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Aventuras en el mundo de las tinieblas

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Aventuras en elmundo de las tinieblas

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Editorial Científico-Técnica

Aventuras en elmundo de las tinieblasManuel A. Iturralde-Vinent

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© Manuel A. Iturralde-Vinent, 2001© Sobre la presente edición: Editorial Científico-Técnica, 2001

Edición: Lic. José Manuel Rodríguez PrietoDiseño de cubierta: Lic. Carmen Padilla GonzálezDiseño interior: Julio Víctor Duarte CarmonaCorrección: Pilar Trujillo CurbeloIlustraciones: Jorge Álvarez DelgadoComposición: Tania León León

ISBN 959-05-0279-2

INSTITUTO CUBANO DEL LIBROEditorial Científico-TécnicaCalle 14 no. 4104, entre 41 y 43Playa, Ciudad de La Habana

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A Alberto, Manolo, Mario y Roberto.Hermanos del consejo de ancianos del Grupo Martel

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Prefacio / 9

Capítulo I. PRIMERAS AVENTURAS EN EL MUNDO DE LAS TINIEBLAS / 13Tarea de envergadura / 15Peligro: El Yeti / 19A solas en las tinieblas / 24El accidente / 31El misterioso conde de Pozo Redán / 38Peligro de muerte / 44Inundaciones y crecidas / 45Sin noción del tiempo / 49Un mensaje del pasado / 54Aguas y cuevas / 57¿Qué estoy haciendo yo aquí? / 61Consejo de ancianos / 65

Capítulo II. LOS SECRETOS DEL MUNDO SUBTERRÁNEO / 68Ríos subterráneos / 69Los hombres de las cavernas / 74Sacrificios humanos / 75Cuevas de calor / 77Tesoros de la llanura / 79El peligro de los tiburones / 86Cueva para el turismo / 89Llegaron los extraterrestres / 90Entre dos aguas / 93Artistas prehistóricos / 95El clima subterráneo / 100El vampiro de Punta Judas / 101Una cueva en el techo de Cuba / 103La llama perdida / 108

ÍNDICE

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El muerto en la cueva / 110Los monos / 113Los “quiropterófagos” / 116La cueva más profunda de Cuba / 117Ingeniería y cavernas / 118Agua potable / 119Paso de los alemanes / 121Pozos azules / 123Niños exploradores / 124

Capítulo III. ASÍ SE FORMAN LAS CAVERNAS / 127¿Qué es una cueva? / 128Habitantes de las cuevas / 131Cómo se forman las cavernas / 133Calizas / 135Formaciones cristalinas / 138Nacimiento y muerte de una cueva / 140

Capítulo IV. ESTUDIO DE LAS CAVERNAS Y LOS PAISAJESDE CALIZAS / 141

Espeleología / 141Espeleografía / 142Espeleogénesis / 143Espeleoclimatología / 145Quimiolitogénesis / 147Bioespeleología / 148

Carsología / 150

Capítulo V . BREVE HISTORIA DE LA ESPELEOLOGÍA EN CUBA / 155Referencias literarias / 155Investigación científica / 157

Bibliografía / 159

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Los que amamos la naturaleza y solemosmirar a nuestro alrededor cada día, siem-pre encontramos un motivo para admirar-nos de las bellezas del mundo en quevivimos. Cada amanecer, cada noche es-trellada, cada paisaje, tienen una singula-ridad maravillosa. Y aún así, apenasconocemos una porción muy pequeña delas magnificencias del universo en que vi-vimos.

Cerca de nosotros hay otros mundos cu-yos paisajes no resultan cotidianos, peropara visitarlos no siempre se requieren na-ves espaciales, bastaría tomar un micros-copio y observar las microestructuras de lassustancias más comunes para descubririnigualables bellezas. Por eso, en esta obra,te propongo disfrutar de un encuentro cer-cano con un mundo insólito y sus habitan-tes; un mundo desconocido para muchos,a pesar de que, paradójicamente, yace bajonuestras propias plantas.

A pocos metros bajo la superficie terres-tre, en las entrañas de las montañas y lla-nuras, incluso por debajo de los fondos

PREFACIO

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marinos, se encierran extraños misterios y bullen peculiaresformas de vida. Me refiero al mundo de las tinieblas sub-terráneas, donde el silencio reina, apenas interrumpido even-tualmente por la caída de una gota de agua.

Durante muchos años he explorado las cavernas cuba-nas, un verdadero paraíso de bellezas sin par, y son muchaslas aventuras e imágenes que guardo en mi memoria. Estetesoro de emociones hoy lo deposito en tus manos. No ten-gas temor, acompáñame en este descenso al mundo de lastinieblas.

Yo escribí este libro pensando en la lectura que quise te-ner cuando, hace hoy cuarenta años, me inicié en laespeleología. Disfruté mucho de la primera versión de estascuriosidades, anécdotas y exploraciones que se publicó allápor 1983, la cual permaneció muy poco en las librerías. Poreso me alegra sobremanera la posibilidad de lanzar una se-gunda versión de estas historias de cavernas, que no cons-tituye una reedición del libro anterior, sino una nuevaevaluación de aquéllas y otras nuevas aventuras.

El primer capítulo es un recuento de los recuerdos másentrañables sobre mis inicios en la espeleología. Juntos he-mos de recorrer caminos muy queridos, que a veces unafoto o una lectura pasajera, me hacen rememorar con in-mensa alegría.

Al observar un grupo de muchachos sentados frente a suscasas o en un parque sin saber qué hacer con su tiempolibre, me satisface pensar que nosotros apenas tuvimos laocasión de aburrirnos los fines de semana.

El segundo capítulo lo dedico a recoger vivencias y expe-riencias en las que no siempre he participado personalmen-te, pero que constituyen temas de conversación cuando sereúne un grupo de espeleólogos “maduros” durante algunaacampada. Son historias y anécdotas que he escuchado oleído en distintas oportunidades, cuyo contenido científicome he preocupado de verificar.

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Concluida la lectura de este capítulo estoy confiado enque te habrá surgido el deseo de saber algo más sobre laciencia del estudio de las cuevas, por eso he añadido doscapítulos donde trato de encaminar tu curiosidad científica y,para terminar, te ofrezco una breve historia de las investiga-ciones espeleológicas en Cuba.

Quisiera aprovechar estas palabras introductorias paracomentarte que los nombres de cueva, gruta, solapa, caver-na, espelunca, sistema subterráneo, sistema cavernario ymuchos otros se usan para designar diferentes tipos de cue-vas o grupo de ellas. En su momento voy a explicarte lasdiferencias entre ellos, pero por ahora basta con saber que,sin ser sinónimos, se aplican al mismo fenómeno: una cavi-dad subterránea.

Si mañana te viera pasar de madrugada, cargado de mo-chila y sueños, ojeroso, pero con un brillo feliz en la mirada,entonces este libro habrá cumplido su cometido. Y tú, si al-guna vez me encuentras a la vera de un trillo de monte, su-doroso y agitado por el esfuerzo de la escalada, no pase portu mente aquello de ¡pobre viejo!; sigue a tu paso, que noso-tros los de ayer renacemos en cada rostro imberbe que as-ciende a la montaña.

EL AUTOR

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Un día cualquiera del año 1959 se meacercaron Roberto, Mario y Alberto, puesacabábamos de matricular el bachilleratoen el Instituto del Vedado. Con gran se-riedad, como un acto largamente pensa-do, me propusieron integrarnos en ungrupo de exploraciones, para visitar cue-vas, escalar montañas y recorrer regio-nes poco conocidas de nuestra isla. Erala primera vez que oía hablar del asunto,pero la idea me pareció fascinante. Así,con la sencillez de lo trascendental, aqueldía mi vida tomó un camino maravilloso,que incluso determinó mi profesión actual.Entonces éramos jóvenes imberbes, de 14a 15 años, que no nos contentábamos conleer los libros de Salgary y Julio Verne,sino que decidimos convertirnos en acto-res de tales aventuras.

Con aquella carga de sueños y con elafán de explorar nuestro país y estudiarlas ciencias de la naturaleza creamos elGrupo Murciélago, al que se unió Manolodesde los primeros momentos. Recuerdo

Capítulo I PRIMERAS AVENTURASEN EL MUNDODE LAS TINIEBLAS

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que en los estatutos se prohibía “decir malas palabras” y“maltratar a las niñas”. A partir de entonces nuestro tiempolibre tuvo un profundo valor, pues cada fin de semana íba-mos de exploración cargados de mochilas e ilusiones. Sindescuidar nuestros estudios buscábamos el momento parareunirnos a planear futuras excursiones e intercambiar anéc-dotas y nuevos conocimientos. No por eso dejábamos de iral cine y las fiestas, demostrando que “lo cortés no quita lovaliente”. En el barrio éramos el orgullo de las chicas, y anosotros, sin jactancia ni extravagancia, nos agradaba sersu centro de atención, sin habérnoslo propuesto.

Al principio fuimos cinco, después diez, y así hasta creceren varias decenas de jóvenes y no muy jóvenes. El nombrede Grupo Murciélago, sencillo y entrañable, se cambió en 1962por el más sobrio de Grupo Espeleológico Martel de Cuba,en honor al espeleólogo francés Eduardo Martel, considera-do padre de la espeleología moderna. Nuestro reglamentose complicó con decenas de incisos y acápites, a la par quedejaba de reprobar las malas palabras y el maltrato a laschicas. No obstante, los exploradores de 1959 somos losmismos de hoy, quizás algo más torpes y resabiosos, perocon el entusiasmo de siempre. Alberto se hizo anestesista;Roberto, geógrafo; Mario, cirujano; Manolo, bioquímico y yo,geólogo. Cada uno tomó su propio camino, muy disímilesentre sí, pero siempre hermanados por nuestro amor común:la exploración de cavernas.

Esta es una historia sin fin, nosotros seguimos las huellasde muchos otros que nos antecedieron. Hoy vamos al paso,a veces ya algo rezagados de los más jóvenes. El tiempotranscurre inexorable, pero los recuerdos de un pasado quesiempre está presente en nuestros corazones, nos hacensentir satisfechos y orgullosos. Atrás han quedado muchasanécdotas que hoy quisiera compartir con ustedes. Calcenpues sus botas y enciendan los faroles, que esta historiaestá inconclusa.

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Tarea de envergaduraLas primeras excursiones de nuestro inexperto grupo de ex-ploradores tuvieron como objeto la cueva del Murciélago,que se localiza en la orilla izquierda del río Almendares, en-tonces conocido como Bosque de La Habana , hoy ParqueMetropolitano. Aquellos farallones de roca amarillenta queflanquean el valle del río nos vieron llegar una mañana delaño 1959. Nunca se habían sentido tan urgados y revisa-dos, pues nuestra primera tarea fue recorrerlos por todoslados buscando la boca de alguna cueva.

Los preparativos de aquellas exploraciones tomaban va-rios días, que los ocupábamos haciendo listados detalladosde todos los materiales necesarios para la excursión. Que siuna soga, que si una vela, que si fósforos, pilas, linternas ymuchísimas cosas más. Conseguir estos equipos nos lleva-ba a distintos comercios y personas, pero formaba parte delencanto de aquellos tiempos. Las reuniones preparatoriastenían como escenario la casona de los padres de Alberto,bien situada frente al parque circundado por las calles 13,14, 15 y 16, y con bastantes cuartos como para convertiruno de ellos en el local y museo del grupo. El final de todaaquella preparación era siempre el mismo: cargábamos conpesadas mochilas repletas de objetos inútiles, y lo más im-portante se nos quedaba en la casa o no lo habíamos tenidoen cuenta. A eso le llama uno adquirir experiencias para elfuturo.

Uno de los equipos más molestos e innecesarios que nosacompañó indefectiblemente en todas aquellas exploracio-nes fue una casa de campaña de lona. Para sostenerse,esta tenía un incomodísimo cuadro de alambre de 1 m delado, lo que nos obligaba a caminar desde la casa hasta lacueva, pues no se podía introducir en los transportes colec-tivos, aunque en definitiva, creo que nunca llegamos a usar-la. Recuerdo que en aquella época, el temor a no despertarme

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a tiempo me mantenía en vela toda la noche, de modo queme quedaba profundamente dormido casi justo a la hora delevantarme y siempre llegaba tarde, para después pasarmeel resto del día ojeroso y bostezando.

Fig. 1. Miembros del Grupo Espeleológico Murciélago. Mayo de 1963. Ha-cia la cueva del Murciélago, en el Bosque de La Habana. De izquierda aderecha: Roberto, Manolo, el autor y Mario.

La cueva del Murciélago fue nuestro primer objetivo. Suboca se abre en lo alto de una pared margosa de colorcrema amarillento, moteada con manchas negruzcas demoho que la hacen naturalmente muy resbalosa. A la cue-va siempre entramos en fila, contando nuestros pasos, conla respiración contenida, alumbrados por la escasa luz de

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nuestras linternas de dos pilas. Cada recoveco de las pa-redes era escudriñado y las observaciones escritas en unalibreta forrada de nailon. El recorrido era muy simple, puesse trataba de una galería horizontal, con poco más de 1 mde ancho, desprovista de todo atractivo. Durante la segun-da visita a la cueva, después de avanzar unos 60 m llega-mos a un salón donde cabíamos los cuatro. Allí notamos lapresencia de un pequeño agujero que comunicaba con unpasadizo que descendía en la oscuridad. Después de unbreve y entusiasta intercambio de opiniones, Mario Hernán-dez descendió extremando las precauciones; pero descen-der y volver a salir a gran velocidad y sin parar hasta laentrada de la cueva, seguido aparatosamente por todosnosotros, fue una misma cosa. Según nos explicó Marioposteriormente, cuando logramos agruparnos de nuevo ala intemperie, por allá adentro corría un caudaloso río sub-terráneo y era necesario prepararse muy bien para poderexplorarlo. Aquella información nos dejó atónitos y mara-villados. Nuestra suerte estaba echada. Por semanas nose habló de otra cosa que de aquel caudaloso río.

La preparación de aquella exploración, como se podránsuponer, nos tomó un largo tiempo y decenas de reuniones ydiscusiones. Hubo que conseguir varias sogas, salvavidas,suficientes alimentos y agua potable, varios tipos de ilumina-ción, una balsa de goma, remos y un sinnúmero de cosas queescapan de mi memoria. Por fin, una mañana muy temprano,con los corazones henchidos de emoción llegamos al Bosquede La Habana, no sólo con las mochilas cargadísimas de cuan-to ustedes puedan imaginar, y más, sino también acompaña-dos de la inolvidable casa de campaña y una enorme balsainflable de desembarco con capacidad de cuatro plazas y pro-vista de un casi inútil pedazo de remo.

Al llegar a la boca de la cueva del Murciélago nos reparti-mos tareas y responsabilidades. Todos avanzamos con mu-cho cuidado como siempre, cargando la enorme balsa inflada

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que a veces se resistía a entrar por algunas angosturas, hastallegar al salón que comunicaba con el río subterráneo. Allícomprendimos que era necesario desinflar la balsa para ha-cerla descender hasta el lecho del río, pues el paso era de-masiado estrecho. En medio de este salón había una enormepiedra de la cual amarramos fuertemente el extremo de unarecia soga y en el otro extremo habíamos atado a ManoloRivero. En su persona recayó la heroica tarea de navegaren la corriente, pues se tomó en cuenta su buena prepara-ción física y valor a toda prueba. Orgulloso y majestuoso,Manolo descendió hasta la orilla del río. Allí esperó por Marioy por mí que le seguimos cargando la flácida balsa desinfla-da. Atrás quedaron Roberto Gutiérrez y Alberto Martínezencargados de velar que no se zafara la soga, y como equi-po de rescate para el caso de que ocurriera algún imprevis-to; después que Mario y yo nos turnamos para inflar la balsa,sin resultados que merezcan destacarse, botamos una suer-te de objeto deforme al agua. Al ser tripulada por Manolo,aquella cosa se plegó dejando a nuestro amigo a horcaja-das sobre aquel lomo de goma, como quien monta un potrodesencajado por los años y la mala alimentación. A golpe deremo y pataleo, Manolo se internó en la penumbra cavernaria;nosotros le vimos alejarse y contuvimos la respiración. Alcabo de unos metros la caverna hacía un giro brusco y allíperdimos de vista a nuestro entrañable amigo. En absolutosilencio transcurrieron minutos interminables. Allá Manolo,jugándose la vida; aquí Mario y yo atentos a cualquier señal.En nuestra retaguardia, Alberto y Roberto susurrando impa-cientes preguntas que nuestra falta de aliento nos impedíaresponder. Y allí mismo se armó la algarabía. El silencio fueroto por un sonido que el vacío cavernario se ocupó de repe-tir con tenebrosa resonancia:

— ¡Ya! —gritó Manolo, a cuyo reclamo Mario y yo tiramosfuertemente de la soga con toda agilidad, de manera que

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logramos hacer que llegara a nuestro lado agarrado a la es-cuálida balsa y maldiciendo como sólo él es capaz.

A pesar de sus forcejeos logramos sacarlo del agua em-barrado hasta los tuétanos y chorreando fango. Ya a salvoen la orilla nos miró, guardó silencio unos segundos, hastaque de su boca brotó el elocuente e inesperado párrafo:

— No hay tal río ni cosa que se le parezca. La cueva seacaba allí mismo en aquel recodo.

Y mirando a Mario con el rostro descompuesto, quizás porel esfuerzo:

— ¡Chico, nos embarcaste!

Aquella expedición nos trajo desaliento y contrariedad, perono afectó nuestro proyecto de exploradores. En definitiva, apesar del fracaso, esta había sido nuestra primera tarea deenvergadura.

Peligro: El YetiNuestro Grupo Murciélago, después de aquellas expedicio-nes al Bosque de La Habana, estaba deseoso de involucrarseen exploraciones a cavernas mayores, por lo que nos aso-ciamos al Grupo de Exploraciones Científicas, que con baseen Marianao, trabajaba en la investigación de cavernas converdaderos ríos subterráneos. Estas cuevas se encuentranen la provincia de Pinar del Río, cerca de un pueblito llama-do Sumidero, en el valle de Pica Pica. Corría el año 1962cuando visitamos por primera vez aquel lugar.

Ya entrada la tarde de un día de invierno de aquel añollegamos al valle de Pica Pica como parte de la expedicióncompuesta por 18 hombres y 2 mujeres, donde fuimos aco-gidos con gran alegría por los campesinos de aquella locali-

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dad. Después de las presentaciones y los coloquios de ri-gor, instalamos nuestro campamento en una casa de curartabaco y nos aprestamos para nuestra primera aventura.

Esa misma noche visitamos la cueva de Pío Domingo, cuyainmensa boca se abre en la pared de la loma situada al fon-do del valle de Pica Pica. Al llegar a su entrada quedamosmuy impresionados, pues allí cabían todas las cuevas quehabíamos explorado con anterioridad. Seguimos el curso desu espaciosa galería principal y llegamos hasta un depósitode agua potable donde llenamos nuestras cantimploras y va-rios recipientes plásticos. Dicen los campesinos que aque-llos que toman de estas aguas siempre regresan a la cueva;así, todos fuimos víctimas de este místico hechizo.

Después de regresar al campamento y comer, nos reuni-mos en el bohío de Perfecto Hernández, un hombre excep-cional. Sin ninguna preparación ni compañía había exploradocasi todas las cuevas de esta comarca y conocía todos loscaminos. Perfecto fue guía y amigo muy querido de variasgeneraciones de espeleólogos.

Sentado en un cómodo taburete Perfecto fumaba un in-menso tabaco acabado de enrollar por él mismo. Densaslengüetas de humo brotaban de su boca para dispersarsejuguetonas entre las cobijas del techo. Con una taza de caféen la mano nos señaló para el monte oscuro y habló así:

— Hace poco el Yeti anduvo otra vez rondando la casa. Elmuchacho lo vio y se pegó tremendo susto.

Y señaló con el extremo apagado de su tabaco al hijo máspequeño, sentado en el suelo junto a nosotros. Todos mira-mos hacia el muchacho, pero el sentido mágico de aquellaspalabras nos dejó expectantes e interrogantes; entonces,para satisfacer la curiosidad de los novatos, Perfecto refirióla historia del Yeti.

Desde hacía muchos meses en toda la región se estabahablando de un animal muy raro, nunca antes visto; según

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Fig.

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las versiones que corrían, la bestia tenía el tamaño de unternero, pero era fuerte y peludo, con el rabo largo y de colorcarmelita claro. Algunas personas dicen haberlo observadopararse en dos patas.

Cuentan que un hombre lo encontró en su camino y fueatacado por el animal, que en la lucha le arrancó un brazo decuajo. Otros dicen haberlo visto destrozar un puerco con re-lativa facilidad. En menos de una semana el susodicho secomió unas 50 gallinas de las que vivían en los alrededoresde la casa de Perfecto; incluso el hijo menor de nuestro ami-go tuvo la desdicha de encontrarse con el Yeti.

Una tarde que estaba sentado en la casa, notó que losperros comenzaron a gemir y se escondieron bajo la mesacon el rabo entre las patas. De la cochiquera situada al piede la loma llegaban los gruñidos aterrados de una puerca. Alllegar al sitio, atraído por la algarabía, el muchacho sufrió talsusto, que regresó a la casa sin habla y nunca se le ha escu-chado una palabra de lo que vio aquella tarde de verano. Selimitó a decir:

— El Yeti, el Yeti —y se abrazó a su madre tembloroso demiedo.

Aquella historia parecía otro de los cuentos de “güijes” tancomunes en nuestros campos, pero había una notable dife-rencia. Perfecto era un hombre muy serio y varios miembrosdel Grupo de Exploraciones Científicas juraban haber ob-servado el Yeti. Según comentaron, en cierta ocasión unode ellos le hizo varios disparos y logró ahuyentar al animalsin herirlo, que en su veloz carrera hacia lo alto de las lomasfue rompiendo ramas y bejucos.

Hubo otra ocasión en que se reunieron 20 hombres, bienarmados, con la finalidad de hacerle un cerco al Yeti y captu-rarlo; después de varios días de búsqueda infructuosa, sin-tieron un gran alboroto al acercarse a la entrada de unacaverna que se conoce con el nombre de Los Soterráneos.

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Al parecer había en ella algunos de estos animales que esca-paron al olfatear la cercanía del hombre. Allí pudieron encon-trar grandes huellas frescas de las patas del Yeti, así comoabundantes excrementos. Las huellas permitieron determi-nar que las patas del animal eran grandes y provistas depotentes garras que se enterraban profundamente en el fan-go; mientras que el estudio de los excrementos demostró quesu alimentación consistía tanto de animales como de plantas.

Ya bien entrada la noche nos dirigimos a la casa de curartabaco, que se había convertido en nuestro campamento.Estas casas tienen varios pisos formados por tendederas dehojas de tabaco amarradas a largos palos llamados cujes.En la primera camada de cujes amarré mi hamaca. La tem-peratura bajó a cerca de 5 ºC, de modo que antes de acos-tarme me arropé con todo lo que tenía en la mochila y metapé con una gruesa frazada. Pronto quedé profundamentedormido gracias a la tibia comodidad de mi aposento y alsilencio que reinaba en todo el valle.

Ya de madrugada un suceso inesperado me hizo saltar dela hamaca y trepar al más alto de los pisos de cujes; el silen-cio de la noche fue roto por un aullido agudo y entrecortadoque me erizó los pelos hasta sus mismas raíces. El eco delvalle convirtió aquellos aullidos en una sinfonía tenebrosa:¡El Yeti!, fue la palabra repetida de boca en boca. Los perrosgemían inquietos sin atreverse a salir de la casa y todos que-damos expectantes, consternados, pero no se oyó nada más.Al trepar a lo alto de la casa de curar tabaco, dada la celeri-dad con que lo hice, olvidé llevar la frazada, de modo que elintenso frío no me dejó conciliar el sueño. ¿Bajar a buscar-la? Ni soñarlo. Al despuntar el día y cuando todos se habíanlevantado, logré desentumir mis huesos y bajar a reunirmecon el resto de la gente. Después solo se habló del Yeti,pero al parecer vino a dar su último alarido de despedida.

Para algunas personas el Yeti no entraña misterio alguno,pues consideran que se trata de algunos perros jíbaros de

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gran talla, que la imaginación campesina ha deformado; sinembargo, no se puede descartar la posibilidad de que seaalgún otro animal extraño, pues en Pinar del Río vivió uncoleccionista que tenía un zoológico particular, del cual seescaparon varias especies traídas de otros países.

Yo no sé si lo que oímos aquella noche fue el ladrido de unperro jíbaro, el aullido de un coyote o el bramido de algúnotro animal, pero lo cierto es que nunca he vuelto a escucharnada semejante. Hace unos años estuve por última vez encasa del difunto Perfecto y le pregunté por el Yeti. Me dijoque no había vuelto a tener noticias de este. ¿Se habrá muer-to? Quizás nunca lo lleguemos a saber, pero no es imposibleque aún se esconda en las cavernas de la sierra de los Ór-ganos. Lo cierto es que la naturaleza de este animal hastahoy sigue siendo un misterio.

A solas en las tinieblasAunque me dolían todos los huesos, pues gran parte de lanoche estuve acostado sobre una camada de cujes, aquellamañana ascendí emocionado hasta la boca de la gran ca-verna de Pío Domingo. Con Mario y dos colegas del Grupode Exploraciones Científicas, teníamos la tarea de penetrara la furnia del Megalocnus y estudiar un depósito de aguaque hay en ese sector de la caverna. Esta iba a ser nuestraprimera experiencia en grandes subterráneos.

La cueva de Pío Domingo tiene 1 100 m de largo y lossalones alcanzan un puntal de 25 m. Sin embargo, para lle-gar a la furnia del Megalocnus es necesario tomar un estre-cho pasadizo de 110 m de largo, donde hay tramos en quees necesario pasar arrastrado. El fango carmelita, muy plás-tico, se adhiere al cuerpo; así, avanzamos con toda cautela,de uno en fondo, hasta llegar a un pequeño saloncito encuyo centro hay un orificio circular parecido al brocal de unpozo. Por este agujero se desciende a un salón inferior, pero

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para hacerlo hay que utilizar una escala, pues la aberturaqueda en el mismo centro de la bóveda del salón inferior.

Después de amarrar una soga a una roca del piso caver-nario y atarle la escala de acero y aluminio, descendió Fran-cisco, el más experimentado en estos métodos. Acontinuación le seguimos Mario y yo, pero no tuvimos tiem-po de alegrarnos. Desde arriba, el cuarto explorador nos dijoque se iba inmediatamente fuera de la cueva, pues tenía unmal presentimiento. Pero eso no era todo, exigía que Fran-cisco lo acompañara hasta el exterior.

La verdad es que a mí se me enfriaron los ánimos y con lamisma se me recalentaron. Nosotros, los novatos, teníamosque permanecer allá abajo, mientras que un experto acom-pañaba al otro experto hasta la superficie. ¡Se habrá vistocosa igual! Pero no hubo más remedio; allí quedamos Marioy yo, con las linternas apagadas, el cuerpo aterido y húme-do, en tanto que un mal presentimiento pendía sobre nues-tras cabezas. No sé cuánto tiempo transcurrió en aquellasituación, pero al fin llegó Francisco y descendió a nuestrolado; entonces, después de los comentarios inevitables,emprendimos la segunda parte de aquella exploración.

A un lado del saloncito inferior donde estábamos se abríala comunicación con una especie de tubo muy empinado,que conducía al lago subterráneo. Allí tuvimos nuestra pri-mera sorpresa: junto a la estrecha boca del tubo encontra-mos el esqueleto petrificado de un animal prehistórico: loshuesos, unidos entre sí por un manto de calcita, conserva-ban la armonía natural del esqueleto, se trataba de un exce-lente ejemplar de Megalocnus rodens, enorme perezoso noarborícola que habitó estas islas hasta hace unos pocos mi-les de años. En muchas otras ocasiones he participado enexcavaciones paleontológicas y he vuelto a encontrar loshuesos de algún pariente de este perezoso, pero la imagendel Megalocnus de Pío Domingo tiene, en mi memoria, lamagia de una experiencia nunca igualada.

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Fig. 3. Furnia del Megalocnus en la cueva de Pío Domingo.

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Cuando decidimos descender al lago, sólo disponíamosde una soga, ya que la escala había quedado colgada deltecho del saloncito, pues era nuestro único medio de salir deallí. Inicialmente habíamos pensado zafarla y utilizarla en elsegundo descenso, pero para ello alguien debía quedarsearriba, para volver a colocar la escala a nuestro regreso.Pero ese alguien ahora estaba muy lejos narrando la histo-ria de un extraño presentimiento. Así las cosas, nos vimosde pronto con una soga como único implemento para conti-nuar el descenso. El primer problema era amarrarla, yresultó lo que ya todos habrán pensado, el único asideroaparentemente sólido era el noble perezoso quien, despuésde miles de años de muerto e incluso de haberse extinguidotoda su raza, nos hizo un gran favor en aquel difícil momentode incertidumbre. Su recio costillar sirvió de maravilla paraatar la soga, y los huesos de las patas, inmejorables aside-ros. Por eso me atrevo a decir con toda propiedad, que estaexploración fue posible gracias a que el Megalocnus nos diouna mano.

Yo creo firmemente en ese refrán de que “para abajo nosolo los santos, sino hasta los muertos ayudan”, ya que re-suelto el problema de asegurar la soga, bajar hasta el lagosubterráneo no demandó gran esfuerzo; bastó dejarnos caerpor una pendiente resbalosa, gracias al fango blanquecinoque la cubría, hasta llegar al agua donde nos enterramosalegremente hasta las rodillas. En ese momento no pudimospercatarnos de que habíamos caído en una trampa.

Nuestra tarea era calcular el volumen de agua que conte-nía el lago subterráneo, con la idea de que algún día pudieraser utilizada para abastecer a los campesinos de la zona;para eso utilizamos una soga fina a la que adosamos unabola de fango en la punta; así, al hundir la soga en el tanquenatural de aguas frías y transparentes pudimos determinaren 20 m la profundidad del mismo. Según nuestros cálculosposteriores las reservas eran suficientes para ser utilizadas

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si llegaba la ocasión. Estábamos eufóricos y agotados, porlo que decidimos sentarnos a descansar unos minutos y co-mer unas pastillas de chocolate que guardaba en mi bolsillo;pero mi mano se sorprendió al penetrar en la penumbra delpantalón. En lugar de unas barras bien torneadas de exqui-sito chocolate Baracoa, mis dedos se hundieron en una pas-ta informe y untuosa, que a la luz de las linternas presentabaun color carmelitoso abigarrado, y que de hecho se diferen-ciaba poco del lodo donde estábamos enterrados muy a pe-sar nuestro. Sin que nos desanimara un ápice el aspecto de“caca de niño” que ostentaba aquella sustancia, nos reparti-mos el “chocofango” y lo ingerimos sin desdeño, escupiendoquizás uno que otro pedacito de calcita, ocasionalmente; peroguárdeme este secreto por si acaso.

Consultamos el reloj. La tarde debía estar cediendo pasoa la noche y era hora de regresar a la superficie. A mí, no sépor qué razón, me tocó subir el primero; para salir del aguje-ro donde me encontraba enterrado, agarré la soga que des-cendía desde el Megalocnus hasta nosotros, e hice fuerzapara izarme, pero mis manos resbalaron libremente sin al-zarme ni una pulgada. Ante esta situación, me dediqué aañadirle gruesos nudos a la soga, pero el fango pastoso losempavonaba enseguida y los convertía en asideros inútiles.La pendiente, que tenía unos 60º, de gran ayuda para des-cender, se tornó en cruel obstáculo para el regreso. Los in-tentos de escalar por la soga fueron infructuosos. Estábamosatrapados.

En estas circunstancias surgió la idea de esculpir escalo-nes en el fango y para hacerlo utilicé el casco protector aguisa de pala; con mucho esfuerzo, ayudándonos unos aotros, excavando nuevos escalones según avanzábamos,sudando a mares, riendo a ratos, fuimos ascendiendo lenta-mente hasta llegar al pie del agujero por donde habíamospenetrado. De más está decirle que para subir necesité lasdos manos, aunque tres hubieran sido una bendición. Cuan-

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do me puse el casco, cuyo peso había crecido sustancial-mente, gruesas gotas de fango licuado por el sudor se filtra-ron en mis ojos hasta nublarme la vista. Bajar había sidosencillo, pero subir no fue una tarea fácil; sin embargo, aúnnos faltaba escalar la parte final del tubo, casi vertical, y cuyaboca estaba a 2 m por encima de nosotros. La soga, siem-pre resbalosa, no ayudaba en nada, pero de nuevo la imagi-nación nos sacó del aprieto. Lo primero que hicimos fueenterrar a Mario en el fango al pie de la subida final, a fin deque no se resbalara pendiente abajo. De hecho lo converti-mos en una especie de escalera. Seguidamente me subí ensus hombros, no me pregunte cómo, me empiné hasta quemi mano alcanzó la boca del fangoso pozo y agarré la patadel Megalocnus. Gracias otra vez a su prehistórica presen-cia, pude salir del hueco afincándome sobre cuanta cosaencontraron mis botas (debo aclarar que cuando digo “cosa”incluyo cabeza, hombros y otras partes del cuerpo humano).Una vez afuera ayudé a escalar a mis amigos, siempre conel apoyo del perezoso.

Después que se ha sufrido tanto hasta que el agotamien-to casi vence, la certeza de que hay personas esperándo-nos y preocupadas por nuestra suerte es una fuente deenergía. En aquel momento, ya a salvo y avanzando por lainmensa galería central de la caverna, mi pensamiento esta-ba en nuestros amigos en el exterior, quienes, llegada lasocho de la noche, deberían formar una partida de rescate. Alacercarnos a la enorme boca de Pío Domingo una suavebrisa comenzó a refrescar nuestros maltratados cuerpos. Pri-mero se escucharon los cantos apagados de algunos grillos,después fueron creciendo en intensidad los mil sonidos dela noche. Por ellos nos guiábamos, pues entre la oscuridadde la cueva y la oscuridad de la noche no hay diferencia. Alllegar a la salida el techo cavernario cedió su lugar al techodel mundo, coronado de millones de punticos luminosos;nuestros ojos se fascinaron con aquella imagen, acostum-

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brados como estábamos a la penumbra generada por la luzmortecina de nuestras casi agotadas linternas. Cuando des-cendíamos hacia el valle, sucios y extenuados, encontramosuna partida de rescate que venía a buscarnos. Era mediano-che, de luna nueva, y nadie dormía, ni nos dejaron hacerlohasta terminar con el relato de todo lo acontecido; una entra-ñable satisfacción nos embargaba cuando al fin dejamos re-posar nuestros maltrechos cuerpos sobre las hamacas.

El accidenteEl valle de Pica Pica está situado cerca del curso del ríoCuyaguateje, el que con sus aguas milenarias ha sido unformidable explorador de las entrañas de la sierra, creandoa su paso un enorme y variadísimo sistema de galerías sub-terráneas. Al segundo día de estancia en Pica Pica nos diri-gimos hacia un lugar conocido como el sumidero del ríoCuyaguateje, donde sus aguas se esconden bajo la monta-ña; allí se abre la cueva más ancha que haya visto en mivida, cueva Clara, pero que tiene apenas unos 100 m delargo. Al pasar por esta oquedad llegamos al Hoyo dePotrerito, un pequeño valle pintoresco de paredes vertica-les, cuyos únicos accesos son subterráneos.

Al otro extremo se encuentra la cueva Oscura, que a dife-rencia de cueva Clara, es estrecha y negra como la noche,pues añadido a la oscuridad de las negras paredes rocosasy la falta total de luz, está el hollín que cubre techos y pare-des, ya que los campesinos utilizan antorchas para atrave-sarla. Después de pasar por debajo de las lomas a través decueva Oscura logramos alcanzar el valle de San Carlos, gran-de y fértil como toda la comarca; y desde allí, escalando porencima de la sierra se llega a otra parcela del paraíso terre-nal: el Hoyo del Plátano. Este “hoyo”, a contrapelo con sunombre, no tiene plátanos ni está cultivado, de modo que locaracteriza un tupido bosque nacido entre enormes peñas-

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cos y paredes verticales de negro mármol. En este sitio lavoz humana es herejía, pues el canto de los pájaros y losanimalillos del bosque recrean los exquisitos rumores de lanaturaleza salvaje. En este ambiente paradisíaco se abre laboca de la cueva de Borrás, que fue bautizada por el Grupode Exploraciones Científicas para honrar la memoria delespeleólogo y enfermero Pedro Borrás Astorga, muerto enPlaya Girón.

Fig. 5. La boca de cueva Clara, enorme galería que sirve de paso al ríoCuyaguateje por debajo de la montaña.

La entrada a esta espelunca es impresionante, pues pa-rece una tajo irregular abierto en la misma base de la paredrocosa. Cuando uno se para frente a ella tiene la sensaciónde que está ante una de las entradas del infierno. Una pen-diente brusca sembrada de oscuras piedras afiladas da pasoa las tinieblas. Para explorar esta caverna nos dividimos en

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dos grupos: el primero en entrar, compuesto de tres perso-nas, estaría encargado de realizar la exploración hasta don-de se lo permitieran sus posibilidades; el segundo grupo, decuatro hombres, al que yo pertenecía, debería elaborar elmapa de la cueva.

La cueva de Borrás es una de las más peligrosas que hayaexplorado en mi vida. Inmensos bloques de piedras comocasas, desprendidos del techo, forman el piso de la cuevadificultando terriblemente el paso. Entre uno y otro bloquese abren agudos abismos donde uno se puede quedar tra-bado si se deslizase dentro de ellos. Por eso para avanzarhay que dar muchos rodeos buscando los pasos mejores yevitando los abismos, saltando de roca en roca y escalandopequeñas paredes. Esto, sin contar que la superficie de losbloques está cubierta por unas formaciones cristalinas de-nominadas pinitos, que cortan y desgarran la piel como afi-lados cuchillos. Nosotros no estábamos preparados para estaeventualidad, pues carecíamos de guantes y nuestra ropaera de una tela poco resistente a la desgarradura. A nuestropaso dejamos un doloroso rastro de sangre.

El trabajo de mi grupo era agotador, pues la cartografía dela cueva se basaba en medir distancias y calcular pendien-tes, por medio de una plantilla de papel cuadriculado, cintamétrica y una brújula. Pero en aquellos enormes salones lasmediciones son muy difíciles, ya que no se pueden trazarlíneas largas y a menudo había que hacerlo a lo largo de unplano inclinado, que introduce errores en las distancias. Sólohabíamos logrado cartografiar dos salones en casi tres ho-ras y ya estábamos tremendamente fatigados, por lo quedecidimos acostarnos a descansar en un recodo donde elpiso era menos irregular; apagamos nuestros faroles paraahorrar las baterías; todo era tranquilidad y silencio, roto aquíy allá por la caída de alguna gota de agua. La oscuridad eratan absoluta que lo mismo daba tener los ojos abiertos quecerrados, pues se crea una sensación muy extraña, como la

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de estar en otra dimensión donde no es importante el lugarque se ocupa y uno siente como si se proyectara hacia elespacio circundante. Pronto quedamos medio adormecidos.

Pero la calma fue sustituida por la tormenta. Un ruido debloques desprendidos y gritos de auxilio que se tornaron enfuerte algarabía interrumpió nuestra ensoñación. De momentono podíamos comprender qué podía haber sucedido. Cadauno se precipitó en una dirección distinta hacia donde creyóque había ocurrido el derrumbe, pues el eco multiplicado delas voces y ruidos no facilitaban la orientación. Al fin descu-brimos de donde venían los llamados y logramos reunirnosen el lugar; aquello era un caos de piedras y bloques suel-tos, equipos dispersos y los cuerpos de nuestros amigos.Mario yacía en el suelo, parcialmente cubierto de rocas, aton-tado y sangrando por la nariz y una oreja; Francisco estabaherido en varias partes del cuerpo y se quejaba de un tobillo;mientras que Roberto se encontraba sobre un grupo de ro-cas quejándose de dolor en un brazo. La desobediencia auna de las medidas de seguridad más importantes había pro-vocado aquel accidente.

Mientras Francisco descendía por una pared casi vertical,agarrado a las piedras sueltas que la formaban, Mario deci-dió seguirlo sin esperar a que completase la bajada; peroesto no fue lo peor, pues estando ambos en medio del abis-mo, Roberto también había emprendido el descenso y alhacerlo se apoyó en una roca suelta que había sido removi-da por los que descendieron con anterioridad; así, bajo supeso, aquella enorme piedra se desprendió arrastrando conella otros bloques que golpearon y derribaron a Mario y Fran-cisco. Parecía que sobre nosotros pendía una maldición; sibien Mario, Francisco y yo escapamos sin daño el día ante-rior, no hicimos sino retardar nuestro destino para que serealizara en el peor de los lugares. Le parecerá anecdótico,pero la misma persona que se había retirado de la cueva dePío Domingo ante un mal presentimiento, nos había acom-

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pañado hasta la boca de la cueva de Borrás para de nuevoregresar al campamento y por las mismas razones.

Pero volvamos a los asuntos. Para proceder al rescate sedecidió mandar una partida al exterior en busca de ayuda,en tanto que otro grupo de los no accidentados atendía a losheridos, especialmente a Mario que no volvía en sí. Por suerteuno de mi grupo era estudiante de medicina y quedó encar-gado de los heridos. Francisco y yo salimos afuera. Esteúltimo, herido como estaba, tuvo que ir al valle de San Car-los en busca de ayuda, pues yo no era práctico en la zona ypodía tranquilamente perderme, por lo que me puse a cons-truir una camilla con ramas, bejucos y lianas. No sé cuántotiempo transcurrió, pero cuando la desesperación se apode-raba de mí, sentí un ruido de ramas rotas que precedió alarribo de un grupo de campesinos.

Al llegar a Borrás, Francisco comprendió que había cum-plido con su deber y se desmayó. Su tobillo estaba tremen-damente inflamado, pues en realidad lo tenía fracturado; así,había caminado decenas de kilómetros y escalado la sierrados veces para traer ayuda. Al calor del rescate, no se per-cató de su estado, y en realidad no lo supo hasta llegar a LaHabana dos días después.

La partida de campesinos descendió a la cueva con an-torchas confeccionadas con materiales recogidos cerca dela cueva, descalzos y sin ninguna experiencia previa en estetipo de labor. Cuando llegamos al lugar del accidente nosconvencimos de que la camilla era inútil, porque no era posi-ble andar por la cueva de roca en roca evitando los abismosy cargando con una persona acostada.

Así, era imposible sacar a Mario si no andaba por sus pro-pios pies; pero éste reaccionaba de un modo inesperado,pues nos pedía que lo dejáramos allí tranquilo y nos fuéra-mos. Con la paciencia necesaria y el uso de una sicologíaaprendida el pasado semestre, nuestro futuro médico con-venció a Mario para que se parara y se encaminara al exte-

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rior. Para apoyarlo hicimos una cadena de hombres que seapostaron en cada paso peligroso y que se desplazaban has-ta otra posición al extremo de la cadena cada vez que pasa-ba Mario. Este comportamiento me recuerda a las filas dehormigas, donde cada individuo va cambiando de sitio y ta-rea para que sus compañeras descansen. Mario, andandocon gran dificultad, casi llevado en vilo por los recios hom-bres de campo, llegó al exterior donde pudimos acostarlo enla camilla; así hizo el camino por encima de la sierra y hastaun bohío situado cerca de la carretera a Pinar del Río.

Francisco, entre tanto, se había recuperado e hizo el ca-mino de regreso con un mínimo de ayuda, apoyado en unrústico bastón que él mismo se preparó.

Por el camino, una parte del grupo se desvió hacia el cam-pamento en Pica Pica, donde recogerían los bultos y regre-sarían a La Habana. Francisco, que aún no sabía que sutobillo estaba fracturado, se fue con ellos, siempre apoyadoen su tosco bastón. Alberto y yo, que junto a Roberto éra-mos los miembros del Grupo Murciélago en esta expedición,fuimos también al campamento a recoger el equipaje y unir-nos a Mario antes de que llegara la ambulancia. Lo que sedice en pocos segundos representó muchas horas de cami-no cargados con dobles mochilas y con el cuerpo molido porel cansancio; pero no hubo tiempo para darse cuenta de ello.Ya de noche cerrada llegamos junto a Mario, y casi ensegui-da apareció la ambulancia que nos llevaría al hospital pro-vincial de Pinar del Río. La carretera de montaña que uneSumidero con Pinar del Río está dotada de un rosario decurvas cerradas, ora a la derecha, ora a la izquierda, y flan-queadas por enormes abismos. Nosotros la conocíamos bien,así que cuando aquella vieja ambulancia se desprendió atoda velocidad, de noche y lloviendo a cántaros, pensamosque ahora sí se cumpliría nuestro infausto destino; pero porsuerte el bólido aterrizó en el cuerpo de guardia del hospitalprovincial sin ningún tropiezo y emergimos al mundo de la

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razón. No obstante, en ese momento se creó una gran con-fusión, pues no se sabía quién era el enfermo y cuál el sano.Alberto, Mario y yo estábamos amoratados de tanto toparcon las paredes metálicas del cohete y, sin mencionar losolores, completamente embarrados de una variedad de im-propias secreciones corporales. En fin, que a todos nos die-ron el ingreso.

Fig. 6. Mario Hernández camina risueño al frente del grupo que exploraríala cueva Borrás. Horas después yacía gravemente herido a causa de undesprendimiento de rocas.

Recuerdo que nos bañamos y acostamos en sendas ca-millas, no sin antes aclarar, por si acaso, que el verdaderoherido era Mario. Para suerte de nuestro amigo no hubo

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mucho que lamentar, pues sus heridas eran superficiales ydespués de una semana en observación nos dejaron ir acasa. Desde aquella experiencia ya nunca más fuimos losmismos, ahora teníamos una apasionante historia que con-tar y habíamos pasado nuestro examen de ingreso a laespeleología.

Un mes después del accidente tuve que recorrer aquellosmismos caminos hasta las entrañas de la cueva de Borrás,por doquier yacían desordenadamente los equipos de traba-jo, olvidados durante el accidente. En esa ocasión termina-mos la exploración y cartografía de la tenebrosa caverna. Unavez más el hombre se imponía a la naturaleza, o al menos,nos creímos eso.

El misterioso conde de Pozo RedánLas aventuras en Pinar del Río, en vez de alejarnos de losriesgos que entraña la exploración de cavernas, surtieron elefecto contrario, pues alentaron nuestro afán de penetrar ensus misterios. Durante varios años cada fin de semana sa-líamos a explorar y en las vacaciones pasábamos a menudovarios días sin salir de una caverna. Estábamos enfermosde cuevas, o dicho en otras palabras, padecíamos de“espeleosis aguda”.

Muchas exploraciones de esos años las realizamos encavernas situadas al sur de La Habana, como Insunza, Coti-lla, Torrens, Sandoval, Paredones y muchas más; pero lacueva del Túnel se convirtió en una obsesión para nosotros,pues encerraba misterios que pusieron en tensión nuestraimaginación y afán de investigaciones. Si usted desea cono-cer mejor esta espelunca, puede buscar en alguna bibliote-ca el libro tilulado La cueva del Túnel.

La caverna que le acabo de mencionar está situada cercadel pueblo La Salud, no lejos de la cueva de Insunza. Laprimera peculiaridad que llamó nuestra atención en ella es

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que tiene una entrada natural a través de una depresión bienaccesible, y a pesar de ello alguien abrió a pico una segun-da entrada por un túnel que llega hasta su más profundosalón. Este hecho entrañó para nosotros una misteriosa pa-radoja.

La entrada artificial de esta cueva es toda una obra deingeniería, pues se trata de un túnel de 150 m de largo, deperfil cuadrado, bien hecho, que conduce directamente has-ta la pared lateral de uno de los salones principales del sub-terráneo. Esto significa que dicho túnel fue abierto de acuerdocon un proyecto y basado en un conocimiento cabal de lageometría interna del subterráneo. De otro modo, existía elpeligro de errar el trazado y no alcanzar la cueva, o desem-bocar en un lugar de difícil acceso. Es también muy llamativoque en el piso del túnel están las huellas dejadas por líneasque sirvieron para trasladar un vagón que se utilizó proba-blemente para extraer algún material desde la cueva.

La primera pregunta que surgió ante nosotros fue ¿qué sehabrá extraído de la cueva? En los terrenos calizos de laregión no se conocen minerales de interés económico, ni enel interior de la caverna hay huellas de explotación minera.Otra posibilidad es que hayan sacado murcielaguina (o gua-no de murciélago), cuya utilidad como abono natural es apre-ciable; pero normalmente la extracción de murcielaguina nojustifica el gasto de construir un túnel.

Con aquellas dudas martillando mi cerebro nos dedica-mos varias semanas a investigar este misterio. Así, practica-mos numerosas excavaciones en diversos lugares de lacaverna, con resultados de gran interés. Cierto día en queabríamos una trinchera en el fondo de la depresión de entra-da a la cueva, la pequeña pala tropezó con un objeto con-tundente; de entre la tierra roja pudimos extraer un antiguoclavo de hierro, de aquellos forjados a mano, cuya puntaestaba torcida; después aparecieron muchos otros, dandola impresión de que pertenecieron a algún baúl o cofre de

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madera, que el tiempo descompuso por completo. En estelugar encontramos muchos fragmentos de cerámica, inclui-dos pedazos de platos finos franceses, lámparas rudimenta-rias de aceite, cacerolas de metal y lo que llamó máspoderosamente nuestra atención, una medalla de plata conla siguiente inscripción: “Conde de Pozo Redán, 1810”.

¿Había visitado la cueva este conde el siglo pasado? ¿Se-rían los restos del botín de algunos piratas o bandidos? ¿Es-taríamos en un basurero de algún campamento mambí? Estasideas y muchas otras pasaron por nuestras mentes, parabuscar una explicación a tan sorprendente hallazgo; pero,cómo verificar estas hipótesis.

En busca de una solución a tanta duda, decidí hacer unaencuesta entre los campesinos que viven en los alrededoresde la caverna, pero los resultados fueron desalentadores;nadie sabía una palabra de piratas o bandidos, de condes ocampamento de mambises, ni tenían idea alguna del porquéel túnel. Todo esto me desanimó muchísimo, hasta que unamañana fresca de invierno, cuando caminábamos con desti-no a la cueva, entramos a la casa de Pedro Blanco, convo-cados por el azar. Qué fuimos a buscar, no lo recuerdo; quéencontramos, una de las mentes mejor dotadas para laimaginería y el relato que he conocido en mi vida. CuandoPedro supo que éramos espeleólogos sus ojos brillaron comopiedras de amatista, pero cuando entendió que andábamostras la pista del túnel de la cueva, entonces sí que se alegró.Allí mismo agarró su machete, se calzó sus recias botas demonte y salió a caminar junto a nosotros mientras de su bocabrotaban personajes y hechos del más alto vuelo.

Según Pedro Blanco, allá por los años cuarenta una com-pañía norteamericana instaló un cercado en los alrededoresde la cueva. Allí apostaron centinelas día y noche, que nodejaban a nadie acercarse al lugar. Ningún campesino fuecontratado ni contactado, pero se sabe de buena fuente queal cabo de varios meses habían sacado de la cueva un nú-

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mero no precisado de cajas metálicas; terminados estos tra-bajos se retiraron sin que se hayan tenido otras noticias alrespecto.

— ¿Qué había en las cajas metálicas? —le pregunté aPedro Blanco curioso e intrigado.

Este me miró largamente, con el rostro compungido y lamirada perdida en el tiempo, como quien ha guardado unsecreto por muchos años y comprende de pronto que hallegado el momento de revelarlo.

— Mira muchacho —me dijo con cariño dejando caer sugruesa mano sobre mi hombro— sobre este asunto son doslas historias que yo he llegado a conocer.

Y añadió con voz firme y cavernosa:

— Lo que te voy a decir casi se va conmigo a la tumba,pero cuando los conocí a ustedes supe que estaban desti-nados para recibir este secreto tan largamente guardado.

Y siguió así:

— Yo he llegado a saber que el pirata Morgan tuvo ciertavez la intención de atacar La Habana, pero ante la imposibi-lidad de entrar por la costa norte sin ser visto, decidió hacerel asalto desde tierra.

— Escúchame bien para que lo comprendas —dijo comopara verificar mi estado de ánimo y quedó satisfecho con elbrillo que vio en mis ojos. Entonces continuó su relato.

— Los piratas eran gente muy fiera, de mucho pelo enpecho, pero no les gustaba morirse por gusto, por eso Morgandesembarcó por la costa sur, para atacar La Habana pordonde nadie lo esperaba; pero tú bien sabes que desde lacosta sur hasta La Habana hay que caminar muchos kilóme-tros, y el calor de acá no está hecho para piratas, hombresde mar acostumbrados a la brisa. Imagínate lo que pasaronandando por estos montes.

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En ese momento perdí el hilo del relato. En mi mente seproyectaron las imágenes de aquellos pintorescos persona-jes, algunos dotados de recias patas de palo, otros con pe-sadas manos de gancho y todos con sus vestimentasmulticolor como humana horda de papagallos, sudados ypolvorientos, recorriendo enardecidos la campiña criolla.

Cuando mis oídos retomaron el relato, Pedro ya estabafascinado por su propia historia, y descargaba sin cólera nipiedad su curvo sable sobre los villanos cortando cabezas adiestro y siniestro, mientras arrancaba todo tipo de alhajasde los cuellos tronchados de sus víctimas. Entonces volvióen sí y me dijo:

— Así fueron atacando cuanta aldea o caserío hallaron ensu camino.

Y añadió:

— El botín era enorme, al punto de convertirse en unamolestia. Por eso, piratas al fin, al llegar a la cueva del Túnel—que por entonces no tenía túnel— enterraron el tesoro ensu interior y dibujaron un mapa.

Lo que ocurrió después no está claro. Pedro cree que lospiratas extraviaron el mapa del tesoro y no encontraron elcamino para llegar hasta la cueva, de modo que abandona-ron todo y se fueron.

No obstante, el pirata Morgan murió en 1688, años antesde la fecha que aparece en la medalla del conde de PozoRedán encontrada en la cueva; pero no sabemos si dichonúmero es realmente una fecha, pues Pedro Blanco opinaque se trata de una cifra cabalística. Tampoco se puede ase-gurar que la medalla de referencia perteneciera al tesoro deMorgan y no la hubiese perdido allí un caminante. De cuaquiermodo, Morgan no era francés sino inglés, así que no debie-ron ser suyos los platos rotos ni el cofre de madera podridaque contenía el medallón.

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Mientras yo evaluaba mentalmente estas cuestiones, Pe-dro Blanco me miraba en silencio. Cuando notó que yo re-gresaba a la realidad, sin darme tregua me golpeó con estaspalabras:

— Pero eso no es todo, pues yo tengo entendido que enesa cueva el gobierno de la corona española tenía enterra-do un inmenso tesoro.

Y añadió sin dejarme tomar aliento:

— Ese tesoro lo trajeron de La Habana, por temor a quefuera robado por los corsarios y piratas que realizaban fre-cuentes actos de saqueo a la ciudad. Pero cuando vinierona buscarlo años después, encontraron que el paso hacia laprofundidad de la cueva se había derrumbado, y el tesorosepultado para siempre en las tinieblas inaccesibles.

Oído aquello pedí disculpas a mi interlocutor y me di a lafuga. Ya era tarde y debía regresar a La Habana, pues teníaque presentarme a examen de Historia la mañana siguiente.Mi mente estaba bloqueada, mis pensamientos retorcidos yalucinados. Todo era tiniebla y luz, por eso aquel lunes sus-pendí el examen; según mi maestro, el pirata Pedro Blanconunca atacó La Habana y mucho menos por tierra, dejandosus naves escondidas en una cueva; tampoco el conde dePozo Redán dirigió las obras de apertura del túnel de LaHabana en 1810, ni había escondido allí un tesoro consis-tente en fina vajilla francesa contenida en resistentes cajasmetálicas. A partir de aquel día sorprendí varias veces almaestro mirándome con un extraño brillo en los ojos.

Lo cierto es que las historias de Pedro Blanco me dejaronen blanco. La única verdad que pude corroborar es que enla cueva hubo un derrumbe, de modo que el acceso a lossalones principales, incluyendo el que se comunica con eltúnel, conlleva no pocos riesgos. Es más fácil el camino porel túnel artificial que por la vía natural, pero esto no justifica

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la apertura del túnel. Si por fin fue excavado con la sola in-tención de extraer guano de murciélago, entonces quien cos-teó la obra tenía dinero suficiente como para emprendersemejante empresa a toda pérdida, pero esto es más creíbleque las hazañas de Morgan, el tesoro de la corona españolay las famosas cajas metálicas de los norteamericanos.

Los verdaderos tesoros de la cueva del Túnel, en definiti-va, no son los que mencionó Pedro Blanco. Esta cueva con-tiene bellas formaciones cristalinas, muy hermosos salonesadornados de mantos y carámbanos calcáreos completamen-te translúcidos, así como pequeños manantiales de exquisi-tas aguas naturales. De la cueva del Túnel, además, se hanextraído innumerables restos fósiles de los animales quehabitaron estas tierras antes de la llegada del hombre, lamayoría de los cuales están hoy extintos. Sobre estos temasvolveremos más adelante.

Peligro de muerteDespués de haber explorado muchas cuevas en distintospuntos del país, un día nos enteramos de que en Venezuelahabían muerto 14 espeleólogos por causa de un hongo, elHistoplasma capsulatum, que habita en lugares húmedos ypenumbras, como son: los túneles, los sótanos, las minas, elinterior de las pirámides y las cuevas. La noticia nos parecióbastante inoportuna.

Lo peor del caso es que el hongo se ha descubierto envarias cuevas cubanas, no en todas por cierto. La histoplas-mosis, que es como se denomina esta enfermedad, atacalos pulmones de hombres y animales provocando calcifica-ciones y pequeñas cavernas. En la mayor parte de los ca-sos, según las estadísticas médicas, sólo se manifiesta comoun fuerte catarro que tiende a desaparecer con el tiempo,dejando muy leves lesiones. Sin embargo, en algunas per-sonas la enfermedad puede evolucionar en un catarro cróni-

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co que mina la salud del individuo y le causa la muerte. Elcontagio ocurre cuando se respira el aire cargado de espo-ras, que vienen a ser las semillas a partir de las cuales sereproducen estos pequeños cavernícolas.

Al conocer tan alarmantes noticias fuimos al Hospital CalixtoGarcía, donde nos hicieron las pruebas correspondientes.Estas demostraron que en alguna ocasión sufrimos una mo-dalidad benigna de la enfermedad. Nosotros salimos airo-sos, pero este hongo es un peligro latente para toda personao animal que entra en una cueva. Téngalo en cuenta, puesusted puede ser la próxima víctima.

Inundaciones y crecidasEn distintas regiones de Cuba hay cavernas por las cualescorren extensos ríos subterráneos, pero el lugar por excelen-cia para este tipo de paisaje es la sierra de los Órganos en laprovincia de Pinar del Río. Estas montañas de calizas estánrecorridas por el río Cuyaguateje y sus afluentes, que tienensus cabeceras en las montañas de las Alturas de Pizarra. Así,la exploración de estas cavernas entraña un peligro latente,por la posibilidad de que ocurra una crecida de los ríos demodo que la caverna quede completamente inundada. Nues-tra primera sorpresa desagradable por una crecida inespera-da ocurrió cuando explorábamos la cueva de la Amistad.

Esta gran caverna fue descubierta en el año 1961 duranteuna expedición en la que participaron espeleólogos polacosy cubanos, sus extensas galerías se abren en los mármolesnegros de la sierra de Sumidero, como resultado de la ac-ción de las aguas de un afluente del río Cuyaguateje. LaAmistad está integrada por un cauce subterráneo que mide3 km de largo, por donde corren las aguas del arroyo Alcal-de; a mayor altura en la montaña hay otros cauces secosque forman una serie de galerías dispuestas en dos nivelessuperpuestos y el total de cuevas intercomunicadas supera

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los 10 000 m de longitud. Nosotros visitamos esta cavernamuchas veces entre los años 1963 y 1970, explorando susextensas galerías, profundos lagos e inmensos salones dondela luz de los faroles apenas permite iluminar el techo. Cuan-do uno llega a estos gigantescos subterráneos tiene la im-presión de que la montaña está hueca por dentro, y lo ciertoes que esa impresión no dista mucho de la realidad.

Fig. 7. Sistema de cauces subterráneos del río Cuyaguateje en la sierrade Sumidero, conocido como la cueva de la Amistad.

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Los trabajos en la cueva de la Amistad nos depararonmuchos momentos agradables, porque su majestuosidad esinigualable, pero la imprevisión puso en peligro nuestras vi-das. Uno aprende tanto de los éxitos como de los errores,por eso paso a relatarle algunas experiencias.

Una despejada mañana del invierno de 1966, los caminosde la sierra vieron pasar a un joven espeleólogo en direcciónal valle de Pica Pica. Julito, gran entusiasta de la espeleolo-gía, quería medir la temperatura y humedad a lo largo delcauce, para completar un estudio que estaba realizando so-bre el clima del subterráneo. Sin avisar a nadie de sus inten-ciones, se dirigió directamente a la entrada occidental de lacueva Amistad y penetró en el río subterráneo; como ya te-níamos un mapa de esta cueva, él había seleccionado pre-viamente los lugares donde realizaría las mediciones, demanera que ya entrada la tarde alcanzó la boca oriental dela caverna. Julito quería dormir en la casa de Perfecto Her-nández, que se encontraba al otro lado de la sierra, relativa-mente cerca de la entrada occidental de la caverna; por eso,sin pensarlo dos veces volvió a internarse en el cauce sub-terráneo, ya que de noche sería más fácil orientarse en unacueva que dentro del monte y la sierra. Ese fue su gran error.

Según avanzaba por la galería inundada, las aguas co-menzaron a fluir con mayor intensidad, arrastrando consigoalgunos trozos de ramas y hojas que pasaron velozmentepor su lado; el rumor de la corriente crecía en intensidad y elnivel del cauce comenzó a elevarse por minutos. Julito cono-cía bien lo que estas señales indicaban, no cabía duda deque había llovido en los cabezales del arroyo Alcalde, y erainminente el peligro de que en pocos minutos las aguas lle-naran todo el subterráneo. Tenía que buscar un lugar segu-ro cuanto antes; tratar de llegar a cualesquiera de las dossalidas era imposible, por eso la única solución era escalar auno de los cauces secos situados por encima del río sub-terráneo. En este momento había que hacer acopio de mu-

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cha serenidad y razonar con calma; la histeria y el temoreran los aliados de la muerte. Los que conocemos a Julitosabemos que en esta situación no se inmutó, como relatóposteriormente, sino que sacó el plano de la cueva y buscóel lugar más cercano por donde se podía acceder a los nive-les superiores. A grandes zancadas avanzó por la corrientehasta el sitio deseado, y por allí escaló una pared casi verti-cal hasta llegar a un salón situado a varios metros por enci-ma del cauce. Sólo en caso de una tormenta pluvial las aguasalcanzarían esta altura. Bajo sus pies el torrente rugía cau-daloso, arrasándolo todo a su paso.

Sesenta horas de hambre, frío y soledad tuvo que sopor-tar Julito sumido en la más completa oscuridad, pues eranecesario ahorrar la carga de las baterías para el momentode la salida. Cuando las aguas volvieron a su nivel normal,dejaron la galería completamente enfangada y resbalosa,dificultando el paso al explorador, quien, debilitado por elayuno y aterido, recorrió los kilómetros más largos de su vidahasta lograr alcanzar la salida. Nunca el Sol ha brillado conmás esplendor para Julito que aquel día.

En otras dos ocasiones la cueva de la Amistad volvió acolocar a los espeleólogos ante un trance semejante, debi-do a que es muy difícil prever la ocurrencia de una crecida.Cierta vez, durante la exploración de un nivel lateral del cau-ce del río, una especie de meandro abandonado, las aguascrecieron en pocos minutos dejando a un grupo de espeleó-logos aislados por un período de dos días. A pesar de queen el exterior permanecía un equipo de rescate para cual-quier contingencia, este no pudo actuar hasta tanto la corrien-te se hubo aplacado. El tercer susto de esta categoría fue elmás leve. En esa oportunidad, al penetrar en la caverna, losespeleólogos notaron un ambiente anormal, originado pro-bablemente por el exceso de humedad y el olor a tierra moja-da. Algunos propusieron abandonar la exploración, en tantoque otros los tildaban de “precavidos” y deseaban continuar.

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El jefe del equipo se dio cuenta de que la razón estaba departe de los primeros y ordenó la salida inmediata. Pocosminutos después las aguas salían a gran velocidad por laboca de la cueva e inundaban todos los alrededores.

La exploración de ríos subterráneos, como es evidente,entraña muchos peligros, pero estos pueden reducirse si seobservan las reglas de seguridad. Sin embargo, la mejorsolución es tener en el grupo a un compañero experimenta-do, pues como dice el refrán: “más sabe el espeleólogo porviejo, que por diablo”.

Sin noción del tiempoUna de las cavernas a la que dedicamos más años de traba-jo es Majagua-Cantera, que recibió este nombre por los dosarroyos que corren por su interior. Los trabajos en este sis-tema subterráneo comenzaron en abril de 1963, y aún hoy,más de 30 años después, cada visita nos depara algunasorpresa. Esta caverna se descubrió sin realizar exploracio-nes en el terreno, o sea, que ocurrió al examinar un mapa dela sierra de San Carlos. Nosotros sabíamos que estas mon-tañas marmóreas están atravesadas por ríos subterráneos,por lo que bastaba con encontrar una corriente nacida en lasalturas de Pizarra y que terminara en la sierra. Este es elcaso de los arroyos Majagua y Cantera, que corren en direc-ción a la pared de la sierra de San Carlos y allí desaparecen.Al observar con detalle este mismo mapa se descubrió quepor el flanco opuesto de esta serranía, en el valle de SanCarlos, había un cauce cuyas aguas se descargan en el ríoCuyaguateje. Entre el lugar por el cual desaparecen los cur-sos de Majagua y Cantera, y el sitio donde surge el afluentedel Cuyaguateje, hay una distancia de 2 500 m, lo que nosindujo a pensar que estos arroyos podían estar conectadospor debajo de la sierra, y para comprobarlo se procedió avisitar el lugar unos meses después.

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Hoy, al cabo de muchos años de investigaciones, se hanpodido cartografiar unos 30 000 m de galerías interconecta-das, cifra que coloca al sistema Majagua-Cantera entre lasmayores cuevas de Cuba.

La exploración y el estudio de este gigante han significa-do muchas jornadas de trabajo bajo tierra, hasta 14 y 15 hsin descanso, así como la necesidad de dormir dentro de lacueva en muchas ocasiones. Para trabajar en la región nues-tro grupo aplicó un sistema multidisciplinario, con la partici-pación de biólogos, geógrafos, geofísicos, geólogos,bioquímicos, médicos, sicólogos y otros especialistas.

Cuando se visitó esta región con el mapa en la mano aprincipio de los sesenta, se pudo descubrir la enorme gale-ría que se traga las aguas de los arroyos Majagua y Cante-ra, la que a su vez se comunica con cauces subterráneossecos, ya abandonados, situados a niveles superiores; perola primera travesía bajo la sierra siguiendo el curso del arro-yo subterráneo no tuvo lugar sino hasta el 26 de diciembrede 1966. Los dos espeleólogos que realizaron esta hazañatuvieron que nadar por las frías aguas o caminar por el cau-ce lodoso durante muchas horas, aprovechando la época desequía cuando el peligro de inundaciones es menor; sinembargo, un campesino me explicó que ellos no fueron losprimeros en lograr atravesar esos 3 km de recorrido sub-terráneo.

Según me contó este hombre que vive cerca del arroyoMajagua, hace muchos años pasó un ciclón por la zona, pro-vocando extensas inundaciones en las fincas situadas al piede la sierra, y en la suya en particular. Con furia enorme, lasaguas arrastraron consigo a un humilde cerdo que el hom-bre estaba engordando para celebrar las fiestas de fin deaño; el pobre animal, sin vocación de espeleólogo, navegó apaso forzado hasta la cueva, pasó por debajo de la sierra agran velocidad y reapareció al otro lado en el valle de SanCarlos. Según el dueño del marrano, el infeliz quedó vivo

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después de tan inusitada travesía, y días después fue iden-tificado por su compadre, quien se lo mandó de regreso cuan-do hubo pasado el peligro. Yo no quisiera poner en duda laspalabras de aquel hombre, pero hay cada historias que selas traen.

Los estudios que se realizaron en esta región incluyeronla cartografía de la cueva, el análisis de las rocas que for-man los mogotes, el clima subterráneo, el caudal de los arro-yos, los cambios de la composición de las aguas alatravesar la cueva y muchos otros asuntos de gran interés.

El análisis de las rocas permitió determinar que la sierraestá compuesta por mármoles negros con restos fósiles depeces, reptiles marinos gigantes, reptiles voladores y mu-chos otros animales prehistóricos. Estos trabajos demostra-ron también que las rocas que constituyen las paredes delas cuevas se originaron hace más de cien millones de años,en el fondo del mar, cuando Cuba no era aún una isla. Otrasobservaciones revelaron el hecho de que los principales cur-sos subterráneos y las galerías secas están orientadas a lolargo de extensas grietas.

A nosotros siempre nos interesó estudiar las posibilidadesque tiene el hombre de permanecer largo tiempo en el sub-suelo sin que se afecte su salud. Esta era una curiosidadque provocaba frecuentes discusiones y para satisfacer nues-tras dudas, proyectamos y llevamos a efecto un estudio mé-dico-sicológico de permanencia subterránea. Se escogióMajagua-Cantera por sus grandes espacios subterráneos yla existencia de agua potable; también porque representa-ba un taller de trabajo que mantendría ocupado al grupo--experimento. Esta permanencia se diseñó en detalle y fueapoyada por la Sociedad Espeleológica de Cuba y otras or-ganizaciones.

La idea consistía en conformar dos grupos. Uno de per-manencia en el interior de la cueva y otro de apoyo en elexterior, comunicados permanentemente por una línea tele-

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fónica. El grupo de permanencia incluyó un médico con am-plia experiencia espeleológica y una sicóloga novata en lascuevas. Los demás eran espeleólogos con una variada ex-periencia.

El día 9 de agosto de 1977, el periódico Juventud Rebel-de publicaba la noticia:

A partir de mañana y hasta el día 17 de este mes, el Gru-po Espeleológico Martel de Cuba llevará a cabo un ex-perimento de permanencia subterránea en el sistemacavernario Majagua-Cantera, ubicado en la sierra de SanCarlos, provincia de Pinar del Río. Durante estos días, 8miembros del grupo permanecerán incomunicados delexterior, realizando investigaciones médico-sicológicas,geológicas, geomorfológicas e hidrológicas. Durante eltiempo de permanencia en la caverna, estas personas, 6hombres y 2 mujeres, estarán desprovistos de relojes ysus jornadas de trabajo y descanso se sucederán es-pontáneamente, según la decisión de la mayoría. Su úni-ca comunicación con el exterior será mediante unteléfono, cuya función será recibir los informes de lasactividades del grupo subterráneo, a fin de estableceren un diario el horario de las mismas.

Este experimento se pudo concluir con todo éxito en lafecha programada, lo que fue dado a conocer a través delpropio periódico en un artículo titulado: “168 horas sin no-ción del tiempo”.

Durante los primeros días de permanencia subterránea,el médico detectó que todo el grupo bajaba de peso muyrápido, quizás a consecuencia de la tensión de los trabajos.Para evitar un problema se aumentó el consumo de alimen-tos energéticos en la dieta, hasta lograr una recuperación.En el lugar donde se estableció el campamento subterráneohabía una humedad cercana a 100 % y la temperatura osci-laba alrededor de los 22,4 ºC; sin embargo, sólo el fumador

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que formaba parte del experimento se enfermó de catarro.El grupo mantuvo una alta capacidad de trabajo y no surgie-ron discusiones u otro tipo de problema. Por el contrario,con el transcurso del tiempo se estrecharon los lazos deamistad y camaradería entre los exploradores.

Al permanecer tantos días incomunicados del exterior, losexploradores perdieron la capacidad de determinar si era dedía o de noche. La duración de una jornada de trabajo podíaextenderse 20 ó 30 h, lo mismo que el descanso, y no coinci-día en lo absoluto con la sucesión normal de los días y lasnoches. Lo mismo trabajaban toda la noche hasta bien en-trada la mañana, que dormían durante todo el día y parte dela noche. Cuando llegó el momento de dar por terminado elexperimento, algunos pensaban que habían transcurrido 5días, otros que más, en tanto que uno sólo dedujo que era elmomento de salir. Estos resultados demostraron que cuan-do el hombre no puede observar la salida y la puesta del Sol,y carece de reloj, pierde casi por completo la noción del tiem-po; asimismo, nos enseñaron que el medio cavernario esfavorable y se puede permanecer largo tiempo en una cuevasin que se afecte la salud física o mental. La clave estuvo enque participaron espeleólogos con muchos años de expe-riencia y sólo dos personas que entraban a una cueva porprimera vez. Otro factor de éxito fue mantener al grupo ocu-pado con tareas positivas e interesantes, y la garantía deque en caso de problema serían rescatados inmediatamente.

Un mensaje del pasadoEn el año 1980 nuestro grupo espeleológico estableció con-tacto con el Grupo Arqueológico de Niquero y organizamosuna expedición conjunta a las terrazas marinas de la costasur de la región oriental de Cuba. En dos visitas que realiza-mos a la localidad tuvimos la oportunidad de estudiar las cue-vas del Fustete y de Morlote, ambas de gran interés científico.

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La cueva de Morlote recibe este nombre en honor a unaviador que, al sobrevolar la región, descubrió su oscura bocadesde la altura y sirvió de guía a los miembros del GrupoHumboldt de Santiago de Cuba, que la exploraron en la dé-cada de los años cuarenta.

Para llegar a esta cueva es necesario caminar muchoskilómetros sobre la superficie rocosa, seca y desprovista devegetación que constituye el paisaje de la localidad. El dien-te de perro, agudo y traicionero, roe las botas; en tanto elSol ardiente calienta el aire y hace sudar en abundancia.Cuando ya las fuerzas empiezan a flaquear, sólo entoncesaparece la boca de la furnia de Morlote, con 50 m de diáme-tro, que parece el bostezo de un gigante esculpido en la roca.La furnia tiene contorno circular, con una profundidad de 75 m.Es muy curioso que su diámetro aumenta con la profundidady le da el aspecto de una campana. Allá en el fondo hay unpequeño lago natural donde habitan peces ciegos.

El mismo perfil que tiene esta cueva lo presenta el Ojo delMégano, caverna submarina situada en la plataforma insu-lar. Estas semejanzas dieron lugar a un interesante debate.Algunos opinan que estas cuevas se originan bajo el mar ydespués se levantan a la superficie terrestre junto con losfondos de corales, en tanto otros piensan que se forma en lasuperficie terrestre y después se hunden en el mar. Yo opinoque estas son cuevas submarinas, que se originan allí don-de hay manantiales cuyas aguas fluyen de modo ascendente.

Los manantiales son comunes en la plataforma insular deCuba, y se han utilizado por las pequeñas embarcacionespara aprovisionarse de agua potable sin tocar tierra. A favordel origen submarino está el hecho de que la furnia de Morloteestá labrada en rocas coralinas que recientemente hanemergido del fondo marino. Cuevas semejantes se han en-contrado a varios kilómetros de profundidad, al pie del taludcontinental de la Florida. Esta es una prueba más de que seoriginan en el fondo del mar.

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Cerca de la mencionada furnia (pozo natural) a menos de200 m de distancia se encuentra la cueva del Fustete, cuyonombre se debe a la presencia, cerca de su boca, de unárbol conocido con ese nombre. Esta es una cueva con ga-lerías casi horizontales de 3 a 8 m de diámetro, que alcanzauna longitud total de unos 3 km. Su entrada principal está enuna pequeña depresión del terreno, situada a 75 m sobre elnivel del mar y a 600 m de la costa. Otras tres bocas máspequeñas la comunican con el exterior. En el piso de las ga-lerías hay un fino colchón de guano de murciélagos, deposi-tado por varias colonias de estos quirópteros que la habitan.Sus techos y paredes están cubiertos de estalactitas muyhermosas, cuya coloración varía entre el blanco hialino, elcarmelita claro y el rojo tenue. Esta caverna presenta en susparedes uno de los conjuntos de dibujos rupestres más im-portantes de la región oriental.

Los pictogramas de la cueva del Fustete descubiertos enfebrero de 1980 se componen de 30 figuras de color negro,en las que predominan los trazos curvos que forman arcosaislados o en grupos. Alexis Rives, arqueólogo de la expedi-ción, opina que estas figuras simbolizan el mar o simplemen-te el agua. Otras pictografías se corresponden con diseñosgeométricos, una figura zoomórfica que pudiera ser un hom-bre a caballo y, muy en especial, un pez de 60 cm de largo.Este conjunto pictográfico está relacionado probablementecon los rituales de los aborígenes, mediante los cuales pe-dían a los dioses su concurso para obtener una buena pes-ca. Si la figura zoomórfica fuera en realidad un hombre acaballo, esto significaría que estos dibujos rupestres tienenmenos de 400 años. La cueva del Fustete guarda en su inte-rior un trozo de nuestra historia, un rasgo de nuestra nacio-nalidad. En ella dejó el indio un clamor a sus dioses, unaesperanza de vida, un mensaje indescifrado a nuestra gene-ración.

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Aguas y cuevasEn el invierno de 1981 a 1982 se organizó una expedicióncientífica cubano-búlgara a la gran caverna de Fuentes, conla finalidad de continuar los estudios iniciados en 1961 poruna expedición polaco-cubana. En esta expedición partici-pamos varios espeleólogos del Grupo Martel.

El campamento consistía de unas 15 tiendas de campañade lona donde dormíamos, y una gran carpa compuesta conla tela de un paracaidas, que fungía como cocina y sala deestar, mientras que el almacén de alimentos eran dos gran-des casas de campaña. Este conjunto estaba situado entreel arroyo y la loma, de modo que nunca recibía los rayos delSol, así que había un frío horrible a toda hora. No quiero nisiquiera mencionar la temperatura de las aguas del arroyo,donde teníamos que quitarnos el grueso lodo y bañarnos alsalir de la cueva, a menudo bien entrada la noche. Aparte decumplir con las tareas científicas propias de la expedición,debo confesar que yo me divertí a lo grande.

Una de las mayores diversiones era robarnos los pomosde fresas en almíbar cuidados celosamente por Manolo. Laestrategia que utilizábamos era muy sencilla, conocedoresde la veta de mujeriego de nuestro colega, lo atacábamoscon la simpática asistente de María Rodríguez, que lo man-tenía ocupado algunos minutos, suficientes para que Maríao yo nos arrastráramos en la penumbra hasta el deseadocajón de fresas y extrajéramos un enorme pomo que era con-ducido al sitio previamente acordado. En la oscuridad denuestra madriguera tras los matorrales, dábamos buena cuen-ta de aquellas deliciosas fresas, mientras escuchábamos lasmaldiciones lejanas del frustrado cancerbero, que volvía aser burlado. Hubo otros dos momentos de la expedición quemerecen recordarse.

Cierto día visitó nuestro campamento el doctor AntonioNúñez Jiménez, quien arribó en un enorme helicóptero de

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guerra. Este compartió con nosotros varias jornadas de tra-bajo y nos invitó a volar sobre la sierra, experiencia que lo-gró impresionar mi mente con imágenes que nunca podréolvidar. La vista aérea de aquel paisaje es muy distinta de lapercepción que uno tiene del mismo visto desde los caminosque recorren las montañas y los valles. Después de aquelviaje aprendí a admirar aún más la comarca serrana, puesdesde “arriba” las cosas son bien distintas.

Otra experiencia que nunca olvidaré fue una boda campe-sina, que se celebró estando nosotros en plena expedición.Recuerdo que en las primeras visitas a las montañaspinareñas, allá por los años sesenta, me impresionó que loscampesinos podían organizar una fiesta con guitarra y tres,pero en su ausencia, algunas cucharas y cacerolas sonajeraseran suficientes. Una noche de 1961 amanecimos bailandoy cantando al son de un cajón, una cazuela y una guitarraprovista de una sola cuerda. Eramos más sanos, más senci-llos. Dotado de tales recuerdos y experiencias, cuando supeque se celebraba una boda a pocas leguas del campamen-to, convencí a varios búlgaros y cubanos a compartir aquellaauténtica fiesta campesina. Al caer la tarde emprendimos lacaminata, que como siempre ocurre en el campo, resultó eldoble de larga de lo esperado, pero al llegar a la casa sufríuna enorme decepción: los jóvenes campesinos de los añosochenta no son los de los años sesenta; vestían como cual-quier muchacho de la ciudad y bailaban música pop; músicacampesina, ni pensarlo: ¡le zumba el boniato!

Pero volvamos a las cosas serias. El colectivo cubano--búlgaro estaba integrado por especialistas de las más di-versas ramas de las ciencias de la Tierra, lo que nos permi-tió estudiar muy variados aspectos relacionados con elsistema cavernario y su entorno geográfico. Esta expediciónobtuvo muchos resultados interesantes, pero quiero referir-me a lo que aprendí sobre la evolución de estas cavernas.

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Esta cueva, enclavada en la sierra de Mesa (Pinar delRío), presenta varios niveles de cauces subterráneos su-perpuestos que se secaron debido al levantamiento de lasmontañas. Al estudiar el nivel de galerías por donde correactualmente el arroyo, que se conoce como cueva del sumi-dero de la Viuda, se pudo constatar que el cauce está orien-tado a lo largo de grietas, y presenta pocas estalactitas yestalagmitas. El reconocimiento detallado de un nivel supe-rior de galerías, denominado de las huellas y derrumbes re-cientes demostró que el cauce abandonado está formadopor galerías de perfil fusiforme, cuyo curso sinuoso no estádeterminado por las grietas del macizo rocoso; así, en estenivel hay un escaso desarrollo de estalactitas y estalagmitas,y son frecuentes los derrumbes de pequeño volumen. El ni-vel de galerías más elevado (cueva de la Lechuza), fue aban-donado por las aguas del río hace varios miles de años y hasufrido muchas transformaciones. Esta caverna tiene gran-des salones con impresionantes derrumbes que incluye tan-to columnas estalactíticas como inmensos bloques pétreos.Gracias a eso en las paredes y los techos se observan denuevo las grietas que originaron la cueva, a veces delimita-das por series lineales de pequeñas estalactitas.

Estas observaciones permitieron comprobar que las grie-tas determinan la orientación inicial de las cuevas cuandolas rocas no son porosas; que con el tiempo la acción de lascorrientes fluviales va borrando este patrón y la caverna pre-senta un curso sinusoidal. Sin embargo, los cauces abando-nados más antiguos vuelven a revelar las grietas que losoriginaron; también se pudo comprobar que las cavernas jó-venes son más estables y menos peligrosas que las muyantiguas.

Otro resultado interesante de esta expedición se refiere alas propiedades de las aguas. Si tienes un buen sentido delgusto habrás notado que el sabor de las aguas varía entreuna región y otra, y de una a otra ciudad. El agua que se

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consume en La Habana tiene gran cantidad de calcio ymagnesio disuelto, por lo que contrasta con el agua de San-ta Clara, Camagüey u Holguín que es mucho más dulce, puescontiene menor proporción de estos elementos. Así se dis-tingue el sabor de las aguas de Banes, Colón o El Cajío, queson muy salobres, y las aguas de los arroyos de montañaque son extremadamente dulces.

Para conocer las peculiaridades de las aguas en el territo-rio de la sierra de Mesa, se tomaron muestras en los arroyosa la entrada (sumidero), en distintos puntos dentro de loscauces subterráneos y a la salida (resolladero) después dehaber atravesado muchos kilómetros bajo la tierra.Resultó que las aguas del mismo arroyo cambian sus pro-piedades de acidez, contenido de sales, capacidad de diso-lución y temperatura entre los puntos mencionados.Comprobamos que estos cambios en su composición tam-bién ocurren cuando se ponen en contacto con distintostipos de rocas a lo largo de su recorrido. De estas observa-ciones podemos sacar una experiencia: las aguas no sólomojan las rocas, sino que las agreden e intercambian com-puestos químicos con ellas.

Durante la expedición a la cueva de Fuentes se estudia-ron también los microorganismos que habitan el suelo ca-vernícola. Para esto se establecieron puntos de observaciónen distintas profundidades, a partir de la boca de la cueva(donde hay luz natural) hasta los lugares donde nunca llegala luz. Yo estuve ayudando a María Rodríguez en el procesode toma de muestras, y francamente quedé puesto y convi-dado con la experiencia. Cada dos horas y durante dos díasseguidos, teníamos que tomar temperatura, humedad y acti-vidad de anhídrido carbónico (CO2) en el suelo. Las levanta-das a medianoche para recorrer las estaciones eranparticularmente desesperantes, pues nos tomaba casi unahora hacer todo el recorrido, y cuando estábamos a puntode disfrutar del sueño, había que volver a levantarse y re-

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correr los mismos puntos. Al segundo día en estos trajinesllegué a odiar a los dichosos microorganismos.

Estas pequeñísimas alimañas del suelo no son visiblessin el auxilio de complicadas técnicas de laboratorio, peronuestro interés era observar su actividad y abundancia en elpropio terreno, lo que se refleja en el volumen de CO2 queemiten al aire. Dicho principio se basa en que al alimentarse,y como resultado de su metabolismo, ellos liberan CO2. Así,a mayor cantidad de este anhídrido en el suelo, mayor es lacantidad de microorganismos y más intensa su actividad bio-lógica.

Las mediciones de la actividad del CO2 en el suelo permi-tieron descubrir la presencia de vida en las más disímilescondiciones de los suelos de la caverna, incluso en rinconesmuy alejados de la boca, allí donde nunca llegó la luz. Apren-dimos que el CO2 que aportan estas bacterias se combinacon las aguas para formar ácido carbónico y otros ácidosorgánicos, los cuales contribuyen a la disolución de las ro-cas. Por eso podemos decir que las montañas guardan ensu interior el germen de su propia destrucción: los microor-ganismos del suelo.

¿Qué estoy haciendo yo aquí?Cuando comencé las exploraciones de cuevas el peso de micuerpo no alcanzaba las 120 lb, de modo que podía escalarcon facilidad por paredes casi verticales y descender a losmás difíciles abismos. Recuerdo que para visitar el Salón delas Nieves de la cueva de Bellamar tuve que arrastrarme porlo que llamamos “tubo” en el argot espeleológico, y que con-siste en una galería tan estrecha que apenas deja pasar elesqueleto. Baste decirles que se me desgarró toda la ropa yme gané la gran refriega de mi madre. De la misma categoríade dificultad es un “laminador”, donde uno tiene que aplanar-se como una cucaracha para poder franquearlo. Cuarenta años

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después, y con 100 lb más de peso, mis habilidades son casilas mismas (¡ejem!), pero mi volumen está ciertamente dupli-cado. Esto en la práctica provoca ciertas limitaciones.

Antes yo visitaba las cuevas por puro gusto y afición, peroahora la exploración de cavernas forma parte de mi trabajoprofesional. Una parte de este trabajo consiste en buscarfósiles de animales prehistóricos, los que con frecuenciaaparecen en el interior de las cavernas, aunque no siempreen lugares de fácil acceso. Por eso para mí fue una expe-riencia nueva cuando fuimos recientemente a la sierra deColombo, con la esperanza de encontrar restos de mamífe-ros extinguidos.

La primera cueva que visitamos está en lo más alto de lamontaña, a la que uno debe ascender por empinados trillosque dejan sin resuello a un cincuentón como yo. Desde allíse apreciaba el hermoso paisaje de la isla y el mar azul--verdoso que la rodea, la brisa refresca el cuerpo como unabendición y la boca de la cueva se convierte en la esperanzade realizar algún hallazgo interesante. El primer descensoera de unos 15 m por una pared vertical. Con la ayuda deuna escala este descenso se practica con relativa facilidad,pero si la escala no llega a tocar el fondo, las cosas se com-plican un tanto. Y, claro está, esa era nuestra escala: ¡Laque se quedó corta!

No hay mal sin solución. Cuando usted se encuentre anteuna situación así, lo que tiene que hacer es amarrar la esca-la a una soga y descender hasta que se le acabe la escala.Llegado este punto, debe buscar un sitio donde agarrarse ala pared de la cueva lo más firme que pueda, pues por unosminutos usted quedará a merced de su propia suerte; enton-ces, mientras se afana por pegarse contra la resbalosa pa-red, sus colegas deben desamarrar la soga que sostiene laescala y hacerla descender de modo que llegue hasta el pisode la cueva; así, usted se vuelve a subir a la escala y com-pleta la bajada. Aquello resultó relativamente fácil, de modo

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que enseguida pudimos avanzar por una galería horizontalque se hundía en la oscuridad. Al final de esta galería en-contramos una pequeña rampa, por donde descendía unasutil corriente de agua que se perdía por una grieta: allí ha-bía mucha tierra colorada y algunos huesos.

Para un paleontólogo es una fiesta encontrar restos fósi-les. Con cuidado comenzamos a extraer las piezas que sindudas correspondían a un mamífero, pero no estaba clarode cuál se trataba. Era evidente que el animal había sido detalla robusta, dado el tamaño de los huesos largos, pero nose parecían a ninguno de los mamíferos extintos de Cuba ypronto la duda quedó disipada, aparecieron unos dientes tí-picos de cerdo. No se trataba de un fósil, sino de un marranovil. Toda nuestra alegría terminó de súbito, pero aquel ha-llazgo no dejó de tener interés para nosotros. ¿Cómo llegóhasta aquel lugar un puerco doméstico? Todo parece indicarque este cayó accidentalmente a la cueva y al sentirse en-fermo fue hasta el interior de la misma en busca de paz yagua fresca. Tal comportamiento puede explicar el hallazgode esqueletos completos de perezosos extintos en recintosbien oscuros y lejanos de la entrada en algunas cuevas dePinar del Río; posiblemente, aquellos animales enfermos oheridos buscaron la tranquilidad del subterráneo para morir.

Si el descenso a la cueva fue fácil, en contraste, la salidafue todo un poema. El mejor modo de subir la pared de 15 mera “caminarla” con la ayuda de la soga, pues el uso de laescala de metal sería sumamente engorroso; en efecto, puseun pie en la pared, me agarré fuertemente a la línea, y meimpulsé hacia arriba como deben hacer los insectos que es-calan superficies verticales. El único problema es que losinsectos no pesan 240 lb, y mis brazos no estaban acostum-brados a izar tal peso. Aquella subida fue extremadamentedolorosa, pues por el esfuerzo sufrí el desgarre de las fibrasmusculares de mis bíceps. Al despertar el día siguiente teníalos brazos encorvados y un dolor terrible en los músculos.

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No obstante, había otro sitio que explorar, situado tam-bién en lo alto de la sierra de Colombo. Hasta allí llegamospor un sinuoso trillo de vacas y escalando una pendientecubierta de piedras sueltas. La boca de la cueva me causómala impresión, pues se trataba de un estrecho laminadorpor donde tuve que aplastarme contra la roca para pasar.Este laminador conduce a una rampa que desciende algu-nos metros y llega al borde de un abismo de casi 10 m dealtura. No llevábamos la escala, así que la bajada fue a manolimpia. Por eso cuando mis botas tocaron el fondo del abis-mo y observé el paisaje de enormes bloques derrumbadosdel techo a mi alrededor, mis recuerdos viajaron hacia elpasado y escuché gritos y el ruido de un derrumbe. Otracueva Borrás, pensé y añadí ya a viva voz:

— ¿Qué estoy haciendo yo aquí?Mis compañeros de exploración me miraron extrañados,

pero no obtuve respuesta.Al pasar por los agudos espacios entre las piedras caí-

das llegamos a un cobertizo formado por dos enormes blo-ques recostados uno contra el otro, donde encontramos elesqueleto casi completo de un mono africano. Era evidenteque el simio había llegado vivo hasta el lugar, quizás comoel cerdo y los perezosos, en busca de un remanso tranquilodonde terminar sus días. Estos primates se introdujeron enun cayuelo frente a las costas de la Isla de la Juventud, yse sabe que algunos de ellos nadaron hasta “tierra firme”en busca de comida. Aquel llegó a la sierra de Colombo,quizás enfermo o en trance de muerte, para liberar su almasimiesca en lo profundo de la cueva. Este nuevo hallazgovino a comprobar nuestra tesis de que los animales pue-den entrar a una cueva como parte de un comportamientocongénito ante la inminencia de la muerte. No aparecieronrestos fósiles, pero encontramos la clave para explicar otroshallazgos.

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No es necesario que les diga cómo salí de aquella cueva,pues lo importante es el hallazgo de los animales menciona-dos, pero quizás le interese saber que pasé los días subsi-guientes con los brazos gorilescamente engarrotados. ¿Unaherencia del mono? Es posible. Pero esta experiencia meconvenció que debía bajar algunas libras, pues el lastre quefacilitaba todos mis descensos se volvía contra mí en direc-ción contraria.

Hoy, he logrado reducir mi peso, pero no obstante, a ve-ces cuando estoy embutido en el fango de algún camino, enmedio de una incómoda escalada o matando mosquitos enun monte intrincado, se me escapa la pregunta de siempre:¿Qué estoy haciendo yo aquí?

Consejo de ancianosEl pasado mes de enero de 1999, cuarenta años despuésde fundado el Grupo Murciélago, nos reunimos el consejode ancianos, los cincuentenarios fundadores del grupo, enel apartamento de Manolo. A la reunión asistieron represen-tantes de la segunda generación, cuarentenal, y algunaspersonas muy allegadas. El orden del día, vaciar algunasbotellas de ron, un botellón grande del vino casero que pre-para Manolo y fumar pasiva o activamente, según el caso.Todos estos asuntos merecieron la mayor dedicación, perola euforia que producen los fluidos etílicos mezclados en lasangre nos permitieron ampliar las cuestiones a tratar. Claroque surgió el Yeti, siempre presente en todas las conversa-ciones: Manolo que es un coyote, Flores que si es un agutí,Alberto que si su aullido es escalofriante, y no hubo modo denaturalizarlo. Yo recibí una carta hace varios meses de ungrupo que quería ir a capturarlo y les respondí, mis consejoseran muy sencillos: vayan en primavera para tratar de en-contrarlos en las cavernas con sus crías; no se les acerquensin estar armados, pues son peligrosos; lleven algunas galli-

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nas de señuelo, ya que estos animales son realmente“gallinófilos”. Pero nunca tuve otras noticias de ellos, quizásno tropezaron con el Yeti o a lo mejor este se los merendó atodos. Por favor, si están vivos y leen este libro, díganmequé pasó.

De nuevo hubo historias de ríos crecidos y cavernas bo-tando agua por todos sus conductos. Al respecto Robertome decía algo muy interesante. Uno oye hablar de que enlas cuevas el agua circula libremente, pero lo compruebasólo cuando lo sorprende un fuerte aguacero en el interior.Los chorros de agua entran por todas las grietas y conduc-tos, y la corriente del río aumenta su caudal en pocos minu-tos arrastrando consigo no sólo ramas y hojarasca, sinotambién cantidades inmensas de arena y grava. Yo no sabíaque la peor experiencia de una crecida fue en una cueva delvalle del río Santa Cruz. Estaban en una galería cuyos acce-sos son subacuáticos, dicho en otras palabras, para entrar osalir a la misma había que nadar bajo el agua por un tramodonde la cueva parece un túnel inundado. De allí lograronescapar con vida Manolo, Roberto, el monstruo y otros mu-chachos, sólo por cuestión de segundos, nadando contra lacorriente enardecida, pues en la confusión no encontrabanel tubo de salida.

Hubo historias de exploraciones de cuevas en hielo, tantoen Inglaterra como en Bulgaria y Spitzberger, así como deexcavaciones paleontológicas y exploraciones en cavernasde República Dominicana, Puerto Rico, Barbados y Jamai-ca. Se habló de la escalada al Guajaibón y al Turquino, delas exploraciones en cavernas subacuáticas y del trabajoprofesional que hemos realizado en otros países.

Alguien preguntó por la medalla de Pozo Redán y por unapelícula que tomamos en la cueva de Insunsa. La conclusiónfue que debemos recuperar y ordenar los archivos y perte-nencias del grupo. Rivero pidió la palabra y propuso elabo-rar dos libros: uno con la historia del grupo, que debe

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organizar Leonardo Flores, hombre de memoria inusual paralos detalles; otro sobre espeleología y carsología, organiza-do por Manolo, que recoja los conocimientos que hemos ate-sorado en estos años de trabajo.

Ambas propuestas fueron aceptadas por unanimidad yaclamación, aliñadas por los vapores alcohólicos. Si estosacuerdos se cumplen algún día, el consejo de ancianos nose habrá reunido en vano.

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Cuando el hombre irrumpe en el umbral deuna caverna, se encuentra en el límite en-tre dos mundos. A sus espaldas queda lasuperficie soleada de nuestro planeta, don-de los procesos naturales están sometidosa los ritmos del día y la noche, las fases dela luna y las estaciones del año. En con-traste, la cueva representa otro orden decosas; en este lugar las tinieblas mayoreany los ritmos diurnos y estacionales estánausentes o muy atenuados. Al traspasareste umbral penetramos en un mundo quenos es ajeno, se abre ante nosotros untesoro bien guardado: la delicada obramilenaria de la naturaleza, cuya hermosu-ra no tiene par.

Sería muy aventurado decir que cono-cemos todos los detalles de este mundoen tinieblas, pero gracias a la valentía ycuriosidad de muchas generaciones de es-peleólogos hoy sabemos muchos de sussecretos. En este capítulo, vamos a seguir,imaginariamente, los pasos de estos hom-bres y conocer, en un recorrido por las ti-nieblas, las maravillas de ese mundoinsólito e impredecible.

LOS SECRETOSDEL MUNDOSUBTERRÁNEO

Capítulo II

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Ríos subterráneosEn el mismo centro de la provincia de Pinar del Río se alzala cordillera de Guaniguanico, de la cual forman parte lassierras de los Órganos y del Rosario. La mayoría de laselevaciones que conforman estas sierras calizas están ho-radadas por un gran número de galerías subterráneas, quedan lugar a extensos laberintos de cavernas dispuestos adistintas alturas.

Hace más de 40 años la Sociedad Espeleológica de Cubaexploró en la sierra de los Órganos la gran caverna de SantoTomás, que cuenta con más de 30 000 m de recorrido sub-terráneo, repartidos en cinco niveles de galerías horizonta-les superpuestas. Las cavernas más altas se alzan a 66,33 msobre el nivel por donde corre actualmente el arroyo SantoTomás a su paso bajo las montañas.

Durante la exploración de esta espelunca, el finado doctorAntonio Núñez Jiménez me contaba que ellos descubríannuevas galerías utilizando un método muy ingenioso: cuan-do avanzaban por una cueva y encontraban que esta se bi-furcaba como una Y acostada, entonces se preguntabancómo sería la galería si en realidad aquella Y se tratara deuna X con una pata escondida. Ante una situación así bus-caban en las paredes y bajo los derrumbes, y muy a menudoaparecía la cuarta galería, necesaria para lograr la intersec-ción en forma de X.

Este método de enfocar las exploraciones tiene su funda-mento en el hecho de que, como regla, los macizos rocososestán cortados por sistemas de fracturas que se interceptancon ángulos que varían entre 30 y 60º, dando lugar a dosdirecciones fundamentales para el desarrollo de cavidadessubterráneas.

Los estudios practicados en la gran caverna de SantoTomás demostraron que se había originado por la accióncombinada de la disolución y la erosión fluvial. En las gale-

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rías que funcionaron como cauces subterráneos se han en-contrado guijarros y arena transportados por el río, así comolas formas de erosión que producen las corrientes de aguacuando circulan a presión. Esto demuestra que, en ocasio-nes, las aguas llenaban todo el recinto subterráneo, que secomportaba como una tubería conductora a presión.

Por supuesto, usted se preguntará cómo es posible que elrío, cuyo cauce está situado en la superficie del valle, hayapodido correr por un curso situado a 66,33 m de altura. Locierto es que tal cosa no puede ocurrir. Pero la duda se acla-ra cuando se sabe que las galerías más altas se formaronhace cientos de miles de años y las situadas más abajo, enépocas más recientes; de aquí se deduce que las montañasse han ido elevando pausadamente, en tanto que el río la-braba nuevos cauces, cuando su antiguo curso subterráneoquedaba por encima del nivel del valle.

Es por eso que en las paredes de los mogotes se obser-van las bocas de enormes cavernas de origen fluvial a dis-tintas alturas, testigos mudos del levantamiento de la región.Así aprendimos que la geografía actual no es la misma quehubo en el pasado, o sea, que hace miles de años atráspudo existir una llanura donde hoy se alzan empinadas mon-tañas, como es el caso de la región de Guaniguanico.

Una cueva característica de esta región, situada en la sierradel Rosario, es la gran caverna de Los Perdidos, una de lasmás extensas de las Antillas. Su exploración y estudio losrealizó el grupo Marcel Loubens, que ha podido cartografiarcasi 30 km de recorrido subterráneo.

La caverna es un cauce subterráneo (hipogeo) con gran-des lagos y varios tramos donde la galería está casi siempreinundada por las aguas del río, con extensos sifones y lagu-nas. Para facilitar su trabajo, los espeleólogos acondiciona-ron varios campamentos bien abastecidos con comida,medicamentos y medios de exploración; esto les permitíapermanecer hasta 15 días sin necesidad de salir al exterior.

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Los campamentos también les garantizaban una ayuda encaso de accidente, cosa que en esta cueva es una posibili-dad latente y cotidiana.

En diciembre de 1985 cuatro jóvenes, tres varones y unamuchacha, quedaron atrapados bajo tierra, con grave peli-gro de perecer ahogados. Las lluvias caídas en el nacimien-to de las corrientes fluviales aumentaron bruscamente elcaudal del arroyo, que llegó a circular a presión por algunossectores estrechos como tubos, aislando a los exploradoresdel exterior. Los campesinos de la zona, al percatarse de losucedido, enviaron un aviso a La Habana.

El día 31 hubo que movilizar un grupo de salvamento, elcual, en una primera inspección, comprobó la imposibilidadde acceder al lugar donde se presumía que estuvieran losaccidentados. Dos días después lograron entrar dos buzoscon equipos adicionales de acualón, atravesando 70 m poruna galería inundada y luchando contra la peligrosa corrien-te. Al llegar al interior de la caverna no encontraron huellasde vida, pero no abandonaron la búsqueda; después de avan-zar unos metros por la galería enlodada, hallaron una notadentro de un sobre de nailon con el siguiente mensaje:

“A cualquier grupo de rescate, estamos bien los cuatro, enel campamento interior: 30-12-86”.

Eran cerca de las 10:00 a.m. del día 2 de enero. Pocosminutos después se encontraron con un miembro del grupoatrapado, que los condujo hasta el campamento de seguri-dad con abastecimiento para 10 días. Ahora era necesarioorganizar la salida.

Uno de los buzos regresó a buscar sogas y equipos deiluminación complementarios, en tanto el otro fue a exploraruna galería donde se esperaba encontrar un sifón más cortoy menos profundo, el que fue localizado una hora después.Hacia allí se trasladaron las acciones, pero surgió un proble-ma inesperado: los muchachos nunca habían usado acualón,y lo peor, la joven no sabía nadar.

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El primer escollo fue fácil de salvar, pues después de unbreve entrenamiento pudieron salir dos muchachos, aunquecon “el corazón en la boca”. En cambio, la joven no queríapasar y sufrió una crisis de nervios al primer intento. Huboque desistir hasta el día siguiente.

A las 10:00 a.m. del día 3 se comprobó que el nivel delagua había descendido, por lo que sería más fácil tratar depasar el sifón. Entraron en la caverna cuatro buzos, y al lle-gar, encontraron que la muchacha estaba buceando tran-quilamente en una poceta cercana al sifón: el nerviosismohabía cedido paso a la razón. Sin más dilación la acompa-ñaron hasta la salida, que alcanzó a las 6:00 p.m.; despuésse evacuó a los muchachos que llegaron a la superficie alas 9:00 p.m.; así terminaron 5 días inolvidables y una expe-riencia esclarecedora. Entre risas y lágrimas fueron acogi-dos por sus familiares y amigos. Si hubieran continuado laslluvias y no hubiesen tenido dispuesto un refugio de seguri-dad, otra sería la historia a contar.

A pesar de que la exploración de ríos subterráneos no estádesprovista de riesgos, ellos han sido adaptados para losmás diversos usos. El turista tiene en la cueva del Indio laposibilidad de navegar bajo la montaña y admirar las hermo-sas formaciones cristalinas; además, puede danzar y refres-carse con buenas bebidas en una cueva, situadas ambas enlas cercanías de Viñales.

En el año 1958, cuando arreciaba la lucha revolucionariacontra la tiranía batistiana, las cavernas de Pinar del Ríofueron fieles aliadas de los rebeldes. En cierta ocasión, unpequeño grupo de combatientes se vio rodeado por una uni-dad de las fuerzas del ejército, cerca del pueblo de Sumide-ro. Sus posibilidades de escape eran mínimas y no podíanenfrentarse en combate, pues disponían de escasas muni-ciones; en estas circunstancias, al grupo se unió el campesi-no Perfecto Hernández, práctico en aquellas lomas yexcelente conocedor de las cavernas, que los condujo de

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una cueva a otra hasta que, para asombro de los propiosrebeldes, llegaron a lo alto de un mogote, a cuyo pie estabaacampada la fuerza enemiga. Desde la boca de una cavernapudieron contemplar, fuera de peligros, los desplazamientosde la tropa, quienes sin esperanza de capturar a la guerrilla,tuvieron que retirarse del lugar.

Años más tarde, durante la Crisis de Octubre, algunascuevas de la sierra del Rosario fueron utilizadas como alma-cén y albergue de las milicias. La cueva de Los Portales, porejemplo, se constituyó en el puesto de mando de la defensadel territorio occidental, bajo la dirección de Ernesto CheGuevara.

Los hombres de las cavernasEn el extremo más occidental de Cuba se encuentra unaporción de tierra larga y estrecha que parece un dedo seña-lando hacia la boca del golfo de México. En aquella espesamanigua donde los mosquitos son los señores de la tarde seasentaron los aborígenes socialmente más primitivos de to-das las Antillas. Se hacían llamar Guanahatabeyes y bauti-zaron aquellas tierras con el nombre de Guanahacabibes.Ellos no sabían fabricar objetos de piedra o cerámica, demodo que su sustento provenía de la recolección de caraco-les y frutas que consumían en gran abundancia; sus casaseran pequeñas grutas, comunes en la región; así, se suponeque se tratara de comunidades poco numerosas, pues la sim-ple recolección de alimentos no puede sostener a muchaspersonas.

Guanahacabibes carece de ríos, así que los aborígenesdebieron obtener el agua potable sacándola del interior depequeñas cavernas verticales, como pozos criollos, que sedenominan cenotes.

Los cenotes se conocen en la mayoría de los cayos e islo-tes que rodean a Cuba, así como en las costas pedregosas

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de la isla. Ellos son una fuente limitada de agua potable quetodavía utilizan las pequeñas comunidades actuales.

Sacrificios humanosToda el área costera situada entre las ciudades de La Haba-na y Matanzas está constituida por rocas calizas muy poro-sas, donde el observador acucioso puede descubrir coloniasde corales y muchos otros restos fósiles de invertebradosmarinos. En estas calizas se forma un agudo diente de perro,que es el resultado de la disolución de las rocas por las aguasde lluvia combinada con el aerosol que aportan las mareja-das.

En dicho territorio se conocen numerosas cavernas origi-nadas por la disolución de los macizos rocosos por las aguasde lluvia. Al caer sobre la superficie del terreno, estas aguasse infiltran siguiendo el curso de las grietas y los poros; asíse forman las cuevas verticales. Estas mismas aguas, al acu-mularse en el subsuelo forman el manto freático, que al mo-verse lentamente hacia el mar o los ríos, horadan galeríashorizontales a menudo con aspecto laberíntico. Existen múl-tiples ejemplos: Cinco Cuevas, El Vaho, Don Martín, El Mur-ciélago, La Santa y muchas otras cuyas dimensionesraramente sobrepasan los primeros cientos de metros.

Una de las espeluncas con las características señaladasse encuentra en Bacuranao y es conocida como la cueva deLos Sacrificios. Lo más impresionante en ella es el hallazgode 34 esqueletos humanos, uno de los entierros aborígenesmás grandes de Cuba. Se trata de los restos de 8 adultos y26 niños, dispuestos de una manera muy peculiar. Al centrose encuentra una pareja de adultos, rodeados de 6 hom-bres, y más alejados los niños. El hombre de la pareja cen-tral tenía varias fracturas en los huesos del cuerpo y una enel cráneo que probablemente le provocó la muerte. La mujer,los otros hombres y los niños parecen haber sido ultimadosmediante un contundente golpe en el cráneo.

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Este sacrificio colectivo, que probablemente dio cuentade toda una generación tribal, es un triste ejemplo de lasprácticas religiosas de algunos pueblos primitivos. Se pue-de suponer que el cacique de la tribu sufrió un accidenteque le costó la vida; entonces, el hechicero decidió que ensu viaje al otro mundo fuera acompañado de su compañe-ra, algunos guerreros y los niños.

Otra cueva con curiosos restos aborígenes se encuentracerca de la desembocadura del río Jaruco, y se le conocecomo Don Martín. Tiene una longitud total de 100 m, reparti-dos entre cuatro salones comunicados entre sí por pasosmás estrechos. Dos de los salones están iluminados graciasa la existencia de sendas aberturas circulares en el techo, amanera de claraboyas, que le regalan al visitante hermosasimágenes de luz y sombra cuando los rayos del Sol se filtrana distintas horas del día. Uno puede incluso proyectar varia-dos haces de luces en las paredes si coloca su mano en losrayos de Sol que descienden a la cueva. Nosotros gustába-mos de tomar fotos de estos efectos.

En una solapa o abrigo rocoso situado junto a la entradade Don Martín se descubrieron grandes depósitos de ceni-za, carbón y restos de alimentación. Este “basurero ar-queológico” consistía en conchas de moluscos marinos(ostras, cobos y ciguas) que evidentemente formaban el ele-mento proteico principal de la dieta de aquellos aborígenes;también encontramos un majador de piedra oscura y algu-nos huesos humanos, pero lo más curioso no fue eso. Mez-clados entre la ceniza y las conchas aparecieron numerososmolares y dientes humanos, extremadamente desgastados.

El desgaste de las piezas dentarias se ha observado en lamayoría de los cráneos de aquellos hombres, que debíanmascar objetos muy abrasivos (fragmentos de conchas, hue-sos de peces y otros animales). Me imagino que la exposi-ción de la pulpa de los dientes les causaría no pocos dolores;pero la abundancia de piezas sueltas tiene otro significado.

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Es de suponer que ellos padecían de gingivitis o piorrea,enfermedad que provoca la caída de dientes y muelas. Estemal nos acosa aún en la actualidad y está provocado por laacción combinada de la edad, la mala higiene bucal y lasbacterias.

El hallazgo de estas piezas dentarias junto a los restos decomida sugieren que aquellos aborígenes tenían que escu-pir sus dientes y muelas para no tragárselos mientrasdeglutaban sus alimentos.

Cuevas de calorEn la provincia La Habana hay muchas elevaciones calizashoradadas por cavernas, como son: la meseta de Anafe, laslomas del Cacahual, las tetas de Managua y las escalerasde Jaruco.

En estas alturas predominan las cuevas verticales o conuna fuerte pendiente, como es el caso de la furnia del Gato,situada en las lomas del Cacahual. Las cuevas de este tipose forman a consecuencia del flujo descendente de las aguasde lluvia que se infiltran por las grietas verticales.

Otra cueva muy interesante se encuentra en las escale-ras de Jaruco y se le conoce con el nombre de la cueva delIndio. A propósito, es muy frecuente hallar cavernas con estenombre en toda Cuba, pero de ninguna manera esto signifi-ca que todas ellas hayan sido hogar para los aborígenes.

La cueva en cuestión tiene 300 m de longitud a lo largo deuna galería bastante rectilínea orientada de norte a sur, conuna pendiente de 12 a 17º, y termina en el cauce de un ríosubterráneo que corre de este a oeste, pero que sólo sepuede explorar a lo largo de 32 m, pues fuera de este tramofluye por una grieta inaccesible.

En una ocasión, esta pequeña corriente de agua me jugóuna mala pasada. Mientras caminaba por el cauce obser-vando un cangrejo, que vaya usted a saber cómo fue a dar

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allí, perdí el sustento y caí en un hueco donde el agua mellegó hasta el cuello; creo que salí a mayor velocidad de laque caí y pasó un buen rato hasta que pudiera recuperar elcontrol de mis piernas, que temblaban incesantemente. Estesuceso se repitió varias veces más en mi vida, tanto en ca-vernas, como en los arroyos de montaña y en los caminoscubiertos de aguas fangosas, hasta que aprendí a no cami-nar descuidado en las aguas turbias.

Cuando se ha penetrado algunas decenas de metros enla cueva del Indio, se comienza a sentir un calor creciente,hasta el punto de que el sudor baña todo el cuerpo. Cuandoel calor es casi insoportable, la luz de los faroles altera elsueño apacible de los murciélagos, que en número de mu-chos miles se desprenden de los techos y comienzan a volarcomo locos. En ese vuelo caótico se les ve chocar unos conotros, y si uno no se tira al suelo para protegerse puederecibir una fuerte golpiza. La intensa luz inesperada los dejaciegos y hasta pierden su excelente sentido de radar.

Al caer al suelo se sienten fuertes picadas en los brazos.Esto se debe a que en los excrementos frescos de murciéla-gos pululan infinidad de pulgas, cucarachas, arañas, garra-patas y toda clase de asquerosas alimañas. En las paredesde la cueva se encuentran arañas blancas de gran tamaño,con las patas y las antenas larguísimas y delgadas. Estoyseguro que muchos lectores compartirán conmigo cierto res-peto por estas cavernas, que se conocen como cuevas decalor.

En cambio, ellas constituyen verdaderos tesoros para losbiólogos que se dedican a estudiar la fauna cavernícola.Siempre recuerdo la estampa de Peter Berón, biólogo búl-garo, cuando contento como un niño salía de una cueva condecenas de arañas que luchaban por escapar de sus ma-nos. Los estudiosos, en ocasiones, pueden llegar a extre-mos peligrosos, no por causa de los animales que colectan,sino a consecuencia de sus propios actos.

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Ocurrió un domingo de verano cuando regresábamos deexplorar la cueva Don Martín. Viajábamos en un ómnibusrepleto de bañistas que regresaban a sus casas, cuando delbolsillo de un espeleólogo se escapó un jubo de apenas 20 cmde largo. Cuando alguien se percató de la presencia del po-bre ofidio, se desató un escándalo mayúsculo. Algunos sa-lieron por las ventanillas en tanto otros gritaban histéricos ylos más osados perseguían al animal. Nuestro amigo, contratoda razón, se arrastraba por el piso tratando de capturar alasustado reptil para ponerlo a buen recaudo de sus perse-guidores. Al final ambos fueron expulsados del ómnibus, paraconcluir de manera poco usual, aquella hermosa jornadaespeleológica.

Tesoros de la llanuraLa llanura meridional de La Habana y Matanzas está forma-da por calizas porosas, que en su mayor parte se cubren depotentes suelos rojos. En esta llanura se han descubierto ungran número de cavernas, originadas por la acción de lasaguas de lluvia al infiltrarse verticalmente en el subsuelo, asícomo por el movimiento horizontal de las aguas subterrá-neas. En menor grado se conocen cuevas de origen fluvial,como la del sumidero del río San Antonio.

Este río, actualmente, se sumerge en la caverna y conti-núa corriendo por una amplia galería hasta que se pierde enuna zona de derrumbes. En el pasado era una cueva limpia,pero en la actualidad sería mejor llamarla la cueva del verte-dero, pues allí se derraman numerosos residuales que ha-cen imposible transitarla. Lo peor del caso es que por estecamino las aguas contaminadas tienen un acceso expeditoa la cuenca sur de donde se extraen las aguas subterráneaspara el consumo humano.

Resulta un hecho muy curioso que durante el paso delciclón Frederic, las lluvias saturaron la cueva y el río San

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Fig. 10. Calizas porosas con profundas huellas de disolución a cau-sa del agua de lluvia. Muchas llanuras cubanas presentan estas for-mas, denominadas “diente de perro”.

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Antonio comenzó a correr por la llanura. Así se pudo descu-brir un viejo cauce, abandonado hace miles de años quizás,a partir del momento en que la disolución abrió el sumidero ocauce actual. De hecho, hay muy pocos ríos que corren porla llanura, pues las corrientes fluviales usualmente desapa-recen en numerosos sumideros y cavernas.

En esta planicie ocurre algo muy peculiar: hay fajas deterreno alargadas de este a oeste, donde apenas hay culti-vos, las que se yuxtaponen con otras bien cultivadas, conpotentes suelos rojos. Esto se observa muy bien en las fotostomadas desde aviones a mucha altura; así, cuando fuimosa comprobar las causas de este fenómeno, ocurrió que enlas fajas poco cultivadas predominaba el diente de perro yse encontraban las bocas de no pocas cuevas, de aquí sededujo que estas zonas tenían la tendencia al levantamiento.

Una cueva característica y muy bien conocida de la llanu-ra roja se llama Paredones. Su boca está situada en unadepresión redondeada del terreno que se denomina sumi-dero, sink o ponor, según el caso. Uno de los bordes delsumidero tiene paredes verticales de 10 a 15 m de alto, loque quizás inspiró el nombre de la cueva. Bajo tierra se en-cuentra una amplia galería que comunica con el sumidero yse extiende 300 m hasta terminar en un depósito de aguaslimpias y frías, donde ocasionalmente se observan pecesciegos e incoloros. A 200 m de la entrada hay una claraboyaen lo alto de un amplio salón de 30 m de altura, por ellapenetran los rayos del Sol creando espectros maravillosos.La cueva de Paredones recientemente se convirtió en uninvernadero natural donde se cultiva el hongo Champignon,de alto valor nutritivo.

Una de las reliquias más interesantes de esta cueva seobserva casi al pie de la claraboya y se trata de un pozocriollo, de 20 m de profundidad, excavado a pico en la duraroca. Se cree que este pozo fue abierto durante la coloniapor manos esclavas de negros africanos, pues en algunas

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estalagmitas junto al pozo hay tallados rostros y figurashumanoides. En las entrañas de la tierra cubana aquellosesclavos dejaron el recuerdo de sus sufrimientos y esperan-zas, en el pozo que abrieron a pico, en sus ídolos pétreos.

En la cueva de Paredones, como en muchas otras de lallanura roja, se han encontrado abundantes restos óseosde animales que vivieron en Cuba hace decenas de milesde años. Ellos habitaron el bosque tropical que cubría es-tos terrenos desde antes de la llegada del hombre a Cuba,y son los ancestros de las especies autóctonas de la faunaactual. En arroyos y pocetas habitaban peces, jicoteas ycocodrilos; mientras que en sus alrededores se encontra-ban jutías, iguanas y majáes. Distintas aves adornaban ríosy árboles, pero entre ellas se destacó el cóndor, varias le-chuzas, búhos gigantes y un gavilán enorme que se ali-mentaban de las alimañas del bosque. En los claros ysabanas habitaron distintos mamíferos herbívoros peludos,los perezosos, pero que llegaron a alcanzar la talla de unoso pardo. Muchos animales de estos no los conocemos,pues se extinguieron hace algunos miles de años, casi co-incidiendo con la llegada del hombre a estas tierras.

Una cuestión que se discute en la comunidad científicaes cómo llegaron los antepasados de aquellos animales aestas islas, habida cuenta de que muchos son incapaces denadar un largo trecho. Hoy se sabe que la gran mayoría dela vegetación y la fauna de Cuba es originaria de Américadel Sur y América Central, en menor medida de América delNorte. Los insectos, los reptiles y muchas plantas pudieronllegar navegando en amasijos de troncos y ramas (balsasnaturales) que son expulsados al mar Caribe durante las cre-cidas de los ríos sudamericanos. Otros pasaron de isla enisla cuando en el pasado remoto las aguas del mar descen-dieron durante las glaciaciones, o cruzaron por puentes na-turales a manera de istmos. Los menos fueron arrastradospor los huracanes y vientos del norte.

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En las bocas de muchas espeluncas crece un árbol ro-busto casi siempre verde, cuyas raíces penetran profunda-mente en el interior de los salones cavernarios; gracias aestas raíces el acceso a las cuevas es más sencillo. Se tratadel jagüey, cuyo verde y frondoso follaje se destaca entrelos otros árboles del bosque, sirviendo así de guía para lo-calizar las entradas a las cuevas. Por estas razones muchascavernas reciben el nombre de cueva del jagüey, como es elcaso de una pequeña gruta situada cerca de Paredones.

Aunque las cuevas de la llanura raramente alcanzan 1 kmde longitud si se suma el largo de todas sus galerías, la ima-ginación popular muchas veces exagera sus dimensiones.

Hace algunos años organizamos una expedición, entu-siasmados por las informaciones recibidas de unos campe-sinos, según los cuales, en Bejucal había una cueva quecomunicaba con Güira de Melena, distantes varios kilóme-tros. Llegamos allí muy temprano y descendimos a un pozonatural, con todas las precauciones, pero este tenía ape-nas 5 m de profundidad y no continuaba en ninguna otragalería. El guía nos tranquilizó con algunas disculpas pococonvincentes y nos condujo a un nuevo lugar, no muy leja-no. Allí, al pie de una cochiquera, crecía un jagüey cuyasraíces se hundían en una caverna. Preparamos el equipa-miento y penetramos por la oscura galería, que se fue re-duciendo de diámetro hasta convertirse en un tubo estrechoo gatera, como se le dice en el argot, pues hay que avanzara gatas. Unos pocos metros más adelante las hediondasaguas procedentes de la cochiquera se infiltraban entre lasestrechas fisuras de una pared. En definitiva, aprendimosla lección: No atender a informes de personas que no sontestigos de lo que dicen.

Otro tipo de caverna muy común de las llanuras calizasestá caracterizado por la cueva de Torrens, situada cerca deAlquízar. Se trata de un verdadero laberinto conformado porgalerías bajas y estrechas, a menudo gateras, con varios

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pisos superpuestos comunicados por pozos verticales. Tie-ne los niveles superiores casi saturados de formaciones cris-talinas, en tanto que los niveles más profundos son deparedes terrosas, fácilmente deleznables con la mano; ade-más, en los salones más bajos aflora el manto de las aguassubterráneas.

Las bifurcaciones de las galerías son comunes en dis-tancias cortas, de manera que el explorador puede dar vuel-tas y más vueltas sin avanzar realmente hacia lo profundode la cueva.

Un domingo visité la caverna al frente de un grupo de es-tudiantes de Geografía, con el objetivo de mostrarles la ac-ción de las aguas subterráneas sobre las rocas; también meguiaba el deseo de enseñarles la huella dejada por un terre-moto en la cueva. Para ello dividí el grupo en tres partidasde 10 estudiantes cada una, ya que con un número mayorse hacía difícil el trabajo.

Con la primera partida llegué hasta el pequeño salón don-de estaba la marca del terremoto, que se trata de una colum-na cristalina formada por la unión de una estalactita y unaestalagmita, la que está fracturada y desplazada lateralmen-te unos 10 cm de modo que la mitad superior no está enlínea con la mitad inferior. El terremoto que produjo esta ro-tura fue de poca intensidad.

Después de evacuar las dudas de los estudiantes y dedisfrutar las bellezas del lugar, decidí recorrer un tramo dellaberinto, pero me distraje conversando con los alumnos yme perdí. Como no encontraba la salida, reuní a los mucha-chos y con seriedad académica les dije:

— Vamos a realizar un ensayo para aprender cómo actuaren caso de extravío.

Divididos en dúos los hice avanzar manteniendo el con-tacto conmigo mediante silbidos. Al poco rato un dúo localizóla boca y salimos.

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Fig. 11. Los terremotos pueden fracturar las estalactitas, comose observa en esta cueva de la llanura La Habana-Matanzas.

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Con la segunda partida visité el área antedicha, y des-cendimos por un pozo a un nivel inferior donde la disoluciónha convertido la roca en polvo y me volví a perder. Hallamosla entrada utilizando el mismo método, pero esta vez fuemás trabajoso, pues había que localizar un hueco en el te-cho, por el cual no entraba luz.

Con el tercer grupo ocurrió igual, creo que por pura tradi-ción, y durante la búsqueda de la salida ocurrió un hecholamentable: un dúo que avanzaba por una estrecha gateraencontró ante sí una araña peluda; se asustaron un poco,pero tirándole algunas piedras lograron espantarla. Con másprecaución continuaron su exploración, avanzando a gatas,a veces arrastrándose a la luz de una linterna de dos pilas. Yen el momento menos pensado, la muchacha que venía atrássin farol, sintió bajo su mano una sensación en extremo des-agradable. El susto la hizo caer en trance histérico y recibirnotables contusiones al tratar de ponerse de pie para salircorriendo, por un conducto donde apenas se puede andaragachado. Al final no supimos la suerte de la pobre arañapeluda, que por azar estaba en tan profundo sector de lacueva. Lo cierto es que desde entonces algunos de aquellosestudiantes no volvieron a visitar una caverna.

El peligro de los tiburonesLos tiburones son peces cartilaginosos extremadamente pe-ligrosos, a excepción de unas pocas especies, por eso unodebe cuidarse mucho de ellos. Al respecto me cuenta Alber-to que en algunas playas de Sudáfrica hay un aviso que dice:Peligro, frecuentes ataques de tiburones. Y añade una re-comendación más precisa: Si usted observa un ataque detiburón no trate de ayudar, retírese y avise al puesto de sal-vavidas más cercano.

Es fácil imaginarse que muy pocos bañistas osan arries-garse en esas aguas infestadas de tiburones blancos.

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Fig. 12. Diente fósil de tiburón gigante embebido en la roca caliza. Suscongéneres en la actualidad son los tiburones blancos, que no alcanzan latalla de aquél.

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Lo que desafía toda lógica es que uno deba cuidarse delataque de estas bestias en una cueva. No obstante, durantesus exploraciones, el espeleólogo a menudo se encuentracon sorpresas absolutamente inesperadas, como es el casoque paso a referirle.

Aconteció cuando varios jóvenes aficionados a la espe-leología realizaban la cartografía de una caverna al sur deMatanzas, dentro del área de la llanura roja meridional; des-pués de avanzar hasta las profundidades del sistema caver-nario uno de ellos se sintió cansado, y para recuperar elaliento se sentó sobre una cómoda estalagmita; como suda-ba copiosamente se quitó el casco protector y apagó su lin-terna, se refrescó unos minutos, pero al llamado de suscompañeros, púsose bruscamente de pie, casco en mano, yahí mismo lo mordió un tiburón; quejoso y ensangrentadofue auxiliado por sus amigos, los que, al iluminar el techo dela cueva, vieron que del mismo sobresalía un filoso diente detiburón, aún manchado de sangre fresca. Habían realizadoun importante hallazgo paleontológico, aunque usando unmétodo muy poco ortodoxo.

La cuestión es muy interesante, pues en las paredes delas cuevas no es raro observar restos fósiles de animalesmarinos, incluso corales, erizos, moluscos, tortugas, dugones,escualos y peces óseos. No hace mucho en la cueva delBicho en Ceiba del Agua se encontró una enorme placa den-tal de un pez raya de tipo obispo. Los obispos de hoy alcan-zan cerca de 2 m de envergadura y tienen placas dentalesde unos 10 a 15 cm de largo. Imagínese pues la envergadu-ra de aquel obispo prehistórico, cuya placa dental sobrepa-sa los 30 cm de largo, más del doble del actual.

Los frecuentes hallazgos de fósiles de seres marinos enlas calizas que forman el substrato de estas llanuras indicaque son rocas de origen marino. O dicho con otras palabras,que estas rocas se formaron en ambientes relacionados conarrecifes coralinos como los de la plataforma insular de la

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isla, pero hace diez a veinte millones de años atrás. En aque-llas aguas vivieron animales muy semejantes a los de hoy,pero al menos el obispo y su primo el tiburón eran de muchamayor envergadura. El tiburón de marras, el que “mordió” alespeleólogo, se trata de un Carcharodon megalodon,ancestro de los carcarodones o tiburones blancos que hoyconocemos y respetamos.

Cueva para el turismoUna de las cavernas mejor conocidas por el turismo en Cubaes la cueva de Bellamar, cuya belleza ha inspirado inclusopoemas y composiciones musicales. Su entrada está situa-da a 2 km de la ciudad de Matanzas y forma parte de uncomplejo turístico donde se reúnen los visitantes a disfrutardel paisaje y degustar exquisitos platos criollos.

La caverna, que de hecho constituye el atractivo principalpara el turismo, fue descubierta casualmente en el año 1861.En ese sitio funcionaba una cantera, de la cual se extraíanbloques para la construcción; dicen que uno de los esclavosperdió su barreta cuando ésta se le escapó de entre lasmanos y se la “tragó” la tierra. Después se practicaronexcavaciones que abrieron el paso a un verdadero tesoro debellezas.

El recorrido por la caverna se organiza en grupos, dirigi-dos por un guía, persona de mucha imaginación y fino senti-do del humor. Allí podemos admirar el “manto de Colón”, la“mano de piedra”, la “teta de Ubre Blanca” o la “marimba decristal”. Muchos mojan sus manos en el “baño de la america-na” o beben de la “fuente de la juventud”. Al salir, aun elexplorador profesional se siente complacido y agradece elrecorrido.

En los alrededores de esta cueva se han localizado mu-chas otras de gran belleza y cuya extensión puede superarlos 10 km, como la cueva de Catalina. En una de ellas se

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celebró, allá por los años sesenta, quizás la primera bodasubterránea en Cuba. Pero aquel matrimonio terminó malpocos meses después. ¿Sería un castigo del diablo por utili-zar las puertas del infierno para sacros menesteres? No sé,pero no hace mucho otra pareja de espeleólogos unió susdestinos en una cueva submarina. Esperemos que Neptunono se sienta ofendido.

Utilizar algunas cavernas con fines turísticos es una prác-tica sana e instructiva, pues asoma al visitante casual a unmundo al que no está acostumbrado; pero la adaptación decuevas para estos fines debe planearse procurando conser-var las cualidades del subterráneo. En ocasiones, estos prin-cipios se desvirtúan y las cuevas son totalmente modificadascon la construcción de pistas de baile, recubrimiento de lasparedes y otras alteraciones que convierten la cueva en unlocal como cualquier otro construido por el hombre sin res-petar la participación milenaria de la naturaleza.

Llegaron los extraterrestresA comienzos de 1988 asistí a una conferencia, donde unjoven estudioso presentó interesantes evidencias sobre lapresunta visita de extraterrestres a nuestro planeta, e inclu-so a nuestro país. Yo me alegré mucho con la noticia, porqueun país en desarrollo necesita completar su acervo culturalcon estos elementos del acontecer moderno: los OVNI.

Este asunto ha ganado tanta popularidad que hoy muchí-simas personas aseguran haber tenido un “contacto cerca-no”. La última visita a Cuba de un OVNI fue en 1996, cuandoun Objeto-Volante-No-Identificado descendió cerca deCalimete en la provincia de Matanzas.

Yo quiero confesar abiertamente que soy un aficionado alas historias de visitantes intergalácticos, que no me pierdoun documental, conversación o discusión sana sobre el tema,y que muy a menudo miro al cielo en busca de mi propio

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contacto cercano. Como soy geólogo, sueño con encontrar,contenido en las rocas, fragmentos de algún vehículo espa-cial que haya chocado con la Tierra o los restos fósiles de unextraterrestre; pero hasta hoy no he tenido suerte al respecto.

Un caso que llamó mucho mi atención fue cuando la pren-sa divulgó la noticia de que un avión de Cubana de Aviaciónhabía observado un OVNI en los cielos orientales de Cuba,el mismo día que un avión de Aeroflot divisaba en los cielosde la antigua URSS quizás el mismo objeto luminoso no iden-tificado. Para mí ese fue “el día del socialismo” en el plan detrabajo de los extraterrestres. Se debe recoger esta fechapara conmemorar, en su debido momento, el encuentro en-tre los proletarios de distintos planetas.

Pero volvamos a nuestro asunto. En muchos lugares delmundo se han encontrado estatuillas, bajo relieves y dibujosrealizados por culturas primitivas, que representan figurashumanas, cuyas cabezas están orladas por rayos lumino-sos. Sus cuerpos son rechonchos con repliegues y parecenestar dotados de trajes espaciales. Otras ilustraciones mues-tran seres con escafandras y un objeto largo que le sobresa-le entre las piernas. Hay quien interpreta dicha protuberanciacomo un falo, pero otros consideran que se trata de un reac-tor para vuelo autónomo, como el que se estrenó durante laolimpiada de Los Ángeles.

Si se observan con cuidado las pictografías de la cuevade Ambrosio, situada en la península de Hicacos, se desta-ca una figura humanoide con una orla radiante alrededor dela cabeza y en el eje vertical del cuerpo, sobresaliente entrelas piernas, una protuberancia breve y roma. En la cueva deGarcía Robiou situada cerca de Catalina de Güines, hay otrodibujo humanoide, sin la orla radiante, pero con “tubo pro-pulsor” entre las piernas. Otras figuras con posibles trajesespaciales se reconocen en idolillos, adornos de barro y pie-dras talladas por los taínos de Cuba oriental; sin embargo, lapresencia de la protuberancia entre las piernas de las figu-

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ras humanas puede explicarse como lo hace A. NúñezJiménez, por la costumbre de los aborígenes de vestirse conadornos que los hicieran parecerse a los animales. Bastarecordar que a los oídos de Cristóbal Colón llegaron noticiasde que en el interior de nuestra isla vivían “hombres con rabo”.De igual modo, los repliegues en brazos y piernas que seinterpretan como trajes espaciales, pueden representar losadornos que usaban los nativos durante las ceremonias ri-tuales.

Los buscadores de “contactos” en ocasiones llegan a ex-tremos ridículos, pues he oído afirmar que en el desierto deNevada se encontró la huella de una suela dentada sobreun trilobites aplastado, indicando que algún extraterrestreanduvo caminando por allí hace unos “quinientos millonesde años”. La huella es interesante, pero preferiría ver el cal-zado que la hizo.

Yo no niego la posibilidad de que exista vida inteligente enotros planetas más o menos distantes, ni que estos sereshayan estado visitándonos desde hace miles o millones deaños. Al mismo tiempo, soy cauteloso ante tanta evidenciaindirecta y ninguna comunicación real y verificable; pero loque más me afecta es la tendencia a representar a los ex-traterrestres como seres humanoides, aunque deformes. Nohay ninguna buena razón para suponer que los extraterres-tres sean seres de aspecto humano, ni siquiera para consi-derar que su base bioquímica sea comparable a la nuestra.Es cierto que los “ladrillos” de las construcciones orgánicasterrestres se encuentran en el cosmos, y posiblemente vi-nieron a la Tierra desde el espacio; pero aquí estuvieronsometidas a una serie de factores físicos y químicos que notienen por qué estar presentes en otros planetas. Aún másimportante, la evolución de la vida en la Tierra ha seguido uncamino único, no repetible, pues en su curso ocurrieron mu-chísimos eventos casuales. Es muy difícil que la evoluciónde la vida en cualquier otro planeta haya podido dar lugar a

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inteligencias cuya base biológica refleje la de los humanos;esto negaría las mismas bases del conocimiento científicoactual sobre el origen de la vida terrestre y su evolución.

Se conocen formas de vida terrestre que en su metabolis-mo expelen ácidos fortísimos, o que son capaces de cristali-zar como seres inanimados hasta tanto existan lascondiciones para su acción vital. Lo más probable es que enalgún planeta de otro sistema solar o galaxia distante, la vidahaya transcurrido por caminos evolutivos diferentes a los te-rrestres, y la vida inteligente no se parezca a la humana. Es-tos intelectos cósmicos pudieran ser ameboides si el planetaen que surgieron está envuelto en una cubierta líquida o ga-seosa, pudieran ser criaturas reptantes si su planeta tieneuna atmósfera poco densa o una gravedad muy débil dondelos brincos enérgicos los pudieran proyectar al espacio. Yasí, podemos imaginar muchísimas construcciones posibles,pero ninguna humanoide, pues esto es totalmente absurdo.

Existe la posibilidad de pensar que los extraterrestres sehayan “disfrazado de humanos” para presentarse ante los hom-bres y no asustarnos; pero ante esta posibilidad yo me pre-gunto ¿por qué estos extraterrestres se empeñan en hacercontacto con personas aisladas y no establecen una comuni-cación estable, directa y mutuamente útil con la humanidad?Quizás habría que ser extraterrestre para responder esta pre-gunta. De cualquier modo, el tema es sobremanera excitantey pienso que nunca habremos de agotarlo.

Quién, alguna tarde de verano no ha deseado ver descen-der a su lado una nave interplanetaria, e ir a parar, rodeadode gentecilla azul verdosa, a la galaxia más distante ¡puf!

Entre dos aguasA lo largo de la llanura costera sur, entre las bahías de Cien-fuegos y Cochinos, hay una serie de cuevas muy peculiares,que no tienen igual en el resto de la isla, alineadas paralelas

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al litoral, a corta distancia de la costa; sus bocas son largasy estrechas, como ranuras verticales que se van cerrandohacia la profundidad. Dada la cercanía del mar, todo el re-cinto está inundado, así que para explorarlas hay que dispo-ner de escafandra autónoma y un adecuado entrenamiento.Sus aguas son transparentes, dulces los primeros metros,después cada vez más saladas; por eso en estas cuevas senada literalmente entre dos aguas. En algunas se observanformaciones cristalinas, subaéreas, las cuales tienen quehaber crecido en el pasado, cuando el nivel del mar era másbajo y las cuevas estaban emergidas; hoy viven en ellaspeces marinos, que llegan hasta allí pasando por angostosconductos subterráneos, no practicables por el hombre.

Estas cavernas se formaron a lo largo de grietas vertica-les, que pasan paralelas a la costa, y por la acción de lasaguas de lluvia. Los que han visitado estas espeluncas rela-tan que sus bellezas son inigualables; pero en ellas, comoen todas las cuevas subacuáticas, el peligro para el visitanteinexperto es inimaginable. Nosotros tuvimos que lamentar lapérdida de dos colegas en una de estas cuevas.

El suceso ocurrió durante un entrenamiento con escafandraautónoma: un novato se desesperó y sufrió un ataque dehisteria, manifestaba que carecía de oxígeno, cuando le so-braba carga, y se quitó la careta en la cueva; su esfuerzoinútil por nadar hacia la superficie, desde un lugar lejos de lasalida, no sólo cobró su vida, sino que le arrancó el sistemade respiración a un colega que vino en su auxilio. No hubomodo de ayudarles, pues se enredaron con la soga guía yno fue posible zafarlos a tiempo. La pérdida irreparable deestos jóvenes constituye una advertencia más que clara. Laespeleología está llena de peligros, por eso la entrada a unacueva nunca debe tomarse a la ligera. En el ejemplo de cue-vas subacuáticas, los espeleólogos deben estar bien entre-nados y en ningún momento permitir que el miedo controlesus actos.

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Recuerdo un día en la cueva de Torrens, extremadamentelaberíntica, cuando Mario y yo descendimos hasta sus sec-tores más profundos y nos perdimos. Estaba muy preocu-pado, pues todos los intentos por localizar la salida eraninútiles y el tiempo pasaba; además, Mario compartía la mis-ma preocupación. Así mismo, sabíamos que nadie conocíanuestro paradero y que un rescate desde el exterior estabadescontado, pero ni Mario ni yo hablamos de estos asuntos;nos concretamos a explorar y marcar los lugares por dondepasábamos hasta que pasadas algunas horas de angustialocalizamos el conducto de salida. Sólo cuando nos encon-tramos en el exterior dejamos escapar nuestros sentimien-tos. Ambos estábamos aterrorizados, pero guardamos elmiedo para luego, pues en la cueva no nos ayudaba a en-contrar la salida.

Artistas prehistóricosEn un gran número de cavernas cubanas los aborígenesrealizaron dibujos tanto en el techo como en las paredes,donde el color más usado fue el negro y le sigue en impor-tancia el marrón; para realizar sus pictografías utilizaban ocresnaturales, asfalto y sustancias vegetales.

Cuevas con importantes conjuntos pictográficos, de unabelleza excepcional, se encuentran en Punta del Este (Islade la Juventud), la península de Hicacos (Matanzas), el cayoCaguanes (costa norte) y en la sierra de Cubitas (Camagüey).

En la sierra de Cubitas hay una serie de cavernas quefueron utilizadas por los aborígenes cubanos con evidentesfines religiosos; algunas de ellas son de difícil acceso o es-tán situadas muy lejos de los lugares de asentamiento.

Muy conocidas son las pictografías de la cueva de Pichardoen el cerro Tuabaquey, así como las de las cuevas de MaríaTeresa y el Indio. Sin embargo, entre ellas se destaca el muralrupestre de la cueva de Los Generales.

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Fig. 13. Aspecto del mural prehistórico de la cueva de Los Generales,en la sierra de Cubitas.

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Esta espelunca tiene una sola galería de 31 m de largo,que se abre al exterior en una depresión del terreno. En elsalón de la cueva hay dos murales, uno frente al otro, dibuja-dos por los aborígenes; las figuras se encuentran a 85 cmdel suelo y hasta 2,30 m de alto. El mural principal presentaen su extremo superior izquierdo 7 figuras, principalmentemujeres y niños. A la derecha de este conjunto se dibujaron14 aborígenes armados con lanzas, en presunta accióncombativa. La mitad inferior del mural está ocupada por sol-dados españoles, algunos a caballo con sus armas, escu-dos, e incluso un estandarte en forma de cruz. La escenaquizás evidencia momentos de la conquista de la isla, pueses conocido que hubo frecuentes enfrentamientos entre losnativos y las tropas de Diego Velázquez, Francisco Moralesy Pánfilo de Narváez, capitanes de triste recordación.

Los murales de la cueva de Los Generales pudieron re-memorar la gran matanza de Caonao, ocurrida en 1513 aalgunas decenas de kilómetros del lugar. Se sabe que alllegar a dicha comunidad, los españoles fueron recibidos debuen grado por unos 2 000 nativos, reunidos en la plazole-ta del caserío. Todos estaban en cuclillas, con cazabe ypescado abundante para ofrecer a los españoles, quizáscreían que de esta forma se librarían de su crueldad, perofue inútil. Sin previo aviso ni razón, un soldado sacó su es-pada y se lanzó sobre los aborígenes indefensos, hecho quefue imitado por el resto de la tropa. La sangre corría, al decirdel padre Las Casas, como si hubieran sacrificado muchasvacas; pero la frase no es correcta en modo alguno, pues allíterminaban los sueños y esperanzas de seres humanos, suspenas y alegrías, sus costumbres y tradiciones. Cuando Cris-tóbal Colón y sus acompañantes llegaron a estas tierras, fue-ron recibidos como dioses por los nativos antillanos. Tantoamor, tanta bondad, tuvieron como recompensa el filo de laespada.

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Hace unos años un grupo de irresponsables pintó letre-ros enormes sobre el mural rupestre de la cueva de LosGenerales. En pocos minutos estropearon una de las obrasde arte prehistórico más importante de las culturas preco-lombinas de Cuba. Al conquistador español le correspondela triste gloria de interrumpir y hacer desaparecer aquellasculturas; los que hoy destruyen sus reliquias arqueológi-cas, no son sino viles continuadores de aquella afrenta.

Al ponernos en contacto con las reliquias de los primitivospobladores de Cuba, llegamos a comprender cuán dura erala vida de aquellos hombres, temerosos de los fenómenosdel mundo que les rodeaba, sin condiciones para lucharcontra las enfermedades, incapaces de comprender cabal-mente el sentido de la vida y de la muerte. A pesar de esto,lograron una relación armónica con su entorno y desarrolla-ron una cultura de profunda sensibilidad humana.

Los estudios realizados por distintos especialistas demues-tran que los mismos diseños se encuentran en todo el país,con raras exclusividades locales. Esto hace pensar que lospictogramas eran utilizados para transmitir conceptos cultu-rales, quizás relacionados con su mitología. En las cuevascon dibujos en ocasiones se encuentran entierros, pero esraro que hayan sido habitadas. Esto refuerza el criterio deque las pictografías eran posiblemente una forma de comu-nicarse con los dioses.

Existen diversas interpretaciones del significado de losdibujos rupestres, pero yo creo que falta un estudio bien fun-damentado para llegar a comprenderlos. Basta pensar quenuestros conceptos no son los de ellos, por lo que no sedeben interpretar los dibujos a la luz de nuestra cosmologíaactual. Considero que se debería crear una base de datoscon los principales patrones de los pictogramas y su color;cuáles aparecen asociados; su localización geográfica; cla-ves que indiquen la posición relativa del sitio con respecto almar, a un río, a una elevación o a una llanura; si están aso-

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Fig.

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ciados con entierros y cualquier otra información relaciona-da con los dibujos. Después se podría someter esta base dedatos a un tratamiento lógico-estadístico para tratar de argu-mentar el significado de los pictogramas.

Los dibujos rupestres, adecuadamente evaluados, pue-den darnos una información inigualable sobre la cultura delos antiguos pobladores de estas tierras.

El clima subterráneoEn la costa norte de la isla de Cuba, cerca de Mayajigua, selocaliza Punta Judas, donde se han explorado más de 54cuevas pequeñas, que al sumarlas todas apenas superaríanlos 2 000 m de longitud.

En algunas de estas cuevas se realizaron interesantesestudios del clima subterráneo durante los meses de marzoa mayo de 1970. Para ello los investigadores colocaron ter-mómetros en la superficie del terreno y en el interior de unaserie de cavernas, a distancia variable desde sus entradas;los registros de la temperatura del aire en el exterior indicanque osciló entre 19 y 30 ºC, en tanto que en el interior de lascuevas oscilaba entre 21 y casi 24 ºC. Estos datos muestranque las variaciones diarias de la temperatura del aire en elexterior, no se reflejan de forma directa en la temperatura delinterior de las cuevas. Por eso se puede afirmar que las cue-vas tienen un clima relativamente independiente.

Para conocer el comportamiento de la humedad del airese estableció una red análoga de observaciones. Resultóque los cambios en la humedad del aire exterior no afectanel interior cavernario, donde la humedad relativa mantuvovalores cercanos a 100 %. Es por ello que en las cuevas auno le parece como si estuviera dentro de una nube y toda laropa se moja en poco tiempo; a veces tal ambiente crea cier-ta sofocación que se supera rápidamente. Esta alta hume-

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dad relativa también provoca que se sienta un calor intensoal mínimo ejercicio que se hace, aunque el cuerpo se refres-ca al reposar unos segundos.

Otra característica del clima cavernario es la circulacióndel aire, que a menudo altera la temperatura y la humedaddel interior de las cuevas, sobre todo cuando éstas tienenvarias aberturas al exterior. Si la espelunca tiene una solaentrada, entonces la circulación del aire apenas se percibe,pero no obstante, alcanza hasta los salones más recónditos;ahora bien, cuando hay varias entradas el aire sopla a ma-yor velocidad, de modo que es notable sin instrumentos demedición. Gracias a esto es posible orientarse hacia las bo-cas de la cueva, pues cerca de ellas la velocidad es bastan-te perceptible. Pero ha de tenerse en cuenta que la direcciónprincipal de la corriente dependerá de la diferencia entre lastemperaturas dentro de la caverna y en el exterior, ya que elviento soplará hacia la zona más caliente (de baja presiónrelativa).

En cualquier circunstancia, lo más común es que en elumbral de una cueva se sienta una leve brisa que incita apenetrar en ella. Para muchos ha sido imposible no cederante esta invitación.

El vampiro de Punta JudasLas cuevas de Punta Judas guardaban en su seno una inte-resantísima sorpresa. Al realizar excavaciones en los suelosrojizos que rellenan el piso de los salones, se encontraronrestos de animales que hace algunas decenas de miles deaños vivieron en esta región costera. Allí aparecieron hue-sos de lechuzas, jutías y de un misterioso ser de leyenda:los vampiros.

Cuando se habla de vampiros enseguida nos viene a lamente el recuerdo de las leyendas del conde Drácula y sus

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correrías; sin embargo, los verdaderos bebedores de san-gre son pequeños quirópteros que no se diferencian de losmurciélagos comunes, pero que ciertamente son muy dañi-nos. Estas fierecillas, a pesar de su reducido tamaño, sonmuy peligrosas para el hombre, pues transmiten la rabia almorder a los animales domésticos.

En la actualidad el vampiro habita en México, los paísescentroamericanos y América del Sur, donde forma populosascolonias que se refugian en cavernas durante el día, peroque por las noches son un verdadero azote para los granje-ros. La lucha contra estos “dráculas volantes” se establecelocalizando sus madrigueras, donde se aniquilan las colo-nias para luego tapizar las entradas.

Por suerte, el vampiro se encuentra sólo en estado fósilen Cuba y las demás Antillas Mayores, gracias a que se ex-tinguió hace algunos miles de años. Sus restos han apareci-do, aparte de Punta Judas (cueva del Centenario), en la cuevaLamas de La Habana.

En la gran mayoría de las cuevas cubanas, no sólo enPunta Judas, se localizan colonias de quirópteros vivos, quea diferencia de los vampiros, se alimentan de peces, insec-tos, polen o frutas; ellos son los simpáticos murciélagos, queen Cuba suman un total de 28 especies vivas y 7 extintas.Hay murciélagos muy pequeños como el mariposa, que tie-ne un peso de 2 a 3 g con una envergadura de 18 a 23 cm(distancia entre los extremos de las alas). La mayor especieque habita en Cuba es el murciélago pescador, con un pesode 54 a 87 g y una envergadura de 55 a 71 cm. Aunquehabitan en muy diversos lugares, las mayores colonias demurciélagos se localizan en las cavernas, donde duermencolgados del techo, a veces en embudos pétreos cual chi-meneas ciegas.

En general, los murciélagos no son dañinos para el hom-bre y son muy beneficiosos, pues consumen grandes canti-

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dades de insectos; no obstante, los que se alimentan de fru-tas a veces ocasionan problemas a las cosechas. Peligro-sas son las especies que habitan en las ciudades, ya quepueden transmitir la rabia, pero es muy difícil que muerdan auna persona, a menos que se les agarre con las manos. Poreso, lo mejor es dejarlos donde los encontramos y no jugarcon ellos, como hacen algunas personas que le introducenun cigarro en la boca para verlos fumar, pues ellos si bien notienen dicho vicio, pueden provocar la rabia al contacto desu saliva con una rasgadura en la piel.

Una cueva en el techo de CubaLas montañas del Escambray, también conocidas comoGuamuhaya, se alzan en Cuba central y constituyen un pai-saje hermosísimo con altos picos y verdes valles. En estasmontañas hay frío casi todo el año, por eso la vegetaciónes rica en pinos y el aire tiene un aroma especial; asimis-mo, en esta área llueve mucho, por lo que nacen una seriede ríos de aguas frías y cristalinas, que al pasar por losmacizos de rocas calcáreas han formado un variado siste-ma de cavernas.

Las rocas cavernosas del Escambray no son propiamentecalizas, sino una variedad mucho más compacta y carente deporos: los esquistos calcáreos y los mármoles. Estos son denaturaleza metamórfica, pues se forman en la profundidadde la Tierra, donde las rocas son sometidas a la acción depresiones y temperaturas muy altas. Sin embargo, como es-tán constituidos por el mineral calcita, en ellos se abren cavi-dades subterráneas al igual que en las calizas, sobre todo alo largo de las grietas; algunas son de origen fluvial, comolos cauces subterráneos en los ríos Jibacoa, Boquerones ocueva Larga, pero también se localizan cuevas originadaspor las lluvias.

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Entre las cavernas del Escambray se destaca la cuevade Martín, que tiene un salón donde crece la estalagmitamás grande de Cuba. Esta tiene nada menos que 40 m dediámetro en la base y 68 m de alto, o sea, un verdaderocoloso cristalino formado por la acción de las aguas quedurante cientos de años fue depositando, uno tras otro, losmillones de cristales de calcita que la componen.

En relación con las formaciones cristalinas de las caver-nas habría mucho que hablar, pero las palabras son incapa-ces de revelar sus incomparables bellezas y variedades. Lomás impresionante son las brillantes coloraciones que pre-sentan cuando refractan la luz de la linterna.

Cuando se mencionan las formaciones cristalinas se piensaen las archiconocidas estalactitas y estalagmitas, pero susformas son muchísimo más diversas. No me refiero a lascomplejas clasificaciones elaboradas por los científicos conel objetivo de estudiarlas, sino a verdaderos grupos decristalizaciones de muy distinto origen.

Hay formaciones que se depositan en el techo (estalactitas,helictitas, mantos), en las paredes (paletas, helictitas), en elpiso (estalagmitas, represas, tremagmitas) y en el interior delos depósitos de agua estancada (pisolitos, zinolita, flores).

El estudio de estas formaciones cristalinas requiere deconocimientos de física, química, cristalografía y mineralogía,pero hasta hoy no están resueltas muchas de las interrogan-tes relativas a su origen, antigüedad y evolución.

Además de las formaciones cristalinas, en las cavernasse destacan las formaciones estructurales; estas son muyvariadas en su aspecto, pero las más comunes son lascolumnas, las crestas, las oquedades fusiformes, losscalops o concavidades y las acanaladuras. Ellas se ori-ginan como resultado de la disolución preferente de laspartes más débiles de la roca o por la acción erosiva delas aguas corrientes.

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Fig. 15. Estalactita con crecimiento de agujas en roseta. Cueva Santo Tomás.

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Fig. 16. Conjunto de estalactitas y helictitas. Cueva Santo Tomás.

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Fig. 17. Bellísima combinación de formaciones cristalinas. Cueva SantoTomás.

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La llama perdidaEn la parte septentrional de la provincia de Camagüey seencuentra la sierra de Cubitas, formada íntegramente porcalizas poco porosas, pero muy agrietadas. Las grietas tie-nen rumbos preferentes noroeste-sureste (NO-SE) y nores-te-suroeste (NE-SO), formando una trama entrecruzada;gracias a esto, las cuevas tienen sus principales galeríasorientadas en estas direcciones; además, y esto es muy in-teresante, en los puntos donde se intersectan los haces defracturas más densos, se forman cuevas verticales (furnias),muy comunes en la región.

Entre las cuevas verticales se destaca la sima de Rolando,con 115 m de profundidad, de los cuales hay 85 m de caídalibre, un verdadero abismo; en su fondo hay un depósito deagua potable de 40 m de diámetro y hasta 7 m de profundi-dad. Otras cavernas de Cubitas tienen galerías horizonta-les, como la del Indio, formada por la acción de antiguos ríos;pero lo más común es la combinación de pozos verticales ygalerías horizontales (sima de Palmarito).

En una de estas cavernas ocurrió un hecho inusual. Losespeleólogos habían recorrido un largo trecho y al llegar aun pequeño salón cercano al fondo de la cueva se quedaronsúbitamente a oscuras. Sus faroles, que iluminan por la com-bustión del gas que desprende el carburo de silicio en pre-sencia de agua, se apagaron; pronto quedó enrarecida laatmósfera del recinto subterráneo; por más que intentaronencender un fósforo les fue imposible, a pesar de que esta-ban bien secos y conservados en sobres plásticos. Tratarde salir a oscuras no era posible, así que decidieron sentar-se a descansar para valorar mejor la situación. Entre tanto,uno de los exploradores se movió hacia la parte más alta delsalón y sin grandes esperanzas trató de encender uno delos pocos fósforos que les quedaban. Y ocurrió lo inespera-do: la luz de la pequeña llama los llenó de euforia, pero la

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alegría duró poco; en cuanto se agachó para encender lalámpara, la efímera luz dejó de existir. ¿Magia? no, simple-mente ciencia.

El salón donde se encontraban tenía el aire enriquecidocon gas carbónico, liberado por las aguas ricas en CO2 quepenetraban por el techo. Este gas se acumuló en la partebaja del salón, pues es más pesado que el aire; la falta deoxígeno impidió la combustión y por eso se apagaron laslámparas.

Al darse cuenta de esto, los exploradores controlaron lasituación y pudieron salir airosos de aquel apuro. La presen-cia de acumulaciones de gas carbónico ocurre usualmenteen salones pequeños, poco ventilados, en regiones dondetiene lugar la disolución de las formaciones cristalinas. Estasituación se puede detectar al observar las estalactitas, puesante la presencia de aguas muy cargadas de CO2 se ponenopacas y las estalagmitas presentan una profunda perfora-ción en el centro. En las cuevas este fenómeno es poco im-portante y ocurre a consecuencia del incremento de laacidez de las aguas, o por un cambio en el microclima delárea en cuestión. Apenas entraña algún peligro para el ex-plorador, pues las concentraciones no llegan a ser letales,ni nadie permanece mucho tiempo en un salón donde se ledificulta la respiración. Las espeluncas de este tipo se co-nocen como cuevas de gas.

Al realizar exploraciones en busca de nuevas cavernas enla sierra de Cubitas, el doctor A. Núñez Jiménez me relatócómo ellos se auxiliaban de un curioso fenómeno que tienelugar después que han ocurrido fuertes precipitaciones. Elcaso es que desde las bocas de las cuevas se elevan co-lumnas de humo (vapor de agua), visibles a gran distancia.La naturaleza de este proceso no está bien estudiada, perogracias a él, las cuevas humeantes, como se les llama, sonfáciles de descubrir. Parece que las lluvias refrescan el aireen la superficie del terreno y de este modo, la corriente de

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aire que brota de la cueva, con casi 90 % de humedad, secondensa parcialmente al enfriarse, por lo que adquiere elaspecto de una columna de neblina.

El muerto en la cuevaAlgunas estalactitas en la boca de las cuevas, vistas de lejosse asemejan al cuerpo de un ahorcado; tales casos se cono-cen en Pinar del Río y La Habana, pero no es este asunto alque me quiero referir. En ocasiones el muerto no lo crea laimaginación, sino que lo aporta el que entra en una cuevasin la preparación adecuada.

Es notorio el ejemplo del espeleológo alemán FranzRatschüller, quien se aventuró solo en una extensa cuevalaberíntica y lo pagó con su vida. Extraviado y sin esperan-zas, este hombre tuvo la serenidad y el valor de anotar en undiario todas sus impresiones hasta que el agotamiento totallo puso en trance de muerte. Sus restos y el diario fueronencontrados en el año 1929.

En 1950, la súbita crecida del río subterráneo de la cuevade la Creuze, en Francia, dejó atrapados 6 espeleólogos ensu interior; mientras se organizaba el rescate, vieron salir 5 ca-dáveres arrastrados por las turbulentas aguas; el únicosobreviviente se salvó gracias a un espeleólogo que pene-tró a la caverna con un acualón.

Los derrumbes también pueden ocasionar grandes acci-dentes, como el que produjo la muerte a un espeleológoargentino al desplomarse unas lajas del techo de un sub-terráneo.

Nuestras espeluncas no son menos peligrosas, aunquecomo regla, a cada accidente se asocia una irresponsabili-dad o falta de pericia. Ya he relatado algunos casos queejemplifican lo que acabo de afirmar, pero este es un temasobre el cual es necesario insistir, pues todo lo que se digaresulta poco. Recuerdo que los miembros del Grupo de

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Exploraciones Científicas decían que era necesario colocarante cada caverna un cartel con el mensaje siguiente:

PRECIO DE ENTRADA: LA VIDA.

Hay personas expertas en el alpinismo a manos limpias,gracias a un largo y minucioso entrenamiento, capaces deascender por paredes verticales. Esta técnica se la vi aplicara un espeleólogo búlgaro en una caverna de Guantánamo:llegamos a un salón donde había una galería “inaccesible”situada a varios metros de altura en una pared vertical. Aquelhombre —fuerte, grueso y de pequeña estatura— ante nues-tro asombro escaló como una mosca gracias al poder y habi-lidad de sus manos y pies; pero intentar tal hazaña sinentrenamiento es innecesaria y altamente riesgosa, como lodemuestra el caso de un espeleólogo aficionado que sedesplomó al fondo de la furnia del Gato, en el Cacahual, allápor el año 1959. El accidente ocurrió porque quiso descen-der por una pared muy pendiente, desprovisto de la técnicaadecuada, y terminó sufriendo la fractura de ambas piernasy múltiples contusiones.

Otros accidentes tienen lugar incluso mediante el uso decuerdas. Durante una práctica de alpinismo, el espeleólogoJesús Pajón cayó desde lo alto de un farallón al partirse lasoga; muchos meses de reposo postoperatorio le permitie-ron, gracias a su excelente salud, recuperar el uso normalde sus piernas. Algo muy similar le aconteció a RobertoGutiérrez, pero esta vez en la caverna de Los Soterráneos,en Pinar del Río: la cuerda se quebró al rozar contra el filoso“diente de perro” y Roberto cayó al fondo de una depresión,se fracturó una pierna y sufrió desgarraduras en una mano;esa noche tuvo que dormir en aquel lugar, de donde pudoser rescatado sólo al día siguiente, con la ayuda de varioscampesinos, que lo izaron como un bulto, metido dentro deuna hamaca, y lo llevaron cargado en hombros varios kiló-metros hasta el caserío más cercano. Roberto, en aquel en-tonces, pesaba más de 180 lb.

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Fig. 18. Vista transversal de la furnia del Gato, en el Cacahual, La Habana.

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En la actualidad, las técnicas de alpinismo subterráneohan alcanzado un alto desarrollo y no hay situación de esca-lada o descenso que no pueda ser encarada con el mínimoriesgo; pero dominar estas técnicas requiere de mucha dedi-cación, sin la cual es una osadía arriesgarse en estas activi-dades.

Algunos accidentes ocurren en las lagunas y los ríos sub-terráneos, como el caso de un joven que resbaló con el fan-go, se golpeó la cabeza y, sin sentido, fue arrastrado por lacorriente donde se ahogó sin poder ser auxiliado por suscompañeros que se encontraban muy lejos. Localizar el ca-dáver fue una dolorosa tarea en la que participaron variosbuzos durante muchas horas.

Numerosos accidentes de menor cuantía han tenido lugaral no usar los medios mínimos de protección: cortes en piesy tobillos por carecer de botas, desgarrones y contusionesen el cráneo por falta de casco, heridas en los brazos porusar camisas de mangas cortas o telas extremadamente fi-nas. Por eso, la entrada a una caverna entraña un verdade-ro riesgo que cada persona debe conocer y asumir. Todoslos espeleólogos hemos experimentado de alguna forma elpeligro, por eso no puedo recomendarles que se alejen de lascuevas. Sólo que al entrar debe tenerse en cuenta una reali-dad totalmente factible: la cueva puede ser tu última morada.

Los monosAlgunas mañanas frescas me he despertado en mi hamacacolgada de dos palos de monte, y en mi ensoñación me haparecido ver la sombra de un simio que se desliza de ramaen rama haciendo piruetas para agarrar alguna frutilla. Y esque uno no se resigna a la idea de que en el pasado hubomonos en Cuba y ahora no queda ninguno. Serían tan ale-gres nuestros bosques si esas criaturas coronaran nuestrosárboles y llenaran el silencio de algunas tardes plomizas con

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sus alaridos, pero eso es ya pasado, posiblemente ni losaborígenes pudieron disfrutar de un bosque lleno de monosen estas tierras.

Los primeros restos de monos en Cuba se encontraron elsiglo pasado en la cueva Boca del Purial, situada en las fal-das de las montañas del Escambray, cerca de Sancti Spíritus;se trataba de una serie de dientes aislados sin ningún otrohueso del animal, mezclados con suelo rojo. Después demuchos años de investigación se pudo demostrar que no setrataba de verdaderos restos fósiles, pues el fechado de losdientes mediante técnicas radiométricas arrojó una antigüe-dad de 200 años; de hecho, se trata de los dientes de unmono araña o mono tití, que probablemente llegó a estastierras traído por algún amante de los animales. Como nosenseñaron los hallazgos en las cuevas de la Isla de la Ju-ventud, es muy probable que este animal haya escapado desu cautiverio y, enfermo, se escondiera en la cueva Boca delPurial para encontrar una muerte tranquila. Otros restos deprimates se han reportado de lugares tan disímiles como LaChorrera (La Habana) y laguna Limones (Maisí), pero suvalidez como verdaderos restos fósiles está por comprobar.Sin embargo, los nativos pobladores de Cuba dibujaron figu-ras simiescas en una estalactita de la cueva Ciclón, así comoen las paredes de las cuevas de los Bichos, de Matías ymuchas otras. Por eso siempre se sospechó de la posiblepresencia en Cuba de estos animales.

Esta sospecha se vino a confirmar cuando miembros delGrupo Pedro Borrás Astorga de La Habana encontraronabundantísimos dientes y huesos de primate en dos cuevasde la sierra de Galeras (cerca de Viñales, Pinar del Río).Según las investigaciones más modernas, estos restos per-tenecen a un animal distinto a los que habitan en el conti-nente; sus parientes más cercanos se han encontradotambién como huesos fósiles en las cercanas islas de LaEspañola y Jamaica. Por eso ahora podemos afirmar, sin

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temor a equivocarnos, que en las Antillas habitaron variasespecies de monos muy parecidos entre sí, y que tienen susantepasados más remotos en los primates calicebus deSuramérica.

Fig. 19. Cráneo fósil de un primate cubano que se extinguió hace variosmiles de años. Sus ancestros llegaron de Suramérica hace más de veintemillones de años.

Las Crónicas de Indias, redactadas por los primeros eu-ropeos que visitaron estas islas, no mencionan la presenciade monos, por lo que puede suponerse que hace 500 añosno quedaba ninguno vivo. ¿Por qué se extinguieron? Es unapregunta difícil de contestar, pues ellos forman parte de unaserie de animales que habitaron estas islas hasta hace unosmiles de años atrás y de los cuales solo quedan sus restosfósiles. Quizás una combinación de cambios climáticos, la

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llegada del hombre primitivo y las enfermedades contagia-das por las especies exóticas que aquellos hombres trajerondel continente. Este es un asunto que se debe investigar enmayor detalle.

Los “quiropterófagos”La palabra “quiropterófagos” la inventé mezclando el prefijoquiróptero que significa murciélago y el sufijo fagos que sig-nifica alimentarse de. Se me ocurre llamar así a ciertos cu-riosos animales que se alimentan de murciélagos y loscapturan de la forma más mañosa que se pueda imaginar.

En la meseta del Guaso está situada la cueva de Los Ga-tos que contiene una numerosísima colonia de quirópteros,cuyas deyecciones han dado lugar a potentes depósitos deguano de murciélago, excelente abono natural; pero el nom-bre de esta cueva obedece a otra causa, aunque relaciona-da con la presencia de estos animales. Cuando exploramosesta región de Cuba oriental pudimos percatarnos de que,apostados en su boca, muchas noches hacen guardia tresenormes majáes de Santa María, erguidos sobre sus colas;cuando al caer la tarde los murciélagos vuelan al exterior,los majáes se las arreglan para atraparlos. A veces lo lograndirectamente con una mordida, en otros casos los agarran alvuelo apretando la cabeza contra el cuerpo, como si se tra-tara de una mano. Esta escena, a la sola luz de la luna, tienealgo de tenebrosa, pero representa la cotidiana lucha por lavida en los montes vírgenes.

Cuando exploramos esta caverna de 500 m de longitud, a150 m de la entrada, en un “salón de calor” fuimos testigosde otra extraña escena: en la oscura cueva los faroles refle-jaron varios puntos brillantes que se movían por parejas, comoen las películas de fantasmas; al acercarnos más descubri-mos que se trataba de una extensa familia de gatos, queagazapados entre las irregularidades de las paredes caza-

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ban murciélagos, los capturaban al vuelo con sus bocas ygarras, guiados quizás por el sonido que estos producen.

Este es un comportamiento muy raro para un gato, puesestaban bastante lejos de la boca de la caverna, y allí reina-ba total oscuridad; no obstante, ellos deben vivir en el exte-rior, pues se trata del gato común en Cuba, con rayas decolor amarillo, blanco y gris. De hecho descubrimos un nue-vo grupo espeleológico, que se pudiera denominar “Losespeleogatos del Guaso”.

La cueva más profunda de CubaLa Sierra Maestra está constituida principalmente por rocasvolcánicas, restos de lo que fue un archipiélago como el delas Antillas Menores, pero cuyos volcanes se extinguieronhace 45 000 000 de años; sin embargo, en algunos lugareshay montañas de roca caliza, como es el caso de la zona deBaire. Allí nace un pequeño arroyo de aguas cantarinas, queal sumergirse por una depresión del terreno, ha labrado unade las cavernas más profundas de Cuba: cueva Jíbara. Comosu nombre sugiere, es un sistema de galerías muy difícilesde recorrer, que tienen una extensión mayor de 1 450 m;pero lo más peculiar es que por estas galerías las aguasfluviales circulan a gran velocidad, pues descienden por ochoabruptas cascadas subterráneas. Entre el sitio donde se abreel sumidero del arroyo y su resolladura, hay un desnivel de260 m. Algunas de las cascadas subterráneas son impre-sionantes, pues forman escalones de 41, 23, 14, 12, 9, 7, 5y 4 m, respectivamente. Al explorar esta cueva hay que des-cender y escalar sometidos a la presión del agua que corre agran velocidad por la superficie resbalosa de las rocas.

La primera exploración de esta cueva fue realizada por unequipo de espeleólogos de gran experiencia, formado porcubanos y polacos, en el invierno del año 1961. Cuentanque el día amaneció lluvioso, contribuyendo a que las aguas

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corrieran con más fuerza. El grupo penetró por un sumide-ro hasta una amplia galería escalonada, en cuyo piso yaceninmensos bloques desprendidos del techo, que hacen muydifícil el paso. Los exploradores debieron cruzar una partedel río con sólo la cabeza fuera del agua, pues el techo,cuajado de estalactitas puntiagudas, no permitía otro modode superarlo; después de avanzar 400 m con grandes difi-cultades, comenzaron el descenso por un pozo. El polacoBurchard, que iba primero, se apoyó en unas rocas sueltas ycayó, desde más de 4 m de altura; al tropezar con las pie-dras se fracturó varias costillas y sufrió distintos desgarrones.La exploración se transformó en una operación de rescate.

El lunes 27 de noviembre un nuevo grupo de exploracióndescendía a cueva Jíbara. Cargaban pesadas mochilas concientos de metros de soga de nailon, escalas de acero yaluminio, alimentos y otros objetos necesarios.

Así llegaron al borde de la primera cascada, dejaron un grupode rescate y el resto continuó hacia abajo. Más adelante huboque repetir esta operación hasta que se les agotaron las cuer-das y escalas, sin poder terminar la exploración: temblandode frío, agotados, con la piel cuarteada por la prolongada per-manencia en el agua, salieron de la cueva después de 20 hde dura lucha contra la naturaleza rebelde.

Años después, miembros de la Sociedad Espeleológicade Cuba complementaron la exploración y llegaron hasta unlugar donde las aguas se infiltran entre unas grietas muyestrechas que impedían el paso. Quedaron por visitar algu-nas galerías altas de difícil acceso, que seguramente guar-dan interesantes secretos. La exploración de cueva Jíbarasigue constituyendo un reto para los espeleólogos.

Ingeniería y cavernasOtra región de la Sierra Maestra donde hay montañas cali-zas es en los alrededores de Guisa y Los Negros. Allí, hace

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algunos años se proyectó construir un gran embalse, con lafinalidad de utilizar sus aguas para el riego de las tierraslabrantías del valle del Cauto.

Al realizar las investigaciones que siempre preceden a estetipo de obras, se descubrió que en las laderas de las eleva-ciones que rodeaban el futuro embalse, se abrían las bocasde una serie de cavernas; sus galerías eran verdaderos tu-bos que se comunicaban con los valles vecinos. En caso dellenarse el embalse, las aguas se escaparían por las cuevascreando no pocas dificultades e inundaciones, por lo quefue necesario cambiar el sitio del embalse hacia un lugarmás apropiado.

Hay ocasiones en que los ingenieros ubican los embalsesallí donde se encuentran rocas cavernosas, con el objetivode aumentar el caudal de las aguas que se infiltran hacia elsubsuelo. Este es el caso del embalse Ejército Rebelde, si-tuado en las cabeceras del río Almendares, al sur de la ciu-dad de La Habana. Desde que se construyó esta obra hanaumentado los volúmenes de agua que afloran a los manan-tiales de Vento y a los pozos de Paso Seco que abastecen ala ciudad.

Estos son ejemplos de cómo la espeleología tiene rela-ción con la vida del hombre moderno, pero no son los úni-cos. Hay edificaciones en cuyos cimientos se hanencontrado cuevas, que provocan la necesidad de tomarmedidas para evitar un derrumbe. A principios de 1988, du-rante la construcción de una carretera en la sierra del Gua-so, un bulldozer abrió con la cuchilla el acceso a un enormesalón subterráneo. A consecuencia de esto fue necesariomodificar ligeramente el trazo del camino.

Agua potableEl valle de Guantánamo, donde está enclavada la populosaciudad del mismo nombre, es bastante seco y sus suelos

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son salobres, de modo que hay una gran escasez de aguapotable; por eso, abastecer de agua a esta ciudad requirióde gran ingenio y un conocimiento cabal de la geografía local.

El acueducto de la ciudad se construyó en 1904, y es unaobra muy bien pensada, que trae las aguas desde la bocade una caverna situada en la meseta del Guaso, a 300 m dealtura sobre el nivel del mar.

El hecho es que la meseta del Guaso está formada porrocas calizas muy fracturadas, donde hay un gran númerode cavidades subterráneas. Si bien en el valle de Guantá-namo prácticamente no llueve, todo lo contrario sucede alnorte, donde caen intensas precipitaciones casi todo el año;estas aguas son captadas por ríos y arroyos que las descar-gan en la meseta, la cual, a manera de gigantesca esponja,las absorbe y conserva en el subsuelo. Una parte de estasaguas brota por manantiales que alimentan los ríos que correnpor el valle de Guantánamo; un caudal enorme desagua porla boca de la cueva del acueducto. Para llegar hasta estepunto las aguas han recorrido más de 9 km bajo la montañay han debido descender más de 400 m desde el sumiderodel río Guaso donde se filtran en el subsuelo.

Para captar este caudal se construyó una pequeño muroen la boca de la cueva, con la finalidad de levantar el nivel delas aguas a 2 m de altura y formar así un estanque de aguafresca, que vierte en una tubería de hierro, de alrededor de 1 mde diámetro, y conduce las aguas hasta el valle, donde añosmás tarde se construyó una pequeña hidroeléctrica. Lo másllamativo de esta construcción es que la tubería conductoratiene que recorrer un camino muy accidentado, con variassubidas y bajadas, hasta llegar al valle. Es evidente que enlos lugares donde la tubería desciende para atravesar unacañada se generan enormes presiones hidrostáticas; estassobrecargas, que eventualmente podrían hacer reventar latubería, fueron compensadas colocando en dichos lugaresaltas torres semejantes a una chimenea. De esta manera, las

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sobrecargas hidrostáticas son absorbidas por las torres, queelevan la columna de agua hasta que se libera la presión exce-dente. Nosotros medimos el caudal que afluye a la represa du-rante una época de sequía, después de un prolongado períodode escasas lluvias, y pudimos apreciar que la caverna consti-tuye una fuente segura de abastecimiento a la población.

Acueductos semejantes, pero diseñados y construidos porel ingenio de los campesinos, se encuentran en plena sierraCristal, en el norte de Cuba oriental. En esta región se de-sarrollan colinas aisladas constituidas por calizas, donde seencuentran numerosas cavernas; pero lo curioso de estaselevaciones es que desde la mitad hacia abajo están com-puestas por rocas impermeables, por cuyo interior las aguasprácticamente no circulan. Por eso, cuando llueve sobre es-tas lomas las aguas se infiltran en las calizas, pero al llegar alas rocas impermeables ellas fluyen al exterior desde nume-rosos manantiales y descienden por estrechas cañadas si-tuadas en las laderas.

Estos manantiales se mantienen activos mucho tiempodespués que ha cesado de llover, pues las calizas se com-portan como una esponja que almacena el agua; además,en las cavernas del interior de la montaña ocurre la conden-sación del agua contenida en el aire, lo que aumenta lasreservas del líquido. Gracias a este peculiar funcionamientode los “sombreros” calcáreos de estas lomas, los campesi-nos pueden disponer de agua corriente casi todo el año. Paralograrlo construyen pequeñas represas en los manantiales,y mediante tallos de bambú como si fueran tuberías, llevanel agua hasta sus propias casas.

Paso de los alemanesAl este de Baracoa hay un camino que corre casi junto a lacosta, a veces pegado a los farallones labrados en roca ca-liza; desde estos altos muros de piedra en ocasiones caen

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bloques de distintas dimensiones, y uno de ellos yace par-cialmente recostado al muro pétreo. Por el espacio que que-da debajo del bloque se hizo pasar la carretera por dondeactualmente circulan camiones, ómnibus y otros vehículosmenores. Este es el paso de los alemanes, de unos 10 m delargo por 5 ó 6 m de diámetro.

Fig. 20. El paso de los alemanes es una cueva situada en la carretera deBaracoa a Mata, en el extremo oriental de Cuba.

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Cuevas como esta se localizan en el resto del país, yaque se pueden formar en cualquier tipo de rocas, pues suorigen no está relacionado con la circulación de las aguas,sino con la caída de bloques.

Pozos azulesLas cuevas no se abren sólo en tierra firme, en los cayos eislas del archipiélago cubano, pues también se las encuen-tra bajo los mares que cubren la plataforma insular, que estáen gran medida constituida por roca caliza. Famosas son lascavernas submarinas situadas cerca de Carapachibey al surde la Isla de la Juventud, pues ellas son escenario de unagran afluencia de turismo especializado y torneos de foto-grafía submarina. Otras cavernas de este tipo son bien co-nocidas en el litoral de Guanahacabibes y en diversos tramosde la plataforma insular al norte de La Habana, Matanzas,Gibara, etc.

La más profunda conocida en Cuba es el Ojo del Mégano,cuya boca yace a 45 m de profundidad y su fondo a 70 m. Elacceso a esta caverna submarina es posible a través de unaabertura circular de 48 m de diámetro, que desde la superfi-cie de las aguas se destaca como una gran mancha azuloscura. Por eso se les llama pozos azules.

Hacia la profundidad el diámetro de estas cuevas se vaampliando, hasta alcanzar unos 100 m en el fondo y tomarasí el aspecto de una campana. El fondo es irregular, a cau-sa de la presencia de numerosos bloques desprendidos deltecho, quizás cuando se abrió su boca. En su interior vivencorales, esponjas, algas, langostas y distintas especies depeces. Algunos buzos han notado que en estos pozos azu-les algunos peces se dan vuelta y nadan con el vientre haciaarriba cuando llegan a la parte más oscura.

Estas cuevas, por su forma, se asemejan mucho a loscenotes que se conocen de las llanuras calizas costeras.

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Basta traer a colación las cuevas del Diamante, de los Ani-males, de la Lechuza, o Morlote, cuya configuración es muysemejante a la del Ojo del Mégano.

Niños exploradoresLas experiencias que hemos compartido hasta aquí, handemostrado que la exploración de cavernas requiere de bue-na salud y preparación física, pero sobre todo, el dominio dealgunas técnicas especiales (nado, buceo, alpinismo, orien-tación, etc.); por ello se practica por adultos varones, en sumayoría, y como regla se considera inapropiada para meno-res, quizás por la tendencia que tenemos a sobreproteger alos niños, o dicho con otras palabras, a subestimarlos. Sinembargo, no hace mucho, un niño piloteó solo un pequeñoaeroplano desde América hasta Europa, y es bien conoci-do que W. A. Mozart compuso su primera pieza musical a los4 años: tal parece que los menores pueden ser tan indefen-sos como los adultos los obliguen (o eduquen) a ser.

Aunque en Cuba no había ninguna premisa seria de laexistencia de niños espeleólogos, rompióse el mito, y en elmes de septiembre de 1983 se organizó el primer grupo deexploradores con el requisito de que sus edades debían os-cilar entre 6 y 12 años. A muchos llamó la atención esta ini-ciativa de Ricardo Pérez Loredo y hubo contradictoriasopiniones, pero la experiencia de estos años ha sobrepasa-do las expectativas de los más optimistas. El grupo Encuen-tro con la Naturaleza de la Sociedad Espeleológica de Cubase ha convertido en una estimulante realidad.

Este grupo se integró con niños que fueron selecciona-dos acorde con sus inclinaciones naturales y sus condicio-nes físicas. No hubo discriminación en cuanto al sexo y sólolos más pequeños tienen que ser acompañados por algúnfamiliar. A mediados de 1988 estaban activos 10 hembras y9 varones.

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Sus actividades se dividen en prácticas y teóricas, puesellos deben recibir entrenamiento, ejecutar trabajos prácti-cos de creciente complejidad, realizar observaciones y ex-perimentos, y preparar informes con los resultados

Fig. 21. Las cavernas son peligrosas, pero si se toman las necesa-rias medidas de seguridad, hasta los niños pueden explorarlas.

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obtenidos. Hasta el momento se han creado secciones detopografía, malacología, botánica, geología y entomología afin de apoyar la vocación de los pequeños.

Entre las expediciones más importantes del colectivo in-fantil estuvo la escalada al pico Turquino, la exploración delas escaleras de Jaruco, las visitas a las cuevas de Bellamary a cayo Romano, el recorrido de Las Coloradas a Pilón enla Sierra Maestra, la escalada a Caballete de Casa en elEscambray y muchas otras.

En sus vidas se introdujo el amor a la naturaleza y ellos sesienten muy felices con las experiencias que van adquirien-do. Cuando se lee en sus diario que: “la naturaleza es mara-villosa y si sabemos cuidarla es mucho más hermosa”, nosconvencemos de que Encuentro con la Naturaleza es unade las más bellas soluciones al problema de forjar en lasnuevas generaciones una cultura de la naturaleza.

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Cuando se conversa con una persona quenunca ha visitado una cueva o que ape-nas se ha asomado a su oscura boca, escomún escucharle decir que estos lugaresson tenebrosos, lúgubres, poblados de ser-pientes y asquerosas alimañas. Parece serque la humedad que exhalan las entrañascavernarias y los raros sonidos que se ori-ginan en las tinieblas profundas, son ca-paces de despertar el instinto ancestral delhombre y hacerlo temer ante lo misteriosoque encierra todo antro ignoto.

Por fortuna muchos hemos sabido so-breponernos al lógico temor ante lo des-conocido. Los primeros fueron miembrosde comunidades primitivas, que guiaron asus tribus hasta el interior de las cavernaspara guarecerse y establecer sus hogares.Otros primitivos, aunque no vivieron encuevas, las utilizaron para enterrar a susmuertos, quizás considerándolas el mejorcamino hacia la otra vida. Muchos fuerona las cavernas guiados por una creenciamística, para orar a sus dioses y halagarloscon hermosos dibujos realizados en techosy paredes.

ASÍ SE FORMANLAS CAVERNAS

Capítulo III

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Con el desarrollo de la civilización, muchos pueblos deja-ron de utilizar las cavernas de ese modo, pero siempre elhombre ha recreado leyendas y misterios en torno a ellas.Son pocas las religiones y las mitologías que no hayan rela-cionado de algún modo las cavernas con el cubil de seresmalignos o con el camino hacia el reino del terror y la muer-te; sin embargo, hay cuevas famosas por la aparición desantos y vírgenes, demostrando que en ellas también estápresente la virtud.

Muy pocas cavernas son realmente sitios peligrosos einhóspitos. Lo más común es encontrar frescas y hermosasgalerías, fáciles de transitar, con manantiales de aguas cris-talinas y muchas sorpresas agradables. Claro que no todoes color de rosa. La exploración de cuevas no deja de entra-ñar peligros, pero esto es intrínseco a toda ocupación huma-na, y arrostrarlos nos ha hermanado y curtido. Para losfundadores del Grupo Murciélago cada exploración ha sidouna aventura fascinante, un viaje al mundo maravilloso de lodesconocido y una fuente de conocimientos y experienciasinolvidables; todos los que nos aficionamos desde jóvenes ala exploración y estudio de las cuevas, nunca más hemospodido abandonarlas; una y otra vez, a pesar de las disímilesprofesiones que adoptamos, nos hemos vuelto a reunir con-vocados por el amor a la espeleología. Por eso, si me pre-guntan qué es para mí una cueva, respondería que un lugardonde mis sueños se hicieron realidad.

¿Qué es una cueva?Una cueva es cualquier oquedad natural de las rocas, inde-pendientemente de su tamaño u origen. Se conocen caver-nas cuyas bocas están situadas en la cima de altas montañaso en las paredes de profundos desfiladeros; otras se abrenen el fondo de los valles y en la superficie de las llanuras,algunas en las costas y otras bajo las aguas del mar. No

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siempre el tamaño de la boca refleja la longitud de la cueva,pues se conocen cavernas enormes cuyo acceso fue abier-to por el hombre, ya que originalmente carecían de una en-trada natural.

Las cuevas pueden estar formadas por una galería o va-rias; también por salones relativamente independientes, co-municados mediante estrechos pasos. Las galerías puedenser horizontales, verticales o distintamente inclinadas, conlongitudes desde unos pocos metros hasta cientos de kiló-metros.

En las cavernas, la naturaleza ha combinado toda laimaginería de las leyes físicas y químicas para dar lugar alas formas más variadas y caprichosas. No es raro encontrarlagos y ríos subterráneos, cauces de aguas tranquilas y trans-parentes, o rápidos cortados por sucesivas cascadas quesumergen sus aguas en un oscuro sifón. Y todo eso, en unmundo donde la oscuridad y un extraño silencio acompasanel ritmo de las cosas.

En las cuevas es frecuente tener que atravesar por con-ductos estrechos como tubos, descender o ascender porpozos y paredes casi verticales; a veces se necesita utilizarsogas y otros equipos de alpinismo para descender a ellas,cuando los salones tienen vastos techos como cúpulas, conaberturas situadas en un punto culminante de estas.

Algunas personas tienen la creencia de que en las cue-vas profundas puede faltar el oxígeno para respirar, peroesto es falso; lo cierto es que en las cavernas se estableceuna circulación del aire a veces imperceptible, en ciertoscasos turbulenta, que mantiene ventiladas todas las gale-rías. El problema es el exceso de humedad o el aumentolocal del contenido de CO2, que pueden crear la sensaciónde ahogo.

Las cavernas a menudo están decoradas por alhajas cris-talinas que adornan sus interiores. Las masas de blancas otransparentes cristalizaciones de calcita y aragonito, rara-

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Fig.

22.

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mente yeso u otro mineral, pueden recubrir el techo, el pisoy las paredes, de las maneras más variadas. Muy capricho-sas son las formas que adoptan, dando origen a columnaso capiteles, mantos, agujas y toda figuración que se puedaimaginar. Ante tanta belleza, el alma se recrea asombraday nos sentimos felices de haber sido testigos de una obrairrepetible, pues cada conjunto tiene su propio encanto. Aho-ra bien, cuando estas formaciones cristalinas son arranca-das de su lugar, con el tiempo pierden su brillo y esplendor.En esto están emparentadas con las flores.

La sociedad moderna no sólo ve en las cavernas un obje-to de estudio, sino que les da una variada utilización queincluye: cultivos subterráneos de champiñones, sanatoriospara asmáticos, fuentes de agua para el consumo humano,centros turísticos (restaurantes, bares, cabarés), museosnaturales y refugios militares.

Por estas razones, el estudio de las cavernas ha devenidoobjetivo fundamental de una ciencia que recibe el nombrede espeleología, pero ellas son de interés también a la geo-grafía, la geología, la paleontología, la biología, las cienciassociales y las ciencias técnicas.

Habitantes de las cuevasDistintos animales y vegetales han hecho de las cavernassu hogar, permanente u ocasional; para lograrlo han debidodesarrollar cualidades especiales como la orientación en laoscuridad; el vuelo a ciegas; la adaptación a la humedadmuy elevada, al alimento escaso y poco variado; etc. Poreso los animales que viven todo el tiempo en las cuevas hanperdido la coloración, carecen de visión y tienen órganostáctiles muy desarrollados (enormes antenas, largas patas,etc.). Entre los vegetales dominan las algas, los hongos ylas bacterias, a menudo microscópicos; algunos pueden serdañinos para los animales, incluido el hombre.

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Fig. 23. Enormes formaciones cristalinas en la Cueva de los Cristales,Pinar del Río.

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Los animales y los vegetales que habitan los subterrá-neos iluminados o las bocas de las cavernas, se diferen-cian poco de aquellos que se encuentran al aire libre.

En el pasado remoto las cuevas también sirvieron de vi-vienda o refugio a distintos animales, cuyos restos se pue-den encontrar preservados en muchas de ellas. Gracias aesto, se han podido llegar a conocer algunos animales primi-tivos que se extinguieron hace muchos milenios, antes de lallegada del hombre a estas tierras. Pero si estos fósiles seextraen sin cuidado, por personas no expertas, lo más pro-bable es que toda la evidencia científica se pierda.

En las excavaciones arqueológicas practicadas en el inte-rior y junto a las bocas de las cavernas, se ha logrado ex-traer valiosas reliquias del hombre primitivo. En Cuba escomún encontrar residuos de los aborígenes, de los coloni-zadores españoles, los cimarrones y algunos más recientes.Estos hallazgos han contribuido a que hoy conozcamos mu-chos detalles de la prehistoria.

Cómo se forman las cavernasLas grandes cavidades subterráneas han suscitado profun-das discusiones en cuanto a su origen. En la antigüedad,algunos pensaron que se originaban como consecuencia delos terremotos, que al hacer temblar la tierra, creaban oque-dades en su interior. Otros buscaron su origen vinculado allevantamiento de las montañas, pues según ellos, al crecerhacia las alturas surgían entre las rocas intersticios cada vezmayores.

Tras largos años investigando estas cuestiones, los cien-tíficos han podido hallar la respuesta al origen de las cuevasy, como era de esperar, resultó que en ello desempeñan supapel un gran número de factores naturales.

Algunas se originan por la caída de bloques rocosos comoresultado de la acción de la gravedad y, eventualmente, du-rante los terremotos. Estos bloques, al acumularse al pie de

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las elevaciones, dan lugar a intersticios y oquedades quese pueden considerar verdaderas cuevas.

Fig. 24. El agua y la presencia de macizos de rocas calizasson los dos principales factores para la formación de caver-nas. Curso del río Majimiana, en la parte oriental de Cuba.

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Las cavidades más comunes se forman de manera muydistinta y es característico que sus galerías estén situadasen macizos de un tipo de roca que recibe el nombre de cali-za. Esta regularidad hizo pensar a los científicos que el ori-gen de las cuevas tenía que estar relacionado con el agua ylas calizas; por eso se llegó al convencimiento de que lascavernas se forman principalmente por la acción del agua.Afirmar esto resulta muy sencillo, pero llegar a saberlo requi-rió de muchos años de observaciones y análisis.

CalizasLas calizas son rocas generalmente muy resistentes, consti-tuidas por granos y cristales del mineral calcita, que se com-pone a su vez de una combinación de sales, el carbonato decalcio y el carbonato de magnesio. Si uno derrama agua so-bre un trozo de caliza no observa ninguna reacción; ahorabien, si en lugar de agua se dejan caer sobre la roca algunasgotas de ácido clorhídrico, se producirá una fuerte eferves-cencia y se desprenderá humo; en el lugar donde cayó lagota, la roca habrá sido disuelta. Esta es la clave de los pro-cesos que tienen lugar en la naturaleza y que dan lugar a laformación de cavernas en calizas.

Las aguas de lluvia o de los ríos, cargadas con cantida-des muy pequeñas de ácido carbónico (y otros ácidos orgá-nicos), atacan las calizas durante cientos y miles de años ylas disuelven originando las oquedades en su interior. Perohabrá quien se preguntará por qué si el agua ataca a la cali-za no ocurre que las montañas se disuelvan por completo.La duda es lógica, y a su favor se puede añadir que la diso-lución de las calizas ocurre con distinta intensidad, muchomás fuertemente a lo largo de determinadas zonas de losmacizos de roca por donde las aguas circulan con mayorfacilidad.

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Fig. 25. La disolución de las calizas por las aguas se observa en estemolusco fósil, cuya concha ha desaparecido y sólo ha quedado la rocaque lo contenía.

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Las rocas calizas bajo la acción de los terremotos y otrasfuerzas tienden a fracturarse, de manera que los macizospétreos quedan atravesados por grietas de muy variadasdimensiones. Cuando el agua cae sobre el terreno, se es-curre por los espacios más expeditos, esto es: por las grie-tas. De esta manera, primero son atacadas las paredes delas fracturas, y a partir de ellas se desarrollan las galeríassubterráneas. De aquí que la gran mayoría de las galerías ysalones estén alineados a lo largo de fracturas, que se pue-den observar si se inspeccionan sus techos.

Ahora bien, hay calizas que por naturaleza son muy poro-sas. Esto se debe a que se formaron a consecuencia delendurecimiento de arenas y gravas calcáreas, como las quese encuentran en las playas y alrededor de los arrecifescoralinos. Estas rocas se comportan como esponjas, ya queson capaces de dejar pasar el agua por todos sus poros;así, se disuelven de manera mucho más uniforme e integral,hasta el punto de perder su consistencia dura y poderdesmenuzarse con las manos. En los macizos constituidospor estas rocas, que también están cortados por fracturas,se forman complicados sistemas de cavernas como laberin-tos, ya que son disueltos de una manera muy disímil.

No todas las cuevas abiertas en rocas calizas son el re-sultado de la acción disolvente de las aguas. Hay que te-ner en cuenta también la capacidad erosiva de los fluidos.El mar, al golpear regularmente contra los acantiladoscosteros, va desprendiendo pequeños fragmentos rocosos;el agua, cargada de estos detritos, aumenta su capacidadabrasiva y, con el tiempo, es capaz de labrar solapas y cue-vas costeras.

Los ríos tienen la misma capacidad, ya que sus aguastransportan gran cantidad de detritos sólidos. Su acción so-bre las calizas ha originado extensos sistemas de conductossubterráneos, favorecidos por las grietas existentes en losmacizos rocosos. Las más largas cavernas cubanas se han

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originado gracias a la acción combinada de la disolución y laerosión fluvial.

En definitiva, hemos llegado a comprender por qué el aguaes la causante principal del surgimiento y desarrollo de lascuevas; de aquí que muchas investigaciones se hayan con-centrado en conocer sus propiedades y acción frente a lasrocas, pero este tema se estudia más adelante.

Al reconocer el papel rector del agua en la formación de ca-vernas, algunos científicos se dedicaron a estudiar la inciden-cia del clima. Esto es muy lógico, pues las reacciones químicasdependen de la relación agua-roca (solvente-soluto) y latemperatura; a escala natural, la disponibilidad de agua y la tem-peratura ambiente son factores del clima.

Las investigaciones efectuadas demostraron que a menortemperatura se disuelve mejor la calcita, por eso en los paísesfríos la acción agresiva de las aguas es mucho más fuerte queen los países tropicales, pero en estos últimos la disponibili-dad de agua y de ácidos orgánicos es mucho mayor; en con-secuencia, las regiones tropicales son el medio natural porexcelencia para la formación activa de extensas cavernas.

En las regiones volcánicas activas se conocen cuevas quese forman entre los mantos de lava a consecuencia del flujode gases, de aguas termales o por el lavado de las cenizasdurante las lluvias. En los países fríos hay otro tipo de caver-nas que no se encuentran en Cuba, pues se forman produc-to de la disolución de los hielos en los glaciales y en las altasmontañas. En estas cuevas hay hermosas estructuras ge-neradas por la congelación de las aguas corrientes y delgoteo. En el trópico estas estructuras se componen tambiénde calcita.

Formaciones cristalinasOtra cuestión interesante relacionada con las cavernas es elorigen de las formaciones cristalinas que las adornan. Los

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que han podido apreciar algunas de estas formaciones, ha-brán disfrutado de la pureza de sus cristales, blancos o trans-parentes, muy raramente coloreados. Ellos contrastan conel color negro, rojo o amarillento de las rocas calizas queconstituyen las paredes cavernarias; o con el rojo o amarillode los fangos que a menudo se acumulan en los suelos. Es-tamos pues, ante una paradoja.

Al tratar de descubrir el origen de las cristalizaciones men-cionadas, la ciencia volvió a encontrar que el agua era lacreadora de esas bellezas. Al destruir los terrenos calcáreospara originar las cuevas, el agua carga en su interior lamateria prima de los cristales minerales: el bicarbonato decalcio (y de magnesio), que es una sal soluble en aguaante la presencia de cierta cantidad de dióxido de carbono.Gracias a ello, las aguas que circulan por los poros y grie-tas de los macizos calcáreos se enriquecen de estas saleshasta casi saturarse, y son capaces de trasladarlas a va-riadas distancias.

Cuando el flujo de agua saturada llega al techo de unacueva, las aguas abandonan sus apretados conductos (po-ros y grietas) y quedan suspendidas como gotas. En esteinstante sufren una serie de transformaciones: parte deldióxido de carbono disuelto se libera en forma de gas y,como consecuencia, se reduce la capacidad del agua paradisolver el bicarbonato de calcio. Como resultado el bicar-bonato cristaliza como carbonato de calcio (calcita), a ma-nera de finos cristalitos que se adhieren al techo de lacueva. Poco después, la gota de agua se desploma y caeal piso de la caverna donde aún desprende otros cristalitosminerales.

Este proceso se repite en las paredes, e incluso, a lo largode las corrientes de escaso caudal que fluyen como manan-tiales subterráneos. Así se originan verdaderas maravillasde agregados cristalinos que superan con creces la imagi-nación más fecunda.

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En ocasiones, las formaciones cristalinas están colorea-das con distintas tonalidades de rojo, pardo, amarillo, verdeo negro, en virtud de que contienen pequeñas cantidadesde hierro o manganeso, pero predominan las blancas o trans-parentes.

Nacimiento y muerte de una cuevaComo todo proceso natural, la formación de cavernas ycristalizaciones minerales tiende a la madurez y la muerte.Sí, aunque parezca increíble, las cuevas dejan de existir pordistintas causas:

1. Al quedar por completo rellenas de calcita y por fangoproveniente del exterior.

2. Al desplomarse sus bóvedas.

Las formaciones cristalinas se pueden destruir:

1. Al volver a ser disueltas por las aguas naturales.2. Al desprenderse de las paredes y techos para caer des-

trozadas en pedazos.

Estos son procesos naturales, que tienen lugar en mu-chos cientos y miles de años. Más grave y destructiva es laacción del hombre, que puede en pocas horas desvirtuar lalabor milenaria de la naturaleza. No voy a citar ejemplos,sólo una idea: Nuestro hogar es la Tierra, si lo destruimos,habremos despojado a nuestros hijos del legado que nosdejó nuestra madre naturaleza.

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Es probable que el lector, a lo largo de laspáginas precedentes, haya satisfecho algu-nas dudas y curiosidades en relación conlas cavernas, pero también es muy posibleque le hayan surgido nuevas interrogantes.Sin pretender profundizar innecesariamen-te en el tema, pues para ello hay libros es-pecializados, creo que será interesanteconocer los aspectos principales de dosramas de la ciencia, muy relacionadas en-tre sí, que reciben el nombre de espeleolo-gía y carsología, respectivamente.

EspeleologíaLa rama de las ciencias geográficas que seocupa del estudio científico de las caver-nas es la espeleología. Su nombre provie-ne del griego spelaion, que significa cuevao cavidad, y del latín logos que quiere decirestudio. Estas investigaciones se desglosanen varias disciplinas que se ocupan de losdiversos problemas relacionados con las ca-vernas. Las más importantes son:

1. Espeleografía.2. Espeleogénesis.

Capítulo IV ESTUDIODE LAS CAVERNASY LOS PAISAJES DE CALIZAS

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3. Espeleoclimatología.4. Quimiolitogénesis.5. Bioespeleología.

Espeleografía

Tiene como objetivo la descripción detallada del interior ca-vernario y el levantamiento de sus planos. Sirve de base alas otras disciplinas, pues cualquier estudio debe partir delconocimiento correcto del lugar donde se realiza. Durante lacelebración del simposio XXX Aniversario de la SociedadEspeleológica de Cuba se aprobó una clasificación de lasespeluncas, según su longitud, la que hoy es muy utilizadapor los espeleólogos cubanos. Las categorías básicas deesta clasificación son las siguientes:

Abrigo rocoso. Cavidad que deja espacio para guarecer unoo varios hombres.

Gruta. Salón aislado de pequeñas dimensiones.Cueva. Salones y galerías intercomunicados cuya longitud

es igual o menor de 1 km.Caverna. Salones y galerías intercomunicados, cuya longi-

tud es mayor de 1 km y menor de 10 km.Gran caverna. Salones y galerías intercomunicados, cuya

longitud es mayor de 10 km.Sistema cavernario. Conjunto de cavernas originadas por un

mismo agente en una región determinada, no necesaria-mente intercomunicadas. Ejemplo de sistema cavernario se-rían todas las cuevas originadas por el río Cuyaguateje ysus afluentes.

Es importante destacar que los nombres comunes de lasespeluncas son cuevas o cavernas, que simultáneamenteson categorías de la clasificación, pero eso no debe confun-

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dir al lector, pues ésta se utiliza sólo con fines científicos, yaque es imposible modificar los nombres tradicionales. Porejemplo, la cueva de Pío Domingo es una caverna según laclasificación y la cueva No. 1 de Punta del Este es una gruta.

Cuando las cavernas son esencialmente verticales, comopozos, entonces reciben el nombre de furnia o sima, y lomás importante es su profundidad, medida entre la boca y supunto más profundo. Sin embargo, es usual que haya cue-vas horizontales intercomunicadas por furnias, en cuyo casose registra tanto la longitud como la profundidad.

Espeleogénesis

Se ocupa del estudio de las condiciones de formación (gé-nesis) de las espeluncas, cuestión que examinamos ante-riormente. Sin embargo, aún se puede profundizar un pocomás en este tema para satisfacer a los interesados.

Uno de los primeros intentos de sistematizar los conoci-mientos sobre espeleogénesis fue la clasificación genéticade las cuevas cubanas. En ella se designan las cuevas deacuerdo con su origen:

Fluvial. Formadas por la acción de los ríos.Vadoso. Creadas por las aguas de lluvia al infiltrarse hacia

el subsuelo.Freático. Surgidas por el movimiento de las aguas subterrá-

neas.Marino. Abiertas por la acción del mar en las costas.Eólico. Provocadas por la acción abrasiva del viento.Clástico. Originadas por la acumulación de bloques rocosos

que dejan espacios abiertos entre ellos.

En la naturaleza lo más común es que los procesos seña-lados se superpongan y las cuevas tengan orígenes combi-nados, como se ha indicado en los ejemplos descritos

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anteriormente; pero la complejidad del problema estriba enque no existen reglas bien establecidas para determinar cuáles el origen de una cueva, pues la naturaleza es infinitamen-te rica. En general, para llegar a conclusiones válidas esnecesario observar distintas cavernas situadas en el mismoterritorio, tener en cuenta el relieve, la existencia de caucesfluviales activos o abandonados, el tipo de sedimentos queexiste en las cavernas, las formas de las paredes cavernarias,la configuración de los salones y galerías, la orientación delas grietas, y muchos otros criterios más. A veces no es posi-ble establecer la génesis cavernaria sin haber realizado es-tudios paleoclimáticos y de reconstrucción de la geografíaen el pasado.

Algunos autores han clasificado las cavernas según elconcepto de que las mismas son entes evolutivos que na-cen, se desarrollan y mueren. Por lo tanto, se pueden deter-minar una serie de fases evolutivas para cada tipo genéticode cuevas; por ejemplo, las cuevas de origen fluvial tienenun representante típico en la gran caverna de Santo Tomás,cuyas características se reflejan en un capítulo anterior, peroen ella hay cuevas en proceso de formación (por donde aho-ra corre el río) y otras en distintas fases de evolución (pordonde el río ya no corre) y están en plena actividad los pro-cesos de relleno con formaciones cristalinas y detritos pro-cedentes del exterior, mientras que en las galerías másantiguas pueden ocurrir derrumbes que lleguen a destruirlaspor completo. Estas mismas características presentan la granmayoría de las espeluncas de la sierra de los Órganos, pordonde atraviesan el río Cuyaguateje y sus afluentes. Dentrode un grupo de cavernas del mismo origen siempre se po-drán encontrar distintas fases de su evolución desde su na-cimiento hasta su muerte.

Otro tipo de clasificación de las cavernas se sustenta enla manera en que las aguas se desplazan a través de ellas;verbigracia, una cavidad por donde circulen las aguas se

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identifica según el régimen del flujo, puede ser permanente(fluyen todo el año), intermitente (el flujo se interrumpe pe-riódicamente), estacional (su flujo depende de las estacio-nes pluviosa o seca), ocasional (las aguas fluyen en ciertasocasiones, como por ejemplo, después de fuertes aguace-ros) o inactiva (cavidad siempre seca). De acuerdo con laprocedencia de las aguas, los conductos cavernarios se di-viden en autóctonos (las aguas se originan en la propia cue-va), alóctonos (las aguas proceden del exterior de la cueva)o mixtos. También toman en cuenta la forma del conducto ysu posición en el macizo rocoso.

Espeleoclimatología

Es una materia tan importante como las anteriores, puessus conclusiones tienen diversas aplicaciones. Si una ca-verna se desea utilizar para cultivos especiales o para lacuración de enfermedades respiratorias, es natural que sedeban conocer las particularidades de su microclima; tam-bién es necesario establecer los detalles del flujo del vien-to y las variaciones de temperatura y presión cuando sedesea conocer el proceso de crecimiento de las formacio-nes cristalinas.

Los cortes practicados en estalagmitas y perlas de cuevapermiten observar la existencia de sucesivas capas cristali-nas concéntricas. En las perlas de la cueva de Pío Domingose intercalan capas de calcita blanca y de calcita impura (car-melita); parece que las capas blancas se formaron en eta-pas de escasas lluvias, cuando las aguas acarrean pocosresiduos ferruginosos; en contraste, las capas carmelitosaspudieran haberse formado durante las etapas pluviosas. Así,estudiando la estructura interna de las formaciones cristali-nas pudieran llegarse a conocer las variaciones del clima enel pasado, pero para ello hay que establecer cuál es su efec-to en el presente.

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Durante los estudios climatológicos se determinan, paralas distintas estaciones del año: la temperatura del suelo,del aire y del agua; la humedad relativa y la absoluta; la eva-poración; la condensación; la circulación del aire; la presiónbarométrica y, en ocasiones, la composición del aire.

Como regla, la temperatura del aire en las cavernas esinferior a la del exterior a la misma altura, pero esto puedevariar en las cuevas de calor o donde haya un fuerte flujoeólico. El agua tiene una temperatura generalmente más fríaque en el exterior, a excepción de los ríos subterráneos, cuyatemperatura varía a lo largo del cauce y tiende a ser más fríaal salir en su resolladura.

Las diferencias de presión barométrica y de temperaturaque existen entre la caverna y el exterior, así como entredistintos salones y galerías de la cueva, determinan la for-mación de corrientes de aire, a veces de gran intensidad;también el movimiento de las aguas en los cauces subterrá-neos condiciona la circulación del aire. De esta manera, poruna u otra causa, todo el volumen del aire cavernario se re-nueva periódicamente.

El hecho de que algunas personas presenten molestiasrespiratorias en las cuevas, está determinado porque el aireen ellas es distinto al que normalmente respiramos en el ex-terior. Hay cuatro características que lo distinguen:

1. El contenido de agua es cercano a 100 %, casi en el pun-to de saturación.

2. La alta ionización, que se debe a la presencia de gasesradiactivos en pequeña concentración, sin consecuenciasnegativas para la salud humana.

3. El contenido de gas carbónico que puede alcanzar hasta4 %, casi siempre mayor que en el exterior, donde alcanzauna concentración de 0,03 % como promedio.

4. La polinización y la concentración de partículas sólidas esmuy distinta al exterior.

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Los aspectos antes señalados refuerzan el concepto deque el clima subterráneo no es comparable al de la superfi-cie terrestre y, por eso, el ambiente en las cuevas es un ob-jeto de estudio de gran interés.

Quimiolitogénesis

Es la disciplina que se ocupa del estudio de las formacionescristalinas de las cavernas. En realidad es una unión de lacristalografía, la mineralogía, la química y la física, entre otrasespecialidades. De una parte los especialistas se dedican aclasificar las formaciones cristalinas según su forma, su po-sición en la cavidad subterránea, su composición mineraló-gica, etc.; después, y de acuerdo con estos datos y otrosestudios, determinan su origen y evolución.

En general, las formaciones cristalinas se originan en doscondiciones principales: en el interior de los depósitos deagua y al aire libre en las cavidades no inundadas.

En el primer caso se forman al cristalizar el bicarbonato decalcio (y magnesio) presente en el agua, lo que ocurre encondiciones de sobresaturación. Esta puede estar condicio-nada por cambios en la temperatura del agua, variacionesen la presión de CO2, aumento del aporte de bicarbonato aldepósito, etc.

En el segundo caso las cristalizaciones se forman en lascavidades llenas de aire, la precipitación de bicarbonato decalcio tiene lugar al llegar la gota de agua al techo o paredesde la caverna, donde disminuye la presión de CO2 y ocurrela sobresaturación.

Los especialistas llaman formaciones cenitales a las quese originan en los techos, parietales en las paredes ypavimentarias en los pisos de las cavernas no inundadas.Las que se forman en los depósitos de agua pudieran deno-minarse acuáticas. Saberlas distinguir es muy importante,

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pues permite conocer si determinada caverna estuvo en untiempo inundada y después se desaguó, o viceversa.

En Cueva Grande de cayo Caguanes hay una galería seca,donde alrededor de una estalactita creció una formaciónfungiforme (subacuática). Esto indica que en cierto tiempoallí hubo un lago subterráneo cuyas aguas subieron hastaalcanzar un nivel estable a 60 cm del techo de la cueva. Siesto fue así, entonces hace algunos miles de años el niveldel mar era superior del valor medio hoy en día. Esto pudoocurrir hace unos 6 000 años, cuando se ha establecido queel nivel del mar en algunos lugares del Caribe se elevó hasta6 m por encima del nivel actual.

El ejemplo contrario es la cueva de Juanelo Piedra, cuyasgalerías repletas de formaciones cristalinas de origen aéreose encuentran inundadas por las aguas subterráneas, lo quequiere decir que la cueva se inundó recientemente. La su-perficie de las aguas subterráneas yace a 4 m sobre el niveldel mar y la cueva se localiza a 3 km de la costa. Como lacueva es de origen freático, su estudio enseña que ella seformó cuando la superficie de las aguas subterráneas esta-ba muy por encima del nivel actual; después el nivel de lasaguas bajó y se desarrollaron las formaciones cristalinas enel medio aéreo; por último, el nivel de las aguas volvió asubir y se inundó la caverna.

Los conocimientos adquiridos al estudiar estas dos cue-vas serían imposibles de obtener si no se pudieran determi-nar las condiciones de formación de las cuevas y suscristalizaciones.

Bioespeleología

La bioespeleología se ocupa del estudio de las formas devida propias de las cavernas. En años recientes, sin embar-go, sus intereses se han extendido a todos los ambientessubterráneos. Para su estudio, los habitantes del medio

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subterráneo o cavernícola, se dividen en tres grupos hetero-géneos: los troglobios o habitantes permanentes de lascuevas, los troglófilos o visitantes de las cavernas y los tro-glóxenos o visitantes casuales u ocasionales.

Ejemplo de troglóxeno es el hombre o algún predador quepersiguió su caza hasta la cueva. Los troglófilos son los mur-ciélagos y otros animales que usan las cuevas como madri-gueras. Pero se destacan los troglobios, que habitan en elmedio cavernario y tienen características especiales comola despigmentación y la anoftalmia.

Es interesante señalar que la mayoría de los pecestroglobios tienen sus congéneres del exterior en especiesmarinas de los arrecifes. Tal parece que en el pasado lasaguas del mar inundaron las llanuras bajas y al retirarse pau-latinamente dejaron confinados en lagunas costeras a unaserie de especies marinas, las que con la consecuente dis-minución de las aguas disponibles se refugiaron en las cue-vas y de ellas pasaron a la red de conductos que sirven devehículo a las aguas subterráneas. Así evolucionaron hastasoportar el agua dulce, la falta de luz y las limitacionesalimentarias.

Los insectos, que constituyen un alto porcentaje del nú-mero de especies troglobias, están representados por unagran variedad de formas. Según los estudios realizados poruna expedición bioespeleológica rumano-cubana, losancestros de estos troglobios vivieron (y viven) en Sudamé-rica. Ellos llegaron a Cuba por medios aún discutibles.

Entre los cavernícolas vegetales se encuentran los hon-gos, las bacterias y las algas. Todos ellos son seres micros-cópicos cuyos estudios distan mucho de haber alcanzado elnivel requerido.

El conocimiento de los cavernícolas, sus adaptaciones almedio subterráneo, sus formas de defensa y orientación,constituyen temas de estudio muy importantes, cuyos resul-

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tados pueden ser aprovechados por el hombre de muy di-versas maneras.

CarsologíaOtra rama de la geografía vinculada estrechamente a lascavernas es la carsología. Su nombre se deriva de la mese-ta del Karst situada en Europa, donde se desarrolla el paisa-je característico que es objeto de estudio de la carsología;por eso se denominan regiones cársicas todas aquellas quese asemejan a la meseta citada. Algunos autores prefierenllamar karst al carso, y karstología a la carsología, pero eseno es el uso más común en Cuba.

La meseta del Karst está conformada por rocas calcáreasy en ella se desarrollan intensamente los procesos de diso-lución de las rocas por las aguas agresivas. Allí se encuen-tran numerosas cavernas y formas superficiales de disolución(sumideros, acanaladuras, diente de perro, etc.).

A diferencia de los espeleólogos, que investigan principal-mente las cavernas, los carsólogos estudian las regionescársicas en su conjunto. Ellos se ocupan de estudiar los ti-pos de rocas que componen los macizos naturales, las parti-cularidades de su estructura (fallas, grietas, pliegues), lasfuentes de alimentación de las aguas (lluvias, escurrimientosuperficial o subterráneo), los puntos de drenaje de las aguasdel macizo (drenaje superficial o subterráneo), las formas decirculación de las aguas por el interior del macizo (vertical,horizontal o combinado; flujo laminar o turbulento) y los pro-cesos de interacción agua-roca; también analizan la relaciónentre las formas del relieve y los procesos de erosión-disolu-ción, la evolución de los macizos cársicos y muchas otrascuestiones. Una aplicación de estos conceptos al carso cu-bano lo desarrollé con Eugenio Skwaletski y se publicó en elno. 31 de la Serie espeleológica y carsológica de la Acade-

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mia de Ciencias de Cuba. Aunque el título puede dar a en-tender que se trata de un libro para los ingenieros construc-tores, lo cierto es que contiene un número importante deconceptos sobre la formación y evolución de los aparatoscársicos y una clasificación del carso cubano desde el puntode vista de la hidrodinámica y la geología.

Es evidente que la carsología es una disciplina que enfo-ca de modo integral el estudio de las regiones cársicas y deaquí se deriva su importancia práctica, pues en ellas esca-sean las aguas superficiales, abundan las aguas subterrá-neas y los procesos de contaminación de estas aguas puedentener lugar de formas muy variadas. En el archipiélago cu-bano, las regiones cársicas ocupan alrededor de 60 % de lasuperficie emergida y en mayor porcentaje la superficie su-mergida de la plataforma insular, de ahí la importancia de lacarsología para el desarrollo de la economía.

Para estudiar las regiones cársicas, los especialistas em-pezaron por clasificarlas según el relieve de las calizas, quees el indicio más evidente. Sobre esta base A. Ñúñez Jiménezen 1964 distinguió en Cuba los carsos de:

• Mogotes.• Lomas, montañas y mesetas.• Llanuras.• Zonas parcialmente sumergidas en pantanos.• Áreas parcialmente sumergidas en el mar.• Las costas.• Las terrazas emergidas.

Aunque después se ha enriquecido esta clasificación, suesencia se mantiene correcta, pues es evidente que los pro-cesos de transformación de los macizos rocosos por acciónde las aguas depende de los factores del relieve y la posi-ción de las rocas respecto al nivel del mar. Esto es: alturasobre el nivel del mar o bajo él, forma del macizo, sedimen-

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tos que lo cubren, etc. Basta rememorar las característicasde las cavernas que se han descrito, procedentes de estasformas de relieve, para darnos cuenta de que a cada tipo derelieve corresponden ciertos tipos de cavernas.

Hace algunos años hice un intento de evaluar la intensi-dad con que actúan los procesos de disolución en los maci-zos cársicos, para ello deduje una fórmula sencilla que definíala actividad de disolución como la cantidad de gramos debicarbonato de calcio que eran expulsados de 1 m3 de rocacada año. La fórmula tiene el siguiente aspecto:

a = Q ⋅ M/V (g/m3 ⋅ a)

donde:

Q: Volumen de agua que drena del macizo en un año(m3 ⋅ a).

M: Masa de sales carbonatadas disueltas en 1 m3 de aguacomo promedio de los análisis disponibles para toda lacuenca (g/m3).

V: Volumen neto aproximado de roca carbonatada en elmacizo (m3).

Al aplicar esta fórmula a tres regiones cársicas cubanasobtuve los siguientes resultados:

Llanura de Morón................0,54 g/m3 ⋅ a.Cuenca del Almendares ......1,12 g/m3 ⋅ a.Cuenca del Cuyaguateje.....1,87 g/m3 ⋅ a.

Aunque estos resultados son aproximados, indican queen las regiones montañosas la actividad de disolución esmás intensa, lo cual parece corroborarse al observar la va-riedad de formas cársicas en unas regiones y otras.

Otro aspecto importante del estudio del carso son los pro-cesos de interación agua-roca; así, al evaluar las propieda-des del agua: su molécula tiene una estructura que le permite

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dividirse y facilita su participación en combinaciones muy acti-vas. En su estado natural se manifiesta del modo siguiente:

2 H2O H3O+ + OH-.

Gracias a esto, el agua es un excelente solvente y en lanaturaleza es común que contenga moléculas de dióxido decarbono (CO2) entre otros elementos. Cuando el CO2 estápresente en el agua surgen moléculas de ácido carbónico,que obedecen a la fórmula siguiente:

n H2O + CO2 H2CO3 + m H2O.

Este es un ácido muy inestable en condiciones naturalesy en realidad se presenta en forma de aniones y cationes dela manera siguiente:

n H2O + H2CO3 H3O+ + HCO3- + m H2O,

que a su vez se descompone en:

n H2O + HCO3- CO3-2 + H3O+ + m H2O.

Durante el movimiento de las aguas los cambios de pre-sión y temperatura provocan que haya un desequilibrio cons-tante, o equilibrio dinámico, que induce al desplazamientode la reacción a la derecha o la izquierda. Los carbonatos enesta “agua agresiva” deben entrar en contacto con el mine-ral, pero esto dependerá de la porosidad y agrietamiento delas rocas, así como de la disponibilidad de agua. En el mo-mento en que la calcita (CaCO3) interacciona con el agua,se manifiesta la siguiente reacción:

n H2O + H2CO3 + CaCO3 Ca(CO3H)2 + n H2O.

Esta ecuación se mantendrá en un equilibrio dinámico,desplazándose a la derecha (disolución) o a la izquierda (cris-talización) en dependencia de la actuación de los factores

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naturales que ya se conocen. Sin embargo, es necesarioresaltar el hecho de que la disolución de la roca (o del mine-ral) sólo ocurrirá si las aguas están en movimiento. Bastaconsiderar que el agua agresiva, al disolver cierta cantidadde calcita, rápidamente se satura y pierde su capacidaddisolutiva. Al ponerse en movimiento, el agua saturada arras-tra lejos de su lugar el bicarbonato disuelto y se amplía elporo o conducto por donde circula, es por eso que loscarsólogos ponemos gran atención a la dinámica de las aguasen los macizos cársicos.

Otro importantísimo libro dedicado a la hidroquímica delcarso, el cual recomiendo a los lectores (Hidroquímica delkarst, 1996), lo publicaron tres colegas míos. En la primeraparte el doctor J. R. Fagundo Castillo expone exhaustiva-mente la química del agua cársica, y en la segunda parte losdoctores Fagundo Castillo, Valdés Ramos y Rodríguez Ru-bio discuten los problemas de la hidroquímica del carso enregiones de climas extremos.

Las investigaciones carsológicas tienen una larga tradi-ción en Cuba, y a consecuencia de ello existe abundanteliteratura especializada sobre este tema que los interesadospueden localizar en las bibliotecas y hemerotecas.

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Los primeros exploradores de cavernas enlas Antillas fueron los aborígenes, quie-nes incursionaron en ellas en busca derefugio, vivienda, lugares para enterrar asus muertos o para ejecutar actos ritua-les. Como refugio, las espeluncas fuerontambién utilizadas por los esclavos ci-marrones y por los mambises. En todosestos casos aquellos hombres practica-ban la ciencia primitiva de la lucha por lasupervivencia.

Referencias literariasLa primera referencia literaria relativa a laexistencia de cuevas en Cuba se la debe-mos a la pluma del padre Bartolomé de lasCasas. Al hacer una breve reseña sobrelos aborígenes que habitaban la penínsu-la de Guanahacabibes, escribió: “... unosindios que estaban dentro de Cuba, en unaprovincia al cabo de ella, los cuales soncomo salvajes, que en ninguna otra cosatratan con los de la Isla, ni tienen casas,sino están en cuevas de continuo, sino

BREVE HISTORIADE LA ESPELEOLOGÍAEN CUBA

Capítulo V

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cuando salen a pescar, llámanse Guanahatabeyes...”. Pos-teriormente, son cada vez más frecuentes las menciones ydescripciones que aparecen publicadas sobre distintascavernas en nuestro territorio, haciendo referencia en particu-lar a la presencia de residuos arqueológicos en las mismas.

En el siglo XIX, Ramón de la Sagra, famoso naturalistaespañol y autor de Historia física y natural de la isla de Cuba,realizó una descripción de las cuevas de Yumurí en Matan-zas; también en este siglo se publicó el libro titulado Natura-leza y civilización de la grandiosa isla de Cuba, del geógrafoy explorador español Miguel Rodríguez Ferrer. En una desus páginas hay una frase muy significativa que reza así: “Laisla entera parece ser por debajo un laberinto de cuevas, yque reposa su suelo sobre una prolongada bóveda”.

Otro hecho interesante del siglo XIX fue la publicación delprimer relato de la exploración de una cueva, que se lo de-bemos a Tranquilino Sandalio de Noda. Se sabe que la de-cisión de realizar aquella exploración subterránea la tomócuando disfrutaba de un cubanísimo guateque allá por Güi-ra de Melena. En medio de la fiesta le comunicaron que enuna cueva cercana había “peces sin ojos”. Al instante sedecidió a explorarla. Pero dejemos que él mismo relate losucedido:

... descendimos bien y sin molestias. Un gran salón controneras por el techo, cinco metros más abajo que el niveldel suelo, hacía de vestíbulo a la caverna. (...) había unaabertura tenebrosa…, por donde hubo que penetrar (…)con el vientre por el suelo.Ya dentro escaseaba la luz. Descendimos nuevamente porpeñas húmedas y mohosas, sin precipicios. La cavernase ensancha, se abate, se subdivide, bóvedas negras comotinta nos cubrían.

Al llegar al depósito de agua subterránea escribió así:

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Allí, a la débil luz de nuestras casi extinguidas velas, co-lumbré varios peces blancos entre aquellas aguas frígidasy purísimas.

Investigación científicaEl inicio de la investigación científica sistemática de las ca-vernas cubanas ocurre a partir de la fundación de la Socie-dad Espeleológica de Cuba, el 15 de enero de 1940. Ungrupo de jóvenes estudiantes de bachillerato, se organiza-ba en la primera institución de este tipo que se creó enAmérica. Años después, otras generaciones de cubanosseguirían este hermoso ejemplo. A partir de aquel momen-to puede hablarse de la Espeleología Cubana en mayús-cula, pues los miembros de la Sociedad Espeleológica deCuba realizaron numerosísimas exploraciones de nuestrosubsuelo, descubriendo incontables aspectos de gran va-lor científico.

En la actualidad el movimiento espeleológico en Cuba tie-ne numerosos miembros. Las cavernas y los paisajes cársicosdel país son explorados por aficionados de varias genera-ciones, y se organizan cada vez más expediciones y reunio-nes internacionales.

Las cavernas de Cuba hace mucho que dejaron de serpatrimonio de los cubanos. Sus misterios, leyendas, mitos yrealidades hoy atraen a espeleólogos de todo el mundo.

En el año 1998, la ciencia cubana perdió a uno de susmás activos e ilustres estudiosos, el doctor Antonio NúñezJiménez. En particular, sus aportes a las investigacionesespeleológicas y carsológicas incluyen clasificaciones de lospaisajes cársicos y las cuevas, catálogos de cavernas, estu-dios de pictografías aborígenes, caracterización de los pai-sajes cársicos, génesis de las formaciones cristalinassubterráneas, estudios de paleontología, así como importan-tes obras de carácter docente. Fue el fundador de la Socie-

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dad Espeleológica de Cuba y su presidente desde 1960 hastala fecha de su deceso.

Fig. 26. El doctor Antonio Núñez Jiménez, fundador de la espeleologíacientífica cubana, entrega al autor el certificado de miembro de la Socie-dad Espeleológica de Cuba.

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