ayesta. helena o el mar del verano

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JULIÁN AYESTA HELENA O EL MAR DEL VERANO barcelona 2 2 acantilado

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Page 1: Ayesta. Helena o El Mar Del Verano

J U L I Á N A Y E S T A

HELENA O EL MAR DEL VERANO

b a r c e l o n a 2 2 a c a n t i l a d o

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Publicado pora c a n t i l a d o

Quaderns Crema, S. A. U.

Muntaner, 462 - 86 BarcelonaTel. 934 144 96 - Fax 934 147 17

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© 1952, 1974, 1987, 2 by herederos de Julián Ayesta© de esta edición: 2 by Quaderns Crema, S. A. U.

Derechos exclusivos de edición:Quaderns Crema, S. A. U.

i s b n : 978-84-95359-82-

d e p ó s i t o l e g a l : b. 29 578-29

á n g e l s e r a l Ilustración de la cubiertaa i g u a d e v i d r e Gráfica

v í c t o r i g u a l , s . l . Preimpresiónr o m a n y à - v a l l s Impresión y encuadernación

c u a r t a r e i m p r e s i ó n julio de

p r i m e r a e d i c i ó n e n e s t a c o l e c c i ó n mayo de

p r i m e r a e d i c i ó n e n e l a c a n t i l a d o marzo de

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El dulce de guinda brillaba rojísimo entre las avis-pas amarillas y negras y el viento removía las ramasde los robles y las manchas del sol corrían sobre elmusgo, sobre la hierba suave y húmeda y sobre lacara de los invitados y de las Mujeres y de los Hom-bres, que estaban fumando y riéndose todos a untiempo. Y brillaban también las copas azules para elMarie Brizard y los cubiertos de postre. Y los luna-res de luz—los grandes persiguiendo a los peque-ños—corrían sobre el mantel lleno de manchas mo-radas de vino y migas. Y por la tarde había corrida ylos hombres tenían la cara y las mejillas y las naricesbrillantes. Y también brillaba el café, tan negro concenizas de puro rodeando la taza. Y los hombres sereían de medio lado porque tenían un puro en laboca y hablaban y se reían como los viejos sin dien-tes, sacando la punta de la lengua llena de saliva ytodo entre una nube azulada de humo. Y era muybonito ver cómo el color del humo iba cambiandosegún le diera el sol. Y como era el Día de la Asun-ción de Nuestra Señora los niños habíamos ido a ti-rar pétalos de rosas a la Virgen y sonaban las gaitas,y los voladores, y los violines y la voz de los cantores

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ya dentro de la iglesia. Y olía todo a incienso, y a flo-res, y a rosquillas, y a churros, y a la sidra que esta-ban echando los hombres en el Campo de la Iglesiay al vestido nuevo. Y después todos corrimos a losautomóviles y todo empezó a oler a gasolina y vinie-ron con nosotros los curas (que no se dice «curas»,se dice «señores sacerdotes») que habían dicho lamisa cantada a comer. Y antes de empezar la comi-da nos apretaban los carrillos y nos preguntabancómo nos llamábamos y si sabíamos que día caíanuestro santo y si era un Santo Confesor o un SantoObispo o una Santa Virgen o un Santo Eremita (¿quées eremita?) y los paganos los echaban a los leonesdel Circo Romano. Y los sacerdotes olían muy sua-ve, muy diferente a las demás personas mayoresporque eran Ministros de Dios y discutían porquelos querían hacer servirse los primeros, y decían:«No faltaba más», y tío Arturo decía: «Ande, ande,sírvase usted, don José, que ya sabemos todos quetenemos la mitra en casa.» (¿Qué es la mitra? «Losniños, a callarse.») Y todos se reían y don José em-pezaba a hablar tartamudeando: «Home, por Dios;home, por Dios...»; pero todos seguían riéndose ylos niños también, pero con la cara tapada con laservilleta. Y después don José se levantó a dar lasgracias y todos rezamos:

Jesucristo Rey de Vida,aquel que nació en Belén,

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bendíganos esta comidapor su gracia, amén.

Cuando íbamos en «Belén» a la abuela se le sal-tó la dentadura y cayó en el lavafrutas y chiscó todala mesa de agua y todos nos reímos, don José tam-bién. Y hubo que empezar otra vez:

Jesucristo Rey de Vida,aquel que nació en Belén,bendíganos esta comida,por su gracia, amén.

Y tío Arturo decía siempre: «¿Hay otro Jesu-cristo que no haya nacido en Belén?», y tía Honori-na decía: «Ya salió el volterianote», y los sacerdotesse reían y todos nos desperdigábamos: las mujeres aarreglarse para la corrida, los niños al estanque a se-guir la Gran Batalla Naval de Lepanto y los hom-bres volvían a sentarse bajo los robles y tomabanmás café y más licores, y de vez en cuando se reíanporque debían de estar contándose chistes. Y de re-pente todos los hombres se arremolinaron porquela butaca de don José se rompió y él cayó para atrásy se clavó en la cabeza un clavo que los niños había-mos pinchado en el tronco de un roble lleno de hie-dra. Y era una cosa rara, una cosa horrible que no sepodía pensar ver un sacerdote todo sangrando, contodo el pescuezo lleno de sangre muy brillante y

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muy roja y toda cayendo por la espalda un hilo rojo,rojo, sobre la sotana negra. Y era tan horroroso ytan pecado que los niños teníamos miedo de verloporque creíamos que los sacerdotes no tenían san-gre, sino sólo alma por dentro y huesos. Y cuandotodas las personas mayores gritaban y corrían tra-yendo y llevando jarras de agua y medicinas y ven-das y algodones los niños fuimos al fondo de la co-chera y nos escondimos en la tartana vieja que olíatan bien, como a cosas antiguas, y estaba allí en looscuro porque ya no se usaba hacía mucho tiempo ya los niños no nos dejaban subirnos a ella porque elúltimo caballo que le enganchaban había muerto detétanos.

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2e n l a p l a y a

Por la tarde la playa estaba llena de sol color na-ranja y había nubes blancas y olía a tortilla de pa-tata.

Y había cangrejos que se escondían entre las pe-ñas y los niños éramos los encargados de enterrarlas botellas de sidra entre la arena húmeda para queno se calentasen.

Y todos decían: «Qué tarde más preciosa», y losnovios se sentaban apartados y cuando empezaba aoscurecer y todo estaba lila y morado estaban conlas caras muy juntas sin hablar nada, como confe-sando.

Pero lo mejor era el baño por la tarde, cuando elsol bajaba y estaba grande y cada vez más encarna-do, y el mar estaba primero verde y luego verde másoscuro, y luego azul, y luego añil, y luego casi negro.Y el agua estaba caliente, caliente, y habían bandosde peces muy pequeñinos nadando entre las algasrojizas.

Y daba gusto bucear y pellizcar a las mujeres enlas piernas para que gritasen. Y luego que papá y tíoArturo y el marido de tita Josefina nos subiesen so-bre los hombros y nos dejaran tirarnos desde allí al

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agua. Y luego que cogiesen entre dos mayores a unniño y que nos lanzaran por el aire y dijeran: «Cae alagua como un gato», y las mujeres con todo el culohinchado como un globo debajo del traje de bañode la pera dijesen: «No hagáis burradas con los ni-ños.» Y entonces los hombres nos decían: «Vamos adarles un susto», y corríamos detrás de mamá y lastías y las demás señoras y ellas salían gritando delagua y escapaban por la playa hasta que las cogía-mos y las llevábamos prisioneras hasta la orilla, y allíellas se sentaban en la arena muertas de miedo, y tíaHonorina casi lloraba diciendo a su marido: «No,no, por Dios, Arturín.» Y los niños nos retronchá-bamos de risa cuando decía «Arturín», y estuvimosllamando «Arturín» a tío Arturo lo menos una hora,hasta que nos cansamos. Pero luego nos cogíamos to-dos de la mano (y las manos de las mujeres tembla-ban) y entrábamos juntos corriendo en el agua y nostirábamos a plongeon, pero las señoras no, sino quese sentaban y se quedaban donde no cubría tres de-dos, riéndose como gallinas cluecas. Y como Alber-tito era tonto abría la boca y se le llenaba de agua yarena y después vomitaba y tenía siempre un res-quemor amargo por dentro.

Y era divertidísimo ver las piernas de tita Josefi-na debajo del agua, que engordaban y adelgazabany eran blancas y verdosas y daban asco como la pan-za de un sapo.

Y había una chica ya mayor recién llegada de

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Madrid, muy guapa, con los ojos muy grandes, muytostada y oliendo a perfume que sentía uno no séqué muy dentro.

Y tenía una voz muy clara y como triste y nosdecía a los niños: «A ver quién es valiente y vieneconmigo hasta el Camello», pero nunca se atrevíanadie: ni papá, ni tío Arturo, ni el marido de tita Jo-sefina, ni nosotros, y entonces nadaba ella sola has-ta el Camello, que estaba muy lejos, donde casi nose veía, y eso aunque hubiese mala mar e hiciese undía gris de esos que da miedo meterse. Y nadabacon las pulseras que siempre llevaba y se veía salirun brazo cada vez brillando con el agua y el reflejodel sol en las pulseras, y a los pies iba dejando unaestela de espuma porque nadaba al crol.

Y había un señor alemán, calvo, con un pantalónde baño blanco que iba con dos perros y tenía la pielroja, casi negra, de pasarse el día al sol pescando y le-yendo el periódico con una toalla blanca sobre loshombros. Y luego salíamos a merendar a la playa, ypara los niños habían dejado bonito, tortilla y carneempanada que sobraba del mediodía, y de postrenaranjas, manzanas, peras, uvas, ciruelas y meloco-tones a escoger. Y había también plátanos, que eramuy divertido apretarlos por un lado para que salie-se la chicha y enseñársela a los mayores y que todoslos hombres se riesen, nadie sabía por qué.

Y los pedazos de tortilla y las chuletas estabanllenas de arena, y las niñas tenían el pelo mojado pe-

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gado a la cara y los ojos brillantes y gritaban, saltan-do entre los perros, que saltaban también y ladra-ban y corrían a coger las algas resecas que les tiraban,y luego les echaban lo que quedaba de la merienda,que era muchísimo: tortilla, carne empanada, boni-to, y lamían las latas de sardinas en aceite hasta quelas dejaban como espejos, y el King comía también,pero era el único, mondas de fruta.

Y como los hombres decían que no había quedejar ni un papel ni un desperdicio en la playa, «por-que hay que enseñar a la gente con ejemplo», amon-tonábamos las bandejas de cartón y los papeloriosaceitosos y las mondas y les prendíamos fuego y des-pués enterrábamos las cenizas y latas que no que-maban.

Y después íbamos a vestirnos detrás de las ro-cas. Y allí la arena estaba muy fría y entraba un vien-to frío y los niños titiritábamos porque estaba oscu-reciendo.

Y luego cada cual cogía un bulto—menos las se-ñoras—y volvíamos a casa. Y volvíamos por el cami-no cantando y cogiendo moras, que aún estaban ca-lientes.

Y sentía uno la espalda pringosa y que resque-maba y empezaba a salir una luna muy grande.

Y cantaban las ranas y los sapos.Y olía a tomillo.Y después teníamos que pasar junto a los chi-

gres y los merenderos, que estaban llenos de hom-

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bres bebiendo sidra y jugando a los bolos y a la llave.Y daba gusto oír el golpe de la bola contra las

maderas de la bolera o el «clin» de la chapa al pegaren la llave.

Y había un hombre cantando muy bien, y papádijo que por qué no nos sentábamos en una mesa deaquéllas a descansar un poco, y pidió sidra para to-dos, los niños también, y sentimos un picor burbu-jeante por dentro al beberla.

Y ya era cuando empezaban las estrellas.Y de vez en cuando se veía un trozo de mar muy

oscuro que daba miedo pensar en estar nadando porallí solo, solo.

Y papá y tío Arturo pidieron a tita Josefina quecantase «Tengo tres cabritines», y ella se puso todacolorada y dijo que cómo iba a cantar delante de todaaquella gente, y todos se rieron.

Y de repente se acercó un hombre que apestabaa vino y dio una palmada a papá en la espalda y ledijo no sé qué.

Y papá lo miró como atravesado y en seguidapagó la cuenta y marchamos.

Y se oía la música que tocaba en un baile porqueera domingo.

Y cuando llegamos a Gijón íbamos todos calla-dos, como tristes.

Y las luces de las calles eran tristes.Y en la playa se veía el Club de Regatas lleno de

bombillas de colores.

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Y había mucha gente en la calle y pasaba tocan-do una banda de música.

Y pasaban automóviles con ruedas blancas.Y las calles estaban regadas y brillantes y negras.Y olía a neumático caliente y a colonia y a mar.Porque estaba en Gijón el Príncipe de Asturias.

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