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Aprende a decir «no» a tus hijos

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Colección «PROYECTO»119

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Robert Langis

Aprendea decir «no»

a tus hijos

Sal TerraeSantander – 2012

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Título del original en francés:Savoir dire non aux enfants

Ó 20086 by Les Éditions QuebecorMontréal (Québec) Canadáwww.quebecoreditions.com

Traducción:Joaquín Negrón Sánchez

© 2012 by Editorial Sal TerraePolígono de Raos, Parcela 14-I

39600 Maliaño (Cantabria)Tfno.: 942 369 198 / Fax: 942 369 [email protected] / www.salterrae.es

Imprimatur:X Vicente Jiménez Zamora

Obispo de Santander30-11-2011

Diseño de cubierta:María Pérez-Aguilera

www.mariaperezaguilera.es

Reservados todos los derechos.Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida,

almacenada o transmitida, total o parcialmente,por cualquier medio o procedimiento técnico

sin permiso expreso del editor.

Impreso en España. Printed in SpainISBN: 978-84-293-1976-7

Depósito Legal:

Impresión y encuadernación:Grafo, S.A. – Basauri (Vizcaya)

www.grafo.es

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ÍNDICE

Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11

PRIMERA PARTE

EL PODER POSITIVO DEL NO

1. Recuperar el respeto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17Los padres autoritarios de antaño . . . . . . . . . . . . . . 17Los niños hoy ya no temen a los padres . . . . . . . . . 21El niño, amo y señor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 24El verdadero respeto debe volver a ocupar

el lugar que le corresponde . . . . . . . . . . . . . . . . 26La importancia del «no»

para lograr un mayor respeto . . . . . . . . . . . . . . . 30

2. Mi relación con mi hijo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 33Dejemos de ser los esclavos de nuestros hijos . . . . . 33Cuido de mi hijo,

pero yo también tengo mi propia vida . . . . . . . . 41¡Por fin! ¡Mi hijo ya no «se me sube a las barbas»! . . 44Nuestro hijo quiere descubrir

cuáles son nuestros límites . . . . . . . . . . . . . . . . . 47

3. El amor de mi hijo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 53¿Sabe nuestro hijo qué es lo mejor para él? . . . . . . . 53El amor, un concepto que no siempre está claro . . . 55

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Para ser amado hay que ser apreciado . . . . . . . . . . . 56Mi hijo aprecia lo que yo hago por él . . . . . . . . . . . 57La permisividad no nos garantiza su amor . . . . . . . 60

4. Ser buenos padres . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 63¡Ojo!: a padres demasiado buenos, niños malcriados 63«En líneas generales, soy un buen padre» . . . . . . . . 66El no, pilar básico de la felicidad familiar . . . . . . . . 70

SEGUNDA PARTE

¿CÓMO DECIR QUE NO?

5. Cuando digo que no, explico por qué . . . . . . . . . . 75¿Por qué es necesario explicarse? . . . . . . . . . . . . . . . 75Si mi hijo tiene menos de dos años,

¿debo explicarle las cosas? . . . . . . . . . . . . . . . . . 83Las razones que peor aceptan los niños . . . . . . . . . . 88Las mejores razones

que podemos dar a nuestros hijos . . . . . . . . . . . 93Una forma sencilla de cerciorarnos

de que el niño ha comprendido bien . . . . . . . . . 105

6. Una vez que lo ha entendido, dejo de repetírselo . 109Es normal que el niño insista . . . . . . . . . . . . . . . . . 109No por mucho repetir me comprende más temprano 110

7. Ahora, cuando le digo que no, me toma en serio . 115Cómo decir que no y, a la vez, ser convincente . . . . 115Por el bien de todos, me niego a aceptar chantajes . 139

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TERCERA PARTE

¿CUÁNDO DECIR QUE NO?

8. Algunos consejos de gran ayuda . . . . . . . . . . . . . . 143Un niño es un niño . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 143No abusemos del «no» . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 145Con una sonrisa se arreglan multitud de problemas 148

9. ¿Cuándo hay que decir que no? . . . . . . . . . . . . . . . 151Los problemas, de uno en uno . . . . . . . . . . . . . . . . 151Cuestión de prioridades . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 151No nos dejemos arrastrar

por nuestros estados de ánimo . . . . . . . . . . . . . . 154Niños «buenos» frente a niños «malos» . . . . . . . . . . 156

10. ¿Cuándo hay que decir que sí? . . . . . . . . . . . . . . . . 163Valores primarios y valores secundarios . . . . . . . . . . 163Ya aprenderá con el tiempo . . . . . . . . . . . . . . . . . . 165Potenciar el lado bueno del niño . . . . . . . . . . . . . . 166Sepamos valorar a nuestros hijos . . . . . . . . . . . . . . . 168

Conclusión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 173

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Introducción

O siempre es fácil ser padres o trabajar con niños. ¡Laeducación es todo un arte!

Este libro nace con el propósito de facilitarnos esa tareay de aumentar el placer que supone vivir con nuestros hijos.Son muchos ya los padres que, al poner en práctica algunasde las soluciones propuestas en esta obra, han encontradorespuesta a muchos de los problemas de educación con quese enfrentaban en su familia. En especial, aquellos padres pa-ra quienes lo más importante ha sido siempre mantener unasrelaciones de buena armonía con sus hijos, pero que ya nosabían qué hacer, porque estos se resistían tenazmente a suautoridad.

He escrito Aprende a decir «no» a tus hijos con el fin de ayu-dar a los padres de hoy. Llevo ya varios años ofreciéndoles so-luciones prácticas en respuesta a sus preguntas y a las de losprofesionales de la educación. En la mayoría de los casos, setrataba de padres que habían fracasado al tratar de emplear losmétodos educativos tradicionales con sus hijos. De este mo-do, miles de personas que asistían impotentes al deterioro delas relaciones con sus hijos han logrado al fin encontrar loque tanto buscaban. Aunque parezca mentira, en realidad setrata de soluciones bastante sencillas, pero es preciso cono-cerlas. Es para mí todo un placer haceros partícipes de ellas,y espero de todo corazón que contribuyan a crear un climade felicidad en vuestra familia.

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«Aprende a decir “no” a tus hijos»: ¡Un título revelador!

La presente obra resulta reveladora para todas esas personasque tienen ciertas dificultades para hacerse obedecer y paraimponer disciplina a sus hijos. Juntos iremos descubriendouna serie de técnicas muy útiles, bastante sencillas y suma-mente valiosas. La destreza adquirida mediante la aplicaciónde estas técnicas contribuirá en gran medida a colmar unanecesidad esencial de los padres de hoy: hallar un equilibrioentre la educación autoritaria de antaño y el deseo de vivirde un modo pleno con nuestros hijos en el presente, sin des-cuidar por ello su educación. Aprende a decir «no» a tus hijosno propone un concepto de autoridad tiránico y aplastantecomo el que prevalecía hasta no hace mucho, sino más bienuna autoridad sana y eficaz en la que puedan coexistir la fe-licidad familiar, la colaboración y el respeto.

El título se muestra revelador, además, por cuanto que sehace eco de una constatación que resulta cada vez más evi-dente entre los especialistas de la educación: los problemasque genera una educación excesivamente permisiva, en la quela autoridad –necesaria y sana en su justa medida– se mani-fiesta en raras ocasiones o es ejercida de un modo inadecuado.

Como ya hemos apuntado, el hecho de que a los padresles cueste trabajo decir «no» o no tengan claro cómo hacer-lo, puede tener diversas consecuencias negativas para los hi-jos, lo que a su vez traerá consigo repercusiones directas so-bre toda la familia.

De hecho, podemos observar que estos niños y niñaspresentan, entre otros, los problemas siguientes:

■ La adquisición de un sistema de valores poco consistente.

■ Una escasa consideración por todo cuanto hacemos por ellos.

■ Faltas de respeto.

■ Una acusada tendencia hacia la manipulación.■ Una excesiva propensión a ser caprichosos.

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■ Manifestaciones de violencia verbal o física cuando no satisfacemos sus caprichos.

■ Una pronunciada tendencia hacia el egoísmo y la indiferencia.

■ Un alto grado de desobediencia e indisciplina.

■ Una actitud en la que proliferan las amenazas.

■ La necesidad de que se les repita una y otra vez lo mismo.

Aprende a decir «no» a tus hijos nos permitirá establecer ladosis correcta de autoridad para atenuar o disipar por com-pleto este tipo de dificultades.

Cuando tenemos la sensación de que la educación denuestros hijos se nos va de las manos, y con ello el bienestarfamiliar, de nada sirve tratar de buscar un culpable. Si lo queverdaderamente queremos es mejorar la situación, la únicasolución posible pasa por modificar nuestra actitud comopadres. ¡Ser padre es todo un arte!

Pero antes de realizar algún cambio en nuestro modo deeducar a nuestros hijos, debemos hacernos una serie de pre-guntas fundamentales:■ ¿Es realmente factible conciliar la autoridad

y la felicidad?

■ ¿Es fundamental la autoridad para proporcionar una buena educación?

■ ¿Por qué es importante saber decir que no?

■ ¿Cuáles son las ventajas de decir que no?La primera parte del libro, dedicada al «poder positivo

del no», responde a estas preguntas.Más adelante veremos «cómo decir que no» y «cuándo

decir que no». Toda la capacidad de actuación se centra enestos dos niveles.

Saber decir «no» no significa únicamente ser capaz de de-cir «no» a nuestros hijos sin más, sin dar explicación alguna.

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Vamos a demostrar que los buenos resultados vienen deter-minados, por una parte, por la clase de explicaciones que de-mos a nuestros pequeños y, por otra, por nuestra forma deactuar. Estos dos elementos –explicaciones y formas de ac-tuar– serán indicativos de la utilización de estas técnicasnuevas, aún poco conocidas pero muy eficaces, y en la ma-yoría de los casos de fácil aplicación.

En cuestiones de educación, la pura verdad es que tododepende de nuestro modo de actuar.

Hay muchos padres que dicen: «Nuestro hijo se com-porta como un ángel con uno de nosotros dos y como un de-monio con el otro»; o bien: «Cuando le hablo de una deter-minada manera, la cosa funciona y me escucha, mientrasque si le hablo de otro modo, no hay nada que hacer».

Estas consideraciones vienen perfectamente al caso. A lahora de ejercer nuestra función de padres, por muy buenasque sean nuestras intenciones o por más empeño que pon-gamos en hacer todo cuanto esté en nuestras manos, si no sa-bemos cómo tratar a los niños de hoy, nos toparemos conmás de un escollo.

El objetivo de Aprende a decir «no» a tus hijos consisteprecisamente en ayudar a desarrollar una serie de habilidadespara ejercer una autoridad sana y poder proporcionar así unaexcelente educación a los hijos.

Tanto si eres madre o padre como si ejerces tu profesiónen el campo de la educación, te interesará sin duda leer estelibro para familiarizarte con estos conocimientos, que van abrindarte una inestimable ayuda.

Para educar correctamente a nuestros hijos e inculcarlesunos valores fundamentales, veremos que saber decirles «no»reviste una importancia esencial. Cuanto más inteligentes yavispados sean los niños, tanto más capaces serán de enfrentar-se a sus padres desde muy temprana edad y tanto más fácil lesresultará manipular su entorno. No cabe duda, por tanto, deque los niños de hoy pueden darnos más de un quebradero decabeza... ¡a menos que sepamos cómo manejar la situación!

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PRIMERA PARTE

EL PODER POSITIVO DEL NO

Las apariencias pueden fácilmente inducir-nos a error a simple vista. Pero a quien esperspicaz el tiempo le revela lo que se ocultatras las apariencias. De igual modo, decir queno puede parecer injusto. Pero al poco tiem-po, gracias a ese no, el niño descubrirá los va-lores más justos y elevados.

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Recuperar el respeto

Los padres autoritarios de antaño

AGAMOS retroceder las agujas del reloj y regresemos dosgeneraciones hacia atrás, a los tiempos de nuestros

abuelos.

Por entonces, a la mayoría de los niños ni se les pasabapor la imaginación la posibilidad de poner en duda la auto-ridad establecida, ni en casa ni en el colegio. Criticar el com-portamiento de los adultos, resistirse a obedecer una orden oincluso lanzar una mirada desafiante se consideraba pocomenos que un sacrilegio. Con razón o sin ella, las decisionesde los mayores no admitían contestación alguna. Las cosaseran así, y punto, sin necesidad de ninguna explicación lógi-ca. ¡Como manda la tradición!

Por lo común, las relaciones entre padres e hijos estabanmarcadas por el yugo de la dominación paterna. Examinan-do los hechos con un poco de perspectiva, resulta fácil ad-vertir que se trataba de relaciones de dominantes/domina-dos. Al decir esto, no nos referimos a conceptos de tiranía odictadura, sino a la existencia de unas relaciones situadas enun plano de desigualdad entre los distintos miembros de lafamilia debido a la tradición. En raras ocasiones, padres e hi-jos podían hablarse de igual a igual, e igualmente raro eraque se tuviera en consideración la opinión de los hijos.

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Volvamos ahora a ajustar la hora en nuestros relojes y re-gresemos al presente.

En función de nuestra edad y la mentalidad de nuestrospadres, somos, de una forma más o menos, directa produc-to de aquella educación hoy obsoleta.

Los tiempos han cambiado enormemente, y con ello,también la forma de educar a nuestros hijos. Probablemen-te, debido a que las generaciones que han sufrido esa educa-ción querían mantener otro tipo de relaciones con sus hijos.Los padres y madres que han propiciado este cambio desea-ban mostrar una actitud menos autoritaria hacia sus peque-ños, con la idea de poder así:

■ acercarse más abiertamente a ellos;■ mejorar los intercambios afectivos mutuos;■ vivir en un entorno donde los hijos no teman

constantemente ser el blanco de la ira de sus padres;■ conseguir que sus hijos se sientan a gusto con ellos;■ desarrollar al máximo el potencial de sus hijos;■ responder mejor a las necesidades de los pequeños

para favorecer así un mayor grado de desarrollo de su inteligencia;

■ disfrutar de una relación agradable y enriquecedora.

En resumidas cuentas, puede haber infinidad de razo-nes válidas para desear cambiar el tipo de educación de unaépoca ya obsoleta. Obviamente, estas razones siguen te-niendo la misma validez hoy día. Son el fruto de la tomade conciencia de una sociedad en plena evolución: la feli-cidad de nuestros hijos se ha convertido en algo muy va-lioso para nosotros.

Desear mejorar nuestro modo de vida cuando este ape-nas nos resulta satisfactorio, es algo totalmente digno de elo-gio. ¡Vivan los cambios! Son una cosa de lo más natural, al-go que cae por su propio peso.

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Aunque los cambios que se han producido desde hacedos generaciones hayan sido inmensos, la situación actualaún dista mucho de ser perfecta. Debemos adquirir más ex-periencia y perfeccionar nuestra manera de educar. Aún es-tamos muy lejos del «paraíso familiar».

Numerosos e importantes han sido los cambios de men-talidad que han tenido lugar en estos últimos tiempos. Has-ta tal punto es así, que nació incluso una nueva filosofía quearraigó rápidamente y con fuerza. Según esta, había que de-jar que los niños dieran rienda suelta a todas sus formas deexpresión. Dicha filosofía, derivada, entre otras, de las teo-rías del doctor Spock, ha ejercido una considerable influen-cia sobre la mentalidad de los padres. Por fortuna, el propiodoctor Spock ha puesto en tela de juicio sus antiguas teo-rías, explicando que estas podían tener numerosos efectosnegativos sobre los niños y la familia.

Las teorías del citado doctor Spock reflejaban a la per-fección el deseo de toda una generación de padres de suavi-zar las relaciones con sus hijos, hasta entonces demasiado rí-gidas y duras.

Sin embargo, lo que en la práctica se ha conseguido hasido pasar precipitadamente de un extremo al otro, sin caeren la cuenta de que con ello estábamos dándoles la espalda aalgunas de las necesidades básicas de nuestros hijos. A partirde ese momento, y como consecuencia directa de esa falta deexperiencia, han ido surgiendo otros tipos de problemas fa-miliares y educacionales.

La mayoría de los padres actuales, en su empeño por dar-les lo mejor a sus hijos, han abandonado ese modelo educa-tivo de corte casi militar que caracterizó a épocas pasadas. Y,desde luego, han hecho bien. Los militares pueden ser efica-ces, pero muchas veces a costa de su propia felicidad. Ese es-tilo de educación no es el apropiado para la familia, puestoque sus fines nada tienen que ver con los del ejército.

Partiendo de esta evidencia, podemos formularnos las si-guientes preguntas: ¿Qué sustituye hoy a la autoridad de an-

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taño? ¿Es preciso que los niños estén constreñidos en unosmoldes estrictos? He aquí dos importantes preguntas paralos padres de nuestro tiempo.

Mi trabajo como coordinador y asesor de diferentes es-pecialistas que ejercen su labor en el campo de la educación,mi contacto directo con miles de padres y mis propias ob-servaciones me han llevado al convencimiento sincero de po-der aportar la respuesta a esas preguntas.

La felicidad y el óptimo desarrollo del niño dependen enun grado muy elevado de la educación recibida. Esta educa-ción engloba tanto los aspectos formativos como los relati-vos a la orientación o encauzamiento conductual.

Por una parte, la formación debe ser de calidad. En lapresente obra le reservaremos un lugar destacado y analiza-remos de una manera pormenorizada el tipo de explicacio-nes que conviene dar a los niños. Como veremos, estas ex-plicaciones son muy diferentes de las que solía dárseles enotros tiempos y que aún hoy siguen utilizándose.

Por otra parte, la orientación o encauzamiento es esenciale implica necesariamente una u otra forma de autoridad. Deno ser así, el niño convertiría en ley su voluntad, y nos halla-ríamos ante una forma de anarquía –el desorden y la confu-sión causados por la ausencia de reglas familiares– donde el ni-ño haría y desharía a su antojo en detrimento de todos, in-cluido él mismo. Analizaremos detenidamente esta necesidadde mantener cierto grado de autoridad, al tiempo que incidi-remos en los peligros que puede conllevar su ausencia.

A propósito de la autoridad, hay que reseñar que esta pa-labra suele despertar sentimientos más o menos negativos enla mayoría de nosotros porque, en líneas generales, la auto-ridad ha sido a menudo –y sigue siendo hoy– mal ejercida.No es de extrañar que el término «autoridad» se haya con-vertido en un sinónimo de control y abuso de poder.

No obstante, deberíamos comprender que es posibleejercer un control sano que tenga en cuenta las necesidades

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reales de todos, sin por ello tener que caer en el abuso y ladominación.

De unos años a esta parte, se viene observando en los ni-ños una tendencia cada vez más acusada a hacer todo cuan-to se les antoja, y los adultos se muestran proclives a dejarleshacer. Por lo menos, hasta que surgen los problemas.

En opinión de varios de mis colegas, la autoridad anti-gua, demasiado severa, no ha sido sustituida por una clasemejor de autoridad, sino que más bien ha dado paso a unaespecie de negligencia.

Es hora de abordar ciertos cambios importantes ennuestra pedagogía actual, con objeto de perfeccionarla. De-bemos seguir aspirando a mejorar las relaciones con nues-tros hijos, pero sin que ello redunde en un perjuicio para sueducación. La clave está en responder mejor a sus necesida-des de encauzamiento.

Los niños hoy ya no temen a los padres

A menudo oímos decir: «Los niños de hoy ya no “respetan”nada».

No obstante, a poco que ahondemos en el tema, y a la luzde la opinión de los expertos, vemos que sería más exacto de-cir: «Los jóvenes cada vez “temen” menos a la autoridad».

No soy el primero en querer incidir en la distinción en-tre las palabras «temor» y «respeto»; pero, en cualquier caso,son conceptos que todavía hoy siguen estando íntimamenteligados en la mentalidad de muchas personas.

Sin embargo, existe una gran diferencia entre el verdade-ro respeto y el que lleva implícito nociones de temor. De he-cho, a muchos nos resulta posible discernir los matices entreambos con solo confrontar esas dos palabras. No obstante,precisar el valor del respeto bien entendido, depurado de suconnotación de temor, se me antoja una cuestión primordialpara la pedagogía moderna, sobre todo cuando se habla deejercer una autoridad sana.

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¿Queremos ser temidos o respetados? Es esta una pre-gunta clara que precisa una respuesta igualmente clara porparte de cada uno de nosotros.

El concepto de temor puede sumar a la noción de mie-do la de abuso de poder. El respeto, en cambio, engloba otraserie de nociones que analizaremos más adelante. Pero antesde hablar del respeto bien entendido, despojado de la nociónde temor que tan a menudo se le asocia, veamos por qué losjóvenes actuales le han perdido el miedo a la autoridad y porqué han desarrollado la capacidad de resistirse a ella tenaz-mente. Podemos señalar cuatro factores*:

1. Los niños son cada vez más inteligentes y tienen la men-te despierta, lo que les permite percibir enseguida:– las debilidades de los adultos;– los puntos flacos y las incoherencias del entorno en el

que se desenvuelven;– las tácticas del juego de la manipulación para obtener

lo que desean.

2. El desarrollo psicológico de los niños es cada vez más pre-coz. Desde su más temprana edad son capaces de de-mostrar sus aptitudes y su inteligencia. Así pues, desdemuy pequeños están preparados para explotar los puntosantes mencionados, y es frecuente que a los padres y a loseducadores esto les pille desprevenidos.

3. El poder psicológico de los niños es cada vez mayor. Es-tán dispuestos, con razón o sin ella, a enfrentarse conuñas y dientes a todo cuanto se interponga en su cami-no, entre lo que se incluye la autoridad.

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* Para una información más detallada a este respecto, recomiendo enca-recidamente la excelente serie de volúmenes dedicados a la figura del ni-ño impermeable a todo cuanto se le dice, o «niño teflón», escritos porDaniel Kemp y publicados por Les Éditions Quebecor.

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4. Resulta cada vez más difícil manipular a los niños a travésde las emociones. Aunque es obvio que estas puedan in-fluir en ellos, no por ello van a mostrarse dispuestos acambiar así como así su comportamiento y a hacer loque les pedimos por el mero hecho de que aduzcamos ra-zones de carácter emotivo. De ahí que muestren una es-pecial resistencia a una educación que culpabiliza, mora-liza y abusa de las razones emotivas, sean cuales sean.

He aquí algunos ejemplos de comentarios que a menu-do se hacen a los niños con el fin de manipularlos emocio-nalmente: «Eso no está nada bien»; «¿Quién te has creídoque eres?»; «Si nos quisieras, ordenarías tu habitación»;«Siempre tienes la culpa»; «Estarás contento...: ya has dis-gustado a mamá»; «¿No te da vergüenza?»; etc.

Claro está que no todos los niños responden a este retra-to, y si lo hacen, será en mayor o menor grado según los ca-sos; pero sí es cierto que refleja bastante bien la tendencia ac-tual y puede permitirnos comprender mejor cuál es la acti-tud de nuestros pequeños con respecto a la autoridad.

En todos los talleres y actividades que he tenido el placerde coordinar hasta la fecha y en los que he descrito de estemodo a los jóvenes de hoy, las personas asistentes no han du-dado en confirmar la existencia de esa realidad.

Ese tipo de carácter rebelde e impermeable a todo lo quese le diga, que se ha dado en llamar «teflón» (en referencia alconocido material antiadherente de las sartenes y demásutensilios domésticos), no tiene por qué impedir necesaria-mente que el niño pueda recibir una buena educación y vi-vir en armonía con los adultos. Todo depende exclusiva-mente de la forma en que sepamos educarlos. Ahora bien,independientemente del tipo de educación que reciban, esun hecho evidente que ese carácter está cada vez más pre-sente en nuestros hijos y les lleva de un modo natural a per-derle el miedo a la autoridad.

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No quiere decirse con esto que la autoridad haya perdi-do su razón de ser. ¡Nada de eso! Por ahora, nos limitaremosa constatar que el tipo de respeto que hacía surgir el temoren los niños de generaciones pasadas tiene una influencia ca-da vez menor en las generaciones actuales, y esto es así por-que ya no se esgrime el miedo como arma para acallar susopiniones y sus muestras de desagrado.

El desmoronamiento de aquella sociedad antigua gober-nada por el miedo es una buena razón para que deseemos de-jar de ser temidos y, en lugar de ello, aspiremos a ser respe-tados y amados de verdad. De igual modo, deberíamosabandonar esa creencia de que los jóvenes de hoy no respe-tan nada. Lo que en realidad sucede es que muchos de ellosya no temen nada. Lo cual no quiere decir en modo algunoque no puedan respetar nada.

El niño, amo y señor

En los tiempos de las grandes familias, que integraban bajoun mismo techo, e incluso en una misma habitación, a ungran número de hermanos y hermanas, las relaciones familia-res eran diferentes. Los padres no podían centrar su atenciónen un único hijo. Aportaban lo que buenamente podían, y lachiquillería, según qué casos, se disputaba o se repartía lopoco que había.

En nuestros días, en cambio, con la mejora general de lasituación económica, y al haberse restringido el núcleo fa-miliar, el niño recibe muchas atenciones. La familia se haconvertido en su pequeño reino. No tarda en descubrir que,en casa, él es el centro de atención de sus padres y que, portanto, se le concede mucha importancia. Eso le confiere unaposición de fuerza o, lo que es lo mismo, de poder. Esto esalgo que el niño comprende rápidamente, aunque no levan-te aún dos palmos del suelo.

Además, cuando los padres trabajan fuera, suelen tendera mimar al hijo para compensar su ausencia. Tendrían la im-

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presión de ser unos malos padres si no sucumbieran a susmúltiples peticiones. Hay incluso quienes, sin la obligaciónde ausentarse del hogar, tienen una inclinación natural a sa-tisfacer todos los caprichos de sus hijos.

Si el niño está acostumbrado a que sus padres estén siem-pre pendientes de él, y estos no saben decir «no» a determi-nados requerimientos suyos o no saben cómo reprocharleciertos comportamientos, no tardará en descubrir que, a sumanera, él es el amo y señor de la situación.

Así las cosas, y dado el carácter de los niños de hoy, el te-rreno estará abonado para que puedan dedicarse a manipu-lar a su antojo a quienes les rodean.

Desde hace varios años, trabajo en el Centro para niños«teflón» de Québec, y mi labor consiste en ayudar a los pa-dres que ya no saben qué hacer con sus hijos.

En cierta ocasión, dos madres me contaron una historiaidéntica que cada una de ellas había vivido en su respectivohogar. Su hijo consiguió atraer su atención sobre algo quesupuestamente sucedía en la calle. Cuando la madre salió albalcón, el hijo volvió a entrar rápidamente y le echó el ce-rrojo a la puerta. La madre, desconcertada, no daba créditoa sus ojos al ver que su hijo aprovechaba la ocasión para lan-zar contra las paredes de la casa toda la comida que encon-traba en la cocina. Uno de estos niños tenía cuatro años ymedio, y el otro tan solo tres y medio.

Después de que me contaran esta anécdota, mantuveuna breve charla con ellas y les expliqué que les convendríaser un poco más firmes con su hijo. Ambas me dijeron quetenían miedo de ser demasiado severas: «Es demasiado pe-queño para entenderlo. Tengo miedo de hacerle daño si lehablo en un tono demasiado duro».

Sin embargo, si los niños son capaces a tan tempranaedad de hacer una cosa semejante, igualmente capaces sonde comprender rápidamente lo que sus padres hacen o les di-cen. Pueden perfectamente hacerle frente a una reprimenday, si nadie lo impide actuando de un modo más enérgico, se

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exponen a convertirse en unos «pequeños monstruos», segúnla expresión popular.

Podríamos contar otras muchas historias como esta, in-trascendentes o francamente preocupantes, que demostra-rían hasta qué punto los padres de nuestro tiempo han sali-do de Herodes para entrar en Pilato o, lo que es lo mismo,han pasado de un extremo a otro.

¿Demasiado blandos? ¿Demasiado buenos? ¿Miedo a lasreacciones del niño? ¿Miedo a ser demasiado estrictos? ¿Mie-do al qué dirán? ¿El afán de ganarse el cariño del hijo? Seancuales sean las razones, el niño descubre pronto que tiene lasartén por el mango. En un contexto así, ¿cómo podríamosinstaurar unas nociones de respeto que nos permitieran viviren armonía?

El verdadero respetodebe volver a ocupar el lugar que le corresponde

¿Es posible respetar a los padres, al jefe, a los policías, a losjueces o a cualquier otra persona –independientemente de sufuerza física– que ejerza algún tipo de autoridad, sin tenerque temerla en modo alguno?

Por supuesto que sí, pero también suele suceder que sea eltemor lo que infunda el respeto ajeno. Hay una expresión po-pular que viene perfectamente al caso: «Es un hombre –unamujer, un enemigo, un toro, un perro...– que impone respeto».

Analicemos esto en más profundidad:Recordemos, sin ir más lejos, algunos sucesos que han te-

nido lugar en varias grandes ciudades y donde, por diversosmotivos, un nutrido grupo de manifestantes han tomado alasalto un barrio entero y han saqueado todo cuanto han en-contrado a su paso. Es algo que ha sucedido no hace muchoen las ciudades de Los Ángeles y Montreal, por citar solo dosejemplos. En estos casos, siempre suele haber individuos queaprovechan la ocasión para desvalijar las tiendas o cometer

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actos vandálicos. No todos los presentes en esa clase de ma-nifestaciones actúan movidos por una causa concreta. Loshay que simplemente se aprovechan del hecho de que hayauna multitud enfurecida difícil de contener por parte de lasfuerzas del orden. Como el riesgo de ser detenidos por la po-licía es escaso, estas personas se dedican a delinquir.

No obstante, en el curso de esas mismas manifestaciones,otras personas no roban ni saquean, a pesar de tener la posi-bilidad de infringir la ley. Contrariamente a la actitud queexhiben otros, ellos siguen respetando el orden, las propie-dades y la integridad de las personas del lugar. No es que es-tas personas teman las leyes, sino que para ellas se trata deuna cuestión de respeto.

Veamos otro ejemplo. Si los policías no pusieran multas,algunas personas aprovecharían la ocasión para circular a susanchas, poniendo en peligro su vida y la de los demás. Sinembargo, otros conductores seguirían circulando con pre-caución, aun cuando no les asustara el hecho de conducir amás velocidad. En tal caso, podríamos afirmar también queesas personas respetan ciertos principios, en vez de decir quetemen que les pongan una multa.

Así pues, vemos que es posible respetar unas determina-das directrices sin tener por ello que temer las reacciones delos demás, como pueden ser las reprimendas, la ira o algúntipo de castigo.

Lo mismo sucede con los niños. Muchos de ellos son res-petuosos con la gente y con su entorno sin necesidad de ver-se obligados a actuar así por miedo.

En cambio, es evidente que algunos jóvenes parecen ne-cesitar una cierta dosis de temor para comportarse bien. Pe-ro, llevando el asunto al terreno pedagógico, ¿qué tipo derespeto es el que deseamos inculcar?

Algunos padres educan a sus hijos de tal modo que estosles tengan miedo. Cuando estos padres envejecen, sus hijos,ya mayores, suelen dejar de temerlos. Llegados a este punto,por lo común la relación se deteriora rápidamente, si es que

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no se rompe por completo. El hecho es que estos padres nohan sabido ganarse el verdadero respeto de sus hijos.

Si nos esforzamos por inculcar nociones de respeto sin ne-cesidad de recurrir a las amenazas, por lo general obtendremosunos resultados mucho más satisfactorios. Si nos valemos deamenazas, jamás conseguiremos ser respetados de verdad.

La respetabilidad no es algo que pueda imponerse: es al-go que se gana con el tiempo. Si tratamos de imponer el res-peto de nuestros hijos, no lo conseguiremos; tan solo logra-remos que actúen por temor al castigo.

Preguntémonos de nuevo: ¿queremos en realidad quenuestros hijos nos teman o preferimos que nos respeten?

Si buscamos la respuesta en nuestro fuero interno, vere-mos de una manera sincera si lo que perseguimos es el mie-do o el respeto. Nuestra meta no es intimidar a las personasde nuestro entorno o a nuestros hijos. Simplemente, desea-mos que se nos tenga en consideración. Eso es todo. Pero elmiedo no es algo que case bien con gozar de una buena con-sideración, como tampoco será un buen método para ganarel amor de nuestros hijos.

En primera instancia, puede resultarnos fácil pensar quesi el niño teme los castigos, se comportará mejor con noso-tros. Y si bien es cierto que podemos lograr que nos tengamiedo, eso no nos garantiza en modo alguno un respeto au-téntico, fiable y duradero. Además, algunos niños no temenlos castigos, y otros se niegan de plano a entrar en el juegodel miedo y la injusticia. En tales casos, se anuncia una gue-rra de trincheras en la que el respeto será siempre el que sal-ga peor parado. Y es altamente probable que los niños se de-fiendan con nuestras mismas armas, buscando a su manerala forma de infundirnos temor por las mismas razones quenosotros lo esgrimimos. Así, lo único que se consigue es des-terrar el respeto del ámbito de las relaciones familiares.

Vemos, pues, que siempre es preferible ser respetado an-tes que ser temido. En materia de pedagogía, es sin duda elmejor camino.

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Pero ¿en qué consiste el respeto? Es la suma de la consi-deración, la debida atención, el aprecio e incluso el amor quese le presta a un ser o a una cosa. Y se expresa a través de labelleza, el agrado y la justicia de los actos o las palabras.

Es evidente que tales virtudes no las traen los niños bajoel brazo en el momento de nacer; y por proseguir con el to-no humorístico, podemos decir que son unos «extras» quesolo podremos añadir al equipamiento de serie mucho tiem-po después de matricular al bebé. Se trata, no obstante, decualidades que pueden adquirirse bastante pronto si sabemoscómo desarrollarlas.

Son frecuentes las familias que sufren problemas de di-versa índole, como peleas, violencia verbal o física, frustra-ciones, falta de comunicación, hurtos, etc. A poco que ana-licemos la situación, nos daremos cuenta de que estos hechossuelen ser consecuencia de una educación en la que no exis-te la debida consideración entre los diferentes miembros dela familia.

Por ejemplo, muchos padres dicen que sus hijos no lesescuchan. Por lo común, suele ser un problema generado poruna falta de consideración el causante de que esos hijos nohagan caso o no sepan valorar lo que sus padres les dicen.

La ausencia de respeto no solo es la causa de numerososdramas familiares; también lo es de una infinidad de peque-ños sinsabores cotidianos.

Ahora bien, cuando los padres logran instaurar unas re-laciones un poco más respetuosas, observamos que todas esasdificultades se disipan rápidamente. Al menos, siempre ycuando se haya aprendido a manejar la situación.

El respeto constituye los cimientos sobre los cuales seedifican las buenas relaciones familiares, caracterizadas por elentendimiento mutuo. Es la sólida base que sustenta a todafamilia feliz.

Por todo ello, podemos afirmar abiertamente que el res-peto bien entendido debe ocupar el lugar que merece.

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La importancia del «no» para lograr un mayor respeto

Si sabemos decirle «no» a nuestro hijo lograremos, entreotras muchas cosas:

■ que se dé cuenta de que las cosas no le caen del cielo;■ que descubra el carácter de las personas;■ que aprecie el valor de sus padres;■ que tenga en cuenta lo que ellos hacen por él;■ que comprenda el valor de las cosas;■ que perciba, en la medida de sus posibilidades, el valor

del dinero.

Nada cae del cielo como el maná. Todo tiene su precio,y ese precio hay que pagarlo, ya sea en dinero, en esfuerzo oen tiempo, según los casos. El niño debe asimilar rápida-mente este principio. Si no es consciente de él, no podrá co-nocer el valor de las cosas ni respetarlas en su justa medida.

Los juguetes del niño no surgen de la nada. Son los pa-dres, los parientes, los amigos de la familia o los Reyes Ma-gos quienes los consiguen para él a fuerza de trabajo, en mu-chas ocasiones muy duro. Cabe decir lo mismo con respec-to a su comida, su ropa, su casa, su cama... y todas las demáscosas que posee, así como en relación al tiempo y los esfuer-zos que se le dedican. Hay que pagar un precio muy alto portodo ello. ¿Cuántos padres hay que sacrifican todo su tiem-po y su dinero para satisfacer los más mínimos caprichos desus hijos, prescindiendo de sus propias necesidades? Paraellos, el niño es lo primero.

¡Adiós, sueños! ¡Adiós, placeres! Hay un niño en casa, ytodo lo demás sobra. ¿Vacaciones? Quizás el año que viene.Lo primero es la bicicleta y la videoconsola para el chaval.¿Que hacen falta unas gafas o hay que ir al dentista? Antesque eso está el niño. Y si después queda algo de dinero, en-tonces les tocará el turno a los padres.

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¡Qué abnegación! ¡Les doy mi más sincera enhorabuena!Pero ¿se han parado a pensar si su hijo es consciente de

tantos sacrificios? A todos, tanto a nosotros en cuanto padrescomo a nuestros hijos, nos conviene que estos sepan valorartodo lo que forma parte de su entorno, en especial los es-fuerzos que hacemos por ellos. De lo contrario, ¿cómo po-dríamos ganarnos su respeto?

Más de una vez oímos decir a algún padre o madre: «¡Sisolo es un niño...! ¿Cómo va a entender todo lo que se le di-ce? Es normal que no mire por sus cosas o que nos hable así.Ya cambiará cuando crezca».

Partiendo de esta base, el niño es plenamente libre de pen-sar y de actuar como tal. Y se dice para sus adentros: «Mis pa-dres están ahí para atenderme y para darme todo lo que quie-ra. ¿Para qué voy a molestarme en mirar por mis cosas y enagradar a la gente que me rodea? ¿Qué más me da?: a mí todome sale gratis. Si rompo algo, para eso están mis padres, parapagar los desperfectos o comprar un objeto nuevo. Lo naturales que mis padres se ocupen de mí: no les queda otra elección.Después de todo, para eso sirven los padres».

De poco vale esperar un remedio milagroso si lo quequeremos es que nuestros hijos dejen de pensar o actuar deese modo. Este tipo de actitud perniciosa puede prolongarseindefinidamente, si es que no va a peor. La esperanza nos dapaciencia y fuerzas para resistir, pero no nos aporta solucio-nes. Así las cosas, es preferible que pongamos manos a laobra desde ya para hallar remedio a la situación.

Los niños están perfectamente capacitados para com-prender con rapidez lo que se les explica correctamente. Des-de el momento en que son capaces de comprender las pala-bras, podemos empezar a hacerles ver el valor de lo que lesrodea. Entre otras cosas, podemos enseñarles a comportarsecon dulzura con nosotros antes incluso de que comprendanel lenguaje de las palabras.

Nuestra labor como padres merece un reconocimiento.Nuestro trabajo, nuestros esfuerzos y nuestra bondad hacia

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ellos no pueden quedar infravalorados con la excusa de quepara eso estamos ahí y de que es algo natural. No olvidemosque cuando el respeto brilla por su ausencia, surge una infi-nidad de problemas familiares.

Para que nuestros hijos nos respeten, lo primero que hemosde hacer es ser conscientes de nuestro propio valor, de que na-da de lo que hacemos por ellos, por pequeño que sea, carece deimportancia. Una vez que hayamos asimilado esta idea, nos re-sultará bastante fácil transmitírsela a nuestros hijos.

Aprender a decir «no» a nuestros hijos implica, ante todo,no dar siempre por sentado que debemos decirles que sí a to-do, en especial cuando apenas aprecian lo que hacemos porellos o cuando adoptan una actitud incorrecta con nosotros.

Por otra parte, si sabemos decirle «no», el niño aprende-rá que no tiene derecho a todo por el mero hecho de serquien es.

Si dejamos bien sentadas sus bases, estos dos principiosallanarán el camino que conduce al despertar del respeto filial.

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