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© 2016 - Derechos Exclusivos de la Edición en Castellanoreservados para todo el mundo por Francisco ChecchiEl derecho de autor de cada una de las obras publicadas en esta Antología pertenece a sus respectivos autores, quienes podrán disponer de las mismas en la forma que consideren conveniente.

Este libro se terminó de imprimir en los talleres gráfi cos deEditorial Grupo de Escritores Argentinos - A. Alsina 1170 - 8º 810 - Ciudad de Buenos Aires - [email protected] Tel 4381-2860 de 13 a 20 hs el 19 de noviembre de 2016.-

Queda Hecho el depósito que marca la Ley 11.723Impreso en Argentina.-Prohibida la reproducción total o parcial de este libro, o su almacena-miento en un sistema informático, su transmisión por cualquier medio electrónico, mecánico, fotocopia, registro u otros medios sin el permiso previo por escrito de los titulares del copyright. Todos los derechos de esta edición reservados por Francisco Checchi, Buenos Aires, Argen-tina.

Letras vivas 2016 : las mejores poesías y cuentos del año / Eduardo Carlos Álvarez ... [et al.] ; compilado por Francisco Checchi. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Grupo de Escritores Argentinos, 2016. 182 p. ; 15 x 21 cm.

ISBN 978-987-757-006-9

1. Literatura Argentina. I. Álvarez, Eduardo Carlos II. Checchi, Francisco, comp. CDD A860

Comentario Editorial

Es para nosotros un orgullo sincero y una gran felicidad presentar hoy esta nueva edición de Antología Letras Vivas, que reúne una variada selección de obras literarias de NUEVOS ESCRITORES LA-TINOAMERICANOS.-

Para ello hemos efectuado una gigantesca convocatoria y leído cien-tos de escritos durante seis meses de este 2016 que se acerca a su fi n.-

Quizás el lector encuentre una poesía más brillante que otra, un cuento más emocionante que otro...

Y entonces surge la pregunta, cual es el criterio para la selección ?Hemos trabajado con la mente abierta a las nuevas tendencias y a la

variedad de creaciones.-Encontrarás aquí Poesías y Cuentos en diversos estilos y sobre va-

riados temas, para todos los gustos.Buscamos originalidad, belleza literaria y sentimientos profundos,

más que erudición o perfección lingüística.-Al momento de pensar si gusta o no gusta, nos ponemos como un

observador neutral más allá de nuestras preferencias personales.- Mu-chas veces no me gusta una película o un sabor de helado, mientras otras personas estarán muy felices al verla o saborearlo.-

Entonces no somos nadie para juzgar, el público, el tiempo, el des-

tino y esas cosas mágicas que a veces suceden en la vida de cada uno de nosotros, serán los que otorguen el reconocimiento o el olvido.-

En esta tarea hemos hallado GRANDES ESCRITORES que no han trascendido, a veces por falta de perseverancia y otras por falta de apoyo.-

Y desde nuestro lugar queremos ofrecer la oportunidad de trascen-der a la multitud de NUEVOS TALENTOS LITERARIOS que hay en Argentina y América, es un mínimo aporte a cada uno de los es-critores que integran esta Antología, pero es la forma de comenzar.-

A ti lector te toca la parte más hermosa que es leer, disfrutar, emo-cionarte con esta muestra verdaderamente representativa de la litera-tura contemporánea .-

Quizás en algunos años un historiador pueda discernir como vivía-mos, pensábamos y sentíamos en este momento histórico, a través de estos cuentos y poemas .-

Algunas personas consideran que el arte, la música o la poesía, no tienen lugar en esta sociedad pragmática y cruel, mas los invitamos a refl exionar en su interior, porque verdaderamente hace falta sembrar el trigo que alimenta el cuerpo, pero qué seria de la humanidad sin las fl ores que embellecen los campos, así también el escritor alimenta el Espiritu y embellece la vida, que solo será digna rodeados de arte, alegría, música y poesía.

Francisco ChecchiDirector Editorial Grupo de Escritores Argentinos

19 de Noviembre 2016.-

Jurados

María Cristina DreseEscritora con más de 400 premios

Literarios Internacionales

Carlos CaporaliEscritor - Editor - Coordinador de Talleres Literarios

Francisco ChecchiDirector de Grupo de Escritores Argentinos

El Acto de entrega de Diplomas y Premiostuvo lugar el 19 de noviembre de 2016 en la

Sociedad Argentina de Escritores - SADECiudad de Buenos Aires

Indice

Comentario Editorial ................................... 7Jurados ..................................................... 9

Poesía

Abraham, Sara Lucía ................................... 17Alonso, Carina ........................................... 17Anganuzzi, María Agostina .......................... 19Ayup, Yamila .............................................. 20Beatriche, Carlos Osvaldo ............................ 22Bernardo, Silvia Lilian ................................. 23Bima, María del Carmen .............................. 24Beltrán Castillo Álvez, Jorge ......................... 25Cortes, Adela María .................................... 27Dal Rí, Mariana .......................................... 28De la Fuente, Edgar María ........................... 30Di Laudo, Natalia Soledad ........................... 32Entraigas, Susana Mónica ............................ 34Eraso, María Victoria .................................. 35Flores Rodríguez, Luciana ........................... 36Galeano, Ada ............................................. 38Garay, Silvia ............................................... 40Gennaro, Mirna Eugenia .............................. 41Giuggia, Mercedes Elba ............................... 43Giurlani, María Irene ................................... 45González Rojas, Elvia .................................. 46

Gorriarán, Vanesa Laura .............................. 47Guasco, Eduardo ........................................ 49Larrañaga, Hugo Horacio ............................ 51Ledesma, Fabián Andrés .............................. 53Leiva, Cintia Paola ...................................... 55Marrero, Enildo ......................................... 57Marturano, Walter ...................................... 58Marugo, Daniel Silvio ................................. 59Menéndez, Alberto Adrián ........................... 60Möen, Graciela Isabel ................................. 62Nanni, Néstor Horacio ................................ 63Nazgel Fe .................................................. 64Negrete, Gustavo Adolfo ............................. 66Nessi, Analía Clara ..................................... 68Núñez Vassalli, Ana María ........................... 69Ordóñez, Juan José ..................................... 70Palacios, Lidia Inés ..................................... 72Pérez Reyes, Adalberto ............................... 74Quiroga, Virginia ........................................ 75Ranni, María Inés ....................................... 76Rivas Pérez, Cristian ................................... 76Rizzo, Catalina Irene ................................... 78Robledo Martínez, Juan Esteban ................... 79Rosa, Rodolfo Daniel .................................. 80Santillán, Miriam Gabriela ............................ 81Sincovich, Dina Fortunata ............................ 83Toker, Lidia ................................................ 85Villar, Marina ............................................. 87Vizia, Hernán Pablo .................................... 88Campos de algodón .................................... 89

Wenzel, María Teresa .................................. 90

CuentosAbella Honegger, Hellen .............................. 95Álvarez, Eduardo Carlos .............................. 96Arinoviche Schenker, Marta .......................... 98Arnaudo, Roberto Eduardo .......................... 100Baraldini, Luciana Sol .................................. 101Barrios, Juan Osvaldo ................................. 102Battaggi, Augusto ....................................... 104B´Chara, Graciela Susana ............................ 105Berdiales, Fabián ........................................ 107Bisaccio, Mario Salvador ............................. 108Buelga Otero, María Carmen ........................ 110Calomarde, Eliana ....................................... 112Cárdenas, Rosa Ramona .............................. 114Chialvo, Miguel .......................................... 116Condoluci, Emilio José ................................ 117Disandro, María Elena ................................. 119Durand, Víctor Hugo .................................. 120Eidelstein, Héctor Saúl ................................ 121Facorro, Lorenzo Alejandro ......................... 122Fallo, Carlos Alberto ................................... 123Fatti, Ángela .............................................. 124Frater, Aldo Francisco ................................. 126Fuentecilla, María ....................................... 127Gatter, Daniel Natalio ................................. 127Gómez, Eduardo ........................................ 129Gubinelli, Viviana ....................................... 130

Herlein, Eduardo Javier ............................... 133Heyer, Betina ............................................. 135Jorgensen, Osvaldo Alberto ......................... 136Kaplan, Silvia Julia ...................................... 138Kraser, Graciela .......................................... 139La Forgia, Luis José ..................................... 140López Alguiar, Ismael .................................. 142López, María Florencia ................................ 143Marchi, Guido Miguel ................................. 145Mauriño, Federico ...................................... 149Mineo, Mirta Beatriz ................................... 151Miranday, Fernando Rubén ........................... 152Mosquera, Jorge ......................................... 155Multedo, Francisco ..................................... 156Nobile, Oscar Alberto ................................. 158Noguera, Alejandra .................................... 160Prezioso, Ricardo ....................................... 162Quintana, Roberto Eduardo ......................... 164Riberi de Suárez, Alicia Josefa ...................... 165Rodríguez Boero, Adrián ............................. 166Romero, María de los Ángeles ...................... 168Santander, Paulino Felipe ............................. 169Sieder, Guillermo Alejandro ......................... 171Souberbielle, Luciano Exequiel ..................... 172Stefano, Roberto Daniel .............................. 174Valerga, Mario Enrique ............................... 176Vázquez, José Enrique ................................ 178

Antología Letras Vivas

Poesía

17 Letras Vivas

Abraham, Sara Lucía

Hoy

Hoy me veo tomada de tu mano,caminando el sendero cubierto de hojarasca.El silencio es profundosólo nuestros pasosy el crujir de las hojas. No son necesarias las palabras,tú y yo lo sabemos.

Atardecer

Me gusta mirar el atardecercuando me abrazas.Tras la sombra azul de las sierras,un sol rojo se hunde entre destellos.Y ahí quedamos, quietos,sintiendo el latir del universoque nos regala cada díaun cuadro igual, pero distinto.

4Alonso, Carina

Uruguay

He vuelto a ti, tierra lejana;tus latidos me han acompañadoen mi larga ausencia.

He vuelto a ti, tierra querida;después de tanto andar quiero descansar en tu cuna.

18Poesía

He vuelto a ti, viejo barrio,que a mi infancia diste vida, me he sentado en tu umbral,casa mía, y he escuchado el ecode mi risa.

Hoy, he vuelto a sentirme niña,mirando tus calles, la escuela,tus muros, mi vida.El viento se ha callado…y solo se escucha un suspiro que se aleja,pero que aún se aferra con fiereza a su tierra.Tierra que ayer le dio vida,y hoy, se la lleva.

Ti nta y pluma

Admiro esos poetas locos,que extraen de la nadala vida misma, impresa en sus versos.Envidia, envidia sana,Neruda, Darío, Alfonsina,coplas de Yupanqui,que es música su pluma.Musa inspiradora,qué magia pones en sus manos,que lloras, ríes, que vivesleyendo sus poesías.Musa inspiradora,qué he hecho yo,para que me tengas en las sombras,y no pueda escribir, ni tan solouna palabra.

19 Letras Vivas

Anganuzzi, María Agos tina

Alma de Amor

En el sonido del vientoEscuchaba la voz de tu alma.

En las olas que rompían, Los latidos de tu corazón.

En los atardeceres contemplabaEl brillo de tus ojos.

En el agua fluía Sintiendo a tu ser.

A las estrellas deseosLes pedía: que llegues,Amor, a mi vida.En los sueños aparecíasPalabras de amor me recitabas.

El hermoso cielo señalesMe regalaba, recitándomeTu nombre aquella mañana.

Ojos color esperanza Amor es la vestidura De su alma.

Encuentro Cós mico

Dos almas se encuentran.

Dos almas que se seducen Con las miradas.

20Poesía

Dos almas que se besan y Se encienden en cada caricia.

Dos almas que se reconocen En los roces de sus almas.

Dos almas que se entregan A la magia del amor.

Dos almas que se abrazan En cada suspiro.

Dos almas que se pintan Arco iris en cada caricia.

Dos almas que se entregan,Que se fusionan en un sonido Cósmico, en ese instante la Completud del universo los envuelve.

Los eleva, los hace vibrar en Sus corazones, así pues, dos Almas enamoradas hacen el amor.

4 Ayup, Yamila

A veces

Y qué raro sentimientoel de no pertenecerle a nadie,

el de estarcompletamente solo,

solocon tu cuerpo,

tu mente

21 Letras Vivas

y la naturaleza.Me gusta,me agrada.

Nada me estorbay nadie me molesta.

A vecesy sólo a vecesdeseo verte,

tocarte,sentirte.

Es como si cayerasobre el mismo piso

unay otra vez.

Es como si mirarael mismo cielo

unay otra vez.

Peroa veces,

y sólo a veces,te olvido.

Aprendí a olvidarte

Aprendí a amarte,a cuidarte

y a valorarte.Aprendí a verte,

a apreciartey a conocerte.

Aprendí a mimarte,a tocarte

y a besarte.Pero sobre todo,

aprendí a olvidarte.

22Poesía

Beatriche, Carlos Osvaldo

Versos nuevos , versos viejos

Será la pluma, extensión con propia vidade una mano que responde, sin quererlo,

a la mente que la impulsa.Tendrá algo de insulsa

mas también será para leerlo,ya que es el alma quien la inspira.

Qué decir sobre los versosque no sea ya contado

siendo nuevos ya son viejos,son un eco, son reflejos,un camino tan andado

en el que estamos inmersos.

No solo las aves vuelan

Si de volar se tratara,sería el ave quien más supiera,

mas si alas no tuvierame pregunto. . . ¿Cómo lo haría?

Volar siempre se puede,basta con saber soñar; no hay límites sin alasa donde podría llegar.

23 Letras Vivas

Bernardo, Silvia Lilian

Cuatrito

Cuatrito, mi corcel negro,un relincho retumbóen el campo desde el cielo,y ese relincho activóel cofre de mis recuerdos.Las tardes de cabalgataregresando de la escuela.El galope vigorosoen los trigales maduros.Y las carreras secretaspor médanos oscuros.Cuatrito, mi corcel negro,los cascos de tus patitasaún golpetean mi mente,y tus crines suavecitasacarician mis manitas.Cuatrito, mi corcel negro,hoy sos solo una estrellitaque contemplo cada nochesentada en la hierba fría.

Dos cientos años

Dos siglos han transcurridodesde ese julio sagrado.Dos siglos desde ese díaque desde las entrañas de América una nueva nación se imponía.Las cadenas se rompieron.Los Hombres alzaron su voz:¡¡Seremos independientesde España y toda nación!!

24Poesía

Y una casa fue testigodel sollozo de emoción.Así nació la Argentina.Entre azahares y dulzor,el Jardín de la Repúblicafue la cuna de su albor.Dos siglos desde ese díaque con orgullo exclamamos:¡¡viva la Patria Argentina!!

4 Bima, María del Carmen

Todo está escrito…

Un hilo rojo me lleva a la persona amada.Me faltan vidas para dejar de amarla.¿Cómo olvidar lo mágico del reencuentro?Y ver la realidad que desangra.¿Esperar más vidas para descubrirnos, entre los aromas de sahumerios, el calor o el frío, y las sábanas?Si todo fue dado ya para amarlo.La juventud, la poesía, los desarraigos,las rosas, las cartas y, ahora, las canas.El hilo rojo me lleva a la persona amada.Está en mi corazón y todo cambia.Más allá de los tiempos, los colores y sabores,idiomas y paisajes, personas y lugares.Está en mi corazón… ¿y si aún él no lo sabe?Apresuraré mis pasos para alcanzarlo, y caminaré más vidas hasta encontrarlo.

25 Letras Vivas

Beltrán Castillo Á lvez , Jorge

Tu silencio

Si tú me dijeras que en un punto lejano de tu mente al borde de un abismo, allí me tienes…

Si me dijeras que soyun perfecto desconocido para ti;que son más las vecesque deseas empujarme hacia ese abismo que las veces que me miras,dudas y me dejas…

Primero, te diría graciaspor tenerme en tu mente.Aunque me tengas allíal borde de un abismo,simplemente esocalla el llanto de mi alma... ¿sabes?

Luego te diría, si soyun perfecto desconocido para ti, ¿por qué me quieres matar?¿Por amarte?, quizás…

Tu silencio me diceque tu me empujarás.

Si es tu deseo, hazlo:Empújame, no... espera.Déjame decir que tú y las flores sonlo más hermoso que mis ojosle han regalado a mi alma.Vamos, empújame.

26Poesía

Pasión fu gaz

Nos miramos.Te cruzasteis en mi caminoo yo en el tuyo.No, no lo sé.

Aquel atardecertu imagen de niña, hermosa mujer,llenó mi almade amor, pasióny placer.

“Hay fuego en tus besos”,recuerdo te dije.“Y yo me quemo en tu piel”,tú me respondisteis.

Reías, reíamos.Con tu imagen de niña,hermosa mujer,jugasteis al amorbuscando placer.

Hoy, en el silenciode mis noches,te escucho reír.Es que tu imagende niña,sonriente, feliz,se quedó en mi almaal verte partir.

27 Letras Vivas

Cortes, Adela María

Atardecer de Abril sombrío…

Libero mis palabras de amor al vientopara que busquen tus oídos,para que se hagan canción serenay se acunen entre tus brazos…¡Dame, Amor, consuelo para este ahogoque me dejan tus ausencias!Deja que mis pasos sigan la huella de tu andar,deja que mis brazos sean el reparo de tus fatigasdéjame compartir tus alegrías y tristezas…Hago inútilmente señales de auxilioante tus ojos ausentes que miran la otra orilla,ante tu ser que, curiosamente,se aboca a la existencia cotidiana…Sé que no debo… pero igual te espero…en este atardecer de abril sombrío...Sé que no debo… Pero te amo demasiado…en esta efímera adolescencia mía...Sé que no debería ir por el mundosintiendo de esta desbocada manera…pero soy tan solo un ser humanoque dista mucho del don divino de la sabiduría extrema,soy tan solo una mujer, llena de imperfecciones,llena de errores y de sentimientos plenosque abre su corazón encarnado ante este amor infinitoy, simplemente… ¡ te ama!

Te sigo amando como siempre

En esta pared desnuda, dejo la huella de mi fracaso, acaso tal vez esta marca de hoy se una para siempre a esa caótica urdimbre de iniciales,esas otras marcas que nada significan para mi existencia...

28Poesía

Hoy siento que se me terminaron las palabras siento que no encuentro las letras para nombrarteporque en este encierro todo es vacío.Aquí adentro, todo resulta en un desierto eterno, un tiempo que se detiene en su propio tiempo cautivo...Siento que en este destino incierto y aletargadolas palabras se me olvidan, se me pierden,y las únicas letras que deseo no olvidar ...,esas que debería tener presente a toda hora,son las de tu nombre.El que repetí hasta el hartazgo cada noche para que se quedase en mi mente.El que rezo en silencio cuando todos dormitanporque en él encuentro la calidez de tu compañíay la sensatez de tu existencia...Esa que hoy no merezco...Esa que perdí porque me he equivocado y mi falla te ha arrastrado a seguir mis pérdidas, mis errores.En medio de tanto hastío, decirte “te amo” me sabe a pocohoy tengo pocas certezas y mucho miedo de perderte.Me siento un hombre pobre, tan pobre quesiento que no tengo nada para ofrecerte,si no son las eternas palabras de“perdón por haberte fallado”y “te sigo amando como siempre…”.

4Dal Rí, Mariana

Canción de María del mar

Mar azul, profundo,fascinación, poder eterno,el mar y yo, su eterna enamorada…Olas de sanación, espuma,caricias en mi piel,

29 Letras Vivas

¡mi alma renovada!

Será por eso que al nombrarterecurrí a él, mi mar soñada…Mar adentro, alegría infinita,explosión de luz, y mar llegaba,suavecita, brillante, clara,¡sonrisa del sol de la mañana!

Mar antigua, sabia, poderosa.Mar inocente, juguetona, tierna.Oleadas de calor, risas de caracolas,traías un mensaje de armonía,sacudías la dormida primavera,¡con tus ojos de estrellas!

Mar, una fuerza misteriosa,mar, un hadita transparente…Mar, a veces tan bravíoy otras tan calmo, permanente…

Con vos mi vida se transformó entera,Mis sueños. Mi mirada, mis manos.¡siempre juntas, mi amor, absolutamente!Inspirada por vos, me vuelvo inocente.

Palabre ando

Don de la palabradespertó en mí un día.Me tomó, rendida,lo callé, no quisemostrárselo al mundo.

Mas no pude con él;me caló tan hondo,que pluma y papel,

30Poesía

mi mano y mi almafueron uno solofundiendo palabras,

traviesas, intrépidas,trémulas, lejanas,salvajes, veloces,dulces y livianas.Palabras que curan,que alivian “nanas”…Palabras para el amor,que alimentan el corazón,nutriéndote despacito,cantándote esta canción.

Mis palabras no son mías,me tomaron por sorpresa,si no las dejo salir,se agolpan en mi cabeza,

así que te las regalo,soltándolas por mi mano,para que sueñes con ellascon una vida muy bella.

4De la Fuente, Edgar María

Recuerdo crepuscular

¡Qué temprano vinieronaquel año las rosas!

¿Recuerdas esa tardeceleste y oro, viejo?Tomados de la mano

31 Letras Vivas

las vimos florecer.Los pétalos rosadosde sutil terciopelose abrían lentamenteen tonos de pastel.

Esperábamos un hijoapenas vislumbrado;tejimos su futuro,adivinamos su piel,el color de sus ojos…le pusimos un nombre…Y tu mano en la mía.

¿Recuerdas esa tarde al lado de las rosas,viéndolas florecer?

América… espero

Si en el hueco de mi mano pudiera encerrarla,con la yema del dedo recorrer sus montañas,y beberme sus ríos, y aspirar la fraganciade sus selvas, sus bosques y llanuras tan vastas.

De un extremo hasta el otro a sus pueblos brindarles,de mi piel: la tibieza; de mi voz: la palabra.Mas es tan grande esta América, que de mis manos se escapa,como el agua del mar cuando intento apresarla.El calor que le ofrezco, en verdad, no le alcanza.Mis canciones, el viento no deja escucharlas.

Huesos de edades sin memoria son sus piedras calladas.En los llanos, adonde late el silencio de la espera,mis pisadas se pierden,igual que las estrellas al susurrar el alba.

32Poesía

¿Cómo haré para abrigarla entre mis pobres manos descarnadas?La del norte, tan ancha, parece que rebalsa.La central, tan escueta, apenas una raya.La del sur, soportando su preñez avanzada.

Pero sé, lo presiento, que llegará el díaen que podré estrecharla entre mis enjutas manos agrietadas.Y templaré su frío de centenaria data…… y mi voz, a las piedras, sacudirá hasta el alma.

4Di Laudo, Natalia Soledad

Alegres lágrimas

Si tengo tantas razones para sonreír,¿por qué siento en mis ojos las extrañas cosquillas que causa la lágrima que quiere salir?

No es tristeza la que me invade,tampoco es la soledad,quizá sea la nostalgiaal mirar el tiempo atrás.No es que sienta penapor lo que no pude cambiar,quizá sea que me asustatanta fugacidad.Es haberme dado cuentaque el tiempo da pasos agigantados,convirtiendo cada instanteen un próximo pasado.

Y resulta inútil intentarcontrolar esta necesidad,necesidad de llorar.

33 Letras Vivas

Pero es algo placentero,no lo puedo explicar,las lágrimas vienen del almapara purificar nuestro andar.

Y aunque crean que estoy loca,yo soy feliz al llorar,porque significa que estoy vivay que sé lo que es Amar.

Simple

Lo que me alcanza para ser felizestá lleno de cosas simples;escuchar una buena canción, sentarme en una plaza,mirar a los niños jugarevocando mi propia infancia,aquella época mágicadonde todo era posibilidad.

Me alcanza saberque más allá de esta ruidosa ciudadexisten montañas, selva, mar,tantos lugares y caminosque alguna vez me verán pasar…Donde el tiempo transcurre más lento, donde sólo se escucha el viento,donde las estrellas se ven más cercay el sol entibia más.

Me alcanza saberque no siempre los malos ganan,que no todo es negociabley que lo que vemos con los ojosno es lo único que existe…

34Poesía

Lo que me alcanza para ser felizes una suma de cosas simples,pero todo tiene más sentidosi estás a mi lado para compartirlo.

4Entraigas, Susana Mónica

Mis tres hij os

Llegaron a este mundo...cuando menos los esperaba,y comenzaron mis miedos, mis sueños y mi esperanza.Viví 27 meses de pies hinchadosy panza...Y llegaron a este mundo... entre llantos,risas y confianza.Aprendí tanto de ellos... Dios mío, ¡¡cuánta enseñanza!!Luego hablaron, caminaron,Estudiaron, se hicieron grandes.Una de ellas... ya desplegó sus alas.Armó su propio nidocon dos pichones de estampa;los otros dos vuelan cercapero siempre vuelven a casa...Y cuando miro a los ojosdel hombre que a mi lado marcha, acaricio sus mejillasbeso sus labios, doy gracias... por tanto amor recibido,por tantos años de gracia.

35 Letras Vivas

Si algún día tú me ves

Si algún día tú me ves triste, callada o cansada…no pienses que es tu culpa…no cargues mochilas en tu espalda,porque mis silencios son… dolores que hay en mi alma.Si algún día tú me vescon lágrimas en los ojos…ten calma, es un llanto de tristezade una mujer solitaria…Si algún día tú me vez,pensativa, distraída o calma…no pienses que no te quiero, que no doy importancia a tu charla.Solo acaricia mis cabellos, besa mi frente,ten calma, porque en ese preciso momentovolverá a la realidad mi alma.

4Eraso, María Victoria

Abuelo

Abuelo, despierta del sueño. Despierta a la vida, por favor, sal hoy mismo de tu oscuro encierro. Siente la brisa de las mariposas, que buscan el néctar en tus plantas de rosas. Descubre los rostros de quienes te amamos,

36Poesía

que aguardan ansiosos que tú los recuerdes. Que extiendas tus brazos buscando un abrazo, que nos cuenteslas mismas historias que oímos por años.Pero si hoy no puedeso tal vez no quieres, quédate tranquilo,volveremos mañana.Ponte bien, abuelo; queremos que vuelvas a casa.

4Flores Rodríguez , Luciana

Soñar es que estés presente

Hoy viajé en el vagón de tus sueños y mevi presente en él, cómodamente mirando

a lo lejos, y noté que eres parte de mí, cerré losojos y ahí nos vi, sonrientes. Estaba pensando

en las ausencias que van en viaje con nosotros,y debo hablarte de eso, de que necesitamos

acomodarnos en este vagón para lograr llegara buen destino, que si mejoramos algunas

actitudes y dejamos de lado las brumas del paisaje,

podremos ver que el horizonte no está lejos, queborremos de a poco los errores y dibujemos proyectosnuevos. Sé que no es fácil, nunca lo fue el adaptarse

el uno al otro; el acomodarse y consentirse en el amorhace que soñar en tener a alguien al lado y ser feliz

37 Letras Vivas

pueda convertirse en realidad, porque el amor es magiaentre dos, es complicidad, es entrega total, es descubrirsecada día e intentar ser mejor hoy, de lo que fuimos ayer y

darnos fuerza mutuamente, empujando codo a codo, juntos.

Con la mira puesta en una misma razón, luchando paraque soñar en ser feliz no sea un mero sueño, o uno más,

sino que pueda realizarse, para eso están los sueños.

Cumplir con nuestras metas sabiendo que el otro estápresente, desafiando juntos las tormentas que se presentan

es poder vivir este sueño luego que se concrete, porquesi no, se desvanecerá y ya no será posible continuarlo.

Solo será el final de algo lindo que empezamos, el saberseguir adelante a pesar de todo, impulsados solo por el

amor; es hacer posible que el soñar esté latente solo consaber que estas en mí y yo en ti, por siempre, eternamente.

Sombras en la os curidad Del silencio

Buscando pasos escondidos bajo tu mirada,descubro que no logro encontrar nada, transito

así, por los delirios del tiempo, intentandosobrellevar este cansado sueño en silencio.

Recuerdo mis pensamientos atormentadospor el susurro del viento, donde so lo puedo oír

lo que logro interpretar en los silencios, sin sabercómo poder llegar más lejos, pero debo seguir.

Tratando de descubrir las huellas que dejo, tratandode resolver los momentos que no olvido que dejo,pero se me pierden en el aire del viento cuando no

lo interpreto, y pienso solo en mí, en esos momentos.

38Poesía

Y comprendo que no logro encontrar la razón demis tormentos, pero sé que ahí están, porque

los siento y viajo de momentos a momentos tratandode descubrirlos, para así poder librarme de ellos.

En la oscuridad de este silencio de sentimientosentrelazados, logro ver una luz, un reflejo, en

el cual diviso una silueta que se va lejos y comprendoque es la sombra de lo que fuimos y te dejo.

Porque sé que es momento de que emprendamos vueloy sigamos solos, sin recuerdos presentes, porque comprendo

ahora que esta angustia que llevo dentro es lo que guardode ti en mis secretos, es esta sombra en mis silencios.

Sé que debo dejarte ir, apartarte de mí, y que soloasí podré dejarte realmente, alejarte de mis pensamientos

de mi mente, aunque no sé si podré hacerlo porque tú vivesen mí, lates en mí y te llevo adentro, muy adentro.

4Galeano, Ada

Yo soy ése…

que deshace tu cama cada nochey deja en la blancura de las sábanaslas huellas del amorYo soy ése que abraza tu mundoy en la entregala pasión es rojo pétalofragante…cayendo deshojadoYo soy ése que comprende tus temores

39 Letras Vivas

y lleno de ardor busca tu boca.Un suspiro finalse pierde entre los bordes de un amaneceranunciandocon su claridad queyo soy éseEse,tu amante

Presencia

Misterio del dolor.Realidad de ausencia.Quiero gritar y que el silenciote acerque mis lamentos.Que la brisa hable por mí al entrar en tu morada.Ser esencia, solo esenciaHuir de la materia que me ataal sacrificio pasajero de vivir.Quiero romper en pedazosel cielo hasta encontrarde nuevo tu miradapara no recordar que recuerdoel día en que mi vidase partió en doscuando te fuiste Huir, huir hacia donde la oscuridad se vuelve luzen la distanciaY en el nadir infinito y eternoaferrarme a ese sueñoDonde está tu presencia

40Poesía

Ga ray, Silvia

Me debo

Me deboun sueño por lograr,un amor por conocer,un rojo atardecery un abrazo al despertar.

Lugares por recorrerespacios para volver,canciones a recordary nuevas por escuchar.

Todavía me debola alegría de un reencuentro,una copa de vino añejopara el sabor de un comienzo.

El fuego encendidode una chimenea,leños crepitandoy una buena compañía.Escribir nuevas poesíasque el alma entibien,acompañada por la miradade aquellos que me aman.

Esa voz, tu voz

Que toda tu voz lleneel silencio que te rodea,se eleve en susurros,en risas, en melodías.Sean ellas

41 Letras Vivas

el estandarte de tu sentiry el escudo de tus heridas.Esa voz, la tuyaes el barco de tus travesías,el motor sonoroque acicatea tus vivencias,esparciéndolas en derredorcon sonidos diferentes,como sutil y suave lluvia.

4 Gennaro, Mirna Eugenia

Madero al mar

Como un madero cabalgando las olas,barco en su naturaleza,te llevaba la vida.Sin temor a tormentas…

¿Qué es un pedazo de madera sin timón,sino una posibilidad de tierra?Adorador de corrientes,enamorado de la espuma…

Así te vi acercarte.Y logré asirte con fuerza,mientras luchaba por ver en lo inmensoel rumbo de mis brazadas tensas.Llegada la tarde,en sus ardores de sal de lengua seca,te hiciste amigo del vientopara mostrarme un retazo de cielo de cerca.

Nunca festejé tanto a una gaviota.¿Sabría ella su misión en mi encuentro?

42Poesía

Porque vino a posarse junto a mícomo esperando el agradecimiento.Habrá visto mi cansancio,porque partió de inmediato en mi silencioy comencé a bracear como locallevándote conmigo a un nuevo puerto.

Y allí, lo insospechado…El madero, yo y un final.¿Te convertiría en pilar de mi nueva casao te devolvería al mar?

¿Me perdonas?¿Me perdonas? He tenido tu recuerdoatrapado en mi memoria tanto tiempo,encadenado a un día en el que todofue un todo completo y redondo,que olvidé la llave puesta.Y heme aquí, carcelera de una imagenque se desvanece como foto vieja,guardiana de la nada ensombrecida,a punto de abrir para dejarte salir.¿Titubeo? Sí, me tiembla un poco el pulso,temo que sea solo un impulsoque se ahogue por la presión de una lágrima.¿Dudo? Sí, temo que esa misma nada,al desaparecer por completo,se lleve el ancla y deje mi nave a la deriva.

Somos héroes cuando enfrentamos nuestros miedos.Somos humanos cuando soltamos y sentimos.Así que… ¡Uy, qué difícil…! Ya está…toma el camino que se abre y no voltees, no sea cosa que se pierda el coraje tan esquivo.¿Me perdonas? Quizás haya quedado algo.Aquella sonrisa y ese otro gesto.Tan solo como un indicio de que algo hubo:

43 Letras Vivas

un instante, un tiempo…una joya robada a la eternidad.

4Giuggia, Mercedes Elba

Infancia

Había una vezun país de una vez…de una vez había…manzanas que reían, ciruelas bailarinas,bananas que corríanpor toda la cocinaen cuentos que dormíandurante todo el día.De una vez había…Niños con picardía,abuelos con pipasen historias de fantasía.De una vez habíaalegrías y alegrías,sonrisas repetidasy juegos compartidos.

Había una vezun niño que fue,que sueña su niñezabrazando aquel ayer.Había una vez…Tiempos a los quequisiera volver.

44Poesía

La despedida

El sol se levantay el horizonte se aleja.Las costas de Génovaabren sus brazos.Y un tren saludacon sus poemas azulesal barco que parte en busca de mar.La congoja se adueñadel alma de aquellosque su tierra dejanqueriendo olvidar.Y los párpados nieganvolver a cerrarse y borraraquellas imágenes de la Patriaque irán a extrañar.La luna continúasu mágica vidabañando de luzla tranquilidad del mar.Las cintas de oroaplauden sonrientes,dan la bienvenidaa las ilusionesque acaban de llegar.Y delante a los ojosde los esperanzados gringosuna nueva vidacomienza a despertar.

45 Letras Vivas

Giurlani, María Irene

Palabras cándidas

Ante el naufragio de la Humanidad,desnuda mi pluma, en el tintero,

se hunde en el misterioinefable de la orfandad.

A la deriva del dolor,las palabras, que en paz fluyen,

del oscuro caudal huyendesprovistas de todo color.

¿Cómo expresar el sentir,en secas páginas,

cuando hay un mar de lágrimasque muchos podemos oír?

Mas, aún con fuerzas lánguidas,puedo partir y nadar sin descanso

hacia el Puerto Abrazocon palabras cándidas.

El ángel de la playa-en memoria de Aylan-

Moría la Luz del día,en la Humanidad dormida.Un cuerpito sin vida traía

la mar que en la orilla paría.

Durante la noche más oscura,en el niño, ausente el Amor

en su última cuna:fuente de arena sin Sol.

46Poesía

Hoy, las Aguas convocantes,¿a quién llaman?¿ para qué claman

sus olas sollozantes?

¿Y qué nos dice la muda vozdel Ángel de la playa?

¿Acaso se acallala Verdad en el corazón?

Podrá despertar el Hombrecuando escuche el Llamado

y el mensaje derramadode todos los niños en un nombre.

4Gonz ález Rojas, Elvia

Mi amigo

Es el viento que me habla de ti.Acaricia mis sentidos,acercándome tus gestos, risas.Es su brisa que me susurra tu nombre,rozando mis labios con tu calor. No deja anidar soledad en mi corazón.Permaneces a mi lado, sigues forjando ilusiones.Tu recuerdo no ha cruzado al olvido.Es un ángel que cuida mi sufrir.Contemplando las estrellas por las noches,me dibuja tu mirar sereno,que no sabe borrar este eterno amor.Sigo caminando tus huellas,sabiendo que no estás aquí.Me da alas, para que la distancia sea menor.

47 Letras Vivas

Sin d irección

Perdí la dirección de mi destino.El día que te cruzaste en mi camino,diagramaste tantos laberintos;el que tomaba era un acertijo.Entre idas y venidas, todo acabo en zigzag.Mi corazón colapsó como una ruleta,

intenté verme en tus ojos, están perdidos.No tienen puerto donde atracar.Como golondrinas van y vienensin anidar en ningún lugar.Quiero enredarme en ellosY no encuentro ningún portal.

Nada tiene lógica, certeza, ni confianza.Tal vez, eres arenasin cimientos, ni pilares.Y una vez más, me estrecharásen el abismo de tu amor fingido.

Trama suficiente para salir de este lugar,Pero, esta noche, dame refugio en tus brazos.Así ganare fuerzas para volar.

4Gorriarán, Vanesa Laura

Encuentro

En una esquina, una de tantas, te abracé por la cintura,llevé la otra mano a tu pecho y seguí el ritmo bestial de tu cuerpo.En esa esquina no alcanzaron los besos, nos faltaron brazos para anudarnos en un solo y armónico movimiento.

48Poesía

La clandestinidad de esas horas fortaleció el encuentro, la decisión, el des-enfreno.Nuestros cuerpos engarzados, al amparo de las sombras,se mecían, cual ramas nuevas, frente a una ráfaga de agosto perdida.No puedo olvidar siquiera, algún detalle… el crepitar espasmódico de tu vientre,ni la danza varonil de tus piernas. La precisión de cada embestida de tu pubis contra mi cuerpo, la sumisión de los sentidos y la pasión febril de mi carne. Mis muslos rodeando tus lados en perfecta simetría, mis senos entregados al compás de mis latidos.Nuestros labios mojados, calientes y tiernos se devoraban como brasas en la hoguera de un invierno. Tu lengua encajaba en un perfecto ensamble con la mía. Dentro de tu boca, mi boca.No cuento, por pudor, las palabras que de entre tus dientes apretados salían.Por mi cuello deslizaste tu rostro, ahogando los gemidos;enardeciendo mi piel y llevándome al abandonode mi voluntad y conciencia hasta el total arrojo;mi cuerpo se perdía en magnífico delirio.No hay poder que gobierne cuando la pasión se desata,ni razón que dé razones cuando el amor me delata.

En mis sentidos

Hueles a estepa por la mañana, flores silvestres tu amor derrama.-¿En qué piensas cuando te amoal abrigo de las tibias sábanas?Oculto mi destino en mi pecho manso,que no es más que amarte en horas fugaces.La noche llega y te borra,el alba viene y te trae.Hueles a estepa por la mañana,flores silvestres, tu amor derrama:Grindelia, Jarilla y Quilembai.-¿Quién me libra de esta pena

49 Letras Vivas

de vivir enamorada?Porque eres el olor de la tierra,porque eres el trino del pájaro, porque te transformaste en el curso del río Negro,porque eres de mí una parte.Hueles a estepa por la mañana,flores silvestres tu amor derrama.

4Guasco, Eduardo

(Imágenes de mi estepa patagónica)

La silueta recortada

En un instante apareció la silueta recortada,tras el paso de un golpe de viento y el silbidocargado de arenisca y polvo fino.Entonces, divisé el manchado desparejo de un tobiano que, haciendo frente con el pecho erguido,cortaba la monótona lomada.Su jinete, con la piel gastada,oscura, bajo el ala de un sombrerosin forma, ni color, ni nada, atajando un remolino de humo,denso, de un cigarro bien liadoque se aviva tras la última pitada.Hacia abajo, solo una punta de chivas empeñadas en destruir un desecho matorral caído,mojón de vida entre la arena y piedray más arena y más desierto… la lomada.Un enjambre de pelo desparejoforman las crines revoltosas, mal tusadas,que se encabritan cuando viene el viento.Suena el graznido de una mora y no se inmuta.Está contando el hombre cada unade las blancas que forman su majada.

50Poesía

Ésa es su posesión en esta tierra.Sí; están todas. Larga riendas, ya se marcha.En el aire, una espiral de humo denso,remolino de la última pitada.

Una nevada tardía

Una nevada tardía, allá en la estepa.¡Justo ahora que las ovejas van pariendo…!La soledad emerge dura en el silenciojunto al frío que baja desde el cielo,dibujando formas en exiguos brotes que serán más pobres escondidos en los hielos.

Se transforma en barro la empapada arcilladebajo del chacayal rameado por el viento;pero hoy no mueven ni una hoja, ni un silbido,para acompañar la quietud como en invierno.Es que es primavera. Señor, ¿qué hemos hecho?Si yo no entiendo, menos entienden ellos.

Por eso se amontona el piño blancopara darse calor, calmando ese castigo tan intenso.Ésta no es la paz en el desierto blanco;es la muerte que se arrima y va fingiendo.Un solo balido y un tibio vapor que sube a lo alto.¡Justo ahora que las ovejas van pariendo!

Hay un fugaz remolino entre la nieblaque deja un chispazo de sol, cayendo lento,hasta estrellarse en mil diamantes diminutosde la escarcha que acompaña como un sueñoa esta estepa tan nevada, tan tremenda.¿Por qué será así, si no es invierno? 20 de octubre de 2009 - La estepa amaneció con 40 cm de nieve

51 Letras Vivas

Larrañaga, Hugo Horacio

Pa’l que escucha y ve

No hay equilibrio en el hombre,no respeta a los demás.Quiere el poder sin fronteraspara ser, él, mucho más.

Rompe las estructurasde buena gente, ¿por qué?Quiere que nadie lo paseque todos estén para él.No seamos tan permisivos,no te dejes engañar.Hablo al que hoy escuchaa ese que quiere oír.

Mira, Dios te da a elegirQuiero que seas Buena Gente;del derecho y del revés,uno elige ser lo que es.

No tan solo los políticosjuegan palabras de más.Hay gente que, como ellos,se aprovechan de tu buena voluntad.

Todos los premios son de ellos;juzgan, deciden por vos.Yo reniego malamente;siempre se olvidan de Dios.

Letras para el que quiere ver,pues te quiero sorprender,este simple hermano tuyo,y que me puedas comprender.

52Poesía

A Dios da muchas graciasporque puedes elegir;del derecho y del revés,uno elige ser lo que es.

Bombero voluntario

Cuando niño, yo pensabaser maestro, o juez de paz.Un siniestro que fui a verlo,y… un bombero es mucho más.

Esa entrega que ellos brindan, con orgullo y humildad;voluntarios de la vida preparados para actuar.Cuando suena la sirenacomienza su ansiedad.Llegarán, será como seay, la contingencia, anular.

Traje, botas, guantes, cascos,se disponen a salir,con la autobomba en marchay el siniestro combatir.

Son simples nuestros hermanos,trabajan, horas, como vos.Horas libres de su vida las ofrecen, cuánto amor.

Muchas vidas han quedadoactuando tal situación.Un incendio, un derrumbe,dieron su vida para vos.

53 Letras Vivas

Un servicio bueno y sabio,con orgullo a la Nación.Son bomberos voluntarios;gran honor, gracias a D ios.

4Ledesma, Fabián Andrés

Metáforas de carne y hueso

Si la Alegría ríe en tu sonrisay la Tristeza calla en tus palabras,

la Ternura toca en tus caricias,y la Dulzura renace en tus mañanas.

Si la Esperanza es historia en tu caminoy la Justicia es clamor en tus silenciosla Fe se hace salmo en tus plegarias,

la Existencia en tus instantes no tiene precio.

Si la Belleza se refleja en tu rostroy la Verdad se revela en tu frescura,

la Fidelidad se hace copla en tus suspiros,la Simpleza se derrama en tus locuras.

Si la Nobleza en tu fragilidad se hace fuerzay la Inocencia resplandece en tu mirada,

la Pureza se agiganta en tus manitos,la Vida toda cabe en tus pisadas.

Metáforas de carne y huesocasi un canto, casi un rezo;

el corazón visceral a flor de piel,inequívoca prédica y sin tropiezo.

54Poesía

Los valores se encarnan o son nada.El Amor lo es todo y no se anonada.

El amor palpita en tus latidos,el amor lleva tu nombre y tu apellido.

El Amor y la Felicidad, a fin de cuentas,son esencias parecidas, las dos vienen de Arriba:

hoy en tu cumpleaños se hicieron una,hoy en tu cumpleaños se hicieron Vida.

Tus juguetes

Paisaje de acuarelas,colibríes de colores,

tus juguetes atesoran un sinfín de fulgores.Estela de tus estares, jugando vuelas,

y esparces por la casa primaveras de dulzores.

Rincón de aventurasdonde reverdecen los jardines,

tus juguetes son fiesta y flamear de banderines.Candombe de risas, ruidos y travesuras;verte jugar puebla la mirada de jazmines.

Terruño de inocencia,comarca de mis amores;

tus juguetes alegran, sinfonía de ruiseñores.Desparramas con presura jirones de tu presencia,

bulle la vida, regocijo de estupores.

Constelación de luciérnagascometas y meridianos

tus juguetes son lumbre del existir cotidiano.Prosas de inocencia, ternura que al alma embriagatus juguetes huellan lunas de amores soberanos...

55 Letras Vivas

...Y he aquí los motivos de blandir poesía con son y creses,

pues en tus juguetes, pequeño nuestro,vas retoñando cuan trigo y rosa

en el amor florido de nuestras mieses.

4Leiva, Cintia Paola

Bendición

Hoy, cantaron los pájaros por mí,por la alegría de verme otra vez entre tus brazos.Hoy selló aquel beso que me disteesa puerta de aquel bar antiguo.Te miro una y otra vez,y aún no me lo creo,el disfrutar nuevamente de tu boca,y a cada instante, tomarte las manos.Tus manos,que dieron vuelo a mis locuras,que sembraron suavemente en mi piel,la dulzura de este amor eterno.Se detuvo el tiempo, un instante,en la ternura de tus ojos cerrados al besarme.Me siento tan niña a tu lado;me llenas de vida, ya no hay dolor.Cruzo la calle de tu brazo orgullosa,y en aquel banco reímos una y otra vez.Ha callado el viento,parece no existir nada alrededory, sin embargo, alguien enfrente, se ríe con nosotros.Llegó la hora,se me cierra el pecho por tener que dejarte, cuándo te volveré a ver...No sé, lo que sí sé es que ahora

56Poesía

todos pueden caminar seguros por el parque,porque hemos bendecido el lugarcon nuestro amor...

Incertidumbre

Qué incertidumbre...el no saber qué piensas, que sientes, que esperas,o que esperar de qué...Sale de repenteuna palabra, una mirada, un gesto que juega en mi mente,baja y se posa en mis sentidos, sufre y ríe,muere y revive en mis ojos.Frases sueltas, mimos y roces,tal vez alguna caricia a ciegas y, de repente,un estallido de lujuriay una mezcla de ternura a escondidasque me deja a la deriva entre tus brazos.Qué incertidumbredeja tu boca en la mía,dejan tus manos al contacto con mi piel,gritando cuándo habrá más...Juego en tu pelo con mis dedos,te pierdes con tus besos en mi cuelloy quisiera, a veces, guardarte allí;Tenerte y retenerte,atrapar tus fantasías, unirme a ellas y volar…Despiertoy vuelvo a caer en esta incertidumbreque me ciega, que me lleva a celarte,que me hace extrañarte un poco más,y al no saber qué piensas,qué sientes y qué esperas, o qué esperar de qué...

57 Letras Vivas

Marrero, Enildo

El beso

Milenios de ser vecinos...Ambos se admiraban...Se conocían de lejos...Ella le guiñaba ojos...Él le enviaba calor...Hasta que un día...Decidieron encontrarse...Muy cerca, sin separación...Se miraron, se gustaron...Y el BESO los selló…Él se heló...Ella se derritió...Pero fue un sueño de siempre...Fue el BESO de la Luna y el Sol.

Un tú me gustas y después…

Primero, un tú me gustas,por tus cosas,por tus cuentos,por tu sonrisa,por tu cultura,por tus disculpas,por decir “buenos días” y“buenas noches”,por la dulzura, la bienvenidade tus saludos,por entender mis defectos,por reírte de mis tonterías,por compartir mis sueños,por apenarte de mis fracasos,por inquietarte mi niñez...

58Poesía

Un tú me gustas primero,y después, ahora, te quiero,por ser una dama hembrísima,por ser incondicional a misgustos y maneras, a mis locuras,por gemir a mis caricias,por gritar en la entrega,por sollozar en la cumbre,y, en ese clímax, darme un besoen la frente y decirme “gracias”...Fue primero un tú me gustas,y después, ahora, ahora te quiero...

4Marturano, Walter

El miedo, origen de la sanación

Dolor temporal, enséñame a despertar la sabiduría de la razón. Burbujas de aguas agitadas, condúceme por el camino recto entusiasta para encontrar el eje de mi existencia superando las batallas sinuosas para alcanzar el brillo de la luz. Estigma, cenizas del infierno, portador del sufrimiento, cultiva con nobleza y humildad la educación de la poderosa virtud de la voluntad. Hazme fuerte en la adversidad, para que el testimonio que se clava lenta-mente me comprometa con la credibilidad de mi destino. Esfuérzame a aprender a vivir en el presente para disciplinar y encaminar mi conducta, para encontrarme con mi verdadero yo o los principios que forjan el carácter. Siempre que me sienta abatido, renueva el poder de la fe a través del contacto con la sabiduría de la naturaleza. Coraje, espíritu luchador, hazte pedazos, clava tus uñas golpe por golpe, muere, aunque el castigo que libres resigne poder de tu fuerza encontrando en esa traición a la cobardía sensible de tus miedos; la biografía de tu fracaso para esclarecer en los hechos la credibilidad en el éxito.Enfréntate con tu propio miedo para que cada día de tu vida encuentres la

59 Letras Vivas

sanación a ese fuego que quema por dentro en la protección evolutiva del espíritu.

Viaje de ida

Flagelo incondicional del amparo oscuro, causas estragos en algún rincón inocente de la víctima. Sustancia alucinógena, convulsionas el éxtasis persuasivo de su poder de una sociedad en decadencia. Herida abierta, difunta partida al descanso eterno; bríos de lágrimas, triste cobijas sin clemencia las noches coléricas que dejan las huellas de un senti-miento atormentado por las tentaciones. Dependencia destinataria de la locura, causas lamentos en el derecho a la vida. Epílogo del destino poseído por el poder de la enfermedad, desatas la ira en la debilidad del espíritu virgen de un ilusorio despertar.Mesías del abismo, fuga de la cordura, servidor de los caídos, naufragio hacia lo prohibido, me conduces a la pérdida de la vida. Obsesionado consumo de droga, viaje de ida, rescata el espíritu en algún rincón de las almas.

4Marugo, Daniel Silvio

La lloviz na

La calle se agiganta a mi paso.Me pertenece, o simplementeme adueño de ella, sin inventario. La llovizna es pertinaz y constantecomo si me entablara una pelea por arrebatarme lo que por derechome corresponde.Diría una copia de la vida misma.Me seco el rostro y en mi manoaparecen colores como si me estuviese

60Poesía

descolorando.Sigo en la búsqueda de nuevos colores y nuevos rostros.Pero siempre encuentro también nuevas lloviznas.

La lágrima

Una lágrima se lanza al abismoy parece, al mirarla, un pequeño mar.Cristalino, límpido y salado.Soy su creador, su hacedor, casi en un arrebato místico.Me miras sin reproche, como si simplemente me hubieras devueltoalgo que me pertenecía, y no estoy muylejos de creerlo.Aunque sea muy triste, sólo me pertenecen tus lágrimas.

4Menéndez , Alberto Adrián

Mi Ejemplo

Un día desperté,vi el sol salir,cálido estuvo mi rostro,y su imagen vino a mí.

Nada fácil le fue,con perspectiva personal,a lo largo de su corta vida,avanzando siempre fue.

Ejemplo de vida,

61 Letras Vivas

hoy por hoy él es,mostrándome con hechos,que el querer es poder.

De carácter difícil,pero definida personalidad,avanza en la vida,sin mirar atrás.

Paso firme y definido,apostando siempre a más,camina seguro de sí mismo,cualquiera sea su andar.

Él es mi hermano,conocido por demás,él es el ejemplo de vida,que debería adoptar.

Yace dormida

Como hoja otoñal,tranquila y sumisa,extendida sobre la tierra,en espera de otro clima.

Blanca, inmaculada,pequeña, desprotegida,soñando en descansar,sin perder tiempo en la vida.

Espuma blanca que se deposita serena,sobre la orilla,encima de las arenas.

62Poesía

Un fresco artístico,pareces al dormir,una obra de millones,que se desea conservar así.

Una paz iluminada,envidiable de poseer,una pintura excelsa,imposible de hacer.

Yace dormida,serena y tranquila,hermosa, atrevida,la felicidad, hecha vida.

4Möen, Graciela Isabel

Voy camino

Voy camino hacia tu puerta.Ya no puedes detenerme.Voy camino hacia tu alma.No consigues escapar.

Soy tu sol y soy tu estrella.Soy ese sueño inclementeque te arrebata la calmay no dejas de soñar.

Voy camino hacia tu puerta. Ya me estoy parando en frente. Ábreme al fin tu alma y déjate conquistar.

63 Letras Vivas

Bastardo

Soy un secreto perdidoen los rincones de tu alma, una tortura extrañaque te parece destino.

Soy un desliz en tu vida,brutal, inconfesable;un error imperdonableque perpetúa la herida.

Deshazte de mí por fin.Confiésame de una vez. Empieza realmente a serbastardo pero feliz.

4Nanni, Néstor Horacio

Frontera

Como escapar de la mirada que oculta sin saber…Y daría cuanto llevara en mis alforjas sin saber si vale la pena sembrar o co-sechar…Sin entender el paso de las horas y la conciencia sin conciencia del ayer…Seguire buscando en mi pasado el porque de mi presente…Oteando el futuro sin el reloj de la conciencia que existe en la inconciencia del ayer.Un mundo sin fronteras ni el odio de la sin razón,Amor sin barreras tan solo con imaginación de un Dios sin religión…Infiel a mi canción nada sabe del pobre que vive en mi…Convivo con el hambre y la avaricia atado tan solo a un sueño de distancia y adolescencia…Con los daños de los años nada pudo solo creo en ti.

64Poesía

Desnudo un sueño altanero y primero en la ruleta de arena y campana…Ayer fue tan solo ayer… nada más…. Solo ayer…Desnudo en soledad mas sigo en pié de guerra,Con un beso estrella fugaz de una figura sin perfil…No se me ocurre otra manera de vencer la verdad de la mentira….Como seguir en la trinchera cobijándome en tus silencios sin saber como explicar lo inexplicable…No se me ocurre otra manera con las manos vencer la eterna duda del ser o no ser…

Elegir

Elegir será jamás buena elección ,dulce encierro cuando la libertad me libere de sus redes,Dejare jirones de aquella pasión ausenteDejare jirones de ternura besos que duelen sin cesar,Elegir será jamás buena elección…Sentir que la sangre fluye sin respeto ni medida,Exceso de estrellas en la madrugada…Seguire amándote amor y flores del alba,Elegir jamás será buena elección….

4Naz gel Fe

Volver

Volver a caminar mis doce años después de tantos.Caminar el presente con el pasado en la mente.Recordar y comparar, ver las cosas que ya no están.Ver cosas que el presente en el pasado ha dejado.

Pero aún tan frescas en mi mente están.Sentir que años han pasado, sentir la vida a mi lado.Años que a muchos lugares me han llevado;ambición de joven, querer viajar, conocer otros lugares.

65 Letras Vivas

Querer saber cómo el mundo es,buscar el lugar donde sentir hogar;dejar el lugar donde una vez fue mi hogar,querer saciar el deseo de volar.

Vivir el mundo que me ha tocado y aprender a valorar.Sentir la calidez de los pensamientosque, mezclados con el presente,reviven un pasado diferente.

Buscar en el presente la paz que, muchas veces, estuvo ausente, a pesar de caminar mi destino.Todo este tiempo viviendo;a veces sufriendo, a veces riendo.

Experiencias que llenan mis días.Experiencias que se convierten en vida, la mía,y la de la gente con la que me cruzo.Tanta.

Día a día seguir viviendo y viendo,todavía con muchas ganas de continuar;de seguir alimentando el alma con experiencias que valen,hasta completar mis días acá, hasta ese día.

Escribiendo

Nunca me he animado a dejar verel color que mi alma tiene,a través de mis sentimientosexpresando lo que siento.

Muchos, de la misma formaque aparecen en mi mente, se dejan ver rápidamente y desvanecen, desapareciendo para siempre.

66Poesía

Otros, los que me atrevoduermen en silencio, en la carilla de una hoja de papeldentro de una carpeta vieja.

Esperando el momento que puedan expresartoda la vida que en ellos encierran,todo eso tan especial.

Acarreando tantas emocionesdonde se comprimen mis experiencias que todavía están ahí hasta que llegue ese día.

El día que me anime a compartirlas.Y, al leerlas,tal vez alguien sentirálo que yo sentí al escribirlas.

4Negrete, Gustavo Adolfo

Contigo

Contigo supe de mí,comprendí la vidapara qué nací, con quién sueño.

Contigo mi pasión,mi devoción, contigo todo lo puedo.La nada se vuelve todo.

67 Letras Vivas

Contigo Dios,la ilusión, el camino al amor,mi destino de perfección.

Contigo a nada temo,enfrento demonios y fantasmas,ángeles vienen de tique dan fuerza a mi vivir.

Contigo nada es imposiblelas fantasías se rindenante tu infinita mirada,más allá de la alborada.

Tus besos

De seda tus labios,de rojo su color,de enamorada su sabor,de ansiedad su final.

Tus besos me llevan al edén;ellos me hablan de ti,de sueños, de vidaque antes no supe.

Tus besos ensueñanmis deseos, y alboradasllevan tu nombreque mi alma no olvida.Tus besos hacen demi pasado un lugarsin memoria…y mi presente, de gloria.

68Poesía

Tus besos saben a mentaque deleitan mis papilas,cuando le comentande toda una vida.

4Nessi, Analía Clara

La vida continúa, y eso es alegría

El otoño desgarró el escudo que ofrecían las hojas. Vuelvo a ver los esqueletos de mis álamos, y las casas del vecindario. Afuera ruge el viento y abofetea el chubasco.

No me cautiva el invierno. No es sólo el frío que muerde las carnes, que enferma y amodorra, sino que es como quedar expuesto a las críticas que hacen daño.Yo tengo una salamandra, acorde con mi sustancia, que limpia mis tristes recuerdos, y las ofensas pasadas. En ella todo se alivia, todo sana y pierde importancia.

Vuelves a mi memoria desde un lejano pasado, que a veces se achica, pero que, a veces, se agranda, según el vaivén del péndulo, en las estaciones del alma. No hubo palabras entre nosotros, sólo tímidas miradas, la sensación de sólo ver y de sentirme observada.Ni tú ni yo dijimos nada. Sólo sabíamos… Sólo sentíamos… Ni tú ni yo nos atrevimos a confesar lo que ambos adivinábamos.

Fue la sublime pureza del amor primero, donde las cosas que importaban eran los cascabeles, la escuela, la música fuerte y vibrante,y las juveniles hormonas que nuestras sienes golpeaban.

Luego, con el viento de despedida, volaron las hojas derrumbadas. Te fuiste con un apretón de manos, que no quería soltarse.Nuestros dedos se deslizaron poco a poco, palma a palma,

69 Letras Vivas

palma a yema, yema a yema, y luego quedó la nada…cuando arrancó el tren, para devolverte a tu estancia.

La música de tu imagen aún gira en mis sentidos, y cae deshilachada sobre el loess de milenios, sobre el humus salvaje que algún día será roca, y guardará entre sus vetas nuestro secreto, como el mudo testigo de un idilio que no pudo ser.

4Núñez Vassalli, Ana María

A mi maestra

Maestra, dueña del saber:recibe hoy este rédito

de quien no viste méritopara este verso recoger.

El sin hastío aprender,aunque con tanto rigor,

despierta un soplo de temorpero se queda en el saber.

Altiva, digna y severa,portavoz de tanta cienciaseminando con paciencia:el nesciente no te altera.

Hoy del tiempo la pisadanos ha traído al frente:

hoy mi alma así lo siente,¡serás siempre recordada!

70Poesía

Nos talgia

Añoranza de momentos ya vividosresbalados entre las grietas del tiempo;

recuerdos de aquellos años que se han idomarcando para siempre con sus pliegues

lo que hace al tiempo pasado inolvidable.Aquellos años que se fueron ¿dónde están?

¿Las lágrimas vertidas hoy disipadas,las risas de cristal que quebraron sinfonías?los gráciles talles que al compás del piano

danzaban con prisa en el piso lustrosode la casa colonial con gredas repujada...

¿dónde están?A quien me pueda ilustrar donde encuentro

La ventana del tiempo en su cartabón,para contemplar aquel pasado en el olvido,

hallar las antiguas lágrimas vertidasy recoger el eco de las risas de cristal

pegadas en la vieja casa con gredas repujada,yo prometo todo el oro, riquezas y fortuna

que alguna vez en esta vida bien gané,porque hasta ahora vago por el orbe infinito

perdido sin remedio, sin rumbo, timón ni velabuscando con nostalgia lo vivido...

¿dónde está?

4 Ordóñez , Juan Jos é

Amor y Vida

Tiempo en mis manos, y un corazón sin tiempo asciende por la escalera de la vida, hecha de hierro forjado, polvo de ladrillos y mágico silencio.

71 Letras Vivas

El azar no existe, el olvido tampoco,me lo dice en susurro la mariposa blanca de los vientos.La diosa Kali aparta lo viejo, para que aflore el nuevo tiempo,el poder del hoy con la melodía del recuerdo.Ejércitos de hormigas y duendes superhéroes atropellan las huellas del des-tino. Basta de despedidas. Solo tengo para ti ramilletes de presente.Te amo como a mi vida. Cierro los ojos y aparece la estrella de ocho puntasque me lleva a Venus; transito por las estrellas y encuentroel cofre de los secretos, imaginación que delira.Tierra es mi clave, te doy la constraseña.El milagro como tal no existe.Solo una conexión eterna.Mágica diosidencia fluye y atrae como un imán.Mar, cielo, fuego, tierra y poema.Todo es uno. Amor y Vida, significado de las mareas.El poder de la emoción. Sencillo como el río, profundo como el mar.Todo cambia, todo es circular, la ida y el regreso a nuestras vidas.Con la alquimia del Amor, todo es posible en este mundo.Todo se puede en la vida. Sencillo como un anillo, el compromiso del amor,grabado en las rocas más duras, tallado en los arboles más altos,Si hay Amor, hay Vida.

Amada redonda

Amada redonda, patrona de mi camino, eterna enamorada de mi infancia; propietaria de mis recuerdos, a donde vaya me acompañas como el amor sin tiempo en la huella de mis viejos, como la vida, con mis eternos sueños.Amada redonda, compañera inseparable de mis resultados,cronómetro suizo de mis tristezas y lágrimas alegres.Por ti y a través de ti, confieso que he vivido.Hoy te evoco y veo que has sido algo así como el tango,anciano de ocho años y rejuvenecido en el recuerdo de la cava.Como el buen vino, mitad joven, mitad viejo. Viejo en la cepa y joven en el paladar.

72Poesía

“Che, hay un picado”, cual sutil e irrevocable orden y consigna.“¿Dónde nos juntamos?”. No existe el calor ni el frío, no existe el tiempo.¿Dejarlo todo por un picado? ¡Sííí! Y después, el asado. Santa terapia; el fuego de la vida con amigos y el pretexto del partido.Siento el amor y la vida en una tarde de fútbol.Siento, luego soy. Existo alegre: decreto hoy.Teoría y práctica no apta para la razón.Cosa de niños, atributo de locos, alquimia para sabios.Vivir la vida con los ingredientes del amor:una pizca de juego, cien gramos de sorpresa, un litro de emoción.No hay fórmulas en la vida y en el amor, tampoco órdenes para la emoción.El regreso a casa es inminente como la flecha.El humo se confunde con las banderas enrolladasy el sudor y la euforia resuenan con el tambor.“Dale, dale, dale”, y el mundo sigue rodando como la pelota.Y una servilleta con el primer café de la mañaname sirve de telón y sábana, en este escenario donde hoy se presentan, por primera vez, el AMOR y la VIDA. Vida, oportunidad única para ser feliz.Amor, sorpresa, pasión y cambio.No te lo pierdas, única función.

4Palacios , Lidia Inés

León dormido

Está quieto. Ocre.Dormido a lo largo de todo el camino, el león del otoño.Parece al acecho.Adoro su lomo de hojarasca rubiay su gran melena que sacude al viento.Quizá en esta tarde, cuando lo camine, de humedades tibias me envuelva su aliento.Y si lo permite, pasaré mi mano por su vientre lleno de veranos viejos.En su sed de soles,

73 Letras Vivas

le pasa la lengua a los altos robles;y en el lomo turbio del río se estira suspirando quedo.Si me largo al aire desplegada el almay dejo mi cuerpo amarrado al suelo,respiro sus mieles y siento el abrazo que me da en silencio.Parece dormido, pero no le creo.Cuando me enamora y a sus pies me rindo,en pocas semanas se va solapado, bien de vagabundo, llamando al invierno.Siempre me traiciona.¡Y cuánto lo quiero!

Pero tengo esta sombra

La tierra se silencia porque se muere el día. Enciende el horizonte rituales velas rojas.En la quietud del mundo es mi inquietud pequeña,y en el agua que pasa pesco mi propia sombra.Qué habrá detrás de ella,qué hará cuando yo muera.¿Se irá como los pájaros se van al infinitoy vuelven cada díacomo si no murieran?¿Se irá como la lluvia, que va del mar al cieloy retorna a su origen para caer de nuevo?La intriga me desvela.¿Quién llevará mi sombra?¿Quién vivirá en mi alma?¿Quién mirará el crepúsculo como lo miro ahoramientras se arrastra el río llevándose mi nada?Él es una serpiente que nunca se pregunta.Se va. Sencillamente.Pero yo tengo esta sombra,esta alma, esta palabra,y esta intriga que suele perdérseme en el agua.

74Poesía

Pérez Reyes, Adalberto

-00-

Tal vez la vidasea la utopía del tiempo medido en minutos.

Tal vez la vidasea como el curso de un río en cataratas,lleno de saltos, remolinos.

Tal vez la vidasea el constante andar tras algo.

Tal vez la vidasea perseguir el triunfo,de fracaso en fracaso.

Y cuando tenga una respuestapara cada tal vez,tal vez me ponga a pensarpor qué te dejé partir.

C-36

A veces te detienes yobservas las luces, las señales,te orientas, te buscas, te palpas,y sientes tus pulsaciones, a veces, fuera de ritmo.

Entonces,te detienes y te preguntas.Buscas respuestas a preguntas no realizadas,buscas explicación a dudas inexistentes.

Y sigues el sendero de la vida,

75 Letras Vivas

con aciertos y fallas,pero seguro de que, en cualquier recodo del camino,se te cambiarán las preguntasde las respuestas encontradas.

4Quiroga, Virginia

Pasajera milagros a

Nunca imaginé que la risatuviera tanta fuerza.Hincha la gargantay retumba en la bocacomo ardillas por un árbol hueco.Luego estalla en la cinturay hace aflojar las rodillas.Bienvenida siempre: “Pasajera Milagrosa”que late en los pulsosacaparándolo todo.

Soledad

Se vistió de nostalgia,desayunó el sabor amargode la despedida.Tomó un racimo de recuerdosy se pinchó con una espinade arrepentimiento.Canceló su ojos y pudo ver su herida abierta desangrando llantos.

76Poesía

Ranni, María Inés

Amanece

Voy por un camino.Una casa pequeña ha cerrado sus puertas.Llevo un vestido(se deja envolver por el viento)y una canasta redondallena de flores blancasBailo rondas con el atardecer.

Un alto en el camino.Con mis manos acaricio las aguas de un lago tibiorodeado de juncos.En un clarola canasta.Recostada sobre el césped-el cielo un paisaje limpio-cierro los ojossueña el tiempo.

4Rivas Pérez , Cristian

Renacer

Entendí que los sueñosson fantasías que no acaban.Entendí que las estrellasson luceros y no se apagan.Entendí que la luna y el sol,por más amigos que sean,

77 Letras Vivas

no caminarán de la mano.Entendí que los planteas existeny no puedo tocarlos.Entendí que la lluvia es agua bendita,porque nace en el cieloy muere a mi lado.Entendí que los árbolescrecen por amor,porque también poseen una misión.Entendí que el pasadono tiene retorno,al igual que el que mueresin haber hecho todo.Entendí que el futuropuede ser impredecible,porque puedo cambiarlo.Entendí que el presente,entendí que el día de hoy,sin tu amor, no soy nada.

Eternamente enamorado

Una noche sombría, tétrica, oscura,contemplé tu rostro risueño y asombrado,tus ojos iluminaron las tinieblas,tu boca tan expresiva, atractiva,que no decía nada,solo tu mirada hablaba de pasión,amor, locura y seducción, pero tu cuerpo neutral, casi vacío,parecía inerte, inanimado.Era tan absurdo, era imposible,no podía entenderlo,ni siquiera yo te hablaba.Pero estabas ahí, silenciosa, tímida,como si no existieras, casi muerta.Y te miraba con cuidado,

78Poesía

y te observaba más de cerca,no reaccionabas, ya no me mirabas,estabas ausente, perdida, aislada.Comencé a acercarme,mis piernas se estremecían, mi cuerpo temblabay mis manos comenzaron a transpirar,yo sudaba y sufría,cada vez más cerca y no te movías.Intenté tomar tu mano blanca, estabas tan inmóvil,me animé a tocar tu frente,tu cuerpo cayó en mis brazos,y yo te entregué mi corazón,que abandonó el ritmo de la vida,para morar juntos eternamente.

4Riz zo, Catalina Irene

Veinte proclamas a la conciencia

¿Quién será capaz de dar lo mejor de sí?¿Quién abrigará a las personas que tienen frío en su cuerpo y en su alma?¿Quién cuidará de nuestro planeta?¿Quién alimentará el silencio?¿Quién desplegará sus alas para alcanzar sus sueños?¿Quién avistará paz en el lejano horizonte?¿Quién luchará sin tregua por sus ideales?¿Quién será capaz de desechar la soberbia?¿Quién se animará algún día a develar la verdad?¿Quién será capaz de volver a amar?¿Quién será capaz de perdonar sin olvidar?¿Quién será capaz de tomar decisiones certeras?¿Quién llamará a la puerta cuando crucemos el umbral?¿Quién juntará ramos de rosas para formar guirnaldas de encanto?¿Quién devolverá paz entre tantos revoloteos?¿Quién es capaz de transformar las espinas en caricias?

79 Letras Vivas

¿Quién es capaz de comprender sin juzgar?¿Quién es capaz de mirarase al espejo antes de criticar a los demás?¿Quién es capaz de tener alma de niño durante toda su vida?¿Quién será capaz de deslizar la lapicera sobre el papel para escribir veinte proclamas a la conciencia?

4Robledo Martínez , Juan Esteban

Vida

Desde niño, en las noches, mis desvelos eran de pensar en ser Inmortal.Cuando crecí, empecé a vivir que el dolor es infalible, para algún día morir.Empecé a sentir que la infancia es un juego de barajas de naipes, y parques, solo es gozo como una adivinanza, una charada de un muchacho franco, ingenuo, soñador.Cuando llegué a ser joven, me siento que conquisto al mundo, como si fuera una quimera en altivez al apostar ajedrez, y le doy jaque al rey blanco de marfil.Al llegar a la adultez, veo que la vida es un laberinto con muchos obstáculos, que hay que saltarlos y poder reírse como un arlequín en su trapisonda. Pero la vida es un Don maravilloso, hay que vivir todos los días como si fuera el último de la Existencia sensible, profana.Ningún día es análogo; son distintos, tienen una gran disimilitud, como nos vislumbra el sol radiante desde el firmam ento.Nunca te arrepientas de los momentos de la vida, no dejes de cruzarlos porque Jamás se repiten, son notables como el unicornio azul.Quiero vivir con intensidad, como Babieca, el caballo galopante del gran Cid Campeador.Quiero vivir con alegría, como una canción de amor desbordada de notas blancas de corcheas.Quiero vivir con libertad, como un alcatraz pardo de los mares del Atlántico.Quiero vivir con fraternidad, como un rebaño pastoril de un pesebre rústico.Antes de morir, quiero hacer una contabilidad de mi existencia, donde quede un balance activo de mis ilusiones pero un pasivo de no vivir de g enuflexiones.

COLOMBIA4 de junio de 2016, Buenos Aires.

80Poesía

Ros a, Rodolfo Daniel

Naufragio de desamor

Voy naufragando en este mar negroY tarareando nuestra canción;Sueño despierto mientras camino.Lápiz en mano y anotador.Hielo, fragancias, madera y vino.Grito encerrado, furia y dolor.

¿Libre? Mi libertad es volar por el desatinoBuscando luz en mi corazón;Cuando más duele mejor te escriboTransformo el llanto en extroversión;Noto en mis sienes que sigo vivoY en el silencio más libre soy.

Vuelan las hojas con la tormentaMas no me cuentan adónde voy,En esta calle oscura y muertaVoy acarreando mi corazón.Vos ya te has ido y esta es mi herencia:Gotas plateadas de tu traición.

Y mientras tiemblo, ya cede el fríoMi piel helada se adormeció.La culpa viene junto al hastíoY junto al asco de lo que soyUn buen recuerdo se hace mi abrigoEn mi naufragio de desamor.

Mi tierra querida

Tu cielo celeste, tu paz intranquila, tus campos agrestes y tus mediodías

81 Letras Vivas

eso nos ofreces, mi tierra querida¡cómo te tratamos! ¿Nos perdonarías?Por las noches frescas del mar encantadose siente tu risa, se duermen tus clarostu horizonte negro de estrellas colmadose baña en las aguas al ser reflejado de modo perfecto, romántico, mago.Se quedan mis ojos solo contemplando.

Tu aroma me llena de felicidadmientras una guerra, allá, en otro lado,quema tus raíces con su vanidad.

Me siento culpable, me siento cansadode tanto luchar y clamar, y pelear;por cuidarte mal, por cuidarte en vano.

Sin embargo, tú, despiertas contentacon la frente en alto y tu boca llenade hermosos encantos, que a diario nos cuentasy que no perciben nuestras vidas ciegasque Dios te bendiga, mi tierra adoradapor dárnoslo todo, a cambio de nada.

4Santillán, Miriam Gabriela

Carta rubricada con lluv ia de amor

Lágrimas que purifican, y a mis ojos clarifican,a veces, los ensombrecen, y no me dejan verte.Lágrimas que se disimulancuando el cielo solloza,para que nadie advierta la angustia,ni escuche el gemido de mi alma.Voy por la vida,

82Poesía

con las ansias expectantespidiendo de rodillas poder encontrarte.Te busco, te busco… no te encuentro,no te veo… y quiero, te siento… muy cerca… a mi lado.Encontrarte es mi mayor anhelo,poder abrazarte, besarte, acariciarte,mirarte, mimarte, arrullarte,entregarte lo que a nadie le di,este amor que me desborda,que excede todo entendimiento.Este amor que solos, tú y yo,podemos concebir.Cuando este mal tiempo pase,mis lágrimas sequensé, lo sé, estarás junto a mí,porque vivo en ti y tú en mí.Corroes mi cuerpo,a mi piel deshidratasme robas suspiros,me quitas el alma.Tu corazón late por mí,agonizas, renaces,floreces, pereces,sientes mi falta cuando no estoy,percibes mi dolor,soy tu reflejo, tu espejo,en el que cada mañana te reconoces.Habitas en mi alma… ella es tu nido.Hoy, todo lo que hay en mi corazónen esta carta con tinta regadaquedará rubricada con lluvia de amor,para que cuando la leas sepasque te espero, siempre, eternamente, mi amor.

83 Letras Vivas

Como un niño

Como un niño te he amado,inocentemente,he creído cada palabra que me has dicho.Las que mi boca pronunciaron, de mi alma brotaron,sin pensarlas,porque te he amadocomo ya no se ama,con los ojos de un niño,con la pureza que en su corazón anidaSin preguntas, sin respuestasPorque sí …

4Sincovich, Dina Fortunata

¿Dónde están tus valores?(Humanidad)

¿Por qué no disfrutas un día soleado, la lluvia en turostro o tu melodía preferida?

Dibujar, correr o cantar. Sonreír, caminar, chapotear enel agua, trepar la montaña o bailar…

Hay palabras que dañan, rencores e indiferencias, odios, intolerancias y violencia que invaden las calles.

Se naturaliza el uso de armas, el talado de bosques y la contaminación a la Madre Tierra.

El mundo dolarizado, corrupto y consumistase torna vacío, incierto, endeble y oscuro.El Espíritu está ausente y el Alma dormida.

Agudiza tus sentidos y ve cómo los pájaros cantan sulibertad en colores de arco iris… te enseñan.

84Poesía

El viento podría arrastrar en ramilletes tus sufrimientos,emociones y resentimientos… pero no oyes.

Libérate, sánate y purifícate.Retorna a tus Valores, a tu Origen Luz.

La naturaleza es sabia y la simiente perdura.Nada se va si tú no lo deseas.

Nadie te quita o hiere si tú no lo admites.No te subestimes. ¡Eres único y especial!

¡Vuelve a tus raíces! Prométete ser tú mismo.Respeta la Verdad y la Justicia.

Sabrás una vez más que Amar es abrazar y perdonar…“Vivir y dejar vivir”.

La humildad, la solidaridad y la belleza, la intuición,la inteligencia y el hacer yacen en ti.

¡Poténcialas! ¡Avanza!En cada acción revive tu propósito, con decisión y

permanencia, avanza… sin temor.Vive con tus Valores, los de la niñez y los de la vida misma.

“No te des por vencido ni aún vencido”.

Jesús nos dejó la Ley Primera y Universal, que dice:“Amaos los unos a los otros”. ¡Ama… y sé feliz!

Mi tiempo, tu tiempo(Para tu Ser Interno)

Por este despertar hacia la Luz Infinita, ardiente, profunda y viva.Por este, mi SER, que sabe de las maravillas del Universo.Que transmuta, se enriquece y es Unidad con el TODO.

Por este Sol sabio y luminoso, que esparce sus rayos intensos a las aguas cristalinas,

manantiales y vertientes, a los campos en flor y a la montañaen su complicidad con los cuatro elementos de la naturaleza.

Por el azul profundo que me acompaña, por las estrellas titilantesque me invitan unirme a ellas… porque YO SOY en cada una.

85 Letras Vivas

Por los aromas que me embriagan, son Esencia en mi Mundo Interior, puro e íntimo.

Aprender del Amor, de la Paz y la Armonía para ascender,siempre ascender sin detenerse.

Vibración primera e íntima del Verbo,dejar fuera lo irreal para bucear en mi propia Creación.

Ser testigo inmutable de mi propio Ser - Templo - Corazón Cristal -Espíritu - Dios vivo en mí y en ese silencio, embriagarme de Luz.

Mi Alma - Origen - Preexistencia es libre, como las disímiles nubes del cielo.Es mi roca firme, latido y magia, realidad y camino hacia lo más bello.

Es mi tiempo, tu tiempo… y finalmente permanecer en Ti, ¡OH, Padre mío!Y así será.

4Toker, Lidia

A Buenos Aires

¿Dónde estás, Buenos Aires?Tus calles empedradas,tus árboles, tus plazas,la iglesia y sus campanadas.

¿Dónde estás, Buenos Aires?Jugando al carnaval, con vecinos disfrazadosresistiendo vendavales,en el frío bacanal.

¿Dónde estás, Buenos Aires?Con tus noches y tus días,con tu café en el bar Suárez,has perdido la alegría.

86Poesía

¿Dónde estás, Buenos Aires?Con la magia de tus tangos,con el hombre y su organito,quién te puede rescatar.

Y todo empezó por la palabra,Buenos Aires.Y tal vez, con unas letras traviesas,pueda cambiar tu destino.

Ya me alejo, Buenos Aires,rumbo a ese camino,tras alguna novedadque embista contra tu olvido.

Fax a Adán

Hemos compartidoun brevísimo instantede la eternidad.Sentimental y locacantará mi boca.Se vestirá en Eneromi alma de bolero.Y al son de un canto dulzónbailaremos un danzón,y al compás de un tangome tocarás como a un bandoneón.En grandiosa algarabíauna cumbia y su alegría.Que tumba retumba,que siga el baileque hará bailar a todas las cosas.Y yo quiero una manzanaY otra, y otra.¡Basta, Adán!, que no sangren tus manos con espigas sagradasy arráncame una rosa.

87 Letras Vivas

Villar, Marina

Pájaros del sur

Otro domingo de verano envuelto en saly espero sumergida en gotas.Busco el eco de las alpargatas hundiendo el pisocomo caballos sin jinetes.Tiembla la tierra en mis manosmientras se cubre de plumas el aire. Eres polen en flor caída.Eres el alba cerrándose en el atardecer.Tu sombra, en silencio, atrae pájaros del sur.Y vuela tu recuerdo en las alas.

En papel de seda

Tu cuerpo es una carta escritaen papel de seda sin destinatario.Se ajan los recuerdos.Se esparcen. Y cubren tus huellas.

Desapareces.Te transformas en otra, en nadie.Tus manos se liberan.Vuelan como golondrinas.

Las estrellas y el cielote son extraños.Tanto como la arenaconvertida en desiertoque en el interior cae. Áspera.

88Poesía

Te pesan los pies,y sientes petrificarte. Yaces inmóvil.

Desgarrado el corazón, se hunde en palabras mudas. Gritas.Y el mensaje llega a ese otro nadie.

4Viz ia, Hernán Pablo

Adiós

Quién te viera partir en silencio,dejar tras de ti encendidas las brasas,si no compensa tu ausencia la casa:la casa no besa, la casa no abraza.

Pasarán veranos, pasarán otoños,pasarán de lluvia caminos enteros.Lloverá el cielo al llorar en silencio,

lloverán mis ojos frente al cruel invierno.

Alejarte de golpe, no más por alejarte,te atrapó la noche en su nocturna campanay me dejó desnudo y aturdido y embebido

en un triste vino al recordar tus alas.

Mi primavera, mi trébol, ¡cómo dueleañorar los tiempos que se fueron!...

intemporales, efímeros cristalesrondando la vereda de mis sueños.

89 Letras Vivas

Te saludo, así, protectora de la llave,guardián del pasado, dueña de la nave:

no te verá nuevamente esta posada,ni sus árboles, luciérnagas y aves.

Campos de algodón Viejas runas que en la altura,bajo la luz de alguna lunaque os acuna,una a una, os apunas;como se apuna mi almay mi cuerpo se aturde,al llegar a la cumbrey no hallar algodón, sino herrumbre.Sinfonía que ha quedado sin fonía,dormita la flor de mis sueñosen telas de melancolía,y mi boca en un sabor añejo,pues ha quedado, oh,ya su isla muy lejos;su mar salado, indomable,aroma fresco, cauce amable,opuesto a mi barco quebrado:un curso nuevo, un naufragio,la distancia abominable.Siseo de serpiente, locura;vuelo de alondra, amargura:añorar la suavidad de la llanura,de sus campos de pastura y,en una ensoñación clandestina,llenar todos mis sentidoscomo si aún tuviera aquí,en lugar de mi soledad,de sus campos de algodónla humedad.

90Poesía

Wenz el, María Teresa

Más allá de la vida y de los sueños

Si es posible…Sosegar el alma en los valles soleados,

donde las penumbrasforman parte del pasado…

En las noches de luna cuandolas sombras acarician los recuerdos,sentir que volvemos a buscarnos,

con el deseo de los enamorados…Si es posible…

En el momento de la despedida,antes de elevar tu alma al Cielo,

mirarme en tus ojos para encontrarla paz y dejar mis besos…

Siempre existirán:El Amor y la Esperanza,

más allá de la vida y de los sueños.

Reencuentro

El día que tu regreses serála felicidad del reencuentro.

Quien no se separano sabe de la ausencia,

del abandono, del silencio…Te recuerdo por:

El perfume de tu cuerpo,la mirada de tus ojos,el respirar pausado,

la humedad del alientoy la pasión guardada

de los primeros tiempos.

91 Letras Vivas

Nada se apaga en la vida,si renace el deseo,

esperando tu llegada,para decirte: Te quiero…

Y cuando la luzilumine nuestro cielo:Yo seré tu estrella y

Tú serás mi firmamento.

Cuentos

Antología Letras Vivas

95 Letras Vivas

Abella Honegger, Hellen

Pimpina

Un viernes a la noche, mi padre volvió de la Capital, portando una jaula tapada con una tela oscura y, dentro, Pimpina. Era una linda canarita que vivió en un apartamento con su dueña, tía lejana de mi padre, hasta su fallecimiento. Cuando esto sucedió, sus sobrinos fueron avisados y, como no había herederos, ellos iban a recibir los bienes de la tía, que vivía en Montevideo. Y que los visitaba de tiempo en tiempo, al pueblo donde ellos vivían.

La tía se había encargado y asegurado de a quiénes les tocarían sus bienes más queridos, al momento de su partida.

Esta avecita fue el bien heredado que le tocó a mi papá de su tía Octavia, como se llamaba la ahora fallecida. Todos los integrantes de la familia reaccionaron de forma diferente cuando este momento se presentó. Eso sí, el haber viajado a la Capital fue para ellos un regocijante momento, a pesar de las circunstancias, y a pesar de lo recibido en la herencia. Mientras los mayores comentaban, entre risas, bromas y alguna queja, lo que a cada uno le había tocado como herencia de esa tía rica que vivía en Montevideo, y debido a la distancia y otras excusas, visitaban poco, Pimpina acaparó mi atención.

Pimpina traía una bolsa con alpiste, e indicaciones que la tía había dejado escrita en una nota detallando cuidadosamente: el nombre, el sexo y la especie a la que correspondía, llamada canarios silvestres. La tía terminó su misiva con el deseo de que nos deleitara su trinar, el que ella disfrutó durante mucho tiempo.

Al verla, vi que era pequeña, su pico algo cónico y corto, y sus plumas grisáceas, sus ojos brillantes. Estaba sobre el palo de la jaula, erguida, asustada, pero no se movió de ese lugar ni aleteó ni revoleteó cuando ingresé mi mano para llenar el recipiente del agua que estaba vacío. Seguramente por el movimiento del ómnibus. Tapamos la jaula, de acuerdo con lo indicado por la tía Octavia. Y nos fuimos todos a dormir.

La siguiente jornada, la ubicamos a la sombra de un Paraíso que había en nuestro patio y, a su alrededor, macetas de latas que tenían plantas de cretonas de todos los colores. Ahí se puso el gancho que sostendría la jaula de Pimpina durante el día. En ese árbol siempre revoloteaban libres muchos gorriones, y algún que otro mixto. Seguro que al verlos se animaría.

Los primeros días, Pimpina solo bajaba del palo de su jaula para beber agua o comer. Pero no se oía su trino. Movía su cabeza chica y casi redonda de un lado a otro, como reconociendo el lugar. Los mayores opinaban que ya se adaptaría, y que este lugar era mejor que estar en un apartamento en la ciudad. Pero nadie mencionó que podría extrañar a su dueña.

Luego empezó a revolotear por su jaula. Ya cambiaba de lugar, y comía y bebía en actitud de estar habituándose, como si le estuviera gustando ya estar con nosotros. Solo podíamos escu-char algún leve y suave piar, pero no su canto, que la tía tanto había elogiado.

La familia prosiguió con su cotidianidad, y Pimpina pasó a ser parte de la familia. Le encanta-ba cuando le poníamos unas hojitas de verdolaga en alguna de las paredes de la jaula. Extendía

96Cuentos

sus alas en demostración de alegría, y picoteaba de ellas con entusiasmo. Los gorriones y el mixto se acercaban a la jaula, revoloteaban a su alrededor, lo que hacía que ella levantara su cabeza, moviera sus alas. Ellos incluso se acercaban a comer la verdolaga que pendía de un lado de la jaula.

En cierta oportunidad, mientras hacíamos la limpieza de la jaula, poníamos agua y alpiste, en un descuido dejamos la puerta abierta y Pimpina osadamente voló hacia las ramas. Se posó cerca del mixto y de los gorriones que saltaban de rama en rama, como enseñándole cómo actuar en libertad o, simplemente, para protegerla.

En casa fue todo un revuelo, viéndola en el árbol de rama en rama. Y la noche llegó sin poder hacer que ella volviera a la jaula. Quedamos todos apenados, dudábamos de si podría pasar la noche sola. Temprano a la mañana, todos salimos a mirar hacia el árbol y allí estaba y, en otras ramas, sus amigos los gorriones y el mixto, más cercano a ella que los demás.

Se decidió después de diferentes opiniones que la jaula quedara abierta y siempre con agua y comida. Pimpina revoloteaba tímidamente en los siguientes días, de rama en rama de ese Pa-raíso que la protegía. Y rodeada de esos amigos y de su amigo. Ante nuestra sorpresa y alegría, Pimpina nos regaló su trinar. En esa primera vez, la familia, mirándola, la aplaudió.

Así, su jaula siempre estuvo con agua, alpiste, la puerta abierta, y alguna vez ella entraba y salía con movimientos rápidos y ágiles. La oíamos trinar entre las ramas del Paraíso. También el mixto se sumaba. Y entre ambos, con sus sonidos, formaron un placentero dúo. Sus amigos los gorriones, serenamente en las ramas, disfrutaban de sus melodías.

Junto a ellos, Pimpina, la canarita de la Capital, aprendió a sobrevivir, volvió a cantar y, por sobre todo, aprendió el volar en libertad.

xÁlvarez , Eduardo Carlos

Solar abs entia

Pasó hace algunos meses. Yo era chico todavía, porque fue antes de mi cumple. Y además ya estábamos en otoño. Yo, de lo que me acuerdo es que una tarde, volviendo de la escuela, el sol ya estaba bajando. A las cinco, ya baja. Pero no oscurecía tanto; se hizo de noche casi de golpe, y en el lugar donde tenía que estar el sol, ya no había nada. Al rato empezó a hacer un frío que nada que ver. -¡Todo el mundo adentro!- gritó mi mamá, y fue una de las pocas veces en que mi hermano y yo le hicimos caso, no por miedo a ella, sino por lo que estaba pasando. Mi abuelo empezó a hablar de un eclipse de sol que había leído en el diario que iba a pasar en esos días. Mi mamá le contestó que el diario era del año pasado, y que esto no era lo mismo. Nunca aceptaba nada de lo que el abuelo decía; seguro que era porque era el papá de mi papá. Mi papá llegó a las puteadas; le había costado mucho volver en el auto, porque estaba en la ruta

97

Letras Vivas

y de pronto no veía casi nada y los automovilistas se enloquecieron. Me acuerdo de que fue el primero que largó eso de que el sol se había apagado. El frío aumentaba cada vez más. Esa noche, todo siguió como siempre. Cenamos todos juntos, pero pasó algo que nunca se daba, y por eso me puse a pensar que algo feo ocurría: papá puso el noticiero de la tele a la hora de la cena. Vimos un meteorólogo, pero no se le entendía nada de lo que quería explicar. Tampoco hablaba de catástrofes nucleares ni de un atentado. Yo me di cuenta enseguida de que el tipo tampoco entendía. Seguíamos todos en bolas como al principio. La TV y nosotros.

Había muchas casas donde habían puesto paneles solares para la calefacción, por eso de la ecología. Hubo muchas llamadas a los bomberos, de familias de esas casas, que se estaban congelando y no sabían qué hacer. Pero a mí siempre me enseñaron que los bomberos estaban para apagar el fuego. No iban a cambiar de trabajo justo en ese momento, ¿no? ¿Y si, en una de esas, en el cuartel también tenían baterías solares? Estarían tan jodidos como los que llamaban. En cambio, la policía la pasó mejor; con semejante frío, no andaba nadie en la calle ni para robar una gallina.

Después de cenar, papá puso la caldera central al mango, para poder pasar mejor la noche. Por la mañana, se vería como seguía eso. Yo me di cuenta de que trataba de conformarnos como podía. Estaba muy desorientado. Bueno, como todos nosotros. Porque, a ver, si era ver-dad que el sol se había apagado, ¿cómo íbamos a diferenciar la noche del día? ¿Y el verano del invierno? ¿No íbamos a poder ir a la escuela nunca más? ¿Ni papá ir a trabajar tampoco? ¿Y las usinas eléctricas y plantas de gas, cuánto tiempo iban a aguantar así, trabajando a full para casas, fábricas y todo lo demás?

De puro aburrido, antes de que nos mandaran a acostar como todas las noches, bajé al sóta-no con la linterna, a revolver entre las porquerías, buscando algún juguete descartado. Revolví un rato y, cuando ya iba a subir, vi una caja con unas letras grandes, encima de una mesa de luz despatarrada. Las bengalas habían quedado de descarte de la fi esta de fi n de año, que había estado muy bien organizada por mi papá, donde no faltó nada. En realidad, era lo que mejor le salía. Escondí la caja debajo de la camisa, por si me la quitaban. Todo lo que tuviera que ver con el fuego y el calor había aumentado su valor de repente. Salí al porche un momento, mientras esperaba el grito de rastreo de mamá. Me senté en el sillón hamaca mientras revisaba las bengalas. El jardín ya tenía algunas manchas de hielo acá y allá. Hacía bajo cero. Saqué la vista de la caja y entonces lo vi, a pesar de la oscuridad. Creo que era porque su túnica era como fosforescente, como su pelo largo y su barba. Como yo ya había visto la peli del Señor de los Anillos, no me asusté nada cuando se me acercó, pensando que era de los buenos. Estiró su mano derecha, huesuda, con uñas que mamá le hubiera hecho cortar un poco, y señaló la caja.

Su voz sonó grave y retumbaba, como en las pelis de terror: -Tengo una tarea pendiente allá arriba que no espera -me dijo- y necesito lo que tú tienes enseguida.

No quedé muy conforme con haberle dado mis bengalas al primer tipo que pasó; ni siquiera se había presentado, como siempre nos enseña mamá que tiene que hacer la gente. Desapareció con las bengalas, y con su fosforescencia, subiendo como los cohetes que van a otro planeta, pero con menos velocidad.

98Cuentos

El grito de mamá no tardó, y al rato estaba acostado. A la hora, más o menos, me despertó un gran fogonazo en el cielo, como nunca vi antes, solamente en las pelis que muestran explo-siones nucleares, pero esto era sin estruendo. Si el sol fuera una especie de motor, yo diría que arrancó de nuevo. Y nosotros también, de alguna forma. Pero en la escuela ya nos explicaron que es un planeta más.

El abuelo siguió insistiendo hasta hoy, con que nosotros no sabemos nada de eclipses.

xArinoviche Schenker, Marta

El cuento y la vida

La habitación estaba en silencio.Isabel apagó la luz porque Alicita, de tres años, se había quedado dormida entre arrullos

y cuentos que su mamá le inventaba.Entonces comenzaban las historias que muchas veces Alicita pedía que le repitiera, de tanto que le gustaban. Pero cada cuento tenía algún detalle nuevo que, si la nena lo captaba, abría los ojos reclamando “¡así no era!” … entonces, la joven mamá reinventaba algo que la conformara y se fuera durmiendo entre mariposas iluminadas por las linternas de las luciérnagas que, volando entre nubes, bajaban hasta los árboles para que la noche resplandeciera. Había uno que era su favorito, se trataba de “Cristalita”, que caía del cielo junto a las demás gotitas de lluvia.

Transparente como era, tomaba los colores del arcoiris y se vestía de suave multicolor.Mientras bajaba sobre un campo fl orido, se deslizaba por uno de sus pétalos cuando se

posaba sobre una rosa fulgurante y abierta.Cristalita era entonces una gotita rosada que lucía muy bella con su nuevo vestido. Cuando la lluvia amainaba, aparecía en el cielo un manojo emplumado revoloteando y cantando mientras, acurrucada entre los pétalos, gozaba feliz el concierto

que le regalaba un ruiseñor…Alicita escuchaba el cuento y en su imaginación creía que era ella esa gotita de Lluvia; sus-

piraba y, lentamente, se quedaba dormida.Su joven mamá la besaba y salía en puntas de pie hacia su propio dormitorio, donde nadie

la esperaba ni abrazaba, nadie en quien apoyar su cabeza, calmar su incertidumbre, nadie que la amara.

Mercedes había concebido a su hija a los diecisiete años cuando, enamorada de Ricardo, joven como ella y sin medir consecuencias, se encontraban furtiva y apasionadamente para dar rienda suelta a las nuevas y fuertes sensaciones juveniles.

Las que un día tendrían un nombre: Alicita.

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Letras Vivas

Mercedes no podía olvidar a Ricardo que, asustado, la había abandonado al conocer la noticia y ella, sola como estaba, aceptó llevar dentro suyo a lo más preciado que la vida le estaba ofreciendo.

No sería la única mujer en tales circunstancias, como tampoco lo era ahora. Pero entrar a su dormitorio… ver la mitad de la cama fría y vacía le recordaba Cuando,

arrebujada entre los brazos de Ricardo, entrelazadas sus manos y anudados los dedos, con los ojos recorriendo su desnudez, aparecían deseos ardientes antes de llegar a la consumación fi nal.

Mercedes volvía a esa escena donde sus gritos ahogados, la respiración entrecortada, la piel sudorosa y sus cabellos mojados desparramados sobre las blancas

sábanas revueltas, los vieron cansados y felices aquel atardecer en el pequeño cuarto iluminado por los últimos rayos de sol.

Prometiendo un nuevo encuentro, le contó que esperaba un hijo de él. Ricardo nunca volvió.Mercedes siempre estuvo sola con Alicita y con grandes sacrifi cios la vio crecer, enamorarse

e, ilusionada, abrazarse a ella para contarle que sería madre.Sabía que su hija vivía una experiencia diferente; su joven pareja la amaba y compartían

juntos el proyecto de ser padres.Mientras madre e hija estaban abrazadas, Mercedes pensaba si, en su joven soledad, h abía

sembrado buenas semillas en su hoy hija mujer, si recordaba la infancia que compartieron jun-tas, los consejos que le daba en la adolescencia y la noticia que en ese apretado abrazo trasmitía una felicidad que volvería a cambiar sus vidas.

Hoy, Mercedes tiene 48 años y nunca rehizo su existencia amorosa porque la decepción que le dejó Ricardo se lo impidió, dando paso a una desconfi anza grande hacia los hombres. Amargura que no pudo disipar jamás.

Si estaba bien o mal, no lo sabía… simplemente era así.Sin embargo, en este hoy, Mercedes tiene una secreta alegría y satisfacción llenando su alma

y dibujando una sonrisa en su cara.Cuando visita a su nietita y no se quiere dormir reclamando un cuento a su mamá, escucha

la voz de Alicia empezar uno que comienza “Cristalita caía del cielo junto a las demás gotitas de lluvia…”

100Cuentos

Arnaudo, Roberto Eduardo

Sueño despierto con un gran cambio

Estamos despertando cada día a un mundo que de a poco se queda sin vida, sin afecto, sin amor.

En donde prima la mera supervivencia, el “sálvese quien pueda” y el “vale todo”. En donde la Ley del más fuerte domina a todos, en donde el que puede destruir más es

considerado el mejor. En donde llaman “efi ciencia” a la robotización del hombre, a la confusión de seres humanos

con números, sin importar su sufrimiento, hambre, salud o desolación.Sueño despierto con un gran cambio y me resisto a pensar que el hombre se asemeja cada

vez más a una máquina sin sentimientos ni amor. Me resisto a creer que en este mundo van a seguir imperando los intereses particulares, sec-

toriales o de grupos, por encima de los intereses generales. No quiero que, en esta guerra, el egoísmo siga ganando batallas a la solidaridad. Me resisto y quiero que la humanidad despierte un día, sabiendo que “alguien” hizo algo para

empezar a cambiar el rumbo actual. La juventud es la principal destinataria de mi preocupación y de mis sueños de cambio,

porque son los que heredarán el mundo. Sí, los jóvenes pueden hacerlo cuando reciban el timón de los actuales líderes políticos y gobernantes. Ellos pueden cambiar el mundo, porque todo cambio empieza por la mente de las personas y ellos tienen una mente fértil en donde todavía es posible sembrar esperanzas.

¿Qué signifi ca cambiar?Cambiar signifi ca pensar de otra manera y hacer las cosas encaminado hacia lo positivo y

hacia la inserción de nuestro trabajo en la sociedad.Cambiar signifi ca ocuparnos de nuestro benefi cio, pero también del de los demás; ser parte

de la sociedad y sentir que lo somos; buscar la forma de solucionar los problemas y no generar confl ictos; tratar siempre de ayudar a hacer la paz y no la guerra.

Cambiar signifi ca sentir que somos humanos y no robots que avasallan todo a su paso para satisfacer sólo sus ambiciones y necesidades personales o de grupos, olvidándose de su entorno social.

Cambiar signifi ca que todos los gobernantes, los poderosos y dirigentes del mundo, que saben y se dan cuenta de lo que está pasando, persuadan a algunos de sus pares -que tozuda-mente persisten en seguir los caminos actuales, llenos de acciones perversas- a empezar unidos un nuevo camino hacia la educación del hombre para la paz y el bienestar general de todos los pueblos de la Tierra.

Sueño despierto con un gran cambio, con un nuevo orden mundial en donde no reine la intolerancia política, religiosa, ni ninguna otra.

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Letras Vivas

En donde no existan armas atómicas, químicas ni de ningún tipo, en donde los seres huma-nos no constituyan un peligro para sus semejantes y en donde el hombre valore al hombre, a la sociedad y al mundo.

xBaraldini, Luciana Sol

Lo de Oscarcito

Me perdí el turno que me dieron hace tres meses porque, cuando iba a salir, me di cuenta de que no tenía más carga en la Sube. ¡También yo!, como una confi ada se la presté a mi nieta el otro día y me la devolvió a último momento. No va que cuando estoy por salir me doy cuenta; tuve que despertarla, dormía como un lirón. Al fi nal logré que se levantara y la buscara entre sus cosas, con el despelote que tiene es imposible encontrar algo, aparte si le revuelvo después cuando está fresca se enoja. “Ah, pero no tiene más carga”, me dice cuando yo ya tenía que estar tomando el colectivo. No me quedó otra que ir a lo de Oscarcito; para colmo, a esa hora la Martita no está y no hay quien lo ayude para que me atienda rápido. Ay, casi me sube la presión cuando lo vi sentado en el comedor, encima yo ya había tocado el timbre y como una pavota no me di cuenta de mirar antes por el vidrio. Si por lo menos hubiera estado preparado para atenderme, hubiera hecho mucho más presto. ¡Pero no, estaba tomando el desayuno! Me vio por el vidrio y se le cayó la taza de los nervios. Quiso agarrar la muleta y se le volcó el café, pobre, porque además de paralítico es bastante torpe con la parte de arriba. Yo no sé por qué tiene los dedos tan duros, después me enteré de que se había quemado. Pero él no se quejó ni nada, intentó disimular. Pero la Martita me dijo que así va a aprender de una vez por todas a no tomar el café tan caliente, lo único que le falta es agarrarse una úlcera. La cosa es que no llegaba a agarrar el servilletero, trataba de empujar el tronco para adelante pero no le daba el largo del brazo, así que el pobre ya estaba todo colorado. Imaginate, yo empecé a sudar. En PAMI me dieron este turno hace tres meses, la secretaria me había pedido que llegara temprano porque los miércoles el dotor da clase en la facultad. Yo pensaba que si seguía así la cosa me iba a tener que tomar un taxi hasta la guardia para que me atendieran de la presión. Ni que hubiera escuchado mis pensamientos, que Oscarcito se las arregló para limpiarse con el saco que tenía apoyado en el respaldo y agarró las muletas. ¡Ay, Dios mío, lo que tardó en pararse y llegar hasta la parte del kiosco! Seguro que en ese ratito pasaron tres colectivos, y eso que lo que tarda el setenta… Ahora, fi jate vos lo que es la vida, Martita estaba chocha cuando nació Oscarcito; claro, era tan lindo y ella tan feíta, pobre, que no sabíamos a quién había salido. Bueno, parece que al padre, pero igual nunca lo conocimos… Claro, el bebé nació sietemesino y en lugar de dejarlo calientito en la casa, no va que enseguida salió a pasearlo por todo el barrio. Para mí que

102Cuentos

era porque tan fea era la Martita, la pobre tan desgraciada y encima madre soltera, que lo vio tan lindo con esos ojos azules que quiso darle su merecido a todas las malas lenguas. Y lo paseaba de acá para allá. Y ahí tenés, nunca caminó, al fi nal quedó paralítico. Mirá que le recomendamos que le diera miel con nueces para fortalecer los huesos; la Rosita le curó la ojeadura, de todo le hicimos, pero el pobre nunca caminó. Lo operaron varias veces y gracias a eso pudo empezar a andar con muletas, pero del comedor a la ventana que da al kiosc o… Y, como te dije, tarda tanto que me hizo perder el turno del PAMI.

xBarrios , Juan Osvaldo

El trance

Francisco cabalga alegre bajo la luna. Con sus escasos dieciocho años, es uno de los más jóvenes del regimiento; sin embargo, sobre su brazo luce orgullosas las jinetas de cabo, conse-guidas tal vez por ser de los pocos que saben leer o -por qué no- por infl uencia de su “Tata”, que siempre anda como el diablo metiendo la cola en las altas esferas de éste ejército, que libra la Guerra del Desierto.

El batallón cabalga en silencio para no alertar a los indios. Durante todo el día no se han visto “bomberos”, buena señal. El plan es atacar por sorpresa la toldería al amanecer, por sorpresa.

Francisco siente el orgullo en su pecho, y en la oscuridad de la noche su mente vuela. La sangre de los conquistadores que hierve en sus venas hace de su corazón un tambor de guerra. Aunque aún no ha estado en combate, se sabe capaz de enfrentar a la muerte. Él y otros jó-venes serán quienes conquistarán esta tierra salvaje y la harán suya. Con su sangre y su sudor, estos desiertos se convertirán en campos verdes y agrandarán la Patria que defi ende. Sus hijos crecerán aquí. Claro que todo eso solo puede ser posible una vez dominados los indios, esas criaturas salvajes que niegan a Dios.

Una vez sometidos, la civilización fl orecerá en estos campos, sueña Francisco.Al amanecer la tropa esta apostada alrededor de la toldería. En susurros los ofi ciales dan las

últimas órdenes y Francisco, con una mezcla de miedo y euforia, ocupa su puesto en la for-mación. Al sonar el clarín, se produce el ataque. Los soldados arremeten; la caballada a media rienda hace tronar el campo y los gritos de guerra animan a los más remisos a conseguir su pedacito de gloria.

Montado y a la carrera, conduciendo a sus hombres, Francisco cabalga ciego de euforia. En la loca carrera del amanecer, no ve la vizcachera que lo espera. Su caballo rueda quebrado y, al caer, Francisco siente la noche abatirse sobre él, entre el griterío de sus hombres y el retumbo del Rémington.

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Letras Vivas

Zumban moscas, y el dolor es terrible al despertar. Los caranchos en el cielo vuelan bajo con la panza llena, y el olor, ese olor que a pesar de no conocerlo, sabe muy bien que es el de la carne humana pudriéndose. Al reaccionar se sabe herido, como si una brasa le estuviera quemando las tripas…

Unas manos le ofrecen agua y el acepta agradecido. Al mirar, reconoce los ojos de una india tan vieja que su edad no puede calcularse, y el miedo entonces casi lo vence; sin embargo, ella le habla en castellano, lengua aprendida a través de la enseñanza de los cautivos.

- Tomando agua, Huinca -le dice. -Yo curando el lanzazo que tenés en la panza, tomando despacio... Francisco se desmaya y, al despertar, el cuadro es el mismo, la india, el olor, la putrefacción, el calor.

Doce días pasa en ese estado y comienza a reponerse. La carne joven va sanando y, con los cuidados de la vieja, Francisco se recupera milagrosamente. Al fi n puede entablar un dialogo con ella:

- Cristianos atacar toldería, pero nuestros hombres no estar, andar de cacería, solo haber mujeres, chicos y unos pocos “conas” viejos, alguno de ellos dar lanzazo a vos que estabas caído con caballo. Después los milicos matarlo a él. A vos dejando por muerto y a mi ni siquiera me hicieron el bien de darme un sablazo, dejarme acá para morir porque siendo demasiado vieja. Solo quedar vos y yo. Los Huincas matar a todos, las mujeres, los chicos, todos muertos. Yo ver al jefe reírse mientras degollar a mis nietos que solo tener dos inviernos.... El Huinca vestido de negro, hacer ceremonia a su Dios para agradecer triunfo... ¿Qué dios ser ese que permite que sus hijos matar inocentes y reírse? ¿Quién ser más salvajes? ¿Nosotros, los hijos de la tierra, o los Huincas que quieren poseer la tierra...? ¡¡¡Poseer la tierra!!! La tierra no es del hombre, ¡¡¡el hombre es de la tierra!!! Vos siendo Huinca... explicando a india bruta cómo puede el hombre poseer la tierra o el aire y matar para eso. Enseñando por qué mis hijos muertos, por qué mi gente sufre hambre y tiene que malonear para comer... enseñando, Huinca...

Francisco queda en silencio, sin respuestas. La vieja india sigue:-Nosotros los pampas, no ser malos, obligados a pelear para defendernos. El Huinca quiere acabarnos para

traer cosa que llama “progreso”. Yo ser vieja y ya estar a punto de irme con mis ancestros, y no querer ver ese progreso que mata mi gente. Yo ser la “machi”, la curandera de la tribu, mi madre serlo y la madre de mi madre y su madre.... pero todos mis hijos estar muertos, mis nietos morir también, cuando yo irme, irse conmigo los secretos de mi raza, y mi raza morirá conmigo y los míos.

Al tiempo, Francisco está en pie, gracias a las curas milagrosas de la vieja. Una yegua ha quedado viva, y él piensa en el regreso al hogar. Ella, en cambio, esta tirada en el suelo, mo-ribunda, y dice:

-Cristiano ya curado. Agarrando yegua y yendo a su toldería con su tribu. Yo ya ir en último viaje... A Francisco le ruedan lágrimas en su despedida de esa vieja a quien conoce tanto como si el

mismo hubiera sido un “cona” más de la tribu, como si fuese su propia madre quien lo despide.-Te voy a llevar conmigo... los médicos blancos...-Ningún médico ganar a la muerte, Peñi Francisco, y mejor que sea así, yo no querer seguir para ver morir

mi raza, todos los míos irse, y yo también. Despidiendo y yendo... yendo y contando al gran “lonco” de los Huincas que indios no siendo malos, si es hombre bueno poder parar matanza...

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Y posando su mano en la frente del joven, entona un extraño canto en su lengua, que lo transporta como en un sueño. En un instante, las vivencias, alegrías y sufrimientos de todo un pueblo pasan ante sus ojos. Una especie de transferencia que lo hizo sufrir y sentir los senti-mientos de esa raza que moría... como un fuego que quemaba su interior dejando una marca que lo seguiría hasta su muerte.

Cuando volvió a abrir los ojos, la india estaba muerta, y él pensó que ni siquiera supo su nombre.

La sepultó junto a una laguna, y enfi ló hacia la civilización con un regusto amargo en la boca.

Quienes lo conocieron cuentan que dejó el ejército para dedicarse a curar, gracias a un mila-groso don que, decían, “adquirió en sus andanzas por el desierto”. Intercedió ante el Gobierno para evitar el genocidio, y no fue escuchado. Alivió a los desprotegidos y sanó a muchos en formas inexplicables. Los indios y mestizos lo respetaban como a uno de los suyos, un “Hombre santo”. Curandero o brujo, lo llamaban otros. Nunca fue bien visto por el cura del pueblo, pero fue amado por su gente hasta el día en que murió de una edad muy avanzada rodeado de sus numerosos hijos y nietos.

Dicen que antes de morir llamó a uno de ellos - su preferido- a su habitación, y algunos ase-guran que se le oyó cantar en una lengua extraña...

xBattaggi, Augusto

La tarde

Los domingos tienen una tristeza particular, un aroma incierto de presagios.Y aunque trate de no abstraerme y seguir el curso normal de sus horas, siento que el do-

mingo está constituido de muertes, de las inexorables muertes de los demás días de la semana.De todas maneras, la tarde está hermosa y el otoño la colmó de matices. Y ahora que lo

pienso, las tardes de los domingos parecen aún más extensas, interminables. Evidentemente existe algo en mí, o quién sabe dónde, que produce éste fenómeno de prolongación del tiempo.

Por ejemplo, aquel pino; su sombra es casi la misma desde que empecé el cigarrillo y hasta que entré a buscar el cenicero noté cómo se alargaba desde la mitad de la calle hacia la zanja.

Estuve adentro más de la cuenta, ya que preparé café y, después de sentarme, vi que la som-bra no se había movido, o al menos perceptiblemente; según la apariencia, se aprecia distinto el paso del tiempo cuando se observan los hechos detenidamente, ya que cuando estuve adentro dejé de lado la tarde y, en consecuencia, su continuidad.

Ahora la sombra está invadiendo la zanja y, si dejo de mirar por un momento, seguramente

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Letras Vivas

no encuentre relación entre el tiempo que transcurra y su avance… pero no tengo que olvidar-me de que es domingo y de lo tanto que se parecen a lo infi nito.

Observó nuevamente la sombra ya dentro de la zanja y después reclinó el respaldo de la re-posera. El tibio sol de la tarde le cerraba los ojos y una placentera modorra lo fue envolviendo. Alcanzó a pensar en algo que tendría que hacer mañana y cómo lo haría.

Se despertó horas más tarde, a pleno sol, en medio de la noche.

xB´Chara, Graciela Susana

Más que un mundo

Amaneció como siempre. Pesado, caluroso, y muy pero muy húmedo. El clima no era una novedad, era así siempre; la novedad eran los temblores. Esos sismos habían ocurrido siempre, pero ahora eran cada vez más seguidos y violentos.

Aldana se despertó y de un salto alcanzó la ventana. La abrió de par en par y casi con emo-ción miró al cielo. A pesar de sus pesadillas, su mundo, su pequeño, amado y colorido mundo, estaba allí.

Casi como en un inventario, pasó revista a sus más preciados tesoros: dos árboles cargados de fl ores, su cielo de un gris-azul profundo, el pequeño puente sobre el río, sus dos soles rojos y sus dos lunas azules.

Todo estaba allí, quería que fueran sus testigos... tal vez de un nuevo amanecer o, como pensaba que no existían otros lugares…, ése era el mejor lugar; estaba en casa, por siempre...

La palabra “siempre” le sonó hueca, vacía y tal vez porque a esa hora, sin haber desayunado, cualquier pensamiento era un desatino.

-En fi n... -se dijo suspirando y, desperezándose, se alejó de la ventana.Ya en la coqueta cocina de la casa humeaban el café y las tostadas, recién preparados.Miró el reloj, faltaban veinte minutos para las siete, y una gruesa y áspera llovizna comenzó a

caer con mansedumbre. Se preguntó si ese largo verano le traería más pesadillas.-Tonta -se dijo- ¡eso no es culpa del verano! Son tus propias fantasías.Un par de gotas de lluvia comenzaron a caer y con el viento producían sonidos especiales en

la tierra, de alta frecuencia y muy irregulares.Lo peor eran los temblores, que habían aumentado en los últimos meses y nadie encontraba

razones valederas para ello. Hasta habían consultado a una “bruja”, cuando las teorías científi -cas y los experimentos de los físicos no encontraron respuestas.

Con el último sorbo de café, se vistió apresuradamente. A las nueve comenzaría otro día de ofi cina, lleno de conversaciones aburridas y tensiones innecesarias, remitos y memorándums.

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-¡Qué palabras pomposas e inútiles! -se dijo mientras abrochaba la cintura de una pollera azul. Con una rápida mirada, consultó el gran espejo del dormitorio, que le devolvió su peque-ña imagen detalle por detalle. Otro temblor y le pareció que esa, su imagen, se volvía borrosa.

Aldana se repuso inmediatamente de la impresión; respiró hondo, tironeó del hombro iz-quierdo del saquito azul y, sin pensar, tomó su cartera, su agenda y un pañuelito rojo, y empren-dió su marcha hacia la ofi cina. Mientras caminaba, se planteó la posibilidad de que el alucinado locutor del noticiero de las veinte tuviese razón.

-¡Pequeño tonto! Engreído, siempre buscando fama fácil con esa historia fantástica del fi n del mundo-. Su precioso y querido mundo... Su cálido mundo.

¡Qué derecho tenía él a decirles que el fi n de todo eso estaba ocurriendo!Aldana se consoló pensando que mientras amanecieran sus dos soles rojos, mientras ella

pudiera saludar a la aurora día a día, estaría a salvo porque estaba en casa...Otro temblor le sacudió hasta el enojo, para trasformarlo en esa desazón que ya se parecía

tanto al miedo.Apretó el paso, volvió a mirar el reloj: -¡Ufa!-. Tendría que soportar la mirada antipática de

su jefe y ya la había soportado dos veces en este mes.Sacudió la cabeza como desalojando esa imagen de su cerebro. Su cabello castaño acompañó

el movimiento, mientras cuatro rayitos rojos, que le prestaban sus soles, se deslizaban de honda en honda.

Casi en las escalinatas del Bureau de Seguridad, la sorprendió otro temblor. Este, de desusa-da violencia, hizo que Aldana se tomara del pasamanos. Sacó su pañuelito rojo para secarse la brillante capa de sudor que le cubría la frente. Se acomodó la ropa y, haciendo un esfuerzo por reponerse, por cambiar su cara de susto por una estereotipada sonrisa, entró en el hall central del Bureau.

Diez saludos matutinos, como ritual diario, la sorprendieron esta vez, porque de pronto sintió que se estaba refl ejando en diez espejos. El mismo susto pintado en todos los rostros. Imaginó conversaciones caseras, madres calmando el llanto de sus hijos, ancianas tropezándose con sus propios muebles... Y alejó otra vez estos pensamientos.

No deseaba, ni siquiera como macabro juego, imaginar el sismo fi nal si, por extraño designio divino, los estuviera acechando. Casi fue una oración lo que surgió de su corazón y comenzó a instalarse en los labios. Era una oración cálida y antigua, la que recitaba después de tantos años.

La regresó a la realidad la campanilla del ascensor, y Cathy, la ascensorista, la recibió con un agudo “Buen día , Señorita”. Mientras Aldana le contestaba, supo que el miedo, ese miedo común a todos, también se había instalado en Cathy.

“¿Y si fuera verdad? ¿Si éste fuera el principio del fi n?”, pensó sorprendida. Era la primera vez que se permitía dudar de todo lo estable, de su mundo.

Entró en su ofi cina y en un impulso abrió el ventanal. Sí, ¡allí estaban sus dos soles rojos! Y, mientras los contemplaba, no comprendió cuando un rayo azul cruzó delante de sus ojos y un ruido ensordecedor la sumió en una dulce inconsciencia.

Fue un tremendo temblor, fue el fi nal en un último e insospechado temblor.

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Letras Vivas

..................Los pedazos estaban desparramados por toda la espaciosa estancia y una niña de grandes

ojos azules lloraba desconsoladamente. La niñera la tomó en los brazos para calmarla, cuando observó que la esfera de cristal del escritorio faltaba.

Ese pequeño mundo de fantasía yacía hecho añicos en el suelo.Pero lo peor, lo más triste, ocurrió cuando la mucama, tratando de recoger los trozos para

limpiar el lugar, pisó sin querer dos soles rojos de cerámica...

xBerdiales, Fabián

La leyenda de Diego, el ángel del Plata

¿Cuántas apariencias distintas puede tener el Río de la Plata? ¿De cuántas formas lo has visto?

Enojado y violento, golpeando los paredones del murallón de la Costanera Norte. De color de león, manso y echado como si fuera un río tranquilo. Este día estaba del color de la plata, como seguramente estaba aquel día que entraron los codiciosos españoles y creyeron ver en esos refl ejos iridiscentes que el sol del mediodía le arrancaba al rio, aquel metal precioso que tanto buscaban.

Cuestión es que ese día, Diego bajaba correteando de su casa en la villa 31 y se escapó del control de su hermano caminando por Salguero.

Llegó corriendo y saltando al paredón de la Costanera Norte y no pudo creer lo que veían sus ojos, tan brillante ese río, tan tentador. Tan distinto de la reja de su casa de ladrillo sin revestir, con cortinas de sábanas viejas y rotas donde mamá y ocho hermanos vivían en una pieza con un padrastro borracho y golpeador.

Mamá por poco había llegado a recibirse en el secundario, pero el embarazo de su primer hijo la condenó a trabajar por horas toda su vida, limpiando las casas de otros.

Papá es una fi gura desconocida en la familia, de eso no se habla. Y el padrastro, un vago que vive de subsidios y que lo único que agregó a la vida de Diego fue sacarlo de la escuela para mandarlo todos los días a la esquina de Salguero y Alcorta a limpiar vidrios para llevar la plata a casa y mantenerse sin trabajar.

Diego estaba tan feliz ese día, a sus ocho años. Se había escapado de la custodia de su her-

mano mayor, de apenas once, y no tendría que pedir plata ni lavar vidrios. Tenía tanto calor y ese río se veía tan imponente, que ni lo pensó. Se arrancó la musculosa negra y desteñida, la dejó prolija sobre el paredón para que su mamá no lo retara a la vuelta y, sin pensarlo, saltó.

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Diego no sabía nadar. Nadie le había contado nunca qué era eso de saber nadar y de fl otar, creyó que era algo natural y la alegría enorme del salto, y la adrenalina que lo empujó hacia el río del color de la plata se transformaron en miedo cuando tragó la primera bocanada de aquella agua sucia.

No tuvo chance Diego, el río del color de la plata lo aferró de sus piernas en su fondo de limo. Lo sostuvo para siempre allí. Nunca lo encontraron, ni siquiera saben que le pasó. Sólo que nunca más volvió a casa.

La musculosa se la llevó otro chico, que estaba pescando junto a su padre, y con eso se llevó lo único que Diego tenía en este mundo.

Desde entonces, Diego es el ángel del Plata. Se encarga de cuidar de todos los que nadamos

y navegamos en esas aguas. Vestido de ángel, camina por allí, entre nosotros, sin que lo veamos. Se fue con Dios para cuidarnos. Y dicen los que lo han visto que Diego sigue sonriendo cada día, como aquella mañana en que por primera vez sintió que era feliz.

xBisaccio, Mario Salvador

El enfermo solitario

Las bruñidas rocas reverberaban los rayos del intenso sol de junio. Los hombres, uno a uno, iban cruzando el puente, que se balanceaba peligrosamente sobre el precipicio. Hacía más de cinco horas que la caravana había iniciado el cruce y John Smith aún no se decidía atravesarlo. Este puente era más extenso que los anteriores y el miedo lo paralizaba. Era uno de esos anti-guos puentes hechos con sogas y tablas sin baranda, suspendidos sobre profundos precipicios, típicos del Turkestán, que son aún los únicos medios de atravesar algunas zonas montañosas del Asia Central.

De una vida cómoda en Boston, rico, joven, bien parecido, ahora estaba atrapado en una aventura en tierras inhóspitas, en busca de cura de su enfermedad. Sin haber encontrado so-lución en su país, ni en Europa, había aceptado una invitación de Serguei Nizayán, un azerí petrolero de Bakú, ex compañero en Harvard, con el que hacía diez años había recorrido Bukhara, Karsi y Samarkanda en viaje de placer, comprando alfombras. Serguei lo había con-vencido de integrar una caravana con gente que también buscaba cura de sus males. Se encon-traron en Tashkent, de ahí viajaron en tren hacia el sur, luego con diversos medios, caballos, camellos o burritos, hasta un punto cercano a la frontera con Tadzikistán y Afganistán, para integrarse a una enorme caravana, que se dirigiría al Este, hacia un monasterio en lo alto de la montaña, donde un monje realizaba curas milagrosas.

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Estaba como hipnotizado mirando hacia abajo, no podía calcular la profundidad del preci-picio que se abría a sus pies; allá abajo un río serpenteaba como un hilo de plata. A sus espaldas alguien dijo “dsch”. Se dio vuelta, era un derviche danzador que había conocido en Konia; se le acercó y le dijo:

“Quien tiene miedo a morir, muere mil veces”.Como un autómata cruzó el puente y se unió a los más rezagados. La marcha se hizo lenta

y fatigosa, por desfi laderos y estrechas gargantas en la montaña. Cuando al llegar a una meseta decidieron acampar, se encontraron con otra caravana que volvía del monasterio con malas noticias: el santo había muerto.

Ahora ya nada tenía sentido, maldecía haber nacido en este siglo; su abuelo le había contado que, hasta fi nes del Siglo XXI, existían médicos que curaban las enfermedades, pero fueron maltratados por la sociedad y acosados con juicios de mala praxis, lo que desalentó a los jóvenes de estudiar medicina. Uno a uno fueron abandonando la profesión, ya nadie estudiaba esa carrera, por lo que terminó desapareciendo. Al principio, ese vacío fue llenado por otros profesionales de la salud, pero también los mismos fueron agobiados por juicios y terminaron dedicándose a otra cosa. Entonces los laboratorios disfrutaron de un buen momento por un tiempo, todos los productos eran de venta libre y se compraban en cualquier comercio, pero un aluvión de juicios por efectos secundarios de los fármacos determinó que se abandonara la producción de medicamentos y se pasaron, entre otras cosas, a la producción de biodiesel, que era más rentable. Por un tiempo quedaron sólo los curanderos, para dar cura a los enfermos, pero también les llegó el turno a ellos pagar por sus equivocaciones y desaparecieron. En-tonces se llegó a una situación límite, en la que ni un amigo se animaba a dar un consejo sobre salud, la enfermedad se volvió tema tabú en las conversaciones. Cada uno trataba de curarse con lo que se le ocurría. La gente adinerada hacía largas peregrinaciones en busca de santos milagrosos. Los hospitales se transformaron en museos.

Mientras la caravana hacía prestos para partir al día siguiente, John refl exionaba qué hacer; no tenía valor para volver por el mismo camino. Parte de la caravana seguiría hacia el Este, siguiendo la antigua ruta de la seda y a través de la puerta de Dzungaria entraría en China. Otros se dirigirían al Sur para subir al Indu Kush, donde la gente vivía muchos años. Mientras le transmitía sus dudas a Serguei, un hombre con aspecto de trappa alejado de su monasterio, le ofreció un cuenco de té mantecado y le propuso atravesar el Karakorum y a través de un paso que él conocía, entrar al Tíbet.

Sintió que no tenía fuerzas para seguir ningún camino. Alrededor el paisaje de inefable belle-za, con las montañas del Tien Shan elevándose majestuosamente hacia el cielo, producía un estado de exaltación mística. Un grupo de tadzikos y kirghises elevaban sus plegarias, un beluche repetía mantras, los prolongados AUM… hacían vibrar el aire, algunos occidentales rezaban siguiendo las cuentas de sus rosarios.

Se arrodilló y, mirando al cielo, imploró:“Señor, alivia el sufrimiento de los enfermos, adelanta la venida del Salvador, si eso aún no

es posible, haz que vuelvan los médicos”.

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Buelga Otero, María Carmen

La maldición de los guantes naranja

La primavera comenzaba y el sol mañanero brillaba en todo su esplendor; la energía corría por el cuerpo de Soledad, mientras miraba las fl ores de múltiples colores y el verde radiante de las hojas. Todo era alegría, alegría al pensar en disfrutar del sol, el leve viento que acariciaría su cara, sus manos, su cuerpo y envuelve sus cabellos en una danza de sensualidad y amor. Con la mirada de quien espera recorrer su casa iluminada y con el pensamiento puesto en el jardín. Un jardín que es su edén para disfrutar los aromas de sus plantas en un caminar lento y pausado por los senderos de piedras blancas que señalan la inmensidad del disfrute. Soledad pensó: “me merezco no hacer nada hoy, tras una intensa semana de trabajo en la empresa. Sí, es mi día de descanso”, y miró la blanca reposera que parecía esperarla y hacia allí fue. Después de permanecer un tiempo en el jardín, donde reinaba el silencio que ocasionalmente interrumpían los pájaros con sus cantos, sintió cierta angustia que la puso tensa e irritada consigo misma. Se preguntó qué le estaba pasando, qué pensamientos le impedían disfrutar el maravilloso lugar que construyó con tanto amor y dedicación. Qué había en el ambiente que tan profundamente la estaba afectando. De repente, fue como si dos manos la tomaran y le exigieran dejar ese reposo que tanto esperó. En su interior decía: “no me voy a mover”, pero esa fuerza intangible era un viento huracanado que la estaba llevando, arrastrando a no sabía dónde. El miedo que le surgió fue aterrador, inexplicable, se decía: “no puedo pensar pero tengo que pensar, qué me está pasando”, se empezó a desesperar, nunca había sentido tanto miedo. ¿Pero miedo a qué?, empezó a caminar hacia su casa pensando: “tengo que fi ngir que nada pasa y todo está bien”.

Cerró los ojos y trató de actuar con naturalidad y, durante unos minutos, la sensación de te-mor pareció atenuarse. Lentamente se acercó a la casa iluminada por el sol; por unos segundos, creyó volver a la normalidad. Inició su recorrido por el comedor, la sala, los dormitorios, la cocina y, por último, el lavadero, lugar donde se guardaban los productos de limpieza, escobi-llón, escoba, trapo de piso, jabones, desinfectantes y demás, todo era una escena conocida. De pronto, empezó a reparar en detalles que antes no había notado. El orden de los objetos no era como habitualmente los dejaba, una sensación extraña nuevamente la invadió y por unos segundos pensó que algo excepcional le estaba pasando.

“Señor, mi Dios, ayúdame”. Un sudor frío recorrió todo su cuerpo y no lo podía controlar. Le brotó de las entrañas

mismas un gran miedo, su respiración se aceleró, el corazón le latía intensamente sin ninguna explicación, sintió que estaba presa y no era dueña de hacer lo que quería, de caminar hacia el jardín y regresar a la reposera donde descansaba, soñaba y disfrutaba de las plantas con sus fl ores, el canto de los pájaros, de la naturaleza misma. Y al mirar a su alrededor, todo pareció oscurecerse, ese sol que iluminaba no tenía luz propia; cerró con fuerza los ojos y se preguntó: “¡Oh, Dios!, ¿qué me pasa?, estoy angustiada, con miedo, temblando. ¡Por favor, por favor,

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Señor! Estoy perdiendo el control”, y pensó si todo lo que estaba viviendo sería real o su imaginación le estaba jugando una mala pasada. Ya no sabía qué más hacer o decir en esa nueva oscuridad que la aterraba. Reinaba el silencio en la casa. Un silencio que aterraba, y en un momento el lavadero, ese lavadero que la había sorprendido, se iluminó con una fuerte luz que encegueció a Soledad.

En ese instante, pudo escuchar el chirrido de la puerta del ropero al abrirse, ese ropero antiguo, heredado de su abuela y que nadie utilizaba, era solo un recuerdo familiar obsoleto, enmohecido por los años sin uso y al que no le daba valor, es más, no recordaba haber guarda-do alguna vez en él una prenda o artículos de limpieza. Su cabeza estaba bajo la confusión de los pensamientos que surgían desordenadamente y sin control, cuando de pronto y sin saber cómo, del viejo ropero salieron mágicamente dos guantes naranjas. Grande fue su sorpresa al verlos fl otar en el aire y escuchar que le decían en forma autoritaria: “¡abre tus manos, que estas deben ingresar en nosotros! Sí, somos los guantes naranja que te llevaran a realizar las múltiples tareas del hogar, esas que hoy no quieres hacer y debes hacer”. En segundos, tomaron sus ma-nos y rápidamente colocaron esas fundas de látex naranja. Estos, cual hechiceros ancestrales, hacían que su sangre circulara rápidamente, su cuerpo temblara y el brillo de sus ojos mostrara la angustia que la atravesaba. Soledad mirada con horror sus manos enguantadas que en forma fi rme la hacían caminar en busca del detergente, desodorante, desinfectante, mientras unos metros adelante el escobillón parecía bailar de alegría, este en forma rápida y sigilosa se le pegó a una de sus manos, arrastrándola hasta un balde en el que un trapo de piso movía el agua. Todos la rodearon exigiéndole que los tomara y los usara para empezar a barrer los pisos de los dormitorios, del comedor y del living, para después ir a los baños. Los guantes naranja le ordenaron limpiar toda la casa y ante su pregunta “¿por qué debería hacerlo?”, le contestaron: “está en la Ley de los Humanos y de Dios, así que ya sabes lo que tienes que hacer”.

“Nosotros somos tu maldición de la que nunca te vas a desprender, la razón está en el más fuerte y somos muy fuertes. Son años y siglos de este mundo que está escrito; las mujeres deben realizar las tareas de limpieza y ordenar su hogar”.

Todo era confusión, los gritos de los guantes naranja no la dejaban pensar y empezó a ha-blar de forma incomprensible, “¡Sí, sí!, siempre fuimos nosotras las que hacemos las tareas del hogar sin descanso, atender a los niños, ancianos y enfermos, lo hacíamos por amor, amor que no pedía nada a cambio. No entiendo, no entiendo, trabajo toda la semana de lunes a viernes desde las ocho de la mañana hasta las seis de la tarde en la empresa y cuando llego a casa sigo trabajando. Les advierto, hoy es sábado; quiero descansar tranquilamente en la reposera de mi jardín, sentir la naturaleza, pensar en cosas bellas y ustedes me atacan, acosan y obligan a realizar trabajos que no quiero hacer.

“¡NO. NO y NO! A ustedes, guantes naranjas, les digo: no me importa el malefi cio, lo voy a romper, no tengo miedo, voy a ser libre de hacer lo que quiero y ¿saben cómo lo voy hacer? Destruyéndolos, ¡SÍÍÍ!, los voy a sacar de mis manos despacio para que sufran cuando sienten que su fuerza desaparece y no me pueden dominar”. Lentamente, Soledad empezó a tirar de un guante y dedo por dedo lo fue desprendiendo, se sentía el lamento del que no puede oponerse

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a la potencia del oponente y así los guantes naranja fueron apretados y envueltos para que re-posaran en un hermoso estuche azul. El día estaba siendo muy agotador, se dijo Soledad, pero también muy gratifi cante: pudo decir NO y otras ideas se fueron imponiendo, porque la gente tiene que pensar que las cosas no siempre son así.

Claro que, por algunos instantes, tuvo algunas dudas de haber obrado bien, pero rápidamen-te reaccionó y se dijo: “suspendí por el día de hoy la maldición de los guantes naranja y tengo que descansar”. Miró hacia el jardín donde la esperaban fl ores y pájaros junto a la reposera blanca, reparó que los rayos del sol eran nuevamente intensos, lo que signifi caba que era hora de distenderse, dado que en breve estaría en la casa la familia, la rutina volvería y era mejor empezar con alegría, dejando para más adelante referirles lo que le había pasado, que había roto por un día la maldición de los guantes naranja. Reaccionó y se dijo: “pero es solo por un día, ¿y si empiezo a cambiar? y del cambio, mi familia también realiza las tareas del hogar, sería maravilloso, de esta forma todos compartimos, somos responsables y terminamos con la maldición de los guantes naranja”.

xCalomarde, Eliana

El Álbum

Daniela era una chica huérfana que vivía en la antigua casa de su familia. Le encantaba pa-searse por los pasillos y solía ir al desván, donde, revolviendo entre las cosas de sus padres y abuelos, encontró un desteñido álbum de fotos, seguramente de todos sus antepasados.

Lo que más admiraba de ese álbum era una foto de su bisabuela que tenía la fecha de 1914. Aparecía sentada en una grande y oscura silla de madera adornada con apliques dorados y con un amplio vestido rosado y blanco. Todas las mañanas la contemplaba un rato porque tenía la sensación de que la mujer de la foto se hacía cada vez más joven. Llegado un día, Daniela se dio cuenta de que la foto era un refl ejo de ella misma, como si estuviese frente a un espejo, y que una extraña luz blanca comenzaba a salir de los ojos de la que en algún lejano momento había sido pariente suya. Ese destello comenzó a hacerse cada vez más grande y, de un momento a otro, una niña exactamente igual a ella estaba parada a su lado. Se contemplaron largamente, con curiosidad y algo de miedo.

-¡Hola! -dijo aquella chica. -Soy Elena, tu bisabuela-. Su voz era suave pero fi rme.-Hola… ¿Q-qué haces? ¿Cómo llegaste? -respondió Daniela, blanca y temblorosa.-No sé… aparecí aquí… y… ¡mucho más joven que antes!… es raro…, pero la verdad es

que ¡estoy muy contenta!Dani observó el vestido, el que tantas veces había acariciado en la foto. Con emoción invitó

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a jugar a la recién llegada y decidieron empezar con sus muñecas. Elena recordó un instante y corrió por la vieja galería a buscar las suyas, que aún estaban guardadas en las casa. Daniela sacó las que siempre tenía en una bolsa, junto a la ventana.

-¡Ah! ¡Qué hermosas!-dijeron al unísono al ver la diferencia entre los juguetes de cada una. Las de Elena eran de porcelana con elegantes vestidos, cabellos rizados y ojitos que abrían y

cerraban; las de Daniela, de plástico con polleras y camisas. Jugaron un largo rato hasta que la luz se perdió en el cielo y se hizo de noche. Prendieron la araña que colgaba del techo de tin-tineantes caireles. Elena la miraba boquiabierta. ¡Tanto tiempo sin verla encendida! Comieron con apetito la bandeja de delicias que una buena señora traía cada día desde que la niña había quedado sola. Felices y cansadas, durmieron abrazadas, entre vestidos y zapatitos.

A la mañana siguiente, cuando ambas ya habían despertado, Elena sintió un fuerte dolor en la cabeza y creyó que era por haber pasado tanto tiempo fuera del álbum. Le dijo a Daniela que debía irse, pero comenzaron a discutir.

-No dejaré que te vayas, vivo sola y nunca tengo nadie con quién jugar; además, ¡no puedes hacer nada más importante dentro de una foto!

-Es que en el tiempo que pasé fuera de ese libro… hay algo que me causa una mala impre-sión, es decir, ¿cómo llegué acá y por qué?

-¡Puede ser algo bueno!, ¡que todo indique que tienes que quedarte!-Yo nunca intenté salir del libro y, a pesar de eso, hubo algo que me expulsó; ahora siento

que me quiero volver adentro.-Entonces, ¡llévame a mí también! -¡No puedo! ¿¡Cómo quieres que haga!?En ese momento, un rugido helado cortó el aire. Daniela comenzó a hacerse pequeña, pe-

queñísima y Elena grande y anciana. Terminaron siendo una abuela con un bebé en brazos, como la última vez que habían estado juntas, justo antes de que Elena partiera. Un destello las envolvió y, en un segundo, las arrancó del suelo. Otro segundo más, y una nueva foto en el álbum…

El libro se cerró estrepitosamente; una voz tenebrosa y profunda clamó-¡Ja, ja, ja ! ¡Ahora sí los tengo a todos...!

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Cárdenas, Ros a Ramona

Recuerdos y vivencias de mi aldea natal

Las imágenes de la aldea donde nací han sufrido una metamorfosis inimaginable o ya no existen. Las generaciones que me sucedieron ni se imaginan la naturaleza silvestre que ocupaba todo el lugar.

Cristalinos y ruidosos manantiales, que en el silencio de la noche trasmitían el murmullo de su perenne trajinar sobre las rocas, rodeados de bosques de añosos árboles de multicolores fl ores, que regalaban su perfume al bosque entero. Ese frondoso paisaje era refugio de gran variedad de pájaros que durante los amaneceres y atardeceres ofrendaban su concierto de tri-nos a quienes se detuvieran a escucharlo.

Un paraíso que, sin electricidad, pedía prestado a la luna llena y a las estrellas su brillante luz que se fi ltraba entre los añosos árboles, reemplazando a las lámparas de querosén.

En cada cumpleaños de mi padre, juez rural de la aldea, el violinista del pueblo irrumpía en el silencio de la noche con su orquesta, para regalarle una serenata.

Del viejo rancho solo ha quedado la ruina, el mismo que, con su largo corredor, tres pilares al frente y su maderamen lustroso, fuera la pista de baile para festejar los acontecimientos fa-miliares de los vecinos, rodeado de múltiples plantaciones frutales.

El mango, con su tupido follaje, refugio del sol abrasador del verano y de las lloviznas en el otoño. La palta cargada de frutos maduros, rompían el silencio de la noche al desprenderse de sus ramas.

El jardín de mi madre con plantas de rosas rojas, amarillas y blancas, un arbusto de cinesia de fl ores anaranjadas y el jazmín de nívea blancura y penetrante perfume.

La laguna cubierta de camalotes, rodeada de sapos y ranas que rompían el silencio de la noche con su ruidoso concierto, grabado por uno de mis sobrinos que, buscando otros hori-zontes, lo llevó a Londres.

El tacuaral, similar al bambú, a pasos del tajamar, bebedero de caballos, seguido de un ma-nantial surgente que terminaba cuesta abajo en una cascada de frescas aguas cristalinas que caían sobre un suelo rocoso. En las calurosas tardes del verano, ruidosas bandadas de niños sentados sobre las rocas se refrescaban bajo el torrente.

El cafetal, frondoso arbusto que primero nos regalaba sus blancas y diminutas fl ores, pre-sagio de sus verdes frutos y, ya maduros, convertidos en racimos de perlas de un rojo carmesí.

El yerbal; una vez al año, un especialista con su sabiduría campesina, rodeado de una fogata, lograba el secado de las verdes hojas dejándolo a punto para el mate. En medio del campo, bajo un frondoso árbol, el panal de abejas llena de miel, con los sabores de las fl ores del bosque circundante.

Al fi nal del predio en medio del bosque, sobre piedras, corría un arroyo cristalino con varios

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surgentes. Mi madre instaló un pequeño brocal sobre uno de ellos y lo convirtió en un pozo de agua inagotable. En épocas de sequía, cuando el pozo proveedor de la población se secaba, una caravana humana se dirigía al lugar con sus cántaros de barro, siguiendo un estrecho sendero, que la huella de sus pasos dejó marcado.

En ese apacible entorno transcurrieron mis primeros años. La chacra heredada de mis abue-los compartían mi padre con sus dos hermanos, sobrevivientes de revoluciones que dejaron sus huellas de desolación y miseria.

Tanto mis hermanos como yo, podríamos haber sido chacareros, pero mi padre, visionario, se ocupó de que saliéramos de esa pequeña aldea para seguir estudios secundarios, terciarios y universitarios en otras latitudes, un desarraigo sin fi n, pero nos abrieron puertas en nuestro largo trajinar por el mundo.

Sus habitantes, siguiendo los senderos trazados por sus heroicos antepasados, que lo hi-cieron en tiempos muy difíciles, donde el Estado era el gran ausente, lo transformaron en un moderno pueblo. Hace más de 56 años que vivo en este país adoptado, ¡pero un pedacito de mi vida quedó allí!

En mi última visita, me reuní con familiares y amigos de mi generación, rememoramos nuestra infancia en esa pequeña aldea donde nacimos. El bebé de ojos azules, el niño Jesús del pesebre viviente en las Navidades, luce diferente. El tiempo que corre veloz para todos y NO lo podemos detener; se hizo cargo de sus dorados bucles y llenó de arrugas su rostro. Todo se ha transformado, nada es estático. La imagen de la aldea que me acompañó a lo largo de mis años de ausencia solo sigue en mi memoria.

Como el vívido recuerdo de mi madre, enferma en cama desde hacía dos años. Allí la ro-deábamos a la vuelta de la escuela para compartir con ella nuestros logros y, con su ayuda, terminar las tareas.

Jamás imaginé que el fi nal de su vida estaba muy cerca. Un amanecer del mes de junio que-dó marcado en mi memoria. A los 43 años de edad, fallecía mi madre; yo tenía tan solo ocho años. El canto de los gallos que anunciaban el amanecer de esa mañana y el de la cigarra en el atardecer ya sin ella, me quedaron grabados para siempre.

Esa mañana, me despertó el movimiento inusual en la casona, pasos acelerados, rostros angustiados; un familiar se hizo cargo de mi hermana menor de dos años y nos llevó a su casa. Allí, alguien nos informó que mi madre había sido llamada al reino de Dios y que debíamos ser fuertes para acompañarla a su última morada.

De regreso a casa, nos encontramos a lo largo del corredor con familiares, amigos y vecinos, con llantos en los ojos que se acrecentaron al vernos llegar. Dentro del féretro, rodeada de blan-cas fl ores, el jazmín cuyo perfume hasta hoy me perturba, vimos por última vez a mi madre.

El que parte hacia otras dimensiones deja un vacío inmenso y un silencio abrumador. Es

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imposible describir todos los sentimientos encontrados que me llenaron de angustia en ese momento. Ocho años de edad no eran sufi cientes para entender la magnitud de la tragedia.

Las noches posteriores a su entierro, en mi imaginación, la veía sonriendo sentada al pie de mi cama. Despertaba a mi padre llorando a gritos, sacudiéndolo para contarle que había estado allí, en ese lugar, hacía sólo unos minutos. ¡Madre, cuantas veces en mi vida necesité tu abrazo! Aún tengo guardada tu borrosa imagen.

Años más tarde, me enteré de que mi padre recorrió ciudades consultando médicos espe-cialistas. Finalmente, el diagnóstico fue una enfermedad terminal. De regreso a casa, medicada para sufrir lo menos posible y esperar el fi nal, sufriendo en silencio su diario agravamiento.

Recreo a la distancia la siguiente imagen: Están juntos en la cima de una montaña, ella cae, queda colgada al borde del precipicio. Logra asirla de las manos, no puede sostenerla por más tiempo y la ve cayendo lentamente al profundo y obscuro precipicio. Permanece allí petrifi cado, ¡impotente ante lo inevitable!

Mi padre logró sobreponerse a tanto dolor, pero nunca en soledad, porque allí estaba aquella comunidad que sabía hacerse presente en los momentos cruciales, desde el gesto, la palabra, las acciones concretas de solidaridad y afecto que hicieron y que hacen la diferencia en e ste transcurrir llamado vida…

xChialvo, Miguel

Los perros

Comoquiera que sea, debe quedar en claro que no odio a los perros. Pero ellos, por alguna extraña razón, me tienen inquina. Me ladran con desesperación, mis pelos se horripilan y los poros de mi piel seguramente segregan alguna sustancia química que los excita más y más. Diariamente necesito caminar por razones de salud. Obviamente que siempre lo hago de día. Y que doy largos rodeos, de cuadras y cuadras para no encontrarme a solas con ninguno de estos animales que deambulan sin dueño.

Siempre digo, en rueda de amigos, que en otra previa vida debo haber sido un gato… o algún otro engendro demoníaco, ya que no puedo colegir con claridad si los ladridos para conmigo son de odio o de temor.

Hasta que ese día, como si mis oídos hubiesen sintonizado en los decibeles que ellos escu-chan, pude, sorprendido, entender lo que decían en cada uno de sus ladridos. Eso fue espanto-so porque tuve acceso a los entretelones de una conspiración que hasta entonces jamás hubiese

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imaginado. Un foxterrier de pelo alambre, de una alzada descomunal, de boca casi oculta por el pelaje que asemejaba un bigote, estaba dando su discurso ante un gran grupo de perros de todo tipo y tamaño: los había de raza defi nida, callejeros mugrosos con el ceño fruncido y hasta alguno de esos perrillos que parecen de juguete, de ojos vivaces y con cintitas color carmesí adornándoles el cuello. Pero, no por eso, menos atentos y decididos a escuchar el parlamento del que parecía ser el jefe. “Ustedes saben que somos lobos. Primigeniamente, tengamos el tamaño, el color o el carácter que nos identifi ca, descendemos de nuestros queridos ancestros: los lobos esteparios. Durante siglos, los humanos nos han manipulado, cruzado, ridiculizado, convencido, haciéndonos creer que nosotros somos sus mejores amigos. Y ponen como ejem-plo a los esclavizados desde cachorros que arriesgan su vida junto a un bombero, o trabajan para la policía detectando droga o dólares, cosa que a nosotros, hermanos, no nos va ni nos viene. Ni decirles del papel humillante de las razas pequeñas, obligadas a comer esos cascotes sintéticos y a dormir en la cama con ellos. Pero hoy, hermanos, justamente hoy, ha llegado el gran día. Como ustedes saben, lo que ellos interpretan como ladridos nocturnos a la luna es nuestra forma de comunicarnos a la distancia. Y la hora ha llegado. La orden de los jefes desde las lejanas estepas ha sido dada: cada uno de nosotros debe atacar por lo menos a un humano según su capacidad. Yo la haré con alguno fornido; tú, pequeño, atacarás a un cachorro de ellos en su cuna. A los hombres el mordisco debe ir directo a los genitales; a las mujeres, ¡al cuello!”

Un retumbar de patas y aullidos enfervorizados siguió a sus últimas palabras. Me despertó con su traqueteo y bufi dos el tren de las siete. Cubría mi cuerpo una fi na sudoración que despertaría más odio todavía. Me duché dos veces y, por las dudas, esta mañana no saldré a caminar.

xCondoluci, Emilio Jos é

24 horas

Todavía está oscuro y Ramón López ya se está cebando unos mates en la cocina que es a la vez comedor y dormitorio de los tres pibes. Los mira durmiendo tirados en los colchones y maldice por lo bajo. Es albañil, pero todavía no pudo terminar la casita. Escucha al bebé lloran-do en la otra pieza, esperando que su mujer le dé la teta. Aún le duele la espalda del laburo que tuvo ayer en la obra, y hoy es otro día que recién comienza…

Víctor Agosti está tomando un café en la cocina de su departamento en Colegiales. Ojea el diario, lee algunas noticias, insulta al gobierno y a la economía del país. Es arquitecto. A los 40, ya está divorciado y con dos hijos a los que ve a los premios. Como si fuera poco, lo estafó su socio, y su ex lo terminó de desplumar. Tiene que irse a trabajar a la obra. Es otro día que

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recién comienza…A media mañana, Ramón López ya está preparando una nueva mezcla de cemento. Ladrillo

sobre ladrillo va creciendo la pared. Ya le pica el bagre, no ve la hora de que sea mediodía para morfar y descansar un rato.

Víctor Agosti está complicado. Los inversores lo levantaron en peso por lo lenta que va la obra. Agosti les dijo que él necesita más obreros, pero no hay guita ni presupuesto a la vista. Él piensa: “claro, como estos negros laburan por día, no tienen ningún apuro por terminar la obra. Solo les interesa darle al tinto y pasarla bien”.

Son las 12 y los laburantes tienen que comer. Van al chino y compran pan, salchichón prima-vera, queso y jugo Mocoretá, es lo que da. El vinacho no está permitido. Agosti aprovecha y se va a un Mc Donald’s, come una hamburguesa completa con una Coca cola.

Faltan 4 horas para terminar la jornada. El laburo continúa, a pesar de que Ramón se lastima con una piedra. Él está acostumbrado. Recibe una llamada de su mujer, no le queda guita, la mujer para la que trabaja no le pagó, encima le dijo que agradezca que tiene trabajo. Tiene que comprarle un medicamento al crío que está enfermo. Ramón se preocupa. No sabe si le van a adelantar unos mangos…

Agosti está en la ofi cina. Fuma sin parar. Tiene que ir al banco antes que le cierren. Después, a las 15, tiene una reunión con los inversores, necesita pedirles más tiempo y dinero. En ese interín, lo llama su ex, pidiéndole más plata por la cuota alimentaria, debe 2 meses de expensas y los precios están por las nubes. Él le grita y le corta. Está preocupado, sabe que ella tiene razón…

Son las 5 de la tarde y se termina el día de trabajo. Ramón busca su mochila, se lava un poco y se cambia. No le va a pedir guita al arquitecto, es al cohete… Él debe vivir en otro planeta, sin necesidades… Saluda a los demás y se manda para la parada del bondi. Agosti ordena unos papeles en la ofi cina, cierra, saluda con un gesto obligado a los obreros. Sube a su auto, tiene que pasar a buscar a los chicos a la salida del colegio.

Ramón cabecea en el 17 que lo lleva a Domínico y lo deja a 8 cuadras de su casa. Está re-ventado. Tiene para hora y media de viaje. Cuando llega, lo espera su mujer con unos mates pelados, como todos los días.

Agosti lleva los chicos a su departamento, les prepara leche chocolatada con unas galletitas, miran un poco la televisión y después los regresa a la casa de la madre.

A las 9 de la noche ya se come en lo de López, fi deos con manteca. Ramón se toma dos vasos de vino tinto y después al sobre, porque a las 4 mañana suena el despertador… Víctor Agosti se pide para cenar una pizza, mientras espera mira el noticiero, fuma un cigarrillo. Cena y se acuesta temprano.

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Disandro, María ElenaCoraz ón esmeralda

Colonia del Sacramento (Uruguay). Estoy almorzando. Frente a mí, un cartel publicitario anuncia funciones de la obra “La sangre de los árboles”.

El autor es el dramaturgo Luis Barrales. Su trama: las incógnitas de vínculos parentales donde no se distingue dónde está el inicio y dónde el fi nal, tal como la cinta de Moebius.

Omití el resto del resumen del argumento. Mis pensamientos volaron hacia otros interro-gantes: ¿cuál es la sangre? ¿Por dónde sangran? ¿Quizás junto con su savia? ¿Quizás a través de las excrecencias en su superfi cie? (la causa de las excrecencias son traumas o difi cultades vivenciados intensamente).

Termino mi almuerzo; en el momento de pagar, le pregunto al camarero dónde hay una plaza. “Acá nomás, a dos cuadras, hacia su derecha, por esta misma avenida”, me contesta.

Parto hacia ella. Un aroma agradable invade el ambiente. Recorro todo. Una hermosa fuente da pie a una rotonda de la que sale un camino muy poblado, muy tupido que cubre toda la geografía.

Encuentro gran cantidad de árboles, con sus grandes ramas, sus anchas y profundas raíces. Forman un corazón color esmeralda. Elijo el más frondoso. Lo observo detenidamente. Lo acaricio. Lo circundo. Me siento a sus pies.

Susurro mis dudas, mientras en mis ojos se agolpan las lágrimas. El sol atraviesa sus copas en forma radial; sobresalen dos resplandores… como dos ojos.

Gotean, gotean… Cada vez más. Ya no es el corazón esmeralda, ahora es purpúreo. El goteo cae sobre mí como agua pegajosa. A medida que toca mi piel, se torna de ese color. Al mismo tiempo brota sangre de mis brazos y piernas formando un charco a mis pies.

De pronto una voz me sobresalta. “¿Sabés por qué sangramos? Porque nos mutilan, nos hieren. Duele… y mucho. Mis ramas son mi vestimenta; el tronco mi base y fi rmeza. Cuando caen las hojas no lloro porque es necesario el reemplazo. En cambio, cuando talan mis brazos o mis pies, o cuando me tatúan (aún para demostrar amor), sufro, sangro”.

No puedo explicar lo que sentí. El ardor que experimenté fue igual a su dolor. Quemaba. Mi corazón latía mucho más de lo normal. Traté de consolarlo uniendo su sangre con la mía. Fue un juramento. Un pacto de hermandad.

Entonces fundió sus ramas formando una copa todavía más tupida. Se inclinó sobre mí. Sentí que, junto con la brisa cómplice, me rodeaba para abrazarme. Me despedí con la promesa de luchar por él y sus compañeros. El color esmeralda resurgió.

Y medité “Si me escuchó, si comprendió el idioma en que hablé, ¡qué dulzura tan honda hará nido en su alma sensible de árbol! Y a la noche, cuando el viento abanique su copa, sabrá que no tiene que temer. Se sentirá majestuoso”. (1)

(1) Basado en LA HIGUERA, de Juana de Ibarbourou.

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Durand, Víctor Hugo

De profesión artista

En la calle levanté el brazo para detener al taxi que disminuyó la marcha junto al cordón del asfalto. Apuré los pasos, pero otra persona subió al vehículo y se fue. Estaba cansado de traba-jar diez horas continuas en el teatro. El reloj marcó la hora: dos de la madrugada en la ciudad desolada, en pleno centro comercial de Buenos Aires. Al ver otro taxi, realicé el típico gesto para detenerlo. Viajaba en él, recorriendo las veinte cuadras que faltaban para llegar a casa. Iba pensando que ese día cumplía dos meses representando al personaje de la comedia “Doña Flor y sus dos Maridos”. Por suerte, fue fácil aprender el libreto, y yo debía salir a escena en ocho oportunidades, pero seis veces me cambiaba para vestirme con trajes diferentes. Luego, me desvestía frente al público. Al despojarme las ropas, las tiro en los alrededores de la simulada habitación. Finalizado el acto, cae el telón. En ese momento, me apuro en rescatar todas mis prendas. En la función de hoy, dos personas del elenco pisotearon la tela, y eso me da bronca. Les dije que tuvieran cuidado… Respondieron: “Sacudí un poco y con eso basta… vuelve a quedar impecable…”. ¡No es así…! Para que esté bien, debo cepillarlas y eliminar las arrugas con agua, refregar, secarlas frente al ventilador y por último, planchar. Con la peluca pasa lo mismo… La busco y no está en el lugar. Entonces pregunto: “¡¿Che…, quién de ustedes tiene mi cabeza de telgopor?!” Todos se hacen los distraídos, hasta que aparece el culpable, que pidió perdón, porque lo tomó por equivocación. ¡Jamás se acostumbran a dejar las cosas en su lugar! Es debilidad que tengo por mantener el orden en mi sector del camarín. Somos tres las perso-nas que ocupamos y compartimos el pequeño espacio. Siempre enloquecemos en momentos que nos llaman para salir a escena. A veces, no puedo tolerar el lío que ellos arman cuando extravían lo que deben llevar al escenario. He visto olvidarse un calzado, y con asombrosa picardía y habilidad, zafan de ser penalizados por el público. Cada día nos esforzamos un poco más. Entregamos todo lo que tenemos, para que la gente nos aplauda con alegría. Por suerte, sentimos que es así, porque, día a día, la obra teatral mantiene el éxito…

Fue sorpresa, escuchar al taxista decir:- ¡Hemos llegado!Busqué la billetera y pagué el viaje. Luego de bajar del móvil, saludé al conductor. Abrí la

puerta principal del edifi cio, y el ascensor me subió al noveno piso. Entré al departamento. Como es costumbre, Anacleta saltó en mis brazos. La acaricié y hablé con ella, y serví en su plato el alimento para gatos. Tuve sueño… y caí tendido sobre la cama diciendo: “Mañana será otro día…”. Pocas horas después, la claridad del sol me despertó.

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Letras Vivas

Eidelstein, Héctor Saúl

Santa Victoria

Todo es tan sencillo y tan difícil de explicar. Es como oprimir con un puño el pasado y con el otro el presente, sin ya tener manos para asir el futuro.

Como un niño parado frente a una vidriera, escrutando el juguete tan deseado, te encontrás, a veces, así, mirándolo. Podés tocarlo, pero no adquirirlo, solo desearlo, porque sabés que nunca va a ser tuyo. Mas el deseo es tan intenso que inexplicablemente hace que sea imposible poseerlo. Entonces sentís la derrota sin orgullo.

Toda la ética que confi gura la felicidad no es más que un compromiso con el peligro que amenaza a la persona dentro de ella misma. Cuando la moral tiende a dominarnos como si fue-ra nuestro amo, con astucia oscura y absurda, se convierte solo en recetas contra las pasiones, contra sus buenas o malas inclinaciones. A todas las pasiones les hace falta ser sancionadas para que puedan ser soportables. Es preciso que se transformen en especias y que comiencen a despedir el hedor del peligro.

Todo lo manifestado hasta aquí, desde el punto de vista intelectual, tiene poco valor. No es ciencia ni menos aún sabiduría, es simplemente intuición.

Pienso también - y lo repito hasta el cansancio- que no es más que astucia mezclada con tontería, o ingenuidad. Es, quizás, un antídoto contra la locura de las pasiones. Tal vez se trate de una renuncia a toda manifestación de los sentidos, así como una inocente o ilusa decisión de destruir las pasiones, o de transformarlas en inofensivas, o de permitir satisfacerlas sin peligro.

Afi rmamos sentir pasión por el arte, por la música, decimos sentir amor por Dios y por el prójimo. Quiero soltar las riendas y sentir sin limitaciones, como esos viejos alegres y ebrios, dueños de una inmensa sabiduría, y en quienes eso ya no produce consecuencias.

Esto se contradice con la moral del miedo.La santa Victoria se producirá cuando se puedan sentir las pasiones sin dañar a nadie, pa-

siones fuertes o peligrosas. Sentir, a semejanza de un pájaro que despliega sus alas y se lanza a volar hacia los picos más altos y hacia las cimas de la moral sin tener miedo, porque la pasión es vida y ahuyentarla es muerte. Mirar el futuro con pasión, con versatilidad, sin máscaras ni artimañas oscuras del pasado que arrastramos.

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Facorro, Lorenz o Alejandro

Tres bajo un paraguas

Sabrina es lo más lindo que me pasó en la vida. Me encanta su pelo rubio, su manera de mirarme con esos ojos tan marrones y expresivos, su elegancia, su belleza. Me tranquiliza aca-riciarla, hacerle masajitos en la espalda, darle todos los gustos. Me enamoré de ella mirándola respirar al lado mío, parecía un ángel encarnado, una verdadera diosa desnuda, aquella primera vez que durmió conmigo.

Casi todos los días salimos a caminar. Nos hace mucho bien, no pensamos en nada mientras hacemos esa rutina que tanto necesitamos para estar más lindas. Nos gusta salir a la tardecita, caminamos rápido, casi siempre por la vereda de enfrente donde todavía hay sol. Hacemos todos los días un poco más de un kilómetro, miramos todo, no decimos nada.

Me llamó esta mañana Axel, tiene que decirme algo importante. Nos vamos a encontrar en la esquina de casa y esta vez daremos una vuelta los tres. Me gusta Axel, pienso en él a cada rato. Y cuando estoy pensando en él me suenan campanitas dentro de la cabeza, siento como que miles de hormigas tibiecitas me recorren todo el cuerpo. Marina, la hermana de Axel, cree que estoy enamorada de él. De los chicos que conozco, Axel es el que se lleva mejor con Sabrina. Eso para mí es muy importante.

Mis compañeras de escuela dicen que no tengo novio por culpa de Sabrina. No es que vaya a ponerse celosa, dicen que por quererla tanto ya no me queda tiempo ni lugar en mi cabeza para salir con algún chico. A mí no me gusta hablar de mis cosas ni que me anden preguntando a cada rato si le daría a Gustavo o a Martín. Cuando Daiana me explicó cómo Julieta le había enseñado a besar con la lengua tuve que hacerme la experta, antes de que me propusiera darme una clase práctica para enseñarme. Ayelén es la peor de todas, dice –estoy segura de que exage-ra– que ya va por el séptimo chabón que se transa.

Está empezando a lloviznar suavecito. Axel está llegando a la esquina. Sabrina mueve la cola y salta de alegría, tengo que agarrar fuerte la correa para que no cruce la calle a los piques. Ya estamos los tres caminando, pegaditos a la pared para mojarnos lo menos posible. Hoy como máximo daremos dos o tres vueltas a la manzana, no es un día lindo para pasear. A Sabrina le gusta ponerse en el medio de los dos, cambiar de lado a cada rato, enredarse y enredarnos con la correa, se la doy un momento a Axel para poder abrir más cómoda el paraguas.

Se largó con todo. Qué desastre, el viento sacude el paraguas, las gotas nos golpean en la cara, nos mojamos por los dos costados. Le digo a Axel que se acerque, que venga debajo del paraguas. A Sabrina tampoco le gusta mojarse, tironea de la correa, da vueltas alrededor nues-tro. Me estoy mojando toda, desde las medias hasta la cabeza.

Tres bajo un paraguas. De izquierda a derecha: Axel, Sabrina, Candela. Ahora parecemos cuatro: Sabrina, Axel, Candela, Sabrina. Ahora cinco: Sabrina, Axel, Candela, Axel, Sabrina. Pero somos tres. Amontonados como si fuéramos uno.

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Cómo llueve. El viento me arranca el paraguas de la mano. Vuela dando saltos hasta la vereda de enfrente. Axel me abraza, lo agarro fuerte de la cintura. Nunca me imaginé que mi primer beso me sorprendería debajo de la lluvia.

xFallo, Carlos Alberto

El gato Andrés

El gato Andrés siempre había querido ser perro. Desde recién nacido tuvo esa inclinación; su madre lo retaba cuando veía que levantaba la pata para hacer pis o cuando, de vez en cuando, se le escapaba algún “guau”. Mientras sus hermanos y hermanas trataban de escaparse de todo perro que los asechaba, él, en cambio, se quedaba parado y los enfrentaba hasta que tenía que desistir y terminaba huyendo como el resto; no lograba explicarse por qué lo atacaban también a él, si era uno de ellos. Sus mejores amigos eran los cachorros de turno de cada una de las perras que tenían cría, dormía en una cucha abandonada y llegó a mover la cola cuando estaba contento. Y fueron pasando los años, y Andrés cada vez estaba más convencido de que era un perro, si hasta llegó a ir a aprender el idioma: tres veces por semana acudía a una academia donde enseñaban a gatos y gansos a ladrar, era el mejor de la clase; a los seis meses ladraba a la perfección. Fue así que un día pasó por el pueblo donde Andrés vivía con su familia un circo e, inmediatamente, se presentó ante el dueño y le pidió que le tomara una prueba. El señor le pre-guntó cuál era su especialidad, y él le dijo que por ser perro sabía saltar bien alto y traspasar aros de fuego; por supuesto, el hombre se asombró de lo que veía y escuchaba, y decidió tomarle una prueba. Al verlo no podía creerlo, Andrés saltaba y atravesaba los aros de fuego al mismo tiempo que ladraba, era un espectáculo nunca visto, lo contrató de inmediato y, por varios años, Andrés fue la fi gura principal del circo; lo presentaban como el GATOPERRO ACROBÁTI-CO. V iajó por muchos lugares y conoció a muchísimos animales. Pero en la intimidad de su camarín se sentía solo, pues los perros conocidos no se hacían amigos de él por su condición de gato y los gatos lo ignoraban, porque no soportaban que fi ngiera ser perro. Cada día que pasaba estaba más y más triste, hasta que un día se unió al circo una gatita blanca de angora; era dulce y hermosa, y Andrés se enamoró inmediatamente de ella. Al poco tiempo de compartir cosas con ella, logró comprender que en realidad siempre había sido un gato y que ya era tiempo de formar una familia, entonces tomó la decisión de volver a ser lo que nunca había dejado de ser, UN GATO, y se casó y tuvo varios gatitos. Por supuesto, les enseñó a ladrar y a saltar, y volvió a su pueblo y vivió feliz toda su vida, siendo un exitoso gato bilingüe.

Y colorín colorado, este cuento ha terminado. Moraleja:No reniegues de tu naturaleza, pero igualmente trata de superarte.

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Fatti, Ángela

El tesoro del campesino

Casi todos los padres desean que sus hijos continúen con las tradiciones familiares o las costumbres ancestrales. Que el mismo labor que realiza el padre o la madre sea continuado por ellos. Sin darse cuenta de que, tal vez, ellos quieren otras opciones. Motivo por lo cual mucho de los hijos, cuando pueden, se van a otros sitios en busca de un mejor porvenir y a su elección.

Un matrimonio de campesinos, ancianos, se lamenta porque sus hijos, de uno en uno, par-tieron rumbo a la ciudad, persiguiendo sus metas, dejándolos solos, con todo el trabajo para hacer en el campo.

Los mayores, al encontrar trabajo y tener recompensa monetaria, fueron llamando a los otros hermanos. También les pidieron a sus padres que vendieran los campos, porque en la ciudad era más fácil obtener dinero, y con menos trabajo.

Pero los abuelos están acostumbrados a ese lugar, a su casa y a sus animales. Se resisten a dejarlo todo, más con el miedo a las grandes ciudades, la multitud, los ruidos. A lo desconocido.

Al tiempo, a los abuelos, se les ocurre escribirles a sus hijos, diciéndoles que si alguno de ellos se queda a cuidarlos, les dejaría las tierras y un cofre con monedas de oro. Las venían guardan-do para repartirlas entre ellos al desposarse. Visto que a ninguno les complació el trabajo de campo, entonces, todas serían para uno solo.

Había algunos de sus hijos a los que las cosas no les había ido bien como ellos hubiesen que-rido, por lo que volvieron con sus padres. A su regreso, les preguntaron donde tenían el cofre.

-Sobre el techo -dijo el padre-, pero la llave está en poder de mi amigo, y solo cuando mu-ramos tu madre y yo, será de ustedes. Ahora vayan, el campo los necesita, con mi reuma poco puedo hacer.

Los hijos que se hicieron cargo del campo. Trataron de modernizar la maquinaria para fa-cilitar las tareas rurales, tomando crédito en el banco más un poco de dinero que había en la casa. Emprendieron la dura tarea de sembrar, cosechar y tratar de vender en el mercado sus productos.

De a poco fueron pagando deudas, adquiriendo otras, siempre con el fi n de renovar y mo-dernizar las maquinarias y así vivir del campo sin mayores preocupaciones.

Pasaron algunos años duros por culpa de la sequía o de las inundaciones. El banco exige el pago de las deudas o les quitarán parte de las tierras. Por lo que los hermanos piden al padre parte de las monedas que guardan en el techo, pero este les dice que vendan las maquinarias y paguen al banco.

Ellos lo hacen, pero discuten con el padre, pues no quieren ser mulas de trabajo teniendo dinero; estas discusiones provocan desaliento en los jóvenes, peleas entre los padres, fruto de estas se deteriora la relación entre ellos, la salud de la madre se ve afectada y fallece.

Los hermanos que viven en la ciudad vienen al velorio a darle el último beso a su amada

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madre; luego del sepelio, increpan al padre por lo sucedido.-¡Dijiste que le darías todo a quien se quedara a trabajar en el campo, papá! Entonces, ¿por

qué no usaste las monedas de oro?-A mi muerte sería todo.-Renunciamos a ese tesoro a favor de nuestros hermanos, con tal que se queden con el

campo. Sabemos de los sacrifi cios que representa este trabajo ingrato de sol a sol, todos los días del año sin descanso. Como hermano mayor, te pido el cofre y la llave ahora que estamos todos presentes.

-¡Hijos ingratos! Criamos diez y ninguno se quedó a nuestro lado, nos dejaron solos. Las cua-tro mujeres se fueron con sus maridos, de vez en cuando nos visitaban, pero es lógico, se deben a sus esposos. A mis nietos apenas si los conozco. Los varones se fueron “a la gran ciudad”, como dicen ustedes. ¿Para que trabajé? ¡Para ustedes! Para que tengan un pedazo de tierra.

-¡Papá! Somos muchos y la tierra no da para tantos. Por eso nos fuimos. En la ciudad se encuentran muchas oportunidades, hay otras clases de trabajos. Es cierto, se vive acelerado, hay muchas personas, pero podemos hacer otras cosas, como estudiar, pasear, estar en nuestra casa pequeña, ir al cine.

-¿Cuándo tuvimos un peso en nuestras manos? ¡Jamás! Y eso que te ayudábamos… -dice otro de los hijos. El menor de la familia intercede en la conversación:

-Papá, si quieres que se alguien se quede, saca las monedas para pagar la deuda al banco.El cofre está allí, de nada les va a servir. Las monedas no existen, se acabaron hace muchos

años. Su madre y yo queríamos que no se fueran, que entre todos labrásemos la tierra. Pensé, tontamente, que juntos podríamos hacer resurgir estos campos.

El padre, acongojado, se desploma en su silla con los ojos llorosos mientras sus hijos lo mi-ran. Están por reprocharle sus mentiras, pero lo ven tan abatido, que de a uno pasan a su lado tocándole el hombro mientras salen de la casa.

-Yo me quedo con él, ustedes vuelvan a sus vidas. No puedo dejarlo así -dijo uno de los hermanos.

-Yo también me quedo. En todo caso, podemos vender una porción de la tierra y hacer lo que podamos mientras viva; luego, Dios dirá.

-Nosotros veremos cómo ayudarlos desde la ciudad.- ¡Gracias! No se olviden de él. Aunque esté equivocado, es nuestro padre.

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Frater, Aldo Francisco

El Ascensor

Shelly, una mujer de cuarenta y tres años, soltera, vivía desde siempre en Oxford. Su vida había pasado sin sobresaltos, hasta que empezaron en la tranquila ciudad aquellos crímenes sin explicación. Todos comenzaron a estar temerosos, en especial Shelly, a quien afectó mucho este tema y quedó sumamente impresionada con los rostros desfi gurados de las víctimas. Se encontraba nerviosa, temerosa, angustiada.

Para distraerse, estuvo leyendo algunos libros, hasta que el cuento “Siete pisos”, de Dino Buzzati, que relata cómo el personaje queda atrapado en una experiencia aterradora en el Hos-pital Radcliffe descendiendo piso por piso hasta llegar al primero donde los médicos ya no tienen más que hacer y sólo trabajan los sacerdotes, la afectó muchísimo.

Su angustia aumentaba día a día, por lo tanto, decidió visitar a su médico de cabecera. Este, luego de examinarla, le indicó que debía hacerse algunos exámenes en el séptimo piso del Hospital Radcliffe.

-¡No! ¿Justo ahí? ¿No puede ser en otro lugar? -le dijo preocupada.-No, pues casos como el suyo sólo se tratan ahí -contestó su médico, sin prestarle mucha

atención.Trató de olvidarse del tema, y así llegó el día que debía concurrir a su chequeo. Era un típico

día de invierno y, a pesar de sus temores, llegó al hospital a la hora indicada. Cruzó el pasillo principal y llamó al ascensor; no había casi nadie en los pasillos, se abrió la puerta y ella fue la única que entró, estaba sola, se cerró la puerta y comenzó la lenta subida.

Unos pocos segundos después, Shelly repentinamente sintió una oleada de miedo sin que hubiera razón alguna. El corazón le latía rápidamente, le dolía el pecho y se le difi cultaba cada vez más respirar, llegó a creer que se iba a morir. Inmediatamente, vio con preocupación que el ascensor comenzaba a cambiar de fi sonomía, las paredes metálicas se tornaron oscuras y al mirar el espejo que había en una de sus paredes, vio que de pronto entraba gente extraña, deformada. “Dios mío. ¡Esos rostros! ¡Son ellos!” pensó. “Tranquila, trata de dialogar”, se dijo. Pálida y al borde del desmayo, trató de mantener la calma y hablar con los inesperados acompañantes, quiso preguntarles qué hacían ahí, quiénes eran, pero no recibía respuestas. Ella transpiraba sudor frío y de pronto comenzó a llorar y a gritar, nadie la escuchaba, y cada vez subía más gente, ya tenía un aspecto terrible ese ascensor. Sus paredes ahora parecían de madera oscura y el espejo por donde espiaba la gente se transformaba en una nebulosa gris y pesada, sus gritos eran aterradores. De pronto, el ascensor se detuvo y se abrió la puerta, antes de desmayarse alcanzó a ver que alguien la tomaba en sus brazos y la aferraba con fuerza.

Cuando despertó, estaba acostada en una camilla asistida por una enfermera, ella sólo atinó a preguntar: -¿Qué me pasó? ¿Quiénes eran las personas del ascensor? ¿En qué piso estoy?

Que la enfermera le dijera que estaba en el séptimo piso y había sufrido un ataque de pánico

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no la tranquilizó y obsesionada con el cuento de Buzzati, quiso saber más. Cuando la enfermera le dijo:-Al revisarla surgieron algunas dudas, así que la llevaré al sexto piso para realizarle una tomo-

grafía y luego quedará internada en observación en el quinto.Quedó petrifi cada y sólo atinó a balbucear – ¡No, Dios mío!

xFuentecilla, María

Historia optimista de un hueco

Dicen que el mundo está adentro de cada uno. Ante la duda de que me falte algo, tragué todo lo que me gusta para asegurarme de estar completa.

Empecé por fl ores y plantas, mis libros y revistas preferidas, el cuaderno de poemas y las lapiceras.

Troncos, ramas y tapas duras me dieron trabajo, pero no tanto como el metal de mi bicicle-ta, de la bombilla del mate y de la fl auta traversa; esos me rompieron los dientes y la lengua. Cuando llegué a este punto, intenté parar, pero no pude y seguí conmigo, tragándome la cara, el cabello, los huesos de la cabeza, los brazos, la espalda, los pechos, todas las vísceras, columna y costillas, caderas, piernas, todos los músculos, la piel y la sangre.

Esta es la historia de cómo me transformé en un hueco y cómo hoy llegué a ser cenicero. Ahora, espero renacer entre las cenizas.

xGatter, Daniel Natalio

La otra mirada

De todos modos, ya no soy el que fui; perdí mi identidad, mis deseos, convivo con personas que me demuestran afecto, me cuidan, mas nada ni nadie puede aplacar el pensamiento recu-rrente que noche a noche me oprime y me llena de angustia.

Mirar para volver a ver.Hoy, cinco de abril, en una mañana de lluvia suave y persistente, voy camino hacia ese lugar.

¿Qué busco?, ¿Qué espero encontrar?No lo sé, tampoco recuerdo mi pasado, no tengo historia. Apenas lo que me cuentan, pa-

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labras, nombres, hechos que no siento como míos, igual que mi nombre y ese rostro que me mira triste desde el espejo empañado cuando salgo de la ducha.

El avión carretea, el ruido de los motores me resulta familiar. A muchos de los pasajeros les resultará así, pero la diferencia está en que ellos saben con qué instante de sus vidas pueden asociarlo.

Dormito tratando de no pensar, en mi cabeza sólo golpea la misma frase, la única que siento verdadera, la que me conecta a ésta vida que no es mía y que trato de descubrir cada mañana.

El ronroneo de las hélices se hace más suave, los oídos se llenan de silbidos y la respiración se difi culta. Tocamos tierra; algunos aplauden, otros se besan, yo solo miro, miro para volver a ver.

Después de dejar la valija en la habitación del hotel, me calzo la mochila sobre la espalda y le pido al conserje un remís.

El chofer usa gorro de lana y silba, mientras la música clásica sale por los parlantes que están detrás de mi nuca, me pregunta si hablo inglés. Le contesto que no, pero entiendo lo que me pregunta si habla pausadamente.

Quiere saber de qué país vengo. Le digo que soy argentino. Me mira fi jo por el espejo retro-visor y no vuelve a hablarme durante el resto del viaje.

Me deja sobre un camino de tierra y me hace seña con la mano para que camine hasta un pequeño chalet de tejas rojas que se encuentra pasando un arco con una inscripción en inglés.

En la entrada hay un soldado que me pide los documentos, pasa un detector de metales alrededor mío, revisa la mochila y deja que me aleje. Siento su mirada en la espalda, como si esa sensación ya la hubiese vivido. No tengo temor, quizás porque ya no sé lo que signifi ca tener miedo.

El camino es angosto, el viento sopla fuerte, a lo lejos se ve el mar, acá no vive gente, solo hay cruces de madera colocadas en una forma que desde el avión forman una enorme cruz. Me detengo frente a una de ellas, saco unas fl ores de la mochila y las coloco al pie. Tiene una fecha y un nombre tallado, Matías González.

Así dicen que me llamo, también dicen que la esquirla de la granada que atravesó mi casco se llevó algo más que piel y cabello y que la noche anterior al ataque, Juan Palomino, que dormía en la cucheta de arriba, me cambió la ropa por la de él, para hacerme una joda. Yo no sé si es cierto, en realidad no sé si existo o no, ni de quién son los huesos que descansan debajo de esta tierra de mierda tapada por la escarcha de la madrugada.

De todos modos lloro, que es lo único que no me olvidé de hacer. Vuelvo sobre mis pasos, el horizonte se aleja como los recuerdos. Quizás sea todo una pe-

sadilla, quizás sólo vine para estar seguro, quizás ya no vuelva y me quede acá para estar cerca.Quizás algún día ya no deba abrir los ojos para mirar y volver a ver.

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Gómez , Eduardo

El encargo

Al “Negro” lo esperabanen Asunción su pasaporte falso y el pasaje a Italia.Tal como habían acordado,los quinientos mil dólares estaban depositados en una cuenta en Uruguay a nombre de María, su compañera de siempre.

Cruzó a Paraguay por Paso de los Libres, caminando tranquilamente junto a otros, sin que migraciones le solicitara identifi cación alguna.En Asunción abordó el avión directo a Roma.

Desde su fuga de la prisión, durante el cuarto año de su sentenciaa nueve, vivía escapando de la policía que continuamente pisaba sus talones. Se había jurado no volver a estar preso, a costa de lo que fuera.

A través de un ex - compañero de celda le comenzaron a llegar los encargos.El primero fue el más duro. Vio estallar la cabeza del sindicalista mientras se desplomaba en medio del humo del disparo.En los siguientes aprendió a concentrarse en el fi erro. Detrás del caño solo existía una silueta hueca, sin rostro, vacía.

Una vez en Roma, buscó el pequeño hotelito en el Trastevere, frente a la Piazza San Calis-to. Se hospedó en él y una vez en su cuarto, solicitó por teléfono una pizza al número que le habían facilitado.A los pocos minutos se hizo presente el cadete, quien además de la pizza le hizo entrega de la nueve milímetros automática.Durmió cinco horas. Se levantó a la una de la madrugada para conseguir un lugar preferencialen la audiencia pública del viernes. Se instaló pegado a la valla de contención y aguardó.

La inmensa plaza comenzó a llenarse de gente. Se puso a saltar junto a los demás. Eso le permitía afl ojar un poco los músculos e incrementar esa tórrida sensación que subía hasta su coronilla.Desplazó su mano dentro del bolsillo de la campera y sintió el frío del metal en los dedos contrastando con el calor que invadía el resto del cuerpo.No había miedo... No había Dios.La cocaína le había proporcionado, una vez más, esa conocida y eufórica sensación de que no podía perder. No importaba lo que hiciera, no podía perder..., y de cualquier modo, ya tampoco importaba.

Sabia lo que era el dolor, pero el dolor de adentro, el del alma. Como aquel que lo golpeó cuando murió “el Moncho”.Sintióesa bala ajena, en su propio cuerpo. La que debiera haber sido para él, aquel día que los entregaron durante el robo al banco.La que entró por arriba de la ceja izquierda de su hijo y le atravesó la cabeza como un taladro dejándolo tendido sobre un charco rojo, boca arriba en medio de la calle, mirando por ultima vez un cielo profundamente azul. El otro, el del cuerpo, ya no era dolor, era una sensación que traía pegada a la piel desde que tenía memoria, desde el hambre, desde el frío, desde las gotas de lluvia golpeándole la frente a través del techo de chapa, desde la hebilla del cinturón cortando la carne de su espalda. Desde siempre.

No quería pensar. Este era un encargo como cualquier otro. Uno de los tantos que había

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llevado a cabo por migajas pero este era el seguro de vida para María y su hija Andrea.Laalgarabía y el movimiento general indicaban la proximidad de su objetivo. Podía ver-

lo a punto de abrazarse con los que se encontraban delante suyo, confundiéndose con la multitud.“El negro” observaba el desplazamiento nervioso de la custodia tratando infructuo-samente de cubrir los pasos delblanco.Podía distinguir su mano en lo alto, bendiciendo, encon-trándose por encima de las cabezas con otras manos ansiosas del contactoDefi nitivamente sumergido en la marea humana. Y al personal de seguridad, en medio de una situación ya fuera de control, tal como ocurría siempre, abriéndose paso desesperadamente entre la muche-dumbre.Abrazos, besos, empujones. Su rostro en una expresión de conciliación y entrega pero sin temor en medio del gentío. Casi dejándose llevar por la multitud. Igual que en todas sus apariciones públicas. Ignoraba las medidas de seguridad. La presencia del personal vestido de negro a su alrededor con cables conectados a los oídos provocaba su continuo desagrado. Lo consideraba una barrera que lo separaba de lo que más disfrutaba, de la energía que lo alimen-taba a través de ese contacto físico, del cruce de miradas cargadas de expresividad, del arco de sensaciones viscerales que transmiten la esperanza y la fe. De la calidez de las voces cerca de sus oídos, alentándolo, pidiéndole que no afl oje.Era la única forma en la que Francisco concebía su magisterio. En ese contacto intimo con todos, a pesar de los riesgos que suponía.

Los separaba una distancia de tres metros.Aunque “el negro” aún no conseguía ver su cara, la creciente excitación a su alrededor le hizo empuñar la automática con mayor fi rmeza.En ese preciso momento divisó su rostro sonriente. No logró, como en otras oportunidades, desviar su vista de esa mirada apacible y al mismo tiempo tanexpresiva. Dudó, pero ya era tarde. Dejó que pasara delante suyo, y en un movimiento rápido y preciso extrajo la mano del bolsillo, coloco el caño a la altura de la sien del blanco y efectuó el primer disparo certero.El segundo fue para él...

xGubinelli, Viviana

Brian Jonás, ese hombre común

Cuenta la leyenda que Brian Jonás existió.No se sabe bien cuando nació, al parecer no era un hombre tan anciano, por el vigor y op-

timismo que expresaba en cada uno de sus actos. Tampoco un jovencito, ya que su lenguaje sonaba algo anticuado y sus gustos mostraban señales de un tiempo pasado.

Brian Jonás no era muy alto, torso ancho, tez trigueña, frente amplia, nariz irregular, boca prominente, cabello muy negro, ojos huidizos. Se asemejaba a un veterano de la guerra contra el Paraguay, cargaba sobre sus hombros una buena cantidad de batallas ganadas y perdidas.

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También tenía una impronta de capitán de barco pirata, un dejo, una mueca cómplice, una mirada perdida hacia el horizonte, provocaban esta impresión.

BJ era un tipo práctico. No dejaba que nada lo impresionara; si tenía que ir a cazar ballenas al ártico, allí estaba, sentado en su mesa de trabajo diseñando una estrategia para lograr su fi n; si la cosa iba para el lado de la pesca del surubí enano, listo, era el primero en comprar el equipo adecuado, para ser el que pescara más surubíes enanos del litoral Argentino. Sí, Brian Jonás era argentino.

De la familia de Brian Jonás mucho no se conoce, nació en un hogar decente, bien consti-tuido, y, por comentarios de vecinos de su barrio, era un pequeño bastante travieso. Le gustaba robar limones de la casa de al lado, la de doña Alcira, y luego venderlos en alguna esquina céntrica de su pueblo. Con lo recaudado fue haciéndose de un pequeño patrimonio que gastó en la compra de un trombón, asolando los oídos de todo el vecindario.

Nos vamos dando cuenta, entonces, de que Brian Jonás era un señor que se daba maña para todo. Lo que naturalmente no le era dado, él lo inventaba. Cuando alguien le pedía algo, allí estaba sugiriendo soluciones. Era práctico tener un Brian Jonás a mano.

Sus amiguitos de la niñez lo tenían muy en cuenta, no tenía muchos, pero eran buenos. Con el correr de los años, hizo una especie de culto a esas amistades. Todos los años, de mayores ya, se juntaban en Baradero (Provincia de Buenos Aires), en una quinta bastante alejada de la civilización, y durante tres días realizaban rituales extraños, terminando con una ofrenda a la Pacha Mama regada con abundante alcohol y bailes psicodélicos. Brian Jonás era celoso de sus amigos, y no se los presentaba a cualquiera. Había que hacer méritos para llegar a ese círculo tan exclusivo, como, por ejemplo, saber escribir poesía de corrido, hablar algún idioma raro o ser Budista.

Brian Jonás tenía buen humor; no derrochaba carcajadas, pero, en general, se las arreglaba para llevar su vida con buen talante. Bastante cerrado, eso sí, cuando se trataba de expresar sentimiento; no le parecía conveniente ser tan expresivo, no le parecía seguro, sobre todo con esta cuestión de que sos esclavo de tus palabras y dichos similares. A Brian Jonás no se le esca-paba una, como decían en el barrio, pero a veces era un poco atorado y se le complicaban las cosas. Un día quiso correr la maratón de los cincuenta barrios costeños, y mientras corría infl ar globos amarillos y rojos para la kermese dominical, la que organizaban los monjes mercedarios de la localidad, atándolos con un piolín uno por uno. Resultado: el pobre Brian Jonás con sus piernas enredadas en los hilos, ascendido a una considerable altura por un manojo de globos bicolores. Malabares tuvo que hacer, pinchando uno a uno con una de sus uñas, moderando el tiempo de caída. Situaciones como estas tuvo en cantidades, de algunas salió airoso; de otras, mmm, no tanto.

Todo el mundo le decía cosas como: ... “¡Un día te vas a matar!...”, con estas cuestiones de no poder hacer todo a la vez. No había caso, al parecer, tuvo un trauma muy fuerte de pequeño. De todas maneras, había gente que con mucho gusto aceptaba las sugerencias prácticas de nuestro personaje. ¡Imaginemos lo cómodo que debe ser tener gente que te solucione la vida!

En su adolescencia, BJ desató pasiones. Era aventurero, audaz, dentro de los límites que se

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autoimponía, es decir, audaz pero no tanto o tonto. Exótico, sí, también bastante exótico. De-seaba marcar la diferencia con el resto de la gente. Sentía que era un incomprendido, siempre andaba organizando cosas para hacer. Junto a sus amigos, esos, los de siempre, un día armaron una expedición a las islas de Cañaveral Seco. Les expuso el plan, y lo escucharon con aten-ción. Detalló cómo llegar hasta allí: cruzarían en bote prestado por un joven conocido, cuyo padre era pescador de sábalos. Luego remarían a ritmo parejo por una media hora, en línea recta hacia el objetivo, una isla pequeña entre islotes. Sus amigos lo escuchaban con atención, sugerían cosas, que BJ desechaba, él ya tenía todo organizado, para qué agregar elementos que más que aligerar el itinerario, lo entorpecerían. ¡Obstinado nuestro hombre! Otra característica de BJ que detectamos: pensar que su plan era el mejor y más cuidado. Existe gente así, sin dudas, pero, en este caso, era una exageración de obstinación, rasgo que le dio varios dolores de cabeza en su vida.

Ustedes se preguntarán, o tal vez no, ¿qué paso con el viaje a la isla? Lograron arribar con éxito, unos cinco o seis jovenzuelos, pero era tal la invasión de mosquitos pata larga, que ni siquiera quemando en un brasero improvisado una cantidad de pasto seco, y otras cosas que encontraron, pudieron espantarlos. Tuvieron que emprender el regreso con prisa, so pena de quedar prácticamente irreconocibles por los picotazos. Todas las miradas se dirigieron automá-ticamente a Brian Jonás, inquisidoras, para no decir rabiosas. Moraleja: los cabeza dura tienen que hacerse cargo de situaciones así; si hubiera aceptado las sugerencias de sus amigos, habrían repartido las “culpas”. Esta fue una impronta que portó siempre BJ, eso sí, con hidalguía.

Brian Jonás siempre se trazaba objetivos, era muy ambicioso, mucho. ¿Ya lo dijimos esto?, tal vez sí, pero igual vale recordarlo. Por ejemplo, y volviendo al episodio de la isla, no solamente quería pasar un rato divertido con amigos, no… Había leído por ahí que la isla en cuestión tenía enterrado un tesoro compuesto de lingotes de oro y plata, producto de un naufragio. Un galeón español del siglo XVII había naufragado en la zona de Cañaveral Seco, al parecer algunos mari-neros del barco habrían llegado al lugar, y con esfuerzo enterrado un gran arcón con los tesoros descriptos. Cuando BJ leyó esto, le brillaron los ojos de codicia. Ya se imaginaba llevando una vida tranquila, en una mansión rodeada de bellas amantes, viajes, ropas lujosas, vida de rico. Nada fue posible, pero esa idea lo rondó durante años, aunque nunca volvió a la isla.

En cuestiones de trabajo, era un gaucho de ley, no le esquivaba el bulto a la responsabilidad, le gustaba tener el mango en el bolsillo. Un buscavidas de muy joven, un trotamundos; lue-go, en la madurez, un negociante. Trabajó de lustrabotas, tendero, barbero ocasional, hombre pancarta anunciando diferentes productos, empleado bancario. De ese trabajo se cansó rápido, demasiada formalidad. Le gustó mucho cuando lo contrataron para cazar pirañas en el Amazo-nas, ya que pudo observar directamente la vida natural de la piraña o pirà (pez) añà (genio del mal) según el lenguaje guaraní. Tal vez si hubiera pasado el resto de su vida con esa actividad, se hubiera convertido en una de ellas, en un hombre-piraña o pirà-añà-caraì. No pudo continuar, le tiraba mucho el pago y no encontró forma de combinar extrañeza con benefi cio económico.

En las cuestiones sentimentales, BJ desató pasiones, eso sí lo dijimos. Díscolo en la tempo-rada de adolescencia, pasaba de un amor a otro; un día moría de amor, al otro había perdido

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todo el interés por su supuesta dama perfecta. Le gustaba idealizar a su amada. Sus gustos eran diversos; es más, no le importaba demasiado la estética, siempre y cuando la muchacha fuera querendona, complaciente y romántica. Debió sortear algunos peligros cuando se enamoró perdidamente contando unos diecisiete, de aquella joven hija de una familia gitana. Bella, de largos cabellos negro azabache, boca carnosa, ancha sonrisa y ojos almendrados, rostro oval, se parecía a una madonnina italiana. Cierto día la vio pasar frente a su casa con dos chicas más. Se enamoró al instante. Luego averiguó preguntando a gente de su conocimiento, hasta que dio con la casa donde vivía la gitanilla. Decidido, llamó a la puerta. Un hombretón oscuro abrió con sigilo; al ver parado a BJ allí no hizo más que mirarlo fi eramente, haciéndole saber con ese gesto que desapareciera al instante del lugar, que él no era bienvenido y que más vale no volviera por allí.

BJ no se acercó nunca más a esa casa. Aprendió así que, aunque ardiera de pasión, siempre debía anteponer la razonabilidad al apasionamiento. De esa forma, este episodio selló para siempre la vida amorosa de n uestro personaje. De allí en más, primó en él el cálculo antes que los ardores.

xHerlein, Eduardo Javier

El secreto de la paloma

Una noche, cuando la luna se escondía detrás de las grises nubes, Pedro le contó a José María que todos los niños se reunieron en la plaza junto a la palmera más alta. Porque, según conta-ban, había una mujer que, durante las primeras horas de la tarde, solía raptarlos. La condición para estar en la reunión consistía en que bajo ningún concepto los adultos debían asistir ni enterarse de lo hablado.

Anselmo aseguraba que la había visto salir de un arroyo con largas algas atadas en sus ca-bellos y cubierta con un largo manto de camalotes. Nilda la vio en un carruaje, tirado por una bandada de garzas blancas, a las que azotaba con fuertes latigazos. Atencio decía que todos los domingos su mamá lo hacía bañar hasta sacarse lustre, porque de esa manera se perdonaban más rápidos los pecados y a la mujer le gustaban los niños sucios. Todos los niños aseguraban haberla visto alguna vez o escuchado hablar de ella. La misteriosa historia se había expandido en todas partes. Contaban algunos que la mujer solía recorrer el cementerio buscando a su hijo: engendrado producto de un hechizo. Los que aseguraban haberla visto dijeron que tenía una enorme joroba donde se creía guardaba a los niños robados. De repente, los niños dejaron de ir a la escuela. Los padres, al ver este cambio de actitud, decidieron reunirse. De inmediato pensaron en la estancia más grande del pueblo, pero quedaba un poco lejos. La reunión entre

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padres e hijos tuvo lugar en la iglesia junto al altar, porque se creía que al estar ante el Altísimo nadie podría mentir. Los niños estaban bastante tranquilos; los padres se movían de un lado al otro. El encuentro transcurrió normalmente hasta que la madre de Clarita llegó nerviosa y les dijo que debían ir de manera inmediata a la estancia de Don Genaro. Este se había enterado de que en un pueblo lejano había una hechicera, de nombre Fedra, que se decía lo sabía todo. Sin mediar palabras, decidieron convocarla. Al pasar dos días, Fedra llegaba a reunirse con los desesperados padres y junto a ella una bandada de abejas que se decía era de mal augurio. La Sibila venía arriba de un hermoso caballo azabache que tiraba un pequeño carruaje. Algunos pensaban que los niños estaban poseídos por el mal de ojos, otros decían que estaban invadidos por las envidias ajenas. El caso no era nada fácil. La todopoderosa primero les indicó prender una vela amarilla al cantar el primer el gallo y una vela roja al aparecer la luna llena, en la puerta del campo santo. Luego les pidió que buscaran un sapo escuerzo tan oscuro como un eclipse al que le tenían que coser la boca, sacarle cuidadosamente las tripas y, mientras estaba medio muerto, enterrarlo. Al cabo de una semana, desenterrarlo, y los niños de inmediato deberían revelar el secreto. Religiosamente se hizo lo pedido. Al primer canto del gallo se prendía una vela amarilla, y una vela roja durante la luna llena. A pesar del esfuerzo, los niños no dijeron ni media palabra.

Mientras unos padres salían de la misa y el frío congelaba hasta el suspiro, Franco, el padre de Rogelio, realizó tres disparos: uno de ellos dio en un árbol; el otro, en la pared de un establo de una estancia abandonada, y el tercero, en el corazón de una esquelética fi gura. De esta ma-nera, parecía que el terror llagaba a su fi n. Esa noche de viernes se anunciaba el comienzo de una gran fi esta, la que duró hasta alumbrar el sol y un poco más.

Nicolaza contó que la mujer nunca murió, sino que quedó profundamente dormida, pro-ducto de un gualicho. El comentario corrió como pan caliente. Desde esa mañana, el pueblo sintió nuevamente el terror.

Una siesta de tormenta, cuando la lluvia caía de manera muy tupida, a Goyo, el más goloso de la tierra, se le apareció una sombra que le dijo: “ningún niño del pueblo debe volver a reu-nirse”, porque ella sabía el motivo de sus reuniones y lo revelaría todo. Muy misteriosamente, la sombra se había encargado de visitar uno a uno a los niños. Los días fueron pasando y, junto a ellos, la imagen de la sombra.

Las horas de la siesta, desde aquel día en que Goyo contó la historia, no fueron las mismas. Los niños solo hablaban por clave, y en más de una oportunidad pronunciaron la palabra “pa-loma” haciendo mención a algo fi elmente escondido. Los temas iban variando, pero siempre se llegaba a lo mismo: la sombra de la sombra.

Todos los niños, desde ese entonces, debían guardar fi elmente el secreto, porque si se decía la palabra, el escalofrío de la leyenda resurgiría del campo santo.

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Heyer, Betina

Y fu e entonces cuando

Debo confesar que al principio lograste engañarme. A mí y a unos cuantos.Pero no a todos. Algunos supieron leer a través de tu máscara fatua.Tus ojos glaucos y acuosos de mirada saltona parecían límpidos y cristalinos en un comienzo. Tu sonrisa amplia y abierta de dientes torcidos me semejaba sincera, y tu risa fuerte y sonora

me resultaba franca y argentina.Pero muy pronto todo ese ropaje se fue corrompiendo, desvencijando como una mortaja

ya putrefacta.Tus ojos comenzaron a tornarse duros, vidriosos, penetrantes como un cris malayo. Tu sonrisa, una mueca socarrona pintada en un rostro impertérrito. Tu risa, un cacareo sardónico. Y fue entonces cuando decidí que debías morir. Que debía matarte. Porque iniciaste una era del terror. Y el miedo nos hace ser mezquinos y afl ora lo peor de

nuestra esencia.Les pedí que cerraran la puerta.Ya nada fue como antes, gracias a tu torpe presencia.Creo que no hay peor constelación que inepto con poder, que hace el mal a diestra y siniestra

sin siquiera calcular benefi cio alguno.El que reía dejó de hacerlo y portaba una mueca adusta.El otrora adusto reía sin parar ante cualquier chanza.Nacieron los corrillos de adulones, los falsos criticones, pendencieros, revolucionarios de

café y héroes entre los sombras. El callado comenzó a hablar; el verborrágico, a callar.Seguí pidiendo que cerraran la puerta.

Y fue entonces cuando continué pensando que debías morir. Que debía matarte. Porque habías destruido un orden establecido que -bueno o malo- era la alfombra bajo mis

pies, bajo la estructura nuestra.Pero hay algo que debo decirte: todo aquel ser que de algún modo haya perturbado, moles-

tado, alterado o interferido en mi existencia ya no está entre nosotros.

Humeante y espumosoLa cuchara giraba con velocidad en la gran taza de loza y la leche acaramelada daba tumbos

sobre el metal. Aspiraba el humo con placer hasta impregnar sus retinas húmedas.La espuma en movimiento hacía los efectos de una gran tolva, de un poderoso instrumento

de succión que lo atraía.

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Con placer y fascinación sentía que esa gran zaranda humeante y espumosa dejaba atrás su desazón, desdicha y displacer y liberaba solamente sus sentimientos de alegría, de la más pro-funda de las esperanzas.

Apenas si miró a los costados; se despojó de aquellos detalles que lo fastidiaban y, sin pen-sarlo dos veces, se arrojó a la boca del líquido viscoso que lo estaba esperando.

xJorgensen, Osvaldo Alberto

Una fl or en el laboratorio

Estaba ya harto de las luces multicolores de las consolas y de las rutinarias y permanentes programaciones con las que el Director del Proyecto KMC-350 abrumaba diariamente mi capacidad de trabajo.

Odiaba ese complejo mundo de computadoras y seres donde cada mañana, día tras día, el ceremonial se reiteraba una y otra vez.

08.30 AM: El Dr. Thab se presenta en el Laboratorio y me entrega el mismo número de Programas, los que mecánicamente serían copiados en las Computadoras para su resolución.

09.00 AM: Mientras cumplo rutinariamente las tareas asignadas, distraídamente miro a tra-vés del visor ubicado en el tabique de separación de mi lugar de trabajo con el despacho de la Secretaria del Dr. Thab, observando cómo ella también inicia su ritual diario: se sienta en el escritorio, abre su cartera y extrae de la misma sus efectos personales para retocar su maquillaje y su peinado y, posteriormente, comenzar su rutina de todos los días. Odiaba también al Dr. Thab y a su Secretaria por ser parte de esa Tecnología en la que él era un engranaje más… en la que nada era natural, sino producto de la mente “creadora” del Homo Sapiens.

09.30 AM: Un indicador luminoso señala que ya está terminado uno de los Programas del día. Manipulo entonces los controles correspondientes para reafi rmar el cierre de ese Progra-ma y a continuación me dirijo al sector de otras de las programaciones en marcha para verifi car su normal funcionamiento. Al pasar nuevamente ante el visor, miro distraídamente el sector de la Secretaria, cuando algo inusual llamó mi atención, algo que había modifi cado la invariable decoración del lugar: la joven había puesto sobre su escritorio un fl orero con una hermosa y deslumbrante rosa, la que lucía desafi ante en la grisácea uniformidad de ese antro de vistosa chatarra tecnológica.

A partir de ese momento, la bella fl or turbó todo mi ser y, cada vez que pasaba delante del visor, me detenía por un instante para extasiarme en su contemplación… Sumamente excitado, esperaba la fi nalización de mi jornada de trabajo, esperanzado en que la Secretaria no se llevara la fl or.

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06.00 PM: La sirena que indicaba la fi nalización de las tareas del día comenzó a sonar insis-tentemente, por lo que me apresuré a acercarme al visor para ver si la Secretaria se llevaba la rosa, pero afortunadamente ella guardó solo en su cartera sus pertenencias y, luego de saludar al Dr. Thab, se retiró de la ofi cina. El científi co miró su reloj y se dirigió a la Sala de Control del Complejo Cibernético para la inspección fi nal de rutina y desconexión de todo el Sistema, momento que aproveché para abrir la puerta de acceso a la Ofi cina de la Secretaria e ingresar silenciosamente en ese lugar. Muy excitado

y casi con temor, me acerqué al escritorio donde seguía estando el fl orero con la fulgurante rosa y, después de mirar a mi alrededor y comprobar que fi nalmente me había quedado solo en la ofi cina, incliné mi cabeza para aspirar profundamente el perfume de la bella fl or e impregnar así todo mi ser con el aroma de esa obra perfecta de la Naturaleza, mientras, reverencialmente, comencé a acariciar cada uno de sus pétalos.

Pero entonces sucedió algo inesperado: que no me embriagaba con el perfume que tanto había anhelado aspirar, ni sentía la suavidad de los pétalos… todo lo contrario… sus pétalos eran rígidos y duros. Tomé entonces conciencia de que se trataba de una fl or de plástico que por unas horas me había hecho olvidar de este mundo tecnifi cado que me rodeaba.

Maldije una y otra vez a ese Universo artifi cial creado por el hombre, que en su audacia y mezquinas ambiciones había llegado al extremo de crear e imitar algo tan perfecto y delicado como una fl or. Indignado, tomé en mis manos la burda réplica y la arrojé al suelo, y la pisoteé con furia una y otra vez hasta destrozarla totalmente.

En mi frustración, sentí deseos de llorar, pero no pude hacerlo, mientras contemplaba impo-tente los restos diseminados por el suelo.

06.20 PM: El Dr. Thab oprimió el botón que desconectaba el Sistema programado y el de la Célula Fotoeléctrica instalada en el complejo mecanismo de mi cerebro. Desconsolado, me senté en el suelo de la ofi cina de la Secretaria, rodeado de los restos de la hermosa fl or que tanto me había deslumbrado. Ante otra señal electrónica recibida en mi cerebro, me levanté y lentamente me dirigí a mi lugar de trabajo para ubicarme en el recinto-depósito de los Robots, donde una última señal hizo bajar mi cabeza y mis brazos, quedando así en reposo hasta la mañana siguiente en la que, otra vez en acción, repetiría mi sueño en el que tal vez una fl or verdadera despertaría nuevamente mi ilusión de humanizarme, aunque más no fuera por unos instantes, y poder, ahora sí, aspirar el perfume penetrante de esa belleza de la Naturaleza que fulguraba en el escritorio de la Secretaria del Dr. Thab.

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Kaplan, Silvia Julia

Diagnós tico

Una extraña enfermedad domina transitoriamente la región contaminado el organismo con bacterias, virus y parásitos patógenos. El diagnóstico es incierto, se desconoce el tratamiento adecuado, el pronóstico es aterrador.

Se observa con transparencia, y cada vez con mayor intensidad, tendencia y predisposición generalizada para fi ngir ideas, sentimientos y cualidades absolutamente contrarias a las que en realidad se sienten, se tienen y se piensan, empezándose ya a diezmar a la población exceptuan-do a los niños.

El germen vivo se instala afectando en un comienzo a un número de individuos superior al esperado; en razón de continuidad, se estaciona en la población de la zona geográfi ca y, por último, el nuevo virus impide inmunidad, siendo capaz de producir casos cada vez más graves y transmitiéndose en forma efi ciente y efi caz.

Es ya habitual, se ha perfeccionado a su antojo, tal como si fuera el pariente lejano y desco-nocido que aparece de improviso, para quedarse sin permiso ante el asombro, y jugando en la confusión con excusas que jamás convencen y promesas que no se pretenden concretar.

Un olor irrespetuoso, un sabor de herida sin cicatrizar, un algo que desde adentro pretende estallar sin atreverse, se afi anza, se profundiza, se queda, desafía. Van muriendo en la ausencia de tumbas. Se mimetizan. Reaparecen con diferente forma, color, fi gura, ser y estar. Quedan mutilados. Fracturados desde adentro, el maquillaje encontrado entre las propiedades rescata-das del bombardeo invisible; algunos, pocos, continúan resistiéndose en vano, todo está conta-minado, la máscara protectora no ha sido efectiva, tal vez por haber sido defectuosa desde su creación o quizás por haber sido construida especialmente así, se desconoce la verdad, importa saber que está, aquí, ahora, desde hace tiempo y en todo ese tiempo, perfeccionada.

Mientras tanto, con igual extrañeza, los niños, indiferentes a todo, riegan, habitualmente, costumbre no enseñada, semillas, las que, plantadas por ellos mismos, aun no crecen, por lo menos no se ven, están enterradas, se supone.

La noticia corre apresurada entre diarios, revistas, radio, televisión, y los periodistas con igual rapidez van de un lado al otro buscando información entre conocidos y anónimos, los que hablan, dicen, dialogan, monologan, explican, se excusan. Aparecen vertiginosamente ex-pertos, especialistas y entendidos de todo el mundo, algunos asesores aventuran soluciones que no dan resultado, se hace y deshace, se inventa y se aplican recetas conocidas o no, todo es caos, crisis, confusión, asombro y sorpresa, teóricos y prácticos teorizan y practican, nada da resultado, todo está igual y, en consecuencia, todo está peor por estar igual a través del tiempo, el que pasa de prisa, acentuándose, profundizándose, expandiéndose sin tratamiento y con pronóstico incierto.

Las palabras dichas en diálogos o en monólogos o en silencios, en ecos, frente a frente, a

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escondidas, en susurro, suplicando, o como sea, como se pueda, como se deja, como cualquiera forma tome al salir de adentro, ha perdido su real contenido y, cual abecedario, abundancia es escasez, benefi ciar es perjudicar, cierto es erróneo, dar es recibir, equilibrio es inestabilidad, felicidad es adversidad, ganancia es pérdida, habilidad es ineptitud, inteligencia es idiotez, jura-mento es perjurio, libertad es sumisión, necesidad es opulencia, perdón es venganza, querer es odiar, racional es absurdo, solidaridad es oportunismo, tener es carecer, unión es separación, verdad es mentira, y así de nunca acabar, y en la confusión ya se desconoce por completo la real palabra, tergiversada de tal forma, que nadie puede aventurarse a decir algo por temor a que se diga lo contrario...

¿Qué hacer? Deja de ser pregunta para ser respuesta.Los niños están creciendo y siguen regando sus semillas, los adultos no entienden, sus pe-

queños parecen diferentes a la imagen y semejanza que han pretendido. Los viejos se van yendo despacio en sus propias experiencias. Los jóvenes comprueban que sus protestas no han dado el resultado esperado, y dejan que sus cuerpos y sus mentes se adapten a la resignación de, por lo menos, haberlo intentado.

Por todo el mundo se globaliza, y los sabios en sus laboratorios continúan buscando res-puestas. Una explosión interrumpe cualquier intento, desaparece todo, los niños caminan entre las ruinas buscando sus semillas. Una risotada toma forma humana, deja su abstracción y es entonces que la hipocresía se sienta a observar su magnífi co trabajo, se dice a sí misma: “misión cumplida”, y saborea el néctar del triunfo. Mientras tanto, al galope ininterrumpido, se acerca la esperanza dispuesta a todo.

Los niños son ya adultos, mientras las semillas se muestran para reconstruir lo poco que queda volviendo a empezar desde la nada. Los únicos testigos que han superado la tormenta para ser precisamente observadores quieren pedir perdón, pero se ha malgastado el tiempo, y al mirar en cada asombro, está todo ocupado en los niños que fueron y que son.

xKraser, Graciela

En el después

Pasaron los días y la palabra quedó encendida con la llama del candil, esforzándose cada vez más para no perder su luz.

Los días fríos habían dejado huellas en el jardín que se divisaba por la ventana de la habita-ción.

En su interior, la calidez de los momentos pasados aún perduraba.Una leve sonrisa se dibuja en los labios entreabiertos de la fi gura femenina recostada en el

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cristal.Los últimos recuerdos dejaban un agridulce sabor, la melancolía asomaba a su rostro, pero

aquella palabra quedó fl otando en el aire. La duda y la incertidumbre se instalaron en su co-razón.

Entonces se preguntó: “¿qué es el amor sin tiempo?, ¿vale la pena esperar casi eternamente que el otro resuelva en tiempo inespecífi co su confusa situación?”.

Paciencia, espera, no son palabras que se asocien solamente con fi nales felices, pero la dul-zura de su mirada y el abrazo sentido logró que, por un momento, perdiera el rumbo del signifi cado que pudiera tener a través de las horas transcurridas.

A veces la vida nos pone en disyuntivas que no sabemos cómo resolver.Aquella mujer frágil y amorosa decidió, esa noche, seguir aguardando, esperanzada en que

algún día cercano verá nuevamente el rostro tan amado, ya sin dudas ni despedidas mediante.

xLa Forgia, Luis Jos é

El viajante

Había terminado de visitar a su último cliente en 9 de julio, era temprano para quedarse a pasar la noche y optó ganar tiempo camino hacia el próximo destino. Cargó combustible en la estación de servicio de la ruta y aprovechó para beber un café doble con un sándwich, an-ticipando la cena. Buscó la ruta 197 que cruza la 5 a pocos kilómetros, para luego, desde allí, rumbear hacia el oeste con el sol del atardecer. No es conveniente manejar así, pero en esos lares los atardeceres poseen una visión imperdible.

Viajaba tranquilo y sin apuros, sumergido en pensamientos acunados en la monotonía del solitario trayecto. Haría noche en Caruhe y temprano comenzaría a visitar a sus clientes; fue cuando absorto lo encontró la noche sin llegar a destino. Esto no era un problema para él, acostumbrado a solitarias rutas, que invitan a dejar volar los pensamientos. Le sorprendió, sí, la temprana bruma, que lo obligó a conducir sin visualizar claramente el camino, lo cual no era habitual en esa época del año; algo anormal sucedía que no alcanzaba a comprender. Tomó conciencia de que debía aminorar la velocidad, vigilar las banquinas y los posibles obstáculos hacia el frente. La tensión y el cansancio se acumularon lentamente, haciéndole insoportable seguir conduciendo. Ya sentía que su cuerpo no le respondía y su mente se sumergía en la hipnótica rutina. En esas instancias, vio cruzar velozmente la ruta una felina imagen que lo miraba a los ojos. “¿Un nefasto presagio o un síntoma?”, se dijo. A partir de entonces, fue perdiendo lentamente la necesaria lucidez para continuar. Intentó estacionar en la banquina, pero la falta de visión lo hacía inconveniente. Lo inesperado, a la vez impensado, sucedió. El

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túnel de oscuridad, que hasta entonces lo rodeaba, comenzó a iluminase y en instantes se sintió transportado a la tibieza de un imponente sol matinal. Se vio ahora parado frente a una de las numerosas lagunas de las Encadenadas, rodeado de blancas garzas y más aún él mismo mutado en una de ellas, levantando vuelo con la bandada. “Por Dios, ¡estoy muerto!”, pensó. “Cómo pude llegar a esto si no es a través de la mismísima muerte”. La sensación de volar sin más, no obstante, lo fascinó. No le importaba si esto era o no la muerte, si le permitía vivir el placer de volar tan solo con su cuerpo. Debajo de él, una tropilla de caballos galopaba sobre la verde planicie. Subyugado por esta visión, llevó su vuelo hacia ellos y se sumó al grupo. Esta vez, trocado su cuerpo en equino, se incorporó al grupo, galopando sin rumbo con las crines libres en el viento, tan solo por el placer de hacerlo. Atravesando una de las lagunas de esos campos, otra sorpresa lo esperaba: ahora su cuerpo había mutado en pez. Sumergido en la sutil penum-bra de las límpidas aguas, sentía su cuerpo acariciado por ellas y el inmenso placer de nadar sin esfuerzo. En veloz carrera hacia la luz, saltó fuera del agua, donde el sol ya entibiaba el suave aire de la mañana. “¿Dios, qué me quieres decir? ¿Qué es todo esto? Perdona si no lo puedo comprender aún. ¿Quizás sea la vida que perdí por mi imprudencia?” En ese mismo instante, un fuerte bocinazo y el rugir de un camión lo despiertan. Al abrir los ojos, se encuentra en su coche recostado sobre el volante, con el sol impactando su golpeado rostro.

Miró a su alrededor, comprobando que el coche había parado al fi lo mismo de una profunda cuneta y que, de haber rodado unos metros más, seguramente hubiera volcado y probablemente muerto. Recordó entonces la impactante fi gura que cruzó la ruta y se pre-guntó: “¿Quizás la misma muerte que me prevenía?” y luego “¿Acaso un mensaje de vida? Mostrándome que podemos elevarnos por sobre lo terrenal, correr libres por nosotros mismo, entrar sin temores en las profundidades y saltar luego desde ella hacia la luz”.

Recopilando lo sucedido, caminó unos metros fuera del coche meditando: “Seguramente el cansancio me fue adormeciendo lentamente, y perdí la noción de lo que ocurría”. Recordó la cerrazón que lo envolvía, la necesidad de reducir la velocidad y, muy posiblemente, haber ba-jado refl ejamente a la banquina cuando el cansancio y el sueño lo vencían, sin ahora recordarlo. “¿Cómo estoy vivo? No sé. Sí sé, claramente, lo que el sueño me reveló”.

Subió nuevamente al coche, lo puso en marcha, las baterías estaban con carga: Volvió a preguntarse: “¿Habré sido yo quien paró el motor y apagó las luces?”. Recuperado y tranquilo, retomó la ruta, bajó la visera donde estaba la foto de sus hijos y dio gracias por estar vivo. Encendió la radio buscando la señal del pueblo más cercano, intentando pensar en otra cosa, pero no podía obviar el mensaje brindado por la vida.

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López Alguiar, Ismael

Sueños que vivimos

En la vida imaginada de amarse juntos en la cotidiana simplicidad de dos corazones unidos en una vida

Me gustaría contemplar de tu mano la llegada del sol y el nuevo día. Y empezar a soñar con-tigo en el atardecer, con el sol besando a la luna con sus rayos. Me gustaría compartir tus sueños juntos, con los ojos cerrados. Iniciar mi día en tus labios y terminarlos en tu calor. Nacer junto a ti a diario y morir en el sueño cansado de otro día inspirado en ti, de otro día juntos, amor.

Me imagino un domingo, café al calor de tu sonrisa envueltos en El Comercio, mientras nos cuenta la semana. A la mesa juntos, tú, yo y los nuestros… mirándote a los ojos. Enamorados, socios de familia, cómplices de vida, amigos, amantes.

Conversar, sobre sus primeros pasos, compartir nuestro miedo en el futuro. La educación no resuelta… y beber la esperanza junto a un pan con mermelada. Debatir nuestras ideas mientras hacemos la comida… aprovechar ese instante, solos y juntos, en silencio, de pie, sin prisas y a pausas… (Los niños saborean las papas fritas aún calientes en aceite de oliva). Y nosotros, el cálido, dulce y sabroso amor que no dejamos enfriar. Y en las húmedas tardes, Lima recorrida por nuestras risas (a tu lado el fútbol poco importa, aunque un gul lejano intente distraer). Cálidos pasos sin más rumbos que nuestra unidad…

Romper la tarde de una suave balada y las letras de Silvio, Besos atrás, al son de las cuerdas, las trovas que en silencio repetimos el sonido…Y la anécdota amiga, y en voz alta. ¡Cantamos la alegría! En alta voz con el pecho… Cortez nos recuerda la amistad timonel. Y Facundo, siempre Cabral, nueva sonrisa, repetidas ocurrencias

Salsa del siglo pasado… o tu música de moda que aprendí a escuchar y disfruté (a pesar del sonido) con los ojos al verte bailar. A lo mejor se nos ocurre intentarlo (y te vuelvo a pisar); mi torpeza nos recuerda reírnos, del dolor, esquivo el suelo, y beso tu pie, mi reina… colita de rana, sana, sana, sana. Y la nueva música que aún no recordamos… ¡Cuánto tiempo juntos, amor! Y la noche, en Barranco con un pisco, los vinos del Queirolo, lasagna en La Romana ¿O un ceviche nocturno?... y cervezas, una leche caliente en casa; donde sea… contigo… tomandoTÉ.

Me gustaría, amor, cómplice. Vivir los sueños… soñarlos juntos. Y al dormir descansar en el mismo fuego, y amarnos… sueños que vivimos… ¿otro sublime?

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López , María Florencia

El tiempo de la vida

Este es un cuento que habla del tiempo… sobre la importancia del tiempo, de cómo un segundo puede valer más que solo ese poco que puede signifi car para muchos. Voy a relatar la historia de dos adolescentes que, entre tantas diferencias que tenían, la más importante era la forma de ver la vida.

El primero, Lucas, vivía en un pequeño pueblo de Córdoba, chico, de callecitas de piedras, bien serrano y, por sobre todo, que te hacía sentir esa sensación de confortabilidad que sólo en las sierras se puede sentir, sólo ahí.

Creció en una familia que tenía una tradición muy arraigada, que se ponía en práctica cuando un hijo varón cumplía los 16 años.

Vivía en una típica casa de madera, con un arroyito casi atravesando el patio, donde, en las tardes de otoño, Lucas solía contemplar la lejanía, como si buscara todas las respuestas de la vida allí, en el horizonte.

Una tarde de otoño, Lucas encontró su décimo sexto aniversario de vida, y fue ahí que, sentado en una roca, oyó la voz de su padre, que con un gesto sutil lo invitaba a pasar a la sala para hablar con él. Y le dijo:

-Hijo, es hora de que sepas el legado familiar, comprender el secreto de la vida.Lucas se quedó impactado y susurraba “el secreto de la vida…”-Sí, hijo -lo sentó cerca de él, junto al sillón inmenso de cuero, viejo, desgastado por el

tiempo, pegado a un hogar encendido, que con sus llamas daba una agradable sensación de bienestar. -La vida es como un premio -dijo con voz muy fi rme su padre-, desde que naciste, te regala minutos todos los días, pero que en cualquier momento se terminarán.

-No entiendo, ¿cuál es, pa? -dijo asombrado Lucas.-El tiempo, hijo. Pero hay reglas:* cada mañana se te regalan 1.140 minutos, y está en vos cómo usarlos;* los minutos que no aproveches no vuelven, y cada día se empieza de nuevo;* todo lo que hagas en ese tiempo no se puede deshacer.Recuerda mi última recomendación, la más importante, en cualquier momento se pueden

dejar de renovar, y tu tiempo se terminará. Lucas, al terminar de escuchar esto, quedó asombrado. Nunca se había dado cuenta de la

importancia del tiempo, pero, desde ese momento, vivió su vida disfrutando cada minuto, pen-sando que cada minuto que se iba nunca más iba a regresar, y cada día que pasaba era un día menos y no había marcha atrás. Lucas intentó no desaprovechar ni un minuto de su vida, no sólo haciendo más feliz la suya, sino también ayudando a otros.

Estudió psicología en una facultad publica de Córdoba, pero, aunque estudiaba con dedi-

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cación y esmero, jamás dejó de ayudar en comedores comunitarios y en fundaciones.

Por otro lado, Manuel, un chico que se crio en Buenos Aires. Su fa-milia no era muy tradicional, era común; una hermana, sus padres y él.Desde chiquitito le enseñaron que estudiar era lo más importante y principal en la vida. Tenía prácticamente su vida planeada: terminar la secundaria a los 18, estudiar abogacía y recibirse a los 24 años, sin nada de tardanza. Manuel, para lograr todo esto con excelencia como querían sus padres, se esforzó mucho, tuvo que dejar muchas cosas de lado para poder lograrlo. Él pensaba que salir, divertirse y hasta pasar el rato con su familia era perder el tiempo, sólo debía estudiar para cumplir con el futuro que sus padres esperaban.

Y así lo hizo; pasaron los años y Manuel se graduó a tiempo, y con honores. Pero no fue tan fácil; tuvo una relación en la secundaria que no pudo mantener por la importancia que le daba a la facultad, y ella lo dejó; se llamaba Celeste y sus corazones quedaron rotos para siempre.

En la actualidad, Manuel tiene 31, trabaja en un estudio casi 12 hs. al día. Vive solo en un edifi cio elegante y costoso; sus padres ya no están para felicitarlo por sus logros. Manuel usó todo su tiempo para estudiar y trabajar, aunque eso sólo llevara la felicidad a sus padres, pero se olvidó de sus propios tiempos, hasta que un día se cansó, dejó todo atrás y se mudó a un pueblo de Córdoba, ¡donde el destino quiso que conociera a Lucas!

Manuel entró a un almacén que estaba medio escondido; era uno pequeño, pero parecía familiar. Lucas lo vio muy amargado, entonces se le acercó:

- Oye, ¿estás bien?- Sí, sucede que usé toda mi vida para complacer a mis padres, y ahora que no están no tiene

sentido; disculpe, no debe por qué escucharme -respondió.Lucas, en ese momento, se dio cuenta de que era hora de usar su secreto para ayudar a

alguien más a cambiar su vida entera, aunque no podía contarlo exactamente porque era de familia. Solamente le dijo que todavía tenía muchos minutos más por usar, y que si empezaba ahora, tal vez conseguiría ser feliz. Con 1.440 minutos al día, ¿cómo no vas a tener tiempo para remediar algo? Así, Manuel fue tras sus sueños y puso su propio estudio, conoció una chica y formó una familia y se dio cuenta de que lo que é l creía que era perder el tiempo, en realidad era vivir.

La vida es una sola, por más que no aproveches tus minutos, pasan igual.

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Marchi, Guido Miguel

Tomahawk

Tocó a la puerta dos veces, sin respuesta. Miró a través de las ventanas a ver si por alguna casualidad alguien moraba ese caserón, pero tampoco percibió señal alguna de un posible habitante. Sin más que hacer, abrió cuidadosamente las puertas de roble que daban paso al interior de la casa.

Las cerró con la misma cautela que las abrió. Al dar unos pasos ya adentro, contempló lo que era una fastuosa mansión. Frente a él tenía otro par de puertas que conducían al salón central. A sus lados se hallaban sendas escaleras que llevaban a los pisos superiores, donde seguramente debían encontrarse las habitaciones. A la derecha -antes de la escalera-, había un pequeño pasillo.

Silenciosamente, comenzó su inspección. A través del pasillo llegó a unos dormitorios pe-queños, aparentemente de la gente de servicio. Decidió husmear dentro del primer cuarto que había en ese rincón de la casa. Entró a tientas, y descubrió una lámpara de aceite sobre una mesita de luz. Tomó un cerillo y logró encenderla. Ya con una mejor visión del lugar, abrió uno de los roperos de la habitación. Entre ropa vieja, zapatos y otros atuendos de vestimenta, encontró unos cuantos libros.

Entre ellos, descubrió uno que le llamó la atención. Parecían ser unas memorias. Tomó dicha encuadernación y, con un soplido, sacudió parcialmente el polvo que acumulaba sobre la tapa.

Sentándose sobre la cama, leyó:

“Crónicas de Rupert Fansworth”

19 de Marzo, 1882.“Día a día se concretan mis sospechas: una presencia maligna se está apoderando de este lugar. Las ventanas

que se abren y se cierran por sí solas, los pasos en el desván, los gritos desgarradores en medio de la noche -entre otros signos- dan fe de la maldición que Mr. Hardgreaves me confesó haber recibido de manos de aquel chamán.

A veces tengo la sensación de escuchar algunos cánticos en lenguaje sioux. He informado a Mr. Hardgreaves de todas estas rarezas, pero él no es un hombre supersticioso como para tenerlas en cuenta. De un modo u otro, el pequeño William empeora con el correr de los días, y los médicos no encuentran explicación ni cura alguna para sus males.

Ya le sugerí a Mr. Hardgreaves que pensara seriamente en devolver estas tierras a la tribu a la cual se las había arrebatado años atrás, y donde decidió construir esta mansión. Tal vez así logre deshacer los innegables malefi cios que han estado acosándonos desde hace tiempo. Pero Mr. Hardgreaves no es un hombre creyente en brujerías ni conjuros de ninguna clase, por lo tanto, consideró ridículo mi cuestionamiento. Veremos qué sucede en los días siguientes”.

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15 de Abril, 1882.“Luego de una agonía que duró semanas, el niño William fi nalmente murió de un paro cardiorrespiratorio,

mientras dormía. Su madre cayó en un pozo depresivo y no encuentra consuelo. Desde entonces, un ambiente de tragedia y tristeza reina en el hogar.

Los gritos en la noche, los susurros y los pasos en el desván aumentan su frecuencia, oyéndose cada vez con más intensidad. Sean quienes sean, supongo que algún día terminarán de apoderarse por completo de esta mansión.

A pesar de mi insistencia y la de su familia en mudarnos de aquí, Mr. Hardgreaves no da el brazo a torcer y se mantiene fi rme en su posición”.

2 de Junio, 1882.“El destino cruelmente jugó una vez más con la suerte de esta familia. Esta mañana el cuerpo de Ms. Alice

de Hardgreaves apareció sin vida sobre el jardín que crecía bajo el balcón de su cuarto. Su situación no mejora-ba, y día tras día se hundía aún más en su dolor. Simplemente, la señora no encontró remedio a su angustia, originada a raíz de la pérdida del menor de sus niños.

Mr. Hardgreaves y sus otros dos hijos, Adam y Wendy, asistieron hoy con afl icción al entierro de Ms. Alice en el cementerio de la ciudad, a tan sólo un mes del sepelio del pequeño William. Pese a estas desgracias, Mr. Hardgreaves se mantiene escéptico frente a la posibilidad de un hechizo o maldición recaída sobre su persona y seres queridos.

Según me confesó en más de una oportunidad, Mr. Hardgreaves llegó a esta ciudad con muchos proyectos. Había sacrifi cado varios de sus hombres para arrebatarles estas tierras a los indios; sin contar la buena suma de dinero que le había costado edifi car la vivienda. Todo indicaba entonces que no la dejaría tan fácilmente.

Desde mi arribo a esta casa, sentí que la casa estaba maldita. No sabía cómo; simplemente lo sabía. El modo en que fueron sucediendo los acontecimientos, poco a poco, fue dándome la razón. También presentía que este asunto no había terminado aún, y que el destino probablemente nos tuviera reservada otra sorpresa desagradable como las anteriores (o tal vez peor aún). Nadie lo sabe.

15 de Julio, 1883.“Cuando recién empezábamos a superar las tragedias y a continuar con nuestras vidas, la desgracia se topó

con nosotros de nuevo. La semana anterior, el joven Adam había partido rumbo a Europa para asistir a un nuevo Congreso de Medicina, el cual se llevaría a cabo en la ciudad de Londres. Sin embargo, la embarcación en la cual el joven Adam navegaba se hundió en las profundidades del Océano Atlántico. Según nos fue informado, una terrible tormenta azotó sin piedad al pequeño navío, en el cual lo acompañaban unos pocos colegas y una reducida tripulación. No hubo sobrevivientes.

Esta tarde conversé por última vez con Mr. Hardgreaves. Intenté convencerlo de dejar esta casa antes que algo más sucediera, pero no lo logré. Ante esta nueva negativa, me cansé de esperar y le presenté mi renuncia como mayordomo. Me dolió en el alma porque hacía años que trabajaba para la familia, pero temo correr la misma suerte que su esposa e hijos.

Dejaré la mansión la semana próxima, a más tardar. Le deseo la mejor de las suertes al señor y a su hija, y ojalá superen juntos las desgracias e infortunios que marcaron nuestras vidas en este sitio. Ya presencié de-

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masiadas tragedias en este condenado lugar y temo que, si permanezco más tiempo del debido aquí, seré testigo de una más…”.

Fenómenos difíciles de explicar habían ocurrido en dicha casa. Justo entonces, recordó los relatos que había oído en la ciudad sobre aquella mansión y la familia que la ocupaba, acerca de cómo sus integrantes fueron muriendo uno tras otro en tan sólo unos años. Recordó las investigaciones periodísticas y el enigma que se había creado en torno a “la casa embrujada”, cuyos moradores simplemente dejaron de ser vistos de un día para el otro en los lugares que acostumbraban frecuentar.

Sólo unos pocos hombres se aproximaron al lúgubre caserón tiempo después de la desapari-ción de Mr. Hardgreaves y su familia, pero no regresaron para contarlo. Nadie jamás se atrevió a volver a aquel sitio, dados los acontecimientos macabros que allí tuvieron lugar. Al recordar todo esto, le corrió un escalofrío por el cuerpo, y ya no le pareció tan buena idea esconderse allí. Pero a esas horas de la noche, no podía elegir: era la mansión o ser capturado.

Luego de un rato de lectura, Hill se levantó de su asiento y salió de aquella habitación tan sigilosamente como entró. Una vez en el pasillo, incursionó en los otros cuartos. El siguiente parecía ser un despacho de limpieza. Sin encontrar nada de interés, ingresó al último cuarto de la planta baja. Después de revisarlo prácticamente a tientas, comprendió que ése era el estudio de Mr. Hardgreaves, donde seguramente llevaba su contabilidad y sus balances. Sin haber hallado más que papeles comerciales sin valor alguno, dejó la habitación y regresó al pasillo.

Una vez en el vestíbulo, escuchó una sucesión de gritos que provenían de los pisos superio-res. Luego, las ventanas empezaron a abrirse y cerrarse violentamente, al ritmo de un viento frenético. Hill se sobresaltó, pero rápidamente recuperó la calma.

Ya un poco más tranquilo, se dirigió al inmenso salón que tenía enfrente. Abriendo las al-tísimas puertas que le daban entrada, accedió al majestuoso lugar. Era un gran cuarto, el cual bien podría haber sido un salón de baile, donde Mr. Hardgreaves seguramente agasajaría a sus visitas. Además de los tapices que adornaban las paredes, sobre las repisas observó varias pie-zas autóctonas, como hachas, vasijas y otras artesanías de origen indígena.

Al fi nal del salón había otro gran par de puertas. Las atravesó y llegó a una especie de co-medor. Allí se extendía una larga mesa de caoba, con sillas de gran respaldo. Sobre las paredes, unos cuadros. El más grande era un retrato de un hombre adulto junto a una jovencita; segu-ramente de Mr. Hardgreaves y su hija Wendy. Mientras contemplaba la pintura, Hill cruzó el salón y atravesó otra puerta que conducía a la cocina. Al adentrarse allí, los cajones de los mue-bles comenzaron a abrirse y cerrarse solos, mientras vasos y otros elementos de cocina caían al suelo. Su pánico iba creciendo a la par de su asombro. Hill era un hombre bastante escéptico pero, luego de haber presenciado esta clase de fenómenos, tenía más preguntas que respuestas.

Sin más que hacer allí, salió de la cocina inmediatamente. Volvió sobre sus pasos rumbo al comedor y después hacia los pisos superiores, decidido a investigar de dónde venían los gritos que había escuchado antes.

Subió de a un escalón por vez una escalera de mármol fi no italiano, la cual revelaba la calidad

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pudiente de la familia. Con extrema cautela llegó al primer piso, donde esperaba encontrar los dormitorios. El primero era más bien pequeño, y tenía motivos infantiles en el empapelado de las paredes. Las telas de las cortinas estaban corroídas por el accionar de las polillas y el mero paso del tiempo. Habiendo encontrado no más que una cuna y juguetes, Hill concluyó que dicho cuarto seguramente debió haber pertenecido al niño William.

De un golpe, la puerta se cerró tras de sí. La pudo abrir al primer intento, así que no se in-quietó demasiado. Salió entonces de aquel cuarto, y procedió a requisar la siguiente habitación. No era mucho más grande que la anterior, pero tenía un baño propio. Ingresó allí y, al tirar la cadena del inodoro, una rata grande y peluda escapó chillando frente a él. Asustado se echó para atrás, dejó sin revisar el resto del cuarto y regresó al pasillo principal. El último cuarto de aquel piso era el más grande de los tres. Allí encontró unos cuantos libros de Medicina, además de ropa vieja y desgastada. También distinguió unos manuscritos que parecían ser diarios de viajes, los cuales llevaban la rúbrica de Adam Hardgreaves.

Finalmente, llegó al último piso de la casa. Además de unos cuartos de servicio, se encon-traba allí la habitación del matrimonio Hardgreaves. Luego de ingresar se asomó al balcón por donde la mujer se había arrojado al vacío, de acuerdo con el relato del mayordomo. Se había desatado un temporal que agitaba las copas de los árboles de un lado hacia otro, despojándolos de sus hojas. La lluvia era pareja y abundante. Contemplando el paisaje desde aquella posición, dirigió su mirada hacia abajo, donde alguna vez hubo un jardín. Ahora sólo había tierra muerta y estéril. “Esta noche estaré a salvo aquí”, pensó Hill. “La policía ya no me buscará hoy. Pasaré la noche y huiré temprano por la mañana”. Luego de esta refl exión, regresó al piso principal.

Tras recorrer un largo tramo, llegó a una gran sala que se hallaba cerca del acceso a la casa, la cual resultó ser una biblioteca. Desde allí se asomó a una ventana, la cual dejaba ver el sendero que lo había traído hasta la mansión. Justo entonces, oyó el ladrido de los sabuesos. A pesar de la lluvia, la policía había logrado seguir el rastro de sus huellas, incluso en el suelo lodoso. Lue-go divisó las linternas de los ofi ciales, que indubitablemente se dirigían en dirección a la casa.

“¡No puede ser! Tengo que encontrar algún escondite pronto”, pensó Hill. Salió disparado y nuevamente volvió hacia el primer piso, donde se hallaban las habitaciones. Entre todas las disponibles, se decidió por el cuarto del matrimonio Hardgreaves. Una vez dentro, notó que en el techo había una especie de puerta. La abrió y de inmediato se desplegó una escalera, la cual seguramente le permitiría acceder al desván de la casa.

Sin pensarlo dos veces, subió. Cerró la puerta y se relajó por un instante. Logró hacer luz con otro cerillo; ahora tenía que encontrar una ventana u otra vía de escape que le permitiera salir de la casa sin llamar la atención de la policía. Estaba acorralado, y el tiempo corría: si no salía pronto de allí, sería capturado.

En este contexto desfavorable, Hill comenzó a revisar el nuevo cuarto. Desesperado, empe-zó por tantear las paredes del cuarto semioscuro. A los golpes y chocándose, encontró varios muebles corroídos por la humedad. Aparecieron también más tapices y artefactos de origen indígena, tales como los que había observado en el salón comedor, solo que en una cantidad mucho mayor.

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En plena requisa, comenzó a sentir una extraña sensación. Sintió que alguien más estaba ahí con él, detrás de él. Una presencia extraña y maligna a la vez. Sin embargo, desconfi ó de su pro-pia sospecha y siguió registrando el lugar. Instantes después, volvió a tener esa rara sensación de que algo -o alguien- lo acompañaba, esta vez con más intensidad. Esta vez ya no pudo evitar que la mezcla de pánico y curiosidad se apoderaran por completo de él. Hill respiró profundo, tomó valor y, dándose vuelta, divisó perplejo entre la oscuridad la fi gura de un cacique indio, que empuñaba una especie de tomahawk en alto…

La noticia fue tapa de todos los diarios al día siguiente: el robo del banco de la Avenida prin-cipal y, en menor medida, la desaparición de los delincuentes que perpetraron la fechoría. Las huellas de uno de ellos condujeron a la policía hacia la antigua mansión Hardgreaves, lo cual volvió a abrir el misterio sobre aquella casa y las muertes que allí acontecieron, a principios de la década de 1880.

Mientras dialogaba con la prensa sobre lo ocurrido la noche anterior, el Sargento Douglas Murray respon-dió: “Vimos a uno de los maleantes meterse en el bosque; seguimos entonces su rastro por el sendero que lleva a la mansión Hardgreaves. Una vez dentro de la casa, vimos que había llegado hasta los pisos superiores. Registramos todos los cuartos, pero no hubo caso. Finalmente, le echamos una mirada al desván: allí tampoco encontramos nada. Sin embargo, nos llamó la atención una especie de hacha indígena bastante anticuada, que no entendemos cómo llegó hasta ahí”.

x Mauriño, Federico

Dèjá vu

El detonante fue una de las afi rmaciones del Padre Zuluaga: “A Dios no se le escapa nada, ni una hormiguita…”. Lo dijo en la clase de catequesis, que dictaba en el interior de aquel magnífi co edifi cio de estilo gótico, rodeado de imponentes esculturas santifi cadas. Es como si lo estuviera viendo; sentado en su silla con apoyabrazos de madera, a un lado de la cruz, lograba crear una colección inesperada de dudas referidas a la muerte, la nada, la ausencia, en mi mente de apenas siete años.

¿Adónde vamos cuando nuestro cuerpo dice ¡basta!? ¿Al infi erno? No creo. ¡Qué es eso de chamuscarse en un lugar subterráneo con tonalidades rojizas!

Según las enseñanzas del Padre Zuluaga, el mejor negocio está en ser buena persona, para formar parte del elenco estable del Club de la Eternidad. Esa idea, en principio semejante a una panacea, se hace intolerable después de una simple introspección que nos ayudará a compren-der lo aburrido que podría resultar existir para siempre. En contraposición al infi erno, uno

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imagina que la eternidad es una suerte de paraíso blanco, luminoso, lleno de escalinatas etéreas que no conducen a ninguna parte y donde no pasa absolutamente nada. Nunca pude repre-sentármelo sin sentir un vacío en el estómago. En cambio, siempre me pareció más mundano el purgatorio; un sitio perturbadoramente culpógeno, más acorde al ser humano. Aunque, si tengo que ser sincero, la religión jamás satisfi zo mis inquietudes existenciales. Uno llega a convencerse de que el fi n último de toda vida es la nada, aunque muy poca gente lo admite, aferrándose a una fe inoculada.

Ahora que soy adulto, o al menos eso dice mi documento, pienso que la vida es un chiste. Sí, ¡un mal chiste! Me conformo pensando así.

Sé que para algunos mi convencimiento puede resultar desesperanzador, pero creo que la gente que piensa así decidió mentirse ante la imposibilidad de digerir el abismo existencial que, tarde o temprano, irrumpe y nos angustia.

Quizá también sea el momento de revelar un secreto: con el tiempo descubrí que el bueno del Padre Zuluaga siempre pensó parecido a mí, aunque tuve que insistir para

convencerlo sobre mi teoría. Al principio dudó, pero perseveré con mis refl exiones hasta que abandonó la misa matutina y, con el correr de los meses, también renunció a la de las siete de la tarde. Poco tiempo después se quedó a vivir conmigo.

Ahora, ambos coincidimos en la idea de estar encorsetados en una existencia mentirosa. Somos uróboros, Sísifo, combustible de la nada.

Por tal motivo, con el Padre estamos diseñando un plan para romper ese círculo macabro; aunque, por miedo a que fracasemos en nuestra empresa, él no abandona por completo sus creencias. Acude todas las tardes a su cita con Dios; el personal del hospicio, tan considerado, le improvisó un altar para esos menesteres en el segundo patio.

Las viejas de la parroquia dicen que enloqueció de tanto visitarme, pero eso es una falacia, porque desde la época en que daba catequesis se lo notaba dubitativo. Con él descubrimos que la vía de escape es intervenir activamente en un dèjá vu. Por eso aconsejamos que si alguna vez experimentan un dèjá vu, aprovechen y rompan el círculo. ¡Escapen! Experimenten la infi nitud del universo sin restricciones. ¡Hagan como nosotros, que fl uctuamos de un estado a otro, sin cesar!

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Mineo, Mirta Beatriz

El informe

De: Ministerio del InteriorA: Sr. Primer MinistroAsunto: Resultado operativo fuerzas conjuntasCarácter del Informe: SECRETO

Elevo a Usted el presente informe con el propósito de poner en su conocimiento los detalles pertinentes al operativo relacionado a la destrucción del cargamento de drogas incautado el mes pasado y cuyo resultado se ha revelado completamente exitoso.

Como estaba previsto, efectivos de la guardia nacional, gendarmería y prefectura, en una acción conjunta, han procedido a incinerar tres (3) toneladas de marihuana, dos (2) toneladas de opio y una (1) tonelada de pastillas de éxtasis.

Dicho operativo ha sido efectuado el domingo próximo pasado en el parque central de la capital con la excusa de que la población, que así lo deseara, fuese testigo del hecho.

La imprevista aparición de un centro anticiclónico que se fue desplazando en la periferia de la ciudad, dio origen a la formación de fuertes vientos rotativos que causaron que la totalidad de la población resultara afectada por el humo proveniente del operativo.

Como consecuencia de dicho evento meteorológico, se han contabilizado:1587 accidentes automovilísticos de diversa gravedad sin que se hubieran provocado vícti-

mas fatales.4827 personas afectadas con alucinaciones de diferentes grados.95 ciudadanos encontrados caminando por las cornisas de sus edifi cios y que fueron resca-

tados por el cuerpo de bomberos en inusitados actos de arrojo ya que, al estar ellos también afectados por el humo, no estaban plenamente conscientes de sus actos.

Además, todas las personas que se dirigieron a los centros hospitalarios quejándose de sín-tomas diversos, tales como: depresión súbita profunda, euforia entusiasta inusitada e incluso deseo incontrolable de asesinar a algún miembro de su familia, han sido tratados con resultado dispar, puesto que los médicos tampoco estaban en su sano juicio; no obstante, no se han ini-ciado causas por mala praxis ya que todos los pacientes han olvidado lo ocurrido.

Cabe destacar que esta circunstancia meteorológica fortuita ha incidido favorablemente en el resultado de los operativos llevados a cabo en los domicilios señalados como ocupados por

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los más fervientes activistas opositores a nuestro gobierno.Todos ellos han sido trasladados a nuestro nuevo Centro Secreto de Detención, situado en el

norte del país, sin que hubieran ejercido resistencia alguna, ni se hubieran levantado sospechas entre los vecinos. Tampoco se han efectuado denuncias de desaparición de personas, ya que simplemente nadie recuerda su existencia.

Por esto, podemos concluir que las pruebas de la droga RU5853-KL, más conocida como la “píldora del olvido”, han sido totalmente positivas.

El hecho de haberlas disuelto en la red de distribución de agua de la ciudad ha redundado en el fácil acceso a toda la población. Cada píldora llega a afectar a unas mil (1000) personas, con lo cual se deduce que el costo-benefi cio es realmente importante.

Por todo lo actuado, podemos afi rmar, sin ninguna duda, que la continuidad a perpetuidad de nuestro gobierno está plenamente garantizada.

Basta con diluir la cantidad necesaria y sufi ciente de RU5853-KL en el circuito de agua corriente desde dos (2) días anteriores a las detenciones previstas, para provocar en todos los habitantes el olvido específi co concerniente a los operativos realizados y a las personas invo-lucradas.

Sin otro particular, lo saluda MGQ, Primer Ministro.

xMiranday, Fernando Rubén

Un regalo fantástico

“Había una vez un lejano país donde gobernaba un rey, que, siendo ya viejo, buscaba a al-guien que lo reemplace en las tareas de gobierno…”

De esta manera, el papá de Santino iniciaba el cuento con el que vanamente intentaba arru-llarlo y dormirlo, aunque, a pesar de sus esfuerzos, lo único que conseguía era desvelarlo. A Santino le encantaban los cuentos de su papá y hacía esfuerzos para no quedarse dormido.

“La hija del rey era una hermosa princesa que tenía diez candidatos que aspiraban a casarse con ella. Quien resultara el afortunado marido administraría las riquezas del Reino. Entre ellos había un apuesto príncipe, favorito entre las mujeres del país por su simpatía y su bella sonrisa. La princesa apenas los conocía y retardaba la elección que su padre estaba demandando. Por este motivo, puso como condición que aceptaría al candidato que le ofreciera un regalo espec-tacular referido a la Madre Naturaleza, pero no antes.

Con ese mandato, el príncipe galán llamado Humberto de Montamat, volvió a su castillo y

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llamó a su hermano, que se encargaba de la administración del reino.—Hermano querido, quiero regalar a la princesa Josefi na algo muy hermoso. Necesito tu

ayuda porque eres aplicado y talentoso. —Hermano mío —dijo Laureano—, sabes que tengo mucho trabajo y que deberías ayudar-

me porque todo esto es responsabilidad de ambos.—Querido Laureano, es para la hija del Rey de Monterroso, ¿la recuerdas de niña? —insistía

Humberto, desentendiéndose de sus obligaciones.—De acuerdo, será en el tiempo de descanso —dijo indiferente, mientras sentía hervir su

corazón golpeándole fuertemente el pecho, dado que estaba secretamente enamorado.Laureano decidió que sería una imagen de la princesa tallada en madera. Recorrió los jardines

del palacio y encontró un grueso tronco de un árbol caído que lo maravilló. Las fi nas estrías de la madera lo subyugaron; tomó martillo y escoplo e inició su trabajo. Las horas corrieron y lentamente emergió del cuidadoso tallado una tosca cabeza sostenida por lo que sería el cuello y dos manos cuyos dedos rozaban el cuello y el mentón. El sol lo acompañaba al despuntar en su peregrinaje hasta su ocultamiento. La luna pudo acariciar lo que parecía un rostro que la contemplaba con una larga cabellera representada por la corteza, gruesa y redundante que semejaba su abundancia. Por la mañana, con un raspador pulió las mejillas y la frente, redon-deando el cuello y la nariz, y con herramientas delicadas trabajó los ojos y afi nó los detalles. Dando unos pasos atrás, apreció su obra y, con un gesto de satisfacción, cortó leña e hizo un fuego. Usó las cenizas para oscurecerlo y dar profundidad a los dedos y la boca. Luego raspó una placa de oro y su ralladura la espolvoreó sobre la nariz y los labios, y delineó los párpados y las uñas. Había tallado una oreja descubierta y sobre ella puso su único tesoro, un enorme rubí rojo carmesí de brillo resplandeciente. Hecho esto, admiró la maravilla que se alzaba, la envolvió con un tejido de rosas y plata, y partió de inmediato hacia Monterroso. En el camino encontró a su hermano, quien le dijo que la entrega debía hacerla él. El príncipe Humberto, con su mejor apostura y simpatía, acomodó el regalo en el salón Blanco de Palacio. Al ser descubierto, una exclamación de sorpresa y agrado inundó el espacio. Las mujeres de la Corte que habían volcado su favoritismo hacia él, llenaron el ambiente de susurros y alegría. La hija del rey se demoró en presentarse a la ceremonia, pero cuando lo hizo, sólo tuvo ojos para el admirado presente que ya había conquistado todas las miradas. Muy formal, la princesa apreció todos los obsequios presentados y su veredicto confi rmó la opinión mayoritaria, lo que levantó rumores de aprobación. El buen rey convocó entonces al mago de la Corte para que con sus artes armonizara la decisión que debía formalizar. El mago aceptó y dijo:

—Que este magnífi co regalo simbolice buenaventura para el reino y sea entregado sólo por quien manifi este inmenso y desinteresado amor por la princesa.

Humberto, sonriente, se movió, y un fuerte rumor surgió en la sala. Aplaudido por los pre-sentes, se acercó al regalo y, tal como lo había depositado horas antes, volvió a tomarlo con sus manos… y debió soltarlo de inmediato con un terrible grito de dolor. Se había quemado al tocarlo y, cuando acercó su mano nuevamente, sintió el calor que despedía. Con un grito

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de desprecio, desechó un nuevo intento y se alejó de la preciada obra. La sorpresa envolvió a todos y sólo el mago habló. Se le escuchó decir que el príncipe no era el elegido. El rey invitó a los otros candidatos a la entrega pero sólo dos lo intentaron. Fueron los primeros y tuvieron quemaduras en las manos. Nadie más lo intentó. El rey, decepcionado, iba a dar por terminado el evento, cuando Laureano solicitó la autorización real para hacer entrega del obsequio.

—¿Quién eres tú para querer hacer el intento?—Soy el príncipe Laureano de Montamat, de la Casa Real del vecino país. Soy un antiguo

admirador de la princesa y deseo entregarle su imagen en el tronco.—¿Por qué dices que es su imagen? Tú no eres candidato. ¿Sabes administrar un país?—Tuve momentos tan felices con ella que mi buena memoria me permitió tallarle su rostro,

porque como ven, lo puedo alzar sin quemarme—. La actitud sorprendió a todos y los mur-mullos arreciaron. El rey trastabilló cuando la princesa, atolondrada por mirarlo, lo empujó, sonriendo de alegría al reconocer a su antiguo compañerito de juegos.

—Mi señora, te acerco este obsequio sin atarte a ninguna promesa. Lo hice por los bellos momentos vividos y me hace muy feliz expresártelo de este modo.

—Laureano, príncipe de Montamat, recibe mi agradecimiento por la belleza que me traes. Laureano, reverenciándola, se alejaba de ella dando pasos hacia atrás en posición genufl exa, cuando la princesa, temerosa de que se retire, le dijo: —Buen señor, quizás…, ¿podrías visitar-me mañana?—. Primero dudaba y luego con decisión agregó: —Y si mañana el tiempo fuera corto, ¿podrías volver pasado mañana?

—Mi dulce señora, mañana estaré aquí a la hora en que paseas por los jardines y no tengo dudas de que el tiempo será corto, por lo que pasado mañana no faltaré. Y colorín colorado, este cuento se ha terminado”.

—Papá, papá, este…, ¿vos le hiciste un regalo a mamá?El papá de Santino, que estaba algo somnoliento, de golpe reaccionó y se ocultó detrás de

sus anteojos. Pero muy pronto, recompuesto y sonriente, le contestó:—Mi querido hijo, también le hice un fantástico regalo a tu mamá. Eso me permitió ad-

ministrar esta casa y demostrarle a tu mamá el amor infi nito que siento por ella. Le regalé un hermoso bebé llamado Santino.

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Mos quera, Jorge

El Niño Boya

Tobías siempre quiso mucho a su mamá, y su mamá a él. Eran muy apegados. Barbarita, que así le decíamos, le daba todos los gustos a Tobi. -Mami, ¡quiero un helado! -¡Vení que te compro! -¿Me comprás unas masitas? -Vamos. -¿Hoy podemos comer pizza? -¡Dale!

Nunca le decía que no. Y darle los gustos con las comidas era la mejor forma de demostrarle su amor. Tobías, por su parte, siempre estaba pendiente de ella y la cuidaba hasta en mínimos detalles. -Mami, ¿te corro un poco la sombrilla? -Mami, ¿te preparo un sandwichito? -Mami, no hagas fuerza, dejá que lo hago yo. Nunca vi un hijo que cuidara tanto a su madre.

Tobías era muy caprichoso, muy consentido. Pero a mí, que en ese entonces vivía debajo del puerto y ganaba unos pocos pesos ayudando a limpiar mesas en los bares, me encantaba ver cómo lo consentían y cómo a su vez él cuidaba solícitamente a su mamá. ¡Qué no hubiera dado yo por tener una mamá, aunque no me diera los gustos!

Los gustos de Tobías, quién sabe si por los caprichos del destino o por los suyos propios, comenzaron a torcerse al cumplir los 13 años. Bien alimentado, estaba cada vez más grande y cada vez más ancho. Le gustaba ponerse ropas coloridas, y sus preferidas eran una camisa naranja dos talles más grande y una remera de marinero con rayas horizontales rojas y blancas.

Cada tanto, yo lo veía pasar por la vereda de casa y lo saludaba: -Hola, Tobías, ¿qué tal? -Bien, me voy a Gorlero a comprar unos churros -me contestaba rápido y apurando el paso. Tanto apuraba el paso, que una vez me pareció verlo rodar por la cuesta de Remanso. Al

tiempo vi que ya no iba por las calles. Bajaba rodando hasta la playa, y avanzaba dando vueltas y vueltas, una masa roja y blanca, a veces naranja.

Una tarde de verano, Barbarita fue a bañarse cerca de las rocas. El agua estaba tranquila como una pileta y Barbarita se metió tranquila, confi ada, disfrutando ese regalo de Dios. De repente empezó a gritar desesperada. Cada vez más fuerte. Ella hablaba medio raro, no enten-díamos qué decía, pero Tobías se deslizó rápido hacia ella, como fl otando sobre las aguas, hasta llegar a su madre y traerla de vuelta al playa. Se ve que el esfuerzo le hizo mal, porque quedó como hinchado, la cara más redonda que nunca, y bien colorada. Entre borbotones, y como enojado, le escuchamos decir: -No te preocupes, mami. Estas aguas vivas nunca volverán a molestarte. Yo me quedo acá para protegerte.

Y así fue que se quedó medio nadando, medio fl otando, entre las rocas y el puerto. Cuando un agua viva se acercaba, abría su enorme bocaza y se la tragaba de un solo bocado. Con el tiempo, se fue hinchando más y más, cada vez más gordo de tanto comer aguas vivas. Se ve que las aguas vivas lo respetaban, o le tenían miedo, porque, de hecho, cuando él estaba ya ni se aparecían por ese lado.

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Con el tiempo nos acostumbramos a verlo ahí fl otando sobre el agua, cada día, todos los días, a la mañana, a la tarde… especialmente los días de sol. Hasta se parecía a un agua viva. Era como una bola voluminosa, gelatinosa, que a cada rato cambiaba de tamaño, de forma y de color. Un día, Don Pepe, mientras repasaba una mesa con el trapo rejilla, me dice: -La verdad… qué buen hijo ese Niño Boya. ¡ Desde que cuida las rocas, su madre se baña bien tranquila!

Y yo también. Hoy en día, antes de meterme al agua, miro antes para el lado del puerto. Si veo fl otando al Niño Boya, a veces naranja, a veces rojo y blanco, me meto tranquilo.

xMultedo, Francisco

Lo claro y lo os curo

Con la partida de Jorge, sentí que algo oscuro y tremendo había sucedido y quedé como en-cerrado en mi inconsciente. Miré a los otros dos amigos con los cuales lo habíamos despedido desde la estación de micros de Retiro y percibí que ellos debían haber sentido algo parecido, porque nos fuimos rápidamente. Nuestro pasado se cerró para siempre.

Por un tiempo no me atreví ni a pensar en el tema. Pero a los cuatro meses aproximadamen-te, sin poder refrenar la sensación de intranquilidad que concurría permanentemente a mis sueños, me desperté una noche y, luego de dar vueltas alrededor del teléfono, llamé al antiguo número de Jorge y Nora en Bariloche. Ellos ya no podrían estar allí. Hacía cuatro meses que habían entregado la casa al nuevo propietario. Era tardísimo. Llamar era solo producto de cierta desolación. No me importó nada. Marqué el número y esperé.

-Hola -dijo lacónicamente un hombre con voz aguardentosa al levantar la llamada.-Disculpe que lo moleste a esta hora, pero es el único momento en que puedo llamarlo (no

sé por qué dije eso). ¿Estoy hablando con Bariloche?, ¿a la casa que era de la familia Resnik? Yo me llamo Federico, soy amigo de las personas que vivían en esa casa. ¿Usted es el nuevo propietario, el que la compró? -le pregunté hablando rápido, casi sin respirar.

-Sí… ¿Quién habla? -dijo la misma voz casi dormida.-Soy Federico, con Jorge fuimos muy amigos. Hablo desde Buenos Aires. Quería saber de

ellos.-Sí, yo les compré esta casa, los conocí bien. Eran también amigos míos -dijo.-Le comento -le dije-. Cuando Jorge estuvo en Buenos Aires, trabajó en mi estudio. Yo tam-

bién soy ingeniero como él y traté de darle una mano con otros amigos que lo conocemos de hace mucho tiempo. Él llegó bastante enfermo y después de un tiempo lo ayudamos a volver a Bariloche. Pero le soy sincero, siento una gran carga porque él no estaba bien.

-Jorge estaba muy enfermo, pero no lo admitía -me dijo el hombre del otro lado de la línea.

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Letras Vivas

-No sé cómo siguió la vida de Nora -le dije-. Ella, después del divorcio, se iba a vivir a Mar del Plata con los hijos; pero a Jorge, después que volvió a Bariloche, le perdí la pista.

-Pero… dígame una cosa -me preguntó el hombre-, ¿de cuándo me está hablando usted? ¿Cuándo estuvo Jorge con usted en Buenos Aires?

-Hace cuatro meses, justo antes de entregarle la casa a usted -le respondí.-¡No puede ser! -sentí que la voz del hombre se transformó y era como un aullido sordo.-Disculpe, señor… ¿qué es lo que no puede ser? –le pregunté con asombro y cierto desdén

a que no me creyera. ¿Qué le habría contado Jorge a su regreso a Bariloche? En la línea telefónica se había hecho un silencio que me resultaba incómodo. Del otro lado

no contestaban. “Qué estará pensando este tipo”, pensé.-¡No entiendo por qué no me cree que tratamos de ayudarlo! Hicimos lo que pudimos. Él

nos dijo que Nora le iba a dar el dinero que le tocaba de la venta de la casa y no le cumplió. -No… no me entiende -me dijo el hombre con un tono de inquietante asombro-. Me refi ero

a que usted me dice que estuvo en Buenos Aires hace cuatro meses. ¡Y Jorge Resnik falleció hace dos años! Aquí en Bariloche, en esta misma casa.

Después que me recompuse del shock, ¡bah… creo que nunca aceptaré nada de esto…! El gran interrogante ahora es si todo lo que sucedió con la llegada de Jorge fue realidad o solo fruto de mi imaginación. ¡Pero en qué estoy pensando! ¡cómo no me di cuenta antes! Las fotos que tomé el día que lo despedimos en Retiro con la vieja cámara Kodak que llevé en lugar de la digital. Con Jorge posamos los cuatro antes de que el micro saliera. Estábamos en el andén y alguien que pasaba nos tomó dos fotos seguidas. “Es la última vez que vamos a estar juntos los cuatro”, pensé mientras el fl ash pegaba fogonazos.

Yo había mandado a revelar todo el rollo hacía una semana, así que fui inmediatamente a buscarlas a la casa de fotografía. Cuando me vio venir, el empleado me esquivó la mirada y me dijo:

-Tengo una buena y una mala noticia que darte.-¡No! ¿qué pasó? Decime primero la mala-. Intuí lo peor.-Se velaron las fotografías. Estaba revelando normalmente tu rollo y sorpresivamente se

encendieron todas las luces del cuarto oscuro. ¡Algo inexplicable!- ¡¡¡Justo estas fotos!!! -yo estaba a punto de explotar de rabia. -Disculpá, Federico, fue una fatalidad. En los diez años que trabajo aquí, nunca me pasó. -¿Y la buena noticia cuál es? -pregunté desconsolado.-Federico, la buena noticia… es que la última fotografía la pude revelar, ¡salió perfecta!-¡¡Qué!! ¿se salvó una de las últimas fotos, la de Jorge? ¡Y salió perfecta! -exclamé.Subí a mi departamento sin esperar el ascensor. ¡Qué suerte había tenido! Justo la fotografía

de Jorge con nosotros se había salvado. ¿Estaría con cara de tristeza? No, yo creo que estaba radiante de felicidad porque volvía a su lugar, al sur, a Bariloche. Donde tanto imaginó fundar su familia con Nora. Sí, la cara de Jorge sería de felicidad. Comencé a ver las expresiones de todos y verdaderamente no estábamos tan felices como pensaba. Es más… No… No puede ser… No lo creo… No es cierto… ¡Jorge no está en la fotografía! Estamos mis dos amigos y

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yo, pero Jorge no está. ¡No puede ser!Nunca podré entender lo que pasó en esos meses. A los otros dos amigos no pude volver a

verlos hasta el día de hoy. Alguien me preguntará: “¿y que pasó con la fotografía? ” La rompí y la quemé. Y las cenizas las esparcí en el aire, que quedarán suspendidas por los siglos de los siglos, como la prueba eterna de saber que todo lo que nos pasa solo es una ilusión de los sentidos; que lo claro también es lo oscuro.

xNobile, Oscar Alberto

La telaraña, un cuento

Leyendo el verso: “Cuando la tarde se inclina, sollozando al occidente, corre una sombra doliente sobre la pampa Argentina…”, deduzco que el que lo vio fue Güiraldes.

Juan, sin familia conocida por los pagos, y sin edad determinada, nunca supo de sus padres. Se dedica desde siempre a los quehaceres generales del campo, pero específi camente atiende las tropillas de caballos. Solitario, desde muy pequeño trabaja como peón, sólo por comida, ropa y un lugar donde dormir.

Su labor comienza desde muy temprano, antes de la salida del sol, llevando los caballos del corral hasta los pastizales, y al atardecer, casi con la puesta del sol en el horizonte, los arría de nuevo hasta los corrales.

Separados del resto, también hay caballos de pura raza, preparados para correr en los hipó-dromos de las grandes ciudades. Por su estirpe, deben ser los animales mimados y mejor aten-didos. Son corceles, preferidos y mimados de los dueños de la estancia, ya que en las carreras les brindan no sólo fama en esa exclusiva sociedad, sino también buenos dividendos económicos.

A diferencia de los que quedan a la intemperie en el corral, o pastando, antes del anochecer, a esos tiene que bañarlos, secarlos, cepillarlos, acomodarles la paja del piso, darles la mejor alfalfa, y una buena cantidad de agua, encerrarlos a cada uno en su establo, para que, cubiertos con una manta, pasen la noche bajo techo y a una temperatura controlada. Mejor atendidos que Juan.

Sentado en una de las dos sillas de paja, en su pieza de adobe y barro, tomando mate y tarareando coplas con su compañera guitarra, abstraído en vagos pensamientos, antes de sus quehaceres rutinarios de la tarde, detuvo su mirada sin quererlo en una pequeña araña, la que en un rincón del marco de madera de la ventana preparaba, con paciencia, sabiduría y tecnología, lo que iba a ser la trampa para atrapar su alimento. La telaraña. Él conocía de paciencia y de sabiduría en sus quehaceres, pero estaba muy alejado de lo que era la tecnología. Sus trabajos

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eran y fueron siempre manuales. Su comida la ganaba con el sudor de su frente, con su trabajo, sin trampas ni celadas.

No había pasado mucho tiempo después de que el tejido tramado estuviese listo, para que una mosca se posara en la trampa tan bien confeccionada; Juan observó cómo la inocente víc-tima, por todos los medios, trató de desprenderse de esa mortífera celada. Le fue imposible. A los minutos, la pequeña araña estratégicamente refugiada y camufl ada en uno de los bordes de la red, llegó hasta el lugar donde la mosca estaba pegada, literalmente, a la trama y de a poco la fue consumiendo hasta secarla.

Juan sin quererlo se quedó dormido, con la guitarra en la mano, al calor del brasero y con esa letal imagen de cómo el poderoso arácnido aniquiló al inocente insecto.

Soñó. En sus sueños vio una inmensa, gigante, descomunal trama, que poderosos individuos como si fuesen arañas colosales, habían armado para que algunos seres humanos, los más po-bres e inermes, fuesen atrapados, como los pequeños e indefensos insectos que caían presos en las telarañas de los marcos de las ventanas de los ranchos.

Esas inmensas y mortíferas alimañas de lugares muy poderosos, tejían con hierros y cadenas gigantescas redes para apropiarse de la dignidad de los hombres de países pequeños y pobres; esa era una manera muy sutil de chuparles su sangre, para alimentarse ellos y alimentar a todos sus fanáticos e incondicionales seguidores.

Empleaban los mismos métodos que tienen las arañas: paciencia, sabiduría y tecnología. Soñó que estaba en un lugar de hambruna y sin agua, soñó con regiones muy pobres con muchos niños y ancianos atrapados en esa madeja mortal, soñó con la pobreza extrema, no había sangre derramada, sólo disecada; y de pronto en sus sueños él se sintió dentro de esa generalidad, se sintió una mosca, atrapada en las patas de una tropilla de caballos que formaban una espesa telaraña.

Toda su vida arriando caballos, trabajando de sol a sol para otros, para aquellos que supieron armar esas tramas mortíferas, para que hombres como él, como Juan, fueran atrapados sin saberlo, sin pensarlo, sin quererlo.

Quería despertar, pero no podía, estaba atrapado en la telaraña de la realidad de sus sueños. En ese sueño, de repente apareció, montando un alazán en pelo, alguien vestido como él, con bombacha bataraza negra, camisa de tela blanca y en alpargatas, boina negra, pañuelo rojo al cuello, poncho, y con un fusil en sus manos. Pronto se le sumaron otros, y después muchos más, y comenzaron a eliminar a esos inmensos individuos, y con gigantes tenazas y cuantioso esfuerzo cortaban los hierros y cadenas que conformaban la trama de esas telarañas abrazado-ras, liberando a los seres atrapados.

Habían quedado muchos cadáveres disecados, pero ya no importaba, las colosales tramas estaban destruidas y comenzaba la reconstrucción de los estados, la gente comenzaba nueva-mente a andar por los caminos de la dignidad. Las poderosas alimañas diezmadas, para no ser aniquiladas, fugaban despavoridas a escondites bajo tierra.

Fuertes ruidos lograron despertarlo, eran los de su caballo, que, como si intuyera que algo le pasaba a su dueño, golpeó con sus cascos la puerta del rancho.

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Ya era casi de noche, el despertarse fue un alivio. Sin pensarlo, dejó la tropilla libre en los campos, montó su caballo, tomó la guitarra, y se perdió para siempre en las pampas de Areco.

Nadie lo volvió a ver jamás. Sólo los caballos de la tropilla, ahora libres en los prados, esos que durante años compartie-

ron su vida, intuyeron que ya Juan nunca más volvería.

xNoguera, Alejandra

La muda

Sucedió. De a poco o de repente, nadie puede precisarlo, porque al preguntarles, algunos recuerdan que fue paulatino, de a poco, casi imperceptible, como una garúa en una noche de invierno, y otros dicen que amaneció así, simplemente ya “era”, como si siempre “ hubiera sido”... La cuestión nunca pudo ser dilucidada, porque con el transcurrir de los días, algunos muy rápidos como un pestañeo y otros ( la mayoría) lentos, tan lentos que a veces había que preguntar si aún estábamos transitando el mismo día, todos fueron olvidándose de preguntar, todos fueron olvidándose de que alguna vez les importó saber, es más, todos fueron simple-mente olvidando y punto, con ese olvido llegó la costumbre, se habituaron tanto a que todo fuera así, que si en algún momento las cosas hubieran sido de otro modo, se habrían quedado blancos del espanto.

El caso es que el día que llegué a ese pueblo, la pregunta llegó a mis labios con tanta ino-cencia, con una liviandad y una urgencia como si no fuera yo quien estaba interesada en las respuestas... sino la vida.

Todos allí se miraron, como descubiertos en una falta, como si los pillara desnudos de ropa, y la mirada preguntona iba de generación en generación, los más jóvenes giraban sus cabezas buscando respuestas en las miradas de sus padres, éstos, en los suyos y así... pero la verdad es que nadie sabía o, mejor dicho, nadie recordaba, que para el fi n del caso daba lo mismo.

Y fue así como todos empezaron a despertar de un raro letargo, se entusiasmaron, como en una carrera frenética, y comenzaron a crear, a inventar, conjeturar historias de cómo comenzó, de cómo fue y de cómo pudo haber sucedido.

Hacían colas y fi las de largos días con sus noches, para hablar conmigo, como todo lo dicho iba yo registrando en unos papeles infi nitos, nadie, absolutamente nadie, quería perdérselo, nadie, por ventura, pensaba no fi gurar en esos cuadernos.

Yo escribía, escribía, preguntaba, tachaba y vuelta a escribir, cada tanto al levantar la vista y mirar por la ventana, el cansancio me nacía y crecía desde los huesos, ¡eran tantos en la fi la!

Muchas de las historias que me contaban eran parecidas, se diferenciaban en los matices

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y un poco en el lenguaje utilizado, pero en general eran muy similares. En cambio algunas... eran tan fantásticas, tan mágicamente increíbles, que por momentos mi imaginación, en un contagio pleno de tanto invento, también volaba, recreaba, imaginaba y le ponía mis propios condimentos.

No fue sino después de un largo, que digo largo, larguísimo tiempo, aunque no sabría pre-cisarlo, tal vez meses, mi cansancio no tenía fi n y el aburrimiento me pisaba ya los talones, al mirar por la ventana, en la fi la quedaba una sola persona... ELLA, “La muda”, la protagonista de esta historia, la persona por quién yo preguntaba y de quién todos inventaban historias. A mí la piel se me fue erizando lento, la sangre comenzó a latirme en la sien, con un golpeteo que me hizo perder el equilibrio, las manos me sudaban y el temblor que me recorría parecía de frío, pero era de miedo... ¿y si habla? ¿¿Y si ME habla??

Respiré profundo, exhalé todo el aire, traté de serenarme, me senté un ratito, las preguntas se agolpaban en mi mente como locas queriendo salir por mi boca, volví a respirar, no sé, no recuerdo ahora, creo que fueron muchas veces.

Caminé hasta la puerta que estaba abierta, la miré, pero no supe qué hacer, porque “ella” no me miraba, me atravesaba, me desnudaba y yo, con un gesto o varios gestos, ni sé cuáles, sólo imaginen, la invité a pasar, a sentarse, a mirarnos... ¡a hablar! No sé, a lo que ella quiera...

Todo lo que sucedió después, imposible es de precisar con claridad, porque permanece bo-rroso en mí, como el recuerdo de un sueño.

Ella entró y se sentó con las piernas cruzadas como indio, tenía las manos entrelazadas sobre el regazo, con un gesto raro, al menos para mí, pero supongo que para ella tendría algún signifi cado. Sus manos eran pequeñas, parecían suaves y fuertes, sus labios, reposados, como si nunca hubiera tenido la urgencia de hablar.

Y fue entonces que yo perdí la noción del tiempo... solo estaba ahí, inhalaba y exhalaba con ella, no sé por qué hacía yo eso, sólo pasaba, y cuando me di cuenta, no pude evitarlo o no qui-se, me empezó a gustar estar en su presencia, que era dulce, plena, que era constante y serena.

Cerré los ojos y lentamente pude empezar por fi n a verla, las imágenes se sucedían calmas, como ella, la vi reírse a carcajadas y bailar descalza, la vi caminar por el campo acariciando fl ores, la escuché cantar y contar historias. Se detuvo todo el tiempo en ese instante, fue como si en mi mente se acabaran las preguntas y toda yo me cubriera de certezas, lo supe todo... en un instante lo entendí todo, lo recordé TODO.

Al abrir los ojos, ella me miraba... me veía, y yo a ella, y ya no hicieron falta las palabras... ya no hizo falta que ella hablara.

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Prez ios o, Ricardo

Pidan la cuenta

El decolaje de un avión trae recuerdos de aquel hecho que fue contado por un amigo en común, siendo el único testigo cómplice de un episodio aparentemente intrascendente.

Cierto día, Aníbal Forjado volvía de viaje cansado, sin ánimo siquiera de bajar las valijas de su auto. El saludo indiferente de Gloria, su mujer, y de forma inmediata, sin afecto por medio, los inquisitivos reclamos de sus hijas, a las cuales siempre había correspondido; realmente se encontraba exhausto, pretendía ignorar su alrededor y buscar la tranquilidad en un sueño conciliador. Apenas había tirado su cuerpo sobre la cama, escucha el griterío y algarabía de sus hijas:

-¡Tío! ¡Tío!, ¡llegó papá!, hablá vos y pedile permiso. No te olvides del dinero.Era uno de sus cuñados, Andrés, inoportuno como los últimos diez años, siendo esta vez la

menos criticable. El cariñoso saludo con su hermana y sus sobrinas solo acrecentaba el grado de marginalidad que sentía sobre su persona; al observarlo, Andrés le comenta:

-¡Aníbal! Se te ve cansado.-Realmente sí -le respondió con desgano. Y replica él:-¡Bueno! No sabíamos que regresabas. Invitamos a Julio. Aníbal Forjado tenía temas pendientes con la justicia a raíz de situaciones que su otro cuñado

le había generado, razón por la cual no se hablaban desde hacía tiempo. Julio se sorprendió al encontrarlo. Para admiración de Gloria, la actitud de Aníbal fue morigerante y con buen trato, guardando distancias. La reunión se tornaba densa por las miradas cruzadas de los hermanos, con un notado tono de irónica desidia hacia Aníbal. Fue entonces cuando él tomó la iniciativa y lanzó la propuesta:

-¿Que tal si mañana domingo nos juntamos todos a almorzar? Yo invito-. Un silencio desconcertante retrasó la respuesta.

-¡Bueno! -respondió Gloria e hizo extensiva la invitación a sus cuñadas y sobrinos.Aníbal, inmutable, asintió con la cabeza. Después, la charla continuó desvariando en otros

temas, acordando el lugar y hora del encuentro familiar.Después de una mala noche, tan solo dejó una nota a Gloria diciendo que pasaría a buscar a

un amigo y los esperaba en el restaurante. El imponente lugar gastronómico poseía un sobrio estilo, con mesas en forma de peine

a lo largo del salón, con una hermosa barra combinada entre madera color caoba y bronce, ornamentada a su espalda con elegantes botellas de las más variadas bebidas. La vista a la pista permitía ver, desde la mesa elegida, prácticamente todo el movimiento de los vuelos, hasta su aterrizaje, carreteo y despegue; hacia la otra parte se observaba en forma de balconeo el hall central, y más adelante una escalera mecánica que iba a Migraciones y Embarque. Los primeros en llegar fueron Gloria y sus hijas; brindaron un saludo desde lejos con la mano, Gloria se di-

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rigió a un teléfono, seguramente para realizar uno de sus tantos indiscretos llamados, mientras sus hijas paseaban a gusto por uno de los free shops, antesala de una solicitud formal de dinero a su padre, por algo que nunca habían visto y siempre quisieron tener. La llegada de Andrés hizo que Gloria apresurara su gesticulada charla y los saludos fueran interminables entre hermanos, cuñadas y sobrinos, a los que ya se había agregado Julio con su familia. Caito tímidamente ex-tendía la mano o arrimaba su mejilla para un beso según la ocasión. Era una buena oportunidad para ordenar muy ricos platos, acompañados por excelentes vinos seleccionados, así se fue con-formando la mesa, con diálogos fl uidos, sobre todo por parte de Andrés, que contaba con un anecdotario que cargaba con todo sobre su cuñado, desde la época de noviazgo, pasando por el servicio militar que habían realizado juntos. Al escucharlo, Aníbal mordía sus pensamientos, observando con que morbosidad se expresaba ridiculizándolo, mientras su hermano ocultaba la carcajada etílica bajo su mano en la sien; fi jándole la vista, no se atrevió a decirle que por su culpa estaba a un día de que le decretaran una captura judicial. Los aviones desviaban la vista de todos, eran como grandes moles que pretendían casi meterse por los vidrios del restaurante, los chicos jugaban y, mientras las bromas seguían, Aníbal Forjado hace un comentario:

-¡¡Miren qué avión!! Ahora voy y me subo.La carcajada de todos fue simultánea, todos le respondieron a dónde iba a ir, que ni bien

intentara pasar la línea donde estaba la policía del Aeropuerto lo arrestaban, o una vez más parecería un estúpido ante todos; entonces fue cuando le propuso una apuesta, “el que pierde paga el almuerzo”, las risotadas no tenían límite, al punto tal, que Andrés comenzó a des-pedirlo con un abrazo, y así continuó una de sus cuñadas y él, siguiendo el juego, saludaba despidiéndose de sus cuñadas, un beso a su esposa y a sus hijas, todos subidos a la broma, que ya despertaba interés en todos los demás comensales del salón y acompañaban también con saludos, entre un chau, con otro chau, anuncian el vuelo que parte a Dakar, era una total com-plicidad, hasta de los meseros alentados por los mismos familiares… Dejó caer las llaves de su auto a los pies de Caito, le dio una cachetadita en la cara, y salió hacia la puerta de embarque, todos ansiosos del desenlace con el personal de Migraciones; fue entonces cuando por parlan-tes daban el último llamado para abordar. Saluda, saca del bolsillo interior de su chaqueta su pasaporte y el pasaje a Dakar del día Domingo 15 hs. a nombre de Aníbal Forjado, y, dando la última mirada a los atónitos parientes, les grita: -¡Pidan la cuenta!

Esta vez, sin saludo de despedida, Caito, silencioso, se retiró sin emitir ninguna opinión, encontró el auto con el baúl sin valijas, siendo ese el último regalo de su amigo.

Nunca supo nadie nada de Aníbal Forjado.Otro vuelo despega, cuántas ilusiones irán con él y cuántas quedarán en tierra.

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Quintana, Roberto Eduardo

Ilusiones

El sesentón, ex comisario, hojeaba el diario en su sillón preferido tomando unos mates. Su mujer había salido a hacer unas compras. Sonó el timbre. Agudizó el oído. No se escuchaba nada. Se paró apartando el periódico. Caminó lentamente, procurando no hacer ruido. Miró a través de una pequeña ventana con cortina que daba al porche. Entonces lo vio. Se fi jó atenta-mente que no hubiera otras personas. Estaba solo. Miraba la puerta con atención. Era un joven pelirrojo, con el pelo enrulado, profuso pero prolijo.

Pantalón jean gastado, zapatillas tipo básquet color rojo y una remera que, en la parte de-lantera, visible, con letras grandes decía: “SÉ FELIZ”. El hombre echó una nueva hojeada a los alrededores y confi rmó que el muchacho no venía con nadie. Curioso, aunque con gesto adusto, abrió la puerta poniendo un pie para sostenerla, dejando una abertura que solo permitía que se viera su cuerpo.

No se había percatado de las pecas que lucía el visitante y la mejor vestimenta que hacía rato no notaba tanto en alguien: una amplia, fresca y franca sonrisa, que mostraba impecables dientes inmaculadamente blancos.

-¡Hola, señor!, le vengo a vender estas maravillosas fl ores, que seguramente alegrarán su casa por unos días y a su mujer por mucho tiempo. ¿Tiene mujer?

-Esteeeeee…, sí, tengo.-Aquí mismo, señor, en este canasto. Sienta su aroma y mire los colores- aclaró el joven,

haciendo un ademán como si portara un canasto colgado de su brazo izquierdo.El hombre pensó que el chico estaba loco, pero su simpatía y entusiasmo le llamaron la aten-

ción. Soltó el pie de la puerta y la abrió ampliamente. Decidió seguirle el juego.-A ver. ¿Qué puedes ofrecerme?-Señor, le recomiendo que piense en su señora. ¿Está aquí?-No, salió a hacer algunas compras.-¡Magnífi co! ¿Se imagina cuando llegue y vea este estupendo ramo de rosas en el centro

de la mesa? ¿Hace mucho que no le regala hermosísimas rosas?-La verdad es que sí, hace mucho.-Excelente. Ella se va a poner muy feliz. Se lo aseguro. Y la felicidad será por mucho tiempo,

semanas, tal vez meses. A veces las cosas más simples, esas que uno olvida, se transforman en el mejor recuerdo. Yo sé que usted debe pensar que estoy medio loco, y tal vez sea cierto. No puedo darle materialmente lo que le ofrezco. Pero sólo siéntalo como si fuera cierto. Las buenas ilusiones hay que vivirlas con intensidad, para transformarlas en realidad. De esa forma se concretan. Crea realmente que me está comprando estas estupendas rosas para su mujer. Imagine cuando ella entre y usted le diga: “¡Son para vos, vieja! Hace rato que estoy pensando en regalarte algo, aunque no sea un aniversario ni haya algo especial para celebrar, y se me

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ocurrió comprarte fl ores”. Tome, agárrelas con cuidado y págueme. Y vaya a ponerlas en un fl orero con agua antes de que ella llegue.

El ex comisario sujetó el ramo como si realmente existiera. -¿Y cuánto es?-Simplemente con su actitud, señor, con eso me paga. Porque la felicidad lo hace todo posi-

ble. Además es contagiosa. ¡No se olvide el agua!El joven saludó con la mano mientras mostraba, una vez más, su rostro alegre y satisfecho,

con tanta paz y luminosa naturalidad, que conmovió al ex comisario. Pegó media vuelta y se fue.

El hombre sonrió al ver có mo se alejaba. Entró en la casa con el mismo gesto, meneando la cabeza. Estaba contento. Tomó el teléfono y llamó a la fl orería.

xRiberi de Suárez , Alicia Jos efa

Jos efi na… una luz en mi vida.

Josefi na, una bisabuela como tantas, con su mirada perdida en el horizonte, suspiró, hon-damente y no advirtió la presencia de su hija, que la miraba con mucha preocupación, ya que la tristeza se profundizaba cada día más. –Mamá -dijo María-, mamá, ¿es que no me escuchas? -Oh… sí, hija, estaba distraída, pero ya te escucho. –Mamá, no podés vivir triste por quien eligió no estar, debes disfrutar de quiénes sí quieren estar… -Ya, ya… es que ustedes no entien-den que mis tiempos son otros.

Así estuvimos mucho tiempo y no la pude convencer, porque mi madre, con sus tantos años y sus millones de recuerdos, no puede comprender que alguien se enoje un día, se vaya y no vuelva... No es que yo sí lo entienda, porque alejarse de una abuela y de una bisabuela, que solo vivió para dar amor, es algo incomprensible, es como si se vaciara el cielo de estrellas, como si el sol se negara a dar luz, como si se escondiera la luna para siempre, como si el mundo perdiera color. Una madre da vida, una abuela refuerza esa vida y solo por eso merece nuestro respeto y nuestro amor. Lo que mi madre no quiere entender, es que la muerte no sabe de años, no se priva de robarnos la plenitud, de arrebatarnos las metas, de perseguirnos diciendo basta, aunque los años sean pocos.

Pasó ya más de un año y, si bien toda la familia se reúne y festeja todos los cumpleaños, siguen naciendo bisnietos, siguen escuchándose risas y voces que transmiten vida y alegría, y Josefi na esboza sonrisas, ya no ríe como antes y nunca falta una expresión repetida: “para que la felicidad sea completa, me gustaría tener a toda la familia junta”.

Así fue pasando el tiempo, y a Josefi na se le va escurriendo la vida como agua entre los de-

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dos, ya que una enfermedad que no perdona se apoderó de ella… pero lucha y lucha para poder estar en el casamiento de su nieto más pequeño, aunque, muy en el fondo de su corazón, busca motivos para sobrevivir, con la tenue esperanza de reencontrarse con su nieto perdido y sus bisnietos antes de partir. Muy de tanto en tanto la descubro espiando fotos que ya perdieron vigencia en el tiempo y releyendo cartitas y dibujos de sus bisnietos ausentes. Qué dolor alberga mi corazón por no poder hacer nada, solo rezar y no perder la fe.

Llegó el día tan temido y el nieto y el bisnieto no llegaron… pero Dios hizo el milagro. Mi madre me tomó la mano y me dijo:- Viste, me vinieron a ver y a despedir… Y a mí se me esca-pó una lágrima y de un manotazo le robé el libre albedrío a esa lágrima que no supo o no quiso esperar. Mi madre se estaba despidiendo y por ese milagro, que solo Dios es capaz de regalar, lo vio, lo sintió o tal vez, solo tal vez, nos regaló una mentira piadosa para que el odio no se apodere de nuestro corazón y la familia tenga la esperanza de que alguna día, en esos laberintos de la vida, se vuelvan a reunir los que hoy no están.

Los abuelos o bisabuelos merecen un espacio de privilegio en nuestras vidas… sea porque nunca piden nada, o porque se conforman con poco, alientan todo el tiempo y nos regalan gratuitamente un legado de aprendizajes, que no deben terminar en un desván.

Mamá, tu luz quedó prendada en mi mano, vos me la diste y yo la haré brillar para que tu luz nunca se apague e ilumine a los que no quisieron verla o no pudieron, por no saber amar.

Así terminó una historia tal vez vana, tal vez repetida, pero me convirtió en una mejor persona para nunca abandonar la esperanza, que es lo que siempre debemos sostener y nunca perder.

xRodríguez Boero, Adrián

Llave a la Libertad

El anciano encontró la llave en un sendero del jardín de la residencia donde vivía, la guardó rápidamente en un bolsillo para que nadie la viera.

Pensó: “Esta debe abrir la puerta que da a la calle y podré marcharme de aquí”.Recorrer esos senderos era la única diversión que tenía.Hacía ya varios meses, no sabía bien cuántos, que sus hijos lo habían llevado para que pu-

diera estar mejor atendido.Aceptó a regañadientes. Sus luces se estaban apagando poco a poco y no opuso resistencia.

Sabía que no estaba bien, se olvidaba cosas, caía en silencios prolongados; pero a veces la chis-pa volvía y entonces se preguntaba “¿Qué estoy haciendo acá?”.

Duraba poco, pero ese momento, esos pocos minutos en los cuales volvía a ser él, dolían.

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Letras Vivas

¡Ay, Señor, cómo le dolían! Pensaba: “Le voy a decir a mi hijo que me saque de aquí”. Pero luego la niebla regresaba y la realidad se mezclaba con recuerdos, algunos de ellos frutos de su imaginación, nunca vividos, aunque, en su mente, tan reales como los verdaderos.

Siguió caminando, la mano en el bolsillo, apretando con fuerza la llave, no quería perderla. Quizás ya no tenía claro para qué la iba a usar, pero la adrenalina corría por sus venas y le daba la ilusión de recuperar su libertad.

Se sentó en un banco, la caminata rápida lo había fatigado y quería pensar un plan de acción que le permitiera escaparse.

Permaneció un largo rato absorto en sus pensamientos, a su lado pasaban enfermeras, otros internos, a ninguno le contestaba el saludo, había comenzado un viaje interior y en él pasaban retazos de su vida.

Eran destellos rápidos que tal como llegaban se iban; por ahí venía su infancia, con las esca-padas de pesca en las tardes de verano, más acá la primera nieta, Cecilia, que siempre andaba con los piececitos descalzos y a él le preocupaba tanto. A veces todo se ponía borroso, abría los ojos, veía el parque a su alrededor, pero no lograba saber dónde estaba.

Ese día era especial, la llave en su bolsillo le daba la seguridad de que podría marcharse, la tarde caía y la campana llamando a cenar lo hizo incorporarse y marchar con paso cansino al comedor.

Pensaba escaparse cuando sirvieran el postre; todos estarían ocupados y no notarían su ausencia, la puerta principal tenía vigilancia, pero su llave abría la de proveedores y esa no la vigilaba nadie.

Disimuladamente, llevó la mano a su bolsillo, quería estar seguro de que todavía la tenía. Mientras, pensaba: “Últimamente pierdo tantas cosas…”. Cuando la encontró, respiró aliviado.

Se dirigió a su mesa, en la misma el cuadro de siempre; sentado enfrente Pedro “el Mudo”, que el único sonido que emitía era el que hacía al tomar la sopa; a su derecha Francisco, capi-tán de ultramar, que solo navegaba fantasías últimamente; y a su izquierda Pepe, músico, que pasaba sus días golpeando dos palillos para marcar el ritmo de vaya uno a saber qué canción. Ninguno lo iba a extrañar.

La enfermera le trajo sus pastillas, las tomó con aplicación, no quería llamar la atención. En cuanto le sirvieron el postre y la camarera se retiró de su mesa, se levantó como si fuera hacia el baño, pero antes de llegar se desvió hacia la salida.

Estaba fresco, los primeros días de invierno se hacían sentir, se levantó el cuello de la cam-pera y empezó a caminar. El sendero que conducía a la puerta estaba iluminado con faroles aislados y no se veía muy bien. Había casi quinientos metros hasta su objetivo, nadie estaba a la vista, su salida parecía segura.

Cuando llevaba recorrida la mitad de la distancia, un banco, tan solitario como él, le dio la

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excusa para sentarse y reponer fuerzas. Cerró los ojos, volvieron los recuerdos, las lágrimas acudieron a sus ojos, era uno de esos escasos momentos de lucidez.

Pensó: “¿Qué estoy haciendo?, ¿a dónde voy a ir?”. Abrió la mano, la llave cayó al suelo, las lágrimas se convirtieron en un llanto silencioso, la luz del farol lo abrazaba como abrigándolo.

Lo encontraron tras dos horas de búsqueda, él ya se había ido sin necesidad de usar la llave, una sonrisa iluminaba su cara.

xRomero, María de los Ángeles

Le decían Lorenz a

La llamaban “la loca Lorenza”; decían que era rara, ausente, perdida, como si viviera en otro mundo.

La veían salir temprano por la mañana a sacar el perro, a comprar algunos víveres y luego pasaba el día encerrada en su casa. Algunos niños traviesos del vecindario tocaban el timbre y salían corriendo, le tiraban piedras al frente de su casa, o le gritaban “loca, loca”, pero ella ni se percataba de ellos, de la puerta para afuera no tenía ninguna relación, su mundo era pequeño, solamente su modesta casa del barrio de Flores.

Los vecinos más antiguos del barrio contaban que Lorenza, más de sesenta años atrás, había sido una muchacha hermosa, de cabellos dorados y ojos color cielo; de muy jovencita había perdido a sus padres, a pesar de criarse sola estudiaba un profesorado en idiomas, y fue allí, en uno de los pasillos de la casa de altos estudios, donde conoció a Gregory, un profesor de francés. Pronto se enamoraron y comenzaron a relacionarse, nació un apasionado amor. Solían verlos tomados de las manos haciendo largas caminatas por el Rosedal; luego, él comenzó a fre-cuentar su casa. Lorenza todas las tardes a las cinco ya tenía la sala preparada, los candelabros encendidos, el mantel de puntillas de encaje, las servilletas y las dos tazas de té de porcelana inglesa; disfrutaban de ese amor, horas y horas.

Un tiempo más adelante, ella se dio cuenta de que la salud de él iba desmejorando, lo veía pálido y delgado, y por más que fueron a los mejores médicos y que hizo todos los tratamientos que le indicaron, en pocos meses una cruel enfermedad se llevó la vida de su amado.

Ya Lorenza no fue la misma, comenzó a ausentarse de las clases, se apartó del círculo de amigos, se fue apagando esa sonrisa de sus labios, sus ojos brillantes ahora se veían opacos. Se quedó en el tiempo y así eligió vivir; se negó al mañana y vivía en el ayer, la soledad pasó a ser su amiga, su confi dente, una compañía inseparable. Pasaron los meses y los años, pero su mente

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se detuvo en esas tardes románticas junto a Gregory, en esas palabras que aun susurraban en sus oídos: “palomita amada, muéstrame tu rostro, déjame oír tu voz, tu voz es dulce, tu rostro bello, eres hermosa, amada mía, desde que me miraste mi corazón te pertenece, es tuyo desde que lo envolviste entre los hilos de tu collar”.

Las persianas de la casa estaban todo el día cerradas, pero algo que llamaba la atención de los vecinos era que todas las tardes a las cinco la casa parecía que volvía a vivir. A través de un visillo, la veían a Lorenza encender los candelabros, poner el mantel de puntillas de encaje, las servilletas y las dos tazas de té de porcelana inglesa; su rostro volvía a iluminarse, sus ojos brillaban nuevamente y reía, reía, bailaba y bailaba. Por eso la llamaban “la loca Lorenza”.

Así pasaba los días, meses y años. A unque su cuerpo se iba desgastando, y su fi gura se iba debilitando... ella era feliz, feliz, inmensamente feliz… todas las tardes a las cinco.

xSantander, Paulino Felipe

La nota misterios a

Cuentan que una vez, en un lejano lugar de la Tierra, se encontraba un señor pobre, muy pobre; apenas si tenía para comer. La época en la cual vivía era muy difícil, escaseaba lo in-dispensable, no había trabajo y la gente vivía entre la angustia y la desesperación; discutían y peleaban entre ellos, sin poder hallar una solución.

Buscando qué poder hacer, esta persona decidió visitar un adivino para que le aconsejara qué camino tomar en el futuro, ya que a veces sentía que había perdido las ganas de vivir y que nada lo motivaba para continuar.

Juntando las últimas monedas que le quedaban, se dirigió a pie hasta las altas montañas, donde se le había indicado que vivía la persona que buscaba.

Después de mucho caminar por la orilla de un río que bajaba serpenteando por la ladera, encontró la cabaña del adivino. Estaba seguro de que era allí, pues la descripción que tenía era igual. Toda hecha de troncos, con un árbol que la protegía del viento; en el techo, sobre las viejas tejas, fl orecían algunos yuyos que las cubrían parcialmente. Al frente, una gran roca que parecía haber sido cortada a cuchillo.

Cerca de allí, un pequeño puentecillo cruzaba el río, el agua apenas cubría las rocas del fondo dejando una espuma blanca, donde aparecía un pequeño arco iris cuando esta se levantaba al chocar con las piedras más grandes.

A lo lejos, entre dos montañas que semejaban una V, aparecía el sol, que reía contento alum-brando ese pequeño y maravilloso valle.

Hasta allí llegó nuestro amigo.

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Al acercarse más a la vivienda, lo recibió un pequeño y gracioso lorito, el que hizo un comen-tario en su idioma, que el viajero no pudo entender. Pensó que le daría la bienvenida desde allí, un trapecio de no más de un metro de largo, donde el aludido guardián paseaba, abriendo un poco las alas en señal de amistad.

-Buenos días -dijo en voz alta, deseando ser oído por alguien de la casa. Sin embargo, nadie contestó, y el lorito volvió a murmurar entre lengua y pico.

-Perdona, amigo -dijo el visitante-, pero no te entiendo. Dime, por favor, ¿dónde está tu patrón?

-¿Se refi ere a mí? -dijo detrás de él alguien con voz ronca.Dióse vuelta y allí lo vio. Un hombre de mediana estatura, de unos sesenta años, de barba

blanca, que vestía un gorro azul con visera, chaleco de cuero marrón y pantalón de igual color, con botas cortas, los pasacordones brillaban por el lustre de los pastos.

-Disculpe que venga a molestar -dijo el viajero-, pero desearía consultarlo, pues me siento desesperado y no sé qué hacer. El mundo está en caos y no encuentro la forma de tener paz; estoy seguro de que usted podrá orientarme.

-No se preocupe -respondió el anfi trión-, venga, pase y charlaremos al respecto.Ya dentro de la cabaña, sentados frente al hogar, degustaron algunos salamines caseros,

mientras conversaban como dos viejos amigos.-Oh, ¡qué historia…!.-dijo el hombre sabio. Muchos me consultan qué hacer en esta vida,

pero son pocos los que en realidad me escuchan. Le diré algo, en el mundo existe la felicidad y la infelicidad, pero usted es el único que puede encontrarla; todo depende de usted. Esta allí,dentro suyo. Encuéntrela y sea feliz...

Solo le haré una advertencia. Se presentará en cualquier momento, frente a usted y disfrazada de algo, la infelicidad… Ella es muy astuta, muy hábil; usará cualquier estratagema para hacerlo caer en el sufrimiento. Una de las formas de las que más se disfraza es de ilusión; tiene mil formas de hacerlo, pero uno no debe dejarse engañar, y encontrar el buen camino.

Existe algo que siempre debe llevar en la mano, pero por ahora no pienso decírselo. Lo es-cribo en esta nota que le entrego. Cuando se aleje, léala y téngala siempre presente.

-Así lo haré -dijo nuestro amigo.Agradeciéndole, lo saludó efusivamente y salió de la vivienda.El lorito nuevamente palabreó algo a lo que esta vez respondió, pues creyó entender qué

decía.-Buena suerte, amigo.El hombre se alejó de allí mirando a veces hacia atrás, queriendo retener en su memoria ese

maravilloso lugar entre las montañas y todo lo dicho por ese extraño y cálido personaje.

Cuando regresó a su hogar, ya no pudo detener más su ansiedad y se dispuso a leer aquella misteriosa nota. La extrajo de su ropa, la tomó como el más grande tesoro, la abrió lentamente y con un murmullo de voz leyó:

“LO MÁS IMPORTANTE ES TENER UN CORAZON APASIONADO Y ABIERTO

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A LAS GRANDES Y PEQUEÑAS COSAS DE LA VIDA... SÓLO ASI, ESTAS TE COL-MARÁN DE FELICIDAD”.

xSieder, Guillermo Alejandro

El amor a los diez

Una curiosidad.En el curso de cuarto grado, donde éramos cuarenta y un alumnos de diez años, había tres

enfermos de amor.Yo era el cuarto.Pero no consideraba ser parte de ese pesaroso grupo, y era por eso que no “habíamos cuatro”;

mi patología era tanto más grave y tanto más signifi cativa, que fácilmente, hasta el peor de los distraídos, se daba cuenta de que mi caso era diferente.

Vivía enamorado, con el corazón roto, en continuo estado de melancolía, desgarro y tristeza.Me enamoraba todos los días, a veces, varias veces en el mismo día.Mi amor no hacía distinción de edades. Mi maestra de cuarto, en su primera clase después de recibirse a los dieciocho o diecinueve,

vestía una pollera tableada con un diseño escocés, medias tres cuartos y zapatos canadienses, una camisa blanca y un corbatín azul.

El resultado, obviamente, era previsible... Una fl echa invisible me perforó el esternón y atravesó mi corazón ferozmente el primer día

de clases, ni bien entró en el aula.Mi amor tampoco hacía distinción de fronteras, me enamoré de Jane Fonda mientras la ad-

miraba embobado dando un discurso en contra de la guerra de Vietnam; también me enamoré de Diana Rigg, bellísima señora Emma Peel, cuando la vi por primera vez repartiendo elegan-temente sopapos y puntapiés al aire en “Los Vengadores”.

Los otros tres enfermos de amor del curso se conformaban con cuchichear entre ellos, co-dearse ante la vista de una chica y ponerse colorados.

Yo, en cambio, prefería sufrir en silencio.De esta manera, la principal involucrada jamás se daba cuenta, salvo que supiera interpretar

mis ojos de ternero degollado.Mayormente me enamoraba de chicas de mi edad, cuando iba al kiosco a comprarle cigarri-

llos a mi papá, en el colectivo, en la escuela de Inglés o en la Biblioteca Rivadavia.Las chicas en cuestión eran nenas, pero como yo también era un nene, no me podían acusar

de pedófi lo.

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Por fortuna, periódicamente mamá nos llevaba al médico de la familia para controlarnos a mí y a mi hermana, y de paso encajarnos cuanta vacuna o vitamina nueva saliera; entonces aproveché para pedirles que me dejaran un minuto solo con el doctor Moreno.

Contrariamente a lo que sospechaba, ni mamá ni mi hermana, se opusieron a salir del con-sultorio.

Fue entonces que le relaté al doctor en detalle mi secreta e interminable agonía.El doctor Moreno asintió durante todo mi relato con la cabeza, como si me entendiera, y

escribió en un recetario el nombre de un medicamento, gotitas que debía tomar diariamente.Esperanzado, tomé todos los días las diez gotas indicadas hasta agotar el frasco.No dieron resultado, aparentemente.Tampoco le recordé a mamá que las volviera a comprar, decidí que el mío era un caso per-

dido.

Veinticinco años después, nos invitaron a festejar las bodas de plata de la Señorita Silvia, acudimos casi todos sus alumnos, le regalamos fl ores, algunos lloraron, otros propusieron un asado. Yo me percaté de que la fl echa invisible había desaparecido y, en consecuencia, ya no me molestaba como en su primer momento.

También descubrí que una armadura, igualmente invisible, me protegía de cualquier indesea-do ataque enamoradizo.

Ahora, a los cincuenta y ocho, recuerdo con pena a mis compañeras de Inglés, a las socias de la Biblioteca Rivadavia, a mi maestra de cuarto grado y a todas esas bellísimas e inalcanzables actrices de la TV.

Convicto de mi propia decepción, me doy cuenta y lo lamento, de que ya son viejas, viejas, viejas...

Y nada me hace tentar con enamorarme de ellas.Finalmente, con un efecto desconcertantemente tardío, las gotas cumplieron con el objetivo

esperado por el d octor Moreno.

x Souberbielle, Luciano Ex equiel

Elannoi de Argia

Un viejo dios conoció a la serpiente durante una de sus peregrinaciones al sur. De reojo, la había visto mientras andaba por las áridas colinas del centro de Argia. Pero el omnipotente ser vio más de lo que hubiese visto cualquier otro y, en lugar de alejarse con pavor, se aproximó a la astuta criatura que se arrastraba por los pastizales dorados.

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No había sido el cuerpo escamoso lo que le había llamado la atención. Por supuesto que no, ya que la piel del animal se camufl aba entre las hierbas secas. Lo que había atraído su mirada fue el brillo y el refl ejo de la luz sobre los celestes ojos rasgados. Supo al instante que había algo más en los movimientos mecánicos y naturales que impulsaban al reptil. Había algo poco común en las acciones que lo hacían perdurar en los solitarios yermos. Cuando acechaba, sus ojos imploraban; cuando se abalanzaba sobre sus presas, su aliento era un suspiro lleno de angustia. Cada vez que se arrastraba sobre su vientre gastado, lo hacía añorando una vida que no era de ella, que el destino le había negado asignándole aquel cuerpo tan fl exible y frío. Había allí un alma apasionada que no podía dejar de desear. Un alma que desentonaba, pero a la vez no, con la víbora en que había encarnado. Porque si bien poseía la inteligencia, el ingenio y la determinación de los suyos, soñaba como algo mucho más vasto.

La deidad se aproximó a ella y le tendió con solemnidad su mano derecha. La serpiente se irguió sobre su propio cuerpo y abrió las fauces negras. Si el extraño gigante hubiera tenido intenciones hostiles, ella ya se habría encargado al menos de amenazarlo con sus colmillos y el veneno rojizo que pendía de estos. Si el dios hubiera actuado con violencia, la muerte le hubiese replicado con la velocidad del rayo. Sin embargo, la divinidad estaba libre de maldad, y esto el animal lo percibió al instante.

El altísimo ser posó su omnisciente e inquisidora mirada de plata sobre la víbora y vio su alma como si pudiera sostenerla entre sus propias manos. Era fascinante, de un rojo profundo y perfecto que ardía para jamás consumirse. Supo, entonces, que la serpiente necesitaba un corazón más grande para soportar tanta pasión; que su sangre, escarcha granate corriendo por fi nas venas, no le hacía justicia a tanta fuerza. Necesitaba ser cálida como la lujuria y ardiente como la ira para que fl oreciera su esplendor carmín. Tanto carisma debía explotar y convertir las escamas amarillentas en rubíes. El dios supo que detrás de esa mirada celeste ardían los cuatro fuegos. El sagrado, de las fraguas divinas donde los mundos y las almas fueron forjados; el salvaje, que nace de un rayo en medio de una tormenta; el violento, encarnación de la ira que las personas arrojan sobre sus propias ciudades en guerra; el humilde, esas brazas que con esperanza enciende un hombre para no sucumbir ante la fría noche. La existencia del dios era divina. Su deber, promulgar la armonía y las palabras de Non, creador primigenio, era la tarea más honorable para los de su estirpe. El momento de cederlo todo había llegado, y la deidad lo haría con placer.Elannoi susurró el dios. Signifi caba serpiente roja, en una lengua antigua ya olvidada por

los mortales. El animal reaccionó con un estremecimiento placentero al oír su auténtico nom-bre, se enroscó en el brazo del dios y ambas fi guras fueron engullidas por un resplandor com-parable con el del atardecer más intenso.

Del viejo inmortal no quedaron mucho más que cenizas. La única prueba de la existencia la serpiente que prevaleció tras la explosión, fue la piel mudada. Él le había cedido los fuegos y había cesado de existir a consecuencia. Ella, Elannoi de Argia, estaba profundamente agrade-cida por el regalo que le habían otorgado. Era extraño estar erguida sobre dos piernas; que la piel fuera tersa, suave y pálida; la sangre caliente y el corto cabello, plácidas llamas. Saboreaba

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la libertad con infi nitos gestos alegres y buscaba con los mismos ojos su nuevo lugar en el des-tino. Había aborrecido las reglas que la ataron a aquel pequeño cuerpo mortal, pero las reglas mismas habían cambiado. No desaprovecharía esta oportunidad. No ahora, que encarnaba la llama y sus cuatro espíritus.

xStefano, Roberto Daniel

La rula de Hume

Una espesa niebla de humo de cigarrillo se había apoderado de manera prepotente de la sala. La efi ciencia de las potentísimas luces ubicadas a gran altura se veía notablemente limitada.

Germán y Anselmo, situados al costado de una mesa de ruleta, observaban con calma las sucesivas jugadas de la misma.

-Verás, Anselmo -dijo Germán-, todas estas personas poseen una desventaja estadística. Es por eso que el casino se queda con su dinero. Voy a darte algunos ejemplos: ahí tienes a la dama de rojo; ella apuesta sin ningún tipo de estrategia. Observa, en cambio, al caballero del abrigo oscuro: se pasea de una mesa a la otra con su vaso de whisky y su cigarrillo en la misma mano, es el típico jugador de chance, apuesta únicamente a rojo o negro, mayor o menor, etc. Él cree estar jugando mano a mano con iguales probabilidades que la propia casa. Lo mismo hace el hombre obeso, quien cubre la mitad de la mesa con sus fi chas, a veces logra hasta ganar, pero las fi chas que obtiene no alcanzan a superar a las que pierde.

Otro claro ejemplo es el joven de barba, quien no arriesga más de dos fi chas por bola. Lo que él no alcanza a percibir es que esta mezquindad aumenta sus nervios, y esto, a su v ez,

otorga mayor ventaja al casino. El amigo de Germán escuchaba y observaba sin pronunciar palabra.

-Lo cierto, Anselmo, es que todos ellos están entregados al azahar. Si alguno consigue ganar algunas monedas es por pura generosidad de la providencia. Nadie tiene, frente a esta mesa, iguales posibilidades con la verduga casa, ni siquiera el jugador de chance, jugando a rojo o negro, ya que siempre está la amenaza del cero, la que representa una clara desventaja del apostador.

Pero mi teoría, Anselmo, no se basa en las matemáticas. En realidad es una subteoría de un principio enunciado por David Hume. David Hume fue un fi lósofo inglés a quien siempre ad-miré profundamente. No me preguntes cómo, pero su mente operaba de manera sumamente efi ciente. Hume incluía, en lo que se refi ere a predicción del futuro, la ley de causa y efecto.

Piensa, Anselmo, en una bola de billar que esté a punto de ser embestida por otra. Cuando presenciamos esta situación, sabemos que, ineludiblemente, la bola se moverá ante el impacto.

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Ahora bien, ¿por qué lo sabemos? No, por cierto, por el conocimiento de la inercia y demás leyes inherentes a la física, sino más bien ayudados por la experiencia de haber presenciado innumerables casos similares.

Del mismo modo, Anselmo, todas estas fi chas, ahorros de mi vida entera, aguardan ser multiplicadas de un momento a otro. Sólo debo observar las jugadas y esperar a que mi mente me dicte, al momento justo, el número que saldrá inapelablemente ganador.Anselmo asintió levemente con la cabeza demostrando haber entendido.

-A veces subestimamos la fabulosa capacidad de nuestra propia mente, Anselmo. Ahora bien, dejando de lado los tecnicismos, debo hacerte un especial requerimiento. Debo pedirte que, cuando el número en cuestión se fi ltre en mi mente, y yo deposite las fi chas en el casille-ro correspondiente, no imites mi jugada. Haciéndolo, estarías interfi riendo en mi destino, y, considerando la inexistencia de dos destinos idénticos, el pretender unifi carlos podría causar alteraciones en uno de ellos o en ambos.

Después de un rato, y en medio de la convincente explicación, Germán quedó repenti-namente inmóvil. Anselmo miraba fi jamente a su amigo, que ahora separaba sus manos del cuerpo alzando sus brazos como disponiéndose a volar. Sus ojos más abiertos que nunca con la mirada perdida en el infi nito, su boca entreabierta y una clara excitación en su voz.

-¡Lo tengo, Anselmo, lo tengo! -dijo. -Tal como Hume lo enunciara, mi mente tomó las experiencias acumuladas de cada jugada que hemos presenciado y comunicó a mi consciente el número ganador de la próxima bola.

Claramente pude ver en mi pantalla mental el uno y el tres… o bien el tres y el uno. No estoy seguro. Bueno… no teniendo en claro el orden, deberé jugar la mitad de las fi chas al trece y la otra mitad al treinta y uno. Cualquiera sea de estas opciones, la ganancia será millonaria.

Germán hizo lo relatado.-Bien -dijo-, ahora aguardemos a la Diosa Fortuna.La voz del croupier sentenció el “no va más”, y a continuación hubo unos pocos, pero in-

terminables segundos de silencio. Por fi n, el resultado de la jugada retumbó en el recinto:-¡Negro el dieciocho!Germán palideció… Inmensas gotas de sudor recorrían su rostro. En un acto Desesperado,

miró la bola, que efectivamente descansaba en el casillero número dieciocho. Luego miró a su amigo con expresión suicida.

-¡¡Caray, Germán!! -habló por primera vez Anselmo. -No me preguntes cómo, ¡pero sabía que perderías!

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Valerga, Mario Enrique

Llamen cuando lleguen

Una mañana estaba en casa estudiando y me llamó mi Mamá.-Fede, ¿te venís a comer a casa esta noche? Papá y yo tenemos que contarte algo.No hubo más explicaciones. Lleno de intrigas, llegué más o menos a eso de las 20:30 y toqué

el timbre. Desde que decidí ir a vivir solo y, pese a que tenía una llave de la casa, siempre me anunciaba antes de entrar. Mamá abrió la puerta.

-Hola, Mami -le dije, la abracé y le dí un beso en la mejilla. -¿Cómo andas? ¿Todo bien con Papi?

-Sí, salame. Con tu padre no pasa nada -me respondió Mamá. -No te asustes, que queremos darte una sorpresa.

-¿No estarás embarazada? -le pregunté a mi pobre madre.-No seas tonto, sabés que la fábrica cerró hace años -respondió Mamá, entre carcajadas. -Vení, pasá al comedor que está tu padre.-¡Hola, Papá! -También le dí un beso en la mejilla, pero Papá era más austero con el cariño y

terminamos en un semiabrazo.-Federico -arrancó Papá, -¿te acordás de ese viaje que siempre soñamos hacer, recorriendo

la ruta 3 por la costa patagónica? ¿Parando en cualquier pueblo? ¿Llegar a Tierra del Fuego y volver?

-Sí -le contesté. -¡Qué lindo sería! Bueno, algún día, después de rendir los exámenes de la facultad, lo hacemos, ¿no?

-Bueno… ¡¡nos vamos mañana!!-¿¿Qué?? ¿¿Cómo?? ¿¿En qué viajas?? ¿¿Cuándo?? -fueron muchas preguntas juntas para mi

Papá.-Mirá, Fede. Lo pensamos bien con tu madre y lo vamos a hacer ahora, porque quizás, a

nuestra edad, capaz que el año que viene no podemos salir. Mandé el Peugeot 504 al taller y me lo dejaron como nuevo. Salimos mañana a las 6 de la tarde.

-¿¿Qué?? -Confi eso que empecé a calentarme un poquito. – ¡¡Vos estás loco, Papá!! ¿¿Tenés 80 años y vas a hacer más de mil kilómetros en esa catramina y manejando de noche?? ¿¿Qué te pasa?? ¿¿Desayunaste con kerosene??

-Ay, Federico, ¡no te pongas así! -intercedió Mamá.-¿Que no me ponga cómo? ¿No se dan cuenta del peligro? ¿Del riesgo del viaje que piensan

hacer?-¿Qué peligro? ¿Me estás queriendo decir que no tengo experiencia en manejar? Manejo au-

tos desde los 14 años, cuando vos no eras ni siquiera un proyecto. Y salimos al atardecer porque es más fresco… y vos lo sabés bien… ¿o nunca manejaste de noche?

-Papá, vos manejás bien, pero ya no tenés los refl ejos que tenías antes. La ruta 3 no es una

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autovía, no tiene 2 carriles de cada lado… los camioneros se duermen… la gente maneja como el culo… por favor, ¡¡escuchame!!

-¿Estás envidioso, no? Claro, el Señorito lo había planeado todo, pero ahora, entre la facultad y la minita que tiene, se olvidó de compartir tiempo con sus padres-. Papá sabía dónde pegarme y yo entré sin mucho preámbulo.

-¡No mezclés la facultad con esta pelotudez que vas a hacer, Papá! Nada tiene ver con nada. Yo siempre he tenido tiempo para ustedes, pero tengo responsabilidades, derechos y obligacio-nes, ¿me entendés?-. Había empezado a levantar el tono de voz.

-Yo, cuando me necesitaste, siempre estuve, siempre te apoyé, sacrifi qué horas de laburo para estar a tu lado. Te pagué los estudios, te ayudé con el departamento. ¿Este es el pago que merecemos por estar con vos? Si es así, andate de mi casa.

-Tenés razón, ya se me fue el hambre. ¡Ahora tengo náuseas!Mamá me acompañó hasta la puerta, lloraba, y a mí se me partía el corazón, pero tenía mi

puto orgullo, que me impedía volver. Le rogué a Mamá que me llamara cuando llegaran, la besé y le deseé buen viaje, y me fui a casa. Todo el día siguiente estuve en casa y esta conversación no se me fue de la cabeza. Varias veces pensé en llamar para disculparme y tratar de hacerles entender que era un viaje de mucho riesgo y, cuando al fi n tomé coraje y llamé, no me contestó nadie. Ya habían salido. A la noche de ese día traté de estudiar, de ver televisión, de distraerme con algo. Pero todo fue inútil. Seguía pensando en mis padres y en la manera estúpida en que me había despedido. Me tiré en la cama y me quedé dormido.

El timbre del teléfono me despertó bruscamente. Miré el reloj, eran las doce y media de la noche. ¿Quién me podría llamar a esa hora? Finalmente atendí.

-¡Hola, Fede, acabamos de llegar!-. Era Mamá. -¿Ya?, ¿tan rápido? ¿A qué velocidad manejó Papá?- Yo seguía medio dormido.-Tu padre manejó muy bien. Esto es un paraíso, nos han tratado muy bien, todo es fantásti-

co. ¡Quizás nos quedemos acá!-Mami, me encanta que estén bien y que te guste el lugar, pero es un hotel de ruta, descansen

y mañana o pasado, sigan el viaje.-Acá está tu padre que te quiere saludar-. Me preparé para lo peor. -¡Hola, Fede! ¿Cómo estás, hijo?-. Después de lo de ayer, realmente parecía otra persona.

–Bueno, ya te ha dicho tu madre que ya hemos llegado y estamos muy bien. Y me parece que hasta aquí llegamos y aquí nos quedamos.

-Bueno, me alegro de que les guste el lugar. A propósito, ¿dónde están?-Siempre tan curioso. Fede, mirá, ya tenemos que cortar porque esta gente nos está espe-

rando para llevarnos a nuestro destino fi nal. Con tu madre queremos decirte algunas cosas. Estamos muy orgullosos de ti y sabemos que serás un excelente médico, esa chica que estás viendo, eh… Rosana. Hacen una muy linda pareja, sería muy bueno que sigan juntos. Bien hijo, te amamos-. Y cortaron la comunicación.

Quise preguntarles por lo de anoche y disculparme, quise preguntarles por el viaje, quise pre-guntarles cómo sabían el nombre de Rosana. Pero no tuve tiempo. Colgué el teléfono, apagué la

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luz y me quedé dormido. No sé cuánto tiempo pasó hasta que escuché nuevamente el timbre. Levanté el tubo y contesté, pero solo escuché la señal de tono. Pensé que lo había soñado y ya me estaba acostando, cuando otra vez volví a escuchar el timbre, era el del portero eléctrico.

-¿Hola? -dije bostezando.-Federico, soy Rosana. Subo.Miré el reloj. Eran las seis y media. Nunca nos veíamos tan temprano. Me puse el pantalón

del pijama y la esperé en la puerta. Entró y sin mediar palabra me abrazó. Sentí su perfume a jazmines, el calor de su cuerpo contra el mío y sentí las famosas mariposas en la panza. Pero se separó levemente y vi sus ojos. Eran habitualmente de color verde y tenían la virtud de darme la paz o la alegría cuando la necesitaba. Pero en ese momento, estaban rojos y húmedos. Estaba llorando.

-¿Cielo, qué pasa? -a lcancé a preguntarle.Sin decir palabra, tomó el control remoto del televisor y sintonizó el noticiero. Justo en ese

momento, el periodista comentaba sobre un accidente ocurrido en la ruta 3. Un camionero se había quedado dormido y se había estrellado con un Peugeot 504. No había sobrevivientes. El accidente había ocurrido a las 00:30 hs.

Mi vista pasó del teléfono al televisor y no pude decir nada. Nos miramos con Rosana, nos abrazamos y nos largamos a llorar juntos.

xVázquez , Jos é Enrique

Moncho y la LunaTenía que ser así. No era para más verso. Estas cosas son lo que son y por mucha vuelta que

les des, son así nomás, ¿viste? Es como la vida, Moncho. Aumenta la altura a medida que uno se demora en aceptar la realidad y el porrazo va a ser más grande cuanto más tardes en darte cuenta. Es como si subieras y subieras con cada minuto de resistencia en admitir la verdad.

Mejor hubiera sido darse cuenta rápido y caer desde cerquita, ¿no? Ahora, bueno, ahora el porrazo va a ser épicamente trágico. Trágico sin ningún atisbo de cómico ¿eh?.... Porque no sé quién fue el salame al que se le ocurrió juntar en una sola palabra dos estados tan opuestos como trágico y cómico: “tragicómico”... como si lo que es trágico pudiera ser cómico o si lo que es cómico tuviera algo de trágico.

No, viejo, no. Lo que es trágico no es cómico. Y viceversa.… Bueno, pensándolo bien, ¿qué querés que te diga? ... lo cómico sí, puede ser trágico, ¿no?

Por ejemplo: Cacho, que se reía de todo ¿te acordás?... de todo... del día, del sol, de las malas noti-cias, del golpe que se dio Lucía aquel verano contra el pavimento, corriendo para escaparse de la lluvia, del nene de enfrente cuando lloraba desconsolado porque se le había ido la pelota a la calle y el camión del sodero se la reventó con las duales traseras.

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Letras Vivas

Era medio boludo Cacho. Y cruel. No era cómico, pero todo le resultaba cómico. Vivía en un estado de crueldad hilariosa. No sé, era un “bolucruel”, o un “crueludo” ¿viste?... no sé… porque malo no era, ¿eh?... no, malo no. Si hasta se murió riéndose, el pobre, ¿te acordás?... se reía como loco, agarrándose la panza, cuando el colectivo sin frenos y lleno de gente se llevó puesto el se-máforo de Lacroze, justo tres segundos antes de desviarse hacia la vereda y llevárselo puesto a él.

Pero te quiero aclarar, Moncho, que si admito con heroica honestidad intelectual que algo có-mico puede resultar trágico, en todo caso, el evento será “comitrágico”. Eso puede ser. A lo que me opongo terminantemente por antagónico e inaceptable, es a que algo trágico resulte cómico. Eso no puede ser, Moncho. De ninguna manera. Con eso no transo, Monchito.

… ¿Vos qué opinás?... ¿eh, Moncho?... ¿no me vas a decir nada?... ¿eh, Monchito?... con esa cara de atorrante... que siempre parece a punto de hablar y nunca dice nada. Dale che, ¡si habrás visto cosas trágicas, Vos!... ¡Dale, acá podés hablar! Además... ¿Quién me va a dar bola si le cuento?

¿No te parece a veces, Moncho, que hay como un halo siniestro detrás del programa universal? Es como un engañapichanga, un señuelo que se adorna con fl ores, pajaritos, sueños, ilusiones, nubecitas y peces de colores, cuando, en realidad, una mano cruel orquesta los hilos de una trama oscura que teje la tragedia.

Tra-ge-dia, Moncho... orquestada por este destino vacío de signifi cado que arrasa con vidas e ilusiones, con una crueldad estúpida como la de Cacho.

Porque hay cierta maldad confabulada en estas cosas, Moncho. De otra manera, no se puede entender cómo pueden darse sincronizadamente tantas cosas juntas para la tragedia.

Todo junto, todo armado como una trampa, Moncho. La noche, con esa luna borracha de luz pintando los álamos y los pinos del camino, la mágica

pátina de plata sobre el parque del Instituto Meteorológico, yo y mi insomnio de poeta noctámbu-lo que sale a tomar baños de luna inspiradora; Vos, trasnochado como siempre y siempre gamba conmigo acompañándome. La onírica canasta de mimbre, sola en medio del campo, tan bella bajo el resplandor lunar, sola y bella como un nido abierto y ofrecido a un Fénix nocturno. La angosta escala de aluminio de peldaños anchos. El interior acolchado de lona blanca, tachonada de relojes con agujas delgadas e inmóviles... Un sueño... La cuna del Cíclope. La nave de Gilgamesh. La barca de Osiris. La máquina del tiempo. El carro de Dionisios. El lecho de Morfeo.

Todavía no entiendo como no escuchamos nada, Monchito, sobre todo vos. No es que quiera echarte la culpa. Me dormí yo también, pero vos viste como soy yo cuando me duermo, me pue-de pasar un Airbus por arriba y ni me entero. ¿En serio no sentiste nada, Moncho? Porque debe haber sido un quilombo el ajetreo, los ruidos, las toberas de gas y toda la parafernalia necesaria para el armado de este engendro.

… ¿Vos te estás riendo, Moncho?... Sí, sí…, ya sé que es ese gesto de jadear con la boca abierta hasta las orejas lo que hace parecer que un perro se ríe, pero dejate de joder, porque parece que te estás riendo, Moncho, y no da.

A mí me despertó el aire, ¿viste?... limpio y frío como un cuchillo, ahí me di cuenta de esta tragedia absurda. El giro lento de la cesta y el colorido increíble de la bóveda del techo de seda.

Cuando me animé a asomarme por el borde de la cesta, los árboles del camino, el parque y la casona del Instituto Meteorológico, parecían de juguete allá abajo. Te juro.