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Apuntes de Historia de España Antonio López Oliva IES Cristóbal Colón

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Apuntes de Historia de España Antonio López Oliva IES Cristóbal Colón

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PRESENTACIÓN Los apuntes que siguen pretenden cubrir adecuadamente los objetivos y contenidos marcados para el segundo curso del Bachillerato en la materia de Historia. Bien es cierto que están especialmente orientados a las pruebas de acceso a la Universidad, y por ello se dedica una atención preferente a los contenidos en los que la Ponencia interuniversitaria andaluza ha puesto mayor énfasis de entre los que se recogen en el anexo correspondiente del Decreto 208/2002 de 23 de julio, por el que se establece, entre otras cosas, el currículo de la materia de Historia. Es decir, me centro en los contenidos de la Historia Contemporánea de España, en un periodo que abarca cronológicamente desde 1808 hasta nuestros días, siguiendo fielmente los epígrafes de dicho currículo. Y no obstante ello, he considerado necesario iniciar estos apuntes, y con ellos el curso, con una necesariamente breve síntesis de la Historia de nuestro país desde los orígenes hasta los albores de la contemporaneidad, haciendo especial hincapié en aquellos aspectos de nuestro pasado que se proyectan en nuestra realidad histórica más cercana y sin los cuales no sería posible su comprensión. Las modificaciones introducidas respecto de anteriores versiones de estos apuntes se dirigen pues a adaptarse a dichos apartados del nuevo currículo, que en algunos casos son novedosos, si bien es cierto que en su mayor parte son equivalentes a los que hasta ahora se estaban manejando. Pero por otro lado, he procurado modificar algunos apartados que no resultaban suficientemente claros o profundos en la vieja versión de estos apuntes, y además, he considerado conveniente insertar en el cuerpo del texto de los temas todo el material complementario (textos, mapas, gráficos) que hasta ahora se ofrecían en dossieres aparte, con la esperanza de que sirvan aun más como apoyo al estudio y comprensión de la materia. A continuación os presento la parte del currículo que entra en selectividad, que servirá de esquema general de estos apuntes, aunque hay que tener en cuenta que frecuentemente el título de los epígrafes de los temas variará con la intención de hacerlo más comprensivo y explícito. La materia, pues, se organizará, además de un tema introductorio, en tres bloques (“Del Antiguo Régimen al Estado liberal”, “España en el mundo de entreguerras” y “Del Franquismo a la democracia”) y en siete temas dispuestos en orden cronológico, abarcando con ello el periodo antedicho de 1808 a nuestros días.

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ORIENTACIONES SOBRE CONTENIDOS DE LAS PRUEBAS DE SELECTIVIDAD La Ponencia […]consideró oportuno hacer algunas precisiones relativas a los contenidos sobre los que versará la prueba, especialmente en cuanto a su secuenciación u ordenación. En dicho sentido, dentro del más escrupuloso respeto a los diseños curriculares establecidos para la asignatura (Decreto de la Junta de Andalucía 208/2002 de 23 de Julio B.O.J.A. de 20 de Agosto de 2002), así como a la autonomía pedagógica de los Departamentos Didácticos de los Centros y de los Profesores que imparten la materia, la Ponencia estima conveniente que, como orientación a los solos efectos de las pruebas, se haga hincapié en los siguientes aspectos de los respectivos bloques del currículum de la asignatura: 3) DEL ANTIGUO RÉGIMEN AL ESTADO LIBERAL b) Guerra y Revolución:

- La Guerra de la Independencia. - Inicios del Liberalismo en España: las Cortes de Cádiz y la Constitución de

1812. - Restauración del absolutismo e intentos liberales durante el reinado de

Fernando VII. - la independencia de la América española.

c) La construcción del estado liberal: Las transformaciones sociales y económicas en la España del siglo XIX:

1.- Los orígenes y el desarrollo de la industrialización. Su incidencia en Andalucía. 2.- Análisis y valoración de las medidas desamortizadoras. El liberalismo durante el reinado de Isabel II. El intento de revolución democrática: El sexenio revolucionario (1868-1874). El movimiento obrero: Anarquismo y socialismo.

d) La España de la Restauración:

- El régimen de la Restauración y el sistema canovista. Oligarquía y caciquismo en Andalucía.

- El republicanismo y el movimiento obrero. - Regionalismo y nacionalismo. - La caída del imperio colonial y la crisis del 98.

4) ESPAÑA EN EL MUNDO DE ENTREGUERRAS. a) Crisis y descomposición del sistema de la Restauración:

- España en el primer tercio del siglo XX: sociedad y economía. La crisis de 1917. - La Dictadura de Primo de Rivera (1923 -193 0). - La II República y la Constitución de 1931: 1.- La instauración de la II República y la Constitución de 1931.

2.- Evolución política y social de la II República. - Andalucía y el movimiento político-cultural regionalista: Blas Infante.

b) La Guerra Civil Española (1936-1939): - El desarrollo de la Guerra.

- Organización política e intervención internacional en las dos zonas.

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5) DEL FRANQUISMO A LA DEMOCRACIA a) El Régimen de Franco:

- Fundamentos ideológicos bases sociales e instituciones. - Evolución política, económica y social. La situación en Andalucía. - La oposición al Régimen.

b) La España democrática: - La transición española y la Constitución de 1978. - La monarquía de Juan Carlos I a través de sus gobiernos. - El estado de las autonomías: El Estatuto de Autonomía de Andalucía. - La integración de España en la Unión Europea.

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HISTORIA DE ESPAÑA

Introducción: Breve síntesis de la historia de España desde los orígenes hasta el siglo XIX El de España es un concepto histórico, en el sentido de que España ha surgido a lo largo de la historia, esto es, que no ha existido desde siempre, no es un concepto eterno, y por lo tanto, podría desaparecer en un futuro, desintegrada en múltiples unidades menores o bien integrada en una unidad mayor. A lo largo de este y los sucesivos temas vamos a desarrollar la idea de cómo ha surgido la comunidad histórica a la que llamamos España, diferenciada del resto de las naciones y pueblos del mundo, cómo ha ido conformando su personalidad y como se ha ido, también, y lentamente, homologando, haciéndose cada vez más semejante, a las naciones de nuestro entorno cultural y político, es decir, a lo que llamamos Occidente. En efecto, la historia más reciente de España muestra en sus grandes líneas fuertes similitudes con naciones que nos sirven de referencia en el plano político (como Francia), económico (antes Inglaterra, después, otros modelos como el norteamericano o el alemán) o sociocultural (siguiendo en los últimos tiempos un modelo universal que procede en muchos aspectos de Estados Unidos). Pero siendo mucho lo que nos une con nuestro entorno, también son muchas las diferencias. Y esas diferencias son fruto, en gran medida, de la peculiar experiencia histórica de nuestro país, de la sucesión, única e irrepetible, de etapas históricas por las que hemos pasado a lo largo de casi tres mil años de historia. Si bien partimos de una prehistoria con rasgos más o menos comunes en amplias zonas del planeta, y de una protohistoria (en torno al primer milenio antes del nacimiento de Cristo) que, en lo esencial, se diferencia poco de lo que ocurrió en otras zonas de la cuenca del Mediterráneo, en ningún país de nuestro entorno se sumó, a la más o menos homogeneizadora presencia de los romanos (en los siglos inmediatamente anteriores y posteriores al nacimiento de Cristo), la experiencia de una prolongadísima presencia en nuestro territorio del Islam (iniciada en los primeros años del siglo VIII después de Cristo y finalizada a finales del siglo XV: casi ochocientos años entre una fecha y otra), lo que llevó a una fuerte influencia mutua con los reinos cristianos que se fueron creando inmediatamente en diversas zonas del norte peninsular, influencia que se dejó sentir en nuestro idioma y nuestras costumbres. En gran medida, la fragmentación política de este periodo está en la base de falta de vertebración actual de nuestro país.

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INTRODUCCIÓN

Inmediatamente después de que se acabara con el último bastión musulmán en la península ibérica, un país al que ya se podía llamar España emprendía una nueva singladura histórica, la de la formación de un imperio por partida doble. Por un lado, España se lanza a la aventura del descubrimiento, conquista y colonización de buena parte de América, desde el sur de los actuales Estados Unidos hasta su límite sur, en Tierra del Fuego. Esta experiencia ha marcado de forma definitiva la historia de España. Casi al mismo tiempo, España se convertía en la cabecera de un imperio europeo, con posesiones en Italia, Países Bajos y Alemania, y que hizo en un momento determinado a nuestro país la potencia hegemónica del mundo occidental. A lo largo de los siglos XVI y XVII se produce el declive de España como potencia de primera fila, cediendo el puesto a Inglaterra y a Francia. De este modo, España entra en el siglo XVIII con un cierto complejo de inferioridad y a lo largo de ese siglo comienza a hacerse cada vez más evidente nuestro retraso económico, cultural y social con respecto a las grandes potencias europeas. Así, España entra en la edad contemporánea (que comprende los siglos XIX y XX) con un imperio, el americano, que apenas controla y que pierde a los pocos años (con lo que se pierde de camino nuestra referencia histórica) pero intentando por todos los medios adoptar los cambios políticos necesarios para que una clase social emergente, la burguesía, sobre la base de la ideología liberal, tome las riendas de poder para seguir haciendo lo que siempre hicieron quienes tuvieron las riendas del poder: explotar a la gran masa obediente. Durante dos siglos, nuestra país ha experimentado un penoso y lento proceso democratizador, que ha abierto la política a las clases medias y ha permitido mayores cotas de libertad. Pero en el siglo XX, durante cuarenta años, la dictadura del General Franco (1939-1975) supuso un enorme retroceso en ese camino hacia la democracia y la libertad, si bien es innegable que fue en esta época cuando se produjo el gran salto adelante de nuestra economía, lo que permitió que España se convirtiera en un país desarrollado, con niveles y modos de vida aproximadamente equiparables a los de otros países europeos. Cuando en 1975 muere Franco, España se convierte en un país democrático, se moderniza su economía, se produce la puesta al día de nuestros usos y costumbres (la sociedad se seculariza, la mujer se incorpora definitivamente a la educación y al trabajo...) y por fin alcanza el sueño, largamente acariciado, de volver a contar en el contexto internacional, con su incorporación en la OTAN y la Unión Europea.. Pero no todo está hecho: en las décadas futuras España debe resolver como país grandes retos. En materia política, debe, de una vez por todas, resolver la cuestión de su propia vertebración como nación, es decir, debemos enfrentarnos a la tarea de integrar definitivamente a los nacionalismos periféricos, especialmente el vasco y el catalán, en lo que el Estado español se juega su configuración para el futuro. En materia económica, debemos ser capaces de modernizar definitivamente nuestra economía y acabar por fin con los fantasmas del paro y la inflación. En el terreno social y cultural, se debe superar la etapa de vulgarización de la cultura y convertirnos en un país que

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HISTORIA DE ESPAÑA

dedique un mayor esfuerzo en la investigación; debemos de una vez por todas conseguir la igualdad real de la mujer con el hombre e inventar fórmulas imaginativas que permitan la convivencia con los inmigrantes, que van a protagonizar un imparable fenómeno de mestizaje cultural que debe ser fructífero y enriquecedor.

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INTRODUCCIÓN

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HISTORIA DE ESPAÑA

1. DESDE LA PREHISTORIA HASTA EL FIN DE LA DOMINACIÓN ROMANA 1.1. LA PREHISTORIA EN LA PENÍNSULA IBÉRICA No se va a entrar en detalle respecto de la prehistoria en la península ibérica. Tan sólo hay que indicar que los primeros seres humanos primitivos debieron acceder a la península a través del estrecho de Gibraltar en épocas que la arqueología y la paleoantropología sitúan cada vez en fecha más remota, aproximadamente en torno a un millón de años antes de nuestra época. La prehistoria peninsular se diferencia en lo esencial poco de lo que fue ocurriendo en zonas próximas. En un primer gran periodo, el paleolítico, que abarca desde la llegada de los primeros homínidos hasta el 5000 antes de Cristo, los habitantes de la península vivieron en pequeños grupos nómadas que practicaban la economía depredadora, lo que los hacía plenamente dependientes del medio en el que se desenvolvían, sin división del trabajo no social, dada la imposibilidad de la acumulación de riquezas. Ya en el paleolítico más reciente (paleolítico superior) se manifiestan claramente las primeras formas de vida espiritual (culto a los muertos, creencia en la vida de ultratumba, ritos de magia propiciatoria de la caza), contexto en el cual hay que situar la manifestación más original de nuestra prehistoria, las pinturas rupestres de la zona cantábrica, en las que destacan las pinturas de la cueva de Altamira (Cantabria). Desde el 5000 a. C. llega, procedente del foco del Cercano Oriente, la economía productora (agricultura y ganadería), con la que se inicia el neolítico, caracterizado por el inicio de la sedentarización y la creación de asentamientos humanos permanentes y de mayor tamaño. Más tarde, hacia el 3000 a. C. llegan, procedentes también del Cercano Oriente y tras un lentísimo periodo de expansión que dura siglos, las técnicas de la metalurgia, con lo que se inicia la edad de los metales. Primero será el cobre (Edad del Cobre o Calcolítico) periodo en el que se delimitan varias culturas, como la megalítica (construcciones simples con enormes piedras sin tallar) o la del vaso campaniforme (piezas cerámicas con forma de campana) o la de los Millares (Almería). Después será el momento de bronce, más evolucionado, y en el que se destaca la cultura del Argar, también en Almería. Hacia el 1200 a.C. se produce por vez primera la llegada de un pueblo en su conjunto a la península ibérica. Es la que se ha venido a llamar, de forma no muy acertada, las “invasiones” de los pueblos celtas o indoeuropeos, que son los que traen la hasta ese momento desconocida en nuestro territorio técnica de la metalurgia del hierro. Comienza con ello la edad del hierro, que de forma más específica se conoce como protohistoria.

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INTRODUCCIÓN

La protohistoria española abarca el primer milenio antes del nacimiento de Cristo, hasta el siglo III, momento en que los romanos ponen pie en la península. Durante este periodo debemos destacar la llegada de los celtas, antes citados, procedentes de Centroeuropa y de otros pueblos colonizadores procedentes del Mediterráneo oriental. En cuanto a los celtas, se van a extender por el noroeste y ello es el origen de la afinidad cultural de estas zonas de la península con países como Bretaña (en Francia) Irlanda o Gales. Los pueblos colonizadores del Mediterráneo occidental son los fenicios y los griegos. Ambos se asientan sólo en zonas costeras de la costa mediterránea y vienen a comerciar, trayendo productos procedentes de Oriente y llevándose materias primas y productos agrarios. Cuando las ciudades fenicias caen en manos dei imperio asirio, sus barcos son sustituidos por los de una de sus colonias en el norte de Africa: Cartago. Pero al mismo tiempo que comerciaban, estos pueblos dejaron un poso cultural que hace cambiar a los pueblos autóctonos. En efecto, aparte de los pueblos llegados de fuera de la península, existía en ella una serie de pueblos autóctonos que crearon su propia cultura en el primer milenio antes de Cristo. En la primera mitad del mismo destaca, indudablemente, la cultura que conocemos como Tartessos, situada en una amplia zona que abarca al menos el valle del Guadalquivir y caracterizada por una economía basada especialmente, en la explotación de las minas de Sierra morena y en la venta de esos metales a los fenicios. Finalmente destaquemos que en el primer milenio antes de Cristo especialmente en la zona del litoral mediterráneo, pero también en zonas del interior, aparece una serie de pueblos conocidos como íberos y que constituyen el sustrato étnico que se encuentran los romanos al llegar a la península. La mayor parte de estos pueblos también llamados prerromanos serían posteriormente asimilados a la cultura romana y dominados políticamente por sus legiones. Sin embargo, en algún caso, como el de los vascones, nunca desaparecieron ciertos rasgos culturales que les eran propios (el idioma, algunas tradiciones, los gentilicios) y ello ha servido, mucho más tarde, como base para el desarrollo del nacionalismo en el País Vasco. Salvo esta reminiscencia y los restos arqueológicos, nada queda en nuestra realidad que tenga su origen en lo que ocurrió en la península ibérica antes de la llegada de los romanos. 1.2. LA HISPANIA ROMANA (DEL SIGLO III A. C. AL SIGLO V D. C.) Y EL EPIGONISMO VISIGODO (SIGLOS V AL VIII) Todo lo contrario cabe decir de la época de la dominación romana, dado que son múltiples las aspectos esenciales de nuestra personalidad como pueblo que proceden de la misma. El carácter de país latino procede, naturalmente, de esta época, y se deriva de la sustitución de la multiplicidad de idiomas prerromanos por un único idioma, el latín, que es la base de todos los idiomas españoles (el castellano, el gallego y el catalán)

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HISTORIA DE ESPAÑA

salvo el euskera, que es un idioma prerromano, como queda dicho. Los romanos, al incorporarnos a su imperio, fueron los primeros en dotar a la península ibérica de entidad como unidad administrativa, a la que denominaron Hispania (si bien es cierto que desde el inicio de la dominación, la península ibérica fue dividida en distintas provincias). De alguna forma, se daba carta de naturaleza a algo que el propio carácter peninsular de nuestro territorio parecía demandar: si la península ibérica era una unidad física claramente diferenciada, también debía ser una unidad política, cultural... La inclusión de Hispania en el imperio romano supuso por otro lado la introducción de formas políticas (la propia existencia de un Estado organizado que supera la primitiva organización política de los pueblos prerromanos, la organización de las ciudades como municipios) y jurídicas (el derecho romano) que son esencialmente las mismas que hay en la actualidad.

Pero con el paso de los siglos, nuestra pertenencia al imperio romano también supuso la llegada de una nueva religión desde la zona oriental del imperio, el cristianismo, que estaba llamado a ser elemento esencial en nuestra historia.

A. LA ROMANIZACIÓN La romanización es un proceso de aculturación por el que los pueblos prerromanos se integran en el mundo romano. Lo cierto es que esta romanización no fue homogénea en todo el territorio peninsular, siendo mucho más intensa en las zonas más civilizadas del sur y del Levante y menor en la cornisa cantábrica. Los agentes que trajeron la lengua, las costumbres y los modos de vida romanos fueron principalmente los legionarios romanos, no sólo durante su vida militar, a lo largo de las campañas, sino sobre todo porque al retirarse muchos de ellos recibieron tierras para asentarse en la península para vivir como campesinos con sus familias. La mayor parte se agrupó en ciudades preexistentes o bien fundo ciudades nuevas, llamadas colonias, cuya organización administrativa y política a imagen y semejanza de la propia ciudad de Roma fue un modelo que siguieron los indígenas. Un poderoso factor de romanización fue la concesión de la ciudadanía romana o latina a determinados indígenas. La ciudadanía romana era en principio una condición política y civil que se reservaba a los habitantes más importantes de la propia Roma, los patricios, y que con el tiempo se extendió a otros colectivos, tanto de la capital —los plebeyos— como de los territorios que se iban conquistando. Consistía en la plenitud de derechos tanto civiles (en el terreno de las relaciones jurídicas privadas: propiedad, matrimonio, relaciones paterno-filiales) como políticas (capacidad para ostentar cualquier tipo de cargo). La ciudadanía latina, reservada en principio a los italianos no romanos, era una situación similar aunque ligeramente atenuada. Otorgar la ciudadanía romana o latina a determinados elementos indígenas, especialmente los caudillos o jefes de los pueblos prerromanos, suponía casi de inmediato su

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INTRODUCCIÓN

incorporación a la elite dominante y el abandono de cualquier veleidad revolucionaria antirromana. Este proceso se hizo especialmente intenso al final del periodo republicano e inmediatamente antes de iniciarse la etapa imperial propiamente dicho, en tiempos de Julio César (siglo I a.C.). La concesión a todos los habitantes del imperio de la ciudadanía romana en el 212 d.C. por el Decreto del emperador Caracalla supuso la culminación de este proceso integrador. Otro de los factores que hace que la romanización sea una realidad es la organización municipal impuesta por Roma, es decir, la forma de conformar a las ciudades como colectivos autoorganizados política y administrativamente. Hay que pensar que no toda ciudad se tiene que organizar como municipio y que esta es una forma política típicamente romana, puesto que no hay que olvidar que el núcleo originario del estado romano fue precisamente una única ciudad, Roma. Los romanos fundaron en Hispania numerosas ciudades, entre las que cabe destacar Emerita Augusta (Mérida), Hispalis (Sevilla), Cesaraugusta (Zaragoza), Corduba (Córdoba) o Barcino (Barcelona). El municipio romano constaba de una curia o consejo y de unos magistrados o autoridades ejecutivas. Destacaban entre estos últimos los duoviri (“dos hombres”) y los ediles, todos ellos elegidos por un año. Estos cargos no tenían retribución, por lo que únicamente podían ser ejercidos por la elite social local. Hay que destacar también la construcción de calzadas que fueron un vehículo de comunicación y de introducción de productos, modos de vida y formas de pensamiento romanos. Por otro lado hay que hacer mención de la importancia que tuvo la extensión del latín no ya como manifestación de la romanización, sino como vehículo través del cual se facilitó la llegada de otros rasgos de la civilización romana. B. LA CIUDAD, ELEMENTO DEFINIDOR DE LA CIVILIZACIÓN ROMANA Como se desprende de cuanto hemos dicho hasta ahora, el centro de la vida en todo el mundo romano fueron las ciudades, haciendo honor al origen urbano de esta civilización, e Hispania no fue una excepción en ello. Desde el punto de vista organizativo ya hemos hecho mención más arriba a la administración municipal como gran aportación romana en la península ibérica. En cuanto a su morfología, la ciudad romana y también la hispanorromana tiene una configuración muy diáfana, con un plano cuadrangular, calles rectilíneas que se cruzan en ángulo recto de las que destacan dos, el cardo y el decumano, que se cortan en el centro de la ciudad, en un espacio llamado foro. Las calles romanos solían tener un sistema de alcantarillado, estar asfaltadas, tenían soportales que permitían al paseante deambular cómodamente por las tiendas, tenían también termas, teatros, anfiteatros, templos y edificios oficiales. Entre estos últimos hay que destacar las basílicas, origen por su estructura de la tipología de los primeros templos cristianos. El problema que siempre significa el abastecimiento del agua fue resuelto por los romanos mediante la construcción de acueductos como los de Segovia o el de Los Milagros de Mérida, y de grandes cisternas y aljibes. El foro era el lugar de

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HISTORIA DE ESPAÑA

reunión de los ciudadanos, donde se paseaba, se discutían asuntos políticos, se vendía en las tiendas o tabernae que existían a su alrededor o se hacía justicia en la basílica que se encontraba en uno de sus lados.

La estructura de las casas de los más adinerados también estaba claramente definida. En torno a un patio o atrium se distribuían el resto de las dependencias, entre las que llama la atención el triclinium, el comedor con divanes de mármol cubiertos de cojines donde se comía recostado. Los más humildes vivían en casas más simples e incluso ya aparecieron en esa época los primeros edificios de apartamentos similares a los actuales C. LA LLEGADA DEL CRISTIANISMO La incorporación de Hispania al mundo romano supuso también la llegada de nuevas formas religiosas que se superponen a las religiones autóctonas. Pero en el terreno religioso, lo más importante es, sin duda, la llegada del cristianismo. La gran novedad que aporta el cristianismo frente a otras religiones orientales con las que inicialmente se confundió fue su profundo mensaje humanista y de salvación espiritual dirigido a todos los hombres, que superaba el mero ritualismo en el que se habían convertido todas las religiones del imperio romano. Los primeros pasos de la predicación cristiana en la península son mal conocidos, sin que tenga ninguna base la leyenda de la predicación del apóstol Santiago, tan vinculado después a la historia de España. Muy dudosa por su parte, aunque más verosímil, es la historia de la posible predicación de san Pablo. Tal vez la llegada del cristianismo a la península ibérica se deba a una de las legiones asentadas en nuestro territorio. La Legio VII Gemina, que antes de establecerse en aquí estuvo en el norte de África, donde el cristianismo estaba ya bien asentado desde el siglo I. Pero hay que tener presente que en los primeros tiempos, desde la llegada de la nueva religión en el siglo II hasta la libertad de cultos del emperador Constantino, a principios del siglo IV, ésta fue perseguida, lo que dificultó enormemente su expansión y provocó que sus fieles tuvieran que ocultarse y ser enterrados en galerías subterráneas llamadas catacumbas. No obstante ello, ya en el año 180 hay menciones en ciertos textos de las “iglesias de Hispania” y san Cipriano de Cartago hace mención en alguno de sus escritos de mediados del siglo III de los obispos de Astorga, León, Mérida y Zaragoza, desprendiéndose de ellos la existencia de una alto grado de organización, con parroquias en el nivel de base y diócesis en un nivel superior. Ello explica que, cuando Constantino decretó la liberta de cultos en su célebre edicto de Milán del 313, nada menos que 37 obispos se reunieran en la ciudad de Iliberis (Elvira, actual Granada). En el 380, en el edicto de Tesalónica, el emperador Teodosio decretó que la cristiana fuera desde ese momento la religión oficial del imperio romano, prohibiendo todas las demás. Lejos quedaban ya los días del sincretismo religioso romano, de los cultos orientales o del culto al emperador. Sin embargo, en nuestra tierra subsistió durante siglo la vieja religiosidad pagana, especialmente en las zonas rurales.

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INTRODUCCIÓN

Sea como fuere, el caso es que desde esta época, el cristianismo como religión (más tarde, en concreto, el catolicismo) y la Iglesia como organización sobre la que se sustenta, han tenido una enorme importancia en nuestra experiencia histórica. D. LA CRISIS FINAL DE IMPERIO ROMANO: EL FIN DE LA HISPANIA ROMANA. Desde el siglo III d.C. el imperio romano entra en una grave crisis cuyo origen está en el hecho que, al cesar las campañas militares de conquista, ceso el flujo de esclavos, elemento esencial de una economía como la romana a la que se suele designar, precisamente, con el nombre de economía esclavista. A continuación vino una serie de consecuencias en cadena: crisis económica, crisis financiera del Estado, que éste intenta paliar con un aumento de los impuestos, huida masiva desde las ciudades a los campos, dónde era más fácil eludir el pago de los impuestos, agravamiento de la crisis financiera del Estado, pérdida de autoridad de los emperadores... A todo ello se une la presión que están ejerciendo sobre la frontera norte del imperio los llamados pueblos germánicos, deseosos de acceder a un imperio que ellos creían el colmo del refinamiento y la opulencia. Al principio fueron elementos aislados, pero desde el siglo V ya eran pueblos enteros los que penetraban en el imperio sin que nadie pudiese evitarlo, unas veces de modo pacífico, las más de las veces arrasando con todo lo que encontraban a su paso. A Hispania llegaron, como no podía ser menos, estos pueblos “bárbaros. El año 409 llegaron los suevos, estableciéndose en el noroeste peninsular como un estado dentro del estado romano, que ya se mostraba incapaz de mantener su autoridad en amplias regiones de lo que todavía era oficialmente su imperio. También llegaron los alanos —uno de los pocos pueblos invasores que no era germánico, sino iranio, procedente del centro de Asia—, que se dispersaron por toda la península y los vándalos, los más violentos de los tres, que tras una devastadora campaña de norte a sur pasaron al norte de África para terminar asentándose en el actual Túnez. Poco más tarde, el año 415, llega a la península otro pueblo germánico, los visigodos en virtud de un foedus o pacto de alianza con el emperador para luchar contra los tres pueblos antes mencionados. Cuando en el año 476 sea depuesto el último emperador romano, a quien ya nadie, ni siquiera en Roma, obedecía, el enorme despojo en el que se había convertido el imperio romano pasa a mejor vida y surgen ya plenamente los reinos germánicos. Estamos en la antesala de una nueva época, la Edad Media. E. EL EPIGONISMO VISIGODO Después de la caída definitiva del imperio romano, los visigodos establecieron su propio reino a caballo entre el sur de la Galia

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HISTORIA DE ESPAÑA

(actual Francia) y el centro y norte de Hispania, pero a principios del siglo VI se produce la expulsión de los visigodos del sur de las Galias —su capital hasta ese momento había sido Tolosa, la actual Toulousse, en Francia— por los francos —otro pueblo germánico— y su definitiva basculación hacia la península ibérica, donde establecerían su nueva capital, Toledo. Entre mediados del siglo VI y finales del siglo VII los visigodos desarrollaron una importante tarea de homogeneización del territorio hispánico y de sus habitantes. Inicialmente había notables diferencias entre la mayoría de la población hispanorromana y la minoría dominante visigoda. Los primeros eran cristianos católicos, mientras que los visigodos eran arrianos1. Pero el rey Recaredo decidió renunciar al arrianismo y abrazar el catolicismo, y con el todo su pueblo. Esto se llevó a cabo en el III Concilio de Toledo (589), con lo que se produjo la unificación religiosa. La unificación política y territorial de Hispania se hizo en varias etapas. Leovigildo, rey visigodo de la segunda mitad del siglo VI, acabó con el reino suevo. En las primeras décadas del siglo VII el rey Suintila acabó con la presencia bizantina en la península ibérica. Mas fue imposible la dominación de los vascones, que hubieron de ser controlados a distancia desde la ciudad de Vitoriacum (actual Vitoria). El último paso unificador lo supuso la unificación jurídica. En principio las leyes aplicables a visigodos e hispanorromanos eran diferentes. En la segunda mitad del siglo VII, Recesvinto promulgó el Liber Iudiciorum o Fuero Juzgo, único código de leyes para todos los habitantes del reino. La unificación en todos sus frentes había culminado. El gran mérito de los visigodos fue, precisamente, el de crear, por vez primera, un Estado cuyo territorio coincidía, más o menos, con los límites naturales que marcaba la península ibérica.

1 El arrianismo era una versión herética del cristianismo, a la que el pueblo visigodo se había adherido en masa.

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INTRODUCCIÓN

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HISTORIA DE ESPAÑA

2. LA ESPAÑA MEDIEVAL: LA DOMINACIÓN MUSULMANA Y LA FORMACIÓN DE LOS REINOS CRISTIANOS En buena medida se puede afirmar que lo que es España hoy se debe a lo que ocurrió en nuestro territorio en la Edad Media. Haciendo un esfuerzo de síntesis, podemos decir que la España medieval fue la pugna entre dos grandes bloques bien delimitados, el del Islam, al sur, y el de los reinos cristianos al norte, una pugna en la que no faltaron periodos de pacíficas relaciones y hasta de mutua influencia política y cultural. Si bien fue el bloque cristiano el que terminó venciendo y expulsando a los musulmanes de la península ibérica, la presencia de éstos durante ocho siglos dejó una importante huella en nuestro idioma (después del latín, es el árabe el idioma que más palabras aporta a nuestro diccionario), en nuestras costumbres y folklore, en la morfología de nuestras ciudades y, como no, en nuestro patrimonio artístico. 2.1. LA ESPAÑA MUSULMANA (O EL ISLAM ESPAÑOL): AL-ANDALUS (SIGLOS VIII AL XV) El origen del Islam (una de las tres grandes religiones monoteístas del mundo, junto con el judaísmo y el cristianismo) se remonta al primer cuarto del siglo VII, en Arabia, momento en cual Mahoma funda esta nueva religión (año 622, la Hégira) y al mismo tiempo un imperio teocrático al que se denomina califato. A lo largo de las siguientes décadas, el Islam va a conocer una extraordinaria expansión hacia Oriente (llegando hasta la India) y hacia Occidente, a través del norte de África. A principios del siglo VIII ya se encontraban en la orilla africana del Estrecho de Gibraltar. Aprovechando que el reino visigodo estaba pasando por una profunda crisis política estas circunstancias, en el 711 los árabes/musulmanes cruzan el estrecho, invaden dicho reino visigodo e incorporan, en poco más de cinco años, casi toda la península ibérica su imperio. Se inician así casi ocho de presencia musulmana en nuestro territorio, o lo que es lo mismo, de pertenencia de la península ibérica al mundo cultural, religioso y político árabemusulmán. A esa realidad histórica se la conoce con el nombre de Al-Andalus. Desde ese momento, podemos dividir la historia de Al-Andalus en dos grandes periodos, que tienen como punto de inflexión el momento del final de califato de Córdoba. Veámoslo muy sucintamente: 1ª ETAPA: DE PREDOMINIO SOBRE LOS REINOS CRISTIANOS DEL NORTE DE LA PENÍNSULA (SIGLOS VIII AL XI). En estos siglos, los musulmanes dominan claramente la situación en la península. El momento de máximo esplendor

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político, militar y cultural lo constituye el llamado Califato de Córdoba (929-1931). Pese a todo, los árabemusulmanes no pueden evitar que en las montañas del norte se creen y consoliden pequeños núcleos de resistencia, los llamados reinos cristianos medievales (Asturias, que dio más tarde origen al reino de León, Navarra, Aragón, condados catalanes...). Esta etapa se caracterizó por la notable tolerancia religiosa, que hizo que, junto a los musulmanes, convivieran en Al-Andalus grupos de cristianos y de judíos. 2ª ETAPA: DE DECADENCIA Y REPLIEGUE FRENTE AL EMPUJE DE LOS REINOS CRISTIANOS DEL NORTE. Desde la caída del Califato de Córdoba por descomposición interna (en el decisivo año de 1031), la balanza se invierte y desde entonces Al-Andalus entra en una larga agonía de varios siglos, caracterizados por su debilidad frente a los reinos cristianos del norte. Es la época, sucesivamente, de los llamados reinos de taifas, imperio almorávide, segundas taifas e imperio almohade. La consecuencia más visible de ello es la casi permanente pérdida de territorios frente a los mismos, que continúan el proceso llamado de Reconquista. A mediados del siglo XIII los cristianos han conquistado casi toda la península, a excepción de la mitad oriental de la actual Andalucía. Es lo que se llamó el reino nazarí de Granada, que fue liquidado por los Reyes Católicos en el emblemático años de 1492. La llegada de los musulmanes trastocó por completo el esquema social que con tanta dificultad habían ido creando los visigodos en la península ibérica. La población indígena se dividió pronto en un grupo acomodaticio que decidió abrazar, tal vez por conveniencia, la fe islámica, a los que se llamó muladíes y un grupo conformado por los que decidieron continuar siendo cristianos, los mozárabes. Algunas de las familias de nobles hispanovisigodos convertidos al Islam pasaron a ocupar posiciones de relevancia en al-Andalus. Por su parte, los conquistadores pertenecían a etnias distintas, desde los árabes de origen —que poseían latifundios o grandes negocios comerciales y ocupaban los altos cargos de la administración y el ejército— hasta los bereberes o norteafricano, que significaban el grueso del contingente colonizador, pasando por un importante grupo de sirios, venidos para sofocar las revueltas de los bereberes, e incluso un significativo grupo de eslavos centroeuropeos que llegaron como esclavos y que más tarde fueron manumitidos. Tal vez uno de los aspectos en que más huella han dejado los musulmanes en la España posterior fue el de las ciudades. Efectivamente, mientras el mundo cristiano occidental había conocido una profunda crisis del fenómeno urbano desde la época del Bajo Imperio Romano, crisis de la que sólo empezará a recuperarse a partir del año 1000, en al-Andalus como en todo el mundo islámico, la ciudad fue un centro socioeconómico de primer orden. Algunas ciudades, como Córdoba, parece que superaban los 100.000 habitantes a finales del siglo XI y Sevilla se acercaba a esa cifra (unos 85.000) a principios del siglo XII.

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En cuanto a la morfología de la ciudad musulmana, había un núcleo principal amurallado, donde se hallaban los elementos fundamentales de la aglomeración urbana: el religioso, es decir, la Gran Mezquita, que frecuentemente se completaba con centro educativos llamados madrasas si bien estas no llegaron a la península hasta el siglo XV, en los momentos finales del reino nazarí; el comercial con la presencia de unos mercados periódicos, los zocos, o más estables, las alcaicerías o patios porticados —con una galería alrededor—. Las calles eran estrechas y de trazado muy irregular, abundando los llamados adarves o callejones sin salida que penetraban en las irregulares manzanas. Fuera de ese núcleo amurallado se hallaban los arrabales que formaban una unidad urbana independiente, puesto que poseían mezquitas y mercados propios. Muchas son las ciudades españolas en cuyos trazados aún hoy día es posible descubrir la huella del urbanismo musulmán. El ejemplo más característico es la ciudad de Toledo. Para finalizar, debemos recordar que algunos de los monumentos más importantes del arte español son, precisamente, de la época de la dominación musulmana: la Mezquita de Córdoba, la Giralda de Sevilla (salvo su remate, que es de época cristiana) y la Alhambra de Granada son los ejemplos más conocidos. 2.2. LOS REINOS CRISTIANOS DEL NORTE: LA RECONQUISTA DE LA PENÍNSULA IBERICA (SIGLOS VIII AL XV) Al mismo tiempo que en la parte sur de la península ibérica se estaba iniciando la historia de Al-Andalus (siglo VIII), en el norte se fueron organizando núcleos de resistencia cristiana allá donde el predominio musulmán no se había hecho efectivo, esto es, en ciertas zonas de la Cordillera cantábrica y de los Pirineos. Con el tiempo, estos núcleos de resistencia, originalmente apenas unas bandas dispersas de rebeldes a la dominación cordobesa, se irán estructurando como reinos. Tales reinos son el origen de la España actual. Dos son las etapas que hay que distinguir en toda la Edad Media desde la perspectiva cristiana, coincidentes, como es natural, con las anteriormente descritas para Al-Andalus: 1ª ETAPA, DE DEPENDENCIA Y SUMISIÓN RESPECTO DE AL-ANDALUS (SIGLOS VIII AL XI) El primero de estos reinos fue el de Asturias. Parece que en el 711, en los primeros momentos de la conquista musulmana, algunos jefes visigodos se refugiaron en las montañas del norte, en la zona de los Picos de Europa, logrando imponerse y liderar a la población autóctona, esto es, a los astures —uno de aquellos pueblos prerromanos que aún subsistían en la época—. Sin embargo, en los primeros compases de la historia de este reino apenas pudo resistir las expediciones de castigo lanzadas por Córdoba o en todo caso ir extendiéndose por zonas

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adyacentes en las que el dominio musulmán era muy leve o inexistente. Así, los reyes de Asturias se incorporan Galicia y toda la zona al norte del río Duero, en la submeseta norte. Alfonso III establece en este río su frontera en el 911, convirtiéndose el reino de Asturias en reino de León. Una de las zonas que fueron incorporadas a León fue la zona fronteriza con los territorios musulmanes en el valle del Ebro, región a la que se denominó Castilla. Pues bien, muy pronto los condes de Castilla van a actuar con toda independencia de los reyes leoneses, si bien permaneciendo teóricamente dentro del reino de León. Otro de los núcleos de resistencia va a estar en el Pirineo occidental y central, donde surgen los gérmenes de los que luego serán el reino de Navarra, uno de cuyos reyes, Sancho III el Mayor (965-1035) será el monarca hispanocristiano más influyente de su época, al conseguir englobar los territorios de Navarra, León, Castilla y Aragón bajo su dominio. En el Pirineo oriental se estableció en la alta Edad Media un tercer núcleo de resistencia frente a Córdoba, origen de los condados catalanes. Inicialmente vinculados con el imperio de Carlomagno (que denominó a estos territorios fronterizos entre sus dominios y los de los musulmanes de la península “Marca Hispánica”), esa influencia se irá debilitando con el tiempo, hasta que, a partir del 987 los distintos condes catalanes se agrupen en torno al de Barcelona, que ejercerá desde ese momento su hegemonía sobre lo que se vino en llamar el principado de Cataluña. Por otro lado, hay que citar la existencia de pequeños condados aragoneses situados en diversos valles del Pirineo y que, con el tiempo, se convertirán en el reino de Aragón. 2ª ETAPA, DE ESPLENDOR Y PROGRESIVO AVANCE HACIA EL SUR (RECONQUISTA) (SIGLOS XI AL XV). Los años que van del 1031 al 1035 son decisivos en la historia de nuestro país. En la primera fecha se produce la caída y desaparición del califato de Córdoba, en la segunda, la muerte de Sancho III “el Mayor” de Navarra. Como vimos, en su testamento repartió sus territorios entre sus hijos, con lo que aparecen los reinos de Castilla y de Aragón, además de volver a aparecer como reinos independientes los de León y Navarra. Poco tiempo después Castilla y León vuelven a unirse. Precisamente es un rey de Castilla y León, Alfonso VI, quien conquista la ciudad de Toledo en 1085, permitiendo un primer avance por la submeseta sur que queda pronto frenado por los almorávides. A principios del siglo XIII Alfonso VIII de Castilla (de la que de nuevo León se había separado) conseguirá derrotar a los almohades en Las Navas de Tolosa, protagonizando un segundo gran avance y abriendo así todo el valle del Guadalquivir a la conquista cristiana, que se producirá en época de Fernando III “el Santo” (monarca del reino de nuevo y ya definitivamente unificado de Castilla y León). Este tercer avance se da entre 1232 y 1248, con las conquistas de Córdoba (1236),

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Jaén (1246) y Sevilla (1248). Su hijo, Alfonso X “el Sabio” se anexiona Murcia y Cádiz. Desde ese momento la Reconquista castellana se detendrá, excepción hecha de pequeños enclaves, eso sí, de singular importancia estratégica, como Tarifa, Algeciras y Antequera) hasta que a finales del siglo XV se inicie el asalto al último reducto de los musulmanes en la península, el reino nazarí de Granada. Por su parte, el reino de Aragón continuará su proceso reconquistador con la toma de Zaragoza en 1118 por Alfonso I “el Batallador”. Al morir este, su hija Petronila casará con el conde de Barcelona, Ramón Berenguer IV, conformándose entonces la dinastía catalano-aragonesa y un Estado al que la historia conoce como la Corona de Aragón o catalano-aragonesa2. Ramón Berenguer conquistará Lérida y Tortosa. Jaime I “el Conquistador” será quien incorpore a la Corona los territorios de Valencia y Mallorca a mediados del siglo XIII. Dado que la reconquista aragonesa estaba bloqueada al sur por los territorios castellanos, sus esfuerzos se dirigirán desde ese momento a la creación de un imperio mediterráneo, conquistando Sicilia, Cerdeña y hasta parte de Grecia, con el objetivo de apoyar su desarrollo comercial. Es necesario destacar el hecho de que, en buena medida, las diferencias culturales, sociales y políticas que se pueden detectar en España actualmente tienen su origen en esta larga etapa de fragmentación política que provocó un cierto aislamiento entre las distintas unidades que conformaban la “España” cristiana. Es el momento de la formación, por ejemplo, de los distintos idiomas romances españoles (el castellano, el catalán y el gallego, además de otros desaparecidos, como el aragonés), el de la creación de instituciones políticas peculiares, como la Generalitat de Cataluña, el de la formación de los folklores propios de cada zona, el de la creación de la toponimia (nombres de los lugares) y gentilicios (apellidos) propios. Todo ello sirve hoy día de base para quienes afirman la debilidad de la unidad de España e incluso su artificialidad. Un aspecto de singular importancia en el proceso de ampliación de territorios de los reinos cristianos a costa de Al-Andalus fue el de la repoblación. En efecto, a medida que los cristianos iban conquistando nuevos territorios, la población musulmana se iba retirando, dejando un vacío poblacional que era necesario cubrir para consolidar las conquistas. Eso implica que los pobladores de las zonas reconquistadas procedían, necesariamente, de otras zonas del norte de la península (Aragón, León, Castilla la Vieja), por los que el componente étnico de toda la península reconquistada es muy homogéneo, sin que hayan quedado restos de la anterior población musulmana.

2 La Corona de Aragón estará compuesta inicialmente por el reino de Aragón y el principado —nunca fue un reino, pese a ser el motor de la Corona— de Cataluña. Más tarde se unirán el reino de Valencia, el de Mallorca…

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3. LA ALTA EDAD MODERNA. LA UNIDAD DE ESPAÑA Y LA FORMACIÓN DEL DOBLE IMPERIO: DEL ESPLENDOR A LA DECADENCIA (SIGLOS XV AL XVII) 3.1. EL DECISIVO REINADO DE LOS REYES CATÓLICOS (1474-1516) Se llegó así a finales del siglo XV, al inicio de la Edad Moderna, cuando, debido al matrimonio entre la reina de Castilla y León, Isabel y el rey de la Corona de Aragón, Fernando (los célebres Reyes Católicos), se produjo la unificación de ambas coronas. Muchos sitúan en este matrimonio el origen del Estado español, sobre todo teniendo en cuenta que durante tal reinado (1479-1516) se produjo además la incorporación de Granada (1492) y de Navarra (1512) al reino de Castilla, por lo que su territorio coincidía ya, grosso modo, con el actual territorio español. Pero es necesario dejar muy claro que en realidad se trataba de una unificación dinástica: los mismos reyes para distintos reinos que seguían existiendo de forma separada e independiente. Pero no es menos cierto que desde ese momento, y cara al exterior, el hecho de que tales reinos contaran con un mismo monarca hizo que a todo el conjunto se le conociera sencillamente como España. Lentamente vemos como la idea de España empieza a cuajar, pero de ahí a considerar, como hizo la historiografía española más tradicional y nacionalista, que es en este momento cuando se produce la unidad de España, la aparición de España como Estado único y como nación, va un importante trecho. El reinado de los Reyes Católicos supone desde el punto de vista político la implantación en España de la monarquía autoritaria, que durante el Renacimiento está surgiendo por toda Europa. Se trata de un proceso de consolidación del poder real frente al poder político que, durante la Edad Media, había tenido la nobleza. Este proceso, que viene acompañado por la creación de un ejército permanente al servicio de los reyes (en la Edad Media éstos se servían de las huestes señoriales que se formaban en caso necesario), por la creación de una Hacienda Real permanente, para hacer frente a los inmensos gastos de la Corona, y por la aparición de una Administración muy compleja y profesionalizada, con cuerpos de funcionarios al servicio de los reyes, se enmarca en un fenómeno más amplio: el de la aparición (reaparición, podíamos decir, puesto que en Roma ya había existido) del concepto de Estado, el llamado Estado moderno, que se estaba implantando también por entonces en las grandes monarquías europeas (Francia e Inglaterra).

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Desde el punto de vista religioso, los Reyes Católicos persiguen a lo largo de su reinado el objetivo de la unidad en torno al cristianismo. Se romperá así una larga tradición de coexistencia más o menos pacífica de cristianos, musulmanes y judíos. El primer paso para conseguir dicha unidad religiosa es el establecimiento, en 1480, del tribunal de la Inquisición, que se dedica en principio a la persecución de los llamados falsos conversos, que eran antiguos judíos o descendientes de judíos que se habían convertido forzadamente al cristianismo3. El segundo paso será la adopción del decreto de expulsión de los judíos que no se convirtieran al cristianismo, lo que sucede en 1492, al poco de conquistada Granada4 . Una medida similar se tomó en 1502 con los mudéjares5. Sólo quedaron aquellos que por conveniencia adoptaron la religión cristiana para seguir practicando el Islam en secreto; a este grupo se le conocerá como moriscos. Tras todo ello, oficialmente en España sólo quedaban cristianos. Desde el punto de vista de las relaciones exteriores, estas se desarrollaron en cuatro direcciones. Todas ellas van a tener continuidad en fases posteriores de nuestra historia, con mayor o menor importancia:

a. La expansión africana. Una vez terminada la Reconquista peninsular, la España de fines del siglo XV se siente con fuerzas como para tomar posesión de zonas del norte de África, con el fin de asegurar el sur peninsular de posibles ataques musulmanes. La toma de Melilla en 1497 se inscribe en esta política norteafricana.

b. La expansión atlántica. Comenzó con la conquista de Canarias en competencia con Portugal y continuó con la aventura que llevaría a Colón a llegar a tierras americanas, completamente desconocidas por los europeos, a partir de 1492.

c. La política portuguesa. Durante el reinado de Isabel y Fernando se intentó poner las bases de una futura unión peninsular mediante matrimonio de infantes, política que se vio frustrada por las sucesivas muertes de los contrayentes o sus hijos.

d. La política “europea”, especialmente la rivalidad con Francia por el control sobre la Italia del momento, muy poderosa culturalmente pero fragmentada y débil desde el punto de vista político.

3 Es necesaria una serie de aclaraciones. Estos conversos habían abrazado aparentemente la religión cristiana forzados por las persecuciones de las que venían siendo objeto por parte de las masas populares desde finales del siglo anterior. Pero en secreto seguían practicando su religión, razón por la que se decía que “judaizaban”. El odio popular para con los judíos no convertidos y los judíos conversos se expresa bien en el hecho de que fueran conocidos con el nombre de “marranos”. Pero repara en que los judíos conversos eran oficialmente cristianos, y la Inquisición sólo se encarga de fiscalizar la actitud religiosa de los cristianos. Es decir, los judíos propiamente dichos podían tener otros problemas, pero no eran molestados por la Inquisición. 4 Esto judíos constituyen la diáspora sefardita, palabra derivada de Sefarad, nombre que los judíos daban a España. Todavía hoy estos judíos constituyen un grupo identificable dentro del conjunto de los judíos y conservan una curiosa modalidad de castellano arcaico llamada ladino. 5 Que eran los musulmanes que se mantuvieron en la España cristiana tras la Reconquista.

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3.2. EL ESPLENDOR DE LA MONARQUÍA HISPÁNICA. LOS AUSTRIAS MAYORES: CARLOS I Y FELIPE II (1516-1598). Tras la muerte, sucesivamente, de Isabel y Fernando, y debido a la enfermedad mental que afectaba a su hija y heredera, Juana La Loca, se hace cargo de sus reinos el hijo de ésta y de Felipe de Habsburgo, heredero de la Casa de Austria, Carlos I (1516-1556), dando comienzo así a una nueva dinastía. Esta dinastía es conocida indistintamente con los nombre de Casa de Austria o Dinastía Habsburgo, y con sus dos primeros reyes, el propio Carlos I y su hijo Felipe II, España iba a alcanzar el apogeo de su poderío. Es, entre otras cosas, la época de la formación del doble imperio, americano y europeo, del que hemos hablado más arriba. Carlos I, tras ser nombrado rey de España (de los distintos reinos que la componían, más exactamente) tuvo que superar las graves reticencias que los españoles oponían a un rey que se había criado en Flandes, apenas sabía hablar español y se rodeó de sus consejeros extranjeros (sublevaciones de Castilla —las “Comunidades”— y Valencia —las “Germanías”—). Desde 1519, además fue elegido, como Carlos V, emperador del llamado Sacro Imperio Romano Germánico (o más sencillamente, del imperio alemán), en función de que era sucesor de la dinastía Habsburgo, en la que había recaído dicha dignidad desde 1438. Desde el momento de su proclamación como emperador, todo el reinado de Carlos V estuvo orientado a la defensa de su posición como emperador y de los intereses de la Casa de Austria por un lado y por otro por la defensa a ultranza del catolicismo frente al protestantismo que acababa de surgir en Alemania con la figura de Martín Lutero y que era seguido por muchos príncipes alemanes6. Fue este el más importante problema con el que se enfrentó el emperador, que deseaba mantener a toda costa la unidad de la Cristiandad, bajo la dirección espiritual del papa y la dirección política de sí mismo como emperador (idea de la Universitas Christiana). Tras una victoria inicial —batalla de Mülhberg, 1547— finalmente hubo de ceder frente a los príncipes luteranos —Paz de Augsburgo, 1555—. La política europea de Carlos V se ocupó también de las luchas con los franceses por el dominio de Italia, que se encontraba en aquel momento dividida políticamente, conflicto éste que hubo de ser zanjado, provisionalmente, ya en tiempos de Felipe II, con la Paz de Cateau-Cambresis, 1559. El tercer conflicto internacional que ocupó a Carlos V fue el que mantuvo contra los turcos del imperio otomano en el Mediterráneo, en época del sultán Soleimán el Magnífico. Habría que esperar al reinado de Felipe II para conseguir salir del impasse en el que el enfrentamiento había entrado.

6 El Imperio alemán estaba constituido por una enorme cantidad de Estados de tamaño y poderío muy variables y que actuaban sólo teóricamente bajo la dependencia del emperador, cuando en la práctica actuaban de forma independiente.

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Al mismo tiempo, en el reinado de Carlos I se produjo un espectacular avance en las conquistas de tierras americanas, del que tendremos ocasión de hablar más adelante. En 1556, Carlos I de España y V de Alemania decide abdicar, dividiendo sus dominios: la dignidad imperial y los territorios austriacos propiamente dichos a su hermano Fernando, y España, los dominios americanos e italianos y Flandes o los Países Bajos (actuales Bélgica y Holanda) a su hijo Felipe II (1556-1598). Fueron estos últimos territorios los que más problemas dieron a este rey. En efecto, en Flandes se entrecruzaron una cuestión religiosa (los holandeses eran mayoritariamente protestantes, en concreto, calvinistas) y una cuestión nacionalista (deseo de los holandeses de obtener su independencia). Pese a la feroz represión española, Felipe no pudo evitar la secesión del norte de Flandes (las denominadas Provincias Unidas, o más simplemente, Holanda), mientras que el sur de Flandes (actual Bélgica), de mayoría católica, siguió sometida a la Monarquía Hispánica durante todo el siglo XVII. Otros aspectos de la política internacional de Felipe II tienen que ver con la defensa del catolicismo, del que se convierte en el principal defensor. Así, interviene en las Guerras de Religión en Francia entre católicos y protestantes; igualmente, interviene en las islas británicas, apoyando a los católicos irlandeses frente a la monarquía anglicana —protestante— inglesa; también ayudó a la católica reina de Escocia María Estuardo frente a la inglesa Isabel I —anglicana y profundamente anticatólica—; finalmente, diseñó contra Inglaterra un plan de invasión mediante el envío de una gran flota, la Gran Armada o Armada Invencible, que terminó naufragando frente a las costas del Canal de la Mancha (1588). Para acabar, hay que hacer mención del enfrentamiento con los turcos otomanos en el Mediterráneo, que se inclinó a favor de Felipe tras su victoria en la batalla naval de Lepanto, en 1572. Finalmente hay que decir que desde 1580 Felipe II, como hijo que era de una princesa portuguesa, Isabel y en ausencia de otro heredero más cercano, se convirtió en rey de Portugal, lo que quiere decir en la práctica que este reino fue absorbido o incorporado a la Monarquía Hispánica El año 1598 moría el rey Felipe cuando la monarquía hispánica empezaba a mostrar signos de agotamiento tras un siglo esplendoroso pero que había supuesto un enorme esfuerzo económico y en vidas humanas. 3.3. LA DECADENCIA DE LA MONARQUÍA HISPÁNICA EN EL SIGLO XVII Y EL FIN DE LA HEGEMONÍA: LOS AUSTRIAS MENORES. Los Austrias menores (Felipe III, Felipe IV y Carlos II) se caracterizaron en lo personal por su carácter débil y abúlico. Estos defectos propician la aparición de la figura de los validos, personajes que se convierten en principio en apoyos personales de los reyes y que terminan por acaparar todo el poder para usarlo en su propio beneficio y en el de sus protegidos. Pero no hay que creer que fue la indolencia y la incapacidad de los

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Austrias menores el origen de la decadencia de la monarquía hispánica, decadencia que ya se venía forjando desde el siglo anterior y que hubiera resultado de todos modos imparable, incluso con monarcas más hábiles y capaces. Las causas de la decadencia son muy variadas, pero tal vez sea el descenso demográfico la más importante de todas ellas. En efecto, Castilla, que tenía en torno a ocho millones de habitantes a principios del siglo XVI, vio reducida su población a unos siete millones a mediados del siglo XVII. Los motivos de este descenso son, a su vez, bastantes variados: la constante migración hacia América, los miles y miles de muertos como consecuencia de las continuas guerras del siglo XVI, la expulsión de los moriscos —de la que hablo más abajo— o la enorme cantidad de mujeres que ingresaban como religiosas en los conventos pueden ser algunas de esas causas. Desde el punto de vista administrativo y político hay que destacar que esta decadencia fue potenciada por la corrupción, el despilfarro y la inoperancia de la Administración de Hacienda, que llegó en ocasiones a gastar en la propia recaudación más que el dinero recaudado. A ello hay que unir la venta de los territorios de realengo a la nobleza7 para obtener ingresos extraordinarios pero con el efecto de reducir los ingresos ordinarios procedentes de esas tierras. Si a ello unimos que otra de las soluciones para obtener recursos era la venta de cargos en los municipios y en las Cortes, con la consecuencia de que esos cargos eran ejercidos con una mentalidad depredadora por sus propietarios, se completa el cuadro de inoperancia y bloqueo de toda la Administración del Estado. En el terreno militar hay que hacer mención a los primeros reveses serios que sufrieron los en otro tiempo temibles “tercios” españoles por Europa, cosa que sucede en el marco del gran conflicto bélico de la época, la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), que terminaron en las paces de Westfalia (1648) y los Pirineos (1659) y que significaron definitivamente el final de la hegemonía española en Europa. En cuanto al reinado de Felipe III (1598-1621), el carácter marcadamente débil de este monarca, hijo de Felipe II, puso el gobierno del reino en manos de su valido, el duque de Lerma. El acontecimiento que marcó el reinado fue la expulsión de los moriscos, que tuvieron que salir del reino de Valencia en 1609 y de Castilla y Aragón en 1610. Especialmente grave fue en el primer caso, dado que una parte importante de la población rural valenciana era morisca. Cierto es que la política de asimilación de estos falsos cristianos había fracasado rotundamente a lo largo de siglo XVI, desde el momento que se decretó la expulsión de los mudéjares de España, pero no es menos cierto que la decisión es difícil de explicar dada la oposición lógica de la nobleza valenciana que veía como el grueso de la población campesina había de emigrar sin solución8.

7 Las tierras de realengo eran aquellas que estaban bajo la jurisdicción directa del monarca, por lo que obtenía importantes ingresos —impuestos y censos, producto de la explotación agraria, etcétera—. Los señoríos, por su parte, eran propiedad y estaban bajo la jurisdicción de las casas nobiliarias. 8 Observa que mientras que la expulsión de los judíos en 1492 y la de los mudéjares en 1502 pudo burlarse mediante la fórmula de la conversión más o

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INTRODUCCIÓN

El reinado de Felipe IV (1621-1665), hijo del anterior, está marcado por la figura de su valido, don Gaspar de Guzmán, Conde-Duque de Olivares. Éste deseaba la recuperación del papel internacional de España, muy menguado en el anterior reinado, por lo que dispuso nuestra participación en la antes mencionada Guerra de los Treinta Años. Olivares diseñó un plan completo de recuperación política, social y económica, explicado en su Memorial de 1624, en el que partía de la convicción de la necesidad de una serie de reformas inaplazables. El principal empeño de Olivares fue el de reformar la estructura de base del Estado, mediante una política de centralización y uniformización de todos los reinos peninsulares que se encontraban bajo la dependencia de Felipe IV9, en torno a las leyes vigentes en Castilla, que era por aquel entonces ya el centro de la Monarquía y también el reino que más esfuerzo hacía en el plano fiscal para mantener el papel internacional de España. Quiso de ese modo establecer una contribución más justa y equitativa de todos los reinos a los gastos de la Monarquía y pretendió constituir una reserva armada —un ejército en la reserva— formado por 140.000 hombres de todos los reinos. Este proyecto, llamado “Unión de Armas” provocó la sublevación de Cataluña (el “Corpus de Sangre) en 1640. Fue la primera en una serie de sublevaciones separatistas en otros tantos territorios periféricos de la Monarquía: Portugal, Aragón, Sicilia, Nápoles y hasta Andalucía, donde el duque de Medina Sidonia —la capital de cuyos territorios se encontraba precisamente en Sanlúcar— intentó convertirse en rey. Tales sublevaciones fueron controladas con prontitud salvo en los casos de Portugal y Cataluña. A final de sendas guerras, Cataluña volvió a la obediencia a la Corona en 165210, pero Portugal se separaría definitivamente de España en 1668, a comienzos del siguiente reinado. A la muerte de Felipe IV le sucedió su hijo, Carlos II (1665-1700), hombre apocado y en el límite de la normalidad mental, pero al mismo tiempo honrado y voluntarioso. Tras las paces de Westfalia y los Pirineos, España era una Monarquía decadente y acosada por la política expansionista de la nueva potencia hegemónica, la Francia de XIV. El rey puso su empeño en la recuperación económica de España, que sólo comenzaría a despuntar al final de su reinado, cuando la situación ya tocó fondo. Sin hijos que heredaran sus menguados territorios —Francia le había arrebatado cuantas plazas fronterizas con el aún territorio español de Flandes había deseado—, los últimos años de su reinado estuvieron marcados por los intentos de los diferentes Estados europeos por convertirse en los destinatarios de los restos de la Monarquía española, llegándose a hablar

menos sincera al cristianismo, en este caso estamos hablando de la expulsión de un grupo étnico concreto constituido ya por cristianos —al menos oficialmente— y que en consecuencia no tenían escapatoria posible. 9Desde el reinado de Felipe II, Portugal se había incorporado a la Monarquía hispánica, alcanzándose así, en cierto sentido, la unidad peninsular. Pero hay que volver a recordar que seguimos hablando de una unión dinástica: varios reinos con el mismo rey que sólo por eso actúan de alguna forma como una unidad. Olivares intenta poner la primera piedra de la auténtica unidad-uniformidad. 10 Este hecho es frecuentemente invocado por el nacionalismo catalán de hoy día como uno de los hitos de la historia de la nación catalana en su lucha por el imperialismo castellano.

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HISTORIA DE ESPAÑA

incluso de un simple reparto de los mismos y en consecuencia, de la desaparición de España como reino. Ante tal idea, Carlos II tuvo un rasgo de decisión y designó al francés Felipe, duque de Anjou11, como heredero de todas sus posesiones, tanto en Europa (España, Flandes, Italia) como en América. Al morir Carlos II en 1700, su testamento no sería aceptado por algunas potencias europeas, con lo que se inició la Guerra de Sucesión Española. Con la muerte de Carlos II se extinguía la dinastía Habsburgo en su rama española. 3.4. LA AMÉRICA ESPAÑOLA DESDE LOS REYES CATÓLICOS HASTA EL FIN DE LOS AUSTRIAS A. EL DESCUBRIMIENTO Y LA PRIMERA COLONIZACIÓN El llamado descubrimiento de América con su ulterior colonización y explotación supuso uno de los procesos históricos más importantes de toda la historia de la Humanidad y, sin lugar a dudas, constituyó un hecho absolutamente decisivo en la de España, que se vio marcada indefectiblemente por su relación con el contiente americano. A lo largo del siglo XV, una serie de factores y condicionamientos de todo tipo impulsaron e hicieron posible que Portugal, por un lado, y más tarde el reino de Castilla por otro, se lanzaran a través del Atlántico en busca de nuevas rutas. El objetivo final era enlazar por vía marítima con el sudeste asiático, con las Indias, dado que la ruta terrestre tradicional a través de Asia había quedado interrumpida por el Imperio turco. Se buscaban las especias de la zona y también metales preciosos necesarios para la acuñación de moneda. Una serie de mejoras técnicas en las embarcaciones y la navegación permitieron que las naves portuguesas y castellanas se adentraran en un mar, el oceáno Atlántico, prácticamente desconocido hasta entonces. Los portugueses pusieron todo su empeño en buscar una ruta que rodeara África (cuyo contorno y mitad sur eran completamente desconocidos e Europa), cosa que consiguieron en 1498 (Vasco de Gama), después de décadas de sucesivas expediciones que lenta y progresivamente fueron avanzando en el conocimiento de la costa atlántica africana.. Mientras tanto, Castilla, en época de los Reyes Católicos, decidió apoyar, sin gran convencimiento, el proyecto de Cristóbal Colón de llegar hasta China y la India atravesando un océano Atlántico igualmente desconocido en dirección oeste. El resto de esta historia es sobradamente conocido: Colón alcanzó en 1492 ciertos archipiélagos de la zona exterior del mar Caribe y del Golfo de Méjico, creyendo haber alcanzado la antesala de la China del Gran Jan: había descubierto accidentalmente lo que más tarde se supo que era un inmenso continente desconocido en el Viejo Mundo. La Bula papal Inter Caetera primero y el

11 Miembro, como nieto que era del rey francés Luis XIV, de la dinastía reinante en su país, los Borbones e iniciador de dicha dinastía, aún reinante en nuestro país.

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INTRODUCCIÓN

Tratado de Tordesillas con Portugal después, por los que se asignaba a Castilla las tierras más allá de cierto meridiano atlántico, supusieron el reconocimiento internacional para los planes de conquista y colonización de las tierra recién descubiertas. Las décadas siguientes, aún durante el reinado de los Reyes Católicos, son de nuevas expediciones en busca de la Tierra Firme (con las que se llegó al convencimiento de que se trataba efectivamente de unas tierras desconocidas, especialmente desde el descubrimiento del Mar del Sur, esto es, de océano Pacífico, en Panamá), de asentamiento en las Antillas y del inicio de la explotación en beneficio de Castilla. B. LAS GRANDES CONQUISTAS DEL SIGLO XVI Ya en el reinado de Carlos I se producen, por un lado, la primera expedición de circunnavegación de la Tierra, inicialmente al mando del portugués Fernando de Magallanes y tras la muerte de éste, del vizcaíno Juan Sebastián Elcano (1519-1522). Por otro, las grandes conquistas, las de los dos grandes imperios que existían en el Nuevo Mundo. Hernán Cortés toma posesión de Méjico (1522) conquistando el Imperio azteca. Junto con este territorio, los españoles también conquistan el Perú, es decir, el imperio andino de los incas, hecho protagonizado por Francisco Pizarro (1531). Ambos territorios se organizaron política y administrativamente como sendos virreinatos12, el de Nueva España (desde 1535, con capital en Méjico), que abarcó toda América central hasta el territorio del actual Panamá, y el Virreinato del Perú (desde 1542, con capital en Lima), donde se pusieron en explotación minas de oro y plata que servirían para financiar las campañas militares europeas. Además, en este momento se va a intentar justificar teóricamente el “derecho de conquista”, promulgando las Leyes Nuevas de Indias (1542) en las que, al menos sobre el papel, se concedía a los indios americanos la condición de súbditos de la Corona, con los mismos derechos que los españoles de origen. La realidad fue muy distinta, ya que, dejando aparte ciertas corrientes historiográficas que hablan de un auténtico genocidio entre los indios —lo que supondría un intento deliberado para acabar con los indios, que no se dio— lo cierto es que los españoles se dedicaron a explotar el territorio americano con ayuda de mano de obra indígena explotada en un régimen a veces cercano a la esclavitud.

Hacia 1540 se puede dar por concluida la conquista de la columna dorsal de nuestro imperio americano, la que abarcaba desde el sur de los actuales EE.UU. hasta la cordillera de los Andes. Más tarde llegaría el control de las llanuras argentinas,

12 Un virreinato era una circunscripción administrativa de grandes dimensiones, que, por la lejanía respecto del centro de la Monarquía, se dotaba de una administración política propia a imagen y semejanza de la de Castilla y que estaba encabezada por un virrey, delegado del monarca que actuaba en la práctica como un alter ego del mismo.

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en dirección al océano Atlántico, mientras que las densas e inhóspitas selvas de la cuenca del Amazonas no llegaron a ocuparse y finalmente pasarían a manos portuguesas. C. LA ORGANIZACIÓN DE LAS CONQUISTAS

La explotación económica en beneficio de Castilla fue siempre el objetivo fundamental de la colonización de América, aunque quisiera revestirse de un interés por la evangelización de aquellos pueblos. En consecuencia, no se escatimaron medios para asegurar los beneficios. Por lo pronto, a la población indígena se la sometió a duras condiciones de trabajo. En la zona del Caribe parece que ello fue una de las causas fundamentales de la extinción total de dicha población indígena. Para sustituirla —o complementar a los indígenas cuando no desaparecieron del todo—, los españoles no dudaron en recurrir a la compra de esclavos procedentes del Golfo de Guinea (África ecuatorial), origen de la población negra en América. Dos son las modalidades de explotación de la población que debemos destacar:

a) La encomienda.— Los encomenderos (españoles) recibían, junto con los lotes de tierra, grupos de indios de los que tenía encomendada la protección y evangelización a cambio de su trabajo —que huelga decir que era el fin principal de esta institución. Los indios estaban, pues, adscritos a la tierra (no podían abandonarla, como los siervos semilibres de la Europa feudal).

b) La mita.— Se dio en la zona del antiguo imperio inca

y sirvió para poner en explotación las minas de plata de la zona. Consistía en el trabajo forzado, aunque remunerado, de cierta cantidad de indios. Supuestamente regulado, en realidad los abusos eran frecuentes y la dureza del trabajo, extrema.

Los vínculos comerciales entre España y América se basaron en el típico esquema de explotación colonial, aunque con matices: materias primas a cambio de productos manufacturados de mayor valor añadido. Desde España se enviaban las manufacturas que reclamaban tanto los conquistadores como los indígenas. Las flotas volvían cargadas de materias primas, pero dado que su valor era menor, la diferencia se cubría con remesas de metales preciosos, especialmente plata, que durante el siglo XVI llegó en ingentes cantidades a España, en especial desde el descubrimiento de las minas de Potosí (Perú) y Zacatecas (Méjico). Este tráfico comercial se organizó en forma de monopolio castellano13, de modo que sólo en barcos castellanos se podían enviar manufacturas también castellanas. La incapacidad del sector secundario castellano para hacer frente a la ingente 13 En una Monarquía compuesta por territorios yuxtapuestos como la española, esto implicaba que también quedaban fuera del monopolio el resto de territorios españoles, además, como es lógico, de los países extranjeros.

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INTRODUCCIÓN

demanda americana y lo apetitoso de tal mercado incitaron a otras potencias marítimas (especialmente Inglaterra) a intentan conculcar dicho monopolio mediante la introducción de mercancías de contrabando. Más apetitosas aun resultaban las flotas cargadas de metales preciosos, que fueron objeto de continuos asaltos por parte de piratas ingleses. Con el objeto de regular este ingente tráfico mercantil se fundó en 1503 la Casa de la Contratación, con sede en Sevilla. Sólo a través de esta institución era posible fletar barcos, y cerrar los contratos de compraventa de productos, por lo que nos encontramos con un monopolio (el sevillano) dentro de otro monopolio (el castellano). D. LA SOCIEDAD Y LA CULTURA DE INDIAS El impacto de la llegada de los españoles a la Indias Occidentales fue brutal y en determinados aspectos y lugares, catastrófico. Desde el punto de vista demográfico, millones de indios —todos en el área del Caribe— murieron por exceso de trabajo o por la llegada de nuevas enfermedades. Culturalmente, las grandes civilizaciones precolombinas desaparecieron para ser sustituidas por una nueva cultura, y con ella, prácticamente desaparecieron los idiomas autóctonos. Sin embargo, la sociedad se caracterizó por un profundo mestizaje, esto es, por la mezcla de sangres europea, americana y africana, sin que existiera el tabú de la separación que se dio, sin ir más lejos, en la América británica. No obstante, es evidente que el predominio correspondió a los españoles14. La religión desempeñó un papel importante en todo este proceso. Por un lado ya hemos apuntado que una de las justificaciones que se dieron para legitimar la conquista era, precisamente, la necesidad de evangelizar a todos aquellos pueblos que desconocía la palabra del Señor. Esta evangelización forzosa estuvo a cargo de las órdenes religiosas, que, sin embargo, también se destacaron por su defensa de la cultura india (estudio y respeto de sus idiomas) y de los propios indios frente a los abusos de los conquistadores-colonizadores15.

14 Hay que señalar que éstos, más adelante, se separarían a su vez en dos grupos, los españoles de origen, nacidos en la metrópoli, que no se encontraban arraigados en las Indias y que se consideraban en cierto modo de paso, y los criollos, españoles descendientes de otros españoles ya nacidos en América (cada vez por más generaciones) y que con el paso del tiempo se consideraron a sí mismos más americanos que españoles 15 Los casos más conocidos son los del padre Bartolomé de las Casas, auténtico pionero de los derechos humanos, en el siglo XVI y el de las reducciones jesuíticas del Paraguay, especie de comunas independientes en las que se daba un total respeto por los indios.

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4. LA BAJA EDAD MODERNA: EL SIGLO XVIII. LA ENTRONIZACIÓN DE LA DINASTÍA DE LOS BORBONES 4.1. LA GUERRA DE SUCESIÓN En 1700 murió sin descendencia el que sería el último de nuestros monarcas de la Casa de Austria, Carlos II. Como ya sabemos, decidió entregar los territorios de la Monarquía Hispánica a un nieto del rey francés Luis XVI de Borbón, en concreto a Felipe de Anjou. Pero esta sucesión fue considerada por las otras potencias europeas como una provocación, dado que significaba una clara ruptura del statu quo europeo, al entregar un enorme poder a Francia. El resultado fue la creación de una gran alianza antifrancesa encabezada por Inglaterra, Holanda y Austria, que apoya una candidatura alternativa, la del austríaco archiduque Carlos. Esta situación desencadenó la Guerra de Sucesión Española (1701-1714). Esta guerra, en realidad, tiene dos aspectos complementarios. Por un lado fue un conflicto internacional en el que se ventilaba la hegemonía sobre Europa, para lo cual España, de una importancia ya relativa, no era más que una excusa. Pero por otro lado fue una verdadera guerra civil, que enfrentó a dos partes de nuestro país con una concepción totalmente irreconciliable. De un lado estaba Castilla, que seguía intentado la creación de un Estado racionalizado, homogéneo y castellanizado, valga la expresión. De otro, los territorios periféricos, que desean mantener las particularidades políticas que procedían de la Edad Media. Inicialmente la guerra fue favorable al bando del archiduque, que encontró en España el apoyo de los catalanes, los aragoneses, los valencianos y los baleares, es decir, del conjunto de los territorios de la Corona de Aragón. La razón es bien sencilla. Frente al proyecto centralista de Felipe de Anjou, Carlos prometía el respeto a los privilegios que habían tenido estos territorios y que se recogían en sus fueros. Pero lentamente las operaciones fueron favoreciendo a Felipe, que consiguió vencer en la batalla de Almansa (1707), gracias a la que pudo controlar gran parte de Aragón y Valencia y posteriormente en las de Brihuega y Villaviciosa (1710). Pero lo que terminó por trastocar los planteamientos de algunos de los participantes fue el hecho de que en 1711, al morir el emperador alemán José I de Habsburgo, el archiduque Carlos accedió al trono imperial. Si los ingleses y los holandeses no deseaban ver a la dinastía de los Borbones reinando a ambos lados de los Pirineos, mucho menos deseaban ver a un mismo monarca Habsburgo gobernando en Viena y en Madrid. En consecuencia, los contendientes decidieron emprender el camino de la paz, reconociendo finalmente el testamento de Carlos II. La paz se alcanzó en los tratados de Utrecht (1713) y Rastadt (1714). En la paz de Utrecht se reconocía a Felipe de Anjou como rey de España y de las Indias, con el nombre de Felipe V, renunciando a cambio a sus posibles derechos a la corona francesa. Pero las

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INTRODUCCIÓN

pérdidas territoriales fueron enormes para España: compensaba al archiduque Carlos, ahora emperador Carlos VI, con los territorios de Nápoles, Cerdeña, Toscana (cuya capital es Florencia), el Milanesado y Flandes (la actual Bélgica). Además, se entregaba Sicilia a la Casa de Saboya16. Inglaterra se quedaba con Gibraltar, ocupado desde a lo largo de la guerra, obteniendo además Menorca y determinados privilegios que rompían en anteriormente citado monopolio comercial con América; en concreto se le concede lo que se llamó el “asiento de negros” (esto es, el monopolio de la venta de esclavos en la Indias), así como el “navío de permiso” (la posibilidad de comerciar con una nave anual). En definitiva, estos tratados suponen ni más ni menos que la pérdida de todos los territorios del “imperio europeo” que se había forjado desde la Edad Media (expansión catalana por el Mediterráneo), más tarde con los Reyes Católicos, y sobre todo, con la herencia recibida por Carlos V en el siglo XVI. España, definitivamente, perdía su posición privilegiada en Europa, quedaba relegada a un segundo plano en el concierto internacional y, sin contar con América, quedaba nuevamente constreñida a sus límites naturales: los de la península Ibérica. Concluía así una de las etapa más brillantes y al mismo tiempo más conflictivas de nuestra historia. 4.2. LOS REINADOS DE LOS PRIMEROS BORBONES ESPAÑOLES: FELIPE V, FERNANDO VI Y CARLOS III A. FELIPE V (1713-1746): NUEVA POLÍTICA EXTERIOR Y REFORMAS INTERIORES Del reinado de Felipe V hemos de destacar cuatro aspectos importantes: 1. — En política exterior, se caracterizó por un lado por los repetidos intentos por recuperar los territorios italianos que España había perdido en el Tratado de Utrecht, con el apoyo de los territorios de la Corona de Aragón y de los propios italianos, que se sentían más vinculados a España que a sus nuevos señores, los austriacos. Finalmente se conseguiría recuperar los territorios de Nápoles y Sicilia, el llamado Reino de las Dos Sicilias, que se mantuvo como reino independiente pero dentro de la órbita de España y donde se entronizó a un hijo de Felipe, Carlos (futuro Carlos III de España). Por otro lado, se va a asentar la línea maestra de la política exterior española a lo largo del siglo XVIII: nuestra vinculación y alianza permanente con Francia (recuerda que estaba gobernada también por los Borbones), mediante el establecimiento de los llamados “Pactos de Familia”. El primero Pacto de Familia se estableció en 1733 y el segundo en 1743. Por ellos, se nos vinculaba a la política antibritánica de los franceses. Estos política exterior tendrá gran relación con lo que ocurra en España en los momentos de la invasión francesa y el inicio de la revolución liberal en España. 16 Con el tiempo, esta Casa intercambiará con Austria Sicilia por Cerdeña (1718), pasándose a denominarse reino de Piamonte-Cerdeña.

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HISTORIA DE ESPAÑA

2.— En política interior, lo más destacado es la promulgación de los llamados Decretos de Nueva Planta, mediante los cuales el régimen político peculiar de que habían disfrutado los que yo vengo llamando territorios periféricos —y que coinciden en este momento, tras la pérdida de las posesiones europeas, con los territorios de la Corona de Aragón—, desaparece. En sucesivos decretos, entre 1707 y 1716, Valencia, Mallorca y Cataluña ven como se implanta en sus territorios las misma leyes y la misma organización administrativa de Castilla. En el caso de Cataluña se puede afirmar que el Decreto era una represalia por el apoyo que en la Guerra de Sucesión prestó al pretendiente Carlos. Es indudable que el resultado de estas medidas es la creación de un Estado racionalizado, homogéneo, centralizado y castellanizado, que ignoraba las peculiaridades históricas de los distintos territorios periféricos pero que se hizo también más gobernable. En cambio, las provincias vascas y Navarra, que no había apoyado a Carlos, mantuvieron sus fueros e incluso en Cataluña se mantuvo su particular derecho civil. De cara a la comprensión de la posterior Historia de España no puedo dejar de llamarte vivamente la atención respecto de la importancia que estos Decretos tienen en cuanto a la concepción de España como Estado y como nación. Desde el punto de vista jurídico-político, la Monarquía Hispánica —que en además en ese momento histórico se ve despojada, para bien y para mal, de sus posesiones europeas, como acaba de verse—, deja por otro lado de ser una amalgama de reinos con la más diversa configuración política para pasar a ser un conjunto de reinos (en la práctica, realmente ya un solo reino) con unas instituciones armónicas y homogéneas. Se trata pues de un hito fundamental en un proceso, todavía hoy no cerrado, de creación del Estado español. Por cierto que la pervivencia de los fueros vascongados y navarro dará posteriormente mucho que hablar, dado que está en la base de las Guerras Carlistas y, de algún modo, del nacionalismo vasco, tan de candente actualidad en nuestro tiempo. 3.— Las reformas administrativas. En el terreno de la administración de Justicia, se extendió el modelo castellano, basado en las Audiencias y las Chancillerías. También se produjeron reformas en lo referente a las normas sobre la sucesión a la Corona. Desde la Edad Media, las Siete Partidas de Alfonso X el Sabio habían establecido que los derechos sucesorios podían recaer y transmitirse tanto por hombre como por mujeres, en otros términos, que las mujeres podían reinar igual que los hombres. Sin embargo, con la publicación de la llamada Pragmática Sanción en época de Felipe V se prohibió tanto una cosa como la otra a las mujeres, a imagen de lo que ya en el XVII se había hecho en Francia: es la llamada Ley Sálica. La política internacional de alianza con Francia obligó a España a reforzar su ejército, que de 32.000 miembros a principios de siglo llegó a alcanzar los 100.000 desde mediados de siglos. Pero ya no fue suficiente con los voluntarios, como hasta entonces. Es entonces cuando se pone en marcha el sistema de las quintas, es decir, el reclutamiento obligatorio de uno de cada

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cinco mozos. En cuanto a la Marina, se produjo un importante esfuerzo por modernizarla y reforzarla, y a finales de siglo estaba al nivel de las más importantes y poderosas de Europa: la francesa y la británica. Los Consejos, el sistema polisinodial17, entró en decadencia con los Borbones, salvo el Consejo de Castilla, que se convirtió en el máximo órgano consultivo del rey, y fueron sustituidos por los secretarios de Despacho, luego llamados Secretarios de Estado, que serán el antecedente más directo de los actuales ministros18. En 1714 se establecieron cinco secretarías: Estado (lo que hoy sería Asuntos Exteriores), Justicia, Guerra, Marina e Indias y Hacienda. La función principal de los secretarios, en un contexto en el que todo el poder lo concentraba el monarca, era el de hacer propuesta de disposiciones legales al rey. En 1787 se creó la Junta Suprema, precedente del actual Consejo de Ministros (es decir, del Gobierno), pero en realidad el rey despachaba individualmente con cada secretario, por lo que no existía trabajo en equipo ni la corresponsabilidad que actualmente caracteriza a los gobiernos democráticos. Todo ello surgirá ya en el siglo XIX.

4.— En el terreno religioso, los monarcas españoles del siglo XVIII, siguiendo la tendencia de la monarquía absoluta europea del momento y del Despotismo Ilustrado, intentaron controlar cada vez más a la Iglesia nacional, especialmente por el procedimiento del nombramiento de obispos, en perjuicio de la potestad que en ese terreno tenía el Papa. Una corriente obispos, los jansenistas, se decantaron hacia la Monarquía. De alguna manera, estos obispos era el equivalente eclesiástico de los ilustrados, dado su deseo de reformar la Iglesia pero desde arriba, sin contar con las bases religiosas. A esta tendencia a controlar la Iglesia se le conoció con el nombre de regalismo. B. EL REINADO PACIFISTA DE FERNANDO VI (1746-1759) A la muerte de Felipe V le sucedió su segundo hijo, Fernando VI, que va a mantener durante su breve reinado una política exterior de neutralidad, basada en el fomento del comercio con las colonias y en el respeto a la política del equilibrio europeo entre las dos grandes potencias: Francia e Inglaterra. En el plano de la política interior, el reinado estuvo marcado por la figura del Marqués de la Ensenada, cuyo programa estaba orientado a la consolidación del Estado absoluto, al crecimiento económico y a la salvaguarda del imperio colonial. El más importante de sus proyectos fue el de la reforma fiscal, con el intento de superar el complicado y obsoleto sistema impositivo 17 La España de los Austrias se caracterizó, en cuanto al primer nivel de la Administración central, el más cercano al rey, por la existencia de distintos Consejos, que eran órganos colegiados especializados en la gestión de ciertas cuestiones (Hacienda, Ordenes Militares, Inquisición...) o zonas (Consejo de Castilla, de Aragón, de Indias...). Las decisiones, no obstante, las tomaba en cualquier caso el rey, como correspondía a un sistema político autoritario. Es lo que se conoce como sistema polisinodial (muchos “Sínodos” o Consejos). 18 Los secretarios de Despacho o Estado son órganos unipersonales, es decir, los desempeña una sola persona, y ya en ese sentido muestran una clara similitud con la figura actual del ministro.

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procedente del Estado de los Austrias. Estableció un único impuesto, sobre las propiedades y las rentas, al que se conoce como el Catastro de Ensenada, pero la, protestas y presiones hicieron que fracasara y terminó por ser retirado. C. EL REINADO ILUSTRADO19 DE CARLOS III (1759-1788) A Fernando VI le sucede su hermano Carlos III, que ya era por aquel entonces rey de Nápoles, trono al que renuncia tras una excelente labor para acceder al de España. Llegó con su séquito de ministros napolitanos y protagonizó en los siguientes treinta años un intenso periodo de reformas dentro del espíritu de la Ilustración que dominaba el panorama intelectual europeo en aquel tiempo. 1.— En cuanto a la política interior hay que destacar la otra gran cuestión que en el plano religioso surge en el siglo XVIII —junto a la del regalismo antes citado. Fue el enfrentamiento con los jesuitas. La Compañía de Jesús, surgida en el siglo XVI e instrumento fundamental de la Contrarreforma, había adquirido un enorme poder en toda Europa, razón por la que el enfrentamiento entre la Corona y la Orden se repitió en diversos países y a lo largo de diferentes momentos. En el caso de España, parece que fue decisivo el control que había establecido sobre los Colegios Mayores (residencias de universitarios procedentes de los grupos sociales más elevados), por lo que su influencia en la vida política era manifiesta, dado que los principales cargos se nutrían de antiguos alumnos de estos citados Colegios. Además, se acusó a los jesuitas de estas detrás del llamado Motín de Esquilache (1766) El Marqués de Esquilache fue uno de los ministros que Carlos III se trajo de Nápoles y que tomó una medida impopular, la de prohibir por razones de seguridad y orden público la capa larga y el sombrero redondo, vestimenta tradicional española, imponiendo la capa corta y el sombrero de tres picos, bajo los cuales los maleantes no podían ocultarse. Ante esta medida, considerada como un atentado contra la tradición española, comenzó el llamado Motín de Esquilache (que debería llamarse más bien el Motín contra Esquilache). Como se comprenderá, el asunto del sombrero no era más que una excusa para iniciar un motín derivado en realidad de una crisis de subsistencia, tan característico del Antiguo Régimen, y que tuvo su causa en la escasez de granos y la subida de su precio coincidiendo con la liberalización de su comercio y que provocó el hambre entre la población. Era también una protesta contra el centralismo y el intervencionismo estatales. En todo caso no parece que sea cierto que los jesuitas fueran los promotores de dicho motín, por más que pudieran estar de acuerdo con algunas de sus reivindicaciones últimas. Por otro lado, los jesuitas eran defensores del papado frente al regalismo borbónico. Sea como fuere, el caso es que los jesuitas fueron expulsados de España en 1767. 2. — En el terreno de la política exterior firmó el Tercer Pacto de Familia (1761) con Francia y contra Inglaterra, cada vez más

19 En uno de los próximos epígrafes se habla de la Ilustración, a la que se refiere el adjetivo ilustrado que aquí aparece.

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INTRODUCCIÓN

intervencionista en nuestras colonias. En el transcurso de la Guerra de los Siete Años que enfrentaba a Francia e Inglaterra España se vio obligada a intervenir del lado de Francia, con la intención de obtener la devolución de Menorca y Gibraltar. La victoria inglesa en esta guerra obligó a España a entregar Florida a Inglaterra, a cambio de lo cual Francia entregaba la Luisiana (el valle del Misisipi) a España. Todo ello se establecía en la Paz de París de 1763, que no fue sino el punto de partida de un sentimiento revanchista de Francia y España contra Inglaterra. La ocasión para vengarse vendría como consecuencia de la Sublevación de las Trece Colonias (es decir, la Guerra de Independencia de los Estados Unidos), que contaron con el apoyo tanto de Francia y España. En el transcurso de dicha guerra se intentó recuperar, infructuosamente, Gibraltar, pero se consiguió recuperar Menorca. En la Paz de Versalles de 1783, que puso fin a esta guerra, España además recuperó Florida. Pese a la derrota inglesa frente a sus colonos, la experiencia no fue del todo positiva, dado que significó un mal ejemplo a las propias colonias españolas, que pronto pedirán —y conseguirán— su independencia. 3.— En el plano económico las reformas fueron incesantes, si bien hay que poner en duda la verdadera importancia de la mayor parte de las mismas. En el terreno de la agricultura se dan los primeros pasos hacia el fin de las manos muertas, con una tímida desamortización20 o la distribución de tierras de propios21 a labradores, proyecto este que terminó en fracaso por la escasa preparación de los campesinos beneficiarios del mismo. Así mismo, se restringieron los privilegios de la Mesta22, vieja reivindicación de los agricultores españoles desde la Edad Media. También en el terreno de la agricultura, pero principalmente en el de la política poblacional y de explotación y ocupación del territorio hay que inscribir el ambicioso plan de colonización de Sierra Morena. Los ilustrados habían puesto de manifiesto la escasa densidad de población del interior del país, problema que era dramático en algunas zonas, como Sierra Morena. Además, esta zona, infestada de bandido, era de paso obligado en las comunicaciones entre la Meseta —y por tanto la capital,

20 Sobre el sentido y la importancia de este concepto tendremos ocasión de referirnos con mayor profundidad más adelante. Me remito a lo que en otros apartados se dice al respecto. Simplemente aquí llamo la atención respecto de que estamos ante el primer tímido intento de desamortización de nuestra historia. 21 Tierras de propios eran aquellas de las que el municipio era propietario en el más amplio sentido del término y podía por ello explotarlas directamente o entregarlas en arrendamiento. Por su lado, las tierras comunales eran las que pertenecían a la comunidad de vecinos y eran de uso común para obtención de pastos, leña, miel otros usos similares, pero que no podían ser ni vendidas a particulares ni ser puestas en cultivo. Eran tierras baldías, por lo tanto. 22 El Honrado Concejo de la Mesta era una agrupación de ganaderos creada en la Edad Media para defender sus derechos, derechos que se habían convertido rápidamente en privilegios frente a los intereses de los agricultores. Quizá el más sobresaliente es el del establecimiento de las llamadas Cañadas Reales, veredas por las que el ganado trashumante tenía derecho a transitar de un lugar a otro del país y que impedían el cercamiento de las explotaciones agrícolas. Estas cañadas fueron ensanchándose a lo largo de los siglos a costa de terrenos aptos para el cultivo, contando para ello con la constante protección y anuencia de los reyes, que creían amparar así a la ganadería española, tradicionalmente más importante que nuestra agricultura, al menos relativamente.

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Madrid— y Andalucía. Ante la dificultad de conseguir repobladores de otras zonas de España, se promovió la idea de traer extranjeros, irlandeses, suizos y alemanes principalmente, con la condición de que fueran católicos. Carlos III hizo suya la propuesta del Marqués de la Ensenada y encargó a Pablo Olavide la realización práctica del proyecto de repoblación. El resultado fue la fundación de poblaciones como La Carolina, La Carlota, La Luisiana, etcétera.

En el terreno comercial la idea clave es la de la liberalización del tráfico mercantil, especialmente entre España y América. Tras el traslado de la Casa de Contratación desde Sevilla a Cádiz en 1717, en 1778 se establece el fin del monopolio gaditano y castellano —aunque no al monopolio de España en el comercio con las Indias23— y la apertura del comercio americano de gran número de puertos españoles. De ello se benefició especialmente Cataluña, que con la creación de Compañías comerciales canalizó hacia América buena parte de los productos industriales que se estaban fabricando en las fábricas catalanas.

Precisamente la industria también va a ser objeto de atención de los Borbones del XVIII. Si bien es cierto que de forma independiente al impulso oficial ya comienza a despuntar una industria moderna tanto en el País Vasco como en Cataluña —como ya sabemos—, destacando una incipiente industria textil de telas de algodón, los reyes se dedicaron, con más voluntad que acierto, a impulsar la industria con el establecimiento de las Reales Fábricas. Por otro lado, Carlos III, el monarca ilustrado por excelencia, emprendió un plan de reformas urbanas de la capital, Madrid, en el que se inscriben la Puerta de Alcalá, las fuentes de Neptuno y la Cibeles, el Jardín Botánico, el Observatorio Astronómico y el Museo de Ciencias Naturales —más tarde reconvertido en pinacoteca con el nombre de Museo del Prado—. Todo ello valió para el rey Carlos III la frase, no exenta de ironía, de que fue “el mejor alcalde de Madrid”. D. CONCLUSIÓN: EL FRACASO DEL REFORMISMO BORBÓNICO DEL XVIII

Todo lo dicho anteriormente respecto de la política de los primeros Borbones españoles justifica plenamente el hablar, como se hace desde cualquier corriente historiográfica, de un auténtico Reformismo Borbónico. Y sin embargo, el reinado del futuro rey Carlos IV (1788-1808), la guerra de Independencia (1808-1814) y el reinado de Fernando VII (1814-1833) arruinaron las herencias más apreciadas de las Ilustración dieciochesca. Se puede hablar de una importante regresión científica y cultural respecto de los logros de Carlos III; la

23 Recapitulando, el monopolio con América paso por tres grandes etapas, hasta su definitiva extinción con la independencia americana: 1ª, de 1503 a 1717, monopolio castellano centralizado en la Casa de la Contratación de Sevilla; 2ª, de 1717 a 1778, monopolio castellano centralizado en la Casa de la Contratación de Cádiz; y 3ª, desde 1778 hasta la Independencia, apertura del monopolio castellano, gradualmente, al resto de puertos españoles.

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Inquisición, vieja institución religiosa al servicio de la Monarquía, adquirió nuevos bríos, pese a ser suprimida en época de la dominación francesa; por rechazo al invasor se terminó por relegar todo aquello que pudiera sonar a francés. Y como los franceses, pese a todo, traían progreso político, social y cultural, lo español se identifico con lo antiguo, con lo decadente y lo reaccionario. Así, como si la Ilustración jamás hubiese existido en nuestro país, comenzó tristemente España el siglo XIX.

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5. EL PUNTO DE PARTIDA DE LA EDAD CONTEMPORÁNEA Con la denominación de Edad Contemporánea los historiadores han venido designando un periodo de tiempo, el último, el más reciente, el actual, que convencionalmente se iniciaba con las revoluciones Francesa (en el plano político) e Industrial (en el económico), para cuya datación era posible utilizar una fecha muy precisa en el primer caso (la de 1789) y un periodo más amplio en el segundo (aproximadamente la segunda mitad del siglo XVIII). En el caso de España, tradicionalmente se ha venido manejando la fecha de 1808 —año en que se produce el levantamiento de los españoles frente a la invasión napoleónica y el comienzo de la llamada Guerra de la Independencia y de la primera revolución burguesa en nuestro país, como ya veremos— como el del inicio de dicho periodo histórico. Para el indicar el final de la Edad Contemporánea se ha venido usando una fórmula de estilo, cambiante por su propia esencia: “hasta nuestros días”, de manera que para el historiador de 1820 la contemporaneidad, la historia actual, abarcaba desde 1789 hasta esa fecha, unos 30 años —lo que podía resultar bastante razonable—, mientras que se supone que para el ciudadano de 2003 la historia actual, la historia de nuestros días abarca ya ni más ni menos que 214 años llenos de guerras, cambios y vaivenes políticos, económicos y sociales de todo orden. Si bien es discutible que ello sea verdad, es decir, que exista una auténtica continuidad histórica entre 1840, por ejemplo, y 2003, y que no nos hallemos desde hace tiempo en otra fase histórica distinta (tal vez, por diversas razones, desde 1945 o desde 1989 o desde el 11 de septiembre de 2001; eso sólo el tiempo, la perspectiva histórica, permitirá decirlo), lo cierto es que es ése y no otro el periodo histórico que nos toca analizar con más profundidad y a esos límites cronológicos me ceñiré a lo largo de estos apuntes. Y sin embargo, hay que ponerse en guardia frente a esas compartimentaciones de la Historia, porque tienden a hacer incurrir al que la estudia con cierta profundidad por primera vez en dos errores; primero, que los cambios se producen de forma brusca, prácticamente como si alguna mano invisible los dirigiera atendiendo a un plan preconcebido en el que se incluyera el día D y la hora H a partir de los cuales todo ya sería distinto; segundo, que los cambios son radicales, es decir, de raíz, sin que nada de lo anterior condicione y sin que nada de lo anterior perviva. En cuanto a esto último, nada más lejos de la verdad. La Historia no es más que un proceso continuo, un flujo complejísimo en el que circunstancias de hoy condicionan lo que ocurrirá mañana, en la que casi nada desaparece del todo, sino que todos los fenómenos profundos dejan su huella en las siguientes fases históricas, aunque sólo sea por el interés que las nuevas generaciones tienen por borrar y superar el pasado. Algo de esto pasa al inicio de la Edad Contemporánea, un momento histórico en el que, como pocos, se dio un vivo interés por cerrar una época y alumbrar una nueva. Pocas veces en la Historia se ha producido un cambio histórico tan deseado, tan planificado y al mismo tiempo, de tanto calado, y es por ello que en este caso resulta de vital importancia conocer, por un lado, qué había inmediatamente antes de la Edad Contemporánea, es decir, contra qué se luchaba, eso que sus detractores llamaron el Antiguo Régimen porque lo consideraban desfasado, obsoleto; por otro, es necesario saber sobre qué pensamiento se construyó la crítica a lo viejo y el edificio de la nueva sociedad

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contemporánea, la sociedad liberal-burguesa; y finalmente, los acontecimientos previos al momento del cambio. Se hace pues inevitable, antes de entrar en los sucesos de 1808 —lo que se hará en el tema 1— y en definitiva antes de comenzar a estudiar la Edad Contemporánea de España, analizar el Antiguo Régimen, en sus aspectos sociales y económicos, por un lado; por otro, el pensamiento ilustrado y la ideología liberal, esto es, qué se criticaba del Antiguo Régimen y a dónde se quería llegar; y en tercer lugar, los acontecimientos inmediatamente anteriores a 1808, lo que abarca tanto el reinado de Carlos IV en España como lo ocurrido en Francia desde 1789 hasta la citada fecha —Revolución francesa e Imperio napoleónico— por sus repercusiones en nuestro país.

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6. EL ANTIGUO RÉGIMEN. CONCEPTO Y RASGOS SOCIALES Y ECONÓMICOS Conocemos por Antiguo Régimen al modo de organización política, social y económica propia de la Europa de la Edad Moderna, y más concretamente, al del siglo XVIII. Desde su misma denominación, con su sentido negativo, observamos que quienes la acuñaron, los pensadores ilustrados, lo consideraron un sistema arcaico y obsoleto que era preciso superar y sustituir por otro diferente, un “nuevo régimen”. Precisamente desde la Revolución Francesa se empieza a implantar un nuevo sistema, el liberal-burgués en lo político y el capitalista24 en lo económico, que da paso a la edad contemporánea Lo que a continuación se expone es una visión general del Antiguo Régimen, y aunque lo fundamental puede ser extrapolable a otros países del entorno, y especialmente a Francia —indudablemente el país de referencia en aquel momento—, me he centrado en las características propias del mismo en España. Sus características básicas son un régimen demográfico primitivo (alta natalidad, alta mortalidad, bajo crecimiento), una economía de base agraria pero con una significativa presencia de comercio internacional basado en la explotación de las colonias —las americanas en el caso español— y un sector secundario representado por una modesta artesanía de tipo local, una estructura social estamental, unas formas políticas basadas en la monarquía absoluta y una cultura impregnada de elementos religiosos. El Antiguo Régimen coincide plenamente en nuestro país con los periodos de los Austrias y con la nueva dinastía de los Borbones, por lo que se puede afirmar que era el régimen implantado en España a principios del siglo XIX. 6. 1. LA ORGANIZACIÓN SOCIAL EN EL ANTIGUO RÉGIMEN La del Antiguo Régimen era una sociedad estamental. Los estamentos eran grupos sociales cerrados a los que se pertenecía por nacimiento y entre los cuales, por principio, no había comunicación, no se podía pasar de uno a otro. Cada uno de los estamentos poseía un estatuto jurídico diferenciado, por lo que la sociedad se basaba en el principio de la desigualdad ante la ley, distinto al que rige actualmente en todas las sociedades modernas (el de la igualdad ante la ley). 24 Estos dos conceptos —liberal-burgués y capitalista— son, con todas las matizaciones que en este reducido espacio no podrían hacerse, los que mejor definen las sociedades contemporáneas, las de los siglos XIX y XX. Serán por tanto objeto de especial desarrollo a lo largo de los siguientes temas.

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El origen de este tipo de sociedad hay que situarlo en la Edad Media y se basa en idea de la misma como un todo orgánico, con diversos miembros que deben cumplir distintas misiones. Así, uno de los miembros será el encargado de la defensa del conjunto; es la nobleza. Otro grupo se dedicará a la guía espiritual; son los clérigos. Ambos grupos, muy minoritarios dentro del conjunto, poseen importantes privilegios, entre los que destacan el de reservarse determinados cargos y dignidades25. El resto de la población, desde los campesinos más humildes hasta los ricos hombres de negocios —los burgueses— pasando por pequeños propietarios agrarios, esclavos, viudas y huérfanos, pobres de solemnidad, tenderos y artesanos, pertenecen a la minoría de no privilegiados, el estado llano o pueblo26. A. EL PRIMER ESTAMENTO PRIVILEGIADO: LA NOBLEZA Este grupo estaba fuertemente jerarquizado, dado que junto a la alta nobleza, los grandes nobles que encabezaban por derecho de herencia las principales casas nobiliarias, había un sinnumero de segundones que encontraban acomodo en la Administración, el Ejército o la Iglesia. En España hay que destacar especialmente la enorme importancia numérica que tenía la baja nobleza, los hidalgos, de ínfima condición económica pero que ostentaban con orgullo rayano en lo ridículo su condición de nobles. Entre los privilegios que se incluyen en su estatus jurídico propio hay que señalar en primer término, porque fue el gran caballo de batalla con la burguesía, el de la exención fiscal, es decir, el hecho de estar exentos de pagar obligatoriamente los impuestos. Ello no excluía que extraordinariamente pudieran aportar de forma pactada cantidades de dinero a la Hacienda Pública, pero siempre quedando a salvo el principio de no obligatoriedad y el de que esas aportaciones se hacían a cambio de concesiones reales, especialmente políticas y administrativas. Con este privilegio se daba la paradoja de que la Hacienda Real27 no era sustentada por una parte de la población con una mejor situación económica, sino por el Estado Llano y dentro de éste, especialmente, por la burguesía, sobre la que luego trataremos. Por otro lado estaban los privilegios procesales en caso de tener que comparecer en juicio. De ese modo, eran juzgados por tribunales especiales (tenían jurisdicción propia), no podían ser torturados ni ser ajusticiados en la horca y sus personas eran objeto de especial protección (penas más duras por atentar contra ellos que contra miembros del estado llano).

25 Esta idea no debe parecerte incompatible con la vista con anterioridad de que desde los Reyes Católicos se había producido un refuerzo del poder real frente al de la nobleza. Ésta, en realidad, siempre tuvo un importante papel en el gobierno del reino, sea por influencia sobre el rey, sea por presiones ejercidas sobre el mismo, sea finalmente por que seguían teniendo un enorme poder económico. 26 Estas son expresiones más apropiada para el caso español. Tal vez recuerdes que en Francia es preferible usar, para la misma realidad, la expresión Tercer Estado. 27 Recuerda que en el contexto en que estamos moviéndonos, hablar de Hacienda Real es lo mismo que hacerlo de la Hacienda del Estado. “El Estado soy yo”, decía el rey absolutista francés Luis XIV.

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Otro de los privilegios es el del mayorazgo que consiste en la transmisión obligatoria de la herencia al primogénito, lo que aseguraba la pervivencia del patrimonio familiar a lo largo de las generaciones y, en consecuencia, del poderío de tal familia. Ello consistía en un tipo de amortización de la tierra, como luego veremos. B. EL SEGUNDO ESTAMENTO PRIVILEGIADO: EL CLERO También gozaban de exención fiscal y jurisdicción propia. Al igual que la nobleza, presenta una clara jerarquización. Por un lado estaría el alto clero, formado por la jerarquía de la Iglesia y que disfrutaba de importantísimas rentas que procedían de las tierras de los cabildos y de las generosas donaciones que frecuentemente otros poderosos hacían a los mismos. Sus miembros procedían de la alta nobleza. Ni que decir tiene que en una sociedad impregnada de religiosidad, la influencia social y política y el poder económico de este grupo eran inconmensurables. Por el otro, el bajo clero —curas, monjas, frailes—, que procede del Estado Llano —era la única forma de escapar de la miseria y el hambre— y que apenas sabe leer ni escribir, no digamos ya algo de doctrina o teología. Sus escasos ingresos proceden de lo que obtenían de las misas, las limosnas y las ofrendas y, en el caso de los más afortunados, de alguna modesta renta asociada al cargo que desempeñaban y que procedía de la explotación de las tierras que pertenecía a la iglesia o a la parroquia. El tamaño que llegó a adquirir este estamento en España fue de tales proporciones (en torno a un 30% de la población total) que las Cortes llegaron a proponer que se limitara. C. EL GRUPO DE LOS NO PRIVILEGIADOS: EL ESTADO LLANO Dentro del mismo hay que establecer una división entre la población urbana y la población rural. En las ciudades es donde encontramos a los miembros más poderosos desde el punto de vista económico de todo el estamento. Me refiero a la burguesía, conformada por los altos funcionarios, los maestros de los talleres artesanales —o sea, los propietarios de los mismos—, los armadores o propietarios de barcos y los mercaderes o propietarios de los negocios dedicados al comercio a media o gran escala. A estas alturas de la Historia había ya que distinguir entre una alta burguesía y una pequeña burguesía, separadas fundamentalmente por su capacidad económica, pero también por su formación intelectual, sus modos de vida o sus relaciones más o menos fluidas con la nobleza y el poder. Este grupo social —sólo nominalmente incluido en el Estado Llano, aunque en realidad ya estas alturas presentaba unos rasgos distintivos propios— va a ser el gran protagonista de los cambios que en las siguientes décadas se producirán, las revoluciones liberal-burguesas. Las clases urbanas populares serían los grupos menos poderosos, y estaban constituidos por los artesanos o

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menestrales, los mozos de tienda o dependientes, los transportistas —muleros, carreteros— entre los que tenían un medio de vida, y los vagabundos, pícaros y mendigos, viudas, huérfanos o expósitos28. Habría que añadir los esclavos que todavía quedaban como criados de las casas de los poderosos. Por su parte, en el mundo agrario la diversidad también era la nota. Había un reducido grupo de propietarios de pequeñas explotaciones agrarias, si bien que lo normal es que los labradores explotaran en régimen de arrendamiento, frecuentemente a largo plazo o incluso perpetuo, tierras que no eran suyas, sino de los grandes propietarios29. La gran masa de población agraria la constituían los millones de campesinos jornaleros que trabajaban a sueldo sólo en aquellas épocas en las que las necesidades de las explotaciones agrarias lo exigían, quedando totalmente desamparados el resto del año. Como se puede comprobar, el Estado Llano era un grupo social completamente artificial en el sentido de que su enorme heterogeneidad no le dotaba da la más mínima cohesión interna. En definitiva, su mejor definición sería la de que era el grupo que englobaba a todos aquellos que no eran privilegiados. Como grupos ajenos al Estado Llano habría que citar a las minorías sociales. Por un lado, había minorías de comerciantes y banqueros extranjeros (genoveses, alemanes, flamencos y franceses) que, dada su posición económica, gozaban del respeto y la consideración de los españoles. Al margen de estos habría que citar las minorías religiosas. Ya sabemos que los moriscos fueron expulsados de España en época de Felipe III, a principios del siglo XVII. Quedaron, por tanto, los judíos conversos, que, paulatinamente a lo largo de los siglos XVII y XVIII se fueron integrando en la comunidad católica. Pero paralelamente surgió otro problema: el de la limpieza de sangre, por el que se comenzó a marginar a todos aquellos que, aun siendo cristianos convencidos, tuvieran entre sus antecedentes algún judío (cristianos nuevos, frente a los cristianos viejos). 6.2. ECONOMÍA Y DEMOGRAFÍA EN EL ANTIGUO RÉGIMEN En términos generales cabe decir que la economía del Antiguo Régimen en toda Europa era de base principalmente agraria, y en esto España no era una excepción. Por otro lado hay que destacar el hecho de que a lo largo del siglo XVIII se fue produciendo un notable desarrollo de la actividad artesanal —sin llegar a poder hablarse de auténtica industria como en el caso inglés— y que el comercio también conoció una importante expansión, pese la ya mencionado ruptura del monopolio comercial con América. 28 Los niños expósitos eran los niños abandonados —expuestos, expósitos— en los tornos que a tal efecto había en los conventos. En una época en la que no era fácil asegurarse un plato de comida todos los días, los niños eran abandonados por miles. La mayor parte de ellos tenía un triste final: morir de hambre en las inclusas u orfanatos a las pocas semanas. 29 Sobre estos propietarios tendremos ocasión de hablar un poco más abajo.

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A. LA AGRICULTURA La herencia del pasado imponía el tipo de cultivo conocido como de rotación trienal o en tercios. Las tierras se dividían en tres partes, de las que una se labraba, otra se dejaba para pastos y otra en barbecho (se labraba pero no se cultivaba, para su regeneración). Ello suponía que al menos un tercio de las tierras cultivadas estaba permanentemente improductivo. Es necesario indicar en este punto cuál era la situación de la propiedad de la tierra en el Antiguo Régimen, que estaba en manos de la Iglesia (es especial de las órdenes religiosos), de la nobleza, del Estado y de los municipios (tierra de propios y tierras comunales30). Habitualmente se denunciaba su explotación poco racional que impedía obtener buenos rendimientos de la misma, ya que en general los propietarios de las tierras no las explotaban directamente sino que se hacía a través de arrendatarios y enfiteutas, que a su vez no disponían ni de los recursos ni del interés para introducir mejoras en las infraestructuras agrarias. A estos propietarios absentistas se les llamaba “manos muertas” y sus tierras se decía que estaban amortizadas, puesto que no se podían enajenar. Ello quiere decir que una vez que una tierra entraba —por la vía que fuera—en el patrimonio de una casa nobiliaria, de una abadía, de un municipio…, su propietario no disponía de la facultad de venderla o donarla, sino que sólo se podía, en su caso, entregar en herencia. Este era el caso de los patrimonios de la nobleza, que, como sabemos, estaban sometidos al derecho-deber del mayorazgo31. Esto limitaba radicalmente el acceso a la propiedad de la tierra a grupos sociales que, disponiendo del dinero para ello, podían además estar en disposición de dedicar más atención a la explotación agraria, esto es, de convertirse en auténticos empresarios agrícolas: me estoy refiriendo a la burguesía. Dicho de otro forma, tras un largo proceso de amortización de las tierras agrícolas de España, a la altura del siglo XVIII casi todas ellas estaban ya “en manos muertas” y por tanto, ineficientemente explotadas. Más adelante veremos cómo la desamortización se convertirá en uno de los grandes símbolos de la revolución liberal-burguesa del siglo XIX. En todo caso no cabe duda de que, ya fuera por la introducción de aquellas mejoras técnicas, ya por la del aumento de las colonización interior (como la de Sierra Morena, de la que se habló páginas atrás), ya por la mejora de las comunicaciones o la liberalización del comercio que se dio en el siglo XVIII, se produjo un importante incremento de la producción agrícola española, en línea con la mejora del tono general de nuestra economía que se venía notando desde el reinado de Carlos II. Y sin embargo, este hecho no debe llamarnos a engaño: en

30 Ver nota 21. 31 En el resto de los casos, no existía la transmisión hereditaria, sino la pervivencia de un mismo bloque patrimonial del municipio, el obispado, la parroquia, al frente de los cuales se iban situando distintas personas a lo largo del tiempo. En el fondo, lo mismo se puede aplicar al patrimonio de una casa nobiliaria.

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comparación con lo que ocurrió en el mismo periodo en Inglaterra, la agricultura española no vivió ninguna revolución que permitiera enormes excedentes de mano de obra y de capitales que a su vez pudieran ser destinados a la industria. Avance sí, pero a menor ritmo que en otros países. B. LA ARTESANÍA En España el sector manufacturero o secundario, salvo excepción, no merecía ni mereció a lo largo de todo el Antiguo Régimen, incluido el siglo XVIII, el calificativo de industria, sino de artesanía32. En España existía una gran tradición en el sector textil lanero, que experimentó un notable crecimiento en el XVIII. En buena medida, tal desarrollo fue consecuencia de la desaparición de las trabas heredadas del pasado. Debes saber que desde la Edad Media la artesanía estaba dominada en cada ciudad por los distintos gremios propios de cada profesión, actividad o sector artesano. Los gremios se ocupaban de reglamentar hasta el mínimo detalle la producción y, en definitiva, servían para poner trabas a la incorporación de nuevos talleres artesanales con la intención de proteger a los artesanos locales y, en consecuencia, impedían la competencia, la mejora de las técnicas productivas, el aumento de la producción y el abaratamiento de los productos que hubiera supuesto el acceso a una mayor cantidad de ellos para los consumidores. Como excepción a lo anteriormente dicho habría que indicar que en Cataluña sí apareció ya en el siglo XVIII una auténtica industria, la del algodón, siguiendo el modelo de la revolución inglesa (mecanización, concentración de los operarios —ya no artesanos— en las fábricas, incremento importante de la productividad). Allí se inició la fabricación de tejidos de algodón estampados, las “indianas”, que tenían la ventaja de no estar sometidos a la reglamentación gremial por ser de nueva implantación. Con capitales procedentes del mundo agrícola y del comercio de vinos y aguardientes, esta industria se fue asentando en Cataluña, donde la producción de algodón se incrementó por veinte a lo largo del siglo.

32 Por resumir brevemente las diferencias entre ambas, una se caracteriza por el trabajo manual o con herramientas o máquinas-herramienta simples y la otra, por el trabajo con maquinaria compleja movida por motores autónomos que exigen el uso de nuevas fuentes de energía; en la artesanía el artesano es responsable de la fabricación entera de cada unidad de producto, lo que exige una gran cualificación técnica y una escasa sustituibilidad, en la industria el operario sólo lo es de una fase de la producción, por lo que la capacitación requerida es mínima y de ese modo es fácilmente sustituible; en la artesanía lo normal es la existencia de talleres con unos pocos artesanos que se distribuyen por todas las comarcas, mientras que la industria suele concentrar a decenas, a veces hasta cientos o miles de operarios en factorías o fábricas que habitualmente se sitúan en las ciudades; tal vez el producto artesanal sea de mayor calidad, pero a costa de una baja productividad y un mayor precio final, mientras que el producto industrial, al beneficiarse de una mayor productividad, es de menor precio y por ello permite el acceso de mayor cantidad de productos a los consumidores. En definitiva, la artesanía fue la modalidad del sector manufacturero que existió hasta la Revolución Industrial (ss. XVIII y XIX) y la industria se ha impuesto desde entonces, quedando hoy la artesanía como un mero reducto pseudofolclórico, de ínfimo valor económico.

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También, y por iniciativa directa de la Monarquía, se fundó una serie de establecimientos, las Reales Fábricas, que pese a su nombre, tenían más de gigantescos talleres artesanales que de auténticos establecimientos industriales al estilo de lo que ocurría en Inglaterra por los mismos años. Se pretendía con ellas reunir en un solo lugar todo el proceso de producción de ciertos productos artesanales, especialmente los de lujo. De ese modo se fundaron las Reales Fábricas de tejidos de Brihuega (Guadalajara), que llegó a tener 4.000 trabajadores, y Ávila; la de cristal en la Granja de San Ildefonso (Segovia); la de tabacos en Sevilla y la de porcelanas en Madrid.. Sin embargo, las Reales Fábricas supusieron una carga pesada para la Hacienda Pública que las patrocinaba. C. EL COMERCIO El comercio experimentó avances muy importantes, en parte por la desaparición de los impedimentos existentes al decretarse el libre comercio del grano, la desaparición de las aduanas interiores propia de la España de los Austrias (en línea con la implantación del conocido proyecto unificador que supuso la política de los Borbones y que se ejemplifica en los ya mencionado Decretos de Nueva Planta) y la abolición del monopolio con América que hasta el siglo XVIII había ostentado la Casa de Contratación (que en 1717 pasó de Sevilla a Cádiz). Recordemos que, durante los siglos anteriores, este monopolio se había mantenido a duras penas frente a los ataques de los contrabandistas ingleses y holandeses y que, en realidad, para mantenerlo hubo que recurrir frecuentemente a manufacturas extranjeras, dada la escasa capacidad productiva de España, que se veía desbordada a la hora de abastecer el inmenso mercado americano. También sabemos que en el Tratado de Utrecht se abrió una importante brecha en ese monopolio, al conceder a los ingleses el asiento de negros y el navío de permiso. Desde 1778 se abolió el monopolio castellano, que se fue abriendo a otras zonas peninsulares (Galicia, Cantabria, Cataluña), permitiéndose además el comercio intracolonial. Esto provocó un incremento espectacular del comercio con América, viéndose Barcelona muy favorecido por el mismo a lo largo del XVIII. También hay que destacar el papel beneficioso que ejerció la Monarquía al mejorar las obras públicas, es decir, las infraestructuras de los transportes.

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7. LAS IDEAS IMPULSORAS DEL CAMBIO: ILUSTRACIÓN Y LIBERALISMO Hasta aquí, una breve descripción de la realidad socioeconómica de Europa y por ende de España en el siglo XVIII, realidad a la que la historia conoce como Antiguo Régimen. A continuación vamos a describir sucintamente las ideologías que a lo largo de la transición entre los siglos XVIII y XIX animaron al cambio e impulsaron, de un modo más o menos directo, el ciclo revolucionario liberal-burgués, que como ya sabemos, abre la era contemporánea. Tales son la Ilustración y el liberalismo. La primera sirvió de crítica general al sistema; el segundo supuso un programa sistemático de renovación del mismo, las bases de la nueva sociedad que había de implantarse a continuación. 7.1. EL MOVIMIENTO ILUSTRADO: PRINCIPALES CARACTERÍSTICAS. LAS IDEAS POLÍTICAS A. CARACTERES PRINCIPALES DE LA ILUSTRACIÓN EUROPEA La Ilustración fue el movimiento intelectual más destacado del siglo XVIII. Originario de Francia, se basaba en la exaltación de la Razón humana como principio rector de la acción del individuo y del Estado, la búsqueda continua del progreso y de la felicidad de los individuos, la valoración especial que se hace de la educación adecuada de los seres humanos, considerados buenos por naturaleza y sólo maleados por una deficiente y malintencionada educación aferrada a los principios tradicionales (religión, fe ciega, principio de autoridad...). Muy especialmente la Ilustración en general y también la española, se preocupa por el progreso y el desarrollo encaminados a proporcionar una vida mejor a todos, pensando naturalmente en mejorar las condiciones de vida del pueblo. De ahí que se valoren mucho las ciencias experimentales o que puedan tener una aplicación práctica (hablo de las matemáticas, la agronomía, la náutica, la geografía, la geología, la astronomía, etcétera), despreciando en consecuencia las ciencias especulativas que se habían desarrollado a lo largo de los siglos precedentes y sobre todo despreciando materias de escasa aplicación práctica, como la teología o las lenguas clásicas. La exaltación de la Razón, a veces deificada como la Diosa Razón, les lleva a rechazar, algo sin precedentes en la historia europea, a la propia religión, hasta el punto de que muchos ilustrados se muestran al borde del ateísmo o son ateos declaradamente. La consecuencia inmediata de esta actitud será un profundo anticlericalismo. Tampoco se escapa de la crítica ilustrada el conjunto caracteres de su época. Es de destacar la crítica a la que algunos ilustrados franceses sometieron al sistema político imperante en la época, el Absolutismo. Hay que destacar en este terreno, por un lado, el principio de la

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INTRODUCCIÓN

separación de poderes, y por otro el de la soberanía nacional. Ambos serán retomados más adelante por el liberalismo como elementos clave del nuevo Estado. B: LAS IDEAS POLÍTICAS ILUSTRADAS: SEPARACIÓN DE PODERES Y SOBERANÍA NACIONAL 1. El francés Montesquieu, en su obra El Espíritu de las Leyes de 1748, es el creador del principio de la separación de los poderes del Estado. Es fundamental comprender y retener este concepto, dado el hecho de que, como queda dicho, el pensamiento político liberal lo asumió posteriormente y lo introdujo en la configuración de los Estados que fueron surgiendo con posterioridad a la Revolución Francesa (1789-1799). Se trata de asegurar que cada uno de los poderes del Estado estén desempeñados por personas u órganos distintos, que se contrapesen y controlen, de modo que sea imposible un poder absoluto, como el que existe en época de Montesquieu: en la Monarquía absoluta todos estos poderes, de una u otra forma, los ostenta el rey.

¿Y cuáles son estos poderes del Estado? Hay que partir de la idea de que en todo grupo humano, por pequeño que sea y por simple que sea su organización, han de existir tres capacidades de naturaleza diferente. Por un lado, la capacidad o poder de crear las normas que regulan la convivencia, en especial las que son de carácter coercitivo u obligatorio; en segundo término, la capacidad para dirigir el grupo o la sociedad sobre la base de tales normas: lo que en sociedades primitivas sería la jefatura o liderazgo y en sociedades más organizadas se conoce como el gobierno; finalmente está la capacidad para imponer el cumplimiento de las normas y, llegado el caso, castigar a quienes las incumplan. Los Estados, cuyo origen se sitúa, como vimos, en el inicio de la Edad Moderna (en España, en la época de los Reyes Católicos), se pueden considerar como la fase superior de la organización político-social de grandes grupos humanos, y como tales, también exigen de la existencia de esos poderes, que se conocen como poder legislativo, poder ejecutivo y poder judicial. En el Absolutismo, la voluntad del rey es, por definición, la ley, y tal voluntad no está sometida a nada ni nadie, ya que el rey es soberano; por otro lado, como resulta evidente, el poder político, el gobierno, lo ejerce el rey, aunque para ello sea necesaria la colaboración de otras personas; finalmente, el rey es la clave de bóveda del sistema judicial, dado que, aunque por motivos obvios no pueda juzgar todos los casos que a la Justicia se le puedan plantear, siempre conserva la potestad de resolver en última y definitiva instancia, sin ninguna limitación (incluso, si es preciso, contradiciendo decisiones previas o las leyes emanadas de su voluntad). El sistema, como se puede apreciar es totalmente arbitrario y depende en exclusiva —al menos en teoría— de la voluntad del monarca soberano.

Sin embargo, Montesquieu (y el liberalismo del siglo XIX, que toma de este pensador francés esta idea fundamental) propondrán la siguiente asignación de poderes, con la intención de configurar un sistema libre de arbitrariedad:

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HISTORIA DE ESPAÑA

- Al rey —no se contemplaba normalmente la posibilidad de instaurar sistemas republicanos— le corresponderá sólo el poder ejecutivo33.

- A un parlamento representativo de la nación (lo que implica que debe emanar de unas elecciones) le corresponde el poder legislativo, si bien es cierto que en los primeros sistemas de monarquía parlamentaria se reservan ciertas funciones legislativas al rey. Esta institución, por razones de tradición histórica, tomará en España el nombre de Cortes

- Y, finalmente, a un cuerpo de jueces independientes les corresponde la función judicial.

2. En el mismo terreno de las ideas políticas de la Ilustración, por otro hay que señalar muy especialmente la obra del ginebrino Jean Jacques Rousseau, el teórico de la soberanía nacional en su obra El Contrato Social.

No menos importante que el anterior es este concepto, porque lo volveremos a mencionar repetidas veces a lo largo de este y los siguientes temas, por ser, como es, uno de los conceptos clave de la ideología liberal-burguesa. Soberanía quiere decir “poder político supremo”, de ahí que en sentido estricto soberano sea aquel “individuo o conjunto de individuos que ostentan un poder político supremo” en su respectivo país, sin dependencia alguna a cualquier otro poder político interno o externo, no sometido a ningún poder superior y sólo equiparable a cuantos otros poderes soberanos coexistan en el mundo. De ahí que durante la época de la Monarquía absoluta al rey se le llamara rey soberano o simplemente el soberano34.

Por su parte, nación es un conjunto de personas que viven en comunidad en un territorio determinado, que están políticamente organizadas (o que al menos aspiran a estarlo) y que comparten, o tienen el sentimiento de compartir, una historia, una cultura, una religión, una lengua... comunes. Se habla así de la nación española, la nación francesa, la nación italiana... o la nación catalana35.

Combinando los dos conceptos hallamos muy fácilmente qué quiere decir Rousseau cuando habla de soberanía nacional, que no es más que entender que el auténtico soberano de un Estado, la máxima y suprema autoridad de ese Estado, es o debe ser el conjunto de personas al que llamamos nación y en modo alguno el rey o cualquier otro tipo de órgano político. De ese modo, el poder y la autoridad del rey o sus ministros y la validez de las leyes deben emanar, deben proceder, de la

33 Más adelante, en los siglos XIX y XX, se producirá un traspaso de poderes del rey a los Gobiernos: tal es el modelo de organización que está implantado en los Estados democráticos actuales, y en por supuesto en la España democrática salida de la Constitución de 1978. 34 Lo cual era estrictamente correcto sólo en la Monarquía absoluta; por tradición, o por error, se les ha seguido llamando así a los reyes, pero en sentido estricto nuestro rey o cualquier otro de un país democrático no es, en modo alguno un rey soberano. 35 Es un término equiparable al de pueblo, y que no debes confundir ni con país, término de significado geográfico o territorial, ni con Estado, organización política con un ámbito territorial determinado, un conjunto de ciudadanos, un ordenamiento jurídico y unas autoridades propias.

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soberanía popular, de la voluntad36 de la nación. Y por lo tanto, en definitiva, están sometidos a ella y a su servicio. Ello, huelga decirlo, rompía radicalmente con la concepción política del Absolutismo, que se basaba en al soberanía personal del rey y con la del Estado absolutista como un patrimonio al servicio de los intereses del soberano regio. 7.2. EL LIBERALISMO BURGUÉS COMO IDEOLOGÍA DE LAS REVOLUCIONES El liberalismo fue la ideología que fue conformado la burguesía a lo largo del siglo XVIII y con la que se enfrentó al Antiguo Régimen. Como se decía más arriba, supuso una auténtica propuesta programática, en la que se esbozaban de manera sistemática los rasgos de Estado liberal que habría de sustituir al absolutista. Pocas veces en la Historia se acometió un cambio tan revolucionario y al mismo tiempo tan premeditado y diseñado como el que supusieron las revoluciones liberal-burguesas37. Además hay que señalar que el liberalismo político vino acompañado por un liberalismo económico, que suponen el anverso y el reverso de la misma moneda. De la importancia de ambas ideologías dan muestra no sólo el hecho de que hayan configurado, para bien o para mal, el mundo contemporáneo hasta la actualidad (al menos en los países desarrollados), sino el que ambos pensamientos (que, insisto, en el fondo son uno solo) existan todavía hoy y sigan siendo enarbolados por sus defensores con ese mismo nombre: liberalismo. Acabamos de mencionar dos de los rasgos más destacados de la ideología política de la Ilustración y ambos se configuraron como la base del liberalismo político: la separación de poderes y la soberanía nacional. Además de ellos, como complemento imprescindible, el liberalismo defendía las siguientes ideas:

36 En este sentido, Rousseau parte de una ficción que todavía hoy subsiste como base de los sistemas democráticos, esto es, que la nación, en su conjunto, tiene una y sólo una voluntad y que, para cada caso concreto, toma una y sólo una determinación, sin que cuenten las opiniones ni las voluntades contrarias, que se respetarán pero en modo alguno minorarán la validez universal y la obligatoriedad de la decisión de la voluntad de la nación, expresada habitualmente a través de sus representantes en el Parlamento. Dicho de otro modo, que la voluntad de la mayoría es (se considera) la voluntad del conjunto de la nación. Procura darte cuenta de la importancia que tiene esta presunción, dado que la convivencia no sería posible si la minoría no se sintiera vinculada por las decisiones de la mayoría amparándose en conceptos tales como la libertad o el derecho de expresión; las consecuencias para la vida en sociedad serían funestas. 37 El concepto de revolución que se debe manejar en historia no es, frente a lo que se suele creer en primera instancia, equivalente a revuelta, levantamiento, motín popular... Cierto es que en las “revoluciones” (por ejemplo la Francesa —de 1789 a 1799—, las de 1848 en Francia y otros países, la de 1868 en España, la rusa de 1917, etcétera) hay episodios violentos en los que el pueblo interviene de manera decisiva, al mando de —manejado por, manipulado por— cierta elite política, intelectual, religiosa o militar. Pero no podemos confundir la parte con el todo, porque también es cierto que junto a esos episodios de violencia colectiva hay momentos de pacífica institucionalización de los cambios, que se llevan a cabo en los despachos de los órganos del Estado. Esa y no otra es la esencia de las revoluciones, el cambio radical y relativamente rápido de las estructuras profundas a partir de una determinada situación política, económica...

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— Establecimiento en todo el ordenamiento jurídico del principio de igualdad ante la ley. La consecuencia automática de ello es el fin de los privilegios y de los estamentos —dado que se basaban en el principio de aceptación de las desigualdades ante la ley38—, de los estatutos jurídicos privativos de cada grupo social. Esta era una de las grandes aspiraciones de la burguesía, pero hay que destacar que este principio no se basaba en una aspiración de igualdad socioeconómica o de igualación de los niveles de vida; una vez conseguido el propósito de obtener una igualdad de oportunidades legales, poco importaba a la burguesía la situación real de las capas populares de la sociedad39. La manifestación más importante de la igualdad es la universalización de la obligación de contribuir a las cargas del Estado mediante el pago de impuestos.

— Mantenimiento de la monarquía40, pero con carácter

parlamentario, es decir, limitada por el hecho de que se le arrebatara el poder legislativo, que pasaría a un Parlamento.

— Existencia de un Parlamento, que además debía ser

esencialmente representativo de la nación. Ello significaba que se instauraba la ficción de que el Parlamento “re-presentaba”, “hacía presente por delegación” al conjunto de la nación y expresaba su voluntad. Por ello se hacía necesario que dicho órgano del Estado fuera elegido a través de unas elecciones41.

— Reconocimiento42 de libertades y derechos individuales

de carácter político. El primero de ellos en una ordenación lógica sería el derecho a la libertad de conciencia y de pensamiento, incluyendo la libertad religiosa; la manifestación externa más elemental de dichos derechos

38 Ver al respecto lo dicho en la página 45. 39 Esta aspiración a la igualdad socioeconómica o, en expresión más cargada de intencionalidad, a la justicia social, se dará en una fase histórica posterior, correspondiente al despertar de movimiento obrero en la segunda mitad del siglo XIX. De ello tendremos ocasión de hablar más adelante. 40 Inicialmente, el liberalismo no defendió posturas republicanas, y de hecho, el republicanismo no se instituyó de forma estable en Francia —país de referencia en todo el ciclo revolucionario, no lo olvidemos— hasta 1870. Las postura republicanas fueron surgiendo en España a partir de los años 40 del siglo XIX y hubo que esperar a 1873 para que se implantara la I República española, que fracasó en pocos meses. 41 Éstas son un concepto político que aparece con las revoluciones burguesas. En el Antiguo Régimen, las instituciones que vagamente representaban a la nación (Cortes en España, Estados Generales en Francia...) se conformaban de los modos más variados (pertenencia directa de grandes nobles o cargos eclesiásticos, designación de representantes por parte de ciertas ciudades, en ocasiones por sorteo, etcétera). La novedad principal es que ahora aparece un cuerpo único de votantes que eligen entre una serie de candidatos libremente presentado para representar a una determinada circunscripción. Sin embargo, todavía estamos lejos de la aparición de los partidos políticos, fenómeno que surge a mediados del siglo XIX y sólo se consolida en el XX. 42 Esta expresión, reconocimiento, y no otra, es la correcta: no se trata de que el Estado otorgue gratuitamente una serie de libertades y derechos, sino que simplemente reconoce que los ciudadanos, por su mera condición de tales o, más aun, de seres humanos, tiene por naturaleza unos derechos y libertades que no puede dejar de respetar. Ello es muestra de la sacralización que afecta a dichos derechos y libertades, que se convierten en intangibles.

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implicaría otro: el de la libertad de expresión, que a su vez lleva aparejados los derechos de asociación, reunión con fines pacíficos, manifestación con iguales fines y, por último, el derecho a la libertad de imprenta o de prensa (a publicar por cualquier medio las propias opiniones). En el terreno procesal, se consagra el derecho a la presunción de inocencia de los acusados de algún crimen, con lo que la “carga de la prueba” —la obligación de probar racionalmente algo— se desplazaba del acusado al acusador, ya fuera particular o el propio Estado43.

— Respeto a la propiedad privada. Ello implicaba varias

cosas: en primer término, que quien fuera propietario de un bien lo debía ser de forma absoluta, con todas las facultades, incluida la de enajenar, por lo que no tenía sentido mantener bienes amortizados; en segundo lugar, el Estado adquiría un compromiso fundamental de defensa de la propiedad privada frente a posibles agresiones (robos, destrucción, ocupación de fincas) y de autolimitación respecto de las propiedades particulares, que sólo en casos justificados podrían ser expropiadas. Es evidente que esta principio interesaba sólo a quienes poseían bienes en cantidades apreciables o aspiraban a la obtención de bienes desamortizados, esto es, a la burguesía liberal.

— Tal vez la clave para entender los ordenamientos jurídico-

políticos de los nuevos Estados liberales sea el entendimiento de que las leyes son la expresión palmaria de la voluntad de la nación a través de sus representantes en el Parlamento. Dado que partimos del principio de soberanía de la nación, la consecuencia de ello es el sometimiento de todos, pero muy especialmente de los poderes públicos, a la ley. Ninguna persona puede actuar lícitamente en contra de una ley; ninguna norma puede ser contraria a la ley, salvo que sea una nueva ley divergente establecida con todos los requisitos necesarios. Queda superada, pues, la arbitrariedad propia del Antiguo Régimen, en el que la ley era la voluntad del rey en cada momento.

— En este mismo orden de cosas, los regímenes liberales

convierten en algo esencial del nuevo Estado y en símbolo de la revolución el establecimiento de una Constitución entendida como la ley suprema, la Ley Fundamental, la Ley de Leyes44. Una Constitución es, desde el punto de vista formal, una ley, pero la más importante de las leyes

43 A lo largo del siglo XIX el catálogo de derechos individuales se fue ampliando (inviolabilidad del domicilio o la correspondencia, libertad de circulación o residencia, etcétera). En el siglo XX, como veremos para el caso español, aparecen los derechos colectivos (protección del trabajo, de la cultura propia, de las minorías…). Hoy día, la panoplia de derechos de todo tipo reconocidos a los ciudadanos de un Estado democrático es amplísima: tal es la esencia de dicho Estado. 44 Descontando el peculiar sistema político británico —que era ya liberal avant la lettre desde el siglo XVII pero que carecía y carece aún hoy de una Constitución escrita, sustituida por un difuso conjunto de normas escritas y no escritas de más variado origen—, la primera Constitución como tal fue la norteamericana de 1783, surgida como consecuencia de la Guerra de Independencia, para muchos en realidad la primera revolución liberal-burguesa de la Historia.

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de un Estado, tanto es así que se dice que con ella nace, se constituye, un nuevo Estado sobre el territorio y con los ciudadanos del anterior, que se liquida. Se dice de ella que es la Ley de Leyes porque, efectivamente, el resto de las leyes deben su eficacia a la Constitución y están sometidas a la misma, de modo que no pueden entrar en contradicción con ella. Debe ser, por tanto, la norma básica y suprema del Estado. Desde el punto de vista material, de su contenido o materia, una Constitución al menos debe contener los principios básicos de la organización del Estado y los derechos y deberes básicos de los ciudadanos —parte dogmática— y los rasgos esenciales de las instituciones u órganos políticos del Estado —parte orgánica—, esto es, de qué órganos van a tener qué poderes, cómo se van a relacionar entre sí, etc. Y desde el punto de vista procedimental, del procedimiento que necesariamente se ha se seguir para que una Constitución reciba ese nombre, no es idealmente producto del poder legislativo, sino que debe derivar de un poder supremo que sería el poder constituyente. ¿Y quién ostenta el poder constituyente? En un sistema que reconoce la soberanía nacional, el poder constituyente lo ostenta el conjunto de la nación. Por lo tanto el Parlamento que redacta la Constitución lo hace, más que en ningún otro caso, como representante del pueblo soberano, que es el auténtico depositario de la capacidad de darse a sí mismo una Constitución. Es ese el motivo de que, habitualmente aunque no sea imprescindible, las Constituciones deban pasar por el trámite de ser aprobadas en referéndum por el pueblo45.

Una vez enumerados los rasgos esenciales del pensamiento liberal (y de los Estados liberales que sobre él se fueron construyendo a lo largo del siglo XIX) es preciso hacer dos reflexiones de cara a la comprensión de la materia que a lo largo del curso vamos a analizar: 1. En primer lugar hay que hacer notar que estas

características corresponden al liberalismo puro, a un liberalismo ideal que se fue modulando y adaptando conforme iba siendo aplicado en la práctica. Así, irás dándote cuenta de que muchos de los principios aquí enunciados serán traicionados u olvidados en las primeras formas del Estado liberal español: a menudo se conculca la libertad religiosa, o se restringe la libertad de prensa hasta hacerla desaparecer; se persigue a los enemigos políticos o se reserva el derecho al voto a los más ricos, postergando a las capas más humildes a un papel de meras comparsas y manteniendo sólo formalmente el principio de igualdad ante la ley; otras veces se traicionarán los principios de separación de poderes o se mantiene de forma encubierta la soberanía real, dejando en papel mojado la soberanía de la nación…

45 El hecho es que algunos reyes absolutos a lo largo del siglo XIX, para dar cierta apariencia de cambio, decidieron dotar a sus países de Leyes Fundamentales que no pueden recibir con propiedad el nombre de Constituciones, sino otro, como el de Estatuto Real o Carta Otorgada, porque no emanaban del poder soberano del pueblo, sino del poder soberano del monarca, quién, para entendernos, porque le venía en gana, haciendo uso de su poder absoluto, se limitaba a sí mismo el poder.

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2. En segundo lugar llamo tu atención respecto del hecho

indudable de que las características antes mencionadas lo son también de los actuales Estados democráticos. De hecho no se puede negar que existe una continuidad evolutiva entre los Estados liberales del siglo XIX y las democracias del XX hasta el punto de que se puede afirmar que la distinción es más didáctica que real y que, puestos a hallar alguna diferencia, ésta sería más cuantitativa que cualitativa: el Estado democrático del siglo XX consagra una mayor libertad, en él los derechos o la separación de poderes están más garantizados. En los países —pocos: EE.UU., Francia y Reino Unido— en los que el proceso histórico no se vio gravemente alterado en ningún momento, no es posible delimitar con precisión cuándo el Estado, más que liberal, se convirtió ya en democrático46.

7.3. EL LIBERALISMO ECONÓMICO No se puede entender en toda su plenitud el liberalismo político ni el afán de la burguesía por instaurar un Estado sobre bases completamente diferentes sin hacer una brevísima referencia al liberalismo económico. No hay que perder de vista el hecho de que los burgueses eran en esencia hombres de negocios y que, en definitiva, lo que pretendían con las revoluciones era crear un marco jurídico y económico que les permitiese prosperar en los mismos. También es preciso tener en cuenta cómo era el sistema económico del Antiguo Régimen: se trataba de un sistema excesivamente reglamentado y rígido, en el que, como ya sabemos, los gremios impedían la competencia en el sector manufacturero, el comercio estaba sometido a importantes trabas (recuerda lo dicho respecto del monopolio castellano con América) y en el que la compraventa de tierras estaba prácticamente bloqueada como consecuencia de la amortización de las mismas. Además, era un sistema muy paternalista con los artesanos asalariados y con los campesinos arrendatarios, que pese a que sus condiciones de vida eran muy precarias, tenían al menos su sustento y su trabajo asegurado por múltiples medidas legales, usos y costumbres. Frente a este sistema, los economistas liberales47 proponen un sistema desprovisto de tales encorsetamientos, en la que los 46 Por supuesto hay que destacar también el que muchos de los caracteres propios de la democracia actual han sido consecuencia de las reivindicaciones tradicionales del movimiento obrero y en general de la izquierda no liberal en su afán por conseguir mayores derechos y cotas de libertad, participación real en el sistema político y, en definitiva, un mayor bienestar. 47 Se puede afirmar que el nacimiento de la economía como ciencia —la “economía política”— se debió a los creadores del pensamiento económico liberal —Adam Smith, Thomas Robert Malthus, David Ricardo— entre fines del siglo XVIII y la primera mitad del siglo XIX, ya que hasta aquel momento lo que había habido era teorías bastante poco rigurosas, muy a menudo simplemente especulativas, sobre el funcionamiento de la economía. Sobre las teorías de este liberalismo económico, conocido como Escuela Clásica, se construyó el capitalismo del siglo XIX, el que asociamos con la Revolución Industrial y aún hoy son defendidas por la corriente neoclásica, conocida más por la expresión de sus detractores: neoliberalismo, asociada al fenómeno de la globalización.

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factores productivos fluyeran libremente sin trabas ni normas excesivamente rígidas. De ahí que, como ya veremos, algunas de las primeras medidas que se tomen en las Cortes de Cádiz —la primera revolución liberal-burguesa de la historia de España— sean las de suprimir los gremios o tender a la desamortización de bienes en “manos muertas”. Por sintetizar, las ideas y propuestas del liberalismo económico o Escuela Clásica son: - La riqueza de las naciones, el crecimiento económico, se debe

a la suma de los esfuerzo en todos los sectores —agricultura, industria, comercio—, sin que se pueda destacar en especial ninguno (como había hecho siglos antes la corriente de los mercantilistas, que consideraban que la riqueza procedería exclusivamente del comercio internacional, es decir, de obtener un saldo favorable entre importaciones y exportaciones y de acumular, en consecuencia, metales preciosos fruto de ese saldo; o los economistas fisiócratas, que creían que la riqueza sólo se generaba con las actividades agrarias).

- Cada individuo debe buscar su propio beneficio individual;

ello es lo natural, y no debe haber trabas que lo impidan, de modo que si todos obtienen beneficios de modo individual, de manera indirecta será el conjunto de la sociedad la que obtenga ventajas.

- La consecuencia de ello es que la economía se debe basar en

los principios de la libre empresa, la libertad económica, es decir, que no se deben poner ni limitaciones ni obligaciones respecto de la ocupación que cada uno quiera tener más que las que se deriven de su capacidad física, intelectual o financiera. Cada cual deberá poder dedicarse a trabajar en el trabajo que desee, siempre que encuentre quién lo emplee, o bien podrá establecer el negocio que mejor le parezca, siempre que cuente con los recursos financieros necesarios.

- Otro de los principios que se deben mantener es el del libre

mercado y la libre competencia. Todos los productores deben competir entre sí en precio y calidad, de modo que, en una especie de darwinismo económico avant la lettre, sólo deberían subsistir las empresas más eficientes, las que mejor sean capaces de enfrentarse al mercado. Ello hará que la economía general prospere.

- El mercado sólo debe regirse por unos principios que actúan

automáticamente en cuanto se retiran las trabas legales que lo impiden: son la ley de la oferta y la de la demanda, por las cuales el precio y la cantidad de un determinado producto se regulan en el mercado de forma espontánea. Las empresas que no puedan ofrecer un determinado producto al precio establecido por el mercado, deben desaparecer por ineficientes (ya que otras sí son capaces de hacerlo); los consumidores que no puedan o no estén dispuestos a adquirir un determinado producto deberán quedarse sin él, ya que hay otros muchos que lo harán.

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- La libertad debe llegar también a los intercambios de mercancías, por lo que la tendencia debe ser la de la eliminación de monopolios establecidos legalmente, la de las concesiones comerciales en exclusiva a determinadas Compañías y la de los aranceles. A esta tendencia se le llama librecambismo48.

- También la libertad debe llegar al mundo de las relaciones

laborales, dando por supuesta la ficción de que patronos y obreros firmaban contratos libremente y en un plano de igualdad —cuando realmente había una clara superioridad del opulento empresario frente al necesitado obrero—; la consecuencia de ello fue la explotación de la mano de obra en la primera fase de la Revolución Industrial y las penosas condiciones de vida de un nuevo grupo social, el de los obreros industriales o proletariado.

- También los salarios se deberían someter a la ley de la

oferta y la de demanda, considerando en este caso oferta a la cantidad de trabajadores dispuestos a trabajar, demanda las necesidades de trabajadores que tienen las empresas y precio el salario con el que re remunera al trabajador. La consecuencia de ello, en un sistema económico caracterizado la abundancia de máquinas, la llegada masiva de trabajadores del ámbito rural y la escasa cualificación que habían de tener (por tanto, facilidad para ser sustituidos), eran las precarias condiciones laborales, la nula seguridad en el puesto de trabajo y, en definitiva, los salarios de miseria49.

- Esa libertad económica (“liberalismo”) implicaba pues que el

Estado debía limitar al máximo su actuación económica, simplemente garantizando la seguridad interior y exterior, el pacífico disfrute de la propiedad y el cumplimiento de los contratos, deudas y obligaciones de todo tipo mediante unas leyes eficientes y unos tribunales dignos de confianza, absteniéndose de intervenir en la economía en la medida de los posible, especialmente a través de normas que limitaran la libertad de los agentes económicos. A lo sumo, debía intervenir en la creación de infraestructuras cuyo coste excediera de las posibilidades de las empresas privadas. Ello se resumía en la célebre frase laissez faire, laissez passer

48 El librecambismo es un tipo de política económica encaminada a favorecer los intercambios comerciales entre distintos países, mediante la reducción de los aranceles aduaneros. Estos aranceles son a modo de tasas que han de pagar los productos importados en el país de destino. Los aranceles se repercuten en el precio del producto, por lo que hace menos competitivo respecto de productos nacionales. Como te puedes imaginar, los productores del país suelen pedir la política contraria, el proteccionismo, que permite proteger la producción nacional a través, entre otras medidas, del establecimiento de elevados aranceles. Pero esto tiene una consecuencia perversa, que no es otra que el hecho de que si se establecen elevados aranceles en un país, los demás países también los establecerán para los productos del país proteccionista. El resultado es un decaimiento de las relaciones económicas internacionales y una pérdida de mercada para todos. 49 Malthus llegó a afirmar que indefectiblemente los salarios de los trabajadores habrían de estar en un nivel de simple subsistencia, ya que si se aumentaba, la consecuencia sería el aumento de los hijos, que enjugaría la ventaja adquirida por dicho aumento. En el fondo, no defendía esta situación, sino que creía de forma pesimista que era lo natural, que no había más opción que esta en una economía de mercado.

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(dejar hacer, dejar pasar), que se convirtió en el lema del liberalismo económico.

Cuando estas ideas, de una forma más o menos fiel, se fueron aplicando al hilo de las revoluciones burguesas, los grandes beneficiados fueron los mencionados hombres de negocios, los burgueses, que a partir de entonces pudieron producir lo que les pareciera más conveniente para obtener ganancias, adquirir materias primas y fuentes de energía donde mejor les pareciera, pudieron introducir mejores técnicas y competir entre sí en busca del mayor beneficio y pudieron vender sus productos a quien quisiera comprárselos y contratar a los trabajadores prácticamente por un salario sólo suficiente para mantenerlos con vida. Es innegable que el liberalismo económico favoreció el proceso industrializador y en definitiva, el crecimiento económico, pero supuso un enorme distanciamiento entre la actividad económica y la ética y se despreocupó de los problemas sociales50 51 .

50 Podrás apreciar que buena parte de las características antedichas son aplicables a la economía actual de los países desarrollados, entre ellos España, no en vano la propia Constitución define la economía española como de mercado o libre empresa. Sin embargo, conforme fue pasando el tiempo, y debido especialmente a la presión de los trabajadores organizados en el movimiento obrero, la economía de mercado fue adquiriendo un mayor contenido social, hasta llegar a lo que, desde la segunda mitad del siglo XX se conoce como el Estado del Bienestar organización política y económica en la que las instituciones políticas intervienen moderando los excesos del libre mercado 51 El adjetivo social tiene en nuestra disciplina un valor entendido y con él nos referimos en Historia específicamente a todas aquellas cuestiones relativas a las capas más desfavorecidas de la sociedad —es decir, en este contexto, a los campesinos y obreros industriales—, y no a ésta en su conjunto. Así, se habla de problemas sociales, sublevación de tipo social o medidas sociales. Recuerda, en este sentido, la actual existencia del Ministerio de Asuntos Sociales.

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HISTORIA DE ESPAÑA

8. LOS ANTECEDENTES DE LA PRIMERA REVOLUCIÓN LIBERAL EN ESPAÑA: CONTEXTO INTERNACIONAL Y REINADO DE CARLOS IV Como queda ya dicho en diversos lugares, tradicionalmente la historiografía española ha situado en los sucesos de 1808 el inicio de nuestra Edad Contemporánea. Sin embargo, lo que sucedió en aquel año fue producto de su época, de unos antecedentes en los que tenemos que detenernos. En primer lugar, hablaremos de lo ocurrido en Francia entre 1789 y el citado año, por su influencia múltiple en la historia de España. En segundo lugar, haremos una breve referencia al reinado de Carlos IV de España, especialmente en lo que se refiere a su política exterior de sometimiento a las directrices francesas que llevó al desastre de la Guerra de la Independencia. 8.1 EL CONTEXTO INTERNACIONAL DEL REINADO DE CARLOS IV: REVOLUCIÓN FRANCESA E IMPERIO NAPOLEÓNICO A. LA REVOLUCIÓN FRANCESA (1789-1799) A la altura de 1789, Francia estaba constituida como una monarquía absoluta en la persona de Luis XVI. Al agotamiento de las formas políticas del Antiguo Régimen y también de sus caracteres sociales —la sociedad estamental—, que habían sido dura y largamente criticadas por los intelectuales ilustrados, como Montesquieu y Rousseau, hay que añadir una gravísima crisis financiera, provocada en gran medida por el esfuerzo que supuso para Francia su participación en la Guerra de las Trece Colonias o de la Independencia de los EE.UU. (1777-1783), que puso al Estado francés al borde de la quiebra y una crisis de subsistencia, consecuencia de una coyuntura de malas cosechas que generaron un alza de los precios del trigo. Al malestar de las elites intelectuales burguesas, que piden reformas en profundidad del sistema político y social, se une por lo tanto el de las clases populares, azotadas por el hambre y la carestía de la vida. En este contexto, los ministros de Hacienda de Luis XVI no ven más solución que la de que los grupos privilegiados, nobleza y clero, contribuyan al sostenimiento del Estado pagando impuestos. Ante semejante proyecto, que atacaba a la raíz de sus privilegios, lo nobles consiguen que el rey convoque los Estados Generales52. Pero la jugada les sale mal, porque los 52 Los Estado Generales son el equivalente más cercano a las Cortes españolas, es decir, son una reunión de representantes de los distintos estamentos que

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INTRODUCCIÓN

representantes del Tercer Estado, —es decir, la burguesía, auténtico grupo protagonista de esta Revolución y de todas las que se darán en Europa hasta la segunda mitad del siglo XIX— terminan por abandonar la reunión oficial y se constituyen en una autodenominada Asamblea Nacional53, representante de todo la nación sin distinción de estamentos y que el rey terminará, por la fuerza de los hechos, por reconocer como legítima Cámara de representación de la nación. A partir de entonces los acontecimientos se suceden de forma vertiginosa: se produce una serie de sublevaciones o motines populares, se suprimen los derechos feudales que un subsistían en Francia54 y se elaboran una Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano y una Constitución —la de 1891, primera del continente europeo— que recogen los principios básicos del liberalismo político. Se trataba una serie de cambios radicales que acababan de un plumazo con el Antiguo Régimen. A partir de ahí, los acontecimientos se van precipitando por una pendiente de progresiva radicalización 55 que tiene su culminación en la destitución de Luis XVI y su posterior ejecución bajo la guillotina, durante la etapa del Terror jacobino. En este periodo, que se conoce como la Convención (1793-1795), las restantes potencias europeas, preocupadas por un posible contagio de las ideas revolucionarias, declaran la guerra a Francia —la llamada Guerra de la Convención—, iniciándose así una etapa de sucesiva coaliciones antrifrancesas que se irán renovando hasta la caída de Napoleón, en 1815. España no estará ajena a este movimiento, como veremos enseguida. B. EL PERIODO NAPOLEÓNICO (1799-1815) Desde 1795, la Revolución, sin abandonar la forma republicana, comienza una fase de moderación, convirtiéndose Francia en una República burguesa moderada (el Directorio), que dará pasó, desde 1799, a una dictadura personal de Napoleón (fase conocida como el Consulado). A este personaje se le suele calificar, en sentido figurado, como de “hijo de la Revolución”, en el sentido de que no renuncia a los principios fundamentales de la misma56; es más, aspira a imponerlos por toda Europa. componían la nación. Dado que la votación se hacía tradicionalmente por “brazos” o “estamentos” (había reuniones por separado de los representantes de cada estamento y cada uno de ellos tenía un solo voto, de un total, por consiguiente, de tres votos), los dos estamentos privilegiados, nobleza y clero, tenían el convencimiento de que las propuestas reformistas serían formalmente rechazadas. 53 Observa cómo ya desde esta denominación se encuentra el afán por que aparezca el concepto de nación en su sentido rousseauniano y el de que se manifieste la unicidad de la misma frente a la sociedad estamental tripartita. 54 Es estos derechos feudales nos referiremos más adelante cuando hablemos de su equivalente en España, los señoríos jurisdiccionales. Dejo para entonces la explicación de este concepto. 55 Sin ánimo de profundizar en el tema, las etapas en las que se divide la Revolución Francesa son las siguientes: Asamblea Nacional (1789); Asamblea Constituyente (1789-1791); Asamblea Legislativa (1791-1793); Convención (republicana), que incluye la etapa del Terror jacobino (1793-1795); y Directorio (1795-1799). 56 Dado su origen plebeyo, hay un principio que le será siempre especialmente querido, el de la igualdad ante la ley; por el contrario, se puede decir que en su labor de gobierno prescindió de la separación de poderes y de las libertades políticas.

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Pero su trayectoria es profundamente contradictoria, por cuanto desde 1803 se va a proclamar emperador, con el consentimiento del pueblo francés, y porque su más que admirable aspiración de difundir los principios liberales que habían informado la Revolución por toda Europa la une a su ambición personal de someter todo el continente a Francia, cosa que conseguirá, por la fuerza de las armas, excepción hecha de Inglaterra. Precisamente esta ambición le hará enfrentarse con las grandes potencias del momento —Prusia, Austria, Rusia e Inglaterra— que obviamente se resisten ferozmente a ello y en el marco de esas campañas por el dominio de Europa, Napoleón invadirá España: La reacción del pueblo español desencadenará la Guerra de la Independencia, que terminará por significar el principio del fin del poderío militar napoleónico sobre Europa. 8.2. EL REINADO DE CARLOS IV ENTRE 1788 Y 1807: LA FIGURA DE GODOY. El reinado Carlos IV, hijo del monarca ilustrado por excelencia, Carlos III, va a suponer para España una de los periodos más negros de su historia por lo que se refiere a la actitud y a la conducta del jefe del Estado. Estaba casado con María Luisa de Parma, que era quién realmente mandaba en la Corte, y pronto dio claras muestra de ser un hombre de escaso talento y voluntad, una persona en absoluto capacitada para afrontar la difícil época en la que le tocó reinar. Comenzó su reinado con la intención de abolir la Ley Sálica, implantada mediante la Pragmática Sanción por Felipe V57, pero esta voluntad nunca llegó a plasmarse claramente. La Ley fue aprobada pero nunca llegó a publicarse en el reinado de Carlos IV, por lo que se introdujo un claro motivo de duda: si bien la voluntad del rey, (única fuente de la que emanan las leyes en la monarquía absoluta), estaba clara, al no cumplirse con el tramite esencial de su publicación no se sabía si se debía considerar en vigor o no. Ello generará los graves problemas que veremos en su momento cuando se produzca la muerte de su heredero, Fernando VII. A. ESPAÑA FRENTE A LA REVOLUCIÓN FRANCESA. FLORIDABLANCA, ARANDA Y GODOY (1789-1795) Ante el estallido de la Revolución Francesa, España va a reaccionar de inmediato con una política de alejamiento de Francia, país que había sido nuestro aliado y protector a lo largo del siglo58 y de aislamiento o “cierre de fronteras” para evitar la entrada de las que se consideraban peligrosas ideas liberales revolucionarias y que ponían en peligro a la monarquía absoluta española. Esta reacción antifrancesa y antirrevolucionaria está 57 La Ley Sálica, de origen francés, consistía como sabemos en la prohibición de que las mujeres accedieran al trono, prefiriéndose a cualquier varón que tuviera algún nexo familiar con el rey fallecido antes que, por ejemplo, a una hija del mismo, en ausencia de hijos varones. Ver página 36 de este tema. 58 Recuerda lo que vimos más arriba sobre los llamados Pactos de Familia.

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INTRODUCCIÓN

dirigida inicialmente por el Secretario de Estado, el pese a todo ilustrado Floridablanca, que impone una férrea censura sobre todo cuanto se escribe o se lee en España. En cuestión de meses se borra del mapa cualquier rastro de idea que tuviera que ver con la Ilustración o el liberalismo. Su enemigo tradicional, el conde de Aranda, consigue que Floridablanca sea relevado de su puesto en febrero de 1792, para sustituirle él mismo. Pero Aranda tampoco se perpetúa en el cargo, siendo sustituido en agosto por Manuel de Godoy, un personaje que, procediendo de la baja nobleza —era de familia hidalga—, había conseguido entrar en la Corte y obtener el favor de la reina María Luisa59, que lo fue ascendiendo vertiginosamente desde simple “Guardia de Corps” —guardia personal de los reyes— hasta convertirlo en Secretario de Estado, es decir, primer ministro, sustituyendo a un efímero Aranda. En 1797 Godoy consiguió rodearse de un auténtico equipo de colaboradores ilustrados, que habían desempeñado ya importantes cargos con Carlos III, que —insisto de nuevo en la misma idea— es el monarca ilustrado por excelencia en España. Pero este equipo, en el que se encontraba Jovellanos, no pudo desarrollar todo su proyecto, dadas las dificultades impuestas por las circunstancias internacionales. Godoy fue quien involucró a España en la llamada Guerra de la Convención, declarada en 1793 contra Francia por las potencias europeas, en las circunstancias antes referidas de la proclamación de la República francesa y la ejecución de Luis XVI. Durante los años precedentes, desde el estallido de la Revolución, España había navegado entre dos aguas respecto de la Francia revolucionaria, por mantener la seguridad personal de Luis XVI, por continuidad con la tradicional política de entendimiento con los franceses y porque la potencia que estaba movilizando a Europa contra los revolucionarios era, precisamente, el enemigo tradicional de España por la cuestión del dominio de los mares y de su actuación en nuestras colonias: Inglaterra. Ello explica que España se mostrara tan reacia a dar el paso y participar en la guerra. Pero una vez dado dicho paso, el resultado no pudo ser más desastroso, porque las tropas francesas, en su contraataque, penetraron en territorio catalán por un lado y hasta las inmediaciones de Burgos por el otro. A la vista de esos acontecimientos, Godoy no tuvo más remedio que pedir la paz a Francia. Por ello recibió del rey el título, con el que se le suele designar, de Príncipe de la Paz. El acuerdo al que España llega con Francia se conoce como Paz de Basilea (1795), y en él los franceses aceptan abandonar el territorio español ocupado a cambio de parte de la isla de Santo Domingo.

59 Parece que durante un tiempo fueron amantes.

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HISTORIA DE ESPAÑA

B. LA NUEVA ALIANZA CON FRANCIA Y LA ENEMISTAD CON INGLATERRA (1796-1807) La siguiente jugada maestra de la diplomacia francesa será la de atraerse a España de nuevo a una alianza que rememoraría de algún modo los antiguos Pactos de Familia y que volvería a tener a Inglaterra como enemigo común. En la mente de Godoy pesaba una clara convicción: que España no podrá luchar por conservar las colonias americanas en su poder si no contaba con la colaboración de la flota francesa. Tras arduas negociaciones, se llega la llamado Primer Tratado de San Ildefonso en 1796, cuando Francia ha entrado ya en la fase moderada de la Revolución, esto es, en el Directorio. Más allá del carácter defensivo de los Pactos de Familia entro los Borbones, el Tratado de San Ildefonso es también un tratado ofensivo y de alianza comercial. La consecuencia inmediata de la firma de este tratado fue la guerra con Inglaterra, con el mar como escenario principal. En 1797, los ingleses, dirigidos por el almirante Nelson, derrotan a la flota española en el Cabo de San Vicente. Aquí comienza una serie de derrotas humillantes para nuestra hasta ese momento orgullosa y poderosa marina de guerra. La interrupción del tráfico comercial entre España y sus colonias americanas y el ataque a algunas ciudades costeras españolas —Cádiz entre ellas— serán algunas de las consecuencias de esta derrota.

En estas circunstancias el desprestigio de Godoy fue en aumento y terminó por ser apartado del poder en 1798. En ese periodo, España firma el Segundo Tratado de San Ildefonso (1800), que refuerza la alianza con Francia. Pero en marzo de 1801 Godoy vuelve al gobierno, ahora más como dictador que como ilustrado. Mientras tanto, el enfrentamiento entre la Francia de Napoleón e Inglaterra continuaba, salpicando con sus consecuencias a España. En 1801, Francia fuerza a España a invadir Portugal, tradicional aliado de Inglaterra a lo largo del siglo XVIII. Es la breve Guerra de las Naranjas. En 1802, Francia e Inglaterra firman la paz (Paz de Amiens) sin que los representantes españoles pinten nada en todo aquello. Pero la paz era frágil y los británicos no terminan de creerse la nueva condición de país neutral que había adquirido España respecto de las tensiones entre Francia e Inglaterra. Así, en 1804 comienza de nuevo la guerra entre las dos grandes potencias con la inevitable alianza de España del lado francés. El proyecto de Napoleón consiste ahora en un desembarco en Inglaterra para imponer luego la superioridad de su ejército terrestre. En el marco de los preparativos de esa empresa se produce el enfrentamiento naval de Trafalgar (1805), que supuso una de las peores derrotas de nuestra marina de guerra a lo largo de toda la historia. En vista de la incontestable superioridad inglesa en los mares, Napoleón concibe a partir de entonces un proyecto diferente al de la invasión, el del llamado Bloqueo Continental, mediante el que se pretendía ahogar económicamente a Inglaterra impidiéndole comerciar con todos los países europeos. Pero para ello era necesario dominar Portugal, país tradicionalmente aliado

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INTRODUCCIÓN

de Inglaterra que no aceptaba dicho bloqueo. A tal efecto se firmó con España un nuevo tratado, el de Fontainebleau, en 1807, con el proyecto de dividir el territorio portugués en tres partes, una de las cuales correspondería a Godoy, y con el compromiso por parte de España de permitir el paso de las tropas napoleónicas. De esta manera, a la altura de los inicios de 1808, España se encontraba ocupada en la práctica por tropas francesas cuyas intenciones pronto se iban a poner de manifiesto. Ese será el punto de partida del próximo tema.

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PRIMER BLOQUE DEL ANTIGUO RÉGIMEN AL ESTADO LIBERAL

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