antropología e historia ¿un diálogo necesario- edward palmer thompson- una revisión

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Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=13709909 Red de Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal Sistema de Información Científica Miguel Ángel Díaz Perera ANTROPOLOGÍA E HISTORIA ¿UN DIÁLOGO NECESARIO? EDWARD PALMER THOMPSON: UNA REVISIÓN Relaciones. Estudios de historia y sociedad, vol. XXV, núm. 99, verano, 2004, pp. 287-316, El Colegio de Michoacán, A.C México ¿Cómo citar? Fascículo completo Más información del artículo Página de la revista Relaciones. Estudios de historia y sociedad, ISSN (Versión impresa): 0185-3929 [email protected] El Colegio de Michoacán, A.C México www.redalyc.org Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto

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antropologia e historia

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  • Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=13709909

    Red de Revistas Cientficas de Amrica Latina, el Caribe, Espaa y Portugal

    Sistema de Informacin Cientfica

    Miguel ngel Daz Perera

    ANTROPOLOGA E HISTORIA UN DILOGO NECESARIO? EDWARD PALMER THOMPSON: UNA

    REVISIN

    Relaciones. Estudios de historia y sociedad, vol. XXV, nm. 99, verano, 2004, pp. 287-316,

    El Colegio de Michoacn, A.C

    Mxico

    Cmo citar? Fascculo completo Ms informacin del artculo Pgina de la revista

    Relaciones. Estudios de historia y sociedad,

    ISSN (Versin impresa): 0185-3929

    [email protected]

    El Colegio de Michoacn, A.C

    Mxico

    www.redalyc.orgProyecto acadmico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto

    http://www.redalyc.orghttp://www.redalyc.org/comocitar.oa?id=13709909http://www.redalyc.org/fasciculo.oa?id=137&numero=1182http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=13709909http://www.redalyc.org/revista.oa?id=137http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=13709909http://www.redalyc.org/revista.oa?id=137http://www.redalyc.org/revista.oa?id=137http://www.redalyc.orghttp://www.redalyc.org/revista.oa?id=137

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    REVISIN

    Miguel

    ngel Daz Perera*

    ELCO

    LEGIO

    DEM

    ICHOACN

    Atencin, am

    igo mo, se est usted saliendo de la his-

    toria [...] Relea mi definicin, es tan clara..! Si son uste-

    des historiadores, no pongan el pie aqu: esto es campo

    del socilogo. Ni all: se m

    eteran ustedes en el terrenodel psiclogo. A

    la derecha? Ni pensarlo, es el del ge-

    grafo [...] Ya la izquierda, el del etnlogo [...] Pesadi-

    lla. Tontera. Mutilacin. A

    bajo los tabiques y las eti-quetas! D

    onde el historiador debe trabajar libremente

    A* [email protected]

    x Agradezco a Jos A

    ntonio Serrano y Andrew

    Roth porsus valiosos com

    entarios. Am

    i asesora, Laura Chzaro Garca por em

    pezar a guiar mis

    pasos; a Julia Isabel Martnez Fuentes, igual que yo, estudiante de historia, por las largas

    horas de discusin de da y de noche, de estimulo, de regaos y de consejos que hoy al

    revisar el ensayo, con alegra, me hacen difcil distinguir cules ideas son m

    as y culesde ella. Los prstam

    os de conceptos y categoras dentro de las ciencias socia-les, es una experiencia com

    partida desde hace varias dcadas; ha per-m

    itido entrecruzamientos y dilogos entre los diferentes intereses his-

    toriogrficos. La fructfera experiencia de E.P. Thompson, contagi a

    los historiadores a indagar en las entraas de las diferentes cienciassociales, com

    o la antropologa, y alimentar conceptos com

    o experien-cia, y darle continuidad a otros, com

    o lovivido

    de Zemon D

    avis. Lasinterrogantes y problem

    ticas desprendidas de la ampliacin de los

    mrgenes disciplinarios, los inspir, a preguntarse de m

    anera distin-ta sobre el com

    portamiento de los hom

    bres en el tiempo.

    (Antropologa, historia, E. P. Thom

    pson, clase, experiencia, concien-cia, vivido, im

    aginacin moral, econom

    a moral)

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    the English Working Class, escrito que dara la vuelta entera al globo, ins-

    pirando a jvenes y viejos intelectuales, generando debates alrededorde la form

    acin de la clase social. Fontana al respecto comenta:

    E. P. Thompson fue durante algunos aos un historiador de m

    oda. Susobras atraan unos aires nuevos que suscitaron entusiasm

    o entre jveneshistoriadores que debieron tener experiencias parecidas a la m

    a cuando, enel annus m

    irabilisde 1968, entr en una librera de la Rambla de Barcelona,

    desaparecida hoy, y descubr un grueso volumen acabado de publicar, el

    nmero m

    il de la coleccin Pelican, The Making of the English W

    orkingClass. Le ech una ojeada, lo com

    pr y desde entonces no he dejado detenerlo al lado de m

    i mesa de trabajo acom

    paado desde 1991 por Customs

    in Comm

    on para volver a l, no tanto para consultarlo como para recobrar

    fuerzas y rehacerme del desnim

    o y el aburrimiento que suele producir la

    gris mediocridad de las lecturas cotidianas. 2

    Sin embargo, un acontecim

    iento anterior marcar su vida poltica: la

    invasin rusa a Hungra en 1956. Su renuncia al Partido era inevitable,

    su negativa a amparar al m

    arxismo-leninism

    o como antorcha era defi-

    nitiva; fue ese mism

    o ao que empez a publicar con John Saville The

    Reasoner. Asus treinta y tres aos, Thom

    pson dara un vuelco, hablarade un m

    arximo m

    orrisoniano (de William

    Morris), se calificara a s m

    is-m

    o como un com

    unista libertario, democrtico

    3y adems, hum

    anista.Se volvi asim

    ismo un feroz crtico junto con otros historiadores del

    socialismo sovitico a travs de sus escritos pacifistas.

    En 1965 ingres a la Universidad de W

    arwick en el Centre for the

    Study of Social History. En 1968 firm

    junto con Raymond W

    illiams,

    Stuart Hall y M

    ichael Barrat-Brown el M

    ay Day M

    anifiesto 1968que

    pretenda ser un reto socialista al Partido Laborista; en 1970 promovi

    un movim

    iento al interior de Warw

    ick con tal de descubrir algunas

    2Joseph Fontana, E. P. Thompson, hoy y m

    aana en Historia social, Valencia, Insti-

    tuto de Historia Social U.N.E.D., nm

    . 18, invierno de 1994, 3.3H

    arvey J. Kaye, Los historiadores m

    arxistas britnicos: un anlisis introductorio, Mara

    Pilar Navarro Errasti (trad.), Ciencias sociales: 11, Zaragoza, U

    niversidad de Zaragoza,1989, 158.

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    es en la frontera, sobre la frontera, con un pie en el ladode ac y otro en el de all. Y

    con utilidad [...] 1

    Lucien Febvre

    Edward Palm

    er Thompson es de los historiadores m

    s ledos en el sigloXX

    y XXI, polemista incansable, feroz crtico, com

    bativo hasta el cansan-cio, naci en Inglaterra, el m

    ismo ao que la Liga de las N

    aciones apro-bara el Protocolo de G

    inebra, el mism

    o ao que es asesinado el lder so-cialista italiano G

    iacomo M

    atteotti, el ao que muere V

    ladimir Lenin y

    Franz Kafka. N

    aci el 3 de febrero de 1924. Su madre Theodosia Jessup

    de origen estadounidense; su padre Edward John, britnico; am

    bos fue-ron liberales com

    o dice Kaye con l m

    inscula, crticos del imperia-

    lismo britnico; Edw

    ard John incluso fue maestro m

    isionero en la India,am

    igo personal de Nehru y de otras personalidades hindes de alto

    rango. E.P., como le decan para diferenciarlo de su padre, vivi cer-

    ca de Oxford e inici su educacin en una escuela privada m

    etodista,K

    ingswood. Fue a Cam

    bridge con la intencin de estudiar literatura ycom

    o muchos, acab en la historia. Ingres en 1942 al Partido Com

    unis-ta. La guerra interrum

    pi su vida acadmica y se enrol en el ejrcito,

    fue oficial y pele en Francia e Italia. Su hermano Frank, hroe de guerra

    y comunista, m

    uerto en Bulgaria, influy como nadie en estos prim

    erosaos del joven Edw

    ard. Al finalizar la guerra todava perm

    aneci como

    voluntario en la reconstruccin de Yugoslavia y Bulgaria. De regreso en

    Cambridge en 1946 conoci a su esposa, D

    orothy (historiadora y profe-sora de la U

    niversidad de Birmingham

    ), tambin m

    iembro del Partido

    Comunista. En 1948, am

    bos se dirigieron a Halifax, Yorkshire, donde Edw

    ardfue profesor de la U

    niversidad de Leeds y en la Workers Educational

    Association

    hasta 1965. Fueron aos de estrechez econmica y el apoyo

    de Dorothy fue decisivo. En 1955 publica W

    illiam M

    orris: romantic to

    revolutionary, para continuar con su obra cumbre en 1963, The M

    aking of

    1Lucien Febvre, Hacia otra historia en Com

    bates por la historia, Fracisco J. Fernn-dez Buey y Enrique A

    rgullol (trad.), Obras m

    aestras del pensamiento contem

    porneo:28, Barcelona, Planeta-A

    gostini, 1993, 228.

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    prcticas administrativas que am

    enazaban la vida acadmica y las liber-

    tades civiles. Am

    ediados de los setenta se retir, para dedicarse sola-m

    ente a escribir. Tambin fue profesor en la U

    niversidad de Oxford.

    Colabor con las revistas The New

    Reasonery U

    niversities and LeftReview

    , que despus de una fusin daran vida a New

    Left Reviewque as-

    piraba a difundir con entusiasmo al interior y m

    s all de las fronterasinglesas, el pensam

    iento marxista britnico. Entre 1962 y 1963 a raz de

    diferencias tericas e ideolgicas con algunos de los integrantes del con-sejo editorial, decidi abandonarla. Los conflictos con Perry A

    nderson(parte de este consejo) prosiguieron durante varios aos m

    s; los deba-tes sobre el concepto de clase social, sobre conciencia y el ser, sobreA

    lthusser, sobre estructura y superestructura, en los cuales se ve en-vuelto tam

    bin Anderson, se volvern parte de los alm

    anaques de losacadm

    icos europeos. El mism

    o Anderson relata:

    Cuando la revista recuper su lugar, ms o m

    enos en la forma que todava

    tiene ahora, la posicin de Edward se alter. [...] Pero entonces, por fin, una

    confrontacin real era posible. [Despus de la publicacin de Lo peculiar

    de lo ingls y la respectiva respuesta de Anderson] La polm

    ica es un dis-curso del conflicto, cuyo efecto depende de un delicado equilibrio entre losrequerim

    ientos de la verdad y las tentaciones de la clera, el deber de dis-cutir y el nim

    o de inflamar. Su retrica perm

    ite, incluso provoca, cierta li-cencia figurativa. 4

    No habr una enem

    istad automtica, seguirn frecuentndose y dis-

    cutiendo. Varias revistas acogern los escritos de Thompson: The Socia-

    list Register, New

    Society, Past & Present, Indian H

    istorial Review, Annales,

    entre otras. En 1975 dio a la luz a Whigs and H

    untersy en 1978 a The

    Poverty of the Theory and other Essays. Su trayectoria como profesor visi-

    tante, se hizo presente en Estados Unidos y Canad.

    Conforme los conservadores avanzaban en la poltica britnica,

    Thompson decidi afiliarse al Partido Laborista. Fue im

    portante sulabor com

    o pacifista en la Campaign for N

    uclear Disarm

    ament ( CD

    N) yen la European N

    uclear Disarm

    ament ( EN

    D), como uno de sus m

    s con-

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    notados dirigentes en el movim

    iento europeo, ms an en respuesta a

    la administracin agresiva de M

    argaret Tatcher. Se retir mom

    entnea-m

    ente de la prctica historiogrfica, pero no dej de publicar. Edit como

    parte de su lucha Protest and Survive(en colaboracin con Dan Sm

    ith) en1981, Zero O

    ptionen 1982, The H

    eavy Dancers

    en 1985, Star Wars: Selft-

    destruct Incorporatedtam

    bin en 1985 (en colaboracin con Ben Thom-

    pson), Pros-pectus for a Habitable Planeten 1987 (en colaboracin una vez

    ms con D

    an Smith), y en el gnero de ciencia ficcin satrico The Sykaos

    Papers. En su conferencia Ms all de la G

    uerra Fra incluida en sulibro O

    pcin cero, dir:

    Todos sabemos que existe un exceso de arm

    as nucleares y que muchas de

    ellas se han hacinado en nuestro continente: minas terrestres, artillera,

    torpedos, cargas de profundidad, proyectiles de emplazam

    iento y lanza-m

    iento terrestre, submarino y areo. Tal vez discrepem

    os respecto de lasproporciones exactas del equilibrio arm

    amentista que corresponden a las

    partes contendientes. Pero sabemos tam

    bin que cuando la capacidad deexcedente de m

    uerte del actual arsenal est en condiciones de destruir lasposibilidades de vida civilizada en nuestro continente una treintena deveces, los clculos y estim

    aciones del equilibrio son irrelevantes. 5

    Varios aos despus revis algunos de sus artculos ya publicados ylos reuni en Custom

    s in Comm

    ony un poco m

    s tarde, su prometido li-

    bro sobre la poesa y poetas romnticos britnicos sali a circulacin con

    el ttulo de Witness A

    gainst the Beast: William

    Blake and the Moral Law

    . Susltim

    os aos fueron una noche de enfermedades, persistan, lo aqueja-

    ban hasta vencerlo. Encontr la muerte en su jardn en 1993, en W

    orces-ter. El im

    pacto de su obra es amplsim

    o. Slo unos ejemplos. En Estados

    Unidos el estudio de Eugene D

    . Genovese, Roll, Jordan, Roll: the W

    orldthe Slaves M

    ade,sobre las relaciones entre esclavistas y propietarios, fueinfluenciado por estos m

    arxistas, principalmente por Thom

    pson y suconcepto de paternalism

    o y prcticas consuetudinarias, segn ste, lacultura som

    etida tiene una postura, negocia e interrelaciona con la do-

    4Ibidem, 172.

    5Edward Palm

    er Thompson, O

    pcin cero, Rafael Grasa (trad.), Serie general: estudios

    y ensayos: 111, Espaa, editorial Crtica, 1983, 200.

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    minante; esto genera una serie de correspondencias bajo una percepcin

    paternal, creando un estado de equilibrio, de continuidad sistmica. 6

    En Italia, Edoardo Grendi, uno de los prim

    eros exponentes y defen-sores del anlisis m

    icroanaltico y de la bsqueda de los documentos

    normal-excepcional (de lo cual se inspirara Carlo G

    inzburg para suclebre libro El queso y los gusanostom

    ando precisamente el caso de M

    e-nocchio com

    o un testimonio excepcional) har acopio de algunas ideas

    de Thompson. En contraposicin con la historia total de Braudel (enten-

    dida como una expresin lim

    itada slo a la larga duracin) exiga, pre-tenda realizar observaciones m

    s modestas, con tal de reducir el ob-

    jeto de la investigacin, anhelaba heredar la visin microanaltica de

    la antropologa y el examen de las relaciones sociales a travs de sus

    distintas manifestaciones econm

    icas y extraeconmicas [en el prim

    ercaso] lo que envidiaba de la antropologa era su atencin constante alcontexto; retom

    aba el postulado de el protagonismo de los individuos

    y de los grupos sociales [y la] rigurosa contextualizacin. Sin embargo,

    Grendi le criticaba a Thom

    pson: la relativa elementalidad de sus cate-

    goras impresionistas, el silencio acerca de las estructuras extraintencio-

    nales y [...] el discurso frecuentemente autocelebrativo que em

    plea. 7

    William

    Roseberry en Hegem

    ona y lenguaje contencioso, alcom

    entar los ensayos compilados por G

    ilbert M. Joseph y D

    anielN

    ugent en Aspectos cotidianos de la form

    acin del Estado, reconoce abierta-m

    ente que las dos obras paradigmticas, las bases intelectuales de estos,

    fueron los trabajos de James Scott, 8y de Philip Corrigan y D

    erek Sayer, 9

    que a su vez abrevaron sus metforas fundacionales de la obra de E.

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    P. Thompson. En el caso de Scott sobre la econom

    a moral de los pobres,

    y Corrigan y Sayer sobre la crtica a las interpretaciones marxistas orto-

    doxas de la revolucin burguesa como reto para su estudio [de Thom

    p-son] de la form

    acin del estado ingls. 10El mism

    o Roseberry, aceptabaque una de sus fuente[s] de inspiracin proviene[n] de la historia socialm

    arxista britnica, del trabajo de Edward Thom

    pson, Eric Hobsbaw

    m,

    y especialmente Raym

    ond William

    s [...]11En Espaa, las palabras de Jo-

    sep Fontana Lzaro, autor de Historia: anlisis del pasado y proyecto social,

    bastante claras ante este impacto:

    Por ello me parece que lo que conviene hacer no es conm

    emorar su vida ni

    convertir su obra en objeto de estudio, como algo que pertenece a una etapa

    anterior del desarrollo de la ciencia histrica, sino simplem

    ente, proponersus libros com

    o una lectura necesaria para quienes hoy estudian historia,con el fin de que puedan encontrar en ellos respuestas a sus perplejidadesactuales y algo con que em

    pezar a elaborar un poco de esperanza param

    aana. 12

    Varias son las herencias metodolgicas de Thom

    pson y que han lle-gado hasta nuestros das. Los debates con Perry A

    nderson, Sewell, Lvi

    Strauss, Raymond W

    illiams y otros intelectuales, m

    arxistas y no marxis-

    tas, han quedado registrados como un captulo de las discusiones m

    sapasionadas, m

    s serias, ms profundas. Es im

    portante explorar los de-bates alrededor de la concepcin y reform

    ulacin del concepto de clasesocial; su nocin del ser y la conciencia, sobre la estructura y su-perestructura, la conciencia y la falsa conciencia, que adem

    s ge-neraron una inm

    ensa polmica y que no pueden excluirse porque per-

    tenecen a un mism

    o cuerpo conceptual, estn ligados unos con otros.6Eugene D

    . Genovese, Roll, Jordan, Roll: The W

    orld the Slaves Made, N

    ew York, Vinta-

    ge Books, 1976.7Justo Sierra y A

    naclet Pons, El ojo de la aguja, de qu hablamos cuando habla-

    mos de m

    icrohistoria? en Pedro Ruiz Torres (ed.), La historiografa, nm. 12, M

    adrid,Ayer, 1993, 104-108.

    8James Scott, The M

    oral Economy of the Peasant: Rebellion and Subsistence in Southeast

    Asia,N

    ew H

    aven, Yale University Press, 1976; W

    eapons of the Weak: Everyday Form

    s of Pea-sant Resistance,N

    ew H

    aven, Yale University Press, 1985; y, D

    omination and the A

    rts of theResistance: H

    idden Transcripts,New

    Haven, Yale U

    niversity Press, 1990. 9Philip Corrigan y D

    ereck Sayer, The Great A

    rch: English State Formation as Cultural

    Revolution,Oxford, Basil Blackw

    ell, 1985.

    10William

    Roseberry, Hegem

    ona y lenguaje contencioso en Gilbert M

    . Joseph yD

    aniel Nugent (com

    ps.), Aspectos cotidianos de la form

    acin del Estado,Rafael Vargas, Palo-m

    a Villegas y Ramn Vera (trad.), Coleccin problem

    as de Mxico, M

    xico, Era, 2002, 213y 214.11Carm

    en Martnez, La vigencia del m

    arxismo en la antropologa: una entrevista a

    William

    Roseberry en Debate,Q

    uito, nm. 47, agosto de 1999.

    12Joseph Fontana, E. P. Thompson, hoy y m

    aana, en Historia social, nm

    . 18, op.cit., 7.

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    Su propuesta alrededor de un dilogo entre la historia y la antropo-loga, encuentra eco en varios de sus artculos, atraviesa a su obra. Estatentativa se puede abreviar, resum

    ir, a travs de un prrafo de uno desus artculos titulado Folclor, antropologa e historia social de 1976,donde se lee:

    Sirva esto para enfatizar que, aunque se deba fomentar la relacin entre an-

    tropologa social y la historia social, sta no puede ser cualquier relacin.H

    ace falta un tercero, al que generalmente se conoce com

    o filosofa, quehaga de Celestina. Si tratam

    os de reunir estas dos disciplinas concertandocitas a ciegas pretendiendo casar la historia econom

    trica positivista conel estructuralism

    o de Lvi-Strauss, o a la historiografa marxista con la so-

    ciologa de Talcott Parsons podemos estar seguros de que la coyunda no

    se consumar. [

    ] Pero al llegar a este punto, debemos dejar de pretender

    que hablamos en nom

    bre de nuestra disciplina en su conjunto, y hay queem

    pezar a hablar de nuestra posicin dentro de ella. 13

    Esta percepcin le permitir contender directam

    ente con los antro-plogos. N

    o era solamente leer eclcticam

    ente, sin detenerme en los

    conflictos en el interior de la antropologa, pues yo no quera remedios,

    sino preguntas, procesos, posibles aproximaciones, susceptibles de ser

    empleados cuando tuviera sentido con la evidencias europeas com

    odice N

    atalie Zemon D

    avis en Una vida de estudio; 14la pretensin de

    Thompson es m

    ucho ms am

    biciosa, al nivel de poder internarse endebates al interior de la antropologa, por ejem

    plo, en el caso de Levi-Strauss y algunas de sus obras, le reprocha el rom

    pimiento con el anli-

    sis de las evidencias empricas, llevando el exam

    en de los datos antro-polgicos a travs de un form

    alismo lgico o m

    etafrico hacia unaconcepcin m

    s abstracta, una imagen ideal distante de los actos, de

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    las conductas observadas en el inicio, y reemplaza[rlas] por una lgica

    potica o formal, 15Vem

    os entonces que la cencerrada ya no es el signode una definicin particular aceptable y situada en el tiem

    po de lospapeles conyugales, sino una anom

    ala en el desenvolvimiento de una

    cadena sintagmtica

    16

    Una de las m

    aneras de interpretar a la antropologa, es a travs derelacionarla con los anlisis sincrnicos; en todo caso, el cientfico socialest condicionado a indagar a un nivel horizontal, dilatando ciertoseventos, com

    o un embudo, para obtener hechos representativos de

    dinmicas de m

    ayor aliento: los mom

    entos de peligro, de conflicto, laviolencia, los rituales, la fiesta, exteriorizan ideas e im

    genes que per-m

    anecen escondidas en la cotidianidad, en la armona.

    [...] la historia social (en su examen sistem

    tico de normas, expectativas y

    valores) debe basarse en la antropologa social. No podem

    os examinar ri-

    tuales, costumbres, relaciones de parentesco, sin detener el proceso de la

    historia de vez en cuando y someter los elem

    entos a un anlisis estructuralsincrnico, esttico. 17

    Tambin le reprocha es cierto a la antropologa un excesivo am

    ora lo sincrnico, de ignorar las herram

    ientas del anlisis contextual-dia-crnico, que perm

    itan visualizar cambios en la estructura, en la sincro-

    na. La crtica es directa, lleva nombre: Claude Lvi-Strauss y com

    paa,ante la tentativa de stos de la bsqueda de patrones, de repeticiones,de reiteraciones que perm

    itieran comprender a las sociedades a par-

    tir de elementos com

    unes, el tema favorito as ser por tanto, el paren-

    tesco y sus relaciones implcitas, por ejem

    plo, el incesto como com

    po-nente generador de una reprobacin autom

    tica en las comunidades

    humanas. A

    Edward Palm

    er Thompson la necesidad de som

    eter estasestructuras a una validacin m

    s rigurosa, con mayor proyeccin

    diacrnica, histrica, le parece obvio, de sentido comn:

    13Edward Palm

    er Thompson, Folclor, antropologa e historia social en H

    istoria so-cial y antropologa, Cuadernos secuencia, M

    xico, Instituto Dr. Jos M

    ara Luis Mora, 1994,

    72. Publicado originalmente en Indian H

    istorical Review, vol. III(2), 1977.

    14Natalie Zem

    on Davis, U

    na vida de estudio, Antonio Saborit (trad.), en H

    istorias:Revista de la D

    ireccin de Estudios Histricos del Instituto N

    acional de Antropologa e H

    istoria,M

    xico, nm. 48, enero-abril de 2001. Conferencia Charles H

    omer K

    askins impartida

    en 1998, 21.

    15Edward Palm

    er Thompson, Rough M

    usic, la cencerrada inglesa en Historia social

    y antropologa, op. cit., 35.16Ibid.17Edw

    ard Palmer Thom

    pson, Folclor, antropologa e historia social, op. cit., 71

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    [...] es posible que una concepcin del todo distinta, estructuralista, quevea en las sim

    ilitudes de las costumbres de diferentes sociedades elem

    en-tos para una tipologa ideal, del funcionam

    iento social o de la organizacinm

    ental, sea en s mism

    a una metodologa que im

    plique un estasis (unacongestin) de distinto gnero? El historiador est en condiciones dem

    ostrar mientras que ello no parece quiz tan evidente para los antrop-

    logos, segn su material, que ciertas form

    as y ritos (entre los que figura lacencerrada) no presentan una sola tipologa funcional o estructural: cuan-do la form

    a aparece constante o en evolucin (como m

    uchas de las costum-

    bres folclricas en la decadencia) la funcin puede no deber gran cosa a laform

    a. 18

    El debate con la antropologa no slo se centra en Lvi-Strauss, sinocon ciertas posiciones tom

    adas dentro de ella (como dice en Folclor,

    antropologa e historia social). No est de acuerdo en la dualidad de

    base y superestructura tan comnm

    ente utilizada en el discursode los antroplogos m

    arxistas, y al desplazamiento autom

    tico, de com-

    prender la base como la serie de com

    portamientos y [...] necesidades

    econmicas casi olvidando las norm

    as y los sistemas de valores. Esta

    especie de determinism

    o econmico, a pesar de la cada vez m

    ayor bs-queda de los dilogos entre am

    bos niveles, entra en contradiccin conlos postulados de Thom

    pson. l no concibe la utilizacin de esta analo-ga, de esta dualidad que por definicin restringe y lim

    ita el anlisis.U

    na divisin tan abusiva puede dar como resultado interpretacio-

    nes que puede que quede[n] bien sobre el papel durante un tiempo,

    pero que estn slo en la cabeza de los cientficos; al mom

    ento de llevarestos m

    odelos a las sociedades reales a travs de anlisis sincrnicosy diacrnicos, se descubre rpidam

    ente la inutilidad de imponer tal di-

    visin. Critica cmo los antroplogos m

    arxistas interpretan a las socie-dades prim

    itivas sin incluir los sistemas de parentesco tan im

    portantespara stas, o cm

    o se ignoran las relaciones de dominacin y poder con-

    dicionantes de las relaciones econmicas, o cm

    o se ignoran las nor-m

    as culturalmente im

    puestas y las necesidades culturalmente form

    a-das, caractersticas del m

    odo de produccin

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    Dnde hem

    os de colocar las costumbres sobre la herencia patrilineal o

    matrilineal, divisible o indivisible que se transm

    iten tenazmente de form

    ano econm

    ica y que, sin embargo, tienen una profunda influencia en la

    historia agraria? Dnde situarem

    os los ritmos consuetudinarios de traba-

    jo y ocio (o de las fiestas) de las sociedades tradicionales, que son intrnse-cos al acto m

    ismo de la produccin y que, sin em

    bargo, tanto en las socie-dades hindes com

    o en las catlicas, han sido ritualizados por institucionesreligiosas de acuerdo con creencias religiosas?

    19

    Al igual que Raym

    ond William

    s y R. S. Sharma, es insistente en esta

    necesidad de romper con la dualidad de base y superestructura. Es

    un problema central, que encuentra eco en la concepcin de clasesocial

    que defiende Thompson. Es cierto, The M

    aking of the English Working

    Classde 1963 es la obra que abre toda esta suerte de polmicas. En ella

    se defiende a la experienciacom

    o detonador condicionante de la forma-

    cin histrica de una clasesocialy sta como producto de la concienciade

    clase evolucionada. Esta concienciaest dada por un conjunto de expe-

    riencias comunes, es resultado de un desarrollo histrico, esta experien-

    ciagenera una conciencia

    que no puede disociarse, que se encuentrainsolublem

    ente unida a la identidad de clase. Esto no implica un aban-

    dono del materialism

    o en s, pues esa experiencia y esa conciencia estnestim

    uladas por las relaciones sociales de produccin.

    Clase, y no precisamente clases, por m

    otivos que este libro intentar exa-m

    inar. [...] Por clase entiendo un fenmeno histrico unificador de un cier-

    to nmero de acontecim

    ientos dispares y aparentemente desconectados,

    tanto por las respectivas condiciones materiales de existencia y experiencia

    como por su conciencia. M

    e interesa hacer hincapi en que se trata de un fe-nm

    eno histrico. Personalmente, no veo la clase com

    o una estructura ym

    enos an como una categora, sino com

    o algo que acontece de hecho (ypuede dem

    ostrarse que, en efecto, ha acontecido) en las relaciones huma-

    nas [...] La clase aparece cuando algunos hombres, com

    o resultado de expe-riencias com

    unes (heredadas o compartidas), sienten y articulan la identi-

    18Edward Palm

    er Thompson, Rough M

    usic, la cencerrada inglesa, op. cit., 26.19Edw

    ard Palmer Thom

    pson, Folclor, antropologa e historia social, op. cit., 72-75.

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    dad de sus intereses entre ellos y contra otros hombres cuyos intereses son

    diferentes (y corrientemente opuestos) a los suyos. 20

    Thompson est tom

    ando una clara postura poltica e ideolgica he-redada de otros m

    arxistas britnicos; tanto Rodney Hilton, Cristopher

    Hill o H

    obsbawm

    , inspirados en ciertos escritos de Marx, entendan que

    la clase emerge com

    o una nocin dinmica, a travs de un proceso his-

    trico. Como bien dice W

    illiam Roseberry, El dieciocho brum

    ario de LuisBonapartees parte de tres obras (junto con Lucha de clases en Francia, LaG

    uerra Civil en Francia)que Ellas, ms que los ensayos m

    etodolgicosgenerales o incluso El Capital, constituyen los m

    s importantes textos

    para valorar al filsofo que esperaba tanto comprender com

    o cambiar el

    mundo que encontraba [...]. 21Para Roseberry son claras las dos postu-

    ras de Marx con respecto al anlisis de clase, una que desconectaba los

    intereses materiales, de los falsos, im

    aginados, y la otra, que como base

    central del anlisis se centraba en la formacin cultural. Entre las m

    u-chas lneas desprendidas del pensam

    iento de Karl M

    arx, se desprendendos grandes hilos conductores, el prim

    ero, comprendido com

    o un cien-cia de la sociedad, con historicidad, legitim

    ando una teleologa evolu-cionista; y la segunda, com

    o herramienta para indagar en las estruc-

    turas, en los sistemas sociales en relacin a las form

    as de poder queresisten los trabajadores en m

    omentos determ

    inados, bajo la lupa deanlisis em

    pricos, la observacin sistemtica de los hom

    bres reales.Esta ltim

    a cre un eco considerable en una tradicin intelectual de lacual abreva Thom

    pson. Roseberry es claro al decir:

    Los campesinos franceses, desde su punto de vista [de M

    arx], constituanuna inm

    ensa masa de hogares sim

    ilarmente estructurados, pero separa-

    dos socialmente. Slo podan ser consideradas com

    o un grupo por la sim-

    ple suma de m

    agnitudes isomorfas, igual que papas en un saco form

    an unsaco de papas. A

    dems, al analizarlos polticam

    ente, consider dos cues-

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    tiones: en qu medida ellos com

    partan intereses materiales com

    unes, y enqu m

    edida sus intereses comunes incitaban la form

    acin de una organiza-cin poltica o de sentim

    ientos de comunidad com

    partidos. Al encontrar

    intereses comunes, pero no posibilidades de com

    unidad, concluy que loscam

    pesinos eran incapaces de afirmar sus intereses de clase en nom

    brepropio, y de que no pueden representarse a s m

    ismos; tienen que ser

    representados. 22

    La versin opuesta, defendida a travs de Althusser por ejem

    plo,defenda las relaciones colectivas, de com

    unidad, colocando nfasis enla constitucin de los individuos com

    o sujetos, en sus formas de identi-

    dad y los intereses materiales desprendidos de ello, que im

    plicaban des-de luego, diversas m

    aneras de distinguirlas. Thompson, les reprochaba:

    En una forma alternativa (m

    ucho ms sofisticada) por ejem

    plo enA

    lthusser todava encontramos una categora profundam

    ente esttica; unacategora que slo halla su definicin dentro de una totalidad estructuralaltam

    ente teorizada, que desestima el verdadero proceso experim

    entalhistrico de la form

    acin de las clases. Apesar de la sofisticacin de esta

    teora, los resultados son muy sim

    ilares a la versin vulgar econmica. 23

    Su insistente llamado, invitacin, de rescatar a K

    arl Marx com

    ofuente de inspiracin y no

    de ortodoxia, de romper as categricam

    entecon el determ

    inismo econm

    ico y con su respectiva derivacin debase y superestructura encuentra resonancia a travs de sus libros yartculos, que claram

    ente son provocadores, estn dirigidos a contestaro incitar debates. Con perseverancia argum

    enta la historicidad de laconciencia, no

    puede otorgarse la libertad de pensar a la teora, losm

    odelos, como determ

    inantes de la realidad a travs de la invencinde conceptos universales sin encontrar un dilogo con los restos dejadospor los hom

    bres del pasado, con las evidencias. En cierta medida, la dis-

    20Edward Palm

    er Thompson, La form

    acin histrica de la clase obrera en Inglaterra(1780-1832),A

    ngel Abad (trad.), Espaa, 3 tom

    os, editorial Laia, 1977, 7 y 8.21W

    illiam Roseberry, M

    arx and Anthropology en A

    nnual Review of A

    nthropology,vol. 26, California, 1997, 39.

    22Ibidem, 41.

    23Edward Palm

    er Thompson, La sociedad inglesa del siglo XV

    III: Lucha de clasessin clases? en Tradicin, revuelta y conciencia de clase. Estudios sobre la crisis de la sociedadpreindustrial, Barcelona, Crtica, 1984, 36, cursiva en el original.

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    cusin de Thompson tiene una connotacin antidogm

    tica, empirista,

    en conexin directa con los hombres.

    La clase, en la tradicin marxista, es (o debera ser) una categora histrica,

    que describe a las personas relacionndose unas con otras en el transcursodel tiem

    po, el modo en que adquieren consciencia de sus relaciones, se se-

    paran, se unen, entran en conflicto, forman instituciones y transm

    iten va-lores en trm

    inos de clase. Por lo tanto, la clase es una formacin econ-

    mica y es tam

    bin una formacin cultural: es im

    posible dar prioridadterica a un aspecto sobre el otro. 24

    Las crticas aparecieron como relm

    pagos. Perry Anderson en su

    lectura de The Making of the English W

    orking Classse detuvo en las pri-m

    eras pginas, en la definicin de clase,la califica como eje, com

    o ele-m

    ento inherente a un criterio de conciencia, donde se depende de unaexpresin colectiva (sentim

    iento/articulacin) [se refiere a la identi-dad? Se le podra preguntar] de intereses com

    unes en oposicin a los deuna (o varias) clases antagnicas; esta apreciacin dice A

    nderson nopuede conciliarse (al contrario de com

    o sostiene Thompson, sobre una

    coherencia con los propios actores) con datos empricos, las evidencias

    no dan para tanto, no muestran tal proporcin; incluso m

    uchos de losagentes no identificaron, ni siquiera actuaron contra los grupos antag-nicos en los cules Thom

    pson pone tanto nfasis, el argumento es por

    tanto subjetivista y pierde las coordenadas de realidad; esta defini-cin de claseinsiste es dem

    asiado abusiva, con un espritu inherentede universalidad que acapara y determ

    ina sin razn a las otras clasesbajo una experiencia particular, slo justa para Inglaterra. Y

    aclara quela presencia de una conciencia, no im

    plica necesariamente la existencia

    de la clase,

    Ya se ponga el acento en el comportam

    iento o en la conciencia luchar o va-lorar, dichas definiciones de clase son fatalm

    ente circulares. Mejor decir,

    con Marx, que las clases sociales pueden llegar a ser concientes de s m

    is-

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    mas, pueden no actuar o com

    portarse en comn, y an as, continan sien-

    do clases, material o histricam

    ente. 25

    Pierde de vista las estructuras, tambin dice A

    nderson. Sewell insis-

    tir que es una definicin demasiado experiencialista

    26y pone el cen-tro de su crtica m

    uy inteligentemente, hay que reconocerlo en la ca-

    tegora de mayor peso (com

    o ya se habr notado) en la obra deThom

    pson: la experiencia. Para Rosaldo (a pesar de sus desacuerdos conste concepto y el de cultura) 27las estructuras estn im

    plcitas en la expe-riencia, en la serie de conductas y com

    portamientos, a travs de la ac-

    cin humana, en la agencia.

    La crtica de Sewell se introduce en el lugar m

    s ntimo, en la coor-

    denada central que rompe com

    o un cristal con la idea de una estructuraapriorstica, de una base y una superestructura: la experiencia. Sinem

    bargo, los alcances del pensamiento Thom

    psoniano van ms all de

    un juego de conceptos, ms all de lo que por m

    omentos m

    uestra Se-w

    ell: la experiencia es entendida adems insisto com

    o el eje articula-

    24Edward Palm

    er Thompson, Folclor, antropologa e historia social, op. cit., 78.

    25Perry Anderson, Teora, poltica e historia. U

    n debate con E. P. Thompson, Eduardo

    Terrn (trad.), Espaa, Siglo XXIeditores, Teora 1985, 47. Su crtica al concepto de claseabarca de la pgina 43 a la 47.

    26William

    H. Sew

    ell, Jr., Cmo se form

    an las clases: reflexiones crticas en torno a lateora de E. P. Thom

    pson sobre la formacin de la clase obrera en H

    istoria social, op. cit.,85 y 86. Si bien la riqueza narrativa con que retrata la experiencia de la clase obreraconstituye el gran triunfo de la obra que nos ocupa, la pesada carga explicativa que con-fiere a dicho concepto es, en m

    i opinin, su defecto cardinal. El significado del trmino

    experienciaes en s mism

    o tan amorfo que resulta difcil asignarle un papel delim

    itadoen la teora de la form

    acin de la clase. YThom

    pson todava lo complica m

    s al utilizar-lo de una m

    anera inconsistente y confusa.27Renato Rosaldo, Celebrating Thom

    psons Heroes: Social A

    nalysis in History and

    Antropology, en H

    arvey J. Kaye y K

    eith McClelland (ed.),E. P. Thom

    pson: Critical Pers-pective,H

    istory, Sociology, Political Science, Philadelphia, Temple U

    niversity Press, 1990,114. Y

    prosigue: Indeed, Thompson persuades m

    e when he asserts that social class

    should be regarded as an on-going process that cannot even be discussed in the slice intim

    e to wich m

    ost structuralist restrict their analyses [De hecho, Thom

    pson me persua-

    de cuando afirma que esa clase social debe considerarse com

    o un proceso continuo queincluso no se puede vaciar en rodajas de tiem

    po en las cuales la mayora de los estructu-

    ralistas restringen sus anlisis].

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    dor de la concienciade

    clase, es lo que mueve y form

    a a stas.Bajo estedesliz, esta interpretacin pona en crisis la versin universal y atem

    po-ralde la lucha

    declases

    tal y como sostenan los m

    arxistas clsicos. 28Secritica as, se censura la ecuacin:

    Este esquema ideal del m

    arxismo estructuralista argum

    enta Thom-

    pson entra en contradiccin directa con s mism

    o, con una tendenciadialctica tan defendida por el propio M

    arx; es decir, stos creen quelas clases existen, independientem

    ente de relaciones y luchas histricas,y que luchan porque

    existen, en lugar de surgir su existencia de la lu-cha. 29Esto es una brecha fundam

    ental, central, con el marxism

    o clsi-co, que abundaba en los crculos acadm

    icos de entonces. No contento

    con esto, volver una vez ms a insistir en 1977:

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    Por decirlo claramente: las clases no existen com

    o entidades separadas, quem

    iran a su alrededor, encuentran un enemigo de clase y se disponen a la ba-

    talla. Al contrario: en m

    i opinin, la gente se encuentra a s mism

    a en unasociedad estructurada de una m

    anera determinada (fundam

    entalmente, en

    forma de relaciones de produccin), soporta la explotacin (o trata de m

    an-tener el poder sobre aquellos a los que explota), identifica los lazos de losintereses antagnicos, se pone a lucha entorno a esos lazos: en el curso deese proceso de lucha se descubre a s m

    isma com

    o clase, llega descubrir suconciencia de clase. Clase y conciencia de clase son siem

    pre el ltimo y no

    el primer escaln de un proceso histrico real. [...] U

    na clase no puede exis-tir sin alguna form

    a de conciencia de s [criticando el concepto de falsaconciencia], si no, no es o an no es una clase: es decir, an no es algo,no tiene ninguna especie de identidad histrica. 30

    No puede existir una clase, una conciencia, sin una identidad de

    pertenencia:

    [...] los intelectuales suean, a menudo, con una clase, que es com

    o una mo-

    tocicleta con el asiento vaco; ellos se sientan en ste y asumen la direccin

    porque estn en posesin de la verdadera teora. Esta es una ilusin caracte-rstica, es la falsa conciencia de la burguesa intelectual. A

    hora bien, cuan-do sem

    ejantes conceptos dominan la intelligentsia

    entera, podemos hablar

    de falsa conciencia? Ms bien, al contrario: esos conceptos le resultan

    muy cm

    odos. 31

    Al ser com

    prendida la clasecomo parte de un proceso de form

    acinhistrica, puede ser analizada en dos sentidos. Prim

    era: refiriendo a uncuerpo em

    pricamente observable en las evidencias, a partir de la apari-

    cin de la sociedad industrial en el siglo XIX; estas categoras as no estnslo presentes en la cabeza del cientfico, sino tam

    bin en la documen-

    tacin, en las expresiones, en los comportam

    ientos, en las conductas. Se-

    Existen ciertas relaciones de produccin

    De stas, se derivan autom

    ticamente las clases

    Surge la lucha de clases

    28Edward Palm

    er Thompson dir en La sociedad inglesa del siglo XV

    III: Lucha declases sin clases? en Tradicin, revuelta y conciencia de clase. Estudios sobre la crisis de lasociedad preindustrial, op. cit., 37: En m

    i opinin, se ha prestado una atencin terica exce-siva (gran parte de la m

    isma claram

    ente ahistrica) a clase y demasiado poca a lucha

    de clases. En realidad, lucha de clases es un concepto previo as como m

    ucho ms uni-

    versal. Esto ya haba sido esbozado en Algunas observaciones sobre clase y falsa con-

    ciencia, a lo cual vamos m

    s adelante.29Ibidem

    , 38. La cursiva es del propio Thompson.

    30Edward Palm

    er Thompson, A

    lgunas observaciones sobre clase y falsa concien-cia, en H

    istoria social, Valencia, Instituto de Historia Social U.N.E.D., nm

    . 10, primavera-

    verano de 1991, 29 y 31. Publicado originalmente en Q

    uaderni Storici, nm. 36, 1977.

    31Ibidem, 32

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    gundo: como herram

    ienta, por ejemplo, para anlisis regresivos de

    exploracin de las sociedades anteriores a la industria, preindustriales,que se pierden en la negrura del tiem

    po y conforme se alejan, m

    enos co-nexin directa tienen con las clasesya form

    adas del siglo XIX; antes des-de luego estas com

    unidades se organizan de formas m

    uy distintas, enrdenes, estadios, estam

    entos con fueros, privilegios, costumbres,

    tradiciones, formas de negociacin distintas a las actuales; son indivi-

    duos con comportam

    ientos polticos y econmicos cualitativam

    ente di-ferentes a las sociedades hijas del capitalism

    o industrial. 32Estos dosniveles, estos dos sentidos, pueden generar confusin, hay que extrem

    arel paso parece reclam

    ar Thompson conform

    e se profundiza en estostipos de pesquisa. Este ltim

    o ejercicio precisamente se m

    uestra en unode sus ltim

    os libros, Costumbres en com

    n,principalmente en su artcu-

    lo Patricios y plebeyos, o en aqul de la La economa m

    oral de lam

    ultitud en la Inglaterra del siglo XVIII. En el prim

    ero dice: Una plebe

    no es, quiz, una clase trabajadora. La plebe puede carecer de la consis-tencia de una autodefinicin, de conciencia; de claridad de objetivos; dela estructuracin de la organizacin de clase. Pero la presencia polticade la plebe o chusm

    a o multitud es m

    anifiesta [...]33

    Una de las tradiciones y costum

    bres de la sociedad inglesa prein-dustrial que se traen a la luz, es que lo que l define com

    o economam

    oralde los pobres. Thom

    pson analiz cmo durante el siglo XV

    III, existi unjuego entre un precio m

    oral y un precio econmico

    34del pan y el tri-go durante las pocas de escasez, delineado por la costum

    bre, la mem

    o-ria y la tradicin; asim

    ismo, las protestas, las revueltas, los m

    otines, con-llevaban una lgica, una racionalidad inherente determ

    inada porciertos cdigos de com

    portamiento, con objetivos concretos, respetados

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    por una asombrosa disciplina. Esa econom

    amoral, alim

    entada por el pa-ternalism

    o de las elites, condicion adems las form

    as de dominacin y

    los modos en los cuales cre, negoci y aprovech la gentry, tam

    bin es-tos m

    edios reguladores de la mayora de la poblacin. Su artculo fue pu-

    blicado por primera vez en la revista Past &

    Presenten 1971. Ah se lee:

    Es posible detectar en casi toda accin de masas del siglo XV

    IIIalguna

    nocin legitimadora. Con el concepto de legitim

    acin quiero decir que loshom

    bres y las mujeres que constituan la m

    ultitud crean estar defendiendoderechos y costum

    bres tradicionales; y, en general, que estaban apoyadospor el am

    plio consenso de la comunidad. [

    ] Es cierto, por supuesto, quelos m

    otines de subsistencia eran provocados por precios que suban verti-ginosam

    ente, por prcticas incorrectas de los comerciantes, o por ham

    bre.Pero estos agravios operaban dentro de un consenso popular en cuanto aqu prcticas eran legtim

    as y cules ilegtimas en la com

    ercializacin, en laelaboracin del pan, etc. Esto estaba a su vez basado en una visin tradi-cional consecuente de las norm

    as y obligaciones sociales, de las funcioneseconm

    icas propias de los distintos sectores dentro de la comunidad que,

    tomadas en conjunto, puede decirse que constituyen la econom

    a moral de

    los pobres. 35

    Aunque la aparicin del artculo es tarda, se reconoce que fue pen-

    sado desde 1963, cuando se consultaban las pruebas de The Making of the

    English Working Class.Tuvo cm

    plices, Richard Cobb y Gw

    yn A. W

    i-lliam

    s; aunque su terminacin fue postergada, la deuda con ellos es re-

    conocida. 36El argumento central es sim

    ple insisto, pero importante.

    Thompson pudo as, explicar y com

    prender la racionalidad de los le-vantam

    ientos populares a travs del pacto paternalista que en mom

    en-tos de escasez y crisis obligaba sim

    blicamente a la gentry

    a sacrificar,reprim

    ir las posibilidades de ganancia sobre los precios de los alimen-

    tos consumidos por los m

    enesterosos (en especial el pan, grano, el trigo,la harina, la cebada). El ham

    bre, la pobreza y la escasez aisladas, no ex-

    32Edward Palm

    er Thompson, La sociedad inglesa del siglo XV

    III: Lucha de clasessin clases? en Tradicin, revuelta y conciencia de clase. Estudios sobre la crisis de la sociedadpreindustrial, op. cit.,36.

    33Edward Palm

    er Thompson, Patricios y plebeyos en Costum

    bres en comn,Jordi

    Beltrn y Eva Rodrguez (trad.), Historia del m

    undo moderno, Espaa, editorial Crtica,

    1995, 73.34Edw

    ard Palmer Thom

    pson, La economa m

    oral de la multitud en el Inglaterra

    del siglo XVIII en Ibidem

    , 279.

    35Ibidem, 216.

    36Edward Palm

    er Thompson, La econom

    a moral revisada en Ibidem

    , 294.

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    plican la clera colectiva, popular, liberada segn los rituales de la vio-lencia, es as notable [

    ] la moderacin, m

    s que el desorden37; se

    necesitaba un sentimiento profundo y consensuado dentro de la com

    u-nidad, sobre las ruptura del pacto paternal, del convenio entre losgrupos de elite con los populares. N

    o obstante, la aceptacin queem

    pieza a verse entre 1795, 1800 y 1801 de una nueva economa polti-

    ca, asociada principalmente a la obra de A

    dam Sm

    ith, de permitir que

    las fuerzas del mercado, sin intervencin del Estado, regularan los pre-

    cios, las condiciones, las cantidades, los sistemas de intercam

    bio, tantoen la abundancia y la escasez, hizo que se renunciara a este viejo pater-nalism

    o que permita negociar bajo ciertas norm

    as especficas, entre losde arriba y los de abajo; sobrellev adem

    s, nuevas formas de orga-

    nizacin obreras y populares, que abrigaron el nacimiento de una con-

    ciencia de claseen respuesta a la acelerada industrializacin inglesa del

    siglo XIX; sin embargo, el m

    odelo paternalista supervivi en las capassubterrneas hasta llegar en los prim

    eros molinos harineros cooperati-

    vos, por algunos socialistas seguidores de Ow

    en, y subsisti duranteaos en algn fondo de las entraas de la Sociedad Cooperativa M

    ayo-rista. 38En cierta m

    edida, el ensayo La economa m

    oral de la multi-

    tud en la Inglaterra del siglo XVIII, sirve de antesala para com

    prenderel m

    omento, el ligam

    ento, donde los msculos de la claseobrera encon-

    traron identidad al nivel de los propios actores de la historia britnica;con un claro afn provocador escribe: Los paternalistas y los pobrescontinuaron lam

    entndose del desarrollo de estas prcticas de mercado

    que nosotros, en visin retrospectiva, tendemos a aceptar com

    o inevita-bles y naturales. Pero lo que puede parecer ahora com

    o inevitable noera necesariam

    ente, en el siglo XVIII, m

    ateria aprobable. 39

    Pero bien, para terminar. La relacin entre ser y conciencia, en-

    tre clase y experiencia, entre estos cuatro conceptos centrales, bienpuede abreviarse en su siguiente frase de su ya m

    ulticitado artculoFolclor, antropologa e historia social:

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    Pero en resumen, las relaciones entre ser social y conciencia social que

    propongo son stas: en una sociedad dada, en la que las relaciones socialesse establecen en trm

    inos de clase, hay una organizacin cognitiva de lavida que se corresponde con el m

    odo de produccin y las formaciones de

    clase evolucionadas histricamente. ste es el sentido com

    n del poder, elque satura la vida cotidiana, que se expresa, m

    s o menos conscientem

    ente,en la aplastante hegem

    ona de la clase dominante y en sus form

    as de domi-

    nacin ideolgica. 40

    El dilogo entre el ser y la conciencia social se median a pro-

    puesta de Thompson travs de tres niveles: 41

    1)Congruencia: las reglas necesarias, los valores, los principios con los cuales los individuos m

    edian sus relaciones productivas inmediatas,

    concretas.2)

    Contradiccin: se puede entender de dos maneras, la prim

    era, como el

    conflicto, entre el modo de vida, entre el sistem

    a de normas ocupacio-

    nales al interior de la comunidad y las del exterior; la segunda,

    tambin com

    o una puesta de sentido comn ante el poder, a travs

    de las relaciones de produccin que se regulan por el ejercicio de la dom

    inacin.3)

    Cambio involuntario: se refiere a los cam

    bios tecnolgicos, demogrficos,

    a las revoluciones en la vida material (rescatando el concepto de Brau-

    del) cuyos efectos, torturan y modifican las relaciones de produccin.

    Como puede verse, esta sencilla recopilacin de los debates centra-

    les alrededor de la obra de Edward Palm

    er Thompson, m

    uestran cmo

    a travs de su itinerario vivido, la lectura cuidadosa de los antroplogosy el debate conceptual, enriquecieron una postura que quiz es hoy enuna de las m

    s vigentes, ms interesantes, que ha contagiado a los crcu-

    los de cientficos sociales en el mundo entero. Cabe cerrar con un prra-

    fo del mism

    o Thompson, que es representativo de lo anterior.

    37Edward Palm

    er Thompson, La econom

    a moral de la m

    ultitud en el Inglaterradel siglo XV

    III, op. cit.,260.38Ibidem

    , p. 292 y 293.39Ibidem

    , p. 226.

    40Edward Palm

    er Thompson, Folclor, antropologa e historia social, op. cit., 78.

    41Este esquema est contenido en Ibidem

    , 79.

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    En mi propio trabajo he descubierto que no puedo m

    anejar ni las con-gruencias ni las contradicciones del proceso histrico profundo sin prestaratencin a los problem

    as que los antroplogos ponen en evidencia. Soym

    uy conciente de que otros historiadores han llegado hace tiempo a la m

    is-m

    a conclusin, y que no han encontrado necesario justificar la ampliacin

    de las fuentes y mtodos de la historia con una disquisicin terica de este

    tipo. 42

    AM

    AN

    ERAD

    ECIERRE

    Se pueden hacer algunas anotaciones finales sobre la obra de E. P. Thom-

    pson, con la pretensin de ligarlo tambin con algunos conceptos y cate-

    goras que se han convertido en el centro de los intereses de algunoscientficos sociales hoy en boga. H

    ay que aclarar, desde luego, que sibien hay objetivos y usos conceptuales con cientficos de otras latitudes,stos parten de realidades em

    pricas distintas, son construidos a travsde un itinerario sim

    ilar, pero no igualmente com

    partido. Son fruto dedebates y contextos diferentes.

    Uno de estos conceptos com

    partidos es, precisamente, la experiencia,

    lo vivido, y la conexin entre las acciones inmediatas desprendidas de

    los propios actores y la identidad que provoca en stos; esta naturalezade cercana, est condicionada en el caso de Thom

    pson, pero tambin de

    Natalie Zem

    on Davis o Carlo G

    inzburg me parece por las lecturas an-

    tropolgicas, su preocupacin de lo cultural y la recreacin imaginaria.

    Hay que recordar la aficin de Thom

    pson por la poesa y sus primeros

    estudios universitarios sobre literatura; tampoco hay que olvidar la afi-

    cin de Natalie Zem

    on Davis y Chandler D

    avis por la ciencia ficcin;tam

    poco, por ejemplo valdra la pena desconocer, en el caso de Carlo

    Ginzburg (otro exponente ilustre de la nueva historiografa), la aficin

    de su madre, N

    atalie, novelista de primera nota, y el apego de G

    inzburgdesde sus prim

    eros aos por la literatura.Esta generacin, desde luego, respondi con fuerza al excesivo

    cuantitavismo visto en los historiadores de los aos precedentes; D

    avis

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    y Thompson harn fuertes crticas a esta tendencia hom

    ogeneizadorade los actos hum

    anos y a su insistente renuncia a lo vivido, tambin

    lo har Ginzburg; 43D

    avis por ejemplo pondr nfasis en los m

    edios detransm

    isin y recepcin, las formas de percepcin, la estructura de los

    relatos, los rituales u otras actividades simblicas y la produccin de

    los mism

    os. 44En cambio Thom

    pson, en su aspiracin de explicar la for-m

    acin de la claseobrera, dar el papel protagnico a la experienciacomo

    el detonador de la conciencia. Lo curioso es que estos enlaces y slo eso,enlaces, m

    e atrevo a decir atraviesan a otros historiadores tambin in-

    teresados en explorar las entraas del mundo popular, en el caso del

    mism

    o Carlo Ginzburg y Carlo Poni, es quiz donde queda m

    s que ex-plcito el im

    pacto de la antropologa y otras esferas disciplinarias quedieron nim

    o en ellos por este reciente inters sobre lo subterrneoy lo vivido. En el artculo El nom

    bre y el cmo: intercam

    bio desigual ym

    ercado historiogrfico dicen: Por eso proponemos que se defina la

    microhistoria, y la historia en general, com

    o cienciadelo

    vivido: una de-finicin que intenta com

    prender las razones de los partidarios de losenem

    igos de la integracin de la historia en las ciencias sociales (por esom

    olestar a ambos). 45

    Los experimentos de esta generacin, llevarn consigo una serie de

    preguntas, de problemas. Las respuestas, los cauces, dependieron de la

    mayor incorporacin, sin duda, de la experiencia antropolgica; de ah

    el inters por una mayor contextualizacin sincrnica que llev por

    otras veredas, cauces inexplorados, a estos historiadores: desde el ejerci-cio m

    icroanaltico de los italianos, pasando por la etnografa virtual deZem

    on Davis en M

    artinG

    uerre, hasta el anlisis de la economa m

    oral.N

    o es inocente, que uno de los mritos de Thom

    pson, rescatado porEdoardo G

    rendi, sea esta particularidad de atencin en lo sincrnico. El

    42Ibidem, 80.

    43Vese las primeras pginas de Carlo G

    inzburg, Microhistoria: dos o tres cosas que

    s de ella, Manuscrits, Barcelona, U

    niversidad Autnom

    a de Barcelona, nm. 12, enero

    1994, 13-42. 44N

    atalie Zemon D

    avis, Las formas de la historia social en H

    istoria social, Institutode H

    istoria Social U.N.E.D., nm. 10, op. cit., p. 177.

    45Carlo Ginzburg y Carlo Poni, El nom

    bre y el cmo: intercam

    bio desigual y merca-

    do historiogrfico enIbidem

    , 69. Las cursivas son de Ginzburg y Poni.

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    cido ocultos en el discurso histrico tradicional, a travs del sondeo deesas experiencias vividas, les llev a estos historiadores exitosam

    ente apresentar a estos objetos com

    o seres racionales, con objetivos e inten-ciones; esto fue explcito principalm

    ente en el estudio de las formas ri-

    tualizadas de la violencia. En el artculo Los ritos de la violencia Da-

    vis dice:

    Aojos del historiador social, lo que es desconcertante es la aparente irra-

    cionalidad de la mayora de los m

    otines religiosos del siglo XVI 50[

    ] Ni si-

    quiera en el caso extremo de la violencia religiosa, actan las m

    ultitudes deun m

    odo irreflexivo. Tienen, hasta cierto punto, la sensacin de que lo quehacen es legtim

    o, hay alguna relacin entre las ocasiones y la defensa de lacausa, a la vez que en su com

    portamiento violento hay cierta estructura, en

    este caso dramtica y ritual. 51

    Este argumento, parece tener una conexin directa con Thom

    pson ysu influyente artculo sobre la econom

    amoral; aunque D

    avis hace un lis-tado algo desconcertante, que va desde Rud hasta Le Roy Ladurie, pa-sando por H

    obsbawn, Tilly y pone en un lugar interm

    edio a E. P. Thomp-

    son, la siguiente frase hace pensar en la posibilidad de una lectura ms

    atenta de unos sobre otros:

    Al hablar de m

    otn religioso me refiero, a m

    odo de definicin preliminar, a

    cualquier accin violenta, con palabras o con armas, em

    prendida contra ob-jetivos religiosos por personas que no actuaban oficialy form

    almenteen cali-

    dad de agentes de la autoridad poltica y eclesistica. Del m

    ismo m

    odo que losam

    otinados por cuestiones alimentarias hacen que su indignacin m

    oral caiga sobreel estado del m

    ercado del grano, los que se amotinan por asuntos de religin

    hacen que su celo caiga sobre el estado de las relaciones de los hombres con

    lo sagrado. 52

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    tratar de dar mayores

    dosisde

    vidaa los actores m

    enesterosos, plebe-yos, populares, ayud asim

    ismo a una form

    ular tentativas ms am

    -biciosas, poco discutidas y centrales en la m

    ente de estos cientficos so-ciales; uno ser la recreacin m

    oral, imaginaria de las prcticas de

    estos hombres del pasado. G

    inzburg define esto como im

    aginacinm

    oral,prstam

    o reconocido de los novelistas, que da la posibilidad de multi-

    plicar vidas, de ser el Prncipe Andrei, de La G

    uerra y la paz, o el asesinode la vieja usurera de Crim

    en y castigo[] M

    uchos historiadores, por suparte, tienden a im

    aginar a los otros como si fueran iguales a ellos, es

    decir, personas aburridsimas. 46

    Es casualidad que Davis hable tam

    bin en Una vida de estudio

    de sensibilidadm

    oral?, 47no acaso existe una relacin, entre esta recrea-cin im

    aginaria de Ginzburg, con lo que D

    avis llamar etnografa con

    respecto a la pelcula de Martin G

    uerre?, podemos visualizar una prc-

    tica similar en Thom

    pson? Clifford Geertz

    48intenta analizar la imagina-

    cinm

    oralde los actores al mom

    ento de construir una opinin del Otro

    bajo cierto cdigos mentales particulares. G

    inzburg parece llevar estenivel de anlisis al propio historiador. El poder de construccin virtualbajo ciertos ejercicios im

    aginativos, tomado esto prestado de la literatu-

    ra y la antropologa (por ejemplo, la posicin del nativo), 49son un

    componente fundam

    ental de esta nueva historia social, que ansa leer alos hom

    bres del pasado en sus experiencias inmediatas.

    Los resultados de estos experimentos, reforzaron an m

    s su crticaal cuantitavism

    o historiogrfico y al estructuralismo antropolgico.

    Dada la naciente atencin a los hom

    bres menudos que haban perm

    ane-

    46Una entrevista especial a Carlo G

    inzburg: (Carlo Ginzburg conversa con A

    drianoSofri en febrero de 1982), en Prohistoria: debates y com

    bates por la historia que viene, Argen-

    tina, nm. 3, ao 3, prim

    avera de 1999, 279.47N

    atalie Zemon D

    avis, Una vida de estudio, op. cit., 29. M

    s an, el estudio delpasado recom

    pensa la sensibilidad moral y da herram

    ientas para la comprensin crtica.

    48Clifford Geertz, H

    allado en traduccin: sobre la historia social de la imaginacin

    moral en El conocim

    iento local: ensayos sobre la interpretacin de las culturas,Alberto Lpez

    Bargados (trad.), Paids bsica: 66, Espaa, Paids, 1994, 51-71.49V

    ase sobre ello, el artculo de Clifford Geertz, D

    esde el punto de vista del nati-vo: sobre la naturaleza del conocim

    iento antropolgico en Ibidem, 73-90.

    50Natalie Zem

    on Davis, Los ritos de la violencia en Sociedad y cultura en la Francia

    moderna, Jordi Beltrn (trad.), Serie G

    eneral/230: Dr. G

    onzalo Pontn, Barcelona, Crtica,1993, 151.

    51Ibidem, 185

    52Ibidem, 150. Las cursivas segundas, son m

    as.

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    tos populares se hallan engarzados en un conjunto de ideas sumam

    ente cla-ro y consecuente que van desde el radicalism

    o religioso y un naturalismo

    de tendencia cientfica, hasta una serie de aspiraciones utpicas de renova-cin social. La abrum

    adora convergencia entre la postura de un humilde

    molinero friulano y las de los grupos intelectuales m

    s refinados y cons-cientes de la poca, vuelve a plantear, de pleno derecho, el problem

    a de lacirculacin cultural form

    ulado por Bachtin. 54

    No slo la bsqueda de las entraas de los grupos ignorados, repri-

    midos, olvidados por la historiografa, ha sido el centro de las preocu-

    paciones de estos cientficos. Tambin, la relacin existente entre stos y

    la gentry, la elite, o los grupos de poder. Tanto Thompson, D

    avis, Ginz-

    burg, incluso el mism

    o Roger Chartier discuten y se preguntan sobreesta relacin. Chartier hace la distincin de dos grande m

    odelos de bs-queda de lo popular:

    El primero que desea abolir cualquier form

    a de etnocentrismo cultural,

    concibe a la cultura popular como un sistem

    a simblico coherente y aut-

    nomo, que funciona gracias a una lgica absolutam

    ente extraa e irreduc-tible a la de la cultura letrada. El segundo, preocupado por recordar la exis-tencia de las relaciones de dom

    inacin que organizan el mundo social,

    percibe a la cultura popular en sus dependencias y sus faltas con relacin ala cultura de los que la dom

    inan. 55

    Chartier se pronuncia en contra de la nocin de cultura popular,hay que com

    plejizarla ms, parece decirnos, 56igual com

    o lo hace Thomp-

    son con el concepto de motn y de populacho. Sin em

    bargo, en estecontexto parece fundam

    ental el rescate del concepto Gram

    sciano de he-

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    Se podra decir, utilizando una frase de Davis, que Thom

    pson insis-te en que los rituales de la violencia se conectaban con tiem

    pos y luga-res rituales, siendo ellos m

    ismos continuacin del ritual y de la accin

    festiva [], ello tanto en La econom

    a moral de la m

    ultitud en la In-glaterra del siglo XV

    III de 1963-1971, para volver a insistir, con mayor

    fuerza en La economa m

    oral revisada, mostrando adem

    s las conti-nuidades entre el carnaval, las form

    as de reprobacin popular y los le-vantam

    ientos populares, desde la cencerrada hasta los levantamientos

    populares a raz de las exigencias de la economa

    moraldel siglo XV

    III.Esta racionalidad est presente en todo m

    omento:

    El motn suele ser una respuesta racional y no tiene lugar entre las personas

    desamparadas o sin esperanzas, sino entre los grupos que se percatan de

    que tienen un poco de poder para ayudarse a s mism

    os cuando los preciossuben vertiginosam

    ente, falla el empleo, y pueden ver cm

    o las existenciasdel producto que constituye su principal alim

    entacin se exportan del dis-trito. 53

    Pero al igual que otras de las categoras mencionadas, esto no es ex-

    clusivo de Davis y Thom

    pson. Carlo Ginzburg tam

    bin insiste en la bs-queda de los sistem

    as de pensamiento de los individuos excluidos del

    discurso historiogrfico tradicional, al descubrir el caso de un molinero

    del siglo XVIen el Friul italiano, que defenda ante los jueces inquisito-

    riales una teora de la Creacin, con un queso de donde salan gusa-nos, que seran despus segn tam

    aos, Dios, sus ngeles y los hom

    -bres; esta aparente irracionalidad, G

    inzburg la explica en trminos de la

    existencia de creencias distintas a la elite, ideas propias diferentes de lasim

    puestas por la cultura dominante.

    [] la irreductabilidad a esquem

    as conocidos por parte de los razonamien-

    tos de Menocchio nos hace entrever un caudal no explorado de creencias

    populares, de oscuras mitologas cam

    pesinas. Pero lo que hace ms com

    pli-cado el caso de M

    enocchio es la circunstancia de que estos oscuros elemen-

    53Edward Palm

    er Thompson, La econom

    a moral revisada, op. cit., 300.

    54Carlo Ginzburg, El queso y los gusanos: el cosm

    os segn un molinero del siglo X

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    gemona. Tanto G

    inzburg, como D

    avis, atravesando a Thompson, se pre-

    guntan sobre el grado de poder, de independencia y dominacin de la

    elite, sobre lo popular. Si bien, las barreras entre ambas esferas no es cla-

    ra, se desvanece, e incluso parece desaparecer, uno de los puntos deunin, de entrecruzam

    iento entre estos cientficos, es precisamente el

    rescate de la obra de Gram

    sci y lo que Roseberry recupera como el pro-

    ceso hegemnico, tanto para com

    prender el consenso, as como (an

    ms interesante) la lucha, la rebelin, la violencia. 57

    Los entrecruzamientos, com

    o puede verse, son claros. Esto no signi-fica que ellos sean cm

    plices conscientes dentro de un contexto unifor-m

    e, sin diferencias, sin desacuerdos, ni contradicciones; hay que respe-tar m

    e parece su capacidad de innovacin y su facultad de pensardistinto bajo contextos diferentes. Para finalizar, se puede hacer la pre-gunta, cul puede ser la leccin heredada de estos cientficos sociales,a los jvenes interesados en estas disciplinas que em

    piezan a desdibu-jarse? Estos vaivenes, idas y regresos de los hijos generacionales deaquella revolucin cultural de 1968, sobre la que insisti tanto FernandBraudel e Im

    manuel W

    allerstein, 58y que abrevaron a travs de la lecturadisciplinada de m

    arxistas comprom

    etidos como E. P. Thom

    pson, insis-to deben ser fuentes de entusiasm

    o para alimentar los debates que es-

    tn ya presentes, que nos ahogan, de los que estn por venir y que enlas prxim

    as dcadas absorbern, para bien y para mal, a los jvenes

    cientficos sociales. Ojal ayuden a volver un poco la m

    irada al pasado,auxilie tam

    bin a divisar al futuro con un poco de ms desconfianza,

    aunque tambin con m

    ayor atrevimiento.

    57Los breves apuntes de William

    Roseberry sobre el proceso hegemnico resultan

    por dems interesantes en H

    egemona y lenguaje contencioso, op. cit., 213-226.

    58Imm

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    FECH

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    VERSI

    NFIN

    AL: 19 de julio de 2004