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Autonomía de la Acción – Esteban M Pinotti

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Autonomía de la Acción – Esteban M Pinotti

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Resistencia al Cambio Formación Profesional de Coaching

“Aquello que resistes, persiste”

Jung

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La vida en Automático

La vida en automático. Resistencia y reacción. La resistencia es un mecanismo de la inercia que genera la ilusión del

control y que opera cuando lo que sea que estemos observando que está ocurriendo no coincide con lo que creemos que debería estar ocurriendo, no coincide con nuestra expectativa o con las creencias que tenemos con respecto a lo que debería estar ocurriendo. La reacción es la respuesta automática a lo que sea que percibamos que esté ocurriendo. Esta reacción se manifiesta en las distintas formas de la resistencia.

Resistencia Cuando una persona insiste en que algo no tendría que estar ocurriendo o

que debería ser de otra forma, es muy probable que quiera ejercer algún tipo de control sobre el estado de cosas o sobre lo que está ocurriendo y, dadas las creencias de esa persona de cómo debería ser algo, automáticamente lo resiste basado en creencias que formó en el pasado. Esa resistencia se origina en la comparación de la vivencia actual con vivencias pasadas o experiencias anteriores.

Modelo biológico automático

La resistencia suele empezar a manifestarse en el dominio de las

emociones; sin embargo su principal característica es convertirnos en un modelo biológico-mecánico de respuesta, en una máquina de reaccionar, de manera automática, a nuestras interpretaciones de nuestras percepciones de lo que esté ocurriendo en el mundo. ¿Por qué abrimos la puerta? Porque sonó el timbre ¿Cuál es el modelo? Suena el timbre y el robot biológico abre la puerta. ¿Qué es el timbre, sino un estímulo? ¿Qué es abrir la puerta, sino una reacción? El estímulo condiciona la respuesta. La respuesta en este modelo es una reacción. Pavlov hizo el experimento famoso del perro y la campana, que al tañir (estímulo) producía que el perro activara su sistema digestivo (reacción). Hay muchas personas que no se dan cuenta de que están rodeadas de campanas y sus respuestas son tan automáticas como los reflejos condicionados del perro.

José Hernández, relata que en una pulpería Martín Fierro insulta a una

mujer para hacer reaccionar a su compañero y finalmente darle muerte en un duelo a cuchillo. Con relación a esta escena, en el libro El gaucho Martín Fierro, Jorge Luis Borges y Margarita Guerrero, calificando la conducta del pendenciero dicen: “Hemos escrito que lo asesina y no que lo mata, porque el insultado que se deja arrastrar a una pelea que otro le impone, ya está

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dejándose vencer por ese otro”. Si le preguntáramos a una persona por qué está peleándose con otra, o gritándole a otra, es muy probable que conteste que está peleando o gritando porque ese alguien lo hizo enojar. Ese alguien tocó la campana y él, al igual que la víctima del duelo, simplemente reaccionó a un estímulo. En este modelo la persona que está peleando o gritando no tiene ningún poder personal. Aquí no hay lugar para decidir pelear, gritar o no hacerlo. En este nivel de conciencia la persona no posee ni la habilidad ni las competencias para responder de forma creativa y sólo reacciona. Esto es lo que yo llamo un modelo biológico automático de respuesta, idéntico al del perro y la campana.

En este modelo el estímulo produce la reacción y cuando resistimos

entramos en reacción creando automáticamente nuestro futuro. Si operamos en ese nivel de conciencia no somos libres y, entonces creemos que no somos nosotros los que estamos generando nuestra experiencia, que no somos nosotros los que estamos eligiendo. Cuando actuamos en reacción todo nuestro pasado y todas nuestras creencias están creando nuestro futuro de forma automática. Sin despertarnos a las respuestas automáticas en nuestra vida, sin tomar conciencia de cuándo este mecanismo automático está manejándonos la vida no tenemos posibilidades de salir del automático. Mientras no despertemos a esto la vida seguirá yendo, en los dominios en los que no somos efectivos, a fracaso tras fracaso, a mediocridad tras mediocridad, porque lo único que estamos haciendo allí es resistir y reaccionar.

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Cuadro de resistencia:

ACONTECIMIENTO

Resistencia

“Juicios”

Bien y Mal

Creencias

“Zona de confort”

Creo que todo

está bien

Reacción

automática

Pasado Influyente –

Futuro

Condicionado

Este ciclo genera la ilusión de que tenemos todo bajo control, porque está

diseñado para hacernos creer que tenemos el control, que tenemos razón. Al reaccionar en forma automática lo único que queremos hacer es reforzar las creencias que tenemos. Al reaccionar creamos una situación que valida las creencias que tenemos. Este ciclo está diseñado para generar seguridad, porque si yo valido la creencia que tengo siento que estoy en piso sólido, en terreno conocido y entonces con esto logro seguridad y me siento en una “zona de confort”, porque las cosas son como yo creía que debían ser; por lo tanto me siento seguro y tengo razón afianzando así mi sistema de creencias.

Estas reacciones en el nivel individual y en el plano colectivo son

peligrosas, porque anulan la conciencia de la propia humanidad. Cuando una persona está en reacción, está ciega. La reacción puede ser un impulso útil

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cuando está dirigido por la conciencia, pero puede ser muy peligrosa cuando se adueña de la conciencia. Por ejemplo: “Si me enojo, lo mato”. ¿Qué quiere decir eso? “Si me enojo, lo mato” quiere decir que mi impulso emocional es más fuerte que la conciencia de quién soy y no puedo distinguir entre experimentar enojo y estar enojado. Entonces actúo como un animal. El animal no tiene alternativa, el impulso y la acción están directamente conectados; como seres humanos tenemos la posibilidad de distinguir. Podemos experimentar un impulso de tomar alguna acción pero podemos elegir no actuar según ese impulso. Por ejemplo, podemos sentir el impulso de hacer un determinado negocio, pero no lo hacemos en automático; antes de llevarlo a cabo reflexionamos, hacemos las cuentas, vemos si es rentable, hacemos un presupuesto, etcétera. Hay un espacio de conciencia entre el impulso y las acciones. La maestría tiene que ver con desarrollar esa conciencia.

Cuando reaccionamos emerge en forma automática un estado de ánimo,

que puede ser el enojo, y cuando reaccionamos, por ejemplo, enojándonos, teñimos con ese estado de ánimo toda nuestra experiencia. Esa experiencia salpica todo a su alrededor y observamos todo a través del enojo, o cualquier otra emoción. Los estados de ánimo tienden a ser contagiosos y a abarcar todo. Si en ese momento no podemos elegir el estado de ánimo que tenemos, lo único que nos queda es resistencia al estado de ánimo que estamos teniendo, y es ahí donde el estado de ánimo nos posee a nosotros y todo lo que hacemos lo hacemos en reacción. La resistencia puede ser un intento de controlar alguna situación o a alguien con el propósito de la supervivencia del propio punto de vista. Si alguien cree que yo no tendría que tener un juicio o que tendría que tenerlo, o si alguien cree que mi vida debería ser de una cierta manera y no le agrada de la manera en la que es, entonces va a haber resistencia.

Esta resistencia produce la reacción y, dada la forma en que tenemos la

vida asociada o conectada a ciertas experiencias, es posible que creamos que si nos sentimos mal lo suficiente, si nos enojamos lo suficiente, o lo que sea lo suficiente, eso va a compensar algo, y no compensa nada. Cuando en una conversación confrontamos con algún juicio que escuchamos como negativo, sea que estemos de acuerdo o no, tenemos la posibilidad de preguntarnos: ¿Qué hay para resistir ahí? Si alguien nos dice algo que sentimos o no como un ataque personal a nuestra hombría, o nuestro gusto, o nuestra inteligencia, o cualquier otra cosa, podríamos preguntarnos: ¿Qué hay ahí para defender? Quizá podamos aprender algo de ese juicio.

El intercambio de juicios siempre ocurre en conversaciones con otras

personas, y en la pasión de la discusión es común olvidar la relación que permitió esa conversación. En este dominio aparece un emergente de la conversación que está más allá de su contenido. Si pudiéramos enfocarnos en la relación, si estuviéramos más comprometidos a recrear la relación que a tener razón, podríamos agradecer a quien nos comunicó sus juicios –son sólo juicios emitidos por un observador, no son ni verdaderos ni falsos–, y crear así

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un espacio de honestidad, legitimidad y aceptación con esta persona, porque somos nosotros los que le dimos a esa persona la libertad de comunicarnos sus juicios. Es sólo en una relación que esté más allá del control donde cada persona en su escucha puede otorgarle a los demás la legitimidad, la dignidad y el poder de decir que algo viven como “verdadero”.

Si yo estoy resistiendo algo es muy posible que haya hecho un juicio

“negativo” sobre ese algo y además creo que ese juicio es verdadero. Dejo de verlo como un juicio y creo que es la verdad. Y así, al resistir, estoy perdiendo cualquier posibilidad o cualquier poder que pueda generar de eso que juzgo negativo. Todos tenemos juicios, y si reaccionamos ante los juicios de una persona, ya sea porque no nos parezcan injustos o no nos gusten o por los motivos que fueren, le estemos cediendo nuestro poder a esa persona, es ella la que tiene el poder, en esa interacción, de hacernos sentir de la forma en la que nos estemos sintiendo y al estar en reacción no vamos a tener la capacidad, el poder ni el lugar para crear lo que queremos.

Distinción entre dato y estímulo Epícteto fue un pensador griego que pertenecía a la escuela de los

estoicos. Pero, no era un filósofo común. Una circunstancia particular de su vida nos permite rever su legado desde una perspectiva única: Epicteto era un esclavo. Sin embargo, llego a ser asesor del emperador de Roma, Adriano. No se comportó como víctima de sus circunstancias, sino que a partir de ellas creo algo que la inercia no hubiera permitido. La clave de su éxito radicó en su habilidad para hacer reconstrucciones poderosas, que lo dejaban en el centro de su propia vida. Para Epicteto el camino hacia la maestría personal, que conducía a las personas a ser dueñas de sí mismas, descansaba en el desarrollo de la capacidad de demorar las reacciones automáticas y ganar tiempo de conciencia entre una impresión y la respuesta.

En el modelo que propone el coaching, lo que en el modelo biológico

automático es un estímulo es observado sólo como un dato; es información para el ser humano que disfruta de la capacidad de darse cuenta de esto, y así elegir y a partir de esto responder creativamente.

El ser humano posee una conciencia limitada; esta conciencia es la

capacidad de ir dándose cuenta de sí mismo y de su entorno, de aquello que lo rodea. Es según el grado de conciencia que cada persona puede desarrollar competencias para responder a los distintos desafíos que le presentan las circunstancias. La inconsciencia de un bebé no le permite vivir por sí mismo, y es sólo en la medida en que va creciendo y que va tomando la conciencia que puede vivir por sí mismo la vida.

Cuando una persona cuenta la historia de su vida desde la observación que

tendría un bebé, cierra la conciencia a su poder de decisión, se vuelve inconsciente a su responsabilidad. Muchas personas abren la puerta porque

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sonó el timbre; otras lo hacen porque eligen hacerlo cuando suena el timbre. Cuando una persona toma conciencia de su elección es protagonista de la historia y hace lo que hace porque elige hacerlo. El sonido del timbre es un dato, no es un estímulo, es sólo un dato, y si no lo escucho como información voy a abrir la puerta no eligiendo hacerlo. A veces lo hago tan rápido, que me olvido de que lo hago, y así pierdo la conciencia de mi habilidad de responder, y pierdo la conciencia de mi libertad.

Lo que se resiste, persiste Cada vez que decimos que queremos cambiar, que vamos a cambiar, que

nos gustaría cambiar algo, cada vez que nos enfocamos en eso estamos reforzando lo que queremos cambiar. Cuanto más resistimos nuestra forma histórica de ser, más nos convertimos en eso. Así, cuanto más nos esforcemos en ser de una determinada forma, menos lo somos. Si nos resistimos a ser cobardes, es muy probable que estamos siendo más cobardes que nunca. Estamos queriendo salir de la caja y no podemos salir de la caja. Los seres humanos estamos permanentemente ciegos a nosotros mismos como posibilidad, y la mayoría de nosotros estamos resistiendo nuestra forma de ser. La mayoría de nosotros hemos crecido en una cultura, con un montón de juicios sobre nosotros mismos; muchos de ellos los valoramos como negativos y creemos que esos juicios describen verdaderamente cómo somos. Si creemos que es verdad que somos tan malos, ¿qué hay que resistir? Y si no lo creemos, ¿qué tenemos para resistir? Esto abre una posibilidad de aceptarnos a nosotros mismos, incluyendo toda la caja, todos los juicios negativos, porque sin eso, cuanto más nos resistamos a nosotros mismos más vamos a ser quienes no somos. Cuanto más resistamos esos juicios, así vamos a ser. Si insistimos en resistir, si queremos cambiar, no hay posibilidad de lograr eso que queremos. Un inicio es hacerse responsable de ser de esa manera; la transformación que estamos buscando no va a estar disponible hasta que nos aceptemos como somos.

Mientras nos resistamos vamos a estar trabados, estancados, en alguna

variante de la vieja conversación. Cuando tenemos configurado algo como lo que no queremos, automáticamente nos enfocamos en eso y lo resistimos. Lo que resistimos, generamos. Es por eso que seguimos recreando las mismas situaciones con distintos actores, vivimos la misma secuencia de incidentes una y otra vez; es como si estuviéramos atados a una cadena. Lo que nuestros padres nos hicieron a nosotros, inconscientemente, como lo resistimos, lo perpetuamos. Entonces es muy probable que recreemos con nuestros hijos lo mismo que resistíamos de nuestros padres.

Si resistimos el miedo, el miedo nos tiene. Si resistimos la bronca, ella

bronca nos posee a nosotros. Esto se aplica a todos los estados de ánimo. La inercia nos arrastra a quedarnos poseídos por nuestra resistencia. Si estamos poseídos por ese miedo, por el pasado, o lo que fuera, estamos limitados a lo que sea posible dentro de la caja, y esto va a seguir ocurriendo a menos que

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nosotros, como seres humanos, ejerzamos nuestra capacidad para crearnos a nosotros mismos. En la capacidad humana para la creación radica la competencia para transformar nuestra forma de ser. Esto no cambia nada de lo que pasó, pero cambia nuestra conversación, cambia nuestra relación con nosotros mismos, y ahí puede haber un quiebre, una apertura a lo que es posible.

La aceptación de nosotros mismos y el compromiso con lo que es posible

en la vida no garantizan nada, no reducen el riesgo en lo más mínimo; simplemente son una manera de ser en el mundo que requiere dejar de vivir la vida con un pie en la orilla y el otro en el bote. La transformación no tolera la mediocridad. Sin la aceptación incondicional de nosotros mismos no vamos a trascender la mediocridad y vamos a seguir viviendo como hasta ahora. Lo que es posible, la posibilidad que somos requiere que nos aceptemos a nosotros mismos y al hacerlo vamos a llegar tan lejos como queramos.

Actitud: Un nivel de conciencia Hay muchas cosas que hacemos porque tenemos que hacerlas, y esas cosas

que hacemos porque tenemos que son las que constituyen un tengo que. Entonces defino un tengo que como una obligación, y lo que creemos que está ausente en estos casos es la libertad. Creo que no tengo opciones. Si es realmente un tengo que creo que no puedo elegir. Un tengo que lo defino como algo que yo tengo configurado como obligatorio y que lo vivo como impuesto. Lo que sea que hago desde tengo que lo hago para evadir una amenaza. Dado que considero eso como una obligación creo que no tengo alternativa o no tengo posibilidades, creo no tener la libertad de no hacerlo.

Por el contrario, también hay cosas que hago porque quiero; y cuando

hago las cosas que quiero hacer, cuando estoy frente a un quiero, tengo libertad y elección y hasta hay oportunidades en las que no sólo es un quiero, sino que tengo la oportunidad de hacer algo. En este caso es pura elección, es totalmente mi elección y supone mi libertad. Lo que sea que hago desde quiero lo hago para cumplir o aprovechar una posibilidad. Aquí estamos frente a un quiero. Los sentimientos que emergen del tengo que suelen ser: agobio, frustración, presión, angustia, tristeza, resistencia, aburrimiento, bronca, rabia, resignación, desgano, impotencia, atadura, inseguridad, aprisionamiento, miedo. En cambio, frente a un quiero las emociones son: alegría, bienestar, libertad, gozo, independencia, alivio, energía, poder, placer, creatividad, autenticidad.

Ahora, muchas veces un asunto un día es un tengo que y ese mismo

asunto, otro día, es un quiero. Si el programa es el mismo y un día es un tengo que y otro día es un quiero implica que el asunto no posee ninguna connotación emocional que le sea propia. El hecho en sí es emocionalmente neutro y lo que cambia entre un día y otro es la actitud que yo tome frente al él. Hay veces que podemos decir: “Tengo que ir a ver a mi pareja”, y otro día

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decimos: “No veo la hora de verla”. En el trabajo hay veces que decimos: “Tengo que” levantarme a la mañana para ir a trabajar y hay veces que nos levantamos con ganas de ir a trabajar porque estamos entusiasmados con algún proyecto y queremos estar en la oficina. El acontecimiento en sí es neutro, y lo que cambia es la actitud que tomamos frente a él.

Cuando hacemos algo dentro de la categoría tengo que estamos

resistiendo la consecuencia negativa de no hacerlo y por ello, de hecho, preferimos hacer lo que tenemos que antes que la consecuencia negativa de no hacerlo. La palabra prefiero implica elección. Prefiero implica que estamos eligiendo y en el fondo, dadas las consecuencias negativas, hipotéticamente, dadas todas las consecuencias negativas, estamos eligiendo nuestros tengo que. No sólo estamos eligiendo eso, sino que también, dado que el hecho es absolutamente neutro, estamos eligiendo la actitud. Dado que elegimos hacer nuestro tengo que, en transparencia, sin darnos cuenta elegimos la actitud con la que vamos a relacionarnos con el suceso. Ante un acontecimiento podemos elegir que sea un tengo que o podemos elegir que sea un quiero, y lo que define esa elección es la actitud que tomamos frente al evento. Podemos distinguir la experiencia que nos generamos desde una u otra actitud. Sin embargo, concientes o no, elegimos en muchos casos una actitud tengo que, y nos generamos una experiencia coherente con esa elección y vamos por la vida cargando emociones que no queremos experimentar.

Recompensas secretas ¿Por qué elegimos esta actitud? Debe de haber algo que conseguimos a

través de esto, debe de haber algo que juzgamos importante y que obtenemos a través de esto. En caso contrario no estaríamos en la vida generándonos esa experiencia de tristeza, cansancio, agobio, aburrimiento, resentimiento, bronca o frustración. ¿Qué porcentajes de nuestras vidas estamos viviendo de esta forma? ¿Cuántas de estas emociones cargamos a diario en nuestra vida? Es posible que consciente o inconscientemente elijamos vivir estas emociones porque obtenemos algo a través de ellas. La pregunta entonces es: ¿Qué es lo que obtenemos a través de estas emociones? Debe de haber algo que obtenemos, tiene que haber algo que conseguimos. Hay recompensas secretas que estamos obteniendo a través de estas emociones. Lo que conseguimos viviendo cargando con esas emociones es lo que llamo recompensas secretas o beneficios ocultos.

Muchas veces utilizamos la bronca, el enojo, la tristeza o lo que fuera

para manipular, llamar la atención o eximirnos de responsabilidad; incluso cuando lo notamos y la emoción empieza a diluirse no permitimos que se nos pase y nos generamos más de eso para seguir controlando, para obtener algo. Si somos honestos con nosotros mismos vamos a reconocer que en mayor o menor medida esta es una actitud recurrente en nuestra vida porque a través de estas emociones obtenemos recompensas secretas. Nos instalamos en la actitud tengo que para obtener beneficios ocultos, puede ser para que nos

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presten atención o reconocimiento, para obtener compasión, para que alguien se ocupe de nosotros, por comodidad, para no hacernos cargo de algo o para tener esas emociones como excusas para no asumir nuestra responsabilidad. Pensemos en una persona que va a su trabajo y tiene una enorme cantidad de tarea para hacer, pero llega y hace su número de: “No saben lo triste que estoy”, a lo mejor consigue que sus compañeros se repartan su trabajo hasta que se sienta un poco mejor. En el fondo usa la tristeza para manipular, controlar. Otra emoción habitual para controlar es la bronca; quien la usa opera sobre la creencia: “Yo sé que si me pongo furioso acá las cosas funcionan”, entonces se transforma en un perro que ladra y maneja a todo el mundo y queda atrapado en una experiencia que no quiere tener.

Las recompensas secretas se encuadran dentro de estas categorías: O que

me presten atención, o que me den aprobación o reconocimiento o poder controlar o manipular la situación o tener razón, o mantener mis creencias o estar cómodo y tener la excusa de no tener que hacerme cargo. Si analizamos bien nuestras estrategias en este sentido, encontraremos la búsqueda de uno de estos beneficios ocultos.

La cuestión con este chantaje es que la recompensa la cobramos de las

personas que nos quieren, a quienes les importamos, porque si no fuera así, no caerían en este juego. Para lograr el beneficio oculto se requiere explotar el contexto de vulnerabilidad que existe en la relación. Si somos honestos con nosotros mismos podemos preguntarnos en qué áreas de la vida jugamos a la víctima para obtener recompensas secretas; y podemos preguntarnos quién está pagando los precios.

Una manera de salirnos de este juego es realizando pedidos. Hacer

pedidos puede ser una forma mucho más poderosa y auténtica de interrelación. Veamos este ejemplo: Una persona quiere un aumento de sueldo; hace dos o tres años que no le dan un aumento. Entonces, ya tiene practicada toda la rutina y va al trabajo con cara de tristeza porque no le están pagando como cree que se merece. Pone toda su frustración y su tristeza, para obtener reconocimiento. Se instala en esas emociones por un período relativamente largo y queda atrapado en esa actitud. Todo esto para lograr que le prestan atención y eventualmente reconozcan que lo descuidaron y que se merece un aumento. ¿Cuál sería una forma mucho más poderosa y auténtica de relacionarse con su jefe? Haciendo un pedido. Al hacer un pedido concreto y directo estaría arriesgando. Siendo auténtico, directo y honesto obtendría un beneficio: Inmediatamente sabría la respuesta. ¿Por qué no hacemos pedidos? Por miedo a que nos digan que no, por miedo al rechazo, son estos los motivos por los cuales no hacemos pedimos directos. Y todo lo que queremos lograr con las emociones del “tengo que” no lo pedimos por miedo al rechazo. Cuando lo pedimos en forma directa automáticamente sabemos la respuesta, tanto si es aceptado el pedido como si es rechazado. Ahora, si es aceptado lo logramos de una forma mucho más efectiva, mucho más rápida, no estuvimos generándonos una experiencia que no queríamos. Y si nos dicen que no, nos están dando la posibilidad de ir a buscarlo donde lo

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podamos conseguir. Si nos dicen que no cuando hacemos un pedido honesto y directo, lo más probable es que utilizando la manipulación nos vayan a decir que no también. Si en forma directa rechazan nuestro pedido, con el enfoque manipulador podríamos pasarnos la vida entera buscando recompensas secretas e igualmente no nos darían lo que queremos; al menos pidiéndolo en forma directa tenemos la oportunidad cuando nos dicen que no de terminar esa historia ahí y buscar en otro lado.

Estas emociones vinculadas con el tengo que podemos usarlas como una

advertencia y preguntarnos a nosotros mismos qué queremos. Todos tenemos esas emociones y no se van a ir nunca, pero lo que vamos a poder hacer tomando conciencia es no dejar que las emociones nos usen a nosotros y que sean la mayor parte de nuestra vida. Cuando me levanto a la mañana triste o con bronca, veo esa emoción como una luz roja. Lo primero que hago es notarlo, escuchar y, por ejemplo, noto que estoy triste. Entonces la pregunta que sigue es: ¿Qué es lo que estoy buscando a través de la tristeza, en especial en el contexto en el que voy a pasar el día? Por ejemplo, si noto algo de eso y voy a la oficina y estoy triste y espero que más gente me vea así, o experimento enojo, asumo que debo estar buscando algo, identifico lo que estoy buscando y lo pido en forma directa. Porque no estoy dispuesto a pasarme un día lleno de tristeza o bronca. El darse cuenta de esto, el escucharnos a nosotros mismos nos da la oportunidad de hacer algo al respecto, en lugar de pasarnos la vida cargando con esas emociones, o cuando una de ésas se aparece en el horizonte preguntarnos: ¿Qué es lo que estamos buscando? Y cuando nos enteramos de eso que estamos buscando podemos pedirlo en forma directa.

En la vida estamos eligiendo; de entre todas las opciones que tenemos

disponibles elegimos siempre la mejor. Dado el nivel de conciencia de cada persona, dado nuestro nivel de conciencia, todo lo que sabemos, lo conscientes que somos, siempre elegimos lo que consideramos la mejor opción, pero la comparamos con una opción que no tenemos y adoptamos la actitud de quejarnos por compararla con algo que no está disponible para nosotros. La actitud con la que nos relacionamos con los acontecimientos constituye una de las últimas libertades del ser humano.

Resignación vs. aceptación Cuando nos resignamos es porque nos decimos que no podemos hacer nada

respecto a aquello a lo cual nos resignamos. La resignación es una conversación en la que nos instalamos cuando la ilusión del control desaparece. La resignación es otra estrategia de control. Resignarse es una forma de controlar, de resistir lo que es, resignarse no es aceptar. La clave para distinguir la resignación de la aceptación está en la elección. Desde mi libertad es desde donde yo acepto. Aceptar, elegir lo que está pasando es rendirse. Si no hay elección, aunque usemos la palabra aceptar no hay aceptación. Porque no hay elección. Si tengo que no hay elección y más que

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un rendirse porque acepto hay una nueva manera de controlar, porque me resigno a lo que considero más poderoso que yo y esta resignación es otro tengo que agregado a mi lista de tengo que en mi vida en este mundo.

Neutralidad de los acontecimientos Una de las ilusiones que crea la concepción descriptiva del lenguaje es que

los juicios de valor descubren o revelan el bien o el mal. Sobre esa concepción damos por sentado que existe algo positivo y algo negativo, como si lo positivo y lo negativo pertenecieran a algún dominio distinto del lingüístico, como si fueran fenómenos naturales y no juicios.

Las percepciones de nuestros sentidos pertenecen a un dominio biológico:

Ver, oír, oler, tocar y degustar están relacionados con la capacidad biológica que posee nuestra especie de ser avisada por estímulos del ambiente. Es sobre la base de estos estímulos que generamos los dominios sensoriales que llamamos imagen, sonido, olor, sabor y textura. Nuestros sentidos funcionan como una interfase con el medio en el que vivimos, con el Universo, los sentidos recolectan información que luego, casi instantáneamente, analizamos, clasificamos; en suma, podemos decir que escuchamos, que interpretamos. Interpretar una experiencia es convertirla en una historia, y no hay nada positivo o negativo en una historia. No existe algo llamado historia positiva o historia negativa; existe una valoración de la historia realizada por un determinado observador que hace una valoración, hace un juicio de valor. Es con estos juicios que valoramos los sucesos, es este tipo de juicios el que usamos para decidir qué vamos a considerar positivo o negativo. Algo es bueno o malo para mí según mis juicios de valor. Es a partir de esta evaluación del hecho que puedo decir: Esto es bueno o malo, de acuerdo con mi juicio de valor. Hay juicios de valor establecidos en las distintas sociedades que tienen por finalidad establecer estándares de conducta y permitir cierta coordinación de acciones. Algo es bueno o malo dependiendo de la escucha del observador, y la manera en que un observador escucha está influida por la escucha de la sociedad a la que pertenece. Así podríamos decir que nuestra escucha, en alguna medida, es función de esa sociedad. Pero en las distintas sociedades es posible encontrar por lo menos dos personas que hagan valoraciones opuestas del mismo hecho; desde el observador que cada uno es van a mirar la misma situación y uno va a considerarla positiva y otro negativa. Y así, personales o sociales, siguen siendo puntos de vista.

Los valores no son universales. Yo puedo interpretar, valorar, que matar

es negativo, y en nuestra sociedad en general el matar está valorado negativamente; sin embargo, existen personas, dentro de esta misma sociedad que interpretan que matar puede ser positivo, y citan ejemplos como la defensa propia o la pena de muerte, o en caso de guerra, etcétera. El punto aquí es reconocer que hay interpretaciones que valoran positiva o negativamente el mismo hecho. Esta diversidad puede ser vista como una evidencia que el hecho en sí no es ni positivo ni negativo. Los acontecimientos

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son neutros y es desde nuestra interpretación, desde nuestra valoración, desde nuestros juicios sobre lo que está ocurriendo, desde nuestra observación del acontecimiento que surge la calificación de negativo o positivo, de bueno o malo. Las religiones, desde este punto de vista, son formas de observar el mundo constituidas por una serie de juicios a los cuales un practicante adhiere y se atiene porque los elige como un estilo de vida. Pero siguen siendo un conjunto de juicios que determinan una manera de ver el mundo. Frederich Nietzsche en Más allá del bien y el mal dijo: “No existen los fenómenos morales, sino una interpretación moral de fenómenos”.

No hay acontecimientos buenos o malos en el universo, y esto no significa

que tendríamos que tolerar el hambre, la miseria, el homicidio, la violación, el abuso de los niños, etcétera. Éste no es un argumento para aceptar cualquier cosa. Yo puedo tener juicios de valor sobre los cuales podría tomar acciones comprometidas con respecto a la dignidad humana o el hambre o la pobreza, pero tengo en claro que son sólo mis puntos de vista. Yo estoy en contra de un montón de cosas y pelearía contra esas cosas, pero tengo muy claro que estoy peleando contra eso por mi compromiso y mis valores, no porque eso sea malo. Lo que propongo es que la maldad o la bondad no están en los acontecimientos, sino que son valoraciones que un determinado observador hace sobre ellos. Es el observador el que agrega al acontecimiento su calificación. Así como no hay observación sin nadie que observe, no hay bien ni mal sin alguien que califique. No hay un juicio sin un juez que lo haga.

La noción de bien y mal, de positivo y negativo está en el centro del

paradigma de control, y cuando observamos el mundo desde esta perspectiva nos pasamos la vida debatiéndonos entre lo que es bueno o malo, positivo o negativo, como si fuera posible afirmar objetivamente lo bueno o malo, lo positivo o negativo. Cuando observamos desde este punto de vista perdemos conciencia de las calificaciones, nos hacemos ciegos a esta distinción y confundimos el acontecimiento con la calificación que hacemos de él.

El ser humano como observador de acontecimientos neutros La vida está constituida por una serie de acontecimientos neutros. El que

trae la interpretación a lo que está ocurriendo es el observador. Todos los acontecimientos son neutros. Incluso la muerte es neutra, pero si murió alguien importante en nuestra vida, el acontecimiento deja de ser vivido como neutro. Desde el observador que somos es muy posible que experimentemos el sufrimiento que tenemos asociado con el fallecimiento de una persona amada, pero el acontecimiento en sí es neutro, absolutamente neutro. La vida es una serie de acontecimientos absolutamente neutros. Ante la muerte, en nuestra sociedad lo que más experimentamos o sentimos es la ausencia de la persona que falleció, y esto lo vivimos como algo doloroso. Hay otras sociedades en las que, cuando alguien muere, se realiza una fiesta. Y la sensación en la mayoría de las personas es de un gozo y una alegría profundos.

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Los acontecimientos en sí son absolutamente neutros. Son las interpretaciones que nosotros hacemos de ellos lo que les da el significado para nosotros.

Lo que observemos que está ocurriendo, lo que veamos que está pasando,

lo que para nosotros sea la realidad que ocurre, es lo que es, no es ni bueno ni malo, ni positivo ni negativo. Puedo reconocer que me duele y aun aceptarlo, puedo elegirlo porque es lo que es. Aceptar, rendirse es elegir desde el centro de mí, todo mi ser elige y acepta. Ésta es la distinción que hay entre resignación y aceptación. Aceptar es soltar el control y requiere que sea todo yo el que acepta, el que se rinde a lo que es. Entre aceptar y resignarse hay una distancia, hay un salto, pero no es un camino que va desde el resignar al aceptar. Mientras diga “lo tengo que aceptar” ya no lo estoy aceptando. Lo primero que aparece cuando pasamos al aceptar y elegimos eso que estamos resistiendo y evitando es una sensación de vacío, que no hay nada más, porque estamos eligiendo algo que no nos gusta. Este vacío es parte de la misma conversación y es lo que aparece después de rendirse, después de la aceptación. Si se muere alguien que yo quiero, yo puedo resignarme y decir: No hay más remedio, qué voy a hacer, la vida sigue, o puedo decir: Yo elijo que se ha ido. Yo lo elijo desde mi libertad. Cuando yo digo: yo elijo y yo acepto, la primera sensación es: Se acabó todo, no hay nada más, es así y encima lo elijo. Pero inmediatamente a partir del rendirse aparece la posibilidad, porque es desde la libertad de elegir que puedo crear. Si en lugar de aceptar me resigno, cualquier acción que yo tome es reacción. No es una acción, no es algo que yo elija para que ocurra algo, es una acción que creo para corregir o cambiar lo que ocurre. Declaré que está fuera de mí y eso es lo que tiene el poder, y entonces yo reacciono para controlar eso que pasó.

El rendirse y la aceptación son una entrada a un dominio distinto: La

maestría. Allí hay que ver qué hacemos con esa apertura. Cuando tenemos el espacio de ser, cuando tenemos el espacio para manifestar de nuestro ser completo es cuando empieza la competencia, y es también cuando la conversación interna puede decir: “No quiero tanta libertad, no quiero tanto poder, no quiero tanto amor, mejor vuelvo a la caja, allí es más cómodo”.

Si podemos estar en un estado de responsabilidad, si podemos poseer

nuestros estados de ánimo, nuestros pensamientos o nuestras sensaciones, tenemos un poder y elecciones que no tendríamos si estuviéramos resistiendo. Si hacemos la distinción entre resignación y aceptación y nos rendimos a lo que es, si aceptamos lo que es, creamos un espacio de libertad y poder para diseñar nuestra forma de ser. La aceptación es una manera de ser, no es algo que se haga. Es una relación con lo que es. Si eso que resistimos podemos dejarlo ser, nos va a dejar ser a nosotros. Así como lo que se resiste persiste, aquello que aceptamos es una oportunidad para ser, por esto es clave aceptar e incluir eso que estamos queriendo cambiar, eso que resistimos.

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El ser aquí y ahora en la aceptación Si en lugar de filtrar todo a través de nuestras creencias, si en lugar de

resistir lo que está siendo, nos entregamos participando plenamente, si nos abrimos completamente y abrazamos lo que es, vamos siendo nosotros la fuente de nuestra experiencia, de nuestro ser y de nuestro estar siendo aquí y ahora. Si estamos presentes ninguna parte de nosotros está en otro lado, estamos completamente presentes y al relacionarnos así con los acontecimientos es como que todo nuestro ser está presente en el aquí y ahora, y no hay ninguna preocupación, sabemos que estamos aquí y ahora disponibles para crear lo que queramos.

Cuadro de creación:

Ser - Estar

Aquí y ahora

Fuente

Alivio, paz

alegría, gozo

Respuesta

Creativa

Entregarse

ACONTECIMIENTO Ante cualquier acontecimiento, en lugar de reaccionar en forma

automática podemos crear la respuesta nuestra, podemos crear algo, crear lo que queremos, y ser la fuerza creativa, y éste es un ciclo completamente distinto al de la resistencia; en lugar de resistir nos entregamos, participamos, y cuando hacemos esta distinción la experiencia que nos generamos para nosotros está relacionada con el alivio, la paz, la alegría y con un sentido de gozo profundo de estar vivo. Ese gozo de estar presente en la vida de estar aquí y ahora, estar todo aquí y ahora. Ante cualquier

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circunstancia en la vida tenemos elección: Podemos filtrar todo a través de nuestras creencias para tener razón con respecto a lo que ya sabemos, o podemos escuchar cuáles son las creencias que tenemos, aceptarlas y luego crear lo que queremos crear. Los seres humanos podemos crear en lugar de reaccionar.

Acción y reacción Desde el paradigma de causa y efecto es habitual dar por sentado que son

las acciones las que producen los resultados; es sobre esta presunción que tomamos una acción, después la evaluamos con relación al resultado y coherentemente con esta evaluación repetimos o cambiamos nuestra acción basados en si nos gustan o no los resultados producidos. Esta manera de observar está basada en la creencia de que son las acciones las que producen los resultados, y el progreso en la civilización occidental se basa en esta creencia. Sin embargo, ésta no es una descripción de la acción, sino que es una descripción de la reacción, porque en este modelo la acción es una reacción al juicio sobre los resultados. Martin Heidegger dice que sea lo que fuere que estemos haciendo es una respuesta a lo que creemos respecto de los resultados que producimos con la acción que hayamos tomado. Esta forma de actuar es una estrategia que nos deja dentro de la caja, en una estructura en la cual no hay ser. Si vivimos dentro de esta estructura estamos siendo máquinas biológicas en las cuales el estímulo genera la respuesta, en las cuales cambiamos la acción basados en lo que observamos, incluido lo que pensamos y sentimos de los resultados. Entonces hacemos lo que hacemos basados en lo que pensamos y sentimos. Ésta no es una descripción de acción, sino la propia definición de reacción.

¿Por qué hacemos lo que hacemos? Vivimos la mayoría del tiempo dentro de esta estructura. Si le

preguntáramos a una persona qué hizo en un día normal de su vida es posible que conteste que fue a la oficina. Es posible que lo haya hecho para trabajar y ganar su sustento, esperando el resultado de ese trabajo; y si va a trabajar todos los días, posiblemente lo haga para sentirse bien o lo que sea que hace que siga yendo. Si no se sintiera bien, o no ocurriera eso que hace que siga yendo a la oficina, como ocurre con algunas personas, probablemente se resistiría a ir a trabajar. Ante la pregunta: ¿Por qué estamos haciendo lo que estamos haciendo?, la respuesta automática es justificar, dar una razón que justifique lo hecho. Esta razón es un juicio sobre el resultado, y si nos gustó es entonces una buena razón que no sólo justifica la acción que ya hicimos, sino también la próxima. Esto no es acción, es reacción. Todo lo que hacemos es una reacción a lo que pensamos y sentimos. No hay posibilidad de elección en esta estructura de respuesta automática, todo aquí es estímulo y reacción.

Los seres humanos vivimos en esa estructura y, filosófica e

históricamente, esto es quien nosotros nos decimos que somos. Martin

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Heidegger sostiene que no hemos examinado la naturaleza de la acción de manera decisiva, somos el tipo de ser que cree que la acción tiene que ver con la producción de resultados, y después valoramos la acción en la utilidad del efecto. Hacemos lo que hacemos por lo que creemos y pensamos acerca de lo que hacemos, y así hacemos juicios de valor sobre los resultados y estos juicios constituyen las creencias sobre las que actuamos, y así sucesivamente.

Dentro de este paradigma hemos hecho muchas cosas, hemos obtenido un

montón de resultados y podríamos creer, sobre la base de nuestra experiencia, que hemos sido exitosos, pero si lo comparamos con lo que es posible lograr en nuestras vidas y en la humanidad, entonces apenas empezamos.

La mayoría de nosotros vivimos nuestra vida en esta estructura en la que

no hay ser, todo es concepto encubierto con sensaciones en lo que llamo conversaciones para no posibilidad. Todo es reacción; no quiere decir que no funcione, sólo quiere decir que no hay espacio, sino para lo que ya está siendo. Podemos ser optimistas o pesimistas, pero tenemos que ser uno o lo otro, no podemos ser una cosa y la otra en esta estructura, todo debe ser positivo o negativo. Todo en esta estructura es y/o, o es causa o es efecto. ¿Hay algo en nuestras vidas que no sea causa o efecto? Todo lo que hacemos produce efectos, y si queremos vivir la vida produciendo efectos, todos tenemos algo de eso. Es parte de esta estructura o de esta inercia que todo en el mundo ocurre como causa o efecto. Es el grupo o es el individuo; es esto o es lo otro. Lo que quiero proponer es la posibilidad de que siempre son los dos y trascender la polaridad. El beneficio personal versus el beneficio organizacional es un dilema falso. El objetivo del coaching es siempre de los dos, es integrar los aparentes opuestos en un contexto que los contenga.

El enfoque causa-efecto no nos da poder, porque creemos que la acción es

acerca de producir resultados y después cambiamos o mantenemos nuestro

accionar sobre la base de lo que pensamos o sentimos de los resultados, pero

ésa no es una definición de la acción, ésa es una definición de reacción. Lo

fundamental en la acción es que no está relacionada con la producción de

efectos, la esencia de la acción es la realización de una visión; la única cosa

que le otorga sentido a la acción es que la acción es con el objeto de realizar

una visión. Lograr una visión es manifestar lo que ya es, lo que ya ha sido

creado. Es sólo cuando creamos la visión que la acción puede ser una

expresión de nuestro compromiso, una expresión de quiénes somos, una

expresión de nuestro ser. Realizar la visión es manifestar o satisfacer lo que

ya creamos. La visión es el contexto que da razón de ser al resultado y a la

acción que lo produjo; es a título de qué o con qué objetivo fue producido ese

resultado

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Fuentes bibliográfica:

Esteban Miguel Pinotti

“Coaching Ontológico para Empresas” Ed. Dunken. Año 1999

Jorge P. Pinotti

“Coaching Ontológico” Ed. Dunken. Año 2003