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ARTES ESCÉNICAS AE

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ARTES ESCÉNICASAE

Eliécer Cantillo Blanco

La obra de Luis Enrique Osorio

Análisis dramatológico y de contexto

© Universidad Distrital Francisco José de Caldas © Facultad de Artes ASAB© Eliécer Cantillo Blanco

ISBN 978-958-8897-63-9Primera edición, septiembre de 2015

Dirección Sección de PublicacionesRubén Eliécer Carvajalino C.

Coordinación editorialEdwin Pardo SalazarMiguel Fernando Niño Roa

Corrección de estiloPaula Liliana Santos

DiagramaciónDiego Alejandro Abello Rico

Editorial UDUniversidad Distrital Francisco José de CaldasCarrera 24 No. 34-37Teléfono: 3239300 ext. 6202Correo electrónico: [email protected]

Todos los derechos reservados.Esta obra no puede ser reproducida sin el permiso previo escritode la Sección de Publicaciones de la Universidad Distrital.Hecho en Colombia.

Cantillo Blanco, Eliécer La obra de Luis Enrique Osorio : análisis dramatoló-gico y de contexto / Eliécer Cantillo Blanco. -- Bogotá : UniversidadDistrital Francisco José de Caldas, 2015. 220 páginas ; 24 cm. -- (Colección creaciones) ISBN 978-958-8897-63-9 1. Osorio, Luis Enrique, 1896-1966 - Crítica e interpre-tación2. Teatro colombiano - Historia - Siglo XX 3. Artes escénicas - Historia - Colombia - Siglo XX I. Tít. II. Serie792.09861 cd 21 ed.A1497035

CEP-Banco de la República-Biblioteca Luis Ángel Arango

CREACIONES

ARTES ESCÉNICASAE

Dedicatoria

Consagro este esfuerzo a Sergio Cantillo Saade y a Ignacio Cantillo Saade, mis hijos, cardinales de mi vida.Por estrictas razones vocacionales y profesionales, vaya por aparte, a todos los colegas, estudiantes de Arte Dramático y a los teatristas del país, mi devoción y afecto desde la presente tarea.Reciba, constantemente, mis agradecimientos, Luis Enrique Osorio Bernal, que me facilitó la obra de su padre. Para el segundo me es difícil diferenciar sus aferencias, pero, como ustedes entienden no está alguien primero que el otro y no es a segundo reglón que le agradezco a Alba Helena Osorio de Luzardo sus aportes, sus fuentes y su espíritu. Remito a ustedes, Luis y a Helena, y a toda su familia mis más profundas expresiones de afecto, ya que sin sus auxilios estas letras habrían perecido en lacónicos comentarios editoriales.En otra instancia, más escolar, estoy agradeciendo a las estudiantes (ya egresadas) Julieth Flores, Paola Abril y, en especial, a los esfuerzos de Cristina Jiménez, quien transcribió clara y elocuentemente el manuscrito de Luis Enrique Osorio (LEO), titulado Guía del arte teatral.En grado diferente van mis especiales agradecimientos a mi amado hijo Ignacio Cantillo Saade, quien corrigió y editó este trabajo. En modo específicamente exultante estoy congratulado por las ediciones que hizo el Maestro don Luis Enrique Osorio.Finalmente, en este sensible capítulo de agradecimientos, confío en que la Universidad Distrital Francisco José De Caldas y su Facultad de Artes ASAB, difundan esta tarea.

Contenido

Marco teórico y estado del arte 13Estado actual del conocimiento del problema 13Brechas y vacios 14

Algunas aclaraciones marginales de la presente investigación 17

Otro caso para observar 17

Los presidentes en el transcurso de la vida dedon Luis Enrique Osorio 21

Los señores presidentes 22

Personalidades políticas, poetas, novelistas y autores dramáticos alrededor de Luis Enrique Osorio 31

Árbol genealógico de don Luis Enrique Osorio 45Un brevísimo paralelo de autores y fechas 46

El frenesí de Luis Enrique Osorio 47Un rápido índice teatral antes de Luis Enrique Osorio 54

Del cuadro comparativo 61

El costumbrismo: una palabra acoquinante o un término de auto reconocimiento regional 73

De la latinoamericanidad 81Comentarios sobre la dramatología 86

Aproximaciones para la comprensión de la obra de Luis Enrique Osorio 91

Introducción 91Propuestas diferenciales de algunas convenciones dramáticas 92Historia 92Argumento 93Trama 95Atmósfera 97Breve aclaración sobre las acciones físicas 101Perplejidades sobre el conflicto y el asunto dramático 102

Aspectos considerados para los ensayos dramatológicos en algunas obras de Luis Enrique Osorio 105

Asunto general 106Asuntos subordinados 108Asuntos episódicos 110Asunto subordinado 111Acción dramática 114Acción 116Estatus 117Marco histórico posible 121Conclusiones hipotéticas de la obra 123Asunto principal o general de la obra 124

Índice de las obras editadas según el autor 127Volumen i 127Volumen ii 129Volumen iii 131Volumen iv 133Volumen v 135Volumen vi 136

Los nombres de los personajes en la obra de Luis Enrique Osorio 141

Volumen i 142Volumen II 144Volumen III 146Volumen IV (comedias musicales) 149Volumen V 152

Guia de arte teatral por Luis Enrique Osorio (1966) 157Normas básicas 157El autor 158El espectador 158El intérprete 159Teatros y escenarios 160El escenario 161La parrilla 161Los decorados 162Camerinos 170Toques de escenario 171

Manual del actor y reglas fundamentales 173Puntualidad 173Docilidad 174Memoria 174Naturalidad 175Comprensión 176Caracterización 176Interpretación fonética 176Reglas de movimiento 182Manual del autor 185

Conclusiones 211

Referencias bibliográficas 215

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Marco teórico y estado del arte

Estado actual del conocimiento del problema

Esta investigación se propone difundir la información y el conocimien-to que surgió sobre la vida y obra dramática de Luis Enrique Osorio —en adelante, LEO—. Hemos establecido que los ensayos y esporádicos tra-bajos de análisis sobre LEO y su obra no solo son insuficientes, sino que además se enmarcan sistemática y exclusivamente en lo costumbrista, en lo folclórico; condenando de esta forma a LEO y su obra al leve sai-nete. En la actualidad, nuestro autor es prácticamente desconocido en las academias y escuelas dramáticas, en sus programas no aparece ni un acápite de seminario sobre LEO. Dicho asunto es el que se pretende subsanar con los resultados de esta investigación. El desconocimiento de este autor en las actuales generaciones (estudiantes de primaria, de bachillerato, de universidad y otros entes dramáticos) aparece como un daño al patrimonio literario y teatral de la cultura nacional.

Las únicas referencias que se pueden hallar de LEO están en los esca-sos individuos que compartieron con él, o conocieron de sus esfuerzos; una alusión construida a través de recuerdos, más que de fundados es-tudios. Resulta paradójico que en las escuelas y academias dramáticas colombianas se conozca sobre Esquilo, Shakespeare, Molière, Brecht, Tennessee, O’Neil y de últimas novedades dramáticas, más que de LEO. Obsérvese que desde su fallecimiento hasta la actualidad su represen-tación escénica ha sido, si no olvidada, despreciada. De igual forma, es necesario señalar que el costumbrismo político —funesta herencia que

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se ha arrastrado hasta hoy—, que LEO criticó en su momento desde su dramaturgia, suele aparecer como original en programas televisivos y de radio a modo de chistes o sátiras, desconociendo así una actitud más crítica, más escrutadora, como la que planteó LEO. Este aspecto de la obra osoriana (por encima o por debajo de las dictaduras) ha sido el pa-radigma —desconocido actualmente— de tales actitudes de crítica a las políticas de gobierno y nacionales. Nuestra investigación no pretende acusar o delatar como subversiva la obra de LEO, sino señalar y hacer conocer que hubo un autor dramático nacional que examinó aquellas condiciones de confusión, que aún persisten. Considérese que si LEO conociera la constitución de 1991 estaría escribiendo dramáticamente sobre los problemas que esa Carta no ha abolido: el costumbrismo polí-tico nacional.

Brechas y vacios

Tal como comentamos en el fragmento anterior, las brechas y los vacíos que existen alrededor de Luis Enrique están señalados por la falta de continuidad en el estudio sistemático de su obra. Muestra de ello es que los escasos colegas que compartieron su experiencia, y quienes por re-cuerdo o notas periclitadas se interesaron por la obra de LEO, son indivi-duos de más de 66 años. Aparece un conflicto generacional: por un lado, los que en la actualidad —los jóvenes—, desconocen la obra de LEO; y por el otro, los que se aproximaron a ella y la juzgaron anacrónica.

Se evidencia que en estas generaciones aparece un vacío con respec-to a la actualidad de la obra dramática. Las presiones ideológicas que surgen en 1968 (momento en que el teatro fue tribuna de ideologías de izquierda), constituyen la conciencia y la forma de expresión teatral comprometida, que a su vez desconoce u olvida la génesis política del teatro de LEO. Las llamadas tendencias —en su momento— de vanguar-dia, acudieron más a discursos y formas europeas (¿moda?, ¿conscien-cia?), que a los orígenes nacionales fundados por LEO. Así entonces,

Marco teórico y estado del arte

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notamos la brecha generacional que interpreta a este autor de modo insuficiente, como periclitado.

El marco de visión de Osorio se hace desde el arte (no porque en su característica el arte sea la expresión individual, subjetiva y en suma, sin normas de control), no en el sentido del libre albedrío y con proclividad —por arte— a la ciega oposición, ni por el mal juzgado anarquismo de los artistas, sino porque el arte de LEO se formula y se fundamenta en la observación de las circunstancias sociales, educacionales, políticas y en fin, antropológicas. En consecuencia, el arte de LEO se plantea como pe-dagogía desde la dramaturgia y su representación. Este artista interpre-ta, no desfigura, y en su momento, como dijo Shakespeare, fue “crónica y espejo” de la realidad nacional, con todas las actitudes y consecuen-cias de aquella prolongada realidad, hasta nuestra contemporaneidad nacional. Evidentemente, el arte de LEO es un gran aporte que propicia educación, conciencia y escrutinio del comportamiento del país.

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Algunas aclaraciones marginales de la presente investigación

Don Luis Enrique Osorio desde sus primeros intentos como actor, como dramaturgo y como director, nunca asistió a una escuela de arte dramáti-co. Así como lo afirma en su autobiografía, desde su infancia jugó a hacer teatro —obviamente infantil— y luego, por alguna fortuna, continuó en la adolescencia. Debe reconocerse que nuestro autor nos aparece como un imitador, lo que se considera, siempre como inicio, como un personaje empírico, desde lo que se entendería como elementos de puesta en esce-na. Como escritor de dramas lo encontramos como el típico autodidacta. Las constantes lecturas de los dramas de su época lo llevaron a buscar una dramaturgia diferenciada que respondiera a lo observado en su realidad. Este caso de la autodidáctica es el mismo de la mayoría de los directores y dramaturgos —hoy desaparecidos o mayores— con los que contamos en nuestra tradición teatral. Para el caso de Osorio, tanto lo empírico como lo autodidáctico, sirvieron como bases para lo que en la actualidad entende-mos como fundamentos de la escuela, o como academia. Dudas, ensayos, prácticas y teorizaciones para llegar, después de ensayado, a proscribir los considerados errores y aposentar algún currículo para la enseñanza. A esto último adicionaremos el texto completo de su Guía del arte teatral.

Otro caso para observar

De manera insistente hemos buscado en los escritos de don Luis Enri-que Osorio el porqué decidió suscribir sus textos periodísticos con la

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abreviatura LEO. Esto lo anticipamos, porque en la presente investiga-ción daremos continuidad al uso de esta abreviatura y la emplearemos de manera constante. Suponemos que el uso inició desde cuando aquel director de El Tiempo (al que le han sucedido sus familiares hasta la ac-tualidad) le encargó que escribiera artículos jocosos sobre el desarrollo político de las ocurrencias al interior de la Cámara de Representantes. Al parecer —comentario sin fecha del propio don Luis Enrique Osorio— ocurrió un altercado entre el representante, don Carlos Lleras Restrepo (posterior presidente, que inició a partir de 1968 el exterminio de las tendencias izquierdistas y la fulminación de los movimientos de protesta de los universitarios). Así surgiría desde los escritos de don Luis Enrique Osorio para el diario El Tiempo, la síntesis de su nombre en las iniciales, LEO. En esta misma abreviatura es en la que encontramos, por falta de críticos teatrales o por opositores a su tarea dramatúrgica y teatral, el origen de lo que le impone a don Luis Enrique Osorio firmar como LEO sus artículos teatrales. Resulta necesario recalcar que durante esta in-vestigación estaremos empleando frecuentemente dicha abreviatura, de este modo, cuando el lector se encuentre con su uso, comprenderá que no es invención nuestra, sino que hace parte de la creación del autor que tratamos.

Las vivencias personales (que se unen en la construcción dramática) de don Luis Enrique Osorio, sus inicios, estudios, búsquedas, plantea-mientos y el desarrollo de su obra dramática y teatral, se pueden subdi-vidir en varios momentos:

• Sus inicios juveniles en Bogotá, que aparecieron como imitación de autores ya reconocidos, exitosos y prestigiosos.

• La búsqueda de directores teatrales que acogieran sus obras. Este intento estuvo marcado por la necesidad de reconocimiento y fama, razón por la cual, inicialmente, se marchó a Buenos Aires. Con las mismas ideas LEO viajó a México e insistiendo en su reco-nocimiento como autor dramático se trasladó a New York. Luego,

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regresó a Colombia y decidió, siempre persiguiendo la fama, ir a París. Ya con madurez (lo que incluye un mayor conocimiento del drama, tanto de temáticas como de teorías) pasó a España.

• Finamente, LEO regresó a Colombia y por fin consiguió su ansiada búsqueda: el reconocimiento dramatúrgico, los asuntos a tratar, el público y el teatro. La diferencia con las fases anteriores fue que para este momento el móvil no era la fama, sino el reconoci-miento como el autor que expresaba los asuntos nacionales.

Su obra, partiendo de la observación de los asuntos netamente na-cionales, registró el periodo de la violencia colombiana. Siendo el autor nacional, y ya liberado de la antigua sed de reconocimiento comercial, aparecieron en su obra dramática eventos sangrientamente históricos y despóticos.

Desde su construcción dramática y también debido a la extinción del Teatro Municipal, construyó una sala para la continuidad de su obra: El teatro de la comedia.

Simultáneamente, LEO desarrolló el teatro musical, no como el diver-timento norteamericano (Music Hall), sino con la misma obsesión crítica de los asuntos nacionales, que aún hoy nos aquejan.

Desde su regreso de París a Colombia, LEO insistió en la construcción “de un teatro nacional, con autor nacional, con actores nacionales y con ineludibles asuntos nacionales”. Sobre esta necesidad el lector hallará, en esta investigación, lo que para LEO sería la escuela o el programa para una Academia de Arte Dramático.

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Los presidentes en el transcurso de la vida de don Luis Enrique Osorio

Para quienes se inician en el presente estudio sobre la obra de LEO será indispensable enmarcar las características de cómo hubo gobier-nos que se opusieron, siendo colombianos, y produjeron daños fratri-cidas. Ya antes del nacimiento del autor se habían desarrollado conflic-tos tan polarizados que se confundieron; no estaban en la búsqueda del bienestar general, sino en el incordio —explicable pero no acepta-ble—. Dichos conflictos se dieron entre los denominados partidos na-cionales, una tendencia muy mal heredada de la Revolución Francesa, de los ecos de la emancipación de Norteamérica y del debilitamiento de la metrópolis española por la invasión de los franceses con el empe-rador Napoleón.

Haremos este recorrido desde 1892, pues en ese año comenzó el pe-riodo político en el que se dio el nacimiento de don Luis Enrique Oso-rio (1896). Este niño, adolescente, joven, dramaturgo y director teatral maduro, se desarrolló en un contexto enmarcado por el mandato de los gobernantes que a continuación describiremos. Todos ellos tuvieron períodos de tenencias muy distintos, algunos con reconocibles inten-ciones de perpetuidad en el Gobierno, motivaciones de las que surgie-ron movimientos políticos, no solo como oposición, sino también como enemistad personal irreconciliable. Todos estos largos o cortos períodos de gobierno se vieron martirizados por la más profunda y enconada di-visión, por lo que la patria, el país, la nación, la república y el Estado se demoraron en conseguir la concordia y la felicidad.

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Este estado acumulado histórico, social y político de inconformidad, de persecución y de cruenta crónica, aparece registrado en la obra dra-mática de don Luis Enrique Osorio, con lenguaje popular, escenas senci-llas —la mayoría aterradoras— y personajes autóctonos.

Los señores presidentes

• Miguel Antonio Caro Tovar (1892-1898). Primer ideólogo del pen-samiento conservador en Colombia.

• Manuel Antonio Sanclemente (1898-1900). Se apoyó en las ideas conservadoras, lo que originó la histórica desavenencia nacional.

• José Manuel Marroquín Ricaurte (1900-1904). Se acentúo el fa-natismo partidista, sobreviene la Guerra de los Mil Días que ya había iniciado en 1899. Ocurre la separación de Panamá. Con este presidente se da la reforma educativa, primaria, secundaria y universitaria oficial. El presidente Marroquín funda la Academia Colombiana de Historia, en 1902.

• General Rafael Reyes Prieto (1904-1909). Para su elección se abstuvieron los liberales, lo que acentuó la inquietud nacional. Se desató una persecución feroz, incluso hacia personalidades conservadoras. El general Reyes —cómo sería el desorden— llegó a clausurar el Parlamento y ordenó una desesperada Asamblea Nacional.

• General Ramón González Valencia (1909-1910). La Asamblea Na-cional anterior no pasó de ser un fomento para la distensión, los conservadores avergonzados aceptaron un experimento: el pri-mer intento de alternación en el Gobierno. El general González se comprometió con la equidad.

• Carlos Eugenio Restrepo Restrepo (1910-1914). Su elección fue el resultado político de la Asamblea Nacional, un intento del Parti-do Liberal por aclimatar la urgida concordia. Se inicia la Primera Guerra Mundial.

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• José Vicente Concha (1914-1918). Este presidente Conservador, por su experiencia política anterior, morigeró sus actitudes gu-bernamentales, pero influido por el catolicismo, desarrolló la educación desde la perspectiva de aquella fe.

• Marco Fidel Suárez (1918-1921). Por su origen social humilde se dijo que fue, en sentido superlativo, presidente paria. Fue más escritor de poesía y otras literaturas que político. Tuvo que en-sayar las vertientes liberales y conservadoras. Algunos ensayis-tas supusieron que su posición de gobierno ya se mostraba en su texto Sueños de Luciano y Pulgar. Su tendencia humanista no fue entendida como una evolución de las situaciones políticas ante-riores, sino como debilidad.

• General Jorge Holguin Jaramillo (1921-1922). Quiso seguir los precarios acuerdos de la Asamblea Nacional, pero el gobierno anterior dio pie para que los conservadores seudo-eligieran, o impusieran, según ellos, la necesidad de un gobierno “firme”. Se avizoraron los problemas limítrofes no solo con Ecuador, sino también con la República del Perú.

• General Pedro Nel Ospina Vásquez (1922-1926). Como la recalci-trante discordia del país estaba nuevamente en aumento, al ge-neral Ospina, como presidente y como militar, procuró fomentar la paz. Inició el cambio de una economía agraria a una levemente industrial.

• Miguel Abadía Méndez (1926-1930). Debido a que el orden na-cional y político se había resquebrajado —según los historiadores oficiales—, había sido necesario recurrir a los generales. Para el periodo posterior debía entrar al mandato un “civil” que mantu-viera el régimen conservador.

• En la misma época, un congresal de tendencia liberal, Alfonso López Pumarejo (con estudios en Londres), había introduci-do la idea del cooperativismo y del sindicalismo; ambas ideas o políticas positivistas, produjeron “el remezón social que el

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país necesitaba” y promovieron las reclamaciones populares (recuérdese que en ese momento el país era mayoritariamente analfabeto). Frente a estas reclamaciones, el presidente Abadía Méndez tuvo que reprimirlas, como medida del gobierno con-servador, por ser expresiones iniciales de movimientos sindica-listas. Fue este presidente quien tuvo que ocuparse del ya olvi-dado caso jurídico, sindicalista, político y social de la Matanza de las Bananeras en 1928, que ocurrió en la población magda-lenense de Ciénaga. Esta masacre fue denunciada por Jorge Eliécer Gaitán (que acababa de regresar a Colombia luego de su egreso en la Escuela de Leyes de Roma), y cuya reclamación y denuncia derribó la preeminencia conservadora, que hasta ese momento se había mantenido en el Gobierno.

• Enrique Olaya Herrera (1930-1934). Frente a los equívocos polí-ticos de tendencia conservadora, surgió un período de tendencia liberal: el del doctor Olaya Herrera, quien enfrentó el conflicto limítrofe con el Perú. Si bien el presidente Olaya continuó con el programa de la industrialización, con el desarrollo de las líneas férreas y la electrificación de algunas zonas del país, sus afanes por el desarrollo social sí se vieron contrariados con los reclamos peruanos. Sin embargo, fueron estos mismos los que ayudaron a conformar alguna especie de “nacionalismo colombiano que ro-deaba al señor presidente” —este tipo de eventos siguen vigen-tes—.

• Alfonso López Pumarejo (1934-1938). Este presidente gozaba de reconocimiento, pues no solo sabía idiomas como el inglés, el francés y el italiano, sino que además podía conversar con algo del portugués y también, por virtud auditiva, lograba imitar al-gunos acentos localistas, particularmente los modos caribeños. Entre sus virtudes políticas estaban las modificaciones labora-les, aprehendidas en Inglaterra y trasplantadas como modelos de cooperativismo, de legislación sobre el sindicalismo y de la

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educación oficial sin la influencia doctrinal católica. Luego de su gobierno empezó la permanencia, por algunos periodos, de go-biernos de tendencia liberal.

• Eduardo Santos Montejo (1938-1942). Fue conocido por la fun-dación de un periódico de opiniones influyentes (incluso hasta hoy). Como presidente fue continuador de las políticas liberales de su antecesor y además buscó las amistades políticas conserva-doras, siempre, según él “al servicio del país y en procura del sano desarrollo y de la libre manifestación de la sociedad”. Se dice —esto carece de evidencias históricas— que su millonaria fami-lia opinó que habían perdido al periodista por su conversión a la política. Este doctor Santos advirtió, mirando la reforma agraria mexicana, que un modo para disminuir la pobreza agraria nacio-nal y para disminuir el latifundio, exclusivamente dedicado a la ganadería, sería indispensable que el Congreso aprobara alguna Ley de Reforma Agraria para otorgarle a los cultivadores natos un documento notarial que les diera pertenencia de minifundios para sembradíos.

• Alfonso López Pumarejo (1942-1945). Por aquellas programáticas de gobierno liberal (con seudosocialismo en lo agrario) y como lo había planteado antes el doctor López —siempre con la idea ingle-sa para el desarrollo industrial, el acojo y reconocimiento de los congregados sindicalizados, de obreros—, la disminuida cauda liberal, con asocio de los “campesinos urgidos de tierras propias y no alquiladas” volvió, y en definitiva, el gobierno de López Puma-rejo. Este avance social hizo que LEO se adhiriera a tales políticas.

• Darío Echandía Olaya (1945). Trató de recuperar el latifundio, ar-gumentando que la “tierra nacional debe estar en quienes han adquirido por mandato y ley histórica todas las tierras del país”. Tumbó, desde el Congreso, la autoridad que se había aprobado por cociente conservador-liberal. Se recuerda como el peor “paso polí-tico de los conservadores”, pues se reinició no solo la persecución

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de los “pueblos de tendencia liberal”, sino que los provocó desde las estamentos agrícolas y mediadamente ganaderos (serían su-jetos con dos vacas, o con algunos cerdos, con algunas gallinas y media fanegada sembrada, apenas, de papa). Desde este tiempo se inició el tormento que hasta ahora deploramos.

• Alberto Lleras Camargo (1945-1946). Este doctor, de tendencia liberal, aprendió desde su familia cómo reducir a los conservado-res. Desarrolló un Parlamento por voto nacional, después de 40 años de gobierno conservador. Aparece en definitiva otra oportu-nidad de los liberales. Se recuerda como presidente de la Organi-zación de los Estados Americanos (OEA).

• Mariano Ospina Pérez (1946-1950). Reapareció más como un go-bernante conservador que se opuso en modo feroz al gobierno anterior. Desde este gobierno surgió, por las persecuciones de los modos conservadores, el inicio de la violencia armada en los campos. Cabeza o cabecita de plata fue la especie con que se lo conoció, pero no exactamente por su cabello canoso o plateado, sino por sus resoluciones recalcitrantes y el valor político que sus copartidarios le reconocieron.

• Laureano Goméz Castro (1950-1951). Acicateado, tanto por los reclamos del Partido Liberal como por los campesinos de igual tendencia, arreció, en tan poco tiempo, un gobierno de exclusión y de persecución. Continuó la actitud del gobierno anterior acen-tuando la polaridad partidista nacional. Aparecieron los primeros grupos campesinos denominados de autodefensa. El país se des-angró.

• Roberto Urdaneta Arbeláez (1951-1953). Frente a los desastres sociales, como fueron: “la banca rota de la nación, el acumulado desempleo, el ataque continuo al latifundismo conservador y la no olvidada muerte del caudillo de tendencia liberal socialista de Jorge Eliécer Gaitán”, el gobierno del presidente Urdaneta se vio envuelto en la violencia política de un golpe de mano, también

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conocido como golpe de estado por parte de la cúpula militar de la época.

• Teniente General Gustavo Rojas Pinilla (1953-1957). Este gobier-no actuó no como su investidura presidencial, sino como su ran-go militar. Desarrolló una extrema política de “apaciguamiento”, persiguiendo a los levantados en armas rurales —de tendencia liberal— y buscando extinguirlos. Los críticos de la época lo de-finieron como dictador, pues acomodó el congreso a su modo y clausuró algunos diarios opositores. El periódico El Tiempo pasó a llamarse El Intermedio.

• Junta Militar de Gobierno (1957-1958). Los políticos y los milita-res de la época tumbaron el gobierno anterior por “carecer de cre-denciales constitucionales, y [estar] sin bases democráticas como era la consulta del Constituyente Primario”, cuando el general se había hecho elegir mediante estratagemas demagógicas. Era la —varias veces remendada— Constitución de 1886 refrendada por aquel presidente, Rafael Núñez.

• Alberto Lleras Camargo (1958-1962). Fue un gobierno de tenden-cia liberal que encontró un país regularmente tranquilo, pero que nunca pudo acordar con los remanentes guerrilleros —que son los que aún existen—. Apareció, con este gobernante, lo que los políticos llamaron El Frente Nacional. La anunciada alternación gobierno conservador y liberal causó desconcierto en el Consti-tuyente Primario, que era quien elegía mediante voto universal y secreto.

• Guillermo León Valencia (1962-1966). Los críticos de su época lo juzgaron como intermedio de políticas conservadoras y liberales, en el sentido de la participación democrática. Este presidente, con más tendencias literarias que de dominio político, sin pro-ponérselo, agudizó las luchas sociales y la concentración ya ideo-logizada por el marxismo de las guerrillas. Desde entonces, ingre-saron a estos movimientos de descontento político: politólogos,

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historiadores, ingenieros, economistas, sacerdotes católicos, po-líglotas, periodistas, artistas, políticos de la anterior tradición, militares e incluso la preparación castrense en Cuba, la recién antigua Unión Soviética y Libia.

Luego de este estrecho recuento presidencial, que ofrecemos, sin ninguna tendencia, el lector ya se podrá hacer una idea de cómo fue in-fluenciado y caracterizado el pensamiento del autor Luis Enrique Osorio. Desde su nacimiento hasta su desaparición fueron 70 años, bien para influencias oficiales, o para decantar un pensamiento crítico, creativo, vertido en su más importante aporte dramático. Es por el recuento ante-rior que instamos a las generaciones actuales para que se acerquen a la lectura y puesta de las obras de LEO. Lo que se va a encontrar no solo es arte dramatúrgico, sino un veraz testimonio histórico de la pasada rea-lidad social que aún nos compete, ya para analizar, ya para denunciar. Al contemplar la obra osoriana nos asombra cómo denuncia en un medio político envenenado y dispuesto a acallar a la oposición; ¿cómo pudo el maestro sobrevivir ante semejante censura?

Los atisbos siguientes solo aspiran a mostrar, de modo diferente a lo que ocurre en la actual, una respuesta al anterior interrogante. Históri-camente en el país fueron los letrados, intelectuales y, en fin, los sujetos que sabían “letras”, quienes desde la poesía, el cuento, la novela y la dramaturgia, empezaron a emplearlas como herramientas que iban más allá de ser recursos para eventuales o exclusivos goces en sus reuniones y ritos “exclusivamente literarios”. Fueron estos sujetos con preparación escolar, o universitaria, quienes emplearían sus conocimientos para la crítica (recuérdese, además, que para esa época el país era mayorita-riamente analfabeto). Entonces, quienes sabían leer y escribir eran los afortunados económicamente, en suma, la clase burguesa. Parte de esta burguesía, como característica histórica, pensando en su liberación bus-có desde sus medios intelectuales, la denuncia y la crítica. De modo que fueron los ricos, o burgueses, quienes iniciaron el movimiento indepen-dentista. Así mismo, fueron ellos los que empezaron la escritura dramá-

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tica y las representaciones teatrales en el país. A este rango social per-teneció don Luis Enrique Osorio, con la diferencia —antes enunciada—, que Osorio usó sus conocimientos, no solo para criticarse, sino para cas-tigar, por los eventos vividos, a su propia clase social y política. No es que se le excuse, pero es necesario resaltar lo superior: su capacidad para denunciar y para condenar su clase social, la burguesía petulante ante el dolor de los llamados oprimidos.

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Personalidades políticas, poetas, novelistas y autores dramáticos alrededor

de Luis Enrique Osorio

En el siguiente índice, facilitado por la hija del autor, Alba Helena Oso-rio de Luzardo, el lector hallará numerosas personalidades, tanto de la política nacional y foránea, como poetas, novelistas, pintores, pensado-res, pedagogos y dramaturgos, que nos muestran la gravitación cultural, política y artística de don Luis Enrique Osorio. Como se verá, algunos personajes nacieron y murieron antes del nacimiento de don Luis, pero es claro que póstumamente LEO averiguó acerca de ellos. Varias persona-lidades fueron contemporáneas al autor y unas —que surgieron después de 1920—, fueron amistades presenciales y otras conocidas mediante la comunicación epistolar o por el recurso del telegrama1. A partir de estas relaciones nuestro autor disputó, hizo disensos o acuerdos y todas aque-llas reminiscencias; en su momento, para LEO tuvieron eco en la estruc-turación de su perfil dramatúrgico. Este aporte de Alba Helena puede per-mitir, no solo recrear el ámbito de trascendencia de nuestro autor, sino el fomento de investigaciones históricas futuras. No obstante, aún cuando afirmamos que LEO sufrió no solo la soledad y la orfandad gubernamental

1 Fue una tecnología basada en el teletipo, que enviaba señales eléctricas largas y cortas si-milares a las claves Morse. En su época fue conocida como marconigrama. Dicho invento fue creado por Guillermo Marconi (1874-1937), un físico italiano que hizo las primeras pruebas de transmisión inalámbrica por ondas hertzianas.

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en su enorme trabajo dramatúrgico, teatral y para la fundación de insti-tuciones teatrales, debemos reconocer que en modo privado LEO recibió afluencias y motivaciones intelectuales y espirituales para permanecer obsesivamente en sus realizaciones. Instamos a la lectura minuciosa de este índice de personalidades alrededor de LEO.

• Jose Luís Betancourt Román (1886-1974). Seudónimo: Dimitri Ivanovitch. Colombiano, poeta, prosista, militar y político. Im-portó el consumismo al país. Algunas de sus obras: La rival, Un eco que agrandó la soledad, Versos del crepúsculo y de la noche y Poemas de ensueño y del silencio.

• Cecilio Acosta (1818-1881). Venezolano, escritor, periodista, abogado, catedrático, educador, humanista. Algunas de sus obras: La casita blanca, La mujer y Cosas sabidas y por saber.

• Vicente Blasco Ibáñez (1867-1933). Español, novelista, político, traductor, abogado y periodista. Algunas de sus obras: Sangre y arena, que fue llevada al cine; La bodega y Arroz y tartana.

• Daniel Samper Ortega (1896-1943). Seudónimo: El compadre ti-gre. Colombiano, educador, historiador, ensayista, académico, dramaturgo, novelista y periodista. Fue director de la Biblioteca Nacional, creó la Academia de Bellas Artes y editó una obra sobre la literatura colombiana de cien volúmenes. Algunas de sus obras: Raza del romancero, El escollo, Soraya, Entre la niebla y Al galope.

• Manuel García Herreros (1894-1950). Colombiano, novelista, cuentista. Algunas obras son Lejos del mar y El hombre que colec-cionaba bigotes.

• Antonio Lemos Guzmán (1901-1967). Colombiano, novelista, di-plomático. Autor de Cantos a la vida.

• Bernardo Arias Trujillo (1903-1939). Colombiano, novelista, cuentista, ensayista, traductor y periodista. Colaboró en El Uni-versal, La Patria y El Liberal. Algunas de sus obras: Sangre viva, Letanía de las serpientes y Risaralda.