aproximaciÓn a la estÉtica (eidos) desde el mundo y...
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APROXIMACIÓN A LA ESTÉTICA (EIDOS) DESDE EL MUNDO Y LA
TEMPORALIDAD DE ISMAEL PASOS EN LOS EJÉRCITOS DE EVELIO
ROSERO.
:
JHON ALEXANDER MARTÍNEZ TORO
Cód: 20072160059
Director:
PEDRO JOSÉ VARGAS M.
UNIVERSIDAD DISTRITAL FRANCISCO JOSÉ DE CALDAS
FACULTAD DE CIENCIAS Y EDUCACIÓN
LIC. EN EDU. BÁSICA CON ÉNFASIS EN HUMANIDADES Y LENGUA
CASTELLANA
BOGOTÁ.
JUNIO 2017
2
RAE
1. Información general
Título del documento Aproximación a la estética (eidos) desde el mundo de la
vida y la temporalidad de Ismael Pasos en los ejércitos de
Evelio Rosero.
Autor Jhon Alexander Martínez Toro
Director Pedro José Vargas M.
Año de terminación 2017
Tipo de documento Trabajo de grado para optar por el título de Licenciado en
Educación Básica con énfasis en Humanidades y Lengua
Castellana
Palabras claves Mundo de la vida, temporalidad, eidos, memoria,
presentificación.
2. Descripción
El presente trabajo comprende un análisis literario desde la fenomenología, en el que se
parte del abordaje vivencial de las experiencias que son relatadas en la novela por su
protagonista como constituyentes de la subjetividad del personaje atada al contexto de la
guerra que en la obra se presenta. Esta forma del relato es la que posibilita el camino
escogido como un recurso para aproximarse a su sentido estético antes que a los
elementos formales o su contextualización política. Con la caracterización del mundo de
la vida y la temporalidad de Ismael Pasos abordados como fenómenos que acontecen en
la obra y caracterizan una mirada particular sobre la violencia y sus efectos, se intenta
una aproximación al carácter estético de la obra, en tanto se retoman los elementos antes
mencionados para enunciar uno de los múltiples sentidos que la novela adquiere en su
contacto con el lector y la experiencia estética que surge como producto de este contacto,
más allá de las limitaciones que comprende la explicitación de dicha experiencia en el
terreno del lenguaje.
3
3. Fuentes
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3. Contenidos
El análisis realizado se divide en cuatro momentos: En el primero se enuncia el problema
que conlleva al análisis de la obra y con ello, el interés en abordarla desde la perspectiva
fenomenológica, teniendo en cuenta el estado del arte en que se encuentra la obra en el
contexto académico y algunas consideraciones correspondientes a la violencia en la
literatura colombiana, (en especial de la literatura del sicariato) como pretexto para
encaminar este esfuerzo hacia la comprensión de la guerra en el sufrimiento que ocasiona
en sus víctimas como posibilidad latente en la obra de Rosero.
5
En un segundo momento se enuncian los referentes conceptuales que atraviesan este
acercamiento a la obra literaria y con ellos, el camino que el presente análisis pretende
recorrer. Conceptos como mundo de la vida, temporalidad y memoria se hacen
pertinentes para consolidar una aproximación fenomenológica al sentido estético que se
encuentra presente en la novela.
El tercer momento constituye el uso de estas herramientas para realizar el análisis de las
vivencias que constituyen el mundo de Ismael Pasos y su vivencia del tiempo. En ellos se
aprecia la influencia de la guerra y la violencia desde la sensibilidad expresada en las
valoraciones y recuerdos del personaje narrador a lo largo de su relato, y de cómo estos
reflejan la afectación del personaje y con ello, la visibilización de la violencia como
vivencia sufrida por sus víctimas en todas sus formas, como la desaparición, el secuestro
y la impotencia de los protagonistas frente a la sombre de la guerra que se apodera del
pueblo.
Finalmente, se explicita este sentido vivencial de la guerra mediante el acercamiento al
sentido eidético, entendido como la estética de la obra, en el que se resalta la experiencia
del desarraigo y la destrucción del mundo previo al empoderamiento de la guerra sobre
los habitantes de San José como agentes que visibilizan el horror de la violencia vivida y
sentida en voz de Ismael, desde le vivencia de la memoria del personaje a través de
presentificación como la ruta posible hacia el carácter estético de la obra, que permite
sobrecogerse con el sufrimiento de personajes que se sienten humanos en tanto más
cercanos y abiertos se presentan al lector en la obra y despertar la reflexividad sobre los
efectos de la guerra.
4. Metodología
Se parte del acercamiento a la estructura interna de la obra, entendido éste como el
acceso a las vivencias de la guerra a través de la caracterización de la subjetividad del
6
personaje constituida por su mundo de la vida y la temporalidad expresada en sus
vivencias, lo que permite destacar el aspecto anímico y emocional como componente
fundamental en el acercamiento a la estética de la novela. En el último momento del
análisis, se usan estas consideraciones para expresar parte de la experiencia estética
particular de la novela, que se hace posible en el sentido que se constituye mediante el
abordaje fenomenológico de la misma.
5. Conclusiones
Las vivencias del personaje y el mundo de la vida que es presentado como una oposición
entre la vida y la muerte circundante en los recuerdos de Ismael son transformados por la
llegada inminente de la guerra. A partir de este momento se tienen de primera mano las
transformaciones que produce la guerra en la consciencia de Ismael, su mundo y la
desterritorialización con la pérdida de su mundo y la imposibilidad de constituirse en el
mundo que ofrece la guerra
La temporalidad en Ismael como elemento constituyente de su mundo también se ve
trastocada por el paso de la guerra, en cuanto los recuerdos y vivencias de Ismael sufren
un desdibujamiento que se consolida con la perdida de la esperanza reflejada en la
desaparición de Otilia, y que se afirma en la pérdida de referentes temporales que le
permitan identificar su tiempo dentro del tiempo de la incertidumbre que genera la
muerte que acecha al personaje.
El relato se configura como una experiencia del eidos particular de la novela y de la
experiencia en sí, expuesto en la sensibilidad hacia la víctima que es desarraigada de su
tierra en el plano de las afecciones y los sentimientos que configuran subjetividades. Un
mundo al cual no es posible volver. La recreación de la violencia transmitida con toda su
crudeza, que mantiene vivas las memorias de aquellos que vivieron y murieron en medio
del sitio invisible y eficaz de un fantasma que acecha con llevárselo todo, es el principal
elemento vinculante de la obra con la dimensión sensible del ser humano.
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Tabla de contenido
RAE ........................................................................................................................................ 2
1. Introducción .................................................................................................................... 8
1.1. Objetivo general ..................................................................................................... 12
1.2. Objetivos específicos ............................................................................................. 13
1.3. Justificación ........................................................................................................... 13
2. Marco conceptual .......................................................................................................... 17
Capítulo I
3. Aproximación conceptual a la obra literaria desde la fenomenología. ......................... 25
3.1. La temporalidad ..................................................................................................... 27
3.2. Mundo de la vida ................................................................................................... 32
3.3. Caracterización del eidos ....................................................................................... 34
Capítulo II
4. El mundo de Ismael y sus tensiones frente a la violencia. ............................................ 36
4.1. El mundo de Ismael: acercamiento fenomenológico a la vida del personaje ........ 38
4.1.1. Otilia en la vida de Ismael. ............................................................................. 40
4.1.2. La búsqueda de Otilia como resistencia ante la desesperanza........................ 42
4.1.3. El relato en medio de la guerra: La vivencia del horror. ................................ 44
4.2. La temporalidad en las vivencias de la guerra ....................................................... 46
4.2.1. La reinvención de la violencia como fenómeno. ............................................ 47
Capítulo III
5. Acercamiento al eidos en la obra. ................................................................................. 53
5.1. La estética de la obra de Rosero: la violencia que se siente. ................................. 57
5.2. Memoria y presentificación ................................................................................... 60
6. Conclusiones. ................................................................................................................ 64
7. Bibliografía.................................................................................................................... 67
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1. Introducción
El presente trabajo comprende un esfuerzo por analizar la novela escrita por Evelio
Rosero: “Los ejércitos”, desde un punto de vista fenomenológico que permita integrar
dentro del análisis las vivencias anímicas, emocionales y racionales como un conjunto de
experiencias mediante las cuales se posibilite un camino al sentido estético de la obra, más
allá de su carácter político o ideológico.
Se parte de la pertinencia del abordaje de la novela en cuanto a sus particularidades,
como la ausencia del afán por caracterizar a los actores armados y brindarles una
justificación, así como el carácter íntimo del relato en voz de un solo personaje que le
brinda al lector una compleja lectura de su propia subjetividad, a partir de la cual se obtiene
una lectura particular de la guerra, que reivindica la dimensión subjetiva de quienes sufren
en silencio una guerra absurda e incomprensible. En esta obra se cuenta la historia de
Ismael, un profesor jubilado de un pueblo pequeño que es consumido por una guerra
omnipotente, impredecible y absurda, que transforma el mundo de Ismael y el de todos los
habitantes y con ello, su forma de constituir el mundo, sus vivencias del tiempo, sus
recuerdos y olvidos.
Si bien el tema de la violencia en la literatura colombiana ha sido ampliamente
abordado y por tanto existe ya un amplio compendio de obras al respecto, es posible
9
encontrar en algunas un intento por revelarnos de manera crítica los complejos procesos de
subjetivación, de conflicto y crisis de subjetividades constituidas o alteradas a causa de la
violencia. Estas obras se caracterizan porque su relato “ha superado plenamente lo
testimonial o anecdótico para constituirse en una construcción artística significativa”
(Valencia; 2007, p. 28) como es el caso de la obra del colombiano Evelio Rosero, en la
cual se destacan elementos de la literatura actual colombiana a partir de la mencionada
visibilización de las víctimas, sus afecciones, pensamientos y expresiones, tema que no ha
sido muy destacado en la literatura reciente del país como lo muestra el relato de Ismael.
En este sentido, se hace pertinente preguntarse por su carácter estético, su esencia, el
eidos (Guevara; 2014, p. 28) del cual se obtiene el significado de la novela, y que se
intentará abordar desde conceptos de análisis fenomenológico que permitan dilucidar la
obra como un conjunto pleno de significaciones dadas por las vivencias relatadas.
Conceptos como “temporalidad” y “mundo de la vida” serán el camino desde el cual se
llevará a cabo el análisis. Luego se abordará el eidos de la novela a partir de la posibilidad
de diálogo con la obra que brinda el análisis previo de las vivencias del personaje-narrador
para reconocer el eidos a partir del análisis de las vivencias de la guerra y del tiempo que
acontecen a Ismael Pasos en la novela de Rosero en conjunto con la experiencia sensible de
la obra.
En la obra de Evelio Rosero, la violencia se manifiesta permanentemente en los
recuerdos y vivencias de sus personajes como un fenómeno que escapa a una explicación
10
racional o a su comprensión plena. Esta violencia, entendida como un absurdo irreductible
a cualquier justificación política, ideológica y social, a lo largo de la novela “Los ejércitos”
del autor colombiano, se constituye como referente del miedo y de la desesperación
reflejados en el relato de Ismael Pasos, quien ve cómo desde el atentado a la capilla de la
iglesia de San José, un Jueves Santo, (momento que es recordado en el comienzo de la
novela) el pueblo es sumergido en la incertidumbre y la incomprensión al tiempo que su
ethos se ve afectado conforme se torna infructuosa la búsqueda de su esposa desaparecida,
de quien no se vuelve a saber más que por las evocaciones del personaje añorando su
compañía . A lo largo de la obra se afirma la postura política del autor ante el contexto
social al que responde su obra, al tiempo que refuerza la elaboración artística de la
representación de la violencia y las secuelas de la guerra.
Sin embargo, este segundo aspecto (el artístico) ha sido poco analizado, pues en los
trabajos realizados hasta ahora se aborda la novela a partir de la violencia desde un especial
énfasis en la dimensión política de la obra. La pregunta que se hace aquí surge del interés
en abordar de lleno el carácter estético de la novela a partir de una mirada fenomenológica
a las vivencias que son relatadas en ella. En este sentido se pretende recorrer un camino que
nos lleve a caracterizar los aspectos esenciales de la obra partiendo del análisis de la
vivencia del personaje en el mundo que este nos presenta con su relato. La temporalidad en
su relación con la pérdida de los referentes de identificación del profesor como sujeto, en su
incapacidad de adaptarse, o de comprender la guerra que apareció para consumir al pueblo,
llevarse a sus habitantes y convertir a Ismael Pasos en una sombra que transita los caminos
de su pueblo sin reconocerlos, aguardando la muerte mientras intenta resistirla aferrándose
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a la esperanza de encontrar a Otilia. La pregunta que se plantea es: ¿Qué elementos del
mundo de la vida de Ismael Pasos en Los ejércitos de Evelio Rosero, permiten reconocer en
la obra su carácter eidético (entendido como lo bello o lo estético)?
Para responder a este interrogante, se establece un análisis de las vivencias que
acontecen en la obra y la forma en que estas se correlacionan con el ethos o carácter
subjetivo del personaje de cuya voz se tiene de primera mano los sucesos de la obra en una
perspectiva abiertamente subjetiva y anímica, capaz de transmitir las emociones, deseos
anhelos y esperanzas de Ismael en su confrontación con la guerra que se apodera del
pueblo. Esto como primer momento en que se intenta constituir el mundo de la vida de
Ismael y las afecciones que lo trasforman a lo largo de su relato. Posteriormente se
retomarán algunas de estas observaciones para analizar la vivencia del tiempo y de la
temporalidad reflejada en recuerdos de situaciones, personajes y vivencias expresadas por
el personaje con el fin de poner el acento en el papel de la memoria y la temporalidad como
ejes de la reflexividad del personaje, al ver que estos son transformados por los eventos
violentos que destruyen el mundo previo a la guerra. Con estos elementos abordados como
fenómenos que acontecen en la obra y caracterizan una mirada particular sobre la violencia
y sus efectos, se intentará una aproximación al carácter estético de la obra, en tanto se
retoman los elementos antes mencionados para enunciar uno de los múltiples sentidos que
la obra adquiere en su contacto con el lector y la experiencia estética que surge como
producto de este contacto, más allá de las limitaciones que comprende la explicitación de
dicha experiencia en el terreno del lenguaje.
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Así las cosas, se parte de la caracterización de los antecedentes que relacionan el
tema de la violencia en Colombia, y también, de los análisis realizados previamente a la
novela escogida para el presente trabajo. Posteriormente se presentará un esbozo de los
conceptos fundamentales para el abordaje de la obra, que será profundizado en relación al
tratamiento que estos conceptos tendrán en el análisis en el primer capítulo. En el segundo
capítulo se llevará a cabo el análisis de la novela a la luz de los sucesos y vivencias que
dentro de la obra caracterizan al personaje, su mundo y su relación con otros personajes y la
violencia representada, desde el mundo de la vida y la temporalidad del personaje. El tercer
capítulo cierra retomando los aspectos abordados para resaltar la vivencia de la guerra
como fenómeno percibido desde la experiencia sensible al estar enfrentado a los horrores
que Ismael pasa antes de morir con su relato, con lo que se aborda el carácter estético de la
novela presente en su dimensión anímica, más allá de la estructura formal de la novela a
partir del análisis que desemboca en el dialogo con el universo simbólico de Los ejércitos y
el sentido que adquiere, de los múltiples que puede tener y que son igualmente válidos, a
partir de la mirada expuesta en el abordaje mismo.
1.1. Objetivo general
Reconocer el eidos a partir del análisis de las vivencias de la guerra y del tiempo
que acontecen a Ismael Pasos en la novela de Rosero en conjunto con la experiencia
sensible de la obra.
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1.2. Objetivos específicos
- Analizar el mundo de la vida de Ismael y las afectaciones que este sufre a partir de la
irrupción de la violencia en San José
- Examinar la temporalidad de Ismael y con ella, las nociones de tiempo objetivo y
subjetivo en la novela y las relaciones que constituyen la subjetividad del personaje
narrador y sus modificaciones
- Establecer un dialogo a través de las percepciones encontradas en el análisis previo que
permita acercarse al sentido estético de la novela y su relación con la realidad social y
cultural en la sociedad colombiana.
1.3. Justificación
La novela colombiana en los últimos 25 años ha centrado su mirada en la
representación del fenómeno de la violencia que padece Colombia desde los orígenes de su
historia republicana, y nos ha mostrado diferentes formas en que ésta afecta tanto a quienes
la ejercen como a quienes la padecen. Estas miradas han expuesto con claridad la
degradación del tejido social y el cómo asumimos en la cotidianidad, la realidad de nuestro
país, representada en el conflicto y la violencia del diario vivir. Por ejemplo, la “literatura
del sicariato” (Osorio, 2008), refiere el conjunto de novelas que tienen el centro de su relato
en la figura del “sicario”, como el antihéroe que refleja el estado de descomposición de la
sociedad colombiana a través de su relación con el mundo, los otros y consigo mismo.
Dentro de esta categoría se encuentran novelas como La virgen de los sicarios (1994),
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Morir con papá (1997), Rosario Tijeras (1999), y Sangre ajena (2000), entre otras, que nos
muestran el escenario de la violencia en las grandes ciudades, y las experiencias que
alimentan la percepción del otro como alguien que no es igual a mí.
A partir de este escenario, en el que los protagonistas de la guerra han sido el
fundamento de buena parte de la literatura reciente en Colombia, la novela de Rosero ha
cobrado relevancia por su forma particular de narrar la violencia en Colombia por medio de
la representación de un pueblo que es consumido por la guerra. Esta mirada y relevancia no
ha pasado desapercibida por la academia y en pos de caracterizar sus particularidades se
han realizado varios análisis desde diferentes posturas.
En 2008, Cesar Valencia Solanilla, en “Contrapunto y expresividad en Los ejércitos, de
Evelio Rosero” afirma que el acierto estético de la novela se dio mediante la contraposición
entre el erotismo y la muerte, que sobrecoge al lector y lo sacude ante la voracidad de la
guerra que consume el deseo voyerista del personaje-narrador.
En “La novelística de Evelio Rosero Diago, los abusos de la memoria” (2011), Paula
Marin nos muestra a través del análisis de las similitudes y diferencias entre las novelas del
escritor, cómo en éstas se evidencia que el espacio originario del individuo (la casa) es
violentado a causa del fracaso del proyecto moderno de civilización en Colombia, lo que
conlleva a la desesperanza y el fatalismo, que es superado a través del sacrificio: “Así
mismo, la muerte, el sacrificio, es un acto de purificación, despierta las fuerzas
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adormecidas creadoras de la evolución, implica la transmutación de un destino, es decir,
implica la salida de una situación fatalista” (Marín; 2011, 155)
En “Los ejércitos: novela del miedo, la incertidumbre y la desesperanza” (2014), Ivan
Padilla analiza de forma particular la novela “Los ejércitos”, para evidenciar el carácter
estético de la misma al renunciar a cualquier intento de caracterización sociológica, y de
este modo, resaltar el aspecto vivencial, anímico, de la guerra, en voz de un personaje cuyo
ethos moderno le permite apartarse de las convenciones culturales tradicionales
colombianas (Iglesia y Estado) y cuestionar sus discursos hegemónicos, en medio de la
desaparición de sus habitantes y del mismo narrador, lo que refuerza el carácter crítico de la
novela en su postura frente al contexto histórico que la atraviesa.
María Juliana Martínez, publica su monografía “Mirar lo violento: Rebelión y exorcismo
en la obra de Evelio Rosero” (2012), en la cual expone el carácter estético y político de la
obra de Rosero en tres de sus novelas: “Señor que no conoce la luna” (1992), “En el
lejero” (2003), y “Los ejércitos”, que lo distancia, con el abordaje del tema de los
desaparecidos, de los lugares comunes del fatalismo en la literatura colombiana que relata
la violencia, al tiempo que construye un espacio de agencia y visibilización de las victimas
invisibles de la violencia, y los mecanismos de poder con los que se oprime y silencia en
Colombia y en América Latina.
Por su parte, Javier Gomez, en su monografía “El espacio narrativo en tres novelas de
Evelio Rosero” (2013) analiza como desde el espacio narrativo se evidencia en tres de las
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novelas de Rosero “Señor que no conoce la luna”, “Los almuerzos” (2001), y “Los
ejércitos” la progresión de los personajes y sus relaciones con la violencia que ejercen y
sufren, dentro de estos espacios que condicionan sus actuaciones; el marco emocional,
psicológico y social determinado o afectado por el contexto violento en que se encuentran.
En síntesis, se puede afirmar que la obra de Evelio Rosero ha sido exaltada en los diferentes
análisis a las que ha sido sometida por su carácter narrativo particular, que rompe con la
narrativa colombiana de la violencia que se remite a lo anecdótico, o que es incapaz de
superar el fatalismo. Estos trabajos académicos concuerdan en situar a Rosero dentro de los
escritores más relevantes de la actualidad, por el compromiso literario y político presente en
sus obras, que permiten reflexionar sobre la naturaleza del conflicto armado en Colombia,
sus secuelas y sus víctimas. En sus obras asistimos a una violencia que no puede ser
reducida a simples descripciones pretendidamente “objetivas”, distanciadas e indiferentes
de lo que sucede, o narraciones que se justifican y lamentan desde la fatalidad insuperable.
En Rosero, la violencia está presente en el acto de escritura misma, que se refleja en la
incapacidad de los personajes para dar cuenta de manera completa y detallada lo que ocurre
en su mundo. Como dice Martinez (2012) “La dificultad de ver, íntimamente relacionada
con la de comprender, vulnera nuestro privilegio como lectores al despojarnos de las
prerrogativas que consideramos más propias de dicha posición. Esto moviliza una
percepción más compleja, menos arrogante y distanciada de la experiencia de la violencia
y nos conmina a tomar un papel más activo y crítico de la manera en que dicha experiencia
es construida y reproducida.” (p. 24-25).
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Así mismo, la obra de Rosero se encuentra dentro de la literatura que, en Colombia,
ha servido durante gran parte de su historia para evocar el dolor de la violencia y la huella
que deja en nuestra cultura, pues “al contar afirma y exorciza el dolor y el horror, hace
señalamientos internos y atiende a las crisis” (Giraldo, 2008; 22). La obra de Rosero entra
en esta caracterización, pues en sus páginas se puede ver reflejado el horror de la violencia
desde el punto de vista de sus víctimas, quienes vivencian la guerra y la evocan en medio
de sus vivencias cotidianas
Aunque Evelio Rosero ya cuenta con varios premios de literatura por sus novelas “Los
ejércitos” y “La carroza de Bolívar” (2012), su obra novelística reciente es poco conocida y
difundida. Es así como considero pertinente, mediante el análisis de su obra, rescatar la
relevancia del aporte que “Los ejércitos” le brinda a la comprensión del fenómeno de la
violencia vivida en Colombia a través de la experiencia estética presente en su
representación.
2. Marco conceptual
El siguiente apartado constituye un esbozo que resume los conceptos fundamentales que
desde la fenomenología serán abordados para acercarse a la novela de Rosero desde la
caracterización del personaje literario (Ismael) el mundo de la vida y la temporalidad que
dentro de este mundo narrado por él constituye su subjetividad, y así mismo, las vivencias
de la guerra como sucesos que acontecen al personaje y afectan su modo de estar en el
mundo Así como se abordará la memoria como elemento fundante de las vivencias de la
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guerra, con el fin último de lograr un acercamiento a la experiencia estética de la novela,
teniendo en cuenta la presentificación como posibilidad de diálogo con los sentidos que
guarda la obra literaria.
Para acercarse a la dimensión vivencial de la obra es preciso comprender ésta como “una
realidad válida por sí misma, que hay que comprender en cuanto tal” (Beguin; 1986, p.
206), algo que escapa a un intento de caracterización sociológica, política o perteneciente a
cualquier área del pensamiento moderno que supedite la literatura a un fin ajeno a ella
misma. En este sentido es que surge la fenomenología como un camino, un horizonte de
análisis posible, en el cual se rescata la obra literatura como diría Pierre Grotzer en su
introducción al texto “Creación y destino” de Albert Beguín: “un entendimiento de las
relaciones entre las ideas, entre los sentimientos y entre las cosas” (p. 9) Allí, la
fenomenología puede ser entendida como la ciencia del mundo que “experimentamos
vinculando al hombre y a su historia, como un mundo pleno de sentido, de sentido que se
ha sedimentado en el lenguaje y del cual nos apropiamos a través de la comunicación, del
aprendizaje o de la tradición” (Herrera; 2002; p. 11) No es posible desligar al hombre de
su experiencia vivida y de su historia, de su mundo, del mismo modo en que no podemos
desligar a la obra literaria de su sentido estético, centrándose únicamente en algún contexto
académico en que se convierte en una mera herramienta para una discusión que la toma
como punto de partida, pero que se olvida de ella en tanto es usada como un objeto de
documentación. Carlos Guevara (2014) nos señala “su valor simbólico, su constitución
subjetiva exactamente, la que hace que una obra se revele como instancia válida y
entrañable forma de mirar hacia nuestro propio interior” (p. 30) como el punto de llegada
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de un acercamiento a la estética de una obra literaria, que la comprende como algo de lo
cual solo tenemos conciencia cuando aparece ante nosotros, como el mundo que se hace
posible a partir de “la certeza del mundo” (Herrera; 2002, p.11)
En este sentido, se intenta abordar la subjetividad del personaje narrador, Ismael
Pasos, como el punto desde el cual emerge el relato que Rosero pone de relieve para hacer
aparecer a la conciencia del lector el entramado de ideas pensamientos y experiencias del
personaje como un todo que permite acercarse a la vivencia pura de la guerra, del mismo
modo en que una subjetividad se constituye al ver “(…) en la reflexión cómo la realidad se
me hace presente en el torrente de mis vivencias y cómo mis vivencias en la variedad de
sus formas – imaginar, percibir, amar, desear, recordar – constituyen una manera
determinada de Yo hacerme presente en la realidad y una manera determinada de
hacérseme presente la realidad” (p. 15)
El personaje literario, siguiendo a Sosa (2007), es concebido como una
representación elaborada por la conciencia del escritor que le permite exponer su
intencionalidad socio histórica en el relato subjetivo que el escritor usa para representa a su
personaje:
Es la conciencia del escritor la que formula una determinada visión de mundo y del
hombre referido a sus posibilidades. Tener conciencia del hombre y de sus posibilidades
en base a un contexto socio - cultural determinado (epojé fenomenológica) es lo que
define la concepción de un personaje como “el residuo fenomenológico” (…) En él recae
toda una lectura de la tradición histórica que lo rodea y la circunstancia socio - cultural
que lo convierte en una descripción eidética de la realidad. (p. 159)
20
A partir del análisis de Sosa es posible preguntarse por los modos de ser de Isamel,
por la forma en que sus vivencias y afecciones constituyen se subjetividad, y cómo esta se
nos presenta en la lectura de la obra como una acercamiento a la esencia de nuestra realidad
colombiana. Los modos de hacer presente el mundo de un personaje en la obra literaria,
acontecen siempre dentro del mundo de la vida entendido como lo que subyace a la
conciencia de algo, es decir, el “a priori universal concreto” (Herrera; 2012, p.13) que
siempre aparece como dado, y a partir del cual se dan los mundos particulares que
constituyen la experiencia de la persona en el mundo. El sujeto así concebido, está siempre
ligado al mundo como “ser intersubjetivo” que adquiere y hace suyos creencias, valores y
pensamientos que constituyen el mundo de la vida como “horizonte de toda posible
realización” (p. 33)
El mundo de la vida de la persona, en tanto esta se hace consciente de su existencia,
no sería posible sin una verbalización de la misma persona, es decir, sin un lenguaje que
permita configurar las vivencias que constituyen a la persona y su lugar en el mundo de la
vida. Siguiendo a Guevara podemos afirmar que “Tener mundo de la vida es poner en
evidencia la facultad de poder decir algo sobre sí mismo –como persona y como miembro
de una colectividad- en el ámbito histórico y cultural en que se existe” (2014; p. 32). En
este sentido, la reflexión fundamenta la consciencia humana del mundo, al tiempo que hace
aparecer al mundo en la palabra, en tanto se apropia de él, lo convierte también en su
mundo, cargado de la significación histórica y cultural que hereda y que también está
inscrita en el lenguaje mismo, dado por varias estructuras de la consciencia que Vargas
Guillen (2011) considera fundamentales para que el sujeto pueda darle sentido a sus
21
vivencias: la espacialidad, la lengua, la espacialidad y la temporalidad (p. 4) siendo esta
última de suma importancia para el análisis, en tanto esta determina la reflexividad del
sujeto. “El Yo del último Husserl está determinado expresamente por la estructura de la
temporalidad, que lo convierte en un ser histórico, en un ser en devenir” (Herrera; 2002, p.
34) En la temporalidad, el sujeto se reconoce a sí mismo a medida que vivencia el tiempo
que transcurre, lo que le permite reconocerse en un tiempo pasado en el presente mismo y
hacia un futuro posible. Es en sí la base de la reflexión en el ser humano en términos
fenomenológicos.
Se comprende entonces que la temporalidad no es tan solo la consciencia del tiempo
objetivo, es decir, el tiempo calculable y medible con la ayuda de relojes y calendarios
basados en la disposición de nuestro planeta en relación consigo mismo y con el sol. La
temporalidad constituye nuestra mirada hacia el mundo: “En mi presente, si lo capto aun
viviente con todo lo que implica, hay un éxtasis hacia el futuro y hacia el pasado que hace
aparecer las dimensiones del tiempo, no como rivales, sino como inseparables: ser ahora
es ser siempre y ser para nunca jamás. La subjetividad no está en el tiempo porque asume
o vive el tiempo y se confunde con la cohesión de una vida” (Merleau Ponty; 1993; p. 430)
En ella, pasado, presente y futuro son instancias desde las que el ser se reconoce a sí mismo
y al tiempo que vivencia, por lo tanto, no se puede desligar al sujeto del tiempo que
vivencia, pues ése tiempo no es ajeno a él, por el contrario, es el tiempo que lo constituye.
Siguiendo a Heidegger, la temporalidad expresa “lo que hace posible el estar-por-delante-
de-sí-estando-ya-en (…) Los movimientos que se dan en la naturaleza y que definimos
espacio-temporalmente, acontecen “en” el tiempo sólo porque su ser queda descubierto en
22
cuanto a su naturaleza pura y simple. Acontecen “en” el tiempo que nosotros mismos
somos” (2006; p. 399)
Dentro de la vivencia del tiempo, el recuerdo se torna fundamental en el análisis de la
novela, en tanto es posible identificar que en allí la vivencia del tiempo se hace posible a
través del desdoblamiento del sujeto en el que se hacen presentes el que recuerda y el
recordado, como una variación ó gradación (Guevara; 2004, p.122) de la vivencia
originaria ocurrida en un presente que ha sido dejado atrás en el flujo de las vivencias que
constantemente empujan la experiencia al pasado. María Iribarne describe esta operación
como una asociación funcionante que posibilita la memoria como un reconocerse de sí
mismo en vivencias pasadas y futuras, en las que un sujeto se identifica a sí mismo. Estas
rememoraciones (2005; p. 46) están relacionadas, como se dijo antes, con la reflexividad, o
“actitud reflexiva” que toma distancia de la cotidianidad y de lo que acontece al ser en el
presente, lo que lo diferencia de la “actitud natural” que está inmersa en el presente “Se
trata de la posibilidad concreta de todo hombre de decidirse libremente a tomar distancia
de su experiencia cotidiana para tomar conciencia en un presente viviente de esa vida
trascendental que opera en la cotidianidad en forma anónima” (p. 51).
En este sentido Blair señala la capacidad de la memoria para representar vivencias
relacionadas con el dolor y la pérdida: “El presente desde la posibilidad de resignificar el
sentido de ese pasado y poder dejarlo atrás, y el futuro, desde las potencialidades y/o los
beneficios de la memoria, al permitir poner el acento en el futuro” (Blair; 2005, p. 15) Así
mismo, el olvido posibilita la memoria, en tanto "(…) puede estar tan estrechamente unido
23
a la memoria que puede considerarse como una de sus condiciones" (Ricoeur; 2003, p.
546). e indica la intencionalidad del sujeto en lo que recuerda y la forma en que se ven
reflejadas sus afecciones, su mundo y su ethos en ese recordar, dirigen el análisis hacia la
constitución eidética del personaje literario como una reconstrucción sus percepciones y
afecciones como lo que “expone los sentimientos del personaje como un significado y como
parte del contenido que devela el sentido de la narración.” (Sosa; 2007, p. 176)
Con el análisis del personaje, su temporalidad y su mundo de la vida como
expresiones que guardan el carácter eidético de la obra literaria, entendido éste como “algo
esencial que se comparte y que surge de repente para conmover el ánimo del receptor en
ese acto profundo de diálogo y contrastación del universo de la obra con la constelación
de vivencias de su propio universo” (Guevara; 2014, p. 26) se hace pertinente la
caracterización de la esencia de la novela con relación a la respuesta a una angustia que el
escritor denota su intencionalidad al ponerla en su texto a través de “ritmos, palabras
privilegiadas (…) que son un atributo tan íntimo del escritor como su cara, su forma de
caminar, o el rasgo de su escritura sobre un papel en blanco” (Beguín; 1986, p. 204) y que
al mismo tiempo contiene una verdad, una esencia, algo que nos es común a los seres
humanos y que hace que la obra alcance un carácter esencial que toca al lector al
compartirle una experiencia que constituya quizás el recuerdo de algo que hace que el ser
humano se conozca a sí mismo, en tanto “no tratamos de conocer la poesía, sino al
hombre” (p. 157) y que la obra ofrece ese contacto con la dimensión fenoménica de la
experiencia humana ligada al mundo en que acontece y a la persona quien la vive.
24
De este modo se llega al concepto de presentificación como la vivencia misma de la
obra literaria, en la que a partir del análisis de la obra como un todo construido desde la
intencionalidad del autor reflejado en el mundo de la vida y la subjetividad de su personaje,
como un mundo nuevo, mediado por la experiencia estética de la novela, en la que “no
tiene pasado ni futuro (la obra). Se funde en un instante de la vivencia, y en relación
esencial con la existencia de quien se aproxima a ella, se hace entonces reveladora y
portadora de verdades trascendentes” (Guevara; 2014, p. 112). En conclusión, un nuevo
sentido de la obra literaria que se actualiza con la mirada del lector y la aproximación que
hace a ella.
25
CAPITULO I
3. Aproximación conceptual a la obra literaria desde la fenomenología.
La obra literaria es, ante todo, una expresión humana, aquella que trata de responder
a las tragedias, vicisitudes y complejidades existenciales que no encuentran respuesta, o
más bien, un lugar de expresión irreductible a cualquier intento de cosificación, de
expresión inerte en un marco conceptual alejado de la experiencia humana. Siguiendo a
Beguín (1986) podemos afirmar que “(…) no hay expresión que no sea el grito de un ser
humano, no hay poesía ni conocimiento que no trate ante todo de responder a una
angustia” (p. 152). En este sentido, para analizar la obra literaria de Rosero, es preciso
comprender esta experiencia humana como tal, en un marco de interpretación que no
desligue a la persona y su experiencia del mundo en el cual vive y experimenta, como un
escritor que juega con las experiencias de su vida cotidiana y mediante la mímesis convierte
lo ordinario en trascendental a través de la poesía y la literatura o el personaje que hace
aparecer el mundo que habita en su relato, comprendiendo que ese es su mundo, el que lo
constituye, base de sus experiencias y sin el cual, no se podría acceder a él.
Daniel Herrera en su libro: “La persona y el mundo de su experiencia” (2002)
afirma que “La experiencia humana sólo es posible a partir de la certeza del mundo”
(p.11) refiriéndose a la imposibilidad de abstraerse del mundo para comprenderlo o
enunciar una “verdad”, pues esta verdad es parte de la experiencia del mundo mediante la
cual fue posible llegar a ella. En este sentido, no es posible desligar al mundo del hombre
que lo habita y, siguiendo este pensamiento en relación con la novela “Los ejércitos”, no se
26
puede separar a Ismael del mundo que nos muestra con su relato, pues un acercamiento
atomizado hacia la obra literaria solo se alejaría de la misma y de su significado en relación
con el mundo que Rosero presenta en voz de su personaje-narrador.
Así pues, se reconoce la importancia de abordar la obra literaria como fenómeno, en
tanto permite verla como una “vivencia, llena de recuerdos, de voces, tonos y colores, de
rumores, de imágenes” (Guevara; 2014, p. 104) Desde este punto de vista, el análisis de la
experiencia poética de la obra a través del relato del narrador-personaje se hace posible,
teniendo en cuenta que en esta correlación entre el hombre, el mundo que lo rodea y en el
cual le es posible ser, se expresa la dimensión estética de la novela. Siguiendo el análisis de
Padilla Chasing se puede encontrar esta correlación como el punto de partida desde el cual
se pueden comprender las experiencias del personaje en la obra, pues “Al ausentarse del
relato como narrador- autor, o simplemente como una voz que focaliza desde el exterior el
mundo representado, y unificar la información a través de una sola subjetividad, se tiene
de primera mano, la intimidad del personaje, las causas del problema tratado, el estado
anímico, la vivencia del tiempo, etc.” (p. 125) Esta intimidad a la que refiere Padilla,
referida a las vivencias de Ismael Pasos en torno a la violencia que padecen él y su pueblo a
manos de los ejércitos, es el centro de la cuestión que se pretende indagar aquí.
En este sentido se abordaran dos conceptos esenciales para la comprensión de la
novela en su dimensión estética y su relación con el contexto al que pertenece: La
temporalidad y el mundo de la vida. En una se entiende que el tiempo como vivencia es
constituyente de la subjetividad misma, pues “(…) nace de mí relación con las cosas”
27
(Merleau Ponty; 1993, p. 418), mientras que en otro se haya el substrato de toda
experiencia humana.
3.1. La temporalidad
Para comprender el tiempo como una vivencia es preciso alejarse de la noción
tradicional del tiempo moderno, es decir, que el tiempo del que se habla aquí no es el
tiempo medible, cronológico, objetivo, con el cual vivimos nuestra cotidianidad. No es una
simple sucesión de momentos que llenan el presente y nos hacen ver el pasado y el futuro
como nociones que vienen de fuera del sujeto, de ese tiempo objetivo. El tiempo entendido
como vivencia parte del yo, de la consciencia de estar en el mundo, pues a partir de ella se
entiende que hubo un antes, un ahora y un después. Estas nociones que provienen de la
consciencia de estar en el mundo nos dicen que “la consciencia despliega o constituye el
tiempo” (Merleau Ponty; 1993, p. 422). En este sentido, Herrera refiere la temporalidad a
partir de la relación del yo con su vivencia del tiempo que constituye, precisamente, a partir
de la consciencia:
El Yo se define a partir de sus horizontes temporales. Es la expresión dialéctica de las
tensiones entre nuestros antes y nuestros todavía no, entre nuestras retenciones y nuestras
protensiones. En mi presente viviente también se hacen presentes. El Yo que experimenta
el mundo se hace futuro, no simplemente porque está orientado hacia el futuro, sino porque
en el presente vive, de hecho, su futuro como un todavía-no, y esta vida se hace pasado
porque lo ya vivido es retenido como un todavía-siendo (…) Solo gracias a mi estructura
temporal que retiene el pasado y anticipa el futuro, puedo Yo experimentar el mundo y
experimentarme a mí mismo y ver al mundo de mi experiencia en el presente viviente de la
reflexión. Sin la temporalización de mi Yo la reflexión sería imposible. (Herrera; 2002,
p.53)
28
Entonces la temporalidad no es la sola sucesión de acontecimientos organizados de
forma cronológica, sino un mecanismo mediante la cual el hombre se hace consciente de
algo mientras vive en el mundo. Es la vivencia del tiempo en que pasado, presente y futuro
confluyen en un sólo instante, pues el pasado y el futuro son estados en que el sujeto se
comprende a sí mismo a través de una proyección de sí hacia un pasado vivido y un pasado
que anticipa lo que puede ser (futuro), para que el sujeto se constituya a sí mismo dentro de
un tiempo, en el presente, no siendo en el pasado o en el futuro: “En mi presente, si lo
capto aun viviente con todo lo que implica, hay un éxtasis hacia el futuro y hacia el pasado
que hace aparecer las dimensiones del tiempo, no como rivales, sino como inseparables:
ser ahora es ser siempre y ser para nunca jamás. La subjetividad no está en el tiempo
porque asume o vive el tiempo y se confunde con la cohesión de una vida” (Merleau Ponty;
1993; p. 430)
Por otra parte, Heidegger (2006) se refiere a este tiempo como un tiempo que no
está afuera, ni dentro de la conciencia, sino que es “lo que hace posible el estar-por-
delante-de-sí-estando-ya-en (…) Los movimientos que se dan en la naturaleza y que
definimos espacio-temporalmente, acontecen “en” el tiempo sólo porque su ser queda
descubierto en cuanto a su naturaleza pura y simple. Acontecen “en” el tiempo que
nosotros mismos somos” (p. 399) No hay acontecimiento sin ser que lo perciba, y así
mismo, no hay tiempo sin un ser que lo vivencia, que se constituye a partir del tiempo que
vive.
29
El recuerdo de la experiencia del pasado que se trae al presente a la hora de
recordarlo no se presenta del mismo modo en que se vivenció en el pasado, o como se
proyectó o percibió de un posible futuro; en este recuerdo están involucrados, los
sentimientos, los afectos y valores de quien recuerda. Se trae a la memoria un nuevo
recuerdo (diferente de los anteriores que remitan a la misma experiencia) en el que
convergen las vivencias del hombre con la conciencia que tiene de las mismas. Siguiendo a
Guevara (2014) podemos afirmar que la percepción del tiempo, o la temporalidad que
interesa aquí es la de “el tiempo como fenómeno según el cual un infinito tropel de
situaciones e imágenes advienen a la conciencia. Nos importa entonces el tiempo en tanto
acompaña efectivamente las vivencias del hombre, es decir, la experiencia humana plena
de sentido cultural e histórico en el mundo de la vida” (p.110) Con relación a “Los
ejércitos” se puede afirmar que el interés del abordaje de la temporalidad no está centrado
en el mero análisis de los hechos acontecidos en la novela dentro de la linealidad espacio
temporal. En este sentido es preciso analizar el “yo” (o el sujeto para Merleau Ponty),
dentro de la fenomenología como aquel que es en el tiempo, es decir, como aquel que vive
en el tiempo y constituye su mundo a partir de su vivencia del tiempo.
El Yo para Husserl es la “vida que experimenta el mundo”. Lo experimenta de
muchas formas, y sin embargo, dicha experiencia humana “no se deja plenamente
explicitar, ni muchos menos racionalizar. La correlación se revela a veces como mundo
vivido, ocultando la vida que vive ese mundo. Otras veces se nos revela como la vida que
experimenta este mundo, ocultando todo el sentido del mundo vivido” (Herrera, D. 2002; p.
42). De estas reflexiones Herrera toma a Husserl para hacer una distinción entre las
30
actitudes del ser humano: la actitud natural, envuelta en la cotidianidad de la vida del
hombre, y la actitud reflexiva del hombre que vuelve sobre sí mismo, sobre su pasado.
Aquí cabe resaltar la diferencia entre la actitud natural, inmersa en el mundo, y la
actitud reflexiva, púes ésta “se trata de la posibilidad concreta de todo hombre de
decidirse libremente a tomar distancia de su experiencia cotidiana para tomar conciencia
en un presente viviente de esa vida trascendental que opera en la cotidianidad en forma
anónima” (p. 51). Este presente viviente del que habla Herrera no es posible sin la
comprensión del tiempo: de un pasado que se recuerda dentro de un presente que se vive o
se proyecta hacia un posible futuro. Pasado, presente y futuro confluyen en un solo instante
de la persona que vive su tiempo como una progresión de momentos que se presentan a la
consciencia como anticipaciones de un futuro que se hace presente y luego se aleja con
cada movimiento del presente hacia el pasado. La consciencia reflexiva, o el yo
trascendental sólo es posible a partir de la temporalidad del sujeto que vive el mundo.
Esta conciencia reflexiva que se presenta en el recuerdo es vista por Iribarne (2005) como
una asociación funcionante que le permite al sujeto reconocerse en las vivencias pasadas y
futuras, y en las que se reconoce el desdoblamiento yo en dos: el que recuerda y el
recordado, como función del reconocimiento del mismo yo en ambos. A esta operación se
le denomina rememoración (p. 46); Bergson retoma a Husserl para referirse a la
rememoración en su concepción de la atención, en el cual la memoria cumple el papel de
actualizarse en forma de recuerdos que significan la experiencia presente, A este respecto la
autora cita a Bergson:
31
La percepción exterior provoca en nosotros movimientos de delineamiento del objeto,
nuestra memoria dirige a la percepción recibida las antiguas imágenes que se reúnen allí y
de lo que nuestros movimientos han trazado el bosquejo. Ella crea así de nuevo la
percepción presente (…) Y la operación puede continuar sin fin, la memoria fortifica y
enriquece la percepción que, a su vez, cada vez más desarrollada, atrae hacia sí un
número creciente de recuerdos complementarios (cursivas mías) (Bergson, en Iribarne (et.
al) p. 55)
Por otro lado, abordar la temporalidad de una obra es, desde la perspectiva
fenomenológica, entrar en diálogo con ella, en la búsqueda de la constitución del horizonte
de sentido que surge en ese mismo diálogo. De este modo la obra no queda aislada
únicamente al análisis del contexto en que fue escrita. Puede ser dotada de un sentido que
permita “reinventar el pasado a través del recuerdo” (Guevara; 2014, p. 66), recrear a
través de la lectura una nueva experiencia en la cual la obra se nos presenta renovada, es
decir, plena de nuevo sentido en tanto ésta dialoga con el lector sobre las tensiones y
conflictos que dentro de ella tienen lugar. En este dialogo es posible ubicar la experiencia
estética, o el acercamiento a la obra literaria desde la perspectiva fenomenológica, en la
cual la obra se actualiza y se conecta con la experiencia de la lectura a través de la
presentificación “como instante o momento en que se funde la unidad totalitaria de los
elementos de un horizonte en el universo existencial del individuo” (Guevara; 2014, p.
113), un mundo nuevo que se da y se percibe sólo en el ahora, en un instante de la
experiencia en que confluyen el pasado y el futuro.
32
3.2. Mundo de la vida
El mundo de la vida es el sustrato en el que el hombre tiene sentido como ser, en
donde es comprensible no solo desde la racionalidad, también desde sus percepciones,
valores éticos, tradiciones culturales y religiosas. Es el “a-priori universal concreto”
(Herrera; 2012, p.13) del cual se desprenden los mundos especializados: mundo de la
política, mundo de la ciencia etc., en donde se encuentra el “horizonte” de posibilidades
del sujeto, de su conciencia de sí. Un mundo sedimentado por el lenguaje y la lógica que
viene predispuesta y a la cual accedemos a través del aprendizaje y la tradición (p. 11)
Daniel Herrera explicita el “mundo de la vida” citando a Husserl:
El mundo de la vida es el mundo de la experiencia concreta pre-científica donde el hombre
se instala, actúa, construye proyectos y se realiza como científico, como político, como
creyente. Es el mundo de la experiencia cotidiana donde el Yo que filosofa posee una
existencia consciente y en el que se inscriben las ciencias y los científicos. En ese mundo
somos objetos entre los objetos y el polo opuesto, sujetos egológicos teleológicamente
referidos a ese mundo como quienes lo experimentan, valoran, se preocupan. Un reino, en
fin, de valores, metas, que no es sustituible por manifestación alguna parcial del mismo,
como pretende el objetivismo científico, sino que subyace como sustrato englobante de
todo acontecer y de cualquier obrar (Husserl citado por Herrera; 2002, p. 12)
Se accede a este mundo de la vida a través de un cuerpo que es el mismo sujeto, ya
que“(…) constituye el camino de acceso a las cosas, mi apertura originaria al mundo (…)
Yo no pienso con el cuerpo o a través del cuerpo o desde el cuerpo, sino que pienso como
cuerpo. No es el ojo que ve. Soy Yo en cuanto cuerpo” (Herrera; 2002, p. 14). Se entiende
al sujeto como cuerpo que experimenta y vive el mundo, y en su reflexión se le presentan
las cosas para que las viva y a partir de allí, constituya su mundo particular, siempre a partir
del mundo de la vida.
33
Merleau Ponty en su obra “Fenomenología de la percepción”, coincide con Husserl
y Herrera al afirmar que: “todo cuanto sé del mundo (…) lo sé a partir de una visión más o
de una experiencia del mundo” (1993, p. 8). El mundo no será fruto de una reflexión sino
que se presentará previo a ésta, a modo de experiencia vivida, de la cual solo podemos
hacer un análisis comprendiendo este mundo como algo previo a cualquier reflexión, pues
este modo de aprehender se hace dentro de este mundo y bajo la luz de nuestra
“percepción”, que: “no es una ciencia del mundo, ni siquiera un acto, una toma de
posición deliberada, es el trasfondo sobre el que se destacan todos los actos y que todos los
actos presuponen” (p. 10).
En dicha percepción encontramos el horizonte del mundo que se nos da, y desde el
cual establecemos nuestras creencias en ese “darse” del mundo, hasta que estas se
desajustan de nuestras experiencias y las cambiamos por otras (Vargas Guillén; 2011, p. 4).
En este darse, justamente se encuentran las estructuras mediante las cuales el mundo se nos
presenta como dado y nosotros le damos sentido. Entre estas se encuentran la temporalidad,
el espacio, la corporalidad y la lengua (o el lenguaje). Con relación a esta última, Guevara
(2014) afirma que no existe mundo de la vida por fuera del lenguaje. “Tener mundo de la
vida es poner en evidencia la facultad de poder decir algo sobre sí mismo –como persona y
como miembro de una colectividad- en el ámbito histórico y cultural en que se existe” (p.
32) y que la conciencia de ello en el sentido del poder decir de sí mismos es, lo que nos
hace existir como seres humanos. Los animales no tienen mundo de la vida ni lenguaje en
este sentido.
34
A partir del mundo de la vida es que nosotros como seres humanos podemos ser
conscientes de nuestra propia existencia, no como individuos desconectados o aislados del
mundo, sino como sujetos ligados al mundo que vivenciamos al estar ahí, cuando
teorizamos sobre él, cuando nos hacemos conscientes del mundo y de nuestra presencia con
nuestras palabras, cuando reflexionamos sobre nuestra condición y nuestras posibilidades
de realización, y cuando por medio de nuestro relato hacemos presente nuestras realidades,
conflictos y horrores, para saber que están ahí, que son también constituyentes de nuestro
mundo.
3.3. Caracterización del eidos
La obra literaria es, en sí misma, dadora de sentido para quien la lee en tanto esta se
entiende como “vivencia, llena de recuerdos, de voces, tonos y colores, rumores e
imágenes” (Guevara; 2014, p. 108). A partir de la experiencia literaria es posible acercarse
al mundo de la vida que comprende la obra y los personajes dentro de este mundo particular
que nos comparte creencias, comportamientos, actitudes y reflexiones propias de un ethos
particular, que no es ajeno a la experiencia histórica del mundo, ni de los sujetos que se dan
en ella. Por el contrario, a través de la obra se inscriben múltiples significados culturales
que se comparten dentro del mundo en que se nos presentan, a los cuales podemos acceder
a través de la comprensión de los mismos en su contexto y bajo una lectura de las vivencias
de los personajes y su construcción subjetiva dentro del mundo en que se presentan.
35
En ese mundo que comprende la obra, el poeta siempre trata de superar los lugares
comunes del lenguaje, en lo que se evidencia también una “reinvención del mundo”
(Guevara; 2014, p.124). Aunque esta reinvención también es en sí, la ficción en la que se
construye una obra literaria, dicha ficción no está lejos de aquel mundo fáctico, y menos
aún del mundo de la vida, en tanto que el papel de una obra literaria o de poesía, es la
búsqueda de lo esencial, el eidos, mediante las posibilidades que le otorga el extender el
lenguaje hacia nuevos límites y por tanto, nuevas realidades. “Así, se puede decir
realmente, si se asumen las paradojas, y decir con estricta verdad, que la “ficción”
constituye el elemento vital de la fenomenología como ciencia eidética; que la ficción es
la fuente de dónde saca su sustento el conocimiento de las verdades eternas” (Guevara;
2014, p. 125)
36
Capítulo II
4. El mundo de Ismael y sus tensiones frente a la violencia.
En la novela “Los ejércitos” se puede apreciar que el relato de Ismael Pasos se
encuentra cargado de impresiones, sensaciones, emociones y recuerdos que acompañan, o
más bien constituyen, sus vivencias enmarcadas en el contexto de la violencia omnipresente
y destructora que lo consume a él, al pueblo y a todos sus habitantes. Es decir, se asiste al
relato puramente subjetivo de un personaje que no se guarda nada ante el lector, y que lo
sumerge en medio de sus conflictos éticos y emocionales internos. Podemos afirmar
entonces, siguiendo a Padilla Chasing (2012) que: “Al ausentarse del relato como
narrador- autor, o simplemente como una voz que focaliza desde el exterior el mundo
representado, y unificar la información a través de una sola subjetividad, se tiene de
primera mano, la intimidad del personaje, las causas del problema tratado, el estado
anímico, la vivencia del tiempo, etc.” (p. 125). Hablamos entonces de la relación de Ismael
con el mundo que lo rodea, y a su vez lo constituye como un ser consciente de su presencia
e influencia en dicho mundo. Esta correlación entre el hombre y el mundo, a partir de la
cual surgen las experiencias que constituyen la obra literaria, es el horizonte de sentido que
se presenta al momento del análisis y la base a partir de la cual es posible indagar por la
cuestión esencial del relato que atraviesa a la cultura y la sociedad colombiana.
Al respecto se puede partir del carácter artístico del relato de la intimidad del
personaje, y de su relación con algunos objetos, animales y personas que forman parte de su
mundo, como eje desde el cual el análisis de la obra nos revela su sentido y su relevancia
37
dentro de la literatura y la historia colombiana. La subjetividad del narrador-personaje, su
mundo de la vida, las afecciones que nos relata y la transformación de la vivencia del
tiempo conforme se avanza en la historia y la violencia se apodera de San José son
elementos constituyentes de la narración en la cual Rosero representa las voces de las
víctimas de la violencia, a manera de exorcismo del dolor de la indiferencia ante el horror
de la guerra, (Jiménez; 2007). Estas voces adquieren en su relato un significado particular
al recrearse un mundo construido totalmente desde la perspectiva de un profesor jubilado.
El personaje literario, desde el punto de vista fenomenológico, es en sí una representación
de las posibilidades de respuesta de un ser ante el tiempo que vive:
La disposicionalidad, es decir, el modo de “encontrarse”, “de sentirse”, la tonalidad
afectiva en la cual se encuentra el personaje. Toda construcción de personaje tiene una
tonalidad afectiva que define su estar situado en el mundo, su relación con el contexto. Las
cosas no sólo tienen un significado teórico, sino que también poseen una “valencia
emotiva”. El personaje literario está siempre en una situación afectiva que abre su “estado
de yecto”, “su estar lanzado”. Su disposicionalidad es el modo originario de encontrarse y
de sentirse en el mundo, es un espectador interesado de las cosas y de los significados; el
proyecto dentro del cual el mundo se le aparece. (Sosa; 2007, p. 176)
En este sentido, es preciso caracterizar la base axiológica, emocional y racional del
narrador-personaje como la manifestación de su conciencia reflejada en sus recuerdos,
acciones, sentimientos y valoraciones del mundo que le toca vivir, y de este modo, del resto
de los personajes, de su mundo, y de las afectaciones que produce la violencia y su
sinsentido.
Se trata entonces de dar sentido a las relaciones de significación entre los recuerdos
y las experiencias que sufre Ismael Pasos a lo largo de la búsqueda de su esposa
desaparecida, los hechos violentos que se presentan en San José y el sustrato de valores,
38
emociones y conflictos entre la vida y la muerte como un todo que confluye en un mismo
conjunto de vivencias que contienen el carácter estético de la novela.
En suma, el análisis de la obra pasa por la comprensión del mundo de la vida en el
que se nos presenta la vida de Ismael Pasos y a partir del cual Rosero nos da a conocer un
mundo que aunque se sabe ficticio, no por ello nos es indiferente a la sociedad colombiana
por la importancia de reconocer al otro, y en especial, al que ha sufrido la guerra invisible
de la que muy pocos hablan y aún menos comprenden. Por ello se comenzará con la
caracterización de las vivencias del narrador personaje para determinar cómo estas
constituyen su mundo de la vida, y a partir de ello, su transformación como personaje que
avanza en medio de la violencia. Entonces se abordará la temporalidad del personaje como
elemento fundamental del análisis que permite revelar las afecciones mediante las cuales se
puede acercar a la dimensión humana del personaje en su complejidad, y de ser posible,
encontrar en ella el sentido trascendental o eidético que le otorga a la obra su carácter
estético.
4.1. El mundo de Ismael: acercamiento fenomenológico a la vida del personaje
“A ti no se te ha caído el mundo, a mí sí.” (Rosero; 2007, p. 71)
En la lectura de las vivencias que llegan a la conciencia de Ismael es posible
distinguir dos fuerzas que constituyen sus sensaciones y su “estar” en el mundo: la
violencia que acompaña constantemente sus experiencias y recuerdos dentro de la novela, y
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el deseo voyerista del profesor al mirar la figura femenina. El comienzo de esta tensión lo
marca su recuerdo de cuando conoció a su esposa Otilia, pues ambas pulsiones (vida y
muerte) estuvieron presentes en uno de los momentos más importantes del personaje. Bien
puede decirse que este recuerdo es el instante que resume la vida del personaje como un
debate constante entre la vivencia de la guerra y la de la sensualidad femenina como
experiencias siempre ligadas entre sí, que a veces no chocan, se complementan, como lo
acontecido en aquella estación de trenes donde la pareja se conoció:
Y el destino: nos correspondieron las sillas juntas en el decrépito bus que nos
llevaría a la capital. Un largo viaje, de más de dieciocho horas nos aguardaba: el
pretexto para escucharnos fue la muerte del gordo de blanco en el terminal; sentía
el roce de su brazo en mi brazo, pero también todo su miedo, su indignación, todo
el corazón de quien sería mi mujer. Y la casualidad: ambos compartíamos la
misma profesión, quién lo iba a imaginar, ¿no?, dos educadores, discúlpeme que le
pregunte, ¿cómo se llama usted?, (silencio), yo me llamo Ismael Pasos, ¿y usted?,
(silencio), ella sólo escuchaba, pero al fin: «Me llamo Otilia del Sagrario Aldana
Ocampo». Las mismas esperanzas. Pronto el asesinato y el incidente del baño
quedaron relegados —en apariencia, porque yo seguía repitiéndolos, asociándolos,
de una manera casi que absurda, en mi memoria: primero la muerte, después la
desnudez. (Rosero; 2006, p. 16)
A partir de este recuerdo se puede comenzar a comprender el ethos particular de
Ismael, como un profesor jubilado que ya lo vió todo (p. 12), y que configura su visión
particular del mundo no desde la figura de autoridad del conocimiento que su profesión
invoca, sino desde sus afecciones y percepciones como sujeto habitante del pueblo,
conocido y conocedor de su gente y su dinámica. En este sentido es relevante reconocer
estas relaciones con algunos de los personajes, en especial con su esposa Otilia, pues en ella
no sólo se significa la figura de la esposa paciente.
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Al sentir su ausencia, Ismael comienza a mostrar su afección hacia ella como un
símbolo de su apego hacia la vida, es decir, su vida en San José. También es necesario
destacar algunos animales y objetos que adquieren un significado que va más allá del objeto
en sí, y representan la esperanza, el miedo, la incertidumbre y por supuesto, la guerra que
modifica poco a poco sus afecciones al apoderarse de la conciencia de los habitantes de San
José y de Ismael: “la conciencia inexplicable de un país inexplicable (…) una carga de por
lo menos doscientos años” (p. 23)
4.1.1. Otilia en la vida de Ismael.
En la construcción de Ismael y de su mundo, la presencia de su compañera de toda
la vida es fundamental, aunque esto no se haga ver en un primer momento, cuando Ismael
presenta a su esposa en el segundo apartado de la novela reprochándole su evidente
voyerismo hacia Geraldina. En este momento se aprecia más lo que representa Otilia en la
vida cotidiana de Ismael, en el mundo de San José como “pueblo de paz” (Rosero; 2006,
p.10) en que estos sucesos caracterizan el acontecer diario de la pareja:
—No había pensado bien en tus obsesiones, pero me parece que a esta edad te perjudican.
El padre podría escucharte y hablar contigo, mejor que yo. A mí, la verdad, ya no me
importas. Me importan más mis peces y mis gatos que un viejo que da lástima. (p. 14)
—Me entristecía esa afición tuya —dice como si se sonriera—, a la que pronto me
acostumbré: la olvidé durante años. ¿Y por qué la olvidé? Porque antes te cuidabas muy
bien de que te descubrieran; era yo la única testigo. Bueno, acuérdate de cuando vivimos en
ese edificio rojo, en Bogotá. Espiabas a la vecina del otro edificio, de noche y de día, hasta
que su esposo se enteró, acuérdate. Te disparó desde la otra habitación, y tú mismo me
dijiste que la bala te despeinó la cabeza, ¿qué tal que te hubiera matado, ese hombre de
honor? (p. 15)
En estos diálogos de Otilia se puede apreciar que su molestia ante la actitud
voyerista de su marido fue cambiando. Conforme al paso del tiempo modificó su actitud
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frente a él. Ya no le importaba su infidelidad, en tanto que la vejez permite la
contemplación de la figura femenina y de su sensualidad desligada del deseo de poseerla
mediante la cópula. Ahora le preocupaba que dicha actitud, al haberse vuelto descuidada, le
ocasionara problemas a su marido, y en este punto la violencia que siempre acecha a Ismael
y a los personajes ya aparece a modo de recuerdo, que es evocado por Otilia como la
representación del miedo a que esa violencia los alcance. Así la ve Ismael, una compañía
irrenunciable, afianzada con los años, que se da por sentada hasta el momento de su
repentina desaparición, previsible por los múltiples sucesos que nos muestran el ambiente
mezclados entre la tensión y la calma, pero no por ello menos inquietante:
— ¿Y los jóvenes? ¿Hicieron fiesta los jóvenes?
—No hubo fiesta.
—¿De verdad? ¿No bailaron las muchachas?
—No había una sola muchacha en el patio. En este último año se fueron.
—¿Todas?
—Todas y todos, Ismael. —Me miró con reconvención—. Lo más sensato que pudieron
hacer.
—No les irá mejor.
—Tienen que irse para averiguarlo. (p. 32)
Hasta aquí la figura de Otilia significa para Ismael la prudencia, el control de su
impulso voyerista y la compañía que amengua la llegada de la muerte simbolizada en la
vejez del narrador-personaje, diferente de la “otra muerte”, la guerra, esa que como se ha
dicho, constituye el mundo de Ismael.
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4.1.2. La búsqueda de Otilia como resistencia ante la desesperanza.
Una espiral de sucesos terribles que acontecen uno tras otro transforma el mundo
percibido por todos los habitantes de San José, quienes ahora sienten cómo esa guerra que
siempre estuvo sobre ellos ahora viene por fin a llevárselos. La muerte que antes en los
relatos de Ismael rondaba solo en los recuerdos de sus vecinos y amigos secuestrados años
atrás ahora acontece en el presente viviente mismo, y nos muestra a partir de aquí, el
sufrimiento de San José al estar en el centro de la disputa de los ejércitos. Para Ismael estos
sucesos no cambian nada en su cotidianidad hasta la desaparición de su esposa Otilia, el
mismo día en que Geraldina, su vecina, pierde a su esposo y sus dos hijos, secuestrados por
la guerra.
Cuando regresa la muchacha con los vasos de limonada, ansiosa por beberse el suyo, ya no
la reconozco, ¿quién es esta muchacha que me mira, que me habla?, nunca en la vida me
ocurrió el olvido, así, tan de improviso, peor que un baldado de agua fría. Es como si en
todo este tiempo, encima del sol, hubiese caído un paño de niebla, oscureciéndolo todo: es
porque sentí de pronto el miedo tremendo de que Otilia se halle sola, hoy, paseando por
estas calles de paz donde es muy posible que llegue la guerra otra vez. Que llegue, que
vuelva —me digo, me grito—, pero sin mi Otilia sin mí. (Rosero; 2006, p. 49)
Ocurre un acontecimiento inesperado: el personaje por primera vez en la historia ha
perdido su noción del tiempo, parte de sus recuerdos y con ello parte de sí mismo. Se
comienza a perder desde la desaparición de su esposa, y se vuelve recurrente a medida que
el profesor agota sus fuerzas físicas y emocionales tratando de hallarla. En este punto,
Ismael se aferra a su búsqueda, pues no solo quiere hallar a Otilia como persona, quiere
hallar la tranquilidad y el sosiego que significa para el su compañía “(…) Otilia, allá estás,
allá te encontró la guerra, allá te encontraré yo, y para allá me voy, repitiéndolo con toda
esa fuerza y terquedad como una luz en mitad de la niebla que los hombres llaman
esperanza” (Rosero; 2006, p. 61) Otilia simboliza la esperanza de Ismael a través de las
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últimas líneas, su eros ya no solo se relaciona con el voyerismo, ahora se encuentra
atravesado por la urgencia de volver al mundo del que fue desplazado, como el sujeto
migrante que según Cornejo Polar“…es radicalmente descentrado, en cuanto se construye
alrededor de ejes varios y asimétricos, de alguna manera incompatibles y contradictorios
de un modo “no” dialectico… Es un discurso doble o múltiplemente situado” (citado por
Valero, 2004, p.6).
En este punto podemos encontrar animales que ya no son solo meras criaturas que
alimentar para el personaje, estas, dentro del terreno de las vivencias ancladas a las
percepciones y emociones del profesor adquieren un nuevo sentido, asociados con la idea
de la esperanza representada en Otilia. La búsqueda en la obra adquiere un significado
simbólico cuando Ismael recuerda la promesa hecha a Claudino luego de que le arreglara la
pierna. Es la promesa de la esperanza y el retorno al “pueblo de paz” simbolizado en la
gallina que debía llevar, una esperanza que por un instante se sobrepone a la muerte.
Ya cuando recorro las primeras calles vacías me olvido para siempre de la guerra: sólo
siento el calor de la gallina en mi costado, sólo creo en la gallina, su milagro, el maestro
Claudino, Otilia, el perro, en la cabaña, todos atentos al sancocho feliz entre la olla, lejos
del mundo y todavía más lejos: en la montaña azul invulnerable que se levanta enfrente
mío, medio oculta en velos de niebla. (Rosero; 2007, p. 62)
Sin embargo, la guerra no tarda en aparecer, para recordarles al personaje y al lector
que el retorno al pasado como un presente viviente no es posible
Sólo ahora me doy cuenta de lo expuesto que estoy en esta carretera, en pleno amanecer,
únicamente nosotros: ellos y yo. Se oye, oigo, veo un soplo de viento que levanta pequeñas
olas de polvo entre las piedras, ¿será que voy a morir, al fin? Un frío desolador, como si
bajara por el mismo camino de herradura y desembocara ante nosotros, guiado por el
viento, me sobrecoge, me hace pensar que no, que Otilia no se encuentra allá arriba, me
hace pensar en Otilia por primera vez sin esperanza.
—Quédense con la gallina —digo. (p. 63)
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Los ejércitos que simbolizan la muerte y la desesperanza de un pueblo indefenso
han eliminado el símbolo de la esperanza para Ismael. La gallina ha muerto en manos de
ellos, y con el animal también, la esperanza de encontrar a Otilia en la montaña. Esta
simbolización de la desesperanza queda grabada en la conciencia del profesor cuando
encuentra muertos a Claudino y su perro. Los conflictos emocionales reflejados en la
búsqueda de Ismael llegan a un punto en que la lucha entre la vida y la muerte cobra su
sentido en la dinámica de la guerra: no hay salida, ni retorno, el mundo de la vida de Ismael
en un San José absorto en su sosiego y su aparente tranquilidad se ha perdido para siempre,
aunque aún Ismael ya movido por su deseo de vida se resiste a morir. “Ahora sí me
matarán, pensaba, mientras caminaba deprisa por la carretera, sin ningún aliento, pero
quería correr porque creía todavía encontrar a Otilia en el pueblo, buscándome.” (p. 64)
4.1.3. El relato en medio de la guerra: La vivencia del horror.
La conclusión de la obra de Rosero presenta la intimidad de la vivencia de la guerra
para quien la sufre, diferente de la guerra de quien la hace y se involucra en ella. En el
segundo caso esta dinámica fue representada por novelas que posicionan la dinámica del
victimario, las motivaciones, los odios y los intereses encontrados que promueven la
degradación del tejido social colombiano, como la figura del sicario en novelas como
Rosario Tijeras, entre otras. La novela de Rosero no busca intencionar las acciones de los
violentos para enmarcarlas dentro de su mundo, de hecho, ni siquiera es posible acceder al
mundo de la guerra como el resultado de una mezcla de odios e intereses particulares
45
enfrentados. En Los ejércitos se busca revelar ante la mirada del lector las vivencias puras
del horror y las afecciones que producen en sus víctimas, sus mundos resquebrajados,
desplazados y transformados en sombras que convierten su lenguaje en el miedo mismo, en
la desolación y la desesperanza producidas por sufrir un conflicto que nunca les perteneció,
pero que viven con mayor intensidad que los mismos victimarios. Ese es el caso del Ismael
en el desenlace de la obra.
Luego de no encontrar a su esposa, el personaje-narrador se hunde en la
incertidumbre al no saber qué pasó con ella “Oigo el maullido de los gatos sobrevivientes,
girando en torno mío. Otilia desaparecida, les digo. Los Sobrevivientes hunden en mis ojos
los abismos de sus ojos, como si padecieran conmigo. Hacía cuánto no lloraba.” (Rosero;
2007, p. 67) Entonces, sus recuerdos y su estar en el mundo se ven sacudidos por la ola de
asesinatos y ataques a civiles que terminan de sumergir al pueblo en una espiral
descendente hacia la locura y el horror que caracteriza a la guerra. Una guerra que parece
estar en todas partes actuando de forma omnipotente, sin razón ni lógica, pues aquí no
importa la razón, lo que importa es la guerra que los absorbe a todos.
¿Por qué preguntan los nombres? Matan al que sea, al que quieran, sea cual sea su nombre.
Me gustaría saber qué hay escrito en el papel de los nombres, esa «lista». Es un papel en
blanco, Dios. Un papel donde pueden caber todos los nombres que ellos quieran. (Rosero;
2007, p. 106)
Los animales y personajes que alguna vez movilizaron el sentido de las vivencias
del mundo de Ismael van desapareciendo: o mueren asesinados, o mueren en su conciencia
del mundo previa a la guerra al abandonar el pueblo. Los “Sobrevivientes” desaparecen. El
recuerdo de Otilia y las reacciones que el mismo Ismael considera parte de su locura se
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integran de forma unitaria al evidenciar el estado de destrucción en el que los valores
adquiridos previamente ya no tienen cabida. Su percepción del entorno destruido,
habitantes temerosos, hombres despiadados con fusiles en la mano, y la vida que se le
escapa a él entre añoranzas; ilusiones y desgracias reúnen en sí, todas juntas, la esencia
misma de la guerra, como la experiencia del horror ineludible, inevitable y por tanto, fatal.
El final de la novela se concreta en el trasegar del personaje en medio de la muerte
representada ya en todo lo que percibe de San José, pueblo de paz al que todos
abandonaron: (es la guerra, me digo, algo se le pega a uno, no, no es la guerra,
simplemente no me corto las uñas desde que Otilia no está) (p. 78)
4.2. La temporalidad en las vivencias de la guerra
A lo largo de la obra se presenta la vivencia del tiempo como un elemento que
caracteriza la novela de Rosero en cuanto a las transformaciones del mismo en medio de la
guerra. En ellas es posible analizar los modos en que se correlaciona el acontecer de la
guerra y cómo este se da en la conciencia de Ismael, cómo la guerra afecta su vivencia del
tiempo, no solo desde la noción del tiempo objetivo dentro de la novela: “Tres meses
después de esa última incursión en nuestro pueblo, tres meses justos —porque desde
entonces cuento los días—“(Rosero; 2007, p. 68). También la vivencia del tiempo como
aquella que permite “reinventar el pasado a través del recuerdo” (Guevara; 2014, p. 66),
el tiempo subjetivo en el que se hace presente el mundo de la vida, con sus significados,
valores y afecciones plenos de sentido trascendental, pues el personaje refleja en un todo
47
sus valores experiencias, personas y objetos que lo afectan en tanto ser viviente y reflexivo
del mundo que lo constituye.
Esta conjunción entre el tiempo objetivo y subjetivo de Ismael establece un puente
de acercamiento a la temporalidad de la guerra misma, en la que sus víctimas y sus
afecciones, relacionadas con la memoria como elemento constituyente de toda actitud
reflexiva, son desplazadas e incluso replegadas hacia el olvido. Incluso la noción de sí
mismo es transformada mediante la consciencia de los cambios y las transformaciones que
Ismael sufre al caminar entre los escombros de su vida anterior a la llegada definitiva de la
guerra. Esto se verá reflejado en el análisis de las vivencias del personaje a lo largo de la
obra de Rosero.
4.2.1. La reinvención de la violencia como fenómeno.
En los recuerdos de Ismael es posible apreciar que la violencia permea su existencia.
De principio a fin, sin importar si el recuerdo trae sosiego a su conciencia, como el día en
que conoció a su esposa Otilia (Rosero; 2007, p. 16-19), o si se trata de retratar a los
personajes del pueblo (p. 20). Incluso su recuerdo más remoto en la niñez, en el que
significó la figura del bastón con la muerte
Tampoco quiero usar ningún bastón; no voy donde el médico Orduz porque estoy seguro
que me recetaría un bastón, y yo, desde que era niño, asocié ese artefacto con la muerte: el
primer muerto que vi, de niño, fue mi abuelo, recostado contra el aguacate de su casa, gacha
la cabeza, el sombrero de paja cubriendo la mitad de su rostro, y un bastón de palo de
guayacán entre las rodillas, las tiesas manos amarrando la empuñadura. Creí que dormía,
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pero pronto escuché llorar a la abuela: «Entonces te has muerto al fin y me dejaste, dime
qué debo hacer ahora, ¿morirme yo?». (p. 19)
Estos recuerdos, entendidos como rememoraciones (Iribarne; 2005, p 45) permiten
que Ismael Pasos se reconozca a sí mismo como un sujeto que siempre ha vivido
atravesado por la violencia y la muerte, pues su ser se reconoce a sí mismo en el pasado
desde el presente viviente del aquí y ahora, y esa consciencia es la que le permite una
actitud reflexiva, trascendental sobre su situación en el mundo de San José. Le permite
caracterizar su propio mundo y al mismo tiempo, reflejar sus creencias y valores a través de
ellas.
«Mataron una recién nacida» y se persignan: «Descuartizada. No hay Dios». Geraldina se
muerde los labios: «Mejor pudieron dejarla en la puerta de la iglesia, viva», se queja, qué
voz bellamente cándida, y pregunta al cielo: «¿Por qué matarla?». Así hablan, y, de pronto,
una de las alumnas, ¿Rosita Viterbo?, que yo nunca advertí que me estuviera mirando mirar
a Geraldina (seguramente porque mi mujer tiene razón y ya no logro la discreción de otros
años, ¿estaré babeando?, Dios, me grito por dentro: Rosita Viterbo me vio padecer los dos
muslos abiertos mostrando adentro el infinito), Rosita se acaricia la mejilla con un dedo y se
dirige a mí con relativa sorna, me dice:
— ¿Y usted qué piensa, profesor?
—No es la primera vez —alcanzo a decir—, ni en este pueblo, ni en el país.
—Seguro que no —dice Rosita—. Ni en el mundo. Eso ya lo sabemos.
—A muchos niños, que yo me acuerde, sus madres los mataron ya nacidos; y alegaron
siempre lo mismo: que fue para impedirles el sufrimiento del mundo.
—Qué horrible eso que usted dice, profesor —se rebela Ana Cuenco—. Qué infame, y
perdóneme. Eso no explica, no justifica ninguna muerte de ningún niño acabado de nacer.
—Nunca dije que lo justifica —me defiendo, y veo que Geraldina ha unido de nuevo sus
rodillas, estruja el cigarrillo en el piso de tierra, ignorando el cenicero, repasa las dos manos
largas por el pelo que hoy lleva recogido en un moño, resopla sin fuerzas, espantada
seguramente de la conversación, ¿o hastiada?
—Qué dolor de mundo —dice. (Rosero; 2007, p. 22)
49
Esta actitud reflexiva de la que habla Daniel Herrera (2002; p. 51) le permite
posicionarse como un ethos capaz de ponerse en relieve de sus afecciones, impresiones y
creencias. Como en la cita anterior, en la cual desde un espíritu crítico y realista responde a
una noticia sobre violencia explicitando el mundo en el que esta se desarrolla, las cosas que
suceden allí y el hecho de aceptarlas como una carga de la historia del “país inexplicable”
que el personaje sobrelleva junto con su mirada voyerista inocente de la mujer (Geraldina).
La consciencia de la guerra es posibilitada a través de la temporalización de la
violencia como fenómeno constituyente de subjetividad. Es también un elemento
fundamental en la construcción del personaje de la obra de Rosero. Ismael está tan
consciente de la situación de San José, que constantemente se pregunta dentro del relato si
va a morir, cada vez que se encuentra con la guerra en alguno de sus caminos “Lo más
probable es que disparen y, después, cuando ya esté muriendo, vengan a verme y preguntar
quién soy —si todavía vivo—“ (Rosero; 2007, p. 26).
Para un personaje que sabía que podía enfrentar a la muerte en cada rincón del
pueblo y sus alrededores, se aprecia como el miedo y la incertidumbre empiezan a afectar
su ethos a partir de la desaparición de su esposa. La noción del tiempo objetivo (el de
relojes y calendarios) comienza a deteriorarse: “(…)pensar que no hace mucho me jactaba
de mi memoria, un día de éstos voy a olvidarme de mí mismo, me dejaré escondido en un
rincón de la casa, sin sacarme a pasear” (p. 50). Llega el punto en que Ismael siempre
50
menciona los días de la semana como interrogaciones a sí mismo, tratando de confirmar
con su memoria de los recuerdos inmediatos del día anterior si el día en que cree
encontrarse es en realidad el día correspondiente al tiempo objetivo («perdí la cuenta de los
días, ¿cuántas cosas han pasado sin que nos diéramos cuenta?»(…) Otilia, perdí la cuenta
de los días sin ti) (p. 85). La pérdida de la noción del tiempo objetivo está directamente
relacionada con las transformaciones simultáneas de la conciencia del mundo de Ismael y
del espacio que ocupa el pueblo San José, en tanto constituyente espacial de todas las
vivencias que se presentan en la obra, conforme la guerra avanza y se apodera del territorio
narrado.
Esta simultaneidad entre la desaparición de San José y la transformación de la
conciencia y las actitudes del personaje sostienen su correlación con el encrudecimiento del
conflicto y la llegada de la violencia en todas sus formas. A medida que el conflicto entre
los ejércitos se toma el pueblo, las vivencias de Ismael se tornan cada vez más oscuras,
llenas de desesperanza, desprecio hacia su propia vida, incluso de locura. Estas
correlaciones significativas configuran el relato la desesperanza de Rosero como una
experiencia vivida en la intimidad de los absurdos del personaje al reconocer que ha
perdido para siempre su mundo, aquel al que perteneció y del cual la violencia también hizo
parte.
¿Por qué me da por reír justamente cuando descubro que lo único que quisiera es dormir sin
despertarme? Se trata del miedo, este miedo, este país, que prefiero ignorar de cuajo,
haciéndome el idiota conmigo mismo, para seguir vivo, o con las ganas aparentes de seguir
vivo, porque es muy posible, realmente, que esté muerto, me digo, y bien muerto en el
infierno, y vuelvo a reír. (p. 89)
51
Aquí la temporalidad de la novela y del personaje han sido trastocadas por el
fenómeno de la violencia manifestado en la novela por la guerra. Si bien todas sus
recuerdos e imaginaciones están marcados por alguna manifestación de violencia, en su
pérdida de la noción del tiempo también está señalada la del tiempo subjetivo, el que nos
permite evocar vivencias que contienen sentidos trascendentales para la persona que los
recuerda, y que constituye el ethos del personaje. En este sentido es posible afirmar que el
Isamel que vaga revisando entre los escombros y las puertas trancadas que adornan el
pueblo de San José no es el mismo al que le gustaba espiar a su vecina desnuda. Incluso los
personajes y su percepción de ellos se modifica: “Geraldina de negro. Ya no logro
recordarla desnuda.” (p. 94) La Geraldina que se paseaba desnuda por la terraza ya no
existe, ha sido reemplazada por otra que sufre por las amenazas de los secuestradores de su
esposo y sus hijos, la “Geraldina de negro”. Ismael ya no puede relacionarlas a ambas, el
recuerdo que permite reconocer-se en el pasado y el presente al mismo tiempo ha sido
olvidado. Si “la memoria fortifica y enriquece la percepción que, a su vez, cada vez más
desarrollada, atrae hacia sí un número creciente de recuerdos complementarios” (Bergson
en Iribarne (et. al); 2005, p.55) entonces el tiempo subjetivo de Ismael se ha roto,
ocasionando una digresión del ethos particular del personaje que lo convierte en otro ser
que deambula por las calles de San José anhelando la muerte, o a Otilia, único recuerdo
palpable en los últimos instantes de la novela, así como en la vida del personaje .
Desde mucho antes los Sobrevivientes no se aparecían por la casa, seguramente por la falta
de comida, de atenciones. Tendrían que arreglárselas solos. Pero hacían falta sus maullidos
y sus ojos, que me acercaban a Otilia, me acompañaban: pensar en ellos fue como invocar
su recuerdo, palpable, en la cocina (Rosero; 2007, p. 96)
52
Estos elementos presentes en la narrativa de Rosero configuran la violencia vivida
como un fenómeno experiencial, que no se puede desligar de lo anímico, lo emocional, lo
afectivo, en términos de la comprensión de la violencia más allá de las causas de quienes la
ejercen. La temporalidad es realzada como un elemento constituyente del mundo de la vida
y de la consciencia a la cual remite toda intencionalidad del sujeto. Fragmentada, el sujeto
se rompe, se desdibuja y se pierde a sí mismo, como le sucedió a Ismael al encontrarse
desesperanzado por la desaparición de Otilia, los ataques constantes al pueblo y las
diferentes formas de violencia ejercidas sobre sus amigos y conocidos cercanos. Nos
encontramos entonces con el tiempo como un referente de desdibujamiento del sujeto en la
novela, lo que reafirma el carácter de la misma: un relato de la violencia como fenómeno
sufrido.
53
Capítulo III
5. Acercamiento al eidos en la obra.
A pesar de no ser considerado un fenomenólogo, Albert Beguín se acerca a la obra
literaria afirmando la creación estética como un momento en que la poesía se constituye
como puente entre el ser humano y la conciencia de su ser esencial, de su carácter
existencial como ser que acontece en el mundo de la vida, desde la creación estética, en la
que caracteriza al poeta como “un ser que no es distinto de nosotros, sólo está más
consciente de lo que nos es común, o es más capaz de hacer surgir el pensamiento sobre
ello. Y lo que nos es común es tener que sobrellevar esta existencia” (1987; p. 166). Esta
afirmación nace de un acercamiento a la literatura (o la poesía en un sentido amplio) como
una forma en la que el lenguaje logra captar, y hacer perceptible a sus lectores de forma
sensible “una conciencia de la condición humana (…) hay poesía en formas múltiples, que
no es auténtica a menos que, de alguna manera, sea capaz de producir el encanto, cierto
conocimiento” (p. 175)
Así las cosas, podemos encontrar que la literatura en Beguín se caracteriza por su
doble condición: En ella se encuentra un lenguaje que logra una forma de expresión
particular, que es en sí un atributo particular del escritor que lo distingue y lo caracteriza.
Por otro lado, se dice que a través de ese lenguaje tan personal se busca en la literatura el
diálogo con la comunidad, un llamado a los otros, con el fin de comunicar algo que solo es
posible hacer bajo ese lenguaje y sello, que aún puede ser un misterio para el escritor
54
mismo, pero que al momento de apreciar la construcción de las imágenes y las palabras que
conforman la obra literaria sea posible apreciarlo en toda su dimensión estética, alejado de
cualquier pretensión disciplinar de someter la literatura a una justificación psicológica o
sociológica. “La selección y el orden de las palabras, el movimiento de la frase, el juego
recíproco de los episodios y las imágenes, lo que dicen en conjunto y que no podría decir
otra combinación imaginable: tal es el objeto propuesto a la inteligencia” (p. 206)
Dentro de esa creación literaria hay un misterio, una angustia en la que el escritor
carga con el peso de esa consciencia, y que en el acto creador logra compartirla sin dejar de
lado la percepción personal del hecho presente en la obra “el mito creado por el poeta
desempeña el papel de trasladar el destino individual a un plano en que se convierte en el
destino de toda criatura; pero lejos de borrarse, la percepción de la existencia personal se
hace más intensa” (Beguín; 1987, p. 154).
Por su parte, Guevara afirma que esta expresión de lo bello en la obra literaria surge
en cuanto es posible presentir en ella su sustrato histórico y social, como aquel espíritu que
es común a una comunidad asentada en el reino de la experiencia humana “la obra de arte
tiene como sustrato primero, el fondo histórico y cultural de las comunidades o de los
pueblos” (2014; p. 26) y que por tanto es recreado en la lectura de la obra en tanto se
produce un contacto entre el universo simbólico de la obra y las tensiones propias de la vida
humana dentro de la experiencia del mundo en que esta se presenta.
55
En este punto se hace preciso resaltar una similitud entre la angustia emparentada
con el carácter esencial de la condición humana expresada y captada de múltiples formas en
la novela que señala Beguín, con la expresión de lo estético en la literatura que resalta
Guevara cuando afirma que es posible encontrar este carácter esencial cuando en ella se
presenta:
Una imagen total y unitaria (...) Nos basta contemplarnos en su quieta profundidad para que
surjan de ellos, en tropel y en unidad plena, todas nuestras soledades, nuestros abandonos
(…) Es su valor simbólico, su constitución subjetiva exactamente, la que hace que una obra
se revele como instancia válida y entrañable forma de mirar hacia nuestro propio interior
(Guevara; 2014, p. 30)
Esta concepción del valor simbólico de las imágenes que advienen de forma
intuitiva en la experiencia estética literaria para Guevara y el misterio que comunica toda
obra literaria para Beguín, señalan desde diferentes perspectivas, una misma cosa: el
carácter estético de la obra literaria como el universo simbólico que se aprecia a través de la
percepción y el dialogo de la obra, que nos habla de algo que es común a todos los seres
humanos (de ahí que Beguín hable del destino), que posiblemente haya quedado en el
olvido, pero que los poetas le recuerdan a la humanidad para que esta se re-conozca a sí
misma. En suma, la literatura y la poesía son formas de conocer-se desde la lógica de lo
sensible, de la experiencia que integra las vivencias y saberes del mundo del lector en el
encuentro con la obra, y a partir de este encuentro emerge ese destino, o imagen simbólica
que se nos presenta en su totalidad y nos afecta. Con esta reflexión se busca preparar el
terreno para referir el valor estético presente en las imágenes y caracterizaciones de la
vivencia de la violencia en Los ejércitos.
56
En este sentido se busca afirmar el eidos como “algo esencial que se comparte y
que surge de repente para conmover el ánimo del receptor en ese acto profundo de diálogo
y contrastación del universo de la obra con la constelación de vivencias de su propio
universo” (Guevara; 2014, p. 26). Lo esencial, que le es particular a la novela y que al
mismo tiempo, es común a la experiencia humana, en este caso, de la violencia.
Sin embargo, hay que aclarar que la experiencia estética no es una simple
racionalización de los recursos lingüísticos utilizados por el escritor, que solo son visibles
bajo la mirada de un experto. De hecho, Guevara aclara que la experiencia de lo bello es
accesible a cualquier persona, por su condición de ser humano. “Solo basta ser humano
para encontrar en cualquier obra, (…) una choza en que el hombre halla el amparo a los
problemas de la existencia” (2014, p. 28) Incluso nos advierte que dicha experiencia solo
se halla plena en la revelación que le es accesible al lector que le otorga uno de los
múltiples e infinitos sentidos en los que la persona evoca sensaciones, sentimientos y
ensoñaciones que al ponerse en palabras pierden algo de su carácter esencial.” En una
obra, cada componente es símbolo de la “verdad”, (…) se asocia aquí con una repentina
recuperación de determinadas ensoñaciones que sin ser propiamente claras en sus perfiles
formales, están plenas de sentido” (Guevara; 2014, p. 32) En sí la experiencia literaria es
un misterio que no se deja explicitar del todo, sin embargo, es posible comprender este
acercamiento al carácter esencial descrito anteriormente como un rescate de la experiencia
sensible de la obra, al rescatar las experiencias de vida que constituyen al personaje de Los
ejércitos y en últimas, a la obra con el fin de emprender ese dialogo en el que se pone en
57
escena la vivencia de la violencia representada en la novela y sentida en la aproximación al
carácter estético de la obra, mediante el funcionamiento particular de esas vivencias en la
consciencia de los personajes y del lector, lo que permite presentificar la violencia y la
guerra para quienes constituye sólo un suceso lejano a su mundo y su experiencia. En sí se
trata de sostener el acercamiento al eidos como un acercamiento a la experiencia sensible
de la violencia y el sufrimiento de sus víctimas, como se verá en los siguientes apartados.
5.1. La estética de la obra de Rosero: la violencia que se siente.
Al revisar varias de los momentos analizados en el capítulo anterior, se puede
encontrar que en todas ellas se asiste a un relato subjetivo de un personaje que integra en su
totalidad las vivencias de su vida. Ismael nos revela su mundo de la vida en la novela, y en
esa revelación se encuentra condensado el flujo de vivencias que se integran con la
violencia que Rosero quiso mostrar en su obra. Aquí se reafirma que esta narración no es
mera anécdota de las víctimas de la violencia, pues en los instantes trascendentales de la
obra se logra reunir en un todo, la vivencia del erotismo y el extrañamiento con la
sensación de la muerte y la violencia siempre cercana y latente en el relato. En este sentido
cabe afirmar que los ejércitos ya forman parte del San José representado por Rosero en voz
de Ismael Pasos. Esta totalidad unitaria es constituyente así mismo del fenómeno poético en
tanto se percibe un “contacto conmovedor y una mediación irremplazable” (Beguin; 1987,
p. 163) que logra presentarnos la violencia para ser imaginada y sentida desde el punto de
vista de los que la sufren y son incapaces de integrarse a su dinámica. Es el contacto que
nos ofrece Rosero por medio de su personaje, con las víctimas de una violencia
incomprensible y omnipresente, y por tanto más aterradora.
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El autor de la obra, en una entrevista (2007), afirma que escribió la obra como una
forma de exorcizar el dolor que lo apabullaba cuando veía los muertos que no dejaban de
aparecer en las noticias. Esta afirmación dice que la obra es en sí, la respuesta sensible del
escritor a un fenómeno cruel y absurdo como el que se presenta en Colombia cuando un
pueblo es señalado por alguno de los ejércitos como objeto de sus intereses. En la obra se
aprecia que esto es casi como una sentencia para sus habitantes, no hay manera de escapar.
La estructura del relato nos permite captar ese sufrimiento, esa desubicación espacial y
temporal de los que se quedan desprotegidos e invisibilizados, pues en ellos se configura el
relato del sujeto migrante, que “(…) es radicalmente descentrado, en cuanto se construye
alrededor de ejes varios y asimétricos, de alguna manera incompatibles y contradictorios
de un modo “no” dialectico” (Cornejo Polar, citado por Valero; 2004, p. 30). En la novela
ya se advierte este “desplazamiento” de valores y creencias en el personaje-narrador,
reflejado en las alteraciones que padecen su percepción y evaluación del mundo, las cuales
fueron desdibujadas por los acontecimientos que han roto la tensión que había existido
previamente entre la incertidumbre y la cotidianidad de Ismael en un pueblo al que la
guerra visitaba ocasionalmente.
(…) vienen a indagar qué nos espera, el alcalde y el personero no se encuentran en la
alcaldía, no hay nadie en las oficinas del concejo municipal, ¿dónde están?, ¿qué vamos a
hacer?, ¿cuánto durará? la incertidumbre es igual para todos; el padre Albornoz replica
abriéndose de brazos, ¿qué puede saber él?, les habla como en sus sermones, y tal vez
tiene razón, poniéndose en su lugar: el temor de resultar mal interpretado, de terminar
acusado por este o ese ejército, de indigestar a un capo del narcotráfico —que puede
contar con un espía entre los mismos feligreses que lo rodean— ha hecho de él un
concierto de balbuceos, donde todo confluye en la fe, rogar al cielo esperanzados en que
esta guerra fratricida no alcance de nuevo a San José, que se imponga la razón, que
devuelvan a Eusebio Almida, otro inocente sacrificado, otro más, (Rosero; 2007, p. 53-
54)
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(…) escucho las primeras gotas de lluvia, gordas, aisladas, caer como grandes flores
arrugadas que estallan en el polvo: el diluvio, Señor, el diluvio, pero cesan de inmediato
las gotas y yo mismo me digo Dios no está de acuerdo, y otra vez la risa a punto, a punto,
es tu locura, Ismael, digo, y cesa la risa dentro de mí, como si me avergonzara de mí
mismo. (p. 102)
En suma, el sujeto afectado por la violencia es transformado, pero a diferencia de
otros relatos en los que se contraponen mundos como el de la modernidad urbana y la
ruralidad para enfatizar en la desterritorialización de la persona que ha sido víctima, como
ocurre en el relato de Ángela en “Desterrados” de Alfredo Molano (en Valero; 2004, p.
34), Ismael ya se siente extraño en su propia tierra. Aunque nunca abandona San José, no
logra reconocerse en su propio pueblo, porque ya no es su pueblo, es el escenario de la
guerra y la muerte, y es lo único que predomina en las experiencias narradas por Ismael una
vez que se pregunta “¿a merced de quién hemos quedado?” (Rosero; 2007, p. 98).
Dentro de esta fatalidad consolidada, Rosero expresa en voz de Ismael esta
experiencia del desarraigo que enmarca la pérdida y la transición de la vida a la muerte en
la novela. Un desarraigo que deja a la persona descubierta frente a la imposibilidad de
integrarse al nuevo mundo, o de constituir un mundo posible que permita dejar atrás la
vivencia de la guerra como un eterno presente que lo consume todo. No hay contraposición
entre mundos culturales disímiles, pues no hay un mundo al cual le sea posible vivir siendo
Ismael Pasos.
En la primera curva de la carretera los veo desaparecer. Se van, me quedo, ¿hay en
realidad alguna diferencia? Irán a ninguna parte, a un sitio que no es de ellos, que no será
nunca de ellos, como me ocurre a mí, que me quedo en un pueblo que ya no es mío: aquí
puede empezar a atardecer o anochecer o amanecer sin que yo sepa, ¿es que ya no me
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acuerdo del tiempo?, los días en San José, siendo el único de las calles, serán
desesperanzados. (p. 106)
Encontramos en la escritura de Rosero el reflejo de la violencia sentida y contada
desde la experiencia del desarraigo, la migración hacia ningún lado, la desesperanza que
hace visible el sufrimiento de la víctima en el momento en que esta es afectada a partir de la
experiencia de la desaparición de su ser querido. La esencia de la novela se halla al
encontrarse con la realidad de la guerra ahora cercana al campo de la experiencia sensible
del lector, que muestra en su aspecto más oculto e inexplorado la posibilidad de visibilizar a
la víctima como persona.
5.2. Memoria y presentificación
En este apartado se retoma el análisis de la temporalidad relacionado con la
memoria y el olvido dentro de la obra, como referentes que significan la superación de la
fatalidad a través de la transposición del relato de los desaparecidos y los muertos por la
guerra que el autor muestra en la novela.
Como ya se ha dicho, dentro de la obra la temporalidad reflejada en la memoria de
Ismael se evidencia al desdibujamiento del sujeto que sufre la guerra, en tanto que es
incapaz de superarla por cuanto se siente integrado a ella. Los recuerdos del personaje
siempre están ligados a la violencia, y en ellos la constitución subjetiva de Ismael es
también producto de la violencia misma. Si tenemos en cuenta que “El presente desde la
61
posibilidad de resignificar el sentido de ese pasado y poder dejarlo atrás, y el futuro, desde
las potencialidades y/o los beneficios de la memoria, al permitir poner el acento en el
futuro” (Blair; 2005, p. 15), la memoria es fundamental en tanto permite reconocerse en
experiencias pasadas que significan el presente, del mismo modo en que a partir de las
actuaciones que se realizan sobre el pasado recordado en el futuro se puede superar el
pasado, es decir, vivenciarlo no como presente viviente que se actualiza, sino como parte de
una experiencia que sirve de base para constituir una actitud reflexiva en perspectiva de
futuro.
Sin embargo, en la novela se aprecia cómo “la violencia de hoy estaría cargando
con la no inclusión de la VIOLENCIA en el pasado y su percepción de presente perpetuo”
(Blair T.; 2005. p.17). Al actualizarse y recrudecerse la guerra, no es posible dejar la
vivencia de la misma atrás, temporalizar la experiencia en función del recuerdo evocado, y
no de la vivencia que se evoca. En la obra, la sobrecarga de acontecimientos violentos
modifican los recuerdos de Ismael, en tanto estos se cargan de una actitud desesperanzada
hacia el futuro que desplazan las actitudes características del personaje en el comienzo del
relato, lo que también impide resistir por mucho tiempo a la incertidumbre que genera el
sitio invisible de los ejércitos.
En este sentido se puede afirmar que la violencia atraviesa la temporalidad de
Ismael en su vivencia del sufrimiento provocado por la guerra. La evaluación del mundo
que hace Ismael se hace cada vez más sombría en tanto esta se nutre de las experiencias
sufridas, a la incertidumbre por el paradero de su esposa, al enfrentamiento constante con la
62
muerte representada en los combatientes empoderados del pueblo, en el pueblo mismo
como escenario de la violencia incomprensible.
Aún con todo, la configuración del relato en sí cumple una función esencial, ya que
al estar presentadas las vivencias anímicas y emocionales de la guerra que se sufren el
relato. En ellas es posible acercarse a la experiencia estética de la novela por medio de la
presentificación en tanto que “se funde en el instante de la vivencia y, se hace reveladora o
portadora de verdades trascendentes” (Guevara; 2014, p. 112)
En el caso concreto de Los ejércitos, la experiencia del relato de los horrores de la
guerra contados desde las vivencias de un profesor cuyo ethos moderno permite observar
reflexiva y anímicamente la guerra invisible en Colombia, y al mismo tiempo, superar el
dolor que el escritor sintió al momento de escribir su obra transmitiendo en sus palabras la
vivencia de la guerra, vivencia que afecta al lector que siente como el relato enuncia una
realidad que estuvo olvidada y que ahora emerge en su plena imagen cargada de las
sensaciones de resistencia y de desesperación presentes en el relato de Ismael Pasos. Aquí
el pasado se hace presente, la vivencia se actualiza en la conciencia del lector para
configurar en su subjetividad un espacio para recordar a las víctimas de la guerra y
permitirse reflexionar sobre la indolencia que caracteriza a la sociedad colombiana.
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Nuestros olvidos no son accidentales, pues "el olvido puede estar tan estrechamente
unido a la memoria que puede considerarse como una de sus condiciones" (Ricoeur; 2003,
p. 546). Bajo este precepto es posible pensar en esta obra como la apertura de nuestra
conciencia, de un país y de sus absurdos, de una guerra que a la luz de este relato puede ser
vista más allá de sus connotaciones políticas y económicas, o desde las diversas
justificaciones que tienden a encubrir la dimensión sensible del conflicto en Colombia y
posibilita el acercamiento a sus víctimas, a su sufrimiento y a su propio extrañamiento. Esa
experiencia nos trae a la memoria la experiencia sensible e un relato ficticio que se sabe
próximo y quizá, más cercano a la realidad, en tanto es posible comprender un mundo de
horror que la obra literaria nos presenta que está ahí, y del cual es posible hacer propio el
dolor de las víctimas. Esta vivencia posibilita la construcción de la memoria a través de
aquellas personas representadas por Rosero, una memoria cuyo referente es el pasado
hecho presente para movilizar una reflexión en perspectiva del futuro sobre la violencia y
sus consecuencias en la fragmentación de la sociedad colombiana, y la naturalización de los
hechos violentos que ocurren en San José, así como en cualquier otro pueblo de Colombia.
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6. Conclusiones.
Como resultado del análisis de la obra Los ejércitos se establecen las siguientes
consideraciones que permiten acercarse carácter eidético de la novela en relación con la
representación de Ismael Pasos y su vivencia de la guerra en medio de un pueblo que
representa cualquier otro pueblo que ha padecido la crudeza del conflicto armado, y a sus
habitantes con su afecciones y sentimientos de miedo, desarraigo y desesperanza.
A través del análisis del mundo de la vida de Ismael fue posible comprender una
vivencia compleja de la violencia causada por la guerra, como un elemento constituyente
del mundo del personaje que desde un principio se ve abocado a ella, y que intenta resistir
mediante la esperanza que representa la búsqueda de Otilia. Estos valores y creencias van
siendo desplazados por la guerra que se asienta en San José hasta convertir a Ismael en otro
ser que recorre todos los territorios que anduvo durante el advenimiento de la muerte, hasta
que la esperanza de encontrar sosiego en la aparición de Otilia desparece.
Con relación al análisis de la temporalidad de la novela, nos pone a un personaje
reflexivo, desde su ethos como una persona que cuenta con la capacidad para comprender y
subrayar la presencia de la guerra y no evitar su presencia, lo que de entrada llena de
incertidumbre su futuro. El quiebre de esta vivencia del tiempo de la guerra se produce con
la búsqueda de Otilia y la pérdida de la noción del tiempo objetivo. El personaje ha
cambiado, se ha transformado conforme avanza la espiral de sucesos violentos que
sumergen a San José en la guerra. Sufre un desdibujamiento provocado por la impotencia y
65
la incapacidad de aislarse en algún discurso (religioso) que lo evada de la realidad. En
suma, la temporalidad del personaje ofrece de primera mano la des-personalización del
sujeto imbuido en medio de la violencia.
La vivencia del tiempo y las afecciones que configuran el relato de Ismael en la
novela, en suma, acerca al lector a una experiencia sensible de una violencia que se resiste
al olvido al que es encubierta por los discursos oficialistas. El relato se configura como una
experiencia del eidos particular de la novela y de la experiencia en sí, expuesto en la
sensibilidad hacia la víctima que es desarraigada de su tierra en el plano de las afecciones y
los sentimientos que configuran subjetividades. Un mundo al cual no es posible volver. La
violencia se vive de forma permanente, en un presente viviente que no permite ser dejada
atrás en el relato, pero que en forma de obra literaria permite al escritor reconstruirla para
hacer memoria de ella, y en sentido, construir un lugar para las voces que fueron
silenciadas por la guerra dentro de la literatura colombiana, voces que en Ismael encuentran
un lugar desde el cual expresarse a fondo y movilizar una actitud reflexiva sobre los
alcances del conflicto armado más allá de sus causas.
Por último, hay que resaltar la experiencia del horror y la vivencia de la guerra
como una experiencia que es percibida y captada incluso desde la experiencia de quienes
solo han escuchado hablar de la guerra y no la han vivido. La recreación de la violencia
transmitida con toda su crudeza, que mantiene vivas las memorias de aquellos que vivieron
y murieron en medio del sitio invisible y eficaz de un fantasma que acecha con llevárselo
todo, es en concepto de quien escribe, el principal elemento vinculante de la obra con el ser
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humano, siendo su principal característica el poner el acento de la reflexión sobre la
violencia en Colombia sobre la víctima que ha sido maltratada y desconocida por los relatos
oficiales y gubernamentales.
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