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No ayude a sus hijos con las tareas ¿La razón? El mayor estudio sobre la incidencia de la participación de los padres en la vida escolar reveló que esta práctica, no tiene ningún efecto en la obtención de mayores logros académicos. Mucho más útil es en cambio leerles en voz alta o preguntarles por sus planes. por Dana Goldstein/The Atlantic 2 5 6 UNO de los principios más centrales de la crianza de los niños es que los padres deberían involucrarse activamente en la educación de sus hijos: sostener reuniones con los profesores, participar voluntariamente en las actividades del colegio, ayudarlos con las tareas de los niños y cumplir con un centenar de otras labores para las cuales muy pocos padres trabajadores tienen tiempo. Estas obligaciones están tan integradas a nuestros valores que pocos padres se detienen a preguntarse si en realidad valen la pena. Hasta enero pasado, muy pocos investigadores hacían ese mismo ejercicio. En el mayor estudio jamás realizado sobre la forma en que la participación parental incide en los logros académicos, Keith Robinson, un profesor de sociología en la Universidad de Texas en Austin, y Angel L. Harris,

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No ayude a sus hijos con las tareas

¿La razón? El mayor estudio sobre la incidencia de la participación de los padres en la vida escolar reveló que esta práctica, no tiene ningún efecto en la obtención de mayores logros académicos. Mucho más útil es en cambio leerles en voz alta o preguntarles por sus planes.

por Dana Goldstein/The Atlantic          256

UNO de los principios más centrales de la crianza de los niños es que los padres deberían involucrarse activamente en la educación de sus hijos: sostener reuniones con los profesores, participar voluntariamente en las actividades del colegio, ayudarlos con las tareas de los niños y cumplir con un centenar de otras labores para las cuales muy pocos padres trabajadores tienen tiempo. Estas obligaciones están tan integradas a nuestros valores que pocos padres se detienen a preguntarse si en realidad valen la pena.

Hasta enero pasado, muy pocos investigadores hacían ese mismo ejercicio. En el mayor estudio jamás realizado sobre la forma en que la participación parental incide en los logros académicos, Keith Robinson, un profesor de sociología en la Universidad de Texas en Austin, y Angel L. Harris, un profesor de sociología en la Universidad de Duke, determinaron que en su mayor parte no tiene ninguna influencia. Los expertos revisaron casi tres décadas de estudios longitudinales con padres estadounidenses y analizaron 63 parámetros distintos de la participación parental en la vida académica de los niños, abarcando desde la ayuda en sus tareas hasta hablar con ellos sobre sus planes para la universidad y participar en las actividades del colegio.

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En un intento de mostrar si los niños con padres más participativos mejoraban su nivel con el tiempo, los investigadores compararon estos factores junto con mediciones de rendimiento escolar, como las notas obtenidas en lectura y matemáticas. Lo que encontraron los sorprendió: la mayoría de las formas medibles de participación parental parecen generar muy pocos dividendos académicos para los niños e, incluso, resultan perjudiciales. Esto se da de forma independiente de la raza, nivel social o grado educacional de los progenitores.

¿Usted revisa la tarea de su hija cada noche? Los datos de Robinson y Harris, publicados en el libro El compás roto: participación parental en la educación de los niños, muestran que esto no la ayudará a tener mejores notas en tests estandarizados. Una vez que los niños llegan a sexto o séptimo básico, esta colaboración parental en realidad puede hacer que las notas bajen, un efecto que según Robinson podría ser causado por el hecho de que muchos padres pueden haber olvidado el material que sus niños aprenden en la escuela o, quizás, en realidad nunca lo entendieron.

De forma similar, los estudiantes cuyos padres se reúnen frecuentemente con los profesores y directores de colegios no parecen mejorar a ritmo más veloz que compañeros cuyos padres están menos presentes en la escuela. Otras intervenciones parentales esencialmente inútiles: observar cómo se desarrolla una clase, ayudar a un adolescente a elegir ciertos ramos durante la educación secundaria y, especialmente, tomar medidas disciplinarias como castigar a los niños por obtener malas notas o instaurar medidas estrictas sobre cuándo y cómo deberían hacerse las tareas.

Robinson especula que esta clase de intromisión hace que los niños sientan más ansiedad que entusiasmo por la

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escuela. “Es mejor preguntarles ‘¿quieres que me ofrezca para una actividad escolar? ‘, ‘¿en realidad es útil que te ayude con la tarea?’. Solemos informar a los padres y a las escuelas sobre lo que necesitan hacer, pero a menudo dejamos a los niños fuera de la conversación”, explica.

Una de las razones por la que la participación paterna en las escuelas se ha vuelto un dogma es que muchos gobiernos la incentivan activamente. Desde fines de los 60, el gobierno federal de EE.UU. ha gastado cientos de millones de dólares en programas que buscan atraer a los padres, especialmente a aquellos de bajos ingresos, hacia las escuelas. En 2001, el programa “Ningún niño se queda atrás” obligó a las escuelas a establecer comités parentales y comunicarse con ellos. La teoría era que madres y padres más activos y comprometidos podrían ayudar a cerrar la brecha de notas entre los estudiantes de clase media y los de más bajos recursos. Pero hasta el nuevo estudio, nadie había usado los datos disponibles para examinar la presunción de que los lazos cercanos entre padres y escuelas mejoran el rendimiento académico.

Si bien Robinson y Harris desaprueban en gran parte esa teoría, sí identificaron un puñado de hábitos que hacen la diferencia, tales como leerles a los niños en voz alta (menos de la mitad de los menores en EE.UU. gozan a diario de este beneficio) y hablar con los adolescentes sobre sus planes para la universidad. Pero estas intervenciones no ocurren en la escuela o en presencia de profesores, donde quienes elaboran las políticas públicas ejercen la mayor parte de la influencia, sino que se dan en el hogar.

Es más: aunque la sabiduría tradicional sostiene que los niños pobres rinden mal en la escuela porque sus padres no se preocupan de su educación, lo opuesto es lo que resulta cierto. A través de distintas razas, clases sociales y niveles

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educacionales, la vasta mayoría de los padres estadounidenses reportan que hablan con sus hijos sobre la importancia de obtener buenas notas y que les manifiestan sus esperanzas de que lleguen a la universidad. Por ejemplo, los niños asiático-americanos obtienen notas inusualmente altas en las pruebas, pero sus padres no se involucran en la escuela en un grado mayor que los padres de los niños hispanos.

Entonces, ¿por qué algunos padres son más efectivos a la hora de ayudar a sus niños a traducir estos valores en logros escolares? Robinson y Harris plantean que los mayores recursos financieros y educacionales permiten que algunos padres coloquen a sus hijos en barrios y ambientes sociales en los cuales conocen a muchos adultos con educación universitaria y con carreras profesionales interesantes. De esta forma, a los niños de clase media alta no sólo se les dice que una buena educación los ayudará a tener éxito en la vida. Están rodeados por familiares y amigos que trabajan como doctores, abogados e ingenieros que funcionan como un recordatorio de lo que implica llegar a la universidad durante cenas familiares y reuniones similares. Los padres de ascendencia asiática representan una excepción interesante: incluso cuando son pobres e incapaces de proveer este tipo de ambientes sociales, parecen ser capaces de comunicar el valor y el atractivo de la educación en una forma igualmente efectiva.

Como parte de su investigación, Robinson realizó focus groups informales con sus estudiantes de estadística en la Universidad de Texas y les preguntó sobre la manera en que sus padres contribuyeron a sus logros. El investigador averiguó que la mayoría de ellos tenía muy pocos o nulos recuerdos de sus padres en actitudes como presionarlos para que estudiaran o involucrándose en la escuela. En lugar de eso, los alumnos describieron a madres y padres

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que establecían altas expectativas y luego daban un paso atrás.

“¡Estos chicos lo lograron! Uno esperaría que hubieran sido sometidos a alguna de las variantes de intervención parental a las que estamos acostumbrados. Pero no estuvieron expuestos a nada de eso; fue algo verdaderamente sorprendente”, explica Robinson. Los hallazgos de ambos investigadores se suman a lo que ya sabíamos de estudios previos realizados por la socióloga Annette Lareau, quien durante los 90 analizó conversaciones hogareñas entre padres e hijos.

Lareau estableció que en las casas más humildes y de la clase obrera, los niños eran presionados para guardar silencio y mostrar deferencia ante figuras de autoridad adultas como los profesores. En los hogares de clase media, los niños aprendían a plantear preguntas críticas y a defenderse por sí mismos, conductas que les resultaban bastante prácticas en la sala de clase.

Robinson y Harris eligieron no abordar otras clases potencialmente poderosas de intervención parental, como la contratación de profesores particulares, terapeutas para aquellos niños que presentan dificultades en la escuela o la apertura de cuentas de ahorro para gastos universitarios. Además, está el hecho de que, independientemente del estatus socioeconómico, algunos padres hacen grandes esfuerzos por buscar buenos colegios para sus hijos, mientras otros aceptan el status quo de la escuela que está a la vuelta de la esquina.

Aunque Robinson y Harris no estudiaron la elección de escuelas, sí descubrieron que una de las pocas formas en que los padres pueden mejorar el rendimiento académico de sus hijos -incluso hasta en ocho puntos en test de lectura y

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matemáticas- es lograr insertarlos en la sala de clases de un profesor con buena reputación. Este es un ejemplo en que la raza sí parece importar: los padres blancos son dos veces más propensos que los progenitores latinos o negros a exigir un profesor específico. Dado que los mejores profesores han demostrado incidir en un alza en las ganancias que llega a obtener un estudiante durante su vida profesional y en un descenso del embarazo adolescente, esta es una intervención no menor.

En general, estos hallazgos deberían causar alivio entre los ansiosos padres que luchan por hacerse un tiempo para participar en la venta de pasteles o sándwiches del centro de apoderados. Sin embargo, valorar la participación parental sólo sobre la base de las notas pasa por alto una de las formas en las cuales los padres generan el mayor impacto en las escuelas. Los padres más insistentes suelen ser efectivos, especialmente en las escuelas públicas, a la hora de obtener mejores libros de texto, nuevas áreas de juegos y todos los “extras” que hacen que una comunidad educativa cobre vida, como todos esos club extracurriculares de arte, música y teatro. Esta clase de compromiso parental tal vez no incida directamente en las notas, pero puede lograr que la escuela sea un lugar más positivo para todos los niños, independientemente de lo que los padres hagan o dejen de hacer en la casa. Involucrarse en las escuelas de los niños no es sólo una forma de ayudarlos a ser más exitosos, sino que también puede ser un buen ejemplo de ciudadanía.