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Cátedra: AZNAR - SAGUIR Materia: SIST. POL. COMPARADOS
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UNIDAD 1 EJE 1 POLÍTICA COMPARADA
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-PROGRAMA -CRONOGRAMAS DE CLASES - EJE 1 POLÍTICA COMPARADA
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- ALMOND&POWELL: cap 1 - HALL&TAYLOR en español - HALL&TAYLOR: traducción sintesis -LIJPHART 1975: traducc "The comparative cases stratg. in..." -LIJPHART: comparative politics APSR - HALL&TAYLOR: political science and 3 new institucionalism - SARTORI: cap 9 La politica -URBANI: Politica comparada - diccionario Bobbio
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- EJE 2 MÉTODO COMPARADO
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- MAIR 1996: en R. Goodin-a new handbook of pol.sc. - PEREZ LIÑAN: el met. comparativo y el analisis de configuraciones causales
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C A R R E R A D E C I E N C I A P O L Í T I C A - F A C U L T A D D E C I E N C I A S S O C I A L E S U N I V E R S I D A D D E B U E N O S A I R E S

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S I S T E M A S P O L Í T I C O S C O M P A R A D O S - C Á T E D R A A Z N A R – S A G U I R

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S I S T E M A S P O L Í T I C O S C O M P A R A D O S

PROGRAMA, BIBLIOGRAFÍA, OBJETIVOS, PLAN DE TRABAJO Y EVALUACION DEL CURSO

C Á T E D R A : A Z N A R – S A G U I R

Objetivos Generales: Conocer las características conceptuales y metodológicas de la política comparada. Abordar el estudio de los sistemas y regímenes políticos desde una perspectiva comparada. Presentar los principales paradigmas y los efectos de los mismos sobre el desarrollo de la disciplina. Hacer un examen crítico de la bibliografía propuesta, enfatizando los aspectos teóricos, metodológicos y empíricos. Desarrollar el pensamiento sistemático, que le permita al alumno el manejo de los conceptos y la comprensión de los

procesos, como de las restricciones que imperan en los fenómenos políticos.

Objetivos Particulares: Dotar al futuro profesional de las principales herramientas que pueden ser aportadas desde la política comparada. Conocer la utilidad, tanto como las ventajas y desventajas del método comparado, y su importancia en las ciencias

sociales en general. Conocer los principales paradigmas vigentes y su evolución. Profundizar el estudio y análisis de algunos casos empíricos que se consideran de relevancia, enfatizando especificidades,

regularidades y contrastes emergentes desde la perspectiva comparativa. Concentrar la atención en los elementos centrales para los estudios comparados, entre otros: los partidos políticos; los

sistemas de partidos; la dinámica real de las formas de gobierno y de los regímenes políticos.

Plan de trabajo (bibliografía y cursada de la materia): La bibliografía de la materia se divide en bibliografía obligatoria y complementaria, está compuesta por textos en español y textos en inglés. La literatura indicada en el programa como obligatoria será evaluada a lo largo de la cursada de conformidad con el procedimiento que en el siguiente apartado se detalla. Las clases se dividirán en teóricas y teórico-prácticas. Cada tipo de clase tiene asignada una bibliografìa (detallada en el cronograma). En las instancias de evaluación se contempla la bibliografía referida en ambos tipos de clase. Siendo la carga horaria de la materia de seis (6) horas semanales, se dividirán las clases según las necesidades pertinentes para el eficaz desarrollo de cada uno de los temas en pos de poder cumplir con los objetivos aquí planteados.

Evaluación y aprobación de la asignatura (leer atentamente): El alumno se enfrentará a dos instancias de evaluación. En ambas ocasiones se trata de examenes escritos de carácter presencial. Los mismos son realizados en las clases teóricas lo que permite a los estudiantes presentarse en cualquiera de los dos teóricos –turno mañana o turno noche – con independencia de la comisión de prácticos en la que realicen la cursada. Para promocionar la materia el alumno deberá obtener promedio de siete (7) o más y, además, la nota que obtenga en el segundo parcial no podrá ser menor a seis (6), ni deberá ser aplazado en ninguna instancia de evaluación. Ningún alumno que falte, sin causa debidamente justificada, a cualquiera de las instancias de evaluación se encontrará en condiciones de promocionar. La instancia de recuperatorio aplica exclusivamente a uno solo de los exámenes parciales. El recuperatorio se realiza en el último teórico de la cursada, tanto para turno mañana como para turno noche. Consiste en un examen oral, pudiendo el estudiante ser evaluado por cualquier profesor o ayudante a cargo de comisión. Ningún alumno que obtenga un promedio menor a cuatro (4) tendrá derecho al examen final (en condición de alumno regular). Ningún alumno será evaluado en ninguna instancia de no constar debidamente en la lista definitiva del curso entregada por la facultad a la cátedra.

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P R O G R A M A Y B I B L I O G R A F Í A P O R U N I D A D

UNIDAD I: POLÍTICA Y METODO COMPARADO

Eje 1: Política Comparada Bibliografía obligatoria G. Urbani (1985): “Política comparada”. En N. Bobbio y N. Mateucci (1985): Diccionario de Ciencia Política. Siglo XXI: México. pp: 1252-57. G. Almond & G. Powell, Política comparada, Paidós, Buenos. Aires, 1972. Capítulo 1. A. Lijphart, “Comparative Politics and the Comparative Method”, American Political Science Review, Vol. 65, 1971. Págs. 682-93. A. Lijphart, "The comparable cases strategy in comparative research", en Comparative Political Studies, vol. 8, num. 2, julio 1975. (Hay traducción). P. Hall & R. Taylor, “Political Science and the Three New Institutionalism”, Political Studies XLIV, 1996. (Hay traducción sintetizada de cátedra). G. Sartori, La política. Lógica y método en las ciencias sociales, FCE. México, 1984. Capítulo 9. Bibliografía complementaria A. Lijphart, Modelos de Democracia. Ariel. Barcelo 1999. Capitulo I, II y III.

Eje 2. Método comparado Bibliografía Obligatoria P. Mair (1996): “Comparative Politics: An Overview” en Goodin y Klingemann (eds.): New Handbook of Political Science, Oxford University Press, Oxford; pp. 309-335 (Hay version en español). Perez-Liñán, A “El método comparativo y el análisis de configuraciones causales”. Working Paper. University of Pittsburgh.

Bibliografía complementaria Della Porta, D(2011): “ Comparative analysis: case oriented versus variable-oriented research”, en Donatella Della Porta & Michael Keating, Approaches and methodologies in the social sciences, United Kingdom, Cambridge University Press. King, G, Keohane, R y Verba, S, “El diseño de la investigación social. La inferencia científica en los estudios cualitativos” Alianza 2000. Capítulo 2.

UNIDAD II: SISTEMA POLÌTICO Y REGIMEN POLÍTICO

Eje 1: Sistema Político y Regímen Político Bibliografía obligatoria: G. Almond & G. Powell, Política comparada, Paidós, Buenos. Aires, 1972. Capítulos 2, 3, 4 y 5. L. Morlino, Cómo cambian los regímenes políticos, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1985. Parte I, capítulos: 1, 3 y 4 (págs. 19-47 y 81-143). G. Munck, "La desagregación del régimen político: Problemas conceptuales en el estudio de la democratización", en Agora, Cuadernos de Estudios Políticos, Año 3, Núm. 5, invierno de 1996. G. Tsebelis, Jugadores con veto: cómo funcionan las instituciones políticas, FCE, 2006. Capítulo I: jugadores con veto individuales y Capítulo II: jugadores con veto colectivos.

Bibliografia complementaria G. Pasquino, “Sistema político”, en N. Bobbio y N. Mateucci, Diccionario de Ciencia Política, Siglo XXI, México, 1985. Págs. 1523-28. (R 320.03).

Eje 2: Regimenes políticos: democracias y autoritarismos. Cambio de regimen Bibliografía Obligatoria A. Schedler (2002): “The Menu of Manipulation”, Journal of Democracy 13 (2); pp. 36-50. D. Collier & S. Levitsky, "Democracia con adjetivos. Innovación conceptual en la investigación comparativa", en Agora, Cuadernos de Estudios Políticos, Año 4, N° 8, verano de 1998. G. O’Donnell, “Nuevas reflexiones acerca de la democracia delegativa. En G, O’DONNELL, O. IAZZETTA, H. QUIROGA (2011), Democracia delegativa, Buenos Aires, Prometeo libros. E. Saguir (2011) “Las democracias latinoamericanas, conceptualización y tipología alternativa”. Revista Postdata 16 (1):33-59. L. Morlino, Democracia y Democratizaciones, CIS. 2009. Capitulo III: De la Democracia al autoritarismo”; Capitulo IV: Del autoritarismo a la democracia”.

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Bibliografia complementaria J. Linz Sistemas totalitarios y regìmenes autoritarios. CEPC. Capìtulo 3: “Regimenes totalitarios y autoritarios”. 2009 (P) A. Stepan & J. Linz (1996) “Modern nondemocratic regimes” en Problems of democratic transition and consolidation. John Hopkins University Press. S. Mainwaring, A. Peréz- Liñán y D. Brinks “Classifying political regimes in Latin America 1945 – 2004” en G. Munck Regimes and democracy in Latin America: Theories and Methods, Oxford University Press. 2009. G. O`Donnell, L. Whitehead y P. Schmitter, Transiciones desde un gobierno autoritario, Ediciones Paidòs 1986. Vol 3: pp 15 -78. G. O'Donnell, "Otra Institucionalización", en Agora. Cuadernos de Estudios Políticos, Año 3, Núm. 5, invierno de 1996.

UNIDAD III: EL ESTUDIO COMPARATIVO DE LAS FORMAS DE GOBIERNO

Eje 1: Formas de gobierno Bibliografía obligatoria J. Carey “Presidencialismo vs parlamentarismo” en Revista Postdata 11, abril 2006, 121—161 pp. J. Linz, “Democracia presidencial o parlamentaria ¿Qué diferencia implica?” en J. Linz & A. Valenzuela (comps.) Las crisis del presidencialismo. Perspectivas comparativas. Alianza Universidad, Madrid, 1994. M. Duverger (1981) “Capítulo 1: El aguila de dos cabezas” en Jaque al Rey, EUDEBA, Bs. As A. Lijphart, Modelos de Democracia. Ariel. Barcelo 1999. Capitulo I, II y III. S. Mainwaring y M. S. Shugart (Comps.), Presidencialismo y democracia en América Latina, Paidós, Buenos Aires, 2002. “Introducción” y “Conclusión: Presidencialismo y democracia en América Latina”., 1992. A. Pérez-Liñán, “Las crisis institucionales en los regímenes presidenciales” En A. Pérez – Liñán (2009): Juicio político al presidente y nueva inestabilidad política en América Latina, FONDO DE CULTURA ECONÓMICA. A. Pérez-Liñán, “Cinco casos de juicio político y un presunto loco” En A. Pérez – Liñán (2009): Juicio político al presidente y nueva inestabilidad política en América Latina, FONDO DE CULTURA ECONÓMICA. Bibliografia complementaria R. Elgie “From Linz to Tsebelis: Three Waves of Presidential/Parliamentary Studies?” Democratization. Vol 12. No1. February 2005, pp. 106-122. J.Blondel y M. Cotta. The nature of party governmet. A comparative European Perspective. Palgrave McMillan. 2000. Introduction y Capitulo 4: Definiyng and party government.

Eje 2: Coaliciones politicas: electorales y de gobierno. Bibliografía Obligatoria A. PEREZ-LIÑÁN, “Construir un escudo legislativo: determinantes institucionales del juicio político” En A. Pérez – Liñán (2009): Juicio político al presidente y nueva inestabilidad política en América Latina, FONDO DE CULTURA ECONÓMICA. D. CHASQUETTI (2008), Democracia, presidencialismo y partidos políticos en América Latina, EDICIONES CAUSE, MONTEVIDEO. CAPS. 2

Y 3. W. Hunter (2011) “The PT in Power”. En: S. Levitsky y K. Roberts (eds.), The resurgence of the Latin America Left. Johns Hopkins University Press. Bibliografía complementaria A. Pérez Liñan, “Pugna de poderes y crisis de gobernabilidad. ¿Hacia un nuevo presidencialismo? en Latin American Research Review, Vol. 38, N° 3, 2003.

UNIDAD IV: LOS PARTIDOS POLITICOS

Eje 1: Los partidos por dentro. Origen. Selecciòn de candidatos. Competencia intrapartidaria Bibliografia Obligatoria S. M. Lipset & S. Rokkan, "Estructuras de división, sistemas de partidos y alineamientos electorales", en AA. VV., Diez textos básicos de Ciencia Política, Ariel, Barcelona, 1992. A. Panebianco, Modelos de partidos, Alianza, Madrid, 1991. Capítulos 2, 3 y 4. A. Krowel. 2006. “Party models”, en R. Katz y W. Crotty (eds.) Handbook of Party Politics, London, Sage (pp. 249-269). (D) Richard Katz y Peter Mair. 2007. “La supremacía del partido en las instituciones públicas. El cambio organizativo de los partidos en las democracias contemporáneas”, en José Ramón Montero, Richard Gunther y Juan J. Linz. Eds. Partidos Políticos. Viejos Conceptos y nuevos retos. Madrid: Editorial Trotta. A. Panebianco, El partido burocrático de masas y el partido profesional electoral.

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Bibliografia complementaria S. Scarrow. 2000. “Parties without members? Party organizations in a changing electoral environment”, en R. Dalton y M. Wattenberg (eds.), Parties without Partisans: Political Change in Advanced Industrial Democracies, New York, Oxford University Press (pp. 157-179).

UNIDAD V: COMPETENCIA POLÌTICA Eje 1: Sistemas de partidos Bibliografia Obligatoria G. Sartori. Partidos y Sistemas de Partidos. Ariel. Capítulos 5 y 6. S. Mainwaring y T. Scully (eds.). Building democratic institutions. Party systems in Latin America. Stanford: Stanford University Press, 1995. Introduction. Conclusion. M. Jones y S. Mainwaring. 2003. “The nationalization of parties and party systems: An empirical measure and an application to the Americas”, en Party Politics 9: 2 (pp. 139-166). Mair, Peter. 1997. Party System Change, Oxford, Oxford University Press, cap. 9, (pp. 199-223).

Eje 2: Sistemas electorales Bibliografia Obligatoria P. Norris. Voting Rules and political behavior. 2004. Cambridge University Press. Capitulo 2: Classifing Electoral Systems. Capitulo 4: party Systems. G. Sartori, "Sistemas Electorales", en G. Sartori, Elementos de Teoría Política, Alianza, Madrid, 1992. D. Nohlen, Sistemas electorales y partidos políticos, FCE, México, 1994. Capítulo 4: Sistema electoral: elementos particulares y efectos de los sistemas electorales. A. Pérez Liñán, “Las Instituciones Electorales y su Impacto Político: Los Países del Mercosur en Perspectiva Comparada”. Revista Argentina de Ciencia Política, no. 7/8, pp. 35-54 (2004).

Bibliografia complementaria P. Norris. Voting Rules and political behavior. 2004. Cambridge University Press. Capitulo 1: Do rules matter? Structure vs Culture. Cox, Gary W. La coordinación estratégica de los sistemas electorales del mundo. Hacer que los votos cuenten. Barcelona: Gedisa, 2004. Capítulo 12. Fallos de coordinación y representación. Cox, Gary W. La coordinación estratégica de los sistemas electorales del mundo. Hacer que los votos cuenten. Barcelona: Gedisa, 2004. Capítulo 8: Votación estratégica, etiquetas partidarias y entrada.

UNIDAD VI: CASOS

PRESIDENCIALISMOS LATINOAMERICANOS S. Levitsky (2005) La transformación del justicialismo. Del partido sindical al partido clientelista, 1983-1999. Siglo XXI. Buenos Aires. Capitulo I:La adaptación de los partidos de base sindical en la era industrial: reformulacion del papel de las organizaciones partidarias. Capitulo IX: Crisis, adaptación partidaria y democracia: la Argentina desde una perspectiva comparada. Experiencias comparativas de América Latina. M. Jones, y W. Hwang (2007). "Jefes Provinciales de Partido: Piedra Angular del Congreso Argentino," in Sergio Emilozzi, Mario Pecheny, and Martín Unzué, eds., La Dinámica de la Democracia: Representación, Instituciones y Ciudadanía en Argentina. Buenos Aires: Prometeo Libros. G. Scherlis. Gobierno de partido y partido de gobierno: la consolidación del partido estatal de redes en Argentina. En: Iberoamericana, Nº 8:32, pp. 165-170. ISSN 1577-3388. I. Sagarzazu & J. Cyr “El sistemas de partidos venezolano: Incongruencia, volatilidad y colapso desde una perspectiva multinivel” En Freidenberg, Flavia & Suárez Cao, Julieta (2014) Territorio y poder. Nuevos Actores y competencia política en los sistemas de partidos multinivel en América Latina. Salamanca. Ediciones Universidad de Salamanca. L. Aznar (2014): Tragedias y comedias en el Caribe. EUDEBA. Capitulo I, V y VIII.

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PARLAMENTARISMOS EUROPEOS K. Strøm (2000): Delegation and accountability in parliamentary democracies, in: European Journal of Political Research, 37 (3), pp. 261-289. G. Pasquino, Sistemas políticos comparados, Bononiae Libris- Prometeo Libros, Buenos Aires, 2004. Capitulo 3: Formación y disolución de los Ejecutivo. Capitulo 6: Sistemas políticos y calidad de la democracia.

Bibliografia complementaria A. Missiroli (1997) "Los gobiernos de la oposición: Gran Bretaña y República Federal Alemana. En Pasquino,G: La oposición. Buenos Aires: EUDEBA. D. Samuels & S. Matthew (2011): Presidents, Parties, and Prime Ministers. Cambridge: Cambridge University Press. Capitulo III: Insiders and outsiders: Madisson Dilemma and Leadership selection. Conclusion Miguel de Luca, Mark P. Jones y María Inés Tula De internas, aparatos y punteros. La selección de candidatos a diputados nacionales en Argentina, 1983-2005. . En Alcántara, M y Freidenberg. F Selección de candidatos, política partidista y rendimiento democrático. México: Tribunal Electoral del Distrito Federal, Universidad Nacional Autónoma de México e Instituto de Iberoamérica 2009. O. Massari (1997) "Naturaleza y rol de las oposiciones político-parlamentarias". En Pasquino,G: La oposición. Buenos Aires: EUDEBA.

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Clase Fecha Unidad Eje Bibliografia Tipo

Presentación

G. Urbani, “Política comparada”, en N. Bobbio y N. Mateucci, Diccionario de Ciencia Política, Siglo XXI, México, 1985.

G. Almond & G. Powell, Política comparada, Paidós, Buenos. Aires, 1972. Capítulo 1.

P. Hall & R. Taylor, “Political Science and the Three New Institutionalism”, Political Studies XLIV, 1996.

A. Lijphart, “Comparative Politics and the Comparative Method”, American Political Science Review, Vol. 65, 1971. Págs. 682-93.

A. Lijphart, "The comparable cases strategy in comparative research", en Comparative Political Studies, vol. 8, num. 2, julio 1975.

G. Sartori, La política. Lógica y método en las ciencias sociales, FCE. México, 1984. Capítulo 9. 

3 17-ago FERIADO F

A. Lijphart, "The comparable cases strategy in comparative research", en Comparative Political Studies, vol. 8, num. 2, julio 1975.

A. Lijphart, Modelos de Democracia. Ariel. Barcelo 1999. Capitulo I, II y III.

P. Mair (1996): “Comparative Politics: An Overview” en Goodin y Klingemann (eds.): New Handbook of Political Science, Oxford University Press,

Oxford; pp. 309-335 (Hay version en español).

5 24-ago 1 II Perez-Liñán, A “El método comparativo y el análisis de configuraciones causales”. Working Paper. University of Pittsburgh . P

G. Almond & G. Powell, Política comparada, Paidós, Buenos. Aires, 1972. Capítulos 2, 3, 4 y 5.

G. Sartori, La política. Lógica y método en las ciencias sociales, FCE. México, 1984. Capítulo 9. (Idem que Unidad 1).

7 31-ago 2 IG. Tsebelis, Jugadores con veto: cómo funcionan las instituciones políticas, FCE, 2006. Capítulo I: jugadores con veto individuales y Capítulo II:

jugadores con veto colectivos.P

L. Morlino, Cómo cambian los regímenes políticos, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1985. Parte I, capítulos: 1, 3 y 4 (págs. 19-47 y

81-143).

G. Munck, "La desagregación del régimen político: Problemas conceptuales en el estudio de la democratización", en Agora, Cuadernos de

Estudios Políticos, Año 3, Núm. 5, invierno de 1996

9 07-sep 2 IID. Collier & S. Levitsky, "Democracia con adjetivos. Innovación conceptual en la investigación comparativa", en Agora, Cuadernos de Estudios

Políticos, Año 4, N° 8, verano de 1998.P

A. Schedler (2002): “The Menu of Manipulation”, Journal of Democracy 13 (2); pp. 36-50.

L. Morlino, Democracia y Democratizaciones, CIS. 2009. Capitulo III: De la Democracia al autoritarismo”; Capitulo IV: Del autoritarismo a la

democracia”.

E. Saguir (2011) “Las democracias latinoamericanas, conceptualización y tipología alternativa”. Revista Postdata 16 (1):33-59.

G. O’Donnell, “Nuevas reflexiones acerca de la democracia delegativa. En G, O’DONNELL, O. IAZZETTA, H. QUIROGA (2011), Democracia

delegativa, Buenos Aires, Prometeo libros.

J. Carey “Presidencialismo vs parlamentarismo” en Revista Postdata 11, abril 2006, 121—161 pp.

M. Duverger (1981) “Capítulo 1: El aguila de dos cabezas” en Jaque al Rey, EUDEBA, Bs. As

13 21-sep PRIMER PARCIAL P

J. Linz, “Democracia presidencial o parlamentaria ¿Qué diferencia implica?” en J. Linz & A. Valenzuela (comps.) Las crisis del presidencialismo.

Perspectivas comparativas. Alianza Universidad, Madrid, 1994.

S. Mainwaring y M. S. Shugart (Comps.), Presidencialismo y democracia en América Latina, Paidós, Buenos Aires, 2002. “Introducción” y

“Conclusión: Presidencialismo y democracia en América Latina”., 1992.

15A. Pérez-Liñán, “Las crisis institucionales en los regímenes presidenciales” En A. Pérez – Liñán (2009): Juicio político al presidente y nueva

inestabilidad política en América Latina, fondo de cultura económica .

P

SISTEMAS POLÍTICOS COMPARADOS - AZNAR-SAGUIR - SEGUNDO CUATRIMSTRE 2015 - TURNO NOCHE (LUNES Y MARTES)

2 11-ago 1 I T

1 10-ago 1 I

8 01-sep 2 I T

F

4 18-ago 1 II

6 25-ago 2 I T

T

11

10 08-sep 2 II T

14 22-sep 3 I

12 T

II P14-sep 2

P

15-sep 3 I

T

P

I

328-sep

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Clase Fecha Unidad Eje Bibliografia Tipo

A. Pérez-Liñán, “Cinco casos de juicio político y un presunto loco” En A. Pérez – Liñán (2009): Juicio político al presidente y nueva inestabilidad

política en América Latina, fondo de cultura económica .

IIA. Perez-Liñán, “Construir un escudo legislativo: determinantes institucionales del juicio político” En A. Pérez – Liñán (2009): Juicio político al

presidente y nueva inestabilidad política en América Latina, fondo de cultura económica . 

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17 A. Panebianco, Modelos de partidos, Alianza, Madrid, 1991. Capítulos 2, 3 y 4.

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18 06-oct 4 IS. M. Lipset & S. Rokkan, "Estructuras de división, sistemas de partidos y alineamientos electorales", en AA. VV., Diez textos básicos de Ciencia

Política, Ariel, Barcelona, 1992.T

19 12-oct FERIADO F

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21 19-oct 4 I G. Sartori. Partidos y Sistemas de Partidos. Ariel. Capítulos 5 y 6. P

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Mair, Peter. 1997. Party System Change , Oxford, Oxford University Press, cap. 9, (pp. 199-223).

23D. Nohlen, Sistemas electorales y partidos políticos, FCE, México, 1994. Capítulo 4: Sistema electoral: elementos particulares y efectos de los

sistemas electorales.

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adaptación partidaria y democracia: la Argentina desde una perspectiva comparada. Experiencias comparativas de América Latina.

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Flavia & Suárez Cao, Julieta (2014) Territorio y poder. Nuevos Actores y competencia política en los sistemas de partidos multinivel en América

Latina. Salamanca. Ediciones Universidad de Salamanca.

28 10-nov L. Aznar (2014): Tragedias y comedias en el Caribe. EUDEBA. Capitulo I, V y VIII. T

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Clase Fecha Unidad Eje Bibliografia Tipo

1 11-ago

2 13-ago

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6 27-ago 1 I Perez-Liñán, A “El método comparativo y el análisis de configuraciones causales”. Working Paper. University of Pittsburgh . P

G. Almond & G. Powell, Política comparada, Paidós, Buenos. Aires, 1972. Capítulos 2, 3, 4 y 5.

G. Sartori, La política. Lógica y método en las ciencias sociales, FCE. México, 1984. Capítulo 9. (Idem que Unidad 1).

8 03-sep 2 IG. Tsebelis, Jugadores con veto: cómo funcionan las instituciones políticas, FCE, 2006. Capítulo I: jugadores con veto individuales y Capítulo II:

jugadores con veto colectivos.P

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81-143).

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Estudios Políticos, Año 3, Núm. 5, invierno de 1996

10 10-sep 2 IID. Collier & S. Levitsky, "Democracia con adjetivos. Innovación conceptual en la investigación comparativa", en Agora, Cuadernos de Estudios

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M. Duverger (1981) “Capítulo 1: El aguila de dos cabezas” en Jaque al Rey, EUDEBA, Bs. As

14 24-sep PRIMER PARCIAL P

J. Linz, “Democracia presidencial o parlamentaria ¿Qué diferencia implica?” en J. Linz & A. Valenzuela (comps.) Las crisis del presidencialismo.

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“Conclusión: Presidencialismo y democracia en América Latina”., 1992.

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Clase Fecha Unidad Eje Bibliografia Tipo

A. Pérez-Liñán, “Las crisis institucionales en los regímenes presidenciales” En A. Pérez – Liñán (2009): Juicio político al presidente y nueva

inestabilidad política en América Latina, fondo de cultura económica .

A. Pérez-Liñán, “Cinco casos de juicio político y un presunto loco” En A. Pérez – Liñán (2009): Juicio político al presidente y nueva inestabilidad

política en América Latina, fondo de cultura económica .

IIA. Perez-Liñán, “Construir un escudo legislativo: determinantes institucionales del juicio político” En A. Pérez – Liñán (2009): Juicio político al

presidente y nueva inestabilidad política en América Latina, fondo de cultura económica . 

17 06-oct 3 II D. Chasquetti (2008), Democracia, presidencialismo y partidos políticos en América Latina, Ediciones CAUSE, Montevideo. Caps. 2 y 3. T

18 08-oct 4 IS. M. Lipset & S. Rokkan, "Estructuras de división, sistemas de partidos y alineamientos electorales", en AA. VV., Diez textos básicos de Ciencia

Política, Ariel, Barcelona, 1992.P

19 13-oct 4 I G. Sartori. Partidos y Sistemas de Partidos. Ariel. Capítulos 5 y 6. T

A. Panebianco, Modelos de partidos, Alianza, Madrid, 1991. Capítulos 2, 3 y 4.

A. Krowel. 2006. “Party models”, en R. Katz y W. Crotty (eds.) Handbook of Party Politics , London, Sage (pp. 249-269). (D)

S. Mainwaring y T. Scully (eds.). Building democratic institutions. Party systems in Latin America . Stanford: Stanford University Press, 1995.

Introduction. Conclusion.

Mair, Peter. 1997. Party System Change , Oxford, Oxford University Press, cap. 9, (pp. 199-223).

D. Nohlen, Sistemas electorales y partidos políticos, FCE, México, 1994. Capítulo 4: Sistema electoral: elementos particulares y efectos de los

sistemas electorales.

P. Norris. Voting Rules and political behavior. 2004. Cambridge University Press. Capitulo 2: Classifing Electoral Systems.

23 27-oct 5 II G. Sartori, "Sistemas Electorales", en G. Sartori, Elementos de Teoría Política, Alianza, Madrid, 1992. T

S. Levitsky (2005) La transformación del justicialismo. Del partido sindical al partido clientelista, 1983-1999. Siglo XXI. Buenos Aires. Capitulo

I:La adaptación de los partidos de base sindical en la era industrial: reformulacion del papel de las organizaciones partidarias. Capitulo IX:

Crisis, adaptación partidaria y democracia: la Argentina desde una perspectiva comparada. Experiencias comparativas de América Latina.

M. Jones, y W. Hwang (2007). "Jefes Provinciales de Partido: Piedra Angular del Congreso Argentino," in Sergio Emilozzi, Mario Pecheny, and

Martín Unzué, eds., La Dinámica de la Democracia: Representación, Instituciones y Ciudadanía en Argentina. Buenos Aires: Prometeo Libros.

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I. Sagarzazu & J. Cyr “El sistemas de partidos venezolano: Incongruencia, volatilidad y colapso desde una perspectiva multinivel” En

Freidenberg, Flavia & Suárez Cao, Julieta (2014) Territorio y poder. Nuevos Actores y competencia política en los sistemas de partidos

multinivel en América Latina. Salamanca. Ediciones Universidad de Salamanca.

26 05-nov SEGUNDO PARCIAL P

27 10-nov L. Aznar (2014): Tragedias y comedias en el Caribe. EUDEBA. Capitulo I, V y VIII. T

K. Strøm (2000): Delegation and accountability in parliamentary democracies, in: European Journal of Political Research, 37 (3), pp. 261-289.

G. Pasquino, Sistemas políticos comparados, Bononiae Libris- Prometeo Libros, Buenos Aires, 2004. Capitulo 3: Formación y disolución de los

Ejecutivo. Capitulo 6: Sistemas políticos y calidad de la democracia.

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Clase Fecha Unidad Eje Bibliografia Tipo

1 11-ago

2 14-ago

G. Urbani, “Política comparada”, en N. Bobbio y N. Mateucci, Diccionario de Ciencia Política, Siglo XXI, México, 1985.

G. Almond & G. Powell, Política comparada, Paidós, Buenos. Aires, 1972. Capítulo 1.

G. Sartori, La política. Lógica y método en las ciencias sociales, FCE. México, 1984. Capítulo 9. 

A. Lijphart, “Comparative Politics and the Comparative Method”, American Political Science Review, Vol. 65, 1971. Págs. 682-93.

A. Lijphart, "The comparable cases strategy in comparative research", en Comparative Political Studies, vol. 8, num. 2, julio 1975.

A. Lijphart, Modelos de Democracia. Ariel. Barcelo 1999. Capitulo I, II y III.

P. Hall & R. Taylor, “Political Science and the Three New Institutionalism”, Political Studies XLIV, 1996.

P. Mair (1996): “Comparative Politics: An Overview” en Goodin y Klingemann (eds.): New Handbook of Political Science, Oxford University

Press, Oxford; pp. 309-335 (Hay version en español).

6 28-ago 1 I Perez-Liñán, A “El método comparativo y el análisis de configuraciones causales”. Working Paper. University of Pittsburgh . P

G. Almond & G. Powell, Política comparada, Paidós, Buenos. Aires, 1972. Capítulos 2, 3, 4 y 5.

G. Sartori, La política. Lógica y método en las ciencias sociales, FCE. México, 1984. Capítulo 9. (Idem que Unidad 1).

8 04-sep 2 IG. Tsebelis, Jugadores con veto: cómo funcionan las instituciones políticas, FCE, 2006. Capítulo I: jugadores con veto individuales y Capítulo II:

jugadores con veto colectivos.P

L. Morlino, Cómo cambian los regímenes políticos, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1985. Parte I, capítulos: 1, 3 y 4 (págs. 19-47 y

81-143).

G. Munck, "La desagregación del régimen político: Problemas conceptuales en el estudio de la democratización", en Agora, Cuadernos de

Estudios Políticos, Año 3, Núm. 5, invierno de 1996

10 11-sep 2 IID. Collier & S. Levitsky, "Democracia con adjetivos. Innovación conceptual en la investigación comparativa", en Agora, Cuadernos de Estudios

Políticos, Año 4, N° 8, verano de 1998.P

E. Saguir (2011) “Las democracias latinoamericanas, conceptualización y tipología alternativa”. Revista Postdata 16 (1):33-59.

G. O’Donnell, “Nuevas reflexiones acerca de la democracia delegativa. En G, O’DONNELL, O. IAZZETTA, H. QUIROGA (2011), Democracia

delegativa, Buenos Aires, Prometeo libros.

A. Schedler (2002): “The Menu of Manipulation”, Journal of Democracy 13 (2); pp. 36-50.

L. Morlino, Democracia y Democratizaciones, CIS. 2009. Capitulo III: De la Democracia al autoritarismo”; Capitulo IV: Del autoritarismo a la

democracia”.

J. Carey “Presidencialismo vs parlamentarismo” en Revista Postdata 11, abril 2006, 121—161 pp.

M. Duverger (1981) “Capítulo 1: El aguila de dos cabezas” en Jaque al Rey, EUDEBA, Bs. As

14 25-sep PRIMER PARCIAL P

J. Linz, “Democracia presidencial o parlamentaria ¿Qué diferencia implica?” en J. Linz & A. Valenzuela (comps.) Las crisis del presidencialismo.

Perspectivas comparativas. Alianza Universidad, Madrid, 1994.

S. Mainwaring y M. S. Shugart (Comps.), Presidencialismo y democracia en América Latina, Paidós, Buenos Aires, 2002. “Introducción” y

“Conclusión: Presidencialismo y democracia en América Latina”., 1992.

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Clase Fecha Unidad Eje Bibliografia Tipo

A. Pérez-Liñán, “Las crisis institucionales en los regímenes presidenciales” En A. Pérez – Liñán (2009): Juicio político al presidente y nueva

inestabilidad política en América Latina, fondo de cultura económica .

A. Pérez-Liñán, “Cinco casos de juicio político y un presunto loco” En A. Pérez – Liñán (2009): Juicio político al presidente y nueva inestabilidad

política en América Latina, fondo de cultura económica .

IIA. Perez-Liñán, “Construir un escudo legislativo: determinantes institucionales del juicio político” En A. Pérez – Liñán (2009): Juicio político al

presidente y nueva inestabilidad política en América Latina, fondo de cultura económica . 

17 06-oct 3 II D. Chasquetti (2008), Democracia, presidencialismo y partidos políticos en América Latina, Ediciones CAUSE, Montevideo. Caps. 2 y 3. T

18 09-oct 4 IS. M. Lipset & S. Rokkan, "Estructuras de división, sistemas de partidos y alineamientos electorales", en AA. VV., Diez textos básicos de Ciencia

Política, Ariel, Barcelona, 1992.P

19 13-oct 4 I G. Sartori. Partidos y Sistemas de Partidos. Ariel. Capítulos 5 y 6. T

A. Panebianco, Modelos de partidos, Alianza, Madrid, 1991. Capítulos 2, 3 y 4.

A. Krowel. 2006. “Party models”, en R. Katz y W. Crotty (eds.) Handbook of Party Politics , London, Sage (pp. 249-269). (D)

S. Mainwaring y T. Scully (eds.). Building democratic institutions. Party systems in Latin America . Stanford: Stanford University Press, 1995.

Introduction. Conclusion.

Mair, Peter. 1997. Party System Change , Oxford, Oxford University Press, cap. 9, (pp. 199-223).

D. Nohlen, Sistemas electorales y partidos políticos, FCE, México, 1994. Capítulo 4: Sistema electoral: elementos particulares y efectos de los

sistemas electorales.

P. Norris. Voting Rules and political behavior. 2004. Cambridge University Press. Capitulo 2: Classifing Electoral Systems.

23 27-oct 5 II G. Sartori, "Sistemas Electorales", en G. Sartori, Elementos de Teoría Política, Alianza, Madrid, 1992. T

S. Levitsky (2005) La transformación del justicialismo. Del partido sindical al partido clientelista, 1983-1999. Siglo XXI. Buenos Aires. Capitulo

I:La adaptación de los partidos de base sindical en la era industrial: reformulacion del papel de las organizaciones partidarias. Capitulo IX:

Crisis, adaptación partidaria y democracia: la Argentina desde una perspectiva comparada. Experiencias comparativas de América Latina.

M. Jones, y W. Hwang (2007). "Jefes Provinciales de Partido: Piedra Angular del Congreso Argentino," in Sergio Emilozzi, Mario Pecheny, and

Martín Unzué, eds., La Dinámica de la Democracia: Representación, Instituciones y Ciudadanía en Argentina. Buenos Aires: Prometeo Libros.

G. Scherlis. Gobierno de partido y partido de gobierno: la consolidación del partido estatal de redes en Argentina . En: Iberoamericana, Nº 8:32,

pp. 165-170. ISSN 1577-3388.

I. Sagarzazu & J. Cyr “El sistemas de partidos venezolano: Incongruencia, volatilidad y colapso desde una perspectiva multinivel” En

Freidenberg, Flavia & Suárez Cao, Julieta (2014) Territorio y poder. Nuevos Actores y competencia política en los sistemas de partidos

multinivel en América Latina. Salamanca. Ediciones Universidad de Salamanca.

26 06-nov SEGUNDO PARCIAL P

27 10-nov L. Aznar (2014): Tragedias y comedias en el Caribe. EUDEBA. Capitulo I, V y VIII. T

K. Strøm (2000): Delegation and accountability in parliamentary democracies, in: European Journal of Political Research, 37 (3), pp. 261-289.

G. Pasquino, Sistemas políticos comparados, Bononiae Libris- Prometeo Libros, Buenos Aires, 2004. Capitulo 3: Formación y disolución de los

Ejecutivo. Capitulo 6: Sistemas políticos y calidad de la democracia.

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tre.S diícrcntes limitJcio~cs. La nrímer:i míraci0n Sé renonta. :d Jrhwii11iento-cn ·h. escena polítin intcmaciona! de países con '

· una estruct~n poiític:J. ·~típica rc:;pccro del . ,rJcic-r)~s entre paise..s coo diftrr::1~e: r:-~:;irr.cn.

Habiendo est;;ulecido est.l pr u·;¡;,, .:s nr­cc:;::trio wmbién tener en ClítJJ,.\ un:~. s;:!ic de ul;criorrs y posible:: elcn:entos. En d iut<:­rior de c.acl1 una de est:.1.5 dc:s ~l(to·:~c'r.~:~

en decto, r~condtJci. ctros usos co;ricntcs de la exnrtsión p. c. De: ,-s~ n•o­do. en e! :ímbiw de la compar,H:!I)il cm1o

"éc:rnpo'' pueden entender-se por lo menos tres cosas: una ind~gación no viciacb por

. etoocén trices (u decir sin bs V!CJOS de uru interprcL'l..:ÍÓn de la rcalicbd po!¡uca basada sólo en !.as propia! ex?crien-

· .. cias nacionales); una confr~:mtac!ón d~ in·s­titucicnc:s politic;J.S (las t!tructur:ls cons:i­rucionab en panicular modo); una com­parJción dt bs · ''funciont.>" de.e::n¡xñadas

!Js distinru t.>tructu.ras política¡ en los PlÍSts. En· (ormJ. anáio;;J., en d

d~ b comptr.~ción w:no ··~·étc·:lo" cxi:ite quien ccnsidcr.l. Ll p. c. a veces como un pr:xedimiento de medición y de Ctl.1n·

úfic~dón de buena parte: J~ los concr:pto1 mYlos [Xlr la ciencia polí1ica. Pe;--o --ó

ÚtiJ repetido--- todOS cs:..o;; GlSOS cormÜuyen acentuaciones (e inclmive =per-J.ciones) intern:u de la.s · dos Jcepciones generales

, bosquejadas.

l!. GJ<ÍCt:NE:S. Y ü!l !ETl'IOS DI: U. :OfODDlll.-1.

·. po¡_f-J¡c.-~, cot~riul.~,\. E,l b histo:i:l dd ro­nL-cimicnto de lo> fenórncr.o; ¡·.-oliti.~vs le in .rQ'ilrrido s¡cnore a t:ornp:u:.H:iQn:::.s y, r-cr lo tt;nL;, siemorc ,_.~:.:;tirb tun o. r..,. ·d~sdc ;,,l:,t6tdc.s ha;t;\ l\f;Jt:uiav<.!o y f.io.l-íc:squltu. Lo ,Juc dt~ ah:un:1 tf!.:tf'l..:l.l ts nu~­\"0. rc~fl:C~o de !J. m::vo¡_p:tn~ de L:ls ter:t:l­

.tiv-us dd ¡;:L>.>de. son los obieriuor y la.s con­'dicÍoner r¡u-e di~ ringuen d tr.;b:-~ jo de com­p:>n.ción que en b. J.ctm.iid"d re.:< iÍl::i!\ !os estudiosO:l (Echtein y Aptcr, l9G:S). Est::: ~ & ) ~ • ~ •

lH..ae-vu curso se ru11ont.J. c...T1 la ~~~ .1ct1D. :1

lo: corni~ru:o~ d.:: los añr.:; .SO, r \ ~j Y L_ l)b,.QidJ.d d~ .l~t:JC!:lt," ~~·¡r;- )!:rro:·¡·)

n;odtlo comrírucional-pluralísta (hasr:1 ;¡ho-__ _ r:t p•dcremernentc :cstudiJdo) ·propio _·de, buena IJarte de los países occidentales. Píén- :· ótse t:!Jlto en las ckmocraci;:,s ¡x;puia:rcs de! in:.> comunista comu. en los p~ísc:; m vías de desarrollo del llamado "Tercer lvimÍdo", frente a lúS cuales las tradicionJ.b oteg~--­rías ebbor:1da.S por ci pcns::uníe:nto pvlítico. ex: ciclen tal aparcdan, en 'general, .corno in-': c:1pac.e.s de "viajar", es decir de establecer comp:1nciones significatiY3..! entre área y irCa. La s~unda lii~iración deriva dd he-·. cho de que !os estudiosos se tncontn!ún : fn:nte a e:sa nu~a realidad .disponiendo de· roP.c:ptQ.i qu; ad~~s ck, xr .:uroc~ntrioos, ·

' no er~'l capaces oc 1r mas tila; de b mera . íaó::cla jurídiro-instituc.iona! y de ese médo penetrar la realidad político-iiúomnl ,de

'su-Jecbcles con di.stinta estructura co:uutu­cionaL LJ. tm:m .. limitJción, . finalmente, deriva de r:nanm -pa.r;:;dóli(·a· dé las enor­mes 'facilidades para enco;cr:1r infonnacio­nu. E.us hcilidules se revebron, tn efecw, un a.:nu de dC>b!~ fúo: si, por una p:1rtc, la man::1 de los nuevos datos 2.mpli:ilia d hp. riwnte de rde..--encia del . estudioso, por el otro terminaba también aumentando consi­dcnblemente desudo de c.:Jngesu6n y ron· fusión de !os ronocimit.'1tos. De dondt! m.ce b m:u·sid:ld de cllc:Jsilb.r corr::r:r:m;ente i~> inf ormacionrs._ ;cparal}(lp_ J?~ !,on~_f(~r:e;,s de bs hrteroQéne3s, qtu:: es b. .:ondiciéin b~-:ic:o. p;u~t "comp;u:,r bien". ¡

1' 1 · r· 1 • • · · 11 -1.. Qf .:t.Jl.tJ.t; k_~ lt~ ~ OS "9(!1~":~~'-!Y .. ! rlc- .:3.

nutvJ. p. c., ~ ncccs.anu rr~.nut;r=:i:~.i- b. pric,­tif'"l wracttn.srio ne las c:9!ic::tcioiJt:S (''\e­yo") d~cL.s ¡rJr la cie:nt:.ia polítiD. wmcr:1~ po::ínn: la wntroLiliilirbJ mlpuiCl_ P:.tm ·, s::r ddinida "cimúiica", o CDITCC!;ÍJ:.nc::!lte fmmubd:1 d;~_tl~ cl ow:to de vist;;. cie:nti--· fico, ma!qu;er C::.llli~ción de le:s fecémeno; polítiws dd::e.rxxia s~r n;;.l.ibl~ de cchtr!>l

~;]. h:1sc ~ ia e;pcntl1Ó., 1 w1~ ¡:zahí"f~datl~.:l (:.-: ~u.mr:rrt--n-.. >?l c·,~.;~h-J~, .. r~ ~:.1

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AZNAR-SAGUIR / Sist. Políticos Comparados: Prog+Crono+Unidad 1 EJE 1 y2 Página 14 de 193

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J

¡:z:,..¡ !: ~:Llr1C./~ C0:>1í'r\:L<JA

6:UCH;O..S COí\OC.HTdtntG~ ¡,or lo tHit:) 01 gr.:u-1, rra::-d!cb .. Jc lo:) JTudio.:: (pro .. ~c:iiroicn tos) 1uc pvJ::rr;os ~Hi!iz....;..r p;:u.-.J. s.ow n1cter "a L.t Drt1cb.1 dc·los h:c.llcs", b.s hi­pÓtesis, genc;.,lÚáOe::\C~ y tc·:ní2s de b..s que disponemos, Y_ ;,¡s_t<:..7.;ntc dd CX.?..rncn de los proccdiriúcni.ós de control ( expcri- . mental, c:sta.dísúéO, .comparado,: histórico} utiiiz:ahlcs en las CÍ~Ó:j.> wil~ d méwdo como;,.rado a~i:a: C:o:'no d."~criio" al que

.la dc:n6.polítiQ..pt;edc: mis común y mis · fructu=mcritc, rccur:lr. ·

El '""amen o•w.ic sinrcuursc de c:st::t =-. -llcr3. El con:rol t:rpaimalicl p-Jcdc . s.cr u-!.U!o por d polítólogo oólo en r...ros caso;:

r:•ra. r=.trrÍr :-I mÍsl~o . el cstud_í~ clcb.: JH¡;oncr, en erecto, cJe. dos o m:u =s fácil:ncntc aisb.bJe;:¡, obY:rv:J.blcs c.<J momc:n­

lfJI EllCCSÍvm y, lo que rnis ímpon.1, mani· pah.b!es. 'f:un¡xx:.o d conc-ol wadís1tco prcce ofrccermudX> mis, clcdc d ¡;¡omen­to qué p;u:¡. ser ap!ioJo cxisc b. dilpo· níbili±td de oscs Cu.1ntifiwhk$ y muy numcrcw~ :Vfh bJ ~"· y m~nc; oovw, o d .ln¿1i:.i5 que que h;¡cer rc:src-c:to d:".! o.:..~troi hiJu):ico. Su ''dcbi1idJ.d" ~ pa· r:1 en control cnpirico s.ignillotivo1 dc­ri·IJ Gc h mimu n~tur:dc:.u de b irHl~­

¡fJéÍÓ¡-¡ !ústorio~dliD. f.su. tn d<:<::to, ·co-.niene en el propia imbito G1....'3 m0mcnto>, uno de los ctulc:t ( d gcnonlmdor o nomo­ti:ico) ~ con~cntc ~ la ciencia politio1

micntr.l!l que d ocro (e! individwli:wdor, o idtogrdfi,o) no lo d. CtUndo d histcri::~­dor tr.1b:..jJ. en la comprcruión de cu::~lqwcr ícnóm=no, po( cj=plc b. rcvobcion fr:m­c=., ~ ceno que ~ge.ner.:tl..i.z:t''' e "indivi­dualiza" contcmpor~'le:tmtntc: sobre las a::(l(ticono de !.11 rn-ol;,ción (en gencr.J)

p;,r d rlfÍm:r J.S¡x<:to, sobre bs ¡::~li.:trich­de:.~ de .:re. rcvoiuci6n (m pn:icu!;;r) por d Y.'g1mdo .1spccto. Por lo nn to b. cicncb. po­lit ir-? ~!2-S:Jan~ dl~!Diin:l.l.r:nd!c...rnc a de;­

eJpr:r bs '':1n\fcrrrn:J.:.dw:•. L1> c:cncr.!lrz..J.­ci•.>,·.e:s--- f.G:-:dt: 1: r!E-.::-.r d L.~b:\ 10 de! h.H~0-zildor ~!o rn OlJ.r!C) d DCr51D!e scrn.r:t.r (b

q~'~ no d ,.¡n1D1e 1 b...i dos ÍJ. .. "Z.:s con.'il!1UU\."""2'S.

Jc- ~ obr:t historiozlifi::.:L ~~ r.o 1 Y! cor;-c

el r;c:s¡;o gcr:,::·J iiz;1.r

n:Jic:::dnu::n te opr.Jrt:Jn::) par?~ !a ucnc::;. pqtn1c1 rtcurnt al con~roi compar..1¿o 1 que pr.tJon1Ín~ sobrt

.el rn¿(odo hl.srón"co ;~ .. lr<J.UC ~ 11 rnis y ·sobre. d roétvJo cxpcruncnt:d y sobre el mitodo otitico oorouc puede·utiliza.n~ coA

. ; . • ~ • • . : # . )>

m.avor irt.CUG."'lCJJ.1 :~un ~l ¡ntnnseo.mcntc tl

('m.~s débil'' q:1c estoS -úllin1os.··

IfL ALCUi/OS U-lCO!P/""E~f(:t:NTES ~tETOOOtÓ...

CICOS 02. LA. COM Pf.?...ACrÓN. En ·¡O aue se rcfítr~ a b.s condicioncr que hay que oh· strvJ.r en b. comparación, el problc= fw1-daiT.c:t.<l c5 el de las prevenciones tendien­te:$ .:1 mÍn.Ír;1lz::tr, c.n lo po1ilile~ 1o5 pcliQ"TOS de O:::·ITlD1ru fcnórncr:os incomoat""J..blc.s ~nttc lÍ í u ro:uli. l ~72). En dccw, ri b. pnnCl·

f¡n;t~iú;¡d de li\ compuac1on es d contro! 1 . ¡• • ' ' ' (d! . :t.guna gc:JY.n,tzauon anptnc:l. e upo:

115Í h ettltura polÍl:~. ¿d plÚ X SC frJgtnule

tt (:l.Ó vez m :U, tn~~~o e! prob~blc que c,n cv; ll5tc:o;:. b. c_gn:go.con de los tntcrC',cs de lo.t ciu.i.1d.2...-iGS se h:.ri oda vez mis prro-

' d ncc....~Jno c:.t::.r atentos pJ.:l. que le$ hcc:.ho1 ~cJopW..±:.d pa.n cornprob3r b. bond:d de una dcter;niruda ~cr.l(iÓn

lc.:ln \'t':rd..ld.:ramcn te uow:u'' ~.!iruibbltl de "dwce¡" asírnibbb. 'Sobre cómo· pro­ceder ~n ct:J. dinxción, d debate continúa C'n la actu:J.lícL;d muv abierto. NQ ob~c e:Ho, · cx.is1~_ ur..J. arnolia· ccnconb . .nciJ. de

ptmt:.í r-e vi"¡~~ f¡()f lo mrn{)S__cuatro pnx.cdimieJtos, lli'l.O c::YJJpl~mcnt.::t.rio y tri· buurio del otro. Un prÍmcr D!1Krdímicn(o, de :dguna !Y'.arc~ prov<:déutico, e.sti rqm­znt..vlo ¡x>r la cla.rificación. Cb.sific= quie­re decir, 01 k práctiCJ., ¡xrner ·orden c:n.una =ilid:ui multifo=c; ·fijar los criterios de :tcucrdo. a !Qj CL<l.b distinguir entn: !tnó­mt..Tlcn 0;o ap~tc1.nente :úmib._¡-o o en d intc.ricr de fcn6n~e:nos que pt'C.SC!ib.Íl J.triba .. tc,J Ll.J1 t:nrt:'d.;:dos que ¡ .. Htede:.n gt:PC:r:tr pdi­s,rro~J confusionc:L Pi¿n_\QC t:r~ d c:::so de

Of"..!C\t.riz..ido$ p:;r,u.rw corS.dc.rJch tl producto Je:

un Jct=11Íl,J.::!::> subi~lt::rn:!. p:1nid:nio (¡>X

Cbsifiwr qui~c

¡;ÜJ.

c:jr..rc:J1,v:

o .. · n·;,:; CV!::H';.!.:..Jú.;./., l7.5:í

Q, cÍr1 mt::s qt:t: r ... :t(b., ,:Jinkl."l~ l:~.s t1.:nfu~

sionr~ originld:ts por c<:n-..:.:ptr .... s bílidacl del ré~\m~n

· ¡¡¡o"'. Es dcci; bums que definen ta

rÍStÍC15 en d otro ..

El ~o;:undo nrorJ:diJnjcnto' con.iim: uti~r conecp~-que =~ wntcmporánca­ment.e "c;¡paces de viajar" .Y buenos !ccto:o de hechos". Goaces de en cuanta .rusccptiLb de ddinir instituciones y c.Ompommicntm políticos pcrtcneciémcs a ~ con r::gímr:nes dífe.n:otc:: entre >Í; n:colcctoro de hecbos, ~• cuanto definidos mcriiante a.tributos su.sa.ptibb i.le o!-JSCrva-dón. Encontn.r_~ un

cnm: e;~t.'l~

Los

comp~ón

al primer pu . .>'ltv >e: deben tvit:.r t..?=ooc;_~c r.o :e en !0:1 h~os; en cmnto :lJ su~mdo oumo no de· b<;rnQ:Ltnb:~,Lar v.;n ddinicion-;;­!;ln IJrtlolo e Í¡TtP<:t:ib!E_Í<!_nÓrnc:n9. du.sióq,_ "g¡;nc:-alidad" v ":devanci;¡ rio" son l~s 'do; condiciones ~= bv que

_ ;aruf:u::cr. roJc..m.:Js act::ndcr 1ma en pe:r-. juiao de h otn. decir, tcncr c.cmr.cptos

dclinid01 de W\ nÚ!::lc..-o t::m b~ jo de J.Lri­

buM que pucl1n rde.rine ::~! mayor número posible de coo.:unid.ade~ polític:J.S, · o con­CCJHOS . tm cs¡x"Ciiicw q\.1(! rcsultw, ~.r:

pr.ictio, :rpliGólcs :l. sólc <lm fenCmcnos) ; cw dbxndcr:í, obvi;m:::nt~. del cumol..r3ción. l'cro~ tn tV<i.; C.."l!C,

t:t.'"H.e que L~ ob:.<:r·;:trh.:il d<:

condicit;nd no · respeto

v::r

sobre d fenómeno que e; objeto de: Ll com­paración. 'E.J. decir oue 'se hace: nc=io

sori" w Icor~ .lúbre Las (,;U:tb, dicho

obsi:.rv;1dóo. de h)$

:

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.... .;:¡

;,

. : ~ 1255 POLÍTICA. CoMI'AlW)A

~ab!c: d~ m::.dur.a.ción o!vlw que dos a de los mismos en ~l nivel de los comport:l-

ruientos coúdi.:mos: mejor;u- lO$

'conocimientos conduce, por !.o me­N. A.I'L!CACJCNES y l'ER5l'ECTIVAS DE LA nos, a· actuu con un dominio cada va

de los propio$ acws. Pero ésu:. no es el único =ultado. Comparar no .::s sólo un

c. est.in oue :;e ha dicho · pmctdimicmo uenúfico: es también tm mo-hdsud de r>en.s.,.,. a t.rav~-t de:! cu2l wrntnLJ.n

de ":~prender de lns de­' :w:sonndo las kQ:iones que vienen

b. experiencia Jc si.stenus políticos dife-nuotros comport:umen\0$ po!!tJOY.l · rcnt.e:~ . dcl nucsrro. Comparar, m este

. de ciudadanos. · M:nÜdo,- quiere decir poder di.sminuir .lol Por.lo que Ú: refiere al :. riesgm de u expaimmtJciór¡ en b. os.curi."

aqxx:tos, ya se hi Visto dad i una comribución · de ino.lailible .!i ciencia. debe imporUncia., por lo t1!Jto, p;,n. el c;wlim.

.al · que ~ebe decidir para el ciucbdano que menor el grado clc . Cl llamado a. juzgar -a lo gobienu ..

A esto debe; :11m:~!'$e por lo · Todo esto .explio. gr.m b:ita !J. -inenos un;\ sezu.nd;¡, eonmbución iund;unen." p. c. rn<:Utrltl'a desde haa: :l.lguno;; t:!l: la o! un de ce as! como w.mbicn la. vast«b..d de le$ tem:u

ios Si dese:J.mos e.~- qm: se tnfrtnt;J.JJ re::mrirndo tender el \ÍJ= de !01 conocimiwtos cientÍ· método de !as invesúguíonc:J com'plr.l.·

· .fic:unenu:: acepub!a ;;.cera de lo$ fmóme· d:ts. La popub.richd de O.J.:l.lquítr dhcipün:~. dd:xmw teniendo, tem:úna, :1. u b.rg"l, por depénder de !.a o-

entrn· estra!Cl!'l:J. para venhcu con-

Que ·!!.a= pos¡ble un :lCOntE:C.l·

o aue·cetcmun;J.Jl d !unCJon.anw:nto de una imúmcion. Y w.:unos ·;:.~ momento

, !DO<nt..Yl!O del conuu! de !as hicót.e$is. En wd.a t:UO se a tr.:w b :u:;ienm d~ !:u rcla.aones ó<" =OOón ai'l-

te:s tóric:u..

;:ntre fenóm~ unos s-e: ena.u:ntr.ln 01 ilif=·

dife.rr:nte:s érx."Cl.S hi..;..

que. st r::firre s~gundn .::mJ1::C!o, es u V1C.Olll..Ot..Ht C'O.Sternc. cuu.c

re:lli=:ldos ccr d conocimirnta tu •J¡YJrtu-

pacidJ.d de raolvu cktaminadas preguntas dd hombre; '1 en .ate sentido no !u y dudas

· de .que tu posibil.icbdc:J de utili:ación de tu corop=.ciones política.s pareo::n scr'muy rdcvanto. !..:o demueslr.ln los caml>ot de !J. cienci;~._p'"Ji¡¡¡~" h:lltl hOy 1mou6o0$: .:l.el·

de !.:u t... '"O nas i>l:í n: d ru l.t.!IU po ií ti ro h:lro. los y los sistemas de partidos¡ clrJ-dc grupos de rruión !u.su tu 'técnicas

· dccisionJks, deode. los p~rbmwt.os ha.ltJ. d pro= juri,diccion:J..l, dad.: h o:ultun tia !u.st.."J. Ll. sociJ!bción, no

· gr:m t= de la vida c. no c.sté dando uru

~álo Pcr>rcct.ivas? La pR"'g1lllta,

de los colmu ootimist:u dd cuadro ""''""u"'~"v· no es il::gí6m, va Que el

o. c. :Jm<"n!J ~ll'1m:U ineó?nit,s. _puntos débiie~ en el tnb:!io dd ron~­

scn ::obre todo <l;:¡1: h tencdjón cte S1lOCsü.."lur u acru2.1 c.n:ncia de lmnE·

. . ·.,_-.·· .. ; .i{~;~ ~~;:_7!1:: l'OLtT!CA DZ ASASTECL\!lClTO ·.• -::·.: ..• c-.: 125i

. . :· ··<".:· ~·.:·-.

!-t.""Z mctoJulógic:.. (IIolt y Tun1ü1 1070) "'f1

por otr.J. p;utc, d prejuicio ssúo el cual ¡cJa Cilmpar3c;ón t5 v;¡n;;, dada Ll aíimu­

. ¡h peculi:;riód. hic.tó, Íc1. de cualquier fe. · nómeno soá:tl.

Deóocjcrr.cs r~llidzm:ntr d terreno del p;cjui~io. LJ. ide~ Jc qt1e toó o:periencia o instituci0n ¡nlítlca rcpn~~ntc un unicum

irrepetible :r que, por tD misrn.J. razón, · toda c::linpar3ción rcsuit:o. v:u1a. o engañosa, es· difícil ele eliminar y d si:;gubm1ente

.. contradictori2. ¿Cómo olvidar, en el cero,

. qúe la unicidad de cualquier acontcciruícn-. to,puedé ;ólo ser prcbacb ¡:or ur~a compa­·.':rcicíón rigurma? Si b:cn f.! cierto que todo ·fenómeno polit.ico pn:.s.enta aspectos atooiu- .. t"}Titntc Pro bior. es b.mhié::J cierto C!_t!C ¡:xr ~etnol u!xrio sólo com[l:1.rzndo. Y no d para. n:~d.i seguro que entre lo.~ esL:lbonés de !.antes :lConttcirnicntOi "ú:"licw" co quede rJgo lÍgniiicatinmcnte "común": !.u uniformidadc:s en las que se ball!l las ger.c­raliucionc:s ;:n la.: ciCI:Ci;u 3.0Cinlcl y que, no iuy que olvichrlo, >e:J. b. únic:< ven:iJ.dcn :altern:niv:J. al c:stacio de c:ui ili.:nit:lell ig­norinci:J. m d qu~ DO$ movcmol. Lo. otra inCÓ~¡nita e~ il'll:lLuellte ~:rav~. No es s-u-

; fiCJe.nte Q<;-clr Guc deL'Oll¿, romuarar: de­bemol dcmoltnr en ané medo ;e puede cnmoaru b<m_y cuan relcv"J.ntd pueden ser iw re:sulbd(:J dc um. bu= cmnpa.r.aci6n. Todos c:stos objetivoi DOi los r..ódcrnos pro­poner r:Uün.J.blanmte con b. condición de no GlU er. b t:ntaciótl de emprender in­w:stigacione5 dciícientt:l en d pbno meto­dológico )', cJrrcLniv-aJncn~c~ in.si~n1fic:tnte.s tn el tcrrcn~) r:xplic.:uiv·o. En G)ncb.s:énl bs pcn¡A--::tivas de !J. p. c.. en b. Jctucliód cs­t:í.n c:strcch3J~ltrl(e asociad:>S :d n.ivd de ma­dura epi1temoló5ica de l:t. di:.cip!in; y de ru::. cultore:s.

"B!ll.l.l.OORAJÍA.. Com{;.:;,ra.it:lt pvEti.cJ. A. rtadcr~ :o. orgo de H. Ec.bttin r D. Aptt:, N'-'cv-.. York, !953; The r.uthodolon of comparc.ti;;e re:carch. ;, orgo de R. T. ibh y E.. Turuu, NuevJ Ycrl. !970; A. 1'r,:~W\lnli-H. Tt1.1n<; The logi-: :;f ::on'Í"-r.:ltivt ív .. -icl €;;e;r~:ry, l'iu,;;-..

v~· York,.·l970; La política eom/•;;~1:,·;; ... -;:,·r~~:. de G. Urbani. Bolonia, !972. ·

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......____

GIOVANNI SARTORI

, LA POLITICA

Lógica y método en las ciencias sociales

Traducción de

MARcos LARA

o FONDO DE CULTURA ECONóMICA

Mfxtco

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PREFACIO

:s el mis

lmo ron-

:sulta ficil decir que las ciencias sociales son ciencias. ~Pero cd hace una ciencia? (QuC la caracteriza como tall Muchos se c--- .man con responder que una ciencia nueva se construye imitanc las ciencias ya hechas. 2Pero es realmente cierto que las cienci :ides se volvieron mAs cientificas por haber tendido a imitar ciencias exactas? Aunque asi fuera -y es legitimo dudarlo- una

ncia en sus primeros pasos, en sus inicios, debe volver a 10s comien- i de la ciencia que adopta como modelo. Para empezarr ningim sa-

Der cientifico naci6 sin antes haber ordenado y precisado un vocabu- iario propio, ya que la terminologia proporciona lo que llamariamos las piernas sobre las que se apoyari luego esa ciencia para caminar. En cambio, en las ciencias sociales impera una babel de lenguas, a1 punto de que las entendemos a duras penas. Por ello este libro esti hecho ab imis, es decir a partir del lenguaje como instrumento del conocer.

En un escrito justamente famoso, Thomas Kuhn distingue enne 10s procedimientos de la "ciencia normal" y las revoluciones cienti- ficas. Si nos referimos a una ciencia normal -ya instituida y puesta en uso-, s610 se requiere dominar las tknicas del propio oficio. Pero si una ciencia no esti "normalizada", no hay tCcnica que baste; se necesita saber pensar, y para saber pensar se requieren 16gic;l v mdtodo, mCtodos 16gicos, en una palabra metodologia. Cierto es (

el mercado se halla inundado de textos que dicen kratar -ya desdc titulo- de la metodologia de las ciencias sociales. Pero si atenue- mos a su contenido, por lo comlJln no encontramos nada de 16gica y no mucho de metodo. En rigor, estos textos se ocupan de las tkcnicas de investigacibn y del tratamiento de 10s datos. Lo cual estA muy bien

:s dtamente necesario. S61o que el mCtodo de investigar no es el Itodo de pensar; que nuestras ciencias no se han convertido todavfa "ciencias normales"; y que por lo tanto, a1 contrario de las tecni-

cas de investigacibn y de tratamiento de 10s datos, se requiere un conocimiento metodol6gico. En este libro me ocupo, pues, de lo que otros libros pasan por alto: no de cosas que ya han sido dichas de manera dptima, sino de cosas olvidadas o descuidadas.

EstQ claro que el metodo lbgico de las ciencias sociales t

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PREFACIO

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para todas las ciencias calificadas de ese modo. Si en este libro me detengo poco en la economia y mis en la ciencia politica que en la sociologia, ello se debe a que el caso de la ciencia politica se presta

jor que las otras dos para ilustrar la dificultad y la naturaleza de problemas. El estudio de la sociedad se remonta a Comte, o poco es; pero el estudio de la politica se remonta a 10s sofistas, Plat6n y st6teles. La sociologia no fue precedida por una verdadera "filoso- de la sociedad, mientras que la ciencia politica fue precedida (y ta la fatiga) por una larguisima tradici6n de "filosofia de la poll- <'. Por ello le es fAcil a1 soci6logo refugiarse en 10s microproble- s, en las sociologias especiales y altamente especializzSzs en las que :de proceder como en una ciencia normal, ~nientras que a1 poli- ,go le resulta muy dificil eludir 10s macroanPlisis, y a traves de 1s 10s macroproblemas. En suma, el caso de la ciencia F lie- aqui preferencia porque es mP6 intrincado y a la vez re- tativo. ?ara empezar, a1 politdlogo (y no a1 soci6logo) in- nbe comprender y explicar quC es lo que ha ica

-- Jcupan todos, doctos e indoctos; y vuelvo a seAalar que ue pollrica se ocuparon en forma eminente 10s fildsofos antes que 10s polit6logos. Existe a la vez una ilustre tradicidn de autores -desde Maquiavelo a Tocqueville- que no fueron fil6sofos, pero que quedaron colno

estros de politica. Para todos estos antecesores p i 1 era el oficio una ciencia politica? No responder6 en este prdlogo, dado que la mi6n seri examinada extensamente en el texto. Solamente anticipo, lque m& no sea para atizar la discusidn, que el recurrente "pan- ~sofismo" de la cultura italiana (primer0 el idealista, luego el mar- ta) es a mi juicio precursor de catistrofes prkticas. La filosoffa

aunque no sea mis 1 atizar la discusibn, que el recurrente "pan- filodficos no son p: s actuables: son programas que desde siem- pre, y sin excepcio :asan en 10s hechos, y se ven desvirtuados por completo. No existe la 'conversidn de la filosofia en praxis; que me perdonen Marx y 10s suyos.

A esta altura el lector se preguntari: todo esti muy bien (o muy mal), lpero por quC el subtitulo del libro -16gica y metodo en las cien- cias sociales- no ocupa el lugar del titulo? Contesto: porque una tercera parte de este libro trata de las relaciones entre la teoria y la prictica, entre el saber y e l hacer, y de c6m0, por ello, 10s proyectos politicos triunfan o fracasan en la acci6n. Y como vivimos en una edad "programPtica", en una epoca de ingenieria de la historia, diria que

que para rogramar nes, frac - -

)olftica t mis rep

PREFACIO

--. nt id fii

mi objeto es propiamente "la politica" tal como la buscamos (mall cada vez mas. Se dirin que todos sahen cu;ll es la vida feliz y la ciudad ideal a las que aspiran; pero poct8 saben quC hacer, y mucho nlenos cdmo hnccr. Es Gsta 1;1 politica de la qlte qliiero ocuparme.

Ya he dicho que ine rel~elo contra el pan-filosofismo. Agrego I

tambien me rebelo coiltra el pan-icleologismo. Cuando yo estaba 10s primeros pasos tle nli profesidil. todo era filosofia. Hoy todc icleologia, cultura tle clereclla y cultura de izquierda. En cambia me empeiio en creer que antes clue nada tiene que ser "cultu~ --le serlo de izquierdn o de derecllil no agrega nada al valor de

d de un conocimiento; y que 1111 conocimiento falso sigue sie Iso aiin cllando con oportunismo lo revistamos de negro, roj anco. Este libro proviene de una serie de ci~rsos ilniversitarios imparti- ,s ell la Facultad de Ciencias Politicas de In llniversidad de Floren- a, que constituyeo sii Primera Parte y su Segsnda Parte, a 1% que neferi conservar en su forma originaria de comunicaci6n directa. I Tercera Parte, en cambio, recoge una serie de escritos que rcta- an y desarr~llan --con el debidu a p n t o bibliogrAfico- wios mas y problemas tratacios con anterioridad. Sin parecerlo, y hasta ria qiie sill quererlo, el libro es ueitariu. Es evidente qae en el anscllrso de veinte lneses (un curso inio por etaps, titulado Cltestio- !S del rndtodo en cietacias politicas, es del period0 1958-1959) las eas clave qlle ten[. fijas en la me~lte. permanecieron fijas. La mAs

de todas es la de que a la citltilra italiana le falta desdt! Siempre aparte de 1ln serio y nledido saber empirico. Es el wber clue le

mpongo a quien se sieilta harw de apreildices L b r ~ ~ j o . hrrache- s verbales y vaguedades dialecticas.

G.

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ndo 0 0

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260 PROFUNDIZACIONES

diante la sociologia o la economia; per0 si clertamente se desprende que la politica se vuelve un explanandurn, cuyo explanas es suminis trado y condicionado por datos que podriamos llamar hipopoliticos

h2jo tenor de politicidad, y a menudo de discutible e indirect; ancia polftica. Y de este modo la retroalimentaci6n de 10s dato 10s datos privilegiados por el behaviorism+ nos remite a 1,

-,onomia de la politica, a la politica explicativa ab extra. .a behavic ciencia politica, pues, con todos sus me- S, vuelve autonomia de la politica. El tratamiento -efleja sobtc UIJJCLU. 01 ia ciencia es el cdmo, ese c6mo desenfoca

e incluso sofoca el gut. De ahi la acusaci6n que se le dirige a1 beha- viorism~, si llevamos las cosas a1 extremo, de propender a la desapa- rici6n de lo que es politico.'l No hay nada de parad6jico en este des-

1110. Por el contrario, es 16gico que una ciencia politica strict0 su, que quiere ser ciencia a toda costa, deba dejar Euera lo "no itificable". Esta conclusi6n refuerza la previsi6n de que el nave-

gar futuro de la ciencia politica seguirP siendo peligroso y dificil. En la medida en que se descuida a la polftica -ya sea porque se la deja en la periferia o se la declara heter6noma- la politica escapa

las manos y se convierte en una fuerza "fuera de control". En un remo, es la ciencia la que devora a la politica; en el extremo con- -io, es la politica la que devora a la ciencia. Los dos extremos se m Y se convierten uno en otro. Es funci6n del polit6logo impedir- si es tal.

IX. EL MeTODO DE LA COMI Cr)MPARn *

:IERTO sentido, e~ vc~udd C ~ U C CII rwa la ciencia pollclca suDyacc Iue sea de mod0 implicito, un marco de referencia comparadc olitdlogo que examina un caso particular debe tener presente t

-----2xto general, o cuando menos deberfa tener presente otros caso De c 30, su analisis del caso particular resultarP desubicadc Sin c asi. Pero dsta es s610 una verdad trivial.

Pa de la siguiente premisa: que cualquier discurso se val de conceptos que, bien mirados, son "generalizaciones disfrazadas" No es excepci6n de esta regla ni siquiera el discurso del historiado] Por miis que se sostenga que el conocimiento hist6rico es conocimier to de lo individual, o individualizador, y que la historiografia no e una disciplina nomotktica, sigue siendo verdad que tambien el hi! toriador generaliza, lo quiera o no. Pero si todos generalizan en a guna medida, el problema de la validez de nuestras generalizaciones se le plantea linicamente a quienes generalizan a sabiendas y a pro- p6sito. La cuesti6n es la siguiente: ic6mo comprobar, o demostrar que es falsa, una generalizacibn? Y mi discurso comienza a partir de aqui. SerP tambien verdad que no se puede estudiar la politica sin comparar; per0 la politica comparada se presenta como tal, s610 cuan- do las comparaciones se vuelven, de implicitas y casuales que eran explicitas y sistemiticas. Procediendo por orden, la primera pregunti es: dpor qztd compa.rart La segunda, (qut es comparable? Despub dc lo cual entramos en lo mis vivo del tema, y entonces se puede pasa

: gcdmo comparar?

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XOL HIS I&, la acusaci6n se basa en una gran divenidad de premisas. C f . 1 n lado, entre B. Crick, Difcnsa dclla politica, cit., y por el otro Apol

'or lo den cia, por UI quk comparar? (Para que sirve? La respuesra es simple: la com-

i6n es un mdtodo de control de nuestra; :s, previ Dolitics: A Critique of Bchavioralism. Las criticas que mils se aproximan a n (mejor desarrolladas en el escrito "Alla ricerca della sociologia politica", en

p a Italiana di Sociologia, IX, 1968, pp. 597-639), son 10s de R. Macridis, "Con ve Politics and the Study of Government", en: Comparative Politics, I, 1961

IC. pp. 81 y 84-87; y de G. D ,The Redi Politics", en: J. D. ltgomery y W. J. Siffin (eds.), 'a k, 1966.

parac El

parata.

s genera

el articulc . .

lizacionc te capftulo reproduce con algunas modificaciona itica Corn

- Premesse e Problem?'. ~ublicado en: Riuista Italiana de ,,.,,.,, Politico, 1 1971, pp. 7-66.

Asi, Reinhar cal Studies", en:

> "La Pol .C*L"... :

espe MOI Yor:

scovery of clopmcnt, Hill, Nua "Concept

Sociofog~ ts and Gc ical Rcuicz

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PROFUNDIZ ACIONES

es o leyes del tipo "si. . . entonces. . . ". Digo un mttodo de con- porque obviamente no es el Gnico. No es ni siquiera un mCtodo ontrol poderoso. Pero el mttodo comparado tiene de su parte el lr hasta donde otros instrumentos de control no llegari. rosso modo, las ciencias del hombre se valen de cuatro instru. tos o tecnicas de comprobaci6n. Siguiendo un orden de "fuerza

control" decreciente, ellas son: 1) el metodo experimental; 2) el Stodo estadistico; 3) el metodo comparado; 4) el mttodo hist6ric0.~ Por descontado que el metodo experimental es el mPs sewro, el is satisfactorio. Pero s610 de una manera intuitiva puede utilizarse e metodo (con mucha aproximaci6n) para problemas de micro- ilisis. Ampliamente aplicado en psicologia, es de dificil aplicaci6n ciencia politica y sociologia, mPs all& del Pmbito de 10s pequeiios

upos. Tambien es obvio, en segundo lugar, que el instrumento es- listico constituye una tbcnica de control a utilizar toda vez que sea 'ble. A este respecto, la dificultad no reside hnicamente en que se lieren grandes nhmeros. La gran dificultad posterior es que, en eria politica y social, 10s datos susceptibles de un tratamiento distico son de validez y atendibilidad sospe~hosa.~ a comparaci6n es, pues, el metodo de control en el cual estamos gados a refugiarnos las mis de ]as veces. Cuando el experiment0 nposible, y cuando faltan datos pertinentes y suficientes para un uniento estadistico, no tenemos opci6n; debemos comprobar (o ficar si es £also) comparando. De todo lo anterior se deduce tam-

,.I que no debemos confundir el "metodo comparado" con la "com- raci6n estadistica". Es evidente que tambien con 10s datos estadfs- :os hacemos comparaciones, o podemos hacerlas. Pero una cosa son ; reglas de control estadistico, y otra las reglas de control compara-

do. Tambien podemos decirlo de este modo, cuando hablamos de mttodo comparado, se entiende que estamos ante problemas que no se pueden resolver por la via estadistica.

El metodo hist6rico viene ~ l t i m o en mi lista, porque es el mis de- bil. Tan d6bil a 10s fines del control, que muchos soci6logos y poli- ticos ni siquiera lo toman en cuenta. Pero si hacen eso se equivocan,

radecidos. Despues de todo, la historia es un inmenso de- mxperiencias, experiencias (no experimentos) de las que

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,,. ,.,,,, Lijphart, "I1 metodo della comparazione", en: Rinista Itulinna di tza Politics, 1, 1971. El autor desarrolla solamente 10s tres primeros numerales. Para el primer punto, remito a las obsewaciones de Lijphart, loc. cit. El segundo o -la dudosa validez- serl profundizado infra en 10s parlgrafos IX.4. y IX.6.

LDX

extraemos o podemos extraer confirmaciones o de?mentidos. For lo tanto, "negar la historia" por principio resulta absurd0 y es ciafiarse a si mismo. El problema no consiste en si la historia es una fuente preciosa de datos que se pueden alcanzar; no hay duda de que 10 e Las perplejidades surgen sobre el cdmo; c6mo utilizar el materi; hist6rico para nuestros fines, que son -recordemoslo- fines de contro

Queda claro que una cosa es el mttodo historiogrrifico del que z vale el historiador para conocer la historia, es decir, para hater hi toriografia; y otra muy distinta es el control histdrico que interc sa a1 polit6logo para hacer ciencia politica (y a1 soci6logr~ para hacer sociologia). El polit6logo no es un historiador, y no hace his- toriografia. Le interesa Gnicamente el control hist6ric0, valc decir .-- "tratamiento de la historia" apropiado para col~~probar las leyes

Ira generar hip6tesis general.izadoras. Yor esto resnlta *. ciosa poltmica entre historiadores p polit6logos. A lc sumo, er his-

.,,,,dor pod& dudar de que el ij.?litblogo llegue I;- obtener h i t o en su empresa, y en esto podemos estar de acuerdo. Pero si dp.r.imc que el control hist6rico es el metodo de control mik dCbil, eJ qu ofrece menos garantias, importa comprender bien por quC.

Tomemos el caso de Gaetano Mcsca, que represent?. bastante fiel- mente la fase precientifica de la ciencia politica. Si lo que se le re- procha a Mosca es utilizar como elemento de prueba la historia, la verdad es que. se trata de un reproche infundado. La historia puede "enseiiar", como decia Mosca.' Y tambien puede probar. Lo malo era que el control hist6rico de Mosca carecia de metodo; consistia en una secuela de ejemplos a1 azar, tornados un poco a . la buena de Dios. Con este no d t o d o se puede ~ r o b a r lo que se cuiera; porque nada le impide a un autor ocultar tides 10s casos his1:<5ricos quc no se adecuan a las leyes que le interesa probar. Esto no se refi, v e a Mosca, quien us6 con inteligencia y capacidad 10s elementos de pue- ba que existian entonces y en 10s que entonces se creia. Pero asf como seria antihist6rico juzgar a Mosca so11 Ios criterios dc 7lrtcstro tiem po, seria igualmente antihistdrico ju~gar a nuestro tiernpo con l o cri terios de Mosca. Por lo tanto importa afirmar que hoy el mctodc hist6rico de Mosca (y de Pareto) no puede aceptarse : : o ~ o un "con trol hist6ricoW capaz de satisfacer 10s dnones de un control cientifico

' Cf. Cio che la storia potrebbe insegnare, que es el ensayo introductorio que d; tambiCn titulo a la recopilaci6n de 10s escritos menores de Mosca, editado par Guif fr6, Milbn 1958. Pero vkase Elementi di scienza politico, Laterza, Bari, 1939, vol. I cap. I, espec. p. 69.

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cue: con bio, ..VD,

3FUNDI7 S

2uPles son, entonces, las dificultades? Conviene verlas a la luz tle liferencia entre el metodo hist6rico y el metodo comparado. El :rol comparado suele hacerse a lo largo de una divisibn horizon-

I, es decir, en tdrminos sincr6nicos. En politica comparada, con- lntamos casi siempre unidades geopoliticas, o procesos e institucio- S, en un tiempo igzial, o mejor, que se considera igual. A1 proceder

de este modo, dejamos de lado la variable "tiempo". Esta simplifi- cacibn no queda impune, sobre todo cuando 10s estudiosos dcspre- venidos no advierten que una cosa es el sincronislno "cronol6pico"

calendario) y otra muy diferente el sincronisrno "hist6rico" ( ' ~pos histbricos equivalentes). Es asi qile la comparacibn sinc: r simplifica por dem4s 10s problemas, porque autoriza un r

excesivo de la expresibn ceteris paribus. Si 10s tiempos son realnler~~l; iguales (es decir, si son tiempos 1iistGricos bast;lnte equivalentes), en- tonces es licito presumir que toda una serie de condiciones que se * en ellos son tambidn similares. De modo que podemos dejarl-Q

lado. 'or el contrario, el control hist6rico es tal, precisamente porq stiona una divisi6n vertical, es decir, cliacrtinica. Si el mCto lparado se despliega horizontalmente, el llisttirico asume en ca

tipicamente, una dimensidn longitrldinnl. De nqui parece d ,,,,nderse que no podemos ya postular la "paridad de las condic lies"; por el contrario, las mas de las veces debemos presumir ceteris non paribzts. Ello introduce una complicaci6n, y una comF caci6n de entidad, en lumar 3 de una ventajosa sitnplificacibn.

Se objetar4 que esta prlmera diferellcia no demuestra todavia q el control hist6rico sea xn4s ddbil que el comparado; s61o demues que el primer0 es m;is arduo que el seg~llido. 1' eso es verdad. Pc. _ no lo es menos que, en la medida en que aq~iellas ,s dificulta- des no se superan, el control hist6rico sigue sienc ontrol mlis imperfecto, o menos satisfactorio, que todos 10s 1 Conclusi6n

lforzada por una segunda diferencia. La segunda diferencia se refiere a la facilidad para encontrar 10s

~tos. En politica comparada lamentanlos con raz6n que 10s datos : nos hacen falta no existen o son ins~~ficientes e inadecuados. 910 es indudable. Pero como trabajamos "con el presente", nada ~ i d e obtener 10s datos de que carecemos. Es cierto que nos faltan ~rmaciones, per0 estamos a tiempo de buscarlas. La documenta- n histhrica, en cambio, es la que es. No es s61o cuesti6n de volver lurgar en 10s archivos con una visi6n nueva; es que cada Ppoca

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hace sus propios registros seg6n como se ve, con la sensibilidad y intereses cognoscitivos que posee. Por lo tanto, a este efecto el I

trol hist6rico choca contra un obsticulo que resulta insuperable que por cierto limita en F a n medida su aplicabilidad. Esta ve: trata realmente de un limite in re.

Quiero referirme de paso a un problema posterior, o mejor a ,., elemento de perplejidad que transfiero --esperando respuesta- a

I 10s historiadores. Asistimos a un vertiginoso ailmento de la acelera- ci6n tiistbrica, que provoca la crisis de 10s posttllados de continuidad en 10s cuales se ha apoyado hasta ahora -mbs o menos a sabiendas- la historiografia de todos 10s tiempos. A1 historiador se le plantea cada vez mis un problema inCdito de filosofia de la historia. Historia facit saltus. A1 menos, la soldadura entre las generaciones tiende a de- bilitarse, y aumenta la separacitin entre ellas; lo cual supone sospechar que la historia procede ahora "por separaciones" (lo que no equivale

decir dialdctica o adversativamente). 2Cudnto gravita, entonces el ;ado sobre el presente? ?Cud1 es el elemento de continuidad en continuidad? 2Existe un "hombre perenne" capaz de escapar a1 I

t ,--te de cualquier velocidad de cambio? No pretend0 respondel n estas preguntas. Dejo indicadas estas interrogantes solamente para ha-

I cer notar qlle el metodo histhrico tendria mayores titulos para brin- ddrsele i~ltimamente a las ciencias sociales si 10s historiadores pusieran en condiciones sus propias credenciales. Hasta ahora 10s historiado- res tuvieron raz6n a1 acusar a 10s soci6logos, y en parte a 10s poli- tblogos, de ignorancia hist6rica. Pero si fingen no ver que la acelera- ci6n histbrica constituye una "variable perturbadora" con la que se debe contar, serdn 10s historiadores quienes se ver;ln enhentados a una crisis de credibilidad.

Vale la pena concluir con algunas anotaciones constructivas. La primera me viene de Lijphart cuando advierte que tambiCn el case sttidy, el estudio de un caso particular, puede concebirse y utilizar- se por quien compara como un instrumento de control de la hi tesis.

Tambidn el estudio del caso, dice, puede generar hipbtesis y ser para comprobarlas.~uisiera agregar que este argument0 es perfel tanlente aplicable a 10s casos histbricos (y no s610 a casos que esti todavia por estudiarse). A partir de un esquema tehrico, y de las 11

' Lijphart, I1 metoda dell^ ccmparazionc, loc. cit. El punto es desarrollado at por H. Eckstein, "Case Study and Theory in Political Science", en: N. Polsby, Greenstein (eds.), Handbook o f Political Science, Addison-Wesley, 1975, vol, 7.

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LA POLfTICA COMPAR

Ot1 ria q~ breca~ ,. to101 Se 2

otra - -1f.

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periencii * ~

yes o generaIizaciones que de 61 se derivan, podemos perfectamente encontrar una documentaci6n hist6rica suficiente para iluminar "ca- sos pasados", oportunamente aislados y reconstruidos. -

.o sector de utilizaci6n del mttodo hist6rico se refiere a la t e e ie podrfa llamarse, para entendernos, de las secuencias y las so- -gas. El desarrollo politico ha sido analizado por muchos poli-

gos como una secuencia de "crisis", de grandes nudos a desatar. lfirma que si estas crisis estdn lo bastante distanciadas unas de s, y si siguen un determinado "orden de secuencia", el sistema

po~~t ico las puede digerir, las puede resolver. En cambio, si estas cri- sis se acumulan y estallan de acuerdo con un orden dz secuencia in. debido, entonces tenemos una "sobrecarga" y todo el sistema polfticc entra en crisis. Es evidente que Cste es un discurso 'ongitudinal. k asimif tvidente que la teoria en cuestidn ha sido deducida de la ex] a hist6rica y que necesita el apoyo de pruebas histhri- cas. El esquema de las crisis --crisis de secularizaci611, de legitimidad. de sufragio, de industrializacihn, de penetracihn, de urbanizaci6n, de distribuci6n y similares- esta mds o menos del inead~.~ La dificul- tad a 10s fines del control hist6rico es de "periodizaci6n". Si la defi- nici6n de cada una de estas crisis no se puede transformar en una adecuada delimitacihn histhrica, es decir, en una periodizaci6n sa- tisfactoria, la tesis queda suspendida en el aire. Por ejemplo, lchrno se periodiza -para establecer una equivalencia entre 10s paises- la denominada crisis de industrializaci6n? He ahi una de las tantas interrogantes que se le plantean a la teoria del desarrollo politico, y que requieren el control histhrico para ser enfrentadas y resueltas.

No hace Ealta extenderse en mds ejemplos de c6mo el polit6logo y el soci6logo tratan la historia para sus fines. Recuerdo solamente

nombres de Eisenstadt, de Lipset y de Rokkan, asi como el del mo A l m ~ n d . ~ No hay duda; no debemos ni podemos renunciar

Pa temas Domen 1970,l of Poli de con Press,

En

- ra una aplicaci6n de la doctrina de las crisis y de las sobrecargas a nuestros sis- democrlticos, especialmente para las crisis de legitimidad y de sufragio, cf. lice FisicheUa, Sviluppo democratico e sktemi elettorali, Sansoni, Florencia, ~ p . 14-44. En carnbio, con referencia a1 Tercer Mundo, v6use Lucian Pye, Aspects iticul Devefopment, Little Brown, Boston, 1966, pp. 62-67. Para un panoram; ,junto, cf. Crisis and Sequences in Political Development, Princeton Universi~ Princeton, 1971. ~tre 10s muchos escritos de Samuel N. Eisenstadt, recuerdo dos concisos ensayos

"Initial Institutional Patterns of Political Modcrnization" en: Civilizations, IV, 1962; 1, 1963; "Institutionalization and Change" en: American Sociological Review, XXIX, 1964. Seymour Lipset y Stein Kokkan deben mencionarse aqui por su Introduciidn a

a1 control hist6ric0, aunque se trate de ur. control dificil e insel ro. Por las razones ya seiialadas; un control que se integra con mCtodos de control mAs fuertes, per0 que por cierto no 10s sustituy

A la pregunta "ipor quC comparar?", he contestado que la compa ci6n es el menos satisfactorio de 10s mCtodos de control accesibl accesibles, entenddmonos, para Ia ciencia politics, y sobre todo para el polit6logo impregnado de problemas de macroanilisis. Queda una sepnda pregunta preliminar, (quC es comparable? Solemos decir que rl~terminada comparacibn es errdnea, y que lo es porque no se puede

er. No tiene sentido comparar rocas con peras, y quizds ni siquie- lombres con caballos. A simple vista, esto es verdad; per0 ~cuiles

WII 10s criterios que nos llevan a declarar que dos o m& cosas son cornparables o no comparables? {Cuindo dos o mis elementos pr den ser confrontados, y cuAndo no?

Muchos autores declaran que comparar equivale a "asimilar", --- cl sentido de que la comparaci6n se basa en operaciones de asimila- cibn, en hacer similar lo disimil. Pero esta tesis termina autorizando cualquier arbitrariedad; con un poco de virtuosismo verbal, es posi- ble aproximarlo todo, o casi todo. No obstante, suele rectificarse aminorarse 10s alcances de esta tesis, observando que no se trata "inventar" semejanzas (ficticias), sino de "descubrir" semejantes (rn re). Pero esta barrera es frdgil; la diferencia, demasiado sutil. Por mi parte, no acepto la premisa de que comparar equivale a asimilar. Este planteamiento me parece cuando menos extraviado, y debe rectifi- cirselo.

En primer lugar, no estd inscripto en ningGn I gado que quien compara debe buscar semejanzas en vez de di s. AdemQs, las dos operaciones, en todo caso, son compIementarlas. Para enco

Party Systems and Voter Alignments, Free Press, Nueva York, 1967, toda en clr de secuencias longitudinales. El Gltirno Almond es el que busca "integrar" sincdtit mente varios enfoques, incluido el hist6rico. Vtase de este autor "Determinacy-Choi Stability-Change-Some Thoughts on a Contemporary Polemics in Political Theoy en: Government and Opposition, V . 1969-1970, pp. 22-40; y Crisis Choice and Chon, op. cit. ' En general, cf. Sylvia L. Thrupp, "Diacronic Methods in Comparative Politic

en: R. T. Holt y J. E. Turner (eds.), T h e Methodology o f Comparative Researc Free Press, Nueva York, 1970.

ce, v",

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trar una semejanza es preciso aislarla de todo lo que no es similar. Vale decir, el símil debe ser "extraído" de lo disímil. Si las diferen­cias no quedan bien individualizadas, las semejanzas pueden resultar fraudulentas o confundirse.

Una tesis más técnica o sofisticada es la siguiente: que declaramos semejantes las características que queremos mantener constantes (o sea, tratar como parámetros), mientras que lo desemejante está dado por las características que queremos tratar como variables, esto es, que hacemos variar. Pero ésta es una subtesis, que vale únicamente para algunos aspectos de una fase avanzada de manipulación de los datos. Quien se conforma con una respuesta de este tipo, es que no ve el problema en sus raíces, o trata de eludirlo.

Repetimos la pregunta, ¿cuáles son los criterios que permiten de­clarar que dos o más cosas (o atributos) se pueden comparar; o dicho de otro modo, que se las puede tratar conjuntamente? Insisto en hablar de "criterios" porque la política comparada puede crecer aditiva o acumulativamente, sólo con la condición de estabilizar de alguna manera el tratamiento de la similitud y de la disimilitud. Precisamente, los criterios son reglas impersonales, y como tales un elemento objetivo, estabilizador. Y- si buscamos criterios, éstos son a ojos vistas solamente los proporcionados por la lógica clasificatoria, por el análisis per genus et differentiam.

Reflexionemos sobre esto. Cuando afirmamos que ciertas cosas · o características se pueden comparar, lo que damos por sobrentendido es que pertenecen al mismo género, especie o subespecie; en suma, que pertenecen a una misma "clase". Viceversa, cuando sostenemos que dos o más cosas no son comparables, lo que damas por sabido es precisamente que son "heterogéneas", es decir, que no pertenecen al mismo género. La posibilidad de comparación se basa entonces en la homogeneitjad. Por el contrario, la imposibilidad de comparación está dada por la heterogeneidad. Por supuesto que homogeneidad y heterogeneidad no son in natura; son clases fabricadas por la lógica clasificatoria, o si se quiere por nuestros criterios de clasificación. No obstante, el fundamento taxonómico de la comparabilidad impone un freno formidable a la arbitrariedad subjetiva. Quien se aventura en comparaciones audaces desemboca en la perentoria objeción del alie­num genere. Y para superar esta objeción, la magnitud de la prueba no puede ser pequeña. Quien somete a confrontación lo que no es comparable (o que se pt·esenta como tal a la luz de las clasificacio­nes al uso) tiene el deber de construir una nueva clasificación de la

LA POLlTICA COMPARADA 269

que surja la homogeneidad de lo que de otro modo resultaba hete­rogéneo.

Dejemos bien puntualizado este aspecto. "Comparable" equivale a decir cosa que pertenece al mismo género, especie, subespecie, y así sucesivamente. Por lo tanto, el elemento de similaridad que legitima la comparación es la identidad de clase. Correlativamente, las dísimi­laridades se presentan primariamente como lo que diferencia a la especie de su género, a la subespecie de su especie, y en general a cualquier subclase de la clase a que pertenece. Es cierto que también registramos otras diferencias; pero como veremos, estas diferencias ulteriores son secundarias, en el sentido de que se limitan a regis­trar las variaciones internas de una misma clase.

Hasta aquí pisamos terreno seguro. Quiero decir que en la medida en que nos atenemos a la lógica clasificatoria, al tratamiento "por género próximo y diferencia específica", sabemos establecer qué es comparable y qué no lo es. Se objetará que la taxonomía y la lógica clasificatoria están pasando de moda. Pero si ello es así, se requiere sustituir lo que se repudia. De otro modo --esto es, si no se presenta una alternativa adecuada-, nuestras comparaciones corren el riesgo de oscilar peligrosamente entre dos extremos: un exceso de asimila­ción -que haría inútil el control- y un exceso de diferenciación, que haría innecesaria la comparación. Vamos a verlo de inmediato.

IX.3. LA COMPARACIÓN GLOBAL

El interés por la política comparada nace cuando extendemos nuestra mirada extra moenia. Digo el interés porque "extender el conoci­miento" no es todavía comparar. El hecho de que alguien estudie "más de un solo país" no quiere decir que por ello sea un compara­dor. Lo era indudablemente Carl Friedrich cuando publicó, en 1937, la primera versión de su clásico estudio Constitutional Government and Democracy.0 La era también, y en el mismo año, Herman Finer, cuyo tratado Theory and Practice · of Modern Government sigue sien­do un clásico de la escuela institucional.10 Pero en cambio no lo

• El título original de 1937 era Constitutional Government and Politics. El libro, casi enteramente reescrito en 1941, fue vuelto a publicar recientemente en una 4a. edi­ción actualizada (Biaisdell, Waltham, 1968).

•• Cf. especialmente la edición condensada en un volumen de 1950 y vuelta a

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270 PROFUNDIZACIONES

eran, y no lo son, esos autores que se limitan a estudiar yuxtaponien­do, uno junto a otro, a dos o más países. Obviamente, nada impide que un grupo de países sea analizado por separado. Pero en tal caso se requiere por lo menos un esquema conceptual unitario, un análi­sis efectuado con el mismo patrón para cada país.11

No hace falta recapitular los varios desarrollos y el rápi<:\o creci­miento de los conocimientos co:r~parados que ha caracterizado en es­pecial al último veintenio.12 A mí me interesa únicamente, en este campo, el más audaz e innovador de estos desarrollos: la téntativa de construir, mediante el instrumento comparado, una "teoría pro­babilística de la política".18 Esta tentativa, encabezada especialmente por Almond y la escuela del desarrollo político,14 se. presenta como una renovatio ab imis. En cuanto tal, merece ser identificada con el sello de "nueva" política comparada. Quede claro que lo nuevo no es necesariamente mejor que lo que lo precede, y por lo tanto ese sello de novedad no tiene -al menos para mí- ninguna connotación apreciativa. Distinguir entre lo nuevo y lo menos nuevo (o tradicio-

publicar en 1954 por Methuen, Londres. La obra fue retomada en The Major Govern­ments of Modern Europe, Methuen, Londres, 1961.

11 Un ejemplo particularmente logrado de este planteamiento se encuentra en los dos volúmenes a cargo de Roy C. Macridis y Robert E. Ward, Modern Political Sys­tems: Europe, y Modern Political System : Asia, Prentice-Hall, Englewood Cliffs, 1963 (nueva ed. 1978). Aun cuando los diferentes paises fueron tratados por otros tantos

autores, la obra es unitaria. ,. Para el rápido crecimiento del conocimiento comparado (en general), basta esta

indicaci6n cuantitativa: la bibliografia comentada de Robert M. Marsh, Comparative Sociology, Harcourt, Brace, Nueva ·York, 1967, recoge otros 1100 titulos para el pe­riodo 1950-1963. Para la recapitulaci6n de los desarrollos qul! son propiamente de política comparada, cfr. la Introducción de Harry Eckstein a la antología (a cargo de él y de David Apter), Comparative Politics, A Reader, Free Press, Nueva York, 1963. Y, por último, Jean Blondel, An Introduction to Comparative Government, Praeger, Nueva York, 1969; y Samuel E. Finer, Comparative Government, Allen Lane Penguin

Press, Londres, 1970. "' Asi Gabriel Almond, en la introducción a The Polítics of the Developing Areas,

Princeton University Press, 1960, p. 4. u Para la escuela del desarrollo politico se debe señalar la serie de volúmenes sobre

"Political Development" promovida por la Social Science Research Council, y publi­cada --entre 1963 y 1966- por la Princeto~ University Press. Al respecto, y para la bibliografia, véase Fred W. Riggs, The Theory of Political Development, en James C. Charlesworth (ed.), Contemporary Political Analysis, Free Press, Nueva York, 1967, espec. pp. 317-337; Gianfranco Pasquino, Modernizzazíone e svíluppo político, I1 M u­lino, Bolonia, 1970; y S. P, Huntington, J. Dominguez, "Political Development", en

Handbook of Political Scíences, cit., vol. 3 . . '

LA POLtTICA COMPARADA 271

nal) suele ser sólo un modo expeditivo de orientarse. Pero en el caso que estamos tratando, se intentan caminos nuevos porque efectiva­mente acontecen, y se registran, grandes novedades, Mencionaré sólo dos: 1) el ensanchamiento o expansión de la política; 2) la globali­dad o globalización de la política.

La expansión de la política. La política se va volviendo "más gran­de" en dos sentidos, objetivo y subjetivo. Desde el punto de vista objetivo, asistimos a un crecimiento de la politización, correlativo a la creciente penetración y difusión de los credos políticos, de las ideo­logías. Por un lado aumenta la esfera de la intervención del Estado; por el otro, aumenta la movilización o participación de las masas. Vivimos, pues, en un mundo cada vez más empapado e imbuido de politicidad. Además decimos que la política se agranda también en nn sentido subjetivo, es decir, porque la vemos de una manera am­pliada. La política no coincide ya con la doctrina del Estado. Hoy incluimos también en la noción de política una "periferia" que antes era considerada extrapolítica. Hasta hemos llegado al exceso de es.tu­diar todo lo que manifiesta una "potencialidad política".15 Lo que ya es demasiado, probablemente.

La política se vuelve literalmente global. No se trata sólo de que el eurocentrismo haya caducado; se trata de que el área occidental ya no es el epicentro de un mundo que se ha vuelto policéntrico. Obvia­mente, la política comparada es la disciplina más empeñada en esta apertura global. De los estudios intraárea, internos a un área (las más de las veces al área occidental) se pasa o se trata de pasat a estudios cross-m·ea, interárea. Es un paso muy largo que se quiere dar, y plagado de dificultades; pero hay que intentarlo, hasta por la razón metodológica. Cuando más advertimos que la comparación es un ins­trumento de control, y cuanto más "comparamos para controlar" y lo hacemos · deliberadamente, tanto menos podemos excluir casos. No se trata sólo de que cuantos más casos haya, mejor; es también, y so­bre todo, que un control con lagunas no es un buen control.

El salto a la globalidad es realmente un salto de mucha monta. Su­poniendo que las unidades consideradas sean los Estados, en 194 6 existían alrededor de ochenta de ellos. Los hemos más que duplicado, al punto de que somos hoy unos 150 Estados independientes, o cuan-

15 Así, Macridis, "Comparative Politics and the Study of Government", en : Com· paratíve Politics, 1, 1968, p. 81. Las reservas de Macridis sobre la "gradual desapari­ción de la política" y sobre lo que llama fallacy of inputism (espcc. pp. 84-87) son también mis reservas.

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272 PROFUNDIZACIONES

do menos reconocidos como tales desde el punto de vista jurídico. Pero este número, aisladamente, resúlta inexpresivo; 16 para que al­cance su máxima expresividad, debemos atender a la extraordinaria variedad y frecuentemente a la fluidez no menos extraordinaria de esta proliferación de entidades políticas. Lo concomitante a la globa­lidad es en efecto una extraordinaria amplificación del "espectro de los sistemas políticos" .17 En este espectro encontramos también -en la horizontalidad sincrónica- una longitu'dinalidad diacrónica, es decir, sistemas políticos que pertenecen a estadios diferentes de cos­solidación y estructuración; sistemas embrionarios e indiferenciados, a la vez que sistemas extraordinariamente sedimentados y complica­dos (al menos para el observador de Occidente).

Era inevitable, e. incluso necesario, que estas novedades retroali­mentaran a la ciencia política en general y a la política comparada en particular. El problema de revisar el propio aparato conceptual es hoy un problema general de toda la ciencia política. Pero la exi­gencia de "reconceptualizar" -no sólo de volver a examinar sino también de inventar ex novo las propias categorías- se presenta de manera especial en el ámbito de la política comparada. Es sobre todo la política comparada la que ha perdido sus viejas fronteras y la que debe buscar, por lo tanto, su "nueva frontera". Basta esta conside­ración: que no es posible una política comparada global sin cate­gorías y conceptos capaces de viajar; de viajar más . allá del área occidental. Y es muy evidente que nuestro vocabulario político, en . muy alta medida, es un vocabulario que refleja las experiencias del mun­do occidental y está hecho para interpretar ese mundo que ha fa­bricado.

Este esfuerzo de reconceptualización suele entenderse mal. La nue­va ciencia política ha sido acusada de usar neologismos para volver a decir cosas ya dichas, y de refugiarse en la innecesaria oscuridad de una jerga esotérica. Indiscutiblemente ha habido abusós; en el mundo pululan intelectuales que, por no ser originales en su pensa­miento, procuran serlo de otras maneras. Y esa onda de novedad a ul­tranza, ese querer ser nuevo a toda costa, no excluye a nadie, ni si­quiera a la ciencia política.

•• Tampoco es pequeño el problema de estandarizar el cómputo. Cfr. B. M. Russett, J. D. Singer, M. Small, "National Political Units in the Twentieth Century: A Stan­ciardized List", en: American Political Science Reuiew, LII, 1968, pp. 932-951.

17 Así Ralph Braibanti, "Comparative Political Analytics Reconsidered", en: Jour-71al of Politícs, XXX, 19GB, pp. 36-37.

LA POLITICA COMPARADA 273

Pero esos abusos no impiden que la exigencia de reconceptualiza­ción sea legítima. En primer lugar, no se puede negar que el voca­bulario de la política resulta en alta medida insuficiente, y que el progreso de todo conocimiento científico como probablemente a la exi­gencia de un vocabulario más preciso y mejor articulado. En segun­do lugar, no es cuestión de que se deban inventar nombres única­mente para las cosas innominadas. Quien sostiene esta tesis no está actualizado en semántica. Toda palabra sugiere también un modo de percibir, un modo de interpretar.18 Por lo tanto, dos o más pala­bras que tengan la misma denotación (que ayudan a la misma cosa), pueden no tener por ello la misma connotación. No es lícito declarar superfluo un neologismo porque, según se dice, existe ya una pala­bra para mencionar la misma cosa. No. Con frecuencia, dos palabras que tienen el mismo referente no aluden necesariamente a lo mismo, es decir, no son homólogas. Por ejemplo, decir "tarea" no es lo mismo que decir "oficio" (por más que la palabra "tarea" pueda designar también un oficio); así como decir "estructura" no equivale a decir "institución" (aun cuando la palabra estructura puede designar a una institucic)n). ¡Y cuántas veces acertamos con la res¡juesta justa porque acertamos con la palabra justa! Nomina numina. Por lo tan­to, la innovación terminológica está condenada a la superfluidad cuando no innova en la directio interpretation.is.

En síntesis, la nueva política comparada es tal porque afronta nue­vos problemas, problemas que parecen requerir una renovatio ab imis de nuestro aparato conceptual.111 A la nueva política comparada se le plantea en particular el problema de adquirir conceptos "ca­paces de viajar" a través de categorías transcontinentales, por decir así. tste es el problema de fondo. Y es el problema que me propon­go profundizar en este ensayo.

" Es el punto desarrollado ampliamente supra, Primera Parte, espec. 11.1. a Pero hay que distinguir entre los que innovan en el vocabulario en función de

nuevos enfoques sistemáticos -por ejemlo, David Easton y Karl Deutsch- y los que tratan de reconstruir deliberadamente la terminología. A este efecto, el autor más lúcido es Fred W. Riggs, del cual señalo: "The Comparison of Whole Politics Systems", en el vol. cit. The Methodology of Comparatiue Research; "Bureaucratic Politics in Comparative Perspectiva, en: ]ournal of Comparatiue Administration, I, 1969, pp. 5-38; y ''Systems Theory: Structural Analysis", en el vol. col. a cargo de M. Haas y H. Kariel, Approaches to the Study of Política/ Science, Chandler, Scranton, Penn., 1970.

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IX.4. ETNOCENTRISMO y UNIVERSALIDAD

Debemos apresurarnos a advet·tir que cuando reconocemos la exigen­cia de adquirir "categorías viajeras", no me adhiero a esa variedad de la caza de brujas que acusa a nuestros conceptos de ser culture­bound, de estar viciados de etnocentrismo occidental, y que extrae de ello una especie de doctrina del repudio, es decir, el programa de sustituir los conceptos etnocéntricos por conceptos "culturalmente in­condicionados". Por esta vía, corremos el riesgo de vemos transla­dados a una etérea tierra de nadie. Y a mí no me parece que del con­cepto de un condicionamiento cultural se derive la necesidad de hacer una masacre y volver a partir de una tabula rasa. Del hecho de que un concepto sea etnocéntrico, se desprende únicamente que su apli­cabilidad debe circunscribirse al ethnos de que se trata. En cambio, nos hemos ido al África (valga como ejemplo), y hemos descubierto que Africa no puede interpretarse con categorías occidentales (lo que es una gran verdad); pero después regresamos a Occidente y descubri­mos (esta vez erróneamente) que ni siquiera nosotros mismos debe­mos interpretarnos con nuestras categorías, con las categorías que crearon y que reflejan nuestro modo de ser.20 Y esto es realmente absurdo. Si de la concepción de los condicionamientos culturales de­bemos extraer el respeto a los etnocentrismos ajenos, y por consi­guiente el deber de tomarlos en cuenta sin desnaturalizados, ¿cómo vamos a cancelar el etnocentrismo que ·nos atañe directamente; lo que equivale a decir que desnaturalizaremos así la interpretación de nosotros mismos?

Queda en pie, entonces, la exigencia de una política comparada global; pero tenemos que ver ahora cómo se encarará la empresa y se llevará a término. Me apresuro a decir que si la exigencia es válida, el modo de viajar no convence. Salvo elogiables excepciones, la qla­yoría tiende a seguir la línea de menor resistencia, el camino que llamo del estiramiento de los conceptos. El hallazgo es viejo como el mundo; se amplía el radio de un concepto esfumando su definición. Pero es un hallazgo que enseguida deja ver su falla; lo que se gana en amplitud comprensiva se pierde en precisión. En el afán de abar­car más terreno, terminamos por decir poco, y por decir poco de un modo cada vez menos preciso. Llegamos así a conceptos cada vez .más

• Esta linea critica es desarrollada por G. Sartori, Parties and Party Systems: A Framework for Analysis, Cambridge University Press, Nueva York, 1976, cap. 8.

LA POLlTICA COMPARADA .275

vaporosos, diluidos, amorfos, indefinidos. Y . ésta no es ninguna so­lución

Formulemos el problema. No se niega que una política comparada global deba llegar a categorías o conceptos "universales", válidos para todo lugar y tiempo. Pero éstos tendrán que ser universales em­píricos, es decir, que no se sustraigan a la comprobación empírica. El universal filosófico --el concepto puro que Croce definía como "ultrarrepresentativo"- no nos sirve; y no· nos sirve precisamente porque su pureza es supraempírica. Pero por su parte, el problema del universal empírico se aparece erizado de dificultades. Por eso mismo asombra que no se lo haya encarado frontalmente. ¿Por qué? La pre­gunta puede generalizarse en esta forma: ¿cómo es posible que se le preste una atención tan inadecuada al cómo de la comparación, es de­cir a la metodologia de la comparación?

Señalo rápidamente dos atenuantes, para luego detenerme en la razón de fondo. La primera atenuante es que hasta ahora no se ha entendido que el politólogo necesite un adiestramiento lógico y me­todológico. Su preparación se limita por lo común a las técnicas de investigación y de manipulación estadística. Y el politólogo -al igual que el sociólogo- no advierte esta laguna por dos razones. La pri­mera es el abuso de la llamada "metodología de las ciencias sociales". Abuso porque en los tratados que así se intitulan, suele faltar lo pro­pio del método lógico, esto es, falta el pensar sobre el pensar.21 Digá­moslo de este modo: si la metodología consiste en dominar la · estruc­tura y el procedimiento lógico del conocer científico, ese dominio le falta tanto al politólogo como al sociólogo. Y los interesados tienen dificultad en darse cuenta de ello -decíamos- también por una segunda razón, porque hasta ahora no se vieron obligados a moverse en un terreno virgen con el solo apoyo de sus propias piernas. En este aspecto, los cultores de las ciencias sociales "han vivido de ren­ta", es decir, han aceptado implícitamente que sus problemas meto­dológicos fueran resueltos --o no resueltos- por otros. Fue recién el desafío de la comparación global lo que los obligó a salir a la des­cubierta, lo quisieran o no. Pero no se abandona de golpe un refugio secular. Y por ello no debe sorprender que las primeras salidas hayan sido ingenuas e incautas desde el punto de vista metodológico.

21 Como observan A. Przeworski y H. Teune: "muchos libros [ ... ] están tan absor- . bidos en la presentaCión de procedimientos y técnicas específicas que no discuten ni siquiera sus justificaciones e implicaciones" (The Logic of Comparative Social Inquiry, Wiley, Nueva York, 1970, p. X).

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Una segunda atenuante, en cambio, se refiere al problema de la Wertf'reiheit, de la weberiana "libertad con respecto al valor". Sin entrar en esta controversia (tampoco resuelta, o mal resuelta) es in­cuestionable que la connotación valorativa de un concepto constituye a menudo su elemento calificador. Por lo tanto, la tentativa de neu­tralizar nuestros conceptos suele aproximarse, tout court, a un vacia­miento de su significado; lo que se gana en no valoratividad, se pier­de en pérdida de connotación. También aquí tenemos, pues, un "caer en lo genérico", una vaporización de los conceptos. Y antes de cubrir de reproches a los comparadores, la -equidad exige recordar que ellos encontraron la vía expedita. Si los comparadores pecan de generali­dad excesiva para poder "viajar", su pecado tiene desde hace tiempo el autorizado aval de una Wertfreiheit probablemente mal entendi­da y con seguridad mal aplicada.

Si éstos son los atenuantes, ¿cuál es la razón de fondo? Mi pregun­ta era cómo la política comparada pudo caer ingenuamente en la trampa del "estiramiento del concepto", en vez de afrontar de plano el problema metodológico del cómo; cómo comparar a escala global. La justificación de este descuido puede resumirse así: que no se trata ya de perfeccionar el "discurso cualitativo"; se trata de sustituirlo por un "discurso cuantitativo". No debemos preguntarnos, ¿qué es? De-bemos preguntarnos ¡cuánto? En sustancia, la solución de los proble­mas deberá recurrir a la cuantificación, y en último análisis a la ma­tematización de las ciencias sociales.

Se trata en el fondo, más que de una respuesta, de una propuesta; la propuesta de cambiar de terreno, y por lo tanto de jugar un juego nuevo con nuevas reglas. Como quiera que sea, lo cierto es que la "receta cuantitativa" ha adquirido credibilidad. Tenemos que enten­dernos muy bien sobre este punto.22

IX.5. CUANTIFICACIÓN Y FORMACIÓN DE LOS CONCEPTOS

La propuesta cuantificadora y matematizadora se apoya, grosso modo, en los siguientes argumentos. En la medida en que nuestros concep­tos indican diferencias de género (cualitativas), y en que usamos una lógica dicotómica de identidad-diferencia, o de inclusión-exclusión,

.. Los parágrafos que siguen son en buena medida una reelaboración de mi artícu­lo "Concept Misformation in Comparative Politics'', en: American Political S cien ce Review, LXIV, 1970, pp. 1033~1053.

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1

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LA POLITICA COMPARADA 277

desembocamos en dificultades insuperables. Pero si nuestros concep­tos indican diferencias de grado (cuantitativas), y si usamos una ló­gica del-más-o-del-menos, entonces nuestras dificultades pueden re­solverse por la medición, y el verdadero problema se convierte entonces en cómo medir. Mientras esperamos las medidas, los "conceptos de género" (y las clasificaciones) deben ser dejadas de lado o cuando menos miradas con sospecha, desde que representan "una vieja lógi­ca de propiedades y atributos que no se adecuan al estudio de las cantidades y de las relaciones" .23 La propuesta, indudablemente, es seductora; y no menos, indudablemente, ayuda a comprender cómo los problemas metodológicos planteados en primer término -y otros que iré exponiendo- pudieron eludirse tan fácilmente, o cuando menos descuidarse. Pero no es una propuesta que convenza.

Para verlo más claro, en primer lugar hay que limpiar el te­rreno del abuso de un verbalismo cuantitativo que no pasa de ser tal. Se ha puesto de moda utilizar con cualquier pretexto las pala­bras "grado" y "medición". Pero como se ha observado acertadamen­te, las más de las veces empleamos estos vocablos "no solamente sin disponer de alguna forma de medición efectiva, sino incluso sin te­ner ninguna, y -peor aún- sin ningún conocimiento de lo que hay que hacer para que una medición se haga posible".2' Este abuso idio­mático se ha difundido hasta el punto de que lo recogen los propios textos técnicos, los textos ad hoc; <;omo cuando encontramos ,que las llamadas escalas nominales aparecen registradas como "escalas de me­dida". No, esto no; porque una escala nominal es solamente una cla­sificación -una clasificación cualitativa- y por lo tanto no es en absoluto una escala que mida algo. Se entiende que los términos de una clasificación puedan ser numerados; pero esto es sólo un expe­diente de codificación que no tiene nada que ver con una cuantifi­cación. A lo sumo, lo que se puede conceder es que la medición co­mienza en la práctica con las escalas ordinales, aun cuando en teoría (es decir, a los efectos de sus propiedades matemáticas) las primeras escalas que verdaderamente miden son las escalas a intervalos.211

"' Don Martindale, "Sociological Theory and the Ideal Type", en el vol. a cargo de L. Gross, Symposium on Sociologicnl Theor)•, Harper & Row, Nueva York, 1959. ~ste pasaje resume la posición de Carl Hempel.

"' Abraham Kaplan, The Conduct of lnquiry, Chandler, San Francisco, 1964, p. 213. s Para las consideraciones que autorizan esta disminución del umbral a las escalas

ordinales, véase Edward R. Tuftc, "Improving Data Analysis in Political Science", en: World Politics, XXI, 1969, espcc. p. 6-!5. Tambi6n se debe tener presente, a los fines

T

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De manera análoga, el uso incesante de la frase "es cuestión de gra­do", así como el muy frecuentado recurso a la imagen del continuum, no nos acercan ni un milímetro a la cuantificación; nos dejan exacta­mente donde estábamos, es decir, en un discurso cualitativo que sólo confía en estimaciones aproximativas. También hablamos todo el tiempo de "variables" que no son tales, o· que lo son impropiamen­te, desde el momento que no se refieren a atributos graduables y mucho menos a atributos posibles de medición. No habrá nada de malo mientras digamos variable por estar de moda, pero sabiendo que también podríamos decir "concepto". El mal comienza cuando

· no se capta esa diferencia entre el modo de decir y el significado téc­nico. Quede, pues, muy'claro: no basta con decir ·~variable" para que

la haya. Despejado el campo de ese verbalismo cuantitativo, pasemos .a la

cuantificación que realmente lo es. El límite entre el uso correcto y el abuso del término cuantificación es nítido, y nada difícil de preci­sar; la cuantificación comienza con los números, y cuando los núme­ros se usan por y con sus propiedades aritméticas. Pero la dificultad reside en orientarse más allá de este límite, vale decir, en seguir los múltiples desarrollos posibles de la cuantificación. Con este fin, con­viene distinguir -a despecho de sus nexos estrechísimos y sin parar­nos demasiado en sutilezas- entre tres áreas de aplicación, es decir entre una cuantificación entendida como: 1) medición; 2) tratamien­to estadístico, y 3) formalización matemática.

En la ciencia política, la mayoría de las cuantificaciones se refiere a la primera acepción, es decir a alguna forma de medición. Más pre­cisamente, la cuantificación de la ciencia política se resuelve las más de las veces en una de estas tres operaciones: a) la atribución de va­lores numéricos (medición pura y simple; b) el rank ordering, o sea la determinación de las posiciones en la escala (escalas ordinales), y e) la medición de distancias o intervalos (escalas a intervalo).

Es perfectamente cierto que a esta primera era de cuantificación se aplican y se incorporan poderosas técnicas de tratamiento estadís­tico; y no sólo con el fin de protegerse de errores de muestreo y de medición, sino con el fin de establecer correlaciones y sobre todo re­laciones significativas entre variables. El salto adelante consiste en el descubrimiento de ·"relaciones". Pero precisamente en este punto

de esta discusión, la existencia de escalas intermedias, y especialmente d,~ la escala métrica ordenada (intermedia entre las escalas ordinales y a intervalo).

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LA POLlTICA COMPARADA 279

es donde el instrumento estadístico encuentra sus grandes limitacio­nes de aplicación en la ciencia política. Para proceder estadísticamen­te no se requieren solamente grandes números; hacen falta sobre todo variables "relevantes", que midan las cosas que nos interesa medir, y variables que midan estas cosas de una manera"válida". Y estas dos últimas condiciones son difíciles de satisfacer. Si revisamos nuestros llamados descubrimientos estadísticos a la luz de su relevancia teó­rica, encontraremos una desoladora coincidencia entre la habilidad manipuladora y la irrelevancia. Coincidencia que no es nada casual.

En cuanto a la tercer área de aplicaciones y acepciones -la cuan­tificación que se convierte en una formalización matemática--} el estado de la cuestión, hasta ahora, es que entre la ciencia política y la matemática sólo tiene lugar una "conversación ocasional" .26 El diálogo más avanzado se desarrolla en el terreno de la teoría de los juegos, y por reflejo en el terreno de la teoría de las coaliciones y de las decisiones.27 El ejercicio tiene interés y resulta estimulante. Pero tanto las premisas como los resultados son altamente irreales. El hecho es que no logramos establecer una correspondencia isomórfica de las relaciones empíricas entre las cosas por un lado, y las relacio­nes formales entre números por el otro.

Quizá sea ésta una dificultad pro tempore; y tal es la tesis que sus­tenta y prevé la matematización de la ciencia política.28 Pero observe­mos lo que ocurre en la economía, la más cuantitativa de las ciencias sociales. En el caso del desarrollo matemático de la economía, la roa­tematización no ha precedido, sino que "siempre ha seguido los pro-

00 Oliver Benson, "The Mathematical Approach to Política! Science", en Contem­porary Political Analysis, cit., p. 132. El capítulo de Benson contiene una buena rese­ña de la literatura sobre el tema. Para un texto ad hoc, véase Hayward R. Alker, Ma­thematics and Politics, Macmillan, Nueva York, 1965.

wr Para una primera orientación y la bibliografía respectiva, véase en el vol. cit., Contemporary Political Analysis, los siguientes capítulos: Thomas C. Schelling, "What .is Game Theory?"; Martin Shubick, "The Uses of Game Theory''; Robinson y Majak, "The Theory of Decision-Making"; James · N. Rosenau, "The Premises and Promises of Decision-Making Analysis". Para la teoría de las coaliciones en particular, cfr. Wil­liam H. Riket, The Theory of Political Coalitions, Yale University Press, Nueva Haven, 1962; y S. Groennings, E. W. Kelley y M. Leiserson (ed.), The Study of Coalition Behavior, Holt, Rinehart and Winston, Nueva York, 1970.

• A este efecto se basa en la llamada "matemática del hombre", es decir, sobre In matemáticas no cuantitativas, o también discontinuas (no son lo mismo). Cfr. J. G. Kemeny, "Mathematics without Numbers", en: Daniel Lerner (ed.), Quantity and Quality, Free Press, Glcncoe, 1961; y J. C. Kemeny, J. L. Snell, G .L. Thompson, Introduction to Finite Mathematics, Prentice-Hall, Englewood Cliffs, 1957.

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280 PROFUNDIZACIONES

gresos cualitativos y conceptuales" .:!0 Se podrá alegar que las analo­gías son siempre riesgosas, y en particular que las matemáticas de hoy han superado a las de ayer, de tal modo que nada impide que la mate­matización que hace medio siglo iba a rastras de la evolución, hoy sea la fuerza arrastradora. Y también se puede admitir que la secuencia que caracterizó al desarrollo de la economía, no tiene por qué ser igual para las demás ciencias soóales.30 La cuestión consiste en deter­minar si esta secuencia -primero los conceptos, después la matema­tización- tuvo su ratio; razón de ser que a mí nie parece que reside en lo siguiente.

Lo que escapa a la matematización propuesta es el problema de la formación de los conceptos. Nosotros pensamos, o al menos estamos adiestrados para pensar, mediante un lenguaje cualitativo, un len­guaje natural. Y no hay manera de dejar de lado el hecho de que nues­tra forma de comprender -la forma como funciona la mente hu­mana- está constitutivamente condicionada desde el comienzo por los "cortes" que corresponden a las articulaciones de un lenguaje natural determinado. Nuestro intelligere capta lo finito, no lo infi­nito; lo que está dividido y articulado, no lo indiviso e indiferencia­do. Y no se puede sostener que estos "cortes", estos puntos de división, · puedan obtenerse estadísticamente, esto es, dejando que sean los da­tos los que digan dónde están. Ésta es, en verdad, una tesis corta de. vista, en la cual el punto de llegada oscurece al punto de partida: los "mapas conceptuales" que establecen de qué cosas se compone el mundo. Es así que antes de llegar a los datos que hablan por sí solos, hay que tomar en cuenta una articulación fundamental del lenguaje y del pensamiento (del pensamiento que es onomatología), que ha sido construida y reconstruida lógicamente, mediante el afi­namiento conceptual de la semántica de los lenguajes naturales -y no por cierto mediante mediciones. ¿Mediciones de qué? No podemos medir si no sabemos primero qué estamos midiendo. "Antes de po-

• Joseph J. Spengler, Quantification in Economics: Its History, in Quantity and Quclity, cit., p. 176. Spengler agrega que "la introducción en economía de los método! cuantitativos no ha producido descubrimientos sorprendentes". Por más que la teoría económica formal sea hoy altamente isomórfica con el álgebra, la economía matemática no le ha agregado mucho al poder predictivo de la disciplina, y con frecuencia se tiene la impresión de un cañón que mata a un mosquito.

• Para ver cómo la cuantificación entra en las varias ciencias sociales, el vol. cit. Qu11ntity 11nd Quality proporciona un excelente panorama de conjunto.

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LA POLlTICA COMPARADA 281

der graduar objetos o medirlos en razón de una variable cualquiera, debemos formar el concepto de esa variahle".31

Por lo tanto, la formación de los conceptos está antes que la cuan­tificación (medición) y la condiciona. De ahí que no tenga mucho sentido construir sistemas formalizados de relaciones bien definidas (es decir, de modelos matemáticos) mientras vagamos en una nebu­losa de conceptos cualitativos mal definidos. Tal la ratio del orden de secuencia que caracterizó al desarrollo de la economía. Y de ah( por qué resulta poco plausible que las ciencias sociales puedan pro­gresar cuantitativamente -y por una vía cuantitativa- sin antes haber alcanzado un estadio satisfactorio de sistematización conceptual.

Repito, la materia prima de la cuantificación -las cosas a las cuales les adjudicamos números- no puede ser suministrada por el quantum, por el cuantificar. De ahí se deduce que las reglas que pre­siden la formación de los conceptos no pueden extraerse de las reglas que presiden el tratamiento de las cantidades y de ias relaciones cuan­titativas. Esto es, se deduce de aquí que las reglas que gobiernan la formación de los conceptos son independientes y prioritarias con respecto a las reglas de otras fases del procedimiento heurístico.

Según la propuesta matematizadora, habría que sustituir l~s con­ceptos de género por conceptos de grado, así como deberíamos pasar por alto la pregunta "¿qué?", para insistir cada vez más y solamente en la pregunta "¿cuánto?". Pero no existe un quantum que no sea de algo. La cuestión básica es siempre cuánto de qué, es decir, de qué recipiente conceptual. Lo que me lleva a decir, como conclusión, que la denominación lógica de . la gradación (del-más-o-del-menos) es solamente un elemento interno de la lógica de lo similar-disímil, o de la identidad-diferencia, base de la lógica clasificatoria.32

:n Paul F. Lazanfeld y Allen H. Barton, "Qualitative Measurement in the Social Sciences: Classifications, Typologies and Indices", en: D. Lemer, H. D. Lasswell (eds.), The Policy Sciences, Stanford Univ. Press., 1951, p. 155 (Las cursivas son mías). Los autores definen "variable" de este modo: "un atributo pasible de cualquier número de gradaciones, lo que implica como máximo la posibilidad de ser medido en el sentido más exacto de la palabra" (ibidem, p. 170). Esta definición rigurosa puede ser ate­nuada en cuanto al último requisito; pero ciertamente el significado técnico de va­riable no se puede aplicar --como ya lo hice notar- a los atnbutos que no sean ni siquiera graduables.

•• Véase asimismo y más ampliamente, supr11, Primera Parte, 111.4: "El tratamien­to de los conceptos".

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IX.6. CLASIFICACIONES, DATOS E INVESTIGACIÓN

La lógica clasificatoria y las clasificaciones constituyen . -ahora se ve más claro-- un motivo insistente y un pasaje obligado de mi tema. En: este punto, será útil que me explique mejor. En primer lugar, una clasificación no es una mera enumeración, una simple lista de términos. Para pasar de una mera nómina de este tipo a una clasifi­cación genuina, se necesita un criterio; precisamente, un criterio de clasificación.33 En segundo lugar, una clasificación o una taxonomía son tales a condición de que estén compuestas por clases totalmente exhaustivas y particularmente exclusivas. Con la pr;r.-.~ra condición es posible ser tolerante; pero la segunda es taxativa. Las clases deben ser recíprocamente exclusivas, lo que implica que los conceptos de clase representan características que un elemento debe tener o no tener. Por lo tanto, cuando comparamos dos objetos, es preciso esta­blecer antes que nada si pertenecen o no a la misma clase, si poseen o no un mismo atributo. Si lo poseen, y únicamente si lo poseen, los podemos comparar en términos de más o de menos, es decir, pode­mos pasar a indagar cuál de los dos objetos posee ese atributo en me­dida mayor o menor~

Se ve así que la gradación es un elemento interno de la clasifica­ción. Primero se tienen que dar las clases; después, dentro de cada clase, intervienen las mediciones. Pasando de una clasificación a una gradación, pasamos de los signos "igual-diferente" a los signos "igual­mayor-menor". Por lo tanto, la identidad que aplica la lógica clasifi­catoria es la condición de aplicabilidad de los signos más-menos. Es verdad, pues, que la gradación completa e integra la clasificación. Pero también es verdad que la gradación pres~pone la clasificación.

No todos los cuantitativistas incurren en el error de rechazar la ló­gica clasificatoria. Blalock, por ejemplo, sostiene una tesis más fle­xible: "que mientras es técnicamente posible pensar siempre en tér­minos de atributos y de dicotomías, el problema es si esto resulta práctico" .34 Adviértase que Blalock da por descontada la plena con-

30 Queda entendido que también podemos combinar más de un criterio. En tal caso, se usa decir taxonomia, o también tipologia. A nuestros fines, esta distinción no signifi­ca ninguna diferencia. Sobre todos estos temas, el escrito cit. de Lazarsfeld y Barton rn The Policy Sciences se cuenta entre los más precisos y destacados.

"' Hubert M. Blalock Jr., Causal lnferences in Nonexperimental Research, Univer­sity of North Carolina Press, Chape! Hill, 1964, p. 32. Es interesante hacer notar que en Social Statistics, McGraw-Hill, Nueva York, 1960, cap. 2, Blalock sostenia una

LA POLtTICA COMPARADA 283

vertibilidad del cuantificar con respecto al clasificar. Aquí me basta con dejar constancia de mi disentimiento. Más bien vale la pena re­coger el otro punto; en qué medida es "práctico" proceder clasifi­cando.

En último análisis, y hablando en términos generales, el ejercicio clasificatorio es un ejercicio de "desenredar" conceptos. Proceder por género y diferencia equivale a deshilar las tramas conceptuales, a desovillar las madejas de las ideas. En sustancia, pues, clasificar es una técnica de desplegamiento de conceptos. No sólo los descompone en una serie ordenada y manejable de términos (atributos, caracterís­ticas), sino que, a lo largo de esta descomposición, desarrolla sus po­tencialidades. Y puesto que no disponemos de técnicas de despliegue alternativas, no veo cómo se podrá negar la utilidad "práctica" del ejercicio clasificatorio.

Establecido esto, vayamos a los problemas específicos de la política comparada. Ya he señalado cómo la comparab ilidad presupone una "homogeneidad" que se establece procediendo per genus et differen­tiam. Dos o más cosas pueden compararse en la medida en que per­tenecen -por las características que las hacen tales- a una misma clase. Por el contrario, dos o más cosas heterogéneas -que no perte­necen al mismo género-- no son comparables.85 Los cuantitativistas no le dan demasiada importancia a este aspecto del problema. Su argumento --cuando lo exponen- parece ser que los estudiosos se dedican desde hace mucho tiempo a la comparación, y que siempre han demostrado que saben orientarse a ojo, intuitivamente, sin preo­cuparse demasiado por definir "lo comparable" . Es verdad, pero la situación ha cambiado en dos aspectos muy importantes: la globali­dad de la nueva política comparada y la entrada en escena de los ela­boradores electrónicos.

Después de establecer que el estudioso que quedaba confinado al área occidental estaba culturalmente condicionado, debemos agre­gar que al estarlo comprendía, o podía comprender mejor, las cosas de que trataba. El comparador tradicional "viajaba" poco, de acuer­do; pero adonde llegaba, llegaba realmente. Agreguemos que no dis­ponía de datos cuantitativos, o en todo caso no era un "cuantómano". Por todas estas razones -o limitaciones- el comparador preglobal

tesis muy diferente: dado que no logramos medir gran parte de nuestras variables has­ta el punto de traducirlas a escalas a intervalo, puede ser más práctico tratar estas variables como atributos.

.. Véase supra § IX.2.

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pisaba un terreno relativamente sólido, es decir que estaba respalda­do por un saber personal~ por un conocimiento de causa. Conocimien­to sustantivo que disminuye a medida que aumenta el número de países comparados, y que realmente se vuelve inútil con el adveni­miento de los elaboradores y con el tratamiento mecánico de la in­formación, que se resuelve en un tratamiento cuantitativo.

Algunos años atrás, Karl Deutsch preveía que para 197!í la ciencia política podría contar con un depósito de informaciones equivalen­te a cerca de 50 millones de fichas IBM, "con una tasa de crecimien­to anual de alrededor de 5 millones".38 Millones m:\s, millones me­nos, la indicación demuestra con seguridad una cosa: que ya no nos podemos orientar a ojo. La revolución electrónica es un hecho irre­versible, que también revoluciona, nos guste o no, .mestra manera de trabajar. Pero por eso mismo corremos el riesgo de vernos inun­dados, y hasta supera~os, por aluviones de cifras incontrolables; in­controlables a la luz de un filtro intelectual elaborado por una mente humana. Y si no queremos que estos hechos nos transformen, tene­mos que tomar medidas en input, en la etapa de entrada; pues en o11lput, a la salida, ya no hay saber personal que valga. Esto es, el problema consiste en disciplinar la alimentación del elaborador.

Nuestros predecesores poseían, pues, una guía que nosotros hemos perdido, ya que en la actualidad no podemos seguir confiando en la familiaridad del estudioso con las cosas que estudia. Por lo tanto resulta paradójico que los requisitos clasificatorios de la comparabili­dad se descuiden precisamente en el momento en que la globaliza­dún de la política, y aún más la "computarización" de los datos, re­quieren explicaciones taxativas. Retomando la cuesti<)n que planteaba Blalock, diría que el desbrozamiento de los conceptos ¡u~r gt•nus el diffet·entiam se convierte en una necesidad "pdctica" vital, tam­bién y precisamente con el fin de disciplinar y estandarizar la infor­mación que alimenta a los elaboradores. Y esto se verá todavía me­jor cuando se pase a considerar cómo se recoge esta información.

Hasta ahora me he ocupado del procedimiento de formaci6n de los conceptos, sosteniendo que el ejercicio clasificatorio constituye un pasaje obligado de tal procedimiento. Ello puede inducir a pen­sar que mi interés es más teórico que empírico. Pero no ,es así, desde el momento que los conceptos de las ciencias sociales no son única-

• Karl Deutsch, "Recent Trends in Research Methods", en el vol. a cargo de J. C. Charlesworth, ...t Design for Political Science: Scope, Objectives and Methods, Amer­ican Academy of PoUtical and Social Science, Filadelfia, 1966, p. 156.

LA POLlTICA COMPARADA 285

mente elementos de un sistema teórico; también son, y contextual­mente contenedores de datos. Los denominados datos no son otra cosa que información distribuida en~ y afinada por, "contenedores con­ceptuales". En este sentido, la teoría y la investigación son dos caras de una misma moneda. Y ha llegado el momento de profundizar esta segunda cara, la cara del fact-finding.

Desde el momento que las ciencias no experimentales se basan, no en observaciones de laboratorio, sino en observaciones de hechos (en el sentido etimológico de "cosas hechas"), el proglema empírico se centra en último análisis en esta pregunta: ¿cómo convertir un con­cepto en un recolector de hechos válido? Pregunta a la cu~l se puede responder diciendo que cuanto menor es el poder discriMinador de una categoría, tanto peor se recoge la información; vale decir, tanto mayor es la desinformación. Viceversa, c;uanto mayor es el poder dis­criminador de un recolector conceptual, tanto menor será la informa­ción obtenida.

Se aducirá que la respuesta es vaga. Sí y no. Es vaga si nos queda­mos únicamente con la recomendación de que, en el ámbito de la investigación, conviene exagerar las diferencias más que las similitu­des, cuando se trata de recoger datos sueltos, menudos. Recomen­dación que, aunque sea vaga, resulta valedera, pues nunca insistire­mos bastante en que se requieren datos para agregar, no "agregados" ya hechos. Además, la respuesta no es vaga si se tiene presente que el poder discriminativo de una categoría no queda confiado al arbi­trio del investigador, sino que está estabilizado -si lo queremos esta­bilizar con un metro estandarizado-- por el análisis per genere et differentiam. A medida que profundizamos este análisis, es decir, cuanto más descendemos en el desovillamiento taxonómico hacia cla­ses y subclases de creciente sutileza, nos encontramos con mayor nú­mero de categorías cada vez más discriminativas. Y por lo tanto, no scjlo disponemos de una brújula para orientarnos, sino que tam­bién disponemos de un procedimiento para convertir los conceptos en instrumentos de investigaci6n, es decir, en recolectadores valede­ros de datos.

De cuanto queda dicho resulta que el ejercicio clasificatorio no es tan sólo un momento constitutivo de la formación de los concep­tos; es también, correlativamente, un momento constitutivo de la investigación. De hecho, es precisamente en el ámbito de la investi­gación donde podemos comprobar mejor los inconvenientes, por no decir los daños, producidos por la moda cuantitativizadora, y como

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consecuencia, por el abandono de la lógica y de la sistematización clasificatoria.

Hace tiempo que los institutos estadounidenses de sociología y de ciencia política envían a sus candidatos al doctorado en investigación a recorrer el mundo "en expediciones indiscriminadas de pesca de datos". 37 Estas expediciones de pesca son "indiscriminadas" precisa­mente porque carecen de redes adecuadas; y las redes son defectuosas ·porque no son redes taxonómicas, es decir, por falta de desbroza­miento clasificatorio. Estos investigadores parten con el solo bagaje de una checklist, de una nómina de términos a chequear, que en el mejor de los casos equivale a una agujereada red de pesca personal. De este modo, cada investigador quizás vea facilitada su tarea. Pero para una disciplina que sólo puede crecer en forma acumulativa y que necesita desesperadamente datos . comparables y adicionales, los frutos no pueden ser más magros. Al hacer el balance final, fa em­presa colectiva de una política comparada global se ve amenazada por un creciente popurrí de informaciones dispersas, separadas, poco adicionables y probablemente engañosas.

Se observará que nuestros datos no provienen sólo de las investi­gaciones en el campo de los estudiosos de las ciencias sociales. Veamos más de cerca este aspecto. Siguiendo a Karl Deutsch, podemos dis­tinguir entre los siguientes sectores de documentaciones relevantes o más prometedoras para la ciencia política: 1) datos agregados, es de­cir datos de los censos, de las estadísticas económicas, sociales, demo­gráficas y similares; 2) datos de opinión (recabados por los sondeos de opinión) y de actitud (recogidos en entrevistas); 3) datos electo­rales y de votaciones (incluyendq aquí los comportamientos de los votos legislativos); 4) datos sobre las élites (su extracción, recluta­miento y poder); 5) datos secundarios o regenerados mediante elabo­raciones estadísticas de datamaking, y 6) dato~ históricos.38

Lo primero que nos llama la atención en este conjunto son sus la­gunas; lagunas que precisamente nos hacen pensar en la necesidad

., Así Jo dice en broma Joseph La Palombara, "Macrotheories and Microapplications in Comparative Politics", en: Comparative Politics, I, 1968, p. 66.

18 Cfr. Deutsch, A Design for Political Science, cit. pp. 152-157, también para la bibliografía respectiva. En conjunto Deutsch distingue nueve sectores. Para una ejem­plificación de lo que se puede hacer en el campo del análisis político sobre la base de Jos relevamientos existentes (en el país mejor provisto de datos), se puede ver J. M. y W. C. Mitchell, "The Changing Politics of American Life", en : E. B. Sheldon, W. E. Moore (eds.), Indicators of Social Change - Concepts and Measurements, Russell Sage Foundation, Nueva York, 1968, pp. 247-294.

....

LA POLlTICA COMPARADA 287

de las expediciones de investigación antes mencionadas. En segundo lugar, paso por alto los datos volumétricamente menores, como los datos históricos (numeral 6) y otros que no he transcrito. En tercer lugar, podemos dejar de lado los datos "generados por datos" (nu­neral 5), ya que los datos regenerados presuponen siempre datos pri­marios. Además, no hace falta insistir en los datos electorales o del voto (numeral 3) y sobre los datos de élite (numeral 4), que son los más notorios. En fin, en lo referente a la masa ingente de los datos de opinión (numeral 2), bastará observar que en el conjunto son poco comparables y de dudosa credibilidad. Se ve así que -apat"te de los estudios electorales, de voto y de élites-, · para todo el resto terminamos por basarnos inevitablemente en los datos que Deutsch denomina agregados (numeral 1), y que son datos estadísticos en el sentido de que son recogidos por los estadísticos. Son éstos, pues, los datos sobre los que es preciso entenderse.89

Dentro de la clase generalísima de los datos estadísticos, deben de­jarse de lado los datos recogidos directamente por los economistas, o por esa estadística ad hoc que es la estadística económica. Éstos son, sin comparación posible, los datos más satisfactorios. Pero deben de­jarse de lado por dos razones: la primera es que sirven a fines dife­rentes de un diferente usuario; y la segunda es menos obvia pero más importante, el sociólogo y el politólogo no pueden delegar la bús­queda de sus propios datos de la misma manera y con la misma faci­lidad que el economista. Por algo la estadística económica es tan di­ferente a la llamada estadística social. La diferencia consiste en que sólo el economista aprovecha de los valores cuantitativos que expre­san e incluso encarnan los comportamientos de los propios observados (dado que los actores económicos se guían por criterios cuantitati­vos); mientras que los valores cuantitativos sobre los que trabajan las otras ciencias del hombre, son "reconstrucciones" y "atribuciones" del observador. La diferencia es fundamental. Y con esto llegamos finalmente a la documentación que nos interesa más de cerca: las estadísticas denominadas genéricamente económico-sociales, cuyas va­riables más corrientes son la escolarización y la instrucción, las ocu­paciones y profesiones, la distribución social del ingreso, la urbani-

"' Para orientarse en concreto, cfr. Russett y otros, World Handbook of Political and Social Indicators, Yale University Prcss, Nue\·a Haven, 1964, nueva ed. 1972 (a cargo de C. L. Taylor y M. C. Hudson). Este texto es la fuente más comprensiva de los da­~os que tienen alguna relevancia para las ciencias sociales.

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zac1ón y la industrialización. Documentación que navega en aguas poco recomendables, y lo digo sin perífrasis.

Por más que se diga que la estadística es un instrumento abierto, a disposición de todos los posibles usuarios, la verdad es que los esta­dísticos sirven sólo a determinados usuarios y no a otros, empezando por ellos mismos (a veces sub specie de demógrafos). No es el caso de entrar _en diatribas y recriminaciones recíprocas entre estadísticos y estudiosos de las ciencias sociales. La situación actual puede descri­birse diciendo que los criterios y las clases de relevamiento de los institutos de estadística (nacionales o no) son generalmente anticua­dos, burdos, y no. estandarizados a nivel intemacionai.•0 Se entiende, pues, que cuando combinamos las estadísticas de los distintos países, nos acose de pronto la sospecha de que los mismos términos (cuando son los mismos) no miden realmente los mismos fenómenos.n Sospe­cha destinada a seguir siendo tal, por cuanto los datos obtenidos son lo que son; poco y nada discriminativos. Poco discriminativos a los fines de la estadística comparada; nada discriminativos a los fines del análisis sociológico y politológico.•2 Al decir esto no negamos que las estadísticas se pongan al servicio de las ciencias sociales.•3 Negamos que suministren "datos desagregados" multi-purpose -es decir, uti­lizables a los fines de una pluralidad de usuarios- en lugar de "da­tos agregados", que inevitablemente son agregados a los fines de un solo usuario, y por lo tanto resulta single-purpose, válidos para

'" No aludo en particular al JSTAT. C/. por ejemplo las severas críticas a los rel::­,·amientos estadísticos en los Estados Unidos de Bertram Gross, "The State of the Na­tion- Social Systems Accounting", en: el vol. a cargo de R. A. Bauer, Social indica­tors, MJT Press, Cambridge, 1966.

" Para las dificultades de comparación cfr. Richard Merritt, Stein Rokkan (ed.), Comparing Nations, The Use of Quantitatíve Data in Cros-National Research, Yale University Press, Nueva Ha,·en, 1966. Por otra parte, los autores subestiman las di­ficultades en cuestión.

'" Valga el único ejemplo de las estadísticas sobre la instrucción, con base en las cuales se buscan, entre otras cosas, correlaciones entre los altos niveles de instrucción y el desarrollo democrático. Correlaciones que no tienen sentido cuando y hasta que la instrucción sea considerada únicamente en términos de años de escolarización. Los años no califican por sí solos "un alto nivel". Y el mismo número de años puede ser destinado: 1) a un adoctrinamiento democrático; 2) a un adoctrinamiento antidemo­crático, y 3) a una instrucción puramente tecnológica.

.. Por lo demás, es legítimo pedir que en la medida en que un Estado destina sus recursos a la "politica social", le encomiende a sus servicios estadísticos que recoja adecuadas informaciones sociales. Lo que no es realmente el caso del JSTAT, de modo que toda nuestra política social navega en la más profunda oscuridad.

LA POLITICA COMPARADA 289

un solo destino. Señalado esto, debe decirse que, en cambio, los estadís­ticos -tienen a su vez razón cuando se lamentan de que son los usua­rios -en este caso, sociólogos y políticos- los que no aclaran bien sus pedidos. No tengo más remedio que aceptar que es así, dado que ese lamento es mi propio lamento.

Decía que la empresa colectiva de una política comparada global se ve amenazada por una confusión de informaciones heterogéneas, poco adicionables y probablemente engañosas. Como hemos visto, este diagnóstico no cambia -más bien se ve reforzado-- cuando tomamos en cuenta, además de los datos de la irivestigación, la documentación estadística corriente. Cabe agregar -y aclarar- que para este diag­n<ístico no significa ninguna diferencia el que la infoimación sea cualitativa o cuantitativa. En cualquiera de los dos casos, la terapia es la misma, construir "categorías de investigación" dotadas de un adecuado poder discriminador. Si nuestros contenedores de datos son conceptualmente indefinidos y confusos, resultarán de ellos datos am­biguos y falsos , datos que mezclan en una misma masa lo semejante y lo diferente. La diferencia reside en que. los perjuicios producidos por una "desinformación cuan'titativa" son mayores y más insidiosos que los producidos por una desinformación cuantitativa. Infinita­mente mayores gracias a la "computarización"; e infinitamente más insidiosos porque una desinformación cuantitativa a escala global rompe la valla de nuestro saber sustantivo y termina por ser utiliza­da sin ningún conocimiento de causa.

Concluyamos, pero primero recapitulemos todo el discurso de los dos últimos apartados. He sostenido que la lógica de la identidad-di­ferencia, o de la inclusión-exclusión, no puede ser sustituida por los signos de más o de menos; se trata de dos sintaxis lógicas complemen­tarias, y que se integran en un orden que va de la primera a la segunda. Correlativamente, he sostenido que el repudio a las clasifica­ciones tiene graves repercusiones negativas, y resulta totalmente in­justificado. Hempel admite que los conceptos de clase se prestan para una descripción de las observaciones y para la primera formu­laci6n de generalizaciones empíricas aproximativas.44 Pero pasa por alto que el ejercicio clasificatorio desempeña un papel insustituible en la formación de los conceptos, desde que constituye su técnica de "desbrozamiento". Eso sin contar con que las clasificaciones intro-

.. Cfr. Carl G. Hcmpel, Fundamentals of Concept Formation in Empirical Science, University of Chicago Press, 1952, p. 54.

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ducen una preciosa claridad y una ordenación analítica en el discur­so, desde el momento que nos inducen a proceder con orden, discu­tiendo una cosa por vez y cosas diversas en distintos momentos. A lo que se debe agregar que tenemos absoluta necesidad de tramas clasi­ficatorias y de reticulados taxonómicos con el fin de resolver nues­tros problemas de fact-finding y de fact-storing, de investigación y de almacenamiento de datos.

En conclusión, ninguna sociología o politología es viable a escala global si carecen de amplias informaciones lo bastante precisas como para permitir un control comparado válido y significativo. Con este fin, necesitamos antes que nada un sistema de fichado que sea muy articulado, relativamente estable y por eso mismo acumulable a los fines del incremento y de la actualización de los datos. Pero la para­doja consiste en que cuanto más nos orientamos hacia el tratamiento electrónico de la información, menos estamos en condiciones de sus­tituir informaciones recogidas con criterios lógicos estandarizados. Es así que la época de la informáúca amenaza con transformarse en la edad de las seudoinformaciones.

A mi juicio, en el origen de esta desviación se encuentra una des­valorización injustificada de la lógica aristotélica de las categorías y el indebido perfeccionismo epistemológico y metodológico de quie­nes, como Hempel, reconocen un solo modelo de "ciencia": el de las ciencias físico-experimentales. De este modo, nos vemos llevados a camii,lar con piernas inadecuadas, o incluso con piernas que son casi insuficientes para caminar. Pondere et mensura ¿de qué? En las cien­cias experimentales -una vez que se constituyen como tales-- el ex­perimento mismo es · el que aísla y circunscribe el "qué". En las de­nominadas ciencias formalizadas, o en las matemáticas, el "qué" es irrelevante. Pero en las ciencias de observación, el "qué" está antes que nada. Y lo está igualmente en esas ciencias de observación sóli­das y consolidadas que son la mineralogía, la botánica y la zoología. Con mayor razón, el "qué" estará ante~ que ninguna otra cosa en las ciencias de observación todavía fluidas, y de lo fluido: las cien­cias del hombre. De ese modo, el consejo hempeliano y matematiza­dor de preocuparnos por las cantidades y por las relaciones, descon­fiando del análisis por género y diferencia, por las propiedades y los atributos, se resuelve en un verdadero usteron proteron, en el poner la carreta delante de los bueyes. De este modo, corremos el riesgo de repudiar una "ciencia de especies" a cambio de nada.

Las consecuencias de estos errores de origen, aparecen a la vista

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después. En primer lugar, se los ve en una actividad de investigación altamente dispersiva y trivial por no estar guiada ni apoyada por "re­colectores conceptuales" congruentes. Y surgen todavía más espectacu­larmente cuando atendemos al estado de la documentación. F.l estado de los datos es caótico; y lo será cada vez más si ño nos convencemos de cuán necesarios son el análisis y la estandarización clasificatoria. Sin el auxilio de reticulados taxonómicos refinados, y sin un sistema correlativo de fichaje estabilizado, no nos hagamos ilusiones; los ela­boradores nos harán más mal que bien."11 Se convertirán -y ya se están convirtiendo-- en el opio del estudioso.

IX. 7. LA ESCALA DE ABSTRACCIÓN

Volvamos a partir de esta consideración: la nueva política comparada ha desembocado, alternativamente o conjuntamente, en dos callejones sin salida; de un lado, un "estiramiento del concepto" que nos lleva a la noche hegeliana en que todos los gatos son pardos; por el otro, a una "medición sin concepto", que nos deja más débiles y desampara­dos que nunca. Dos callejones sin salida, sí; pero con respeto a dos exi­gencias válidas: adquirir universales empíricos capaces de "viajar", y llegar a variables mensurables. ¿Cuál es, entonces, el camino a seguir?

El problema sigue siendo un problema de formación de concep­tos. Y la perspectiva en que ahora me sitúo es la de disposición ver­tical de los elementos de una estructura conceptual a lo largo de una escala de abstracción."6

Debemos formular dos advertencias. La primera es que digo "con­cepto" sólo por razones de brevedad; es decir, en el entendido de que vinculo al elemento conceptual toda una serie de elementos que en un tratamiento más vasto y mejor ordenado pertenecen en rigor al término "proposiciones". Más exactamente, al decir formación del concepto aludo en forma implícita a una actividad formadora de proposiciones y capaz de resolver problemas. La segunda advertencia es que mi discurso versa implícitamente sobre una clase particular de conceptos; los que se expresan por términos de observación más que por formulaciones teóricas. Al mismo tiempo es obvio que no me intereso por todos los conceptos de esta clase, sino sólo por los con-

"' Un elocuente y pésimo precedente de compilación confiada a las máquinas es Arthur S . .Banks y Robert Textor, A Cross-Polity Survey, MIT Press, Cambridge, 1963.

•• Véase supra, Primera Parte, § 111.4.

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ceptos-clave de la disciplina; conceptos que suelen coincidir con las "generalizaciones disfrazadas" de Bendix.

La noción de escala de. abstracción va unida a la existencia de di· ferentes niveles de análisis; pero un alto nivel de abstracción no es necesariamente el resultado de un proceso de ladder climbing, de "escalada abstractora", es decir, de ascensión a lo largo de una escala de abstracción. Lo que equivale a decir que no se extrae, no se "abs­trae" una serie de universales de las cosas observables. En tal caso, tenemos que operar precisamente, con las formulaciones teóricas, o términos teoréticos, definidos por su colocación en el sistema concep· tual al que pertenecen. •7 Por ejemplo, el significado de términos como isomorfismo, homeostasis, feedback, entropía y similares, se define en último análisis por el papel que asumen dentro de la teoría ge· neral de los sistemas. En cambio, llegamos en otros casos a altos nive­les de abstracción mediante una "escalada abstractora", subiendo a lo largo de una escala de abstracción. En tal caso tenemos que ope­rar con términos de observación, vale decir, con términos extraídos de cosas observables, o mejot, extraídos por medio de inferencias de abstracción que se refieren de alguna manera a observaciones directas o indirectas. Por ejemplo, términos como grupos, comunicación, con­flicto, decisión y similares, pueden entenderse de un modo muy concreto (con referencia a grupos reales, comunicaciones emitidas o recibidas realmente, conflictos y decisiones que tienen lugar aquí y ahora), o bien pueden usarse con un alcance altamente rarificado, es decir abstracto (erróneamente llamado por los politólogos "analí· tico"); pero también en el segundo caso se trata de términos que se pueden referir de alguna manera a sucesos y cosas observables. En

.. Sigo a Kaplan, The Conduct of lnquiri, cit. pp. 56-57, 63-65, adoptando su ter· minologia. Según Hempel, los términos teóricos no suelen reparar en "entidades direc· tamente observables y en sus características [ ••• ) Atienden [ •.• ] a las teorías cienti· ticas dirigidas a formular generalizaciones" (en: Minnesota Studies in the Philosophy of Science, a cargo de Feigl, Scriven y Marwell, Univ. of Minnesota Press, Minnea­polis, 1958, vol. II, p. 42). La distinción entre términos teóricos y términos de ob­servación no es ontológica, y se caracteriza por limites móviles (muchos términos son de dudosa atribuciQ.n, cuando no promiscuos), y el único punto seguro sobre el particu· lar es la imposibilidad de reducir los primeros a los segundos. Para una recapitulación de este debate, cfr. Alberto Meotti, "L'eliminazione dei termini teorici'.', en: Rivista di Filoso/Ea. LX, 1969, núm. 2. La distinción fue elegida por mí a los únicos fines de poner en evidencia que los términos teóricos no se pueden obtener inductivamente, median­te una "escalada de abstracción"; s6lo puede desarrollárselos deductivamente. Por t'l contrario, los términos de observación se caracterizan por un desarrollo inductivo. Y lase también supra § 111.3.

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este sentido, y como antítesis a las formulaciones teóricas, los tér­minos de observación pueden denominarse también conceptos empí· ricos. En ese caso se dirá que los conceptos empíricos son tales porque pueden ser referidos a observables, aun cuando un concepto empírico se puede colocar a muy diferentes niveles de abstracción, e incluso caracterizarse por el hecho de moverse a lo largo de una escala de abstracción.

Por lo tanto, nuestro problema se formula de este modo: l) esta· blecer a qué nivel de abstracción queremos colocar los conceptos cmpírico-observativos, ·y 2) conocer las reglas de transformación re· lativas, es decir las reglas para reconocer una escala de abstracción. De hecho, el problema de fondo de la política comparada es el de pode{ ganar en extensión, o en radio de comprensión (subiendo a lo largo de la escala de abstracción), sin sufrir pérdidas innecesarias o irrecuperables en términos de precisión y controlabilidad.

Para enfrentar este problema, hay que empezar por dejar bien es· tablecida la distinción-relación entre extensión (o denotación) e in­tensión • (o connotación) de un término. La definición estándar di­ría: "La extensión de una palabra es la clase de cosas a las que se aplica; la intensión de una palabra es el conjunto de las propiedades que establecen a qué cosas es aplicable esa palabra." 48 De manera au:Uoga, por denotación se entiende la "totalidad de los objetos", o acontecimientos, a los que se aplica la palabra; mientras que por connotación se entiende la "totalidad de las características" que algo debe poseer para entrar dentro de la denotación de esa palabra.48

Establecido esto, se hace más fácil comprender cuál es el modo correcto de ascender por una escala de abstracción. La regla es sim· pie: para aumentar la. extensión de un término se debe reducir su co1motación. Procediendo de este modo, obtenemos cada vez un tér· mino más "general", o más inclusivo, que por ello no se convierte en un término impreciso. Está claro que cuanto mayor sea el radio comprensivo de un concepto, tanto menores serán las diferencias

* Aunque intensión (con s) equivale a intensidad, en este caso aparece empleado más bien como opuesto a e.ttensión, y debe entenderse como los significados conteni· dos en un término. [T.)

" Así, Wesley C. Salrnon, Logic, Prentice-Hall, Englewood Cliffs, 1963, pp. 90-91. Pero es una definición que aparece con pocas variantes en muchos ·textos de 16gica.

"' "Connotación" se usa también con un significado más amplio, para designar las asociaciones de ideas evocadas por el uso de un término. Por lo tanto, queda entendido que aquí empleo connotación en su significado más restringido, como homólogo de "intensión,.

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-propiedades o atributos-- que de él se captan; pero el poder de diferenciación que le queda, queda tal cual, esto es, mantiene la pre­cisión que tenía. Pero esto no es todo. Procediendo de esta manera, obtenemos también conceptualizaciones que, aunque sean omnicom­prensivas, pueden remitirse siempre -haciendo el camino inverso, o sea volviendo a descender por la escala de abstracci<>n- a "específi­cos" posibles de comprobaciones de acierto o error empíricos.

Con esto hemos identificado también la naturaleza del error en el que incurren los comparativistas en su empeño por obtener uni­versales capaces de "viajar", más allá de la urbe, por todo el orbe. El "estiramiento del concepto" no es más que la tentativa por au­mentar la extensión de los conceptos sin disminuir su intensión; de ese modo, la denotación se extiende al precio de ofuscar ia connota­ción. Con el resultado de obtener, no conceptos m;is generales, sino su desfiguración, es decir, meras generalidades, o mejor aún, meras genericidades. La diferencia estriba en que un concepto general (que incluye una multiplicidad de especies dentro de un género más am­plio) antecede a las "generalizaciones" científicas; mientras que de las meras generalidades, de los conceptos "genéricos", se> lo se obtienen discursos vagos y confusos.

Las reglas para ascender o descender a lo largo de una escala de abstracción son, pues, reglas bastante simples. Volvemos más abs­tracto y general a un concepto, reduciendo sus propiedades y atribu­tos. Viceversa, un concepto se hace más específico si agregamos o des­plegamos calificaciones, es decir, si aumentamos sus propiedades o atributos. Y éstas son las reglas, no sólo de transformación de los conceptos empfrico-observativos, sino también las reglas de construc­ción de una escala de abstracción. Establecido esto, tratemos de pre­cisar su esquema.

Resulta de por sí evidente que a lo largo de una escala de abstrac­ción se pueden ubicar muchísimos niveles de inclusividad, o a la in­versa, de especificidad. A los fines de una esquematizacic>n, bastar~\ distinguir tres franjas o zonas altimétricas: l) alto nivel de abstrac­ción (AN); 2) nivel medio de abstracción (NM), y 3) bajo nivel de abstracción (BN). Son conceptos AN, de alto nivel, las categorías uni­versales aplicables a todo lugar (geográfico) o tiempo (histórico); en este caso, la connotación queda drásticamente sacrificada al requi­sito de una denotación global u omnitemporal. En la franja de los conceptos NM (nivel medio), encontramos categorías generales (pero no universales); en este caso, la extensión es balanceada por la inten-

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sión, aun cuando la exigencia es de "generalizar", y por lo tanto de destacar las semejanzas en detrimento de las diferencias. Por último, son conceptos BN, de nivel bajo, las categorías específicas que se des­arrollan en concepciones llamadas configurativas (quizás traducible por el término ideográficas) y en definiciones contextuales; en este caso, la denotación queda sometida al requisito de una connotación muy precisa (individualizadora), donde las diferencias predominan sobre las semejanzas.

Conviene explicarlo mejor con un ejemplo. En un ensayo que estu­dia los problemas de la economía comparada (que desde el punto de vista conceptual no son diferentes de los de la política compara­da), Smelser observa que, a los fines de una comparacic>n global, "staff es mejor que administración [ ... ] y administración mejor que civil service". En efecto, y según Smelser, la noción de civil service no es aplicable a los países que no poseen un aparato estatal estruc­turado; la noción de administración es relativamente "superior, pero está culturalmente condicionada"; de modo que staff termina por ser el término "apropiado para abarcar sin dificultad los más varia­dos ordenamientos políticos".50 Suponiendo que sea aceptable esta propuesta terminológica, en el mejor de los casos el argumento de Smelser podría desarrollarse de la siguiente manera. En el contexto de la administración pública comparada, la categoría universal es staff. El concepto de administración tiene una buena aplicabilidad general, pero no universal, a través de las asociaciones que lo ligan a la idea de burocracia. Todavía más limitada es la denotación de civil service, calificada por los atributos del Estado moderno. Si des­pués queremos descender por la escala hasta el bajo nivel de abstrac­ción, un examen comparado del civil service inglés y francés, por ejemplo, revela profundas diferencias entre ambos y exige definicio­nes contextuales. Cabe agregar que en el ejemplo que estamos exami­nando, el discurso se ve simplificado por la existencia de una gama de vocablos que nos permite identificar (cualquiera sea la opción) cada nivel de abstracción, o casi, mediante una denominación pro­pia. Pero existen casos desafortunados en los que, por carencia de vocabulario, nos vemos obligados a recorrer toda la escala de abs­tracción con un mismo término.

Por supuesto que el número de las "capas" de una escala de abs-

.. Neil J. Smclser, ''Notes on the Methodology of Comparative Analysis of Economic Activity", en: Transactions of the Sixth World Congress of Sociology, International Sociological Association, Evian, 1966, vol. II, p. 103.

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tración depende de hasta cuánto queramos hacerla sutil; es decir, depende de la meticulosidad de nuestro análisis. Es igualmente ob­vio que las varias "capas" de una estructura conceptual vertical, no están divididas necesariamente por límites precisos. Muchas transi­ciones verticales son realmente esfumadas y graduales. Por lo tanto, si mi esquema induce a pensar en los límites, y si los refiere a tres, y sólo a tres, niveles de abstracción, ello obedece a que esta división parece suficiente y significativa a los fines de un análisis lógico. Lo que me interesa es, pues, la "lógica" de las operaciones que tienen lugar a lo largo de una escala de abstracción. A este efecto, el pro­blema más espinoso es el del movimiento ascendente; vale decir, un problema que se sitúa en la línea que divide los conceptos genera­les (NM) y las categorías universales (AN), y que se formula de este modo: ¿hasta qué punto podemos hacer ascender un término de obser­vación sin qué sucumba ante un exceso de "esfuerzo de abstracción"?

Como norma general, una clase no debería ampliarse más allá del punto en el que perdería por entero su connotación (propiedad o atributo) precisable. Pero de este modo, se pide demasiado, ya que se pide una identificación positiva. En la práctica, a las categorías universales terminamos por pedirles mucho menos, sólo una identi­ficación negativa, a contrario. Está bien; pero algo menos de eso ya no lo estaría.

Debemos, pues, establecer una distinción capital entre: 1) con­ceptos calificados ex adverso, declarando qué no son, y 2) conceptos sin contrario, y por lo tanto sin término. Esta distinción · responde al conocido principio según el cual omnis determinatio est n~gatio. Principio del que se deriva que un universal provisto de contrario es siempre un concepto determinado, mientras que un universal sin negación se convierte en un concepto indeterminado. Y esta distin­ción lógica es de fundamental importancia empírica. Un universal determinado a contrario será siempre un concepto del que se puede afirmar o negar su aplicabilidad al mundo real; mientras que un universal indeterminado se aplica per definizione; no habiendo tér­mino o delimitación, no tenemos modo de comprobar su aplicabili­dad al mundo real. Y ésta es, precisamente, la diferencia entre los universales empíricos y los universales que ,no son tales, y que por lo tanto son seudouniversales desde el punto de vista de un cono­cimiento empírico. Un universal empírico es tal porque está en lugar de "algo"; mientras que la indeterminación del universal no empí­rico convoca indiscriminadamente "cualquier cosa".

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Una ilustración apropiada de lo dicho la proporciona la denomi­nada "teoría del grupo", vale decir un concepto de grupo que se presenta como la unidad primaria de toda la fenomenología políti­ca.fi1 El ejemplo es apropiado también porque la nueva política com­parada se inaugura a escala mundial precisamente en esta clave; es decir, traduciendo la teoría del grupo en investigaci6n sobre los "gru­pos de presión".112 En la teoría en cuestión, "grupo" es claramente una categoría universal. El grupo es la clave de todo, y todo es gru­po. Lo que pasa es que no se ha precisado qué no es grupo. Por lo tanto no encontramos no grupos, sino algo que es menos o más que un grupo.118 Según los criterios que acabamos de exponer, pues, "gru­po" no es un universal empírico. Cuando examinamos las investiga­ciones sobre los grupos de interés, o de presión, es fácil encontrar que estas investigaciones no están orientadas por el "grupo indeter­minado" de la teoría, sino por el "grupo intuitivo", es decir, por las ideas intuitivas deducidas de la observaci6n ele los grupos concretos. En el mejor de los casos, la teoría y la investigación siguen cada una por su lado. En el peor de los casos, la teorización ha desmantelado lo que la investigación estaba descubriendo. Y en todos los casos nos quedamos con una literatura que lo dice todo y que no dice nada, o sea, que ha quedado debilitada en gran medida por la insuficiencia de nervadura teórica, y particularmente por un insuficiente encua­dramiento taxonómico.r.• De ese modo, no puede asombrar que a la

11 Los exponentes más notorios de esta doctrina, que comienza con la obra de Arthur F. Bentley, The Process of Government (de 1908), son Earl Lathan y especialmente David Truman, con The Government Process (de 1951) , Para la bibliografia vlase infra, notas 52 y 53.

r.:: Esta conversión aparece expuesta en Gabriel Almond, "A Comparative Study of lnterest Groups and the Política! Process", en: American Political Science Review, LII, 1958, pp. 270-282. En general cf. Eckstein, "Introduction: Group Theory and the Comparative Study of Pressure Groups", en la antología cit., Comparative Politics. A Reader, pp. 389-397; y la antología a cargo y con introdución de D. Fisichella, Partiti e gruppo di pressione, 11 Mulino, Dolonia, 1972.

.. David Truman, que también es el menos elusivo de los autores en cuestión, co­mienza afirmando de modo muy característico "que una preocupación excesiva por las definiciones resulta contraproducente" (o p. cit., p. 23). Para una profundización de estas reservas, véase Giovanni Sartori, "Gruppi di interesse o gruppi di pressione? Una discussione sul neo-pluralismo", en : 1l Mulino, VIII, 1959, pp. 7-42. Todavia más cri­tico se muestra Donald A. Strickland, "ls there a Group Theory of Politics ?" en : 1l Politico, XXXV, 1970, pp. 269-285.

.. Basta pensar en la falta de individualización del fenómeno sindical, siempre sobre· entendido pero nunca establecido expresamente por las redes conceptuales de los gru-

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euforia inicial haya seguido la frustración, y que hoy la gran caza global a los grupos de interés se haya casi abandonado.

En conclusión, el esfuerzo de abstracción hacia una inclusividad universal encuentra su punto de ruptura fuera del cual queda sólo una nulificación del problema, o en todo caso una vaporización em­pírica. Este punto de ruptura se caracteriza por una disminución de la misma determinación ex 'adverso. En tal caso, tenemos un uni­versal empíricamente inutilizable. Con esto no quiero decir inútil o desprovisto de sentido. Lo que quiero decir es que de la transforma­ción de conceptos como "grupo" -o como pluralismo, integración, participación y movilización-,~~~ en universales "sin término", in­determinados, sólo extraemos "letreros". Letreros y rt>tulos que no son inútiles, porque sirven para iniciar el tema, o precisar un enfo­que; pero que de ningún modo constituyen un instrumento de tra­bajo, una herramienta de conocimiento.

Pasemos -o mejor, descendamos- del alto nivel de abstracci{m al medio. La franja media, o intermedia, de los conceptos "genera­les" debería ser una franja muy nutrida. Debería, digo, porque de hecho no lo es; y no lo es porque corresponde a ese nivel de abs­tracción -hoy atrofiado- en el que tenernos que desplegar y orde­nar los conceptos per genus et differentiam. David Apter tiene razón cuando se lamenta de que "nuestras categorías analíticas son demasia­do generales cuando son teóricas y demasiado descriptivas cuando no lo son" .116 Su lamento traduce el vacío que existe entre las observacio­nes descriptivas y las categorías universales, y por consiguiente la naturaleza acrobática de nuestros saltos entre el bajo y el alto nivel de abstracción. Y para llenar este vacío, para pasar realmente de las observaciones a las generalizaciones -y viceversa- hay que desarro­llar el nivel medio de abstracción; lo que equivale a decir que hay que volver al ejercicio clasificatorio, al desbrozarnicnto taxonómico. No me detengo en ello, porque es un discurso que ya vimos. Dis­curso del cual se infiere que la franja intermedia de los géneros, de las especies y de las subespecies, es la estructura que sostiene a toda

pos de interés. Sobre el punto, véase G. Sartori, "11 Potere del Lavoro nella Sosiet:\ Post-Pacificata", en: Rivista Italiana di Scienza Política, 111, 1973, pp. 31-81.

''" Estos cuatro conceptos son los ejemplos analizados en mi artículo "Concept Mis­formation in Comparativc Politics", loe. cit.

00 David Apter, "Política) Studies and the Scarch for a Framework", en: C. Allen y W. Johnson (eds.) , A/rican Perspectiues, Univcrsity Prcss, Cambridge, 1970, p. 222.

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una escala de abstracción. El grueso del trabajo tiene lugar en ella, corno es fácil comprender.

Nos queda el bajo nivel de abstracción, que podría parecer un ni­vel de escaso interés para el comparador. Pero no es así. Decíamos que si el problema más espinoso se presenta -al menos en la etapa de los hechos- en el ámbito ascendente, esto no quita que exista tam­bién un problema de movimiento descendente. Problema que se si­túa ahora en la línea que divide los conceptos generales (NM) de las concepciones "contextuales" (BN). También el comparador es lle­vado a hacer investigaciones, e incluso las debe hacer para procu­rarse los datos que necesita. Ahora bien, es verdad que la investiga­ción del comparador no debe ser individualizadora ni un fin en sí misma; y por lo tanto es verdad que al comparador se le pide que salga a investigar sobre el terreno llevando consigo un armazón con­ceptual generalizador. Pero el hecho es que las investigaciones se hacen aquí y ahora, y que lo propio de la investigación consiste en observaciones (directas o indirectas). Y por lo tanto, al comparador se le presenta el problema de descender del medio al bajo nivel de abstracción.

Hasta ahora la exposición ha sido más deductiva que inductiva, en el sentido de que la construcción de la escala de abstracción no tornó el camino del nivel rn:ís bajo (en mi exposición). Por una vez que hemos llegado a él, debernos reconstruir el camino inductiva­mente. Y ello porque de este modo, la importancia del bajo nivel de abstracción aparece con toda evidencia.

Decía que los reticnlados taxonómicos desarro!lados en el nivel medio de abstracción son la clave de todo el edificio. Queda por de­cir que si una clasificación se deduce de reglas lógicas, la l<ígica no tiene nada que ver con la utilidad y validez de una clasificación. Los botánicos y los zoólogos no han impuesto sus clases a las plantas o a los animales, así corno las plantas y los animales no se las impusieron a sus clasificadores. Vale decir que las clasificaciones valen en la me­dida en que superan la prueba de la investigación; esto es, en que superan en último análisis la comprobación inductiva. Un edificio taxonómico, de por sí, es solamente un conjunto de casilleros vacíos; casilleros de los que a priori no sabemos si se prestan o no para con­tener hechos. Lo podremos descubrir sólo de una manera inductiva, es decir, en el momento en que debernos transferir una descripción ideográfica y contextua} -o sea de bajo nivel de abstracción- en

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clases y, correlativamente, en procedimientos de ahshacción y gene­ralización del nivel medio de abstracción.

Conviene resumir en este punto la totalidad de nuestro tema -el esquema de la escala de abstracción- por medio de una tabla, que 1 u ego requerirá algunos comentarios.

Esquema de la escala de abstracción

Niveles de abstracción

AN: Alto Nivel: Conceptos universales

NM: Nivel Medio: Conceptos generales

Conceptos de clase (taxonomía)

nN: Bajo Nivel: Conceptos ideográficos

Especificaciones descriptivas

Fi11alidad y ámbito de la comparación

Propiedades empíricas y lógicas

----····- ·- -·- .. -- ---- -. -

Comparaciones interárea (contextos heterogé­neos)

Teoría global

Comparaciones interárea ( <:ontextos homogé­neos)

Teoría de radio medio

Análisis del caso particu­lar

Cfeoría de radio estrecho (control o generación de hipótesis)

Extcns1ón máxima lutensión mínima Definiciones a contrario

- ··---·· ..

Equilibrio entre denota­ción-connotación

l )t'finición por gí-nf'ro y diferencia

T ntcnsión máxima Extensión mínima Definición contextua!

Una observación importante que me urge hacer, es la de que la escala de abstracción parece basarse en la conocida frivolidad del di­cho: "todas las diferencias son cuestión de grado". Esta forma de me­tamorfosis cuantitativizadora se resuelve en una drástica pérdida de ordenación lógica, y genera toda una secuela de errores que podemos seguir paso a paso. En primer lugar, es claro que en el alto nivel de abstracción, el problema es la relevancia y determinación teórica del concepto. No es menos claro que en el tramo superior del nivel medio de abstracción, las determinaciones iniciales son necesariamen-

LA POLITICA COMPARADA 301

te determinaciones de género. A partir de allí, comenzamos a descen­der en la escala con la técnica del desplegamiento taxonómico, lo que equivale a decir que tampoco en este tramo el problema es de grado, sino más bien de especie. Recordemos que las diferencias se vuelven de grado sólo después de haber establecido que dos o más objetos tienen las mismas propiedades o atributos. Y estas propiedades o atributos suelen aparecer aislados en el nivel de las clases de una especie, no en el de las clases de un género. Por lo tanto, la cues­tión de qué componentes de una clase tienen las mismas propieda­des en medida mayor o menor, es la más de las veces una cuestiún que se plantea en el nivel que podríamos llamar medio-bajo.

El error básico es, pues, el de ignorar la disposición vertical de los conceptos. Pero si sabemos que los conceptos tienen una organi­zación vertical y que para aumentar la extensión de un término de­bemos reducir su connotación (y viceversa), surge de ello que mien­tras nos manejemos a lo largo de una escala de abstracción, tanto ascendiendo como descendiendo, la cuestión es si determinadas pro­piedades o atributos están presentes o ausentes; y éste no es un proble­ma de grado, sino de identificar el nivel de abstracción. Es sólo des­pués -después de haber determinado en qué nivel de ahstracci6n estamos situados- cuando intervienen las consideraciones de más-o­de-menos. Y la regla a tomar en cuenta parece ser que cuanto más elevado es el nivel de abstracción, tanto menos se aplica la óptica de los grados; mientras que cuanto más bajo es el nivel de abstrac­ción, tanto más pertinente se hace dicha óptica.

Una segunda observación, de carácter muy general, se refiere a la tesis que suele aparecer en la literatura metodológica, .según la cual "cuanto más universal es una proposición, es decir cuanto mayor es el número de acontecimientos considerados en ella, tanto más aumen­tan las posibilidades de error y tanto más informativa es la proposi­ción".117 La idea expresada por esta tesis es la de que, en sustancia, entre la universalidad, el falseamiento y el contenido informativo existe una progresión concomitante, de tal suerte que el progreso de uno de los elementos es también, automáticamente, un progreso de los demás. Pero a la luz de la escala de abstracción no es así. En rigor, en cada punto de la escala debemos elegir entre radio explica­tivo y precisión descriptiva, entre lo que se gana en abarcamiento

., Citado por Erik Allardt, "The Merger of American and European Traditions of Sociological Research : Contextua! Analysis", en Social Science lnformation, VII, 1968, p. 165.

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302 PROFUNDIZACIONES

comprensivo y lo que se pierde en detalle. Por lo tanto, nos debemos entender sobre lo que Allardt llama "contenido informativo" de una proposición. Una proposición más general, o más abstracta, explica más pero describe menos, y en este sentido informa menos. De lo que se infiere que no hay concomitancia necesaria entre la mayor abstrac­ción y el mayor ·falseamiento. Sin contar con que, por querer aseen· der demasiado, terminamos por aproximarnos a universales que ya no son falseables.

IX.8. FUNCfÓN y ESTRUCTURA

Hasta aquí el discurso metodológico inicial -sobre la ¡o,-mación­malformación del concepto--, que suele ser el discurso que no se hace.68 Quedaría por desarrollar el discurso metodológico posterior, que ése sí se hace, y que por lo tanto puede remitirse a la literatura existente.69 Me parece preferible apoyar mi tema en el hecho, y des­pués desarrollarlo a través de ejemplos. Aquí la dificultad reside en la elección. Pero los conceptos de "estructura" y de "función" -mi elección- son recomendables por dor razones; no sólo porque perte­necen al número de macroconceptos de frecuente uso y abuso; sino sobre · todo porque constituy._en un apostadero desde el cual actuar: el análisis estructural-funcional.60

.. _ Entre las poquísimas excepciones véase espec. los dos primeros capítulos del vol. col. The methodology of Comparative Research, cit., de Holt y Turner y de Holt y

Richardson (pp. 1-71), respectivamente. Por otra parte, estos autores desarrollan el discurso metodológico partiendo de una dirección muy diferente, y basados en crite­rios de "dedución paradigmática" cuyo perfeccionismo no comparto. Para las ciencias sociales en general, el volumen de más alto nivel de profundización metodológica es el de Llewellyn Gross, Symposi~m on Sociological Theory: lnquiries and Paradigms, .cit.

• Por supuesto que se habla siempre de literatura metodológica, no "tecnológica". En primer lugar destacará el volumen al cuidado de Paul F. Lazardsfeld y Morris Rosenberg, The Language of Social Research. A Reader1 Free Press, Glencoe, 1955; ahora reeditado y presentado en dos volúmenes por Raymond Boudon y Paul F. Lazards­feld, Méthodes de la sociologie, Mouton, París, 1965-1966. De esta indicación ya surge claramente mi preferencia por Lazardsfeld. Para el sector específico de la compara­ción, incluiría en este grupo a A. Przeworski y H . Teune, The L ogic of Comparative Social lnquiry, cit.

10 William Flanigan y Edwin Fogelman, "Functional Analysis" , en el vol. cit. Cor.­temporary Political Analysis, distinguen entre : 1) funcionalismo ecléctico; 2) funcio­nalismo empirico (Merton), y 3) análisis estructural-funcional (pp. 72-79). Me apresuro a aclarar que mi discurso se aplica únicamente al análisis estructural-funcional, y den­tro de éste, sólo al contexto de la ciencia '1*>lítica.

LA POLITICA COMPARADA 303

En la presentación del libro que más que ningún otro abrió ca­mino a la nueva política comparada, Almond resume su planteamien­to de este modo: "Lo que hemos hecho es dividir la función política de la estructura política." 81 La división es realmente importante. Pero entre el dicho y el hecho hay mucho trecho. Tanto es así que todavía estamos enfrascados en la cuestión básica de qué se debe en­tender por "función", ya sea tomando el término en sí mismo, ya en su relación con "estructura".

Por supuesto que en este campo, la noción de función no interesa por sí misma, sino en su relación con la de estructura.82 Por decirlo así, el concepto de función entra en mi discurso "en función de". Pero la madeja debe desenredarse siempre a partir de una punta, y entonces conviene comenzar por "función". Para un matemático, cuando el elemento y varía con el elemento x, decimos que y es fun­ción de x; por lo tanto, función es aquí tan sólo una relación. Pero solemos decir que la ·función de una cierta estructura es, queriendo decir: esta estructura tiene esta función. Obviamente, esta última frase no debe tomarse al pie de la letra; no se pretende afirmar que las funciones son "cosas poseídas" por las estructuras. Más amplia­mente, el punto debe desarrollarse así: que las estructuras están he­chas para hacer algo; que ciertos aspectos considerados fundamen­tales de ese "hacer", son calificados de funciones; de lo que se deduce que las funciones son atribuciones (del observador), tendientes a ca­racterizar la razón de ser de las estructuras.

Establezcamos de inmediato dos puntos. El primero, que salvo errores de ingenua cosificación, no es nada impropio decir que las estructuras tienen funciones; e incluso puede tener mucho sentido decirlo. El segundo punto es que no basta establecer que las fundo-

01 Almond, The Politics of the Developing Areas, cit. p. 59. Sobre la obra de Al­mond, el autor más destacado en análisis estructural-funcional, véase la introducción y bibliografía de Gianfranco Pasquino, ' Per una teoria política empirica en la trad. it. del vol. de Gabriel A. Almond y G. Bingham Powell, Politica Comparata, 11 Muli­no, Bolonia, 1970, pp. 7-34. Cf. también Giuliano Urbani, L'analisi del sistema polí­tico, 11 Mulino, Bolonia, 1971, dedicado en más de la mitad a Almond.

"" Entre otras cosas, "funciones" parece ser una formulación teórica. El ejemplo elegido es interesante, pues, no sólo a los efectos de la movilidad de las fronteras en­tre los términos teóricos y los términos de observación (supra, nota 47), sino tam­bién con el fin de ver las "reglas de correspondencia" - siguiendo a Carna¡r- que permiten darle a los términos teóricos cuando menos una "interpretación parcial"; entendiendo que las observaciones no le confieren significado al término teórico, sino que indican las ocasiones en que puede aplicárselo.

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304 PROFUNDIZACIONES

nes son actividades de las estructuras. Lo son, por supuesto; pero los partidos, las burocracias, las Iglesias, los ejércitos, las legislaturas, los gobiernos, y otras estructuras más, despliegan miles de actividades -algunas importantes- que no se pueden considerar funciones (y mucho menos disfunciones). Por lo tanto, aun cuando las funciones son actividades, no todas las actividades son funciones. Y para sor­tear este obstáculo no es válido definir las funciones como conse­cuencias, como efectos." Los efectos son "efectos de actividades". Y la objeción es que muchas actividades de las . estructuras tienen efectos, y efectos relevantes, sin que por ello se nos ocurra caracte­rizarlas como funciones.M

El estado de la cuestión en la doctrina más reciente es, pues, en síntesis, que· "función" puede ser definida de modo diferente como: 1) relación; 2) actividad, y 3) efecto.65 Lo que pasa es que ninguna de estas definiciones parece plasmar cabalmente la idea·. Nadie duda de que la función es una formulación relacional; pero la acepción matemática no nos ayuda a emplazar la función en la estructura. Tampoco nadie duda de que las funciones sean actividades; y hasta podemos admitir que tales actividades deben registrarse en el campo de las consecuencias o efectos; ¿pero qué actividades, y por qué tales efec­tos y no otros? Reconozcamos que el problema no es simple. Y para afrontarlo hay que diferenciar los contextos, afirmando la idea de que el término función es usado legítimamente con significados di­ferentes según los contextos.

A nuestros fines, los contextos a distinguir son tres: 1) el partial system analysis, es decir el análisis de las estructuras (o subsistencias) consideradas particularmente; 2) el whole system a.nalysis, o análi-

"' Esta última aserción la efectúa Robert K. Merton, cuya preocupación era la de diferenciar "función" -definida como "consecuencia objetiva observable"-- de "dis­posiciones subjetivas", es decir fines, motivos y objetivos (Social Theory and Social Structure, Free Press, Glencoe, 1957). La acepción mertoniana está justificada, pues, por una preocupación de "observabilidad" entendida en clave behaviorista y objeti­\·ista. Pero también es verdad que este enfoque busca una delimitación con respecto a la omnicomprensividad de "actividades".

"' Para corroborar esta objeción, cf. Robert T . Holt, "A Propose Structural-Func­tional Framework", en: Contemporary Política/ Analysis, cit., espec. pp. 88-90, cuyo ~util análisis -que retoma y desarrolla la acepción mertoniana- nos lleva a un círculo vicioso que demuestra su inconclusividad.

"" Para una profundización, véase espec. la antología realizada por Nicholas J. Demerath, Richard A. Peterson, System, Change and Conf/ict, Free Press, Nueva York, 1967, dedicada en gran parte a la polémica sobre el funcionalismo.

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LA POLITICA COMPARADA 305

sis de los "sistemas enteros", y 3) el sistems analysis que deriva o se vincula con la llamada teoría general de Jos sistemas, con la general systems theory.66 Y la distinción que debe establecerse es sobre todo entre análisis general S)"Stems (numeral 3) y análisis whole system (numeral 2). Cuestión que suele mezclarse.l17

En el contexto del systems analysis, lo que interesa no es la acti­vidad de las estructuras, sino la interacción entre todos los elemen­tos del sistema considerado. En esta perspectiva, no decimos que las estructuras tienen funciones; decimos que un sistema (político) se compone de elementos en equilibrio recíproco (dinámico), que va­rían uno en funci<'m del otro. Lo que equivale a decir que el sistema es un conjunto de interrelaciones funcionales; relaciones recíprocas que -si se lo sabe hacer- podrían expresarse mediante ecuaciones. Está claro, pues, que en el contexto del systems analysis, "función" se usa en su acepción matemática del término; función equivale a "relación". Todo muy bien, salvo que aquí no cabe el análisis estructural-funcional; y no cabe porque no hay estructuras; o mejor, son la x y la y de la ecuación.

En el whole system analpis si, lo que interesa es el sistema entero; pero el discurso es diferente.118 Tan diferente que en este contexto se habla de "funciones del si!'tema", es decir, que se le atribuyen al siste­ma (al conjunto de las estructuras que componen el sistema políti­co) funciones que son tales en el mismo sentido en que hablamos de "funciones de las estructuras" en el análisis parcial o segmentario. Es cierto que el análisis del sistema entero se interesa también por las interacciones entre estructuras. Pero esta analogía con el systems

• Sobre esta última, vlas1 antes que nada Oran R. Young, "The Impact of Ge­neral Systems Theory on Political Science", en: General Systems, IX, 1964 .

., Entreverada en primer lugar en la doctrina.C/r., también para lu discrepanciu, Morton Kaplan, "Systems Theory", y Herbert J. Spiro, "An Evaluation of Systems Theo· ry", ambos en Contemporary Political Analysis, cit.; An.1tol Rapaport, "Sorne System Approaches to Política] Theory", y David Euton, "Categories for the Systems Analysis o( Politics", ambos en el vol. a cargo de Easton, Varieties of Political Theory, Prentic~­Hall, Englewood Cliifs, 1966. Para entendernos en concreto, y en una primera aproxi­mación, digamos que Easton se adhiere al análisis sistémico (como ya queda eviden­ciado por el propio título de su volumen de mayor aliento: A Systems Analysis of Poli­tical Life, Wiley, Nueva York, 1965), mientras que Almond pertenece al anAlisis whnle system. Lu diferencias entre ambos constituyen el motivo central del vol. cit. por Urbani, L'analisi del sistema político.

• El autor que sigue sosteniendo este planteamiento con mayores conocimientos es F. W. Riggs. Cfr. espec. The Comparison of Whole Politics Systems, y S)'Stems Theory: Structural Analysis, ambos mencionados supra, nota 19.

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306 PROFUNDIZACIONES

analysis no debe llamarnos a engaño y hacernos pensar que también en el caso que estamos examinando las funciones son "relaciones". No; las funciones del sistema son "actividades" (aun cuando pueda concebirse que estas actividades funcionales constituyen el producto de interrelaciones funcionales), y más precisamente, esas actividades que resultan relevantes para el mantenimiento, adaptación o incluso transformación del sistema político. De ello se desprende, a mi pare­cer, que a despecho de las apariencias y de las polémicas intestinas,63

el whole system analysis está mucho más próximo al análisis parcial que al general systems. Conclusión reforzada por esta otra conside­ración: que el sistema entero es visto siempre como un conjunto interactivo de "estructuras" (no de incógnitas). Si no fuera así, el estudio del sistema entero desbordaría del ámbito del estructural­funcionalismo. Pero si es así -y en la medida en que lo sea- la conclusión pasa a ser que el sistema entero presupone el sistema segmentado, es decir, el conocimiento efectivo de las estructuras de que se trata. Después de todo, lo que el al)álisis whole system sabe de las estructuras que recombina juntas, lo sabe a través de quien se dedica al estudio de las estructuras individualmente consideradas.

Llegamos así al partial system analysis, al análisis parcial o seg­mentado de los subsistemas del sistema completo. Y vayamos direc­tamente al punt?: qué se entiende en este contexto por función. No es un misterio que cueste mucho descifrar; pero lo que lo con­vierte en tal es sobre todo una desubicada preocupación no valorati­va. Si en este campo de la indagación estructural-funcional no hace­mos más que girar en redondo y en el vacío, ello se debe más que nada a que tenemos miedo de admitir que el nuestro es un discurso de Zweckrationalitiit, como diría Max Weber, es decir de racionalidad y racionalización de los fines. 70 Sin embargo no puede haber du­das. Entendemos que las estructuras existen para; para algún desti­no, tarea o finalidad. Cualquiera sea su definición oficial, y a des­pecho de cualquier disfraz terminológico, la sustancia reside en que

• Cfr. la critica al análisis completo y la defensa del ar.álisis parcial efectuados por La Palombara, "Parsimony and Empiricism in Comparative Politics : An Anti-Scholactic View", en: The Methodology of Comparative Research, cit.

10 La preocupación valorativa está indebidamente planteada, pues una Zweckrationa­litiit no es una Wertrationalitiit, una racionalidad valorativa. No lo es entre otras cosas porque en el campo de la racionalidad de los fines podemos postular la equivalencia, es decir el igual valor, de todos los fines; de ese modo podemos recoger todas las funcio­nes pasibles de hipótesis, por buenas o malas que sean.

LA POLlTICA COMPARADA 307

la función es aquí un concepto teleológico que expresa una relación entre medios y fines. Más exactamente, la función y la actividad de una estructura --el medio-- frente a sus fines. Estos fines pueden entenderse en forma descriptiva, es decir, provenir de la dinámica endógena de la estructura considerada, y referirse sólo a las tareas cumplidas efectivamente; o bien puede entenderse prescriptivamen­te, a la luz de los denominados fines institucionales, o también de los fines que una estructura "debería" perseguir.71 Pero en todos los casos la actividad de una estructura está dirigida hacia una finalidad, hacia un destino; de otra manera no sería una actividad-función, sino una actividad cualquiera. Correlativamente, cuando decimos dis­función, no funcionalidad y similares, entendemos que los fines en cuestión no han_ sido satisfechos. '

Hasta aquí, "función" está referida a las estructuras particulares, es decir, en el contexto de la partial system analysis. Pero ya hemos visto que el análisis segmenta! constituye también el sustrato del whole system analysis; al menos en la medida en que esta última aspira a ser estructural, y no solamente funciona1.72 De igual modo, ya hemos visto que las "funciones del sistema" no son tales en una acepción irreductiblemente diferente de la que vale para los subsis­temas. Si podemos atribuirles funciones a los subsistemas, de la mis­ma manera y en igual sentido podemos atribuirles funciones al sis­tema sobreordenado. La diferencia no es de concepto, sino de nivel de abstracción (de tal modo que el problema de ligar el nivel de análisis subsistémico al sistémico, puede reducirse a un problema de ascenso en la abstracción a lo largo 'de una escala). Las funciones sistémicas son, sí, funciones "sintéticas" altamente abstractas; pero siguen siendo actividades mediatas de las estructuras ...:...}os medios­y dirigidas a determinados fines. Y por lo tanto, el discurso funcional

71 Las denominadas "funciones inintencionales", no previstas y quizá ni siquiera que­ridas, pueden ser absorbidas como una subclase de las funciones entendidas en forma descriptiva, es decir efecth·amente cumplidas. En cuanto a las "funciones latentes", ellas plantear!an un problema sólo a quien las quisiera Iegistrar en el campo de los efectos.

"' Un ejemplo de funciones sistemáticas extra!das de las estructuras subsistémicas, y claramente referidas a ellas, está dado por las tres originarias "funciones de input" de Almo1.1d -rule makin, rule application y rule adjudication--, que se pueden referir n!tidamente a las estructuras gubernativo-legislativa, administrativa y judicial ( The Politics of the Developing Areas, cit., p. 17). Estas tres funciones fueron ahora clasifi­cadas nuevamente entre las "funciones de conversión" (cf. Almond y Powell, Politica comparata, cit., espec. pp. 51 y 69).

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a nivel sistémico es análogo al subsistémico; sigue siendo un dis­curso de Zweckrationalitiit.

El prólogo ha sido necesariamente largo. Pero ahora -pasando a las estructuras- podemos proceder de manera más expeditiva. En efecto, las dificultades con "estructura" son un reflejo de cuanto he­mos dicho. Dado que la función es la razón de ser de las estructuras, se infiere de ello que el modo más fácil de identificar una estructura es calificarla en nombre de su ratio essendi. Pero entonces aparece la dificultad: que la mayor parte de las estructur2s políticas se iden­tifican, o por una denominación funcional , o por una definición funcional. En el primer aspecto, nuestro vocabulario funcional (telcoll'l­gico) es mucho más rico que nuestro vocabulario estructural (des­criptivo). Y en cuanto al segundo, las estructuras no se definen casi nunca en los términos debidos, es decir como estructuras. Por más que preguntemos, a propósito de una estructura política, "qué es", invariablemente terminamos respondiendo en términos de "para qué sirve"; y por lo tanto, por no decir nada sobre el cómo es, al que se lo sustituye por una explicación sobre el para qué es.

¿Qué es una elección? Un modo para elegir. ¿Qué es una legislatu­ra? Una asamblea pa.ra producir leyes. ¿Qué es un gobierno? Un orde­namiento para gobernar. ¿Qué son los partidos? Instrumentos para hacer elegir. Y así sucesivamente. Elecciones, legislaturas, gobiernos, partidos, etc., son estructuras; pero no es f:ícil, ni mucho menos expedi­tivo, caracterizarlas como tales. Por lo tanto, es comprensible que las estructuras se perciban y califiquen a la luz de sus funciones preemi­nentes.73 Para el ciudadano y para quien hace política, está muy bien que así sea; pero estará muy mal para quien estudia la política, y toda­vía peor para quien atiende a la ingeniería política. En concreto, las reformas se hacen sobre las estructuras; y si no estamos en condiciones de establecer con suficiente precisión a qué estructuras corresponden determinados efectos (funcionales), la ingeniería política se verá real­mente en dificultades.7•

Almond tenía razón cuando basaba su enfoque en la exigencia de

.. Queda claro que una caracterización estructural que sea verdaderamente tal, remite a una meticulosa "descripción natural", y la presupone, la cual es necesariamente larga (infra nota 76) y también difícil de sintetizar. Por el contrario, las caracterizacio­nes funcionales son breves y más satisfactorias; en lugar de describir, explican.

" Para un desarrollo en clave de ingeniería política, debo remitir a mi ensayo "Po­litical Development and Political Engineering", en: Public Polic:y, Harvard Univer­sity Press, Cambridge, 1968, vol. XVII, espec. pp. 261-267 y 297-298.

LA POLhiCA COMPARADA 309

separar la estructura de la función. Igualmente indica con exactitud la importancia de ese enfoque para la política comparada: "Todos los sistemas políticos pueden compararse en términos de relaciones entre funciones y estructuras."75 Pero Almond sobrestima las dificultades. Porque es evidente que el estructural-funcionalista no camina hoy sobre dos piernas, sino sobre una sola; y para peor, sobre una pierna enferma. Metáforas a un lado, el hecho es que Almond no trabaja sobre dos términos que sean realmente dos -la estructura que a su vez opera sobre la función- sino más bien sobre estructuras que que­dan enredadas inextricablemente en sus atribuciones funcionales. De este modo se genera un círculo vicioso.

Pan ver más claro este círculo vicioso, basta pensar en las tres con­clusiones a las que llega todo estructural-funcionalista que se respete: 1) que ninguna estructura es unifuncional, es decir, que ninguna es­tructura absorbe una sola función; 2) que la misma estructura puede ser multifuncional, en el sentido de que puede cumplir en distintos países funciones bien diferentes, y 3) de tal modo la misma función en­cuentra alternativas estructurales, es decir, puede ser cumplida por diversas estructuras. Estas tesis son sin duda plausibles. Pero no se trataba de tesis que hubiera que descubrir; ya sabíamos, a ojo, que era así. Se trataba más bien de tesis para determinar, porque no sabíamos hasta qué punto era así. Pero interviene el análisis estructural-funcio­nal, y en vez de determinarlos, los analiza, y hasta las absolutiza; todo puede fusionarse. La estructura no vincula a ninguna función, y vice­versa, las funciones no se ligan a ninguna estructura.

La paradoja reside en que si la tesis multifuncional fuese verdadera, sería suicida, es decir, demostraría que el análisis estructural es por lo menos superfluo. Si una misma estructura .funciona de una manera to­talmente diferente en cada país, y si para cada función hay alternati­vas estructurales, ¿para qué ocuparse y preocuparse de las estructuras? ¿Pero es realmente la misma estructura la que funciona de manera di­ferente? ¿O bien el funcionamiento es diferente porque, si bien mira­mos, la estructura no es la misma?

Tomemos el caso de las elecciones. Las elecciones pueden servir también -lo sabemos perfectamente- para legitimar a un déspota. Pero no se desprende de ello que las elecciones sean "multifunciona­les". Para el estructuralista las elecciones son una estructura, y deben precisarse sub specie de estructuras en plural, de estructuras que re-

"' Almond y Powell, Política comparata, cit., p. 69.

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sultan muy diferentes. Por ejemplo, las "elecciones libres" no están estructuradas como las elecciones no libres (las que plebiscitan y legi­timan a los despotismos). La estructura de las elecciones libres requie­re, entre otras condiciones, que haya libertad de propaganda y de expresión,- una opción electoral por lo menos, un efectivo secreto del voto, así como todos los actos tendientes a impedir fraudes electorales y un recuento tramposo de los votos.76 Ahora bien, en todos los paí­ses donde el elector puede elegir, los candidatos pueden competir y los resultados no pueden falsearse, las elecciones libres son "monofun­cionales", es decir, que cumplen una misma función primaria: permi­tirle al electorado designar o sustituir a sus gobernantes. Pero donde las elecciones sirven para otros fines, no están estructuradas de la mis­ma manera. Ergo no es cierto que las elecciones sean multifunciona­les; al contrario, para funcionar de mánera diferente, requieren una diferente estructura.

El veredicto no es, pues, que el estructural-funcionalismo, por lle­gar a conclusiones suicidas, haya demostrado su propia superfluidad. Más bien es que su enfoque est:í girando en el vacío; ya sea porque no hay díada, ya porque no apresó lo que se había propuesto especial­mente: las estructuras. Reconozcamos que hasta aquí hemos estado arando surcos en el mar. Pero la empresa no debe abandonarse; hay que proseguirla, sólo que ahora con las dos piernas y con piernas me­jores. Y con esto voy, o retorno, al problema de la formación-malfor-mación de los conceptos. ·

Hasta ahora he procurado poner en claro las imperfecciones que la escuela estructural-fu.1cional heredó del contexto más general del funcionalismo. 77 Veamos ahora las dificultades que la escuela se creó por sí misma, es decir, por un mal tratamiento de los conceptos que maneja.

Volvamos a empezar por la "función". Aunque se puede considerar que este concepto es de por sí una fórmula teórica, la determinación

•• Esto es lo que entiendo po: "descripci6n estructural" (supra, nota 73). Tal es, en este caso, el vol. de William J. M. Mackenzie, Free Election, Allen & Unwin, Londres, 1958, que el autor considera un "texto elemental"; sin embargo consta de 180 densas páginas.

" Sin remontarse por ello a los antrop6logos, basta recordar la acogida demasiado indiferente que tuvieron Merton, Talcott Parsons y Marion J. Levy Jr. (el más influ­yente divulgador del descubrimiento de la multifuncionalidad). Sobre estos anteceden­tes pr6ximos, véase Walter Buckley, "Structural-Functional Analysis in Modems So­ciology", en el vol. a cargo de H. Becher y A. Boskoff, Modern Sociological Theor)' in Continuity and Change, Dryden Press, Nueva York, 1957.

LA POLlTICA COMPARADA 311

y clasificación de las funciones -las funciones en concreto-- deben relacionarse con la escala de abstracción y con una correcta técnica clasificatoria.78 Pero no es eso lo que encontramos acá. Para verlo con mayor claridad, basta tomar el único conjunto de funciones sistémi­cas de Almond, reagrupadas en: a) funciones de conversión (orde­nación de intereses, agregación de intereses, comunic.ación jJolítica y formación, aplicación y suministro de las normas); b) capacidad (ex­tractiva, reguladora, distributiva, simbólica y sensitiva, y e) funciones de mantenimiento y adaptación (reclutamiento y socialización políti­ca); y después ver cómo este disperso montón de funciones se distri­buye y emplaza concretamente a nivel subsistémico, es decir, en los tres mayores subsistemas considerados por Alm.ond: grupos de inte­rés, partidos, gobierno.70 El revoltijo es inimaginable y no podemos ponerlo en orden aquí, por cierto. Me limito a extraer del montón, el caso de la función que he indicado expresamente en cursivas: la función comunicativa o función de "comunicación política". Salta a la ,yista que ésta es la categoría más abstracta y omnicomprensiva de toda la serie. Almond mismo reconoce, hasta cierto punto, que es el "prerrequisito necesario" de todas las otras funciones.80 Por lo tanto, se presentan dos casos; o se hace de la "comunicación" la categoría universal por excelencia que descifra todo el resto, como en Deutsch . y en general en el enfoque cibernético; 81 o bien se la deja supyacente y se la convoca de vez en cuando a título de variable interviniente. Pero lo que no se puede hacer es justamente lo que Almond hizo: yuxtaponerlas a funciones alienum gene1·e que evidentemente perte­necen a otro nivel de abstracción.82

Prescindiendo de Almond, tomemos un ejemplo más manejable, vale decir, que se encuentre a nivel subsistémico: las funciones de

'" La escala de abstracción constituye por lo tanto el instrumento para establecer las "reglas de correspondencia" (en sentido carnapiano) de "función" (supra, nota 62); y yo diría directamente las reglas de transformación que la hacen reductible a obse1vaciones.

"' Almond y Powell, Política comparata, cit., pp. 47-52, y passim. Las cursivas son mías.

110 Ibidem, p. 225. 81

De Deutsch, véase espec. The Nerves of Government, Free Press, Nueva York, 1963. En general, cf. Richard R. Fagen, Politícs and Communication, Little Brown, Boston, 1966.

82 Basta observar que las combinaciones y sumas de intereses se definen por exclu­

sión recíproca, mientras que "comunicación" parece no tener contrario. En efecto, ¿qué sería no comunicación?

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312 PRO:FUNDIZACIONES

los partidos (de los subsi1otemas partidarios). En otro lugar conté veintisiete (y sin ninguna pretensión de haber agotado el punto); y eso para un solo "segmento".83 Sin embargo, y pcns<índolo bien, una treintena de funciones no son demasiadas teniendo en cuenta la gran variedad de los sistemas partidarios, es decir, la multiplicidad de las "estructuras partidarias" a las que estas funciones responden.84 ¿Cuál es el problema? Obviamente, una mera enumeración casual de unas treinta funciones no sirve para nada. y hasta agrega más confusión. Hay que sistematizarlas y circunscribirlas a la luz de tres criterios, por lo menos: 1) organización vertical; 2) correspondencia entre fun­ciones y estructuras, y 3) fusionabilidad.

El primer criterio -vertical- nos impone la necesidad de situar las categorías funcionales en los diferentes niveles de abstracción que les compete. De este modo descubrimos, por ejemplo, que la función de comunicación (de los partidos) peca de generalidad (en el alto nivel), y por Jo tanto hay que especificarla, descendiendo por toda la escala de abstracción: ¿qué tipo, y después qué snbe5pecie de comu­nicación? De este modo, descubrimos también que, en segundo lugar, tales funciones se encastran verticalmente, de modo que no van yux­tapuestas una junto a la otra (como si fuesen "otras"), sino que van unidas o separadas según la especificidad del a~álisis. Se trata en defi­nitiva de una misma función que varía -inversamente- por deno­tación y connotación. Por ejemplo, las funciones de "hacer participar" y jo de "movilizar", a un electorado son subdáses de la clase electio­neering, esto es, de la función de activacil'm electoral; de modo que esta última está encima y no junto a las otras dos. En fin, en tercer lugar, una taxonomía que se despliega a lo largo de una escala de abs­tracción nos ayuda a separar funciones demasiado contiguas, que se sobreponen sin ser por ello coextensivas. Es el caso de la función ·de integración, que se sobrepone a las llamadas de cohesión y de manteni­miento del consenso. Es también el caso de las funciones llamadas di-

• Cfr. Concept Misformation in Comparative Politics, loe. cit., nota 54. "' En mi "Tipología dei sistema di partito", en: Quaderni di Sociologia, XVII

( 1968), pp. 187-226, propongo una taxonomía basada en siete términos [sistemas: 1) de partido único; 2) de partido hegemónico; 3) de partido predominante; 4) biparti­dario; 5) de multipartidismo moderado; 6) de multipartidismo extremo ; 7) atomizador], que por lo demás llega rápidamente a dit'z términos si incluimos las subclase~ (z•éase espec. pp. 225-226). Agrego que esta tipología no incluye las situaciones fluidas de gran parte del Tercer Mundo. Pero vlase G. Sartori, Parties and Party Systems - A Frame· work for Anlllysis. cit.

LA POLlTICA COMPARADA 313

ferentemente de mediación, moderación, reconciliación; si son tres, dejémoslas como tales; si no, hagámoslas homólogas y contémoslas por una.

· El segundo criterio -buscar las correspondencias- presupone que tanto las funciones como las estructuras están debidamente ordena­das y clasificadas, cada una por su lado. Después de lo cual, las dos series deben ponerse en correspondencia mutua para establecer cómo se ensamblan; qué funciones corresponden a qué estructuras partidis­tas, y viceversa. Y mi conjetura es que en este punto descubriremos que nuestras treinta funciones no bastan.

El tercer criterio -el de fusionabilidad- proviene del segundo y permite sistematizar la cuestión pendiente de la multifuncionalidad. ¿Cuáles son las funciones realmente multiestructurales, es decir, cum­plidas por cualquier estructura? Y en el otro extremo, ¿cuáles son las funciones uniestructurales, es decir que no se fusionan, ligadas a una

~ sola estructura? Por último, ¿cuáles son -ahora en la gama de los casos intermedios- las funciones compatibles con cinco estructuras, diga­mos, pero incompatibles con otras cinco? De este modo, a las funcio­nes se les puede aplicar una escala según un orden de menor o mayor fusionabilidad. Diría aproximadamente, para presentar tres ejemplos, que la función más fusionable -es decir, la que se cumple de un modo que puede ser asimilada en forma tolerable por todas las estruc­turas partidistas-- sería la de canalización. La función expresiva (de la demanda) se situaría hacia la mitad de la escala, ya que aparece en to­das las estructuras pluralistas y competitivas, pero no en las monísti­cas. Y una función como la de simplificación de las alternativas corre el riesgo de estar entre las menos fusionables, o sea de quedar confi­nada a las estructuras bipartidistas.

Decíamos que no es eso lo que encontramos, a los efectos de la de­terminación y clasificación de las funciones. De hecho, en la litera­tura sobre el tema no aparecen casi rastros de un tratamiento del tipo que hemos delineado: ni para las funciones de los partidos, 811 ni para las funciones de los otros subsistemas. En la literatura reina un caos de enumeraciones a troche y moche, de denominaciones funcionales que se superponen, de saltos acrobáticos entre funciones omnicom­prensivas, abstraídas hasta el punto de vaporizárselas, y funciones de

01 Cf. como corroboración, Howard A. Scarrow, "The Functions of Political Par­ties: A Critique of the Literature and the Approach", en: JourniÚ of Politics, XXIX (1967), pp. 770-790. En esta reseña crítica, que en otros aspectos es muy sutil, los problemas de los que nos hemos ocupado aqui no fueron ni siquiera entrevistos.

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314 PROFUNDIZACIONES

detalle. Y cuando pasamos al otro término de la díada, es decir al cam­po de las estructuras, las cosas no van mucho mejor.

En la zona de las estructuras, son mayores las dificultades, y por consiguiente los atenuantes objetivos. De todos modos el problema reside en que el concepto de estructura 4a sido "mal tratado", vale decir, mal construido. En primerísimo lugar, ¿estructura a qué nivel? La cuestión vertical no ha sido resuelta, y de ello proviene que el con­cepto se halla altamente indefinido, o realmente mal definido.86 Ve­remos en seguida qué se podría decir con respecto a una proyección a lo largo de la escala de abstracción.

Si se desarrolla el concepto de "estructura" de arri~,:¡ hacia abajo, se pueden identificar a primera vista cuatro niveles de utilización del término, por lo menos; estructura entendida como 1) principios es­tructurales (por ej. pluralismo); 2) condiciones estructurales (por ej., la estructura económica de clase y · similares; 3) módulos estructura­les, como la estructuración de los procesos electorales, de oposición, de presión, y similares, y 4) estructuras organizativas específicas de los membership systems (que más o menos corresponden al organigrama y los estatutos).

En el primer sentido, el más rarificado, las estructuras son sola­mente los "principios" que presiden la convivencia y la ordenación de los conjuntos humanos dentro de una determinada forma política. También el segundo sentido es, para el analisis estructural-funcional, una condición de fondo -un parámetr~ más que una estructura de interés primario. En concreto, las estructuras que debemos afirmar son las del tercero y cuarto grados de abstracción. Porque si no las afirmamos, se nos escapa lo más. Como se nos ha escapado hasta aho­ra. Por supuesto, el relevamiento de los módulos estructurales que dan forma a los procesos políticos, tales como los procesos de oposi­sión y de presión, suele ser una empresa sumamente difícil, ya que

"" Cfr. Almond para todos estos aspectos: "por estructura entendemos las activida­des observables que componen el sistema politico. Señalar estas actividades como po· seedoras de una estructura, implica simplemente que ellas se presentan con una cierta regularidad" (Politica comparata, cit. p. 59). Se advierte que para Almond, también las funciones son "actividades" (pero mejor definidas). Posteriormente Almond cam­bia súbitamente su definición, quizás por la preocupación de extraer algo más: "por estructura entendemos esos peculiares conjuntos de papeles ligados entre si" (ibidem). Le preocupación behaviorista es evidente. E igualmente evidente es el resultado para­dójico al que llega el behaviorismo: hacer inobservable hasta lo observable. Con un concepto de estructura configurado como lo hace Almond, estructuras son todas y

ninguna.

LA POL1TICA COMPARADA 315

por cierto la materia es de por sí evasiva.87 Pero tampoco debe ente­derse que el relevamiento de la estructura real de los member.thip sys· tems es una empresa sencilla, dado que la estructura legal de las orga­nizaciones no nos dice todo, y nos puede dejar totalmente al margen de la cuestión. Pero aunque nadie niega las dificultades de llegar a una "descripción estructural" adecuada y suficiente, el hecho es que esta determinación se nos escapa por una razón básica: por defecto de concepto, vale decir, porque ni siquiera se nos ha pedido que lo busquemos. En el origen de todo, se encuentra la malformación del concepto de estructura.

Mi conclusión viene a unirse de este modo con mi premisa mayor: que el punto de mayor debilidad de la política comparada -sub specie del análisis funcional-estructural- es ignorar los procedimientos de abstracción, de suerte que no sólo se desconoce la escala de abstrac­ción, sino que se la destruye inadvertidamente por querer treparse demasiado precipitadamente hacia categorías omnicomprensivas.88

IX.9. REcAPITULACIÓN

La ciencia política que hoy consideramos precientífica tenía ~o11 todos sus errores y defectos- una fecundidad teórica que la ciencia política "cientifizada" de inspiración behaviorista ha perdido en gran medida, o al menos ha dejado atrofiar.80 En el afán de decir mejor

"' Pero se verá con sumo provecho el análisis del Dahl sobre las condiciones, sitios y estrategias de las oposiciones, vuelta a transcribir en clave de "estructuración de las oposiciones". Cfr. en el vol. a su cargo, Political Oppositions in Western Democracies, Yale University Press, Nueva Haven, 1966, caps. 11-12-13. Análogamente, sería prove­choso volver a ver en clave estructural las numerozas investigaciones sobre los grupos de presión.

88 Sobre la más general debilidad metodológica y lógica del enfoque, y para otras criticas severas, cfr. Robert E. Dowse, "A Functiomilist's Logic", en: World Politics, XVIII (1966), pp. 607-622; y Arthur L. Kalleberg, "The Logic of Comparison", en: W orld Politics, XIX, 1966, pp. 69-82.

• Por supuesto que no siempre, y no necesariamente. Para el reverso de la medalla, cfr. el vol. cit ., a cargo de Easton, Varieties of Political Theory, y la sección "Political Theory" en el vol. cit. Approaches to the Study of Political Science (pp. 51-121). Pero véase sobre todo el caso de Robert A. Dahl, un autor que respetando plenamente los cánones del behaviorismo, e incluso en clave operacional, logró darnos el libro más puntual y penetrante desde el punto de vista teórico de toda la bibliografía sobre la democracia: A Preface to Democratic Theory, University of Chicago Press, 1956. A nuestros fines, no deja de tener interés hacer notar que también Dahl incursionó en

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316 PROFUNDIZACIONES

--con mayor rigor y exactitud- decimos menos. A los grandes pro­blemas considerados científicamente imposibles de tratar, se han su­mado los microproblemas, que a su vez generan el puro virtuosismo técnico: el microanálisis sin problema. Es un precio demasiado alto. ¿Hay que pagarlo realmente? Quiz;ls no. Y por cierto, no hay que pagarlo en la medida en que el macroanálisis, o sea también el análi­sis de los grandes problemas, es reductible a hipótesis, generalizaciones y previsiones comprobables en su acierto o error.

De aquí la importancia creciente de la política comparada, que hoy se sitt'ta en el centro de la ciencia política contempodnea. Com­fJarar es controlar. Por lo tanto es en la política compa:ada donde la ciencia política recupera los grandes problemas, a un nivel más ele­vado de conocimiento científico y de validez empírica, y en ellos reen­cuentra su fecundidad teórica. Pero la empresa de una política com­parada a escala mundial, que se sirva de la globalidad con fines de control, es realmente una empresa de gran aliento; inédita e innova­dora, tentativa y arriesgada. Por lo tanto, no puede sorprendernos que los frutos sean todavía amargos y a menudo indigestos. En nuestro caso, no es tampoco verdad que "la comparación es la base de la crea­tividad y del crecimiento acumulativo de la ciencia".90 Pero no debe­mos desalentarnos por ello. Y si mi examen crítico de la "nueva" política comparada, a la luz de sus premisas lógicas y metodológicas, resulta un examen severo, mi crítica quiere ser constructiva, no por cierto negativa o negadora . .

Las ambiciones globales de la política comparada plantean proble­mas metodológicos de fondo, espinosos e inéditos, ' problemas que de­ben afrontarse pero que ni siquiera han sido percibidos adecuadamen­te. Y si el enfoque de este ensayo es conceptual -sobre conceptos-, se debe entender que los conceptos en cuestión no son solamente elementos de un sistema teórico, sino que son también, a la vez, ins­trumentos de investigación y contenedores de datos.

El problema empírico se plantea de este modo: nos faltan informa-

el terreno comparado; y esto no sólo en el volumen cit., Political Oppositions in Wes­tern Democracies (al que sigue un segundo volumen sobre las oposiciones fuera del contexto democrático), sino también en la teoría de la democracia desarrollada en Polyarchi, Yale University Press, Nueva Havcn, ICJ71. La fecundidad y fineza teórica de un autor tan ajeno en apariencia a las teorizaciones, fueron captadas por Domenico Fisichella, Temí e metodi in scienza política, Sansoni, Florencia, 1971, cap. VI.

10 Michel Haas, "Comparative Analysis", en: Western Política/ Quarterly, XV, 1962, p. 303.

LA POLITICA COMPARADA 317

ciones suficientemente precisas para que pueda comparárselas de un modo significativo y seguro. Por consiguiente, tenemos una extrema, urgente necesidad de un sistema estandarizado de relevamiento-ficha­je, constituido por contenedores conceptuales discriminadores, que se conviertan en tales mediante una técnica de descomposici{m taxon(>­mica. El problema te6rico, o teorético, se plantea correlativamente de este modo: necesitamos reglas apropiadas para disciplinar el voca­bulario y los procedimientos de comparación. De lo contrario, corre­mos el riesgo de naufragar en el caos y en la frivolidad de asimilacio­nes y generalizaciones vacías. El hilo conductor de una muy necesaria disciplina de este género fue indicado por mí como formado por la escala de abstracción, las propiedades Mgicas de los niveles de abs­tracción respectivos, y reglas de recorrido, composici<'m y descomposi­ción; reglas de recorrido que nos permiten aunar un fuerte poder explicativo y generalizador a un contenido descriptivo que admite la comprobación empírica. Por supuesto que no se trata de una receta mágica. Pero ciertamente el esquema de referencia de la escala de abstracción introduce el orden en ese caos, nos salva del "estiramiento del concepto", e incluso nos lleva a desarrollar con método un voca­bulario más analítico. Se podrá aducir que, en rigor, los niveles de análisis no parecen convertibles uno en otro sin residuos; y que por lo tanto, al subir o bajar a lo largo de la escala de abstracción, hay siempre algo que se pierde o que se adquiere. De hecho, la disposición vertical de Jos conceptos no es continua; y si decimos escala, es tam­bién para convocar la imagen de los grados. Pero aun admitiendo una irreductibilidad última, es indudable que la disciplina impuesta por la escala de abstracción y por sus reglas, hacen que las aserciones teó­ricas generadas por un nivel particular, encuentren en los niveles que Cstán inmediatamente por debajo y por arriba, aserciones capaces de confirmarlos o de contradecirlos.

Una última consideración. Puede parecer que mi discurso combinó y renni{) dos defectos: el de ser demasiado aproximativo y superficial para quienes entienden de filosofía analítica y de metodología de la ciencia, y al revés, el de ser demasiado exigente y filosófico para el contexto en que se sitúa, es decir para el politólogo. Pero si éstos son defectos, los cultivé a conciencia. Porque mi propósito fue propiamen­~e el de aproximar dos posiciones extremas que considero igual­mente perniciosas, y en medio de las cuales se encuentra un inmenso vacío protegido por un muro de incomunicabilidad. Escribía Wright Milis: "Dominar la 'teoría' y el 'método' equivale a convertirse en un

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pensador que conoce, un hombre que trabaja sabiendo cuáles son los presupuestos y las implicaciones de lo que hace. Ser dominados por la 'teoría' y por el 'método' equivale a no empezar nunca a trabajar." 111

Mi linea es la de Milis. Creo como él en el "pensador que conoce", ajeno por igual al perfeccionismo hiperconocedor y al simplismo sin conceptos. Al perfeccionista (a la manera de Hempel), que se niega a considerar el calor y el frío hasta que no dispone de un termómetro, le reprocho que le aplique ~a las ciencias sociales un metro no per­tinente y contraproducente. Nos guste o no, las ciencias del hombre navegan hasta ahora en un mar de ingenuidades; y el más ingenuo de todos es en definitiva el que cree que está pisando tierra firme. Con lo cual -y esto ya debe haber quedado claro- no pretendo re­dimir al "pensador que no conoce", el que piensa sin estar adiestra­do para pensar.

-----" Wright Milis, "On Intellectual Craftmanship", en: Gross (ed.), Symposium on

SonologictJl Theory, cit., p. 27. Las cursivas son mías.

X. POLíTICA Y PREVISióN TECNOLóGICA •

X.l. LA SOCIEDAD POSINDUSTRIAL (CODICILO DE BELL}

SIN UN criterio de desciframiento, sin una clave explicativa, el pasado y el futuro sólo serían zonas de oscuridad. La búsqueda de este "des­cifrador" pertenece tradicionalmente a ese capítulo de la filosofía de­nominado "filosofía de la historia". Pero entendámonos, historia no es sólo el pasado. Una vez efectuada la elección del criterio explicativo, este criterio debe valer indistintamente tanto para el pasado como para el futuro, para la retrospección y para la previsión; hacia atrás y hacia adelante. En la práctica, quien procura descifrar el futuro se siente mejor con determinadas claves explicativas y no con otras. Y no es una coincidencia el que los futurólogos opten las más de las veces por tm tipo de ·explicación tecnológica y tecnoestructural.

Si las causas últimas del cambio residen en la tecnología y en el habitat técnico, entonces nuestras conjeturas y profecías se apoyan en un terreno relativamente sólido, es decir sobre datos "duros". Por el contrario, cuanto más dejamos de lado las "determinaciones objeti­vas", y más nuestro principio de desciframiento proviene de "factores subjetivos", más incómodo se siente el futurólogo. Lo que equivale a decir que el sociólogo y el economista que trabajan sobre datos "du­ros", no tienen dificultades para pasar a la previsión, mientras que ese pasaje le resulta muy arduo al historiador y al politólogo que traba­jan con datos "blandos".

De aquí proviene la diferencia entre las previsiones tecnológicas que se apoyan en fundamentos económico-sociológicos, y la incerti­dumbre predictiva que debe recurrir a elementos de prueba de tipo histórico-cultural. Los escritos recientes de Daniel Bell, que anticipan su volumen sobre La. sociedad posindustrial,1 representan a mi enten-

* Este escrito resume una intervención en la convención organizada en Zurich por D. Bell y R. Dahrendorf sobre "La sociedad posindustrial" en junio de 1970, apareci­do en Survey, 78, invierno de 1971, y en la Rivista Italiana de Scienza Política, 2, 19il.

1 Véase en los siguientes volúmenes: Eli Ginzberg (ed.), Technolog:y and Social Change, Columbia University Press, 1965; E. & E. Eutchings (ed.), Scientific Progre1s and Human Values, American Elsevier, Nueva York, 1966; Bertram M. Gross (ed.), A Great Society? Basic Books, Nueva York, 1968; Daniel Bell (ed.) Toward the Year 2000, Houghton Mifflin, Ameri~an Academy of Arts and Science, Boston, 1968. Véase

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Politica/ Studies (1996), XLIV, 936-957

Political Science and the Three New Institutionalisms*

PETERA. HALL

Harvard University

ANo RosEMARY C. R. TAYLOR

Tufts University

The 'new institutionalism' is a term that now appears with growing frequency in political science. However, there is considerable confusion about just what the 'new institutionalism' is, how it differs from other approaches, and what sort of promise or problems it displays. The object of this essay is to provide sorne preliminary answers to these questions by reviewing recent work in a burgeon­ing literature.

Sorne of the ambiguities surrounding the new institutionalism can be dispelled if we recognize that it does not constitute a unified body of thought. lnstead, at least three different analytical approaches, each ofwhich calls itself a 'new institutionalism', have appeared over the past fifteen years. We !abe! these three schools of thought: historical institutionalism, rational choice institu­tionalism, and sociological institutionalism. 1 All of these approaches developed in reaction to the behavioural perspectives that were influential during the 1960s and 1970s and all seek to elucidate the role that institutions play in the determination of social and political outcomes. However, they paint quite different pictures of the political world.

In the sections that follow, we provide a brief account of the genesis of each school and characterize what is distinctive about its approach to social and political problems. We then compare their analytical strengths and weaknesses,

* An earlier version of this paper w;.s presented at the 1994 Annual Meeting of the American Political Science Association and at a Conference on 'What is lnstitutionalism Now?" at the University of Maryland, October 1994. We would like to acknowledge the hospitality and stimulation that W. Richard Scott, the Stanford Center for Organizations Research, and the Center for Advanced Study in the Behavioral Sciences provided while the preliminary work for this paper was being done, and we are grateful to Paul Pierson for many helpful discussions about these issues. For written comments on this earlier draft, we are grateful to Robert Bates, Paul DiMaggio, Frank Dobbin, James Ennis, Barbara Geddes, Peter Gourevitch, Jan Lustick, Cathie Jo Martin, Lisa Martin, Paul Pierson, Mark Pollack, Bo Rothstein. Kenneth Shepsle. Rogers Smith, Marc Smyrl, Barry Weingast, and Deborah Yashar.

1 In principie, we might also identify a fourth such school, the 'new institutionalism' in economics. However, it and rational choice institutionalism overlap heavily and so we treat them together in this brief review. A more extended treatment might observe that RCI puts more emphasis on strategic interaction, while the new institutionalism in economics puts more stress on property rights, rents, and competitive selection mechanisms. Cf. Thrainn Eggertsson, Economic Behaviour and lnstitutions (Cambridge, Cambridge University Press, 1990) and Louis Putterman (ed.), The Economic Nature of the Firm (Cambridge, Cambridge University Press, 1986). 1J; Political Studies Association 1996. Published by Blackwe\1 Publishers. 108 Cowley Road, Oxford OX4 IJF, UK and 238 Mam Street. Cambridge. MA 02142. USA.

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focusing on the stance that each adopts toward two issues fundamental to any institutional analysis, namely, how to construe the relationship between institu­tions and behaviour and how to explain the process whereby institutions originate or change.

Given the similarity in their interests, it is paradoxical that these three schools of thought developed quite independently of each other, at least judging from the paucity of cross-references in the Iiterature. Until recently, there has been little interchange among them. Accordingly, we ask what each might learn from the others and, in the conclusion, what potential there is for integrating their insights.

Historical Institutionalism

Historical institutionalism developed in response to the group theories of politics and structural-functionalism prominent in political science during the 1960s and 1970s.2 It borrowed from both approaches but sought to go beyond them. From group theory, historical institutionalists accepted the contention that conflict among rival groups for scarce resources Iies at the heart ofpolitics, but they sought better explanations for the distinctiveness of national political outcomes and for the inequalities that mark these outcomes.3 They found such explanations in the way the institutional organization of the polity and economy structures conflict so as to privilege sorne interests while demobilizing others. Here, they built on an older tradition in political science that assigned importance to formal political institutions but they developed a more expansive conception both of which institutions matter and of how they matter.4

The historical institutionalists were also inftuenced by the way in which structural functionalists saw the polity as an overall system of interacting parts. 5 They accepted this contention but reacted against the tendency of many structural functionalists to view the social, psychological or cultural traits of individuals as the parameters driving much of the system's operation. Instead, they saw the institutional organization of the polity or political economy as the principal factor structuring collective behaviour and generating distinctive outcomes. They emphasized the 'structuralism' implicit in the institutions ofthe polity rather than the 'functionalism' of earlier approaches that viewed poli ti cal outcomes as a response to the needs of the system.

Structural functionalism and group conflict theories had both pluralist and neo-Marxist variants and debate about the latter played an especially inftuential role during the 1970s in the development of historical institutionalism. 6 In

2 We borrow the term 'historical institutionalism' from Sven Steinmo el al., Structuring Politics: Historical Institutionalism in Comparative Ana/ysis (New York NY, Cambridge University Press, 1992).

3 Of necessity, this is a highly concise summary of many complex developments. For amplification, see: Ronald Chilcote, Theories ol Comparative Politics (Boulder CO, Westview, 1981) and James A. Bill and Robert L. Hardgrave Jr., Comparative Politics (Washington DC, University Press of America, 1981).

4 Cf. Harry Eckstein and David Apter (eds), Comparative Politics (Glencoe, Free, 1963). 5 For an especially influential and integrated treatment, see Gabriel Almond and G. Bingham

Powell Jr., Comparative Politics: a Developmental Approach (Boston MA, Little Brown, 1956). 6 Cf. Robin Blackburn (ed.), Ideology and Social Science (London, Fontana, 1972), ch. 11;

Fred Block, Revising Sta/e Theory (Philadelphia PA, Temple University Press, 1987), and Martin Carnoy, The Sta/e and Political Theory (Princeton NJ, Princeton University Press, 1984).

~) Political Studies Association, 1996

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938 Review Section

particular, it led many historical institutionalists to look more closely at the state, seen no longer as a neutral broker among competing interests but as a complex of institutions capable of structuring the character and outcomes of group conftict. 7 Shortly thereafter, analysts in this school began to explore how other social and political institutions, of the sort associated with labour and capital, could structure interactions so as to generate distinctive national trajectories. 8 Much of this work consists of cross-national comparisons of public policy, typically emphasizing the impact ofnational political institutions structuring relations among legislators, organized interests, the electorate and the judiciary.9 An important sub-literature in comparative political economy extended such analyses to national labour movements, employer organization, and financial systems. 10

How do historical institutionalists define institutions? By and large, they define them as the formal or informal procedures, routines, norms and con­ventions embedded in the organizational structure of the polity or political economy. They can range from the rules of a constitutional order or the standard operating procedures of a bureaucracy to the conventions governing trade union behaviour or bank~firm relations. In general, historical institu­tionalists associate institutions with organizations and the rules or conventions promulgated by formal organization. 11

In the context of the other schools reviewed he re, four features of this one are relatively distinctive. First, historical institutionalists tend to conceptualize the relationship between institutions and individual behaviour in relatively broad terms. Second, they emphasize the asymmetries of power associated with the operation and development of institutions. Third, they tend to have a view of institutional development that emphasizes path dependence and unintended consequences. Fourth, they are especially concerned to integrate institutional analysis with the contribution that other kinds of factors, such as ideas, can make to political outcomes. Let us elabora te briefly on each of these points. 12

7 Cf. Peter Evans el al. (eds), Bringing the State Back In (New York NY, Cambridge University Press, 1985), Stephen Krasner, Defending the National In/eres/ (Princeton NJ, Princeton University Press, 1980), and Peter Katzenstein (ed.), Between Power and Plenty (Madison WJ, University of Wisconsin Press, 1978).

8 There was a significan! point of tangency with the 1iterature on neo-corporatism. See: John Zysman, Governments, Markets and Growth (Berkeley CA, University of California Press, 1983); Philippe Schmitter and Gerhard Lehmbruch (eds), Patterns of Corporatist Policy-Making (Beverly Hills CA, Sage, 1982); PeterA. Hall, Governing the Economy: the Politics of Sta/e Interven/ion in Britain and France (Oxford, Polity, 1986).

9 Cf. Steinmo el al., Structuring Politics; R. Kent Weaver and Bert A. Rockman (eds). Do lnstitutions M alter.? (Washington DC, Brookings lnstitute, 1993).

10 Cf. John Goldthorpe (ed.), Order and Conflict in Contemporary Capitalism (New York NY. Cambridge University Press, 1984), David Soskice, 'Wage determination: the changing role of institutions in advanced industrialized countries', Oxford Review of Economic Po/icy 6,4 (1990), 36-61, Fritz Scharpf, Crisis and Choice in Social Democracy (lthaca NY, Cornell University Press, 1992).

11 See Kathleen Thelen and Sven Steinmo, 'Historical institutionalism in comparative politics' in Steinmo el al., Structuring Politics, p. 2 ff; Hall, Governing the Economy, p. 19. For a thoughtful example of a broader view, see: John lkenberry, 'Conclusion: an lnstitutional Approach to American Foreign Policy' in John lkenberry el al. (eds), The State and American Foreign Policy (lthaca NY, Cornell University Press, 1988), p. 226.

12 For an excellent overview from which our ana1ysis has benefited, see: G. John Ikenberry, 'History's Heavy Hand: lnstitutions and the Po1itics of the State', paper presented toa Conference on 'What is Institutiona1ism Now?', University of Mary1and, October 1994.

,,. Political Studies .Association, 1996

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Review Section 939

Central to any institutional analysis is the question: how do institutions affect the behaviour of individuals? After all, it is through the actions of individuals that institutions have an effect on political outcomes. In broad terms, new institutionalists provide two kinds of responses to this question, which might be termed the 'calculus approach' and the "cultural approach' respectively. Each gives slightly different answers to three seminal questions: how do actors behave, what do institutions do, and why do institutions persist over time?

In response to the first of these questions, those who adopt a calculus approach focus on those aspects ofhuman behaviour that are instrumental and based on strategic calculation. They assume that individuals seek to maximize the attainment of a set of goals given by a specific preference function and, in doing so, behave strategically, which is to say that they canvass all possible options to select those conferring maximum benefit. In general, the actor's goals or preferences are given exogenously to the institutional analysis.

What do institutions do, according to the calculus approach? Institutions affect behaviour primarily by providing actors with greater or lesser degrees of certainty about the present and future behaviour of other actors. More specifically, institutions provide information relevant to the behaviour of others, enforcement mechanisms for agreements, penalties for defection, and the like. The key point is that they affect individual action by altering the expectations an actor has about the actions that others are likely to take in response to or simultaneously with his own action. Strategic interaction clearly plays a key role in such analyses.

Contrast this with a 'cultural approach' to such issues. The latter stresses the degree to which behaviour is not fully strategic but bounded by an individual's worldview. That is to say, without denying that human behaviour is rational or purposive, it emphasizes the extent to which individuals turn to established routines or familiar patterns of behaviour to attain their purposes. lt tends to see individuals as satisficers, rather than utility maximizers, and to emphasize the degree to which the choice of a course of action depends on the interpre­tation of a situation rather than on purely instrumental calculation.

What do institutions do? From this perspective, institutions provide moral or cognitive templates for interpretation and action. The individual is seen as an entity deeply embedded in a world of institutions, composed of symbols, scripts and routines, which provide the filters for interpretation, of both the situation and oneself, out of which a course of action is constructed. Not only do institutions provide strategically-useful information, they also affect the very identities, self-images and preferences of the actors. 13

These two approaches also supply different explanations for why the regularized patterns of behaviour that we associate with institutions display continuity over time. 14 The calculus approach suggests that institutions persist

13 For an especially trenchant characterization of this position, see James March and Jo han P. Olsen, Rediscovering lnstitutions: the Organizational Basis of'Politics (New York NY, Free, 1989).

14 These can also be seen as responses to one of the most importan! dimensions of the structure­agency problem, namely, the problem of explaining how an institution can be said to structure human action, in sorne determinative sense, so as to produce a regularized pattern of behaviour, even though the existence of the institution itself usually depends on the presence of these patterns of behaviour and thus on the willingness of the actors to behave in certain ways. The problem is to capture simultaneously the voluntary and determinative character of institutions. F or a more general exploration of such problems, see Anthony Giddens, Central Prohlems in Social Theory (London, Macmillan, 1978). !f; Political Studies Association. 1996

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940 Review Section

because they embody something like a Nash equilibrium. That is to say, individuals adhere to these patterns of behaviour beca use deviation will make the individual worse off than will adherence. 15 lt follows that the more an institution contributes to the resolution of collective action dilemmas or the more gains from exchange it makes possible, the more robust it will be. 16 A cultural approach, on the other hand, explains the persistence of institutions by noting that many of the conventions associated with social institutions cannot readily be the explicit objects of individual choice. Instead, as the elemental components from which collective action is constructed, sorne institutions are so 'conventional' or taken-for-granted that they escape direct scrutiny and, as collective constructions, cannot readily be transformed by the actions of any one individual. Institutions are resistant to redesign ultimately because they structure the very choices about reform that the individual is likely to make. 17

Historical institutionalists are eclectic; they use both of these approaches to specify the relationship between institutions and action. Immergut, for instance, explains cross-national differences in health care reforms by reference to the willingness ofphysicians' groups to compromise with the advocates ofreform, a willingness she links, in turn, to the way in which the institutional structure of the political system affects these groups' expectations about the likelihood of successfully appealing an unpalatable decision beyond the legislature. 18 Hers is a classic calculus approach. Hattam employs a similar approach, when she argues that the entrenched power of the judiciary led the American labour movement away from strategies that were susceptible to judicial review. How­ever, like many historical institutionalists, she goes farther to explore the way in which differences in the institutional setting facing organized labour in the United States and Britain fostered trade union movements with quite different worldviews. This kind of analysis suggests that the strategies induced by a given institutional setting may ossify over time into worldviews, which are prop­agated by formal organizations and ultimately shape even the self-images and basic preferences of the actors involved in them. 19

The second notable feature ofhistorical institutionalism is the prominent role that power and asymmetrical relations of power play in such analyses. All institutional studies have a direct bearing on power relations. Indeed, they can usefully be read as an effort to elucidate the 'second' and 'third' dimensions of

15 For a radical statement of this view, see: Randall L. Calvert, 'The rational choice theory of social institutions' in Jeffrey S. Banks and Eric A. Hanushek (eds), Modern Political Economv (New York NY, Cambridge University Press, 1995), pp. 216~66.

16 To this Kenneth Shepsle has added the observation that actors will hesitate to change the institutional rules because, although reform might allow them to realize an immediate gain on the issue-at-hand, they face great uncertainty about the impact of the new rules on decisions not yet foreseen. See: Kenneth A. Shepsle, 'lnstitutional equilibrium and equilibrium institutions' in Herbert F. Weisberg (ed.), Po/itical Science.· the Science of Politics (New York NY, Agathon, 1986), pp. 51-81.

17 For a radical critique which begins from this kind of point but moves well beyond it, see: Robert Graftstein, /nstilutional Realism: Social and Po/itical Constraints on Rational Actors (New Haven CT, Yale University Press, 1992).

18 Ellen lmmergut, Health Politics: lnterests and lnstitutions in Western Europe (New York NY, Cambridge University Press, 1992).

19 Victoria C. Hattam, Labor Visions and State Power: the Origins ol Business Unionism in the United States (Princeton NJ, Princeton University Press, 1993).

'( ·} PoliLical Studies Assoc1ation, 1996

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Review Section 941

power identified sorne years ago in the community power debate.20 But historical institutionalists have been especially attentive to the way in which institutions distribute power unevenly across social groups. Rather than posit scenarios of freely-contracting individuals, for instance, they are more likely to assume a world in which institutions give sorne groups or interests dispro­portionate access to the decision-making process; and, rather than emphasize the degree to which an outcome makes everyone better off, they tend to stress how sorne groups lose while others win. Steinmo, for instance, explains cross­national differences in tax policy largely by reference to the way in which political institutions structure the kinds of social interests most likely to be represented in the policy process. 21 In the realm of American economic policy, Weir shows how the structure of the political system militates in favour of the formation of sorne social coalitions and against others. 22

The historical institutionalists are also closely associated with a distinctive perspective on historical development. They ha ve been strong proponents of an image of social causation that is 'path dependent' in the sense that it rejects the traditional postulate that the same operative forces will generate the same results everywhere in favour of the view that the effect of such forces will be mediated by the contextua! features of a given situation often inherited from the past. Of course, the most significant of these features are said to be institutional in nature. Institutions are seen as relatively persistent features of the historical landscape and one of the central factors pushing historical development along a set of 'paths'.23

Accordingly, historical institutionalists ha ve devoted a good deal of attention to the problem of explaining how institutions produce such paths, i.e. how they structure a nation's response to new challenges. Early analysts emphasized the impact of existing 'state capacities' and "policy legacies' on subsequent policy choices. 24 Others stress the way in which past lines of policy condition sub­sequent policy by encouraging societal forces to organize along sorne lines rather than others, to adopt particular identities, or to develop interests in policies that are costly to shift. 25 In this context, historical institutionalists stress

2° Cf. Steven Lukes, Power: a Radical View (London, Macmillan, 1972); and John Gaventa, Power and Powerlessness: Quiescence and Rebel/ion in an Appalachian Va/ley (Urbana IL, U niversity of Illinois Press, 1980).

21 Sven Steinmo, Taxation and Democracy: Swedish, British and American Approaches to Financing the Modern State (New Haven CT, Y ale University Press, 1993).

22 Margare! Weir, 'Ideas and the politics of bounded innovation' in Steinmo el al., Structuring Politics, pp. 188-216.

23 Cf. David Collier and Ruth Collier, Shaping the Political Arena (Princeton NJ, Princeton University Press, 1991); B. Downing, The Military Revolution and Po/itical Change: Origins of Democracy and Autocracy in Early Modern Europe (Princeton NJ. Princeton University Press, 1992); and Stephen Krasner, 'Sovereignty: an institutional perspective', Comparative Political Studies 21 (1988), 66-94.

24 See Margare! Weir and Theda Skocpol, 'State structures and the possibilities for 'Keynesian' responses to the Great Depression in Sweden, Britain and the United S tates' in Peter B. Evans et al. (eds), Bringing the Sta/e Back In (Cambridge, Cambridge University Press, 1985), pp. 107-63.

25 Cf. Paul Pierson, Dismant/ing the Welfare State? (Cambridge, Cambridge University Press, 1994) and 'When effect becomes cause: policy feedback and political change', World Politics, 45,4 (1993), 595-628; Jane Jenson, 'Paradigms and political discourse: protective legislation in France and the United States befare 1914', Canadian Journal of Po/itical Science, 22, 2 (1989), 235-58; Ira Katznelson, City Trenches: Urban Politics and the Pauerning of Class in the United States (New York NY, Pantheon, 1981).

~') Political Studies Association, 1996

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942 Review Section

the unintended consequences and inefficiencies generated by existing institu­tions in contrast to images of institutions as more purposive and efficient. 26

In keeping with this perspective, many historical institutionalists also divide the flow of historical events into periods of continuity punctuated by 'critica! junctures', i.e., moments when substantial institutional change takes place thereby creating a 'branching point' from which historical development moves onto a new path.27 The principal problem here, of course, is to explain what precipitates such critica! junctures, and, although historical institutionalists generally stress the impact of economic crisis and military conflict, many do not have a well-developed response to this question. 28

Finally, although they draw attention to the role of institutions in political life, historical institutionalists rarely insist that institutions are the only causal force in politics. They typically seek to locate institutions in a causal chain that accommodates a role for other factors, notably socioeconomic development and the diffusion of ideas. In this respect, they posit a world that is more complex than the world of tastes and institutions often postulated by rational choice institutionalists. The historical institutionalists have been especially attentive to the relationship between institutions and ideas or beliefs. Goldstein, for instance, shows how the institutional structure devised for making trade policy in the United States tends to reinforce the impact of certain ideas about trade while undermining others; and Weir argues that structural differences between the British and American political systems affected the timing at which Keynesian ideas became influential and the durability of their influence. 29

Rational Choice lnstitutionalism

lt is one of the curiosities of contemporary political science that a second 'new institutionalism', which we term rational choice institutionalism, developed at the same time as historical institutionalism but in relative isolation from it. Initially, rational choice institutionalism arase from the study of American congressional behaviour. In large measure, it was inspired by the observation of a significant paradox. If conventional rational choice postulates are correct, it should be difficult to secure stable majorities for legislation in the US Congress, where the multiple preference-orderings of legislators and multidimensional character ofissues should lead to rapid 'cycling' from one bill to another as new

26 Cf. James March and Johan Olsen, 'The new institutionalism: organizational factors in politicallife', American Political Science Review, 78 (1984), 734-49; Douglass C. North, lnstitu­tions,lnstitutional Change and Economic Perfórmance (New York NY, Cambridge University Press, 1990).

27 Cf. PeterA. Gourevitch, Politics in Hard Times (lthaca NY, Cornell University Press, 1986); Collier and Collier, Shaping the Political Arena; Stephen Krasner, 'Approaches to the State: Alternative Conceptions and Historical Dynamics', Comparative Politics, 16, 2 (1984), 223-46.

28 This issue deserves fuller examination than scholars ha ve yet given it. For one view, see: Theda Skocpol, States and Social Revolutions (New York NY, Cambridge University Press, 1979).

29 See: Judith Goldstein, 'Ideas, institutions and American trade policy', International Organization 42, 1 (1988), 179-217: Margare! Weir, 'Ideas and politics: the acceptance of Keynesianism in Britain and the United States' in Peter A. Hall (ed.), The Po/itica/ Power oj' Economic Ideas (Princeton NJ, Princeton University Press, 1989), pp. 53-86; Kathryn S. Sikkink, Ideas and Institutions: Deve/opmenta/ism in Brazil and Argentina (Ithaca NY. Cornell University Press. 1991). 1!' Political Studics Association, 1991í

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Review Section 943

majorities appear to overturn any bill that is passed.30 However, Congressional outcomes actually show considerable stability. In the late 1970s, rational choice analysts began to ask: how can this discrepancy be explained?

For an answer, they turned to institutions. Many began to argue that stable majorities could be found for legislation beca use of the way in which the rules of procedure and committees of Congress structure the choices and information available to its members. 31 Sorne of these rules provide agenda control that limits the range and sequence ofthe options facing Congressional votes. Others apportion jurisdiction over key issues to committees structured so as to serve the electoral interests of Congressmen or pro vide enforcement mechanisms that make logrolling among legislators possible. In the most general terms, the institutions of the Congress are said to lower the transaction costs of making deals so as to allow gains from exchange among legislators that make the passage of stable legislation possible. In short, institutions solve many of the collective action problems that legislatures habitually confront. 32

As this suggests, the rational choice institutionalists in political science drew fruitful analytical tools from the 'new economics of organization' which emphasizes the importance of property rights, rent-seeking, and transactions costs to the operation and development of institutions.33 Especially influential was Williamson's argument that the development of a particular organizational form can be explained as the result of an effort to reduce the transaction costs of undertaking the same activity without such an institution. 34 North applied similar arguments to the history of political institutions. 35 And theories of agency, which focus on the institutional mechanisms whereby 'principals' can monitor and enforce compliance on their 'agents', proved useful for explaining how Congress structures relations with its cbmmittees or the regulatory agencies it superintends. 36

The efflorescence of work on the American legislature that rational choice institutionalism has inspired is well-represented in recent collectionsY By and large it focuses on explaining how the rules of Congress affect the behaviour of

30 The seminal work is: William Riker, 'Implications from the disequilibrium ofmajority rule for the study of institutions', American Political Sciem·e Review, 75 (1980), 432-47. See also: Richard McCelvey, 'Intransitivities in multidimensional voting models and sorne implications for agenda control', Journal of Economic Theory, 12 (1976), 472-82; and John Ferejohn and Morris Fiorina, 'Purposive models of legislative behavior', American Economic Review. Papers and Proceedings, 65 (1975), 407-415.

31 Kenneth A. Shepsle, 'Institutional equilibrium and equilibrium institutions', pp. 51-81; and Shepsle, 'Studying institutions: sorne lessons from the rational choice approach', Journal of Theoretical Politics, 1, 2 (1989), 131 ~47.

32 Cf. Barry Weingast and William Marshall, 'The industrial organization of Congress', Journal o{ Political Economy, 96, 1 (1988), pp. 132 -63.

33 Two of the seminal articles are: Terry Moe, 'The new economics of organization', American Journal of Political Science, 28 (1984), 739-77 and Weingast and Marshall, 'The industrial organization of Congress'.

34 Oliver Williamson, Markets and Hierarchies (New York NY, Free, 1975); O. Williamson, The Economic lnstitutions of Capitalism (New York NY, Free, 1985).

35 Cf. Douglass C. North and Paul Thomas, The Rise of the Western World (New York NY, Cambridge University Press, 1973).

36 Paul Milgrom and John Roberts, Economics. Organization and Management (New York NY, Prentice~Hall, 1992); John W. Pratt and Richard Zeckhauser, Principals and Agents (Boston MA, Harvard Business School Press, 1991).

37 Mathew D. McCubbins and Terry Sullivan (eds), Congress: Structure and Policy (New York NY, Cambridge University Press, 1987) and Legislative Studies Quarterly, (May 1994).

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legislators and why they arise, with an emphasis on the Congressional com­mittee system and the relationship between Congress and regulatory agencies. More recently, Cox and McCubbins have attempted to shift the emphasis away from Congressional committees toward the way in which political parties structure deliberations. Ferejohn has begun to explore the relationship between Congress and the courts; anda iively debate has emerged about the capacity of Congress to control regulatory agencies. 38

In recent years, rational choice institutionalists have also turned their attention to a variety of other phenomena, including cross-national coalition behaviour, the development of political institutions, and the intensity of ethnic conflict.39 Przeworski, Geddes, Marks and others analyse democratic transi­tions in game-theoretic terms.40 Tsebelis and others explore the implications of institutional reform in the European Union;41 and scholars of international relations have used the concepts of rational choice institutionalism to explain the rise or fall of international regimes, the kind of responsibilities that states delegate to international organizations, and the shape of such organizations.42

Like all of these schools, rational choice institutionalism contains interna) debates and sorne variation in outlook. However, we want to emphasize four notable features of this approach.

First, rational choice institutionalists employ a characteristic set of beha­vioural assumptions. In general, they posit that the relevant actors have a fixed set of preferences or tastes (usually conforming to more precise conditions such as the transitivity principie), behave entirely instrumentally so asto maximize

38 Gary Cox and Mathew D. McCubbins, Legislative Leviathan (Berkeley CA, University of California Press, 1987); John Ferejohn, 'Law. legislation and positive political theory' in Banks and Hanushek, Modern Political Economy, pp. 191 -215; Kenneth A. Shepsle and Barry R. Weingast, 'Positive theories of Congressional institutions', Legislative Studies Quarterly, (M ay 1994); Terry Moe. 'An assessment of the positive theory of Congressional dominance', Legislative Studies Quarter/y, 12, 4 (1987), 475-520; Mathew McCubbins and Thomas Schwartz, 'Congressional oversight overlooked: police patrols versus firc alarms', American Journa/ ol Political Science, 28 (February 1984), 165-79.

39 Michael Laver and Kenneth Shepsle, 'Coalitions and cabinet government', American Po/itical Science Review, 84 (1990), 843-90; Douglass C. North and Barry Weingast. 'Constitutions and credible commitments: the evolution of institutions governing public choice in 17th century England', Journal of Economic History, 49 (December 1989), 803-32; Barry Weingast, 'Institu­tionalizing trust: the political and economic roots of ethnic and regional conflict', paper presented toa conference on 'What is Institutionalism Now?', University of Maryland (1994).

40 Adam Przeworski. Democracy and the Market (Cambridge, Cambridge University Press. 1991); Barbara Geddes, Politicians' Dilemma (Berkeley CA, University ofCalifornia, 1994); Gary Marks. 'Rational sources of chaos in democratic transitions', American Behavioral Scientist, 33 4/5 (1992), 397-421; Youssef Cohen, Radicals, Reformers and Reactionaries (Chicago IL, Chicago University Press, 1994); James deNardo, Power in Numbers (Princeton NJ, Princeton University Press, 1985).

41 George Tsebelis, 'The power of the European Parliament as a conditional agenda setter', American Politica/ Science Review, 88, 1 ( 1994), 795--815; Mark Pollack, 'Obedient servan! or runaway Eurocracy?', Harvard Center for European Studies Working Paper (1995); Lisa Martín, The influence ofnational parliaments on European integration', Harvard Center for lnternational Affairs Working Paper (1994).

42 Robert O. Keohane and Lisa L. Martín, 'Delegation to international organizations', Paper presented toa conference on 'What is lnstitutionalism Now?', University of Maryland ( 1994); Lisa Martín, 'lnterests, power and multilateralism', International Organization, 46, 4 (1992), 765--92; Kenneth A. Oye (ed.), Cooperation under Anarchy (Princeton NJ, Princeton University Press, 1993); Stephen Krasner, 'Global communications and national power: life on the Pareto frontier', World Politics. 43 (April 1991), 336-66.

((~ Political Studies Association, 1996

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Review Section 945

the attainment of these preferences, and do so in a highly strategic manner that presumes extensive calculation.43

Second, if a11 schools of thought tend to promulga te a characteristic image of politics, whether as a 'struggle for power', a 'process of social learning' or the like, rational choice institutionalists also purvey a distinctive image of politics. They tend to see politics as a series of co11ective action dilemmas. The latter can be defined as instances when individuals acting to maximize the attainment of their own preferences are likely to produce an outcome that is co11ectively sub­optimal (in the sense that another outcome could be found that would make at least one of the actors better off without making any of the others worse off). Typica11y, what prevents the actors from taking a co11ectively-superior course of action is the absence of institutional arrangements that would guarantee complementary behaviour by others. Classic examples include the 'prisoner's dilemma' and the 'tragedy of the commons' and political situations present a variety of such problems.44

Third, one of the great contributions of rational choice institutionalism has been to emphasize the role of strategic interaction in the determination of political outcomes. That is to say, they postulate, first, that an actor's behaviour is likely to be driven, not by impersonal historical forces, but by a strategic calculus and, second, that this calculus wi11 be deeply affected by the actor's expectations about how others are likely to behave as well. Institutions structure such interactions, by affecting the range and sequence of alterna ti ves on the choice-agenda or by providing information and enforcement mechan­isms that reduce uncertainty about the corresponding behaviour of others and a11ow 'gains from exchange', thereby leading actors toward particular calcula­tions and potentia11y better social outcomes. We can see that rational choice theorists take a classic 'calculus approach' to the problem of explaining how institutions affect individual action.

Fina11y, rational choice institutionalists have also developed a distinctive approach to the problem of explaining how institutions originate. Typica1ly, they begin by using deduction to arrive at a stylized specification of the functions that an institution performs. They then explain the existence of the institution by reference to the value those functions have for the actors affected by the institution. This formulation assumes that the actors create the institu­tion in arder to realize this value, which is most often conceptualized, as noted above, in terms of gains from cooperation. Thus, the process of institutional creation usua11y revolves around voluntary agreement by the relevant actors; and, if the institution is subject to a process of competitive selection, it survives primarily because it provides more benefits to the relevant actors than alternate institutional forms.45

43 Cf. Kenneth Shepsle and Barry Weingast. 'The institutional foundations of committee power', American Po/itica/ Science Review, 81 (March 1987), 85-104; cf. Jon Elster and Aanund Hylland (eds), Foundations of Social Choice Theory (Cambridge, Cambridge University Press, 1986).

44 Cf. G. Hardin, 'The tragedy of the commons', Science 162 (1968), 1243-8; Russell Hardin, Collective Action (Baltimore MD, Johns Hopkins Press, 1982); Elinor Ostrum, Governing the Commons (New York NY, Cambridge University Press, 1990).

45 As one might expect, analyses focused on legislatures tend to emphasize the importance of voluntary agreement, while ana1yses focused on economic institutions put more emphasis on competitive selection.

«<:, Political Studies Association, 1996

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Thus, a firm's organizational structure is explained by reference to the way in which it minimizes transaction, production or influence costs.46 The rules of the American Congress are explained by reference to the gains from exchange they pro vide to members of Congress. The constitutional provisions adopted by the English in the 1680s are explained by reference to the benefits they provide to property holders. Such examples could be multiplied. There is plenty of room for contention within this general framework but it usually focuses on whether the functions performed by the institution at hand are specified correctly. Thus, Krehbiel engages the field in a lively debate about whether legislative com­mittees in the US Congress exist primarily to provide members with gains from exchange or information about the outcomes of proposed legislation.47

Sociological Institutionalism

Independent from but contemporaneous with these developments in political science, a new institutionalism has been developing in sociology. Like the other schools ofthought, it is rife with interna) debate. However, its contributors have developed a set of theories that are of growing interest to political scientists.

What we are calling sociological institutionalism arose primarily within the subfield of organization theory. The movement dates roughly to the end of the 1970s, when sorne sociologists began to challenge the distinction traditionally drawn between those parts of the social world said to reflecta formal means­ends 'rationality' of the sort associated with modern forms of organization and bureaucracy and those parts of the social world said to display a di verse set of practices associated with 'culture'. Since Weber, many sociologists had seen the bureaucratic structures that domínate the modern landscape, in government departments, firms, schools, interest organizations and the like, as the product of an intensive effort to devise ever-more efficient structures for performing the tasks associated with modern society. The striking similarities in form taken by these otherwise rather-diverse organizations were said to be the result of the inherent rationality or efficiency of such forms for performing these tasks.48

Culture was seen as something altogether different. Against this, the new institutionalists in sociology began to argue that many

of the institutional forms and procedures used by modern organizations were not adopted simply beca use they were most efficient for the tasks at hand, in line with sorne transcendent 'rationality'. Instead, they argued that many of these forms and procedures should be seen as culturally-specific practices, akin to the myths and ceremonies devised by many societies, and assimilated into organ­izations, not necessarily to enhance their formal means-ends efficiency, but as a result of the kind of processes associated with the transmission of cultural

46 Cf. Williamson, Markets and Hierarchies; Milgrom and Roberts, Economics, Organiza/ion and Management; Paul Milgrom and John Roberts, 'Bargaining costs, influence costs and the organization of economic activity' in James Alt and Kenneth Shepsle (eds) Perspectives on Political Economy (Cambridge, Cambridge University Press, 1990), pp. 57-89.

47 Keith Krehbiel, Information and Legislative Organization (Ann Arbor MI, University of Michigan Press, 1991); cf. Kenneth Shepsle and Barry Weingast, 'Positive theories ofCongressional institutions'.

48 For amplification of these points, see: Frank Dobbin, 'Cultural models of organization: the social construction ofrational organizing principies' in Diane Crane (ed.), The Socio/ogy o_[ Culture (Oxford, Blackwell, 1994), 117-53.

e; Political Studies Association. 1996

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practices more generally. Thus, they argued, even the most seemingly bureau­cratic of practices have to be explained in cultural terms.49

Given this perspective, the problematic that sociological institutionalists typically adopt seeks explanations for why organizations take on specific sets of institutional forms, procedures or symbols; and it emphasizes how such practices are diffused through organizational fields or across nations. They are interested, for instance, in explaining the striking similarities in organizational form and practice that Education Ministries display throughout the world, regardless of differences in local conditions or that firms display across industrial sectors whatever the product they manufacture. Dobbin employs the approach to show how culturally-constructed conceptions of the state and market conditioned nineteenth century railroad policy in France and the United S tates. 50 Meyer and Scott use it to explain the proliferation of training programmes in American firms. 51 Others apply it to explain institutional isomorphism in East Asia and the relative facility with which East Asían pro­duction techniques were diffused throughout the world. 52 Fligstein takes this approach to explaining the diversification of American industry, and Soysal uses it to explain contemporary immigration policy in Europe and America. 53

Three features of sociological institutionalism render it relatively distinctive in the context of the other 'new institutionalisms'.

First, the sociological institutionalists tend to define institutions much more broadly than political scientists do to include, not just formal rules, procedures or norms, but the symbol systems, cognitive scripts, and moral templates that provide the 'frames of meaning' guiding human action. 54 Such a definition breaks down the conceptual divide between 'institutions' and 'culture'. The two shade into each other. This has two important implications. First, it challenges the distinction that many political scientists like to draw between 'institutional explanations' based on organizational structures and 'cultural explanations' based ort an understanding of culture as shared attitudes or values. 55 Second,

49 The pioneering work was done by Stanford sociologists. See: John W. Meyer and Brian Rowan, 'Institutionalized organizations: formal structure as myth and ceremony', American Journal of Sociology, 83 (1977), 340-63; John W. Meyer and W. R. Scott, Organizalional Environ­menls: Ritual and Ralionality (Beverly Hills CA, Sage, 1983); Paul J. DiMaggio and Walter W. Powell, 'lntroduction' in Powell and DiMaggio (eds), The New Inslitulionalism in Organizalional Analysis (Chicago IL, University ofChicago Press, 1991), pp. 1-40.

5° Frank Dobbin, Forging Industrial Policy (Cambridge, Cambridge University Press, 1994). 51 W. Richard Scott el al., Institulional Environments and Organizalions (Thousand Oaks CA,

Sage, 1994), chs 11 and 12. 52 Marco Orru el al., 'Organizational isomorphism in East Asia' in Powell and DiMaggio,

The New Inslilulionalism in Organizational Analysis, pp. 361-89; Robert E. Cole, Stralegies for Induslry: Sma/1-Group Activities in American, Japanese and Swedish Industry (Berkeley CA, University of California Press, 1989).

53 Neil Fligstein, The Transformation of Corporate Control (Cambridge MA. Harvard University Press, 1990); Yasemin N. Soysal, Limits of Citizenship (Chicago IL, University of Chicago Press, 1994).

54 Cf. John L. Campbell, 'lnstitutional analysis and the role ofideas in political economy', paper presented to the Seminar on the State and Capitalism since 1800, Harvard University, 1995; W. Richard Scott, 'Institutions and organizations: towards a theoretical synthesis' in Scott et al., Instilulional Environmenls, pp. 55-80.

55 Cf. Gabriel Almond and Sidney Yerba, The Civic Culture (Boston MA, Little Brown, 1963); PeterA. Hall, Governing the Economy (Oxford, Polity, 1986), ch. l.

¡f') Political Studies A~sociation, 1996

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this approach tends to redefine 'culture' itself as 'institutions'. 56 In this respect, it reflects a 'cognitive turn' within sociology itself away from formulations that associate culture exclusively with affective attitudes or values toward ones that see culture as a network of routines, symbols or scripts providing templa tes for behaviour. 57

Second, the new institutionalists in sociology also have a distinctive under­standing of the relationship between institutions and individual action, which follows the 'cultural approach' described above (pp. 939-40) but displays sorne characteristic nuances. An older line of sociological analysis resolved the problem of specifying the relationship between institutions and action by associating institutions with 'roles' to which prescriptive 'norms of behaviour' were attached. In this view, individuals who ha ve been socialized into particular institutional roles internalize the norms associated with these roles, and in this way institutions are said to affect behaviour. We might think of this as the 'normative dimension' of institutional impact. Although sorne continue to employ such conceptions, many sociological institutionalists put a new emphasis on what we might think of as the 'cognitive dimension' of institutional impact. That is to say, they emphasize the way in which institutions influence behaviour by providing the cognitive scripts, categories and models that are indispensable for action, not least because without them the world and the behaviour of others cannot be interpreted. 58 Institutions influence behaviour not simply by specifying what one should do but also by specifying what one can imagine oneself doing in a given context. Here, one can see the influence of social constructivism on the new institutionalism in sociology. In many cases, institutions are said to provide the very terms through which meaning is assigned in social Iife. It follows that institutions do not simply affect the strategic calculations ofindividuals, as rational choice institutionalists contend, but also their most basic preferences and very identity. The self-images and identities of social actors are said to be constituted from the institutional forms, images and signs provided by social Ji fe. 59

Accordingly, many sociological institutionalists emphasize the highly-inter­active and mutually-constitutive character of the relationship between institu­tions and individual action. When they act as a social convention specifies, individuals simultaneously constitute themselves as social actors, in the sense of engaging in socially meaningful acts, and reinforce the convention to which they are adhering. Central to this perspective is the notion that action is tightly bound up with interpretation. Thus, the sociological institutionalists insist that. when faced with a situation, the individual must find a way of recognizing it as well as of responding to it, and the scripts or templates implicit in the institutional world provide the means for accomplishing both of these tasks,

56 Cf. Lynne Zucker, 'The role of institutionalization in cultural persistence' in Powell and DiMaggio, The New lnstitutionalism in Organizational Analysis, pp. 83 ·1 07; John Meyer el al., 'Ontology and rationalization in the Western cultural account' in John Meyer el al .. lnstitutional Environments and Organizations.

57 Cf. Ann Swidler, 'Culture in action: symbols and strategies', American Sociolo[?ical Review, 51 (1986), 273-86; March and Olsen, Rediscovering lnstitutions, ch. 3.

58 Cf. DiMaggio and Powell, 'Introduction'. 59 See the classic work by Peter Berger and Thomas Luckmann, The Social Construction of

Reality (New York NY, Anchor, 1966) and the more recen! application to political science by Alexander Wendt, The agent-structure problem in international relations theory', lnternational Organiza/ion, 41, 3 (1987), 335-70.

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often more or less simultaneously. The relationship between the individual and the institution, then, is built on a kind of 'practica! reasoning' whereby the individual works with and reworks the available institutional templates to devise a course of action. 60

None of this suggests that individuals are not purposive, goal-oriented or rational. However, sociological institutionalists emphasize that what an individual will see as 'rational action' is itself socially constituted, and they conceptualize the goals toward which an actor is striving in much broader terms than others do. If rational choice theorists often posit a world of individuals or organizations seeking to maximize their material well-being, sociologists frequently posit a world of individuals or organizations seeking to define and express their identity in socially appropriate ways.

Finally, the new institutionalists in sociology also take a distinctive approach to the problem of explaining how institutional practices originate and change. As we ha ve seen, many rational choice institutionalists explain the development of an institution by reference to the efficiency with which it serves the material ends of those who accept it. By contrast, sociological institutionalists argue that organizations often adopt a new institutional practice, not because it advances the means-ends efficiency of the organization but beca use it enhances the social legitimacy of the organization or its participants. In other words, organizations embrace specific institutional forms or practices because the latter are widely valued within a broader cultural environment. In sorne cases, these practices may actually be dysfunctional with regard to achieving the organization's formal goals. Campbell captures this perspective nicely by describing it as a 'logic of social appropriateness' in contrast toa 'logic of instrumentality'.61

Thus, in contrast to those who explain the diversification of American firms in the 1950s and 1960s as a functional response to economic or technological exigency, Fligstein argues that managers embraced it because of the value that became associated with it in the many professional forums in which they participated and the validation it offered for their broader roles and world­views.62 Similarly, Soysal argues that the policies toward immigrants adopted by many states were pursued, not because they were most functional for the state, but because the evolving conceptions of human rights promulgated by international regimes made such policies seem appropriate and others illegitimate in the eyes of national authorities.63

Central to this approach, of course, is the question of what confers 'legitimacy' or 'social appropriateness' on sorne institutional arrangements but not others. Ultimately, this is an issue about the sources of cultural authority. Sorne ofthe sociological institutionalists emphasize the way in which a modern state of expanding regulatory scope imposes many practices on societal organizations by public fiat. Others stress the way in which the growing professionalization of many spheres of endeavour creates professional

60 Cf. DiMaggio and Powell, 'Introduction', pp. 22-4 and the essays by Lynne G. Zucker and Ronald Jepperson in that volume.

61 Cf. Campbell, 'lnstitutional analysis and the role of ideas in political economy'; March and Olsen, Rediscovering Institutions, ch. 2.

62 Fligstein, The Transformation of Corporate Control. 63 Soysal, Limits of Citizenship.

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commumties with the cultural authority to press certain standards on their members. 64 In other cases, common institutional practices are said to emerge from a more interactive process of discussion among the actors in a given network - about shared problems, how to interpret them, and how to solve them - taking place in a variety of forums that range from business schools to international conclaves. Out of such interchanges, the actors are said to develop shared cognitive maps, often embodying a sense of appropriate institutional practices, which are then widely deployed. In these instances, the interactive and crea ti ve dimensions of the process whereby institutions are socially constructed is most apparent. 65 Sorne argue that we can even see such processes at work on a transnational scale, where conventional concepts of modernity confer a certain measure of authority on the practices of the most 'developed' states and exchanges under the aegis of international regimes encourage shared under­standings that carry common practices across national boundaries.66

Comparing Institutionalisms

In all their vaneties, the 'new institutionalisms' significantly advance our understanding of the political world. However, the images they present of the political world are by no means identical; and each displays characteristic strengths and weaknesses. We consider these, first, with respect to the problem of specifying the relationship between institutions and behaviour.

Historical institutionalism has the most commodious conception of this relationship. Analysts in this school commonly utilize both 'calculus' and 'cultural' approaches to this problem - in our view an important virtue, since we find both perspectives plausible and important. However, eclecticism has its costs: historical institutionalism has devoted less attention than the other schools to developing a sophisticated understanding of exactly how institutions affect behaviour, and sorne of its works are Iess careful than they should be about specifying the precise causal chain through which the institutions they identify as important are affecting the behaviour they are meant to explain. This is one respect in which historical institutionalism might benefit from greater interchange among the schools.

Rational choice institutionalism, by contrast, has developed a more precise conception of the relationship between institutions and behaviour and a highly generalizable set of concepts that lend themselves to systematic theory-building. However, these widely-vaunted microfoundations rest on a relatively simplistic image of human motivation, which may miss many of its important dimensions.67 Defenders of the approach are inclined to compare it to a set

64 Cf. Paul J. DiMaggio and Walter W. Powell, 'The iron cagc revisited: institutional iso­morphism and collective rationality', and Walter W. Powell, 'Expanding the scope of institutional analysis' in Powell and DiMaggio, The New Jnstitutiona/ism in Organizational Analysis, chs 3 and 8.

05 On this point we are indebted to the insightful analysis of John L. Campbell, 'Recent trends in institutional analysis', p. 11.

66 See Meyer et al., 'Ontology and rationalization', Meyer, 'Rationalized environments' and David Strang and John W. Meyer, 'Institutional conditions for diffusion' in Scott and Meyer. Jnstitutionalized Environments and Organizations, chs 1, 2 and 5.

67 For more extended discussions, see: Karen S. Cook and Margare! Levi (eds}, The Limits of Rationality (Chicago IL, University of Chicago Press, 1990) and Jane Mansbridge (ed.), Beyond Self-Jnterest (Chicago IL, University of Chicago Press, 1990). ,,. Political Studies Association. 1996

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of reduced-form equations, properly judged not on the accuracy of their assumptions but on the predictive power of their models.68 But this is treacherous ground, since the predictions generated by such models are often sensitive to small changes in assumptions about pay-off matrices, preference structures and the like, which are frequently arbitrary or unsupported by data.69 The usefulness of the approach is also limited by the degree to which it specifies the preferences or goals of the actors exogenously to the analysis, especially in empirical cases where these underlying preferences are multi­faceted, ambiguous or difficult to specify ex ante.

Since instrumental behaviour is a major component of politics, however, rational choice institutionalism has made major contributions, notably by highlighting key aspects of politics that are often underappreciated by other perspectives and providing tools for analysing them. Members of this school emphasize that political action involves the management of uncertainty, long one of the most central and neglected features of politics; and they demonstrate the importance that flows of information ha ve for power relations and political outcomes.

Perhaps most important, they draw our attention to the role that strategic interaction between actors plays in the determination of political outcomes. This represents a major advance on traditional approaches that explain political outcomes largely in terms of the force that structural variables, such as leve) of socioeconomic development, educational attainment or material discontent, are said to exercise directly over individual behaviour. With it, rational choice analysts can incorporate into their analyses a much more extensive appreciation for the role that human intentionality plays in the determination of political outcomes, in the form of strategic calculation, integrated with a role for struc­tural variables understood primarily in terms of institutions. The difference between the two approaches is epitomized in the movement from models in which causality is represented by the coefficients of structural variables in regression equations toward game-theoretic models of political processes. The drawback, of course, is that this advance comes at the cost of conceptualizing intentionality in terms of a relatively thin theory of human rationality.

Anyone who has waited at a traffic light when no-one else was around, however, has to admit that there are dimensions to the relationship between institutions and actions that may not be highly instrumental or well-modelled by rational choice theories. Sociological institutionalists are often better placed to elucidate these dimensions. On the one hand, their theories specify ways in which institutions can affect the underlying preferences or identities of actors that rational choice institutionalists must take as given. On the other hand, they tell us that even a highly instrumental actor may be choosing strategies (and rivals) from culturally-specific repertoires, thereby identifying additional respects in which the institutional environment may affect the strategies that actors choose. There is sorne sense in which the sociologists capture aspects of

68 We are grateful for Kenneth Shepsle for drawing this to our attention. Cf. Milton Friedman, 'The methodology of positive economics' in Essays in Positive Economics (Chicago, University of Chicago Press, 1953).

69 The problem is magnified by the fact that many equilibrium solutions may be present in a given situation, as the 'folk theorem' suggests. More generally, see: Donald P. Green and Ian Shapiro, Patho/ogies of Rational Choice Theory (Ncw Haven CT, Y ale University Press, 1994). r¡·) Political Studies Association. 1996

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institutional impact that may be the indispensable antecedents to instrumental action. 70

Turning to the second of our organizing issues, there are also distinctive strengths and weaknesses in the approaches taken by the three schools to the problem of explaining how institutions originate and change.

Rational choice institutionalists have produced the most elegant accounts of institutional origins, turning primarily on the functions that these institutions perform and the benefits they provide. In our view, this approach has real strength for explaining why existing institutions continue to exist, since the persistence of an institution often depends upon the benefits it can deliver. However, severa! features of the approach severely limit its adequacy as a framework for explaining the origins of institutions.

First, the approach of rational choice institutionalism is often highly 'functionalist'. That is to say, it explains the origins of an institution largely in terms of the effects that follow from its existence. Although such effects may contribute to the persistence of an institution, the problem of explaining persistence should not be confused with the problem of explaining an institu­tion's origins. Because unintended consequences are ubiquitous in the social world, one cannot safely deduce origins from consequences. 71 Moreover, this approach often lea ves us without an explanation for the many inefficiencies that institutions display, and it may overstate the efficiency that sorne do display. 72

Second, this approach is largely 'intentionalist'. In other words, it tends to assume that the process of institutional creation is a highly purposive one, largely under the control of actors who correctly perceive the effects of the institutions they establish and create them precisely in order to secure these effects. Although there is undoubtedly a purposive element to institutional creation, such analyses often entail heroic assumptions about the prescience of historical actors and their capacity to control the course of events. In sorne cases, they also impute overly simple intentions to historical actors who, on closer inspection, may be seen to be operating from a much more complex set of motivations. 73

Third, many such analyses are highly 'voluntarist'. That is to say, as Bates has argued, they tend to view institutional creation as a quasi-contractual process marked by voluntary agreement among relatively equal and independ­ent actors- muchas one might find in a 'state of nature'.74 Although this may accurately depict sorne cases, there are many others in which such an approach understates the degree to which asymmetries of power vest sorne actors with

7° Cf. James Johnson, 'Symbolic Dimensions of Social Order', paper presented to a conference on 'What is institutionalism now?', University of Maryland (1994).

71 This is a point made in Robert Bates, 'Contra contractarianism: sorne reflections on the new institutionalism', Politics and Society, 16 (1987), 387-401.

72 For a powerful effort to tackle this problem without entirely forsaking rational choice assumptions, see: Terry Moe, The politics of structural choice: toward a theory of public bureaucracy' in Oliver Williamson (ed.), Organization Theory from Chester Barnard to the Present and Beyond (New York NY, Oxford University Press, 1990), pp. 116-53.

73 For one example, see the otherwise valuable analysis in: North and Weingast, 'Constitutions and credible commitments'. Similarly, it may be that many rational choice analyses assume too readily that the presence of collective action problems will genera te an automatic 'demand' for new institutions. For correctives, see: Bates, 'Contra-contractarianism' and Jack Knight, Institutions and Social Conjlict (New York NY, Cambridge University Press, 1992).

74 See Bates, 'Contra-contractarianism' and Grafstein, lnstitutional Realism, ch. 3. 11' Pohtical Studies Association, 1996

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more influence than others over the process of institutional creation.75 Finally, the 'equilibrium' character of the rational choice approach to institutions embroils such analysts in a contradiction. One implication of this approach is that the starting-point from which institutions are to be created is itself likely to reflect a Nash equilibrium. Thus, it is not obvious why the actors would agree to a change in existing institutions. Paradoxically, the efforts ofShepsle and others to show that institutions are stable, by invoking the uncertainty that surrounds institutional change, render the problem of explaining why institutions change even more perplexing.76 At a minimum, this approach needs a more robust theory of dynamic equilibria.

These considerations suggest that, although rational choice institutionalism has great potential for explaining why institutions continue to persist, the explanation it offers for institutional genesis probably applies well only to a limited number of settings. Specifically, it offers the greatest analyticalleverage in settings where consensus among actors accustomed to strategic action and of roughly equal standing is necessary to secure institutional change, as in sorne legislatures or international arenas. Alternatively, it may be applicable to settings where in tense competition among organizational forros selects for those with sorne kind of efficiency that is clearly specifiable ex ante, as in sorne settings of market competition. 77

By contrast, historical and sociological institutionalists approach the problem of explaining how institutions origina te and change quite differently. Both begin by insisting that new institutions are created or adopted in a world already replete with institutions. This may seem a simple point, but much follows from it.

Sociological institutionalists use it to explore the way in which existing institutions structure the field of vision of those contemplating institutional reform. Thus, they focus attention on the processes whereby those developing new institutions 'borrow' from the existing world of institutional templates. This approach usefully emphasizes the way in which the existing institutional world circumscribes the range ofinstitutional creation. The sociological institu­tionalists also develop a more expansive conception of why a particular institu­tion might be chosen, which goes beyond considerations of efficiency toward an appreciation for the role that collective processes of interpretation and concerns for sociallegitimacy play in the process. Among other things, such an approach goes a long way toward explaining the presence of many apparent inefficiencies in social and political institutions.78

75 For an astute analysis that attempts to build an appreciation for asymmetries ofpower into a rational choice theory of institutional creation, see: Knight, lnstitutions and Social Conjlict. This can be a problem even in legislatures, where majorities can often enforce institutional change on minorities, as studies of party government are beginning to emphasize. See: Cox and McCubbins, Legislative Leviathan.

76 Cf. Shepsle, 'lnstitutional equilibrium and equilibrium institutions'. 77 Although sorne scholars have argued that competition among nation-states or political élites

tends to select for sorne kinds of institutions over others, surprisingly little research has been done on this problem. Cf. Thomas Ertman, Birth ofthe Leviathan (New York NY, Cambridge Univer­sity Press, forthcoming); Hilton Root, Fountain o{ Privilege (Berkeley CA, University of California Press, 1994); W. G. Runciman, A Treatise in Social Theory (Cambridge, Cambridge University Press, 1984); and more generally: Knight, lnstitutions and Social Conjlict, ch. 1 and Douglass C. North, lnstitutions, lnstitutional Change and Economic Per{ormance (Cambridge, Cambridge University Press, 1990).

78 Meyer and Rowan, 'lnstitutionalized organizations' and George M. Thomas et al., Institution­alized Structure: Constituting State, Society and the Individual (Beverly Hills CA, Sage, 1987). (( ') Political Studies. Association, 1996

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From the perspective of political science, however, the approach that sociological institutionalism takes to such processes often seems curiously bloodless. That is to say, it can miss the extent to which processes of institu­tional creation or reform entail a clash of power among actors with competing interests.79 After all, many actors, both inside and outside an organization, ha ve deep stakes in whether that firm or government adopts new institutional practices, and reform initiatives often provoke power struggles among these actors, which an emphasis on processes of diffusion can neglect. In sorne cases, the new institutionalists in sociology seem so focused on macro-leve) processes that the actors involved in these processes seem to drop from sight and the result begins to Iook like 'action without agents'. In general, the approach as a whole might benefit from more attention to the way in which frames of meaning, scripts and symbols emerge not only from processes of interpretation but also from processes of contention.80

Historical institutionalists use the same starting-point, namely a world replete with institutions, to direct our attention to the way in which the power relations present in existing institutions give sorne actors or interests more power than others over the creation of new institutions. 81 In this respect, they join with the rational choice institutionalists to build on the famous point made by an earlier generation of analysts that 'organization is the mobilization of bias' .82 However, to this emphasis, they marry a conception ofpath dependence that also recognizes the importance of existing institutional templates to processes of institutional creation and reform.

If rational choice accounts of the origin of institutions are dominated by deduction, those of the historical institutionalists often seem to depend heavily on induction. Typically, they scour the historical record for evidence about why the historical actors behaved as they did. This neo-Weberian focus on the meanings that historical actors attribute to their own actions greatly enhances the realism of the analyses produced by historical institutionalists, and it allows them to discriminate among competing explanations when the deductive calculus associated with rational actors specifies more than one equilibrium outcome. As a result they have produced sorne startling revisions to our con­ventional understandings about the origin of such institutions as Swedish corporatism.83 However, this emphasis on induction has been a weakness as well as a strength: historical institutionalists have been slower than others to

79 Therc are sorne notable cxceptions. including Fligstein, The Transfórmation of Corpora/e Control.

8° For sorne exceptional works that pay more attention to this dimension of institutionalization. see: Pau!J. DiMaggio, 'Constructing an organizational field as a professional project' in Powell and DiMaggio, The New Institutionalism in Organizational Analysis. pp. 267-92: Fligstein. The Transj(Jrmation of Corporate Control, and Lauren Edelman, 'Legal environments and organiza­tional governance', American Journal olSociology, 95 (1990), 1401 40.

81 As Moe and Knight ha ve pointed out. many rational choice analyses are curiously apolitical. The stress they put on the collective benefits that institutions provide often seems to mask the degree to which those institutions, like so much else in politics, emerge out of a struggle for power and resources. Cf. Moe, 'The politics of structural choice' and Knight. lnstitutions and Social Conjlict.

82 Cf. Steinmo, Taxation and Democracy, p. 7: E. E. Schattschneider, The Semi-Sovereif(n People (New York NY, Holt Rinehart, 1960).

83 Cf. Peter Swenson, 'Bringing capital back in or social democracy reconsidered', Wor/d Politics. 43, 4 (1991), 513-44 and Bo Rothstein, 'Explaining Swedish corporatism: the formative moment', Scandinavian Political Studies, 14, 2 (1991), 149-71.

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aggregate their findings into systematic theories about the general processes involved in institutional creation and change.

Conclusion

In sum, political science today is confronted with not one but three 'new institutionalisms'. Moreover, it is striking how distant these schools ofthought have remained from each other. Each has been assiduously burnishing its own paradigm. What is the way forward? Many argue for the wholehearted embrace of one of these approaches at the expense of the others. However, the thrust of this essay has been to suggest that the time has come for greater interchange among them. At a mínimum, it suggests that a better acquaintance with the other schools would lead the partisans of each toward a more sophisticated appreciation for the underlying issues still to be resolved within their own paradigm.

Can this interchange go farther? Might each of the schools borrow or adapt sorne of the insights developed by the others? There would be limits to any such integration. When confronting each other on the highly theoretical terrain of first principies, the most extreme proponents of each approach take very different positions on such fundamental issues as whether the identities of the actors can be given exogenously to the institutional analysis and whether it makes sense to assume a homogenous kind of rational or strategic action across cultural settings.

However, we favour taking this interchange as far as possible, most fundamentally because each of these literatures seems to reveal different and genuine dimensions of human behaviour and of the effects institutions can ha ve on behaviour. None of these literatures appears to be wrong-headed or substantially untrue. More often, each seems to be providing a partial account of the forces at work in a given situation or capturing different dimensions of the human action and institutional impact present there.

For instance, an actor's behaviour may be infl.uenced both by strategic calculation about the likely strategies of others and by reference toa familiar set of moral or cognitive templa tes, each of which may depend on the configuration of existing institutions. Consider the case of French workers contemplating adherence to an incomes policy during the 1950s. On the one hand, the divided structure of the French labour movement discouraged a strategy of adherence because it was conducive to free-riding. On the other hand, the syndicalist ideologies of many French unions al so militated against cooperation in such an endeavour. 84 lt is possible that there were two respects in which the institutions of the French labour movement were influencing behaviour at this time, each modelled more effectively by a different school of thought.

Moreover, if the most extreme assumptions of each school's theoretical position are relaxed, they share a great deal of common analytical ground on which the insights of one approach might be used to supplement or strengthen those of another. For instance, both the 'calculus' and 'cultural' approaches to the relationship between institutions and action observe that institutions affect action by structuring expectations about what others will do, even if they model the sources of those expectations slightly differently. In one case, those

84 For more on this example, see Hall, Governing the Economy, pp. 247-8.

1,("· Political Studies Association, 1996

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expectations are said to be shaped by what should seem instrumentally viable to the other actor; in the other they are said to be shaped by what should seem socially appropriate to the other actor. There is room for a useful dialogue here. Similarly, it would not be difficult for proponents of the calculus and cultural approaches to acknowledge that a good deal of behaviour is goal-oriented or strategic but that the range of options canvassed by a strategic actor is Iikely to be circumscribed by a culturally-specific sense of appropriate action.

A number of analysts ha ve already moved sorne distance in this direction in such a way asto suggest that considerable promise may lie in such syntheses. In what might otherwise be a conventional rational choice analysis of how organ­izations monitor and enforce behaviour among their employees, for instance, Kreps extends the argument to encompass 'corporate culture', understood as a set of collective templates for action. He argues that such 'cultures' can be an efficient supplement to the traditional monitoring and enforcement mechanisms of an organization, especially when the latter cannot readily specify appropriate behaviour for all contingencies.85

Other rational choice analysts have begun to incorporate 'culture' or 'beliefs' into their work to explain why actors move toward one outcome when a conventional analysis specifies many possible equilibrium outcomes. Garrett and Weingast, for example, argue that the norms or ideas fostered by a particular institutional environment often provide the 'focal points' that allow rational actors to converge on one among many possible equilibria.86 In an especially intriguing analysis of games with multiple equilibria, Scharpf shows how behaviour might be determined jointly by both the 'decision rules' that represent the incentives institutions provide to the actors as rational calculators and the 'decision styles' of those actors, which can be interpreted to mean the beliefs about appropriate behaviour that cultural analysts emphasize. To take only one example, the latter may specify whether the actor attaches greater value to relative or absolute gains when the pay-off matrix specifies a choice between the two. 87 Similarly, Bates and Weingast argue that strategic inter­actions are signalling games, whose meanings and outcomes can be specified only if we understand the cultural context that assigns meaning to specific symbols: and they go farther to suggest that the object of many kinds of strategic interaction may be precisely to affect such beliefs. 88

85 David Kreps, 'Corporate culture and economic theory' in Alt and Shepsle Perspectives on Positive Politica/ Economy, pp. 90-143.

Xó Cf. Geolfrey Garretl and Barry Weingasl, 'Ideas, interests and institutions: constructing the European Community's interna! market' in Judith Goldstein and Robert Keohane (eds), Ideas and Foreign Policy (lthaca NY, Corne11 University Press, 1993), pp. 173 206, and Stephen Krasner, 'Global communication and national power: life on the Pareto frontier'.

87 Fritz Scharpf, 'Decision rules, decision styles and policy choices·, Journa/ ol Theoretica/ Po/itics, 1, 2 (1989), 149-76. We can read much the same argument into Robert Putnam·s contention that those regions of ltaly with significan! past experience of cooperative co11ective association provided more fertile ground for co11ective endeavour, even centuries la ter, than regions without that experience. Cf. Putnam, Making Democracy Work: Civic Traditions in Modern Ita/y (Princeton NJ, Princeton University Press, 1993).

88 Robert Bates and Barry Weingast, 'A new comparative politics: integrating rational choice and interpretivist perspectives', Harvard Center for International Alfairs Working Paper (1995): Barry Weingast, The political foundations of democracy and the rule of law' (forthcoming); and John A. Ferejohn, 'Rationality and interpretation: parliamentary elections in early Stuart England' in Kristen R. Monroe (ed.), The Economic Approach to Politics (New York NY, Harper Co11ins, 1991).

'~" Political Studies Association, 1996

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Historical institutionalism stands in an especially pivota! position. Many of the arguments recently produced by this school could readily be translated into rational choice terms, while others display clear openings toward the new institutionalism in sociology.89 The best of these analyses already effect some­thing of integration, for instance, by showing how historical actors select new institutions for instrumental purposes, muchas a rational choice analysis would predict, but draw them from a menu of alternatives that is made historically available through the mechanisms specified by sociological institutionalism.90

As noted above, others ha ve gone farther to suggest that strategic responses toa particular institutional environment may eventually give rise to worldviews and organizational practices that continue to condition action even after the initial institutional environment has changed.91

Let us be clear: we are not arguing that a crude synthesis of the positions developed by each of these schools is immediately practicable or even neces­sarily desirable. After all, it is precisely because the implicit debate among them has been enlightening that we ha ve tried to make it more explicit here, and there is much to be said for tenacious debate. Our main point is that, after sorne years in which these schools of thought ha ve incubated in relative isolation from each other, the time has come for a more open and extensive interchange among them. There is ample evidence that we can learn from all of these schools of thought and that each has something to learn from the others.

89 For examples of the former, see: Immergut, Hea/th Politics and PeterA. Hall, 'Central Bank independence and coordinated wage bargaining: their interdependence in Germany and Europe', German Politics and Sacie/y ( 1994); and for examples of the latter see: Hattam, Labor Visions and Sta/e Power and Steinmo, Taxation and Democracy.

90 Cf. Ertman, Birth of the Leviathan. 91 Cf. Hattam, Visions and Sta/e Power.

iÜ Political Studies Association. 1996

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Comparative Politics and the Comparative MethodAuthor(s): Arend LijphartReviewed work(s):Source: The American Political Science Review, Vol. 65, No. 3 (Sep., 1971), pp. 682-693Published by: American Political Science AssociationStable URL: http://www.jstor.org/stable/1955513 .

Accessed: 20/11/2012 09:35

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Comparative Politics and the Comparative Method*

AREND LIJPHART University of Leiden

Among the several fields or subdisciplines into which the discipline of political science is usually divided, comparative politics is the only one that carries a methodological instead of a substantive label. The term "comparative poli- tics" indicates the how but does not specify the what of the analysis. The label is somewhat misleading because both explicit methodologi- cal concern and implicit methodological aware- ness among students of comparative politics have generally not been very high.1 Indeed, too many students of the field have been what Giovanni Sartori calls "unconscious thinkers" -unaware of and not guided by the logic and methods of empirical science, although perhaps well versed in quantitative research techniques. One reason for this unconscious thinking is un- doubtedly that the comparative method is such a basic, and basically simple, approach, that a methodology of comparative political analysis does not really exist. As Sartori points out, the other extreme-that of the "overconscious thinkers," whose "standards of method and the- ory are drawn from the physical paradigmatic sciences" -is equally unsound.2 The purpose of this paper is to contribute to "conscious think- ing" in comparative politics by focusing on comparison as a method of political inquiry. The paper will attempt to analyze not only the inevitable weaknesses and limitations of the comparative method but also its great strengths and potentialities.

* This article is a revised version of a paper pre- sented to the Round Table Conference on Compara- tive Politics of the International Political Science Association, held in Turin, Italy, September 10-14, 1969. I am very grateful to David E. Apter, Donald T. Campbell, Robert A. Dahl, Giuseppe Di Palma, Harry Eckstein, Lewis J. Edinger, Samuel E. Finer, Galen A. Irwin, Jean Laponce, Juan J. Linz, Stefano Passigli, Austin Ranney, Stein Rokkan, Dankwart A. Rustow, and Kurt Sontheimer for their comments and suggestions on earlier drafts of the paper, which were very helpful in the preparation of the revision.

1 The reverse applies to the relatively new field of "political behavior": its name indicates a substantive field of inquiry, but especially the derivative "be- haviorism" has come to stand for a general approach or set of methods. See Robert A. Dahl, "The Be- havioral Approach in Political Science: Epitaph for a Monument to a Successful Protest," American Politi- cal Science Review, 55 (December, 1961), pp. 763- 72.

2 Giovanni Sartori, "Concept Misformation in Com- parative Politics," American Political Science Review, 64 (December, 1970), p. 1033.

In the literature of comparative politics, a wide variety of meanings is attached to the terms "comparison" and "comparative method." The comparative method is defined here as one of the basic methods-the others being the experimental, statistical, and case study methods-of establishing general empiri- cal propositions. It is, in the first place, defi- nitely a method, not just "a convenient term vaguely symbolizing the focus of one's research interests."3 Nor is it a special set of substantive concerns in the sense of Shmuel N. Eisenstadt's definition of the comparative approach in social research; he states that the term does not "properly designate a specific method. .., but rather a special focus on cross-societal, institu- tional, or macrosocietal aspects of societies and social analysis."4

Second, the comparative method is here de- fined as one of the basic scientific methods, not the scientific method. It is, therefore, narrower in scope than what Harold D. Lasswell has in mind when he argues that "for anyone with a scientific approach to political phenomena the idea of an independent comparative method seems redundant," because the scientific ap- proach is "unavoidably comparative."5 Like- wise, the definition used here differs from the very similar broad interpretation given by Ga- briel A. Almond, who also equates the compar- ative with the scientific method: "It makes no sense to speak of a comparative politics in po- litical science since if it is a science, it goes without saying that it is comparative in its ap- proach."6

"Arthur L. Kalleberg, "The Logic of Comparison: A Methodological Note on the Comparative Study of Political Systems," World Politics, 19 (October 1966), p. 72.

4Shmuel N. Eisenstadt, "Social Institutions: Com- parative Study," in David L. Sills, ed., International Encyclopedia of the Social Sciences (New York: Macmillan & Free Press, 1968), Vol. 14, p. 423. See also Eisenstadt, "Problems in the Comparative Analy- sis of Total Societies," Transactions of the Sixth World Congress of Sociology (Evian: International Sociological Association, 1966), Vol. 1, esp. p. 188.

"Harold D. Lasswell, "The Future of the Com- parative Method," Comparative Politics, 1 (October, 1968), p. 3.

6 Gabriel A. Almond, "Political Theory and Po- litical Science," American Political Science Review, 60 (December, 1966), pp. 877-78. Almond also ar- gues that comparative politics is a "movement" in political science rather than a subdiscipline. See his

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1971 Comparative Politics and the Comparative Method 683

Third, the comparative method is here re- garded as a method of discovering empirical re- lationships among variables, not as a method of measurement. These two kinds of methods should be clearly distinguished. It is the latter that Kalleberg has in mind when he discusses the "logic of comparison." He defines the com- parative method as "a form of measurement"; comparison means "nonmetrical ordering," or in other words, ordinal measurement.7 Simi- larly, Sartori is thinking in terms of measure- ment on nominal, ordinal (or comparative), and cardinal scales when he describes the con- scious thinker as "the man that realizes the lim- itations of not having a thermometer and still manages to say a great deal simply by saying hot and cold, warmer and cooler."8 This impor- tant step of measuring variables is logically prior to the step of finding relationships among them. It is the second of these steps to which the term "comparative method" refers in this paper.

Finally, a clear distinction should be made between method and technique. The comparative method is a broad-gauge, general method, not a narrow, specialized technique. In this vein, Gunnar Heckscher cautiously refers to "the method (or at least the procedure) of compari- son,"9 and Walter Goldschmidt prefers the term comparative approach, because "it lacks the preciseness to call it a method."'0 The com- parative method may also be thought of as a basic research strategy, in contrast with a mere tactical aid to research. This will become clear in the discussion that follows.

The Experimental, Statistical, and Comparative Methods

The nature of the comparative method can be understood best if it is compared and con-

"Comparative Politics," in International Encyclopedia of the Social Sciences, Vol. 12, pp. 331-36.

TKalleberg, op. cit., pp. 72-73; see also pp. 75-78. "Sartori, op. cit., p. 1033. See also Paul F. Lazars-

feld and Allen H. Barton, "Qualitative Measurement in the Social Sciences: Classification, Typologies, and Indices," in Daniel Lerner and Harold D. Lasswell, eds., The Policy Sciences: Recent Developments in Scope and Method (Stanford: Stanford University Press, 1951), pp. 155-92.

9Gunnar Heckscher, The Study of Comparative Government and Politics (London: Allen and Un- win, 1957), p. 68 (italics added).

"Walter Goldschmidt, Comparative Functionalism: An Essay in Anthropological Theory (Berkeley: Uni- versity of California Press, 1966), p. 4. Oscar Lewis argues that "there is no distinctive 'comparative meth- od' in anthropology," and that he therefore prefers to discuss "comparisons in anthropology rather than the comparative method." See his "Comparisons in Cul- tural Anthropology" in William L. Thomas, Jr., ed., Current Anthropology (Chicago: University of Chi- cago Press, 1956), p. 259.

trasted with the two other fundamental strate- gies of research; these will be referred to, following Neil J. Smelser's example, as the ex- perimental and the statistical methods." All three methods (as well as certain forms of the case study method'2) aim at scientific explana- tion, which consists of two basic elements: (1) the establishment of general empirical relation- ships among two or more variables,'3 while (2) all other variables are controlled, that is, held constant. These two elements are inseparable: one cannot be sure that a relationship is a true one unless the influence of other variables is controlled. The ceteris paribus condition is vital to empirical generalizations.

The experimental method, in its simplest form, uses two equivalent groups, one of which (the experimental group) is exposed to a stim- ulus while the other (the control group) is not. The two groups are then compared, and any difference can be attributed to the stimulus. Thus one knows the relationship between two variables-with the important assurance that no other variables were involved, because in all respects but one the two groups were alike. Equivalence-that is, the condition that the cetera are indeed paria-can be achieved by a process of deliberate randomization. The exper- imental method is the most nearly ideal method for scientific explanation, but unfortunately it

u For the idea of discussing the comparative meth- od in relation to these other basic methods, I am in- debted to Neil J. Smelser's outstanding and most en- lightening article "Notes on the Methodology of Comparative Analysis of Economic Activity," Trans- actions of the Sixth World Congress of Sociology (Evian: International Sociological Association, 1966), Vol. 2, pp. 101-17. For other general discussions of the comparative method, see LUo Moulin, "La Moth- ode comparative en Science Politique," Revue Inter- nationale d'Histoire Politique et Constitutionelle, 7 (January-June, 1957), pp. 57-71; S. F. Nadel, The Foundations of Social Anthropology (London: Cohen and West, 1951), pp. 222-55; Maurice Duverger, MAthodes des Sciences Sociales (3rd ed., Paris: Presses Universitaires de France, 1964), pp. 375-99; John W. M. Whiting, "The Cross-Cultural Method," in Gardner Lindzey, ed., Handbook of Social Psy- chology (Reading, Mass.: Addison-Wesley, 1954), Vol. 1, pp. 523-31; Frank W. Moore, ed., Readings in Cross-Cultural Methodology (New Haven, Conn.: HRAF Press, 1961); Adam Przeworski and Henry Teune, The Logic of Comparative Social Inquiry (New York: Wiley-Interscience, 1970); and Robert T. Holt and John E. Turner, "The Methodology of Com- parative Research," in Holt and Turner, eds., The Methodology of Comparative Research (New York: Free Press, 1970), pp. 1-20.

13 The case study method will be discussed below. " Eugene J. Meehan, The Theory and Method of Political Analysis (Homewood, Ill.: Dorsey Press, 1965). He expresses this idea in three short sentences: "Science seeks to establish relationships" (p. 35); "Science . . . is empirical" (p. 37); "Science is a generalizing activity" (p. 43).

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can only rarely be used in political science be- cause of practical and ethical impediments.

An alternative to the experimental method is the statistical method. It entails the conceptual (mathematical) manipulation of empiricially ob- served data-which cannot be manipulated sit- uationally as in experimental design-in order to discover controlled relationships among vari- ables. It handles the problem of control by means of partial correlations. For instance, when one wants to inquire into the relationship between political participation and level of edu- cation attained, one should control for the in- fluence of age because younger generations have received more education than older genera- tions. This can be done by partialing-dividing the sample into a number of different age groups and looking at the correlations between participation and education within each sepa- rate age group. Paul F. Lazarsfeld states that this is such a basic research procedure that it "is applied almost automatically in empirical research. Whenever an investigator finds him- self faced with the relationship between two variables, he immediately starts to 'cross-tabu- late,' i.e., to consider the role of further vari- ables."114

The statistical method can be regarded, therefore, as an approximation of the experi- mental method. As Ernest Nagel emphasizes, "every branch of inquiry aiming at reliable gen- eral laws concerning empirical subject matter must employ a procedure that, if it is not strictly controlled experimentation, has the es- sential logical functions of experiment in in- quiry."15 The statistical method does have these essential logical functions, but it is not as strong a method as experimentation because it cannot handle the problem of control as well. It cannot control for all other variables, merely for the other key variables that are known or suspected to exert influence. Strictly speaking,

14 Paul F. Lazarsfeld, "Interpretation of Statistical Relations as a Research Operation," in Lazarsfeld and Morris Rosenberg, eds., The Language of Social Re- search: A Reader in the Methodology of Social Re- search (Glencoe, Ill.: Free Press, 1955), p. 115. How- ever, control by means of partial correlations does not allow for the effects of measurement error or unique factor components; see Marilynn B. Brewer, William D. Crano and Donald T. Campbell, "Testing a Single- Factor Model as an Alternative to the Misuse of Par- tial Correlations in Hypothesis-Testing Research, Soci- ometry, 33 (March, 1970), pp. 1-11. Moreover, par- tial correlations do not resolve the problem of the codiffusion of characteristics, known in anthropology as "Galton's problem"; see Raoul Naroll, "Two So- lutions to Galton's Problem," Philosophy of Science, 28 (January, 1961), pp. 15-39, and Przeworski and Teune, op. cit., pp. 51-53.

16 Ernest Nagel, The Structure of Science (New York: Harcourt, Brace, and World, 1961), pp. 452f.

even the experimental method does not handle the problem of control perfectly, because the investigator can never be completely sure that his groups are actually alike in every respect.16 But experimental design provides the closest approximation to this ideal. The statistical method, in turn, is an approximation-not the equivalent-of the experimental method. Con- versely, one can also argue, as Lazarsfeld does, that the experimental method constitutes a spe- cial form of the statistical method, but only if one adds that it is an especially potent form.'7

The logic of the comparative method is, in accordance with the general standard ex- pounded by Nagel, also the same as the logic of the experimental method. The comparative method resembles the statistical method in all respects except one. The crucial difference is that the number of cases it deals with is too small to permit systematic control by means of partial correlations. This problem occurs in sta- tistical operations, too; especially when one wants to control simultaneously for many vari- ables, one quickly "runs out of cases." The com- parative method should be resorted to when the number of cases available for analysis is so small that cross-tabulating them further in or- der to establish credible controls is not feasible. There is, consequently, no clear dividing line between the statistical and comparative meth- ods; the difference depends entirely on the number of cases.'8 It follows that in many re-

16 For instance, if the groups are made equivalent by means of deliberate randomization, the investigator knows that they are alike with a very high degree of probability, but not with absolute certainty. More- over, as Hubert M. Blalock, Jr., states, so-called "forcing variables" cannot be controlled by randomi- zation. See his Causal Inferences in Nonexperimental Research (Chapel Hill: University of North Carolina Press, 1964), pp. 23-26. In general, Blalock empha- sizes "the underlying similarity between the logic of making causal inferences on the basis of experimental and nonexperimental designs" (p. 26).

17Lazarsfeld, "Interpretation of Statistical Relations as a Research Operation," p. 119. Talcott Parsons makes a similar statement with regard to the com- parative method: "Experiment is . . . nothing but the comparative method where the cases to be compared are produced to order and under controlled condi- tions." See his The Structure of Social Action (2nd ed., New York: Free Press, 1949), p. 743. Another advantage of the experimental method is that the time variable is controlled, which is especially important if one seeks to establish causal relationships. In statistical design, this control can be approximated by means of the panel method.

18In order to highlight the special problems arising from the availability of only a small number of cases, the comparative method is discussed as a distinct method. Of course, it can be argued with equal justice that the comparative and statistical methods should be regarded as two aspects of a single method. Many authors use the term "comparative method" in the

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search situations, with an intermediate number of cases, a combination of the statistical and comparative methods is appropriate. Where the cases are national political systems, as they of- ten are in the field of comparative politics, the number of cases is necessarily so restricted that the comparative method has to be used.

From the vantage point of the general aims and the alternative methods of scientific in- quiry, one can consider the comparative method in proper perspective and answer such questions as the following, raised by Samuel H. Beer and by Harry Eckstein: Can comparison be regarded as "the social scientist's equivalent of the natural scientist's laboratory?"'9 and: "Is the comparative method in the social sciences . . . really an adequate substitute for experimen- tation in the natural sciences, as has sometimes been claimed?"20 The answer is that the com- parative method is not the equivalent of the ex- perimental method but only a very imperfect substitute. A clear awareness of the limitations of the comparative method is necessary but need not be disabling, because, as we shall see, these weaknesses can be minimized. The "conscious thinker" in comparative politics should realize the limitations of the compara- tive method, but he should also recognize and take advantage of its possibilities.

broad sense of the method of multivariate empirical, but nonexperimental, analysis, i.e., including both the comparative and statistical methods as defined in this paper. This is how A. R. Radcliffe-Brown uses the term when he argues that "only the comparative method can give us general propositions." (Brown, "The Comparative Method in Social Anthropology," Journal of the Royal Anthropological Institute of Great Britain and Ireland, 81 [1951], p. 22.) Pmile Durkheim also follows this usage when he declares that "comparative sociology is not a particular branch of sociology; it is sociology itself, in so far as it ceases to be purely descriptive and aspires to account for facts." (Durkheim, The Rules of Sociological Method, translated by Sarah A. Solovay and John H. Mueller, [8th ed., Glencoe, Ill.: Free Press, 1938], p. 139.) See also the statements by Lasswell and Almond cited above. Rodney Needham combines the two terms, and speaks of "large-scale statistical comparison," i.e., the statistical method. (Needham, "Notes on Compara- tive Method and Prescriptive Alliance," Bijdragen tot de Taal-, Land- en Volkenkunde, 118 [1962], pp. 160- 82.) On the other hand, E. E. Evans-Pritchard uses exactly the same terminology as used by Smelser and as adopted in this paper, when he makes a distinction between "small-scale comparative studies" and "large- scale statistical ones." See his The Comparative Meth- od in Social Anthropology (London: Athlone Press, 1963), p. 22.

"'Samuel H. Beer, "The Comparative Method and the Study of British Politics," Comparative Politics, 1 (October, 1968), p. 19.

20Harry Eckstein, "A Perspective on Comparative Politics, Past and Present," in Eckstein and David E. Apter, eds., Comparative Politics: A Reader (New York: Free Press of Glencoe, 1963), p. 3.

The Comparative Method: Weaknesses and Strengths

The principal problems facing the compara- tive method can be succinctly stated as: many variables, small number of cases. These two problems are closely interrelated. The former is common to virtually all social science research regardless of the particular method applied to it; the latter is peculiar to the comparative method and renders the problem of handling many variables more difficult to solve.

Before turning to a discussion of specific sug- gestions for minimizing these problems, two general comments are in order. First, if at all possible one should generally use the statistical (or perhaps even the experimental) method in- stead of the weaker comparative method. But often, given the inevitable scarcity of time, en- ergy, and financial resources, the intensive comparative analysis of a few cases may be more promising than a more superficial statisti- cal analysis of many cases. In such a situation, the most fruitful approach would be to regard the comparative analysis as the first stage of re- search, in which hypotheses are carefully for- mulated, and the statistical analysis as the sec- ond stage, in which these hypotheses are tested in as large a sample as possible.

In one type of comparative cross-national re- search, it is logically possible and may be ad- vantageous to shift from the comparative to the statistical method. Stein Rokkan distinguishes two aims of cross-national analysis. One is the testing of "macro hypotheses" concerning the "interrelations of structural elements of total systems"; here the number of cases tends to be limited, and one has to rely on the comparative method. The other is "micro replications," de- signed "to test out in other national and cul- tural settings a proposition already validated in one setting."21 Here, too, one can use the com- parative method, but if the proposition in ques- tion focuses on individuals as units of analysis, one can also use the statistical method; as Mer- ritt and Rokkan point out, instead of the "one- nation, one-case" approach, nationality can simply be treated as an additional variable on a par with other individual attributes such as oc- cupation, age, sex, type of neighborhood, etc.22

21 Stein Rokkan, "Comparative Cross-National Re- search: The Context of Current Efforts," in Richard L. Merritt and Rokkan, eds., Comparing Nations: The Use of Quantitative Data in Cross-National Research (New Haven: Yale University Press, 1966), pp. 19- 20. Rokkan specifically recommends the use of "paired comparisons" for this purpose; see his "Methods and Models in the Comparative Study of Nation-Build- ing," in Citizens, Elections, Parties: Approaches to the Comparative Study of the Processes of Development (Oslo: Universitetsforlaget, 1970), p. 52.

22Merritt and Rokkan, op. cit., p. 193.

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Terence K. Hopkins and Immanuel Wallerstein make a similar distinction between truly "cross- national studies" in which total systems are the units of analysis, and "multi-national but cross- individual research."23

The second general comment concerns a dangerous but tempting fallacy in the applica- tion of the comparative method: the fallacy of attaching too much significance to negative findings. The comparative method should not lapse into what Johan Galtung calls "the tradi- tional quotation/ illustration methodology, where cases are picked that are in accordance with the hypothesis-and hypotheses are re- jected if one deviant case is found."24 All cases should, of course, be selected systematically, and the scientific search should be aimed at probabilistic, not universal, generalizations. The erroneous tendency to reject a hypothesis on the basis of a single deviant case is rare when the statistical method is used to analyze a large sample, but in the comparative analysis of a small number of cases even a single deviant fitiding tends to loom large. One or two deviant cases obviously constitute a much less serious problem in a statistical analysis of very many cases than in a comparative study of only a few -perhaps less than ten-cases. But it is never- theless a mistake to reject a hypothesis "be- cause one can think pretty quickly of a con- trary case."25 Deviant cases weaken a probabi- listic hypothesis, but they can only invalidate it if they turn up in sufficient numbers to make the hypothesized relationship disappear alto- gether.26

23 Terence K. Hopkins and Immanuel Wallerstein, "The Comparative Study of National Societies," So- cfrzl Science Information, 6 (October, 1967), pp. 27- 33 (italics added). See also Przeworski and Teune, op. cit., pp. 34-43.

24He adds: "This is a very naive conception of so- cial science propositions; if only perfect correlations should be permitted social science would not have come very far." Johan Galtung, Theory and Methods of Social Research (Oslo: Universitetsforlaget, 1967), p. 505. The functions of deviant case analysis will be discussed below.

25W. J. M. Mackenzie, Politics and Social Science (Harmondsworth: Penguin Books, 1967), p. 52. I have been guilty of committing this fallacy myself. In my critique of Giovanni Sartori's proposition relating political instability to extreme multipartism (systems with six or more significant parties), one of my argu- ments consists of the deviance of a single historical case: the stable six-party system of the Netherlands during the interwar years. See Arend Lijphart, "Typol- ogies of Democratic Systems," Comparative Political Studies, 1 (April, 1968), pp. 32-35.

26 t is clearly incorrect, therefore, to argue that on logical grounds a probabilistic generalization can never be invalidated; cf. Guenter Lewy's statement: "To be sure, a finding of a very large number of . . . (deviant cases would cast doubt upon the value of the

After these introductory observations, let us turn to a discussion of specific ways and means of minimizing the "many variables, small N" problem of the comparative method. These may be divided into four categories:

(1) Increase the number of cases as much as possible. Even though in most situations it is impossible to augment the number of cases suf- ficiently to shift to the statistical method, any enlargement of the sample, however small, im- proves the chances of instituting at least some control.27 Modern comparative politics has made great progress in this respect as a result of the efforts of the field's innovators to fashion universally applicable vocabularies of basic po- litically relevant concepts, notably the ap- proaches based on Parsonian theory and Ga- briel A. Almond's functional approach.28 Such a restatement of variables in comparable terms makes many previously inaccessible cases avail- able for comparative analysis. In addition to extending the analysis geographically, one should also consider the possibilities of "longi- tudinal" (cross-historical) extension by in- cluding as many historical cases as possible.29

It was the promise of discovering universal laws through global and longitudinal compari- sons that made Edward A. Freeman enthusias- tically espouse the comparative method almost

proposition, but logically such evidence would not compel its withdrawal. The test of the hypothesis by way of a confrontation with empirical or historical data remains inconclusive." Lewy, "Historical Data in Comparative Political Analysis: A Note on Some Problems of Theory," Comparative Politics, 1 (Octo- ber, 1968), p. 109.

27Furthermore, unless one investigates all available cases, one is faced with the problem of how repre- sentative one's limited sample is of the universe of cases.

28On the necessity of establishing general concepts not tied to particular cultures, see Smelser, op. cit., pp. 104-09; Nadel, op. cit., pp. 237-38; Doualas Oliver and Walter B. Miller, "Suggestions for a More Systematic Method of Comparing Political Units," American Anthropologist, 57 (February, 1955), pp. 118-21; and Nico Frijda and Gustav Jahoda, "On the Scope and Methods of Cross-Cultural Research," In- ternational Journal of Psychology, 1 (1966), pp. 114- 16. For critiques of recent attempts at terminological innovation in comparative politics, see Sartori, "Con- cept Misformation in Comparative Politics"; Robert T. Holt and John M. Richardson, Jr., The State of The- ory in Comparative Politics (Minneapolis: Center for Comparative Studies in Technological Development and Social Change, 1968); Robert E. Dowse, "A Functionalist's Logic," World Politics, 18 (July, 1966), pp. 607-23; and Samuel E. Finer, "Almond's Concept of 'The Political System': A Textual Critique," Gov- ernment and Opposition, 5 (Winter, 1969-70), pp. 3-21.

29 Michael Haas, "Comparative Analysis," Western Political Quarterly, 15 (June, 1962), p. 298n. See also Lewy, op. cit., pp. 103-10.

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a century ago. In his Comparative Politics, published in 1873, he called the comparative method "the greatest intellectual achievement" of his time, and stated that it could lead to the formulation of "analogies . . . between the po- litical institutions of times and countries most remote from one another." Comparative poli- tics could thus discover "a world in which times and tongues and nations which before seemed parted poles asunder, now find each one its own place, its own relation to every other."30 The field of comparative politics has not yet achieved-and may never achieve-the goals that Freeman set for it with such opti- mism. But his words can remind us of the fre- quent utility of extending comparative analyses both geographically and historically. (The value of this suggestion is somewhat dimin- ished, of course, because of the serious lack of information concerning most political systems; for historical cases in particular this problem is often irremediable.)

(2) Reduce the "property-space" of the analysis. If the sample of cases cannot be in- creased, it may be possible to combine two or more variables that express an essentially simi- lar underlying characteristic into a single vari- able. Thus the number of cells in the matrix representing the relationship is reduced, and the number of cases in each cell increased cor- respondingly. Factor analysis can often be a useful technique to achieve this objective. Such a reduction of what Lazarsfeld calls the "prop- erty-space" increases the possibilities of further cross-tabulation and control without increasing the sample itself.31 It may also be advisable in certain instances to reduce the number of classes into which the variables are divided (for instance, by simplifying a set of several catego- ries into a dichotomy), and thus to achieve the same objective of increasing the average num- ber of cases per cell. The latter procedure, however, has the disadvantage of sacrificing a part of the information at the investigator's dis- posal, and should not be used lightly.

(3) Focus the comparative analysis on "comparable" cases. In this context, "compara- ble" means: similar in a large number of im- portant characteristics (variables) which one wants to treat as constants, but dissimilar as far

1 Edward A. Freeman, Comparative Politics (Lon- don: Macmillan, 1873), pp. 1, 19, 302. See also Gideon Sjoberg's argument in favor of global com- parative research: "The Comparative Method in the Social Sciences," Philosophy of Science, 22 (April, 1955), pp. 106-17.

31 Lazarsfeld and Barton, op. cit., pp. 172-75; Bar- ton, "The Concept of Property-Space in Social Re- search," in Lazarsfeld and Rosenberg, op. cit., pp. 45-50.

as those variables are concerned which one wants to relate to each other. If such compara- ble cases can be found, they offer particularly good opportunities for the application of the comparative method because they allow the es- tablishment of relationships among a few vari- ables while many other variables are con- trolled.32 As Ralph Braibanti states, "the move- ment from hypothesis to theory is contingent upon analysis of the total range of political sys- tems,"33 but it is often more practical to accord priority to the focus on a limited number of comparable cases and the discovery of partial generalizations.

Whereas the first two ways of strengthening the comparative method were mainly con- cerned with the problem of "small N," this third approach focuses on the problem of "many variables." While the total number of variables cannot be reduced, by using comparable cases in which many variables are constant, one can re- duce considerably the number of operative vari- ables and study their relationships under con- trolled conditions without the problem of run- ning out of cases. The focus on comparable cases differs from the first recommendation not only in its preoccupation with the problem of ''many variables" rather than with "small N," but also in the fact that as a by-product of the search for comparable cases, the number of cases subject to analysis will usually be decreased. The two recommendations thus point in fundamentally different directions, although both are compatible with the second (and also the fourth) recommendation.

This form of the comparative method is what John Stuart Mill described as the "method of difference" and as the "method of concomi- tant variations." The method of difference con- sists of "comparing instances in which [a] phe- nomenon does occur, with instances in other respects similar in which it does not." The

12 Smelser, op. cit., p. 113. Holt and Turner refer to this strategy as the process of "specification" (op. cit., pp. 11-13). It is probably also what Eisenstadt has in mind when he mentions the possibility of constructing "special intensive comparisons of a quasi- experimental nature" (op. cit., p. 424). See also Erwin K. Scheuch, "Society as Context in Cross-Cul- tural Comparison," Social Science Information, 6 (Oc- tober, 1967), esp. pp. 20-23; Mackenzie, op. cit., p. 151; Fred Eggan, "Social Arithopology and the Method of Controlled Comparison," American Anthro- pologist, 56 (October, 1954), pp. 743-63; and Erwin Ackerknecht, "On the Comparative Method in An- thropology," in Robert F. Spencer, ed., Method and Perspective in Anthropology (Minneapolis: Univer- sity of Minnesota Press, 1954), pp. 117-25.

33Ralph Braibanti, "Comparative Political Analytics Reconsidered," Journal of Politics, 30 (February, 1968), p. 36.

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method of concomitant variations is a more so- phisticated version of the method of difference: instead of observing merely the presence or ab- sence of the operative variables, it observes and measures the quantitative variations of the op- erative variables and relates these to each other. As in the case of the method of difference, all other factors must be kept constant; in Mill's words, "that we may be warranted in inferring causation from concomitance of variations, the concomitance itself must be proved by the Method of Difference."34

Mill's method of concomitant variations is often claimed to be the first systematic formu- lation of the modern comparative method.35 It should be pointed out, however, that Mill him- self thought that the methods of difference and of concomitant variations could not be applied in the social sciences because sufficiently simi- lar cases could not be found. He stated that their application in political science was "com- pletely out of the question" and branded any attempt to do so as a "gross misconception of the mode of investigation proper to political phenomena."36 Durkheim agreed with Mill's negative judgment: "The absolute elimination of adventitious elements is an ideal which can- not really be attained; . . . one can never be even approximately certain that two societies agree or differ in all respects save one."37 These objections are founded on a too exacting scientific standard-what Sartori calls "over- conscious thinking." It is important to remem- ber, however, that in looking for comparable cases, this standard should be approximated as closely as possible.

The area approach appears to lend itself quite well to this way of applying the compara- tive method because of the cluster of character- istics that areas tend to have in common and that can, therefore be used as controls.38 But opinions on the utility of the area approach

' John Stuart Mill, A System of Logic (8th ed., London: Longmans, Green, Reader, and Dyer, 1872), Book III, chapter 8.

35 Nadel, op. cit., pp. 222-23; Kenneth E. Bock, "The Comparative Method of Anthropology" Com- parative Studies in Society and History, 8 (April, 1966), p. 272.

86Mill, op. cit., Book VI, chapter 7; see also Book III, chapter 10.

" Durkheim, op. cit., pp. 129-30. But he hailed the method of concomitant variations, which he evidently interpreted to mean a combination of the statistical and comparative methods, as "the instrument par excellence of sociological research" (p. 132). See also Francois Bourricaud, "Science Politique et So- ciologie: Reflexions d'un Sociologue," Revue Francqise de Science Politique, 8 (June, 1958), pp. 251-63.

" If the area approach is often preferable to re- search efforts with a global range in order to maximize comparability, the era approach may be preferable to longitudinal analysis for the same reason. Cf. the

differ sharply: Gunnar Heckscher states that "area studies are of the very essence of com- parative government," and points out that "the number of variables, while frequently still very large, is at least reduced in the case of a happy choice of area."39 Roy C. Macridis and Richard Cox also argue that if areas are characterized by political as well as non-political uniformi- ties, "the area concept will be of great value, since certain political processes will be com- pared between units within the area against a common background of similar trait configura- tion"; they cite Latin America as an example of an area offering the prospect of "fruitful intra- area comparison."40 On the other hand, Dank- wart A. Rustow declares in a recent article that area study is "almost obsolete," and he shows little faith in it as a setting for "manageable comparative study." He argues that "mere geo- graphic proximity does not necessarily furnish the best basis of comparison," and furthermore that "comparability is a quality that is not in- herent in any given set of objects; rather it is a quality imparted to them by the observer's per- spective."''4 This is a compelling argument that should be carefully considered.

It is not true that areas reflect merely geo- graphic proximity; they tend to be similar in many other basic respects. By means of an in- ductive process-a factor analysis of 54 social and cultural variables on 82 countries-Bruce M. Russett discovered socio-culturally similar groupings of countries, which correspond closely to areas or regions of the world as usually de-

following statement by C. E. Black: "There is much greater value in comparing contemporary events and institutions than those that are widely separated in time. The comparison of societies or smaller groups that are concerned with reasonably similar problems is more likely to lead to satisfactory conclusions than comparisons between societies existing many centuries apart." Black, The Dynamics of Modernization: A Study in Comparative History (New York: Harper and Row, 1966), p. 39.

'9 Heckscher, op. cit., p. 88. 40 Roy C. Macridis and Richard Cox, "Research in

Comparative Politics," American Political Science Re- view, 47 (September, 1953), p. 654. See also John D. Martz, "The Place of Latin America in the Study of Comparative Politics," Journal of Politics 28 (Feb- ruary, 1966), pp. 57-80.

41 Dankwart A. Rustow, "Modernization and Com- parative Politics: Prospects in Research and Theory," Comparative Politics, 1 (October, 1968), pp. 45-47. Area study may also be criticized on the ground that, in the words of Dell G. Hitchner and Carol Levine, in Comparative Government and Politics (New York: Dodd, Mead, 1967): "Its very method of delimitation puts emphasis on what may be particular to a limited group of states, as opposed to the universal general- izations which fully comparative study must seek" (pp. 7-8). This argument has been answered above in terms of the need for partial generalizations as a first step. See also Braibanti, op. cit., pp. 54-55.

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fined.42 Comparability is indeed not inherent in any given area, but it is more likely within an area than in a randomly selected set of coun- tries. It seems unwise, therefore, to give up the area approach in comparative politics. But two important provisos should be attached to this conclusion. First, the area approach can con- tribute to comparative politics if it is an aid to the comparative method, not if it becomes an end in itself. Otherwise, area study may indeed become "a form of imprisonment."43 It is against this danger that the thrust of Rustow's argument is directed. Second, the area ap- proach should not be used indiscriminately, but only where it offers the possibility of establish- ing crucial controls. In this respect, some of the smaller areas may offer more advantages than the larger ones-Scandinavia, for example, which has barely been exploited in this manner, or the Anglo-American countries, which have received greater comparative attention (but which do not constitute an area in the literal sense) .44

An alternative way of maximizing compara- bility is to analyze a single country diachroni- cally. Such comparison of the same unit at dif- ferent times generally offers a better solution to the control problem than comparison of two or more different but similar units (e.g., within the same area) at the same time, although the con- trol can never be perfect; the same country is not really the same at different times. A good example of diachronic comparative analysis is Charles E. Frye's study of the empirical rela- tionships among the party system, the interest group system, and political stability in Ger- many under the Weimar and Bonn Republics. Frye argues that "for the study of these rela- tionships, Weimar and Bonn make a particu-

42 Bruce M. Russett, "Delineating International Re- gions," in J. David Singer, ed., Quantitative Inter- national Politics: Insights and Evidence (New York: Free Press, 1968), pp. 317-52. See also Russett, In- ternational Regions and the International System (Chicago: Rand McNally, 1967).

13George I. Blanksten, "Political Groups in Latin America," American Political Science Review, 53 (March, 1959), p. 126. See also Sigmund Neumann, "The Comparative Study of Politics," Comparative Studies in Society and History, 1 (January, 1959), pp. 107-10; and I. Schapera, "Some Comments on the Comparative Method in Social Anthropology," American Anthropologist, 55 (August, 1953), pp. 353-361, esp. p. 360.

"See Seymour Martin Lipset, "The Value Patterns of Democracy: A Case Study in Comparative Analy- sis," American Sociological Review, 28 (August, 1963), pp. 515-31; Robert R. Alford, Party and Society: The Anglo-American Democracies (Chicago: Rand Mc- Nally, 1963); Leslie Lipson, "Party Systems in the United Kingdom and the Older Commonwealth: Causes, Resemblances, and Variations," Political Stud- ies, 7 (February, 1959), pp. 12-31.

larly good case [strictly speaking, two cases] because there are more constants and relatively fewer variables than in many cross-national studies. Yet the differences could hardly be sharper."145

Unless the national political system itself constitutes the unit of analysis, comparability can also be enhanced by focusing on intrana- tion instead of internation comparisons. The reason is again the same: comparative intrana- tion analysis can take advantage of the many similar national characteristics serving as con- trols.46 Smelser illustrates the utility of this strategy with the example of a hypothetical re- search project on industrialization in Germany and Italy: "For many purposes it would be more fruitful to compare northern Italy with southern Italy, and the Ruhr with Bavaria, than it would be to compare Germany as a whole with Italy as a whole. These two countries differ not only in level of industrialization, but also in cultural traditions, type of governmental structure, and so on." The advantage of intra- unit comparison is that inter-unit differences can be held constant. "Then, having located what appear to be operative factors in the in- tra-unit comparisons, it is possible to move to the inter-unit comparisons to see if the same differences hold in the large."47

As Juan J. Linz and Amando de Miguel point out, a particularly promising approach may be the combination of intranation and in- ternation comparisons: "The comparison of those sectors of two societies that have a greater number of characteristics in common while differing on some crucial ones may be more fruitful than overall national compari- sons."48 An illustrative example of this ap- proach in the political realm is suggested by Raoul Naroll: "If one wishes to test theories about the difference between the cabinet and

I Charles E. Frye, "Parties and Pressure Groups in Weimar and Bonn," World Politics, 17 (July, 1965), pp. 635-55. (The quotation is from page 637.) The postwar division of Germany also offers the oppor- tunity of analyzing the effects of democratic versus totalitarian development against a similar cultural and historical background. See Ralf Dahrendorf, "The New Germanies: Restoration, Revolution, Re- construction," Encounter, 22 (April, 1964), pp. 50- 58. See also Sylvia L. Thrupp, "Diachronic Methods in Comparative Politics," in Holt and Turner, eds., The Methodology of Comparative Research, pp. 343-58.

46Heckscher, p. 69; Heinz Eulau, "Comparative Political Analysis: A Methodological Note," Midwest Journal of Political Science, 6 (November, 1962), pp. 397-407. Rokkan, too, warns against the "whole- nation" bias of comparative research ("Methods and Models," p. 49).

47 Smelser, op. cit., p. 115. " Juan J. Linz and Amando de Miguel, "Within-

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the presidential systems of government . . . one is better advised to compare Manitoba and North Dakota than to compare Great Britain and the United States, since with respect to all other variables Manitoba and North Dakota are very much alike, while Great Britain and the United States have many other differen- ces."49

(4) Focus the comparative analysis on the "key" variables. Finally, the problem of "many variables" may be alleviated not only by some of the specific approaches suggested above but also by a general commitment to theoretical parsimony. Comparative analysis must avoid the danger of being overwhelmed by large numbers of variables and, as a result, losing the possibility of discovering controlled relation- ships, and it must therefore judiciously restrict itself to the really key variables, omitting those of only marginal importance. The nature of the comparative method and its special limitations constitute a strong argument against what Lass- well and Braibanti call "configurative" or "con- textual" analysis: "the identification and inter- pretation of factors in the whole social order which appear to affect whatever political func- tions and their institutional manifestations have been identified and listed for comparison" (Braibanti's definition).50 Lasswell argues that the comparative method as usually applied has been insufficiently configurative, and calls for the exploration of more variables: the entire context-past, present, and future-"must be continually scanned."51

Scanning all variables is not the same as in- cluding all variables, of course, as long as one is on one's guard against an unrealistic and eventually self-defeating perfectionism. Com- parative politics should avoid the trap into which the decision-making approach to the study of international politics fell, of specifying and calling for the analysis of an exhaustive list of all variables that have any possible influence on the decision-making process.52 Parsimony

Nation Differences and Comparisons: The Eight Spains," in Merritt and Rokkan, op. cit., p. 268.

49Naroll, "Scientific Comparative Politics and In- ternational Relations," in R. Barry Farrell, ed., Ap- proaches to Comparative and International Politics (Evanston, Ill.: Northwestern University Press, 1966), pp. 336-37.

" Braibanti, op. cit., p. 49. In this context, "con- figurative" analysis is not synonymous with the tradi- tional single-country approach, as in Eckstein's defini- tion of the term: "the analysis of particular political systems, treated either explicitly or implicitly as unique entities" ("A Perspective on Comparative Politics," p. 11).

"I Lasswell, op. cit., p. 6. '3 See Richard C. Snyder, H. W. Bruck, and Burton

suggests that Joseph LaPalombara's call for a "segmented approach" aiming at the formula- tion of middle-range propositions concerning partial systems makes a great deal of sense.53 Similarly, Eckstein's urgent call for greater manageability of the field should be carefully heeded: "The most obvious need in the field at present is simplification-and simplification on a rather grand scale-for human intelligence and scientific method can scarcely cope with the large numbers of variables, the heaps of con- cepts, and the mountains of data that seem at present to be required, and indeed to exist, in the field."54

It is no accident that the most fruitful appli- cations of the comparative method have been in anthropological research. In primitive societies, the number of variables is not as bewilderingly large as in more advanced societies. All rele- vant factors can therefore be more easily sur- veyed and analyzed. In this respect, anthropol- ogy can be said to provide "almost a laboratory for the quasi-experimental approach to social phenomena."55 Political science lacks this ad- vantage, but can approximate it by focusing at- tention on the key variables in comparative studies.

A final comment is in order about the rela- tionship of comparative politics as a substantive field and comparison as a method. The two are clearly not coterminous. In comparative poli- tics, other methods can often also be employed, and the comparative method is also applicable in other fields and disciplines. A particularly in- structive example is James N. Rosenau's study of the relative influence of individual variables (personal policy beliefs and "personalizing ten- dencies") and role variables (party role and committee role) on the behavior of United States senators during two similar periods: the "Acheson era," 1949-1952, and the "Dulles era," 1953-1956. Rosenau argues that these two eras were characterized by a generally sim- ilar international environment and that the two secretaries of state conducted similar foreign

Sapin, eds., Foreign Policy Decision-Making (New York: Free Press of Glencoe, 1962).

sJoseph LaPalombara, "Macrotheories and Micro- applications in Comparative Politics," Comparative Politics, 1 (October, 1968), pp. 60-77. As an example he cites Robert A. Dahl, ed., Political Oppositions in Western Democracies (New Haven: Yale University Press, 1966), esp. chapters 11-13. See also LaPalom- bara, "Parsimony and Empiricism in Comparative Politics: An Anti-Scholastic View," in Holt and Tur- ner, eds., The Methodology of Comparative Research, pp. 123-49.

54Eckstein, "A Perspective on Comparative Poli- tics," p. 30.

5 Nadel, op. cit., p. 228.

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policies and also resembled each other in per- sonal qualities. He terms the method that he uses in his analysis the method of "quantitative historical comparison." One of its basic charac- teristics is the testing of hypotheses by compar- ing two eras (cases) that are "essentially com- parable . . . in all respects except for the . . . variables being examined." The method is called "quantitative" because the variables are operationally defined in quantitative terms, and "historical" because the two cases compared are historical eras.56 The method is, therefore, a special form of the comparative method. It il- lustrates one of very many ways in which an imaginative investigator can devise fruitful ap- plications of the comparative method.57

The Comparative Method and the Case Study Method

The discussion of the comparative method is not complete without a consideration of the case study method. The statistical method can be applied to many cases, the comparative method to relatively few (but at least two) cases, and the case study method to one case. But the case study method can and should be closely connected with the comparative method (and sometimes also with the statistical method); certain types of case studies can even be considered implicit parts of the comparative method.

The great advantage of the case study is that by focusing on a single case, that case can be intensively examined even when the research resources at the investigator's disposal are rela- tively limited. The scientific status of the case study method is somewhat ambiguous, how- ever, because science is a generalizing activity. A single case can constitute neither the basis for a valid generalization nor the ground for disproving an established generalization.

Indirectly, however, case studies can make "James N. Rosenau, "Private Preferences and Po-

litical Responsibilities: The Relative Potency of In- dividual and Role Variables in the Behavior of U.S. Senators," in Singer, ed., Quantitative International Politics, pp. 17-50, esp. p. 19. Rosenau adds that if "the findings are not so clear as to confirm or negate the hypotheses unmistakably, then of course the analyst moves on to a third comparable period" (p. 19). If such a third or even more periods can be found-which seems unlikely in the case of Rosenau's particular research problem-they should be included regardless of the outcome of the analysis of the first two eras (if the available resources permit it, of course).

57 See also the proposed use of "multiple compari- son groups," as an approximation of the experimental method, by Barney G. Glazer and Anselm L. Strauss, "Discovery of Substantive Theory: A Basic Strategy Underlying Qualitative Research," American Behavior- al Scientist, 8 (February, 1965), pp. 5-12.

an important contribution to the establishment of general propositions and thus to theory- building in political science. Six types of case studies may be distinguished. These are ideal types, and any particular study of a single case may fit more than one of the following catego- ries:

(1) Atheoretical case studies; (2) Interpretative case studies; (3) Hypothesis-generating case studies; (4) Theory-confirming case studies; (5) Theory-infirming case studies; (6) Deviant case studies.

Cases may be selected for analysis because of an interest in the case per se or because of an interest in theory-building. The first two types of cases belong to the former category. Theoretical case studies are the traditional sin- gle-country or single-case analyses. They are entirely descriptive and move in a theoretical vacuum: they are neither guided by established or hypothesized generalizations nor motivated by a desire to formulate general hypotheses. Therefore, the direct theoretical value of these case studies is nil, but this does not mean that they are altogether useless. As LaPalombara emphasizes, the development of comparative politics is hampered by an appalling lack of in- formation about almost all of the world's politi- cal systems.58 Purely descriptive case studies do have great utility as basic data-gathering opera- tions, and can thus contribute indirectly to the- ory-building. It can even be claimed that "the cumulative effect of such studies will lead to fruitful generalization," but only if it is recog- nized that this depends on a theoretically ori- ented secondary analysis of the data collected in atheoretical case studies.59

As indicated earlier, the atheoretical case study and the other types of case studies are ideal types. An actual instance of an atheoreti- cal case study probably does not exist, because almost any analysis of a single case is guided by at least some vague theoretical notions and some anecdotal knowledge of other cases, and usually results in some vague hypotheses or conclusions that have a wider applicability. Such actual case studies fit the first type to a large extent, but they also fit one or more of the other types (particularly the third, fourth, and fifth types) at least to some extent.

' LaPalombara, "Macrotheories and Microapplica- tions," pp. 60-65.

59 See Michael Curtis, Comparative Government and Politics: An Introductory Essay in Political Science (New York: Harper and Row, 1968), p. 7. See also Macridis, The Study of Compardttve Government (New York: Random House, 1955).

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Interpretative case studies resemble atheoret- ical case studies in one respect: they, too, are selected for analysis because of an interest in the case rather than an interest in the formula- tion of general theory. They differ, however, in that they make explicit use of established theo- retical propositions. In these studies, a general- ization is applied to a specific case with the aim of throwing light on the case rather than of im- proving the generalization in any way. Hence they are studies in "applied science." Since they do not aim to contribute to empirical general- izations, their value in terms of theory-building is nil. On the other hand, it is precisely the pur- pose of empirical theory to make such interpre- tative case studies possible.60 Because of the still very limited degree of theoretical develop- ment in political science, such case studies are rare. One interesting example is Michael C. Hudson's imaginative and insightful case study of Lebanon in the light of existing development theories, in which he discovers a serious dis- crepancy between the country's socioeconomic and political development.,"

The remaining four types of case studies are all selected for the purpose of theory-building. Hy)pothesis-generating case studies start out with a more or less vague notion of possible hy- potheses, and attempt to formulate definite hy- potheses to be tested subsequently among a larger number of cases. Their objective is to de- velop theoretical generalizations in areas where no theory exists yet. Such case studies are of great theoretical value. They may be particu- larly valuable if the case selected for analysis provides what Naroll calls a sort of "crucial ex- periment" in which certain variables of interest happen to be present in a special way.62

Theory-confirming and theory-infirming case studies are analyses of single cases within the framework of established generalizations. Prior knowledge of the case is limited to a single

d0 As Przeworski and Teune state: "The main role of a theory is to provide explanations of specific events. These explanations consist of inferring, with a high degree of probability, statements about particular events from general statements concerning classes of events" (p. 86).

'Michael C. Hudson, "A Case of Political Under- development," Journal of Politics, 29 (November 1967), pp. 821-37. See also Beer, "The Comparative Method and the Study of British Politics," pp. 19-36.

82 Naroll, "Scientific Comparative Politics and In- ternational Relations," p. 336. An example of such a case study is my analysis of the determinants of Dutch colonialism in West Irian. In most cases, both objective (especially economic) and subjective factors can be discerned, but the case of West Irian is unique because of the complete absence of objective Dutch interests in the colony. See Lijphart, The Trauma of Decolonization: The Dutch and West New Guinea (New Haven: Yale University Press, 1966).

variable or to none of the variables that the proposition relates. The case study is a test of the proposition, which may turn out to be con- firmed or infirmed by it. If the case study is of the theory-confirming type, it strengthens the proposition in question. But, assuming that the proposition is solidly based on a large number of cases, the demonstration that one more case fits does not strengthen it a great deal. Like- wise, theory-infirming case studies merely weaken the generalizations marginally. The theoretical value of both types of case studies is enhanced, however, if the cases are, or turn out to be, extreme on one of the variables: such studies can also be labeled "crucial experi- ments" or crucial tests of the propositions.

Deviant case analyses are studies of single cases that are known to deviate from estab- lished generalizations. They are selected in or- der to reveal why the cases are deviant-that is, to uncover relevant additional variables that were not considered previously, or to refine the (operational) definitions of some or all of the variables.63 In this way, deviant case studies can have great theoretical value. They weaken the original proposition, but suggest a modified proposition that may be stronger. The validity of the proposition in its modified form must be established by further comparative analysis.64

Of the six types of case studies, the hypothe- sis-generating and the deviant case studies have the greatest value in terms of their contribution to theory. Each of these two types, however, has quite different functions in respect to the- ory-building: The hypothesis-generating case study serves to generate new hypotheses, while the deviant case study refines and sharpens ex- isting hypotheses. The deviant case study-as

"3 See Patricia L. Kendall and Katherine M. Wolf, "The Analysis of Deviant Cases in Communications Research," in Lazarsfeld and Frank Stanton, eds., Communications Research: 1948-49 (New York: Har- per, 1949), pp. 152-57; Sjoberg, op. cit., pp. 114-15; and Lijphart, The Politics of Accommodation: Plural- ism and Democracy in the Netherlands (Berkeley: University of California Press, 1968), chapter 10.

" This process of refining generalizations through deviant case analysis is what Robert M. Marsh calls "specification." See his article "The Bearing of Com- parative Analysis on Sociological Theory," Social Forces, 43 (December, 1964), pp. 191-96. Specifica- tion should therefore definitely not be regarded as "the garbage bin" of comparative research; see Conrad Phillip Kottak, "Towards a Comparative Science of Society," Comparative Studies in Society and History, 12 (January, 1970), p. 102. See also Milton M. Gor- don, "Sociological Law and the Deviant Case," Soci- ometry, 10 (August, 1947), pp. 250-58; and Andre J. F. Kobben, "The Logic of Cross-Cultural Analysis: Why Exceptions?", in Rokkan, ed., Comparative Re- search Across Cultures and Nations (Paris: Mouton, 1968), pp. 17-53.

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well as the theory-confirming and theory-in- firming case studies-are implicitly compara- tive analyses. They focus on a particular case which is singled out for analysis from a rela- tively large number of cases and which is ana- lyzed within the theoretical and empirical con- text of this set of cases. The deviant case may be likened to the "experimental group" with the remainder of the cases constituting the "control group." Just as the analytical power of the comparative method increases the closer it ap- proximates the statistical and experimental methods, so the analytical power of the case study method increases the more it approxi- mates the comparative method in the form of deviant case analysis. Such case analysis re- quires, of course, that the position of the devi- ant case on the variables under consideration, and consequently also its position relative to the other cases, are clearly defined.

The different types of cases and their un- equal potential contributions to theory-building should be kept in mind in selecting and analyz- ing a single case. Some of the shortcomings in Eckstein's otherwise insightful and thought- provoking case study of Norway may serve as instructive examples.65 Eckstein argues that the Norwegian case deviates from David B. Tru- man's proposition concerning "overlapping memberships,"60 because Norway is a stable de- mocracy in spite of the country's deep and non- overlapping geographic, economic, and cul- tural cleavages. But he fails to place the case of Norway in relation to other cases. In fact, al- though he describes Norway's divisions as "as- tonishingly great, sharp, and persistent," he ex- plicitly rules out any comparison with the cleavages in other countries. This exclusion se- riously weakens the case study. Furthermore, instead of trying to refine Truman's proposition with the help of the deviant findings, Eckstein simply drops it. In terms of the sixfold typology of case studies discussed above, his analysis of the Norwegian case is only a theory-infirming one and is not made into a deviant case study.

From then on, the case study becomes a the- I Eckstein, Division and Cohesion in Democracy:

A Study of Norway (Princeton, N.J.: Princeton Uni- versity Press, 1966), esp. pp. 60-77, 177-201. Part of the critique which follows is included in my review of this book in the Journal of Modern History, 41 (March, 1969), pp. 83-87.

6 David B. Truman, The Governmental Process: Political Interests and Public Opinion (New York: Knopf, 1951).

ory-confirming one. Eckstein finds that the Norwegian case strikingly bears out his own "congruence" theory, which states that govern- ments tend to be stable if there is considerable resemblance (congruence) between govern- mental authority patterns and the authority pat- terns in society.67 He demonstrates persuasively that both governmental and social patterns of authority are strongly democratic in Norway and thus highly congruent. The problem here is not that the Norwegian facts do not fit the the- ory, but that they fit the theory too perfectly. The perfect fit strengthens the theory margin- ally, but does not contribute to its refinement. The theory does not hold that complete congru- ence of authority patterns is required for stable democracy. In his original statement of the congruence theory, Eckstein himself points out the necessity of further work on the important questions of how much disparity can be toler- ated and how degrees of congruence and dis- parity can be measured.68 Because the Norwe- gian case turns out to be a perfect theory-con- firming one, it cannot be used to refine the the- ory in any of these respects. Therefore, Eck- stein was unlucky in his selection of this case as far as the development of his congruence the- ory is concerned, and he fails to take fUll ad- vantage of the case study method in analyzing the case in terms of Truman's theory of over- lapping memberships.

* * *

The comparative method and the case study method have major drawbacks. But precisely because of the inevitable limitations of these methods, it is the challenging task of the inves- tigator in the field of comparative politics to apply these methods in such a way as to mini- mize their weaknesses and to capitalize on their inherent strengths. Thus, they can be highly useful instruments in scientific political inquiry.

In one respect, it is not altogether correct to call the Norwegian case study a theory-confirming study. Because the congruence theory has a rather narrow empirical basis, consisting chiefly of only two cases (Britain and Germany), it is a hypothesis rather than an established theory. The case study of Norway is, of course, not a hypothesis-generating study either. Perhaps it should be called a "hypothesis-strengthen- ing" case study or, as Eckstein himself suggests, a "plausibility probe" (oral comment at the IPSA Round Table Conference in Turin, September 1969).

6sEckstein, A Theory of Stable Democracy, Re- search Monograph No. 10 (Princeton, N.J.: Center of International Studies, 1961).

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LIJPHART, A.

“LA ESTRATEGIA DE CASOS COMPARABLES EN LA

INVESTIGACION COMPARADA”

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¿Qué es el “método comparado”?∗

Lo que yo hice (en el artículo anterior) fue, en primer lugar, indicar lo que el método comparado no es: no es meramente una vaga perspectiva sobre una cierta materia o un set especial de asuntos sustantivos, no es sinónimo del método científico en general, no es meramente un método de medición. En segundo término, provisoriamente, lo describí como uno de los métodos básicos de descubrir y establecer proposiciones empíricas generales (los otros son el experimental, el estadístico y ciertas formas de los métodos de estudio de caso). Finalmente, hice un listado de cuatro forma específicas – que pueden ser consideradas como “métodos” comparados en plural - de minimizar el problema “muchas variables, pocos casos” al que a menudo se enfrenta la investigación comparada: 1- incrementar el número de casos tanto como sea posible extendiendo el análisis

geográfica e históricamente 2- reducir el espacio de análisis combinando variables y/o categorías 3- focalizar el análisis en los casos comparables (casos que son similares en un gran

número de importantes características, pero distintos en aquellas variables entre las que se hipotetiza una relación), los cuales pueden ser encontrados en un área geográfico-cultural, por análisis de un mismo caso (nación) diacrónicamente, seleccionando casos intranacionales o focalizando sectores intranacionales en dos o más países diferentes.

4- Restringir el análisis en las variables clave y omitir aquellas de importancia marginal.

Esta descripción del método comparado trae e colación un número de problemas. Antes que nada, es preferible no usar los ambiguos términos “descubrir” y “establecer” proposiciones empíricas. Como señala Meckstroth, la función principal del método comparado es testear hipótesis empíricas y, en consecuencia, corroborarlas o falsarlas. El término descubrir puede reservarse para el procesos que antecede a la formulación de hipótesis. Debe señalarse, sin embargo, que una perspectiva comparada (la cual no debe confundirse con el método comparado) puede ser útil en el descubrimiento. En efecto, Streton rechaza el método comparado como un método de testear hipótesis pero argumenta fuertemente a favor de la comparación como un mecanismo heurístico (que ayuda la imaginación del investigador en el planteamiento de problemas, búsqueda de causas y alternativas, etc).

La segunda dificultad es que, mientras hay límites razonablemente claros entre el método comparado por un lado y el experimental y los estudios de caso por otro, no existe una clara línea divisoria entre los métodos estadístico y comparado. En el diseño experimental, distinto de los otros tres diseños de investigación, el control se logra por una manipulación situacional de las variables. Los estudios de caso también permanecen aparte porque son exámenes intensivos de casos singulares que no pueden resultar directamente en generalizaciones empíricas y tampoco ser usados para testear hipótesis. Los “casos” a los que hacemos referencia aquí no son sinónimos de las entidades (países, provincias, organizaciones, individuos, etc.) sobre las cuales se hacen las observaciones. En un estudio de caso se hace solamente una observación básica y las variables dependientes e independientes no cambian durante el período de observación. Esto significa que el estudio de una entidad puede emplear el método comparado, es decir, que las variables operativas pueden variar a lo largo del tiempo considerado.

∗ Nota: El presente artículo ha sido extraído de las publicaciones Comparative Political Studies, Vol 8, N° 2, julio de 1975, donde aparece titulado: “The comparable cases strategy in comparative research”.

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La distinción entre los métodos comparado y el estudio de casos en términos de la cantidad de casos analizados no es enteramente satisfactoria porque los casos singulares investigados en los estudios de caso son usualmente examinados en el contexto teórico de un gran número de casos: un case study es un estudio de cierto problema, proposición o teoría, y el caso pertenece a una categoría mayor de casos. Siguiendo esta línea de razonamiento, Scarrow expresa que un estudio de caso puede ser considerado “comparativo” si el “análisis es hecho dentro de una perspectiva comparada que demanda que la descripción del particular sea hecha en términos de construcciones analíticas más amplias”. Además, la lógica de los dos métodos es muy similar, en particular, el análisis de los casos desviados debe ser considerado como implícitamente comparativo en naturaleza: por un lado, el caso desviado en sí mismo y, por otro, la mayoría de los casos expresando los hallazgos generales.

Estos problemas de límites, sin embargo, son relativamente menores si los comparamos con las dificultades para distinguir en tre los métodos comparado y estadístico en términos del número de casos analizados. En mi trabajo anterior, yo argumenté que la diferencia era sólo relativa:

“El método comparado se parece al método estadístico en todos los aspectos , excepto en uno. La diferencia crucial es que el número de casos con que se maneja es demasiado pequeña para permitir un control sistemático por correlaciones parciales...No hay, en consecuencia, una clara línea divisoria entre los métodos estadístico y comparado, la diferencia depende enteramente del número de casos”.

Smelser comparte esta postura diciendo que en el momento en que “el número de unidades llega a ser lo suficientemente grande como para permitir el uso de técnicas estadísticas, se cruza la línea divisoria entre los dos métodos”. Método experimental Método estadístico Método Maximizar N Científico Reducir el espa- Método no-experim. Método comparado cio de propiedad Estrategia de ca- sos comparables Variables claves Método de estudio de casos La estrategia de casos comparables

Un problema final que, al mismo tiempo, contiene la clave para una solución para la búsqueda de una definición satisfactoria, es que la primera de las cuatro formas de

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aliviar el problema muchas variables – pocos N (maximizar el número de casos de una investigación) implica que podrán usarse procedimientos estadísticos para analizar estos casos. El método comparado no es entonces otra cosa más que el método estadístico bajo circunstancias relativamente desfavorables. Además, la tercera recomendación (usar casos comparables en los que muchas variables aparezcan como constantes) difiere fundamentalmente de la primera. Esta se concentra en el problema de muchas variables más que en el de pocos casos, y como producto de la búsqueda de casos comparables, el número de casos a ser analizados casi siempre decrecerá. Las otras dos recomendaciones (reducir el espacio de propiedad y focalizar las variables clave) pueden ser combinadas con la maximización de N o con el enfoque de casos comparables, pero estas dos últimas no pueden combinarse, si bien pueden usarse como métodos paralelos en un mismo estudio. Existen entonces dos soluciones esencialmente diferentes al problema de muchas variables – pocas N: 1) maximizar el número de casos y manipular estadísticamente los datos a fin de testear hipótesis empíricas ejerciendo el control por medio de correlaciones parciales y 2) seleccionar casos comparables para el análisis y obtener el control como un resultado de su comparabilidad. Creo que lo más apropiado es focalizar el término método comparado a la estrategia de casos comparables y asignar la primera solución a la categoría de método estadístico. (ver el cuadro)

El método comparado no es un método simple porque no es fácil identificar casos comparables. Además, se presenta el problema de que los casos comparables probablemente son similares no solamente con respecto a las variables de fondo que deberían ser controladas, sino también con respecto a las variables operativas. Lo que aquí es importante es la razón entre la varianza (grado de diferenciación) de las variables operativas y la varianza de las variables de control (la cual debería ser igual a cero). La razón debe ser lo más amplia posible, y puede ser maximizada minimizando la varianza de las variables de control y maximizando aquella de las variables dependientes e independientes. El método comparado puede ser ahora definido como : el método de testear relaciones empíricas entre variables sobre la base de la misma lógica que guía al estadístico, pero en el que los casos son seleccionados de tal forma que se maximiza la varianza de las variables independientes y se minimiza la varianza de las variables de control. La pequeña muestra de casos comparables que analiza el método comparado contrasta con la gran muestra de casos representativos (o la población entera) que es típica del método estadístico.

Esta concepción del método comparado está de acuerdo con el uso que le da Smelser. Smelser identifica como problema del método comparado el hecho de enfrentarse a datos que no pueden ser controlados experimentalmente y cuyo número de casos es demasiado pequeño para permitir análisis estadísticos, y afirma que el método apropiado consiste en investigar casos comparables nacionales e intranacionales: “cuánto más similares son dos o más casos con respecto a variables cruciales... más fácil resulta al investigador aislar y analizar la influencia de otras variables que podrían dar cuenta de las diferencias que desea explicar.

El diseño de “los sistemas más diferentes” de Przeworski y Teune no encaja en esta definición de método comparado y debería asignarse a la categoría de método estadístico. El punto de partida de su método es el análisis de comportamientos “a un nivel más bajo que el de los sistemas, la mayoría de las veces al nivel de los actores individuales”. Esto significa que ellos no tienen el problema de pocas N y que pueden utilizar las técnicas estadísticas. Los factores sistémicos son considerados solamente si el análisis al nivel individual está agotado, mientras que las diferencias entre sistemas aún no han sido eliminadas. En las propias palabras de los autores “el diseño de los

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sistemas más diferentes se centra en eliminar factores sistémicos irrelevantes”. Sin embargo, las investigaciones más típicas de política comparada tienen lugar a un nivel macro: focalizan las características de los sistemas, grandes subsistemas y sistemas parciales (recordar La Palombara), pero también sobre características individuales en forma de agregados o promedios cuando los datos a nivel individual no están disponibles. Debería notarse que Przeworski y Teune excluyen este tipo de análisis que opera enteramente a un nivel sistémico y que yo considero el más apropiado para la aplicación del método comparado, partiendo de su misma definición de análisis comparado: “en investigación comparada, nos interesan aquellos estudios en los cuales el análisis se realiza a múltiples variables”. El método comparado versus el método estadístico

Para investigaciones a nivel sistémico, la elección básica se encuentra por consiguiente, entre las estrategias comparadas y estadísticas. Las tendencias de postguerra en política comparada han seguido la dirección de una gran confianza en las últimas, y se ha logrado un progreso considerable mediante el desarrollo de vocabularios aplicables universalmente, referidos a conceptos políticamente relevantes (por ejemplo, los enfoques basados en la teoría parsoniana y el modelo de Armond) y la colección de vastos cuerpos de información cuantitativa y cualitativa acerca de las naciones del mundo. Porque el método comparado debe considerarse el método más débil, usualmente es aconsejable cambiar al método estadístico si existen suficientes casos disponibles para investigación. Sin embargo, el método comparado tiene ciertas ventajas intrínsecas que pueden ser capaces de contrabalancear la fuerza del método estadístico. En lo que resta de este artículo contrastaré las respectivas ventajas y desventajas de ambos métodos.

El sesgo de la nación entera

Probablemente la debilidad más seria del empleo del método estadístico a un

nivel macro en el campo de la política comparada, es que no puede abandonar su propia aspiración de liderar las generalizaciones empíricas válidas y cuidadosamente controladas. La lógica del método estadístico requiere que el universo de casos entero sea tenido en cuenta a fin de maximizar el control. Si el universo llegara a ser demasiado grande como para manejarlo, podría extraerse una muestra representativa. En el estudio de los sistemas políticos no hay problemas de pocos casos: hay decenas de miles de sistemas políticos nacionales, subnacionales e internacionales, y si agregamos los sistemas políticos de organizaciones privadas y extendemos longitudinalmente nuestra búsqueda de casos, hay millones de casos para el análisis. Esta “gran N” implica la necesidad de obtener alguna clase de muestra representativa, lo cual es una tarea difícil si no imposible porque el universo no está claramente definido. Además, la información necesaria sobre muchos de los casos de la muestra no se encontraría disponible, especialmente si se trata de casos históricos.

En la práctica, los estudios estadísticos de gran escala en política comparada tienden a limitarse a los sistemas políticos nacionales. Esta tendencia, que Rokkan ha llamado el “sesgo de la nación entera”, es en parte el resultado de consideraciones pragmáticas: es relativamente más fácil obtener datos acerca de naciones que de asociaciones privadas y unidades subnacionales. La atención exclusiva a sistemas nacionales también está justificada en un terreno teórico. Pro ejemplo, Blondel argumenta que los gobiernos nacionales son cualitativamente diferentes de otros

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gobiernos: ellos son “tan inusualmente poderosos” que su estudio no debería ahogarse en un estudio que abarcara todos los gobiernos. Desde este punto de vista, la restricción del análisis a los casos nacionales no seria completamente arbitraria, aunque como afirma Roberts, muchas unidades subnacionales como Texas, Baviera o el gran Londres, “disponen de mayores recursos políticos y financieros que muchos estados independientes con asiento en la ONU”. También, la selección de casos nacionales solamente, es arbitraria donde el poder político es un factor marginal o sin relevancia. Este parece ser el caso, por ejemplo, de un estudio de las consecuencias del sistema electoral sobre el sistema de partidos.

En agudo contraste, el método comparado requiere la cuidadosa selección de casos que se adecuen al problema de investigación, y esto conduce al análisis de casos subnacionales. En efecto, la mayoría de los académicos que han escrito sobre el método comparado insisten en que el estudio de sectores dentro de una misma nación ofrece el marco ideal para investigaciones comparadas. Smelser argumenta que las comparaciones inter-unidad pueden resultar más provechosas que las comparaciones inter-unidad porque su grado de similaridad es probablemente mayor. Del mismo modo, Linz y De Miguel afirman: “usando la nación entera, el número de casos que puede ser estudiado tiende a ser limitado, pero con un diseño de investigación que tiene en cuenta diferencias intranacionales podemos multiplicar el número de casos sin incrementos considerables en el tamaño de nuestros estudios”. Y con una referencia particular al estudio comparado de los EEUU, Eulau comenta: “si el control es el sine que non de todo procedimiento científico, ciertamente parece más fácil de obtener en una misma cultura, aún tan heterogénea como la de Estados Unidos, que entre varias culturas”.

Confiabilidad y validez de los datos globales

Aunque han sido ideados vocabularios que presumiblemente no tienen límites culturales, existen dudas acerca de su capacidad de permanencia global. Sartori ha efectuado una clara advertencia ante el peligro del “estiramiento conceptual”. Del mismo modo, aunque hoy hay disponibles sets de datos cuidadosamente recolectados, estos también pueden ser “estirados” si se los usa sin criterio. Por ejemplo, el PBI per cápita ha sido usado ampliamente como una medida del nivel de desarrollo económico, pero este no tiene exactamente el mismo significado en los distintos sistemas económicos.

En general, los problemas de confiabilidad y validez son más pequeños para el investigador que usa el método comparado. Él puede analizar sus pocos casos más minuciosamente y es menos dependiente de los datos que no puede evaluar apropiadamente. Puede también usar la disponibilidad de datos confiables como un criterio subsidiario en la selección de sus casos.

Independencia de casos y el problema de Galton

Quien usa el método comparado es también menos propenso al peligro de basar sus conclusiones en casos que no son realmente independientes, porque está lo suficientemente cerca de sus casos como para notar algún rastro de, por ejemplo, el “problema de Galton”. El problema de Galton consiste en que una relación empírica encontrada en varias sociedades puede llegar a ser un verdadero eslabón causal, pero también el resultado de conocimientos históricos; las características relacionadas pueden, simplemente, haberse difundido juntas. Esto puede ser interpretado como un ejemplo de relación espúrea, el cual puede ser manejado sin dificultad si la fuente de la

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difusión es conocida o sospechada. También puede considerarse como un ejemplo del problema general de falta de independencia de los casos. Como señalan Przeworski y Teune, la cuestión aquí es: “cuantos eventos independientes podemos observar”. Si la similitud dentro de un grupo de sistemas es un resultado de difusión, hay solamente una observación independiente. Si una unidad no es independiente, ninguna información nueva acerca de una variable se obtiene estudiándola dos veces, y ninguna información adicional de una teoría se obtiene contándola dos veces.

El afán de maximizar el número de casos en orden a sujetarlos al método estadístico puede conducir a un grado demasiado alto de tolerancia hacia los casos dependientes. Por ejemplo, las 115 elecciones de Rae no son realmente 115 casos, sino solamente 21: 19 países no experimentan mayores cambios en sus leyes electorales o sus sistemas de partido y solamente uno (Francia) hizo un cambio significativo. Presentando sus resultados en términos de elecciones, Rae da un peso mayor a los países con elecciones frecuentes que a aquellos donde las elecciones son menos frecuentes. EEUU con 10 elecciones en el período 1945-1965, tiene dos veces el peso de Noruega, donde se celebraron solamente 5 elecciones en el mismo período.

“El estiramiento de casos” puede resultar un problema tan serio como el estiramiento conceptual y el estiramiento de datos. Todos estos problemas señalan las ventajas de usar el método comparado. Cuando uno analiza un número de casos relativamente pequeño, puede ser más atento y más minucioso con respecto a los detalles que en el análisis estadístico: uno puede estar seguro de que los conceptos no están estirados, que los datos son lo más confiable posible, que los indicadores son válidos y que los casos son realmente independientes. Estas son enormes ventajas que bien pueden compensar la relativa debilidad del método comparado con respecto al problema del control.

Desventajas del método comparado

En esta sección final, consideraré brevemente las tres críticas más importantes que han sido elevadas contra el método comparado. 1- La primera es la objeción de Mill al uso de los métodos de diferencia y de

variación concomitante en las ciencias sociales. En su opinión, nunca se encontrarán casos suficientemente similares. Esta crítica es válida aunque el problema puede aliviarse mediante la imaginativa selección de casos adicionales, particularmente a un nivel subnacional.

2- Se dice que el método comparado no conduce más que a generalizaciones parciales, mientras que la necesidad real es forjar generalizaciones de validez y alcance universal. Nuevamente estoy de acuerdo con esta objeción pero las generalizaciones parciales pueden ser útiles como un primer paso, y pueden continuarse con repeticiones en diferentes conjuntos de casos. Puede también suceder que una característica solamente ocurra en un solo conjunto cultural, como el voto único transferible en el área de la cultura británica – irlandesa.

3- La tercera crítica se relaciona con la primera en cuanto a que es raro encontrar casos comparables, y plantea como un problema serio el hecho de que las metas de una investigación puedan estar dictadas por la preferencia del investigador por un determinado método o por la disponibilidad fortuita de casos similares. Sin embargo, este no es un peligro especialmente típico del método comparado. La simple disponibilidad de sets particulares de datos a menudo también tienta a los investigadores orientados estadísticamente. Como Dahl señala, por ejemplo, una razón por la que se ha prestado tanta atención a la relación entre

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régimen y nivel socioeconómico, a pesar del hecho de que esta relación está lejos de ser perfecta, consiste simplemente en que se encuentran disponibles datos razonablemente aceptables para construir indicadores.

He tratado de enfatizar algunos de los puntos fuertes del método comparado en relación al método estadístico. Sin embargo, no es posible realizar una conclusión final en cuanto a sus méritos relativos, porque su idoneidad como método de investigación depende de cada problema de investigación.

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Síntesis y traducción borrador

La Ciencia Política y los Tres Neo institucionalismos.

Peter A. Hall y Rosemary Taylor

Existen al menos tres aproximaciones analíticas diferentes que se denominan “neo institucionalismo” que surgieron durante los últimos 50 años: institucionalismo histórico, institucionalismo de la elección racional e institucionalismo sociológico. Aspectos en común: todas estas perspectivas fueron desarrolladas en reacción a las perspectivas conductistas que fueron influyentes durante la década de los 60 y 70. Además, todas señalan la importancia que tienen las instituciones en la determinación de los resultados sociales y políticos. Cada uno analiza dos factores: cómo se construye la relación entre las instituciones y los comportamientos, y cómo explicar el proceso a través del cual las instituciones se originan y cambian.

Institucionalismo histórico Se desarrolló en respuesta a las teorías de grupo (group theory) y al estructural-funcionalismo prominente en la ciencia política durante la década de los 60 y 70. Toma elementos de ambas, pero va más allá de ellas. De las teorías de grupo, aceptan la idea que el conflicto entre grupos rivales por recursos escasos permanece en el corazón de la política, pero buscan mejores explicaciones para la distinción entre los resultados de la política nacional y las desigualdades que marcan estos resultados. También toman de los estructural funcionalistas la concepción por la cual ven a la política como un sistema global de partes interactuantes. Sin embargo, no concuerdan en considerar que los trazos sociales, psicológicos y culturales de los individuos son los parámetros que manejan la operación del sistema. En cambio, consideran la organización institucional de la política o de la economía política como el principal factor que estructura el comportamiento colectivo y genera resultados distintivos. Enfatizan el “estructuralismo” implícito en las instituciones más que el “funcionalismo” de anteriores aproximaciones que observan los resultados políticos como respuesta a las necesidades del sistema.

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El estructural funcionalismo y la teoría del conflicto de grupo (group conflict theories) tienen variantes del pluralismo y del neo marxismo, y el debate acerca de éste último jugó un rol especialmente influenciable durante la década del 70 en el desarrollo del institucionalismo histórico. En particular, llevó a muchos institucionalistas históricos a mirar desde más cerca al estado, que ya no era visto como un agente neutral en una competencia de intereses sino como un complejo de instituciones capaz de estructurar el carácter y los resultados del conflicto de grupos. A partir de entonces, comenzaron a explorar cómo otras instituciones sociales y políticas (asociadas al capital y al trabajo) podrían estructurar las interacciones para generar trayectorias nacionales diferentes. La mayor parte de este trabajo consiste en comparaciones nacionales cruzadas de la política pública, enfatizando el impacto de las instituciones políticas nacionales estructurando las relaciones entre legisladores, intereses organizados, el electorado y la magistratura. ¿Cómo definen a las instituciones los institucionalistas históricos? Las definen como los procedimientos formales e informales, rutinas, normas y convenciones de la estructura organizacional de la política o de la economía política. En general, asocian las instituciones con las organizaciones y con las reglas o convenciones promulgadas por organizaciones formales. Cuatro características:

1. Consideran la relación entre instituciones y comportamientos individuales en términos relativamente amplios.

2. Enfatizan las asimetrías de poder asociadas con la operación y desarrollo de las instituciones.

3. Enfatizan la visión de la dependencia de trayectoria (path dependence) 4. Integran el análisis institucional con otros tipos de factores, como las

ideas.

1. La pregunta central para cualquier tipo de institucionalismo es: ¿cómo afectan las instituciones en el comportamiento de los individuos? Después de todo, es a través de las acciones de los individuos que las instituciones tienen un efecto sobre los resultados políticos. El neo institucionalismo provee dos tipos de respuestas a esta pregunta, que podrían enmarcarse en el “enfoque del cálculo” o en el “enfoque cultural”. Cada una responde de una forma diferente a estas tres preguntas: cómo se comportan los actores, qué hacen las instituciones, y por qué las instituciones persisten en el tiempo.

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Respecto a la primera pregunta, aquellos que adoptan el enfoque de cálculo se focalizan en aquellos aspectos del comportamiento humano que son instrumentales y basados en una estrategia de cálculo. Asumen que los individuos buscan maximizar el logro de un conjunto de objetivos dado por una función específica de preferencia y al hacerlo actúan estratégicamente, lo cual quiere decir que recaban todas las opciones posibles para seleccionar aquellas que tengan el mayor beneficio. En general, los objetivos o preferencias de los actores están dados exógenamente en el análisis de las instituciones. Las instituciones afectan el comportamiento fundamentalmente al proveer a los actores mayores o menores grados de certidumbre acerca del comportamiento presente y futuro de los otros actores. Las instituciones proveen información relevante acerca del comportamiento del resto, aplican mecanismos para acuerdos, castigos para la defección, y similares. La interacción estratégica juega un papel principal en dichos análisis. El enfoque cultural sostiene que el comportamiento está moldeado por una visión del mundo en particular. Tiende a observar a los individuos como satisfactores, más que maximizadores de utilidades y enfatizan el grado en que la opción de un curso de acción depende de la interpretación de la situación más que de un cálculo puramente instrumental. Las instituciones proveen matrices morales y cognitivas de interpretación y acción. Las instituciones no sólo proveen información estratégicamente útil sino que también afectan las identidades, las propias imágenes y preferencias de los actores. El enfoque de cálculo sugiere que persisten porque tienden al equilibrio (teoría de los juegos). Cuanto más una institución contribuye a la resolución de dilemas de acción colectiva, mayores son los beneficios que derivan del intercambio, lo cual hará más fuerte a la institución. La aproximación cultural explica la persistencia de las instituciones haciendo notar que muchas de las convenciones asociadas a las instituciones sociales no son objeto de la opción individual. Algunas instituciones son tan convencionales o están tan dadas por sentado que es difícil que se modifiquen por las acciones de un individuo. El Institucionalismo histórico es ecléctico: utiliza ambos enfoques a fin de explicar la relación entre las instituciones y la acción.

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2. La segunda característica del IH es el rol fundamental que tienen el poder y las relaciones asimétricas de poder. Todos los estudios institucionales tienen una relación directa con las relaciones de poder. El IH ha prestado especial atención a la forma en que las instituciones distribuyen poder de modo dispar entre los grupos sociales. Proclive a considerar un mundo en donde las instituciones ofrecen acceso desigual al proceso de toma de decisiones. Subrayan cómo algunos grupos pierden mientras que otros ganan. 3. El IH tiene una visión particular del desarrollo de la historia. Sostiene que las causalidades sociales están influenciadas por la dependencia de la trayectoria (rechaza el postulado tradicional que sostiene que determinadas fuerzas operativas generan resultados similares en todas partes). Por el contrario, sostiene que el efecto de las fuerzas operativas estará mediado por las características contextuales de una situación heredada del pasado. 4. Los institucionalistas históricos raras veces insisten en que las instituciones son la única fuerza causal en la política. Integran otros factores, principalmente el desarrollo socioeconómico y la difusión de ideas. Algunos estudios prestaron especial atención a la relación entre instituciones e ideas o creencias.

Institucionalismo de la Elección Racional Inicialmente el institucionalismo de elección racional surgió de un estudio del comportamiento en el Congreso americano. Esta perspectiva toma elementos de la “nueva economía de la organización” la cual enfatiza la importancia de los derechos de propiedad privada, la búsqueda de ganancia, y los costos de transacción de la operación y desarrollo de las instituciones. (Cf: Williamson, North, teorías de la agencia). Cuatro características principales: 1. En general, proponen que los actores tienen un conjunto de preferencias

fijo, que se comportan instrumentalmente para maximizar la consecución de dichas preferencias, y lo hacen de una forma estratégica que supone un cálculo de gran alcance.

2. La política es considerada como una serie de dilemas de acción colectiva. Los individuos actúan a fin de maximizar sus preferencias y al hacerlo colectivamente producen un resultado subóptimo (dilema del prisionero, etc.)

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3. Enfatizan el rol de la interacción estratégica en la determinación de resultados políticos. Esto quiere decir, por un lado, que el comportamiento de un individuo es conducido por un cálculo estratégico, y no por fuerzas históricas impersonales, y por otro, que este cálculo estará profundamente afectado por las expectativas sobre cómo actuarán los demás. Las instituciones estructuran dichas interacciones, afectando el rango y la secuencia de las alternativas o bien ofreciendo información o mecanismos de control que reducen la incertidumbre acerca del comportamiento de los otros y permite obtener “ganancias del intercambio”. Ante la cuestión de cómo las instituciones afectan el comportamiento individual, adhiere al enfoque de cálculo.

4. Frente a la cuestión de cómo se originan las instituciones, sostienen que los actores crean instituciones para concretar sus ganancias a partir de la cooperación. Por ende, el proceso de creación institucional gira en torno al acuerdo voluntario de los actores relevantes; y una institución persiste debido a que provee más beneficios a estos actores relevantes que las formas institucionales alternativas.

Institucionalismo Sociológico

Surgió dentro del campo de la teoría de la organización, a fines de los 70. Sostienen que aún las prácticas aparentemente burocráticas deben ser explicadas en términos culturales. Tratan de buscar explicaciones a por qué las organizaciones asumen un conjunto específico de formas institucionales, procedimientos o símbolos. Tres características: 1. Las instituciones son definidas no sólo como las reglas formales,

procedimientos o normas, sino también como sistemas simbólicos, cognitivos y morales que conforman el “marco interpretativo” (frames of meaning) que guía la acción humana. Dicha definición rompe con la división entre “instituciones” y “cultura”.

2. Tienen una visión particular de la relación entre las instituciones y la acción individual que tiene que ver con el enfoque cultural. Algunos adhieren a la “dimensión normativa” del impacto de las instituciones: en este caso las instituciones son asociadas a los “roles” correspondientes a ciertas “normas de comportamiento”. Desde este punto de vista, los individuos socializados en determinados roles institucionales, internalizan las normas asociadas a esos roles, y es en este sentido que las instituciones afectan el comportamiento individual.

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Otros adhieren a la “dimensión cognitiva” del impacto de las instituciones: enfatizan la forma en que las instituciones influyen sobre el comportamiento a través de la provisión de sistemas cognitivos, categorías y modelos que son indispensables para la acción, sin los cuales el mundo y el comportamiento de los otros no podría ser interpretado. Las instituciones influyen sobre el comportamiento no sólo porque especifica lo que uno debería hacer sino también lo que uno se imagina haciendo en un determinado contexto. Aquí se observa la influencia del constructivismo social. En tanto se actúa como lo especifica la convención social, los individuos se constituyen simultáneamente en actores sociales, involucrándose en actos sociales significativos y reforzando la convención a la cual adhieren. Hay una estrecha relación entre acción e interpretación. Lo que un individuo observa como “acción racional” está socialmente constituido.

3. Respecto a cómo las instituciones se originan y cambian sostienen que las organizaciones adoptan a menudo nuevas prácticas institucionales, no como una propuesta de medios-fines eficiente, sino porque mejora la legitimidad social de la organización o de sus participantes.

Comparando los Institucionalismos

El Institucionalismo Histórico utiliza tanto el enfoque de cálculo como el enfoque cultural. Pero ser ecléctico tiene sus costos: en comparación a las otras escuelas, ha prestado menos atención al desarrollo de una explicación acerca de cómo las instituciones afectan exactamente el comportamiento, y algunos de sus trabajos no especifican la cadena causal por la cual las instituciones afectan el comportamiento que quieren explicar. El Institucionalismo de Elección Racional, por el contrario, ha desarrollado una concepción de la relación entre las instituciones y los comportamientos más precisa. Sin embargo, tienen una visión relativamente simplista de la motivación humana. Este enfoque no es tan aplicable ya que considera las preferencias y objetivos de los actores como exógenos al análisis. Sin embargo, han hecho grandes contribuciones, sobre todo resaltando algunos aspectos claves de la política que a menudo fueron pasados por alto por otras perspectivas, ofreciendo herramientas para analizarlas. Los miembros de esta escuela subrayan que la acción política supone el control de la incertidumbre y demuestran la importancia que tienen los flujos de información en las relaciones de poder y en los resultados políticos. Quizás lo más importante es que llaman la atención sobre el papel que tiene la interacción estratégica entre los actores en la determinación de resultados políticos.

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El institucionalismo sociológico especifica las formas en las cuales las instituciones pueden afectar las preferencias o identidades de los actores, algo que los institucionalistas de la elección racional tomaban como algo dado. Sostienen que incluso los “actores instrumentales” eligen sus estrategias a partir de repertorios culturalmente determinados. El institucionalismo de elección racional tiene un gran poder de explicación a la hora de entender por qué las instituciones existentes persisten en el tiempo, puesto que la persistencia de una institución depende a menudo de los beneficios que ésta otorga. Sin embargo, este enfoque se ve limitada a la hora de explicar los orígenes de las instituciones, debido a que es:

1. “Funcionalista”. Esto es, explica los orígenes de una institución en términos de los efectos que le siguen a su existencia. El problema de explicar la persistencia no debería ser confundido con el problema de explicar el origen de la institución, uno no puede deducir los orígenes a partir de las consecuencias. Además, no explica las ineficiencias que tienen algunas instituciones, sobre acentuando la eficiencia que algunas instituciones despliegan.

2. “Intencionalista”. En otras palabras, tiende a asumir que el proceso de creación institucional es intencionado, generalmente bajo el control de actores que perciben correctamente los efectos de las instituciones que establecen. Son creados precisamente a fin de asegurar dichos efectos.

3. “Voluntarista”. Tienden a observar la creación institucional como un proceso casi contractual marcado por el acuerdo voluntario entre actores relativamente iguales o independientes.

Este enfoque precisaría de una teoría más contundente acerca de la dinámica del equilibrio. Estas consideraciones sugieren que, si bien el institucionalismo de la elección racional tiene gran potencial para explicar por qué las instituciones persisten, la explicación que ofrece se aplica sólo cuando se da una serie limitada de parámetros. Por el contrario, tanto el institucionalismo histórico como el sociológico sostienen que las nuevas instituciones son creadas o adoptadas en un mundo que ya está repleto de instituciones. Los institucionalistas sociológicos se concentran en los procesos a través de los cuales las nuevas instituciones “toman” patrones de las instituciones preexistentes. Analiza la forma en que las instituciones existentes circunscriben el rango de la creación institucional.

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Sin embargo, puede perder de vista que los procesos de creación o de reforma de instituciones supone un choque de poder entre los actores con intereses diferentes. A veces están tan focalizados en los procesos a nivel macro que los actores involucrados en dichos procesos son dejados de lado, cayendo en un análisis de “acción sin agentes”. El institucionalismo histórico utiliza el mismo punto de partida, es decir, de un mundo repleto de instituciones, para llegar a las formas en que las relaciones de poder presentes en las instituciones existentes dan mayor poder a determinados actores o intereses en la creación de nuevas instituciones. Sin embargo, también adhieren a la concepción de la dependencia de trayectoria que reconoce la importancia de las instituciones existentes en los procesos de creación y reforma institucional.

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El estructural-funcionalismo y las teorías del conflicto grupal tuvie­ron exponentes pluralistas y neo-marxistas. Durante los años 70's, mu­cho se debatió sobre el papel y, especialmente, en la influencia de es­

. tas corrientes en el desarrollo del instihrcionalismo histórico (Blackbum, 1972; Block, 1987; Camoy, 1984). En particular, el desarrollo de esta es­cuela permitió a muchos institudonalistas históricos mirar más cerca­namente al Estado, y no verlo más como un agente neutral entre in­tereses ell. competencia, pero sí como un complejo de instituciones ca­paz de estruchrrar el carácter y los resultados de un conflicto grupal (Evans et aL, 1985; Krasner, 1980; Katzenstein, 1978). Poco los analistas de esta escuela comenzaron por explorar cómo otras in­stituciones políticas y sociales, o del tipo de ellas asociado con el tra-

y el podrían estructurar interacciones enL:'é sí y generar trayectorias nacionales distintivas.5 Mucho de este trabajo consiste en tu~~ruce comparativo de r_olíticas públicas_~~~~2!'!J:les! resaltando típi­camente e~~tituciones politic~s nacio~: en las re_!a­dones de estructura entre los legisladores, los mtereses creados, erelec­

)orado ~Lp_<Jder ivsJidal (Steinmo et al., 1992; Weaver anCfROc1unan, ~añtesubliteratura en política económica compara­tiva ~mpTiótaf ~~~ laborales nacionales, las _2Ig<:t_ nizaciones empresariales~ sistemas financiero§ (Goldthorpe, 1984;

·-soskice, 1990; Scharpf, 1992). En su mayoría, los institucionalistas hlstóricos definen a las institu­

_gones como !os pr~uentos formales o informales, rutinas, normas ~y prªcticas msertadasen-laestrliC:tllfa~~onarcr~E:Políñc~- o ~E~~ económica. Desde este pU11to de vista, las instituciones

"pueden oscilar entre·las reglas de o de lo~J2!_Q::" estándar de

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18 PI'.TER A. HAU j ROSEMARY C. .~. TA il.0/1

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En el contexto de (JI:ras~~cuelas del institucionalismo aqui citadas, se puede~'dentificar¡cuatro earacterlsticas que distinguen a esta escue­la.• La pri 1era consisté én que los institucionalistas históricos tienden a concep.J-. ~~iz~r lis relaciones entre las institucio11e~ y e] CQ...IIDJ?J.r­tamiento m !VI ua en términos relativamente más ~pli __ Q..s~n la se­gunda, subrayan las asimetrías del oder asociado con ra o eración y desarrollo'. e las instituciones. En la terce.ra característica se indinan p~mollo ~ti~cionalr_9.l:!~-~tl~ ~de enden~a y de consecuencias. imprevis~. En la cuarta,~-pan por i tegrar el an s1s mstitucional con la contribución de otro

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En respuesta a preguntas sobre cómo se comportan los acto es, qu~ adoptan el enfoque de cálculo se centraron. en los aspec­

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acción colectiva, o más gane si lo hace desde el intercambio de acciones, :más robusta será.1

_0_ ~'-=-'-'-"'-"-"~~E:...

"3

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20 PfTER A: / ROSEMARY C. R.

reformas a la aten­muestran los grupos de

de la

manera en que las diferencias en muy distintos ·en la forma

fomentado por los movimientos

ENFOQUES CONTEMPORÁNEOS EN CIENGA POL!DCA 21

núento directo de las relaciones de Efectivamente, estas escuelas entendidas como UTl esfuerzo por aclarar la

"tercer~_¡'' dimensiones del poder, identificado hace nos a."ios e:r1 el debate del poder colectivo (Lukes, 1972; Gaventa, 1980). No obstante, los institucionalistas históricos han sido especialmente a-_ ten tos a la manera&"! ue las institucion~tribuyen ~n for:::.~ designa entre los fiiUpos SQQ~ales. Por ejemplo, en vez de coiiSIClerar

'escenanos preaetéJ:minados para contratar libremente individuos, los insbtucionalistas históricos son~..l.iYs:~poner q~hay un mgp-~cualla.s_im_tituciones dan a alg!-mos ~pos o ~~!t: _f::oporcionad~~~eso de toma de decisiones; y, en lugar de destacar hasta qué grado un resu:ITado me¡ora a todos, estos institucio­nalistas tienden a interesarse más en cómo alg:n:n..Q;Lgrup;;._Lpierdeq rnienl-raso~Steinmo (1993), por ejemplo, explica las diferen­ffi'sue caria~nal en la política tributaria, en gran medida por la manera en la cual la estructura de las instituciones pollticas responde a de intereses sociales, que más proclives a estar son representa­dos en el proceso político. En la esfera de la política económica de Norteamérica, Weir (1992) muestra cómo la estructu;-a del sistema político se mantiene a favor de la formación de algunas coaliciones so­ciEtles y enfrentar a otras.

Los institucionalistas históricos también están fuertemente relaciona­dos con una perspectiva de19esarrollo histórico m~_distinUva_Ellos han sido muy fuertes exponentes de una irrtagen dei>((fwsalidad sociif: a cual

_es la~a1e...'1te en el sena o e. que e~!~:I!JraaidQJ\21 postulado en el que las f-uerzas operativas~n los mis~~~=

'sultados~_partes, y favorecen E1pers_¡:. -tiva enTa·-~e el ef_~c­to de tales fuerzas sera~'ls caracter sl:l.cas contexh¡aJes de una sihladóndaCla, con fieq:~eriC."la hereaaaas-aetpasaeio.-uesC:fe-h~e­<go, lo más significativocrees-tas-~racterístíCaSeSsiinaturaleza insti­tucional. Así, las instituciones son vistas como elementos relativamente persistentes d;l panora~ histórico y_~ó';:;:;o-aOQSfl!CtQE!"S ~e_!l­&a!es que llevan al desarrollo h!:?J..qrjco _ _median_te un ~unto c~~tf\!L (Collier y Col:lier, 1991;l50\~ning, 1992; Krasner, 1988). · .

Por consiguiente, los institucionalistas históricos han dedicado bastante atención en. explicar cómo las instituciones__g~~­

esto es, cómo estructuran la respuesta de una nación ante los nue­vos desafíos. Algunos analistas precursores de este enfoque dieron én-

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"n~L IL TA\1.0/l

1

fasis al ~~cto de la e.xistentes "ca]J.acidrtdes del Estado" _y de las "he_:­rencias de 1~jiti~.~tes decisioi).es políticas (Weir y Skocpol, 1§85): Otros han puesto el acento en 1a manera en que las anteriores políticas condicionan subsecuentes políticas, al esti-mular sodetales para organizar algunas otras líneas de

una alternativa, y para adoptar identidades ciertos intereses en políticas en las que su caro-

costoso. (Pierson, 1993, 1994; Jenson, Katznel-son, 1981). En este contexto, los institucionalistas históricos destacan las consecu~cias, desprovistas de intendón a:I~¡-: las ineficiencias ~adas pbr la~ones, en_~te a las imágenes de ·instituciond~vas y eficientes (March y Olsen, 1984;Nor!:h; 1990). l .

Al apega se a esta perspectiva, muchos institucionalistas históricos también div den el curso de ventos histórj_CQ§.~p_eriudo~n-

nmtnalizados . orco un hu-as rntkill?; es so.n momentos ~se prese,,!an cuando un carnb~~.¡¡

.1' por lo tan~o,_5:_rea un pw1to de ext~nsión desde ~~arrollo histg_ric9_g; __ dllige_hacia una~ya ruta (Gourevitch, 1986; Collier y Collier, 1991;jKrasner, 1984);]lp~indpal pr~!:_lema ag_uf, es explic~uL

_.es lo gue pr~\;;t¿ita tales coyunturas críticas, y aunque algunos inslitu­cionalistas hi~stóricos normalmente dan importax.cia al impacto de las crisis económ~cas y de los conflictos

1

-~do unare:muesta bien definidaY Finalmente, aw1que los institucionalistas hist( i :es otorgan m1a im­

portante atención al papel de las instituciones e la vida política, rara v z insisten én ue las instituciones son la ú,ti -;; fuerza causal eñlá

Típi. amen~cancoiücaraias-~B~illonesenlii1a·caa:-e: __ ... ~,_1_a_c.-a.-u~sal ·u alberga un_rol,r_~_ra o~r,:ctores~ espedalrnent~ll

ténrunos de desarrollo econórruco y de uil1S1ón de 1deas. A este respec­to, eStos mstifuooniilistas presuponen un munaoq;_;:ees más comple­

jo qu¿:~l_l!l~d!;) <J __ e preferencias e instituciones a menudo postulado ·~fUcltrui'ITStas de la elecaon:rac1onal. Los inslitucionalist.as ... ·-----~-~---· ........... ··--·e:··~-~-~~

fústCincos nary-aaatnlfufillúy e'special atención a la_~ltre las - insft ion S' las ideas o·creencías. Por ejemplo, Goldstein (1988)

muestra cómc la estructura institucional, que ha sido ideada la ejecución de ll\ política comercial en los Estados Unidos, a re" for:u:1.r el imna¿to de ciertas ideas sobre el comercio, mientras otras ideas·

5

EJIFOQ!JES CONTEMPORÁNEOS EN OENOA fOLfnCA

son socavadas; y Weir turales entre los sisteinas _puuw.v"

afectaron el de "''-''llL."''--'-v'

la IJCHJ.I.<UlCJ.I'-lOé

EL INSTHUC!ONAUSMO DE

Una de las curiosidades de un segunci.o nuevo instit-..rcionalismo, el cual modela elección racional, se desarrolló al mismo tucionalisrno histórico, pero con un relativo

En sus inicios, el

23

conio

T:T'7"

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24 PfTER ÍROSEMARYC fAYWR

0

ENFOQUES CONTEA<F'ORÁNEOS EN CIENCIA POUTICA 25

das regulatorias (Shepsle y Weingast, 1994; Moe, 1987; McCubbins y Schwartz,

En años recientes, los institudonalistas de la elección racional tam­bién han girado su atención a una variedad de Wf.J;> fg.nómenos, in­cluyendo el comportamiento de_coalición en ámbito~ciOl1ii~ el -~üUoae-las_~f]§cio~s QOJfücas-y la u::tensid~~1~Jlk~--étnico~y Shepsle, 1990; Nmth y Weingasr, 19~ngast, 1994). Przeworski Geddes (1994), Marks (1992) y otros institu­cionalistas analizan las transicione~ dex;uC2Cr.ilikll.:Ly_].22._,2EOblemas de la reforma democráticaeñ~ªk.1.!D~go teórico (Cohen, 1994; deN ardo, Jg85). Ise5ells (199ilJTotTOs'Txploran las imp-licaciones de una reforma institucional en la Unión Europea (Pollack, 1995; Martin, 1994); y los estudiosos de las relaciones intemacionales han empleado los conceptos del institudonalismo de la elección racional para expli­car el ascenso o caída de regímenes internacionales, el de respon­sabiliCl.aCfeS que los Estados delegan a ias org¡mizaé:iones internacio­nales y la forma de tales organizaciones (Keohane y 1994; Mar­tin, 1992; Oye, 1993; Krasner, 1991) ..

Como todas estas escuelas, el institudorulism~ de la elección racio­nal contiene debates internos y algunas diferencias en puntos de vis­ta. Sin embargo, queremos destacar cuatro características notab!es de este enfoque. En .la primera de ellas, los instit~;-;:i;;ila11Stas aefaefección tacionaf _:onlpJean Un COr]_:mto cara~terfstico de SU~Íones CO~flO_~­_tamentafes.--J":ngene:rar;-postulan que los act~~¡~~<:mtes han fij_¡:do un conjunto de preferencias o gustos (normalmente, adaptados a ~s preasas~~f principio de ~comportan instrumentalmente para maximiz~-~-~I.!:Pl~::_:lto e~t~~-prefe_r~!ldaS,:y-~anera esh·atég~'0_9_'li~-~~OI~e la af!k cación de un cálculo más arnJ21~ (Shepsle y Weingast, 1987; d. Elser y Hylland, 1986).

En la segunda caracteristica, mientras todas las escuelas de samiento se indinan por promover una imagen característica de la

ya sea que se exprese como una lucha por el poder o como un proceso de aprendizaje social, los ins!itucionalistas de la elección racio­nal también lma imagen muy particular de la política. Así, se

ma~e~.~.por v_~_r a.l<l::Eg.li~nJ:íX[;QJ,f.~eri~e...dilerr~ colectiva. Esto último puede ser definido por ejemplos en los que se detem1ina,_::uándoios indJYi4uQ?-" actúan para maximizar el

..... "~~~,~~

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2 6 PETFR A. HALL / R05EAL4.R Y C. R. TA YLOR

----~~·~--------~~· cump1imie~to de sus propi~s preferencias~obablemente generarán -~ltad'o nada óptimo para la colectividad (en el sentido de que otro resü.ITii~fioa:aa-pürlo menos a \rno de los actores, sin dañar a alguno d

1los otros). Típicamente, lo que previene a los ~de

tomar un e rso de acción a nivel colectivo~Ia ausenciacte arreglos es que ga.rant:izarían el comportanú~~o

'Je::-ro::-:s:-:o::-r:""os~a-cto,...::r=-es. E¡empiOSClaS1cos incluyen el dilema de los prisione­----------+-----ros y la trag~dja de los comunes, además de otras situaciones pollticas que presentán una variedad de este tipo de problemas 1968;

• 1

Hardin, 1982; OstTom, 1990). La tercer~ caracteristica consiste en que una de las con-

tri~uciones c¡ei institu~onalism.O de la elec~ón racional ~do .s~ én-fasis en el p pel de la mteracaón estratégiCa en la determmacrón de ~u bL os p tícos. os te neos e Iá elección han postülad'o, en pnn­dpio, que e com .ortamiento de un actor no debe ser probablemente

_ conducido piY las fuerzas históricas impersonales, sino por el cálc:::!.o . estrat~~.2_.J'j segundo, que~ste cálculo será profundamente afectado ~edtativas del actor sobre cómo Qt:ros adures probablemente ~;rtars~J.as mstiruaones estructuran·~ al afectar el kañce y la secuencia de las alternativas en una agenda

. ~ ec ora o a dar la hlformaaón y los mecanismos ae fortalecliiíleñfO · que reduzcary la incerh um re en e correspon en e compor ~ f6 de otros aC:tnres, y qmnr1avezp~~ID'!ID:"i'tla.'iclet'm.tercambio; de este modo, los actores condudrian a cálculos particulares, que po-­tendalmente ;.~ traducirían en mejores resultados sociales. As{, pode­mos observar 1que los t-eóricos de la eleoción racional se apoyan en e~ f ue clásico e cálculo ara explicar cómo las instituciones afectan la acción indivi uaL .

Finalme.rl.te, en referencia a la cuarta caracter!stica, los instituciona­listas de la el~cción racional también han desarrollado una propuesta muy particul~r para explica~~enido su origen las institu­ciones. Básic~mente, empiezan por aprovechar el método deductivo para llegar a f:a especificación estilizada de las funciones que reali­za una instiJu{:ión. Estos teóricos analizan la existencia de una insti-

al refer se al valor que aquéllas funciones poseen par~ ~res afect~~() ¡J20r a mstiRIOOñ-:-EStac-OñcepciüiiSupon~ que los ac­

Tores-crean ª institución r;Jiá'Consolidar este valor, el cual es mas Trecuentemenl~ conceptuaiTZaoo, como anteriormente se ha señalad

EL !NST!TUClONAUSMO SOCIOLÓGICO

Independiente las otras escuelas, pero de la Ciencia Politica, un nuevo institucior do en el campo de la Al q

nsamiento, en los si.l"ui.entes no. Sin embargo, sus teorías que son de creciente interés para los

El institucionalismo ante todo pode la teoría de la Este mov'miento mente desde fines de los años 70's, cuando zaron por enfrentar tradicional distinción entre un mtmdo social una racionalidad

de un tino

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28 A. HAlL/ ROSEMARY C R.

-~-- ---------~------

ocmcia, y las otras partes mundo soCJal que nto diverso de asociadas con la cuirura.

habían visto a las licas, que dominan

empresas, instituciones educativas, como el producto de un esfuerzo intensi-

fueron el resultado de la racio-

E.NFOQUfS CONTEMPORÁNEOS EN CÍENCIA POLhKA 29

mente construidas, condicionaron la política ferroviaria del siglo dieci­nueve en Francia y los Estados Unidos. Meyer y Scott la utilizan para explicar la proliferación de programas de capacitación en las empre­sás norteamericanas (Scott et al., 1994, caps. 11, 12). Otros institudo­nalistas sociológicos la aplican para explicar el isomorfismo institucio­nal en el Este de Asia, y la relativa facilidad con la cual Ias técnicas de producción del Este Asiático fueron difundidas a través del mundo

et aL, 1991; Cote, 1989). Fligstein (1990) considera esta perspec­tiva de estudio para explicar la diversificación de la industria nortea­mericana, y Soysal (1994) también la aprovecha para analizar la políti­ca de inmigración en Europa y América.

___ Tres caracterlstica:¡ del institncionalismo sociológ',::o le otorgan una relativa distmción del os otros enfoques del nuevo institucionalismo. La primera es que los institucionalistas sociológicos tienden a definir a las LDslilnciones más en general gne los estudio:;os~~

-para--mc!uir no sólo las reglas, los procedimientos o las norrnas for--~smo tambren!os s1stt2mas de stmbologia, 'ías pautas cognCíSClti-~s patrones morales que proporcwnan los marcos ds_§igHifi

cación que orientan la acci6n humana (CampbeiT,l995; Scott, 1994). '1hldehruC1Ón echa por berra aquella concepción que divide a las ins­

tihtciones y la cultura, pues ambas son coinplementarias. Esto tiene dos implicaciones importantes. En la primera de ellas se rechaza la dis­tinción que muchos científicos políticos hacen entre las argumenta­ciones inslitucionales, basadas en las estruch¡ras orgmüzacionales, y las argumentaciones culturales, basadas en la comprensión de la cultura como las actitudes o valores compartidos (Almond y Verba, 1963; Hall, 1986; cap. 1). Y en la segunda implicación, esta perspectiva tiende a redefinir a la cultura misma como las instituciones (Zucker, 1991; Me­yer et aL, En este sentido, se refleja un viraje cognoscitivo den­tro de la propia sociología, que a un lado las formulaciones que asocian exc1usivarnente a la cultura con valores o actitudes afectivas, para ir hacia aquéllas que ven a la cultura como_}lna:r:e¡:tQ.e mtinas de Jn!Q_~Ld~ símbolos ¿ de pautáS_Pai~-;1 G;inp~~<:~t9 (Swidler, 1986: March y 01sen~l'J89, cap. 3~----'~~----~

. La segunda característica importante del institucíonalismo sociológi­

co es su_~~~~--Q~t:!ntiv3.!_4._~ . .1u~~tre las ffi.st!_illciones y <-~~1, la cual contiene algunos aspectos denvados def

enfoque cúltural que fue descrito con anterioridad en este pero

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30 PEJER A. HALL/ ROSEMARY C R. TAl10R

tiempo muestra algunos matices muy característicos. Una del análisis sociológico resolvió ésta cuestión de

entre las instituciones y la acción, al asociar a las insti­tuciones c<:\n roles, a los cuales las normas prescriptivas de compor­tamiento ftf'eron sujetas. En esta perspectiva, los individuos que han sido sociali ,adosen roles institucionales particulares, ínteriorizan las normas aso

1 iadas con estos roles, y de esta manera se ha llegado a aJir­

mar que las instituciones afectan el comportamiento. Podríamos pen­sar ésto corrb la dime.nsión normativa del impacto institucional. algunos institvcionalistas sociológicos continúar1 empleando tales con­cepciones, rhuchos de eUos ponen un nuevo énfasis en lo que podria­mos per1Sar ~omo la dimensión cognoscitiva del impacto inst~a!:_ Resaltan la torma en ue las instihicíones_influt_en_e_~~c?_::~l:cla~~!./ dar las pauté co oscí!ivas, las cate orias y los moaelos mruspensables¡

ar-a acdó . pues, en caso contrario, el mundo y ra conducta de otros\" individuos . o odt-íañSer mterpretados (Di Maggio y Powell, 1991 a). ·

·No solamente las instituciones 11 uyen en el comportamiento <jl espe­cificar lo ~1o debe de hacer, sino que también lo hacen al deter­mmar lo qu uno puede imaginarse hade;;do en un contexto d~­-~. qu , uno puc e o servar a uenc1a el const~ .-lj¡¡isnw s~­cial en el nudvo inslit:ucicr-alismo en la sociología. En mtc ,,¡:;casos, se

!nenciona qnf- las instituciones ofrecen 10s nusmos términos a través de 1os cuales el ~ignificado es asig11ado en la vida social. As.~ las illSntu­ciones no sollmtenla.afedan los cálculos estratégicos de los individuos,

·como lo afirman los in.stitucionalistas de ta elección racional, sino que también afectan sus prclerencias más básicas y a su misma identidad.

simismo, se ha llegado a afirmar que Ias autoimágenes e identidades de los actor soci.ales están constituidas de las formas institucionales,

· de las im~~e ~s. y d;Jfs s~i'Wes b_dn a das orla vida social.'" '·=-p~ns1gbicnte, mu 10S l LÍWt'ionalistas social grcos destacan el

alto carácter mutuamente constitutivo e interactivo de la relación e,l­tre las instituciones y la acdóri individual. Cuando estos dos ú!Hmos

elementos ac~úan como una convención o práctica social, los indivi­duos se consUuyen simultáneamente como adores sociales -en el sen­tido de ocupalse de actos socialmente significativ~s-, y refuerzan dich~ convención o práctica que han adoptado. Una noción central de esta

_ perspectiv_¡¡_e .~ge con la intert:retación. Por lo ta..'tto, los instil:ucionflistas sociológicos insisten ff1 que un individuo que en"

1,

'\

ENFOQUES CONTEI-1PORÁNEOS EN

írenta ur1a situación debe encontrar las a ella, además de que las

mundo institucional brindan los

entre el individuo y institución se zona.miento por el cual el Lrtdividuo

31

los sooortes institucionales para idear un curso de acción y Poweil, 1991 a, 22-24; Zucker, 1991; Jepperson, 1991).

de esta se que los indi,ri.duos orientados a metas o racionalE's. Sin los

destacan aquello que un obser-adPmás de concep-

1as metas en las cc1ales los actores se e.sf11erz<m en más amplws términos que los teóricos. Mientras los teóricos de la elección racional con frecuencia un mundo de orvanizaciones o indi­viduos que buscan maxirnizar su bienestar

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32 PETER C. TAYLOR

:l

o

ENFOQUES CONITMPORANE05 EN OENC!A poLfnCA 33

ción, donde los convencionales de modernidad .confieren una cierta medida dR autoridad en las prácticas de los Estados más desarrollado:', y donde los intercambios, bajo la tutela de in­teniaáonales, alientan entendimientos compartidos que llevan a ticas comunes, más allá de los limites nacionales (Meyer et aL 1994; yer1 1994; Stnmg y Meyer, 1994).

CoMPARANDO Los INSTJTUC!ONALISMOS

En todas sus variantes, el nuevo institucionalismo es tm avance muy significativo en nuestr~~l_(iel.mn9,o político. Sin embargo, las imágenes del mundo politico de ninguna manera son idénticas; y cada una de ellas muestra fortalezas y debilidades muy características. Ante todo, debernos coP.síderar estos aspectos con relación al problema de puntualizar la relación entre las instituciones y el con,1port.arrúg_nto.

El institucionalis~o histórico tiene una conce¡¿Qón muy anlf?,lia_sie eiifa relación. Los analistas del Llstitucionalismo comúnmente recurren

' a las propuestas de los enfoques de cálculo y de la culhna para dar respuestas a este tipo de relación -que e.n nuestro de vista es una virb1d 'nuy importante/ desde que desc.ubr:inlos que ambas perspecti­vas son plausibles e ®portantes. Sin embargo, el edecticisri1o tien~IS costos: el institucionalismo histórico ha dedicaaQrnenosatenaórl gue ·~tras escuelas para desarrÓllru~~ofisticada y pr~ ~{uaones afectan el comportamier~to, y algwtos de sus trabajos son menos cuidadosos de lo que debieran ser para precisar la exacta cadena causa_\, a través de la cual las instituciones afectan tal ~amie~qne no ha sido suficientemente_~plicad9 p~ ~ seg:uicrc;rescre esta escuela. En estos aspectos, el ínstitucionalismo

histórico podría beneficiarse a partir de un mayor intercambio con las otras escuelas del ínstitucionalismo. De manera contraria/ el Í!\~­nalismo de la elección racional ha desarrollado una más precisa con-

~ cepdón de la relación entre las instituciones y el contport~~as1 como de un conjunto muy generalizado de conceptos que le permite una sistemática .construcción teórica. Sin embargo, estos microfunda­mentos1 ampliamente reconocidos, se apoyan en una :inlagen relativa­mente simplista de la ·motivación hu~a cual ~de_:2erder Úm­chas de sus dimensiones importantes.20 Los defensores ínstimcio­nalismo de la elección racional se Lr¡clinan por compararlo con un con-

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31 IEITR A. HA!..L Í IIOSO'.AR'f C R. TA YtOR.

de ~aciones en forma reducida, con lo q1,1e propiamente no son íuzgados · or la.~ctitud de sus ~puestos~ sino por el poder -rreilic.::­

tiVO'd:esu' modelos.n-Pero este razonamiento resulta no déHodo con: ~ a p 1rtir de que las predicciones generadas por tales modelos, a menudo S n mttysensib~CfiTeñis· variacione~~~~!=_St0_1l

enbs matrices de resultados decisLo.nale.s, en las estructu­ras e re ~~ en otros similares, las cuales resultan ser con fre­cuencia a Te. itrarias o no bien sustentadas con datos.22 La utilicl~ del institucior lismo de la elección racional también ~s limi~l_gr~:-do en que especifica las preferencias u objetivos de los actores, que en orma ex ~~as en el análisis, particularmeEte

el 1 íricos on e estas marcadas referencias son mt.:ltifacéti­cas, amb!~ ras o iffcil~espec ·car ex ai;¡-¡;---

Desde e u e el compodarrúento instrumental es un mayor compo-nente de h poHtica, los instituc:ionalístas de la elección racional han realizado na mayor contribución al análisis politico, espedalmente al

aspectos muy sustantivos de la pDlitica, y que frecuente­mente no s\:m con~iderados por las otras perspectivas, además de con­

la~ herramientas más apropiadas para su análisis. Miembros de esta esa\ela han fortalecido la idea de que la acción política involu-cra la administración de la incertidumbre, una de las caracteristicas

"!nás cr;;';;at~1didas de la polltica, y demuestran la importancia g,ue tienen los flujos de t.Jorinación ~ l~~~_pod~:u:e- · Sültados olíticos.

uizá er'tre lo más importante en la a_eortación de esta escuela, es el hecho de que los institucionalistas de la elección racionil aí:ra¡eron nuestra ate. ción hacia el paE_el que juega la inter~~tratégi~ entre· os adores y en la determinación de resultados políticos. La rea­hzaci6n ~o, representa un nuJ.ym avance gue va más arra de los enfo:¡ues tr~dicional_g_;; que, en gran parte, explican los resultados politices en l:étminos de la fuerza que las variables estructurales, tales como los ni~eles de desarrollo socioeconómico o de avance educativo, ejercen directamente sobre la conducta Con ello, los analis­tas de la ele<tción racional-pueden incorporar a su análisis una,apre-­ciación más !J.mplia por el-papel que hueg« la intendonalidad humar.a·

eterm nación de resultad s o 'ticos -en la forma de Lálculb es­traté · co- in a dos a un rol de variables e , :uctu:ra es, que, ante todo,

·éstas son en~ as en re erenci.as a las institt;ciones. G d~cia ------¡ ~~-~~--~~~~--~-~---~~·---"--

1

ENFOQUES CONTE}APORÁNEOS EN

que

35

uno es que

rededor, .tiene que admitir que ción entre las instituciones y acción no ser sumnmente ins­trumentales o bien modeladas por los teóricos de la elec-ción racional. Los institucionalistas socioló~ son hecuentemente mf'ior reconoci-~arar estas dimensiones. Por un

las

muy distintivas fortalezas y debilidades de es1:2s tres escudas del e HUe:YO Ínstituc:ionalismo, también resúltan SE:i:- ,-,n:lr<mfPS

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36 I'Eíf.R A.

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1

ENFOQUES CONTEMPORÁNEOS EN CJE.NClA POLlnCA 37

aceptarían un cambio en las ins.titudones-existentes. Paradójicamente, lüsesfuerzos de Sheps1e (19S6)YOi.1-os teóricos en demostrar que las

instituciones son estables, al invcx;:ar a la::_::..:;::::::..=~=='-"1.='-"-'==,-­ca:inbio institucional, se deben al problema tituciones ca=bian en una forma mucho más titucionalismo de la elección sobre la dinámica del equilibrio.

c~stas consideraciones sugieren que, atmque el institncionalismo de la elección racional tiene lill gran potencial para explicar por qué las instituciones continúan persistiendo, la explicación ofrecida para la génesis institucional sólo puede ser bien aplicada a un número limita­do de casos. Específicamente, ofrece la mayor influencia analítica en escenarios donde el consenso entre los actores, acostumbrados a la ac­ción estratégica, se vuelve necesario para aseg11rar el cambio institucio­nal, como sucede en algunas legislaturas o arenas internacionales. De manera alte.nutiva, este tipo de institucionalismo puede aplicarse a es­cenariG:> donde la intensa competencia entre organizaciones formales selecciona aquéllas que demuestran alguna clase de e.fidencía, la que resulta da.ranl.ente especificable ex ante, como en algunos escenarios de competencia por el mercado.27

En contraste, los institudonalistas históri~~r.e._cen muy diferentes enfoques para expl.iCaiCó_~_gJ.~titl!.Qones surgen y

·: cam~i~ AmbOS1lPO-::cíemsfli:ücTonaTiStas. comienzan ~~~1-que as nuevas institucione~__s_<?~.:!':9~s o adoptadas en un ~Et22Y?'_, IePJ.eto de institucio;n~,_ Esto puaiera parecer·un'slillplé punto de vis­

·-ra, pero es mucho más lo que éste aporta. Los illStitucíonalistas sociológicos aprovechan esta perspectiva para

explorar la forma e~_gyéla. instituciones_ existentes es~·uct.ura~ el ~';lm­po de V1'.SlOnCle1Üs actores que contemplan la reforma mst¡tuclün'l.t.. De este modo,_c_:_~n su at~ción er:_lo~_E.I:ocesos por los cuales los actores desarrollan las nuevas h"1sLituciones, y que son tomados de un mundo -~ten!e de patrones inst:íFUcl.Oi1a1es:t.Ste enfoque resulta muy útil al

enfatizar la manera en que el mundo institucional existente se circuns­cribe al ámbito de la creación institucional. Los inslitucionalistas so­ciológicos también desarrollan una más amplia Concepci6H de] por una particular institución podría ser elegida, la cual debe ir más allá de las consideraciones de eficiencia, para orientarla hacia una_~ -~Qn_delpapel_q_gUuega la legí~.dad s,~al ~los t:_~~~C?-~ coles;-

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PETERA. HAtL/ROSE/v'.AfiYC. ;¡_ TAY!.Oi;

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ENFOQUES CONTE1'f!'()f?}fiEOS

En resumen, la ciencia sino con los tres nuevos

CoNCLUSIONES

saber tan distantes estas escuelas Cada una de !as escuelas dado un asiduo

¿Cuál es la forma de avanzar? Muchos que obtenido una escuela a

esencia de este c;mHulo es

puro terreno teórico de sus ~r¡,.,,~;"',;, muy diferentes posicwnes

39

las

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40 NALL/ROSEAlARYC. 11. TAYWR

estamos a favor de llevar este intercambiCI tan lejos "~~Ann cada una de e:; Q$ litera-

tra­de ingre­

dividida estmctura del movi­adhesión, debido a las ideologías sindi­

un factor de resis-

ENFOqUES CONTEMPORÁNEOS EN OENOA POLfnCA 41

---~----~-~~---~~---~~~~---

bles para el otro actor; mientras que en el otro caso, se sostiene que ellas son delineadas, por lo que parecieran ser socialmente adecuadas para este otro actor. se abre un espacio para una reflexión muy útiL En una manera seria dificil para los exponentes de los en-foques de cálculo y el cultuxal reconocer que un buen tratamiento del comportamiento resulta ser estratégico o Líen orientado a metas, a pe­sar de que el ámbito de las opciones, pulsado por un actor estratégico, sea restringido por un espedfico sentido común de la acción convenida.

Un número considerable de analistas ya han recorrido alguna dis­tancia en tal dirección. Por ejemplo, en lo que de otra manera podría ser tm análisis convencional de la elección racional sobre cómo las or­ganh:acion,es manejan y controlan la conducta entre sus empleados, Kreps' (1990) amplia el argumento para también abarcar el ámbito de la cultura corporativa, entendida como un conjunto de patrones colec­tivos de acción Este analista sostiene que tales culturas pueden ser un

eficiente para el tradicional monitoreo y los mecan,ismos de cumplimiento de una OT¡;-'w-Lización; especialmente, cuando éstos últi­mos no pueden detallar fácilmente una conducta apropiada para to­das las contingenc:a:>.

Otros analistas de la elección racional han comenzarl:o por rar la cultura o las creencias dentro de sus para explicar por

los actores se dirigen hacia un resultado cuando un análisis con-vencional establece muchos resultados posibles de Por ejem-

Garrett y Weingast (1993) sostienen que las normas o id.c~s fomen­tadas por un~cular medio am~tiD..tdona~nudo bril1::__ ~dan:puilfOSiocales que permiten a los actores racionales convergeLf!11 lino ae ell~e entre muCFios posibles equilibrios (véase también Kras-ner, 1991fl:m unmtrigante y espeaai a:nálisiSde juegos con múltiples equilibrios, Scharpf (1989) demuestra cómo la conducta podria ser de­terminada conjuntamente tanto por las reglas de decís V ,l, que repre­sentan a los incentivos que las ÍI1stituciones clan a los actores como cal­culadores racionales, cmno por los estilos de decisión de esos actores, que bien pueden ser interpretados para. referirse a las creencias sobre un comportamiento apropiado que Jos mismos analistas destacan. Por sólo tomar un ejemplo, un estilo de decisión puede especificar si el ac­tor agrega o no un gran valor a las relativas o absolutas ganancias, cuando la matriz de resultados de decisión establece una elección de entre las dos posibilidades.31 De manera sirrúlar, Bates y Weingast

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más abierto y evidencia de

PETERA. T/l.'fLOR

aislamiento enlre ellas, ha la hora de ÍL11

intercambio de sus posturas. Pues un gran de todas estas escuelas de pen­

también tiene alg-o que aprender de

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Weir, Margaret; y Theda Skocpol, 1985. "State Stmctures and the Possibilities for 'Keynesian' Responses ínSweden_ the en Pe ter Evans, et.aL, eds., Back m. New York. Cambridge Press.

Wendl:, AJexander.1987. Interrwi:ion;ú Organiza !ion.

in

Willia.mson, Oliver. 1975. Ma.rkets and Hierarchies. New York. Free Press.

Wilüamson, Oliver. 1985. New York. Free Press.

«The Ro! e of lrutitutionali.zation in Persismncc", en Wa!rer !JiJv!ae:cio, eds., The New Instiluion<¡/ism in Organmtinmd A nalpiÍS.

Press.

John. 1983. Covemmcnts, Markets, and Growth. Berke!ey y Los Angeles. ;ruversJtv of Caliíomia Press.

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52

NoTAs:

PETERA. IIAU./ROSEMAIIY C TAYLOR

dentro libro colectivo Institutions and Soc;aJ Haufler. Ann Harbor. Bustamante y Víctor

identificar también una cuarta escuela, a la del nuevo ee<)W)!ll.la.Sin '""L<Hgo, ésta el in.>Utudonaiismo de la elección

así tn.~.tu.n~I..aos eu t..:unju.ntu ,Pentro de observar que el instituáonalismo

pone más énfásis en la interacción estratégica; mientras que e]. mayor interés en los derechos de propiedad, las competitivos. CL Thraínn Eggertsson. 1990; y Louis

del mstitucionalismo hisrorico romnL>in< desarrollos, Para un estudio más

e i.ntegrado, véase Aimond y PowclL

Mgnmcativo de omisión con la literatura sobre el necx:orponüivismo; Sdwlit"r y LeJu'nbruch, 1982; 1986.

especialmente vigorosa de esta postura, ver March y Olsen,

ex¡;itc"''"')Jl<e> La1nbién pueden ser vistas como respuestas a una de las dimensiones entre agencia-estructura;" saber, el problema de explicar

puede asumir que modela a Ia acción humana en cierto sentido de ~'Jnducta

""

ENFOQUES CONTEMPORANEOS EN OENOA POL!TICA 53

dete:nnénante de las instituciones. Para una explicación más general de dichos problemas, ver Giddens, 1978.

'Para una postura radical de este enfoqve; ver Calvert, 1995.·

Kenneth Shepsle (1986) ha agregAdo la ob>erv~ción de que los adores dudarán en cu:utblar las :reglas ir!.!iUludonalé.S porque1 ii pe!!11f Jeque la n:fornHl les permitida obtener un& ganancia inn1ed.iata en el asunto en disputa, éstas t::nfl cr1.Wn.

~dumlrr_<!_Jl.ITITi1~-ÍJllj.JJ.\.~'t.l_~~~.!!:'o".·:J~¡:;l;>_!J_~~=~

'1 Para una crítica radical que con1.ienza desde este punto, pero que se mueve más allá del

mismo, ver Grafstein, 1992

"Este asunto merece un mayor examen de lo que los académicos le han dado. Al respecto, ver Skocpol, 1979.

"El trabajo seminal a Riker, 1980; también véanse McKeivey, 1976; Ferejohn y Fiorina, 1975.

"Dos de los articu.los senúnales son Moe, 1984, asl como Weingasty Marshall, 1988.

15 Hasta donde uno puede esperar, Jos on~lisis enfocudus en las legislatur!l5 tiender.' enfatizar la importancia de íos acuerdos voJunlarios~ nUenllus o u e los ll1w.llib ba5ados en la.s in..stHudone.s económicas ponen mayor interés en !a

"Para una extensión de estos puntos, ver Dobbln, 1994a.

" El trabajo pionero fue realizado por sociólogos de la Universidad de Stanford. Ver Meyer y Rowan, 1977; Meyer y Scott, 1983; DiMaggio '{ Powell, 1991.

"Véase el clásico trabajo de Berger y Luckmann (1966) y la aplicación más reciente para la ciencia politice hecha por Wendt (1987). ·

"Sobre este punto, estamos en deúda con los profundos análisis de Cw1pbd! (1995, 11)

"'Para una discusión más amplia, ver Cook y Leví (1990); y Mansbridge (1990).

1' Le agradecemos a Kenneth Shepsle por llamar nuestra atención sobre este punto. CL Friedma11, 1953.

'-' El problema se magnifica por el hecho de que muchas soluciones estar presentes en una situación dada~ como lo sugiere el teorema

. ampliamente, ver Green y Shaplro, 1994.

2J Este punto es propu.osto por Robert Bates (1987); deberla advertirse que no todos los ~n.álisis de elección racional son lgualntente funcionnlistas.

"Como un esfuerzo poderoso para enfrentar este problema sin adoptar por completo criterios de elección racional, ver Mo;,, 1990.

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j

BIBLIOTECA DE BCONOMIA, POLITICA. SOCh:DAD

Serie Mayor

6) H. Jaguaribe SOCIEDAD, CAMBIO Y SISTEMA POLITICO Desarrollo político: una investigación en teoría social y política y un estudio del caso latinoamericano

t) H. J aguaribe DESARROLLO POLITICO: SENTIDO Y CONDICIONES Desarrollo político: una investigación en teoría social y política y un estudio del caso latinoamericano

3 H. 1 aguaribe CRISIS Y ALTERNATIVAS DE AMERICA LATINA: REFORMA O REVOLUCION Desarrollo político: una investigación en teoría soda! y poHtica y un estudio del caso latinoamericano

@ ' R Dahl y Ch. Lindblom POLITICA, ECONOMIA Y BIENESTAR

® David E. Apter POLITICA DE LA MODERNIZACION

(§) S. P. Huntington EL QRDEN POLITICO EN LAS SOCIEDADES EN CAMBIO

7 r. F. Marsal (comp.) ARGENTINA CONFLICTIVA Seis estudios sobre problemas sociales argentinos

8 B. Bailyn LOS ORIGENES IDEOLOGICOS DE LA REVOLUCION NORTEAMERICANA

!Continúa en la página 279)

Volumen

9 Serie Mayor

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. ' ~~•tea

Una concepción ev~lu.tiva¡

® EDITORIAL PAIDOS BUENOS AIRES

...

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1

Durante la década de loa años 1950-1960 se produjo una revolución intelectual en el estudio de la política comparada. Si bien resulta casi imposible prever exactamente cómo se reorganizará este campo, es posible, en cambio, señalar las principales lineas de cambio 1 y las in· satisfacciones y criticas que contribuyeron a provocar esas innova­ciones. Las modüicaciones a que aludimos no se limitan al estudie comparativo de los sistemas de gobierno ni son tampoco peculiares de la disciplina de la ciencia poUtica. El estudio de los sistemas poli­ticos extranjeros sufrió una considerable influencia de la anterior revolución en el estudio de la polftica norteamericana, la que, a su vez, fue consecuencia de los métodos y teorfas sociológicas, antropo­lógicas y psicológicas que se introdujeron en esos estudios polfticos. En la actualidad, el estudio de la poUtica comparada promete saldar su deuda con aquellas disciplinas "e las cuales tomó en préstamo cier­tos materiales, ampliando asf la muestra de experiencia humana con instituciones y procesos poUticos; de esa manera, contribuye a la bús­queda común de teorfas politicas más adecuadas.

En las criticas formuladas al enfoque de la JlOUtiea comP!rada > caracterfstico del periodo anterior a la Segunda Guerra :Mundial, p~

1 V éanse, entre otros, Roy C. Macridis y Richard Cox: "Research m Comparative Politics", en American Political Science Review, septiembre, 1958; Pendleton Herring: "On the Study of Government", en American Political Science Review, diciembre, 1953; George McT. Kahin, Guy J. Pau­ker y Lucian Pye: "Comparative Politics of Non-Western Countries", en American Political Science Review, diciembre, 1955; Gabriel A. Almond, Taylor Cole y Roy C. Macridis: "A Suggested Research Strategy in West­ern European Government and Politics", en American Political Science Re­tliew, diciembre, 1955; Roy C. Macridis: Tite Stud11 o/ Com,arative Go­vernment. Garden City, Doubleday & Company, lnc., 1956; Gabriel A. Al­mond: "Comparative Political S:vstems", en Jou'l"rr.((}, of Politiu, agosto, 19&6; Gunnar Heckscber: Tke Study o/ Compa.rative Government and Po­litict. Nueva York, Maemillan, 1957; Sigmund Neumann: "Comparative Politics: A Half-Century Appraisal", en Journal o/ Politict, agosto, 1957; Dankwart A. Rustow: "New Horizons for Comparative Politice", en World Politict, julio, 1957; David A pter: "A Comparative Method for the Study of Politics", en Ameriean Journal o/ Sociology, noviembre, 1958. Para una excelente reseña de esta polémica, véase Harry Eckstein: "A Perspectiva on Comparative Politics, Past and Present", en HartT. Eckstein Y David A-pter (comps.): Comparative Politict. Nueva York, The Free Pre1111 of Glencoe, 1963.

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12 O. A. ALMOND Y O. B. l"'WELL

~-------·¡

/ dNRiP•~a& tMa tema1.J El·.primere de ellos M ..eiíere alj,..,.,.~· ¡,_ lii...OJ Como disciplina óiiii.'íil'Zada:--1apolifíéa~cómparaaa· Be luñiió -·durante mucho tiempo al área europea: Gran Bretaña (y la ex

Com11Wnwea.lth), Francia, Alemania, Italia y la Unión Soviética. Los estudios de los sistemas políticos de Asia, Africa y América latina fueron realizados casi exclusivamente por un grupo de estudiosos, por lo general aislado, o en el contexto de los "estudios de áreas" y no en el marco general de la disciplina de la polít.ica comparada. SiR duda, el núcleo t!Q:..ITIÍJlllnte .. en...J:l!.e .. ~.P.Q lo constituían las "grandes

1 potencias" europeas,_r, t_oc:Iª teoria ge~~T:i§"Eir:cfi-·aelas .. fórmas de 'V, gobierno y les módelos P.~.U~J_co~ se bas!l:b.a ~n U!ia muestra reducida,

aunque· destacaa:a,'"de .. eistemas politicos.

---1!:.11 l>li'J:t"undo térmi~o, en estll_dfo ~ª~.JQ~.S:</.~~!'..!!~8 .~xtranjeros pre· ~.,_:' dom.inó __ ~l en oque con tgura tvo cuyo objetivo ~onsistía en .. a!!~!izar

t . Y deffnir caracter S lCas ecu lares -Ce ··determinados sistemas políti· _ _cos. . A 'excepcíóñ·-ae?;oñsútÚÚ~nalliovernment and Democracy de Friedrich y Theory and Practice of Modern Government de Finer, fue­ron muy pocas las obras en las que se realizó un análisis comparativo ·sistemático.5 Incluso los trabajos de estos autores se limitaron a los sistemas políticos europeos, y el análisis comparativo fue, a menudo, una mera yuxtaposición de modelos institucionales especificos, y no una manera de introducir controles en la investigación de las rela· eiones y secuencias causales entre los fenómenos políticos y sociales.

En tercer lugar, las críticas se centraron en @[Z§4iifm."QJ!:le la ~.disciplina~ En el campo de la política c~;>:mpa.rada, la mayor parte de

X los :eatudios realizados se limitaron a .las iñíitituefonei (especialmente laiCgübérnativa'!l)" y süs normas legales: reglas· y reglámentos, o a las ideas pollticas y las ideologías; se déscruaaroñ-;-en camb!Q, la ejecu·

.ción, interacción y conducta políticas:--un iriiíié1o1fam"itivo de la falta de coherencia y comünicación en la disciplina de la ciencia política es que este formalismo en el estudio de la política comparada persistió aun durante los años en que la innovación y la iconoclasia prospera· ban en el estudio de la política norteamericana. Pero el florecimiento de la ciencia politica en Estados Unidos, que comenzó en los años veinte y produjo en rápida sucesión las obras experimentales y de investigación de hombres como Merriam, Lasswell, Rerring, Schatt­schneider y Odegard • constituyó, en realidad, una respuesta a los es-

.,. Pllllla"- Ms\UDeD de la perspeetiw. eritic:a, .. véaae ·Mac~~ Comps­~· ~. GJI, cit~

a Carl J. Friedrich: Constitutional Guvernment and DemocraC1/. Nue­va York, Harper and Brothers, 1937; Herman J. Finer: Theory and Prac­tico of Modern G01Jernment. Nueva York, Henry Holt & Company, Inc., 1949.

• Charles E. Merriam: ''New Aspects of Politics", en Heinz Eulau y otros (comps.): Political Behavior. Nueva York, The Free Press of Glencoe. 1956, págs. 24 y sigs.; Harold D. Lasswel!: Psychopathol2J!11 and Politics. Cbieago, University of Chieago Press, 1930, y Politics: who Gets What. Wh~tn, How. Nueva York, McGraw-Hill, 1936; E. P. Herring: Grottp &J. presentation Be/ore Congress. Nueva York, McGraw-Hill, 1929, y Publir

POLITICA COKPARADA 18

tfmulos y oportunidades peculiares del contexto norteamericano. La rápida industrialización y .urbanización de Estados Unidos, las difi­cultades derivadas de su posición de gran potencia, incrementadas a partir de su participación en la Primera Guerra Mundial, el impacto y los desequilibrios que produjo la depresión,' y los cambios corres­pondientes en la estructura y el proceso de su sistema político, con­dujeron a que el creciente conjunto de investigadores volcara sus energias al estudio y la evaluación del ámbito político interno. »u-=1 rante esas décadas, la investigación se orientó hacia las formas pate-1. lógicas y deficientes de la democracia interna: el caciquismo (boss) ª ~ la camariHa (machine); los grupos de presión y el cabildeo (lobby); el poder y el control sobre las medios masivos de comunicación; el conservadorismo judicial y los problemas del liderazgo poUtico-admi nistrativo en la era del "gran gobierno".

En Estados Unidos, el desarrollo de la ciencia política ha presen· tado dos aspectos: discontinuidad y crecimiento. Durante el periodo anterior a la Segunda Guerra Mundial, la variedad abrumadora de temas interrelacionados y de los problemas ocasionados por el rápido cambio social y político atrajeron la atención hacia el ámbito interno y llevaron a los espíritus más imaginativos a la experimentación meto­dológica y a los estudios en profundidad de las relaciones entre la estructura social y el proceso de cambio, la formación de la persona­lidad y el proceso político y la conducta. Innovaciones intelectuales tales como la teoria psicoanalítica, las teorías politico-sociológicas de Weber, Durkheim, Pareto, Toennies y otros, encontraron en algunas comunidades universitarias de Estados Unidos una acogida similar a la que tuvieron en sus paises de origen. '

En el transcurso de esas décadas: el e.atudi.o de la politica compa- \ rada no logró, sin embargo, desembarazarse del formalismo. Quizá¡ seria más preciso decir que este campo sufrió un cierto dii;eri~ro inte­lectual teniendo en cuenta que, desde el punto de vista ,hiJt6rico, la politiea comparada y la teor[a política se han mantenido estrecha-mente ligadas. Pero si bien el tema de las cualidades y atributo• de "":' las distintas formas del Estado fue una de las preocupaciones funda­mentales de la teoría política desde los griegos hasta el sialo m, en las primeras décadas del presente siglo se produjo la separación de ambos campos: la teoria politica se convirtió esencialmenta .. en un tema de carácter histórico, y la política comparada de los ,gobierRos extranjeros pasó a ser el estudio formal y descriptivo de las wr-andes potencias de Europa occidental.

Resulta paradójico que esta separación entre la teoría poUtiea Y la política comparada, al igual que el florecimiento de los estudi68

Admini..qfration and the }>ublic lnterest. Nueva York. McGraw-Hill. 1936; Elmer Schattschneider: Politics, Pre8811res, and the Tariff. En¡<lewood Cliffs, Prentice-Hall, Inc., 1937; Peter Odegard: Pressure Politics: The Story of the Anti-Saloon League. Nueva York, Columbia University Press, 1928.

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·--¡ 1

14 O. A. .t.LKOND T O. B. fOWBLL

polWooe, hayo llido .CODHeu.aeia de la iluaUaeián. Eata 61Uma, ma­dre de la cieneia moduna y. ce la .perapecUva eeealar eseéptiea en la q.ae preepell6, pueo au le ea el .triunfo iaevitab~ de la I'UÓB, q.ue, aq6a ae p.re&uaúa, b.W.&a de traer OODsigo instituciones politieas y aeeialee ··liNea., Las corrientes liberales y populistas en Estados Uni­dos fueron el resultado mAs optimista de esta fe de la Ilustración, y sus fuentes sirvieron para nutrir la creciente dedicación a la ciencia politica durante las primeras décadas del siglo XX. Si la democracia llabria de ser inevitablemente la forma poUtica del futuro, la inves­Ugaeión de su naturaleza y de sus características institucionales y éticas paaaba a convertirse entonces en el tema fundamental de la ciencia politica. Los sistemas no democráticos o democráticos inesta­bles podian examinarse en función de su desviación de las normas ideológicas democráticas o por comparación con las dos versiones his­tóricas de la democracia: el sistema parlamentario británico y el sis­tcrru& norteamericano de separación de poderes.

Esta fe optimista en la inevitabilidad de la democracia, particular­mente arraigada en Estados Unidos, empañó la curiosidad y el interés por las formas no democráticas de la politica, que cobraron asi una significación puramente temporaria o exótica. Esta perspectiva siguió predominando durante el periodo entre las dos guerras, cuando hasta el comunismo y el fascismo fueron considerados como desórdenes tem­porales o manifestaciones políticas patológicas. En el campo de la dis­ciplina constituida por la politica comparada, se denominó "Democra­cia y Dictadura", expresión en la que la dictadura representaba el error y la patología politicos, y la democracia, la verdad y la salud

l. en la esfera de la poUtica. -- Esta ingenua concepción del progreso democrático y, consecuente­meBte, de la estructura intelectual de la disciplina de la politica com­parada que ese enfoque produjo y sustentó, se hizo insostenible en la &egunda posguerra. Tres principales acontecimientos determinaron tal eitttaeióD:

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"'

11 La expJm'lión nacionalista en Medio Oriente, Africa y Asia; el surgimiento como estados de una multitud de naciones con una confusa diversidad de culturas, instituciones sociales y caracteris­tiealt poUtieas.

'2> La pérdida de la hegemonía de las naciones de Ja Comuni­dad Atlántica; la ampliación del poder internacional y su influencia en laa antiguas áreas coloniales y semicoloniales.

1$) La aparición del comunismo como un poderoso competidor ea la lucha por conformar la: estructura de los estados nacionales y.-Gal &ifttema polftieo internacional.

La IMMY&· .a.MiuaeiéR, con &U eat'áeter ineierio y aus amenazas, su V.. confu.&ióne de laa formas politicas y su caótiea inestabilidad, ha gene-

fOLITICA OOJIP.AB.A.DA 11

M4oun'~&eetlucta y ne~..-llliDtta~,.eJ,-..,.. 'F auo. opt.imiemo de Ja anflp• tl'id.iCUA de la eieaeia ptlWoa 4e •ta­

lloe . Unidott. Tales condiciones originaron una mayor tendencia bacla la innovación intelectual, asi como un esfuerzo por dominar las nue­vas complejidades y un intento de crear un nuevo orden intelectual. Eaoa· esfttel'ZOI!I innovadores pueden reaumirae aeñalando aua ev&Ve

ti g!>jetivos fuP:~!g:qt.@l(l~~: .. 11J~.grar un plan más amplio: 2) iDa~ realismo; 3) más p1'8Cl8i~n, y i)'Uñ oraeJiteórico.

.. --.--1) La búsqueda de ~" ~· más am¡)lio. S..Ji!?.serva un esfuerzo por

k .!!~~_pa._f~e.l. pal:'roquialis~o":r.Jl~L ~9~tri~mo. ~a década se ha renovado la bibliografía en materia de politica compa· rada. Los estudios acerca de los gobiernos no occidentales y de los _re_sp~~tiY.'§i'Dro~polffic_~- suJ>eraii ~~ri-~Ji_4iner() ·ª-·:tos":~lltctutos· al área europea; quizás esta circunstancia haya posibilitado ra· apertura ae nuey_O.f!. .cS:fñ.p_oS. _de ·e.stutiíQ "teórico~!!. t~m~todológieos descU~_!aeidos Uti~nt.ras la politic_a"c-~~~r1l_d~ ~e lin1it6. a. estudiAr-paiSes~!:s.• Por otra parte, la labor de los especialistas en sistemas no · n­tales ya no se desarrolla al margen de la ciencia politica y la politica comparada. El predominio de los americanistas y europeistas en la profesión de la ciencia politica ha sido reemplazado por una represen­tación más equilibrada de especialistas en otros campos. El moderno especialista en áreas no occidentales se ve a si mismo como un teó­rico político que investiga, en su área particular, aspectos de la polf­tica que tienen significación para la teoria general de los sistemas. Asimismo, este impulso, que tiende a obtener una muestra más completa del espectro de experiencia 'humana en materia politica, condujo al estudio de sistemas políticos del pasado, sobre la base de las investi­gaciones disponibles en el campo histórico y etnográfico o bien de la investigación histórica original.6

,_, 2) La biulqueda dce .f's_aliBmo. Si por "búsqueda de un plan más am­' · plio" entendemos el intento de escapar del parroquialismo y el etno­

centrismo, al bahlar de "bú~ueda de .. real~Jn.Jf' poa refel'imoa .al •­fMI'ze por abandonar el fonnalismoy-stí'stituir la preocupación cuí

t<: exclusiva·}i)Gr-fa81ij'é8, la ideolo~a y __ las in111titucienes .. de tiobie'rlio.-Í>oi el ené.Iisis ee todas laa ~trueturas y procesos . implieadoe j¡D. la pgU. .ti~ en .81 cíÜehacer · politkO. :Eiiate-·una· .e.itensa. bihliopafia ~

, .. .._ _ _, ..... "_............-_,_, ... ,.,~,--,~-------~_, ..

11 Véanse, entre otros, David Apter: The Gold Coast. Princeton, Prince­ton University Press, 1956, y The Politícal K-ingdom in Ugam.da. Princeton, Princeton University Press, 1961; Leonard Binder: Iran: Political Develop­ment in a Changing. Society. Berkeley, University of California Press, 1962; Lucian W. Pye: Politícs1 Personality, ami Nation Building. New Haven, Yale University Press, 1962; Myron Weiner: The Politíc1 o/ Scarcity. Chicago, U niversity of Chicago Press, 1962.

6 Véase, por ejemplo, S. N. Eisenstadt: The Politícal Systems of Empí­rea. Nueva York, The Free Press of Glencoe, 1962; S .. M. Lipset: The First New Nation. Nueva York, Basic Books, Inc., 1963; Reinhard Bendix: Na­tion-Building ami Citizenship. Nueva York, John Wiley & Sons, Inc., 1964.

J

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T 16 O. A. .ALHOND Y O. B. POWELL

de procesos poUticos, partidos, grupos de interés, procesos electorales, comunicaciones politicas y procesos de socializacián política, que se oeupan de las áreas europeas e igualmente de las no occidentales.7 La profundidad y realismo logrados en el estudio de los sistemas ñOB .capacitan para·· iiientificár-las! __ Tiierza~ dtn~mtc~ oe la-polfticij· donde­·quierá que éstas--semmrtttatell; y~ ·sea_ en ·1as-·elases soe1ales, en la cultura. en_el cambio ~ocial y econórpi_c;;Q_. __ e_n_}!;l!l __ ~lites políticas o en

·-el ámbito internacional. La consigna bajo la cual se ampara esta ten­dencia l'ealista-empirica es el "enfoque conducta!". Esto quiere de­cir, simplemente, que se trata del estudio de la conducta real de los .depositarios de los roles políticos más que del contenido de las nor­mas sociales o los modelos ideológicos. Ello no implica un desinterés por las normas legales, las ideologías y las instituciones formales, sino que, por el contrario, éstas merecen la atención de los estudiosos en la medida_ en que reflejan o ejercen influencia sobre la acción política.

.3) La. bíuqueda de precisión. El intento de lograr mayor precisión en el e&l!lPQ _{lJ!_ los eatudios polítiCos--~ª-º-º~respu'E!á1a .. ala-dff~sión

l·' senera1~_ada de -las_aetífiúféit~_!éñtHICas y tecnológicas en las socie­daaü._~identales. Esta tendencia ha ejercido-inflÜenCia--sobie-la psicologíay-la ec-onomía durante cierto tiempo y ha penetrado también en el campo de la sociología y la antropología. La búsqueda de pre­cisión se manifestó en todas las esferas de la ciencia política y dio origen a diversos estudios de las tendencias electorales, basados en estadísticas; análisis de los factores que influyen sobre las decisio­nes de los votantes, realizados a partir de los datos extraídos de en­cuestas por muestreo; estudios que correlacionan datos sociales cuan­titativos y las características de los sistemas políticos; análisis de la cultura política y la socialización basados en encuestas por muestreo; investigaciones de casos clínicos y observaciones antropológicas de campo; estudios cuantitativos sobre el recl utaniiento de la élite polí­tica; análisis cuantitativos de contenido de las comunicaciones políti­cas; estudios observacionales de procesos en grupos pequeños natura-

1 Entre los estudios monográficos recientes sobre grupos de interés en paises extranjeros cabe mencionar: Henry W. Ehrmann (comp.): Interest Groups on Pour Continents. Pittsburgh, University of Pittsburgh Press, 1958; Harry Eckstein: Pressure Group Politics. Stanford, Stanford Univer­sity Press, 1960; S. E. Finer: Anonymous Empire. Londres, The Pall Mall Press, 1958; Allen Potter, Organized Groups in Britísh Natíonal Politícs. Londres, Faber & Faber, Ltd., 1961; Henry W. Ehrmann: Organized Business in F'rance. Princeton, Princeton University Press, 1957; Jean Meynaud: Le.< Groupes de Pression en France. París, Librairie Armand Col in. 1958: Hans Speier y ·w. Phillips Davison (comps.): West German Leadership and Fo­reign Policy. Nueva York, Harper & Row, Publishers, 1957; Ruper Breitling-: Die Verbande in der Bundesrepublík. Miesenheim am Glan, Anton Hain, Hl55: Joseph LaPalombara: Inte1·est Groups in Italian Polítics. Princeton, Princeton University Press, 1964; Weiner, 07J, cit.; James Payne: Labor and Polítics in Peru. New Baven, Yale University Press, 1965.

--------------------- ------- "\.

I'OLITICA COMPARADA 17

les o experimentales; análisis cuantitativos de las decisiones judicia­les y, finalmente, modelo~ matemáticos para el análisis de los procesos políticos. Estos métodos han sido o serán aplicados en los estudios po­liticos norteamericanos en todos los casos ert ·que es posible una medición precisa y una observación controlada, y se están extendiendo a los estudios europeos y de la política no occidental.

~- 4) ~__q"'UU~_A.!Jm..jl1:.1!~~- i_~_tele~~!U!-~·--. Las tres primeras tenden­'1-L 'cias -búsqueda. de un plan más amplio, de realismo, y de precisión­•~ exceden la capacidad de nuestros marcos de referencia teóricos y

vocabularios conceptuales en lo que respecta a codificar y asimilar los nuevos hallazgos e intuiciones de la investigación política. A esta

.::....a:ftura, conceptos como Estado, constitución, representatividad y dere­chos y deberes de los ciudadanos no pueden s~rvir para codificar eficazmente las actividades de los partidos políticos, los grupos de presión, los medios masivos de comunicación y las prácticas de edu­cación y crianza de los niños. La experimentación teórica, basada principalmente en conceptos y marcos de referencia sociológicos, psi­cológicos y antropológicos, se ha convertido en un lugar común, y conceptos nuevos, como cultura política, rol político y socialización política, se han incorporado a este campo. Entre las principales in­fluencias que se manifestaron en el desarrollo de la experimentación teórica es necesario señalar los trabajos de Max Weber, Talcott Par­sons y Harold Lasswell.

Las tendencias que hemos descripto son, en .realidad, los diferentes aspectos de una gran conmoción producida en el estudio de la polí­tica. Aún es prematuro intentar anticipar la estructura que adqui­rirá esta disciplina en los próximos diez años, pero hay un aspecto que debemos destacar: estos nuevos procesos tienen implicaciones no sólo para la política comparada, especialidad más restringida, sino también para la disciplina de la ciencia política en su totalidad. Si extraemos todas sus conclusiones lógicas, estas tendencias apuntan hacia una teoría unificada de la política. De esta manera, es posible restablecer la tradicional relación entre política comparada y teoría política. Se comienza a ver la comunidad mundial de los sistemas políticos nacionales como un sistema político en sí mismo, a cuyo estu­dio se aplican las mismas categorías teóricas que se emplean para compararlo con los sistemas políticos nacionales. Por otra parte, pues­to que se advierte cada vez con mayor claridad el papel que desempeña el sistema político internacional en la formación de las estructuras Y procesos de la política interna de cada Estado, se tiende progresi­vamente a abandonar la separación artificial entre política comparada Y política internacional.s De la misma manera, se cuenta ahora con

8 James Rosenau: Theories and Pre-Theorics o( International Politics, ori~iJ?al inédito, 1964; Richard N. Rosecrance: Action and Reaction in World Polttlcs. Boston, Little, Brown and Company, 1963.

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18 O. A. A.LMOND Y O. B. POWELL

algunos estudios sistemáticos de los efectos que las cara.eteristicas de los sistemas politicos nacionales ejercen sobre el funcionamiento del sistema politico internacional. Por último, las subdivisiones estruc­turales de la ciencia politica -el estudio de las burocracias, las legis­laturas, los partidos politicos, los grupos de interés, la opinión pública y otras entidades similares- están cobrando un carácter compara­tivo y, a consecuencia de ello, son teóricamente más complejas.

Los fenómenos que hemos descripto hasta aqui deben considerarse como tendencias a largo plazo y no como conquistas definitivas, por­que, en realidad, lo más importante aún está por hacerse, tanto en el campo de la teoria como en el de la investigación empírica.

El punto de vista adoptado en este libro se ha denominado "en:fo-· ' ql}~-,fún~ionaí de la poUticacomP3ia~Estaes i!ól'O__!:ina uaelas

)11( ' muchas tendencias innovadoras que se observan en este tipo-éJe estu­

( f) -~:-·sus-orígenes iñttilectuales revisten- 1D.terés y merecen una breve

consideración. ~ta versión particular del ~na!!!!llo_s_~de~rolla .directamente a partir de la trad1cion clasica de la teoría pollhca, en P!lrti~~l~r"de esa-parte-de ~~~a ultima g_ue se ha .."fu_Teresado por ana-

',..1

liz!J.r los procelóspOiitíeos y aisíiíliuir los subprocesos o fases de Ta dÉieisión pÓlitic:a y-lá -acción: ~n los'slgiOSXVifyX:villestapreocupación

1le~Ó a-formular ra-leofia de la separación de poderes' según la cual la acción poUtica comprende procesos independientes de legislación, ad­ministración y adjudicación. Se dijo que esos sistemas políticos que dieron origen a instituciones especializadas para encarar esas fun­ciones particulares, o poderes, eran más adecuados para proteger la libertad, la propiedad y la justicia que aquellos sistemas que, en el marco del esquema general de la división de poderes, permitían una representación más efectiva y determinaban una gama más amplia de estratos económicos y sociales, tenian mayores posibilidades de esta­bilidad y tendian a ser más liberales.• i'' La teoría politica de los~·-' es, básicamente, una teo­ría funcional. Entre sus problemas fUñañientales figuran: la natu­raleza d'e-rós poderes legislativo, ejecutivo y judicial, la preocupacióJl por determinar la manera más adecuada de mantener esa separación, los valores resultantes de esta última y el esfuerzo por discernir la forma más eficaz de insertar esas instituciones de gobierno en la es­buctura general de la sociedad. Los autores de los Federatiat Paper! f.u.eron .los teóricos del sistema, en el sentido de que intentaron ana­lizar la interacción y el equilibrio de los otros sistemas sociales en l'elación con el sistema político y la interacción recíproca de los sub-

~éa"nse, otros otros, Aristóteleil~ PoliticiJ [tra4ucción de Rackham]. Lcm­di·es, Wm. Heinemann, Ltd., 1P32, pág. 345 y sigs.; Charles de Montesquieu¡ f'A.l!l Spiritef t.\e Lo.wai [traducción de N:uj::en.w.eva ... ·Xºflf¡_• TP.e Colonial Press, 1899, Vol. I, págs. 151 y sigs.; ¡f.._;'•' · · .:!!)1.: Cwil Gtrvt'l"ftmrenl. Londres, J. M. Dent, 1926, págs. 191 y sigs.; .. " ; ~.ijst,!Beloff Ed-ition. Oxford, Blackwell, 1948, no•. 9 y 47-51, págs. 48 y sigs., 245 Y sigs.

POLITICA. COMPA.KADA. 19

s.istemas. El hecho de haber sido en cierta medida .loa taóricoa eou­cientes de tales aoistemas se refleja en la influencia que tuvo la meeá­aica newtoniana en su modelo de una política liberal eataale.. ~ preocupación principal consistió en hallar un sistema equilibrado de\ interacción entre las tres principales instituciones: el poder ejecutivo, \ el le~islativo y el judicial. Pa~a m~nten~r este equilibrio ela.~r~ron \ft ) un s1stema regulado de "multlfuncwnahdad" (frenos y equ1hbr10s) ;\ : que constituye una combinación de funciones cuyo objetivo es garan- ' tizar el equilibrio del poder evitando la hipertrofia de cualquier ins- t

titución a expensas de las demás. Este enfoque tripartito de la fw1ción politiea parecía ser una teoría

adecuada para el análisis político y el funcionamiento institucional, en una época en que la clase políticamente activa estaba limitada y era homogénea desde el punto de vista social. Sin embargo, muchas cosas han ocurrido desde el siglo XVIII. La difusión del sufragio universal, el surgimiento de los partidos políticos populares, dirigidos a movilizar al electorádo. la aparición y organización de los grupos de interés, que expresan los intereses de los diversos sectores integrantes de una so­ciedad compleja y tienden a influir sobre las decisiones política3, y el desarrollo de los medios masivos de comunicación nos han permi-tido descubrir otras funciones políticas que no podían ser plenamente apreciadas en los siglos XVIU y XIX. Por esa razón creemos necesario ~rgar mayor complejidad a~ modelo d~ separación de poderes (legia-~ lación1 -ª~!r.'in .. il!traciónt a.M~!. ~ió!!_)_ añadi~nd~-. o.t.!~-~. !'~s fu~ , ~c!!.~l!~~~j-~~-n. ~~l!lP.&l'JU:...Lj}gw:.i.Qirjoa diatintoa proee~.:.9J!!t p~e:-- (!) cede¡¡ o se suman a los tres originarios. N'OiJjririinó.i[i lá articu.l.s.ei.tm de intereseit-18: ·agiegacÜYJJ, de _ir_¡.terestjf Y __ ~mun!~~~6n, con lo eual : l tenemos ahora una .clasificación que incluye seis ·funciones: 'fWI~ cr. ~:versiÓ1f, del si a litiCQ, es d~cir .1 !3 t . .. 1 •, Cv-

UJ9 e . _t!_emenda.s y de as .a¡ __ ~~-~!'L!!stema po tlco en una '' -corrien,W, 'de e~tra.cci6n, regulación! _d_i,!trill'M&i6n. "~tcétEJr~~!L er~rccrt dé la .sociéaad o en el ámbito internacional.1~ ~

~}? El punto de 'o!. 13". -~ en este libro difiere del enfoque de "sílli" temas" seguido por hwl•'· . j A Systeml! Analy3iB of Politiea.t Lile. Nue­va York, John Wiley &: Sons, Inc., 1965, y Karl W. m·~ Tlu NervflB o/

- Got~ernm.nt. Nueva York, The Free Prass of Glencoe, 1913$ lby versión e­tellana: Los nervios del gobierno. Buenos Aires, Paidóa, 19 1.] que surge di­rectamente de la teoría de la separación de poderes y de la corriente de crítica de investigación empírica de esa teoría; desde este punto de vista, los auto­res mencionados encaran las funciones de las instituciones políticas que sur­gieron después de la difusión del sufragio y de la industrialización -parti­dos políticos, grupos de presión masiva y medios de comunicación-. Tanto Easton como Deutsch, pero en particular este último, aplican un modelo de comunicación, o modelo cibernético, a la política. El enfoque que adoptaremos en este libro procede de la tradición de la teoría política y sólo se aventura en la teoría sociológica y de la comunicación en busca de instrumentos concep­hwles útiles. Los puntos de vista de Easton y Deutsch, en cambio, surgen de la tC'oría sociológica y de la comunicación y de ahí avanzan hacia la teoría Y los datos de la política. Ambos enfoques tienen su propia utilidad y sin duda convergerán posteriormente en una labor teórica.

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20 a. A. ALMOND Y a. B. POWELL

En este estudio avanzaremos más allá de los limites de la teoría de los sistemas de los Federalist Papers, no sólo en lo que respecta al nú­mero de funciones. Nuestro concepto de "sistema" es más explicito. Hemos recibido la influencia de recientes teorias sociológicas, &Btro­pológicas y de la comunicación, que subrayan el concepto de sistema social. ·Las ventajas que derivan del hecho de considerar la política come un sistema son analizadas en los capítulos siguientes. Aquí sókl señalaremos que muchas de las criticas dirigidas a las aplicaeiones políticas de la teoría de los sistemas tienen sólidos fundamentos. Aquellos que han trabajado de acuerdo con esa orientación lo han hecho bajo la influencia de las analogías mecánica y biológica; por cierto, este lib_r~--.!!..0. ... escapad_ta~npocq a Ja. influencia del pensamiento analógic"O;t1Entre las principales críticas formuladas se cuentan

--;(¡üeuas que sostienen que las teorías de los sistemas funcionales implican un equilibrio o armoliíadepartes x_ae. basan !'!D un prejuiCio cOii'Seivador y estático. La concepción del "sistema político" que se

r haa'do-taao en este libr - · t dencia ero no arrrío-.. a. · z riamos hablar de un funcionalismo probabuslicO:-'En otras palabras, si los sindicatg_~-§_~ __ Eg_nsti~~,Y~t!~n....J.lF_ __ s_~l~iña·:politico, e·xfste- una-alta"probabTifdad de que los partidos político~Lloa procesos electorales,. -la-·Iegwi"tura-i· fá-ourocrTéla'"·se-veañ "aiectados por la acción de los sindicatos. -El siStema de 'hiieracción- ar(iiie--ños refe­rimos no es armónico .. ni estable pero, por supuesto, es m er epen-

'

[(hen!eJ ? l«,"ttM!a de B1 tliV&etig&et n e • a -otencJ.a _ --·-· .::~~~s_ie en. d~seuS:~i! .. de q;ué man~l'a el cambio de· al&'tt~~- de faa partes del ~a político a:feet~!l!!l.::~emá'S;

La segunda crítica -es decir, la que se refiere a las implicaciones estáticas y conservadoras de la teoría de los sistemas- tiene ma:yor solidez y ha producido modificaciones sustanciales en nuestro enfoque del sistema político y sus funciones. Nuestra formulación anterior 12

tenía en cuenta fundamentalmente el análisis de los sistemas políticos en un corte transversal del tiempo. Ello no permitió explorar modelos de desarrollo para explicar cómo y por qué cambian los sistemas polí­ticos. Este prejuicio estático del análisis diacrónico de las formula­ciones anteriores del enfoque funcional y, en realidad, de la mayor parte de la tradición de la teoría política y la investigación contem­poránea en ciencia política presenta algunos interrogantes críticos.

1 Ool!l_~ lfri'plr empgl).,' la cie~cia I>.~lítica se ... interesa ~r·. los

11 probl-emas ! po k y su proceso, por el -qut~m y e1-e6m.o, de la pohtlca;

en sfnte&is, procura determinar quiénes toman decisióiies y cónio lo

-Y-MBe, P?'t' e~empto, ....,.>t•W-··,. op. cit., cap. ~· y Alvin W. . . . .... "Ree-¡pr~··mrd' !Autonomy- IR•, UBetíMial·'ffteory', en I.Jew~ •·· '"~cómp.): Symposinm on Sociological Theory. Nueva York, Harper & Row :publishers, 1959, págs. 241-271. . ····fl Vé:a111e Gabriel A. Almond y James S. Colema• (comps.): The Polttt,. of lf: Dl'llel4J~ At"ea•. Princeton, Princeton University Press, 1960.

POLITICA COMPARADA 21

~~.hace~ El qué. de la. polít_i~, e.s decir, el .. e.~o.ntenidQ_.Ui.!".. ecci~n. de la poiítica ---¡rulillca, ha sido encarado, por lo general, en términoiOe:Ia aísyuñllva-<te-·s1-diilién-a-ce_R~a~~-~~_n..Q __ !o.S::i!!.l~m~!!.~!í!_!~~~! o bien iñTeritroaeta-·estrü.ª-"-.frª-.i.J.<11.1 p:r_QCesos._ Este enfoque de los resulta­dos del sistema· p~lítico o de la identificación del resultado con la estructura y el proceso mismo nunca ha sido formulado con mayor claridad que en la Política de Aristóteles, donde el qué de la política pública se infiere a partir del número, la identidad y la virtud de los gobernantes -ya sean éstos uno, varios o muchos- y del hecho de si ellos se interesan por el bien común de la polis o buscan su propio beneficio.

Es necesario avanzar en el análisis si deseamos encuadrar más

~explícitamente el L.<!_E;_:;a-rro!lo ·polítTc~-~_!1-~!_!!1 .. arco _ge nuestra .. WO{lll.e

:t: d~~~io ~~ _ _los sistemas ~olitico~,_ J)~pemo~.:J~.u.nside!.!LL..e:3ioa..JÍ}Ji­mos C_Q!!!Q_~es.-tota.les que mod~oJL_modeladas por sus

··contextos ambientales. Por ejemplo, el de>1arrollo d~ una bÜrócracia especiali:Zii'a'ar1l.rí'ejército profesional en un sistema político puede derivar de la interacción de éste con otras naciones de su ámbito. Los gobernantes de la primera nación pueden concebir ambiciones de ex­pandir su territorio o verse forzados a desarrollar sus posibilidades militares a ca usa de las amenazas de invasión de sus vecinos. Los gobernantes de un sistema político pueden responder a cambios ini­ciados en sus propias sociedades: el crecimiento del comercio, la acu­mulación de riqueza, el hambre o desastres militares. Tales cambios internos son capaces de aumentar la presión sobre el sistema político forzándolo a desarrollarse si desea sobrevivir. A menos que nuestra concepción del sistema político nos permita encarar de manera ade­cuada la interacción de este último con su contexto interno e inter­nacional, no podremos comprender los procesos y desarrollos políticos.

En este libro las actividades o funciones del sistema político son con--7 sideradas desde tres puntos de vista. Al primero de ellos ya nos hemos ; referido antes: la función de conversión de la articulación de intereses. · la combinación delñieies-és;lá éomimiCacióri política, la législación y apli­cación de leyes y las normas de adjudicación. La segunda consideración se relaciona con el enfoque del sistema político como un "indivfduo~ en sus respectivos ambiente~ tanto en lo que respecta a su funcionamiento como a sus cápaCidades. ·Po~ ú.iúmo, es necesario analizar de qué manera los sistemas políticos preservan su propia existencia o se adaptan á las presiones de cambio a largo piazó: Nos referimos aquí al mantenimienttJ del si8Té1ñii1ilas7uncione~ de--¡;;z"apú1ci6n, es decir, al ~éclutamiento poli· tieo y la sociali:zaci6n política.

-r:;osmversos términos y concfUJtos que hemos introducido serán expli­cados con mayor detenimiento en los capítulos siguientes. En el capítulo 2 damos una visión general de nuestro marco de referencia teórico; en el 3, examinamos el mantenimiento del sistema y las funciones de adapta­ción del reclutamiento y la socialización políticos; los capítulos 4, 5, 6 Y 7

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~ 1 22 O. A. ALI(OND Y G. B. POWELL

analizan con cierta profundidad las funciones de conversión de la articu­lación de intereses, la combinación de intereses, la comunicación politic~ la legislación y aplicación de las leyes y la adjudicación de normas; en el capítulo 8 consideramos la interacción de los sistemas políticos en su contexto y capacidades; en los capitulos 9 y 10, desarrollamos sobre la base del mareo de referencia teórico adoptado, una clasificación de los sistemas políticos, y damos ejemplos de algunas de las principales varie­dades. Por último, en el capítulo 11 concluimos con algunas considera­ciones sobre el problema de los 11;ivetes de desarroUo político y el de la inversión en et crecimiento poHtico.

2 Yii.Q8 .. BDBal

Puede ser útil introducir desde el comienzo los principales conceptos y términos que vamos a utilizar en este libro. Aunque serán explica­dos e ilustrados en próximos capitulos, los presentaremos ahora sin­téticamente y en su orden lógico, de manera tal que puedan servir como guia para la exposición siguiente y permitan al lector relacionar entre si los distintos capítulos. El concepto fundamental que usare­mos es el de "sistema politico''.

EL SISTEMA POLITICO

La expresión "sistema politico" se ha ido convirtiendo en un lugar común en los titulos de los libros y monografias sobre temas de poli­tica comparada. Los textos más antiguos usaban, en cambio, términos tales como "gobierno'', "nación" o "Estado" para referirse a lo que ahora llamamos sistema politico. Por supuesto, esto implica algo más que un problema de nomenclatura; la terminologia adoptada en la ac­tualidad refleja una manera nueva de considerar los fenómenos polí­ticos. Algunos de los términos nuevos se emplean para designar rea­lidades ya conocidas¡ otros se refieren a actividades y sucesos que no son formalmente reconocidos como partes o aspectos de la politica.

Los términos antiguos -:-Estad~ gobierno, nación- están limitac:les ~.!....!!B'_nificados leg!-J!Lt..Ji!~ti!!!~..Í~~~).!!; dirigen la atención a W'l

eonjunto deteññ1ñado de instituciones que normalmente forman parte ae las modernas sociedades occidentales. Si aceptamos la idea de que el estudio de tales instituciones constituye la única preocupación y el objeto especifico ·de la ciencia política, moohos ~ pueden MI'

e&t&Rees soslayados, incluida la diffcil cuestión M chlimital" el campo }JI'OP4o de la disciplina. Sin embargo, los eestos de tal deeisión I!I'Ml

~.elevados. El .papel clesempañaQo . p~ 4a-· iutituciones .fo.wnales ,tia pbi.er~ •. ~~·Rililatum·,.._,.-.•• u ..... , .. , .. ..na eetuiiiereiDie· me&tie en laS'dfÍttnt:as soeieaalia. Én muciliá·s-deefias;- en particular en las que se hallan fuera del mundo occidental, sus funciones pueden no ser tan importantes como las de otras instituciones y procesos. En todas las sociedades el papel de las instituciones formales de gobierno

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Part IV Comparative Politics

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Chapter 12 Comparative Politics: An Overview

Peter Mair

I Introduction: The Discipline of Comparative PoliticsEver since Aristotle set out to examine differences in the structures of states and constitutions and sought to develop aclassification of regime types, the notion of comparing political systems has lain at the heart of political science.146 Atthe same time, however, while perennially concerned with such classic themes as the analysis of regimes, regimechange, and democracy and its alternatives, comparative politics is not a discipline which can be defined strictly interms of a single substantive field of study. Rather it is the emphasis on comparison itself, and on how and whypolitical phenomena might be compared, which marks it out as a special area within political science. Indeed, preciselybecause there is no single substantive field of study in comparative politics, the relevance and value of treating it as aseparate sub-discipline has often been disputed (see the discussion in Verba 1985; Dalton 1991; Keman 1993a).

The discipline of comparative politics is usually seen as being constituted by three related elements. The first, and mostsimple element is the study of foreign countries, often in isolation from one another. This is usually how comparativepolitics is defined for teaching purposes, especially in Anglo-American cultures, with different courses being offered ondifferent countries, and with numerous textbooks being published about the individual countries which areincorporated in these courses. In practice, of course, however useful this approach may be in pedagogical terms, thereis

146 See Books II.b and IV.b of Aristotle's The Politics.

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often little real comparison involved, except implicitly, with any research which might be included under this headingbeing directed primarily to the gathering of information about the individual country or countries concerned. Indeed,one of the problems associated with the distinctiveness, or lack of distinctiveness of comparative politics as a sub-discipline is that an American scholar working on, say, Italian politics is usually regarded by her national colleagues as a“comparativist,” whereas an Italian scholar working on Italian politics is regarded by her national colleagues as a“noncomparativist.” This, of course, makes nonsense of the definition.

The second element, which is therefore more relevant, is the systematic comparison between countries, with theintention of identifying, and eventually explaining, the differences or similarities between them with respect to theparticular phenomenon which is being analyzed. Rather than placing a premium on the information which may bederived about these countries, therefore, the emphasis here is often on theory-building and theory-testing, with thecountries themselves acting as cases. Such an approach clearly constitutes a major component of political scienceresearch more generally, and, indeed, has been the source of some of the most important landmark texts in thediscipline as a whole (e.g. Almond and Coleman 1960; Almond and Verba 1965; Lipset and Rokkan 1967; Lijphart1977).

The third element within comparative politics is focused on the method of research, and is concerned with developingrules and standards about how comparative research should be carried out, including the levels of analysis at which thecomparative analysis operates, and the limits and possibilities of comparison itself. Precisely because the act ofcomparison is itself so instinctive to both scientific and popular cultures, this third element is sometimes assumed byresearchers to be unproblematic and hence is neglected. And it is this neglect, in turn, which lies at the root of some ofthe most severe problems in the cumulation of research, on the one hand, and in theory-building and theory-testing,on the other hand.

Unusually, then, comparative politics is a discipline which is defined both by its substance (the study of foreigncountries or a plurality of countries) and by its method (see Schmitter 1993: 171). At the same time, of course, thisimmediately undermines its distinctiveness as a field of study. In terms of its method, for example, comparative politicsis hardly distinctive, in that the variety of approaches which have been developed are also applicable within all of theother social sciences. Indeed, some of the most important studies of the comparative method (e.g., Przeworski andTeune 1970; Smelser 1976; Ragin 1987) are directed to the social sciences as a whole rather than to political science perse. In terms of its substantive concerns,

310 COMPARATIVE POLITICS

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on the other hand, the fields of comparative politics seem hardly separable from those of political science tout court, inthat any focus of inquiry can be approached either comparatively (using cross-national data) or not (using data fromjust one country). It is evident, for example, that many of the fields of study covered in the other chapters of this bookare regularly subject to both comparative and non-comparative inquiries.147 If comparative politics is distinctive,therefore, then it is really only in terms of the combination of substance and method, and to separate these out fromone another necessitates dissolving comparative politics either into political science as a whole or into the socialsciences more generally.

Given the impossibility of reviewing the broad span of developments in political science as whole, and, at the sametime, the undesirability of focusing on methods of comparison alone, a topic which has already received quite a lot ofattention in the recent literature (see, for example, Collier 1991; Keman 1993b; Bartolini 1993; Sartori and Morlino1991), this chapter will deal instead with three principal themes, focusing in particular on the contrast between theambition and approach of the “new comparative politics” of the late 1950s and 1960s, on the one hand, and that of thecurrent generation of comparativists, on the other (for a valuable and more wide-ranging review, see Daalder 1993).The first of these three themes, which is discussed in Section II, concerns the scope of comparison, which is perhapsthe principal source of difference between the earlier and later “schools” of comparative politics. Although much tendsto be made of the contrasting approach to institutions adopted by each of these two generations of scholars, and of thesupposed neglect and then “rediscovery” of institutions and the state as a major focus of inquiry, this can bemisleading, in that the apparent absence of an institutional emphasis in the 1950s and 1960s owed more to the globalambitions (the scope of their inquiries) of that earlier generation, and hence to the very high level of abstraction atwhich they constructed their concepts, rather than to any theoretical downgrading of institutions per se.Concomitantly, the rediscovery of institutions in the 1980s and 1990s owes at least as much to the reduction in thescope of comparison, and hence to the adoption of a lower level of conceptual abstraction, as it does to any theoreticalrealignment in the discipline.

The second theme, which is discussed in Section III, concerns the actual topics and questions which are addressed incomparative political inquiries, and where quite a marked shift in focus can be discerned, with

AN OVERVIEW 311

147 It is thus interesting to note that when she was preparing the second edition of The State of the Discipline, published in 1993, Ada Finifter was advised that “not only do weneed more comparative chapters than there were in the first edition, but all the chapters should be comparative” (Finifter 1993: viii).

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much more attention now being devoted to “outputs” rather than to “inputs,” and to the outcomes of politics and theperformance of government rather than to the determinants of politics and the demands on government (see alsoRogowski 1993). This also relates to the changing scope of comparison, in that it clearly makes much more sense toask whether politics matters—a question of outputs and outcomes—when the scope of comparison becomesrestricted to just a small number of relatively similar cases. The third theme, which will be addressed here in Section IV,concerns some of the problems which are currently confronted in comparative research, with particular attention beingdevoted, on the one hand, to the role of countries as units of analysis, and, on the other, to the use and, indeed, virtualfetishization of indicators. The chapter will then conclude with a brief discussion in Section V of some present andfuture trends in comparative politics, focusing in particular on the renewed emphasis on context, as well as on in-depthcase analysis.148

II ScopeWriting in the early 1960s, in a most valuable and broadly based review of the past and present states of comparativepolitics, Harry Eckstein (1963: 22) noted that comparative politics could then be characterized by “a reawakenedinterest in large-scale comparisons, a relatively broad conception of the nature of politics and what is relevant topolitics, and a growing emphasis upon solving middle-range theoretical problems concerning the determinants ofcertain kinds of political behavior and the requisites for certain kinds of political institutions.” Eckstein's referencepoint here was to the early stages of what is often now considered to have been “the golden age” of comparativepolitics, when a series of major and path-breaking research programs were initiated by Gabriel Almond and hiscolleagues on the American Social Science Research Council's Committee on Comparative Politics (founded in 1954).And what is perhaps most striking in this characterization, and what was also perhaps the most important feature ofthe new approach developed by the Committee, was precisely the attention which was beginning to be devoted to“large-scale comparisons.” Rejecting the then traditional and almost exclusive emphasis on the developed world, andon western Europe and the United States in particular, and rejecting also the use of a conceptual language which hadbeen developed with such

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148 For an earlier version of some of this discussion, focusing in particular on the comparative method, see Mair 1995.

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limited comparisons in mind, Almond and his colleagues sought to develop a theory and a methodology which couldat one and the same time both encompass and compare political systems of whatever sort, be they primitive oradvanced, democratic or non-democratic, western or non-western. As Almond (1970: 16) was later to emphasize in asubsequent review of work of the Committee and of the development of comparative politics in this period, theirstrategy had been intended to bring together scholars working on countries across the globe, and to persuade themthat they were “members of a common discipline concerned with the same theoretical problems and having availableto them the same research methodologies.”

The broadening of concerns in a geographic or territorial sense was also necessarily accompanied by a broadening ofthe sense of politics itself, and, in particular, by a rejection of what was then perceived as the traditional and narrowlydefined emphasis on the study of formal political institutions. Indeed, reading the work of the major comparativists ofthe 1950s and 1960s, one is constantly struck by an almost palpable frustration with the approach to the study ofpolitical institutions which had prevailed up to then. Two factors were particularly relevant here. In the first place, thetraditional emphasis on institutions was seen to privilege the formal and legal aspects of politics at the expense of whatmight be termed politics “in practice,” and to privilege the “official” story at the expense of what was increasinglybelieved to be an alternative and “real” story. Thus “realism” rather than “legalism” was to become the keyword forthe new comparativists. Secondly, a broadening of the sense of politics was also required in order to incorporate arecognition of less formally structured agencies and processes which spread the scope of the political quite far beyondthe formal institutions of government alone. This shift developed directly out of the new global ambitions of thediscipline, with the rejection of legalism going hand in hand with the rejection of a primary focus on western polities.Moreover, not only did this new approach allow for a more nuanced analysis of non-western regimes, but it alsoencouraged the new generation of comparativists to pay attention to less formalized aspects of politics even within thestudy of the western regimes themselves. Thus students of western European politics were now encouraged toabandon their “formal and institutional bias” and to focus instead on “the political infrastructure, in particular onpolitical parties, interest groups, and public opinion” (Almond 1970: 14).

Global ambitions, and the need to develop a more broadly defined conception of politics and the political system, hadtwo important consequences. The first was simply the beginning of an extraordinarily fruitful

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research program in comparative politics, the sheer scale, coherence and ambition of which has since remainedunrivalled,149 and the recollection of which remains enshrined in an image of this period as being the “golden age” ofthe discipline. “Comparative politics is [now] and has been disappointing to some,” noted Verba (1985: 29) in apessimistic review, “but it is disappointing in comparison to past aspirations and hopes.” Since that golden age, it isoften felt, the discipline has gone into retreat, with scholars complaining, at least in conversation with Verba, about“division, fragmentation, and atomization in the field . . . [and the lack of] clear direction, leadership, or a commonlyheld and agreed-upon set of theoretical underpinnings” (1985: 28).150 Second, conscious that “the challenge facingcomparative politics [was] to elaborate a conceptual apparatus in keeping with the vastly extended global scale of itsempirical investigations” (Rustow, 1957/1963: 65), there also emerged a new approach to the study of politics whichwas to be encapsulated within the now much criticized notions of “structural-functionalism.” Prior to this, as notedabove, comparative politics had been dominated by the study of established, clearly-defined, and economicallyadvanced democratic systems, all of which were more or less characterized by an apparently sharp division betweenstate and civil society, and by a conception of the state which viewed it as composed of specific (and comparable)institutions—executives, parliaments, bureaucracies, judiciaries, military forces, and so on—each playing its ownspecific role within the system. Global comparisons, by contrast, implied not only the inclusion of non-democraticregimes, but also very underdeveloped countries with so-called “primitive” political systems, in which it was not onlydifficult to establish the boundary between state and civil society, but in which it was also sometimes almost impossibleto identify specific political institutions with a specific purpose.

Along with global ambition, therefore, came the abandonment of an emphasis on the formal institutions ofgovernment, and, indeed, the abandonment of an emphasis on the notion of the state itself, which was to becometranslated into the more abstract references to “the political system.” As Almond (1990: 192) later noted, this newterminology enabled scholars to take account of the “extra-legal,” “paralegal” and “social” institutions which were socrucial to the understanding of non-western politics, and, as Finer (1970: 5) suggested, was required in order “toencompass prestate/non-state societies, as well as roles and offices which might not be

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149 See, for example, in addition to a lengthy series of important monographs: Almond and Coleman 1960; Binder et al. 1971; Coleman 1965; LaPalombara 1963;LaPalombara and Weiner 1966; Pye 1962; and Pye and Verba 1965.

150 See also the review by Daalder (1993: 20), who speaks of the “exhilaration” associated with the “political development boom” in the 1960s.

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seen to be overtly connected with the state.” Moreover, this new language could also serve the interests of thosestudents who remained concerned with western polities, since even here a new wave of scholarship had begun to“[discover] that governmental institutions in their actual practice deviated from their formal competences” and hadbegun to “[supplement] the purely legal approach with an observational or functional one. The problem now was notonly what legal powers these agencies had, but what they actually did, how they were related to one another, and whatroles they played in the making and execution of public policy” (Almond, Cole and Macridis 1955/1963: 53). Hencethe emergence of structural-functionalism, in which certain quite abstractly defined functions were defined as beingnecessary in all societies, and in which the execution and performance of these functions could then be comparedacross a variety of different formal and informal structures.

Since then, of course, this then novel and path-breaking approach has itself been subject to extensive criticism andcounter-reaction, with a new wave of scholarship emerging in the 1980s which stressed the need to return to the studyof institutions and to restore primacy to an analysis of “the state.” If the approach of Almond and his colleagues mightbe characterized as one which “identif[ied] the subject matter of political science as a kind of activity, behaviour, or, in aloose sense, function . . . no longer limited in any way by the variable historical structures and institutions thoughwhich political activities may express themselves” (Easton 1968: 283; see also Fabbrini 1988), then the new approachwhich began to be asserted in the 1980s was one in which context became crucial, and in which it was precisely the“variable historical structures and institutions” which were now seen to play a central role (Thelen and Steinmo 1992).In the first place, institutions, and the state itself, now increasingly came to be seen as relevant “actors” in their ownright, in the sense that they, or those who occupied their offices, were seen to have their own autonomous interests,and were thus also part of “real” politics (e.g. Skocpol 1985; see also Mitchell 1991). Second, and perhaps mostcrucially, institutions were also seen to have a major determining effect on individual behavior, setting the parameterswithin which choices were made and through which preferences were both derived and expressed (March and Olsen1984; Shepsle and Weingast 1987). Third, institutions, and institutional variations in particular, were also seen to have amajor effect on outcomes, with the capacity of actors to realize their ends being at least partially determined by theinstitutional context in which they operated (e.g. Scharpf 1988; Lijphart 1994a).

From one reading, then, we appear to witness an almost cyclical process,

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in which institutions, and possibly even the state, are initially privileged as the basis on which political systems might becompared; in which these institutions are later relegated as a result of the prioritizing of “a realism that recognized theprocessual character of politics” (Almond 1990: 192); and in which they then acquire a new relevance as part of thatreal politics itself, and as the context which determines individual behavior and performance. From this reading,therefore, we see a series of paradigmatic shifts (Evans et al. 1985), which travel right to the heart of comparativepolitical analysis itself. From another reading, however, the contrasts are much more muted. In a trenchant review ofsome of the early work of the neostatists and new institutionalists, for example, Almond was at pains to emphasize thereal continuities which existed across the different schools, arguing that there was little in this so-called new approachwhich was not already present, either implicitly or explicitly, in much of the earlier literature, and that its terms wereessentially “indistinguishable from ‘behavioral’ or structural functionalist definitions” (Almond 1990: 215).

But while Almond may have been correct in claiming that the reality underpinning the new terminology is less novelthan has been claimed, the conceptual language involved is certainly different, and it is here that the key to the contrastbetween the two approaches can be found. In brief, it is not a problem of whether Almond and his colleaguesneglected the importance of the state and of institutions more generally, or of whether Skocpol and many of the newinstitutionalists have now redressed that imbalance; this is, in the main, a fairly futile debate. Rather, and returning tothe main question, it is a problem of the scope of the comparisons involved. For while Almond and his colleagues wereconsciously developing a conceptual language which could address the need for global comparisons, even when theparticular analysis was in practice restricted to just one case or to just a handful of cases, much of the work engaged inby the more recent comparativists is explicitly adapted for application to a more limited (and often quite unvaried) setof comparisons, be it limited to regions (western Europe, Latin America, etc.), or even, as in the case of Skocpol(1979), Hall (1986), or Scharpf (1988), to just a very small number of countries. The result is that while Almond andhis colleagues were required to operate at a very high level of abstraction (see Sartori 1970), developing concepts whichcould travel to and be relevant for all possible cases, the more recent school of comparativists have contentedthemselves with a relatively middle-range or even low level of abstraction, in which the specificities of context becomecrucial determinants (see also below).

It is not therefore a problem of shifting paradigms, but rather a problem of shifting levels of abstraction, which, inturn, is induced by a shifting

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scope of comparison. In this sense, as was the case with the structural-functionalist “revolution” in the late 1950s and1960s, the change is not so much a reflection of developments at the level of theory, but rather at the level of method.For once comparisons become more limited in scope, whether by restricting the focus to one region, or to a smallnumber of cases, it becomes possible to bring into play a degree of conceptual specificity and intensiveness which issimply not feasible at the level of global, all-embracing comparisons. In other words, institutions and the state comeback in not only because they are seen to be more important per se, but also because the lower levels of abstractioninvolved have allowed them to come back in, and have created the room for this type of grounded analysis. In the end,therefore, what is striking about the categories adopted by the structural functionalists is not the fact that they weremore process-oriented, or that they were more society-centered, or whatever, which is in any case highly debatable(Almond 1990: 189–218); rather, what is striking about these categories is the enormously high level of abstractionwhich they required in order to allow them to travel from world to world, and in which institutional specificity wasabsorbed upward into the more abstract notions of role, structure and function. If institutions and the state have comeback into prominence, therefore, it is at least partly because the scope of comparison has become more restricted,151and it is this which is perhaps the most striking development within comparative politics in the last two decades or so.

This narrowing of the scope for comparison can be seen in a variety of ways. In the first place, and most practically, itcan be seen in the now virtual absence of comparative analyses with a global, or even cross-regional ambition. To besure, a variety of contemporary textbooks on comparative politics (e.g. Blondel 1990; Hague et al. 1992), as well as anumber of established courses,152 do attempt to remain inclusive, and aim to develop a framework which canaccommodate first-, second- and third-world systems. With very few exceptions, however, contemporary research incomparative politics tends to be restricted by region, or even to a very small number of cases,153 notwithstanding thefact that there now remain few, if any, terrae incognitae. This orientation clearly stands in sharp contrast to at

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151 Although it may also be argued that distinct ideological impulses were involved: see, for example, Almond (1990: 189–218), Mitchell (1991), and Chilcote (1994: 121–76).152 See, for example, the discussion about “Teaching Comparative Politics for the Twenty-First Century,” in PS: Political Science and Politics, 28 (1995): 78–89.153 One relatively recent exception is the study of government ministers by Blondel (1985), which, appropriately enough, is described on the jacket copy as “build[ing] a

framework that is devoid of national reference.” One possible counterweight to the tendency to limit the number and range of cases may yet be provided by the growinginterest in democratization processes, which clearly have a cross-regional relevance (see also below).

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least the ambitions which were originally expressed by the Committee on Comparative Politics in the 1950s, and to thatearlier work which, even when restricted to just one or a handful of cases, persisted in applying concepts which werebelieved to be universally valid.

Second, there is an increasing tendency for the profession as a whole to become compartmentalized into more or lessself-sufficient groups of, for example, Europeanists, Africanists, and Latin Americanists, with very littlecommunication taking place across the boundaries of regional expertise. In part, this is simply a consequence ofthe pressures for increased specialization; in part, however, it is also a consequence of increased professionalization,with the critical mass of scholars in the different fields of expertise, and their associated journals, now having grownsufficiently to allow for self-sufficiency. In a somewhat different context, Almond (1990: 13–31) has already famouslyreferred to the development of “separate tables” in political science, by which groups of scholars are divided on thebasis of both ideology (left versus right) and method (soft versus hard). Perhaps more realistically, however, we canalso conceive of the separate tables being constituted by regional specialists, with their separate European, Asian, LatinAmerican, and African kitchens, and, even within these parameters, being increasingly further subdivided by academicspecialisms, with the party people eating separately from the public policy people, and with the local governmentexperts eating separately from those involved in electoral research. For not only has the growth of the discipline actedto cut regional specialists off from one another, but, even within the different regions, it has also tended to foster theself-sufficiency of specialist fields, each with its own narrow network and its own set of journals (or, to continue theanalogy, with its own menu), accentuating the trend towards fragmentation which was already regretted by Verba in1985 (see above, and also Keman 1993a; for a more sanguine view of the process, see Macridis and Brown 1986, andDalton 1991).

Third, and perhaps most importantly, the methodological debate within comparative politics, and perhaps within thecomparative social sciences more generally, has increasingly tended to stress the advantages of “small N” comparisons.Thus, for example, it is quite instructive to compare Lijphart's 1971 review of the comparative method, which devotedconsiderable attention to ways in which scholars could compensate for, or overcome, the problem of having to dealwith just a small number of cases, with a similar and more recent review by Collier (1991), which devoted a lot ofattention to the sheer advantages of small N comparisons.

From one perspective, this new attitude can be seen to gell with many of the sentiments expressed by much of theother recent writings on the comparative

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method, whether these be within political science, sociology, or history, or even within an attempted multi-disciplinarysynthesis (e.g., Ragin 1987; 1991), and which lay considerable stress on “holistic” analysis and on the need for in-depthunderstanding of particular cases. From another perspective, however, and notwithstanding the shared desire to moveaway from global comparisons and universal categories, much of this contemporary work in comparative politicsmight better be seen as consisting of two distinct “schools” or approaches (see also Collier 1991: 24–6). On the onehand, there are those researchers who persist in attempting to derive generalizable conclusions or in attempting toapply generalizable models across a range of countries which, in contrast to the global ambitions of the first postwargeneration of comparativists, is usually limited in terms of region or status. On the other hand, there are also thoseresearchers who seem increasingly wary of multiple case comparison, even when limited to a relatively small N, andwho stress the advantages of close, in-depth analyses of what is at most a small handful of countries, in which theadvantages offered by looking at the whole picture are seen to outweigh the disadvantages suffered by limitedapplicability.154 Despite their contrasts, however, there is a sense in which each approach can lay claim to offer the bestoption for the future. As Collier (1991) notes, for example, recent advances in quantitative techniques now appear toafford a much greater opportunity for statistical analyses across relatively small numbers of cases, and may lend theconclusions derived from such analyses a greater strength and authority.155 Relatively in-depth qualitative case analyses,on the other hand, despite their obvious limitations, have the advantage of being more grounded, and, at least at firstsight, can also prove more sensitive to the insights now being afforded by both the “new institutionalism” and therational choice paradigm.156 Indeed, the renewed interest in case studies in recent years, and the associated emphasis onunderstanding the full context in which political decisions are made, has most certainly been stimulated by the potentialoffered by these new insights (see also Section V, below).

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154 See, for example, Rhodes's (1994) discussion of state-building in the United Kingdom, which includes a trenchant defense of the capacity of the case-study to producegeneralizable conclusions.

155 As, for example, is the case with the very closely argued analysis by Scharpf (1988) concerning the capacity of governments to implement public policies.156 See, for example, Tsebelis's (1989: 119–234) application of his nested games approach in a close analysis of British Labour Party activists, Belgian consociationalism, and

French electoral coalitions.

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III QuestionsIn many respects, the broad direction of the questions addressed by comparative political inquiry has remained largelyunchanged through generations, and perhaps even through centuries. How might regimes be distinguished from oneanother? What accounts for regime stability, and what accounts for regime change? Which is the “best” form ofgovernment? The attention devoted to these “big” questions has tended, of course, to ebb and flow with differentgenerations of scholarship, with interest being recently reawakened in the aftermath of the recent wave ofdemocratization (see, for example, Diamond and Plattner 1993), and being reflected most obviously in theextraordinary volume of new literature on transitions to democracy and on constitutional engineering and institutionaldesign.157 Indeed, it is precisely this reawakened interest in democratization, and the search for general patterns andpredictions, which may well restore a sense of global ambition to comparative politics, since it is really only in thiscontext that students of developing countries are beginning to reopen lines of communication with those whose fieldhas been largely restricted to the developed west, and that the expertise of students of the former “second world” isfinally seen as being relevant to mainstream comparative politics.

But these are clearly the classic themes, the hardy perennials of comparative politics, and once we move beyond these itis possible to see quite important shifts in the sorts of questions which tend to be addressed. In a recent review of thestate of comparative politics, for example, Rogowski (1993: 431) noted five trends from the 1980s which certainlyappeared to suggest a new research agenda, and which included: “A far greater attention to the economic aspects ofpolitics . . . Increased interest in the international context of domestic politics and institutions . . . An altered andsharpened focus on interest groups . . . A revival of interest in state structures and their performance . . . [and] Furtherwork on nationalism and ethnic cleavages.” This is, of course, just one list among potentially many, and even after thelapse of just a couple of years, one might be inclined to relegate the once pronounced concern with, say, interestgroups, and give priority instead, say, to the burgeoning interest in transitions to democracy and in the working ofdemocracy itself. Notwithstanding any such qualifications,

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157 For one very good recent example, see the stimulating and very thoughtful debate on the respective merits of presidential systems and parliamentary systems among Linz,Lijphart, Sartori, and Stepan and Skach in Linz and Valenzuela (1994: 3–136). Indeed, it might even be said that it is here that we see the practice of comparative politics atits very best, and hence also, this being a recent debate, the ideal counter-argument against the notion that, in some way or other, the discipline has now begun to pass its sell-by date.

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however, what is particularly striking about this list, and what would surely also be common to almost any other suchlist which might currently be prepared, is the attention devoted to the outputs, or even simply the outcomes, ofpolitical processes and political institutions, and hence the attention to politics as an independent rather than adependent variable. In other words, what is striking here is the sheer extent of concern with the impact of politicsrather than with the determinants of politics (see, for example, Weaver and Rockman 1993). This is where theincreased interest in political economy comes into play, for example, as well as that in state structures and institutions,whether the latter be framed within a more traditional discourse (e.g. Lijphart 1994a) or within the terms of referenceof the new institutionalism (e.g. Hall 1986; Evans et al. 1985).

Here too, then, it is also possible to discern a difference between the new generation of comparativists and that whichblossomed in the late 1950s and 1960s. Nor is this simply coincidental, for, at least in part, it is the abandonment of theambition towards global comparison and universalism which appears to have provided the space in which these newquestions can become relevant. There are two steps involved here. In the first place, as noted above, a restriction of thescope of comparison has allowed more attention to be devoted to institutional specificities, and this in itself has helpedmake it possible to ask whether politics matters. Second, restricting the scope of comparison also means that it nowmakes more sense to ask whether politics matters than would have been the case in comparisons which attempted toembrace three different worlds, since, in the latter case, and inevitably so, differences in levels of economicdevelopment, or even political culture, would have been likely to appear much more relevant (e.g. Castles 1982).Indeed, once comparisons are restricted to relatively similar cases, such as, for example, the advanced industrialdemocracies, in which the levels of economic development, or the patterns of political culture, or the structures ofsociety are relatively invariant, then the researcher is almost necessarily forced back onto the inevitably varying politicalstructures and processes.158 And precisely because the possible “determinants” of politics—at the level of economy,(contemporary) culture, or society—in these similar cases do vary so little, these varying political structures andprocesses then increasingly assume the status of an explanans rather than an explanandum, and thus help to drawattention to enquiries into outcomes and outputs. Whatever the reasons, however, it is certainly true that

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158 As well as, increasingly, onto the variance of historical traditions, where a more nuanced version of political culture and political traditions then also comes into play (see, forexample, Castles 1989; 1993; Katzenstein 1984: 136–90; Putnam 1993). The danger here, however, is that an emphasis on the crucial role played by historical traditionsmay sometimes lead to essentially ad hoc explanations, if not to a degree of fatalism.

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comparative political inquiries are now much more likely than before to ask about the difference which politics makes,rather than to ask what makes politics different. In other words, confronted with variation in institutional structuresand political processes, contemporary scholars are now much more likely to want to assess the impact of this variationrather than, as before, and most notably in the late 1950s and 1960s, asking why these differences have emerged in thefirst place, and this clearly does indicate a major shift in the direction of comparative research.

Evidence of this shift can be seen partially in the variety of new trends noted by Rogowski (1993, see also above), aswell, indeed, as in almost any reading of the contemporary literature (see, for example, Keman 1993b). It can also beseen, and perhaps more interestingly, in the trajectory of individual scholars and schools of research. Among individualscholars, for example, it is possible to cite the case of Arend Lijphart, who has for long been one of the foremostauthorities in the discipline, and whose work has progressed over time from an inquiry into the conditions which gaverise to certain types of democracy to an inquiry into the consequences of certain types of democracy. Lijphart's firstmajor work in the field of comparative politics concerned the elaboration of a typology of democratic regimes, inwhich the various types identified, and most notably consociational democracy, were defined on the basis of twocrucial determining variables—the degree of conflict or co-operation among élites, on the one hand, and the degree offragmentation or homogeneity in the political culture, on the other, with the latter being located firmly within aconception of social divisions and social pluralism (Lijphart 1968). What is most interesting in this particular context,however, is that as Lijphart's work developed, and as he attempted to modify and build on these initial ideas, thespecifically social side of the equation became less and less important, such that in his highly influential depiction oftwo more generalized models of democracy (Lijphart 1984), the question of the social determinants of the politicalstructures with which he was concerned was essentially relegated to the margins (Lijphart 1984, see also Bogaards1994). Ten years later, in his most recent work in this field, the change in emphasis was even more evident, with theinquiry now having shifted into the question of the performance of the different types of democracy, and with thequestion of determinants being almost wholly ignored (Lijphart 1994a).

Similar shifts can also be seen among different schools of research, with the democratization literature offeringperhaps the most obvious example of the way in which the explanans has moved from an emphasis on the “objective”social and economic conditions for democracy (e.g. Lipset 1959) to an emphasis on the importance of élite decision-making, on “voluntarism,”

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and on the types of institutions and political structures involved. Whether democracy can emerge, therefore, andwhether it can be sustained, is now seen to be much less dependent than before on levels of social and economicdevelopment and much more dependent on political choices (Rustow 1970), on “crafting” (Di Palma 1990), as well ason the outcomes of rational actions and information (e.g. Przeworski 1991). As Karl (1991: 163) puts it, “the mannerin which theorists of comparative politics have sought to understand democracy in developing countries has changedas the once dominant search for prerequisites to democracy has given way to a more process-oriented emphasis oncontingent choice” (see also Karl 1991, more generally, as well as Whitehead, chap. 14, below). In a similar sense, thequestion of the consolidation and sustainability of new democracies is now also seen to be much more closelyassociated with the actual specifics of the institutions involved (e.g. Linz and Valenzuela 1994). Here, then, as is alsomore generally the case in a variety of different fields of inquiry in comparative politics, the questions now revolvemuch more clearly around what politics does, rather than what makes politics the way it is, with the result that, morethan two decades after an early but very powerful appeal for just such a shift (Sartori 1969), comparative inquiries arenow finally more likely to emphasize a political sociology rather than simply a sociology of politics.

IV ProblemsAt one level, work in comparative politics is often frustrating. The scholar devotes much time and effort in gatheringcomparable cross-national data, in ensuring that no relevant factor has been excluded from the analysis, and in buildinga general and preferably parsimonious model which can explain the phenomenon in question wherever and wheneverit occurs, only then to be confronted at some conference or other with some national expert who complains that it'sreally not like that around here and who then goes on to offer a much more nuanced but essentially idiographiccounter-explanation (what Hans Daalder refers to as the “Zanzibar ploy”). At another level, of course, work incomparative politics allows one to be happily irresponsible, in that it is always possible to pre-empt the Zanzibar ployby prefacing one's broad theory with the caution that while the conclusions are not necessarily true for any particularcountry, they are nevertheless certainly true more generally. In both cases, however, the real difficulty is essentially thesame: although country tends to form the unit of

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analysis and observation, the scholar must nonetheless work at one remove from country, and, regardless of whetherthe number of cases is limited or extensive, must translate a national experience into an operational category. Andwithout wishing to enter into a discussion of the pros and cons of different comparative methods, this immediatelypresents those engaged in comparative politics with two particular problems.

The first of these problems was already alluded to by Rogowski (1993), and has frequently been highlighted incontemporary discussions of the discipline, and concerns the extent to which country continues to provide ameaningful unit of analysis. One aspect of this problem is the difficulty of identifying what is specific to nationalpolitics in an increasingly international environment. Insofar as comparative research does increasingly focus onoutcomes and outputs, for example, then it is also increasingly likely to resort to explanations and determinants whichlie outside the control of any one national state. To be sure, it is possible to construct a similar-cases research strategyin which precisely the same international environment is common to all the relevant cases, and in which it can then betaken as a given which will not explain any subsequent cross-national variation which might be found (see, forexample, Scharpf 1988), but the opportunities for such a strategy are necessarily both limited and limiting (Mair 1995).In any case, to the extent that national institutions and national governments lose their capacity to mould their ownnational environments, then to that extent the study of comparative politics faces potentially severe problems.159 Asecond aspect of this problem concerns the sheer validity of country as a unit of analysis, even regardless of anyrelevant international context. The difficulty here is posed by the simple fact that countries themselves change overtime, and hence in addition to puzzling over cross-national variation, researchers also need to be conscious of cross-temporal variation, in which country A at time X might differ as markedly from country A at time Y as it does fromcountry B at time X (Bartolini 1993). Indeed, this difficulty becomes particularly acute when research is focused oninstitutional structures, since it is usually at this level that significant changes can and do occur. In other words, ifinstitutions do matter, how can those countries be analyzed in which these very institutions change? One possiblesolution to this problem which is emerging with increasing frequency is simply the dissolution of country intoparticular subsets of variables, with the recent study by Bartolini and Mair (1990), and most especially that by Lijphart(1994b), offering useful examples of

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159 And not just comparative politics: note Susan Strange's (1995: 55) provocative suggestion that with the waning of the state as the most important unit of analysis, “much ofWestern social science is obsolescent, if not yet quite out-of-date.”

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the gains which can be made by abandoning the notion of countries as single and indivisible cases and by the adoptionof multiple observations from each country. The focus of Lijphart's recent study is electoral systems and their politicalconsequences, and it is precisely these electoral systems, rather than countries as such, which constitute the relevantcases in the enquiry. Thus, for example, although France is one of the twenty-seven democracies included by Lijphartin his research, France as such does not constitute one of the relevant units of analysis; rather, the six different electoralformulae which France has adopted since 1945 constitute six of the total of seventy cases which are analyzed in thestudy (Lijphart 1994b). To be sure, this is far from a novel strategy, and a similar approach has long been adopted incomparative coalition research, for example. Nevertheless, it is an increasingly common strategy, and suggests a muchgreater willingness to experiment with alternative units of analysis and hence to make provision for cross-temporalvariation (Bartolini 1993).

The second problem involved here is perhaps more acute, and involves the reliability of the various measures andindicators which are used in order to translate national experiences into comparable operational categories, a problemwhich has become even more pronounced as scholars have attempted to build into their analyses measures of variationin political institutions and political structures. Social and economic explanans have always proved relatively easy tooperationalize, and in this sense the appeal of “objectivity” in the sociology of politics (Sartori 1969) has always beeneasy to appreciate, not least because of the apparent reliability of such sources of data as the World Bank, the OECD,the European Union, and even survey research. Once institutions begin to be measured and compared, however,reliability appears to falter, while at the same time hard data—in the sense of data which mean the same thing in everycontext—often prove unavailable. The result is an endless search for suitable “indicators,” and even, at the extreme,the apparent fetishization of such indicators. One useful example of such an approach was the Lange–Garrett–-Jackman–Hicks–Patterson debate which took in the pages of the Journal of Politics in the late 1980s concerning therelationship between leftwing strength, as measured by party and organizational (i.e. trade-union) variables, andeconomic growth, and which was subsequently cited in a review of recent developments in the comparative method(Collier 1991: 22), as “an exemplar of a methodologically sophisticated effort by several scholars to solve an importantproblem within the framework of a small-N quantitative analysis.” The debate did certainly represent a very valuableand important contribution to comparative political research, and it was also certainly marked by a pronounced

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methodological and statistical sophistication, with much of the to-ing and fro-ing between the authors revolvingprecisely around different methodological approaches. That said, however, it was also striking to see how the initialquestion of whether economic growth can be associated with left-wing strength was eventually transformed into aproblem of statistical technique and case-selection, and how the more fundamental problem of how exactly leftwingstrength could be measured and operationalized was essentially ignored. In other words, while the methodology wasdebated, the indicators themselves were taken from granted. And when one goes back to that debate, and looks to seeprecisely how these crucial indicators were derived, then one is simply directed to an article from the early 1980s, inwhich the “the left” is “broadly defined to include Communist, Socialist, Social Democratic, and Labour parties, as wellas several small parties that are to the left of centre on a Downsian ideological continuum,” and in which leftiststrength in government is indicated by the extent to which these parties control government, “as indicated by theircontrol of portfolios in the cabinet,” as well as by “the strength of governing leftist parties in parliament” (Cameron1984: 159), while levels of trade union membership and the organizational unity of labor are based on data reported inthe Europa Yearbook (Cameron 1984: 165).

Now, my point is not that these indicators are worthless; far from it—they might well be very solid, and could certainlyhave been the best that could be found at the time of the original study by Cameron. What must be emphasized,however, is that they are simply indicators; they are not, nor can they ever hope to be, the real thing. And hence if along debate is to rage in a reputable journal concerning the very important substantive question of whether leftiststrength can be associated with economic growth, surely one of the first questions that springs to mind should not beabout statistical techniques, but should rather be about the accuracy and reliability of the indicators themselves. For ifthe indicators no longer offer the best indication of what is supposed to be the underlying reality, then no amount ofstatistical engineering will result in the cumulation of understanding. Is some notion of the “Downsian left of centre”the most appropriate dividing line to define left and right, or might some other measure not be tested? Is control overportfolios per se the best indicator of governmental influence, or might account not be taken of precisely whichportfolios were involved? Might the level of membership in leftist trade unions not offer a more appropriate measureof leftwing strength than membership in trade unions per se, and did the Europa Yearbook really continue to remainthe best source of hard, reliable, cross-national data for this crucial variable? In the end, of course, these indicatorsmight well prove to have been the best

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possible indicators then available to the contributors to this busy debate; what is simply surprising is that nobodythought to check this out.

There are, of course, numerous other examples which might be cited in which potentially fallible or arbitrary indicatorshave been accorded an almost biblical status. The Castles–Mair (1984) data on the left–right placement of parties in anumber of western democracies, for instance, are generally seen as quite authoritative, and continue to be frequentlyemployed in studies which follow along similar lines to the work cited above. These data probably are authoritative; butit is also possible that they are not, and the picture which they draw, based on a relatively small number of expertopinions in one snapshot sample, should not perhaps be accorded the significance and weight which they normallyreceive, and should certainly not be automatically assumed to have a validity extending both long before, and longafter, their actual application. The same might also be said of the various indicators which were initially developed byArend Lijphart (1984) as a means of elaborating his influential distinction between majoritarian and consensusdemocracies, and which have subsequently been incorporated in a variety of different analyses; although theseparticular indicators may well offer one of the best means by which these two types of democracy might bedistinguished, they are not necessarily the only option, and any application of Lijphart's indicators should certainly takeaccount of the specific time period (1945–80) to which they apply, in that a different slice of time can lead to quite adifferent categorization of the cases (see, for example, Mair 1994). Robert Putnam's (1993) modern classic on Italiandemocracy is certainly far-reaching in both its argument and its implications, and has been highly praised for itscapacity to link patterns in contemporary political culture to their early modern foundations; but even here, despite theintellectual breadth of the study, the key measure of institutional performance on which the analysis depends is basedon just a small number of indicators, some of which derive from observations which were taken in the course of onlyone calendar year (Morlino 1995).

The real problem here, then, as is often the case in comparative political research more generally, is that the analysis ofthe relationship between variables is assumed to be more important than the quality and reliability of the variablesthemselves, a problem which has become even more acute as increased priority has been accorded to variousinstitutional and political factors, and their operational indicators. It is also a very severe problem, for despite theevident increase in statistical and methodological sophistication of comparative political research in recent years, anddespite the very obvious theoretical ambition, the actual data which are employed

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remain remarkably crude (see also Schmidt 1995). And since it is precisely this lack of solid comparable data which isencouraging the virtual fetishization of whatever indicators might be available, regardless of their potential fallibility, itmust surely remain a priority for comparative political research to follow the advice laid down by Stein Rokkan onmany different occasions, and to continue to stimulate the collection of systematically comparable data which can really“pin down numbers” (cited by Flora 1986: v–vi) on cross-national variation.

V Conclusion: Present and Future TrendsAll studies in comparative politics share at least one attribute: a concern with countries, or macro-social units, as unitsof analysis or, at least, as units of observation (Ragin 1987; Keman 1993a). At the same time, comparative analysis willalso often seek to arrive at generalizable propositions, which, in their most extreme form, would seek to explainphenomena whenever and wherever they occur. The inevitable result is a tension between an emphasis on country-specific factors, on the one hand, and universal relationships, on the other. But whereas the then new comparativepolitics of the 1950s and 1960s tended to place the emphasis on universal relationships, and thus global comparisons,the tendency within comparative research over the past decade or so has been to move away from general theory byemphasizing the relevance of context.

In part, this tendency reflects the renewed influence of historical inquiry in the social sciences, and especially theemergence of a “historical sociology” (Skocpol and Somers 1980; Abrams 1982) which tries to understand phenomenain the very broad or “holistic” context within which they occur (see also Thelen and Steinmo 1992, and Section IIabove). More general theories, by contrast, are seen to involve the artificial disaggregation of cases into collections ofparts which can then be compared cross-nationally, and in which the original configuration of the aggregated “whole”is forgotten (see Ragin 1987: ix–x). Understanding the full picture as a whole and in depth is therefore seen to bepreferable to a more general explanation of particular fragments of that picture. In part, however, this return to contextis also the result of exhaustion and frustration. When the universe of comparative politics expanded in the late 1950sand 1960s, and when data on more and more countries became available to comparativists, there developed aninevitable tendency to compare as many cases as possible, and research tended to be driven by the elaboration ofdeductive models

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which could then be tested with as big an N as possible. Explanations were then enhanced through either an expansionof data sets, or through a refinement of the explanatory variables, or through a clearer specification of precisely whatneeded to be explained. Much of the development of coalition theories in the period from the 1960s to the 1980s, forexample, can be seen in this way, with an ever more extensive range of countries being included as cases; with morevariables being added to the models, such as policy, ideology, governing experience, and so on; and with more precisedefinitions of what actually constituted a “winning” coalition (see the reviews in Browne and Franklin 1986; Budge andLaver 1992). In a similar vein, much of the work which sought to assess the impact of “politics” on public policyoutcomes (e.g. Castles 1982) developed by means of taking in as many cases as possible, and then by enhancingexplanatory capacity through the constant refinement of the measures and definitions of “politics” (involving partyideology, party policy, institutional structures, structures of interest representation, and so on), on the one hand, andthe measures and definitions of “outcomes” (levels of expenditures, policy styles, different policy sectors, and so on),on the other. In both fields of study, therefore, the goal remained one of explaining the relevant phenomenon in asgeneral a manner as possible, while seeking to improve the capacity to explain by a constant modification ofmeasurement tools.

Most recently, however, this strategy appears to have changed, not least because the capacity to enhance the amount ofvariance explained has more or less exhausted itself, with a further refinement of the various models now appearing tooffer little in the way of explanatory gains. Coalition theorists, for example, now tend to place much more emphasis oninductive models (e.g. Pridham 1986), and are now much more concerned with understanding the broader nationalcontext within which each coalition game is played out, while those who are attempting to explain public policyoutcomes are now tending to revert much more towards in-depth, case-sensitive, holistic studies. Francis Castles, forinstance, who has pioneered much of the best comparative work in this latter area, has recently gone from developingbroad, deductive models in which context played little or no role (Castles 1982), to more culturally specific studies inwhich distinct, but largely unquantifiable “traditions” (the English-speaking nations, or the Scandinavian nations) areaccorded an important role (Castles and Merrill 1989; Castles 1993), as well as to more country-specific studies, inwhich the national context appears paramount (Castles 1989). The result has been a shying away from moregeneralized models and a renewed emphasis on the deeper understanding of particular cases or countries, where, ofteninductively, more qualitative and contextualized data can be

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assessed, and where account can be taken of specific institutional circumstances, or particular political cultures. Hencewe see a new emphasis on more culturally specific studies (e.g., the English-speaking nations), and then nationallyspecific studies (e.g., the UK alone), and even institutionally specific studies (e.g., the UK under the Thatchergovernment). Hence also the recent and increasingly widespread appeal of the very disaggregated approaches whichemerge within the “new institutionalism” (e.g., Tsebelis 1990; Ostrom 1991).

At the same time, however, it would be largely mistaken to read this recent shift as simply a return to the old emphasison the study of individual countries which pre-dated the efforts of the 1954 Committee on Comparative Politics, inthat there remains one major contrast between the earlier single-country approach and the present rediscovery ofcontext, a contrast which has now begun to play a crucial role in the development of comparative political science as awhole. For whereas the earlier focus on single-country studies was developed at a time when political science itself wasat a very early stage of development, and at a time when the centers of disciplinary excellencewere concentrated in justa handful of departments in a small number of countries, the present concern with context has emerged following amassive expansion of the discipline in terms of both internationalization and professionalization (Daalder 1993).Formerly, for example, collections of national studies such as that represented by the pioneering Dahl “oppositions”volume (Dahl 1966) were quite exceptional, in that it was only rarely that scholars with expert knowledge on countriesor cases could be found and brought together to discuss the application of similar hypotheses to their countries orcases. Nowadays, however, this sort of pooling of resources has become quite commonplace, and forms a corestrategy within many cross-national (but usually regionally specific) research projects in a variety of different disciplines.This is particularly the case within comparative politics, where the development of common training methods andparadigms, together with the expansion of formalized international networks of scholars (such as the EuropeanConsortium for Political Research, ECPR) have insured that political science scholars, at least in the different regions,have now begun to speak what is essentially the same disciplinary language. As a result, it is now relatively easy, moneypermitting, to bring national experts together and then to cumulate their knowledge into a broad comparativeunderstanding which is at the same time sensitive to the nuances of different contexts (see, for example, Pridham 1986;Budge et al. 1987; Castles 1989; Katz and Mair 1994; Laver and Shepsle 1994). And precisely because these localexperts are being brought together, and then aggregated, as it were, it is proving possible,

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through the combination of in-depth and more generalized approaches, to build up plausible, convincing, and yetsufficiently nuanced comparative analyses. In other words, as a result of the international networks and cross-nationalcollaboration which has been facilitated by the professionalization of political science as a whole, case-study analysis isnow being adapted to generalizable theories and models, thus offering a strong potential for linkage between these twotraditionally distinct approaches. This, then, is the current stage at which comparative political research finds itself: thebringing together of more case-sensitive, context-sensitive groups of studies which, through team effort, and throughcollaborative group effort, can genuinely advance comparative understanding, and can genuinely contribute to thedevelopment of comparative politics.160 It is, to be sure, a form of comparison which is much more limited in scopethan that envisaged by the Committee; perhaps paradoxically, however, and to return to Eckstein (1963: 22), it is also amode of comparison which seems much better suited to “solving middle-range theoretical problems,” even though, assuggested above, these problems are now more likely to concern the consequences of politics, rather than, as Ecksteinsaw it, its “determinants.”

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160 At the same time, however, this strategy also carries its own dangers. More specifically, the combined effect of both internationalization and professionalization now riskscreating an essentially two-tier profession, in which there are the genuine comparativists, on the one hand, that is, those who initiate and design such cross-national projects,and who are then responsible for the cumulative interpretation; and the country experts, on the other hand, that is, those who, time after time, as participants in theseprojects, interpret their own country or case in the light of the frameworks set by the project initiators. This distinction, to be sure, need not be hard and fast, and thosewhose job it is to interpret country X for project A may later develop their own projects and recruit their own teams of experts. In practice, however, much depends on theresearch and training infrastructures within the different countries, such that those national political science professions in which there is a greater emphasis on the need forcross-national research, and those in which funding is available for such research, will tend to produce the project initiators; whereas those in which the focus is morenationally oriented will tend to produce the country experts. It is thus no accident that comparative politics, and even comparative European politics, is nowdisproportionately dominated by American scholars, who are the principal beneficiaries of the cross-nationally oriented American National Science Foundation.

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El método comparativo y el análisis de configuraciones causales

Aníbal Pérez Liñán

Departamento de Ciencia Política Universidad de Pittsburgh

([email protected])

v.2: 10-12-2009

Desde comienzos de los años setenta, la comparación ha quedado establecida

como un procedimiento analítico central en ciencia política. Las cátedras de Política

Comparada presentan el método comparativo como rasgo distintivo de este campo de

estudio, y es parte de nuestro repertorio intelectual sostener que la comparación es el

instrumento apropiado en situaciones en las que el número de casos bajo estudio es

demasiado pequeño para permitir la utilización del análisis estadístico (Lijphart 1971).

De este modo, la comparación se presenta como un estrategia analítica que tiene fines no

solamente descriptivos sino también explicativos, un procedimiento orientado por sobre

todo a poner nuestras hipótesis a prueba.

Pero, ¿de qué manera es posible verificar hipótesis a través de la comparación?

La respuesta a esta pregunta parece inicialmente sencilla, pero suele resultar engañosa.

En este artículo se revisan los fundamentos lógicos y se exponen algunos desarrollos

recientes del método comparativo. En la primera sección se evalúan los requisitos de

diseño para desplegar una comparación exitosa. En la sección segunda se presentan dos

estrategias clásicas (la contrastación de casos similares y diferentes) y los problemas de

inferencia causal vinculados a ellas. La sección tercera introduce el análisis de

mecanismos causales complejos y la utilización de tipologías con el fin de seleccionar

casos cruciales. En la sección cuarta se desarrolla un marco para el análisis de

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configuraciones causales necesarias y suficientes siguiendo el trabajo de Charles Ragin.

Las conclusiones resumen la utilidad de las técnicas presentadas y esbozan algunos

desafíos futuros.

1. Temas, Preguntas e Hipótesis

Los proyectos de investigación suelen comenzar con una preocupación (teórica o

normativa) referida a una cuestión políticamente relevante pero vagamente definida.

Supongamos, por ejemplo, que nos interesa estudiar la política a nivel local (provincial,

estadual o departamental) y más concretamente el poder de los gobernadores. Formulada

de este modo, la problemática es demasiado amplia para constituir una pregunta de

investigación definida; es preciso acotar el esfuerzo del analista a un aspecto específico

de esta cuestión general. Una buena pregunta de investigación debe indagar sobre un

fenómeno empírico que presenta variación en el mundo real. A los efectos de este

documento, consideremos una pregunta de investigación hipotética: ¿bajo qué

condiciones consigue un gobernador ganar su reelección?

Definida la pregunta de investigación, es preciso ofrecer una respuesta tentativa.

En una investigación científica, esta respuesta preliminar adquiere la forma de una

hipótesis, que contiene tres elementos: un fenómeno que se busca explicar (la variable

dependiente, convencionalmente representada como Y), uno o más factores explicativos

(o variables independientes, representadas como X), y una relación causal que

presuntamente vincula a ambas (y que el método comparativo apunta a verificar). Las

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variables pueden medirse a través de diferentes escalas pero, por motivos de sencillez en

la exposición, en este trabajo presentaré ejemplos con variables dicotómicas1

En el ejemplo aquí utilizado, la variable dependiente corresponde a la reelección

(un gobernador puede ganar la reelección o no). Es importante notar que, incluso en un

caso sencillo como éste, es preciso establecer una definición operacional clara para cada

variable. ¿Cuándo podemos decir que un gobernador ha sido reelecto? ¿Debe contarse

como reelección, por ejemplo, si la persona regresa al cargo después de un período fuera

del gobierno? A los fines del ejemplo, definamos simplemente la reelección como el

triunfo electoral que permite la continuación en el cargo de un gobernador durante un

período inmediatamente posterior a su mandato.

.

En la práctica, el problema de las definiciones operacionales suele ser bastante

más complicado. Por ejemplo, consideremos tres variables independientes como posibles

explicaciones para el éxito del proyecto reeleccionista de un gobernador2

X1: La Constitución provincial permite (o no) la reelección;

:

X2: El gobernador ha realizado (o no) una buena gestión en el mandato reciente;

X3: La oposición presenta un candidato fuerte (o no).

1 Las variables pueden ser categóricas (escalas nominales u ordinales) o numéricas (escalas de intervalos o razones). Las variables dicotómicas (que clasifican a los casos dentro o fuera de un conjunto particular), constituyen la forma más simple de variable categórica. Los estudios comparativos que analizan un pequeño número de casos tienden naturalmente a utilizar variables categóricas, porque incluso cuando éstas reflejan cantidades (por ejemplo, el PBI de un país) lo que importa no es tanto la cantidad en sí misma sino lo que ésta representa en términos cualitativos (¿es éste un país rico o pobre?). Más allá de los ejemplos, las técnicas presentadas en este texto son aplicables también a variables con múltiples categorías (por ejemplo: alto, medio y bajo). 2 Las variables independientes presentadas en este trabajo están seleccionadas con criterio puramente ilustrativo (y los casos que las ejemplifican son puramente ficticios). Mi intención no es sugerir una conclusión teórica sobre el fenómeno de la reelección de los gobernadores, sino apenas ejemplificar la lógica del análisis.

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La primera variable independiente parece fácil de definir y medir (aunque no es

raro que este tema llegue como materia de interpretación a una Corte Constitucional),

pero las otras dos variables resultan bastante más ambiguas. ¿Qué significa realizar una

“buena gestión”? ¿Cómo se define una oposición “fuerte”? Estos términos son tan vagos

que requieren un trabajo riguroso para identificar dimensiones e indicadores concretos

que permitan su conceptualización y medición. En las páginas que siguen, asumo que

este problema ha sido resuelto y que los casos bajo estudio han sido clasificados

siguiendo definiciones operacionales claramente establecidas por el investigador.

La última cuestión preliminar de gran importancia se refiere a la definición de la

población bajo estudio y la muestra a ser observada. Por “población” me refiero al

universo de unidades de análisis que constituyen el foco del estudio. La forma más

sencilla de identificar la población relevante es preguntarse a qué objetos del mundo real

se aplican nuestras hipótesis. (O en otros términos, qué clase de objeto puede ser

descripto por las variables que componen la hipótesis). Por ejemplo, cuando sostenemos

que una buena gestión de gobierno es necesaria para ganar la reelección, nos referimos a

gobernadores, quienes genéricamente constituyen la población bajo análisis3

Es importante notar que la población es un concepto teórico; en la práctica nunca

es posible observar una población completa (el universo de todos los gobernadores en

todos los períodos históricos, por ejemplo). La investigación siempre procede a partir de

la selección de una muestra, un número limitado de casos que nos permite acotar el

.

3 Cuanto mayor sea el rango de nuestra teoría, más extensa será la población implícitamente referida. También será mayor el riesgo de asumir que situaciones históricamente diferentes están gobernadas por un mismo proceso causal. Sobre el peligro de la heterogeneidad causal, véanse los trabajos recientes de Brady y Collier (2004), George y Bennett (2005), Mainwaring y Pérez Liñán (2007), y Ragin (2000).

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trabajo para hacerlo viable. Los estudios estadísticos, en los que se incluye un gran

número de casos, aspiran a trabajar con una muestra representativa que refleje la

distribución de los valores de las variables entre la población. En los estudios

comparativos, en los que el número de casos analizados es mucho menor (usualmente

entre dos y veinte), las estrategias para seleccionar casos relevantes han variado a lo largo

del tiempo y han generado un importante debate (Gerring 2007).

2. Selección de Casos: Estrategias de Similitud y Diferencia

Una estrategia clásica para definir la muestra en un estudio comparativo consiste

en seleccionar casos paradigmáticos del fenómeno que se desea explicar. Por ejemplo, si

algunos gobernadores (digamos, A, B, C y D) son famosos por su capacidad para

sobrevivir en el poder, resulta razonable comenzar nuestro estudio analizando sus

experiencias. Nuestro estudio puede explorar, en cada uno de los cuatro casos, la

trayectoria del político, su éxito electoral, el contexto institucional de su provincia, y las

características de su gestión. Pero en última instancia, el análisis comparativo deberá

abordar una pregunta clave: ¿existe alguna característica común a los cuatro

gobernadores que permita explicar su éxito?

La Tabla 1A ejemplifica la lógica de este procedimiento a través de una matriz de

datos en la cual los casos se presentan como filas y las variables, como columnas. Los

cuatro gobernadores han logrado perpetuarse en el cargo (Y), pero no todos han realizado

una buena gestión (X2). Sin embargo, todos ellos operan en un ambiente institucional

que permite la reelección (X1), lo que sugiere que el marco constitucional es parte de la

explicación (y la calidad de la gestión no lo es).

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Tabla 1. Ejemplo de Tabla Comparativa: Método de Similitud

1A. Tabla con información cualitativa 1B. Versión binaria de 1A

Caso Y X1 X2 Caso Y X1 X2 Gobernador A Reelecto Reelección permitida Buena gestión A 1 1 1 Gobernadora B Reelecta Reelección permitida Buena gestión B 1 1 1 Gobernador C Reelecto Reelección permitida Gestión mala C 1 1 0 Gobernadora D Reelecta Reelección permitida Gestión mediocre D 1 1 0

Variables: Y: Reelección; X1: La Constitución provincial permite la reelección; X2: Calidad de la gestión.

A los efectos de simplificar la presentación de la lógica comparativa, la Tabla 1B

reproduce la misma matriz de datos utilizando un esquema binario para reflejar el

comportamiento de las variables. Un valor de 1 es asignado cuando la característica está

presente, y un valor de 0 cuando la característica está ausente. Nótese, por ejemplo, que

la variable X2 ha sido codificada como: Gestión buena=1; Gestión no-buena=0 (una

gestión no-buena no es necesariamente mala, como sugiere la experiencia de la

gobernadora D). Aunque las publicaciones suelen presentar tablas comparativas

parecidas al ejemplo 1A (con cierto contenido sustantivo que facilita la lectura), la lógica

de la inferencia causal resulta más fácil de reconstruir con una versión estilizada como

1B, y por ello emplearé este formato a lo largo de este trabajo.

La estrategia de selección que apunta a identificar casos paradigmáticos del

fenómeno de interés fue denominada como método de similitud por John Stuart Mill a

mediados del siglo XIX. En contraste, Adam Przeworski y Henry Teune (1970)

caracterizaron a esta estrategia como el diseño basado en los casos más diferentes. Esta

aparente contradicción en la nomenclatura se debe al aspecto de los casos enfatizado por

cada denominación. Mill destacaba que los casos elegidos deben coincidir en su

resultado (y si la hipótesis es correcta, en el comportamiento de la principal variable

independiente), mientras que Przeworski y Teune destacaban la necesidad de seleccionar

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casos que—más allá de su similitud en cuanto al resultado—fuesen muy diferentes con

respecto a las variables de control. La Tabla 1B ilustra este problema: si los casos fuesen

exactamente iguales con respecto a la variable X2, sería imposible determinar si la

principal causa de la reelección es X1 o X2 (o la combinación de ambas), lo que hace el

diseño de investigación fútil. Por ende, el método de similitud es más efectivo cuando los

casos seleccionados son en términos generales muy distintos, lo que permite eliminar

fácilmente explicaciones alternativas una vez que se han detectado las coincidencias

fundamentales (Peters 1998).

Esta estrategia analítica orientó el análisis comparativo en estudios clásicos sobre

el quiebre de la democracia (Linz 1978), las transiciones desde el autoritarismo

(O'Donnell y Schmitter 1986; Rustow 1970), y el estado burocrático-autoritario

(O'Donnell 1973), entre otros temas. Sin embargo, esta aproximación resultó

ampliamente criticada desde comienzos de la década de los noventa. En uno de los textos

metodológicos más difundidos en la ciencia política estadounidense, Gary King, Robert

Keohane y Sidney Verba argumentaron que los “diseños sin varianza” en la variable

dependiente impiden realizar inferencias causales ciertas (King, Keohane y Verba 1994).

Barbara Geddes, por su parte, destacó que el problema fundamental de esta estrategia es

la introducción de un serio problema de sesgo en la selección de casos (Collier, Mahoney

y Seawright 2004; Geddes 2003).

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Tabla 2. Ejemplo de Sesgo en la Selección

Caso Y X1 X2 A 1 1 1 B 1 1 1 C 1 1 0 D 1 1 0

<E> 0 1 0 <E>: Caso ignorado por el análisis de similitud

Para entender el problema de sesgo de selección es importante considerar lo que

el método de similitud nos impide observar. La Tabla 2 incluye un caso negativo (el

gobernador E, quien fracasó en su intento re-eleccionista). Por definición, el caso E

quedaría excluido de cualquier diseño basado en la estrategia de similitud, y por ende no

podría ser observado por el investigador. Sin embargo, la condición causal representada

por X1 está también presente en este caso. Esto sugiere que X1 no es una condición

suficiente para explicar el fenómeno de interés, y sin embargo la Tabla 1 no nos permite

detectar esta conclusión.

Con el fin de evitar este problema, los críticos defendieron el uso de lo que Mill

denominó como método de diferencia indirecto. Bajo esta estrategia, el investigador

selecciona casos positivos y negativos, lo que permite observar variación en la variable

dependiente (incluyendo, en nuestro ejemplo, a E y F que no lograron ganar la reelección,

tal como muestra la Tabla 3). La lógica de inferencia de este procedimiento constituye

una extensión del criterio utilizado por la estrategia de similitud: todos los casos que

presentan el resultado de interés deben también compartir una característica explicativa

común (con suerte, aquella característica anticipada por nuestra hipótesis), mientras que

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los casos negativos deben carecer de este atributo4

Prezeworski y Teune denominaron al método de diferencia en su versión más

pura como el diseño de los casos más similares. Nuevamente, la aparente contradicción

en el rótulo se comprende a partir del criterio utilizado para eliminar hipótesis

alternativas. Cuanto mayor sea la similitud de los casos con respecto a las variables de

control (por ejemplo, X1 se comporta de igual manera para todos los casos en la Tabla 3),

mayor será nuestra capacidad para eliminar estas explicaciones alternativas, dado que

tales “constantes” no resultarán explicaciones plausibles para la variación en el resultado

de interés.

. La Tabla 3 incorpora una nueva

variable X3, que indica la presencia de un candidato de oposición fuerte. La comparación

indica que aquellos gobernadores que carecían de oposición fuerte lograron la reelección,

mientras que aquellos que debieron enfrentarla fracasaron en sus intentos. X3 emerge

entonces como la explicación más plausible frente a X1 y X2.

4 Nótese que la presentación de este principio envuelve una lógica determinista: todos los casos positivos deben presentar la causa, y todos los casos negativos deben carecer de ella. El análisis de un numero pequeño de casos impone esta restricción (un caso desviado entre tres o cuatro es suficiente para poner en cuestión la validez de la hipótesis). Al trabajar con un gran número de casos, el análisis estadístico permite, por el contrario, incorporar las desviaciones como parte de un enfoque probabilista.

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Tabla 3. El Método de Diferencia Indirecto

Caso Y X1 X2 X3 A 1 1 1 0 B 1 1 1 0 C 1 1 0 0 D 1 1 0 0 E 0 1 0 1 F 0 1 0 1

Variables: Y: Reelección; X1: La Constitución provincial permite la reelección; X2: Calidad de la gestión; X3: Candidato de oposición fuerte.

El problema del sesgo de selección transformó al método de similitud en el gran

tabú de la política comparada durante los años noventa (la acusación de “seleccionar

casos a partir de la variable dependiente” era por entonces un cargo inapelable para

cualquier comparativista novato). Sin embargo, los especialistas formados en una

tradición de sociología histórica comparativa a menudo encontraban el método de

diferencia poco atractivo, porque en algunos contextos los casos negativos no son fáciles

de conceptualizar. ¿Qué significa estudiar un no-quiebre de la democracia? ¿O una no-

transición? ¿O un estado no-burocrático autoritario? ¿Qué casos debemos incluir en el

estudio de estos temas como casos negativos? ¿En qué archivos deben documentarse

estas no-experiencias históricas?

Frente a esto, algunos estudiosos de la metodología comparativa han reivindicado

el uso del método de similitud, estableciendo al mismo tiempo sus limitaciones

intrínsecas (Dion 1998; Ragin 2000). Una nueva mirada a la Tabla 2 nos permitirá

explorar este asunto. Consideremos el significado del problema en cuestión: la Tabla 2

indica que la posibilidad legal de reelección (X1) estuvo presente en todos los casos

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exitosos, y que también era un factor presente (aunque el investigador lo ignore) en un

caso de reelección frustrada. Esto sugiere que una regla constitucional favorable es

necesaria para buscar la reelección, pero ciertamente no es suficiente para lograrla. Al

comparar solamente casos positivos, el método de similitud nos permite establecer las

condiciones necesarias para un cierto fenómeno, pero no nos permite conocer las

condiciones suficientes para el mismo.

Este descubrimiento introduce cierta complejidad adicional en la interpretación de

las comparaciones basadas en el método de diferencia. Retornemos ahora a la Tabla 3: la

interpretación inicial sugería que X3 (la fuerza de la oposición) es la causa fundamental

del triunfo electoral, dado que las variables X1 y X2 no co-varían con Y. El método de

diferencia asume que los factores que se comportan en forma similar en todos los casos

(como X1) pueden ser descartados fácilmente, dado que su comportamiento es

inconsistente con el patrón de la variable dependiente (de allí justamente la

recomendación de Przeworski y Teune de seleccionar los “casos más similares” para este

ejercicio). Sin embargo, la distinción conceptual entre causas necesarias y suficientes nos

obliga a replantear este supuesto. En la Tabla 3, todos los casos de reelección exitosa

comparten dos características comunes: la autorización constitucional para la reelección y

la ausencia de una oposición fuerte. Esto sugiere que ambas condiciones podrían ser

necesarias para lograr la reelección. Por otra parte, resulta claro que X1 no es una

condición suficiente para lograr la reelección, pero X3 sí podría serlo (dado que ningún

gobernador que haya enfrentado una oposición fuerte ha salido triunfante). La Tabla

permite entonces sostener dos conclusiones diferentes: (a) X1 y X3 constituyen causas

individualmente necesarias y conjuntamente suficientes para el resultado de interés; o

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bien (b) X3 constituye una condición individualmente necesaria y suficiente para la

reelección, mientras que X1 es simplemente irrelevante (tal como sugiere el método de

diferencia)5

A menos que estemos dispuestos a adoptar el supuesto simplificador implícito en

el método de diferencia, los datos presentados en la Tabla 3 no permiten descartar la

primera conclusión. ¿Cómo resolver este problema de inferencia causal? Para

desentrañar este asunto es preciso primero conceptualizar los mecanismos causales en los

que intervienen múltiples variables independientes.

.

3. Causalidad Múltiple y Coyuntural

Consideremos, a los efectos del argumento, las siguientes hipótesis:

Hipótesis 1: La posibilidad legal a la reelección es suficiente para que los gobernadores

se perpetúen en el poder.

Hipótesis 2: Una buena gestión asegura a los gobernadores la reelección, siempre y

cuando ésta esté legalmente permitida.

Hipótesis 3: Los gobernadores se sostienen en el poder cuando realizan una buena gestión

o cuando carecen de oposición fuerte.

Estas tres hipótesis presentan estructuras lógicas diferentes. En el primer caso, se

sostiene que una única condición causal es suficiente para producir el resultado de

interés. (Esta idea es parsimoniosa, pero poco creíble). En la segunda hipótesis, en

cambio, se argumenta que dos factores (X1 y X2) deben combinarse para posibilitar la

5 Algunos autores como Barbara Geddes y Jason Seawright han argumentado que a veces es posible detectar condiciones trivialmente necesarias (las cuales están presentes en todos los casos, positivos y negativos, y que por ende añaden muy poco a la explicación). Este punto representa una nueva crítica al uso del método de similitud. La variable X1 en la Tabla 3 podría representar un ejemplo de este problema.

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reelección. J. S. Mill denominó a este tipo de mecanismo como “efectos compuestos”, y

Charles Ragin (1987) ha acuñado el término “causalidad coyuntural”, dado que sólo la

articulación de múltiples factores en una coyuntura específica posibilita el resultado. El

tercer ejemplo propone dos vías alternativas para sostenerse en el poder: la gestión fuerte

(X2=1) o la oposición débil (X3=0). Esta situación corresponde a lo que Alexander

George y Andrew Bennett (2005) llaman “equifinalidad” (la producción histórica de un

mismo resultado por múltiples vías) y a lo que Ragin (1987) denomina “causalidad

múltiple”.

La reflexión sobre estos mecanismos causales puede resultar engorrosa, y es por

eso que en este punto resulta conveniente introducir algunos principios de lógica

proposicional difundidos por el trabajo de Ragin en el campo de la sociología comparada.

Un primer operador lógico (‘no’) refleja fácilmente la ausencia de una condición causal

(por ejemplo, la ausencia de oposición fuerte se concibe como no-X3). Un segundo

operador lógico (‘y’) permite representar la conjunción de dos o más condiciones

causales (por ejemplo, X y Z). En tercer lugar, el operador ‘o’ permite representar la

disyunción característica de la causalidad múltiple (X ó Z). Por último, la relación lógica

de implicación (si X, entonces Y) corresponde a la relación causal de suficiencia.

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Tabla 4. Algunos Símbolos para Representar Relaciones Lógicas

Operador lógico Símbolos Negación (no-X) ¬X ~X x [minúscula] Conjunción (X y Z) X*Z X&Z X∙Z Disyunción Inclusiva (X ó Z) X+Z XVZ X|Z Implicación (si X, entonces Y) X⇒Y X→Y Y = X

La Tabla 4 presenta algunos símbolos comúnmente utilizados para representar

estos cuatro operadores lógicos. En las páginas que siguen, utilizaré los símbolos

presentados en la primera columna, pero el lector a menudo encontrará las otras

alternativas en los libros de texto. Corresponde notar que algunos símbolos que tienen un

significado muy preciso en el álgebra convencional adquieren un significado diferente en

lógica formal (también conocida como álgebra de Boole). Por ejemplo, el signo de

adición adquiere un nuevo significado para representar la disyunción inclusiva, y el signo

de igualdad es a veces utilizado para representar la implicación inversa (el término a la

derecha del signo implica al término a su izquierda).

Estos operadores ofrecen una notación sencilla y conveniente para representar

argumentos causales de cierta complejidad, que a veces pueden resultar confusos en su

formulación natural en castellano. Por ejemplo, las tres hipótesis presentadas

anteriormente se traducen como:

Hipótesis 1: X1 ⇒ Y (la presencia de X1 es suficiente para Y)

Hipótesis 2: X1 * X2 ⇒ Y (X1 y X2 son conjuntamente suficientes para Y)

Hipótesis 3: X2 + ¬X3 ⇒Y (X2 o la ausencia de X3 son suficientes para Y)

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Aunque la relación de implicación expresa siempre causalidad suficiente, es fácil

representar la presencia de condiciones necesarias con esta misma notación. Por

ejemplo, si sostenemos que X es condición necesaria para Y, se infiere de ello que en

ausencia de X, no es posible observar Y, esto es: ¬X ⇒ ¬Y. Este es justamente el

principio subyacente a la famosa frase de Barrington Moore, “sin burgesía, no hay

democracia” (Moore 1973, 339). El modo tollendo tollens (por el cual negando una

consecuencia, negamos también su premisa) nos permite invertir esta proposición como

Y ⇒ X, lo que indica que, dada una condición necesaria, siempre que observemos el

resultado esperaremos también observar la condición necesaria. Este principio se ve

reflejado en el método de similitud.

Esta notación introduce la posibilidad de pensar mecanismos causales más

complejos, y por ende teorías explicativas más ricas. De este modo, el recurso

metodológico permite ampliar nuestra capacidad teórica. En un trabajo que analiza el

vínculo entre los estudios de caso y el desarrollo de la teoría en ciencias sociales,

Alexander George y Andrew Bennett (2005) insisten en que una teoría rica y sensible a

los efectos contextuales debe explorar sistemáticamente las diversas configuraciones

causales derivadas de las variables bajo estudio. No es suficiente especular con el efecto

aislado de dos o más variables sobre el resultado de interés, es preciso también explorar

las posibles interacciones entre los factores explicativos, porque los efectos de ciertas

variables pueden cancelarse mutuamente o potenciarse entre sí. Esta preocupación ha

conducido a George y Bennett a formular el concepto de “teorías tipológicas”. Las

teorías tipológicas no buscan conceptualizar el efecto de causas aisladas, sino el efecto de

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configuraciones causales complejas (o tipos ideales explicativos) que emergen en un

espacio de propiedades multidimensional.

¿Cómo elaborar una teoría tipológica? George y Bennett no ofrecen un

procedimiento preciso, pero Ragin ha analizado la mecánica en reiteradas oportunidades

(Ragin 1987; 2000). La teorización tipológica requiere un análisis sistemático del

espacio de propiedades definido por las variables independientes consideradas en el

estudio (v. Barton 1973). En el ejemplo presentado anteriormente, nuestras hipótesis

envuelven tres variables independientes (todas dicotómicas), por lo que sería necesario

teorizar todas sus combinaciones posibles. Esto no siempre resulta tarea sencilla. Dado

un número k de variables independientes con j categorías cada una, el número de

combinaciones posibles es igual al producto del número de categorías para cada una de

las variables independientes (j1 × j2 × … × jk). En nuestro ejemplo, con tres variables

dicotómicas (2×2×2), el espacio de propiedades contiene 8 tipos causales.

La Tabla 5 ilustra el desarrollo de la teoría tipológica referida a la cuestión de los

gobernadores. La primera configuración corresponde a la situación hipotética en la cual

la reelección está permitida, el gobierno ha realizado una buena gestión, y la oposición

presenta un candidato fuerte. La segunda configuración causal define un contexto en

donde la reelección es legal, la gestión ha sido buena, pero la oposición no es fuerte. Los

tipos siguientes alteran progresivamente cada una de las condiciones, hasta agotar todas

las configuraciones posibles.

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Tabla 5. Ejemplo de Teoría Tipológica (y predicciones de cada hipótesis)

Configuración X1 X2 X3 H1: X1→Y H2: X1*X2→Y H3: X2+¬X3→Y 1 1 1 1 Y Y Y 2 1 1 0 Y Y Y 3 1 0 1 Y ? ? 4 1 0 0 Y ? Y 5 0 1 1 ? ? Y 6 0 1 0 ? ? Y 7 0 0 1 ? ? ? 8 0 0 0 ? ? Y

El panel derecho de la Tabla 5 refleja las predicciones generadas por las hipótesis

esbozadas anteriormente (denominadas en forma abreviada H1, H2 y H3) para cada

situación posible. Es importante destacar que el desarrollo de estas predicciones

sistemáticas facilita la selección de “casos cruciales” para un estudio de política

comparada. Por ejemplo, si observamos gobernadores que corresponden a la

configuración 2 (reelección permitida, buena gestión y oposición débil) y encontramos

que ellos ganan la reelección, no podemos concluir a ciencia cierta qué hipótesis es

correcta (todas las hipótesis predicen el éxito). Pero si además observamos algunos casos

en la configuración 4 (reelección permitida, gestión pobre y oposición débil) y vemos que

éstos fracasan en lograr la reelección, tenemos elementos para sospechar que las hipótesis

H1 y H3 no son correctas. Así, los casos en la configuración 4 resultan cruciales para

descartar dos de nuestras tres hipótesis y para reinterpretar la experiencia de los casos en

la configuración 2.

En este punto resulta conveniente aclarar la terminología de las teorías

tipológicas: nos referimos a variables para indicar atributos que cambian de caso en caso,

o a lo largo del tiempo (por ejemplo, la variable X2 refleja si los gobernadores hicieron

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una mala o una buena gestión, X2 = [0, 1]); nos referimos a condiciones causales para

indicar la presencia o ausencia de cada atributo de una variable dada (por ejemplo, de

acuerdo con la notación de la Tabla 4, utilizamos X2 para indicar que un gobernador hizo

una buena gestión y ¬X2 para indicar que esta condición está ausente) y finalmente

hablamos de configuraciones para referirnos a combinaciones específicas de condiciones

causales (como las ocho configuraciones de la Tabla 5).

4. Análisis Causal Configurativo

La principal contribución del trabajo metodológico de Charles Ragin ha sido el

desarrollo de un protocolo comparativo para analizar configuraciones causales de manera

sistemática. Este protocolo, denominado genéricamente como QCA (qualitative

comparative analysis) puede implementarse con matices diversos (Ragin y Giesel 2002).

En este trabajo se presenta una secuencia de análisis que es consistente con la estrategia

desarrollada por Ragin y otros autores en los trabajos más recientes sobre este tema

(Rihoux y Ragin 2009). La secuencia involucra cuatro pasos o fases analíticas:

1. Construir la tabla comparativa (o matriz de datos) para organizar la información

cualitativa e identificar posibles condiciones necesarias a partir del método de

similitud;

2. Articular la teoría tipológica y clasificar los casos en función de esta tipología. El

análisis de esta tabla (también denominada “tabla de verdad”) permite identificar

configuraciones causales suficientes para generar el resultado de interés;

3. Analizar los contrafácticos (aquellas configuraciones para las cuales no tenemos

ejemplos históricos); y

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4. Reducir el número de configuraciones suficientes (cuando esto es posible) a través de

un proceso de minimización lógica.

4.1. Tabla Comparativa y Análisis de Condiciones Necesarias

La construcción de la tabla comparativa a menudo constituye el paso más largo y

complejo en el proceso de investigación. Este paso requiere el estudio sistemático de

todos los casos, y el uso de diversas fuentes cualitativas (entrevistas, archivos, etc.) para

completar la información en cada una de las celdas. Dado que nuestro ejemplo es

puramente ilustrativo, podemos dar esta fase por cerrada. Supongamos que nuestro

estudio de política local contempla la experiencia de diez gobernadores. La Tabla 6

añade a nuestra muestra un caso de reelección frustrada (G) y tres exitosos (H, I y J).

Tabla 6. Tabla Comparativa (N=10)

Caso Y X1 X2 X3 A 1 1 1 0 B 1 1 1 0 C 1 1 0 0 D 1 1 0 0

<E> 0 1 0 1 <F> 0 1 0 1 <G> 0 0 0 1

H 1 1 1 0 I 1 1 1 1 J 1 1 0 1

Variables: Y: Reelección; X1: La Constitución provincial permite la reelección; X2: Calidad de la gestión; X3: Candidato de oposición fuerte. <∙> Casos excluidos del análisis de necesidad

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El análisis de condiciones necesarias es particularmente sencillo, y responde al

método de similitud presentado anteriormente. El procedimiento tiene dos pasos: en

primer lugar, se seleccionan los casos positivos (se ignoran en esta fase los casos

negativos), y en segundo término se identifican las condiciones causales que son

comunes a todos ellos. La regla para identificar necesidad es simple: si X es condición

necesaria para Y, todas las instancias de Y deben mostrar la presencia de X.

Consideremos la Tabla 6: los casos E, F y G pueden ser omitidos, mientras que los siete

casos restantes—con valor [1] para la variable dependiente—tienen en común solamente

la presencia de X1. Esto sugiere que una norma constitucional permisiva es condición

necesaria para la reelección.

El análisis de condiciones necesarias debe evitar el uso mecánico de este

procedimiento y confrontar la verosimilitud de los resultados preliminares con los

criterios teóricos (o de sentido común) que guían el estudio. Cuando algunas condiciones

aparentemente necesarias resultan poco creíbles, resulta conveniente explorar algunos

casos adicionales.

4.2. La Tabla de Verdad

El análisis de condiciones suficientes es considerablemente más complejo y

presenta dos diferencias fundamentales con el análisis de necesidad. En primer lugar, es

preciso centrar la comparación en aquellos casos que presentan las condiciones causales

de interés (más allá del resultado que buscamos explicar). La regla para identificar

suficiencia invierte así el criterio de necesidad: si la configuración causal X es condición

suficiente para Y, todas las instancias de X deben ofrecer también la presencia de Y. Por

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ejemplo, si sostenemos que una constitución permisiva es suficiente para garantizar la

reelección, es preciso comparar todas las instancias en las que X1=1 (los casos A, B, C,

D, E, F, H, I y J en la Tabla 6). Dado que en algunos casos (E y F), la legislación

favorable no condujo a la reelección, resulta claro que esta condición no es de por sí

suficiente para generar el resultado de interés.

En segundo lugar, la comparación debe realizarse en función de todas las

configuraciones causales correspondientes a una teoría tipológica, y no a las variables

tratadas individualmente. Este segundo punto merece una explicación. Cuando dos o

más condiciones son conjuntamente necesarias para producir un resultado, también son

individualmente necesarias. Esto significa que si la configuración X*Z es imprescindible

para lograr Y, una comparación del comportamiento de X o Z para todos los casos

positivos de Y establecerá que cada uno de los dos factores, aunque analizado por

separado, está presente en cada instancia. Lamentablemente, lo mismo no ocurre con las

condiciones suficientes. Si la configuración X*Z es suficiente para causar Y, un análisis

separado de todos los casos con la característica X o con la característica Z puede no

detectar este fenómeno, dado que sólo cuando ambos factores están presentes, el

resultado de interés se produce con certeza.

Como resultado de este problema, el análisis de suficiencia es significativamente

más difícil que el análisis de necesidad, por lo que un análisis sistemático requiere: (a) la

construcción de una tipología causal, de acuerdo al procedimiento explicado en la sección

anterior; (b) la clasificación de los casos según esta tipología; y (c) la identificación de las

configuraciones suficientes (aquellas para las que todos los casos observados presentan el

resultado de interés).

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Tabla 7. Análisis de Configuraciones Suficientes

Configuración X1 X2 X3 Y=0 Y=1 N NY Consistencia X⇒Y 1 1 1 1 I 1 1 1,00 V 2 1 1 0 A, B, H 3 3 1,00 V 3 1 0 1 E, F J 2 1 0,33 [C] 4 1 0 0 C, D 2 2 1,00 V 5 0 1 1 0 -- -- [?] 6 0 1 0 0 -- -- [?] 7 0 0 1 G 1 0 0,00 F 8 0 0 0 0 -- -- [?]

La Tabla 7 ilustra este procedimiento. En las columnas centrales he clasificado

los casos correspondientes a cada configuración causal (de acuerdo con la muestra

presentada en la Tabla 6). Para simplificar la lectura, los casos de reelección exitosa han

sido listados en negrita. De acuerdo con la regla expresada anteriormente, si una

configuración es suficiente para causar la reelección, todos los casos en este grupo deben

presentar el resultado de interés (y por ende estar listados en negritas). La ventaja de la

Tabla 7 es que nos permite analizar simultáneamente todas las combinaciones causales

posibles. Tres configuraciones causales parecen suficientes para la reelección, aquellas

identificadas con los números 1, 2 y 4.

Para establecer la presencia de condiciones suficientes es posible construir un

índice sencillo, denominado por Ragin como el índice de consistencia (Ragin 2006). La

séptima columna de la Tabla (bajo el encabezado N) enumera el total de casos en cada

categoría, mientras que la columna siguiente (NY) enumera la cantidad de casos que

presentan el resultado de interés. El índice de consistencia refleja simplemente la

proporción de casos en cada grupo (configuración) que ofrecen un resultado positivo.

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Cuando el índice es igual a 1,00, la configuración causal emerge como una condición

suficiente.

La columna final indica si la evidencia disponible para cada configuración causal

es consistente con una hipótesis de suficiencia para dicha configuración. Cuando el

índice de consistencia es 1,00 (todos los gobernadores correspondientes al grupo lograron

la reelección), la configuración es marcada como “verdadera” (suficiente); cuando por el

contrario el índice de consistencia es igual a 0,00 (ninguno logró la reelección), la

configuración es marcada como “falsa” (no-suficiente). De allí el nombre de “tabla de

verdad”.

La columna de la derecha refleja además otros dos tipos de configuraciones:

contradicciones [C] y contrafácticos [?]. Las configuraciones “contradictorias” son

aquellas para las cuales encontramos una mezcla de casos positivos y negativos, y por

ende el índice de consistencia es mayor a 0 pero menor a 1. Por ejemplo, bajo la

configuración número 3 el gobernador J logró la reelección, mientras que E y F no la

lograron (el índice de consistencia alcanza así un valor de ⅓ o 0,33). ¿Cómo tratar a estas

configuraciones? Desde el punto de vista de un estricto análisis de suficiencia, estas

configuraciones deben considerarse como falsas (F). La mera presencia de algunos casos

negativos en el grupo prueba que la configuración causal no garantiza—no es suficiente

para—el resultado de interés.

A veces, sin embargo, los investigadores admiten excepciones a esta regla. Si la

configuración cubre un gran número de casos históricos y una vasta mayoría de los casos

(por ejemplo, 9 de 10) son positivos, algunos investigadores están dispuestos a aceptar

que la configuración es “cuasi-suficiente”. Como parte de su trabajo sobre conjuntos

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difusos, Ragin ha sugerido emplear valores de consistencia superiores a .85 para poder

argumentar que una condición es “generalmente” suficiente (Ragin 2008, 136). En otras

instancias, los analistas concluyen que la presencia de un caso desviado (negativo) en una

configuración con pocos casos corresponde a una situación excepcional, y por ende no

debe rechazarse la hipótesis de suficiencia en forma abierta6

4.3. Contrafácticos

. Si bien estas excepciones a

veces están justificadas por el conocimiento sustantivo de los casos, en general resulta

prudente evitarlas y tratar las configuraciones “contradictorias” como no-suficientes

(Ragin 1987).

La última columna de la Tabla 7 identifica también tres configuraciones causales

lógicamente posibles para las cuales no tenemos ejemplos históricos. El problema aquí

es que no podemos concluir si estas configuraciones son suficientes para lograr la

reelección o no, porque no hay evidencia empírica sobre ellas—por ello he identificado

estas filas con un interrogante [?]—. Este tipo de configuraciones se conocen en la jerga

de QCA como “residuos” (esto es, los residuos de las combinaciones lógicas en la

tipología), y en términos teóricos nos remiten al problema de los contrafácticos.

En su debate con el historiador Eduard Meyer a comienzos del siglo XX, Max

Weber (1990 [1906]) sostuvo que el análisis contrafáctico (o, en sus propios términos, el

6 En su estudio de referendos de iniciativa gubernamental en América Latina, Breuer (2009) encontró tres configuraciones suficientes para lograr un referéndum. En una cuarta configuración, dos presidentes en una situación histórica similar, León Febres Cordero y Lucio Gutiérrez, difirieron en su capacidad para llevar a cabo un referendo para reforzar su legitimidad (Febres lo logró y Gutérrez fue destituido). Breuer concluyó que la diferencia entre estos casos estaba dada porque Febres logró respaldo militar y Gutiérrez lo perdió. Sosteniendo que el caso de Gutiérrez constituía una situación especial, la autora optó por tratar a esta cuarta configuración causal como “verdadera”.

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juicio de posibilidad objetiva) constituye el principal instrumento lógico para determinar

la significación histórica de un acontecimiento. ¿Cuál hubiese sido, en nuestro ejemplo,

la suerte de los gobernadores A, B y H si la constitución hubiese restringido su

reelección? Weber argumentó que sólo la respuesta a tales preguntas nos permite inferir

causalidad. El experimento mental no puede ser verificado, pero es sustentado a partir del

conocimiento empírico preexistente. Los análisis contemporáneos han destacado que este

principio de inferencia causal subyace no solamente en los estudios históricos, sino

también en el análisis cuantitativo (Fearon 1991; King, Keohane y Verba 1994).

En un trabajo sobre este tema Charles Ragin y John Sonnett sostuvieron que el

análisis contrafáctico es un componente integral del análisis configurativo de condiciones

suficientes (Ragin y Sonnett 2004). El problema está dado por lo que Ragin (2000)

denomina “diversidad limitada”: en todo estudio es probable que algunas configuraciones

causales no presenten casos representativos. ¿Cómo tratar a estos “residuos”? Existen

cuatro soluciones posibles:

a. La primera es regresar a las fuentes primarias y tratar de encontrar casos históricos

que ilustren esas configuraciones inicialmente ignoradas. Esto no siempre es posible,

porque a veces la Historia simplemente no ha generado tales ejemplos.

b. Una segunda opción es utilizar fuentes secundarias para identificar “casos ancilares”

(ejemplos de otras regiones geográficas u otros períodos históricos) que ilustren de

manera circunstancial estas situaciones y nos permitan elaborar una conclusión

tentativa sobre cómo tratar estas configuraciones.

c. La tercera alternativa es reflexionar sobre la plausibilidad teórica de considerar estas

configuraciones como verdaderas (suficientes) o falsas (no-suficientes). Por ejemplo,

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si aceptamos nuestra conclusión inicial sosteniendo que X1 (la posibilidad legal de

reelección) es una condición necesaria para el resultado de interés, debemos concluir

que las tres configuraciones contrafactuales nunca hubiesen conducido a la reelección

(dado que ésta estaba prohibida) y por ende deben ser tratadas como falsas.

d. Finalmente, es posible declararse agnóstico, y explorar qué ocurre con nuestras

conclusiones teóricas cuando tratamos los contrafácticos como configuraciones

verdaderas o como falsas. Generalmente esto es conveniente, porque nos permite

analizar sistemáticamente qué ocurre con nuestras conclusiones teóricas cuando

alteramos los supuestos sobre estas situaciones históricas no observadas.

A primera vista, la estrategia más prudente consistiría en “ignorar” los residuos y

presentar como condiciones suficientes sólo aquellas configuraciones para las cuales

existe evidencia histórica concreta. Sin embargo, esto es lógicamente equivalente a tratar

los residuos como configuraciones falsas. Para mostrar este punto es preciso introducir

un criterio final, la idea de minimización lógica.

4.4. La Minimización de Configuraciones Suficientes

La Tabla 8 reproduce los datos de la Tabla 7, pero introduciendo dos

interpretaciones alternativas para los contrafácticos. En la décima columna, encabezada

como SC (solución compleja), todos los residuos son considerados falsos. En la columna

siguiente (SP, solución parsimoniosa) todos los residuos son considerados verdaderos.

En ambos casos, la configuración contradictoria (no. 3) fue tratada como falsa, dado que

claramente la combinación de reelección permitida, mal gobierno y oposición fuerte no

garantiza la reelección de los gobernadores.

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Tabla 8. Tratamiento de los Contrafácticos y Consecuencias para la Minimización

Configuración X1 X2 X3 Y=0 Y=1 N NY Consistencia SC SP 1 1 1 1 I 1 1 1,00 V V 2 1 1 0 A, B, H 3 3 1,00 V V 3 1 0 1 E, F J 2 1 0,33 F F 4 1 0 0 C, D 2 2 1,00 V V 5 0 1 1 0 -- -- F V 6 0 1 0 0 -- -- F V 7 0 0 1 G 1 0 0,00 F F 8 0 0 0 0 -- -- F V

Comencemos primero por analizar los resultados de la columna SC, que parecen

más plausibles. Nótese que nos hemos quedado solamente con tres configuraciones

suficientes (aquellas resultantes del análisis directo de los datos históricos) y por ende

tratar los residuos como falsos, o simplemente ignorarlos, conduce a la misma

conclusión. Los gobernadores pueden asegurar su reelección cuando:

Configuración 1: La reelección está permitida, su gestión es buena, y la oposición es

fuerte (X1*X2*X3 ⇒ Y);

Configuración 2: La reelección está permitida, su gestión es buena, y la oposición no es

fuerte (X1*X2*¬X3 ⇒ Y); y

Configuración 4: La reelección está permitida; su gestión no es buena, pero la oposición

no es fuerte (X1*¬X2*X3 ⇒ Y).

Sin embargo, estas tres conclusiones se pueden condensar en dos argumentos más

sencillos. Las configuraciones 1 y 2 sugieren que un gobernador ganará la reelección

cuando ésta está permitida y su gestión es buena, sin importar que la oposición sea fuerte

o débil. Las configuraciones 2 y 4 sugieren también que la reelección está asegurada

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cuando la reelección está permitida y la oposición no es fuerte, más allá de que la gestión

haya sido buena o mala. Así, las tres configuraciones pueden minimizarse en dos ideas

más sencillas: si la reelección está permitida y la gestión es buena, o si la reelección está

permitida y la oposición es débil, la reelección está garantizada. En términos formales

X1*X2 ⇒ Y o X1*¬X3 ⇒ Y; lo que factoreando el término común X1 puede

representarse en una sola ecuación como X1*(X2 + ¬X3) ⇒ Y.

La operación que nos ha permitido pasar de tres configuraciones suficientes a dos

se conoce como minimización lógica, y consiste en identificar dos configuraciones

verdaderas que sean exactamente iguales en todos sus términos excepto por uno (una

condición que está presente en la primera configuración pero ausente en la segunda), lo

que permite eliminar este término adicional para simplificar el argumento. (En el

ejemplo previo, no importa que la oposición sea fuerte o débil mientras que las otras dos

condiciones estén presentes.) Este proceso de minimización debe iterarse tantas veces

como sea necesario hasta reducir las expresiones teóricas lo más posible. Las

configuraciones que ya no pueden ser simplificadas con este procedimiento se conocen

como implicantes primarios, y constituyen la formulación más frugal de nuestra teoría.

En nuestro ejemplo, los implicantes primarios son las configuraciones X1*X2 y X1*¬X3.

La minimización lógica es un proceso mecánico y tedioso, particularmente

propenso a error cuando el número de configuraciones en juego es elevado. Por este

motivo, resulta conveniente utilizar programas informáticos especializados como fs/QCA

o Tosmana (ambos de acceso gratuito) que generan automáticamente la tabla de verdad y

minimizan las configuraciones causales (Cronqvist 2006; Huber y Gürtler 2004; Ragin y

Giesel 2002).

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Dado que el proceso de minimización opera a partir de la comparación de

configuraciones verdaderas, cuanto mayor sea el número de configuraciones tratadas

como verdaderas, mayor será la posibilidad de encontrar dos combinaciones que sean

iguales excepto por un término. Esto sugiere que, si tratamos a los residuos como

configuraciones suficientes (como en la columna SP), nuestra capacidad para simplificar

la teoría puede incrementarse. La Figura 1 muestra en forma esquemática de qué manera

el tratamiento de los residuos como configuraciones verdaderas facilita la minimización

de las conclusiones. El proceso simplificador opera ahora sobre seis configuraciones, que

pueden reducirse a cuatro configuraciones con dos variables, y finalmente a dos

condiciones causales sencillas. Una buena gestión ó una oposición débil parecen

garantizar la reelección de los gobernadores: (X2 + ¬X3) ⇒ Y.

De algún modo, esta conclusión resulta ahora demasiado parsimoniosa. ¿Es

posible que estas dos condiciones tan simples, por separado, garanticen la reelección?

¿Qué ha ocurrido con nuestra teoría? El punto fundamental es que, al aceptar que las

configuraciones residuales 5, 6 y 8 son suficientes para lograr la reelección, abandonamos

nuestra premisa de que una norma constitucional que permita la reelección (X1) es una

condición necesaria. Por ende, nuestro argumento se redujo a una versión

excesivamente sencilla. Esto refuerza la idea de que el tratamiento de los contrafácticos

debe ser cuidadoso, consciente, y ajustado a una justificación teórica.

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Figura 1. Minimización Incluyendo los Residuos

Configuraciones 3 variables 2 variables 1 variable Observadas

1 X1 * X2 * X3 X1 * X2 2 X1 * X2 * ¬X3 X2 X1 * ¬X3 4 X1 * ¬X2 * ¬X3

Residuos 5 ¬X1 * X2 * X3 ¬X1 * X2 ¬X3 6 ¬X1 * X2 * ¬X3 ¬X1 * ¬X3 8 ¬X1 * ¬X2 * ¬X3

Ya sea que optemos por sostener la conclusión más compleja o la más

parsimoniosa, es conveniente notar que un caso de reelección (el gobernador J) no está

cubierto por nuestra explicación. Las configuraciones causales identificadas permiten

explicar 6 de los 7 casos de reelección, pero J—quien logró la reelección a pesar de su

pobre gestión y de una oposición fuerte—es un caso inusual que no está capturado por

ninguna de nuestras explicaciones generales. Podemos afirmar entonces que el índice de

cobertura de nuestra solución es de 6/7 ó 0.86, es decir que el 86% de los casos de

reelección en nuestro estudio están cubiertos por nuestra explicación (Ragin 2006).

5. Conclusiones

En años recientes, el método comparado ha visto importantes desarrollos que

amplían significativamente nuestra capacidad analítica dentro de la tradición cualitativa.

El análisis configurativo puede requerir un esfuerzo notable, dado que el número de tipos

causales crece en forma multiplicativa con el número de variables y de categorías

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consideradas (Schneider y Wagemann 2006). Para enfrentar este problema, algunos

comparativistas han comenzado a desarrollar software especializado (Cronqvist 2006;

Huber y Gürtler 2004; Ragin y Giesel 2002), pero estos esfuerzos están todavía en una

etapa temprana y los paquetes estadísticos convencionales no han incorporado rutinas

para el análisis de configuraciones causales.

El lector interesado en las sutilezas de la historia y las complejidades de la vida

política podrá temer, no sin cierta razón, que las normas del análisis cualitativo avancen

hacia un nivel de formalización peligrosamente cercano a las prácticas cuantitativas. Sin

embargo, estos desarrollos no buscan restar importancia al conocimiento sustantivo de los

procesos políticos y de su contexto histórico. Por el contrario, aspiran a sistematizar la

lógica que, por años, algunos comparativistas aplicaron intuitivamente en forma correcta

y que otros, por falta de guía metodológica, aplicaron en forma errada. Los complejos y a

veces monótonos procedimientos presentados en este artículo no constituyen la sustancia

de la política comparada, solamente constituyen su esqueleto lógico. Los buenos análisis

comparativos pueden perfectamente presentarse al lector sin describir esta mecánica, pero

difícilmente puedan sostenerse empíricamente si no la contemplan rigurosamente en su

fase de elaboración. Es solamente a partir del uso consciente y sistemático de los

principios lógicos que podremos garantizar una mayor credibilidad de la inferencia causal

basada en el método comparativo.

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