antropología e historia ¿un diálogo necesario- edward palmer thompson- una revisión
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antropologia e historiaTRANSCRIPT
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Miguel ngel Daz Perera
ANTROPOLOGA E HISTORIA UN DILOGO NECESARIO? EDWARD PALMER THOMPSON: UNA
REVISIN
Relaciones. Estudios de historia y sociedad, vol. XXV, nm. 99, verano, 2004, pp. 287-316,
El Colegio de Michoacn, A.C
Mxico
Cmo citar? Fascculo completo Ms informacin del artculo Pgina de la revista
Relaciones. Estudios de historia y sociedad,
ISSN (Versin impresa): 0185-3929
El Colegio de Michoacn, A.C
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ngel Daz Perera*
ELCO
LEGIO
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ICHOACN
Atencin, am
igo mo, se est usted saliendo de la his-
toria [...] Relea mi definicin, es tan clara..! Si son uste-
des historiadores, no pongan el pie aqu: esto es campo
del socilogo. Ni all: se m
eteran ustedes en el terrenodel psiclogo. A
la derecha? Ni pensarlo, es el del ge-
grafo [...] Ya la izquierda, el del etnlogo [...] Pesadi-
lla. Tontera. Mutilacin. A
bajo los tabiques y las eti-quetas! D
onde el historiador debe trabajar libremente
x Agradezco a Jos A
ntonio Serrano y Andrew
Roth porsus valiosos com
entarios. Am
i asesora, Laura Chzaro Garca por em
pezar a guiar mis
pasos; a Julia Isabel Martnez Fuentes, igual que yo, estudiante de historia, por las largas
horas de discusin de da y de noche, de estimulo, de regaos y de consejos que hoy al
revisar el ensayo, con alegra, me hacen difcil distinguir cules ideas son m
as y culesde ella. Los prstam
os de conceptos y categoras dentro de las ciencias socia-les, es una experiencia com
partida desde hace varias dcadas; ha per-m
itido entrecruzamientos y dilogos entre los diferentes intereses his-
toriogrficos. La fructfera experiencia de E.P. Thompson, contagi a
los historiadores a indagar en las entraas de las diferentes cienciassociales, com
o la antropologa, y alimentar conceptos com
o experien-cia, y darle continuidad a otros, com
o lovivido
de Zemon D
avis. Lasinterrogantes y problem
ticas desprendidas de la ampliacin de los
mrgenes disciplinarios, los inspir, a preguntarse de m
anera distin-ta sobre el com
portamiento de los hom
bres en el tiempo.
(Antropologa, historia, E. P. Thom
pson, clase, experiencia, concien-cia, vivido, im
aginacin moral, econom
a moral)
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the English Working Class, escrito que dara la vuelta entera al globo, ins-
pirando a jvenes y viejos intelectuales, generando debates alrededorde la form
acin de la clase social. Fontana al respecto comenta:
E. P. Thompson fue durante algunos aos un historiador de m
oda. Susobras atraan unos aires nuevos que suscitaron entusiasm
o entre jveneshistoriadores que debieron tener experiencias parecidas a la m
a cuando, enel annus m
irabilisde 1968, entr en una librera de la Rambla de Barcelona,
desaparecida hoy, y descubr un grueso volumen acabado de publicar, el
nmero m
il de la coleccin Pelican, The Making of the English W
orkingClass. Le ech una ojeada, lo com
pr y desde entonces no he dejado detenerlo al lado de m
i mesa de trabajo acom
paado desde 1991 por Customs
in Comm
on para volver a l, no tanto para consultarlo como para recobrar
fuerzas y rehacerme del desnim
o y el aburrimiento que suele producir la
gris mediocridad de las lecturas cotidianas. 2
Sin embargo, un acontecim
iento anterior marcar su vida poltica: la
invasin rusa a Hungra en 1956. Su renuncia al Partido era inevitable,
su negativa a amparar al m
arxismo-leninism
o como antorcha era defi-
nitiva; fue ese mism
o ao que empez a publicar con John Saville The
Reasoner. Asus treinta y tres aos, Thom
pson dara un vuelco, hablarade un m
arximo m
orrisoniano (de William
Morris), se calificara a s m
is-m
o como un com
unista libertario, democrtico
3y adems, hum
anista.Se volvi asim
ismo un feroz crtico junto con otros historiadores del
socialismo sovitico a travs de sus escritos pacifistas.
En 1965 ingres a la Universidad de W
arwick en el Centre for the
Study of Social History. En 1968 firm
junto con Raymond W
illiams,
Stuart Hall y M
ichael Barrat-Brown el M
ay Day M
anifiesto 1968que
pretenda ser un reto socialista al Partido Laborista; en 1970 promovi
un movim
iento al interior de Warw
ick con tal de descubrir algunas
2Joseph Fontana, E. P. Thompson, hoy y m
aana en Historia social, Valencia, Insti-
tuto de Historia Social U.N.E.D., nm
. 18, invierno de 1994, 3.3H
arvey J. Kaye, Los historiadores m
arxistas britnicos: un anlisis introductorio, Mara
Pilar Navarro Errasti (trad.), Ciencias sociales: 11, Zaragoza, U
niversidad de Zaragoza,1989, 158.
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es en la frontera, sobre la frontera, con un pie en el ladode ac y otro en el de all. Y
con utilidad [...] 1
Lucien Febvre
Edward Palm
er Thompson es de los historiadores m
s ledos en el sigloXX
y XXI, polemista incansable, feroz crtico, com
bativo hasta el cansan-cio, naci en Inglaterra, el m
ismo ao que la Liga de las N
aciones apro-bara el Protocolo de G
inebra, el mism
o ao que es asesinado el lder so-cialista italiano G
iacomo M
atteotti, el ao que muere V
ladimir Lenin y
Franz Kafka. N
aci el 3 de febrero de 1924. Su madre Theodosia Jessup
de origen estadounidense; su padre Edward John, britnico; am
bos fue-ron liberales com
o dice Kaye con l m
inscula, crticos del imperia-
lismo britnico; Edw
ard John incluso fue maestro m
isionero en la India,am
igo personal de Nehru y de otras personalidades hindes de alto
rango. E.P., como le decan para diferenciarlo de su padre, vivi cer-
ca de Oxford e inici su educacin en una escuela privada m
etodista,K
ingswood. Fue a Cam
bridge con la intencin de estudiar literatura ycom
o muchos, acab en la historia. Ingres en 1942 al Partido Com
unis-ta. La guerra interrum
pi su vida acadmica y se enrol en el ejrcito,
fue oficial y pele en Francia e Italia. Su hermano Frank, hroe de guerra
y comunista, m
uerto en Bulgaria, influy como nadie en estos prim
erosaos del joven Edw
ard. Al finalizar la guerra todava perm
aneci como
voluntario en la reconstruccin de Yugoslavia y Bulgaria. De regreso en
Cambridge en 1946 conoci a su esposa, D
orothy (historiadora y profe-sora de la U
niversidad de Birmingham
), tambin m
iembro del Partido
Comunista. En 1948, am
bos se dirigieron a Halifax, Yorkshire, donde Edw
ardfue profesor de la U
niversidad de Leeds y en la Workers Educational
Association
hasta 1965. Fueron aos de estrechez econmica y el apoyo
de Dorothy fue decisivo. En 1955 publica W
illiam M
orris: romantic to
revolutionary, para continuar con su obra cumbre en 1963, The M
aking of
1Lucien Febvre, Hacia otra historia en Com
bates por la historia, Fracisco J. Fernn-dez Buey y Enrique A
rgullol (trad.), Obras m
aestras del pensamiento contem
porneo:28, Barcelona, Planeta-A
gostini, 1993, 228.
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prcticas administrativas que am
enazaban la vida acadmica y las liber-
tades civiles. Am
ediados de los setenta se retir, para dedicarse sola-m
ente a escribir. Tambin fue profesor en la U
niversidad de Oxford.
Colabor con las revistas The New
Reasonery U
niversities and LeftReview
, que despus de una fusin daran vida a New
Left Reviewque as-
piraba a difundir con entusiasmo al interior y m
s all de las fronterasinglesas, el pensam
iento marxista britnico. Entre 1962 y 1963 a raz de
diferencias tericas e ideolgicas con algunos de los integrantes del con-sejo editorial, decidi abandonarla. Los conflictos con Perry A
nderson(parte de este consejo) prosiguieron durante varios aos m
s; los deba-tes sobre el concepto de clase social, sobre conciencia y el ser, sobreA
lthusser, sobre estructura y superestructura, en los cuales se ve en-vuelto tam
bin Anderson, se volvern parte de los alm
anaques de losacadm
icos europeos. El mism
o Anderson relata:
Cuando la revista recuper su lugar, ms o m
enos en la forma que todava
tiene ahora, la posicin de Edward se alter. [...] Pero entonces, por fin, una
confrontacin real era posible. [Despus de la publicacin de Lo peculiar
de lo ingls y la respectiva respuesta de Anderson] La polm
ica es un dis-curso del conflicto, cuyo efecto depende de un delicado equilibrio entre losrequerim
ientos de la verdad y las tentaciones de la clera, el deber de dis-cutir y el nim
o de inflamar. Su retrica perm
ite, incluso provoca, cierta li-cencia figurativa. 4
No habr una enem
istad automtica, seguirn frecuentndose y dis-
cutiendo. Varias revistas acogern los escritos de Thompson: The Socia-
list Register, New
Society, Past & Present, Indian H
istorial Review, Annales,
entre otras. En 1975 dio a la luz a Whigs and H
untersy en 1978 a The
Poverty of the Theory and other Essays. Su trayectoria como profesor visi-
tante, se hizo presente en Estados Unidos y Canad.
Conforme los conservadores avanzaban en la poltica britnica,
Thompson decidi afiliarse al Partido Laborista. Fue im
portante sulabor com
o pacifista en la Campaign for N
uclear Disarm
ament ( CD
N) yen la European N
uclear Disarm
ament ( EN
D), como uno de sus m
s con-
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notados dirigentes en el movim
iento europeo, ms an en respuesta a
la administracin agresiva de M
argaret Tatcher. Se retir mom
entnea-m
ente de la prctica historiogrfica, pero no dej de publicar. Edit como
parte de su lucha Protest and Survive(en colaboracin con Dan Sm
ith) en1981, Zero O
ptionen 1982, The H
eavy Dancers
en 1985, Star Wars: Selft-
destruct Incorporatedtam
bin en 1985 (en colaboracin con Ben Thom-
pson), Pros-pectus for a Habitable Planeten 1987 (en colaboracin una vez
ms con D
an Smith), y en el gnero de ciencia ficcin satrico The Sykaos
Papers. En su conferencia Ms all de la G
uerra Fra incluida en sulibro O
pcin cero, dir:
Todos sabemos que existe un exceso de arm
as nucleares y que muchas de
ellas se han hacinado en nuestro continente: minas terrestres, artillera,
torpedos, cargas de profundidad, proyectiles de emplazam
iento y lanza-m
iento terrestre, submarino y areo. Tal vez discrepem
os respecto de lasproporciones exactas del equilibrio arm
amentista que corresponden a las
partes contendientes. Pero sabemos tam
bin que cuando la capacidad deexcedente de m
uerte del actual arsenal est en condiciones de destruir lasposibilidades de vida civilizada en nuestro continente una treintena deveces, los clculos y estim
aciones del equilibrio son irrelevantes. 5
Varios aos despus revis algunos de sus artculos ya publicados ylos reuni en Custom
s in Comm
ony un poco m
s tarde, su prometido li-
bro sobre la poesa y poetas romnticos britnicos sali a circulacin con
el ttulo de Witness A
gainst the Beast: William
Blake and the Moral Law
. Susltim
os aos fueron una noche de enfermedades, persistan, lo aqueja-
ban hasta vencerlo. Encontr la muerte en su jardn en 1993, en W
orces-ter. El im
pacto de su obra es amplsim
o. Slo unos ejemplos. En Estados
Unidos el estudio de Eugene D
. Genovese, Roll, Jordan, Roll: the W
orldthe Slaves M
ade,sobre las relaciones entre esclavistas y propietarios, fueinfluenciado por estos m
arxistas, principalmente por Thom
pson y suconcepto de paternalism
o y prcticas consuetudinarias, segn ste, lacultura som
etida tiene una postura, negocia e interrelaciona con la do-
4Ibidem, 172.
5Edward Palm
er Thompson, O
pcin cero, Rafael Grasa (trad.), Serie general: estudios
y ensayos: 111, Espaa, editorial Crtica, 1983, 200.
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minante; esto genera una serie de correspondencias bajo una percepcin
paternal, creando un estado de equilibrio, de continuidad sistmica. 6
En Italia, Edoardo Grendi, uno de los prim
eros exponentes y defen-sores del anlisis m
icroanaltico y de la bsqueda de los documentos
normal-excepcional (de lo cual se inspirara Carlo G
inzburg para suclebre libro El queso y los gusanostom
ando precisamente el caso de M
e-nocchio com
o un testimonio excepcional) har acopio de algunas ideas
de Thompson. En contraposicin con la historia total de Braudel (enten-
dida como una expresin lim
itada slo a la larga duracin) exiga, pre-tenda realizar observaciones m
s modestas, con tal de reducir el ob-
jeto de la investigacin, anhelaba heredar la visin microanaltica de
la antropologa y el examen de las relaciones sociales a travs de sus
distintas manifestaciones econm
icas y extraeconmicas [en el prim
ercaso] lo que envidiaba de la antropologa era su atencin constante alcontexto; retom
aba el postulado de el protagonismo de los individuos
y de los grupos sociales [y la] rigurosa contextualizacin. Sin embargo,
Grendi le criticaba a Thom
pson: la relativa elementalidad de sus cate-
goras impresionistas, el silencio acerca de las estructuras extraintencio-
nales y [...] el discurso frecuentemente autocelebrativo que em
plea. 7
William
Roseberry en Hegem
ona y lenguaje contencioso, alcom
entar los ensayos compilados por G
ilbert M. Joseph y D
anielN
ugent en Aspectos cotidianos de la form
acin del Estado, reconoce abierta-m
ente que las dos obras paradigmticas, las bases intelectuales de estos,
fueron los trabajos de James Scott, 8y de Philip Corrigan y D
erek Sayer, 9
que a su vez abrevaron sus metforas fundacionales de la obra de E.
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P. Thompson. En el caso de Scott sobre la econom
a moral de los pobres,
y Corrigan y Sayer sobre la crtica a las interpretaciones marxistas orto-
doxas de la revolucin burguesa como reto para su estudio [de Thom
p-son] de la form
acin del estado ingls. 10El mism
o Roseberry, aceptabaque una de sus fuente[s] de inspiracin proviene[n] de la historia socialm
arxista britnica, del trabajo de Edward Thom
pson, Eric Hobsbaw
m,
y especialmente Raym
ond William
s [...]11En Espaa, las palabras de Jo-
sep Fontana Lzaro, autor de Historia: anlisis del pasado y proyecto social,
bastante claras ante este impacto:
Por ello me parece que lo que conviene hacer no es conm
emorar su vida ni
convertir su obra en objeto de estudio, como algo que pertenece a una etapa
anterior del desarrollo de la ciencia histrica, sino simplem
ente, proponersus libros com
o una lectura necesaria para quienes hoy estudian historia,con el fin de que puedan encontrar en ellos respuestas a sus perplejidadesactuales y algo con que em
pezar a elaborar un poco de esperanza param
aana. 12
Varias son las herencias metodolgicas de Thom
pson y que han lle-gado hasta nuestros das. Los debates con Perry A
nderson, Sewell, Lvi
Strauss, Raymond W
illiams y otros intelectuales, m
arxistas y no marxis-
tas, han quedado registrados como un captulo de las discusiones m
sapasionadas, m
s serias, ms profundas. Es im
portante explorar los de-bates alrededor de la concepcin y reform
ulacin del concepto de clasesocial; su nocin del ser y la conciencia, sobre la estructura y su-perestructura, la conciencia y la falsa conciencia, que adem
s ge-neraron una inm
ensa polmica y que no pueden excluirse porque per-
tenecen a un mism
o cuerpo conceptual, estn ligados unos con otros.6Eugene D
. Genovese, Roll, Jordan, Roll: The W
orld the Slaves Made, N
ew York, Vinta-
ge Books, 1976.7Justo Sierra y A
naclet Pons, El ojo de la aguja, de qu hablamos cuando habla-
mos de m
icrohistoria? en Pedro Ruiz Torres (ed.), La historiografa, nm. 12, M
adrid,Ayer, 1993, 104-108.
8James Scott, The M
oral Economy of the Peasant: Rebellion and Subsistence in Southeast
Asia,N
ew H
aven, Yale University Press, 1976; W
eapons of the Weak: Everyday Form
s of Pea-sant Resistance,N
ew H
aven, Yale University Press, 1985; y, D
omination and the A
rts of theResistance: H
idden Transcripts,New
Haven, Yale U
niversity Press, 1990. 9Philip Corrigan y D
ereck Sayer, The Great A
rch: English State Formation as Cultural
Revolution,Oxford, Basil Blackw
ell, 1985.
10William
Roseberry, Hegem
ona y lenguaje contencioso en Gilbert M
. Joseph yD
aniel Nugent (com
ps.), Aspectos cotidianos de la form
acin del Estado,Rafael Vargas, Palo-m
a Villegas y Ramn Vera (trad.), Coleccin problem
as de Mxico, M
xico, Era, 2002, 213y 214.11Carm
en Martnez, La vigencia del m
arxismo en la antropologa: una entrevista a
William
Roseberry en Debate,Q
uito, nm. 47, agosto de 1999.
12Joseph Fontana, E. P. Thompson, hoy y m
aana, en Historia social, nm
. 18, op.cit., 7.
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Su propuesta alrededor de un dilogo entre la historia y la antropo-loga, encuentra eco en varios de sus artculos, atraviesa a su obra. Estatentativa se puede abreviar, resum
ir, a travs de un prrafo de uno desus artculos titulado Folclor, antropologa e historia social de 1976,donde se lee:
Sirva esto para enfatizar que, aunque se deba fomentar la relacin entre an-
tropologa social y la historia social, sta no puede ser cualquier relacin.H
ace falta un tercero, al que generalmente se conoce com
o filosofa, quehaga de Celestina. Si tratam
os de reunir estas dos disciplinas concertandocitas a ciegas pretendiendo casar la historia econom
trica positivista conel estructuralism
o de Lvi-Strauss, o a la historiografa marxista con la so-
ciologa de Talcott Parsons podemos estar seguros de que la coyunda no
se consumar. [
] Pero al llegar a este punto, debemos dejar de pretender
que hablamos en nom
bre de nuestra disciplina en su conjunto, y hay queem
pezar a hablar de nuestra posicin dentro de ella. 13
Esta percepcin le permitir contender directam
ente con los antro-plogos. N
o era solamente leer eclcticam
ente, sin detenerme en los
conflictos en el interior de la antropologa, pues yo no quera remedios,
sino preguntas, procesos, posibles aproximaciones, susceptibles de ser
empleados cuando tuviera sentido con la evidencias europeas com
odice N
atalie Zemon D
avis en Una vida de estudio; 14la pretensin de
Thompson es m
ucho ms am
biciosa, al nivel de poder internarse endebates al interior de la antropologa, por ejem
plo, en el caso de Levi-Strauss y algunas de sus obras, le reprocha el rom
pimiento con el anli-
sis de las evidencias empricas, llevando el exam
en de los datos antro-polgicos a travs de un form
alismo lgico o m
etafrico hacia unaconcepcin m
s abstracta, una imagen ideal distante de los actos, de
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las conductas observadas en el inicio, y reemplaza[rlas] por una lgica
potica o formal, 15Vem
os entonces que la cencerrada ya no es el signode una definicin particular aceptable y situada en el tiem
po de lospapeles conyugales, sino una anom
ala en el desenvolvimiento de una
cadena sintagmtica
16
Una de las m
aneras de interpretar a la antropologa, es a travs derelacionarla con los anlisis sincrnicos; en todo caso, el cientfico socialest condicionado a indagar a un nivel horizontal, dilatando ciertoseventos, com
o un embudo, para obtener hechos representativos de
dinmicas de m
ayor aliento: los mom
entos de peligro, de conflicto, laviolencia, los rituales, la fiesta, exteriorizan ideas e im
genes que per-m
anecen escondidas en la cotidianidad, en la armona.
[...] la historia social (en su examen sistem
tico de normas, expectativas y
valores) debe basarse en la antropologa social. No podem
os examinar ri-
tuales, costumbres, relaciones de parentesco, sin detener el proceso de la
historia de vez en cuando y someter los elem
entos a un anlisis estructuralsincrnico, esttico. 17
Tambin le reprocha es cierto a la antropologa un excesivo am
ora lo sincrnico, de ignorar las herram
ientas del anlisis contextual-dia-crnico, que perm
itan visualizar cambios en la estructura, en la sincro-
na. La crtica es directa, lleva nombre: Claude Lvi-Strauss y com
paa,ante la tentativa de stos de la bsqueda de patrones, de repeticiones,de reiteraciones que perm
itieran comprender a las sociedades a par-
tir de elementos com
unes, el tema favorito as ser por tanto, el paren-
tesco y sus relaciones implcitas, por ejem
plo, el incesto como com
po-nente generador de una reprobacin autom
tica en las comunidades
humanas. A
Edward Palm
er Thompson la necesidad de som
eter estasestructuras a una validacin m
s rigurosa, con mayor proyeccin
diacrnica, histrica, le parece obvio, de sentido comn:
13Edward Palm
er Thompson, Folclor, antropologa e historia social en H
istoria so-cial y antropologa, Cuadernos secuencia, M
xico, Instituto Dr. Jos M
ara Luis Mora, 1994,
72. Publicado originalmente en Indian H
istorical Review, vol. III(2), 1977.
14Natalie Zem
on Davis, U
na vida de estudio, Antonio Saborit (trad.), en H
istorias:Revista de la D
ireccin de Estudios Histricos del Instituto N
acional de Antropologa e H
istoria,M
xico, nm. 48, enero-abril de 2001. Conferencia Charles H
omer K
askins impartida
en 1998, 21.
15Edward Palm
er Thompson, Rough M
usic, la cencerrada inglesa en Historia social
y antropologa, op. cit., 35.16Ibid.17Edw
ard Palmer Thom
pson, Folclor, antropologa e historia social, op. cit., 71
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[...] es posible que una concepcin del todo distinta, estructuralista, quevea en las sim
ilitudes de las costumbres de diferentes sociedades elem
en-tos para una tipologa ideal, del funcionam
iento social o de la organizacinm
ental, sea en s mism
a una metodologa que im
plique un estasis (unacongestin) de distinto gnero? El historiador est en condiciones dem
ostrar mientras que ello no parece quiz tan evidente para los antrop-
logos, segn su material, que ciertas form
as y ritos (entre los que figura lacencerrada) no presentan una sola tipologa funcional o estructural: cuan-do la form
a aparece constante o en evolucin (como m
uchas de las costum-
bres folclricas en la decadencia) la funcin puede no deber gran cosa a laform
a. 18
El debate con la antropologa no slo se centra en Lvi-Strauss, sinocon ciertas posiciones tom
adas dentro de ella (como dice en Folclor,
antropologa e historia social). No est de acuerdo en la dualidad de
base y superestructura tan comnm
ente utilizada en el discursode los antroplogos m
arxistas, y al desplazamiento autom
tico, de com-
prender la base como la serie de com
portamientos y [...] necesidades
econmicas casi olvidando las norm
as y los sistemas de valores. Esta
especie de determinism
o econmico, a pesar de la cada vez m
ayor bs-queda de los dilogos entre am
bos niveles, entra en contradiccin conlos postulados de Thom
pson. l no concibe la utilizacin de esta analo-ga, de esta dualidad que por definicin restringe y lim
ita el anlisis.U
na divisin tan abusiva puede dar como resultado interpretacio-
nes que puede que quede[n] bien sobre el papel durante un tiempo,
pero que estn slo en la cabeza de los cientficos; al mom
ento de llevarestos m
odelos a las sociedades reales a travs de anlisis sincrnicosy diacrnicos, se descubre rpidam
ente la inutilidad de imponer tal di-
visin. Critica cmo los antroplogos m
arxistas interpretan a las socie-dades prim
itivas sin incluir los sistemas de parentesco tan im
portantespara stas, o cm
o se ignoran las relaciones de dominacin y poder con-
dicionantes de las relaciones econmicas, o cm
o se ignoran las nor-m
as culturalmente im
puestas y las necesidades culturalmente form
a-das, caractersticas del m
odo de produccin
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Dnde hem
os de colocar las costumbres sobre la herencia patrilineal o
matrilineal, divisible o indivisible que se transm
iten tenazmente de form
ano econm
ica y que, sin embargo, tienen una profunda influencia en la
historia agraria? Dnde situarem
os los ritmos consuetudinarios de traba-
jo y ocio (o de las fiestas) de las sociedades tradicionales, que son intrnse-cos al acto m
ismo de la produccin y que, sin em
bargo, tanto en las socie-dades hindes com
o en las catlicas, han sido ritualizados por institucionesreligiosas de acuerdo con creencias religiosas?
19
Al igual que Raym
ond William
s y R. S. Sharma, es insistente en esta
necesidad de romper con la dualidad de base y superestructura. Es
un problema central, que encuentra eco en la concepcin de clasesocial
que defiende Thompson. Es cierto, The M
aking of the English Working
Classde 1963 es la obra que abre toda esta suerte de polmicas. En ella
se defiende a la experienciacom
o detonador condicionante de la forma-
cin histrica de una clasesocialy sta como producto de la concienciade
clase evolucionada. Esta concienciaest dada por un conjunto de expe-
riencias comunes, es resultado de un desarrollo histrico, esta experien-
ciagenera una conciencia
que no puede disociarse, que se encuentrainsolublem
ente unida a la identidad de clase. Esto no implica un aban-
dono del materialism
o en s, pues esa experiencia y esa conciencia estnestim
uladas por las relaciones sociales de produccin.
Clase, y no precisamente clases, por m
otivos que este libro intentar exa-m
inar. [...] Por clase entiendo un fenmeno histrico unificador de un cier-
to nmero de acontecim
ientos dispares y aparentemente desconectados,
tanto por las respectivas condiciones materiales de existencia y experiencia
como por su conciencia. M
e interesa hacer hincapi en que se trata de un fe-nm
eno histrico. Personalmente, no veo la clase com
o una estructura ym
enos an como una categora, sino com
o algo que acontece de hecho (ypuede dem
ostrarse que, en efecto, ha acontecido) en las relaciones huma-
nas [...] La clase aparece cuando algunos hombres, com
o resultado de expe-riencias com
unes (heredadas o compartidas), sienten y articulan la identi-
18Edward Palm
er Thompson, Rough M
usic, la cencerrada inglesa, op. cit., 26.19Edw
ard Palmer Thom
pson, Folclor, antropologa e historia social, op. cit., 72-75.
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dad de sus intereses entre ellos y contra otros hombres cuyos intereses son
diferentes (y corrientemente opuestos) a los suyos. 20
Thompson est tom
ando una clara postura poltica e ideolgica he-redada de otros m
arxistas britnicos; tanto Rodney Hilton, Cristopher
Hill o H
obsbawm
, inspirados en ciertos escritos de Marx, entendan que
la clase emerge com
o una nocin dinmica, a travs de un proceso his-
trico. Como bien dice W
illiam Roseberry, El dieciocho brum
ario de LuisBonapartees parte de tres obras (junto con Lucha de clases en Francia, LaG
uerra Civil en Francia)que Ellas, ms que los ensayos m
etodolgicosgenerales o incluso El Capital, constituyen los m
s importantes textos
para valorar al filsofo que esperaba tanto comprender com
o cambiar el
mundo que encontraba [...]. 21Para Roseberry son claras las dos postu-
ras de Marx con respecto al anlisis de clase, una que desconectaba los
intereses materiales, de los falsos, im
aginados, y la otra, que como base
central del anlisis se centraba en la formacin cultural. Entre las m
u-chas lneas desprendidas del pensam
iento de Karl M
arx, se desprendendos grandes hilos conductores, el prim
ero, comprendido com
o un cien-cia de la sociedad, con historicidad, legitim
ando una teleologa evolu-cionista; y la segunda, com
o herramienta para indagar en las estruc-
turas, en los sistemas sociales en relacin a las form
as de poder queresisten los trabajadores en m
omentos determ
inados, bajo la lupa deanlisis em
pricos, la observacin sistemtica de los hom
bres reales.Esta ltim
a cre un eco considerable en una tradicin intelectual de lacual abreva Thom
pson. Roseberry es claro al decir:
Los campesinos franceses, desde su punto de vista [de M
arx], constituanuna inm
ensa masa de hogares sim
ilarmente estructurados, pero separa-
dos socialmente. Slo podan ser consideradas com
o un grupo por la sim-
ple suma de m
agnitudes isomorfas, igual que papas en un saco form
an unsaco de papas. A
dems, al analizarlos polticam
ente, consider dos cues-
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tiones: en qu medida ellos com
partan intereses materiales com
unes, y enqu m
edida sus intereses comunes incitaban la form
acin de una organiza-cin poltica o de sentim
ientos de comunidad com
partidos. Al encontrar
intereses comunes, pero no posibilidades de com
unidad, concluy que loscam
pesinos eran incapaces de afirmar sus intereses de clase en nom
brepropio, y de que no pueden representarse a s m
ismos; tienen que ser
representados. 22
La versin opuesta, defendida a travs de Althusser por ejem
plo,defenda las relaciones colectivas, de com
unidad, colocando nfasis enla constitucin de los individuos com
o sujetos, en sus formas de identi-
dad y los intereses materiales desprendidos de ello, que im
plicaban des-de luego, diversas m
aneras de distinguirlas. Thompson, les reprochaba:
En una forma alternativa (m
ucho ms sofisticada) por ejem
plo enA
lthusser todava encontramos una categora profundam
ente esttica; unacategora que slo halla su definicin dentro de una totalidad estructuralaltam
ente teorizada, que desestima el verdadero proceso experim
entalhistrico de la form
acin de las clases. Apesar de la sofisticacin de esta
teora, los resultados son muy sim
ilares a la versin vulgar econmica. 23
Su insistente llamado, invitacin, de rescatar a K
arl Marx com
ofuente de inspiracin y no
de ortodoxia, de romper as categricam
entecon el determ
inismo econm
ico y con su respectiva derivacin debase y superestructura encuentra resonancia a travs de sus libros yartculos, que claram
ente son provocadores, estn dirigidos a contestaro incitar debates. Con perseverancia argum
enta la historicidad de laconciencia, no
puede otorgarse la libertad de pensar a la teora, losm
odelos, como determ
inantes de la realidad a travs de la invencinde conceptos universales sin encontrar un dilogo con los restos dejadospor los hom
bres del pasado, con las evidencias. En cierta medida, la dis-
20Edward Palm
er Thompson, La form
acin histrica de la clase obrera en Inglaterra(1780-1832),A
ngel Abad (trad.), Espaa, 3 tom
os, editorial Laia, 1977, 7 y 8.21W
illiam Roseberry, M
arx and Anthropology en A
nnual Review of A
nthropology,vol. 26, California, 1997, 39.
22Ibidem, 41.
23Edward Palm
er Thompson, La sociedad inglesa del siglo XV
III: Lucha de clasessin clases? en Tradicin, revuelta y conciencia de clase. Estudios sobre la crisis de la sociedadpreindustrial, Barcelona, Crtica, 1984, 36, cursiva en el original.
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cusin de Thompson tiene una connotacin antidogm
tica, empirista,
en conexin directa con los hombres.
La clase, en la tradicin marxista, es (o debera ser) una categora histrica,
que describe a las personas relacionndose unas con otras en el transcursodel tiem
po, el modo en que adquieren consciencia de sus relaciones, se se-
paran, se unen, entran en conflicto, forman instituciones y transm
iten va-lores en trm
inos de clase. Por lo tanto, la clase es una formacin econ-
mica y es tam
bin una formacin cultural: es im
posible dar prioridadterica a un aspecto sobre el otro. 24
Las crticas aparecieron como relm
pagos. Perry Anderson en su
lectura de The Making of the English W
orking Classse detuvo en las pri-m
eras pginas, en la definicin de clase,la califica como eje, com
o ele-m
ento inherente a un criterio de conciencia, donde se depende de unaexpresin colectiva (sentim
iento/articulacin) [se refiere a la identi-dad? Se le podra preguntar] de intereses com
unes en oposicin a los deuna (o varias) clases antagnicas; esta apreciacin dice A
nderson nopuede conciliarse (al contrario de com
o sostiene Thompson, sobre una
coherencia con los propios actores) con datos empricos, las evidencias
no dan para tanto, no muestran tal proporcin; incluso m
uchos de losagentes no identificaron, ni siquiera actuaron contra los grupos antag-nicos en los cules Thom
pson pone tanto nfasis, el argumento es por
tanto subjetivista y pierde las coordenadas de realidad; esta defini-cin de claseinsiste es dem
asiado abusiva, con un espritu inherentede universalidad que acapara y determ
ina sin razn a las otras clasesbajo una experiencia particular, slo justa para Inglaterra. Y
aclara quela presencia de una conciencia, no im
plica necesariamente la existencia
de la clase,
Ya se ponga el acento en el comportam
iento o en la conciencia luchar o va-lorar, dichas definiciones de clase son fatalm
ente circulares. Mejor decir,
con Marx, que las clases sociales pueden llegar a ser concientes de s m
is-
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mas, pueden no actuar o com
portarse en comn, y an as, continan sien-
do clases, material o histricam
ente. 25
Pierde de vista las estructuras, tambin dice A
nderson. Sewell insis-
tir que es una definicin demasiado experiencialista
26y pone el cen-tro de su crtica m
uy inteligentemente, hay que reconocerlo en la ca-
tegora de mayor peso (com
o ya se habr notado) en la obra deThom
pson: la experiencia. Para Rosaldo (a pesar de sus desacuerdos conste concepto y el de cultura) 27las estructuras estn im
plcitas en la expe-riencia, en la serie de conductas y com
portamientos, a travs de la ac-
cin humana, en la agencia.
La crtica de Sewell se introduce en el lugar m
s ntimo, en la coor-
denada central que rompe com
o un cristal con la idea de una estructuraapriorstica, de una base y una superestructura: la experiencia. Sinem
bargo, los alcances del pensamiento Thom
psoniano van ms all de
un juego de conceptos, ms all de lo que por m
omentos m
uestra Se-w
ell: la experiencia es entendida adems insisto com
o el eje articula-
24Edward Palm
er Thompson, Folclor, antropologa e historia social, op. cit., 78.
25Perry Anderson, Teora, poltica e historia. U
n debate con E. P. Thompson, Eduardo
Terrn (trad.), Espaa, Siglo XXIeditores, Teora 1985, 47. Su crtica al concepto de claseabarca de la pgina 43 a la 47.
26William
H. Sew
ell, Jr., Cmo se form
an las clases: reflexiones crticas en torno a lateora de E. P. Thom
pson sobre la formacin de la clase obrera en H
istoria social, op. cit.,85 y 86. Si bien la riqueza narrativa con que retrata la experiencia de la clase obreraconstituye el gran triunfo de la obra que nos ocupa, la pesada carga explicativa que con-fiere a dicho concepto es, en m
i opinin, su defecto cardinal. El significado del trmino
experienciaes en s mism
o tan amorfo que resulta difcil asignarle un papel delim
itadoen la teora de la form
acin de la clase. YThom
pson todava lo complica m
s al utilizar-lo de una m
anera inconsistente y confusa.27Renato Rosaldo, Celebrating Thom
psons Heroes: Social A
nalysis in History and
Antropology, en H
arvey J. Kaye y K
eith McClelland (ed.),E. P. Thom
pson: Critical Pers-pective,H
istory, Sociology, Political Science, Philadelphia, Temple U
niversity Press, 1990,114. Y
prosigue: Indeed, Thompson persuades m
e when he asserts that social class
should be regarded as an on-going process that cannot even be discussed in the slice intim
e to wich m
ost structuralist restrict their analyses [De hecho, Thom
pson me persua-
de cuando afirma que esa clase social debe considerarse com
o un proceso continuo queincluso no se puede vaciar en rodajas de tiem
po en las cuales la mayora de los estructu-
ralistas restringen sus anlisis].
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dor de la concienciade
clase, es lo que mueve y form
a a stas.Bajo estedesliz, esta interpretacin pona en crisis la versin universal y atem
po-ralde la lucha
declases
tal y como sostenan los m
arxistas clsicos. 28Secritica as, se censura la ecuacin:
Este esquema ideal del m
arxismo estructuralista argum
enta Thom-
pson entra en contradiccin directa con s mism
o, con una tendenciadialctica tan defendida por el propio M
arx; es decir, stos creen quelas clases existen, independientem
ente de relaciones y luchas histricas,y que luchan porque
existen, en lugar de surgir su existencia de la lu-cha. 29Esto es una brecha fundam
ental, central, con el marxism
o clsi-co, que abundaba en los crculos acadm
icos de entonces. No contento
con esto, volver una vez ms a insistir en 1977:
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Por decirlo claramente: las clases no existen com
o entidades separadas, quem
iran a su alrededor, encuentran un enemigo de clase y se disponen a la ba-
talla. Al contrario: en m
i opinin, la gente se encuentra a s mism
a en unasociedad estructurada de una m
anera determinada (fundam
entalmente, en
forma de relaciones de produccin), soporta la explotacin (o trata de m
an-tener el poder sobre aquellos a los que explota), identifica los lazos de losintereses antagnicos, se pone a lucha entorno a esos lazos: en el curso deese proceso de lucha se descubre a s m
isma com
o clase, llega descubrir suconciencia de clase. Clase y conciencia de clase son siem
pre el ltimo y no
el primer escaln de un proceso histrico real. [...] U
na clase no puede exis-tir sin alguna form
a de conciencia de s [criticando el concepto de falsaconciencia], si no, no es o an no es una clase: es decir, an no es algo,no tiene ninguna especie de identidad histrica. 30
No puede existir una clase, una conciencia, sin una identidad de
pertenencia:
[...] los intelectuales suean, a menudo, con una clase, que es com
o una mo-
tocicleta con el asiento vaco; ellos se sientan en ste y asumen la direccin
porque estn en posesin de la verdadera teora. Esta es una ilusin caracte-rstica, es la falsa conciencia de la burguesa intelectual. A
hora bien, cuan-do sem
ejantes conceptos dominan la intelligentsia
entera, podemos hablar
de falsa conciencia? Ms bien, al contrario: esos conceptos le resultan
muy cm
odos. 31
Al ser com
prendida la clasecomo parte de un proceso de form
acinhistrica, puede ser analizada en dos sentidos. Prim
era: refiriendo a uncuerpo em
pricamente observable en las evidencias, a partir de la apari-
cin de la sociedad industrial en el siglo XIX; estas categoras as no estnslo presentes en la cabeza del cientfico, sino tam
bin en la documen-
tacin, en las expresiones, en los comportam
ientos, en las conductas. Se-
Existen ciertas relaciones de produccin
De stas, se derivan autom
ticamente las clases
Surge la lucha de clases
28Edward Palm
er Thompson dir en La sociedad inglesa del siglo XV
III: Lucha declases sin clases? en Tradicin, revuelta y conciencia de clase. Estudios sobre la crisis de lasociedad preindustrial, op. cit., 37: En m
i opinin, se ha prestado una atencin terica exce-siva (gran parte de la m
isma claram
ente ahistrica) a clase y demasiado poca a lucha
de clases. En realidad, lucha de clases es un concepto previo as como m
ucho ms uni-
versal. Esto ya haba sido esbozado en Algunas observaciones sobre clase y falsa con-
ciencia, a lo cual vamos m
s adelante.29Ibidem
, 38. La cursiva es del propio Thompson.
30Edward Palm
er Thompson, A
lgunas observaciones sobre clase y falsa concien-cia, en H
istoria social, Valencia, Instituto de Historia Social U.N.E.D., nm
. 10, primavera-
verano de 1991, 29 y 31. Publicado originalmente en Q
uaderni Storici, nm. 36, 1977.
31Ibidem, 32
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gundo: como herram
ienta, por ejemplo, para anlisis regresivos de
exploracin de las sociedades anteriores a la industria, preindustriales,que se pierden en la negrura del tiem
po y conforme se alejan, m
enos co-nexin directa tienen con las clasesya form
adas del siglo XIX; antes des-de luego estas com
unidades se organizan de formas m
uy distintas, enrdenes, estadios, estam
entos con fueros, privilegios, costumbres,
tradiciones, formas de negociacin distintas a las actuales; son indivi-
duos con comportam
ientos polticos y econmicos cualitativam
ente di-ferentes a las sociedades hijas del capitalism
o industrial. 32Estos dosniveles, estos dos sentidos, pueden generar confusin, hay que extrem
arel paso parece reclam
ar Thompson conform
e se profundiza en estostipos de pesquisa. Este ltim
o ejercicio precisamente se m
uestra en unode sus ltim
os libros, Costumbres en com
n,principalmente en su artcu-
lo Patricios y plebeyos, o en aqul de la La economa m
oral de lam
ultitud en la Inglaterra del siglo XVIII. En el prim
ero dice: Una plebe
no es, quiz, una clase trabajadora. La plebe puede carecer de la consis-tencia de una autodefinicin, de conciencia; de claridad de objetivos; dela estructuracin de la organizacin de clase. Pero la presencia polticade la plebe o chusm
a o multitud es m
anifiesta [...]33
Una de las tradiciones y costum
bres de la sociedad inglesa prein-dustrial que se traen a la luz, es que lo que l define com
o economam
oralde los pobres. Thom
pson analiz cmo durante el siglo XV
III, existi unjuego entre un precio m
oral y un precio econmico
34del pan y el tri-go durante las pocas de escasez, delineado por la costum
bre, la mem
o-ria y la tradicin; asim
ismo, las protestas, las revueltas, los m
otines, con-llevaban una lgica, una racionalidad inherente determ
inada porciertos cdigos de com
portamiento, con objetivos concretos, respetados
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por una asombrosa disciplina. Esa econom
amoral, alim
entada por el pa-ternalism
o de las elites, condicion adems las form
as de dominacin y
los modos en los cuales cre, negoci y aprovech la gentry, tam
bin es-tos m
edios reguladores de la mayora de la poblacin. Su artculo fue pu-
blicado por primera vez en la revista Past &
Presenten 1971. Ah se lee:
Es posible detectar en casi toda accin de masas del siglo XV
IIIalguna
nocin legitimadora. Con el concepto de legitim
acin quiero decir que loshom
bres y las mujeres que constituan la m
ultitud crean estar defendiendoderechos y costum
bres tradicionales; y, en general, que estaban apoyadospor el am
plio consenso de la comunidad. [
] Es cierto, por supuesto, quelos m
otines de subsistencia eran provocados por precios que suban verti-ginosam
ente, por prcticas incorrectas de los comerciantes, o por ham
bre.Pero estos agravios operaban dentro de un consenso popular en cuanto aqu prcticas eran legtim
as y cules ilegtimas en la com
ercializacin, en laelaboracin del pan, etc. Esto estaba a su vez basado en una visin tradi-cional consecuente de las norm
as y obligaciones sociales, de las funcioneseconm
icas propias de los distintos sectores dentro de la comunidad que,
tomadas en conjunto, puede decirse que constituyen la econom
a moral de
los pobres. 35
Aunque la aparicin del artculo es tarda, se reconoce que fue pen-
sado desde 1963, cuando se consultaban las pruebas de The Making of the
English Working Class.Tuvo cm
plices, Richard Cobb y Gw
yn A. W
i-lliam
s; aunque su terminacin fue postergada, la deuda con ellos es re-
conocida. 36El argumento central es sim
ple insisto, pero importante.
Thompson pudo as, explicar y com
prender la racionalidad de los le-vantam
ientos populares a travs del pacto paternalista que en mom
en-tos de escasez y crisis obligaba sim
blicamente a la gentry
a sacrificar,reprim
ir las posibilidades de ganancia sobre los precios de los alimen-
tos consumidos por los m
enesterosos (en especial el pan, grano, el trigo,la harina, la cebada). El ham
bre, la pobreza y la escasez aisladas, no ex-
32Edward Palm
er Thompson, La sociedad inglesa del siglo XV
III: Lucha de clasessin clases? en Tradicin, revuelta y conciencia de clase. Estudios sobre la crisis de la sociedadpreindustrial, op. cit.,36.
33Edward Palm
er Thompson, Patricios y plebeyos en Costum
bres en comn,Jordi
Beltrn y Eva Rodrguez (trad.), Historia del m
undo moderno, Espaa, editorial Crtica,
1995, 73.34Edw
ard Palmer Thom
pson, La economa m
oral de la multitud en el Inglaterra
del siglo XVIII en Ibidem
, 279.
35Ibidem, 216.
36Edward Palm
er Thompson, La econom
a moral revisada en Ibidem
, 294.
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plican la clera colectiva, popular, liberada segn los rituales de la vio-lencia, es as notable [
] la moderacin, m
s que el desorden37; se
necesitaba un sentimiento profundo y consensuado dentro de la com
u-nidad, sobre las ruptura del pacto paternal, del convenio entre losgrupos de elite con los populares. N
o obstante, la aceptacin queem
pieza a verse entre 1795, 1800 y 1801 de una nueva economa polti-
ca, asociada principalmente a la obra de A
dam Sm
ith, de permitir que
las fuerzas del mercado, sin intervencin del Estado, regularan los pre-
cios, las condiciones, las cantidades, los sistemas de intercam
bio, tantoen la abundancia y la escasez, hizo que se renunciara a este viejo pater-nalism
o que permita negociar bajo ciertas norm
as especficas, entre losde arriba y los de abajo; sobrellev adem
s, nuevas formas de orga-
nizacin obreras y populares, que abrigaron el nacimiento de una con-
ciencia de claseen respuesta a la acelerada industrializacin inglesa del
siglo XIX; sin embargo, el m
odelo paternalista supervivi en las capassubterrneas hasta llegar en los prim
eros molinos harineros cooperati-
vos, por algunos socialistas seguidores de Ow
en, y subsisti duranteaos en algn fondo de las entraas de la Sociedad Cooperativa M
ayo-rista. 38En cierta m
edida, el ensayo La economa m
oral de la multi-
tud en la Inglaterra del siglo XVIII, sirve de antesala para com
prenderel m
omento, el ligam
ento, donde los msculos de la claseobrera encon-
traron identidad al nivel de los propios actores de la historia britnica;con un claro afn provocador escribe: Los paternalistas y los pobrescontinuaron lam
entndose del desarrollo de estas prcticas de mercado
que nosotros, en visin retrospectiva, tendemos a aceptar com
o inevita-bles y naturales. Pero lo que puede parecer ahora com
o inevitable noera necesariam
ente, en el siglo XVIII, m
ateria aprobable. 39
Pero bien, para terminar. La relacin entre ser y conciencia, en-
tre clase y experiencia, entre estos cuatro conceptos centrales, bienpuede abreviarse en su siguiente frase de su ya m
ulticitado artculoFolclor, antropologa e historia social:
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Pero en resumen, las relaciones entre ser social y conciencia social que
propongo son stas: en una sociedad dada, en la que las relaciones socialesse establecen en trm
inos de clase, hay una organizacin cognitiva de lavida que se corresponde con el m
odo de produccin y las formaciones de
clase evolucionadas histricamente. ste es el sentido com
n del poder, elque satura la vida cotidiana, que se expresa, m
s o menos conscientem
ente,en la aplastante hegem
ona de la clase dominante y en sus form
as de domi-
nacin ideolgica. 40
El dilogo entre el ser y la conciencia social se median a pro-
puesta de Thompson travs de tres niveles: 41
1)Congruencia: las reglas necesarias, los valores, los principios con los cuales los individuos m
edian sus relaciones productivas inmediatas,
concretas.2)
Contradiccin: se puede entender de dos maneras, la prim
era, como el
conflicto, entre el modo de vida, entre el sistem
a de normas ocupacio-
nales al interior de la comunidad y las del exterior; la segunda,
tambin com
o una puesta de sentido comn ante el poder, a travs
de las relaciones de produccin que se regulan por el ejercicio de la dom
inacin.3)
Cambio involuntario: se refiere a los cam
bios tecnolgicos, demogrficos,
a las revoluciones en la vida material (rescatando el concepto de Brau-
del) cuyos efectos, torturan y modifican las relaciones de produccin.
Como puede verse, esta sencilla recopilacin de los debates centra-
les alrededor de la obra de Edward Palm
er Thompson, m
uestran cmo
a travs de su itinerario vivido, la lectura cuidadosa de los antroplogosy el debate conceptual, enriquecieron una postura que quiz es hoy enuna de las m
s vigentes, ms interesantes, que ha contagiado a los crcu-
los de cientficos sociales en el mundo entero. Cabe cerrar con un prra-
fo del mism
o Thompson, que es representativo de lo anterior.
37Edward Palm
er Thompson, La econom
a moral de la m
ultitud en el Inglaterradel siglo XV
III, op. cit.,260.38Ibidem
, p. 292 y 293.39Ibidem
, p. 226.
40Edward Palm
er Thompson, Folclor, antropologa e historia social, op. cit., 78.
41Este esquema est contenido en Ibidem
, 79.
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En mi propio trabajo he descubierto que no puedo m
anejar ni las con-gruencias ni las contradicciones del proceso histrico profundo sin prestaratencin a los problem
as que los antroplogos ponen en evidencia. Soym
uy conciente de que otros historiadores han llegado hace tiempo a la m
is-m
a conclusin, y que no han encontrado necesario justificar la ampliacin
de las fuentes y mtodos de la historia con una disquisicin terica de este
tipo. 42
AM
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ERAD
ECIERRE
Se pueden hacer algunas anotaciones finales sobre la obra de E. P. Thom-
pson, con la pretensin de ligarlo tambin con algunos conceptos y cate-
goras que se han convertido en el centro de los intereses de algunoscientficos sociales hoy en boga. H
ay que aclarar, desde luego, que sibien hay objetivos y usos conceptuales con cientficos de otras latitudes,stos parten de realidades em
pricas distintas, son construidos a travsde un itinerario sim
ilar, pero no igualmente com
partido. Son fruto dedebates y contextos diferentes.
Uno de estos conceptos com
partidos es, precisamente, la experiencia,
lo vivido, y la conexin entre las acciones inmediatas desprendidas de
los propios actores y la identidad que provoca en stos; esta naturalezade cercana, est condicionada en el caso de Thom
pson, pero tambin de
Natalie Zem
on Davis o Carlo G
inzburg me parece por las lecturas an-
tropolgicas, su preocupacin de lo cultural y la recreacin imaginaria.
Hay que recordar la aficin de Thom
pson por la poesa y sus primeros
estudios universitarios sobre literatura; tampoco hay que olvidar la afi-
cin de Natalie Zem
on Davis y Chandler D
avis por la ciencia ficcin;tam
poco, por ejemplo valdra la pena desconocer, en el caso de Carlo
Ginzburg (otro exponente ilustre de la nueva historiografa), la aficin
de su madre, N
atalie, novelista de primera nota, y el apego de G
inzburgdesde sus prim
eros aos por la literatura.Esta generacin, desde luego, respondi con fuerza al excesivo
cuantitavismo visto en los historiadores de los aos precedentes; D
avis
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y Thompson harn fuertes crticas a esta tendencia hom
ogeneizadorade los actos hum
anos y a su insistente renuncia a lo vivido, tambin
lo har Ginzburg; 43D
avis por ejemplo pondr nfasis en los m
edios detransm
isin y recepcin, las formas de percepcin, la estructura de los
relatos, los rituales u otras actividades simblicas y la produccin de
los mism
os. 44En cambio Thom
pson, en su aspiracin de explicar la for-m
acin de la claseobrera, dar el papel protagnico a la experienciacomo
el detonador de la conciencia. Lo curioso es que estos enlaces y slo eso,enlaces, m
e atrevo a decir atraviesan a otros historiadores tambin in-
teresados en explorar las entraas del mundo popular, en el caso del
mism
o Carlo Ginzburg y Carlo Poni, es quiz donde queda m
s que ex-plcito el im
pacto de la antropologa y otras esferas disciplinarias quedieron nim
o en ellos por este reciente inters sobre lo subterrneoy lo vivido. En el artculo El nom
bre y el cmo: intercam
bio desigual ym
ercado historiogrfico dicen: Por eso proponemos que se defina la
microhistoria, y la historia en general, com
o cienciadelo
vivido: una de-finicin que intenta com
prender las razones de los partidarios de losenem
igos de la integracin de la historia en las ciencias sociales (por esom
olestar a ambos). 45
Los experimentos de esta generacin, llevarn consigo una serie de
preguntas, de problemas. Las respuestas, los cauces, dependieron de la
mayor incorporacin, sin duda, de la experiencia antropolgica; de ah
el inters por una mayor contextualizacin sincrnica que llev por
otras veredas, cauces inexplorados, a estos historiadores: desde el ejerci-cio m
icroanaltico de los italianos, pasando por la etnografa virtual deZem
on Davis en M
artinG
uerre, hasta el anlisis de la economa m
oral.N
o es inocente, que uno de los mritos de Thom
pson, rescatado porEdoardo G
rendi, sea esta particularidad de atencin en lo sincrnico. El
42Ibidem, 80.
43Vese las primeras pginas de Carlo G
inzburg, Microhistoria: dos o tres cosas que
s de ella, Manuscrits, Barcelona, U
niversidad Autnom
a de Barcelona, nm. 12, enero
1994, 13-42. 44N
atalie Zemon D
avis, Las formas de la historia social en H
istoria social, Institutode H
istoria Social U.N.E.D., nm. 10, op. cit., p. 177.
45Carlo Ginzburg y Carlo Poni, El nom
bre y el cmo: intercam
bio desigual y merca-
do historiogrfico enIbidem
, 69. Las cursivas son de Ginzburg y Poni.
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cido ocultos en el discurso histrico tradicional, a travs del sondeo deesas experiencias vividas, les llev a estos historiadores exitosam
ente apresentar a estos objetos com
o seres racionales, con objetivos e inten-ciones; esto fue explcito principalm
ente en el estudio de las formas ri-
tualizadas de la violencia. En el artculo Los ritos de la violencia Da-
vis dice:
Aojos del historiador social, lo que es desconcertante es la aparente irra-
cionalidad de la mayora de los m
otines religiosos del siglo XVI 50[
] Ni si-
quiera en el caso extremo de la violencia religiosa, actan las m
ultitudes deun m
odo irreflexivo. Tienen, hasta cierto punto, la sensacin de que lo quehacen es legtim
o, hay alguna relacin entre las ocasiones y la defensa de lacausa, a la vez que en su com
portamiento violento hay cierta estructura, en
este caso dramtica y ritual. 51
Este argumento, parece tener una conexin directa con Thom
pson ysu influyente artculo sobre la econom
amoral; aunque D
avis hace un lis-tado algo desconcertante, que va desde Rud hasta Le Roy Ladurie, pa-sando por H
obsbawn, Tilly y pone en un lugar interm
edio a E. P. Thomp-
son, la siguiente frase hace pensar en la posibilidad de una lectura ms
atenta de unos sobre otros:
Al hablar de m
otn religioso me refiero, a m
odo de definicin preliminar, a
cualquier accin violenta, con palabras o con armas, em
prendida contra ob-jetivos religiosos por personas que no actuaban oficialy form
almenteen cali-
dad de agentes de la autoridad poltica y eclesistica. Del m
ismo m
odo que losam
otinados por cuestiones alimentarias hacen que su indignacin m
oral caiga sobreel estado del m
ercado del grano, los que se amotinan por asuntos de religin
hacen que su celo caiga sobre el estado de las relaciones de los hombres con
lo sagrado. 52
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tratar de dar mayores
dosisde
vidaa los actores m
enesterosos, plebe-yos, populares, ayud asim
ismo a una form
ular tentativas ms am
-biciosas, poco discutidas y centrales en la m
ente de estos cientficos so-ciales; uno ser la recreacin m
oral, imaginaria de las prcticas de
estos hombres del pasado. G
inzburg define esto como im
aginacinm
oral,prstam
o reconocido de los novelistas, que da la posibilidad de multi-
plicar vidas, de ser el Prncipe Andrei, de La G
uerra y la paz, o el asesinode la vieja usurera de Crim
en y castigo[] M
uchos historiadores, por suparte, tienden a im
aginar a los otros como si fueran iguales a ellos, es
decir, personas aburridsimas. 46
Es casualidad que Davis hable tam
bin en Una vida de estudio
de sensibilidadm
oral?, 47no acaso existe una relacin, entre esta recrea-cin im
aginaria de Ginzburg, con lo que D
avis llamar etnografa con
respecto a la pelcula de Martin G
uerre?, podemos visualizar una prc-
tica similar en Thom
pson? Clifford Geertz
48intenta analizar la imagina-
cinm
oralde los actores al mom
ento de construir una opinin del Otro
bajo cierto cdigos mentales particulares. G
inzburg parece llevar estenivel de anlisis al propio historiador. El poder de construccin virtualbajo ciertos ejercicios im
aginativos, tomado esto prestado de la literatu-
ra y la antropologa (por ejemplo, la posicin del nativo), 49son un
componente fundam
ental de esta nueva historia social, que ansa leer alos hom
bres del pasado en sus experiencias inmediatas.
Los resultados de estos experimentos, reforzaron an m
s su crticaal cuantitavism
o historiogrfico y al estructuralismo antropolgico.
Dada la naciente atencin a los hom
bres menudos que haban perm
ane-
46Una entrevista especial a Carlo G
inzburg: (Carlo Ginzburg conversa con A
drianoSofri en febrero de 1982), en Prohistoria: debates y com
bates por la historia que viene, Argen-
tina, nm. 3, ao 3, prim
avera de 1999, 279.47N
atalie Zemon D
avis, Una vida de estudio, op. cit., 29. M
s an, el estudio delpasado recom
pensa la sensibilidad moral y da herram
ientas para la comprensin crtica.
48Clifford Geertz, H
allado en traduccin: sobre la historia social de la imaginacin
moral en El conocim
iento local: ensayos sobre la interpretacin de las culturas,Alberto Lpez
Bargados (trad.), Paids bsica: 66, Espaa, Paids, 1994, 51-71.49V
ase sobre ello, el artculo de Clifford Geertz, D
esde el punto de vista del nati-vo: sobre la naturaleza del conocim
iento antropolgico en Ibidem, 73-90.
50Natalie Zem
on Davis, Los ritos de la violencia en Sociedad y cultura en la Francia
moderna, Jordi Beltrn (trad.), Serie G
eneral/230: Dr. G
onzalo Pontn, Barcelona, Crtica,1993, 151.
51Ibidem, 185
52Ibidem, 150. Las cursivas segundas, son m
as.
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tos populares se hallan engarzados en un conjunto de ideas sumam
ente cla-ro y consecuente que van desde el radicalism
o religioso y un naturalismo
de tendencia cientfica, hasta una serie de aspiraciones utpicas de renova-cin social. La abrum
adora convergencia entre la postura de un humilde
molinero friulano y las de los grupos intelectuales m
s refinados y cons-cientes de la poca, vuelve a plantear, de pleno derecho, el problem
a de lacirculacin cultural form
ulado por Bachtin. 54
No slo la bsqueda de las entraas de los grupos ignorados, repri-
midos, olvidados por la historiografa, ha sido el centro de las preocu-
paciones de estos cientficos. Tambin, la relacin existente entre stos y
la gentry, la elite, o los grupos de poder. Tanto Thompson, D
avis, Ginz-
burg, incluso el mism
o Roger Chartier discuten y se preguntan sobreesta relacin. Chartier hace la distincin de dos grande m
odelos de bs-queda de lo popular:
El primero que desea abolir cualquier form
a de etnocentrismo cultural,
concibe a la cultura popular como un sistem
a simblico coherente y aut-
nomo, que funciona gracias a una lgica absolutam
ente extraa e irreduc-tible a la de la cultura letrada. El segundo, preocupado por recordar la exis-tencia de las relaciones de dom
inacin que organizan el mundo social,
percibe a la cultura popular en sus dependencias y sus faltas con relacin ala cultura de los que la dom
inan. 55
Chartier se pronuncia en contra de la nocin de cultura popular,hay que com
plejizarla ms, parece decirnos, 56igual com
o lo hace Thomp-
son con el concepto de motn y de populacho. Sin em
bargo, en estecontexto parece fundam
ental el rescate del concepto Gram
sciano de he-
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Se podra decir, utilizando una frase de Davis, que Thom
pson insis-te en que los rituales de la violencia se conectaban con tiem
pos y luga-res rituales, siendo ellos m
ismos continuacin del ritual y de la accin
festiva [], ello tanto en La econom
a moral de la m
ultitud en la In-glaterra del siglo XV
III de 1963-1971, para volver a insistir, con mayor
fuerza en La economa m
oral revisada, mostrando adem
s las conti-nuidades entre el carnaval, las form
as de reprobacin popular y los le-vantam
ientos populares, desde la cencerrada hasta los levantamientos
populares a raz de las exigencias de la economa
moraldel siglo XV
III.Esta racionalidad est presente en todo m
omento:
El motn suele ser una respuesta racional y no tiene lugar entre las personas
desamparadas o sin esperanzas, sino entre los grupos que se percatan de
que tienen un poco de poder para ayudarse a s mism
os cuando los preciossuben vertiginosam
ente, falla el empleo, y pueden ver cm
o las existenciasdel producto que constituye su principal alim
entacin se exportan del dis-trito. 53
Pero al igual que otras de las categoras mencionadas, esto no es ex-
clusivo de Davis y Thom
pson. Carlo Ginzburg tam
bin insiste en la bs-queda de los sistem
as de pensamiento de los individuos excluidos del
discurso historiogrfico tradicional, al descubrir el caso de un molinero
del siglo XVIen el Friul italiano, que defenda ante los jueces inquisito-
riales una teora de la Creacin, con un queso de donde salan gusa-nos, que seran despus segn tam
aos, Dios, sus ngeles y los hom
-bres; esta aparente irracionalidad, G
inzburg la explica en trminos de la
existencia de creencias distintas a la elite, ideas propias diferentes de lasim
puestas por la cultura dominante.
[] la irreductabilidad a esquem
as conocidos por parte de los razonamien-
tos de Menocchio nos hace entrever un caudal no explorado de creencias
populares, de oscuras mitologas cam
pesinas. Pero lo que hace ms com
pli-cado el caso de M
enocchio es la circunstancia de que estos oscuros elemen-
53Edward Palm
er Thompson, La econom
a moral revisada, op. cit., 300.
54Carlo Ginzburg, El queso y los gusanos: el cosm
os segn un molinero del siglo X
VI, Fran-
cisco Martn y Francisco Cartero (trad.), El ojo infalible, M
xico, Muchnik edito-
res/Ocano, 1997, 24.
55Roger Chartier, Sociedad y escritura en la edad moderna: la cultura com
o apropiacin, Pa-lom
a Villegas y Ana G
arca Bergua (trad.), Itinerarios, Mxico, Instituto D
r. Jos Mara
Luis Mora, 1995, 121-128.
56Vase bidem
, 7-15.
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inzburg, como D
avis, atravesando a Thompson, se pre-
guntan sobre el grado de poder, de independencia y dominacin de la
elite, sobre lo popular. Si bien, las barreras entre ambas esferas no es cla-
ra, se desvanece, e incluso parece desaparecer, uno de los puntos deunin, de entrecruzam
iento entre estos cientficos, es precisamente el
rescate de la obra de Gram
sci y lo que Roseberry recupera como el pro-
ceso hegemnico, tanto para com
prender el consenso, as como (an
ms interesante) la lucha, la rebelin, la violencia. 57
Los entrecruzamientos, com
o puede verse, son claros. Esto no signi-fica que ellos sean cm
plices conscientes dentro de un contexto unifor-m
e, sin diferencias, sin desacuerdos, ni contradicciones; hay que respe-tar m
e parece su capacidad de innovacin y su facultad de pensardistinto bajo contextos diferentes. Para finalizar, se puede hacer la pre-gunta, cul puede ser la leccin heredada de estos cientficos sociales,a los jvenes interesados en estas disciplinas que em
piezan a desdibu-jarse? Estos vaivenes, idas y regresos de los hijos generacionales deaquella revolucin cultural de 1968, sobre la que insisti tanto FernandBraudel e Im
manuel W
allerstein, 58y que abrevaron a travs de la lecturadisciplinada de m
arxistas comprom
etidos como E. P. Thom
pson, insis-to deben ser fuentes de entusiasm
o para alimentar los debates que es-
tn ya presentes, que nos ahogan, de los que estn por venir y que enlas prxim
as dcadas absorbern, para bien y para mal, a los jvenes
cientficos sociales. Ojal ayuden a volver un poco la m
irada al pasado,auxilie tam
bin a divisar al futuro con un poco de ms desconfianza,
aunque tambin con m
ayor atrevimiento.
57Los breves apuntes de William
Roseberry sobre el proceso hegemnico resultan
por dems interesantes en H
egemona y lenguaje contencioso, op. cit., 213-226.
58Imm
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