad ente-ramente pastoril. Con sencillez digna de la

O‘DONNELL 261Arcadia, preguntó á la otra si era Marquesa.

“iMarquesa yo! No, hija mía.-Dispéns.eme: me he vuelto muy bruta.

Lo he preguntado porque.. . Verá: algunavez hablamos Pepe Fajardo y yo de la so-ciedad de mis tiempos de soltera. Yo le pre-.gunto: “8Y Fulana... y Zutana...?,, Y élcasi siempre me responde: “Es Marquesa.,,Xesulta que de poco tiempo acá todos losue tienen algún dinero son Marqueses,1ondes 6 algo así.. . Por eso yo pens6.. . Dis-.pénseme.

-Sí, hija mía: la pregunta es de lo másnatural... Hay, en efecto, sin fin de títulosdkn~o~~ cuño, unos con dinero, otros bus-

. . .-Marquesa 6 no -dijo Virginia echando

fuera toda su ingenuidad, -usted es de esasdamas de la Beneficencia que vienen á es-tos barrios pobres á ver dónde hay miseria,para remediar la .

-Si, soy benéfica- replicó Teresa confu-sa.-En otros barrios he socorrido yo á mu-chos pobres.. .

-Pues en éste los hay también. Yo po-dré decir á usted dónde encontraría gran-des desdichas.. . iy qué desdichas!

-sí, sí... pero no he venido á eso. . . ,,Al pronunciar esta frase, contúvose Tere-

sa bruscamente, invadida de un sentimientoque participaba de la vergüenza y el temor.ACómo decir que su presencia en aquel ba-rrio y en aquella casa no tenía otro móvilque buscar á un hombre? iElla, que despre-

263 B. FliXLEã GALO&

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criaba la moral corriente, como desprecia elgran artista las formas comunes del ama-neramiento, sentíase cohibida, vergonzosaante la pobre Virginia, que era sin duda laprimera de las inmorales! Habíala tomadoVirginia por gran sefíora. LQué pensaríacuando la gran señora le dijese: “Vengotras del aprendiz de armero que está en tucasa,,? Esta idea caldeó el rostro de Teresa,y la puso en gran turbación. De alguna ma-nera tenía que justificar su visita. iQué di-ría, Señor? Afortunadamente para Teresa,la desbordada ingenuidad de Virginia lasacó de tan embarazosa perplejidad, seña-Iandole este camino: “Ahora recuerdo.. . Medijo Pepe no hace muchos días que algunasseñoras de la mejor sociedad se interesabanpor mí en la cuestión que traemos ahora.mis padres y yo.. . Mis padres quieren tener--me á su lado; yo tambi6n lo deseo; pero exi-gen que sacrifique á.:.

- Y a SB... Estoy bien enterada... Y esesacrificio es imposible- afirmó Teresa, gus-tosa del pie que le daba la otra para funda-mentar racionalmente su visita.- En mí tie-ne usted una partidaria adrrima.. . Buenaes la ley; pero cuídese mucho la ley, digoyo, de no pisotear los corazones.

,-i Ay.. . también yo digo eso!-exclamóVirginia suspirando fuerte. - Los corazoanes por encima de todo. . . No me engaña-ba el mío cuando la ví llegar á usted. Us-ted no me conocía. . . preguntaba por mí 6:-las vecinas.. . quería informarse.. .

ODONSLLL 26%-Informarme, sí, Virginia. Yo he dicho ã

Pepe que dada la testarudez de los señoresde Socobio, no hay más que una solución...Solución propiamente no es... Yo le indiquéá Beramendi, y convino en ello conmigo, queá falta de solución se arreglaría un. . . Ya neme acuerdo cómo se llama eso.. . Es un tér-mino en latín.. . modus uivendi . . 6 eosatal...,

En aquel momento, dos jilgueros apñ-sionados que formaban parte de la famili%y habían sido puestos al sol, jaula sobre jau-la, en el batiente de uno de los balcones,rompieron á cantar con tal algarabía de tri.nos, que las mujeres tenían que alzar la vozpara entenderse. Gustaba Teresa de aquellamúsica, que cubría su propio acento, per-miti6ndole ser poco explícita en lo que ha-blaba. La idea del modus vivendi no era irr-vención suya para salir del paso. Del asuntede Virginia se habló días antes en su easa,de sobremesa; pero no recordaba bien Teresalo que Pepe Fajardo había dicho de la so-lución 6 arreglo provisional que pensabaproponer á los Socobios; mas obligada, porsu equívoca situación en la visita, á manifes-tar algo concreto sobre aquel punto, apelóásu imaginación, y entre el estruendosoeantarde los pájaros, como otro pájaro que tambi6acantaba, salió, á su parecer airosamente,por este registro: “El arreglo consiste enque sus padres le señalen á usted una can-tidad .para alimentos, que por el pronto di-be ser corta, lo preciso y nada más. Irás

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264 B . PtiREZ GALD6S

ustedes á vivir á casa del Marqués de Be-ramendi, en un pisito que tiene arriba, yque ahora está desocupado, pues la servi-dumbre, vive casi toda en el principal.La respetabilidad de la casa será el mejorambiente para la reconciliación que desea-mos. Allí podrán los señores de Socobio vi-sitar á su hija, que ya parece que pierde gran

farte de culpa poni6ndose bajo el techo de

os E mparanes . Hay que ir poquito á poco,amiga mía. Al principio, recibirá usted lavisita de sus padres cuando no esté Leoncioen casa... Será preciso para esto fijar ho-ras determinadas. Los papás se volveránlocos de alegría con el chiquillo, con sunieto.. . Le devolverán á usted su cariño, yasí, día tras día. . . podrá llegar el de la com-pleta benignidad de esos señores con todala familia, con el propio Leoncio. . . ,, Dijoesto Teresa, y al concluir su inventada so.lución ó modus viuendi, vi6 que la obra erabuena, y descansó como Dios despues dehaber hecho el mundo.

Oyó Virginia la donosa mentira, con in-tensa curiosidad primero, con arrobamientoy grande admiración al fin, y acogió la pro-

Puesta de Teresa como uno de esos maravi-

losos descubrimientos que después de co-nocidos nos asombran por su sencillez.. .UPues sí que es un arreglo magnífico, unaidea preciosa.. .- dijo cruzando las manos ydescruzándolas luego para coger una de lasde Teresa y besarla.-iY esto se le ha ocu-rrido á usted? Verdaderamente se interesa

O’DONNELL %65

por nosotros.. . iY ha venido á enterarme*del aryeglo.. .! iQu6 idea!... es la mejor, laúnica.. . ~LO sabe ya Pepe? &3e lo ha dicho,usted á Pepe.. .?,,

Teresa, creyendo que no podía menos de.afirmar, afirmó ligeramente con la cabeza.Los pajaros cantaban ya con frenesí, alzan-do tanto sus agudas voces, que Teresa nohabría podido hacerse entender si algo dije-se. Así era mejor.. . En aquel momento elchiquillo remuzgó en su cuna. Acudió Vir-ginia diciendo: “Estos diablos de pájaros me<Ie han despertado con su música. . . Y creoyo que lo hacen adrede. El niño es su ami-guito, se vuelve loco con ellos, y cuando seme duerme ellos le llaman, le dicen: “Ven,ven; rico; te estamos cantando, y no nos ha-ces caso..., Cogió en brazos al niño, quemalhumorado se restregaba los ojos conlos pwios, y prosiguió hablandole así: “Tehan despertado estos parlanchines.. . Es quequieren charlar contigo, mi sol. Ven, ven,y diles tú cosas; diles cosas.. .,,

Cogió Teresa el chiquillo, que no la es-trañó; antes bien, se dejó zarandear por ellafrente á los pájaros, desarrugando el tiernoceño, y con sus manos gordezuelas queríatocar las jaulas en que sus amiguitos trina-ban desaforadamen te. Virginia, en tanto,mirando á su hijo en brazos de Teresa, y áBsta gozosa, apuntándole al niño lo que te-.nía que decir á los jilgueros en contestacióná sus amantes clamores, entretuvo algunossegundos con este ingenuo monólogo: UBue-

266 B . PlhEZ QALDóS

na señora es Teresa Villaescusa... Viene û.verme y á contarme el arreglo que ha,inven-tado... i Famosa idea!. . . Pero yo digo: Tere-sa Villaescusa, iquién es ahora? ,$erá la.Navalcarazo, esa de quien tanto se habla?*Será la Cardeña, esa de quien también se&abla mucho? No, no es ninguna de éstas,

!?rque me ha dicho que no.es Marquesa..

era entonces mujer de algún banquero, sintítulo ni corona. ¿Y qué clase de amistadtiene con Pepe? iOh, quién lo sabe!. . . iVaya,que no saber yo con quien casó Teresita Vi-llaescusa! . . . Me da en la nariz que es unade estas casadas ricas, á quienes Pepe corte-ja. . . porque es tremendo ese hombre.. . Elvenir ella aquí á decirme lo que ha discurri-do, revela dos cosas: un gran interes pormí, una confianza grande con Pepito.. . ,,

El chiquillo, distraído un momento conlos jilgueros, volvió los brazos y el rostrohacia su madre, poniendo en sus lindas fac-ciones un mohín displicente. “Ahora pideteta- dijo Teresa. - Désela pronto.. . que sino, se va á incomodar con usted y conmigo.

-Ven acá, sol.. . Es de lo más malo queusted puede figurarse.. . Xre, mire las ca-rantoñas que me hace para que le dé lo quetàn to le gusta.. . iSi será pillo.. . ! Me pasa lamano por la cara, me mete los deditos en laboca.. . y luego, véale usted.. . va derecho ásacar lo suyo. i Ah, ladrón...! n

En esto, ruidos que venían del piso bajo,voces confusas de personas y chocar de hie-rros, anunciaban que habían llegado el

O’DONNELL 267maestro y el aprendiz. Al entenderlo así,sacó Teresa de su cacumen otra donosa in-vención, que debía cubrirle la retirada ypermitirle realizar el propósito que la llevóá las Vistillas. “Yo me voy-dijo, afectandola inquietud de las graves ocupaciones olvi-dadas.-Esta casita humilde; usted, Virgí-nia, y su nifio precioso, me han encanta-do. . . El tiempo se me ha ido sin sentirlo.. .Ya no puedo entretenerme más. Preséntemeusted á Leoncio; quiero conocerle...

-Le llamaré, le mandaré que suba.,,Antes que la maestra llamara, detúvola

Teresa: “No, no. Le saludar6 abajo, al sa-lir. . . No le llame usted... El tendrá que ha-cer, y yo me voy corriendo, corriendito. ._iDios mío, qué tarde! Pues ahora tengo queir á la calle de la Solana, que ni siquiera sédónde está.,, Dijo Virginia que Leoncio laacompañaría, y ella, con rápida visión de.su plan estratégico: “No, hija.. . Que vengaconmigo el chiquillo, el aprendiz.

-No es chiquillo, es un hombre.-Lo mismo da. Bastará con que me in-

dique el camino.. .,,Bajaron.. . Leoncio y Juan, ambos en tra-

je de mecánica, con blusa azul, las cabezasal aire, se quedaron como quien ve visionesante la mujer que iluminó el taller con suhermosura. Presentó Virginia al que llama-ba su marido, que invalidado por la cortedadno supo que decir, ni que hacer con el ca-ñón de escopeta que en la mano tenía: al finlo dejó sobre el banco. Palideció el aprendiz

268 * B . PtiREZ (3ALD6S

ai ver la celeste aparición, y luego se pusomuy colorado, permaneciendo en perfectainmovilidad, tan mudo como las tenazasque en la mano tenía. . . Al fin vió Teresacumplido su estrategico plan de retirada taly como lo imaginara en rápida concepción.No había tenido poca suerte; que si se em-peña Leoncio en acompañarla, de nada lehubiera valido su ingeniosa mentira. Cogiósu manguito, despidióse afectuosamente delmatrimonio libre ó liberal, llevándose alaprendiz para que en el laberinto de las ca-Bes la guiase. iNo era ella mal laberinto!El aprendiz la siguió callado y respetuoso,y Mita y Ley quedáronse comentando la VI-sita, que tenían por venturosa, sin poderdiscernir quién era, en la sociedad del 59,la, que de soltera fu6 Teresita Villaescusa.Casada y rica debía de ser; Marquesa no;amiga de Beramendi sí.

Hasta que entró con su guía en la callede los Santos, no rompió el silencio Teresa.Co.mprendiendo Tuste que su deidad tute-lar quería hablarle á solas, la desvió hacia lacalle de San Bernabe. Tomó Teresa un toni-Ilo algo displicente para decirle: “Quiero sa-ber por qué te has metido en este oficio dearmero sin decirme una palabra. iAcaso nosoy nadie para tí? ~NO merezco ya que meconsultes todo lo que piensas?

-Usted lo merece todo, Teresa-replicóJuan.-Pero ic6mo había yo de consultar ámi bienhechora, si no la he visto en dos-se-manas?

.

O’DONNELL 269-Estuve enferma. Ni siquiera has tenido

la atención de ir á preguntar por mí.-Usted me prohibió que fuera á su casa

y hasta que pasara por la calle.-Es verdad; pero ya debiste compren-

der... En fin, Tuste, Apor qué te has metidoen ese oficio sin decirme nada?.. . Yo te ha-blé de conseguirte un destino.. . i Bonitas sete están poniendo las manos!. . .

-Pues yo.. .-balbució Tuste, no sabien-do cómo aplacar aquel enojo que no com-prendía.-Verá usted.. . Pensé que de estemodo sería más grato á la señora.. . ,,

Teresa se plantó en medio de la calle, ycon súbita energía le echó sus dos manos álos hombros, diciéndole en un tono que lomismo podía ser de reconvención que desúplica: “Juan, la última vez que te ví te ~mandé que no me llamases señora: yo nosoy senora.. soy una mujer y nada más queuna mujer. Sigamos, y hablaremos andan-do.. . Suprime lo del señorío, vuelvo á decir-te.,, An tes de que Tuste pudiera formularsus protestas de obediencia incondicional,volvió á plantarse Teresa, y con el mismotono que revelaba la firmeza de su voluntad,le dijo: “Tuste, hasta me incomoda que metrates de usted... Es ridículo que hablemostú y yo como se habla en las visitas. Tu-téame...

--iYo.. . Teresa!-Que me tutees, digo.. . Yo lo quiero, y+

lo mando. ,,

.; XXVII

.

“Bueno -dijo Tuste, guiándola hacia Gi-limón .-Al llamarte de tú, me entra en elalma una frescura deliciosa. . . que... No s6cómo expresarlo . . Tratándote de tú, soyotro, crezco, me agiganto... Me siento capazde las acciones más hermosas, y hasta meparece que mi inteligencia levanta el vue-ii.;i’eresa, iqu6 ideal sublime se encarna,

-!kuste, dime, dime esas cosas, aunquesean mentira, y bien sé que lo son. . . Antesme daba decara la poesía: y ahora no.

-Pues d6jame que te cuente cómo mem;lti en este aprendizaje sin consultar con-tigo. Pasados dos ó tres días desde la últi-ma vez que te ví, me encontré á Leoncio,y~.le es amigo mío: le conocí cuando Jeróni-ma tenía la casa en Mesón de ParedeS... Medijo: “Si quieres aprender el oficio de arme.ro, yo te ensefiaré., Le -respondí que lo pen-saría.. . Pues aquella noche soñé contigo,Teresa, como todas las noches . . Te me apareciste coronada de rosas, vestida de unblanco traje que relucía como plata, los piescon zapatos azules.. .- Estaría bonita.. .-Alargaste un pie y me dijiste que te

descalzara.. . así lo hice.

.

u)'uONN‘ALL 271-Pues eso podía significar que aprendie-

ras el oficio de zapatero.--No, porque andando descalza en derre-

dor de mí, me dijiste: U Ve te con tu amigo yque teenseñe á construir lasbonitas armas...armas con que matar á los egoístas, á losperversos ..,, Teresa, me puedes creer que ví.y oí todo esto como si fuera la misma reali-dad . . Al siguiente dia tuvo tal fuerza enmí la idea de ponerme á trabajar con Leon-cio,.que no vacilé un momento más Tú melo dijiste, me lo mandaste Yo te veía comote estoy viendo ahora, puedes creerlo...

-iY en las noches siguientes no me vis-te también?

-Sí... venías á mi lado, tal como estásahora.. . Yo callaba; tú me decías: &Juan,abandona la idea de seguir estudiando Filo-sofía y otras garambainas que nunca te sa-carán de pobre. No-pienses en destinos delGobierno, que no son más que pan para hoyy hambre para mañana.. . M&ete en el co-mercio; compra y vende patatas, fruta, ma-dera, cal, huevos, cualquier cosa; aprendeun oficio; ponte á hacer cosas, á fabricar al-go, jabón, ladrillos, clavos, peines, velas,relojes 6 demonios coronados.. . el cuento esque ganes dinero.. . ,,

-iEso te decia? APues sabes que esas no-ches estaba yo muy prosáica, después deaquella otra noche en que me lleguh á ti conzapatos azules?- ProstSica estuviste, y yo, que siempre

fuí rebelde al prosaísmo, me sentí tocado del

-Es fácil aue sí. Juan... Dime: ¿y cuan-do te aconsejaba que comerciaras 6apren-dieras un oficio, cómo iba yo calzada?

-De ninguna manera, porque venías ámí con los pies desnudos.- i Ay, Juan! eres un soñador tremendo.. .

Ten cuidado.. .-&ómo no soñar estando ã veces cerca de

tí, á veces tan lejos como lo estoy de las es-trellas? Teresa, si despubs de lo que te hedicho, encuentras mal que yo aprenda eloficio de armero, lo dejarh... Tú mandas.

-No, Juan, no: si hace un rato te reñí poresto, fué... qué sé yo.. Tenía yo. ganas depelearme contigo . . el motivo importaba po-co.. . la cuestión era decirte cosas... que tume las dijeras á mí.. . Ya no te riño por loque has hecho. Déjate llevar de tu inspira-ción. Puede que esto sea el principio de unagran fortuna para tí. . . Juan, busca dondenos sentemos, que yo estoy tan cansadacomo si hubiera andado leguas... Allí veo,una piedra grande que es camo un banco..

Vamos allá.-Vamos.. . siéntate.. , Estoy pensando

una cosa: Leoncio y Virginia dirán quetardo mucho en llevarte á la calle de la So-lana; ipero qué nos importa?

-Dices bien: iqu6 nos importa?... Hasmedido el tiempo que debías tardar en vol-ver á tu taller, p en eso, *Juan, demuestras

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272 B. PÉBEZ GaLuós

tuyo. iPor ventura, digo yo, tus consejosprosáicos no eran la quinta esencia de la po-sía?

O’DON- tL 273ser más prosáico que yo, que de tal.cosa name acordaba. - 1 _

-Pero medí ese tiempo, Teresa, sin quese me diera cuidado de que fuera largo,Obedeciendo S, mi coraz6n, ,yo entraría encasa de LeonCio diciendo: “Esa mujer espara mí más hermosa que los ángeles, másalta que las estrellas, y más benigna y ge-nerosa que la propia Caridad que Dios en-vió al mundo.. . n

- IAy, ay, ay, Juanito...! iCómo,se rei-rían de tí Leoncio y su mujer si entrarasdiciendo eso . ..! Esos disparates no debes de-cirlos más que á mí. Aun sabiendo lo men-tirosos que son tus dichos, me gusta oirlosJuan. Hoy es día de libertad, casi casi diembriaguez. Sigue, Juan, sigue; Las al mascogen un día cualquiera ‘y hacen en el sucarnaval.

-No son mis dichos men tirosos, sino laverdad misma-afirmó Tuste fundiendo sumirada en la mirada de ella,-sino la mis-ma verdad. Cosas y personas no son lo queellas creen ser, sino lo que son en el almadel que las mira y las siente.

-Quiere decir eso que yo puedo ser paralos demás lo que quieran; pero que para tísiempre seré como debo ser... No s6 si loentiendo bien, ni cómo se ha de explicaresto.

-Para mí, las denominaciones de sefioray caballero son motes que este y el otro gus-tan de ponerse en un’juego social parecids

_.al de Ias cuatro esquinas.. . Yo no ponge

%74 B. ~tiZ GALD6a

motes; no clavo tampoco letreros infamax-tes en la frente de ningún sér humano. Cris-to me ha enseñado el perdón; la Democraciame ha enseñado la sencillez, la igualdad.. .Yo miro al alma, no miro á la ropa.*

Dicho esto por Tuste, ambos callaron. Ha-bía Teresa encontrado en el banco unasbriznas secas, despojo de un árbol plantadono lejos de allí. El árbol, nada robusto ycon su ramaje en completa desnudez, dabasombra al banco en estío; en invierno solta-ba sobre él y sobre el suelo próximo los resi-duos muertos de su verdor pasado, para darlwar á los nuevos brotes. Cogió Teresa dos,tre”s ó más de aquellas briznas y se las llev6á la boca: eran amargas, pero el amargor nola desagradaba. La pausa que hicieron Te-resa y Juan en su diálogo fu6 larguísima:él apoyando en las rodillas los codos, mira-bi al suelo; ella, teni6ndole á su izquierda,volvió su rostro hacia el opuesto lado, yclavaba sus miradas en una larguísima yfea pared que como á veinte pasos se.extec-día, triste superficie con letreros pmtadosanunciando alguna industria, y otros escri-tos debajo eón carbón por mano inexperta.. .Sobre aquellas letras y garabatos dejaba co-rrer sus ojos Teresa sin ver nada, sin darsecuenta de lo que allí estaba escrito... El lu-gar ó fondo de la escena no podía ser másprosáico; el suelo era todo polvo. Tda paredescrita limitaba el espacio por esta parte;por aquella, á distancia de pedrada corta,una fila de casas pobrísimas... Como se‘_-.s

O’DONNELL

-vivos, daban animación á tanrros flacos, chiquillos sucios ymedradas.

De improviso volvió Teresa el rostro cho-,eando su’ mirada .con la de Tuste, y mor-diendo los amargos palitos le dijo: “Segúnnso, Juan, podrás tú quererme á mí, sin‘lamarme ángel, ni diosa, ni nada de eso(ueri6ndome con todo lo que tengas en tdAma, sin acordarte par4 nada de lo que fuí,li de lo que soy..

Abrumado T&igpor la gravedad de esh;lroposición, que le cogió algo desprevenidodespertó en su alma un furioso tumulto

T.~O tuvo arrestos para resistir la mirada dé‘eresa; bajó los ojos, y pasando el dedo por

A~ superficie áspera y polvorosa del sillar enque se sentaban, iba soltando con lentitudla respuesta, como si anotara las palabrasi, si leyera lo que escribía. Fu6 así: “iQuererte yo, Teresa! iSi desde que te ví y mesocorriste, te estoy queriendo, más que con.amor, con adoración! Yo no veo en tí seño-ra, ni veo la que otros hombres llamaron ó?Ilaman suya. Para mí, tú no eres de nadieno puedes ser de nadie.. . Yo no he mirad;.á tu cuerpo tanto como á tu espíritu. iPorbqué te he llamado ángel? Porque he visto entí el corazcín generoso, la frente noble, y lasalas para subir á donde no subió ningunamujer... Cuando supe tu pasado y la vida

que hacías, llor6 y rabié lo que no puedesfigurarte... Pero luego mis ideas separarontu espíritu de toda la broza material, y lim- I

276 U. PkREZ GALD68

pia y purificada te guardé en el sagrario demi corazón, donde te doy culto con el espí-ritu mío. iQue si te quiero, Teresa! El amormíonaci B

or tí es grande, como todo amor que ha.o y crecido sin esperanza... El no es-

perar nada, aviva el fuego de amor. Sr medespreciaras, te querría lo mismo. . . Que-riéndome tú, lo mismo que si no me quisie-ras... iVivir, amar, morir!. . . términos abso-lutos...- iMe amarás de veras?-dijo Teresa en

lenguaje llano.-iCorn yo á tí?-No me lo preguntes con palabras, sino

con la imposición de algún sacrificio, 6 so-met.iéndome á la prueba más terrible. iQuees preciso morir por ti? Dímelo, y verás qu6pronto.. . n

Siempre que Tuste hablaba-este lenguaje.

quieres. No se asombrarán poco, y . . . iqurensabe! puede que no se asombren nada.

de vaporosa espiritualidad, Teresa se con-movía y se le aguaban los OJOS. Aun en,los casos en que las declamaciones de suamigo la movían á risa, no dejaba de sentiremoción, y confundía la risa con el llanto.Aquella tarde hubo de extremar el esfuerzode su voluntad para contener las lágrimas,“Oye, Juan-dijo después de una corta pau-sa:- vete á tu maestro y á tu maestra, di-les... cuéntales esto. @abes cómo se nom-bran en la intimidad Leoncio y Virginia?Mita y Ley. Pues diles que te quiero y me-_ _ .,

r -Virginia-y Leoncio se quieren y hacende sus dos almas un alma sola.

c

O'DONNELL 277-Pregúntales por su vida salvaje... que

bte cuenten cómo fueron á esa vida, y la fe-licidad que tuvieron en ella.

-No están unidos más que por la ley desus corazones.

-Sus corazones fueron la ley... Pregún-,tales cómo han vivido, cómo han soportadolas penas,. . n

El recuerdo de Mita y Ley determinó re-pen tinamen te en Teresa un estado de espíri-tu semejante al que tuvo en la entrevista conVirginia. Sintió vergüenza y miedo. iQuéapensaría Virginia si supiera que había ss“cado del taller con engaño al aprendiz parairse con él de bureo por las calles? Esto eraincorrectísimo. iPor qui6n la tomaría Vir-ginia, despu& de haberla tomado por sefio-ra y hasta por Marquesa? No, no podía so-,portar los juicios desfavorables de Mz’ta.,‘Veía en ella, iqu6 cosa tan rara! la cifra yeompen&o de la moralidad. La salvaje ha-bía venido á ser como una personificación detoda la virtud humana.

‘Tuste-le dijo levantándose resuelta-mente, llena su alma de un sentimiento depudor,-no quiero que M3a y Ley piensenmal de nosotros.. . No está bien que les en-gañemos. Dirán que para enseñarme dóndeesta esa calle has empleado mucho tiempo.

-Sí: pensarán mal.. . y no quiero yo eso.-Pues vete pronto, Juan, vete. Si te ri-

nen por la tardanza, cu6ntales la verdad.,.les dirás qui6n soy: iqué vergüenza!. . . Perosí, deben saberlo.. . Anda, no tardes. Yo

278 B. PÉREZ GALDó8

también me entre tengo demasiado. Todavíano soy libre.

-Les diré la verdad, la verdad. Quizás.me conozcan en la cara que tú me quieres,.y nada tendré que decir.

-Quizás, Juan.. . ¿Y á mí me lo conoce-rán tambi6n en la cara? No: yo sé disimu-lar.. . Es preciso que nos separemos.

-Se separan nuestras personas, como8dos sombras que han estado confundidas enuna; pero tu espíritu y el mío permanecenjuntos, juntos como un solo espíritu.

-Como un solo espíritu.. .-Adiós. Dejame esas briznas que llevas.

en tu boca.- Tómalas. Máscalas un poco, y las guar--

das luego.-Son amargas. Toda la vida es amarga;.

t;ero contigo el amargor es dulzura. Teresa,.6jame besar tu mano... Así. . . Déjame aho-

ra que meta mi mano en tu manguito paraque se me pegue el calor de las tuyas.

-Así.. . deja tu mano metida aquí un ra-tito, para que te lleves el calor. . . Vaya,no más.

-No más. Adiós.. . JO me voy por aquí_.-Yo por aquí.. . Adlós. ,,Desde lejos, embocando diferentes ca-

lles, uno y otra se pararon para saludarse_.Alzaba ella la mano en que tenía el man-guito, él la suya sin nada. No llevaba bas-tón ni sombrero. Por.fin cada calle se llev6lo suyo, y entre los dos aumentaba el olea-je de calles, de transeuntes.. .

.

O'DGNNELL 219Fué Teresa por todo el camino hasta SU

casa en completa abstracción de cuanto pu-diera apreciar por los sentidos. Toda sucompañía la llevaba dentro. Al llegar á sucasa, ya de noche, la primera pregunta quehizo á Felisa fué: “iHa venido ese?. ..,, Di-ciendo ese chocó con la realidad:.. Se sentíafatigadísima; le dolían los pies de andar porcalles empedradas con guijarros puntiagu-dos. Despojada de mantilla y zapatos, setendió en un sofá, y á solas, recordando ypensando, su cerebro entró en blanda seda-ción. De la calle traía, para decirlo claro,una borrachera de espiritualidad. iPero to-do lo ocurrido en aquella tarde, la excursiónB las Vistillas, la entrevista con Virginia,la conversación con Tuste, era verdad? iEs-taba ella en su cabal sentido cuando dijo alaprendiz lo que aún recordaba, pues cadapalabra suya, cada palabra de él, estampa-das permanecían en su mente?... ~NO se ha-bía excedido un poco en el abandono de suvoluntad, comprometiéndose á más de loque debiera?. . . En estos pensamientos semecía y aun se adormecía, cuando un fuer-te ruido de voces y de pisadas en la escale-ra le anunció oue volvía Risueño con losexpedicionarios-de la Alameda de Osuna.No sintió Teresa que Facundo viniese acom-pañado, trayendo á cenar á dos ó más ami-gos, pues cuando venía solo eran más difí-ciles de conllevar las brusquedades é imper-tinencias del contratista.

Entraron en la casa con alegre vocerío

28 ) B. PlbREZ QALIJ,6S

Risueño y otro señor, luciendo el empaqueandaluz de marsellés y calañés, y dos másen traje corriente de caballeros que van deeampo. Estos eran el Marqués de Beramen-di y José Luis Albareda, el más arrogante,salado y ceceoso de los señoritos andalucesque por entonces se abrían camino en la po-lítica. Dirigía El Contemporáneo, órgano delos conservadores que llamaban de guanteblanco, los más atildados y conspicuos, cha-pados á la inglesa, que era Za dernière enpunto á política y arte parlamentario.

Hubo Teresa de violentarse para sonreirá toda la cuadrilla, y disertar con ella deasun tos que no la interesaban. Allí es tuvie-ron hasta media noche, charlando, con tandocuentos andaluces, consumiendo la man-zanilla y otras bebidas de que tenía Risueñogrande acopio en aquella casa. Resistikonseá cenar: tan repletos venían del comistrajeen la Alameda; pero bebían, algunos mode-radamente, otros empinando de lo lindo,sin embriagarse ó sólo poniéndose alegresy decidores. Risueño cogió la guitarra, ytras un preludio de ayes y jipidos lastlmo-sos, se arrancó el hombre con playeras. Solo hacía mal: alguno le jaleaba con palma-ditas; Beramendi tenía más sueño que ga-nas de música. Las doce serían cuando des.filaron dos, quedando solos .Facundo y elcompañero que, como él, traía ropa y sombre-ro al estilo de la tierra de María Santísima.Era un caballero joven á quien las aficionesd la jacara y á las cañitas no privaban de la

O'DONXSELL 281

exquisita distinción en sociedad. A todo ha-cía, mostrando igual superioridad en ambospapeles; era el primero en las zambras an-daluzas, el primero en la cortesanía que po-dremos llamar europea, terreno común de lacivilización. Disputaron un rato Risueño yManolo Tarfe (que tal era el nombre del ca.ballero), sobre si braceaban los potros cor-dobeses mejor que los jerezanos ó viceversa;pero ello quedó en las primeras escaramu-zas, porque Risueño fu6 bruscamente aco-metido de tan intensa modorra, que conmedia palabra entre los labios, dejó caer alsuelo la guitarra, y su cuerpo se estiró en elsofá, convirtiéndose en plomo. Tarfe le lla-mó con fuertes gritos, como podría llamar-le si se hubiera caído en unbrecito!-dijo Teresa, gozosa %

ozo... “iPo-e ver anula.

da la personalidad de su contratista, -hay%que dejarle dormir la manzanilla.,, Entreella y Felisa le sacaron con no poca dificul-tad las botas... El marsellés no pudieronquitárselo, por la extraordinaria pesadum-bre del cuerpo de Risueño.

Cogió en esto el caballero Tarfe su cala-ñés para retirarse, y haciendo ademán deponer el gracioso sombrero andaluz en lacabeza de Teresita, le dijo: “Ahí te dejo con

,ese fardo. . . Mejor para tí que se haya con-vertido en lo que ves, en un saco de pata-taS...,

Solía tutear á Teresa, viendola sola, porarranque nativo de su temperamento, y porexpresarle mejor sus atrevidas pretensiones.

282 B . PIhEZ ctaLD&

Tiempo hacía que la enamoraba con disi-mulo, aprovechando toda buena coyunturapara convencerla de que debía entendersecon 61, rescindiendo la contrata con Risue-ño. Pero Teresa, blasonando de virtud rela-tiva, no daba oídos á la sugestión del caba-llero, y se mantenía leal á su comSin esperanza de ser más afortuna X

remiso-o aque-

llanoche, Tarfe, cuando Teresa salió á des-pedirle hasta la sala, dejando en el gabinete.el inanimado cuerpo de Facundo, que másbien cadáver parecía, le soltó la mil6simadeclaración y propuesta de amores. Echóseá reir la guapa moza; pero más benignaque otras veces, deslizó una frase de espe-ranza.

“Manolito, tenga paciencia.. .-2,Te decides á despachar al fardo?-Paciencia, Manolo.-Dí una palabra... iQuieres que hable-

mos.. .?-Sí: algo tengo que decir á usted.-6Dónde podríamos.. .Z Teresa, no me

engañes. Has dicho que tienes algo que de-cirme.. . Pues aquí mismo.. . Cuenta queFacundo es una pared.

-Las paredes oyen. . . Aquí no puede ser.-*Pues dónde, cuándo? #e cit,arás?-Bí: para ponerle á usted banderillas.- No bromees. iMe citarás?. . .-Que sí. . . Y basta. Tome el olivo pronto.-Bueno: me voy. Pero quedamos en quz

me citas, Teresa..-Para que hablemos. . .

.

O'DONNELL 283-Eso, para que hablemos. iSi es lo que

deseo: hablar contigo! Adiós, gracia delmundo. ,,

XSVIII

Se ignora el día, el mes no es seguro.. _$110 pudo ser en Febrero, en Marzo del 59,,:uando en todo su apogeo lucía su espl6n-lido plumaje nuevo la Unión Liberal, em-oollada por el gran O’Donnell. La indeci-<ión de la fecha no quita valor histórico á,a comida con que los Marqueses de ViIla-ames de Tajo obsequiaron á sus amigos. Estoseran cuatro: el Marqués de Beramendi,Manolo Tarfe, Nocedal, y el pomposo RivaJkisando, In p,renzière fourchette de Ma-drid. Asistían también á la comida donSerafín del Socobio y su hija Valeria; pero:omo el pobre señor estaba medio paralí tico,no gustaba de sentarse á la mesa grande,temiendo el desagradable espectáculo que álos convidados daba con su torpeza para elmanejo de cuchillo y tenedor. En una es-tancia próxima le habían puesto una mesi-ta, donde Valeria le acompañaba, le partíala comida cuando era menester, y se la ibametiendo en la boca con tenedor 6 cuchara.

Bromeaba Eufrasia graciosamente conGuisando, diciéndole que su patriotismo leordenaba la proscripción de todo estilo fran-CPS en su cocina. Mal día le esperaba al gow-

284 B. PIhEZ QALD6S

nzet. Afirmaba Guisando que él era interna-cional, y que adoraba los buenos platos es-pañoles condimentados secundwn artem. De-jándose llevar de su.galan tería, lleg6 á decirque mantenidos en España los buenos prin-cipios gastronómicos de la raza, 61 sería elprimer enemigo de la invasión, y pondría entodas las cocinas una co ia en pastaflora delgrupo de Daoiz y Velarde. Don Saturno delSocobio, que estabaya casi lelo, no decía másque: “España es la primera nación del mun-do por el valor y por la sobriedad. AQué ma-yor gloria para un país que vivir sin comer?Los españoles han hecho en ayunas su bri-llante historia ,, Apoyó esto Nocedal, dicien-do que España no había cultivado nunca lasartes que no eran espirituales, y que entretodas las filosofías había preferido el asce-tismo, que resuelve de plano y sin quebra-deros de cabeza la cuestión de subsistencias.La Economía Política que á la sazón esta-ba tan en boga, era desconocida de los es-pañoles del gran siglo. . . La decadencia em-pez6 cuando entraron las ideas económi.cas... La vida española. es, por naturaleza,vida de inspiración, vida de hazañas en laesfera humana, y de milagros en la esferareligiosa.. . Es España la cristalización delmilagro: vivir sin trabajar, trabajar sincomer, comer sin arte

ífhacer una histo

ria que así revela el po er de las volunta-des como el vacío de los estómagos.. . Conestas paradojas á los comensales entretenía,y corroboraba su fama de decidor agudo.

O'D( NPELL 2F?5

Beramendi preguntaba si había noticiaistórica de cómo se alimentaban el Cid, Xu-

‘.o Rasura y Laín Calvo, y Guisando afirmóque estos caballeros no comían más que panv sus derivados; migas 6 sopas de ajo, caza? cotufas, con lo que se podía componer unexcelente Il’imbale de perd,reaux aux trzrf-fes. . . Don Saturno; reiterando su patriotis-mo, sostuvo que la cocina francesa era unaalquimia indecente y una botiquería repug-TIante, y Tarfe se declaró internacional como

1 iuisando, preconizando la concordia y ar-3onía entre los dos sistemas culinarios, to-nando lo bueno de uno y otro para formarD excelente y superior; vamos, una verda-lera Unión Liberal del comer.

iUnión Liberal! Estas mágicas palabraslevaron la conversación á la comidilla po-ítica, que era la más incitante y sabrosa.

“Tiene razón Tarfe- dijo Eufrasia. - LQué!s la Uni6n Liberal mas que una mixturale sistemas gastronómicos?

-Trátase de un sistema político-apuntóXocedal, -que no tiene más que un’dogma,,í si se quiere, tres dogmas: comer, comer,comer.

-Trátase, señor don Cándido Nocedal-dijo Tarfe, el más convencido y frenetico delos unionistas,-de traer á España la vidanueva y grande, la vida del progreso, de lacultura, y poner fin á la política sectaria yfacciosa. n

Apoyado por Beramendi, hizo Manolo Tar-fe el ardiente panegírico de la Unión y de

286 B . PlbKEZ QALDóS

su creador y jefe don Leopoldo O’Donnell.Con ser profunda la fe del caballero en lasexcelencias del nuevo partido y en las ven-turas que al país traería, más que la fe enlas ideas le alentaba su amor y respeto alConde de Lucena y á toda su familia. Porel General tenía verdadera adoración; con talvehemencia ponderaba su valor, su talen-to y su sencillez y bondad, que en el Casi-no solían llamarle O’DonneZi el Chico. Pro-venía más bien este apodo de su estatura,harto menguada en comparación con la desu ídolo, y de su semejanza fisonómica conpersonas de la familia del General. Era ru-bio, de azules ojos, simpático, y de hablarexpedito y donoso. Rico por su casa, Tarfequería lucir en el terreno político, y no ca-recía de bien fundadas ambiciones. Ya eradiputado, y con la protección de O’Donnellsería todo lo que quisiese. Su frivolidad ylos hábitos de ocio elegante en los altos cír-culos, ó en los pasatiempos y deportes an-daluces (pues esta doble naturaleza era en41 característica), se iban corrigiendo conel trato de personas graves y con la cons-tante proyección de la seriedad de O’Don-nell sobre su espíritu. No era un derrocha-dor como Aransis, ni había llegado al repo-so y madurez de juicio del gran Beramendi.Algunos le tenían por czcco, y veían en susjactanciosas actitudes, dentro de las dos na-turalezas, un medio de hacerse hombre y deabrirse camino en la política.

Ameno y fácil hablador, O’Donnell el Chi-

O’DONNELL 287

co se disparaba en la conversación, estimu-lado por su propia facundia y por el agradocon que le oían. Decía la Villares de Tajoque no había caja de música más bonita ymenos cansada que Manolo Tarfe, y siempre:pre á su mesa le tenía, dábale cuerda, va-‘*iándole al propio tiempo la tocata. Todasas de O’Donnell el Chico iban á parar siem-pre á la exaltación y apoteosis de la UniónLiberal. Nocedal y don Saturno creyeronque Tarfe deliraba ó se ponía penequecuando le oyeron decir: “Don Leopoldo es.?l primer revolucionario, porque al par delos derechos políticos para todos los espa-ñoles, trae los derechos alimenticios. Vie-ne á destruir la mayor de las tiranías, que esla pobreza. Su política es la regeneración delos est6magos, de donde vendrá la regene-ración de la raza. Sin b.uenos estómagos, nohay buenas voluntades ni cerebros firmes.De Mendizábal acá, nadie ha pensado enque España es un pobre riquísimo, un ve-jete haraposo, que debajo de las baldosas deltugurio en que vive ttene escondidos in-mensos tesoros... Pues O’Donnell levantarálas baldosas, sacará las ollas repletas de oro,y con ese oro, que es á más de riqueza talis-mán, le dar& al vejete unos pases por todo elcuerpo, á manera de friegas, devolviéndolela juventud, la fuerza física y mental. ,,

Tronó don Saturno contra esto; Eufrasiay Beramendi rieron; Nocedal, más desdeñosoque indignado, dijo que la figura podía pa-sar, pero que la idea era detestable y nras%

~ 288 B . PltREZ QALDdS

nica. La palabra Desamortización corrió deboca en boca, y en la de Kiva Guisando pro-vocó esta opinión exceptica: “Hágase laprueba... Sáquese del subsuelo un poco depasta, d6nsele las friegas al vejete... v6asequé cara pone, y si le entusiasma la ideade recobrar la juventud.. . Porque si despuésde desamortizar salimos con que el viejo re-quiere sus andrajos y clama porque no lequiten de la cara sus benditas arrugas, nohemos hecho nada.. . ,,

Y tal alboroto levantaron las ideas de Tar -fe, que hasta la salita donde comía don Qe-rafín lleg6 el eco de los apóstrofes, réplicasduras y burlonas risas. El pobre señor seafligió enormemente cuando Valeria le dijoque hablaban de Mendizábal y de la ManoMuerta, y con la suya, que no estaba muyviva, di6 sobre la mesa no pocos golpes, di-ciendo: U Tarfe masón.. . Perdónele Dios nTan excitado se puso, que Valeria pasó alcomedor para rogar que se variase la tocata _

“~Qué hay, hija mía?-Papá está furioso por lo que dice Ma-

nolito Tarfe. Manolito, haga el favor de noser aquí tan masónico.

-iQue ha dicho mi buen amigo don Se-rafín?

-Que toda política que va contra Dios, esuna política infernal.

-No he dicho nada. . . Valeria, aunquevenga usted en clase de inquisidora, nosalegramos de verla.

-No nos abandone, Valeria. Esta usted

O’DcrNNELL . 089monisima; nos embelesa su rostro; su mi-rada y su sonrisa nos encantan, aunquevengan cargadas de anatemas y excomu-niones. ,,

Halagada en su vanidad por tales piro-pos, dl]o Valeria que no podía separarse desu papá, pero que aprovecharía cualquierocasión para dar un sal tito al comedor yechar un palique con los buenos amigos,siempre que Pstos prometieran ser muy po-quito herejes y muy poquito masónicos. Laocasión para zafarse del cuidado de don Se-rafín, y campar un rato á sus anchas enel comedor, la determinó Fajardo, que cuan-do servían el café se fué á tomarlo en com-pañía del paralítico, relevando á Valeria.Esta voló al comedor, y solos el hlarques ydon Serafín, ofrecieron á la Historia unamemorable conversación: “Mi noble amigo,de hoy no pasa que usted me d6 su confor-midad con el plan que le he propuesto parael perdón de Virginia.. .

- iOh, Virginia, hija del alma!-exclamóSocobio lloriqueando, pues en cuanto aqueltema se tocaba, sus ojos eran fuentes.

- iHija del alma, dice usted, y no le abresus brazos!. . . iHija del alma, y le niega sucariño, le niega el pan!. . .

-El pan no.. . Todo el sobrante que hayen casa, que no es poco, será para ella.. .iHija mía... tan pobre y lactando!... Yo leaseguro á usted que si Virginia criara den-tro del santo matrimonio, yo pagaría congusto las mejores amas asturianas y pasie-

I 9

.

290 B. PÉREZ GALD6S

gas.. . Pero ella lo ha querido, ella rompiótodos los lazos y pisoteó todas las leyes...Castigo de Dios: darás el pecho á tus hijos,porque no tendrás dinero para pagar ama.. .

-Virginia goza de buena salud, y no ne-cesita alquilar la leche para su hijo. Vir-ginia es la mujer fuerte, la mujer que vaderecha por el camino de la vida.-i Ay! no, no, Pepe... no me aflija usted

más de lo que estoy... Vea, vea cómo co-rren mis lágrimas.. . Ya tengo este pañueloque se puede torcer.. . Pero traigo otro.. . yotro. Siempre que salgo de mi casa llevotres pañuelos, porque me aflijo por la me-nor cosa y. . . ya ve usted.. . Hágame el fa:ver, Pepito, de no disculpar á Virginia nillamarla mujer fuerte. Podré perdonarla;pero disculparla nunca.. . Es la mujer débil,la mujer extraviada.. . Póngame usted másazúcar.. . me agrada el caf6 dulcesito...Pues no ensalce usted á Virginia, pecadoray adúltera; no la comparemos con este án-gel, con mi VaIeria, la hija fiel, la hija dis-creta que ha preferido las asperezas del de-ber á los deleites de la libertad... Ahí latiene usted, casada honesta y viuda ho-nestísima, que viudez efectiva, aunque pa-sajera, es el alejamiento de su marido.. . Ahíestá, firme en sus deberes, intachable en lavirtud, ajustando estrictamente su conduc-ta á lo que dice San Dionisio Areopagitaacerca de la forma y manera con que hande guardar su recato las viudas. ~LO ha leídousted?

07DONNELL 291-X0, sefíor... Pero sin leer nada de eso,

reconozco que Valeria es un modelo de viu-das ocasionales y de amantes hijas.

-No tiene más que un defecto, que es suloco devaneo por los muebles elegantes y lascortinas de última novedad... Pero este de-fecto no atañe á la virtud propiamente, nila menoscaba. iOh, qu6 diera yo porque áVirginia no se le pudiera echar en cara otropecado que el mueblaje suntuoso y el gus-to exagerado del vestir á la moda!. . . Lospecados de Virginia van contra Dios, son lanegación de Dios y de su maravillosa obraen la Humanidad... Yo lloro esos pecados,querido Pepe; los lloro por ella, y los estaréIlorando mientras viva.. .

-Serenese un poco, don Serafín; tómesesu cafetito, que está muy bueno, y sin llo-riqueos ni suspiros deme su conformidadcon el proyecto de reconciliación... AQuiereque le recuerde las bases? Usted señalará ásu hija pensión de alimentos, cantidad ra-zonable, la que le correspondería si no exis-tieran estas discordias.. . Virginia y su fa-milia vivirán en mi casa; podrán visitarlausted y doña Encarnación á la hora que sedetermine para encontrarla sola con el chi-quillo... iNo es esto lo tratado?

-Eso es.. . déjeme que llore... eso y algomás. Viéndome ya tan caduco y de tan torpeandadura, propongo que puedan venir á micasa Virginia y su nene; pero nuncapreten-der vivir con nosotros.. . De su casa de ustedvendrán á la mía, y de la mía volverán

292 B . PltREZ QALD6S

allá, sin que el hombre en ningún caso Irsacompañe por la calle...

--uy bien. Mi mujer ó yo nos encarga-remos de la traslación. . . Todo irá bien. Yohe hablado con Ernestito.. . ya se 10 dije á US-ted ayer. El dulce Anacarsis está en la dis-posición más conciliadora, y no le importa nipoco ni mucho su mujer. Se hace la cuentade que Virginia no existe, de que está viudo,situación que le agrada en extremo. No echade menos el matrimonio, ni tampoco el di-vorcio, porque si lo hubiera y él recobrarapor la ley la facultad de val\-er á casarse,.no lo har:‘a.. . Con que todo va cc,mo una se-da, mi querido Socobio, y sólo falta que p( n-gamos en ejecución nuestro convenio lo máspronto posible.. .

- Sí, pronto... De pensar que veré á T’ir-ginia soy un río de lágrimas. . . iDice usted,Beramendi, que el chiquillo es lindo? Bienpodrá ser que haya sacado toda mi cara, miexpresiUn.. .

-Par&eme que sí.. . Usted le verá.. .-Y es una bendición que no hable toda-

vía... Me sabría muy mal oirle nombrar á.su padre... No st? quien me dijo que el pa-dre es guapo, y yo me resistí á creerlo... Yasabe usted lo que dice Santo Tomás.. .

--Eo me acuerdo.-Pues dice que nada puede ser bello si

no es bueno.- Hay excepciones.. . Pero, en fin, deje--

mos eso...-Dejémoslo. . . que, en último caso, labe-

O’DONNELL 223Illexa física poco i mpnrta y poco vale. . . La‘belleza moral es reflejo de la Divinidad...Vea usted reunidas las dos belleztts, la mo-rdl y la física, en esta, angelical Valeria,

! . . . que sería la perfección misma sin esa&!queza por la futilidad de las consolas, porla absoluta vanidad de los entredoses, y porla frágil opulencia de las porcelanas.. . Dé -jeme usted que llore, mi querido Beramen-di . . mi llanto es una mezcla de alegría yde pena, porque veré junto á mí, á mis doshijitas, la buena y la mala, y á ratos, á ra-tos.. . me forjar6 la ilusión de que las dosson buenas, piadosas, y las querré á las doslo mismo, lo mismo; y el chiquitín de Vir-ginia me figuraré que es de Valeria, y creer6,Xcomo creen los niños, que no lo engendróvarón, sino que lo han traído de París.. . deParís, Pepito, para recreo de mis dos hijasy mío. Jugarán ellas, jugaremos todos con4.. . De París ha venido en una caja conmucho papel picado, como las que recibíaValeria con aquellas lámparas elegan tísi -mas y aquella loza de Sevres, que me cos-taban un dineral.. . De París ha venido el ni-,ño, sí, sí, y yo estoy muy contento, yo llorode contento.. , y le estoy á usted muy agra-decido.. , Beramendi, deme usted un abra-zo fuerte, fuerte... y de mi parte este paraMaría Ignacia... Déselo usted bien fuerte,bien fuerte. . . ,iay, ay, ay!,

294 B. PÉREZ QALD6S

XXIX

Salvó á Beramendi de aquel sofoco Cándi-do Nocedal, que fue á dar sus plácemes á donoSerafín por la feliz aprobación del conveniode paces, y tuvo que aguantar los abrazoscon salpicadura de lágrimas efusivas. Elex-ministro reaccionario no había contri-buído poco á domar la testarudez socobia-na, desmintiendo en aquel caso, como enotros de la vida privada, el rigor de susprincipios dogmáticos. En el comedor, todo,era luz, animación y alegre bullicio. Valeriase derretía con los finos galanteos de ManoloTarfe, y afectaba sorpresa burlona cuandoel caballero hacía descaradas alusiones á losflamantes amoríos de ella con Pepe Arma-da.. . Beramendi cogió al vuelo estas frases:“iQué tonto, qu6 malo! . . . Con usted no hayreputación segura. n Y en el otro corrillo oyóá don Saturno: “Querido Guisando: eso queusted dice es un insulto á la Divina Provi-dencia, y una burla de los designios del Al-tísimo. Porque el Altísimo permite que hayapobres, y los pobres y miserables lo son por-que así les conviene.. . Permite tambi6n quehaya ricos que no necesitan trabajar... Na-turalmente, les conviene la ociosidad en medio de la abundancia; pero el Hacedor, alpermitir estas desigualdades por convenien-

O'DONNELL 295cia de unos y otros, no consiente que los ri-cos inventen manjares absurdos por lo cos-tosos. Eso es ya sibaritismo, y el sibaritis-mo es pecado.

-El desenfreno de la gula-dijo Eufra-si?,.-llevará á los infiernos á nuestro sim-patlco gourmet..

Riva Guisando, encendido de satisfacciónel rostro, respondió con sonrisa olímpica que61 no era más que un experimentador, unespíritu teórico que ponía sus conocimien-tos al servicio de la Humanidad. “Repetirélo que ha escandalizado á esta señora-di-jo,-para que se enteren Beramendi y Tar-fe. Yo sé hacer un caldo tan superior, quecada taza sale por diez duros... cinco tazascincuenta duros, y no rebajo ni un marave-dí.,, Grande escándalo y risotadas de incre-dulidad. “ iPero qué demonios echa usteden ese caldo?,, . . . “Será que en vez de car-bón, emplea usted billetes de Banco,,... “Lohará con alones de ángel, 6 con huesecitosde san tos milagrosos,, . . . “Cuando uno tomeese caldo, verá desde aquí el rostro del PadreEterno.,, Fiando á la comprobación real suproblema gastronómico, Guisando emplazóy convidó á los presentes para la prueba. Elharía su caldo en casa de Farruggia. Luegoque los amigos cataran y saborearan tan ex-traordinario condumio, él les daría exactacuenta de las carnes, especias y demás in-gredientes que habían entrado en la compo-sición.. . y se vería si era ó no razonable cal-cular en diez duros el coste de cada taza.

296 B . PEREA GALDóS

Aceptaron todos el extraño convite. Enopinión de don Saturno, Guisando tenía quepedir pagas adelantadas, vender sus cami-sas y empeñar toda su ropa, si daba en re-galarse á menudo con su famosa invención.9’ues sí-dijo Eufrasia, -quiero probar esecaldo y saber cómo se hace... para no hacer-lo en mi vida, y declarar loco á su inven-tor.,, Con esto se puso fin á la reunión, queen aquella casa venerable terminaba siem-pre temprano. Salió el primero don Serafínacompañado de su hija, y luego los demásconvidados, agradecidísimos á las atencio-nes de los Jlarqueses. Nocedal y Beramendise fueron á sus casas, y Tarfe y Guisando alCasino.

No se le cocía el pan á Manolito hasta noavistarse con Teresa, y á la mañana siguien-te se fu6 á su casa, esperando verla ya en-completa liberación del fardo. Aunque elrompimiento era seguro, aún no había dicho

. Risueño la última palabra, según contó á suamigo la moza, inquieta y malhumorada.“Hemos tenido más de un arrechucho. Está

.el hombre imposible. . Ni él puede aguan-tarme á mí, ni yo á él. A decir verdad, noha estado muy violento.. . lo que significaque no me tiene ninguna estimación. Yo áél tampoco le estimo desde que sé que quie-re proteger á una tal Genara, alias Za Zowe-ru, que estuvo con Pucheta... y es de lo Iíl-timo de la calle... Lo que más me carga deFacundo es su gusto pésimo y su ordina-riez.. . Veo que me despedirá como se despi-

O’DONXE& 297de á una criada qu= no guisa con aseo. Ayerme dijo: “SX que tomas varas de un chico,aprendiz de armero, que pedía limosna... Yaveo que tus caridades no son más que unatapadera indecente. ,, Yo le contestécon me-dias palabras, de las que ni afirman ni nie-gan.. . siempre con dignidad. Sé tener dig-nidad; él no.. . Vaya con Dios . . No me im-porta: ya lo deseo.,

Reiteró Tarfe su proposición de reco.gerla herencia de Risueño, y la guapa mujer,.agraciándole con sonrisas y seductores me-lindres, le orden6 que tuviese paciencia, y,escuchase lo que á decirle iba. Sacó del bol-sillo un mal escrito papel, sentóse frenteá O’Donnell el Chico, y le dijo mostrandosus garabatos: “Estas notas, Manolo, escri.tas por mí, que no estoy fuerte en ortogra.fía, las pondrá usted en limpio. Tome, entérese. Verá tres nombres de personas, y otrostantos destinos, que quiero, Manolo, que ne-cesito.. . Lo hago cuestión de gabinete: ó metrae usted las tres credenciales, 6 no se pre-sente más delante de mí. Usted es poderoso;.el General O’Donnell no le niega nada. Entodos los Ministerios tiene usted gran meti-miento. Se va usted á Posada Herrera, 6 áCalderón Callantes, ó á Salaverría... si noprefiere irse á la cabeza, á su padrino donLeopoldo, diciéndole: “Padrino, esto quie-ro... Mis compromisos políticos me exigen,me...,, En fin, usted sabrá lo que tiene quedecirle. ,,

Leyó IvfanoIito la nota, y suspirando dijo

298 B. PlhEB OALB6S

que lo haría, lo intentaría, sin asegurar quelo consiguiese, pues había pedido ya y ob-tenido de don Leopoldo y de los demás Mi-nistros excesivo número de credenciales,Pero, en fin, BI lo tomaría con gran empeño,,presentando los tres casos como graves com-promisos políticos, de los ineludibles y queno admiten espera. Pedía Teresa para su tío.don Mariano plaza de Jefe de Administra-ción, que era el ascenso que le correspon-día, si era posible en Estado, y si no encualquier parte. Para Leovigildo Rodríguezpidió plaza de la misma categoría que tuvoen Hacienda, y otra igual para don SegundoCuadrado. Tragóse la nota el buen Tarfe,viendo que con Teresa no valían palabritasengañosas, y se fué dispuesto á marear $medio Ministerio y á su cabeza visible has-ta lograr las tres plazas. Cosas más difícileshabía en este mundo. El de nada se asusta-ba, fiado en su buena estrella y en su ángel.Era el niño mimado de la Unión. Adelante,pues, y á trabajar por Teresa, por aquel Pa-rís que bien valía una misa, y aun tresmisas.

Mientras andaba O’Donnell el Chico en lacampaña que había de producir el remediodetres cesantes infelices, Teresa no manteníaociosa su mano liberal. Creía llegado el casode repartir todos los bienes que á ella le so-braban. Su idea desamortizadora y de dis-tribución del bienestar nunca brilló en sumente con luz tan viva. ,4 sumadre di6 dos.trajes muy buenos para que los arreglara, y

ObONNELL 299

dos miriñaques; á Mercedes Villaescusa,una bata, camisas, enaguas, zapatos; á do-ña Celia envió macetas con las mejoresplantas que entonces se conocían en Ma-drid, y además loza de vajillas descabaladas,un par de cortinas, cuatro botellas de man-zanilla, un calentador para los pies, tabacoy otras menudencias; á Jerónima, provisio-nes de boca, galletas finas y un jamón,amen de unos visillos para las ventanas...Y entre otros pobres que en sus excursionespor los barrios del Sur había encontrado,repartió diferentes especies de ropa y co-mestibles, y algún dinero. En esta caritati-va ocupación la sorprendió el uZtimatu,m deRisueño, que se despidió de ella con una car-ta muy mal escrita, concediéndole la pro-piedad de todo lo existente en la casa, y en-viándole mil reales de plus . . . Alegróse Te-resa de que la madeja de aquel lío se des-enredase tan suavemente, y di6 por buenala mezquindad del socorro final, perdonan-do el coscorrón por el bollo. Nunca le fu6tan grata la libertad; nunca tan á sus an-chas respiró, á pesar del alarmante vacío desus arcas. Ya vendría dinero de alguna par- -te; vendría tal vez la franca resolución dedespreciarlo, y el recurso supremo de no versu necesidad. Hallábase después de la cartade Risueño en gran perplejidad,. cavilosa,echando ahora su alma por un camino, aho-ra por otro. Pocos días después de encon-trarse libre, recibió la visita de una seño-ra, 6 con apariencias de tal, que alguna

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vez se personaba en su casa; mujer de peso,de historia y de mucha labia, de estas quevienen á menos por desgracias de familia,ó por picardías de hijos desnaturalizados.Había sido famosa cuán; vestía deten temen-te, sin borrar de sí la inveterada traza ce-lestinoide.

Secretearon las dos algo que merece re-ferirse. Con extremados encarecimientos ha-bló Serafina, que así la tal se llamaba, deun opulento señor, en buena edad, que porla calle había visto á Teresa y deseaba ob-sequiarla en alguna forma delicada. . . “Us-ted se habrá fijado tal vez... y ya compren-de á qui6n me refiero... Sólo le dir6, por silo ignora, que ese señor tiene la contrata detodo el tabaco que en España se consume, yque no sabe qu6 hacer del dinero. . . Pero sísabe, sí. ¿Ve usted la Puerla del Sol, contodas las casas derribadas para hacerlas denuevo, ensanchando la plaza? Pues dicenque él levantará todas las casas nuevas.Imagine usted qué Bncas.. . Es de estos hom-bres que de chicos se van descalzos á laHabana y vuelven con las botas puestas.. .

. Pero 6ste no trabajó en calzado, sino en som-breros, con más suerte que mi difunto es-poso, que después de ganar en Cuba muchí.simo dinero, allá se dejó las onzas y la pe-lleja... Pues como le digo, es persona sen-tada, tan limpio que da gloria verle; la carabonachona, los cabellos entrecanos.. . figu-ra hermosa en sus años maduros...

-Le conozco de vista -dijo Teresa poco

O’D(lNNLLL * 301

interesada en el asunto,-- y algo me hancontado de la facilidad con que gana el di-nero. Yo, si he de decirle la verdad, Serafi-na, estoy cansada de esta vida.. . iSabe us-ted lo que pienso de alguncs días acá? Seva usted á reir.. . Ríase lo que quiera. Puesse me ha metido en la cabeza dedicarme ála honradez pobre, ó á la pobreza honrada . .que es lo mismo... ;Qué le parece?- iAy, hija mía: si es cuestión de con-

ciencia, yo nada digo; no me meto á dar con-sejos á nadie, mediando la conciencia! iAy,no, no!... iPero de qué le ha dado á ustedesa ventolera? JES cierto lo que oí, que le hasalido á usted un obrerito? Hija mía, ándesecon cuidado con los obreritos, que esos.. . álo mejor la pegan, y salen unos perdulariosó unos borrachines. Las clases bajas de lasociedad, me decía Bravo hiurillo, son dig-nas de que se las stcorra, de que se lasaliente; pero líbrenos Dios de meterncs entreellas... KO, no: ni usted ni yo, por nuestraeducacibn, podtmcs hacernos á la groseríadel pueblo.

-Yo no pienso así. Al contrario, se hafijado en mí la idea de que no hay cosa me-jor que no poseer nada, absolutamente nada.iFuera nececidades, fuera obligaciones! Te-ner una un hombre que la quiera.. . casarsecon él, vivir con vida sencilla, descuida-da... ganando el pedazo de pan necesariopara cada día.. .

.- iAy, ay, Teresa, qué gracia me haceusted! iSalir con eso del bocadit,o de pan,

302 B . PIhEZ C4ALD6a

ahora, ahora, cuando tenemos á la IZniónLiberal, que viene con la idea de hacer deEspaña otro país, como quien dice, fomen-tando, fomentando...! Yo no s6 expresarlobien; pero éste es el momento histórico.. . asíme lo ha dicho don Francisco Martínez dela Rosa... el momento histórico de multipli-car en España las comodidades y el bienes-tar de tantos miles de almas.. . Tendremosmás ricos, pudientes muchos, y menos po-bres.. . Vendrá la venta de la Mano hIuerta.. .saldrán miles de millones... y verá usted áEspaña cubierta de ferroscarriles, que trae-rán á Madrid todo el género de las provin-cias casi de balde... Así me lo decía estamañana Salustiano. Olózaga, y del mismoparecer es el Infante don Francisco, conquien hablé la semana pasada, y me dijo:“Serafina, mucha riqueza que está guarda-da veremos salir pronto de debajo de la tie-rra.,, iY en este momento histórico cambiausted de rumbo, y vuelve su lindo rostrohacia la pobreza! ,, . . . La condenada tenía laperversa costumbre de citar personas respe-tables, que le daban confianzudamente unautorizado parecer, con el cual fortalecía suopinión propia. Teresa, en verdad sea dicho,había tenido con ella poco trato, y éste fu6casi siempre puramente comercial, por lacompra ó cambalache de joyas, encajes, aba-nicos, y otras prendas que cautivan á lasseñoras. Sin hacer ningún negocio la despi-di6 aquella mañana, y fue tan discreta Sera-fina que no reiteró su proposición, limitán-

O’DONNELL 303dose á decir: “Volveré, Teresita.. . quieroverla á usted en su nuevo papel.. . iCompar-tir la vida pobre con un obrerito! iQu6 pron-to se dice, y qué bonito parece pensado ydicho!... En el hecho ya es otra cosa.. . 14quí,donde usted me ve, yo, en mis quince y enmis veinte, tuve, mejor diré padecí, ese be-110 ideal, y... iay!... En fin, no quiero qui-tarle las ilusiones. Vásase usted, Teresita.á la pobreza honrada, que si es cuestión deconciencia, yo seré la primera que le aconseje ir por ese camino. La conciencia sobretodo: así me lo decía. sintarde, el Cardenal Frayda.. . Adiós, hija mía. ,,

X.XX

ir más lejos, ayerCirilo de Alame-

Atacó el buen Tarfe con loco empeño á suprotector don Leopoldo, de quien obtuvouna repulsa cariñosa. Ya le dolía la mano,de dar á su protegido tantas credenciales.De Posada Herrera, á quien ya tenía fritocon sus peticiones, nada sacó en limpio.Más feliz fué con Salaverría y con el Mar-,qués de, Corbera, que al menos le dieron es-peranzas. El hueso más duro de roer era eldestino de Centurión, en Estado; y no vien-,do medios de salir airoso con O’Donnell nicon Calderón Collantes, que se llamabanAndana, dirigió sus tiros contra doña Ma-

_.__ _. .__. ,- c- _ _ . __.. _ e

304 B . Pir.REZ aALDóf3 I

nuela, que le quería, le mimaba y se diver-tía con sus graciosa cháchara. No la encon-tró muy propicia&or tener bastante gas-tada ya su poderosa influencia; pero Tarfeinsistió, y para ganar el último reducto dela voluntad de la señora, le llev6 folletmesnuevos, que ella no conocía: Isnac Laque-dem, por Alejandro Dumas, y luego Los~~ohicanos de Pcrrfis, del mismo autor. Estalarga y complicada obra fu6 muy del agra-do de la Condesa. Tarfe sacrificaba por lasnoches sus más agradables ratos de casino yteatros para leerle á doña Manuela pasajesde febril interes. Total: que con esto y sushábiles carantoñas, y los elogios que hacíadel gran merito administrativo de Centu-rión (no le conocía ni de vista), logró inte-resar á la señora, y el buen don Marianotuvo su destino, no en Estado, sino en Fo-mento, que para el caso de comer era lomismo.

Para mayor ventura de Manolo Tarfe, elmismo día que le dieron la credencial deCenturión, entrególe Salaverría la de Leo,vigildo Rodríguez. S610 faltaba la de Cua-drado; pero de esta colocación se encargóBeramendi, gozoso de favorecer al que habíasido su desgraciado jefe en la Gaceta. Conestas bienandanzas, corrió Tarfe á ver á Te-resa. Le llevaba todo lo que le había pedi-do. Tan contento estaba el hombre de podersatisfacerla en sus deseos generosos, que aldarle las credenciales, se dejó decir: “Pidepor esa boca, Teresa. A ver si encuentras

l

!i

potentes gafas se convencía... Ordenó á sumujer que leyese de nuevo. . . iColoc?do ycon ascenso! No podía ser. “Ter*esa, o erestú un demoni?, que gasta conmigo bromasharto pesadas, 6 Dios me confunde por ha-ber hablado mal de don Leopoldo 0 Don-nell Díjole á esto Teresa que el Jefe de laUni$ Liberal estaba bien al tanto de lo qvevalía don Mariano, y que de su motu proprlohabía ordenado la reposición.. . El gozo dever terminada su horrible cesantla, inundóel alma del buen señor; más por entre los. .

espumarajos del gozo asomó la dlgmdadãdusta diciéndole:. “Hombre menguado,aceptas tu felicidad del hombre público másfunest.0.. . y por mediación de tupúl$ic? SO-

brina.. . Lo que- no lograron los prmclpiosde un varón recto, lo consigue la hermosuracl;;;;enujer torcida.. . iEn_qué manos esta

1 Viendo que dona Cella mostra-ba su gyj;kud á Teresilla besándola c?nardiente cariño, se escabulló del alma la dlg-nidad de don illariano. “Será preciso que 70vaya personalmente á dar las graclas al Ge-neral -dijo paseándose en la habitación congranies zancajos. Replicó Teresa que no Pt-seaba O’Donnell más que conocerle, y fellcl-tarle por su m&ito administrativo.

’ Una vez derramados los chorros de alegrí a

en aquella casa, corrió Teresa á la de MPTcedes Villaescusa. Al darle la credencialañadió estas graves palabras: “Di-le á Leo-vigildo que ahí tiene eso, la melor proe-ha de que Teresa Villaescusa es buena cl’!?-

O’DONNELL 30T*tiana y sabe devolver bien por mal. Tu ma-.rido escribió el anónimo diciéndole á Fa-cundo que yo tenía algo que ver con San-tiuste.. . Es una canallada, de la cual me

.vengo sacándoos de la miseria... No nQme”niegues que tu marido escribió el ‘an&nimo. Por mucho que quiso disimular la le-tra, no logró disimular su infamia.. . Conocíla mano que escribió el anónimo por el tra--zo y por dos faltas de ortografía que son su-yas... suyas son.. . Se me quedaron en la .memoria desde que me escribió una cartapididndome doscientos reales, que por cier-to le dí.. . Pone bevdad con b alta, y pru~acon v baja... No, no le defiendas: mi orto-

. Frata es mala; allá se va con la de él.. .. . . convence á tu marido de una cosa:

la falta más fea de ortografía es... la ingra.ti tud.. . Adiós; que lo paséis bien. ,, No espe-

Sr6 la réplica, y bajó muy terne por la empi-nada escalera.

Con la satisfacción de haber producido elbien, Teresa no pensó ya más que en fre-cuentar el trat-o de Mita y Ley, á quienes ha-bía tomado gran cariño. Miefttras vivieronen las Vistillas, á los dos les veía casi dia-riamen te; pero una vez que los esposos libresse trasladaron á la casa de Beraiendi . noencontraba en el taller más que á Leohcioy al espiritual Santiusk, ardoroso en el tra-bajo por instigación constante de la guapamoza. Ya ésta no era un enigma para Mitay Ley, que la conocían por lo que era y loque había sido, y ambos ponían gran empe-

308 B . PhREZ QAl.D&S

ño en atraerla mansamente á las vías de lavirtud, conforme al sentir general, no alsentir suyo; que no se atrevían á proponersu libertad como modelo de vida. Pero ya seuniesen Juan y Teresa por lo libre, ya por’lo religioso, tropezarían con un grave pro.blema: los medios de vida matenal. Pen-sando en esto, Mita y Leg no veían clarasolución, porque con el mezquino jornal que.daban á Juan (y más no le daban porque no,podían), no era posible sostener una casapor humilde que fuese. Quizás Teresa, pen-saban ellos, que tan buenas plazas hablaobtenido para infelices cesantes, consegui-ría para su futuro un buen puesto en la Ad-ministración pública, quitándole del oficio.En esto discurrían torpemente Leoncio ,yVirginia, pues nada más lejos de la fantasmde Teresa que vulgarizar y empequeñecer lapersonalidad del buen Tuste, confiriéndolela investidura de vago á perpetuidad, sinhorizontes ni ninguna esperanza de glorio-sos destinos. En la crisis que removía su es-píritu, la cual era como si todo su sér hu-biese caído en ruínas, y de entre ellas qui-siera surgir y sobre ellas edificarse un sérnuevo, extrañas ambiciones al modo de cen-tellas la iluminaban. Por momentos veíaque la más hermosa solución era imitar elarranque intrépido de Mita y Ley cuando se.arrojaron solos en brazos de la Naturaleza,sin recursos, con lo puesto, volviendo la es-palda á la sociedad y encarándose con la se-vera grandeza de los bosques inhospitala-

O'DONNELL 309rios.. . ,$Serían Teresa y Juan capaces de re-petir el paso heróico de sus amigos?

En esto pensaba la Villaescusa sin cesar,desde que se sintió enamorada de Tuste, ymiraba con desden, casi con repugnancia,los ordinarios arbitrios dg vida pobre, eljornal, el empleíto, y el encasillado inmun-do en un mechinal urbano. En estas ideas<fluctuaba cuando ocurrió lo que á continua-ción se cuenta.

Tan hechos estaban &%a y Ley al vivircampestre, que no podían pasarse sin salirlos domingos á ver grandes espacios lumi-nosos, tierra fecunda ti estéril, árboles, si--quiera matas ó cardos borriqueros, la sie-brra lejana coronada de nieve, agua corrien-te 6 estancada, avecillas, lagartos, insectos‘todo, en fin, lo que está fuera y en derredo;<del encajonado simetrico que llamamos po-,blaciones. Desde que Tuste entró en el ta-ller, les acompañaba en sus domingueras ex-pansiones, y cuando Teresa cultivó la amis-itad de los armeros por querencia de Juan,fu6 también de la partida una vez 6 dos, ypor cierto que se recreó lo indecible, toman-do gusto á lo que parecía ensayo de vidasuelta. Salían los expedicionarios por dife-rentes puntos, la Mala de Francia, la Mon-“cloa, las Ventas; pero cuando no querían,andar demasiado, y esto ocurría siempreque llevaban á Teresa, incapaz de largascaminatas, preferían un lugar próximo, la,Ilamada huerta del Pastelero, grande espa-cio cercado, en las afueras del Barquillo,

310 B . PtiRlGZ tkALDó8

junto al camino viejo de Vicálvaro, ni huer-ta, ni solar, ni campo, ni jardín, aunque.algo de todo esto era, y restos quedaban dela8 diversas granjerías que existieron enaquel vasto terreno. Teníalo arrendado Ti-burcio Gamonedi para establecer en él engrande las famosas industrias de obleas, Za-cre y fósforo’os, que tuvo su padre en la callede Cuchilleros. Había una casa 6 almac6nque debió de parecer palacio á los que esta-ban hechos á los chinchales del interior de.Madrid; había dos estanques de quietas ylimpias aguas, con pececillos; algunos árbo-les, entre ellos cuatro cipreses magníficosjunto á los estanques, que reproducían,vueltas hacia abajo, sus afiladas cimeras deun verde obscuro y triste. Eran Tiburcio ysu mujer hacendosos, y habían compuestouna noria vieja, con la cual podían sostenerun fresco plantío de hortalizas. Tenían ga-llinas y palomas que se albergaban en lacasa; un perro y un burro completaban suarca de Noe, am& de un tordo enjaulado.Pues un sábado de Abril, pocos días des-pués de la entrega de credenciales á Centu-rión y Leovigildo, recibieron Mita y Ley, ápunto que anochecía, la visita de Teresa.Invitaronla para el día inmediato, domingo,en Za huerta, que así llanamente decían.Aceptó Teresa gozosa. iQuería que Tustefuese á buscarla? No: ella iría sola; bien sa-bía el camino. No convenía que Juan fueseá buscarla, porque si se enteraba la madre.de ella, furiosa enemiga de Juan, podría in

O’DGSNELL 311ventar cualquier enredo para impedir queacudiera á la cita. Fueran los tres tempra-no, que ella, solita, recalaría por la huertasobre las diez.. . Así se convino.. . Partió Te-resa... En Puerta Cerrada tomó un cochepara llegar pronto á su casa, y al entrar enella temerosa, dijo á Felisa: “Si vue!veO’Donnell el Chico, le dices que no estoy,,que he ido á casa de mi madre... No, no,eso no, que el muy tuno allí se plantaría.. .Le dices que me he marchado fuera de Ma-drid.. . á un pueblo.. .quieras.. .

inventa el pueblo que

mañana.. .y que no volveré hasta pasado

Adviértase6 hasta cuando á tí te parezca. nque desde que le di6 las creden-

ciales, Tarfe la perseguía sin descanso, y ásu puerta llamaba sin conseguir ni una vezsola ser recibido.

Se acost6 Teresa, y desvelada estuvó granparte ,de la noche, sintiendo la voz de Tarfeen la puerta, y las mentiras con que Felisapor cent6sima vez le despachaba. Engañó elinsomnio, pesando y midiendo los términoscandentes de la resolución que había de to-mar el día próximo. Se llaman candentesestos t&minos, porque le quemaban el cere-bro cuando alternativamente 6 los dos jun-tos-entraban en él. Grave era esto, grave lo

312 D. PÉREZ GALDtiS

otro... tan difícil el sí como el no, y el serno menos escabroso que el no ser... Levan-tóse temprano, después de un corto sueño;se arregló y vistió; cuando tomaba su choco-late, cayó en la cuenta de que su portamo-nedas estaba flaquísimo. Sólo le quedabandos napoleones y alguna peseta del dineroque le dejó Facundo. Afortunadamente, te-nía innumerables objetos de valor que ven-der ó empeñar... Apartada un momento delestado económico, voló á más alta esfera, yde Bsta descendii, para pensar que debía ir áver á su madre. Si no la entretenía y em-baucaba con cualquier embuste, Manolitavendría en busca de ella; la perseguiría co-mo á una criminal, si no la encontraba...Hasta era capaz de coger un coche y plan-tarse en la huerta, que bien sabía dónde es-taba. La primera vez que Teresa fué á lamerienda, hizo la tontería de contárselo á sumadre, y describirle el sitio, y darle cuentade las personas que la invitaron.... Por serella tan necia, se veía sin libertad. “No sepuede ser libre-pensaba,-sino con sombrade hombre. ,,

Encaminóse á la calle de Cañizares, don-de vivía doña Manuela Pez: y tan recelosaiba de que su madre la detuviera birlándolela merienda en el cam o, que de la esca-lera pensó volverse. Ro se determinó áretroceder. Subió despacio. Manolita, quedesde el balcón la había visto entrar, leabrió la puerta, y llevándola con cierto mis-terio al cuarto más próximo, le dijo: “2Tie-

O'DONNELL 313nes algo que hacer hoy por la mañana? AHasvenido con la idea de quedarte á almorzarcon migo,, . . . “De aquí-replicó Teresa, en-contrando con rápida inspiración la menti .ra, -pensaba ir á casa del tío Mariano.Quiero zambullir mi espíritu en la alegríade aquella casa, nadar en ella. iCómo estánlos pobres!

-Pues vete al instante--dijo Manolita,con el delicado y sutil acento que emplea-ba en los casos de gran oficiosidad.-Espe-ro por la mañana la visita de una personaque viene á tratar conmigo de un asunto.. .No te lo digo.. . Ya has comprendido quese trata de tí, iverdad? Pues por lo mismoque se trata de tí, no quiero que est6s encasa.

-iLa persona que usted espera es hom-bre ó mujer?

-i Ah,na. No... B

icaruela! sospechas que es Serafi-erafina estuvo anoche dos veces;

hoy volverá.. . Pero no es ella la personaque espero.. . Y lo repito: no quiero que es-tks aquí cuando venga... Necesito estar so-la... iAy, hija, cuánto tienes que agrade-cerme! . . . Otra cosa: como al mediodía ten-*dr6 que salir y no sé cuándo volveré, novengas acá hasta la tarde.. . mejor á la no-che... i Ay! concédame Dios el poder darteesta noche un notición tremendo... Muchovales tú, Teresa... pero una suerte tangrande, tan grande, no podrías soñarla.. .

-Bueno, mamá: ya me lo dirás... iDemodo que me mandas que me vaya?. . .

.

311 B. PbBZ ULD68

-Sí, sí... pronto... Vete á casa del tíoMariano.. . Que te convide á almorzar, quebien te lo has ganado... Bueno.. . no te en-tretengas... Adiós, hija; hasta la noche.,,

Vi6 Teresa el cielo abierto, y no se hizo,rogar para tomar el portante... iQu6 suertehabía tenido! Su madre no ~610 no la retesnía, sino que la echaba... ¿Y qué negocio ar-duo era el que la viuda tenía que tratarcon el desconocido visitan te. i Ay, ay, ay!. . .iY por qué no podía estar ella en la casamientras Manolita conferenciaba? lAy, ay!. . .iY era ella el objeto de la conferencia!... iYá la noche, notición tremendo! i Ay!. . . Aun-

ue todo esto le resultaba odioso, no cesaba8e pensar en ello, siguiendo presurosa su ca-mino en dirección de la calle de Alcalá.. . Yera la curiosidad lo que la hacía pensar, pen-sar en lo mismo, apurando toda la lógica pa-ra descubrir el pensamiento de su señora ma-dre. Curiosidad era sin duda, y no gusto deaquellas intrigas ni de sus consecuencias.. .Verdad-que el amargor de ciertas cosas noquita el picor del deseo de conocerlas. “Sa-biendo lo que esesto -se decía,-10 aborrece.r6 mejor.,, Gozosa de haber encontrado estafórmula que armonizaba la virtud con la cu-riosidad, desembocaba por la calle del Bañopara tomar la de Cedaceros, cuando. chococon un objeto duro.. . tal efecto le hizo verá O’Dmwll el Chico, que venía en direc-ción contraria.

“ iTeresilla.. . alto! Ya no te me escapas.. _Trescientas veces he llamado inútilmente á

O'DONNkLL 315tu puerta.. . y ahora.. . la casualidad te traeá mí.

-Si me hubiera bajado al Prado desdemi casa,-dijo Teresa, sin disimular lo queel encuentro la contrariaba, -rhejor cuentame habría tenido.. . Manolo, por Dios, déje-me seguir mi camino.. . Vaya; un saluditoy caèia uno por su lado. ,,

No se avino el joven á esta forma tan sim-ple de separación, y siguió junto á ella pro-testando de que no era su idea molestarla.Aceleró Teresa el paso, fingiendo mucha pri-sa; pero Tarfe no se rendía fácilmente, yamenizaba la carrera con estas bromas:‘LVas á apagar un fuego? Mejor: yo llevolas bombas., .__

-Manolo;- por la Virgen Santísima - dijoTeresa parándose, sofocada:-es usted ca-ballero, y no se obstinará en seguirme cuan-do yo le suplico que no me siga... iQuéquiere de mí?

-Verte, oir tu voz... Hicimos un tratoque yo he cumplido fielmente, tú no.

-Yo no prometí nada, Manolo, ni erapreciso, porque usted, al conseguirme lascredenciales, hacía una obra de caridad, yno quería más recompensa que la satisfac.ción de socorrer á los desgraciados.

-Teresilla, sabes más que Aristóteles.Si no te quisiera por tus encantos, por tutalento te adoraría, por el salero consabes ser traidora, pérfida, ingrata._ _-No desvaríe; &ManolÓ, 9 dejemeguir.

quese-

316 B. PIhEZ QaLDóS

-Vas á prisa como los que han hechouna muerte: el muerto soy yo.

-Voy á prisa, sí senor; voy fugada.-iFugada!... Llamas tú fugas á las esca-

patorias de la mujer caprichosa que un díasale á correrla.:.

-No es escapatoria de un día, Manolo-dijo Teresa con gravedad que dejó suspensoá O’DomelE el Chico;-es para siempre.- iPara siempre!-Y no me vera usted más.. .-Si fuera cierto, sería lo más desagra.

dable que pudieras decirme. . . Pero no esverdad, Teresa. Tú no eres capaz de seguirla senda p3r donde fueron Mita y Ley. Erescortesana.. . Parece que has abandonado tupuesto en la Corte de Venus, y lo que haceses alejarte hoy para volver mañana, y OCU-par tu sitio... con ascenso... Cuando pare-ce que bajas, subes, Teresa, y has de poner.te al fin tan alta que desprecies á los pobrescomo yo... y no podremos ni mirarte siquie-ra.,, Dijo esto elpequeño O’Domnell con tris-teza. Teresa no le entendía; esperaba quehablase más claro.

“Todo lo que usted me dice, Manolo, espara mí como si me hablara en chino.. . iYodespreciarle á usted.. . y por pobre! . . . i Je-sús! /Vaya con el pobrecito, el hombre dela influencia, el niño mimado de la UniónLiberal, el primero de los hombres públicos.Muy agradecida estoy á O’Donnell el Chico,pues apenas abrí la boca para interceder portres cesantes, fui atendida.. .

O'DONNYLL 317-Pero ya no necesitarás recurrir á mí,

Teresa. Lo que obtuve yo para tus parien-tes, te ha de parecer pronto á tí la última delas bicocas.. . Porque tú, con más facilidadque ninguna otra persona, darás credencia-les de Directores Generales, de Gobernado-res, ascensos al Generalato y propuestas deObispos; tú, Teresa, tú... No pongas ojosespantados.. . ,,

Decían esto. bajando por la calle de Alca-lá. La curiosidad que, en forma de brasas,sentía Teresa en su mente, ya levantaballama. “Explíqueme eso de modo que yo loen tienda - dijo á Tarfe; - y explíquemelopronto,.porque tengo prisa. Voy lejos, y enla Cibeles he de tomar coche, ó tartana si laencuentro.

-Yo tomare la tartana, y te Ilevaré ádon-de quieras.

-Eso no... AAconlpáñenle á pie un ratito,y después cada lobo por su senda... Quierosaber de dónde voy yo á sacar ese poder queusted supone.. . iQué gracioso!

-6De dónde?. . . De tu hermosura, de tugracia.. . Eres la mayor farsante que conoz-co, y la cómica más perfecta. No sé para quégastas conmigo esos disimulos. ACómo hasde ignorar tú que alguna persona de gran-dísimolicita...

poder y de riqueza desmedida te so-vamos, pide tu mano para llevarte

al altar que no tiene santos?. . . Hazte la ton-ta. iCrees que me engañas?...

-Pues, hijo, gracias por la noticia de lapetición de mano.. . Pero puede creerme que

318 B. PlkREZ QALD6S

no sabía nada.. . iQué risa! iPues así se pi-den manos sin que los ojos se hayan dichoalgo antes? Usted ha perdido el juicio, Ma-nolo.

-Lo perder6 por ti, vi6ndote en manosde las que no podr6 quitarte. Soy fuerte sime comparas con Risueño, débil si con otrosme comparas.. . iQuieres que te diga unacosa, una idea que desde anoche se me hametido aquí y no puedo soltarla? Pues túeres el numen de la Unión Liberal, la en-carnación de esas ansias de bienestar y deesos apetitos de riqueza que van á ser reali-zados por mi partido. Tú eres la evoluciónde la sociedad, que transforma sus escase-ces en abundancias con los tesoros que sal-drán de la tierra; tú...

. -Cállese, por Dios, Manolo... Me trastór-naría la cabeza si no la tuviera yo bien fir-me. iQu6 tengo yo que ver con tesoros en-terrados, ni con nada de eso?

-No dir6 que por tus propias manos; perosí que por manos que estarán muy cerca delas tuyas, han de pasar los millones, los mi-les de millones de la Desamortización.- iJesús, Manolo!-Sé lo que digo.. . A tu lado verás nacer

y crecer las maravillas del’ siglo, los cami-nos de hierro.. . verás el remolino ,que haceel oro, girando en derredor de los que lomanejan y hacen de él lo que quieren.. .iQué mujer podrá, como tú, darse el gustode ser dadivosa?,,

Pudo creer Teresa, en los comienzos de la

.O'DONNELL 319

conversación, que Tarfe bromeaba.. . Yacreía que mezclaba las burlas con las veras,y que algo había de verdad en aquel fantás-tico vaticinio. Sin duda, en el conocimientode Manolo había una certidumbre que en el-ánimo de ella sólo era un presagio, másbien sospecha. Cierto que hombres de granpoder político y financiero gustaban de ella;pero jen qué se fundaba O’Donnell el Chico

, para sostener que entre el deseo y la realiza-ción había tan poca distancia? Con esto, lacuriosidad, que desde la rápida entrevistacon su madre prendió en su mente, era ya in-cendio formidable. Las llamas le salían por

‘los ojos, y por la boca este vivo lenguaje:“Párese un poquito, Manolo, y dejando .á

un lado las bromas, dígame si es verdad esode la Desamortización; si es un hecho ya,vamos. Porque Risueño decía que la Des-amortización es un mito, que es como de-cir una guasa.

-No es mito, sino dogma, Teresa: prontoserá un hecho, y la gloria más grande deQ’Donnell y de la Unión Liberal... Con laventaja de que ya el desamortizar no traerátrifulcas ni cuestiones, ‘porque se hará deacuerdo con el Papa . ..Ya está negociado elnuevo Concordato. Ríos y Rosas y Antonellihan quedado ya conformes. 2Me entiendes?Concordato es un convenio con la Santa Sede.

-iPara que desamorticemos todo lo quequeramos?

-Para que se venda la Mano Muerta, fa-voreciendo á la Mano Viva. _.

330 B. PltREZ BALDOS

Algunos segundos estuvo Teresa comoalelada, mirando al suelo.. . Luego dijo:‘6 Bien, Manolo; me parece bien. . . Razón tie-ne usted en adorar á O’Donnell.. . yo tambiénle admiro, y declaro que es el primer hombrede España.

-Como tú la mujer más simple de todoel Reino, si no me confiesas que eso que hasdicho de fugarte y no volver, es un bromazoque quisiste darme. iCómo he de creer yoque desmientes la ley de tu destino en elmundo, y que ahora, cuando la fortuna teda todo.10 que ambicionabas... no lo niegues:tú me has dicho que lo ambicionabas. . .cuando la fortuna viene en busca de ti, hu-yes tú de ella!. . .

-Cierto es ,que tuve mis sueños de gran-deza y poder... iQuién no sueña, vivien-docomo vivimos en medio de tantas necesida-des?... Pero ya esa racha pasó, ya estoy cu-rada de esos desatinos.. .

-Esa cura no puede hacerla más que elamor... Pero hay casos en que la salud estan mala como la enfermedad. . . ó peor...Y yo te digo, con toda la efusión de mi alma:“Teresa, Lno podrías conciliar la ambicióny el amor? Ello es sencillísimo: aceptas loque los ricos te dan, y me quieres á mí. Lariqueza mía es corta, Teresa; lo suficientepara la vida de mediano rumbo que yo medoy.. . No puedo satisfacer tu ambición.. .Pero los que pueden satisfacerla no te daránun corazón amante como el mío.,, RebelóseTeresa contra la profunda inmoralidad que

O'DONNELL 321

esta proposición envolvía. . . “ Manolo-ledijo,-no es nada caballeroso lo que ustedpretende... GQuiere que le diga toda la ver-dad, confesándome con usted como conDios? Pues sentémonos. Estoy cansada. Secansa una de andar, de pensar cosas raras:cansa la duda, y cansa el no entender bienlas cosas.. . ¿Con que dice usted que podréyo desamortizar? iQu6 risa!

-2,No lo crees? ‘- Juro á usted que no lo creo.,,Teresa juraba en falso. Aunque no cono-

cía la tragedia de hfacbeth, en su íntimopensamiento se decía: La ciencia de aque-llas mujeres (las brujas) es superior á Ia delos mortales. Y las brujas del tiempo de es-tas historias se llamaban O’Donnell el Chico.

Se sentaron en un rústico banco, próximoal jardtn de la Veterinaria. Habló Teresa laprimera: “NO tengo ya esa ambición, Mano-lo. Me la quitó el amor. Por primera vez enmi vida puedo decir que quiero á un hom-bre. Dispénseme si le lastimo: ese hombre.que yo quiero no es usted.

-Ya sé . . .-murmuró Tarfe sombrío, que-jumbroso.. .-Es el aprendiz de armero. Leconozco.. . Sigue, Teresa.

--iQué más quiere usted que le diga? Que21

322 B. PIhEZ GALDÓS

á los pocos días de tratar á Juan sentí por61 una piedad y un respeto, que pronto, sinpensarlo, se me convirtieron en cariño. Víen él la conformidad con la desgracia, topnueva para mí; pude ver y conocer que elpobrecito tenía por mí un amor muy gran-de, sin cuidado de la opinión, y que con supensamiento me limpiaba, y borraba todasmis faltas para volverme pura y poder ado-rarme á su gusto. AComprende usted lo queesto vale, Manolo? Por el hombre que asíme quiere, por el que en mí ve la niujer, lamadre, la hermana, y todos estos amores re-unidos en uno, ique menos puedo yo hacer. quwonsagrarle mi vida?

-Comprendo, sí, que desees consagrarletu vida; pero no que lo hagas. La cantidadde abnegación que necesitas para descenderhasta él es enorme.. . Xás que virtud, seríasantidad, y esta no existe hoy en el mun-do. Creo en tu amor; no creo en tu santi-dad. Si yo te viera consumar el gran sacrifi-cio, si te viera precipitarte á la pobreza y alestado de vulgar estrechez que te traería launión con el armero, fuera por matrimonio,fuera de otro modo, yo te admiraría, Tere-sa, y respetaría tu caída.. . Caer de ese modoes alcanzar la mayor elevación moral. iEn-tiendes lo que quiero decirte?

-Sí lo entiendo, y desde hoy puede ustedempezar á respetarme y admirarme-dijoTeresa levantándose.-A la pobreza honra-da voy... ahora mismo.. .

-Vas á la huerta llamada del Pastelero,

.

O’DONNELL 323donde te esperan Mita y Ley, y con ellos tunovio.. . Ya puedo llamarle así.. .

-Así debe llamarle. TToy á la huerta...Ya me ha detenido usted bastante... Si esusted caballero, déjeme seguir mi camino.

-Tienes razón. No te estorbo en tu ca,mi-no. Pero te digo que si vas hoy á lo que lla-mas la pobreza, volverás de ella mañana.iQu6 has de poder tú contra tu Destino,tontuela?. . . Sobre tus resoluciones, sobreesos arranq.ues fantásticos, de momento,prevalecerán las dos grandes fuerzas quehay en tí. iNo las conoces? Pues son la pa-sión del buen vivir, y la pasión de repartirel bien humano. . . En la pobreza, ni una niotra de estas pasiones puede tener realidad...Vete, corre á donde te esperan el hombreenamorado y los amigos que fueron salva-jes. Ya no te detengo... Anda, sigue tu ca-mino. Sé que volverás... Media palabra, unrecadito, una mirada de cualquiera de nues-tros dioses.. . ¿No sabes que dioses son és-tos? Los ricos, Teresa, los inmensamentericos, que te rondan sin que lo sepas tú. . .Pues cualquiera insinuación de uno de és-tos te sacará de la pobreza honradita y so-sita para traerte á la-deshonra brillante, to-lerada... Si lo dudas, haz la prueba. Te acom-paño hasta indicarte la vereda más cortapara ir á tu objeto.,,

En pie, mirando á su amigo con ciertoespanto, Teresa no se movía. Tarfe, llevadoya por el hervor de sus ideas y de sus ape-titos. al punto de la inspiración, de la su-

324 3. PIhEZ QALDÓS

gestiva elocuencia, prosiguió así: “No olvi-des lo que te he dicho, no una vez, sino vein-te ó más. Te lo dije en tiempo del fardo, ydespués del fardo. Tú eres, Teresa, sin dartecuenta de ello, el numen de la Unión Libe-ral; eres la expresión humana de los tiem-pos.. . Los millones de la Mano Mzlertu pa-sarán por tu mano, que es la Mano Vbua.. .Mueve tus deditos, Teresa. t.No sientes enellos el frío de los chorros de oro que pasan.. .?

-No siento nada, Manolo; no siento na-da,-dijo Teresa, ceñuda, estirando y enco-giendo sus dedos como Tarfe le mandaba.

-Pues es raro. Los nervios de los ambi-ciosos se anticipan á la sensación real, y elalma á los nervios. Eres tú la fatalidad his-tórica y el cumplimiento de las profecías...~NO lo entiendes? Sin entenderlo lo sentirásen tí, como sentimos el correr de la sangre,por nuestras venas... Tu serás la ejecutorade lo que decimos y predicamos yo y los demi cuerda, los de mi partido, los que evan-gelizamos el verbo de O’Donnell, que es elverbo de Xlendizábal... No pongas esos ojos ’espantados, esos ojos que están diciendo:“Yo desamortizo; yo quito del mont.ón gran-de lo que me parece que sobra, para formarnuevos mon toncitos.. . Yo soy la niveladora,

yo soy la revolucionaria.. . Yo desplumaré álos bien emplumados para dar abrigo á losimplumes; yo quitaré el plato de la mesa delos ahítos para ponerlo en la mesa de loshambrientos...,, Esto dices tú sin saber quelo dices, y esto piensas creyendo pensar en

o'DO_WELL 325las musarañas.. . Si otra cosa sientes hoy,es una humorada, un sentir pasajero.. . Veteá la pobreza; vete á ese juego inocente, Tere-silla, que de allí volverás, y si no vuelvespronto, algnien irá en tu busca, y te trae&con sólo cogerte de un cabello y tirar de tí...Si tardas en volver, te buscarán los que terondan, y dirán: “iDónde está esa loca?. . . ,,Y esta loca está jugando á la honradez po-bre, uno de los juegos más inocentes de la in-fancia. Juega á las comiditas, á ir ála com-pra, y á remendarle los trapos al ganapánque la llama su mujer. Vete, vete pronto,Teresa. Cuando vuelvas, me encontrarás.. .Yo te espero: iré á tu casa.. . á tu nueva ca-sa. Adiós, gran revolucionaria, adiós. ,,

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Dicho esto con el hechizo que reservabapara ciertas ocaciones, se fué, dejándola solaen una vereda por donde sin cansancio po-día llegar pronto á su objeto. Desde lejos lasaludo, y ella tuvo fijos en Tarfe sus ojoshasta que le vió desaparecer. Siguió enton-ces por la vereda, cabizbaja: lo que le habíadicho O’Donnell el Chico levantaba en sualma un tumulto borrascoso. iY qué cosasse le ocurrían, tan bien dichas y con tanhondo sen tido! Sin duda era Manolo un dia-blillo simpático, tentador, que con permisode Dios le sugería las ideas ambiciosas cuan-do ella anhelaba ser modesta y despreciarias vanidades del mundo.

A cada rato se paraba Teresa y volvía susojos hacia illadrid. Poníase de nuevo en mar-cha lenta, arrastrando sus miradas por los

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-l

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326 B. P$ISEZ GALD68

surcos del campo, en que verdeaba la ceba-da raquítica para pasto de las burras de le-che. iQuién era, ó quiénes eran los magna-tes del dinero que la solicitaban? Esto sedecía, mirando á los surcos, y relacionandolas indicaciones de Tarfe con las vaguedadesde hlanolita Pez, y todo esto con la indirec-ta que le soltó Serafina días antes. Fuerade ella y de su voluntad, había sin dudauna conspiración cuyo fin bien claro veía:faltábale sólo conocer la persona. SegúnTarfe, no se trataba del candidato de Sera-fina, sino de otro de mayor vuelo y podermás brillante... Loca la habían vuelto entretodos; pero ella debía persistir en sus sanosimpulsos de moralidad, apresurando el pasopara llegar pronto á la presencia de Juan yde MzI’ta y Ley, que confortarían su almaturbada.

Pasaron junto á ella, y se le adelantaron,algunas familias pobres que iban de merien-da. Groseros le parecieron los hombres, des-garbadas las mujeres, flacuchos y pálidoslos niños. iOh! illegaría Teresa á verse así,sin garbo ella, bárbaro su hombre, y dege-nerados sus hijos, si los tenía? iE hambrey la privación de todo bienestar la llevarían?I tan tris te estado? No quería ni pensarlo.. .Entráronle súbitas ganas de volverse á Ma-drid, y aun dió algunos pasos hacia atrás,movida de un ardiente deseo de encararsecon su madre y decirle: “Apero quien.. .?,,Pronto se rehizo de esta instintiva inclina-ción al retroceso; siguió su camino y.. . pen-

O’DONNELL 327

sando en el hombre aceleró el paso, comoaceleran las aves el vuelo cuando van al ni-do. iVaya, que el pobrecito Juan esperándo-la! iQué impaciente estaría, qué inquieto,qué ansioso! iY alita y Ley, qué pensaríande aquella tardanza? Ya eran las doce, lasdoce y media. Tendrían ganas de comer;pero la esperarían.. . Sólo en el caso de queella tardase mucho, comerían... ipero quétristeza tener que ponerse á comer sin ella!

Llegó hasta donde veía las tapias de Zahuerta, y lo mismo fue verlas que sentirque los pasos se le acortaban por sí solos,hasta llegar á detenerse en firme. Tuvo mie-do; sintió la urgencia de resolver y orde-nar en su mente un aluvión de ideas que enella entraron como huéspedes alborotadores.Grande era el amor que sentía por Juan;mucho le quería, mucho. Era bueno, senci-llo, inteligente, capaz de todo lo bello y no-ble. . . Merecía la felicidad y cuantos bienesha puesto Dios en el mundo... Pero si ellase metía en la vida pobre, iquién había dedar estos bienes al honrado y amante San-tiuste? iQuién cuidaría de su alimento,quién le socorrería en sus desgracias?iQuiénle costearía las más bri,llantes carreras enel caso de que quisiese dedicarse á la sabi-duría? AQuién le pondría la gran tienda dearmero en el caso de que optase por la indus-tria? AQuién le proporcionaría las mejoresropas, los libros más instructivos, la casa có-moda y elegante, y las mil frivolidades y pa-satiempos que engalanan la vida?... Tenía

’ ,

328 B. PÉREZ QALD6S

que pensar en esto antes de lanzarse resuel-tamente en la vida pobre, y para pensarlodespacio y poner cada idea en su punto, seapartó del camino. La cosa era muy grave.Necesitaba recoger su espíritu.. . Tanto qui-so recogerlo, que se fué á un altozano dondese alzaba un artificio que parecía noria, en-tre pelados olmos. Sentóse allí, y meditó.

Pensando, se fijó en los grupos que me-rendaban en el prado próximo á la huerta.iQuién cuidaría de socorrer á tanto puebloinfeliz, si ella se metía en el árido reino dela pobreza?. . . icmínta miseria que remediar,cuánta hambre que satisfacer, y cuánta des-nudez que cubrir! Ella, ella sola podía conmano solícita y diligente acudir á todo, co-giendo á puñados lo que sobraba-del montóngrande, y.. . No había duda, no, de que eraverdad lo que Tarfe le dijo. Como que Ma-nolo era el espíritu mismo y la esencia deO’Donnell el Grande, trasvasados á un sérfamiliar, un tanto diablesco, rebosante deingenio y de gracia.

¿Pero no era discreto y razonable que to-das estas cosas se las dijese al propio San-tiuste, su amor único desde que vivía? Se-guramente, cuando se lo -dijera, Santiustele daría la razón, y le aconsejaría que se de-dicase pronto á las funciones de intérpretedel verbo de O’Donnell, que era el verbode Mendizábal. La Humanidad aguardabacon ansia los beneficios que la Mano Viivade Teresita había de derramar sobre ella...Púsose en camino hacia Za kuerta, cuyo ta-

O'DONNELL ‘3559

pial .bien cerca veía; pero á los pocos pasosla obligaron á nueva detención estas ideas:“Si digo esto á Mita y Ley, no me compren-derán. Si lo digo á Tuste, me comprenderá,pero despu6s de explicaciones muy largas,que no pueden hacerse en un día ni en dos.Juan tiene mucho talento, y ve las cosasdesde lo alto, desde lo más alto; pero ideacomo ésta, ni Tuste, con todo su entendi-miento y su saber castelarino, la puede pe-netrar, así.. . de primera intención. Yo se lapondré bien clarita. . . pero no puede serahora.. . ahora no. ..,,

Vaciló un instante, frunció el ceño, y alfin determinó que no pudiendo decir lo quepensaba, debía volverse á Madrid. Frente áella se extendía la tapia de Za huerta, por elEste. Veía los tejados irregulares de la casa,los chopos, los cuatro cipreses, de igual al-tura con muy poca diferencia. EL del extre-mo de la derecha subía un poquito más quesus tres hermanos. Acercóse Teresa aguzan-do el oído con intento de percibir algún rui-do del interior de Za huerta.. . Oyó rocesconfusas, pasos, cantos del gallo... Su vivaimaginación le fingió imágenes precisas delo que allí dentro pasaba. Juan, muerto yade impaciencia y desconfiado de que á tanavanzada hora llegase, se había retirado delportalón, donde estuvo en acecho desde lasdiez, y abrumado de tristeza se sentaba enel brocal del estanque, mirando las aguasverdosas y el reflejo de los cuatro cipreses,tan rígidos y melancólicos vueltos hacia el

330 B . PIhEZ &%~68

cielo bajo, como lo eran señalando al cieloalto con afinada puntería. Mita, sentada enla puerta de la casa, expresaba con su inmo-vilidad, el codo en la rodilla, la cara retos ta-da en la palma de la mano, el aburrimientode una larga espera. Ley paseaba por entrelos chopos al niño, y le zarandeaba para ale-grarle; el perro corría tras ellos fingiendoalborozo, sin más objeto que aligerar eltiempo. . . Por fin, Mita llamaba: ya no po-dían esperar más. iQué habrían llevado paracomer? La imaginación de Teresa vaciló en-tre figurarse la tortilla y un buen arroz ó elpar de pollos precedidos de ruedas de merlu-za... Vió, sin dudar un punto, el postre depolvorones que tanto gustaban á la amigainvitada; vió tambien que arrimados Mitay Ley al mantel tendido á la sombra del mo-ral, Juan negábase á comer... Su tristeza leponía un nudo en la garganta y no podíatragar bocado. Los amigos le consolabandiscurriendo las explicaciones más racionalles de la tardanza de Teresa. Los consuelos’quedábansj en los oídos de Juan sin llegaral alma; ésta, empapada en amargura, agran-daba su pena hasta lo infinito; viendo en laausencia de la mujer amada algo tan solita-rio y desesperante como el vacío de la muer-te... Mientras los otros comían, Juan vol-viendo á la puerta, asaltado de una ‘débilesperanza, declamaba mentalmente cláusu-las altísonas, que lo mismo podían ser su-yas que de Castelar. Teresa las reproducíaen su imaginación y en su memoria como si

O’DONNELL 331

las oyera: “Muerto el paganismo, el humanoespíritu levanta el vuelo’ y corre tras el .cumplimiento de la ley de amor.. . Amor lebrindan los cálices de las flores, amor ladulce onda de los sagrados ríos, amor laconciencia pura de la mujer cristiana, Evarestaurada, virgen renacida de las cenizasde la inmolada Venus.. . ,,

La idea de que Juan saliese á explorar elcamino y la encontrara en aquel acecho an-,gustioso, le infundió tal vergiienza y terror,que instintivamente se alejó á buen paso.Alborotada su conciencja, no quería ver

?ni aun con la imaginación los rostros desus inocentes amigos, ni oir sus amantesvoces. ~Qué entendían ellos de los gravesconflictos del alma en lucha con todo el ar-tificio social, y solicitada de poderosas atrae.ciones?. . . Por el amor mismo, que á Juantenía, y por la piedad intensa con que mira-ba el presente y el porvenir del interesantemozo, amigo de su alma, no debía verle ental ocasión.. . 1 A Madrid, á Madrid otra vez!Anduvo largo trecho muy á prisa, siguien-do la mejor dirección para cambiar prontode perspectiva.. . Al fin vió casas mezqui-nas y tapias de corrales, que á cada pasoaparecían en mayor número, como si anteella surgieran del suelo. Por un boquete deaquellas rústicas construcciones distinguióla Plaza de Toros.. . Como no había comido

. nada desde el desayuno que tomó muytemprano, sentía, sin tener apetito, los des-mayos propios de un cuerpo exhausto en

332 B. PkREZ QALDÓS

día de tantas emociones. Una vieja, ven-dedora de rosquillas, torrados y cacahuetes,le salió al paso. iHallaZgO feliz! Con tres ócuatro ro>quillitas y un poco de agua,pensó Teresa que se sostendría muy bienhasta la noche. Cuando esto pensaba, vióaparecer una aguadora. Ya tenía su listade comida completa. En un banco de mam-postería del Paseo de la Ronda se sentó, unavez hecha la provisión de rosquillas, quehubo de ser harto mayor de lo presupuesto,porque se le acercaron multitud de chiqui-llos que le pedían chavos, 6 pan, y á todosobsequió. De la cesta de la vendedora pasa-ban las rosquillas á la falda de Teresa, quelas repartía graciosamente y con perfectaequidad entre aquella mísera chusma in-fantil. Y cuanto más daba, mayor númerode criaturas famélicas y haraposas acu.dían,hast,a formar en torno á la guapa mujer unabandada imponen te. La más con tenta de es tainvasión fue la rosquillera, que viendo lapronta salida del género decía: “ 1 Ay, seño-rita, hoy casi no me había estrenado, y conusted me ha venido Dios á ver! Bien penséyo, cuando la ví venir, que la señora se pa-recía á la Virgen Santísima.;,

Sin dar paz á su mano generosa, Teresaiba consolando á toda la ch.iquillería. “Des-nuditos y hambrientos estáis -les dijo.-Malos vientos corren en vuestras casas.. . ,,Contaban algunas khiquillas las miserias desu orfandad, y las viejas vendedoras metie-ron baza, lamentándose de lo malo que es-

O'DONNELL 333

taba todo. Si los hombres no tenían ‘adóndeganar para una libreta, iqué habían de ha-cer las pobrecitas mujeres? Con gravedadbondadosa les dijo Teresita, dirigiéndoseigualmente á las ancianas y_ á los ninos:“iPero no sabéis que ahora van á venir tlem-pos buenos, muy buenos?,, Ante la incredu-lidad de las viejas, Teresa repitió: “Vendráuna cosa que llaman la Desam . ..., No si-guió, porque su auditorio no entendería talpalabra.. . “Señora, como eso que venga nosea un alma caritativa, no sabemos lo quepodrá ser,,... “Pues eso-añadió la guapamujer: -vendrán manos piadosas que cojanlo que sobra de los montones grandes, y lolleven á remediar tantas miserias.. . Creedque vendra esa mano.. . y:i está cerca.. . casiestá aquí ya.,,

Con estos consuelos que daba á los menes-terosos, se le fue á Teresa el tiempo sin sen-tirio.. . Más de dos horas había permanecidoen aquel lugar, entre mocosos y viejas; latarde declinaba; se veían grupos de fami-lias pobres que volvían ya de paseo con di-rección al centro de Madrid. Buscando lasoledad, Teresa se metió por un callejónque á su parecer debía conducirla á la Ve-terinaria y al mismo sitio donde estuvo sen-tada con Tarfe. Pero se había equivocado desendero, pues el callejón la condujo al Ta-ller de coches, y costeando éste, fue á pararjunto al Palacio de Salamanca, cuyo gran-dor y artística magnificencia contempló lar-go rato silenciosa, midiéndolo de abajo arri -

334 B. PtiREZ ctALD6S

ba 9 en toda su anchura con atenta mirada.En esto la sorprendió un movimiento de ter-nura en lo más vivo de su alma, y acongoja-da apartó del palacio sus ojos, que empeza-ron á llenársele de lágrimas: fue que se acor-dó del pobre Juan y de los excelentes ami-gos, de honesta, sencilla y semisalvaje con-dición. Trató de encabritar su espíritu aba-tido, espoleándolo con esta idea: “PobreJuan mío, yo haré por tí más de lo que pu-dieras sonar.. . ,,

Afirmando esto, vió multitud de carruajesque volvían de la Castellana. Antes que enacercarse para ver bien á los que pasaban,pensó en retirarse para no ser vista... Entreuna ligera neblina polvorosa, Teresa vi6 pa-sar á la Navalcarazo, que llevaba en su co-che á Valeria; á caballo, al vidrio, iba PepeArmada. Pasó después la Relvis de la Jara;tras ella la Cardeña, tan linajuda como ri-cachona, en una berlina de doble suspen-sión, elegantísima, de gran novedad.. . Pasa-ron otras que Teresa no conocía, y otros áquienes conocía demasiado. La Villares deTajo iba en el coche de la Gamonal, de laaristocracia de poco CI&, que deslumbrabacon el brillo chillón del oro nuevo. Ambasseñoras iban muy emperifolladas, y lleva-ban en el asiento delantero de la berlina alpomposo y magnífico Riva Guisando. Detrásiban á caballo, con toda la gallardía andalu-za, hlanolo Tarfe y Pepe Luis Albareda.“i Ay-pensó Teresa, volviendo el rostro,-si llega á verme O’Donnell Chiquito, me

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luzco!...,, La Villaverdeja, la Montqrgaz de-járonse ver en la rauda procesión de vani-dad; y por fin... O’Donnell el Grande, enuna vulgar berlina con doña Manuela. . . Vi6Teresa el rostro del irlandés en la ventani-lla, y en su imaginación le consideró rodea-do de un glorioso nimbo de oro y luz comoel que ponen á los santos. “Maestro, Dios teguarde-dijo la guapa moza con vago pen-samien to .-Toquemos á desamor tizar. . . Yaestá aquí la Mano Eva. ,,

FIN DE O'DONNELL