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Por Rogelio Salmona Foto © María Elvira Madriñán Saa A l inicio de la creación de un proyecto siempre tengo un “principio de incertidumbre,” que in- mediatamente se convierte en la incertidumbre de un principio. Y es que no sé si lo que estoy propo- niendo, a pesar de tener unas cuantas ideas que me dan seguridad, lo voy a lograr. Es decir, no sé si se va a consumar lo que propongo espacial y poética- mente. Pero ésto lo dice mejor y más claramente un poema de Robert Frost: Cuando construyo un muro dos cosas me pregunto: qué tanto quedó afuera qué tanto quedó adentro. Me asalta la incertidumbre del descubrimiento, como a un navegante que sabe de qué puerto sale, pero ignora a qué puerto va a llegar. El principio de incertidumbre en un proyecto es que no se sabe si ese alfabeto de emociones que guarda la memoria a la hora de la verdad va a resultar. Alfabeto de emociones que es suma de afectos acumulados en viajes por espacios, lugares, arqui- tecturas concebidas por otros, en esta época y en épocas muy distantes de la mía. ¿Cómo transmitir, a través de un hecho arquitectónico concreto, esas evocaciones, esos instantes capturados en una ex- periencia personal que los otros no conocen y que, por lo tanto, no se tendrán en cuenta a la hora de aproximarse a la obra? Es lo difícil: darle cuerpo a esa afectividad y, sobre todo, que otros se conmue- van sin que necesiten tener noticias de la conmo- ción anterior. En este trayecto, a medida que uno avanza se vuelve más exigente. Cada vez quiere poner más elementos enriquecedores de la espacialidad, por- que ése es el proceso permanente del afinamiento y del mejoramiento del “saber hacer.” Cada vez es más puntual, más preciso, se aclara más el proble- ma que se está resolviendo. Poco a poco la incerti- dumbre se deja permear por algún otro amago de seguridad. Sé lo difícil que es querer y hacer todo lo posible por revelar el despertar de las formas, el nacimien- to de las cosas, tanto un espacio y un lugar, un patio resonante, “un aljibe del cielo”, como denominó María Zambrano el patio, un tímpano del lugar, un imbricamiento, un orden y un ritmo, una transpa- rencia, un volumen o la creación de recorridos “al son del agua, cuando el viento sopla,” según el poe- ma de Antonio Machado. Forman parte de un cuerpo que constantemen- te se renueva, pero que es el mismo, con sus sorpre- sas y encantamientos. Con sorpresas porque, sin ellas, la arquitectura sería como una cara sin expre- sión. He tratado de ser consecuente con esto que he escrito y me aproximo a cada proyecto de acuerdo a sus circunstancias, a esos planteamientos que sólo son perceptibles en su lugar. Sin embargo, debo con- fesar que la mayoría de mis obras son incompletas, les encuentro carencias, formas que no se lograron, que no pude concluir como lo deseaba y tuve que renunciar en la búsqueda de una perfección inalcan- zable —afortunadamente— pues sería el fin de una travesía. De cada proyecto me queda una frustra- ción, consecuencia de la necesaria renuncia, siem- pre dolorosa, pero que estimula porque obliga a se- guir buscando, a continuar la travesía interior hacia la perfección en la obra siguiente. Crecen cada vez más las frustraciones, pero también cada obra con- tiene elementos nuevos, diversos, casi logros que son aciertos para las siguientes, y sirven como críti- ca de las anteriores. Es la necesaria autocrítica que todo arquitecto debe hacer para no caer en una autosatisfacción que le impedirá ver con lucidez sus limitaciones, pero tam- bién sus aciertos. A veces la lucidez es más impor- tante que la inteligencia, sobre todo cuando se tra- ta de hacer, en una siempre difícil y paciente búsqueda, una arquitectura al servicio de la socie- dad, para el goce y la alegría de la gente, lo que es al mismo tiempo su razón de ser. Es con palabras como se explican los hechos ar- quitectónicos, pero me pregunto: ¿Qué palabras pueden explicar la sutileza de la arquitectura, las visiones simultáneas que amplían los límites de la forma arquitectónica, los espacios de silencio, los múltiples secretos de las formas, las infinitas trans- parencias, el misterio de la luz o la profundidad de la penumbra, la revelación de un paisaje, el im- bricamiento de entornos lejanos e inmediatos, de un paisaje? ¿Qué palabras, además, pueden explicar las sensaciones de un recorrido, la revelación de paisa- jes interiores, el misterio de estar adentro y afuera, la comunión entre interior y exterior? Umberto Eco dijo que “el arquitecto está conde- nado a ser, por la propia naturaleza de su oficio, quizás la última figura del humanismo de la socie- dad contemporánea.” En un mundo banalizado como el de hoy —pero inevitablemente nuestro— tan entregado al dinero y al lucro, hacer arquitectu- ra al servicio del hombre es la manera de seguir sien- do esa última figura de un humanismo para nues- tra sociedad pero, además, hacerla para crear nuevos esplendores de lugares posibles y de memo- rias retenidas, para no perder el hilo de la historia. Sólo la arquitecturas puede llegar a estremecer de emoción y aportarle a la ciudad esa obra de arte colectiva, cuna del conocimiento, de la política, de la comunicación, mejores condiciones de habitación y de pertenencia. separata EL MAGAZÍN Del principio de la incertidumbre a la incertidumbre de un principio

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Page 1: ata N EL MAGAZÍy del mejoramiento del “saber hacer.” Cada vez es más puntual, más preciso, se aclara más el proble-ma que se está resolviendo. Poco a poco la incerti-dumbre

Por Rogelio Salmona

Foto © María Elvira Madriñán Saa

Al inicio de la creación de un proyecto siempretengo un “principio de incertidumbre,” que in-

mediatamente se convierte en la incertidumbre deun principio. Y es que no sé si lo que estoy propo-niendo, a pesar de tener unas cuantas ideas que medan seguridad, lo voy a lograr. Es decir, no sé si seva a consumar lo que propongo espacial y poética-mente. Pero ésto lo dice mejor y más claramente unpoema de Robert Frost:

Cuando construyo un murodos cosas me pregunto:qué tanto quedó afueraqué tanto quedó adentro.

Me asalta la incertidumbre del descubrimiento,como a un navegante que sabe de qué puerto sale,pero ignora a qué puerto va a llegar. El principio deincertidumbre en un proyecto es que no se sabe siese alfabeto de emociones que guarda la memoriaa la hora de la verdad va a resultar.

Alfabeto de emociones que es suma de afectosacumulados en viajes por espacios, lugares, arqui-tecturas concebidas por otros, en esta época y enépocas muy distantes de la mía. ¿Cómo transmitir,a través de un hecho arquitectónico concreto, esasevocaciones, esos instantes capturados en una ex-periencia personal que los otros no conocen y que,por lo tanto, no se tendrán en cuenta a la hora deaproximarse a la obra? Es lo difícil: darle cuerpo aesa afectividad y, sobre todo, que otros se conmue-van sin que necesiten tener noticias de la conmo-ción anterior.

En este trayecto, a medida que uno avanza sevuelve más exigente. Cada vez quiere poner máselementos enriquecedores de la espacialidad, por-

que ése es el proceso permanente del afinamientoy del mejoramiento del “saber hacer.” Cada vez esmás puntual, más preciso, se aclara más el proble-ma que se está resolviendo. Poco a poco la incerti-dumbre se deja permear por algún otro amago deseguridad.

Sé lo difícil que es querer y hacer todo lo posiblepor revelar el despertar de las formas, el nacimien-to de las cosas, tanto un espacio y un lugar, un patioresonante, “un aljibe del cielo”, como denominóMaría Zambrano el patio, un tímpano del lugar, unimbricamiento, un orden y un ritmo, una transpa-rencia, un volumen o la creación de recorridos “alson del agua, cuando el viento sopla,” según el poe-ma de Antonio Machado.

Forman parte de un cuerpo que constantemen-te se renueva, pero que es el mismo, con sus sorpre-sas y encantamientos. Con sorpresas porque, sinellas, la arquitectura sería como una cara sin expre-sión.

He tratado de ser consecuente con esto que heescrito y me aproximo a cada proyecto de acuerdoa sus circunstancias, a esos planteamientos que sóloson perceptibles en su lugar. Sin embargo, debo con-fesar que la mayoría de mis obras son incompletas,les encuentro carencias, formas que no se lograron,que no pude concluir como lo deseaba y tuve querenunciar en la búsqueda de una perfección inalcan-zable —afortunadamente— pues sería el fin de unatravesía. De cada proyecto me queda una frustra-ción, consecuencia de la necesaria renuncia, siem-pre dolorosa, pero que estimula porque obliga a se-guir buscando, a continuar la travesía interior haciala perfección en la obra siguiente. Crecen cada vezmás las frustraciones, pero también cada obra con-tiene elementos nuevos, diversos, casi logros queson aciertos para las siguientes, y sirven como críti-ca de las anteriores.

Es la necesaria autocrítica que todo arquitecto debehacer para no caer en una autosatisfacción que leimpedirá ver con lucidez sus limitaciones, pero tam-bién sus aciertos. A veces la lucidez es más impor-tante que la inteligencia, sobre todo cuando se tra-ta de hacer, en una siempre difícil y pacientebúsqueda, una arquitectura al servicio de la socie-dad, para el goce y la alegría de la gente, lo que es almismo tiempo su razón de ser.

Es con palabras como se explican los hechos ar-quitectónicos, pero me pregunto: ¿Qué palabraspueden explicar la sutileza de la arquitectura, lasvisiones simultáneas que amplían los límites de laforma arquitectónica, los espacios de silencio, losmúltiples secretos de las formas, las infinitas trans-parencias, el misterio de la luz o la profundidad dela penumbra, la revelación de un paisaje, el im-bricamiento de entornos lejanos e inmediatos, de unpaisaje? ¿Qué palabras, además, pueden explicar lassensaciones de un recorrido, la revelación de paisa-jes interiores, el misterio de estar adentro y afuera,la comunión entre interior y exterior?

Umberto Eco dijo que “el arquitecto está conde-nado a ser, por la propia naturaleza de su oficio,quizás la última figura del humanismo de la socie-dad contemporánea.” En un mundo banalizadocomo el de hoy —pero inevitablemente nuestro—tan entregado al dinero y al lucro, hacer arquitectu-ra al servicio del hombre es la manera de seguir sien-do esa última figura de un humanismo para nues-tra sociedad pero, además, hacerla para crearnuevos esplendores de lugares posibles y de memo-rias retenidas, para no perder el hilo de la historia.

Sólo la arquitecturas puede llegar a estremecerde emoción y aportarle a la ciudad esa obra de artecolectiva, cuna del conocimiento, de la política, dela comunicación, mejores condiciones de habitacióny de pertenencia.

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Del principio de la incertidumbrea la incertidumbre de un principio

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Mirar atrás, pero hay que saberretirar la mirada en el momento oportuno:

se trata de recrear y de transformar.No de copiar.

R.S.

Por Juan Manuel Roca

Dibujos de Rogelio Salmona

Es sabido que Rogelio Salmona tiene una evidente pasión por la historia de la arquitectura, pero

más aún por la andadura de las obras que se gestanpara interpretar los lugares, para descifrar los sitiosen los que habrá de levantar sus construcciones.

Es la suya, qué duda cabe, una acción poética deennoblecimiento de lo que ya existe, antes que unaabrupta imposición demoledora. Por ese motivo cla-ro, cenital, que hay en las propuestas de RogelioSalmona, es por lo que su arquitectura adquiere unvínculo social que no solamente tiene que ver con laidea de un mejor estar, sino de un mejor sentir, conun alto sentido estético que ayuda a darle coheren-cia a las formas de vivir y de pulsar lo cotidiano.

Si la ventana, antes de serlo fue una porción deaire, una pequeña parcela de vacío; si el patio es unaforma de amputar la lejanía; si el sometimiento deese mismo vacío a formas impuestas recorta el infi-nito, la mirada de un arquitecto como Salmona sedesvela por encontrar un equilibrio entre lo preceden-te y lo actual, entre lo intangible de una atmósfera, deun luz o de un fragmento de paisaje y las formas quedespliega para darle relevancia a ese entorno.

Que entre el hombre y la naturaleza medie esasobrenaturaleza que es la ciudad, como puente ten-dido entre un estadio y otro y no como aislamiento,

como compartimento o encierro entre los cuatromuros cardinales, es algo que constituye uno de losfundamentos de la postura arquitectónica deRogelio Salmona.

Alguna vez manifestó que la arquitectura “debeproponer espacios capaces de conmover, que seaprehendan con la visión, pero también con el aro-ma y el tacto, con el silencio y el sonido, la lumino-sidad y la penumbra y la transparencia que se reco-rre y que nos regala la gracia de la sorpresa.”

Ese, me parece, es un elemento, o mejor, una fa-ceta de asombro que se ha hecho una constante enlas obras de Salmona: la sorpresa. No la sorpresa porla sorpresa ni la imagen por la imagen, pero sí la apa-rición de una línea, de una ventana, de un volumen,de una luz inesperada, que más que obligarnos nosinvita a la reflexión, al repliegue de sensaciones queanidan en el adentro.

Se trata de una arquitectura que aún en sus as-pectos más abstractos no intenta sofocar las emocio-nes ni escamotear la interpretación, como si se tra-tara de un músico, del espacio elegido. Es la suya unamanera de traducir los espacios, sus cargas históri-cas y emotivas, a un lenguaje propio que se articulacon ellos, algo así como un fecundo diálogo entre eladentro y el afuera.

Rogelio Salmona sabe como pocos que un arqui-tecto puede construirnos un sueño, pero también edi-ficarnos la pesadilla, así sea, para decirlo con HenryMiller, una pesadilla con aire acondicionado. Por esotras del sueño, en el que somos a veces constructoresde nuestro propio desvarío, se preocupa porque hayauna reflexión, una suerte de aduana del pensamientodonde se puede sopesar lo que en principio nace de unrapto poético, de una intuición. La duda, dice Salmona,

“es siempre generadora de descubrimientos, gracias aella nos distanciamos del esquematismo ideológico.Nos obliga a pensar, a descubrir y a mirar las cosas conotros ojos, sin prejuicios.”

Aseveraciones como la anterior hacen pensar enel carácter dubitativo de Salmona para desconfiar decierto poder omnímodo que se le entrega al arqui-tecto, al creador. Ya el viejo autor de Así hablabaZaratustra señalaba que “la arquitectura es una es-pecie de oratoria del poder por medio de formas.”Hay quienes ejercen esa idea, pero también hayquienes la rechazan o, mejor aún, se muestran re-fractarios a ejercerla. Creo que Rogelio Salmona esde los últimos, de los que moldean los espacios conla única certeza de la duda, de un desdén a las for-mas autocráticas. Parece preocuparse siempre porentregar espacios habitables que no tienen los lin-deros de la exclusión, ni los anuncios o señales pro-pios del encierro que segrega.

No se puede permanecer, me parece, indiferentefrente a la arquitectura de Rogelio Salmona. Ni dejarde recordar el aforismo de un arquitecto que no sé quétanto esté en el afecto del nuestro, Mies van der Rohe:“Solamente lo que tiene intensidad de vida puede te-ner intensidad de forma,” algo que me resulta eviden-te en la obra de Salmona. Las suyas son, antes de serocupadas, formas habitadas en sí mismas, dispuestasa recibir las alegrías y aún las tragedias de ese trozo debarro sublevado que es el hombre.

En un pequeño texto escrito por Salmona en tor-no al quehacer de la arquitectura, señalaba la deudaque tiene con los hechos cotidianos y en losentronques que establece con el arte, cuyo epicentroasume desde una mirada poética. Es clara su preocu-pación, valga la repetición, por un entorno poético.

MONSERRATE, DENTRO DEL PROYECTO INACABADO DEL EJE AMBIENTAL

Con Salmona, Bogotá empezó a despertar a la modernidad

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Quien afirmó que la arquitectura es músicacongelada supo que sólo si hay un ritmo, si hay

un despliegue de formas armónicas entre el habitary lo habitado, se produce un gran arte. Salmona es,entre todos nuestros arquitectos, el más afincado enla poesía, en una concepción artística que intenta en-globar a cualquier ciudadano, no sólo a una clase a laque parece estar asignado el privilegio de la belleza.

A él le debemos no solo edificios que son hitosarquitectónicos en América Latina, sino muchos cam-bios que, corriendo al unísono con la historia pasaday con el recuerdo, resultan nuevos, fundacionales.

La integración de parques y edificaciones sin quesean espacios que se excluyen, como si pertenecie-ran a realidades diferentes e inconsultas; la exclu-sión de espacios claustrofóbicos que generan una es-pecie de geopatía, de enfermedad del paisaje (lascárceles, por ejemplo, son una enfermedad instala-da en el paisaje), el respeto por una geografía deter-minada que adopta no como camisa de fuerza sinocomo abrigo, una arquitectura en fin que no acudesolo a una visión cartesiana y realista sino, también,al disfrute sensorial, sin nostalgias pasadistas ni ol-vido de lo mejor de la historia de la arquitectura, esalgo que Rogelio Salmona transforma sin barrenarlo existente. Sin pasar sobre las huellas de la histo-ria la piqueta del rabioso progresismo.

Con la aparición de la arquitectura de Salmona, yde otros brillantes arquitectos colombianos y europeosque conforman un acervo de la que es por lo demásuna de nuestras mayores expresiones artísticas, Bogo-tá, una ciudad donde el peso muerto de España y unavocación de claustro fueron durante varios siglos dossignos dominantes, empezó a despertar a la moderni-dad, a tener en verdad una vocación de urbe.

La ciudad comenzó a abandonar un estado de hi-bernación propio de lo que José Luis Romero(Latinoamérica: las ciudades y las ideas) describiócomo “ciudades provincianas envueltas desde muytemprano en la atmósfera campesina,”[…] “ciuda-des que apenas advirtieron la acentuación de esainfluencia después de la emancipación.” A nosotrosnos llegó primero la emancipación política peromuy después la emancipación de la vida aldeana yde sus rezagos virreinales.

Bogotá fue, hasta hace muy poco, una ciudaddesmañada, cuya secreta belleza recuerda la de lasaga de la mujer envuelta en piel de asno. Una be-lleza que un arquitecto como Rogelio Salmona hapuesto de relieve en los espacios públicos, en losedificios igualmente públicos, en las construccionesprivadas pero, sobre todo, en muchos rincones dela ciudad que vuelve a recuperar su centro, su mi-rada abierta a los cerros tutelares.

Ni de corte populista ni tampoco de talante aris-tocrático, el quehacer de Rogelio Salmona y su de-nodada acción por ennoblecer nuestra capital, esalgo que resulta invaluable, un legado del que to-davía parece que no nos damos cuenta a cabalidad.Es, para decirlo con palabras prestadas a GastonBachelard, una “poética del espacio” que logratransformarnos en la misma medida en que esamirada transforma la ciudad, como si lo que habi-tamos también nos habitara y lo empezáramos ahacer nuestro, en dos instancias aledañas. Se tratade una puesta en marcha, arquitectónica y urbanís-tica a la vez, jalonada por el talento de RogelioSalmona, desde una acción renovadora que hemosvisto en la andadura de los días y en el lentoapropiamiento de lo cotidiano.

Rogelio Salmona sabe,como pocos,que una arquitecturapuede construirnos un sueño

o edificarnos una pesadilla.

ARCHIVO GENERAL DE LA NACIÓN

BIBLIOTECA PÚBLICA VIRGILIO BARCO [DETALLE ]

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Toda arquitectura verdaderamente comprompor haber sabido extraer del manantial de la vida

ESTUDIANTE EN EL EDIFICIO DE POSGRADOS DE CIENCIAS HUMANAS

VISTA GENERAL DE LA BIBLIOTECA VIRGILIO BARCO

UN PLANO DE LA ENTRADA AL ARCHIVO GENERAL

FUNDACIÓN CRISTIANA DE LA VIVIENDA

FOTO © PAOLO GASPARINI

POSGRADOS DE CIENCIAS HUMANAS, UNIVERSIDAD NACIONAL

UNA CONVERSACIÓN ENTRE ROGELIO SALMONA

EN LA PÁGINA I

CONJUNTO RESIDENCIAL TORRES EL PARQUE

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rometida es siempre cómplice de su tiempo,ida la profunda poesía de las formas construidas.

Rogelio Salmona

CONJUNTO RESIDENCIAL EL POLO, EN COLABORACIÓN CON GUILLERMO BERMÚDEZ

CASA EN RIOFRÍO - FOTO © MARÍA ELVIRA MADRIÑÁN SAA

DETALLE DEL CONJUNTO RESIDENCIAL

NUEVA SANTAFÉ,DE SALMONA Y OTROS ARQUITECTOS

O GENERAL DE LA NACIÓN

SALMONA Y GUILLERMO ANGULO, EN VERSIÓN INTEGRAL, SE PUBLICARÁ A PARTIR DEL 8 DE ABRIL

A PÁGINA INTERNET DE NUESTRO PERIÓDICO: WWW.CIUDADVIVA.GOV.CO

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Por Santiago Mutis Durán

Dibujos de Rogelio Salmona

Cultura es todo lo que se hacecontra el Estado

N. M. A. de Q. E., siglo xix

En sus recuerdos sobre la Universidad Nacional enBogotá, el novelista calamarí Álvaro Miranda,

dice (2006):“Bogotá se tejía como urbe a partir del centralis-

mo. La capital de la República se comportaba comouna glotona de todos los aspectos de la vida social,lo que obligaba a que las familias que no vivían enella tuvieran que enviar a sus hijos a esa ciudadparamuna que quería acaparar administración, eco-nomía y cultura”.

Lo cual es cierto, y también injusto. Cierto encuanto se refiere al Gobierno, injusto en cuanto a laciudad. En Cien años de soledad, Gabriel GarcíaMárquez, que había escrito, por supuesto, contra elcentralismo —lo cual también le impidió ver en sutexto contra Hernando Téllez no sólo a su antecesorsino a uno de los mejores escritores colombianos—consagra la siniestra fusión entre la ciudad de Bogotáy el gobierno nacional, al narrar la matanza duran-te el carnaval en donde Remedios, La Bella, es con-sagrada reina, junto a su rival bogotana: “cuandoapareció por el camino de la ciénaga una comparsamultitudinaria llevando en andas doradas a la mu-jer más fascinante que hubiera podido concebir laimaginación.” Esta comparsa que acompañaba a la“reina intrusa,” “forasteros disfrazados de beduinos”que “escondían fusiles de reglamento,” fue la que de-sató la matanza. Eran agentes del gobierno, y veníande ¡Bogotá!

Bogotá: La ciudad de Salmona mira a los cerroscon los ojos del hombre

Bogotá ha pagado los errores del Estado y padecidodesde siempre un desastroso privilegio, que tal vezninguna otra ciudad colombiana hubiera podidosoportar: el enquistamiento, en su propio corazónde ciudad, del vacío y las equivocaciones del Gobier-no.

“Fernanda era una mujer perdida para el mun-do. Había nacido y crecido a mil kilómetros del mar,en una ciudad lúgubre por cuyas callejuelas de pie-dra traqueteaban todavía, en noches de espantos,las carrozas de los virreyes. Treinta y dos campana-rios tocaban a muerto a las seis de la tarde. En la casaseñorial embaldosada de losas sepulcrales jamás seconoció el sol. El aire había muerto en los cipresesdel patio...”El aire enrarecido de la Iglesia, el vaho nefasto de laburocracia y del poder, y la gente enriquecida con sumanipulación, instalados todos en Bogotá, han im-puesto su huella a la ciudad, a sus edificios, a sus

“La Bogotá deRogelio Salmona

es una ciudad atenta a laimponente belleza de sus

cerros, dispuesta alencuentro, al ocio, y donde

el espacio es vivible.”

DOS BOCETOS DE SIENA, ITALIA

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maneras de ser y de actuar, a su trazo, a sus lugarespúblicos; pero en Bogotá también vive gente, algunasincluso nacidas aquí, y para ellas trabaja RogelioSalmona. Aquí se escribió la primera geografía delpaís que no dejaba a nadie por fuera (Ernesto Guhl);aquí se oyó primero la mitología de los indios Kogi(Gerardo Reichel–Dolmatoff) que no conocían ni enla costa; aquí se denunció el horror de las actividadesde la Casa Arana; aquí se supo primero la existenciade los Huitoto y los Tikuna; aquí se hizo la maravillo-sa “pintura de negros” de Guillermo Wiedemann o de“negritas,” como aclaraba mal Enrique Grau; desdeaquí quiso Enrique Pérez Arbeláez detener el fin delrío Magdalena y la empobrecedora erosión del país...¡Desde “aquí,” no desde el gobierno!

Para mí, este “aquí” es lo que ha querido construirRogelio Salmona, hacer una ciudad para que en ellapueda vivir la gente, una ciudad abierta, que no pri-vatiza los lugares públicos, opuesta a los intereses delos “pulpos constructores” y a sus demasiado altivoso asfixiantes conjuntos (en)cerrados y a sus pompo-sos centros comerciales —donde la ciudad claudi-ca—.

La Bogotá de Rogelio Salmona es una ciudadatenta a la imponente belleza de sus cerros, dispues-ta al encuentro, al ocio, y donde el espacio es vivible;una ciudad disfrutable que posibilita ser y pensar.Una ciudad que infunde libertad, gozosa y serena,con su idea generosa, sabia y civilizada de salvar laciudad del desarraigo, de su propio tufo ministerial,de las manifestaciones de poder y del interés econó-mico que lidera su crecimiento (privado y de mise-ria) que despedaza la cultura para poder controlarla vida cotidiana y conducirla al consumo histérico,destruyendo el tiempo natural de las cosas.

Salmona ha hecho que una persona que camina,piensa, observa, conversa o se pasea por la ciudad—o descansa en un parque— no sea un “tipo sospe-choso,” un “tipo raro” —como en la hermosa y terri-ble novela de anticipación de Ray Bradbury,Fahrenheit 451, en donde la policía arresta a los pa-seantes, a quienes manejan lentamente, a los peli-grosos lectores y a quienes no se someten a la tele-visión— sino un ser humano despierto, atento a losdemás, a sí mismo y a cuanto lo rodea. Para él la ciu-dad es el lugar en donde la vida debe suceder de ma-nera plena, no un lugar vigilado, ajeno, ignorante delpaisaje, del clima, del tiempo de nuestra propia viday de las relaciones humanas, que nos conduce alesquilmadero y a la ansiedad, al miedo, al aislamien-to y la hostilidad, por no decir que nos prepara a laviolencia o a la guerra: “La ciudad es la realizacióncultural más trascendental de un pueblo.” (R. S.) ¡Asídebe ser!

CODA:Dice don Ricardo Silva, padre delpoeta de las Gotas amargas (antece-soras de las del Tuerto cartagenero),en uno de sus sabrosos artículos decostumbres, publicado por allá en1860, cuando se refiere a “la antiguacasa bogotana”, que era “amplia, ven-tilada, có- moda, alegre y olorosa areseda y a alhucema,” y con patios lle-nos de plantas, flores, loros, gatos...:“la cabeza descubierta en pleno patioy bajo los rayos de un sol abrasador.”(Esto lo recuerdo ahora para matizarla frase de don Gabo sobre los patiosde ¡cipreses! bogotanos —¿o del Go-bierno?— en donde, según él, no seconocía el sol).

A propósito del “aire enrarecidode la Iglesia,” y de los “treinta y doscampanarios,” quiero citar un grafitoque vi el año pasado en los muros dela ciudad de Bogotá, la única que pa-rece haber protestado, en todo elpaís, contra la intromisión de la Igle-sia en la sexualidad femenina: “Alejensus rosarios de nuestros ovarios.”

ESQUEMA POSGRADOS DE CIENCIAS HUMANAS, UNIVERSIDAD NACIONAL

ESQUEMA BIBLIOTECA PÚBLICA VIRGILIO BARCO

SANTA MARIA DEL FIORE, FLORENCIA, ITALIA

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Conozco a Rogelio Salmona desdelos primeros años sesenta, cuando

llevaba casi un lustro viviendo de nue-vo en Bogotá y asistiendo a los tés delatardecer, en la cafetería El Cisne, encompañía de Marta Traba o GuillermoAngulo, Santiago García, Graciela Sam-per, Jorge Pinto, Carlos Perozzo, Fer-nando Botero, y la beldad masculina deaquellos tiempos, el también arquitec-to Fernando Martínez Sanabria, aquien la lengua viperina de Jorge Child—otro de los contertulios— llamaba ElChuli. Otros habituales eran también elpintor Alejandro Obregón y el ya cono-cido poeta,Mario Rivero, a quien el pri-mero hizo un cisne como logotipo paraun comercio de emparedados que te-nía entonces.

Eran mesas que se formaban alre-dedor de las cuatro o cinco de la tardey se prolongaban hasta casi las nuevede las noches, cuando al grito de “lafiesta es en casa de Graciela,” la pandi-lla levantaba la sesión y acometía elconsumo del amanecer, mientras alconjuro del jazz que salía de una graba-dora alemana o yanqui, alguna de lasBrigitte Bardot de los pobres de enton-ces, haría un desnudo magnánimoaplaudido a rabiar por Santiago García,maestro en las artes escénicas y mu-chas otras.

Salmona no había levantado sus me-morables obras de arte y nadie pudoimaginar que llegaría, en un país tantriste como este, a ser el artista monu-mental que es hoy, el gran arquitectode la peor era de nuestra historia. ConSalmona acontece como con Leonar-do: los tiempos debieron ser peorespara que su obra tuviese un funda-mento y una gloria. Porque Salmonadio a la horrenda capital de la Colom-bia de la Violencia y el Frente Nacionalun nuevo cuerpo y una nueva ánima.Gracias a él, nuestros nietos no sabránmás —cuando al fin la muerte se de-tenga en nuestras calles y campos—de esos despojos que fueron los ba-rrios y las calles bogotanas desde lacolonia.

Hijo de emigrados europeos de ori-gen sefardí y occitano, Rogelio Sal-mona nació en París (1929) pero esbogotano puro porque, cuando teníatres años, su familia se traslado a lacapital de Colombia. Pasó la niñez enel barrio Teusaquillo, uno de esos ex-traños lugares que recuerdan a Lon-dres y donde los vecinos llevabanprácticamente una vida de pueblo sinsalir del barrio, en una Bogotá que nopasaba del medio millón de habitan-tes, donde el tendero era el mas im-portante de los vecinos, y el parque el

sitio donde todo se hacía y decidía. Lascasas de Palermo, levantadas en ladri-llo con terminados de piedra y made-ras, trabajadas por lúcidos artesanos ymaestros de obra, dejaron en Sal-mona, sin duda, su huella para siem-pre. Salmona hizo la primaria y el ba-chillerato en un colegio para los de suclase: el Liceo Francés, y luego de ha-cer algunos cursos en la Nacional, conel alemán Leopoldo Rother o el italia-no Bruno Violi, arquitectos de muchosde los edificios racionalistas de la Ciu-dad Universitaria, un buen día, duran-te una visita que el destino le teníaprevista, llegó Le Corbusier a la casapaterna de Salmona. El famoso arqui-tecto franco–francés le ofreció trabajoal joven estudiante de arquitectura y,a raíz de los sucesos del 9 de abril de1948, luego del asesinato de JorgeEliécer Gaitán, Salmona pasó casi diezaños, dibujando, en el chantier de la ruede Sèvres, donde Le petit Salmoná co-laboró, junto al mexicano TeodoroGonzález, el indio Balkrihna Doshi y elgriego Xenakis, en proyectos como elPlan Piloto para Bogotá, Notre Dame duAut y, en especial y sobre todo, Chan-digarh, pero se dio también a la tarea,durante esos años, de encontrarse consu propio pasado, asistiendo, primero,a los cursos de historia del arte que

ofrecía Pierre Francastel en la Sorbona,participando luego en los debates sobreel estructuralismo, que fueron la modade esos días en la capital de Francia,hasta que, tras un viaje donde deam-buló por desiertos y los azules intensosde la España del estraperlo y la pobre-za de la tiranía franquista en los añoscincuenta, vio de cuerpo entero y con elalma en vilo las maravillas de la cultu-ra del al-andaluz en Sevilla, Granada,Córdoba y Toledo, y desde allí descen-dió a los paraísos del Magreb, de don-de saldría la inspiración para levantar laobra que ahora nos ha dejado: un mun-do a imagen y semejanza de su alma,que es ya la nuestra.

Un mundo cuyos destellos y lumi-narias están en las llamadas Torres delParque (1970), la Biblioteca Virgilio Bar-co, la Casa de Huéspedes Ilustres deCartagena (1985), el Archivo General dela Nación (1992), el Edificio de Posgradosde la Facultad de Humanidades de laUniversidad Nacional (1999) o el Ejeambiental de la Avenida Jiménez deQuesada. Algunas de las siete maravillascolombianas, que junto a las otras deEduardo Ramírez Villamizar, Luis Caba-llero y Gabriel García Márquez, daránjusto testimonio de la grandeza de nues-tro arte, en un siglo de horror que aca-ba de terminar.

ROGELIO SALMONA MIRANDO LA MAQUETA DEL COLEGIO DE LA UNIVERSIDAD LIBRE, HECHA POR MANUEL OCAÑA - FOTO © GUILLERMO ANGULO

SalmonaCASA DE HUÉSPEDES, EN CARTAGENA

Por Harold Alvarado Tenorio