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El 12 de Octubre de 1492 el almiranteCristóbal Colón, al mando de tres navíos y unpuñado de aventureros, soldados y clérigos,descubría la realidad de un nuevo continente querecibiría más tarde el nombre de América.Aquella tierra se convirtió de inmediato en elparaíso prometido para miles de esforzadossoñadores, tan ávidos de aventura y fuertesemociones, como de riqueza y posición social.Hombres que, en todo caso, constituyeron unaavanzadilla prodigiosa que abrió los caminosnecesarios para el conocimiento y lacolonización de un Nuevo Mundo, lo que supusoun cambio trascendental para la historia denuestra civilización. De la mano de Juan AntonioCebrián, autor de La aventura de los godos y Lacruzada del sur, entre otros, descubra en estaspáginas cómo se vivió semejante peripecia abordo de la Pinta, la Niña y la Santa María—, lossueños de inmortalidad de Ponce de León; el

empuje aventurero de Núñez de Balboa; larebeldía y el carisma de Hernán Cortés; latenacidad de Francisco Pizarro y, sobre todo, lailusión de aquellos conquistadores en labúsqueda de su Grial particular. Déjese llevar porel entusiasmo, reúnase con salvajes indios eninhóspitos o maravillosos paisajes, intérnese porselvas desconocidas y viaje a un escenario virgendispuesto para el asombro. Sin duda, La aventurade los conquistadores se convertirá en sus manosen un auténtico descubrimiento.

JUAN ANTONIO CEBRIÁNLA AVENTURA DE LOS

CONQUISTADORES

Colón, Núñez de Balboa, Cortés,Orellana y otros valientes

descubridores.

Este libro está dedicado a los más decinco millones de españoles que surcaron lasaguas atlánticas durante cinco siglos en pos deun sueño que les procurara una vida digna yrazonable. Muchos de ellos murieron en elempeño, pero su sangre regó una tierra fértilque supo aprovechar su empuje para laedificación de un mundo nuevo y abierto atodos. Uno de ellos mantiene hoy en día viva lallama del americanismo, su nombre Miguel dela Quadra Salcedo, fiel émulo de aquellos queabrieron las grandes rutas al conocimiento.

Introducción

El paso del tiempo ha visto nacer ydesaparecer innumerables civilizaciones eimperios. En todas las ocasiones surgierongrandes héroes que intervinieron de formadecisiva en el devenir de los acontecimientos,auténticos exploradores que abrieron camino asus congéneres aunque el propósito inicial nofuera ese.

En los genes del ser humano va implícita laexploración y conquista de objetivos en mayor omenor grado. Hoy en día las fronteras de lacuriosidad humana se establecen en el espacioexterior o en las profundidades oceánicas, perohace quinientos años esto ni siquiera se podíaconcebir, pues, como es sabido, apenas seatisbaban las ideas primigenias sobre losconfines del mundo.

El 12 de octubre de 1492 el genovés

Cristóbal Colón descubre para la corona españolaun Nuevo Mundo que sería conocido másadelante como América.

Era el comienzo de una de las epopeyas másambiciosas y fascinantes de la historia, con muypocos ejemplos a los que se pudiera comparar,posiblemente, tan sólo la conquista de Siberiarealizada por los cosacos del zar ruso Iván IV elTerrible algunas décadas más tarde.

Colón nunca llegó a pisar las tierrascontinentales. En sus cuatro viajes costeó lasdiferentes islas caribeñas sin imaginar queaquellas presuntas Indias occidentales eran unainmensa extensión desconocida hasta entoncespara los asombrados descubridores europeos.

América se convirtió de inmediato en elparaíso prometido para miles de aventurerosesforzados, quienes con su aliento,determinación y, sobre todo, afán de riquezasconstituyeron un ariete prodigioso en estecambio espectacular de la historia.

En ese tiempo España contaba con unos

ocho millones de habitantes, la situacióneconómica no atravesaba su mejor momento, laguerra de Granada había agotado las arcas realesy el enfrentamiento directo con musulmanes yjudíos sembraba el desasosiego por buena partede la península Ibérica. En este escenario deincertidumbre la llegada de noticias sobre elreciente descubrimiento fue un viento de aliviopara todos aquellos desprovistos de fortuna oanhelantes de horizontes donde plantear unanueva y más lustrosa existencia.

En todo caso, la conquista y colonización delas Indias occidentales supusieron un retoapetecible para miles de personas dispuestas adejar atrás biografías demasiado grises en buscade futuros luminosos. Nadie discute a estasalturas que los llamados conquistadores no semovieron por ideales ensoñadores, altruistas oreligiosos; más bien pretendían la posición socialo los tesoros que Europa les había negado. Aunasí, es cierto que gracias a su empuje se abrieronrutas indispensables para que América se

convirtiera en una firme realidad como tierra depromisión para incontables desheredados delsistema social.

Es difícil explicar cómo fue posible queunos pocos militares, aventureros y clérigospudieran sojuzgar en tan poco tiempo a grandesimperios como el azteca o el inca. Esacircunstancia nos hace sospechar confundamento que esto se produjo gracias a laayuda de diferentes pueblos disconformes conlas potencias precolombinas dominantes.

Núñez de Balboa, Hernán Cortés, FranciscoPizarro, Jiménez de Quesada y otros tantos comoellos fueron piezas clave en la consolidación delimperio español. Su abnegación y fuerzaimpulsaron, no sólo la evangelización de uncontinente entero, sino también el conocimientocientífico que llegó con la exploración del medioambiente y la navegación de nuevos litorales yocéanos. Una gesta sin precedentes en uncontexto geopolítico sumamente complicadodonde nacieron los hombres capaces para

emprender la mayor aventura que vieron lossiglos.

Ésta es mi undécima obra literaria y leconfieso, amigo lector, que resulta, sin duda, unade las más difíciles de toda mi trayectoria comoescritor, pues debo narrar con objetividad y rigoravatares, polémicas, injusticias, aventuras... Endefinitiva, vidas, eso es, vidas de unos hombrespendencieros —en la mayoría de los casos— ynobles, justos y patriotas —en pocas ocasiones—. Pero hay algo que nunca debemos olvidar y esque fueron hijos de su tiempo. Lo que hicieronnuestros conquistadores no difiere mucho de lasactuaciones colonizadoras de otras potenciascomo Inglaterra, Portugal, Francia o PaísesBajos. La divergencia entre unos y otros radicaen que las posesiones españolas de ultramarquedaron impregnadas, no sólo de masacre,crueldad y explotación, sino también de cultura,idioma, religión...

Le invito por tanto a retrotraerse en eltiempo y a viajar conmigo hasta aquellos

fascinantes siglos de la edad moderna. Sepacómo se vivió el descubrimiento a bordo de laPinta, la Niña y la Santa María, la inseguridadde Cristóbal Colón, la rebeldía y tesón de HernánCortés, la fuerza de Francisco Pizarra y, sobretodo, la ilusión de aquellos conquistadores en labúsqueda de su especial Grial, llamado en esoslares El Dorado, Cíbola o ciudad de los Césares.Déjese llevar por la emoción, reúnase con indiosy paisajes, intérnese por selvas desconocidas yviaje a un mundo virgen dispuesto para elasombro. Estoy convencido de que esta aventurade los conquistadores será para usted todo undescubrimiento.

CAPÍTULO I

EL DESCUBRIMIENTODE COLON

Llegará un tiempo en que gran parte de latierra vendrá a ser conocida, y un nuevomarinero... descubrirá un nuevo mundo, yThule dejará de ser la última de las tierras.

SÉNECA, Medea.

Habían transcurrido treinta y tres días desdeque una flotilla compuesta por dos carabelas yuna nao, bajo pendones de Castilla y Aragón,dejara atrás las costas pertenecientes alarchipiélago de las Canarias. Fueron, sin duda, lasjornadas más estremecedoras vividas porexpedición alguna en aquellos años de expansióngeográfica y naval por el globo terráqueo. Los

poco más de cien hombres que integraban las trestripulaciones ardían en deseos de regresar a casa,un clima de sedición inundaba la escuadra y sucapitán, don Cristóbal Colón, había agotado laprovisión de tretas y excusas en el intento deconvencer a los temerosos marineros para quetrabajasen un día más, una hora más, un minutomás. No en vano, aquel conglomerado decaballeros, buscavidas y aventureros transitó pormares hasta entonces ignotos y, a decir de lasmuchas leyendas que adornaban los océanoscuajados de innumerables peligros, éstos, tarde otemprano, se cebarían en ellos. Fue entoncescuando el destino acudió en ayuda de sustrémulas almas sedientas de tangible seguridad y,justo en el momento álgido de la desesperación,una luz lejana vaticinó el hallazgo más inesperadoque vieron los siglos. A las dos de la madrugadadel 12 de octubre de 1492, año de nuestro Señor,Juan Rodríguez Bermejo —marinero vigía de laPinta y erróneamente conocido más tarde comoRodrigo de Triana— dio la voz de alarma a sus

compañeros con el deseado grito de «¡Tierra!».Sin embargo, este protagonista de tan singulardescubrimiento no pudo cobrar la recompensaestablecida por los Reyes Católicos en diez milmaravedíes para el primero que atisbara suelofirme, pues el propio Colón se arrogó,egoístamente, el derecho de ser el primero envislumbrar costa, argumentando que él mismohabía visto unas luces en la lejanía momentosantes de que el tripulante sevillano diera el aviso.Pocos podían intuir que en ese remoto lugar delplaneta Tierra se comenzaban a dar los primerospasos de uno de los episodios más sorprendentesque jamás vieron los seres humanos. Ocurrió enGuanahaní, una reducida pero exuberante isla delarchipiélago que hoy conforma las actualesBahamas, en un mar al que llamamos Caribecomo recuerdo de los aborígenes que habitabanaquellos lares. En dicho día los tres buques dereducidas dimensiones y fletados por la coronaespañola recalaron en sus costas verdes yfrondosas tras varias semanas de singular

travesía. Los autóctonos, presas de la curiosidad,se agolparon en las playas para vislumbrar decerca el prodigio que ante ellos se ofrecía, puesen verdad creyeron que aquella imagen de la queeran privilegiados testigos representaba lallegada sobrenatural de extraños seres barbudosrecubiertos de metal a bordo de tres inmensascasas de madera. Algo en todo caso digno de sercontado al calor de sus hogueras tribales ennoches propicias para la narración de leyendascuyos protagonistas provenían del ámbitocelestial. Tras el desembarco de los españoles,su flamante almirante tomó con solemnidadposesión en nombre de Castilla y Aragón de lanovísima latitud, bautizándola con elesclarecedor nombre de San Salvador. Elcontacto entre los recién llegados y los indios,como así eran llamados por los europeos, fue sinduda amistoso y pronto ambos grupos seintercambiaron ofrendas en señal de pazconciliadora.

Colón, capitán de la empresa y recién

ascendido por su hallazgo a la categoría de granalmirante de la Mar Océana, utilizó toda clase derecursos gestuales para comunicarse y obtenerde sus nuevos amigos las máximas indicacionessobre las pistas que se debían seguir hastaalcanzar el verdadero objetivo de la expedición,que no era otro sino arribar a Cipango (Japón) oCatay (China), con lo que se justificaría, no sóloel mecenazgo de Castilla y Aragón sobre tanmagna empresa, sino también su personalcertidumbre acerca de la ruta occidental entre elviejo continente y Asia, asunto que abriríainmejorables expectativas de negocio para lospatrocinadores de la hazaña y para él mismo.Seguramente, en aquella trascendental jornada,don Cristóbal recordó con una sonrisa irónicatodos los avatares y circunstancias por los habíaque atravesado hasta llegar a ese punto que élsuponía cercano al éxito, dando por buenos loscapítulos de ansiedad, incomprensión y desidia alos que había sido sometido por los que noquisieron dar crédito a su arriesgada hipótesis

viajera.No es mucho lo que sabemos sobre los

primeros años del hombre que, en etapassucesivas, llevaría los nombres de Colombo,Colom y Colón; ni siquiera los investigadoreshistóricos más próximos al personaje se ponende acuerdo a la hora de certificar su lugar exactode nacimiento. A lo largo de los siglos seespeculó con diferentes procedencias dado elextraño hermetismo del que hizo bandera en todasu existencia. Sus escritos fueron siempre encastellano, lo que abonó aún más el campo de laconfusión. Muchos pensaron que vino al mundoen Cataluña, y que tras una turbia existenciacomo corsario combatió a las escuadrasaragonesas; otros ubicaron su origen enMallorca, Ibiza, Galicia, Portugal... Lo cierto esque hasta que aparezcan mejores pruebas, lamayoría de los exegetas colombinos se inclinapor la hipótesis italiana y Genova como sitiopreferente a la hora de explicar razonablementela llegada al mundo de don Cristóbal, que

aconteció en 1451. También parece confirmadoel oficio textil del progenitor, aunque otrosaseguran que la familia Colón estaba claramentevinculada a la navegación y de ahí el prontoenrolamiento del joven Cristóbal en buques quetrazaban rutas comerciales por el Mediterráneo.Sea como fuere, el clan de los Colón estabaasentado desde tiempos pretéritos en las aldeasde Quinto y Quezzi, muy próximas a Genova, undato revelador sobre la raíz italiana del futuroalmirante, quien siendo mozo sintió la necesidadde navegar, acaso como esbozo de un propósitoque años más tarde conmocionaría al mundoentero. A su faceta inicial como comerciantedebemos añadir la de corsario al servicio deRenato de Anjou, en cuyas naves el bisoñomarinero, de apenas veinte años, hizo armas ytrabó conocimiento por primera vez de los maresatlánticos, los mismos que le condujeron hastalitorales portugueses en 1476, año decisivo paranuestra historia pues en dicha fecha la peripeciavital de Cristóbal Colón dio un giro

absolutamente esencial.Durante sus primeros años de vida en el mar

Colón adquirió multitud de conocimientos, nosólo en lo que a la navegación se refiere, sinotambién en otras disciplinas que a la postre lerevistieron de la pátina renacentista tan necesariapara entender el progreso en su tiempo. Elmuchacho era de naturaleza estudiosa yaprovechó la lenta monotonía de los trasiegosmarítimos para robustecer su afán de sabiduríaleyendo cuantas obras cayeran en sus manos.Aunque no había recibido educación formal, notardó en aprender latín y en dominar las teoríascosmográficas que imperaban en la Europa de sutiempo. Posiblemente, su obra literaria favorita yque siempre le acompañó en cada viaje fue Ellibro de las maravillas de Marco Polo,personaje con el que se sentía plenamenteidentificado, lo que le invitó a soñar con emularalgún día las gestas del veneciano, pero ensentido contrario, ya que el célebre exploradorhabía llegado a China por vía terrestre, siguiendo

la ruta oriental, y él tenía la convicción de queexistía un camino marítimo más corto porOccidente. También llegó a conocer enprofundidad las Sagradas Escrituras, en particularlos libros proféticos. Tal vez fue esto lo quepoco a poco convenció al ambicioso navegantede que Dios lo había elegido para realizar grandesproezas.

En el mencionado año de 1476 la flotacorsaria en la que servía atacó a una escuadracomercial italiana que navegaba junto a la costade Portugal. El barco en el que se encontrabaColón, en el fragor de la batalla, recibió diversosimpactos de artillería, lo que provocó unincendio en la nave que hizo temer por sudestino. El genovés, viendo que su suerte podríaacabar allí mismo, optó por saltar al marprefiriendo morir ahogado que en medio deaquellas llamas infernales. La distancia respectode la costa lusitana era demasiado grande, dadoque el joven se encontraba a unos catorcekilómetros del litoral y eso en principio se

antojaba difícil para cualquiera por muy bien quenadase. Sin embargo, su tenacidad y sus ganas devivir le hicieron dar una brazada tras otra hastaconseguir llegar a tierra. Completamenteexhausto, sintió bajo sus pies la solidez del suelolusitano. Colón consideró entonces que lo que lehabía ocurrido no era más que una señal delAltísimo sobre la verdadera misión que él debíaasumir en la historia.

Una vez establecido en Portugal, su nuevopaís de acogida, se alistó en diferentesexpediciones marítimas. Un año más tarde visitóThule —nombre atribuido a Islandia y que porentonces la mayoría de veteranos tripulantesconsideraba uno de los confines del mundo—. Elpropio Colón llegó a asegurar que había superadoen cien leguas las costas islandesas. Esta aventuradebió de significar mucho para el intrépidoviajero, el cual entendió que aquella gesta cubríacon excelente nota el primer capítulo de suproyecto fundamental. Lo más probable es que alnavegar por el océano glaciar Ártico conociera

las viejas sagas vikingas en las que se referían loshechos protagonizados por los antiguos nórdicosen el siglo x, cuando el navegante Eric el Rojo ysu descendencia contactaron con Groenlandia,para más tarde tomar la ruta sur que les condujohacia tierra continental americana, lugar al quebautizaron con el nombre de Vinland (Tierra delVino). Lo cierto es que Colón creyó a piesjuntillas los relatos vikingos que demostraban suparticular teoría sobre la existencia de TierraFirme más allá del Atlántico, justo el camino queél pretendía trazar hacia Asia oriental.

En 1479 se casó con la noble damaportuguesa Felipa Moniz de Perestrelo, hija deun antiguo gobernador de Porto Santo, expertomarino y aficionado cosmógrafo. La suegra deColón le entregó a éste todos los mapas ypapeles de su difunto marido. Y es de suponerque entre los legajos encontrara algo más quedatos náuticos o cartografías conocidas. Muchospiensan que el suegro de Colón teníaconocimientos certeros sobre la realidad de un

nuevo continente al otro lado del Atlántico y quedichos saberes sirvieron para que el futuroalmirante ampliara su perspectiva del magno viajeque ya estaba perfilando en su mente.

Don Cristóbal se asentó con su esposavarios años en Madeira, donde posiblementeultimó los detalles de su ya fortalecido plan deactuación. En las Azores no dejó de escucharatentamente los fantásticos relatos ofrecidos porveteranos marineros, los cuales aseguraban convehemencia que tras jornadas envueltas portormentas y vientos, algunos barcos erandesplazados en sentido contrario al continenteafricano dando con sus maderas en unas tierrasdesconocidas de las que pocos sobrevivían paracontarlo. A estos detalles, más o menosfabulados, Colón añadió otras pruebas, como lapresencia en Madeira o Canarias de figurillaslabradas, que aparecían en las playas después deviolentas tempestades y que, al parecer, no seidentificaban con culturas conocidas. Asimismo,los lugareños contaban que en ocasiones surgían

de las aguas cadáveres con rasgos diferentes al delos africanos, lo que abonaba aún más el misterioen torno a lo que podía encontrarse yendo haciaOccidente.

Otros hombres habían escuchado esoscuentos con relativa indiferencia. ¿Y qué si habíatierras distantes al oeste? Los marinerosportugueses habían descubierto ya las islas deCabo Verde y las Azores. Posiblemente habríaotras islas aún más lejos. Pero irdeliberadamente en su busca era tarea tandesesperada como la de encontrar trigo en eldesierto más desolador. Colón, sin embargo,escuchó estos relatos con ávido interés, puesmaterializaban la existencia de sus postuladosgeográficos. Irónicamente, estas teorías —queen última instancia le llevarían a descubrir elNuevo Mundo— se basaban en un cúmulo defalsas informaciones y conclusiones erróneas.Colón había grabado a fuego en su mente lostextos apócrifos en los que se decía: «El tercerdía Tú ordenaste que las aguas se congregaran en

la séptima parte de la Tierra: seis partes Tú hasdesecado...». Sobre la base de estas líneas, élhabía llegado a la conclusión de que, de las sietepartes del globo, seis estaban hechas de tierraseca y la séptima de agua. Al igual que la mayoríade los hombres cultos de su tiempo, Colónaceptaba el hecho de la circunferencia de laTierra, por lo que le parecía perfectamentelógico que las masas continentales de Europa,África y Asia ocuparan, en conjunto, losrequeridos seis séptimos del globo. Si todos losocéanos ocupaban la séptima parte restante, elAtlántico no podía ser tan grande después detodo. En realidad, su estudio de las obras dePtolomeo y Marco Polo le había hecho llegar ala conclusión de que la tierra comprendida entreÁfrica occidental y Asia oriental se extendíahacia el este en una distancia superior a 280° deun total de 360° que comprendía lacircunferencia de la Tierra. De esta suerte,razonaba, la distancia en dirección oeste desdeÁfrica occidental hasta Asia oriental podía ser

recorrida en un viaje de menos de 80° delongitud.

Sólo quedaba traducir esa cifra a millas.Aquí cometió un grave error. Ignorante de que lamilla árabe es más larga que la europea, utilizó lacifra árabe de sesenta y dos millas y media porgrado de longitud en el ecuador —en el ecuadorhay en realidad sesenta y nueve millas europeaspor grado de longitud—. Entonces, decidiendoque el primer viaje transatlántico conveníahacerlo en la latitud de las Canarias, donde ungrado de longitud es más pequeño que en elecuador, recortó aún más la cifra hasta cincuentamillas por grado de longitud. Multiplicandocincuenta millas por 80° de longitud, obtuvo elresultado de cuatro mil millas como medida de ladistancia existente entre las Canarias y AsiaOriental.

Colón se mostraba un tanto impreciso sobreel destino último de su viaje, pues él, como lamayoría de la gente en la Europa del siglo XV,sólo tenía una vaga idea sobre la geografía del

lejano Oriente. Describía, pues, su metaalternativamente como Catay (China), Cipango(Japón), India (las Indias) o el Imperio del GranKhan. No obstante, sabía en líneas generales loque quería, consiguiendo, gracias a sus dotes decomunicador verbilocuaz, que otros también seinteresaran en el proyecto debido a susmagistrales pero enigmáticas exposicionespúblicas.

El desdén portugués

Cristóbal Colón era un hombre apuesto,carismático y con un extraordinario don degentes. Su apariencia física lo ayudaba, ya queposeía elevada estatura, rostro agraciado ycabellos rojizos, a lo que se sumaba su innegableelegancia y un gusto exquisito a la hora de elegirsus vestimentas.

No es de extrañar por tanto que muy prontolas jóvenes damas de la corte portuguesa seinteresaran en conocer un poco más sobre aquelexcéntrico navegante con ínfulas de conquistadoren todos los sentidos. Con frecuencia visitabauno de los conventos de Lisboa donde se reuníanlas damitas más distinguidas de la corte. Una deellas, Felipa Moniz de Perestrelo, le concedió suamor y de paso el acceso directo al príncipeJuan, pieza indispensable para afrontar cualquierempresa en el futuro. Sobre los padres de Felipaya hemos hablado en líneas anteriores, y acercadel inminente «rey perfecto» de Portugal cabe

mencionar que si en principio se interesó por lashistorias del genovés, más tarde, una vezproclamado monarca, abandonó la atención haciael navegante para centrarse más en elasesoramiento que le daban sus notables deconfianza, y éstos aconsejaron al soberano noatender más narraciones fantásticas, para sí, encambio, patrocinar asuntos promovidos por losgrandes y exitosos navegantes lusos delmomento, cuyos hechos eran más demostrables ybeneficiosos que cualquier propuesta aportadapor un «iluminado», como alguno calificó aColón. Lo cierto es que el genovés intentó deforma infructuosa convencer al rey portuguésdurante siete años.

Ignoramos la manera en que expuso susideas; pero, como era dado al secreto por unaparte y a la exageración por otra, razonablementepodemos suponer que las presentó con ciertassignificativas omisiones y con adicionesfantasiosas. Sin duda que se reservó los que creíapuntos principales en que se asentaba la evidencia

de la nueva ruta marítima, temiendo que otrospudieran apropiarse de sus informes y arrebatarleasí la gloria del descubrimiento. Y, con el fin deganarse el apoyo de Juan, seguramente fantaseósobre la fabulosa riqueza de Oriente y enfatizólas ventajas que a Portugal se le derivarían deusar la ruta que él sometía a estudio. El rey, sinembargo, no quedó convencido por losargumentos de Colón. Más aún, quedóboquiabierto de asombro por el alto precio queeste marinero de fortuna fijó a sus servicios.Colón pedía nada menos que una ejecutoria denobleza, el título de almirante, el virreinato detodas las tierras que descubriera y un diezmo delvalor de todas las cosas provechosas que en ellasse encontraran.

No obstante, el rey Juan no rechazó de planoel proyecto hasta 1482, en que una asamblea desabios lo declaró imposible. Desilusionado enPortugal, Colón decidió ofrecer sus ideas a otrosmonarcas. En 1485, ya viudo y padre de un hijopor quien velar llamado Diego, se dirigió a

España, reino recién unido mediante la fusión deCastilla y Aragón por el matrimonio de sus reyesIsabel y Fernando. En la recién nacida potenciaencontró sus primeros amigos entre los cultosfranciscanos de La Rábida. Precisamente dos deestos monjes, Antonio Marchena y Juan Pérez,fueron los primeros en avalar la hipótesiscolombina abriéndole paso hasta nobles cercanosa los monarcas hispanos. Mientras esto ocurríadon Cristóbal viajó por Andalucía y se enamoróde doña Beatriz Enríquez de Arana, hermosamujer con la que tuvo a su segundo vástago,bautizado con el nombre de Hernando. En estosaños Colón conoció a fondo los ambientesportuarios de Sevilla, Cádiz y Palos, creandoamistad con algunos de los marinos queposteriormente le acompañarían en su decisivasingladura. Todos ellos quedaron impresionadospor su visionario proyecto y lo presentaron aciertos aristócratas que tenían acceso a los reyes.De esta forma tuvo Colón la segunda oportunidadde presentar sus teorías a la realeza. Una vez más

expuso su gran plan, con misterio, reservas ypompa; de nuevo pidió por sus servicios elmismo precio exorbitante y se mantuvo pertinazen su empeño, sin éxito alguno, durante seisaños. A decir verdad, en 1488, pensó seriamenteen volver con su idea a Portugal; pero, aunque elmonarca luso manifestó su deseo de recibirle,aquél se abstuvo de comparecer, acaso por lasnoticias enviadas por su hermano Bartolomé,quien ofreció la empresa al rey de Inglaterra,Enrique VII, el cual, finalmente, tampoco quisosaber nada de la singular aventura.

Mecenazgo para una ilusión

En 1492 el largo batallar de Colón, súbita einesperadamente, encontró su recompensa. Enenero de ese año, las tropas de Fernando e Isabelconquistaron la ciudad de Granada, últimoreducto musulmán en la península Ibérica, con loque se ponía fin a casi ocho siglos de guerra ydevastación. Los reyes, eufóricos por estavictoria, decidieron patrocinar el proyecto deColón y garantizar que tuviera barcos, hombres yabastecimientos. Incluso aceptaron —virtualmente sin reservas— sus desaforadascondiciones. En abril se firmaron lasCapitulaciones de Santa Fe, un contrato entre lacorona y Cristóbal Colón por el cual los reyes sereservaban la titularidad de lo descubierto acambio de su aportación económica a la empresa.Colón también salió muy beneficiado: alconcederle el nombramiento de virrey perpetuo,gobernador de cualquier tierra que encontrara y

almirante heredero de la Mar Océana, además derecibir un 10 por ciento de las ganancias deltráfico y el comercio.

Para finales de julio ya tenía armadas yabastecidas dos carabelas, la Pinta y la Niña, yuna nao, la Santa María, alistados ochenta ynueve tripulantes de toda suerte y condición,incluidos algunos reos que, a cambio de libertad,eligieron participar en la magna empresa.Asimismo, una veintena de caballeros,funcionarios e hidalgos aceptaron gustososformar parte de la aventura sirviendo a los reyeso a sus propios intereses. En total, más de uncentenar de hombres integraron la primeraexpedición oficial europea que zarpó rumbo alNuevo Mundo; aunque en esos días nadie podíaimaginar que esto fuera así. El puerto elegidopara la salida de las naves fue el de Palos(Huelva), menos importante que Cádiz o Sevilla,pero libre de una cuestión que no podemos pasarpor alto: en ese tiempo miles de judíos estabanutilizando los principales puertos del sur

peninsular para salir del país que les habíaexpulsado, y el puerto onubense más alejado delas costas africanas, lugar de destino para loshebreos, se encontraba libre de estos forzosostránsitos y más cercano, por añadidura, al primerobjetivo de la navegación situado en las islasCanarias.

A principios de agosto de 1492, los tresbuques a las órdenes del almirante CristóbalColón —como ahora se titulaba a sí mismo—estaban listos para zarpar. Su nave almirante, de laque era también capitán, era la Santa María, quemedía treinta y cinco metros de eslora ydieciocho y medio de manga. Sus tres mástilesarmaban velas cuadradas. La Pinta, más rápidapero menos de la mitad de larga que la capitana,llevaba aparejos parecidos. La tercera nave, laNiñ a , era aún más pequeña que la Pinta yconvencionalmente armaba aparejo latino. Elalmirante estaba muy satisfecho con suslugartenientes. Tanto Martín Alonso Pinzón —capitán de la Pinta— como su hermano Vicente

—capitán de la Niña— eran marinerosexperimentados. Estos ilustres marinos habíanaportado gran parte del respaldo financiero parael viaje y estaban dispuestos a garantizar el éxitodel mismo.

Al alba del viernes 3 de agosto de 1492,Colón dio la señal de zarpar y, con las velashinchadas al viento, se hizo a la mar la pequeñaflota. Cada una de las naves portaba cañones yllevaba en su almacén suministros para seismeses. A bordo había también pequeños artículosy fruslerías preparados para el intercambiocomercial con las presuntas gentes bárbaras quese podrían encontrar en alguna isla a mitad decamino antes de llegar al esplendoroso Oriente.La corta travesía a las Canarias debía ser rutinariay tranquila, pero no lo fue, pues la Pinta rompiódos veces el gobernalle, lo que originó enojosasdemoras. Luego hubo tres días de calma chichaque mantuvo inmóviles a las tres naves. Cuando laflota llegó al puerto canario, tuvo que esperar unlargo mes hasta que se completaron las

reparaciones efectuadas en la Pinta. Colón, presade la impaciencia, sólo encontró consuelo en elhecho de que la obligada demora permitiócambiar las velas latinas de la Niña por velascuadradas, lo que aumentaría la velocidad.

Hasta el jueves 6 de septiembre las navescolombinas no pudieron proseguir viaje. Poco apoco «las Afortunadas» iban quedando atrás,mientras un extraño sentimiento de temor seadueñaba de los tripulantes embarcados enaquella incierta singladura. Y es que no faltaronrumores desde el principio sobre el propósitofinal de aquella insólita expedición tan alejada deconvencionalismos. No en vano, iba a ser laprimera vez que naves europeas transitaran elAtlántico con la única guía de un presuntovisionario imbuido en sus propios pensamientosde grandeza. Aun así, continuaron surcando lasaguas del archipiélago canario ofreciendo unamirada nostálgica hacia Hierro, la isla másoccidental y último lugar de tierra firme que losmarineros verían en varias semanas. No todos

compartían la fe de Colón en el éxito del viaje.Su inquietud no tenía nada de sorprendenteporque, aunque la mayoría de ellos estabanfamiliarizados con los métodos de la navegaciónen los que se orientaban por el sol, las estrellas yla brújula, pocos habían navegado tanto tiemposin poder avistar tierra. Ahora, enfrentados conmares desconocidos y siniestros, no contabancon otra cosa que les ayudara a encontrar la rutaen el viaje de ida y de vuelta. Sólo Colón semantenía firme en su creencia de que el viaje lesllevaría sanos y salvos a su destino. Su fe en laempresa era inconmovible como determinada sufuerza e inquebrantable su coraje.

La flota llevaba el rumbo latitud 28° norte.Colón había elegido este rumbo después dellegar a la conclusión, tras la lectura de un pasajedel libro de Marco Polo, de que siguiendo enesta latitud iría a dar directamente con Cipango(Japón), la gran isla que distaba dos milcuatrocientos trece kilómetros de la costa deCatay (China). Así que el almirante y sus

oficiales se aferraron con decisión a este rumbo.En la elección tuvieron mucha suerte, puesgracias a ello se mantuvo la flota en el cinturónde los vientos alisios, favorables a la navegaciónen esa época del año y, a fin de evitar mayortemor entre la marinería, se ordenó navegar atodo trapo, día y noche, a lo largo de setecientasleguas, para luego hacerlo de sol a sol. En todomomento el genovés se mostró cauto y norealizó ningún tipo de promesas a sus hombres,dejando que la tripulación abrigara sus propiasconjeturas sobre las decisiones adoptadas por sucapitán. Colón acertó en sus cálculos de que alseguir tal estratagema mantendría la calma de latripulación durante muchos días. Sin embargo,¿qué ocurriría luego? Bien estaba llevar a suánimo la convicción de que avistarían tierra alcabo de setecientas leguas, pero ¿qué iba a pasarsi esto no se producía? Después de todo, Cipangodistaba probablemente de las Canarias más de milleguas y, aunque Colón esperaba dar antes conalguna isla, no estaba seguro de que se

cumplieran sus previsiones y existía laestremecedora posibilidad de que la tripulaciónse amotinara. Para impedirlo, recurrió al ardid dellevar dos libros de navegación: uno, para suspropios cálculos, que registraba la distancia realcubierta cada día por la flota y, otro, accesible ala marinería, que daba una versión reducida de ladistancia cubierta. Con esto el almirante abrigabala ferviente esperanza de que, a la vista delsegundo libro, sus hombres estuvieran esperandocompletar las primeras setecientas leguas cuandoen realidad ya habían recorrido más deochocientas. Entre tanto se presentó en el viajeotra fuente de inquietud. A lo largo de la costaatlántica de Europa la aguja de la brújula apuntabasiempre un poco al este del norte. Pero, a loscuatro días de desaparecer Hierro de la vista,Colón empezó a comprobar que dicha agujaapuntaba considerablemente al oeste del norte.Esta situación trascendió a los hombres, loscuales mostraron un evidente nerviosismo, puespor entonces la pequeña escuadra se encontraba

en medio del Atlántico y a merced de evidentespeligros. Desde luego no era el mejor momentopara toparse con el problema, hasta entoncesdesconocido, del magnetismo de la tierra. Colón,estremecido por el inesperado descubrimiento,aceptó que ya no podía confiar en su brújula y fiósu suerte a la tradicional posición de la estrellaPolar en el firmamento. De esa guisa los tresbarcos y sus temerosos tripulantes llegaron a lasaguas cubiertas de algas del mar de los Sargazosen la zona occidental del Atlántico; paraentonces, el miedo y la desesperación habíanhecho presa en casi todo el mundo. Los oficialesespañoles comenzaron a murmurar que habíallegado la hora de enfilar proa hacia casa, losconvictos suspiraban por la seguridad delcalabozo y los honrados marineros añoraban lamonótona rutina del comercio en las aguascosteras. Para levantar sus desmayados espíritus,Colón les animó a mirar de cerca la maraña dealgas que flotaba a su alrededor, asegurando queparecía verde hierba recién llegada de tierra. Los

Pinzones fueron en efecto quienes, algún tiempomás tarde, llamaron la atención sobre laimportancia que tenía el hecho de ver bandadasde aves y «chaparrones sin viento». Ambosfenómenos eran señales inequívocas de que latierra no podía encontrarse lejos.

La tarde del 25 de septiembre, MartínAlonso Pinzón gritó desde el castillo de la Pintaque había avistado tierra. La flota cambióinmediatamente de rumbo y puso proa en ladirección indicada. Pero la luz del siguienteamanecer sólo reveló un horizonteininterrumpido de mar y cielo. El desengaño dela tripulación se tornó en ira contra su capitán yalgunos empezaron a sugerir el amotinamiento.Los Pinzones, alarmados por el trance,defendieron ante Colón la decisión de colgar alos cabecillas. El almirante, en cambio, decidiópasar por alto la deslealtad de los conspiradoressiempre que éstos accedieran a seguir navegandounos cuantos días más. Adivinando que noencontrarían piedad a manos de los Pinzones si

se rebelaban contra Colón, los sediciososaceptaron su ofrecimiento y la flota siguióadelante.

Tierra a la vista

El 7 de octubre, dejándose orientar por elvuelo de una bandada de aves, el almirantecambió el rumbo en dirección suroeste. Variosdías más tarde empezaron a verse flotando en elagua ramas y cañas. La tierra no podía estar lejos.La noche del 11 de octubre, poco antes de lamedianoche, Colón creyó haber visto brillartenuemente en la distancia la luz de un fuego,aunque sólo hubo otra persona en la Santa Maríaque afirmara haber distinguido también esa luz. Ala mañana siguiente un cañonazo —señalconvenida como aviso de haber visto tierra—tronó en la proa de la Pinta. Éste fue sin duda elmomento supremo para Cristóbal Colón. Por fin,tras los días más angustiosos de su existencia,encontraba recompensa a sus esfuerzos y sueños.Lo que nunca sabría es que no había contactadocon la buscada Asia, sino con un enorme ymaravilloso Nuevo Mundo, y que además otroocéano le separaba de las pretendidas tierras de

Oriente. En realidad la expedición colombinahabía arribado a las costas de Guanahaní (SanSalvador), en las Bahamas, sita a ochocientoscuatro kilómetros al suroeste de Florida.

En la mañana del 12 de octubre el yaproclamado almirante de la Mar Océana y sushombres desembarcaron en la isla tomandoposesión de ella en nombre de los reyes Isabel yFernando. Miraban el acto con curiosidad loscobrizos habitantes de la isla, que se habíancongregado para contemplar la llegada delhombre blanco. Colón no tardó en hacer amistadcon ellos y hasta algún negocio, intercambiandoartículos de poco valor por loros y pequeñosornamentos de oro.

Los siguientes días los españolesexploraron Guanahaní y otras islas de lasBahamas. En vano buscaron alguna mina de oro;sin embargo de inmediato se percataron queaquellos lugares estaban dotados de una inmensariqueza natural de la que se podría obtener uninmejorable negocio. Los indígenas le dieron a

entender que había otra isla muy grande (Cuba) alsuroeste. Así que el 23 de octubre, después deescribir en su diario que «debe ser Cipango, ajuzgar por lo que esta gente me dice de su tamañoy riqueza», se hizo a la mar llevándose sieteindios en calidad de oportunos guías. Al cabo deuna semana había llegado a Cuba e iniciado suexploración, constatando que la costaseptentrional cubana era tan larga, que no sepodía tratar de Cipango, sino del borde delmismísimo continente asiático. Quizá, incluso,se encontraba en los límites costeños delimperio del Gran Khan.

Lo cierto es que los expedicionariosquedaron complacidos por la belleza del país y elencanto de sus hombres y mujeres, con algunoshallazgos sorprendentes como los efectuados porRodrigo de Jerez y Tuis de la Torre, los cualesvieron cómo los indios portaban extraños tizoneshumeantes en sus manos que se llevabanreiteradamente a la boca; fue la primera vez quelos europeos vieron el tabaco.

A pesar de todo, Colón sentía verdaderanecesidad de seguir adelante. Si ésta era enverdad la tierra de Catay, Cipango no podíahallarse.muy lejos. Eso mismo debió de pensarMartín Pinzón, quien, en un gesto inesperado,tomó a sus hombres y a su carabela la Pinta yzarpó por su cuenta mientras Colón, que seencontraba cartografiando la costa norte de Cubacon la Santa María y la Niña no pudo seguir a sudíscolo capitán a causa de los vientos contrariosque imperaban en la zona.

A principios de diciembre, no obstante, selas arregló para llegar a Haití, la gran isla situadaal suroeste de San Salvador. La isla, que 'lepareció aún más placentera que Cuba, debía deser sin duda Cipango, pues aquí abundaba el oro.Lo cierto es que los nativos no tenían el menorinconveniente en cambiar el precioso metal porlas bagatelas que Colón portaba. Durante suestancia en Haití, tomó nota con deleite de losvalles cultivados, los bosques de maderaspreciosas y el espléndido clima. En

reconocimiento al reino europeo que habíapatrocinado el viaje, bautizó a la isla con elnombre de La Española.

Sin embargo, un hecho nubló el felizencuentro con este vergel, pues en la víspera deNavidad la Santa María se vino a pique sinmotivos aparentes. Según parece, esa nocheestaba tranquila y las aguas mansas, lo quefacilitó una rebaja de la vigilancia en el buqueencomendándole esa tarea a un muchachoinexperto que no supo o no pudo advertir que lafatalidad se adueñaba de la nao capitana hastahundirla en las poco profundas aguas haitianas. Apesar de los denodados esfuerzos, losexpedicionarios españoles no pudieron reflotarla nave, aunque consiguieron extraer de ellabuena parte de su madera y bastimento, con loque se empezó a construir un pequeño fortín alque Colón dio el nombre de Navidad en recuerdodel aciago día. Fue de facto el primerasentamiento español en la futura América y enél quedaron instalados treinta y nueve voluntarios

que se presentaron como ocasionales colonosprimigenios en aquella latitud.

Colón, por su parte, decidió no extender pormás tiempo la empresa y con el resto de lostripulantes subió a bordo de la Niña para regresara España dispuesto a recibir los honores yprebendas por su incalculable éxito. El 16 deenero de 1493, cuando se hizo a la mar, Colón noabrigaba el menor temor o escrúpulo sobre lasuerte que pudieran correr los hombres quedejaba en la isla. Ésta era fértil y los indígenas sehabían mostrado amistosos y serviciales. Mas,cuando volvió a Haití el año siguiente en susegundo viaje, descubrió horrorizado que todos ycada uno de los asentados habían perecido amanos de los nativos.

El 18 de enero de 1493, dos días después dezarpar para España, el almirante se dio de brucescon la Pinta. Tuvo una breve, aunque áspera,discusión con el fugitivo Martín Pinzón y dio laorden de que en adelante las dos naves navegaranjuntas. El viaje de vuelta se hizo por latitud más

septentrional que el viaje de ida y en las últimasetapas de la travesía las dos naves tropezaron conpeor tiempo. Las carabelas hacían mucha agua y,cuando en el mes de febrero se abatió sobre ellasuna gran tormenta, apenas hubo hombre a bordoque no temiera por su vida. Pareció, pues, unmilagro cuando, el 18 de febrero, avistaron SantaMaría, la isla más meridional de las Azores. Aquíecharon ancla las embarcaciones y Colón diopermiso a sus hombres para ir a tierra, buscar unaiglesia y dar gracias a Dios por haberles salvado.Al gobernador portugués de la isla, sin embargo,no le hizo mucha gracia la presencia de dosnavíos españoles en aguas portuguesas. Así que,por orden suya, los marineros que pretendíanvisitar un templo fueron a dar con sus huesos enla cárcel y no salieron de ella hasta después devarios días de negociación, en el transcurso de lacual Colón tuvo que presentar al gobernador losdocumentos de Fernando e Isabel quedemostraban su condición de almirante y virrey.

Una furiosa tormenta se estaba incubando.

Pero, a la vista del trato poco hospitalario quehabía dado el mandatario luso a sus hombres,Colón decidió levar anclas a toda prisa sin hacercaso del tiempo. Los vientos tenían tal violenciaque, aun con los mástiles desnudos, las carabelasfueron empujadas hacia el este con peligrosarapidez durante varios días. La tormenta separólas dos naves; la Pinta fue a recalar en Bayona(Galicia), donde Martín Pinzón, gravementeenfermo, solicitó audiencia con los ReyesCatólicos a fin de dar cuenta sobre la buenanueva. Sin embargo, los soberanos hispanosdenegaron la entrevista a la espera de noticias porparte del propio Colón. Éste, al mando de laN i ñ a , se internó el 4 de marzo por ladesembocadura del Tajo en la costa de Portugalhacia Lisboa, donde se le acercó un navío armadoportugués cuyo capitán subió a bordo y pidió aColón explicaciones sobre su presencia en aguasdel país. El orgulloso almirante se negó ajustificar su presencia ante un simple capitán debarco perteneciente a un reino que había

rechazado despectivamente su gran proyecto. Selimitó a enseñar sus credenciales y luegodespachó una carta al rey Juan con el relato de suviaje.

El soberano portugués, lamentando sin dudala ocasión que había perdido de patrocinar lagesta, aunque lleno de admiración por la bravurade aquel hombre, lo invitó a visitarlo en su corte.Aquí trataron al almirante con toda consideracióny respeto, aunque no hay que olvidar que algunosnobles sugirieron al rey la posibilidad de asesinaral descubridor para apropiarse del protagonismode aquella espectacular hazaña. Juan II desestimóesta villanía que, a buen seguro, le hubieraenemistado con sus poderosos vecinos y dejómarchar sin más al hombre más importante delmomento.

Finalmente, el 15 de marzo de 1493 y conescasas horas de diferencia la Pinta y la Niñaatracaban en medio de alegres vítores en elpuerto de Palos. Tan sólo traían del arriesgadoviaje unos cuantos animales exóticos, alguna

pieza de oro y a siete asombrados indígenascomo testigos de la gesta. Sin dilación, Colónsolicitó el pertinente permiso de audiencia conIsabel y Fernando, que por entonces seencontraban en la ciudad de Barcelona. LosReyes Católicos no permitieron al genovés queéste llegara a la capital condal a bordo de navíoalguno, obligándole a cruzar todo el territoriopeninsular.

A finales de abril Cristóbal Colón sepresentó ante los sonrientes monarcas que habíanavalado su proyecto. Estos hicierondemostraciones de júbilo por el éxito del viaje ypor las perspectivas que se abrían para elcomercio con las Indias. En prueba de gratitud alvaleroso almirante de la Mar Océana lerecompensaron y honraron con generoso alarde.Y, como era lógico, se solicitó con premura lacertificación papal sobre aquel deslumbranteevento. El documento vaticano fue sellado por elpapa Alejandro VI, no sin alguna alteración,durante el mes de mayo y al poco se ordenó la

preparación de una segunda expedición rumbo alas nuevas tierras.

El segundo viaje

Con evidente emoción todos los artíficesdel descubrimiento colombino se pusieronmanos a la obra y, alentados por la celeridadimpuesta desde la monarquía, se pertrecharondiecisiete buques con unos mil quinientostripulantes, clérigos, soldados y colonos. Eranlos elegidos para levantar los primerosasentamientos en el Nuevo Mundo. En estesegundo periplo embarcaron personajes queluego dejarían su impronta en aquellos capítulosiniciales de la conquista: Juan de la Cosa, Poncede León, Alonso de Ojeda, el médico DiegoÁlvarez Chanca, Michele de Cúneo o el propioprogenitor del célebre fray Bartolomé de LasCasas. Juntos embarcaron en los navíos quezarparon desde los puertos de Cádiz y Sevilla.

La misión estaba marcada por dosdirectrices esenciales: evangelizar a los nativosconsiderados ahora nuevos súbditos de la corona

española y crear los caminos necesarios para elcomercio con las Indias. La flota zarpó el 25 deseptiembre de 1493 con un Colón más queilusionado por el futuro que se abría ante él. El28 de noviembre los buques del segundo viajerecalaron ante los restos del fuerte Navidad; conevidente estremecimiento los expedicionarioscontemplaron el desastre acontecido en elprimer asentamiento hispano de las Indiasoccidentales. Según algunos testimoniosrecabados entre los indígenas, los blancos habíaninterferido cruelmente en la vida cotidiana de losnativos, y éstos, guiados al parecer por doscaciques llamados Guacanagarí y Canoabó,masacraron hasta el exterminio a la primeraguarnición colombina. En su lugar se levantó laciudad de Isabela, en homenaje a la reina católica,con un primer consejo de gobierno elegido porel propio Cristóbal Colón.

Sin embargo, no se tomaron por elmomento represalias contra los indios y, encambio, se optó por mantener la exploración de

las diferentes islas de la zona en las que loscronistas se recrearon a gusto con la exuberanciadel paisaje hallado. En los tres años que duró elsegundo viaje colombino, además de crearse losprimeros asentamientos colonos en La Española,se exploraron las Pequeñas Antillas, Cuba yJamaica.

También surgieron las primeras disputasentre Colón y los enviados monárquicos ypapales, los cuales mostraron de inmediato supreocupación por la forma desorganizada que elalmirante tenía a la hora de dictar órdenesconcretas que mejorasen el gobierno caótico delas nuevas tierras. Además, en este período, serealizó el envío de quinientos esclavos a la corteespañola, lo que levantó malestar y encendidascríticas hacia la actitud de Colón, quien ya porentonces soportaba numerosas enemistades enEspaña, ya que, si bien nadie le negaba la gloriade su descubrimiento, la mayoría de notables ehispanos cercanos a los reyes sospechaban, y confundamento, que al genovés los cargos otorgados

le venían muy grandes. Con lo que empezó a ser,casi de inmediato, un personaje ciertamenteincómodo para todos menos para la reina Isabel,quien siempre mostró el más determinado apoyohacia las acciones promovidas por su adelantado.

En el contexto internacional, Castilla yAragón deseaban blindar con urgencia laposesión indiscutible de sus nuevas tierras, yaque veían en el vecino Portugal un enemigo másque real a sus aspiraciones colonizadoras en elflamante mundo descubierto, y es por lo que conpremura se prepararon diferentes escenarios enlos que las dos potencias intercambiaronopiniones, litigios y debates sobre quién estabamás autorizado para asumir protagonismo enaquella empresa. Como es lógico y siguiendo latradición, se solicitó la mediación vaticana, hastaque por fin el 4 de junio de 1493 ambas partesaceptaron y ratificaron un tratado en la ciudadcastellana de Tordesillas, por el cual se fijabanlos ámbitos de actuación para las dos potenciascon cuatro cláusulas concernientes a las latitudes

americanas que reflejaban las direcciones aseguir desde entonces para Portugal y España:

En la primera cláusula se fijaba el meridianode partición a trescientas setenta leguas al oestede Cabo Verde. De esa forma el hemisferiooccidental quedaría para Castilla y el orientalpara Portugal. En la segunda se especificaba queambas potencias se comprometían a no realizarexploraciones en el hemisferio atribuido alcontrario y a ceder las tierras queinvoluntariamente encontrasen en el espacioajeno.

En la tercera se acordó concretar un plazode diez meses para trazar el meridiano; ambospaíses se comprometían a enviar dos o máscarabelas con pilotos, astrónomos y marineros,los cuales se reunirían en Gran Canaria y de allíirían a Cabo Verde para establecer la distancia delas trescientas setenta leguas. Por último, en lacuarta cláusula se autorizaba a los súbditoscastellanos a atravesar la zona lusitana en sumarcha hacia el oeste, pero sin detenerse a

explorar en ella. Además en este punto se hizouna excepción: como Colón se encontrabainmerso en los avatares de su segundo viaje, seestableció entonces que, si descubría tierrasantes del 20 de junio y más allá de las doscientascincuenta leguas, estas tierras serían paraCastilla. La bula papal de demarcación concedidapor el valenciano Alejandro VI quedabamodificada en favor de los portugueses, quienes,amparados en este último acuerdo, tomaronposesión años más tarde de Brasil. Que se fijasentrescientas setenta leguas obedece al deseo dedividir el Atlántico en dos partes iguales entreCabo Verde y Haití. Los portugueses sereservaron en Tordesillas la ruta a Oriente porÁfrica y parte de Sudamericanos españolesquedaron apartados de Oriente y reducidos a susIndias Occidentales.

El 10 de marzo de 1496, Cristóbal Colón sepresentó ante los Reyes Católicos envuelto porla niebla de la duda sobre su díscolocomportamiento en las tierras descubiertas. La

sospecha acerca de su interesada actuación en losasuntos de Indias no soterró la admiración queaún seguía provocando por su hazaña, si bien eltercer viaje previsto se dilató mucho más de loque el genovés hubiese pretendido. En esteintervalo Colón preparó un mayorazgo en el quequedaron muy claras sus pretensiones sucesorias,las cuales pasaban primero por su hijo Diego y ladescendencia de éste, en segundo término susegundo filogenético Hernando y susdescendientes, en tercer lugar su hermanoBartolomé e hijos y en último escalafón suhermano pequeño Diego y su linaje. Con estadecisión la familia Colón pretendía asegurar unapermanencia casi perpetua en la historia de lafutura América, aunque, las vicisitudes y conjuraspolíticas decidieron otra cosa bien distinta enlustros posteriores.

Los últimos viajes de Colón

El 30 de mayo de 1498 seis navíos bajo elmando de Cristóbal Colón zarparon de Españarumbo a las Indias. En el viaje anterior ya se habíatrazado la ruta más corta a seguir hasta laslatitudes americanas; sin embargo, las noticiassobre continuas sediciones de colonos en LaEspañola y los rumores sobre la hostilidadcaníbal de los indígenas no permitieron que sepresentase una multitud de voluntarios comoocurrió en el segundo viaje, por lo que se debiórecurrir al alistamiento de reos penitenciarios acambio de libertad para redimir las culpas deéstos en el Nuevo Mundo. Los hombres que seenrolaron en esta misión provenían en un granporcentaje de ambientes delictivos y no seconsintió que se embarcasen penados con delitosde herejía, asesinato en primer grado, faltas delesa majestad, traición, piromanía, falsificación osodomía, intentando de ese modo que las

primigenias colonias no se nutrieran conpersonajes de dudosa moral.

Con todo, la tercera escuadra colombinahinchó su velamen para navegar rauda haciaCanarias, donde se separó en dos grupos: unocomandado por don Pedro de Arana y otro por elpropio Colón, quien llegó a recalar el 31 de julioen la isla de Trinidad, frente a la desembocaduradel río Orinoco. En estas tierras el almirante setopó con indígenas más blancos que loscaribeños, constatando que su cultura erabastante superior a la de los indios hallados hastaentonces. Colón siguió obstinado en pensar queaquello no era más que un accidente geográficoen medio de la dirección que le conduciría alansiado continente asiático y no se preocupó deexplorar más al norte, con lo que hubiesecertificado oficialmente el descubrimiento de unnuevo continente. Sí, en cambio —tras perfilaralgunas semanas la costa venezolana con belloshallazgos tales como isla Margarita, cuyonombre se puso en homenaje a la nuera de los

Reyes Católicos—, acabó dirigiéndose a LaEspañola, donde se le esperaba junto a losabastecimientos de los que era portador. Alllegar a Isabela sabía que lo descubierto en estatercera singladura pertenecía a Tierra Firme y noa una simple isla, si bien nunca a lo largo de suvida pudo intuir que había descubierto unainmensa realidad continental. Mientras tanto sushermanos Bartolomé y Diego gobernaban LaEspañola con más o menos acierto, pues ya porentonces los primeros pobladores mostraban unvivo recelo hacia el dominio de los Colón. Enese tiempo se descubrió un buen número deminas de oro en el sur de la isla, lo que provocóel traslado de la capitalidad a la recién fundadaciudad de Santo Domingo por encontrarse máscerca de los yacimientos auríferos. Elmonopolio ejercido por los hermanos delalmirante sobre el incipiente comercio del orodesató encendidas críticas entre los colonos,que, como es obvio, deseaban su parte del tesoro.Entre los desafectos surgió la figura de

Francisco Roldan, hombre disoluto a quienColón había nombrado alcalde y justicia mayorde La Española. Las pretensiones de estepersonaje pasaban por hacerse con el controlabsoluto de la isla en detrimento de susopositores colombinos. Mas, cuando donCristóbal arribó a Santo Domingo en 1498, trasdos años de exploraciones, y se encontró con lasublevación en pleno apogeo, ni supo ni quisoenfrentarse al problema, concediendo al rebeldeRoldan la reposición de sus cargos, así comotierras e indios a los españoles que habíansecundado el motín. Este asunto trascendió aEspaña, donde se empezó a ver con profundapreocupación el difícil transitar de losacontecimientos coloniales en Indias. Desdeluego, la situación no invitaba al optimismo:cientos de españoles diseminados por LaEspañola y enfrentados entre sí por culpa del malgobierno protagonizado por Cristóbal Colón.Tanto malestar indiano originó que en la corteespañola se pergeñaran algunas soluciones que

reorientasen el rumbo de aquella empresa. LosColón no estaban desde luego dotados para elmando en una situación tan delicada como la quese presentaba en La Española y pensaron que lamano dura sería más aconsejable que cualquieractitud conciliadora con los rudos pobladoresespañoles. Éstos buscaban el mismo beneficioeconómico que sus autoridades y las disputas poracaparar tierras y riquezas eran constantes ysangrientas.

Al virrey Colón la situación se le escapódecididamente de las manos y solicitó a Españaun administrador cualificado que gestionaseaquel maremágnum de confusión colonial. Elelegido fue Francisco de Bobadilla, un altofuncionario proveniente de la orden de Calatravacuya dureza a la hora de enjuiciar determinadosasuntos le granjeó prestigio suficiente para serenviado a La Española con el ánimo de sojuzgar alos colonos levantiscos. Mientras, dada laautoridad moral y legislativa que le otorgaron losreyes, no tuvo ningún impedimento en cubrir de

grilletes a Cristóbal Colón y a su hermano Diego,enviándolos posteriormente de esa guisa a lapenínsula Ibérica con los cargos de corrupción ypresunta traición a la corona. Bobadilla nopermaneció mucho tiempo en Santo Domingo,pero sí lo suficiente para dejar claro que Españano iba a pasar por alto cualquier intento desedición o anarquía en aquel territorio alejado,pero desde entonces vital para la economía ygrandeza del reino.

En diciembre de 1500, un angustiadoCristóbal Colón pudo al fin entrevistarse con losReyes Católicos. En la reunión el almirantesolicitó que se castigase a Bobadilla por laafrenta cometida con su persona y que serepusiesen sus privilegiados derechos sobre lanueva tierra descubierta. Aunque lo cierto es quelos monarcas atendieron con cariño a sualmirante, nadie discute que para entonces lacuestión americana ya se le había escapado de lasmanos a su descubridor oficial. Otros ilustresmarinos viajaban constantemente a las costas

vírgenes de Occidente utilizando rutas, mapas eindicaciones efectuadas en los primeros viajescolombinos. Rodrigo de Bastidas, Alonso deOjeda o Vicente Yáñez Pinzón ya habíanexplorado la costa norte sudamericana; CorteReal había llegado a Terranova y Cabral constatóla inmensidad brasileña. Todo aquellodesautorizaba la primigenia idea colombina ynadie se atrevía a defender públicamente que lodescubierto era sólo un sitio de paso hacia Asia,sino, más bien, un impresionante continente,como atestiguan los mapas elaborados por Juande la Cosa gracias a los conocimientosadquiridos en dichas exploraciones. Por tanto,constituía un severo riesgo dejar en manos de lafamilia Colón tanta abundancia, y más tras haberconstatado de forma reiterada las impericias enla gestión política y administrativa del clangenovés.

En 1501 se nombró a Nicolás de Ovandonuevo gobernador de La Española. La misión acumplir por este dignatario era en apariencia

sustituir a Bobadilla y normalizar de paso ladifícil situación de la colonia. El propioalmirante llegó a pensar que Ovando restituiría elpatrimonio y poderes de los Colón. En cambio,nada de esto ocurrió por el momento, ya que delo que realmente se trataba era de asegurar latitularidad española de la recién emprendidaconquista americana, y este cacereño nacido enel pueblo de Brozas se presentaba como idóneopara tal propósito. En febrero de 1502 zarpó deSanlúcar una gran escuadra integrada por treintabarcos y dos mil quinientos españoles de todasuerte y condición. En esta primera expediciónnetamente colonizadora, viajaban hombres deleyes, frailes, artesanos, albañiles, contadores,pastores, jueces, agricultores... oficiosindispensables para asentar el embrión perfectode sociedad que se anhelaba, amén de una nutridafuerza militar que apoyase al extremeño en susdifíciles decisiones. En abril la flota recaló enSanto Domingo y Ovando tomó posesión de lacasa en la que se encontraba instalado Bobadilla,

ordenando a éste que regresase a España para, unavez allí, rendir cuentas sobre sus actuaciones.

Por desgracia, el barco que trasladó al deCalatrava se hundió a causa de un huracán, elmismo que destruyó las débiles edificaciones deadobe y paja levantadas en la capital, lo queprovocó mortandad y desasosiego entre lospobladores. Esta catástrofe hizo entender algobernador que el emplazamiento para la ciudadera erróneo. Durante días anduvo por la zonaasesorándose con las opiniones de algunosconstructores que le acompañaban. Finalmente,tras analizar la orografía, decidió que lo másconveniente era ubicar la ciudad de SantoDomingo en la margen opuesta del río Ozama,donde, por orden suya, se alzaron quince grandescasas de piedra y una fortaleza para defenderlasque aún hoy en día se conservan en la actualcapital de República Dominicana.

No obstante, la situación a la que seenfrentaba era sumamente compleja, con cuatroasentamientos más o menos urbanos en los que

unos cuatrocientos pobladores manteníanposturas diferenciadas a la hora de decidir cómose debían conducir los asuntos políticos ysociales en aquella remota isla del planeta. Entre1502 y 1503 Ovando se propuso pacificar LaEspañola, acabar con las fuertes disensionesinternas entre los españoles y sojuzgan de paso labelicosidad indígena encarnada en caciques comoCotubanamá o Anacaona, reina de Xaragua yMaguana, territorios independientes que noaceptaban el poder español. Según se cuenta, lasoberana indígena se rodeó de trescientoscaciques bajo su mando para entrevistarse con elgobernador español, a fin de evitar una guerrageneralizada entre blancos y cobrizos. Todoparecía desenvolverse por senderos deamabilidad y entendimiento, pero Ovando quedóadvertido por algunos espías de que los nativospretendían tenderle una emboscada, a lo que elgobernador respondió con un ataque preventivoque causó la muerte de setenta dignatariosindígenas en un episodio que encendió la llama

de la leyenda negra española en América. Noobstante, Ovando llevaba órdenes concretas delos Reyes Católicos para suprimir lasencomiendas originales concedidas a losprimeros terratenientes hispanos. En estasplantaciones los indígenas eran asignados a susdueños europeos y trabajaban para ellos enrégimen de absoluta esclavitud, lo que generaba,no sólo malestar entre los nativos, sino tambiénuna cotidiana mortandad dadas las abusivascondiciones laborales impuestas por los blancos.El gobernador intentó cambiar esta injustasituación con el ánimo de convertir a los indiosen súbditos de la corona abonados a derechos yobligaciones tributarias. Pero la realidadexistente, por duro que parezca, se impuso y, endiciembre de 1503, quedó autorizado aencomendar indios dada la evidente falta de manode obra para trabajar, no sólo en los campos, sinoen las minas; asunto que empeoróostensiblemente la situación de los aborígenes,los cuales morían a cientos sin que nadie, al

parecer, quisiera impedirlo. Por otra parte,Ovando hizo de La Española la base del gobiernoy la colonización del Nuevo Mundo, con unsistema planificado. Envió nuevas expedicioneshacia Tierra Firme, y fue poco a poco ampliandoel universo caribeño. Aunque su dureza y defensade intereses personales espurios no le salvaronde enfrentarse a un juicio de residencia, fue elprimer gobernante que hizo valer la ley real einició la estabilización de las colonias conmétodo y racionalidad, dejando a un lado laimprovisación y tratando de obtener el máximoresultado del territorio colonizado.

En estos años Cristóbal Colón tuvo la últimaoportunidad de regresar al lugar por éldescubierto. Su cuarto y definitivo viaje lecondujo a las Indias con la ilusión de encontrar alfin el tan ansiado paso hacia Oriente. Con estepropósito abasteció cuatro naves, con las que seplantó ante Santo Domingo en el verano de 1502.Bien sabía que su acceso a la capital de LaEspañola estaba terminantemente prohibido; sin

embargo, el almirante argumentó que debíareparar algunas averías en sus navíos antes deproseguir camino.

De paso advirtió a Ovando de que un huracánavanzaba hacia la zona por lo que se debíaimpedir la salida de una numerosa escuadracargada de riquezas para España. El gobernadordesatendió la recomendación de Colón y lasconsecuencias no se hicieron esperar, pues, alpoco, todos los navíos de la expedición se fuerona pique, pasto de los vientos huracanados. Contodo, don Cristóbal, aquejado de fuertes doloresartríticos y de una infección ocular, no quisopermanecer más con su flota anclada en SantoDomingo y zarpó rumbo a sus sueñosexploratorios.

En este epílogo de los viajes colombinos, elmáximo artífice del descubrimiento navegó porlas costas de Honduras y Panamá, por lo que casiconsiguió encontrar el paso marítimo hasta elocéano Pacífico. Más tarde sus barcosnaufragaron de regreso a La Española,

hundiéndose frente a las costas jamaicanas enjunio de 1503. Colón solicitó el auxilio deOvando, mas éste se desentendió de enviarcualquier ayuda al angustiado genovés, con lo quela expedición colombina quedó durante un año ycinco días a merced del infortunio y los motines.Y el poco más de un centenar de hombressupervivientes se dividió en dos grupos a causade enfrentamientos internos y de diferentesopiniones sobre aquella empresa. Al fin, en juniode 1504 Ovando se compadeció del descubridoroficial de América y permitió que un barcopagado por leales al almirante fuese en ayuda delos náufragos.

En agosto, los restos del cuarto viajecolombino llegaban a La Española y al messiguiente el glorioso genovés abandonó laslatitudes americanas por última vez, recalando enEspaña en noviembre justo unos días antes de lamuerte de Isabel I de Castilla, la gran mecenas yamiga del hombre que tanto bien había traído a lacorona española. Solo y casi sin amigos que le

apoyasen en sus demandas, intentó en vanoentrevistarse con el rey Fernando y a la espera dedicha audiencia falleció el 21 de mayo de 1506en Valladolid, a la edad de cincuenta y cincoaños. Atrás quedaban emociones, dudas, peligrosy gloria, pero, sobre todo, el honor de haber sidoel primero en descubrir un Nuevo Mundo paranuestra civilización.

Sin embargo, el cuerpo del almirante siguióviajando de Valladolid a Sevilla, de Sevilla aCuba, de Cuba a Santo Domingo, ¿y de SantoDomingo a Sevilla? A ciencia cierta, no se sabesi sus restos descansan en la catedral hispalenseo en su querido Santo Domingo. Hoy día losinvestigadores históricos y los expertos en ADNsiguen cotejando diversas pruebas, si bien parecedifícil que podamos alguna vez constatar eldestino final de este loco soñador que inauguróuno de los capítulos más emotivos yfundamentales de toda la historia y que, parahacerse honor a sí mismo, siguió pensando, hastael momento de su muerte, que había llegado a los

añorados territorios orientales en lugar deimaginar que su espíritu indomable consiguiódescubrir todo un Continente ante los ojos de suscoetáneos.

CAPÍTULO II

LOS QUE SIGUIERONALMIRANTE DE LAMAR OCÉANA

Quiero dar cuenta a Vuestra Muy RealAlteza de las cosas y grandes secretos demaravillosas riquezas que en esta tierra ha, deque Nuestro. Señor a Vuestra Muy Real Altezaha hecho Señor, y a mí me ha querido hacersabedor y me las ha dejado descubrir que aotro ninguno y más, por lo cual yo le doymuchas gracias y loores todos los días delmundo y me tengo por el más bienaventuradohombre que nació,...

Carta de Vasco Núñez de Balboa a Fernandoel Católico tras el descubrimiento del océano

Pacífico.

Tras la muerte del almirante nadie discutíasobre la importancia de la nueva tierradescubierta en los que se comenzaban a asegurarsus primeros pasos conquistadores. Habíantranscurrido catorce años desde aquel clamorosogrito: «¡Tierra a la vista!». Y ahora cientos deesperanzados colonizadores se desenvolvían porvarios asentamientos implantados en las islascaribeñas. En el principal de ellos, La Española,Nicolás de Ovando, al considerar finalizada sumisión a la muerte de la reina Católica, anhelabaregresar a España, pues tanta actividad gestora lehabía abocado a un cansancio crónico, por lo quedeseaba volver a su tierra natal para descansarmientras esperaba nuevas órdenes de su rey.Ovando pidió encarecidamente en variasocasiones retornar a la Península.

En cambio, en lugar de eso, fue confirmadoen su puesto con absoluta decisión. Primero, porla regencia de Fernando II de Aragón, luego por

Felipe I y Juana I y, tras la muerte del Hermoso,nuevamente por el rey católico, quien debióasumir los designios de Castilla. Las razones desu permanencia en un puesto que otros a buenseguro deseaban se debían a los inmejorablesresultados de su labor. No en vano habíaconseguido el dominio total de La Española y seestaban explorando por orden suya las vecinasPuerto Rico y Cuba.

Además, la excelente administración deOvando hizo de la colonia un próspero negociocuya consecuencia más inmediata fue lafundación de quince villas y el asentamiento decada vez más colonos ilusionados con la riquezaque podían obtener en aquel esfuerzoexpansionista: Pero lo principal a subrayar en losméritos del gobernador fue, sin duda, queconsiguió organizar un correcto flujo de oro,perlas y materias primas que suponían unimportante ingreso para la corona, sin permitirsenepotismos de ninguna clase, lo que le granjeó alextremeño diferentes enemigos que habían hecho

de la corrupción su bandera. Estos mismospersonajes consiguieron medrar hasta convertirla figura de Ovando en algo molesto para la corte.Y debido a esa circunstancia, no recibió loshonores que merecía tras su llegada a España en1509.

Agotado por tanto avatar, Ovando cedió eltestigo del gobierno en América a Diego Colón,hijo mayor del almirante y emparentado con lainfluyente casa de Alba. Aquél dejó en esastierras una eficaz tarea, realizada sin utilizarjamás su aventajada posición para el lucropersonal. Según se cuenta, tuvo que pedirquinientos pesos de oro a crédito para poderregresar a la península Ibérica, donde falleció el29 de mayo de 1511 mientras se preparaba paraintegrar una expedición punitiva contra la plazaafricana de Oran. El propio fray Bartolomé deLas Casas reconoció que Nicolás de Ovandohabía sido un hombre fundamental en el reinadode los Reyes Católicos, y sobre él escribió: «Eravarón prudentísimo, digno de gobernar hombres,

pero no indios».

En este libro es obligado rendir homenaje atodos aquellos navegantes españoles y de otrasprocedencias que impulsaron el descubrimientoy conquista de un nuevo continente. En el casohispano ya han surgido algunos nombresfundamentales en estas primeras páginas, a losque irán sumándose otros personajes relevantesen los capítulos iniciales de América. Como ellector puede entender, me veo obligado aseleccionar un ramillete de hombres decisivos,aunque quiero dejar claro que mi recuerdo yadmiración alcanza a todos aquellos queintervinieron, desde el más humilde tripulante almás elevado capitán o adelantado. En aquellosaños finales del siglo xv comenzaron a sellarselas primeras capitulaciones o contratos para laconquista de los nuevos territorios occidentales.Estos documentos acreditaban a su propietariopara emprender empresas de aventura yexploración bajo tutela de la monarquía,

concediendo al depositario, no sólo el aval realpara su gesta, sino también las innegablesventajas del más que probable beneficioeconómico de la hazaña. Uno de los pioneros dela conquista fue Alonso de Ojeda.

Alonso de Ojeda, el terror de losindios

Este peculiar aventurero nació en Cuencahacia 1466. Fue paje del duque de Medinaceli ysiendo mozo hizo armas en la guerra de Granada,donde se distinguió por sus cualidades a la horade asestar pequeños pero certeros golpes demano al enemigo musulmán. Se puede decir queOjeda se curtió en esta contienda como unauténtico guerrillero, lo que le serviría años mástarde en su peripecia americana. Al finalizar laguerra contra el reino nazarí de Granada,deambuló por buena parte de la geografíaandaluza hasta radicarse en el gaditano Puerto deSanta María, donde trabó amistad con JuanRodríguez Fonseca, un alto funcionario delEstado encargado de coordinar en Cádiz lassalidas de las primeras flotas que zarpaban hacialas Indias. Gracias a ello pudo enrolarse en el

segundo viaje de Cristóbal Colón, dondeconsiguió ser merecedor de la total confianzapor parte del almirante, quien le comisionó parabuscar la comarca del Cibao, en La Española,famosa entre los indios por su oro.

Poco después tuvo que socorrer el Fuertede Santo Tomás, sitiado por el cacique isleñoCaonabó, al que apresó mediante una treta que lecatapultó a la fama. Según se cuenta, el pequeñoconquense era simpático y de aspecto inofensivo,lo que le facilitó entrevistarse con el jefe indio.Éste, al parecer, sentía curiosidad por lasonoridad de los metales, asunto que no pasódesapercibido para el astuto Ojeda, quien, sindilación, regaló al nativo una campana y unasextrañas pulseras que el guerrero no dudó enponerse. Dichas pulseras resultaron ser unosgrilletes carcelarios con los que el incautoaborigen quedó preso.

Además de estas habilidades tambiéndestacaba por su carácter excesivo y cruel,dejando para la historia negra de América la

invención de las guazavaras o carnicerías deindios. Algunas crónicas aseguran que en LaEspañola había derrotado y masacrado a diez milnativos con sólo cincuenta hombres. Ojedatambién fue el responsable del primercargamento de oro indiano traído a la Península,con el que, precisamente, se hizo la custodia dela catedral de Toledo. Estos episodios leotorgaron gran popularidad a su regreso y, unavez en España, se asoció con los navegantes ycartógrafos Juan de la Cosa y Américo Vespuciopara, tras recibir el oportuno permiso real,emprender en mayo de 1499 un viaje rumbo a lascostas continentales de América. El objetivo dela expedición era explorar Paria, lugar situado enla región venezolana y por el que ya habíatransitado el almirante en su segunda singladura.

Según algunos cronistas, el propioFrancisco Pizarro fue uno de los integrantes deesta expedición, la cual estuvo a punto deculminar en absoluto desastre, pues, a los rigoresdel viaje, se sumaron imprevistos que impidieron

la obtención de beneficios económicos.Acompañado por Juan de la Cosa exploró la islaMargarita, Curacao, Barbados, Trinidad, lasBocas del Orinoco y toda la costa venezolanahasta el cabo de Vela, ya en tierras de la actualColombia, para arribar más tarde a La Española,en donde fue acogido con ciertos recelos, por loque decidió retornar a España.

En 1501 se le concedió la gobernación deParia y se asoció con Juan Vergara y García deOcampo para organizar una nueva flotacolonizadora. Sin embargo, los pleitos con susnuevos socios arruinaron la empresa. En 1507, laJunta de Burgos decidió repartir para suconquista y colonización las costas del golfo deDaríén (Colombia) entre Diego Nicuesa y Ojeda,asignándole a este último la región conocidacomo Nueva Andalucía, desde el golfo de Urabáhasta el cabo de la Vela, es decir, la parteseptentrional de Colombia.

Así, en 1509, Alonso de Ojeda, esta vezindudablemente con Pizarro, embarcó hacia su

jurisdicción. Una vez en tierra colombiana, cercade la actual bahía de Cartagena, sufrierondiversos ataques indios que acabaron con la vidade setenta hombres, entre ellos su querido amigoJuan de la Cosa. Este hecho provocó un arranquede odio en el conquistador que, sin tregua, seentregó a una de sus temibles guazavaras con laconsiguiente masacre de indígenas. Hostigadospor el enemigo, los españoles fueronretrocediendo hasta recibir la inestimable ayudade Nicuesa, quien les proporcionó los pertrechosnecesarios para embarcarse y navegar hacia elgolfo de Urabá, en cuya margen orientallevantaron un pequeño fortín bautizado como SanSebastián.

Ésta, que fue la primera fundación hispanaen Tierra Firme, resultó ser un lugar muyinhóspito y los nativos, acaso advertidos por laforma de actuar de ciertos conquistadores,recibieron con una nube de flechas envenenadasla llegada de los blancos. En uno de los combatesel propio Ojeda resultó herido en el muslo, lo

que hizo temer por la vida del español. Aquícuenta la historia que, en un alarde de valor, pidióque le cauterizasen la herida con un hierrocandente, procedimiento que sin duda le salvó lavida.

La situación se volvió crítica: a lo infectodel lugar se unía la falta de víveres y loscontinuos ataques por parte de los indios. Todohacía ver que aquellos hombres parapetados trasla empalizada del Fuerte de San Sebastiáncorrerían idéntica suerte a la de los tripulantescolombinos que sucumbieron en 1493 en FuerteNavidad. Empero, la providencia acudió enauxilio de los aventureros en forma de barcopirata, pues su capitán, llamado Bernardino deTalavera, está considerado por algunosespecialistas como el primer pirata del Caribe.Ejerciendo como tal, merodeaba con finesaviesos las costas en las que podía toparse connavíos llenos de oro. En lugar de eso, se dio debruces con la llamada angustiosa de los escasosespañoles que aún se defendían en el enclave

fortificado. Aceptó de buen grado que elmalherido Ojeda subiera a bordo, ya queseguramente especuló con la posibilidad deobtener un apetecible rescate por la entrega delcapitán español. Ojeda se despidió de sushombres bajo promesa de regresar con refuerzosy provisiones, y cedió el mando de la tropa alvaleroso Francisco Pizarro, quien ya había dadoevidentes muestras de liderazgo.

Durante el viaje de regreso fue hechoprisionero en una bodega y de esa guisapermaneció hasta que una tormenta hizo zozobrarla nave pirata, siendo muy pocos lossupervivientes que pudieron ganar la costacubana. Entre ellos el conquense, que una vezmás había superado con éxito un capítulopeligroso, ya que fue rescatado por un barco delgobernador de Jamaica, Juan Esquivel, con el quepudo llegar a Santo Domingo. Acaso por ver lamuerte tan de cerca llegó a prometer a los cielossu entrega a la órbita religiosa comoagradecimiento de su salvación terrena y, por

ello, seguramente, tomó los hábitosfranciscanos, aferrado a lo que representaban.Falleció a principios de 1516 tras habercompletado una vida digna de los mejores librosde aventuras.

Juan de la Cosa y AméricoVespucio, los cartógrafos deAmérica

El prodigioso acontecer del descubrimientocolombino no hubiese sido lo mismo sin laincuestionable aportación de los cartógrafos queplasmaron en papel toda la certidumbreconstatada en las diferentes rutas y exploracionesque se iban gestando. Gracias a estos hombres deproceder meticuloso, miles de estudiososeuropeos pudieron comprobar ante sus ojos lanueva realidad que Colón habían puesto en susmanos. Los mapas iniciales de las IndiasOccidentales no anunciaban, dada la escasainformación, la magnitud de lo descubierto. Noobstante, vaticinaban que aquella latitud reciénoteada guardaba innumerables misterios yalegrías para los esforzados que se atreviesen asondearla. Por esta razón, personajes como el

cántabro Juan de la Cosa o el florentino AméricoVespucio se nos antojan dignos merecedores denuestro elogio más encendido. De la Cosa nacióen Santa María del Puerto, actual Santoña, hacia1449. Desde joven sintió la vocación del marinsuflada por su linaje, el cual había sidomarinero desde tiempos pretéritos. Con pocaedad conoció las costas occidentales africanas yfue adquiriendo una enorme experiencia que lesirvió años más tarde para acreditarse ante losReyes Católicos, de los que, según se dice, fuesu espía en Lisboa con la misión de averiguarcuantas cosas pudiera saber sobre las actividadesde los navegantes lusos. Más tarde regresó aEspaña para formar parte de la primeraexpedición colombina y aportó a la empresa sumagnífica nao llamada La Gallega, queposteriormente fue rebautizada con el nombre deSanta María. Precisamente, el almirantegenovés, receloso de todos, imputó a De la Cosael hundimiento premeditado de su nave capitanaen Haití el 25 de diciembre de 1492, asunto este

poco aclarado por la historia y del que el ilustrecartógrafo salió absuelto y recompensado por lapérdida gracias a la intervención de Isabel laCatólica.

Sea como fuere, la enemistad proclamadaentre los dos marinos quedó en agua de borrajascuando el santones embarcó en el segundo viajede Colón con el cargo de piloto mayor y ladelicada misión de cartografiar las nuevas tierrasque se fueran hallando. De ese modo, los mapaselaborados por Juan de la Cosa no sólo apoyaronel trabajo de Colón, sino que significaron mayoramplitud de miras para los futuros e inevitablesviajes que se estaban preparando. Como yahemos esbozado en líneas anteriores, su terceranavegación hacia las Indias la emprendió encompañía de Alonso de Ojeda. En esta singladuralos españoles contactaron con la actual Guayanay la desembocadura del Amazonas. Despuéssiguieron costeando hasta llegar al golfo deMaracaibo en Venezuela, y de allí a La Españolapara reparar las naves y aprovisionarse de víveres

y agua.Antes de regresar a la península Ibérica,

recorrieron la costa norte de Cuba y Juan de laCosa pudo determinar la insularidad de la misma.A su vuelta a España, en 1500, editó su famosoMapamundi, además de numerosas cartasnáuticas que le darían fama y reconocimiento.

En 1504 se embarcó de nuevo junto alcomerciante sevillano Rodrigo de Bastidasrumbo al golfo de Venezuela y las costascaribeñas de Panamá y Colombia. En 1507, laCasa de Contratación le encargó dirigir unaescuadra de vigilancia frente a las costas de Cádizpara evitar la presencia de piratas que atacasen alas flotas que regresaban de Indias. Al añosiguiente participó junto a Yáñez Pinzón, Díaz deSolís y Américo Vespucio, en la comisión quediscutía el proyecto de una posible expedición aAsia por la ruta occidental, es decir, para buscarel paso desde América hasta la India. Tres vecesmás volvió a los mares y playas del NuevoMundo, hasta que en su séptimo viaje, en 1509,

se encontró en Santo Domingo con su amigoOjeda, quien le propuso explorar el interior deTierra Firme, expedición que, como sabemos,fue fatal para el insigne marino ya que murió acausa de las flechas indígenas.

Por su parte, la peripecia del italianoVespucio no fue menos luminosa, pues a él lecupo el honor de dar nombre a todo uncontinente. Nacido en Florencia en 1451, orientódesde niño su vocación hacia los conocimientosdel mar, convirtiéndose en un eficaz cartógrafo alservicio de la poderosa casa Médicis, que leenvío como agente a Sevilla en 1492, lugar en elque quedó impresionado por los ecos triunfalesdel primer viaje colombino. Más tarde, se asocióal comerciante y prestamista Juanoto Berardi yconsiguió en 1495 el encargo de equipar lasnaves para el tercer viaje de Colón. En 1499formó parte de la expedición encabezada porOjeda y De la Cosa, y, al parecer, dos años mástarde ayudó con sus conocimientos a una flotaportuguesa capitaneada por Gonzalo Coelho, que

intentaba asegurar el incipiente dominio luso enBrasil.

En marzo de 1508, Fernando el Católicoconvocó a sus mejores navegantes en Burgos,dispuesto a perfilar el futuro modus operandi deEspaña en la conquista y colonización del NuevoMundo. En la reunión, personajes insignes comoJuan de la Cosa, Díaz de Solís. Yáñez Pinzón o elpropio Vespucio discutieron largo y tendidosobre la forma de actuar en las tierrasdescubiertas, llegándose a conclusionesesenciales que marcarían el transcurso de losacontecimientos en América.

Por cierto, este nombre quedó unido demanera indisoluble al de Vespucio, pues en elcónclave burgalés el florentino fue designadopiloto mayor de Indias, una especie decoordinador general encargado de recopilarcuantos datos geográficos, cartográficos onáuticos se tuviesen hasta la fecha, o seconsiguieron a posteriori, sobre las IndiasOccidentales. Para entonces, Vespucio ya era un

reconocido cartógrafo por sus trabajos en lasexpediciones españolas y portuguesas. Su obra,recogida en las Cartas, y especialmente Letteradi Américo Vespucii delle isole nuovamenteritrovate in quattro suoi viaggi, era conocida enSaint Dié (Francia), donde trabajaba un grupo deeruditos entre los que estaba MartinWaldseemüller, un amigo de Vespucio, quienadjuntó su carta a la Cosmographiae Introductioy propuso dar el nombre de América al nuevocontinente. La idea fue popularmente aceptadapor algunos notables extranjeros interesados enaquella magna empresa, pero no así por losespañoles, que se resistieron al término Américahasta el siglo XVIII, argumentando que era atodas luces injusto bautizar un continente con elnombre de alguien que no había contraídoméritos suficientes para semejante dignidad. Enverdad, hemos de decir que el propio Vespuciono llegó a fomentar en ninguna ocasión dichapropuesta, siendo más bien Waldseemüller quienasumió la iniciativa, con el beneplácito de aquella

Europa expectante. En definitiva, desde 1507,año en el que este alemán habló por primera vezde América, así hemos conocido el NuevoMundo, sin que al propio afectado le llegase,según creo, a importar demasiado. Vespucioredactó su testamento en 1511 y falleció enfebrero del año siguiente en Sevilla.

Rodrigo de Bastidas, el empresarioque creyó en las Indias

En estos capítulos iniciales no podemosobviar la decisiva participación que tuvierondiferentes empresarios promotores del comercioy del asentamiento de colonos en las nuevastierras. Acáso uno de los más influyentes de esteperiodo fue el sevillano Rodrigo de Bastidas.Nacido en 1475 en el hermoso barrio de Triana,llegó a ser uno de los primeros comerciantesinteresados en las Indias. En 1500 solicitó yobtuvo capitulaciones para explorar y fundar enel Caribe, en virtud de las cuales, junto al marinoy cosmógrafo Juan de la Cosa, armó dos navíos.Así se inauguraban los denominados viajes de«sociedades de armada», es decir, expedicionescosteadas por empresarios o comerciantes queasumían los gastos, y las ganancias o pérdidas delas mismas.

Rodrigo de Bastidas, en su primer viaje,exploró la costa atlántica de Venezuela yColombia, y descubrió la desembocadura del ríoMagdalena, el golfo de Urabá y el de Darién. Deregreso a La Española, sus barcos naufragaroncerca de la costa, y él y sus hombres no tuvieronmás remedio que llegar a pie hasta SantoDomingo. Pero, a pesar de la desgracia, lossupervivientes pudieron salvar gran cantidad deoro, esmeraldas y perlas. Poco después, Bastidasy Juan de la Cosa se embarcaron en la infortunadaflota de Francisco de Bodadilla, en 1502, la cual,presa de un huracán, fue a dar con sus restos alfondo del mar.

El sevillano sobrevivió, una vez más, a lacatástrofe y en compañía del cartógrafosantanderino logró llegar a la península Ibéricapara ser recibido en audiencia por la reina Isabel,quien por entonces mostraba una evidentepreocupación por los desastrosos resultados quese acumulaban en sus posesiones de Occidente.A decir verdad, el carisma de Bastidas y los

riquísimos presentes que éste entregó a losmonarcas católicos elevaron la moral y el interésde la reina por América, retomándose con ilusiónlos abundantes proyectos que, ya por entonces,se querían llevar a cabo. Por ello, losdescubrimientos del sevillano fueron capitalespara devolver la confianza en encontrar riquezasen los territorios de ultramar.

En 1504, Bastidas era ya un prósperomercader caribeño. Establecido en La Española,se dedicó a invertir en ganado bovino y, asociadoa Diego Colón, a importar esclavos indioscapturados en las islas cercanas de las Lucayas(Bahamas).También entre 1519 y 1521 obtuvomagníficos beneficios con la extracción y elcomercio de perlas. En 1521, el rico magnateofreció a su viejo amigo Hernán Cortés tresbarcos, hombres y dinero que sirvieron paraconcluir la conquista de Nueva España. Esemismo año también obtuvo licencia paracolonizar y explorar las costas de Tierra Firme, ypoco después fue nombrado gobernador,

trasladando colonos y estableciendo tratados depaz y comercio con los indios. Además fundó en1524 la ciudad de Santa Marta (Colombia) y,acaso intentando redimir su pasado esclavista,abolió con absoluta determinación el tráfico deseres humanos en toda su jurisdicción, lo que lereportó innumerables simpatías entre los nativospero no, en cambio, entre los colonos, los cualesveían en esa medida una preocupante merma desus beneficios económicos. Finalmente, losdisidentes alimentaron una revuelta que acabócon un Rodrigo de Bastidas malherido y amerced de su suerte. Por desgracia, cuando sedirigía en 1527 a Santo Domingo para reponerse,una tormenta destrozó su barco cerca de Cuba, yasí se perdió para siempre la pista de estepionero del comercio en las Indias occidentales.Un hijo suyo de idéntico nombre llegó a ser elprimer obispo de Venezuela.

Juan Ponce de León, el hombreque quiso ser inmortal

La historia de la conquista española en lasIndias es también la de unos hombres queencabezaron vanguardias con el riesgo de cobrarmagros tesoros en compensación por losenérgicos esfuerzos de los que hacían galaaventurándose en empresas de difícilcompromiso. Cuantos soldados, aventureros ycaballeros se adentraron en la epopeya americanaintentaron obtener ventajas no sólo honorables,sino también económicas. La búsqueda incesantedel oro surtió de múltiples narraciones yleyendas a una España que transitaba, casi sinoposición, hacia la titulación imperial. Islasmaravillosas, paisajes dignos del paraíso yriquezas, abundantes riquezas, para todosaquellos que asumieran protagonismo en lashazañas exploratorias más increíbles y peligrosas

de la época. Ciudades enigmáticas de las quehablaban los indios y que parecían rebosar en elelemento aurífero. Demasiados rumoresapetecibles para cualquier humano ávido degloria y sensaciones fuertes. No es de extrañar,por tanto, que muchos eligieran la opciónamericana como campo de actuación para susinquietas almas. Uno de ellos destacósobremanera, su nombre era Juan Ponce de León.Nacido hacia 1460 en el vallisoletano pueblo deSantervás de Campos, pertenecía a unadistinguida familia noble muy vinculada a lacorona, por lo que siendo niño ofreció susservicios como paje al rey Fernando II deAragón. Más tarde tuvo oportunidad de demostrarsu valía en batalla cuando participó en la guerrade Granada, contienda que resultó ser unauténtico semillero de grandes militares yemprendedores que nutrieron la empresa deIndias. Según parece, formó parte de latripulación que tomó parte en el segundo viajecolombino. De ese modo se puede avalar el

conocimiento demostrado por Ponce de Leónsobre Borinquen, su gran proeza y motivo por elque el castellano pasó a la historia.

Sea como fuere, lo realmente constatado esque este singular personaje acompañó a Nicolásde Ovando en su viaje de 1502 convirtiéndose enuno de sus mejores brazos armados, ya que supericia bélica le situó al frente de las tropas quecombatieron a los indios jiguaque, magníficosguerreros que no estaban dispuestos a someterseante el invasor. Por ello declararon una guerra sincuartel al incipiente gobierno extranjero de LaEspañola. Durante meses los indios hostigaroncon ferocidad a las escasas tropas dirigidas porPonce de León, quien supo enfrentarse a tanhostil adversario sin dar jamás muestras de dudao cobardía.

Finalmente, las armas españolas y lastácticas de combate dieron la victoria a losblancos que diezmaron las filas nativas; masacreque convirtió al vallisoletano en una figura muyconocida entre los colonos. El éxito de la

campaña y sus dotes para la estrategia le valieronalgunas distinciones y el suficiente crédito antela corte española. En 1508, el propio Ovando leconcedió licencia para explorar Borinquen y unmes más tarde zarpaba rumbo a la isla alabada porColón, con tan sólo cuarenta y dos soldados yocho marineros, grupo exiguo pero suficientepara levantar un primer asentamiento en aquellugar denominado por ellos isla de San Juan,aunque más tarde sería bautizado como PuertoRico. El reducido grupo de españoles fuerecibido de forma amistosa por el caciqueindígena Agueybana, quien habló a Ponce deLeón de grandes ríos cuajados de oro, justo loque necesitaban oír los españoles, los cuales notardaron ni un minuto en preparar todo lonecesario para la extracción del preciado metal.

El lugar elegido para la fundación del primerenclave español en Borinquen recibió pornombre Puerto Rico (actual Pueblo Viejo) y paramayor seguridad se levantó un fortín en el quequedaron alojados los expedicionarios con sus

pertrechos. El propio Ponce de León utilizó suúnica nave disponible para regresar en ellacargado de oro, dispuesto a comunicar la buenanueva del descubrimiento a su jefe Ovando. Éste,complacido por el relato de su lugarteniente, leconcedió en 1509 la facultad de regresar aBorinquen con muchos más colonos yabastecimientos, lo que supuso el arranqueoficial de la presencia española en la exuberanteisla caribeña. En 1510, con el título de tenienteexplorador y gobernador, trasladó un centenar deprimigenios pobladores españoles e inició laexplotación comercial de la isla encomendandoindios a los terratenientes y obligando a losnativos a trabajar en penosas condiciones en losdiversos yacimientos auríferos que se ibanencontrando. Para entonces Ovando llevaba dosaños fuera del gobierno de La Española y en sulugar habían designado a Diego Colón, el cualpretendía despojar a Ponce de León de susprebendas en Puerto Rico. Sin embargo, su buenaimagen unida a una leal actuación hacia la corona

consiguieron ratificarle en el cargo alejando deél a sus enemigos más conspiradores. Lasituación en San Juan no se presentaba halagüeña:escasez de pobladores, indios sometidos alimplacable rigor de las minas y explotaciones,enfermedades tropicales... todo ello enojó alotrora amigo Aguaybana quien, desencantado porla actuación de los extranjeros en su isla, optópor hacerles frente de la única manera que podía,esto es, acaudillando una rebelión indígena entoda regla que estuvo a punto de acabar con lasaspiraciones españolas en Borinquen.

Por fortuna para los conquistadores, lasdotes militares de Ponce de León y la eficazpuntería de sus soldados aplastaron, sinmiramientos, no sólo esta primera revuelta, sinootra posterior, en 1511, y en la que la escasaguarnición española sumada a unas pocas decenasde pobladores pudieron contrarrestar losfuribundos ataques indígenas hasta su totalderrota ese mismo año. Al fin, la isla de San Juanquedó pacificada con lo que Ronce de León tuvo

el tiempo necesario para que algunos indiosamigos le pusieran en antecedentes sobre laasombrosa historia de Bimini: un vergel cuajadode manantiales de cuyas aguas, según lasnarraciones populares, se obtenía la eternajuventud. Este mito ilusionó de tal modo alveterano explorador que localizarlo se convirtióen una obsesión.

En marzo de 1512 abasteció tres naves ycon ellas zarpó rumbo a los lugares de los quehablaban con tanta certeza los habitantesprimigenios de Borinquen. Según éstos, Biminise ubicaba al norte del la isla de Cuba ymerodeando por esa zona Ponce de León y lossuyos acabaron contactando con la península dela Florida tras haber explorado el archipiélago delas Bahamas. Aunque en este primer viaje losemocionados españoles no tuvieron ocasión devislumbrar fuente salutífera alguna, generándosecierta frustración entre los exploradores, esedesasosiego no caló en el indomable Ponce deLeón, quien regresó a La Española con la

intención de armar una nueva y más ambiciosaexpedición, pues estaba convencido de que lasleyendas indias tenían fundamento suficientecomo para empeñarse en tamaña pretensión.

La burocracia y las disputas políticasobligaron a Ponce de León a embarcarse en 1515hacia España para negociar con el Consejo deIndias capitulaciones y recabar los apoyosnecesarios. Seis años después, nombradoadelantado y justicia mayor de la Florida,consiguió barcos y hombres para colonizar dichoenclave americano, si bien al poco de arribar asus costas, el contingente español recibió unterrible ataque de los seminólas, indios del lugarque se desenvolvían como auténticos fantasmasen esas latitudes sembradas de manglares ycaimanes. Durante días los fieros aborígenesdiezmaron la tropa hasta que el propio Ponce deLeón cayó herido tras recibir una certera flecha.Su precaria situación obligó a que fuera evacuadoa Cuba, donde falleció días después en la reciénfundada ciudad de La Habana.

Sus restos mortales fueron llevados a suquerido San Juan para ser enterrados en la capillamayor de la iglesia de Santo Tomás. En 1913fueron trasladados definitivamente a la catedralportorriqueña. A pesar de su evidente fracaso enla búsqueda de la fuente de la eterna juventud,otros españoles no se arredraron y mantuvieronintacto el deseo de encontrar el mítico manantial.Buscaron por todas las Antillas e incluso se pusoel nombre de Bimini a uno de sus archipiélagos—sito a noventa y siete kilómetros al este deMiami—, sin que nadie pudiese probar jamásgota alguna de semejante elixir.

Las conquistas de Jamaica y Cuba

El asentamiento estable de los primeroscolonos en La Española, permitió pensar en unarazonable expansión por el mundo caribeño. Losantiguos moradores tainos y caribes se sometíano eran eliminados ante el avance imparable de loscolonizadores. Ahora le llegaba el turno aJamaica, casi al mismo tiempo que a Borinquen,mientras que en el horizonte quedaba pendientela exploración y conquista de Cuba. Este afánexpansionista tenía como fundamental propósitohacer de las islas antillanas una ideal plataformade lanzamiento hacia la ya constatada TierraFirme continental. El trasiego humano desde lapenínsula Ibérica era constante. Por entoncesEspaña contaba unos ocho millones de almas,muchas de las cuales soñaban con viajar paraestablecerse en las nuevas posesiones deultramar, donde, a buen seguro, sus enflaquecidasbolsas se llenarían de maravedíes o acaso

reluciente oro americano. Por tanto, trasabandonar definitivamente los lógicos temoresiniciales, miles de pioneros surcaron las aguasatlánticas dispuestos a rehacer vida y hacienda enel Nuevo Mundo.

Como ya sabemos, en junio de 1508 Poncede León recibió la misión de conquistarBorinquen, y pocas fechas más tarde, la coronaconfería a Diego de Nicuesa y Alonso de Ojedala Tierra Firme, con Jamaica como base de apoyopara dicha empresa. Sin embargo, este asunto sevio con recelo por parte del nuevo gobernador deLa Española, don Diego Colón, hijo del almirantey encendido defensor del virreinato familiar, porlo que se quejó a la corona, asumiendopersonalmente la conquista jamaicana. El elegidopara este objetivo fue Juan de Esquivel, unsingular sevillano que acompañó a CristóbalColón en su segundo viaje, precisamente elmismo en el que se habían avistado por primeravez las costas jamaicanas en 1494. Tras recibir elencargo de don Diego, preparó, con más prisa

que acierto, la expedición de conquista, puesOjeda y Nicuesa se encontraban muy adelantadosen su periplo. De ese modo, Esquivel apenaspudo reunir sesenta hombres, con los que zarpórumbo a Jamaica dispuesto a la anexión de la isla.Dados los conocimientos adquiridos sobre ellugar gracias al anterior viaje colombino, recalóen el norte insular, donde fundó una cabeza depuente a la que llamó Sevilla la Nueva. Esquivelesperó el acostumbrado enfrentamiento con losindígenas, sin embargo, los nativos de la zonaeran de talante pacífico y no se produjo refriegaalguna, lo que permitió que los españolescomenzaran una rápida expansión por la islarepartiéndose a los indios y tratándolos conexcesiva dureza en los trabajos campesinos yganaderos, ya que Jamaica no tenía yacimientosmineros. Por desgracia, cientos de indiosmurieron víctimas de los trabajos forzados, otrostantos huyeron a las montañas y los más optaronpor el suicidio ingiriendo jugo de yuca. Todo contal de escapar de aquel infierno traído por los

blancos barbudos. El propio Esquivel hizoméritos suficientes para que Bartolomé de LasCasas dijera sobre él: «Fue el máximoeliminador de indios». A la fundación de Sevillala Nueva se sumó la de Melilla — actual PortSanta María—. Desde las dos villas los pionerosse abrieron camino hacia el sur a lo largo de tresaños en los que Esquivel levantó fundaciones, unafortaleza y, en su capítulo negro, intentó consangre convertir y someter a los indígenas. Apesar de ello, informes contrarios sobre suactuación llegaron a España convirtiéndole envíctima de las pugnas entre partidarios del rey yde los Colón, por lo que fue convocado a unjuicio de residencia, al que no pudo acudir puesfalleció en 1513, sin llegar por tanto a rendircuentas de su evidente abuso de poder en tierrasjamaicanas. En 1514, Fernando el Católicoacordaba con el vasco Francisco de Garay unasCapitulaciones por las que éste se transformabaen el primer representante real directo enJamaica. Garay, compañero de Colón, partía

como gobernador insular dispuesto a explotar amedias las ricas haciendas jamaicanas. Lo mismoque a Esquivel, se le apremió a desarrollaractivamente la economía isleña con el fin deabastecer a los hombres que ya se movían enTierra Firme. Definitivamente, con Garay,Jamaica adquirió su carácter de lanzadera hacia elcontinente. Quizá por estas circunstancias fueronllevados al sur los asentamientos norteños, puesdesde esa costa eran más fáciles las navegacionesy constante la conexión. Asimismo, el flamantegobernador vasco quiso hacer una nuevarepartición de indios, lo que fue casi imposibledada la esquilma provocada por Esquivel.Prosiguió la incorporación de las tierras a laeconomía española y vio alzarse las poblacionesde Santiago de la Vega (SpanishTown) y Oristán(Bluefields), en las costas sureñas. La isla, salvolas escabrosas montañas Azules y parte de la zonaoccidental, futuro refugio de piratas, estabaconquistada, y en ella se enclavaron los hatos yrancherías hispanos. No obstante, al no ofrecer el

suelo insular ni aventuras bélicas ni atraccionesmineras, el propio Francisco de Garay se vioimpulsado por las noticias que llegaban de NuevaEspaña a zarpar un buen día de 1519 hacia elPanuco. En realidad, no fue el único en buscarmejor fortuna en el continente, con lo que el ejehistórico antillano fue sufriendo un tremendodesplazamiento hacia Occidente, a causa de laatracción continental en la que se veíaninvolucradas cada vez más expediciones.

Por su parte, la isla de Cuba tampoco fue degran interés para los primeros colonos, nisiquiera a principios del siglo XVI se habíadeterminado su insularidad. Fue precisamenteFernando el Católico quien, en 1504, ordenó aNicolás de Ovando que se explorase aquellalatitud a la que Colón había dado el nombre deJuana. La voluntad real tardó algún tiempo en sercumplida, pues los problemas en La Española nocesaban y el gobernador extremeño se debíamultiplicar ante tanta adversidad. No obstante,los rumores sobre la grandeza natural y el

abundante oro que se presumía en su senoterminaron por convencer a Ovando, quienorganizó las primeras rutas cubanas con laintención de sembrar aquel territorio conprimigenios pobladores. Para ello comisionó, en1508, al hidalgo gallego Sebastián de Ocampo,que exploró todo el territorio cubanodemostrando definitivamente su insularidad.Ocho meses tardó en su periplo haciendo, escalaen los puertos de Carenas (La Habana) y jagua(Cienfuegos). Es presumible aventurar que ya sehabían realizado otros viajes á la isla, bien porcausa de la captura de indios para lasencomiendas o por puntuales supervivientes denaufragios de buques españoles que navegabanpor esa zona cada vez más transitada. DiegoColón —sucesor de Ovando— recibió la mismaorden real que su antecesor y al interés generalpor la conquista cubana sumó su propia visión delos hechos, y ésta pasaba por ampliar su legadofamiliar con la anexión de Cuba al virreinato delos Colón. Don Diego quiso tener las cosas bien

atadas desde un principio y por ello eligió a sutío Bartolomé como teniente gobernador deCuba. Aunque le duró poco la alegría, dado que elhermano de don Cristóbal fue llamado a Españapara dar cuenta de algunos asuntillos turbios delos que era principal protagonista. Le sucedió enel cargo don Diego Velázquez de Cuéllar, unorondo segoviano cuya máxima virtud era ladiplomacia, ya que sabía en todo momento estar abien con las diferentes facciones que pugnabanpor el dominio de la economía indiana. Era unhombre agradable y de trato jovial con sussubordinados y con los indios, los cuales lellamaban de forma simpática: «jefe gordo». Enverdad, Velázquez pretendía hacer de Cuba unaentidad territorial diferenciada de La Española,aunque, como es obvio, no aclaró verbalmenteestas pretensiones ante el hijo de Colón y seentregó por completo a los preparativos de laexpedición conquistadora que se estabaabasteciendo en la dominicana ciudad deSalvatierra de la Sabana, villa sita en el suroeste

de La Española y fundada por el propioVelázquez. Las noticias sobre la escuadra que seestaba pertrechando y sus objetivos corrieronraudas por la isla dominicana y, en pocassemanas, un sinfín de colonos descontentos consu forma de vida se habían alistado en laexpedición. Aquí nos encontramos con algunosnombres de los que hablaremos profusamente enpáginas posteriores: Hernán Cortés, Alvarado,Bernal Díaz, Ordás, Hernández de Córdoba,Grijalva...

A principios de 1511 la mesnada seembarcó en los navíos que, doblando el caboTiburón, fueron a dar a la región cubana de Maisí,cerca de Baracoa. Se supone que fue en el puertode las Palmas, junto a la bahía de Guantánamo,donde se efectuó el desembarco. Allí vivíaHatuey, antiguo cacique dominicano de la regiónde Guahabá, que se opuso con las armas a lallegada de los hispanos. Sin embargo, los malpreparados tainos cubanos poco pudieron hacerante las demoledoras cargas de caballería, las

afiladas espadas o los atronadores arcabuces, conlo que la resistencia indígena fue doblegada enpoco tiempo con cientos de muertos y huidos. Elpropio Hatuey acabó ejecutado en la hoguera pororden de Velázquez. De este modo concluyó laprimera fase de la campaña llevada a cabo en unaregión montañosa y llena de ríos. La comarca deBaracoa, base de la conquista, estaba en paz.Velázquez, previa exploración, decidió fundar aprincipios de 1512 la villa de Nuestra Señora dela Asunción. Por entonces ya se llevaba a cabo laconquista de Jamaica por Juan de Esquivel yalgunos de los partícipes en dicha acción sepasaron a Cuba dispuestos a ofrecer suexperiencia militar. Fue el caso de Panfilo deNarváez, quien en compañía de treinta buenosballesteros castellanos apareció en el teatro deoperaciones poniéndose al servicio deVelázquez.

La segunda etapa de la conquista tendió adominar la actual provincia de Oriente. Las zonasde Mamaban y de Bayamo constituyeron los

objetivos para los capitanes Francisco deMorales y el propio Narváez, que se emplearoncon extrema dureza en los ataques contra losnativos. Tanta ofensiva bélica acabó con unaespantada generalizada de los aborígenes, queabandonaron campos de cultivo y demás tierrasfértiles, lo que desembocó en un serio problema,pues no había mano de obra suficiente paraemprender una expansión razonable por la islarecién anexionada. En este capítulo Velázquezutilizó, una vez más, su innegable carisma y, conel asesoramiento de fray Bartolomé de LasCasas, consiguió captar la atención de los indios,a los que prometió trato justo en el trabajo y unadigna vida asegurada por este modesto fraile, quedaría mucho que hablar en los años iniciales de laperipecia española en Indias y que quedó comoasesor de Narváez en la zona para mayortranquilidad de todos. La pacificación lograda enBayamo, con el consiguiente retorno de losnaturales, y la eliminación de Francisco deMorales, el cual se había rebelado anteriormente

contra su jefe por disparidad de criterios sobrecómo se debía llevar la conquista de Cuba, nogarantizaron la tranquilidad en el ánimo general.Lo cierto es que había un enorme descontentocontra Velázquez porque no efectuabarepartimientos. Y en consecuencia, algunosespañoles redactaron un pliego de protestas queentregaron a Hernán Cortés para que lopresentara ante la recién creada Audiencia deSanto Domingo. Velázquez, enterado de laconspiración, pudo abortar el plan, aunque, esosí, tuvo que repartir indios entre losterratenientes a fin de aplacar los encendidosánimos que amenazaban la estabilidad cubana.Pero aún faltaba por ocupar la parte occidental dela isla. Velázquez ya contaba con asentamientosorganizados, con el apaciguamiento de losdescontentos y con una economía enfuncionamiento apoyada en brazos indios. Afinales de 1512 y principios de 1513, lasituación era propicia para culminar la anexióntotal de Cuba. Tres direcciones eligió Velázquez

en esta proyección final. Al centro iría el gruesode la tropa bajo el comando de Narváez; a laderecha, por mar, un grupo auxiliar; por laizquierda, y también por mar, navegaría el mismoVelázquez, atento a la columna central. Era unaauténtica invasión de la parte occidental,arrancando de la oriental. Las tropas de Narváezestaban formadas por unos cien españoles y porcerca de mil indios jamaicanos, haitianos ycubanos. Le acompañaba Bartolomé de LasCasas. Por la región de Cueiba avanzaron sobreCamagüey, castigando duramente a los indígenasen Caonao. El punto final del itinerario fue LaHabana (Carenas), tras pasar por Sabaneque.Mientras Narváez alcanzaba Carenas, Velázquezllegaba a Cienfuegos. El bergantín que navegópor el norte, tocando en la costa y sometiendo alos caciques, también fondeó en Carenas.Velázquez ordenó entonces a Narváez queprosiguiese hasta Guaniguanico desde el valle deTrinidad, lugar del encuentro. Narváez volvió aCarenas, tomó hombres y navegó al extremo

occidental, recorriendo la región citada y la deGuanacahabiles.

A finales de 1514 se había completado laexploración total de la isla, y las fundaciones deBayamo, Sancti Spíritus, Trinidad, PuertoPríncipe, La Habana, Baracoa y Santiago de Cubase alzaban o se alzarían, y comenzaban a servircomo centros aglutinantes de pobladoresdispuestos a diseminarse por el fértil territorioantillano. Más tarde, Diego Velázquez solicitóser adelantado del Yucatán, tras recibirexcelentes noticias provenientes de Tierra Firme,gracias a las navegaciones de sus oficialesHernández de Córdoba y Juan de Grijalva. Pero,como ya veremos después, un tal Hernán Cortésse le anticipó en el proyecto de conquista sobreel gran imperio de los aztecas, moradores de latierra bautizada por los españoles como NuevaEspaña.

Mientras tanto, una miríada de navíoscomenzaba a tocar las costas continentales con laintención de colonizar esa tierra a la vez que se

buscaba el ansiado paso terrestre hacia Oriente.

Vasco Núñez de Balboa, eldescubridor del océano Pacífico

La llegada a Tierra Firme de losconquistadores españoles tras su implantación enlas Antillas, constituye el segundo gran hitodespués del propio descubrimiento a cargo delalmirante Cristóbal Colón. Desde 1492 hastaprincipios de la centuria siguiente, numerosasexpediciones habían vislumbrado las costas delcontinente americano. El principal objetivo deestos navíos, amén de la prospección comercialo la cartografía de las nuevas latitudes, consistíaen localizar un paso hacia Oriente. Lo que seignoraba, por el momento, es que lo descubiertoera un inmenso continente y que al otro lado delmismo se encontraba un inabarcable océano. Elprimer español que constató esta realidad fueVasco Núñez de Balboa. Nacido en Jerez de losCaballeros (Badajoz) en 1475, pertenecía a una

familia noble empobrecida por losacontecimientos políticos de la época, lo cual nole impidió formar parte como paje del séquitopersonal de Pedro de Portocarrero, señor deMoguer y muy vinculado a los viajes colombinos,de los que el joven Núñez de Balboa quedóprendado por las emocionantes noticias quellegaban constantemente desde Indias.

Atraído por ese mundo fantástico del quehablaban los marineros que habían regresado delCaribe, se enroló en 1501 en la expedición deRodrigo de Bastidas y Juan de la Cosa, que zarpócon el propósito de explorar las costas de lasactuales Colombia y Panamá. Una vez en lasAntillas se estableció en La Española, donderecibió un repartimiento y varios indios, con loque se convirtió en un simple granjero. Pero sutemperamento inquieto y ambicioso no casabacon la vida tranquila de colono. Asimismo,tampoco demostró unas grandes cualidades paralos negocios y su hacienda no hacía más queacarrearle terribles pérdidas que no supo

afrontar, por lo que a poco de su llegada a la islaera ya un hombre acosado por los acreedores.Cuando en 1509 se organizaron las dos grandesexpediciones de Ojeda y Nicuesa para conquistarlas costas de Veragua, Balboa no pudo unirse a laempresa a causa de sus numerosas deudas. Sinembargo, su determinación de encontrar unanueva y próspera vida le empujó a merodear lospequeños puertos dominicanos en los querecalaban los buques expedicionarios y en uno deellos, cuyo capitán era el bachiller MartínFernández de Enciso —socio de Ojeda—, seembarcó de forma clandestina dispuesto a vivirsu mayor aventura.

El ocasional polizón pudo permanecer deesa guisa protegido en el interior de un tonel.Empero, a los pocos días de navegación, sucamuflaje fue descubierto por los tripulantes, loscuales, una vez desvelado el suceso al bachiller,se dispusieron sin más preámbulos a organizarpara Núñez de Balboa lo que las leyes del marexigían en estos casos, y eso no era otra cosa,

sino dejar al infortunado en una pequeña chalupaabandonado a su suerte en alta mar. No obstante,el destino quiso acudir en salvación del pacense yéste, dado que era verbilocuaz, consiguióconvencer a Enciso de que su vida era valiosísimapara aquella expedición, y razón no le faltaba,pues conocía las costas por las que iba a transitarel navío español, un hecho que le aupaba de factoa la categoría de distinguido guía en aquellasingladura.

El bachiller, previsor ante todo, decidióperdonar al intrépido polizón, dado que enaquellos tiempos lo que realmente escaseabaeran hombres capaces de espigar orografías enaquel maremágnum geográfico. No obstante, ladiferencia de caracteres entre el capitán Enciso yNúñez de Balboa no tardaría en evidenciarsecomo ahora comprobaremos. La misión delbachiller consistía, principalmente, en reunirsecon Ojeda y su flota. En lugar de eso se topó conun famélico grupo de supervivientes, capitaneados por Francisco Pizarro, que deambulaban por

las costas cercanas al golfo de Cartagena trashaber sufrido varios ataques de indios, tormentasy naufragios. Como ya hemos mencionado, elpequeño grupo esperaba anhelante el regreso deOjeda, quien, malherido, había marchado a LaEspañola.

Enciso no creyó la increíble narraciónofrecida por Pizarro, tomándole por el cabecillade un motín contra Ojeda. Así que, tras recoger lareducida partida de españoles y ponerles bajocustodia, enfiló la proa de sus naves hacia dondetenía pensado reunirse con su socio. El lugarseñalado era un pequeño fortín construido mesesantes por Ojeda y Pizarro y bautizado como SanSebastián de Uraba. En el reducto fortificado seinstalaron los españoles a la espera de novedades.

Las adversidades comenzaron de inmediatoa acumularse, lo que minó en demasía la moralexpedicionaria. El inhóspito paraje, elempecinamiento de Enciso por esperar a Ojeda ylas narraciones ofrecidas por Balboa —quiengracias a su participación en el viaje de Bastidas

decía conocer una tierra de promisión, climaamable y abundantes minas de oro situada en laparte occidental del golfo— terminaron pordesesperar a los integrantes de la partida. Elproblema principal para este desplazamientopropuesto por el extremeño radicaba en quedicha demarcación pertenecía al territorioasignado a Diego de Nicuesa, y Enciso, aparte deno fiarse mucho de Balboa, no estaba dispuesto apenetrar en esa jurisdicción. No obstante, lamuerte de varios hombres enfermos y la escasezde provisiones disponibles despojaron albachiller de cualquier signo de orgullo y, al fin,dio la orden de avanzar hacia el lugar señaladopor Núñez de Balboa. Una vez allí descubrieronun pequeño puerto natural habitado por los indiosdel cacique Cemaco, con los que trabaron unfiero combate hasta conseguir desalojarles de supoblado, que fue ocupado con presteza por lossoldados españoles. En ese mismo enclavefundaron en noviembre de 1510 la villa de SantaMaría de la Antigua del Darién. Enciso se

autoproclamó alcalde mayor, dictando una suertede normas que, a decir verdad, no gustaron entresus hombres, pues quedó prohibido el comerciocon oro, negándose, de paso, a repartir con ellosel botín capturado a los indígenas.

Ante el descontento de la hueste, Balboa seerigió en líder disidente y halló un resquiciolegal para minar la autoridad de Enciso, que alencontrarse fuera de su jurisdicción no podíanombrarse a sí mismo alcalde. Conocedor de lasleyes, el jerezano solicitó la creación de uncabildo electo para que los ciento ochentaespañoles que se encontraban en la villa pudiesendecidir sobre quién debía gobernarles. Como ellector puede presumir, el elegido para ostentar elcargo de alcalde mayor fue Núñez de Balboa,quien así, de humilde polizón, pasó a ser elmáximo representante de una ciudad en el NuevoMundo. Atrás quedaban las deudas agrícolas, ypor delante grandes glorias pendientes de rúbrica.

Al finalizar la primavera de 1511 apareciópor allí un desmejorado Nicuesa reivindicando su

gobernación. Tras una refriega, los hombres deNicuesa prefirieron rendirse y sobrevivir dejandoque su jefe fuese embarcado en un pequeño navíocon sus más fieles y con rumbo a La Española.Poco después, la extraña situación jurídica deDarién quedó aclarada cuando, desde LaEspañola, el gobernador Diego Colón ratificó aBalboa como gobernador de aquellas tierras. AEnciso no le quedó más remedio que regresar aEspaña y litigar en el Consejo de Indias contra suenemigo.

De cualquier forma, el lugar elegido parafundar Santa María no era precisamente elparaíso, así que pronto iniciaron la exploraciónde nuevos territorios. En una de sus expedicionesdebieron librar batalla con el cacique indioCareta, a quien Balboa derrotó con la mismaestrategia que más tarde emplearían HernánCortés con los aztecas o Pizarro con los incas.En estas tácticas guerreras, las tropas españolas,siempre en inferioridad numérica, atacaban contodo su ímpetu y armamento el núcleo principal

de los ejércitos nativos, arrebatándoles susestandartes y apresando de paso a sus jefes, conlo que el grueso de la tropa aborigen se rendía sinpresentar resistencia alguna y con escasas bajasen ambos contingentes. Balboa supo administrarmuy bien sus victorias y, en el caso del caciqueCareta, logró ganarse su amistad de tal modo queel indio le entregó como signo de afecto a su hijaAnayansi —desde entonces fiel amante ycompañera del español—. Además, el agradecidocacique le ofreció todos los indios que quisiera acambio de ayuda militar para derrotar a sucacique rival, Ponga. También Careta le puso encontacto con otras tribus y jefes amigos que lepermitieron seguir adentrándose en las tierraspanameñas. Uno de estos caciques fue Comagre,quien, junto a su hijo Panquiaco, habló a losextremeños Balboa y Pizarro sobre la existenciade otro mar y de un imperio con tierrasabundantes en oro más allá de las montañas, haciael sur. Las narraciones indígenas parecíanconvincentes, tanto, que desde ese momento

Núñez de Balboa centró su atención en eldescubrimiento de ese mar que habíaobsesionado a Cristóbal Colón.

Poco a poco, la habilidad diplomática deBalboa y su capacidad para la relación con losnativos lograron incorporar nuevos territorios ala corona y ganarse la amistad de la mayoría delas tribus indígenas. Por otro lado, sabía queEnciso, ya de vuelta en España, estaría intrigandoen su contra, así que envió un barco cargado deoro y regalos para el rey Fernando y losmiembros del Consejo de Indias a fin de reforzarlas gestiones de su secretario Zamudo,embarcado meses antes para que explicase lasituación de Darién.

Por desgracia, dicho barco lleno de tesorosfue hundido por un huracán. A pesar de todo,Balboa prosiguió con sus planes dispuesto aencontrar el mar de sus sueños. El 1 deseptiembre de 1513 Vasco Núñez de Balboa sepuso al frente de una columna conformada porciento noventa españoles y unos ochocientos

indios con los que se dirigió hacia el interior delactual territorio panameño.

La expedición recibió el valioso apoyo detribus amigas y de los guías aportados por elcacique Careta. Fueron tres semanas de penosamarcha en las que los españoles llegaron amurmurar que aquel esfuerzo no merecía tantosazotes, pues, no sólo debían luchar contra lasenfermedades que les diezmaban, sino tambiéncon una geografía hostil en la que se avanzabamuy lentamente y a machetazos por las frondosasselvas que iban encontrando. En el camino seperdieron muchos hombres que acabaronengullidos por pantanos o caimanes, otros tantosperecieron por dolencias tropicales y el restotuvo que soportar altísimas temperaturasmientras eran atacados por densos enjambres demosquitos.

El único consuelo al que se pudo aferraraquella angustiada hueste fue el proporcionadopor diferentes tribus aliadas de la zona, las cualessocorrieron a los expedicionarios con alimentos

e indicaciones certeras sobre el camino a seguiren aquel trasiego decisivo para la historia deAmérica. Al fin la comitiva pudo llegar a lasestribaciones de una montaña desde cuya cumbredecían los indios que se podía atisbar el azul deun inmenso mar.

El 25 de septiembre de 1513 Vasco Núñezde Balboa, escoltado por unos pocos hombresentre los que se encontraba Francisco Pizarro,subió a lo más alto del monte y desde allí oteó elhorizonte comprobando por sí mismo que losindígenas tenían razón. Era la primera vez que uneuropeo certificaba la existencia de un océano alotro lado de la Tierra Firme descubierta añosantes. Al poco Pizarro también pudo comprobarel maravilloso hallazgo y como él otros oficialesdel pequeño contingente explorador. La calma deaquellas aguas inspiró a Balboa y bautizó ese marcon el nombre de Pacífico. Un día más tarde losblancos se bañaron en la playa más próximafestejando la gesta ante los asombrados indios,los cuales habían disfrutado de aquellos paisajes

durante siglos sin darle mayor importancia.El 29 de septiembre Vasco Núñez de

Balboa, en compañía de veintiséis hombres, dioel nombre de San Miguel al golfo en el que sehabía celebrado el descubrimiento. Allí mismo,en un emotivo acto, tomó posesión del lugar enrepresentación del rey católico Fernando,ceremonia que repitió justo un mes más tarde. Enesas semanas los españoles anduvieron por lazona negociando con los autóctonos, de los queobtuvieron abundante oro y grandes muestras desimpatía, debidas, en parte, a la eficaz gestióndiplomática desplegada por Balboa, quien, porañadidura, se enteró a lo largo de interesantesveladas compartidas con los jefes nativos de lacerteza de un imperio situado al sur, con elmayor cúmulo de riquezas que nadie pudieraimaginar.

Según parece, el cacique Turnaco informó alos españoles sobre la existencia de un paísllamado Biru, en el cual las ciudades estabanconstruidas con grandes bloques de piedra y por

el que pastaban extraños animales, de los quehizo dibujos para mejor comprensión; una de lasfiguras representadas mostraba una oveja lanudacon cabeza de camello, especie que más tardesería conocida con el nombre de llama. Contentopor la consumación de la gran hazaña de su vida,Balboa ordenó regresar a Santa María de laAntigua, ciudad en la que la gloriosa columnallegó el 19 de enero de 1514. Los descubridoresfueron recibidos en olor de multitudes. No envano aquel éxito protagonizado por ellosconstituía el segundo gran hito en la historia de laconquista americana tras el propiodescubrimiento colombino.

La imagen de Balboa ganó un prestigio conuna intensidad suficiente como para borrar de unplumazo cualquier capítulo oscuro de subiografía. Los propios delegados reales,establecidos allí para vigilar de cerca lasandanzas coloniales, sucumbieron ante el carismadel extremeño y redactaron informes favorablespara su causa. De ese modo, uno de estos

emisarios llamado Pedro de Arbolancha zarpórumbo a España con el propósito de ofrecervaliosos detalles al rey sobre el descubrimientodel Pacífico, portando incluso algunas epístolasescritas por Balboa, así como un quinto de todoslos tesoros recogidos por éste en su aventura.Por desgracia, para el descubridor, Arbolanchallegó tarde a la corte, pues, para entonces, ya sehabía fletado una gran escuadra colonial bajo elmando del insigne segoviano Pedrarias Dávila,quien había recibido el nombramiento degobernador de Darién (Castilla del Oro), aexcepción del territorio de Veragua, con lamisión de iniciar una excelsa empresacolonizadora en Tierra Firme —como sedenominaba al continente aún ignorado.

La flota compuesta por treinta navíos y másde dos mil personas con abundantesequipamientos, animales y semillas zarpó en abrilde 1514. La importancia de esta singladura esvital para entender las futuras acciones deconquista que se iban a emprender a cargo de

pasajeros tan ilustres como Diego de Almagro yHernando Luque —que luego se convertirían ensocios de Francisco Pizarro—, Hernando deSoto —descubridor del Mississippi—, Sebastiánde Belalcázar —conquistador del reino de Quito—, Bernal Díaz del Castillo —soldado de HernánCortés y cronista de Nueva España—, Pascual deAndagoya —primer explorador al sur de Panamá—, fray Juan de Quevedo —primer obispo deTierra Firme—, Francisco de Montejos —adelantado y conquistador del Yucatán—,Gonzalo Fernández de Oviedo —cronista generalde las Indias—Y no menos decisivos fueronotros personajes anónimos, como los cincuentamagníficos nadadores provenientes de la islacanaria de la Gomera que embarcaron dispuestosa recoger de las aguas caribeñas una inmensafortuna en perlas. Junto a ellos una ilusionadamesnada integrada por cientos de campesinos,ganaderos, clérigos, soldados... los cualesconfiaban su suerte a la hipotética brisa deriquezas que les estaba esperando en el Nuevo

Mundo. El veterano funcionario, amén de dirigiraquella empresa, había recibido la orden deapresar a Balboa, dado que, hasta entonces, sobreel extremeño sólo había circulado en España laversión esgrimida por su antiguo enemigo elbachiller Enciso, el cual no reparó en gastos a lahora de vilipendiar a su compañero de viaje. Locierto es que cuando Dávila arribó a las costaspanameñas en junio de 1514,1a fama deldescubridor del Pacífico había crecido como laespuma entre los colonos y Dávila tuvo queejercer la opción de la prudencia sin atreverse adetenerle como rezaba en su encargo. Hizo bien,dado que desde España no tardaron en llegar lasrectificaciones oportunas que protegieron aBalboa confirmándole moralmente comogobernador, aunque supeditado a las decisionesde Pedrarias. Con lo que se inició una relaciónpersonal más que difícil entre ambos personajes,pues por el momento nadie osaba discutir, dadasu popularidad, cualquier iniciativa emprendidapor el recién nombrado en junta del Consejo de

Indias, adelantado de los mares del Sur.Durante los tres años siguientes la política

de Pedrarias Dávila, llamado por todos «FurorDomini», hacia Balboa fue implacable ysingularmente tortuosa, ya que puso todos losobstáculos posibles con el propósito de impedirque el jerezano alcanzara mayores hazañas quelas que ya había adquirido.

Tras aquel decorado colonial se escondíanenvidias, rencores y afán de lucro económico.Santa María de la Antigua era en realidad unamodesta población que a la llegada de Dávilaapenas contaba con unos cuatrocientospobladores blancos y otros tantos indios ynegros. Su entramado urbano mantenía lasestructuras indígenas y, a duras penas, loscolonos podían sobrevivir en un contextogeográfico aquejado por un sinfín deenfermedades —originadas en las ciénagas yportadas por los mosquitos— que diezmabanconstantemente a la población. El propiocontingente llegado de España bajo el mando del

gobernador segoviano también cayó bajo lasmismas plagas y, a los pocos meses de haberseestablecido, los muertos superaban lossetecientos. Desde luego no era el sueñoambicionado por aquellos pioneros, por lo quemuchos se desentendieron de los cultivos orebaños para entregarse a la aventura de negociosrápidos y de exploraciones exitosas, tal y comohabía marcado Núñez de Balboa, quien seguíaempeñado en desentenderse del controldesplegado por Dávila internándose en tierraignota o llevando a cabo proyectos para trasladarnavíos a la zona del Pacífico para cumplirfelizmente con la conquista de aquel imperiosureño del que tanto se hablaba.

Balboa no olvidó sus dotes diplomáticas ybuscó, con determinación, el apoyo de personasilustres como el obispo Quevedo, al que asoció asu empresa de conquista en los mares del Sur, oIsabel de Boadilla, esposa de Pedrarias, con laque trabó suficiente amistad como para disponerel matrimonio por poderes con María —

primogénita del «Furor Domini»— que se hallabaen España sin saber muy bien lo que decidíansobre ella en América.

A pesar de estos esfuerzos, el prestigio deBalboa era demasiado grande y ensombrecía aDávila y a sus acólitos, como el sevillano Gasparde Espinosa, un personaje siniestro que seempleó con absoluta crueldad en diferentesataques contra los poblados indígenas rebeldes ala causa del gobernador. No olvidemos que estosmismos indios habían negociado con Balboa suincorporación pacífica a la corona como iguales,trato que Espinosa desbarató desde su condiciónde alcalde mayor en Santa María de la Antigua. Lasituación era, en definitiva, demasiado complejacon un gobernador que no creía en ningúnimperio situado al sur y sí, en cambio, enproyectar la conquista hacia las zonas de la actualNicaragua, con la pretensión de crear una lujosacorte virreinal para su mayor gloria. Núñez deBalboa se desesperaba ante esa actitud yfinalmente surgió la chispa que provocó el

enfrentamiento. La verdad es que Dávila teníaprisa por limpiar de enemigos el paisajepanameño, pues muchos críticos con su gestiónhabían sembrado de dudas la corte españoladurante la regencia del cardenal Cisneros.

En ese periodo se envió a Panamá a untriunvirato compuesto por frailes Jerónimosdispuestos a esclarecer algunas situacionesturbias provocadas por el gobernador y susleales. Por último, en 1518 se rompió la cuerda,a tal punto que fue elegido Lope de Sosa —gobernador de Canarias— como suplente deDávila. La noticia llegó al istmo panameño comoun huracán, y tanto Pedrarias como Balboasupieron que había llegado el momento decisivopara ambos. Si alguno de ellos conseguíaconcretar en poco tiempo una gestaconquistadora, a buen seguro que su imagenquedaría rehabilitada ante la corte española.

Núñez de Balboa se dispuso a zarpar desdela ciudad de Acia con los dos navíos que poseía,rumbo al sur. Entonces Dávila, percatado del

hecho, se adelantó a los acontecimientos y afinales de 1518 Francisco Pizarro recibió lapenosa orden de detener a su antiguo capitán bajola acusación de traición a la corona, además deotras viejas cuitas como el caso Nicuesa, en elque se imputaba a Balboa el abandono y muertedel conquistador. El juicio al que se vio sometidoel extremeño fue manipulado de formavergonzosa con un Gaspar de Espinosa alzado enpresidente de un tribunal por el que discurrierondiferentes testimonios corruptos. Núñez deBalboa y cuatro de sus oficiales intentaron apelarargumentando que el adelantado de los mares delSur sólo podía ser juzgado ante el mismísimo reyCarlos I. La petición, obviamente, no fue atendiday Pedrarias ordenó a su esbirro Espinosa queprosiguiese con la pantomima. Finalmente, trasuna semana de proceso, Vasco Núñez de Balboa ycuatro de sus oficiales fueron sentenciados amuerte, pena que se cumplió en la ciudad de Aciael 21 de enero de 1519. La cabeza de aquel quedescubrió para España el océano Pacífico fue

clavada en una pica y expuesta al público comoescarmiento para aquellos que quisiesen abrazarla traición o la sedición. Muchos lloraron tanirreparable pérdida, entre ellos la joven indiaAnayansi, que estuvo al lado de su amor hasta elúltimo minuto. Son las paradojas de la historiaque en ocasiones nos brinda capítulosignominiosos que discurrieron en tierras defrontera y heroísmo, pero también de venganza einjusticia.

Por su parte el «Furor Domini» pudo al finmantener su presencia en América, gracias a queel mencionado Lope de Sosa falleció nada másdesembarcar en Panamá. Pedrarias prosiguió suactividad bélica contra los indios. En agosto de1519 fundó en las costas del Pacífico NuestraSeñora de la Asunción de Panamá, ciudad queconvirtió en nueva capital del territorio.Despachó diferentes expediciones al norte y alsur, asegurando de ese modo la consolidacióncolonial en los territorios de Honduras,Nicaragua y Panamá. Asimismo, bajo su mandato

se trazó la ruta terrestre que unía el Atlántico y elPacífico, hasta que, por fin, pudo ver cumplido suparticular sueño de crear una corte renacentistaen América, de la que por supuesto fueronexcluidos todos aquellos por cuyas venas nocirculase sangre aristócrata.

En 1527 protagonizó un nuevo litigio contraDiego López de Salcedo —gobernador deHonduras—.Ambos pugnaron por la anexión deNicaragua llevando la lucha política casi a lasarmas. La situación de la zona era tan irrespirableque todos, incluida la corte española, temieronuna hecatombe colonial. Al fin se otorgó a Pedrode los Ríos el gobierno en Castilla del Oro. Sinembargo, la última palabra del longevo Pedrariasno estaba dicha y consiguió convencer a De losRíos de la conveniencia de tomar Nicaragua,asunto que enojó ostensiblemente a Salcedo,quien desató un infierno sobre colonos e indioscuyos ecos llegaron a la metrópoli, donde sedesignó un gobernador especial para Nicaraguallamado Gil González de Ávila. Éste falleció en

España repentinamente y dejó el camino franco aPedrarias ya que, dada la apremiante situación, elsegoviano fue elegido gobernador una vez máspara mayor disgusto de su enemigo Salcedo.

Allí en Nicaragua, decrépito y sumamentedesprestigiado por sus atroces actuaciones,Pedrarias Dávila falleció cuatro años más tardede muerte natural y con noventa años cumplidos.Algunos cronistas dijeron de él que el mejorrecuerdo que Pedrarias Dávila había dejado en latierra, al margen del terror infundido en losindios, era que sus capitanes se orinaban encimaante su presencia. Con esto está dicho todoacerca del carácter demostrado por el viejofuncionario real, el cual se nos antoja fielrepresentante del nuevo espíritu renacentista queva a posicionarse en América con el afán dedesplegar un correcto gobierno de lasposesiones, a semejanza de lo impuesto en losestados modernos europeos. Todo ello encontraposición a figuras como Vasco Núñez deBalboa, Francisco Pizarro o Hernán Cortés,

últimos supervivientes del estilo que adornaba alos héroes medievales. Precisamente, laconquista de Nueva España, protagonizada porCortés, cuya vida estamos a punto de narrar, senos antoja digna de las más relumbrantesepopeyas.

CAPÍTULO III

HERNÁN CORTÉS Y LACONQUISTA DE NUEVAESPAÑA

Creíamos ser aquél el último de nuestrosdías, según el mucho poder de los indios y lapoca resistencia que en nosotros hallaban.

Comentario de Hernán Cortés tras lossucesos de «la noche triste».

En 1519 ya habían transcurrido veintisieteaños desde que Colón pusiera pie en el NuevoMundo. En ese tiempo el trasiego de navesespañolas hacia América era creciente y fluido,con miles de hispanos asentados en lasprimigenias ciudades coloniales esparcidas por

Antillas y Tierra Firme. A las conquistas de LaEspañola, Jamaica, Puerto Rico y Cuba, sesumaba la expansión continental por losterritorios de Nueva Andalucía y Castilla del Oro.Asimismo, el descubrimiento del océanoPacífico a cargo de Núñez de Balboa invitaba apensar en un gozoso porvenir para todos aquellosdispuestos a contraer responsabilidades en lamagna empresa conquistadora. En dicho añoCarlos I de España y V de Alemania seenseñoreaba de sus cuantiosas posesiones a unoy otro lado del océano Atlántico, por lo que no sedudaba sobre la realidad imperial española.

Pero, por si todo esto fuera poco, llegabaahora el turno para una de las gestas másasombrosas de la historia: la conquista delinmenso imperio dominado por la cultura azteca.El artífice de semejante hazaña fue un extremeñomuy dado a largos y convincentes discursos y ajuergas interminables. Su nombre era HernánCortés.

Nacido en Medellín (Badajoz) en 1485, sus

padres Martín Cortés Monroy y Catalina PizarroAltamirano provenían de ascendencia noble,aunque no gozaban de saneados recursoseconómicos, si bien el hecho no impidióconceder a su prole algunos estudios. El jovenHernán se trasladó a Salamanca a fin de cursar ensu Universidad la carrera legislativa; contabacatorce años y se intuía para él un futuroprometedor dadas sus aptitudes. En cambio, elmuchacho mostró de inmediato su naturalezainquieta y pronto chocó con la disciplinaacadémica impartida en las aulas salmantinas, enlas que permaneció apenas dos años, durante loscuales aprendió latín con resultados notables. Eneste tiempo estudiantil el futuro conquistadorhizo alarde de sus inclinaciones hacia laholganza, amoríos, pendencias y juegos de cartas.Una vida disipada que, en todo caso, sepresentaba incompatible con las estrictas normasuniversitarias, por lo que se vio obligado a dejarlos libros para incorporarse a un trabajo deescribano en Valladolid.

Cortés era alto y bien proporcionado, teníaademás una fuerte personalidad que le hacíabrillar en cualquier juerga juvenil o en laseducción de hermosas damiselas. Su deseo devivir con plenitud cualquier acontecimiento vitalcontrastaba seriamente con su recién adquiridooficio de amanuense. En su leyenda biográficaaparece un presunto alistamiento en los terciosde Italia donde se curtiría como militar. Estedetalle siempre fue desmentido por sus exégetasmás rigurosos, quienes sí admiten que viajó aValencia, donde sufrió algún accidente o heridamientras intentaba seducir a una jovencita.

Con más pena que gloria regresó en 1504 asu Medellín natal, y allí quedó fascinado por lasmaravillosas narraciones efectuadas por losextremeños que venían de América. Dichasnoticias provocaban sueños de ambición en losaventureros españoles y Hernán no permanecióajeno a nada de lo que proviniera del nuevocontinente. De ese modo, el impetuoso jovensuplicó a sus progenitores la concesión de

licencia y dinero para realizar el viaje a las Indias.Petición a la que no se pudieron negar, dada laconvincente locuacidad de su vástago, yreunieron los ahorros disponiblesentregándoselos junto a su resignada bendición.

Ese mismo año Hernán Cortés tomaba unbarco en Sanlúcar de Barrameda con destino a laisla de La Española. Atrás quedaban su primeraetapa de infancia y adolescencia rebeldes, deudasde juego y promesas de amor incumplidas, pordelante la tierra prometida donde volver aempezar.

La Española —nombre por el que seconocía a la actual isla de Santo Domingo— eraen 1504 un lugar en permanente ebullición; a ellallegaban cientos de colonos españoles dispuestosa emprender una nueva vida a costa de quienfuera. En este caso los nativos caribeños, loscuales soportaban un forzoso sometimiento hacialos gobernantes coloniales.

Cortés se instaló en la isla bajo el amparodel ya mencionado gobernador don Nicolás de

Ovando, pariente suyo que, con presteza, le buscóuna colocación como escribano de la villa deAzua. El trabajo no disgustó al extremeño; sinembargo, él no había navegado tantas millas paraacabar realizando la misma tarea que ya ejercieraen Valladolid y por ello dio rienda suelta a suespíritu libre que, sumado a su enorme poder deconvicción sobre los demás, posibilitó que muypronto se convirtiera en un personaje popular enla colonia. Se cuenta que utilizó sabiamente susconocimientos de escribano para contentar adiferentes potentados con la realización defantásticos textos memoriales. Estas gestionesadministrativas le proveyeron de magros ingresoseconómicos que le permitieron prosperar comoagricultor y ganadero. Poco a poco, la fortuna ibasonriendo al soñador español, que lo celebrabacon sonoras juergas al calor de mujeres, dados yvino cuyos ecos recorrieron los extremos de LaEspañola. Cortés poseía una inusual fluidezverbal que, añadida a su aspecto sereno, leotorgaba un cierto ascendiente sobre aquellos

colonizadores tan necesitados de líderes.En 1511 partió junto a Diego Velázquez

rumbo a la conquista de Cuba; ya por entonces LaEspañola era demasiado pequeña para susaspiraciones. Cuba representaba un paso más ensu meteórica carrera hacia el triunfo y no leimportó viajar como secretario personal de donDiego, quien, al poco de su establecimiento en laisla caribeña, confió algunas misiones a Cortésen todos los casos culminadas con éxito. Tantaeficacia gestora y diplomática sirvió para que elmuchacho tomara un sitio de confianza junto alnuevo gobernador insular, llegando incluso aostentar el cargo de alcalde en la ciudad deSantiago de Baracoa, flamante capital de Cuba.Mientras desempeñaba estas tareas oficiales nodesestimó la posibilidad de seguir enriqueciendosu patrimonio y aceptó varias encomiendas que lepermitieron prosperar gracias a yacimientosmineros, cultivos y cría de ganado caballar,bovino y lanar. La situación para el nuevohacendado era inmejorable, pero aun así, algo en

su interior le empujaba hacia ignotas aventuras.Pronto llegaría su auténtica oportunidad en losrecientemente explorados territorios de NuevaEspaña.

El sueño de México

El 8 de febrero de 1517 el gobernadorDiego Velázquez dio licencia al capitánFrancisco Fernández de Córdoba para que viajaraen busca de esclavos a las Lucayas (Bahamas). Enlugar de eso, un error de orientación provocó quelas naves contactaran con la península delYucatán.

Los expedicionarios creyeron que habíantopado con una isla. Tras desembarcar en suscostas fueron recibidos por la hostilidad dealgunas tribus que parecían más evolucionadas yagresivas que las caribeñas, por lo que después dever diezmado su contingente, el jefe español optópor regresar a Cuba dispuesto a dar cuenta delintrigante hallazgo a Diego Velázquez, quien,emocionado por el relato de su capitán, dispusoel envío de una nueva flotilla en el transcurso delsiguiente año.

Fernández de Córdoba había revelado en su

informe la existencia de ciudades bienurbanizadas, con unos habitantes de culturabastante superior a lo conocido en otras tribus;ponía en aviso de que se trataba de gentesarrogantes y belicosas y que la empresa deconquista no sería fácil. Mas las advertencias nodisuadieron al ambicioso gobernador y, el 1 demayo de 1518, zarpó una flota bajo el mando deJuan de Grijalva, quien costeó varias millasexplorando el litoral mexicano.

En Yucatán —cuna de los mayas entoncesdominados por los aztecas— la llegada de losnavíos fue motivo de alarma y algunos emisariosse encaminaron raudos hacia la capitalTenochtitlán, ciudad situada a unos cientoochenta kilómetros de los puntos visitados porlas naves españolas. En ella gobernabaMoctezuma II —jefe del imperio azteca—, quienrecibió con temor los dibujos efectuados por susespías sobre la nunca vista imagen de losespañoles y sus armas.

Cuentan las crónicas que los exploradores

fueron descritos de esta manera:

En medio del agua vimos una casa por laque aparecieron hombres blancos, sus carasblancas, y sus manos lo mismo. Tienen largas yespesas barbas y sus trajes de todos loscolores: blanco, amarillo, rojo, verde, azul ypúrpura. Llevan sobre sus cabezas cubiertasredondas. Ponen una canoa bastante grandesobre el agua, algunos saltan a ella y pescandurante todo el día cerca de las rocas. Alanochecer vuelven a la casa en la cual todos sereúnen. Esto es todo lo que podemos decirosacerca de lo que deseabais saber.

Grijalva había fondeado en Tabasco, lugar enel que no había encontrado tanta resistencia porparte india; lo que ignoraba por el momento esque su expedición abriría el camino definitivopara la conquista de un imperio y que lascircunstancias y las profecías acudirían enbeneficio de los españoles para dicho empeño.

Entre los aztecas existían numerosastradiciones ancestrales que les ponían en avisosobre su futuro. La más arraigada de sus leyendashablaba de Quetzalcóatl, deidad representada poruna serpiente emplumada, alegoría de sabiduríasuprema. Esta divinidad había visitado en tiempospretéritos a los aztecas y entre ellos predicó unareligión bondadosa que incitaba al ser humano aponer en práctica sus mejores virtudes. Según laleyenda, Quetzalcóatl era blanco, barbado y degesto grave, y su origen se situaba en Oriente,más allá de las aguas oceánicas. Asumió el tronoazteca pero pronto comprobó con tristeza quesus súbditos no obedecían sus postulados. Ladesidia y la desconfianza azteca empujaron aldios emplumado a un forzoso abandono de aquelterritorio. Antes de partir por donde había venidopronunció ante los aztecas una última profecía:cuando llegara el año Ce Acatl, él regresaría pararecuperar su trono. Curiosamente, el añoanunciado coincidía con 1519, o, lo que es lomismo, la presencia de Grijalva unos meses antes

fue interpretada como embajadora de la llegadadel mismísimo Quetzalcóatl. Los rostrosblancos, las barbas crecidas, las armas de cuyasbocas manaba fuego, todo encajaba en lascreencias aztecas. En efecto, no existía ningunaduda, el también conocido como «Dios del aire»regresaba para recuperar su poder.

Moctezuma, temeroso ante la reacción desu pueblo, quiso contactar con los españoles paracubrirlos de presentes, a la espera de un pactoque le permitiera seguir gobernando hasta el finde sus días, sólo entonces Quetzalcóatl podríarecuperar el poder. Sin embargo esta oferta nofue bien comprendida por los expedicionarios,quienes, invadidos por la fiebre del oro y porquedesconocían las lenguas maya y náhuatl, noatendieron las peticiones aztecas y regresaron aCuba con un excelente botín. Este magníficoresultado alentó aún más las intenciones deDiego Velázquez, quien, en alianza con HernánCortés, preparaba una espléndida flota de oncenavíos a los que estaban abasteciendo con toda la

diligencia posible. Pero, en esos frenéticosmeses, el recelo entre los otrora amigos habíacrecido y algunas desavenencias personales lesenfrentaron a tal punto que el extremeño dio consus huesos en la cárcel. No obstante, la fortunade Cortés era necesaria para pertrechar la flotaexpedicionaria con garantías y Velázquez calmósu ira momentáneamente a la espera de una mejoroportunidad que le quitara de en medio a sumolesto oponente.

El matrimonio en aquellos meses de Cortéscon Catalina Juárez, hermana de la prometida deVelázquez, calmó momentáneamente las aguas.Sin embargo, una vez liberado de prisión elextremeño siguió fomentando su popularidadentre los colonos, convenciéndolos de que él erael auténtico protagonista de aquella empresa queestaba dispuesta a emprenderse. Velázquez ya nopudo más y desautorizó a Cortés cuantospreparativos estuviese realizando. Pero la ordenllegó demasiado tarde, pues el futuroconquistador, ante el enfado del gobernador,

mandó ultimar detalles y con todo dispuesto selanzó por su cuenta a la aventura.

El 18 de febrero de 1519 zarpaba la flotarebelde integrada por once naves con unosquinientos cincuenta hombres, dieciséis caballosy algunas piezas artilleras. A los pocos días losnavíos recalaban en la isla de Cozumel, frente alas costas de Yucatán, donde recibieron lainesperada visita de Jerónimo de Aguílar,superviviente de un naufragio acontecido ochoaños antes.

La alegría del encuentro se incrementócuando el náufrago contó su fascinante historia,en la que relataba su aprendizaje del idioma mayamientras servía como esclavo de un caciquelocal; su conocimiento de la lengua autóctonaresultaría fundamental para la futura gesta.

Tras abastecerse de agua y víveres losbuques españoles zarparon rumbo al continente,el destino era Tabasco, lugar descubiertoanteriormente por Grijalva y donde se presumíauna presencia nativa amistosa. Sin embargo,

sucedió todo lo contrario: una vezdesembarcados los españoles comprobaroncómo doce mil indios tabasqueños seposicionaban ante ellos en formación de batalla.Cortés, sin arredrarse, ordenó atacar alcontingente indígena. Así describió el choque elcronista Bernal Díaz del Castillo:

Recuerdo que cuando disparamos, losindios dieron grandes gritos y silbidos ylanzaron barro y polvo al aire, de forma queno viésemos el daño que les hicimos, y sonaronsus trompetas y tambores y silbaron... En esemomento vimos a nuestros hombres de acaballo y como la gran muchedumbre de indiosnos atacaba furiosamente, ella no se diocuenta inmediatamente de que aquellos se lesvenían encima por la espalda...Tan prontocomo vimos los jinetes, caímos sobre los indioscon tal energía que, atacando nosotros por unlado y los de a caballo por otro, prontoaquéllos dieron la espalda. Los indios

creyeron que el caballo y el jinete eran un soloanimal, porque nunca habían visto caballoshasta tal momento.

La eficacia demostrada por los hombres deHernán Cortés ocasionó más de ochocientosmuertos y la sumisión de los caciques mayas,quienes aceptaron sin condiciones la autoridaddel emperador español y de la Virgen María.Además ofrecieron abundantes regalos de oro,plata y piedras preciosas, así como sabrosacomida y veinte mujeres, entre las que seencontraba Malinalli Tenépal, que en idiomanáhuatl significaba «abanico de plumas blancas»,una hermosa princesa azteca de diecisiete añosque por diferentes circunstancias se habíaconvertido en esclava de los mayas.

Malinalli —nombre que los españolescastellanizaron como Malinche— fue bautizadaen compañía de otras jóvenes para que pudieranyacer con los soldados españoles; el nombre quele tocó en suerte fue Marina, en recuerdo de la

mártir gallega. En principio el seductor Cortésno se fijó en la muchacha, sino que se la entregóa Alonso Hernández Portocarrero, uno de suscapitanes, que sin remilgos la aceptó.

Más adelante se comprobó que Marina, dadasu procedencia, hablaba perfectamente el náhuatl,lengua de los aztecas. Como el clérigo Jerónimode Aguilar hacía lo propio con el maya, casi, sinquerer, Hernán Cortés, se vio arropado por unmagnífico equipo de traductores que, a la postre,serían esenciales en la conquista de NuevaEspaña.

Tras vencer a los tabasqueños, el pequeñocontingente español reembarcó para costearhasta la isla de San Juan de Ulúa, dondecontactaron con los enviados de Moctezuma II.Una vez más el destino se puso del lado españolpues Moctezuma no dudo un solo instante sobrela procedencia divina de aquellos desconocidos;para mayor confirmación, su llegada coincidíacon las fechas establecidas por Quetzalcóatl ensu profecía. Los mensajeros aztecas colmaron de

regalos a los españoles, confiando en el efectodisuasorio que el oro y los finos presentesprovocarían entre los blancos. Empero, lejos deaceptar el soborno real, Cortés animó a los suyosdiciéndoles que eso no era nada más que unapequeña parte del inmenso tesoro que esperaba atodos aquellos que le siguieran en la aventura. Elextremeño, convertido por azar en dios viviente,arengó a su entusiasmada tropa para que iniciarael avance conquistador de Nueva España. Lasuerte estaba echada para los méxicas.

Así describió Hernán Cortés, en cartadirigida a Carlos I, la emoción de aquel momentoúnico:

Yo quería seguir adelante y encontrarmecon él donde quiera que estuviese para lograratraerle a un reconocimiento del emperador ysumarle a sus señoríos, como antiguamente lofueron los reyes de taifas moros.

Tras el encuentro con los embajadores

aztecas, Hernán Cortés tuvo claro que laoportunidad de algo grande se presentaba ante él.La conquista de México daba sus primeros pasos,pero existían algunos problemas en las filasespañolas, y es que Cortés no ignoraba que suacción podía ser considerada rebelde a la corona.A esto se añadía un fuerte recelo hacia laactuación que pudieran tener algunos personajesintegrantes de la aventura a los que se les suponíacierta fidelidad a Velázquez, lo que constituiríaun serio obstáculo en la buena marcha de lamisión, dado que en aquellos momentosconfusos nada se podía descartar, ni siquiera unadeserción masiva de la irregular hueste. Portanto, se debían tomar las decisiones másoportunas con el propósito de evitarmalentendidos y, al respecto, vinieron muy bienlos conocimientos legislativos adquiridos por elextremeño en su etapa salmantina.

A fin de evitar futuros litigios con el airadogobernador cubano por el control de aquellagesta, Cortés fundó la ciudad de Villa Rica de la

Veracruz, en la cual, siguiendo las normasestablecidas, se creó un cabildo con sus justosrepresentantes. Éstos tuvieron que elegir uncapitán de armas y el mejor candidato no era otrosino Hernán Cortés. De esta manera, elinteligente aventurero obtenía un nombramientooficial que le permitiría asumir la campaña enrepresentación del rey de España Carlos I, al quecon presteza envió noticias de todo lo acontecidoen la primera de sus cartas de relación.

Hernán Cortés, astuto como nadie, tuvoinformado constantemente al monarca españolsobre todos sus avances y éxitos. Esta hábilmaniobra le equipara a Julio César, quien hicieralo mismo en su campaña de las Galias. Losminuciosos detalles ofrecidos en sus amplíasepístolas —se conservan cinco cartas de relación— abrieron el Nuevo Mundo a la percepción delos europeos cultos, que, ávidos de noticiassobre lo que estaba ocurriendo, tradujeron losescritos de Cortés en poco tiempo a variosidiomas, motivo por el cual esas narraciones

cortesianas se convirtieron en un auténtico best-seller de la época, popularizando, aún más sicabe, la figura del extremeño.

Antes de dichos eventos literarios,sucedieron diferentes episodios que engrosaronla leyenda del bravo conquistador. Los informesantes mencionados fueron despachados en unbuque que zarpó rumbo a la península Ibérica,mientras que los diez navíos restantes fueronhundidos después de trasladar a tierra todos loselementos útiles. Con esta orden, en aparienciaincomprensible, Cortés disipó cualquierintención escapatoria de los leales a Velázquez,asegurando, de ese modo, que nadie se volveríaatrás en la epopeya mexicana. Erróneamente seha dicho que estas naves fueron incendiadas, perono fue así, tan sólo se inutilizaron por las causasya referidas.

En agosto de 1519 los recién establecidosespañoles comenzaron a diseñar el definitivoasalto sobre Tenochtitlán, capital de laconfederación azteca.

El imperio de Moctezuma

Los aztecas hicieron acto de presencia enlos territorios méxicas en torno al siglo x denuestra era. Integrantes de las invasiones nahuas,provenían de los desérticos parajes de Utah, enlos actuales Estados Unidos de América. Segúnsus leyendas religiosas, fueron guiados en su rutahacia el sur por el dios Huitzilopochtli,fervoroso defensor de sacrificios humanos y dela expansión militar. Con su aliento divino, losaztecas fueron desde el siglo XIII invadiendo, degrado o por la fuerza, miles de hectáreaspertenecientes a pacíficas sociedades autóctonascivilizadas por los antiguos moradores toltecas.De esa forma, dominaron, gracias a la guerra o alas alianzas con otros pueblos, una extensión quellegaba hasta las costas del golfo, así como alistmo de Tehuantepec. Hacia el año 1325 y traslargos períodos de lucha, los aztecas fijaron sucapital en Tenochtitlán (hoy México DF), una

olvidada isla diminuta en el lago Texoco. Segúnla tradición, en este lugar los chamanes de latribu observaron la señal que su diosHuitzilopochtli les había dicho que buscasen: unáguila posada sobre un cactus, comiendo unaserpiente. Esa característica imagen sigue siendohoy la que ostenta México en sus emblemasnacionales. Cien años después, los aztecas habíanconquistado grandes territorios que se extendíandesde la costa del golfo de México hasta casi elPacífico y, por el sur, hacia Guatemala. Elfortalecimiento meteórico de esta cultura sepuede comprender más fácilmente cuando seconsidera su capacidad aglutinadora de lasciudades residuales toltecas, con una asimilaciónde sus costumbres y otras facetas tradicionalesbajo la ascendencia de sus dioses.

En algunos aspectos la civilización aztecanunca alcanzó la altura de la de los mayas. Sumodo de escribir se acercaba más a unarepresentación pictórica elemental que a unaforma jeroglífica. Pero al igual que las

civilizaciones maya y otras mexicanas, losaztecas tenían un gran sentido histórico y unarraigo de sus tradiciones de escritura pictórica.Su cronología, leyes, ritos y ceremonias estabanregistrados en obras pintadas. Estos librosestaban constituidos esencialmente por listas deacontecimientos que servían como ayudas paramemorizar los datos a los máximos dirigentespolíticos y religiosos.

Muchos de los códices precolombinosfueron recogidos por Ramírez de Fuenleal, quehizo escribir con ellos la que se llamó Historiade los aztecas por sus pinturas.

Los aztecas destacaron, por mérito propio,en arte, ciencia, agricultura y arquitectura.Gracias a los cronistas españoles sabemos delasombroso esplendor de los templos y palacios,del floreciente estado de la agricultura y de laexquisitez de los monumentos, así como de lasobras de arte ejecutadas por los habilidososartesanos.

Los ejércitos méxicas establecieron un

imperio que fue extendiéndose paulatinamente alo largo de doscientos años, impuesto a través dela guerra con el objetivo primordial de fortaleceruna disposición geográfica cuyo epicentro seencontraba en Tenochtitlán, ciudad inexpugnablegracias a estar rodeada por las aguas del lago enque se asentaba. El propio Hernán Cortés quedófascinado ante la visión ofrecida por la plaza yescribió al emperador Carlos V que era «laciudad más hermosa del mundo».

Hacia el año 1500,1a capital azteca se habíaconvertido en una gigantesca metrópoli de piedrapor cuyas calles y casas transitaban alrededor decien mil habitantes. Existían tres pasos o calzadasque unían la isla con tierra firme y el aguapotable era conducida por acueductos de piedradesde los manantiales de Chapultepec —a unoscinco kilómetros de distancia—. La urbedesplegaba un brillante colorido: las villas de losnobles, los edificios de la administración y lostemplos estaban pintados bien de un blancodeslumbrante o de un rojo oscuro. Las casas

tenían patios interiores con fuentes en el centropara aumentar el frescor. En el interior, colgabancortinas desde los techos que eran de cedro yotras maderas preciosas. Los españoles,conmovidos por tanta belleza, la denominaron:«la Venecia del Nuevo Mundo», puesencontraron que sólo la referencia a la bellaciudad italiana era equiparable a lo que estabanviendo sus atónitos ojos. Tenochtitlán no sólocontaba con su lago color turquesa situado a unaaltura de más de dos mil metros sobre el niveldel mar, sino que además estaba rodeada devolcanes, coronados de nieve, que parecíancustodiarla a distancia.

La ciudad tenía una extensión de unostreinta y cinco kilómetros cuadrados y seabastecía de los cultivos que se llevaban a caboen islas flotantes (chinampas que se sustentabanen columnas apoyadas en el lecho lacustre).Estas balsas soportaban la tierra de cultivo y, conentramados de cañas y juncos que, andando eltiempo, echaban raíces en el suelo del lago, poco

profundo, se iban convirtiendo en auténtica islasartificiales que aún hoy perduran. Algunas teníancien metros de longitud, extensión suficiente quepermitía el cultivo incluso de árboles frutales, asícomo de flores, muy apreciadas por losautóctonos. Los aztecas no conocían la rueda niposeían animales de tiro, por lo que tenían quetransportar las ingentes materias primas quesurtían el imperio con la simple acción deporteadores muy avezados en la carga de fardossobre sus espaldas.En la propia Tenochtitlán, unamiríada de botes se ocupaba del trasiego demercancías por los múltiples canales que uníanlas barriadas de la capital. A través de aquellaberinto, circulaban canoas cargadas de todaclase de productos con destino a la gran plaza deTlatelolco, donde estaba el mercado, en el sectornorte de la ciudad. Los españoles hablaron de esaplaza en la que diariamente se reunían más desesenta mil almas para comprar y vender...ydonde los mercados de sesenta ciudades ofrecíanjoyería de plata y oro, piedras preciosas, pieles

de ciervo, jaguar, puma, alfarería, textiles,mosaicos preciosos hechos con plumas depájaros, miel, pescado, venados, pavos, perrosgorditos sin pelo, tintes, tabaco, goma...

En 1502 Moctezuma II, de veintidós años deedad, subió al trono de la confederación azteca.La mayor parte de los once millones de seres queentonces habitaban México le ofrecieronsumisión religiosa. Su imperio, en realidad, noera más que una mal ligada federación deciudades aglutinadas por el miedo común alemperador, que exigía tributos a cambio de latutela de los dioses pero que, en contrapartida,poco más les ofrecía que su tolerancia, comogarantía de vida. Algunas ciudades del antiguoMéxico, tales como Tlaxcalal y Tarascan, nuncafueron conquistadas por los aztecas; en cambiootras menos poderosas, que se opusieron a laspeticiones de los dominadores, fueron devastadasy sus hombres y mujeres convertidos en esclavoso sometidos al cruel castigo del sacrificio a losdioses, ya que el dios Huitzilopochtli siempre

estaba sediento de sangre. Según se sabe, en elaño 1487 no menos de ochenta mil guerreros yhabitantes capturados de estados sometidosfueron sacrificados para conmemorar la aperturadel gran templo.

Bajo el gobierno de Moctezuma el poderpolítico estaba en manos de una clase dominantepor nacimiento, pero que por su especialeducación también constituía la capa intelectual.En la cima de la pirámide social se encontrabaMoctezuma, el cual ejercía la suprema autoridadpolítica y religiosa, como jefe máximo y gransacerdote. Contrariamente a la creencia de losespañoles, no era un gobernante hereditario sinoun ser superior, elegido entre los que reunían lascualidades más excelentes, pero que podía serdepuesto si el grupo de grandes señores loconsideraba necesario. De ascendencia real,Moctezuma era ya bien conocido antes de suelección, tanto como miembro del ejército —enel que se distinguió— que como gran sacerdote.Las crónicas de sus contemporáneos le

describieron como un hombre sabio, astrólogo,filósofo y adiestrado en las artes. Después de lossacerdotes y los nobles, seguían en importancialos burócratas, que se ocupaban de los asuntosadministrativos del Estado, y los mercaderes, queviajaban a todos los rincones del imperio enbusca de lo necesario. El comerció estaba muydesarrollado en la sociedad azteca. Losmercaderes, con frecuencia, combinaban suspropios negocios con la misión de embajadores,facilitando información al poder central sobreciudades que podían ser objetivo de invasión odominio. A continuación se hallaban losartesanos: escultores, joyeros, tejedores...Aéstos seguían los obreros y los labradores quetrabajaban la tierra (maceguales). Los esclavos—gentes capturadas en las batallas o personasvendidas por deudas u otras razones— formabanel último estrato en la sociedad azteca.Normalmente eran tratados con ciertaconsideración, obligados a una dependenciaabsoluta, sólo regulada por las cualidades éticas

del señor. Sin embargo, el esclavo podía casarselibremente y su descendencia asumíaautomáticamente los plenos derechos del nacidolibre.

En todos los estratos de la sociedad lafamilia y la comunidad eran la base estructural yse regían por un código moral muy riguroso,pues los castigos eran implacables, aunquetambién se daba gran valor a la poesía y a lasflores, con gran sentimiento de ternura. A pesarde su tranquilidad doméstica, el azteca siempreestaba sometido a la obligación de guerrear.Conflictos y revueltas fueron algo característicoen los primeros dieciséis años del reinado deMoctezuma, ya que casi todas las provinciassometidas trataron, con más o menos acierto, dedeshacerse del duro yugo azteca. Si bien, alemperador poco le preocupaban los asuntos deEstado, siendo cada vez más impopular entre lossuyos, pues, al parecer, dedicaba más tiempo asus menesteres religiosos, dado que él mismollegó a creerse una semidivinidad. Incluso llevó

esta creencia al terreno gastronómico haciendoque le sirvieran treinta platos o más diferentesrealizados con pavo, codornices, venados,pichones y liebres. Una comida favorita para élera el pescado fresco, que se conseguía en lacosta del Golfo, a unos cuatrocientos kilómetrosde distancia, y que era traído por caminantesespeciales, que tenían que atravesar las montañas.Hermosas jóvenes le llevaban vasijas con aguapara que se lavase las manos entre plato y plato yle colocaban biombos de madera delante, a fin deocultarle de la vista de los demás mortalesmientras comía o bebía en sus cuencos de oro.

Un español, Cervantes de Salazar, dejóescrito:

Ante su propio pueblo, Moctezumaostentaba una majestad imponente. Con laexcepción de unos pocos grandes señores desangre real, Moctezuma no permitía a nadieque le mirase la cara, o que llevase zapatos, oque se sentara en su presencia. Muy raramente

abandonaba su cámara, a no ser para comer;recibía pocos visitantes y se ocupaba de susnegocios a través de los miembros de suconsejo. Estos, incluso, se comunicaban con éla través de intermediarios. En cuanto a lossacrificios en el templo de Huitzilopochtli,donde hacía gala de gran devoción, su caminolo hacía por espacios a él reservados, yquedaba a cierta distancia de la jerarquía,sumiéndose en profunda meditación y sinhablar con nadie.

La religión era el eje supremo de la vida delos aztecas. Entendían el mundo como un ámbitoplagado de fuerzas naturales hostiles, cuyo poderpodría ser terrible si no se les aplacaba. Sequía,hambre, tormentas y terremotos eran hechos quese guardaban en la memoria colectiva. Lascuarenta divinidades o más que existían en elpanteón azteca eran las que se ocupaban de quetodos estos fenómenos no se repitiesen y acambio exigían a los humanos un constante río de

sangre y corazones, con los que el mundosobrenatural méxica se aplacabamomentáneamente. En este contexto religioso elSol jugaba para los aztecas un papel fundamental.Cuando cada día el astro rey nacía esplendoroso,era el signo fehaciente de que todo iba bien.Cuando se iba a dormir guerreaba contra loselementos de la oscuridad antes de salirnuevamente. Si no ganaba la batalla, supondría ladestrucción no sólo de Tenochtitlán, sinotambién del mundo entero. Por ello los aztecasse empleaban con cuidado en la nutrición de ladeidad suprema suministrándole corazoneshumanos, pues pensaban que en la sangre seencontraba el núcleo de la energía vital queprecisaba el Sol para mantener su luminosaactividad. Los aztecas se creían un puebloescogido con la misión de sustentar la vida en laTierra. Por tanto, la guerra constituía un hechoinherente a su naturaleza, pues se concebía comosagrada al permitir la captura de enemigosdestinados a los sacrificios rituales con los que

se alimentaba la voracidad de los dioses. Aunquelo cierto es que además de paliar el hambre en eluniverso sobrenatural, los aztecas aprovecharonestas razias para su propia expansión política yterritorial. En este régimen autoritario dominadopor la religión, nunca podía existir la paz, puescon ella no habría guerreros ni prisionerossacrificados, con lo que el Sol se enfurecería yprovocaría la destrucción del mundo.

Los aztecas también adoraban a otro dios,Quetzalcóatl —de tez blanca y barba oscura—,una deidad que aborrecía el sacrificio humano yque transmitió a los pobladores méxicas elconocimiento de la agricultura y el arte.Huitzilopochtli y Quetzalcóatl se encontrabanperpetuamente inmersos en una lucha titánica depoder por la supremacía en el Universo. Segúnlas tradiciones, Quetzalcóatl sufrió una traiciónpor parte de su enemigo y fue expulsado haciaOriente por el mar, jurando, eso sí, que volveríaen el año Ce Acatl, para castigar a los impíosaztecas que le habían negado vasallaje. Años Ce

Acatl fueron 1363,1467 y 1519.En 1518 tuvieron noticia de la aparición de

naves extrañas (expedición de Grijalva) y en losaños precedentes el supersticioso Moctezuma sehabía sentido inquieto por una serie de prodigiosque sus sacerdotes, adivinos, magos y otrosprofetas tenían grandes dificultades eninterpretar: en el templo de Huitzilopochtli seprodujo un incendio; un hilo de fuego verticalapareció a medianoche; en el Oriente, durantemeses, cometas enormes trazaron amenazantesestelas luminosas cruzando los cielos en plenodía; el lago rebasó sus orillas en medio detormentas de olas, sin que soplara el viento; unamujer se lamentaba todas las noches, sin cesar,con lloros siniestros. Todos estos presagiosauguraban, sin duda, una catástrofe y la situaciónempeoró cuando un día un mensajero llegódesalentado a presencia del emperadordiciéndole que había visto: «torres o pequeñasmontañas» que flotaban sobre las olas del mar, acierta distancia de la costa del Golfo. Una

segunda información aseguraba que de unasmoles de madera habían bajado gentes extrañas:«de piel muy clara, mucho más clara que lanuestra; todos tienen barbas largas, y sus cabellossólo llegan hasta sus orejas».

Apenas los mensajeros de Moctezumahabían cambiado sus saludos con los extranjerosque venían del Oriente, cuando estos últimosparecieron estar dispuestos a abandonar elterritorio mexicano, pero con la promesa devolver al año siguiente, lo que sucedería ya en elaño 1519, o sea, el año de Ce Acatl. El enigma delos presagios estaba resuelto. Lo único que lequedaba por hacer al devoto Moctezuma erasentarse y dejar que la lucha de poderomnisciente se desarrollara ante sus ojos.Quetzalcóatl, fiel a su palabra, regresaba parajuzgar a los aztecas y en esta ocasión contaba conla inestimable ayuda de un contingentecompuesto por singulares personajes —blancoscomo él— y ávidos de gloria y riquezas.

Los españoles, sin pretenderlo, se

convirtieron en árbitros de una situación a la quepensaban sacar el mejor partido. Por suerte, paraellos, pusieron pie en tierra vasalla de losaztecas. No es de extrañar, por tanto, que muchoscaciques locales acudieran a Hernán Cortés paraofrecer tropas y equipo que participaran en esaparticular guerra de liberación. Ésa fue sin dudala clave que permitió realizar la conquista deNueva España con tan escaso margen de tiempo.Sin la ayuda de la enorme tropa auxiliar aportadapor las tribus desafectas al gobierno deMoctezuma, nada hubiese sido posible.

Hacia Tenochtitlán

Mediado el verano de 1519, unaheterogénea tropa compuesta por cuatrocientosespañoles, dos mil indios aliados, quincecaballos y algunos cañones partió rumbo aTenochtitlán. En principio Cortés, conocedor desu poder militar, no pretendía un enfrentamientogeneralizado con los aztecas. Sin embargo,contaba con una ventaja de la que no disponía suenemigo, y era la variada gama de armamentomanejado por sus hombres: ballestas, arcabuces yfalconetes suplirían con creces la falta evidentede efectivos contra las ondas, jabalinas y mazosde obsidiana que utilizaban los temiblesguerreros aztecas y sus cuerpos de élite, connombres poderosos como Águila o Jaguar.

En Veracruz se dejó una pequeña guarniciónde retén. El pequeño ejército, a los pocos días demarcha, llegó a Cempoala, donde se aprovisionórecibiendo incluso el refuerzo de algunos

guerreros y porteadores que se sumaron a laexpedición. Tras conversar con los jefes de lazona, Cortés decidió atravesar el territoriodominado por Tlaxcala, ciudad que se manteníalibre de los aztecas pero siempre amenazada poréstos. Los tlaxcaltecas eran fieros combatientesque presentaron una tenaz oposición a las tropasespañolas; aun así, las tácticas militares y latenacidad del extremeño acabaron por doblegarel ánimo de los indios, quienes se ofrecieronfinalmente como aliados contra los aztecas. Elapoyo tlaxcalteca culminaba la política dealianzas emprendida por Hernán Cortés.

Entretanto, Moctezuma seguía sometiendosus temores al consejo de sabios que leasesoraba; nada parecía detener el avance de losdioses blancos. ¿Qué hacer?

El gobernante azteca decidió, tras múltiplesconsultas, apostar por el doble juego de ofreceramistad, mientras se preparaba para la guerra.Cortés, ajeno a esa estrategia, seguía avanzando.

Llegó a Cholula invitado por algunos

emisarios de Moctezuma, los cuales le contaronque en el recinto existían enormes templosdedicados a Quetzalcóatl y que sería bueno queél, como dios viviente, contemplara susrepresentaciones pétreas.

Los indios aliados advirtieron que la visita aCholula podía ser una encerrona preparada porMoctezuma, dado que se habían detectadoalgunas tropas aztecas en las cercanías de lasagrada ciudad. A pesar de eso, Hernán Cortés seinternó con sus hombres en el recinto paracomprobar por sí mismo la veracidad de lassospechas tlaxcaltecas. En efecto, una vez allí,los capitanes españoles percibieron extrañosmovimientos a cargo de los lugareños y,temiendo la traición, pasaron a cuchillo a todoslos jefes, sacerdotes y guerreros de la plaza. Elcamino a Tenochtitlán quedaba libre de peligros,tan sólo restaban sesenta kilómetros por cubrir.

Los expedicionarios, intuyendo que laempresa no sería fácil, comentaban entrenerviosos e impacientes lo que les podría ocurrir

en su camino hacia la riqueza o la muerte. Noolvidemos que la hueste de Cortés no era militar,sino aventurera. Los hombres que leacompañaban en su mayoría no pertenecían alámbito castrense, más bien, formaban parte dellinaje de los buscafortunas, es decir, gentesindisciplinadas pero dispuestas a todo con tal deengordar sus bolsas. Además no existíaninstrucciones claras sobre los propósitos deaquella hazaña, todo dependía del carisma ytalento que Cortés tuviera al estimularlos oguiarlos en ese épico acontecimiento; por esoesta gesta es, si cabe, más sorprendente. Gentesde diversa procedencia: militares, clérigos,aventureros, nativos y cronistas, en pos dediferentes objetivos, unificados bajo la banderapersonal de un extremeño soñador.

El 1 de noviembre de 1519 la expediciónhispano-nativa salía de Cholula con destino aTenochtitlán. A los quince kilómetros de marchase toparon con la cadena montañosa dominadapor los volcanes Popocatepetl (montaña

humeante) e Ixtlacihuatl (mujer blanca). Lospasos a través de esta cordillera se elevaban amás de cinco mil metros de altura. El pequeñocontingente, no sin dificultades, logró superarlosy tras el esfuerzo quedaron maravillados por lavisión que se ofrecía ante ellos. Desde las alturascontemplaron treinta ciudades que salpicabantodas las direcciones posibles: en el centro lainmensa Tenochtitlán erigida sobre el lagoTexcoco, con sus deslumbrantes blancos caladosen casas, edificaciones y templos quecontrastaban con los azules lacustres. La imagenera maravillosa, llegando a confundir a losatónitos españoles, quienes pensaron que todoera fruto de un espejismo.

Una vez repuestos, bajaron de las montañaspara ser recibidos por el mismísimo Moctezuma,quien, avisado por sus espías, había dispuesto unacalurosa bienvenida para los extranjeros. Trasconversar amistosamente con las oportunastraducciones de Malinche, el líder azteca invitóal español a entrar en su ciudad. Cortés dispuso a

su tropa en cinco filas y ordenó el avance sobreTenochtitlán con las banderas y estandartesdesplegados. La comitiva se distribuyó en variaslíneas que parsimoniosamente desfilaban alcompás de vigorosos tambores. La vanguardia fueocupada por Cortés y tres de sus lugartenientes,por detrás el resto de los jinetes con sus lanzasdispuestas, siguiendo a éstos los ballesteros consus armas cargadas y los arcabuceros en idénticasituación. Cerraban el desfile los nativos aliadosque portaban la impedimenta y arrastraban laspiezas artilleras.

La imagen de aquel singular ejércitosobrecogió a los méxicas que no habían vistonada igual en su vida. Miles de ellos seaglutinaron en las calzadas por las que marchabaese grupo de aventureros transformados ahora endioses sobrenaturales. Muchos se arrodillaronante los españoles, otros escaparon temiendocualquier reacción inusitada de aquellosdesconocidos. Finalmente, Cortés y los suyos sealojaron en el centro de la ciudad, distribuidos en

palacios contiguos. Era el 7 de noviembre de1519 y España ya estaba instalada en el corazóndel imperio azteca.

A las pocas horas de su llegada algunaspatrullas inspeccionaron los alrededores de sunueva morada. Con horror descubrieron eltemplo de Huitzilopochtli, lugar sagradodestinado a los sacrificios humanos. En suinterior se contabilizaban miles de cráneos,testigos mudos de las sanguinarias costumbresaztecas. Cortés, preocupado por el macabrohallazgo, se reunió con sus capitanes para valorarla situación. En ese momento de incertidumbreno había que descartar nada, ni siquiera servíctimas de esas horribles costumbres. Enconsecuencia, se decidió para mayor seguridadde los españoles el apresamiento de Moctezumaa fin de mantener el control de sus súbditos.

El extremeño, en compañía de treintahombres y de Malinche, se internó en el palacioreal de Moctezuma. Éste, sorprendido por lo queestaba ocurriendo, pidió explicaciones por lo que

entendía como una agresión a su imagen divina.En lugar de eso, los oficiales hispanos leconminaron a un sometimiento inmediato al cualtuvo que ceder resignado pensando que ése era unmal menor ante el enojo que mostraban losdioses blancos. Con más prisa que pausa, Cortésy el preso se parapetaron en su reductopalaciego.

Para entonces, las noticias sobre la llegadade un nuevo contingente expedicionario a lascostas mexicanas provocaban toda suerte decomentarios hostiles hacia los invasores, ya quelos nuevos visitantes aseguraban que los que leshabían precedido, no eran dioses, sino un grupode bandoleros desalmados. Por otra parte, laguarnición dejada en Veracruz había sidomasacrada por los indios, con lo que caía el mitosobre la inmortalidad de los barbudos blancos.Con estos datos la situación de los españolesacuartelados en Tenochtitlán se tornófrancamente difícil. ¿Quiénes serían esos nuevosblancos de los que hablaban los aztecas?

Evidentemente la cuestión era fácil de resolver.El gobernador de Cuba, Diego Velázquez, no sehabía quedado con los brazos cruzados y, tanpronto como pudo, organizó una flota paraperseguir y detener al rebelde. En 1520,dieciocho buques con unos mil hombres, decenasde caballos y una fuerte dotación artilleraarribaban a las costas mexicanas. El propósito eradesmantelar la operación de Cortés, devolviendoel protagonismo de aquel episodio al primeroque lo ideó, es decir, a Diego Velázquez. Elresponsable de la expedición punitiva era Panfilode Narváez, hombre presuntuoso y optimista quepensaba, sin recato, en salir triunfante de aquellamisión.

En junio de 1520 las previsiones de donPanfilo se vinieron abajo cuando de improvisoapareció Cortés con un reducido grupo decombatientes, los cuales, en una magistraloperación de comandos, tomaron la pirámide enla que se refugiaba el jefe español, al quepropinaron un golpe que le hizo perder un ojo,

tras lo cual Panfilo se rindió y con él toda sutropa, que gustosamente se pasó al bando deCortés. Con los inesperados refuerzos elextremeño regresó a Tenochtitlán donde seencontró con una situación insostenible para susintereses.

Al salir de la ciudad había dejado un grupode soldados bajo el mando del capitán Pedro deAlvarado, quien con casi cien hombres debíaresistir cualquier revuelta azteca contra ellos.Empero, Alvarado, sometido a la presión delmomento, cometió la torpeza de confundir unafiesta tradicional con un intento de ataque sobreel palacio ocupado por las tropas hispanas. Eracostumbre entre los aztecas reunirse cada mespara homenajear a sus dioses mostrando el poderde sus armas, además de lucir sus mejores galas.En las celebraciones siempre se efectuaba algúnsacrificio humano y, Alvarado, intuyendoerróneamente que él podría ser forzosoprotagonista de algún ritual de sangre, ordenólanzar un ataque en toda regla contra los aztecas

reunidos en la fiesta. El resultado fue centenaresde nobles y sus familias muertos por el plomo yel acero de los españoles.

Culminada esta tragedia y con la ciudadenvuelta por los deseos de venganza, aparecióCortés con su flamante ejército y no sin apuroslogró llegar hasta las posiciones defendidas porla tropa de Alvarado. La tensión se mascaba en elambiente, dejando ver que muy pronto los aztecasse rebelarían contra ellos y, en ese caso, poco sepodría hacer dada la superioridad numérica de losnativos. Cortés utilizó entonces un últimorecurso, obligando a Moctezuma a salir a unabalconada de palacio para intentar aplacar elánimo de sus gobernados. Sin embargo, éstoshabían decidido otra cosa, y apedrearon hasta lamuerte a ese jefe tan nefasto que había permitidotanta desgracia ocasionada por aquellos diosesfingidos.

La situación tras el magnicidio se volvióinsostenible para los españoles acuartelados enTenochtitlán, por lo que Cortés ordenó una

discreta retirada a fin de evitar una más quesegura tragedia. Corría el 30 de junio de 1520 y,a la madrugada siguiente, los españoles iban aconocer, muy a su pesar, la amargura de laderrota.

«La noche triste» y la victoria deOtumba

Hernán Cortés había dispuesto todo para unaretirada honrosa de la ciudad. Sus indicacioneseran claras: cada hombre debía coger el peso delque fuese capaz manteniendo la disciplina entodo momento, a fin de facilitar una huidasilenciosa bajo la protección de la oscuridadnocturna. Sin embargo, los soldados, dominadospor la ambición y el miedo a morir, ocuparonsacos y correajes con lo rapiñado durantesemanas, dejando incluso las armas abandonadaspor acaparar más riquezas. El grupo se preparópara su salida de Tenochtitlán, pero la suerte quehabía acompañado a Cortés en su periplo le fueesquiva en esta ocasión, pues pronto los aztecasse percataron de lo que estaba sucediendo y congritos de alarma avisaron al resto de un ejércitofurioso y ávido de venganza. Les dirigía

Cuidahuac, nuevo jefe guerrero de los aztecas.La fiereza con la que fueron atacados los

españoles y sus aliados indios se resume en lasescalofriantes cifras de bajas, con más deseiscientos muertos en las filas hispanas junto avarios miles de tlaxcaltecas. El propio HernánCortés recibió varias heridas, aun así, la mitad delos efectivos se pudo salvar gracias a la disciplinamantenida por la vanguardia de la expedición,aunque en la retaguardia fueron capturados másde cien españoles y sacrificados ritualmente aldía siguiente. El 1 de julio de 1520 pasaría a lahistoria como «La noche triste».

Los supervivientes recibieron toda suerte deataques en días sucesivos, hasta que, finalmente,Hernán Cortés decidió clavar su bandera en unlugar llamado Otumba; allí se iba a decidir elfuturo de la conquista mexicana. Los españolescontaban con unos cuatrocientos efectivosapoyados por los valiosos tlaxcaltecas; frente aellos treinta mil aztecas con la flor y nata de sunobleza y su nuevo caudillo Cuidahuac. El 7 de

julio de 1520 las dos formaciones entraron encontacto conscientes de lo que se estaba jugandoen tan decisivo momento. En medio de laferocidad del combate Cortés y su caballeríaarremetieron contra el reducto donde seencontraban los estandartes aztecas. Duranteunos minutos angustiosos los soldados españolesse abrieron paso a mandoble limpio y, fruto deesa bravura, consiguieron obtener las codiciadastelas. En ese momento cesó el ardor combativode los méxicas iniciándose una desorganizadaretirada por creer que el enemigo les habíaconquistado el espíritu que dominaba la batalla,representado en sus símbolos de guerra.

Otumba supuso el punto de inflexión en laepopeya de México. Tras la victoria insospechadade los españoles sus aliados tlaxcaltecas lesofrecieron cuantiosos refuerzos parareemprender las acciones sistemáticas sobreTenochtitlán. Pero en esta ocasión Cortés quisopreparar con todo detenimiento la toma de lacapital azteca, pues aquella empresa ya no se

trataba de una ensoñadora expedición deaventureros, sino un reto militar para conquistarnuevos territorios que dieran esplendor alreinado de Carlos I. De ese modo el singularextremeño asumía su lugar en la historia sinrehusar el compromiso de someter a un imperioque no estaba dispuesto a capitular sin combatir.

Durante días el ejército aliado se preparó aconciencia para la inminente ofensiva sobreTenochtitlán: se repararon las armas de fuego, seafilaron las espadas y se limpiaron caballerías yarmaduras. Cuando todo estuvo listo se dio laorden de iniciar la marcha con destino a lahermosa ciudad del lago y, una vez allí, Cortésmandó construir bergantines capaces de repelercualquier agresión que viniera desde las canoasque custodiaban las diferentes calzadas y puentesque rodeaban la plaza.

El asedio se prolongó más de ochenta díasy, como se podía presumir, en este tiempo losbravos aztecas resistieron con heroísmo todas lasacometidas de aquel invasor que, no sólo atacaba

con acero y fuego, sino también con terriblesvirus que los diezmaban. En efecto, sinpretenderlo, los españoles habían traído gripe,viruela y otras enfermedades víricas contra lasque los nativos americanos no estabaninmunizados, por lo que una simple gripe comúnse convertía en un arma biológica de destrucciónmasiva. En el asedio a Tenochtitlán murieronmiles de aztecas, la mayoría por viruela, el restode hambre o en combate; además los españolescortaron el suministro de agua potable a laciudad, con lo que la catástrofe se acentuó.

La orgullosa capital azteca quedó en unaabsoluta ruina, incluso Cuidahuac murió a causade la viruela. Tomó el testigo Cuauhtemoc, unjoven de veintidós años, sobrino de Moctezuma,que poco pudo hacer para evitar el desastre; aunasí, luchó ardorosamente hasta el final pero fuecapturado cuando huía para organizar laresistencia. Cortés fue implacable con el últimojefe azteca, y lo mandó ejecutar sincontemplaciones; con la muerte de Cuauhtemoc

se agotaba la estirpe real de los aztecas, dandopaso al dominio pleno por parte de los españoles.Con presteza, los vencedores comenzaron areconstruir Tenochtitlán. Una de las primerasacciones arquitectónicas se centró en levantaruna catedral sobre los cimientos del gran templodedicado a los sacrificios humanos. La victoriasobre el pueblo azteca se consideró una enormeproeza que pronto fue recompensada en Españapor el rey Carlos I, quien reconoció la hazaña deCortés asegurándole su gobierno en México,región que desde ahora se llamaría Nueva España.En 1523 se dio por concluida la campaña deconquista sobre el imperio azteca con elsojuzgamiento de los últimos focos rebeldes. Entan sólo dos años se había completado una de lasepopeyas más impresionantes de la historia.

Exploración y amargura

En los años que siguieron a la toma deTenochtitlán, Hernán Cortés se tuvo queenfrentar a diversas situaciones de importanciadiversa. Por un lado, consolidó los territoriosrecién tomados e importó de España colonos,ganado y semillas, mientras que por otroorganizaba nuevas expediciones más allá de susdominios. En ese sentido, envió a Occidente asus capitanes Juan Álvarez Chico, Alonso deÁvalos y Gonzalo de Sandoval, a la vez quedespachaba hacia el país de los zapotecas a suleal Pedro de Alvarado con propósitos deconquista.

Alvarado había nacido en Badajoz en 1486,en el seno de una familia de hidalgosempobrecidos; su padre pertenecía a la orden deSantiago, algo que el joven Pedro siempre llevó agala.

Siendo poco más que un adolescente

marchó a Sevilla, donde ganó fama de valientealocado por sus exhibiciones de funámbulo. En1510 viajó a La Española con ansias de aventura yun año más tarde participaba bajo las órdenes deDiego Velázquez en la conquista de Cuba, donderecibió una capitanía por sus eficaces servicios.Cuentan las crónicas que, envalentonado por elcargo y gallardo y orgulloso por carácter, sepaseaba vestido con la capa de la orden deSantiago de su padre. En 1518 se unió a laexpedición de Juan de Grijalva al mando de unacarabela. De aquella incursión por Yucatán yMéxico dejó su nombre a un río y fue el primeroen regresar a Cuba repleto de tesoros.

En 1519 Hernán Cortés le dio el mando delas naves que saldrían un poco más tarde que lassuyas, uniéndose todas en la isla Cozumel. Por labravura demostrada en las batallas de Tabasco yCentia, Cortés le nombró su más directolugarteniente. Como ya sabemos Alvarado fueprotagonista de los sucesos que desembocaronen «La noche triste», pero, su inconmovible

lealtad a Cortés le procuró grandes beneficios,como la mayor encomienda recibida por capitánalguno en los nuevos territorios sometidos a lacorona española.

Durante ese tiempo disfrutó del amor deLuisa de Tlaxcala, hija de un cacique de la región,con quien tuvo dos hijos. Las noticias defabulosas riquezas al sur de México hicieron queCortés nombrase a Alvarado teniente degobernador de esos territorios enviándolo para suexploración y conquista. Penetró en Guatemala,donde libró duros combates con los indiosquichés, zutujiles y panatacat. En julio de 1524fundó la villa de Santiago de los Caballeros ysiguió internándose en el interior de AméricaCentral. En apenas ocho meses había casidominado parte del actual territorio de ElSalvador y sus tribus, a las que sometió con unamezcla de diplomacia política, talento militar ycrueldad extrema. En agosto de 1524 hubo deenfrentarse a la rebelión de los hasta entoncesaliados indios cakchiqueles. Poco después,

hostigado por nuevas rebeliones indígenas yrequerido por Cortés, volvió a México, olvidandomomentáneamente Guatemala y El Salvador, endonde toda su obra conquistadora sería casidestruida. En 1527 regresó a España para seragasajado en la corte, concediéndosele el títulode gobernador y capitán general de la provinciade Guatemala, cuya jurisdicción abarcabaChiapas, Guatemala y El Salvador.

A punto de embarcarse de nuevo hacia lasIndias se casó con Francisca de la Cueva, quien aduras penas resistió la travesía, y murió a lospocos días de llegar a Veracruz. Pero antes deocupar su cargo, debió afrontar un juicio deresidencia del que salió airoso, a pesar de losinnumerables enemigos que su carácter y riquezale granjeaban. En 1534, desde Guatemalaorganizó una flota de once barcos y más deseiscientos hombres con la intención de tomarQuito y apoderarse del norte de Perú. Enteradode ello Francisco Pizarro, envió contra él a susdos mejores lugartenientes: Benalcázar y

Almagro. Si bien antes de batallar por unterritorio que no les pertenecería nunca, Almagroy Alvarado, hábiles y experimentados militares,llegaron a un acuerdo pacífico que lesbeneficiaba a ambos: por una elevada suma dedinero, Alvarado vendía la mayor parte de suejército a Almagro y se retiraba a sus territorioscentroamericanos. De nuevo en Guatemala, secentró en el gobierno y expansión de susterritorios, organizando expediciones aHonduras, donde fundó las villas de San Pedro deSula y Gracias a Dios.

Inquieto y ambicioso, Alvarado volvió aEspaña en 1537 para que le confirmasen comogobernador de Guatemala por siete años más ypara solicitar licencia de exploración de lascostas occidentales de México y las islasMolucas. Ese mismo año se casó con su cuñadaBeatriz de la Cueva y embarcó hacia Guatemala.

En 1540, cuando estaba finalizando lospreparativos para la expedición a las Molucas, elgobernador de Guadalajara, Cristóbal Oñate, le

pidió ayuda para sofocar una sublevación de losindios palisqueños. Alvarado acudió en suauxilio, pero al retirarse con su tropa, tras labatalla de Nochistián, cayó con su caballo por untalud de tierra y quedó malherido. Se le trasladó aGuadalajara sin que se pudiera hacer nada por él,y murió el 4 de junio de 1541. Alvarado quedapara la historia de América como el primergobernador de las actuales Guatemala y ElSalvador.

Cortés decidió algo parecido para otro desus capitanes, don Cristóbal de Olid, a quien leencomendó la misión de conquistar Honduras,expedición que llegó a buen término, aunque Olidno era Alvarado y se rebeló desatendiendocualquier autoridad de Cortés.

El extremeño, siempre terco, encabezó unaexpedición punitiva contra el sublevado. Sinembargo, poco se pudo hacer dado que a sullegada el sedicioso Olid ya había fallecido. Erantiempos duros para todos, las fatigas,enfermedades y combates no permitían largas

vidas a los pioneros del Nuevo Mundo. Muchosno resistieron las penalidades y murieron al pocode poner pie en la presunta tierra prometida.

Los nativos soportaron con estoicismo todoel mal que venía desde Oriente; Quetzalcóatl nohabía sido para ellos tan beneficioso y pacíficocomo anunciaban las profecías. No obstante, lagesta de Cortés alimentó la esperanza de milesde europeos muy necesitados de sueñosalentadores. Sus exploraciones permitieron unmejor conocimiento de la geografía americana.Las diferentes expediciones dirigidas por élhacia la baja California constituyeron un notableavance que tendría magnífica repercusión añosdespués. Empero, Cortés había realizado todoesto por su cuenta y riesgo, contraviniendo a laautoridad oficial, y por muchos bienes que elextremeño se empeñó en enviar a España, el reyCarlos I no podía consentir que un aventureroobtuviera cargos gubernativos en los territoriosrecién conquistados.

Pronto se enviaron a Nueva España algunos

comisionados y visitadores que ajustaron cuentascon Hernán Cortés, el cual no comprendía cómosu rey le privaba de los honores que con tantasangre había ganado. En 1528 las disputas conAntonio de Mendoza, primer virrey de México,le empujaron a viajar a España, buscando justiciaen la corte de Carlos I. Al llegar fue recibido enToledo como un héroe, incluso el propiomonarca le concedió el título de marqués delValle de Oaxaca, la posesión de algunas villas yel nombramiento de capitán general de NuevaEspaña. Pero sólo eso, ya que Cortés no podíaservir de ejemplo para otros aventurerosdispuestos a iniciar diferentes guerras por sucuenta.

Triste y resignado, el extremeño regresó aNueva España sin poderes gubernativos Viudocomo era, debido a la extraña muerte de suprimera mujer CataJina Juárez, creó una nuevafamilia con la noble Juana de Zúñiga, con la quetuvo cuatro hijos: Martín, María, Catalina yJuana. Se sabe que mantuvo relaciones amorosas

con muchas mujeres, madres de innumerablesvástagos ilegítimos, aunque él sólo admitió laexistencia de unos pocos; por ejemplo, Martín —el hijo que tuvo con Malinche y que fuereconocido años más tarde de su nacimiento—,Luis —nacido de su unión con AntoniaHermosillo— y Leonor —fruto de la pasiónentre Cortés y una noble nativa llamada Isabel deMoctezuma.

En 1540, el cansado aventurero regresódefinitivamente a España con la esperanza de queel rey le repusiera sus pretendidos privilegios enlos territorios de Nueva España. El emperadorhizo caso omiso de las reclamaciones y nisiquiera el hecho de que Cortés le acompañara ensu fracasada expedición contra Argel le pudoconvencer de lo contrario. Hastiado, viejo y casiolvidado por todos, Hernán Cortés firmó sutestamento el 12 de octubre de 1547. Aúnencontró fuerzas para intentar regresar a suquerido

México, pero cuando realizaba los

preparativos en Cascilleja de la Cuesta —localidad cercana a Sevilla—, la muerte se hizocargo de su enfermo cuerpo; corría el 2 dediciembre de 1547. Sus restos fueron enviados aNueva España, donde recibieron sepultura.

Héroe para unos, asesino para otros,aventurero, explorador, comerciante y soñador.Hernán Cortés fue, como otros tantos, hijo de sutiempo; nadie puede hoy día juzgar lo que se hizoen siglos pretéritos. Si Cortés hubiese sidoinglés o francés, en la actualidad seguramentehablaríamos de un gran hombre que movió con suilusión un mundo desconocido y que lo hizovisible gracias al entusiasmo de su espíritu.

CAPÍTULO IV

LA VUELTA AL MUNDODE MAGALLANES YELCANO

El miércoles 28 de noviembre de 1520desembocamos del estrecho para entrar en elGran Mar, al que enseguida llamamos MarPacífico, en el cual navegamos durante tresmeses y veinte días sin probar ningún alimentofresco.

Del diario de Antonio Pigafetta, cronista delprimer viaje alrededor del mundo, la expediciónMagallanes-Elcano.

Durante el recién estrenado siglo XVI,España tomó la delantera a Portugal en su

expansión por el mundo conocido. En lossucesivos reinados de Fernando el Católico,Juana I de Castilla y Carlos I, a los que hay quesumar la magnífica regencia del cardenalCisneros, ocurrieron hechos fundamentales queconcedieron al flamante imperio español vitolade universal. Los protagonistas de estossignificativos capítulos no fueron sólo monarcasintuitivos y de mente abierta, sino tambiénexploradores dispuestos a dejarse la vida si eranecesario en la consumación de heroicas gestasque llenaron de gloria los cielos enseñoreadospor las banderas hispanas.

En este periodo Portugal tuvo queresignarse, primero con la fuga del almiranteCristóbal Colón, quien ofreció a los lusos sinresultado el mecenazgo del descubrimientoamericano. Después llegó la firma del Tratado deTordesillas, que limitó los movimientos en elNuevo Mundo de los habitantes del país vecino, apesar de la gran conquista brasileña. Y,finalmente, soportaron la marcha a España de uno

de sus mejores marinos, el cual, tras serninguneado por el rey Manuel I de Portugal,buscó fortuna en la corte española, obteniendo unresultado que asombró a Europa: nada menos quela primera singladura alrededor del planetaTierra. El nombre de tal singular aventurero eraFernando Magallanes y, a pesar de no poderculminar personalmente su hazaña, un español,natural de Guetaria, llamado Juan SebastiánElcano, supo terminar con éxito la azarosatravesía.

Todo esto ocurrió mientras Hernán Cortésllevaba a cabo la conquista de México. Por tanto,en un periodo de tan sólo tres años, Españacertificaba su dignidad imperial con unaexpansión territorial sin precedentes y elprestigio de haber completado la primera vueltaal mundo. Bueno será que, después de haberconocido la aventura de Cortés, demos un repasoal gran hito de Magallanes y Elcano.

Fernando Magallanes nació en 1480 enSabrosa, un lugar próximo a Oporto (Portugal).

Pertenecía a una familia de la pequeña nobleza, loque le permitió entrar como paje a edad tempranaen la corte de Juan II. A los quince años pasó,como militar, a las órdenes del sucesor de Juan,Manuel I. Durante los años siguientes prestóservicio en muchas de las más importantesexpediciones portuguesas a Oriente y poco apoco fue ascendiendo de categoría. En 1505partió a la India con la gran armada de Franciscode Almeida y fue herido en la batalla deCannanore. Enviado a Sofala, en la costa africana,contribuyó a fundar el primer fuerte portugués enesa latitud. Regresó a la India y en 1509 tomóparte en una batalla naval contra una flotamusulmana en aguas de Díu. Más tarde, esemismo año, se integró en la escuadra que hizo laprimera visita portuguesa a Malasia y queterminó en auténtico desastre. Cuando losexpedicionarios arribaron a la costa malaya,fueron recibidos de forma engañosa por el sultán,que preparó una treta para desarmar a losvisitantes. El ardid consistió en el envío de una

comitiva a las naves portuguesas, con guerrerosdisfrazados de mercaderes, mientras invitaba asus presuntos huéspedes a desembarcar sin temorpara recoger víveres y regalos. De pronto sonóuna señal y los desprevenidos portugueses fueronatacados simultáneamente por mar y tierra.

En esta peligrosa situación, Magallanes sedistinguió por su serenidad y bravura. Aun antesde que atacaran los malayos, entró en sospechasdel peligro y pudo advertir a su capitán a tiempode salvar su vida y las de su tripulación. Uncronista refiere también que Magallanes salvó aotro hombre, Francisco Serráo, quien figuraba enel grupo de los que habían saltado a tierra.Cuando empezó el ataque, Magallanes, según sedice, remó hasta tierra y rescató a quien setransformaría, desde entonces, en su más fielamigo.

Después de sobrevivir a esta aventura,Magallanes embarcó en 1510 con destino aPortugal, pero frente a las islas de Laccadive, aloeste de Calicut, el navío que le transportaba

embarrancó, sufriendo terribles destrozos y conun único bote de salvamento para los numerosostripulantes que habían quedado indemnes. Prontosurgieron los problemas, pues la oficialidad delbarco decidió utilizar la pequeña chalupa paraponerse a salvo con cuantos marineros cupieranen ella, advirtiendo a los demás que no sepreocupasen, dado que, una vez en la India,mandarían a rescatarles. Este argumento no debióde resultar muy convincente para los que se ibana quedar en calidad de náufragos y no faltaronvoces que invitaron al motín, por lo que el propioMagallanes, a fin de controlar la situación,decidió quedarse voluntariamente con ellos;gesto valiente que consiguió evitar un más queprobable derramamiento de sangre. El episodioacabó bien y todos los tripulantes fueronreembarcados hacia la India, lugar dondeMagallanes fue ascendido a capitán comorecompensa de sus servicios.

Al año siguiente volvió a distinguirse en laconquista portuguesa de Malaca a las órdenes de

Alfonso de Albuquerque. Luego tomó parte en laprimera expedición portuguesa a las Molucas, afinales de 1511. En esta expedición iba tambiénsu amigo Francisco Serráo. Pero después de quelos barcos hubieran llenado las bodegas de clavoen la diminuta isla de Banda, naufragó la nave deSerráo. Éste, afortunadamente, fue rescatado porunos isleños, que lo llevaron a la isla de Témate.

Cuando en viajes posteriores llegaron losportugueses a esta isla, Serráo prefirió seguir enella. Por mediación de los mercaderesportugueses comenzó a enviar cartas a su amigoMagallanes describiéndole las riquezas de lasislas y urgiéndole a hacer un viaje a ellas. Dichasepístolas desempeñarían un papel fundamental enla decisión que tomó Magallanes de buscar unpaso que, por el oeste, condujera a Oriente.

Mientras tanto, en lo que a su situaciónmilitar se refiere, ocurrió un incidente por el queno se le auguraron buenas perspectivas. En 1510,Albuquerque convocó a todos sus capitanes paraconsultarles si juzgaban conveniente atacar el

rico puerto indio de Goa o bien si considerabanque esa acción se debía retrasar para el añosiguiente. El notable portugués esperaba quetodos se pronunciarían por un ataque inmediato y,en efecto, la mayoría lo hizo, pero no asíMagallanes, que expresó la urgencia de concederun descanso a las exhaustas tripulaciones antesde acometer campaña tan ardua. Algunoshistoriadores sospechan que, a cuenta de estesuceso, Albuquerque envió al rey Manuel uninforme desfavorable sobre su capitán. Tal veztengan razón, pues, cuando Magallanes regresó aPortugal en 1512, encontró, para su sorpresa, quehabía perdido el favor del monarca luso, el cualmanifestó su desagrado al no aumentar la pensiónque Magallanes, al igual que todos los miembrosde la nobleza portuguesa, recibían regularmentede la corona. Este hecho supuso un terribleagravio para el navegante, pues era costumbrereconocer por parte de la corona los méritos desus hombres ilustres aumentando el patrimoniopersonal de los mismos. Por lo que Magallanes, a

pesar de su evidente valía acreditada en variasexpediciones y combates, quedaba a ojos detodos sus iguales gravemente desprestigiado.

Un año después y empobrecido por losacontecimientos, se alistó como voluntario en elservicio activo de las armas. Por entonces sepreparaba un ataque fulminante sobre Marruecosy Magallanes se vio involucrado en esaexpedición como simple responsable de laintendencia. Una vez que la flota lusa llegó acostas norteafricanas se produjeron diversoscombates en los que resultó herido en una piernaa causa de un lanzazo enemigo, hecho que leacarreó una permanente cojera. Pero esto no fuelo peor de su infortunio, ya que desaparecieronalgunas de las provisiones de las que estabaencargado, lo que hizo que le acusaran demalversación. Enojado por el infundio, no quisoesperar a que la ley siguiera su curso y regresópor su cuenta a Portugal, dispuesto a defender suinocencia ante el rey. Pero éste no quisorecibirle, puesto que, a pesar de su fama, no

dejaba de ser un mero desertor, y por elloMagallanes fue obligado a retornar a Marruecospara recibir allí el dictado de la justicia. El juicioeximió a Magallanes de toda sospecha, lo quepara él siguió siendo insuficiente, dado que suhonor se encontraba absolutamente mancilladopor tanta falta de reconocimiento a su labor.

Una vez más acudió Magallanes al rey y estavez presentó tres solicitudes. En primer lugarpidió un aumento de la pensión como prueba dela real estima, a lo que el soberano se negó enredondo. En segundo término solicitó que se leasignara una misión en la que pudiera ganarse elrespeto y la confianza de su señor. Éste contestócon una nueva negativa. Finalmente,desconsolado por tanta desidia, preguntó si podíaofrecer sus servicios a otro monarca. A lo queManuel I, llamado El Afortunado, espetó: «Hacedcomo os plazca».

Dolorido y molesto por el desinterés delmonarca, Magallanes comenzó a pergeñarproyectos en su mente tratando de ver una forma

de alcanzar los honores que hasta ahora se lehabían escapado de las manos. Comenzó porentonces a realizar visitas a la real bibliotecaportuguesa, en la que se guardaban mapas y cartasde los últimos descubrimientos, a la vez quemantenía frecuentes conversaciones con RuyFaleiro, un insigne cartógrafo que creíafirmemente en la existencia de un estrecho entreel Atlántico y el Pacífico en algún punto próximoa la latitud 40° S (unos centenares de millas alsur del estuario del río de la Plata).

Magallanes volvió a leer las cartas que lehabía enviado su amigo Francisco Serráo en lasque le invitaba a visitar las Molucas. Poco a pocofue urdiendo un audaz esquema que, muy pronto,le otorgaría la fama que ansiaba. Su plan consistíaen encontrar el estrecho del que hablaba Faleironavegando hacia el oeste en busca de las islas delas Especias. El reto era muy arriesgado yalgunos exploradores como Juan de Solís, en1516, habían fallecido en el empeño.

Nadie sabía si las islas de las Especias se

encontraban en aquella parte del mundo a la quePortugal tenía derecho o bien en aquella otrasobre la que recaían los derechos de España. ElTratado de Tordesillas había dividido el mundopor igual entre Portugal y España. Por tanto, enalgún punto situado 180° al este de la línea deTordesillas, debían terminar los privilegios dePortugal y empezar los de España. Pero, porcausa de la dificultad que existía para determinarla longitud, no se sabía con precisión dónde seencontraban las Molucas con relación a estepunto. ¿Pudiera ser que las islas más ricas deOriente escaparan en efecto a los derechos deterritorialidad portugueses? Si así fuera, razonabaMagallanes, España tendría todo el permiso paraexplotar las islas de las Especias. Aunque antestendría que encontrar, para alcanzarlas, una nuevaruta, pues sólo a riesgo de una guerra podíanatravesar las naves españolas el océano índicocontrolado por los portugueses. Esto es lo que leindujo a buscar el estrecho de que Faleiro lehablaba. Una vez conseguido el paso de ese

estrecho, un barco no tenía más que cruzar elPacífico en dirección noroeste para llegar a lasMolucas.

En el otoño de 1517, Magallanes abandonósu país natal, acompañado de varios expertospilotos portugueses, para presentar su proyectoal rey Carlos I de España. Fue recibido por elregente Cisneros en ausencia del joven monarca,quien escuchó más tarde el proyecto conentusiasmo. No en vano, Magallanes afirmaba deforma tajante y acaso enigmática, que él conocíael pretendido paso por el sur del continenteamericano, el mismo que le conduciría a lasambicionadas islas de las Especias. Talrotundidad debemos atribuirla a que es probableque el navegante viera algún mapa clarificadorcomo el de Martín de Bohemia, donde seapuntaba erróneamente la desembocadura del ríode la Plata como paso marítimo que conectaba elAtlántico con el Pacífico. El 22 de marzo de1518 la corona española redactó un documentooficial por el que se nombraba a Magallanes

capitán general de la proyectada expedición.Además se le prometía la entrega de barcos, lehacía gobernador de todas las tierras quedescubriera y le confería poder de vida y muertesobre todos los que montaran en sus naves.

Rumbo a las Molucas

Fernando de Magallanes comenzó a efectuaraprestos en Sevilla, ciudad muy querida por él,pues en la capital hispalense se había casado en1517 con la dama Beatriz de Barbosa. Allítambien se encontró con Juan Sebastián Elcano,un marino vasco de raza que pronto mostró sudeterminación en aquella empresa tan digna degloria. Magallanes recibió, en cumplimiento dela promesa real, cinco naos algo vetustas ydesvencijadas, a lo que no dio la más mínimaimportancia, concediendo de inmediato el vistobueno para la flota que se estaba pertrechando atoda prisa. Finalmente, las reparaciones yabastecimientos se completaron y Magallanespudo pasar revista a su escuadra, integrada por: laSan Antonio de ciento veinte toneladas, laTrinidad de ciento diez —nave almirante—, laConcepción de noventa, la Victoria de ochenta ycinco y la Santiago de setenta y cinco. En ellas

se alojaron doscientos setenta hombres entre losque destacaban el propio Elcano —contramestrede la Concepción— y Juan de Cartagena, unaespecie de delegado regio con los mismospoderes que Magallanes. En esta singular armadase distribuyeron víveres para dos años: azúcar,vinagre, ajos, pasas, higos, almendras, miel,alcaparras, sal, arroz, carne de membrillo, harina,vino, mostaza...También se incluyeron veintiúnmil trescientas ochenta libras de galletas,doscientos barriles de anchoas y siete vacas parala obtención de leche fresca, si bien en aquellaépoca aún se desconocían los beneficiososefectos de los cítricos a la hora de combatir elescorbuto, por lo que no se subieron a bordonaranjas ni limones, asunto que pasaría facturaposteriormente a los tripulantes de la expediciónde Magallanes. El equipamiento de los buquesdisponía de piezas artilleras en la previsión de serutilizadas, no sólo como orientación para lasnaves, sino también como medio de defensa anteposibles ataques.

Con todo aquella flota, tripulada en esenciapor una mayoría de oficiales, pilotos y marinosespañoles a los que se sumaban un grupo deportugueses y algunos de diferentesnacionalidades, era mucho mejor de lo queMagallanes había aspirado en un principio. El reyManuel I de Portugal se enteró, como es obvio,de lo que se estaba preparando en la ciudad delGuadalquivir y no tardó en intentar obstaculizar laempresa de su rebelde súbdito. Para ello se sirvióde Sebastián Alvárez, cónsul portugués en Sevillay hombre astuto, capaz de sembrar la discordiadonde antes crecía la absoluta confianza. Laprimera maniobra consistió en preguntar al reyCarlos si era verdad que retenía en España contrasu voluntad a Magallanes y varios otrosmarineros portugueses. Asimismo el diplomáticoinsinuó que, si había detenido a Magallanes, habíahecho una buena cosa, pues un hombre que eradesleal a su propia patria no tardaría en serlo conel país que le acogiera. Las siniestrasaseveraciones del cónsul lograron su efecto, ya

que el soberano español comenzó a tratar aMagallanes con cautela, restringiéndole elnúmero de marineros portugueses que podíareclutar y nombrando a varios altos oficialesespañoles para que le tuvieran sometido aestrecha vigilancia durante el viaje.

Con Magallanes, el sibilino difamadorutilizó, sin embargo, una táctica diferente.Primero le urgió a salvar su honor mediante elregreso a Portugal, donde podía contar con elperdón del rey, a lo que el bravo navegante lereplicó que prefería guardar fidelidad al reyCarlos. Viendo que esta estrategia no funcionaba,optó por la ironía, deseándole buena suerte yañadiendo que a buen seguro la necesitaría, puesel rey Carlos, insinuó, sospecharía sin duda de sulealtad y le rodearía de agentes que usurparían suautoridad con el menor pretexto. Sin perder lasonrisa, el cónsul portugués siguió mortificandoa su enemigo con diferentes comentarios sobrelos cinco barcos en que se proponía hacerse a lamar, pues, en su opinión, estaban tan decrépitos

que él no se arriesgaría a hacer un viaje en ellosni siquiera a Canarias. Magallanes no mostró niun ápice de preocupación ante las palabras deAlvárez y despachó al cónsul con viento fresco,aunque sí conservó en su interior la sospecha deque pudieran usurparle su autoridad. En verdad,tal era el temor que tenía a un motín durante elviaje que no permitió nunca que nadie discutierasus órdenes. De esta forma precipitó la rebeldíaque se dio posteriormente en su tripulación. Apesar de las maquinaciones de Alvárezcontinuaron los preparativos del viaje.

El 10 de agosto de 1519 las cinco naossalieron de Sevilla rumbo a Sanlúcar deBarrameda, donde se incorporaron los capitanesde la expedición. El 20 de septiembre se dio laorden de zarpar rumbo a las Canarias, donde serealizó una parada técnica para reponer equipos,agua y carbón.

Uno de los miembros de la tripulación eraun italiano llamado Antonio Pigafetta, que mástarde escribió una detallada narración del viaje.

Al parecer, este cronista sentía admiración yrespeto por Magallanes del que llegó a escribir:«El capitán-general era hombre discreto yvirtuoso...y no empezó su viaje sin establecerprimero ciertas buenas y saludables ordenanzas».

Estas «ordenanzas» eran las siguientes: lanave almirante Trinidad debía abrir siempremarcha, mientras que las otras naves habían deseguirla a conveniente distancia, manteniendosiempre atenta vigilancia a la espera de señalesprocedentes del capitán general respecto a darvela o amainarla, cambiar de rumbo... De nochedebían hacerse en cada barco tres guardias ymantenerse la misma vigilancia de las señalesque pudieran transmitirse de la nave almirantemediante destellos de linternas. El italianoexpone por qué Magallanes, que nunca habíacruzado el Atlántico, se empeñaba en llevar lacabecera a pesar de que algunos de los capitanesespañoles tenían más experiencia: «Nuncaexplicó con claridad el viaje que iba a hacer pormiedo de que sus hombres, asustados o

temerosos, se negaran a acompañarle en tan largoviaje». Los oficiales españoles tuvieron quesentir que Magallanes no les diera su confianza,pues según reflejó Pigafetta, «los capitanes delos otros barcos no le querían. De esto no sé larazón, si no es la de ser él portugués, mientrasque los otros eran españoles o castellanos».

Las primeras señales de que algo no iba biense produjeron durante la travesía a Sudamérica,que duró diez semanas. En vez de tomar rumbosuroeste para cruzar el Atlántico, Magallanescosteó África hasta Sierra Leona antes de torceral oeste. Esto no sólo alargó la distancia, sinoque, por pura mala suerte, llevó la flota a unazona de condiciones climatológicasexcepcionalmente adversas. Un día, el capitán dela San Antonio preguntó a Magallanes por quéseguían rumbo tan extraño, a lo que Magallanes,oliéndose un intento de motín, replicó que nadiepodía discutir sus decisiones. Pocos días mástarde, convocó a todos los capitanes a bordo de laTrinidad para celebrar una reunión. De nuevo el

responsable de la San Antonio hizo la mismapregunta y como Magallanes se negó altivamentea dar respuesta, el capitán declaró que él noestaba dispuesto a prestar incondicionalobediencia a órdenes sin aclarar por el jefe de laflota. Esto enfureció a Magallanes, quien mandóarrestar al capitán dándole a otro oficial el mandode su nave. El incidente no pasó a mayores y laescuadra prosiguió la navegación.

Los barcos surcaban ahora las aguas delAtlántico sur y Pigafetta registró con asombro elespectáculo de tiburones de terribles dientes, quedevoraban hombres, muertos o vivos, y elfenómeno eléctrico conocido como fuego deSan Telmo, que aparecía en forma de llamas entorno al palo mayor de la Trinidad durante lastormentas tropicales. El 15 de diciembre, la flotallegó a la bahía de Río de Janeiro, que caía enterritorio de dominio portugués, aunque los lusosno habían establecido todavía allí una colonia,por lo que no había peligro de fondear en elpuerto. Después de su largo viaje, Magallanes

concedió a sus hombres dos semanas dedescanso, que éstos aprovecharon para descansary divertirse un poco. Además encontraron a losnativos muy amables y deseosos de hacercomercio de trueque. Pigafetta escribió que porun aparejo de pesca daban cinco o seis aves decorral y por un espejo una cantidad suficiente depescado para que comieran diez hombres.

El día de Navidad continuaban los barcosfondeados en la bahía y Magallanes ya sabía que,cuanto más al sur navegaran, menos horas de luzsolar tendrían cada día, por lo que ansioso de noperder más tiempo, dio la orden de hacerse a lavela el 26 de diciembre. Después de dossemanas, los cinco barcos llegaron al cabo deSanta María, en la costa sureste del actualUruguay. Doblaron el cabo en medio de unatormenta y se encontraron en la relativa calmadel estuario del río de la Plata.

Los siguientes veintitrés días debieron deser amargamente descorazonadores paraMagallanes. Remontando el estuario rumbo

oeste, la flota buscó sin descanso —pero sinéxito— un paso hacia el Pacífico. A buen seguroque el verdadero estrecho no podía estar muylejos. Magallanes decidió seguir adelantemientras la estación no estuviera muy avanzada.La flota siguió navegando hacia el sur, por tanto,siempre al acecho de un entrante que pudieraresultar el estrecho que buscaban.

A finales de febrero, un poco más al sur dela latitud 40° S, advirtieron que la costa doblababruscamente hacia el oeste. Allí se encontraríatal vez el estrecho. Pero no, simplemente habíanentrado en el golfo de San Matías, a un cuarto decamino en la costa de la actual Argentina. Coninflexible tenacidad continuó la flota costeandoen dirección sur durante más de un mes, mientraslos días se hacían cada vez más cortos, la tierraque veían cada vez más desnuda y la temperaturacada vez más fría.

Según iba pasando el mes de marzo, aun losoptimistas no tenían más remedio que admitirque el invierno se estaba echando encima y

todavía no se veía asomo de estrecho alguno, porlo que continuar la búsqueda significabaenfrentarse al empeoramiento de las condicionesclimatológicas. El 31 de marzo, cerca de lalatitud 50° S, los cinco barcos entraron en unpuerto abrigado, puerto San Julián, y en contra desus verdaderos deseos, Magallanes decidió pasarallí el invierno. Como la costa era árida einhóspita, hubo que racionar los alimentos parahacer que duraran, pero el capitán general no viootra alternativa que la de esperar hasta quevolviera el buen tiempo.

Por su parte, los capitanes españoles yahabían renunciado a toda esperanza de llegar a lasMolucas, mientras que la tripulación ardía endeseos de regresar sin más a la patria. Pero elinconmovible Magallanes no quería bajo ningúnconcepto perder aquella oportunidad única, porlo que jamás se planteó la posibilidad de regresara España con el traje del fracaso. Así que, a pesarde la oposición de la gente a su proyecto,empezó a hacer los preparativos para invernar en

puerto San Julián, lo que desembocó en elinevitable motín de las tripulaciones. Pigafettaseñala como inductor del mismo a Juan deCartagena, jefe de la flota, con la complicidad demuchos de los primeros oficiales, quienes «...conspiraban alevosamente contra el capitán-general, al que se proponían dar muerte».Magallanes se enteró de la sedición a tiempo yacabó con ella de una manera tan súbita comoterrible: «Cartagena... fue dejado con unsacerdote... en ese país llamado Patagonia» y losotros cabecillas de la conspiración fueronejecutados y descuartizados.

No obstante, a juzgar por las normas a lasazón imperantes, Magallanes no fue duro endemasía. Gran parte de la tripulación se habíavisto implicada en el motín y Magallanes sólocastigó a unos pocos perdonando al resto. Asípues, los marineros decidieron al fin acatar laautoridad de Magallanes y durante casi cincomeses, en los que algunos perecieron de frío, laexpedición permaneció en puerto San Julián. Lo

único que rompía de vez en cuando la tediosamonotonía eran las visitas ocasionales que leshacían los indígenas de la región, a los que, porrazón de su gigantesca estatura, los españolesdieron el nombre de «patagones», lo quesignifica «grandes pies».

De finales de junio en adelante, las nochesempezaron a hacerse cada vez más cortas y pocoa poco, según el sol del mediodía subía más alto,fue remitiendo el frío. Magallanes, deseoso dezarpar, despachó a la nao Santiago hacia el surcon la orden de buscar el estrecho y volver conlas nuevas. Pasaban los días y el barco noregresaba. Finalmente, tras algunas jornadascarentes de sosiego, los centinelas vieron cómodos hombres exhaustos avanzaban por la orillahacia ellos; eran tripulantes de la malogradaSantiago. Un repentino golpe de viento habíahecho naufragar a la nave cerca de río de SantaCruz, a unas setenta millas costa abajo. No eraposible reparar el barco y estos supervivienteshabían sido enviados por tierra en busca de

socorro para la tripulación embarrancada. Elrescate de los hombres del Santiago llevótiempo. Hasta finales de agosto no pudo la flotazarpar de puerto San Julián y hasta mediados deoctubre no pudieron dejar atrás el río de SantaCruz.

Tan sólo tres días más tarde llegaron al caboVírgenes, donde se abría hacia el oeste lo queparecía ser un estrecho. Este resultó, en efecto,el paso a cuya busca había salido Magallanestantos meses atrás. Por ignorancia había perdidoun invierno entero a sólo trescientas millas delestrecho. La mala suerte iba a seguiracompañándoles. Este estrecho, entre elcontinente y Tierra del Fuego, la gran isla quecorre al sur del mismo, se parecía a uno de esosfiordos noruegos flanqueados de montañas. En lamaraña de vueltas y revueltas, se dividía amenudo en dos canales, de los que uno corríahacia el norte y otro hacia el sur. Empezaban aescasear las provisiones y Magallanes no podíaperder todo el tiempo de la flota en la tarea de

explorar cada uno de los canales. Llegó unmomento, por tanto, en que decidió dividir laescuadra en dos: las naos Trinidad y Victoriaseguirían un canal, mientras que la San Antonio yla Concepción seguirían otro.

Unos días más tarde se acercó a toda prisa laConcepción a la Trinidad y la Victoria con labuena noticia de que el canal que había seguidollevaba casi con seguridad al Pacífico. Pero laSan Antonio había desaparecido. ¿Dónde estaba?Los temores de Magallanes se confirmaron. Enefecto, el barco había desertado y navegabacapitaneado por el piloto Esteban Gómez haciaEspaña a todo trapo, con un informe peyorativosobre la conducta de Magallanes, que, segúnalegaba la tripulación, había provocado un motínjustificado. Este mismo buque protagonizómeses antes en una exploración eldescubrimiento de las islas Malvinas a las que elcapitán Alvaro de Mesquita bautizó comoarchipiélago de San Sansón, si bien encartografías posteriores se perdió el San. Pero,

lejos de lo que la San Antonio y sus tripulantespudieran contar en España, Magallanes enfilóproa hacia la gloria.

Por fin el 28 de noviembre de 1520 los tresbarcos que quedaban dejaron atrás lo que sellamaría en el futuro estrecho de Magallanes,para adentrarse en la inmensidad del Pacífico. Alhacerlo, los tres barcos dispararon salvas y elcapitán general lloró de alegría. Magallanes habíaencontrado el paso que por el oeste llevaba aOriente. Cuanto quedaba ahora era seguir endirección noroeste sin perder rumbo hasta llegara las Molucas. No pensaba en lo inmensamentelarga que iba a ser la travesía. Durante casi dosmeses navegaron sin avistar tierra. Lasprovisiones menguaban paulatinamente hastaconvertirse en nada, la poca agua disponible setransformó en pútrida y los hombres se vieronabocados a comer cuanto caía en sus manos:cuero, galletas corruptas, serrín y hasta ratas;pero incluso los roedores, ahora manjares,escaseaban tanto que se subastaban al mejor

postor. El escorbuto empezó a hacer estragos ymurieron muchos hombres. Finalmente, el 24 deenero de 1521, divisaron una isla, a la queMagallanes puso el nombre de San Pablo. Pero,al encontrarla estéril y deshabitada, la flota notuvo más remedio que seguir adelante.

Una segunda isla, que avistaron el 3 defebrero, estaba también desnuda. Luego, tras lalenta agonía de un mes, la escuadra llegó a unasislas habitadas cerca de Guam —unas milsetecientas millas al noreste de las Molucas—.Aquí echaron anclas las maltrechas naves yaunque los nativos se mostraron en principioamables, no tardaron en robar a los españolescuanto pudieron. El hecho provocó queMagallanes bautizara aquellas islas como de losLadrones. En venganza por la pérdida de suscosas, los hambrientos marineros se abalanzaronsobre las chozas indígenas y arramblaron concuantos alimentos pudieron. El 9 de marzo,recobrada en parte la salud de sus hombres,Magallanes se hizo a la vela una vez más rumbo

oeste y llegó a la isla de Samar, en las Filipinas.Aquí dio a la tripulación otro descanso de dossemanas antes de ponerse a comerciar y predicarel cristianismo en las islas próximas. A primerosde abril llegaban a Filipinas, donde, después denegociar con los indígenas, convirtió al jefezuelolocal al cristianismo, prometiéndole que si teníaenemigos, él, los aplastaría. El hombre contestóque, efectivamente, los tenía en la cercana isla deMactán. Magallanes, fiel a su palabra, partió conun destacamento de hombres para darles batalla.El encuentro que tuvo lugar entre los europeos ylos isleños de Mactán fue una lucha en la que seservían de flechas, lucha en la que el propioMagallanes perdió la vida. Este episodio estánarrado por Pigafetta, que lo describe comosigue:

Llegamos a Mactán tres horas antes delalba. El capitán no quería que se luchase enaquel momento, pero envió un mensaje a losnativos... a fin de que, si obedecían al rey de

España, reconocían al rey cristiano (el de laisla de Cebú) como su soberano y nos pagabanun tributo, él sería su amigo; pero si queríanque fuese de otra forma ellos verían cómoherían nuestras lanzas. Ellos replicaron que sinosotros tenemos lanzas, también ellos lastenían de caña de bambú, así como dardosendurecidos al fuego. (Nos pidieron) no lesatacásemos inmediatamente, sino queesperáramos hasta la mañana. Esto lo dijeronpara que fuésemos nosotros quienes fuéramosa buscarles, porque habían hecho algunosfosos entre las casas y así caeríamos en ellos.Cuando llegó la mañana, cuarenta y nueve delos nuestros saltaron al agua cubiertos hastala cintura, y fueron nadando por ella a lolargo de más de dos disparos de ballesta antesde alcanzar la orilla. Los botes no se podíanacercar más dado que había rocas debajo delagua. Los otros once hombres quedaronguardando los botes. Cuando llegamos a tierralos hombres de ellos formaban tres divisiones,

sumando más de tres mil quinientos. Cuandonos vieron cargaron sobre nosotros, contremendos gritos, dos divisiones en nuestrosflancos y la otra contra nuestro frente. Cuandovio esto el capitán, nos formó en dosdivisiones, y así comenzamos a luchar...Cuando disparábamos nuestros mosquetones,los nativos se movían de aquí para allá sinestar un momento quietos, y se cubrían con susescudos. Tiraban muchas flechas y lanzabantantos dardos de bambú (algunos de ellos conpunta de hierro) contra nuestro capitán-general, además de dardos afilados yendurecidos al fuego, así como piedras y barroy apenas podíamos defendernos...

Fue tanta la carga que efectuaron sobrenosotros que hirieron al capitán en unapierna, la derecha, con una flecha envenenada.Debido a ello él ordenó que nos retirásemosordenadamente, pero los hombres empezarona huir, excepto seis u ocho de nosotros quequedamos con el capitán. Los morteros, que

estaban emplazados en los botes, no podíanayudarnos dado que estaban ya demasiadolejos; así continuamos la retirada en unadistancia como el disparo de una ballestadesde la orilla, siempre luchando con el aguahasta las rodillas. Los nativos continuaronpersiguiéndonos y, recogiendo la misma lanzacuatro o seis veces seguidas, nos la volvían aarrojar una y otra vez. Cuando reconocieronquién era nuestro capitán fueron tantos losque se abalanzaron sobre él que learrebataron el casco de la cabeza en dosocasiones, pero él siempre siguió resistiendocon firmeza como un buen caballero,acompañado de otros varios. Así seguimosluchando por más de una hora, negándonos aretirarnos un paso más. Un indio lanzó unalanza de bambú a la cara del capitán, pero éstemató a aquél en el acto con su lanza, dejándolaclavada en el cuerpo del indio. A renglónseguido quiso desenvainar su espada, perosolamente pudo hacerlo en la mitad de su

recorrido porque acababa de quedar heridocon otra lanza de bambú en el brazo. Cuandovieron esto los nativos, todos se abalanzaronsobre él. Uno le hirió en la pierna izquierdacon un machete grande, parecido a unacimitarra, aunque más ancho. Ello hizo que elcapitán cayera de bruces y los nativos sobre élcon lanzas de hierro y de bambú, así como conmachetes, así que acabaron dando muerte anuestro espejo, nuestra luz, nuestra fuerza ynuestro verdadero guía. Mientras lo estabanhiriendo, varias veces se volvió para ver si yaestábamos todos en los botes. Por ello, yviéndolo ya muerto, y estando tambiénnosotros heridos, nos retiramos hasta los botescomo pudimos, ya que los botes habíanempezado a alejarse. El rey cristiano pudohabernos ayudado, pero nuestro capitán lehabía ordenado antes de quedesembarcáramos que no se moviera de subalanghai sino que observara cómoluchábamos... De no haber sido por este

desgraciado capitán, ninguno de nosotros sehubiese salvado en los botes, porque mientrasestaba luchando, los demás pudieron irseretirando hasta los mismos. Yo espero... que lafama de tan noble capitán no quedará borradaen nuestros días. Entre las muchas virtudesque poseía, el capitán era más constante queningún otro hombre lo fuera en las mayoresadversidades. Sufrió el hambre con máshombría que los demás y entendió las cartasmarinas y supo de navegación más que nadieen el mundo. Y que esto era verdad se veía contoda claridad, porque ningún otro tuvo tantotalento natural, ni tuvo la valentía, como elcapitán la tuvo, de circunnavegar el mundo,cosa que él estuvo a punto de conseguirlo.

Fernando Magallanes murió el 27 de abrilde 1521, se hallaba entonces a menos de milmillas al noroeste de las Molucas. Si hubieravivido para recorrer mil quinientas millas más aloeste , habría llegado a Malaya (donde había

estado unos doce años antes), con lo que sehubiera convertido en el primer hombre quecircunnavegara el globo. Estando así las cosas,esa distinción recaería sobre uno de los asiáticosque acompañaban a la expedición comointérprete. El fracaso de los españoles en suintento de aplastar a los hombres de Mactán lesdesacreditó a los ojos de los isleños filipinos. Eljefezuelo de Cebú recién convertido invitó atierra a varios de los principales oficiales de laflota y con la mayor tranquilidad les hizo darmuerte. Los desvalidos supervivientes de laexpedición se hicieron entonces a la mar y,después de obtener provisiones en algunas islaspróximas, pusieron proa a las Molucas. Pero delos doscientos setenta hombres que componíanla expedición no quedaban ahora más que cientoquince. En resumen, no había suficiente númerode gente para tripular tres naves. Así quedecidieron dar fuego a la Concepción, el menosmarinero de los tres barcos. ¿Quién asumiríaahora el mando en aquella dramática empresa?

Finalmente, a primeros de noviembre de1521, las dos naves restantes se dirigieron aTémate y Tidor, las ricas islas de las Especias alas que Francisco Serráo —ya fallecido— habíaanimado a Magallanes a que acudiera. Aquí, losexhaustos hombres de la Trinidad y la Victoriafueron recibidos con espléndida hospitalidad:descansaron, compraron suministros y cargaronespecias. Sin embargo, cuando llegó el momentode zarpar, advirtieron que la Trinidad seencontraba en tan lamentable estado que no podíahacerse a la vela. Las reparaciones necesariasllevarían meses y se acordó que la Victoria, sinmás demora, saliera sola. Su capitán, que habíallegado a ocupar ese puesto a la muerte de otrosoficiales, era en ese momento Juan SebastiánElcano.

La consumación de una proeza

El ilustre marino al que le cupo el honor decompletar la primera circunnavegación por elglobo terráqueo nació en 1476 en la hermosalocalidad guipuzcoana de Guetaria. Su familiaprovenía de una antiquísima tradición marineraque el joven Elcano dignificó aún más si cabe,gracias a su magnífica proeza. Sus comienzos enla mar se inscriben dentro de capítulos dedicadosa las artes de pesca. Desde 1509 prestó serviciode armas en diversas campañas mediterráneasbajo mandos tan insignes como el cardenalCisneros o Gonzalo Fernández de Córdoba —elGran Capitán—. Durante las campañas de Oran yTrípoli fue capitán de su propio navío al serviciode la corona española, pero ésta, en aquellostiempos, tenía sus arcas prácticamenteesquilmadas y, por este motivo, tardaba muchotiempo en pagar los servicios prestados por losbuques que la servían. En esa situación quedó

Elcano, quien, para poder afrontar la crecientedeuda contraída con su tripulación, se vioobligado a pedir un préstamo a unos mercaderesque traficaban bajo la jurisdicción del duque deSaboya, entregando como garantía la propiedadde su barco. Cuando cumplieron los plazos elnavegante vasco no había recibido el dineroprometido por la corona y no tuvo más remedioque desprenderse de su nave. Este asunto lo llevóa sufrir la cárcel, pues la ley prohibíatajantemente la entrega de buques a potenciasextranjeras. Y, por injusto que pueda parecer,Elcano fue acusado de traición a los suyos,aunque el monarca Carlos I, enterado de lahistoria, amnistió al bravo navegantepermitiéndole seguir con su carrera de marino.

En 1519, como ya sabemos, se encontrabaen Sevilla, donde conoció a Magallanes y sealistó en la flota que se preparaba para viajar a lasMolucas. Fue uno de los muchos oficialesespañoles que se amotinaron ante las decisionesaparentemente equívocas del portugués, si bien

logró evitar el castigo que se aplicó a loscabecillas de la revuelta. Más tarde, tras lamuerte de Magallanes, el destino quiso que fueraElcano y no otro el que asumiera la digna misiónde conducir la nao Victoria hasta España. Elguipuzcoano bien pudiera haber recorrido a lainversa la ruta de Magallanes, pero, a esas alturas,la menguada tripulación no quería, ni porensalmo, someterse a otra travesía por elPacífico, a un nuevo paso del estrecho deMagallanes y a otro, más que posible, invierno enPatagonia.

Tras meditar sobre la situación optó, conacierto, por navegar en dirección oeste, cruzar elestrecho de Malaca, surcar el océano Indico,doblar el cabo de Buena Esperanza y enfilar proahacia el norte hasta llegar a España. El únicoobstáculo residía en los diferentes puertos ybarcos portugueses con los que se podríaencontrar, pero los riesgos implicados en lanavegación hacia el oeste parecían infinitamentemenores que los que suponían navegar con rumbo

este. Sorteando, pues, toda ruta trillada, la naoVictoria inició la travesía de la segunda mitad delglobo.

Según iban avanzando hacia el oeste,disminuían las provisiones de alimentos y agua,con lo que los hombres empezaron a morir dehambre, fatiga y escorbuto. A mediados de mayode 1522, en medio de una tormenta que destrozóuno de sus mástiles, la Victoria dobló el cabo deBuena Esperanza y a primeros de julio llegaba alas islas de Cabo Verde. El archipiélago estababajo dominio portugués y hacer escala en dichasposesiones constituía un serio peligro para laempresa; no olvidemos que el rey luso Manuel Ino quería bajo ningún concepto que la expediciónemprendida por Magallanes culminara en éxito.

No obstante, Elcano estaba obligado por lascircunstancias a una forzosa escala, pues debíaabastecerse de comida y agua. Aquí entró enjuego la astucia del marino español, el cualconsiguió hacer creer a las autoridades localesque su barco regresaba del Nuevo Mundo. Los

portugueses, que no abrigaban la menor sospechade la verdad, dieron al capitán vasco lo quenecesitaba e hicieron así posible la terminaciónde un viaje que habían tratado de impedir a todacosta. El sábado 6 de septiembre de 1522, lamaltrecha Victoria llegó por fin al puerto deSanlúcar de Barrameda con su preciosa carga deespecias y su tripulación exhausta. Dos díasdespués, tras remontar el Guadalquivir, recalabaen el puerto de Sevilla.

De aquel cascarón semihundido por milaverías y grietas desembarcaron dieciochohombres famélicos y enfermos, pero orgullosospor la hazaña que habían protagonizado. Condevoción se postraron ante la imagen de laVirgen y le dieron gracias por haberlos librado dela muerte. Eran héroes que, sin pretenderlo,habían certificado la esfericidad del planeta en elque moraban y de paso su singular travesíatambién había constatado la certeza de queCristóbal Colón descubrió el cuarto continentede la Tierra. Por fin el sueño albergado por el

genovés treinta años antes se confirmaba: eraposible viajar a Asia por la ruta occidental. Conello se cerraba un capítulo fundamental en la erade las exploraciones. Elcano y los tripulantes dela Victoria navegaron en total catorce milcuatrocientas leguas (setenta y nueve milquinientos kilómetros). En el camino quedaroncuatro navíos y doscientos treinta y cuatrohombres y, aunque parezca inverosímil, en lasbodegas del buque se encontraban intactasveinticinco toneladas de especias cuyo valorpermitió sufragar todos los gastos de laexpedición.

El rey Carlos I recibió a los supervivientesen Valladolid y concedió a Elcano una renta anualvitalicia de quinientos ducados en oro y unescudo de armas, cuya cimera era un globoterráqueo con la leyenda Primus circumdedistime (El primero en rodearme). Además nombró alguipuzcoano comisionado real en la juntas deBadajoz y Yelbes, convocadas con el objeto deresolver los litigios entre España y Portugal

sobre la posesión de las Molucas.Después de llegar a Oriente navegando hacia

Occidente, aquellos marineros habían vuelto alpunto del que partieran. El coste resultó altísimo,pero se había demostrado que el empeño erafactible. Aunque murió antes de que llegara aultimarse el primer viaje alrededor del mundo, aMagallanes corresponde en realidad la gloria dela histórica gesta, pues fue él, en verdad, quien lahizo posible. Pero aún transcurrirían algunosaños antes de que el mundo honrara al ilustreportugués por el notabilísimo viaje que le habíasupuesto la propia vida. Tengamos en cuenta quecuando la Victoria llegó a Sevilla en 1522, losoficiales amotinados del San Agustín ya habíanregresado hacía tiempo con los nefastosinformes sobre su capitán general y JuanSebastián Elcano, que se había visto implicado enel frustrado motín de puerto San Julián, se sintióobligado a dar por buena la narración de susrebeldes compañeros. Con lo que el éxito delviaje quedó momentáneamente soterrado.

Entre tanto, la primera circunnavegación delglobo trajo interesantes consecuencias para laciencia. Según la tripulación del Victoria y ellibro de navegación de la nave, la fecha de suregreso fue el sábado 6 de septiembre. Sinembargo, según todos los calendarios de tierra,fue el domingo 7 de septiembre. La razón de estaaparente inconsistencia, por supuesto, residía enel hecho de que la Victoria había cruzado lo quehoy se llama Línea Internacional del Cambio deFecha. Pero, hasta aquel momento, a nadie pudoocurrírsele que hubiera tenido que establecersesemejante línea.

Por extraño que parezca, el viaje no produjoresultados inmediatos para la navegación. En1519, cuando zarpó la flota, las posesionesamericanas de España no parecían tener granvalor en comparación con la posibilidad de unaruta que por el oeste llevara hasta las islas de lasEspecias. Pero para cuando regresó la Victoria,ya había completado Cortés la conquista deMéxico y el oro mexicano había empezado a

viajar incontenible hacia España. Esta afortunadaventura provocó que decreciera el interés del reyCarlos I por las especias o por la fundación de unimperio oriental. En cualquier caso, por fin llegóa determinarse que las Molucas pertenecían aldominio jurisdiccional de Portugal y no deEspaña, por lo que la ruta occidental deMagallanes que llevaba a las islas de las Especiasno volvió a utilizarse durante muchos años.

No obstante, la primera vuelta al mundomarcó un hito en la culminación de unasombroso período de exploraciones. En 1418,cuando el príncipe Enrique el Navegante fundó suEscuela de Navegación cerca de Sagres, losmarineros europeos sólo tenían noticia de lascostas de Europa y del Mediterráneo. Ahora,poco más de cien años más tarde, se habíanfamiliarizado con toda la costa africana y casitoda la costa meridional de Asia, así como congran parte de la costa oriental de ese continente ymuchas de sus islas adyacentes. En líneasgenerales habían cartografiado la mayor parte de

la costa atlántica de las dos Américas e inclusohabían explorado grandes zonas de la costaamericana del Pacífico. En un siglo se habíandado pasos gigantescos en el descubrimiento yexploración del mundo más allá de las costaseuropeas. Pero este descubrimiento y estaexploración se habían limitadofundamentalmente al litoral de los grandescontinentes. En el Nuevo Mundo ningún europeo,excepto Cortés y sus soldados, había penetradogran cosa tierra adentro. En Asia, las actividadesde los mercaderes, misioneros y colonosportugueses se habían circunscrito a las zonasfácilmente accesibles desde los puertosfortificados. La mayor parte del profundointerior de África iba a seguir constituyendo unmisterio para los hombres blancos durante másde tres siglos. Australia, Nueva Zelanda y laAntártida eran todavía desconocidas.

Así, cuando el viaje del Victoria pusotérmino a la primera gran fase de losdescubrimientos y exploraciones, el mundo

seguía conteniendo tantas zonas ignoradas comoconocidas. Lo cierto es que las audaces hazañasde hombres como Colón, Balboa, Vasco de Gamay Magallanes no hicieron más que excitar elhambre exploratoria de la humanidad. Y el hechode que fueran surgiendo cada vez más aventurerosque abandonaban sus tierras natales para lanzarsea la exploración de las tierras desconocidas vinoa demostrar que no había hecho más que empezar«la gran era de los descubrimientos».

En cuanto a Juan Sebastián Elcano, diremosque, apenas tres años después de su llegada aEspaña, la corona quiso consolidar losdescubrimientos de Magallanes, por lo queordenó una nueva expedición al mando delcapitán general fray García Jofre de Loaysa,quien pidió expresamente que fuera Elcano supiloto mayor y guía. El 24 de julio de 1525,zarpaba desde La Coruña una escuadra integradapor siete naves hacia al estrecho de Magallanes.Junto a Elcano iba un joven cosmógrafo llamadoAndrés Urdaneta, formado a la sombra del

guipuzcoano y que pasaría a la historia como unode los más hábiles navegantes españoles, a laaltura de su maestro. Una vez alcanzaron la costasur de la actual Argentina, los vientos y lastempestades lanzaron su castigo habitual en lazona, dispersando los barcos. Las cinco primerasnaves guiadas por Elcano alcanzaron laembocadura del estrecho, mientras la capitana yotra más se retrasaron. En enero de 1526 losbuques pudieron al fin reagruparse hasta que unanueva tormenta los volvió a dispersardefinitivamente. Los barcos de Loaysa y Elcanoencontraron refugio en la entrada del río SantaCruz, en la Patagonia argentina. Allí pasaron unosmeses recuperando el ánimo y las embarcacioneshasta que en mayo intentaron de nuevo, esta vezcon éxito, atravesar el estrecho. Pero lascalamidades no abandonaron a la expedición,pues la falta de agua y los vientos huracanadosfueron diezmando a los supervivientes al tiempoque retrasaban o variaban el rumbo de las naves.Así, el 30 de julio de 1526, moría el capitán

general Loaysa, tras ceder el mando a untuberculoso Elcano que, cinco días después, el 4de agosto, fallecería en alta mar. Tenía cincuentaaños de edad y méritos más que suficientes paraengrosar la lista de personajes ilustres que dieronesplendor a España.

CAPÍTULO V

FRANCISCO PIZARRO,LA CONQUISTA DELPERÚ

Amigos y compañeros: de aquí para elnorte —hacia Panamá— hay hambre,desnudez, tormentas de agua, pobreza ymuerte; hacia el sur hay riquezas, donde estáel Perú. Que cada cual elija lo que másconviene a un castellano bravo;

en cuanto a mí, voy hacia el sur.Francisco Pizarro, en la isla del Gallo,

septiembre de 1527.

Tan sólo le siguieron trece hombres.En el imaginario colectivo creado durante el

siglo XVI, a propósito de las inmensas riquezasque a buen seguro se encontraban en el NuevoMundo, Perú ocupaba un lugar primordial paratodos aquellos que quisiesen cambiar sumiserable existencia por otra llena de aventuras yopulencia. Cuando Núñez de Balboa descubrió elocéano Pacífico tuvo noticias de un rico imperiosituado al sur. De inmediato, cientos debuscafortunas y otros tantos exploradorescomenzaron a tejer sueños sobre el nuevoescenario que se les ofrecía. El gobernador deCastilla del Oro —Pedrarias Dávila— fue de losprimeros en alegrarse con la noticia y mandótrasladar la capital de su gobernación a Panamá,en 1519, para utilizarla como centro deproyección hacia la inminente conquista. De laplaza salió Pascual de Andagoya, quien en 1522se hizo a la mar rumbo al sur, aunque estaexpedición fracasó, fruto de la pésima suerte ode la propia ignorancia en cuanto a las directricesque se debían trazar para la exploración.

Por Gaspar de Morales y Francisco de

Becerra se sabía de la existencia de una regiónsituada hacia el levante de Panamá y cuandoAndagoya contactó con el cacique de Chicamaque era aliado de los españoles, éste se quejó delos ataques que sufría de los caciques de laprovincia del Pirú, región inmediata a Panamá, enel golfo de San Miguel. Andagoya pidió ayuda aPedrarias, se dirigió al Pirú e hizo devolver alcacique de esta región lo que le había robado alde Chicama. Desde entonces, el nombre del Pirú—región o río— se aplicó a toda la regióndesconocida, situada al sur de Panamá, hacia elLevante, en la Mar del Sur. Andagoya recorrióentonces un sector de la costa, hoy colombiano,hasta un lugar llamado San Juan, lograndosojuzgar a siete caciques, entre ellos al queejercía de rey de los demás. Estos indígenas sededicaban a la mercadería y a la navegación y eladelantado español pretendió que le dierannoticias exactas del imperio de los Incas y, másen concreto, de su capital Cuzco.

Esto Pizarro sólo lo supo en su tercer viaje,

cuando llegó a Tumbes. Es decir, Andagoyarecabó datos fidedignos sobre el imperio que sesituaba hacia el sur, pero cuando se encontrabainspeccionando algunos puntos de la costa tuvo lamala suerte de que su canoa volcase, quedandotullido y sin poder montar a caballo. De vuelta aPanamá, declinó la invitación efectuada porPedrarias de dirigir la empresa de Levante, y sededicó, como buen cronista que era, a escribiruna relación sobre los sucesos de Pedrarias y suspropias exploraciones: por ello pasó a la historiacomo el primer cronista etnógrafo deldescubrimiento peruano.

Pedrarias no desistió en su empeño yorganizó otra expedición que no llegó a salirdebido a la muerte del jefe de la misma, Juan deBasurto. Fue entonces cuando surgió la figura delveterano capitán Francisco Pizarro, llamado porPedrarias «mi Teniente de Levante».

Este extremeño universal nació en Trujillo(Cáceres) en 1478. Fue hijo ilegítimo de la uniónhabida entre Gonzalo Pizarro —hidalgo militar al

servicio de los Reyes Católicos— y FranciscaGonzález —hija de labradores y criada de lasmonjas trujilianas de San Francisco el Real—.Siendo un adolescente abandonó su pueblocamino de Sevilla, donde se alistó en el ejércitodel Gran Capitán para la campaña de Italia. Deregreso a España, algunas fuentes lo sitúan comomarinero en el viaje de Alonso de Ojeda y Juande la Cosa a Tierra Firme, en 1499; incluso otrosaseguran que fue tripulante en el último viaje deColón en 1502. Lo que está probadodocumentalmente es que Pizarro viajó comoservidor de Nicolás de Ovando a La Española,pisando por primera vez tierra americana el 15 deabril de 1502.

En los siguientes ocho años su experienciamilitar le hizo destacar en las sucesivas campañaslibradas contra los indios, lo que le granjeó unainmejorable fama de buen soldado y el dominiode una magnífica encomienda. En 1509 Alonsode Ojeda le ofreció un cargo relevante en su viajea Tierra Firme y, un año más tarde, asumió el

mando del Fuerte de San Sebastián (golfo deUrabá). También asistió a la fundación de SantaMaría de la Antigua en Darién. Entre los años1509 y 1522, el capitán Pizarro militó bajodiversos caudillos: Ojeda, Enciso, Balboa,Morales, Pedrarias..., aprendiendo el arte de laguerra indiana. Hizo una incursión al temploindio de Dabaibe, cruzó el istmo junto a Núñezde Balboa, regresó con Morales de la isla de lasPerlas y, como ya sabemos, fue quien detuvo aldescubridor del Pacífico por orden delgobernador Pedrarias.

Tras esta dilatada peripecia, Pizarro seasentó cómodamente en Panamá para disfrutar deuna próspera vida gracias a sus negocios. Nadahacía pensar que a sus cuarenta y cuatro años algole incitaría a remover su inquieta alma aventurera.Sin embargo, su pasión conquistadora sedespertó una vez más cuando Andagoya llegó connoticias que confirmaban, en parte, lasinformaciones logradas por Núñez de Balboa y élmismo en su trato con los indios ribereños del

Pacífico. Pizarro, movido por un invisible aunquefrenético resorte, buscó socios para lo que élconsideró la magna empresa de su vida. En estetrance rubricó una fructífera alianza con dosamigos suyos, Diego de Almagro y el clérigoHernando Luque, quien mantenía una granrelación con Gaspar de Espinosa, hombre queconcedería recursos económicos para el viajeque estaba a punto de emprenderse. Por elconvenio establecido, Pizarro dirigiría lashuestes, Almagro procuraría pertrechos y el curaaportaría los imprescindibles fondoseconómicos.

Obtenido el oportuno permiso delgobernador Pedrarias, Pizarro salió de Panamá en1524 en un barco con poco más de cien hombres,mientras Almagro se quedaba en la ciudadpertrechando otro buque con la intención deseguir a su socio posteriormente. El extremeñofijó su primer objetivo en el puerto de Pinas,justo en el límite meridional marcado por el viajede Andagoya. Por entonces era estación lluviosa

y con vientos contrarios.Pizarro y sus hombres tuvieron que

deambular por territorios de inhóspitos ymalsanos manglares, lo que provocó que treintahombres murieran víctimas de enfermedades.Finalmente, la columna pudo llegar a un puerto alque llamaron Del Hambre y, tras una breveescala, prosiguieron ruta hacia Pueblo Quemado,donde, dadas las circunstancias adversas de laregión explorada y las pésimas condiciones enlas que se encontraban los hombres, Pizarro optópor regresar a Panamá.

Por su parte Almagro, que ya había salido dePanamá con su navío, se cruzó con losexpedicionarios que regresaban, sin que ambosbarcos se divisasen, retornando al poco sinmayores noticias. Con esto se daba por concluidala primera expedición de Pizarro al Perú. Losavances no habían sido muy esperanzadores, sinembargo los socios no cejaron en el empeño decontinuar alimentando sus ilusiones y el 10 demarzo de 1526 formalizaron notarialmente su

sociedad con el ánimo de volver al imperio delSol.

Los Trece de la Fama

El presunto fracaso de Pizarro y los suyos,puso en alerta al gobernador Pedrarias, quien porentonces estaba a la tarea de castigar a su capitánFrancisco Hernández de Córdoba, quien se habíarebelado. Fue entonces cuando el sacerdoteLuque movió toda su influencia en la cortecolonial consiguiendo, tras eficaces gestionesdiplomáticas, que el gobernador concediera denuevo permiso para la empresa llamada deLevante, mientras el propio Pedrarias, una vezdesvinculado de sus compromisos en el sur,dirigía sus ambiciones hacia la conquista deCentroamérica. Por tanto, en 1526 los tressocios volvían a tener las manos libres paraacometer un segundo viaje.

El 10 de marzo de dicho año salieron dePanamá dos navíos con ciento sesenta hombres ycinco caballos. En esta ocasión Pizarro tuvo lasuerte de contar con los servicios de Bartolomé

Ruiz, un diestro piloto náutico queinmediatamente enfiló proa hacia el oeste,evitando las corrientes y vientos contrarios quehabrían dificultado la singladura, como lohicieron en el primer viaje. Asimismo se evitó lahostil zona de los manglares y la flotilla echóanclas sin mayor dificultad en la desembocaduradel río San Juan (actual Colombia).Allíconstataron la existencia de algunos pobladoscon valiosos tesoros, aunque escasos. Almagrofue enviado entonces a Panamá con muestras delo recogido, para que pudiera volver con máshombres y medios, mientras que por su partePizarro exploraba zonas del interior en busca deoro y noticias.

También se ordenó al piloto Bartolomé Ruizque navegara más al sur, con el propósito deobtener información acerca de las geografías ygentes que allí se encontrasen.

En este periplo el marino exploró la isla delGallo y comprobó, tras superar la línea delEcuador, que conforme avanzaba más hacia el sur

existían grandes signos de civilización. Habíapoblaciones, campos regados, gentes vestidascon ropas de algodón perfectamente tejidas ycasas construidas con ladrillos de adobe. Sureconocimiento culminó cuando encontró, cercade la costa, una balsa muy grande. Los indios quela ocupaban llevaban adornos de plata muyllamativos y estaban vestidos con ropajes bienconfeccionados. Era la primera vez que seestablecía contacto con una civilización superior.Dos de los indios que iban en la balsa le hablaronde la ciudad costera de Tumbes —propiedad delos incas—, que poseía edificios impresionantesy un templo, al parecer, importante. Éstas eranlas noticias que había estado esperando Pizarro,quien, por cierto, llegó a plantearse el abandonode la empresa, pues su grupo mermóostensiblemente por causa de las enfermedades yde los ataques indígenas, pero la llegada de Ruizcon las buenas nuevas mitigó el desánimo delextremeño, a lo que se sumó el regreso deAlmagro con oportunos refuerzos y víveres, por

lo que se decidió continuar con la expedición.Sin embargo, el entusiasmo fue cediendo paso ala desesperación y, a medida que la flotilla seadentraba en las latitudes descritas por Ruiz, losalimentos comenzaron a escasear. Era comotener el paraíso al alcance de la mano, pero sinpoder disfrutar de él, pues para entonces laaventura había llegado al límite de susposibilidades.

Almagro sugirió la idea de regresar aPanamá una vez más, portando objetos de oro yplata a fin de estimular la recluta de más hombresy tener tiempo de cargar alimentos suficientespara proseguir con la empresa. Pizarro, acuciadopor los estragos de la hambruna entre su tropa,aceptó la sugerencia del manchego dejandolémarchar, mientras él mismo se parapetaba en laisla del Gallo, frente a las costas ecuatorianas,con el propósito de evitar los furibundos ataquesde los indios que tantas bajas les estabanocasionando. Cuando Almagro recaló en Panamásupo que Pedrarias había sido sustituido por otro

gobernador, Pedro de los Ríos, quien no teníainterés alguno en estas expediciones a lo largo dela costa de América del Sur, pues creía que todasellas terminarían en fracaso y con la muerte decientos de hombres muy necesarios para laexpansión colonial por Centroamérica. Enconsecuencia, tras escuchar la disertación deAlmagro, el flamante mandatario despachó dosbarcos bajo el mando de Juan Tafur hacia la isladel Gallo, con la orden de hacer regresar al grupodirigido por Pizarro. A estas alturas estaba claroque las máximas autoridades de la coloniaespañola no deseaban arriesgar más vidas en loque ellos entendían como alocadas e inútilesaventuras.

En septiembre de 1527 los navíos llegaron ala isla en la que se encontraban los desesperadosexpedicionarios. No obstante, el llamamiento deTafur no encontró el eco deseado y Pizarro,enojado por la orden del nuevo gobernador,protagonizó una escena desde entoncesinmemorial. Con gesto sereno desenvainó su

espada y con ella trazó una línea en la arena de laplaya que iba de Oriente a Occidente. Tras estolanzó a sus hombres una proclama con objeto dehacerles tomar una decisión. Seguramente laelección más importante de sus vidas:

Amigos y compañeros: de aquí para elnorte —hacia Panamá— hay hambre,desnudez, tormentas de agua, pobreza ymuerte; hacia el sur hay riquezas, donde estáel Perú. Que cada cual elija lo que másconviene a un castellano bravo; en cuanto amí, voy hacia el sur.

Dicho esto, cruzó la línea trazada. Tan sólolo siguieron trece españoles, desde entoncesconocidos como «los Trece de la Fama».

Las naves se volvieron dejando al pequeñogrupo en la isla estéril, de la que pasaron a otra(Gorrona). No obstante, Almagro no abandonó asu amigo y se las ingenió para convencer a De losRíos de que no dejase solo al terco y duro

conquistador, argumentándole que Pizarro y sushombres no hacían sino cumplir con su deberpara con España y su rey. El gobernador cedió ydio permiso a Almagro para que se uniesenuevamente a Pizarro, si bien insistió en quedeberían volver en el espacio de seis meses. Elextremeño tuvo que esperar mucho tiempo paraver nuevamente las velas de Almagro. Reunidapor fin toda la hueste, siguieron la costa hacia elsur y después de recorrer trescientas cincuentamillas al sur del Ecuador, entraron en el golfo deGuayaquil y desembarcaron en la ciudad deTumbes. Allí vieron los españoles unasedificaciones grandes y muy bien construidas.Las gentes se movían afanosamente e ibanfinamente vestidas. Aquello, sin duda, era elcentro más civilizado que habían conocido losblancos desde su llegada, hacía casi veinte años.

Pero lo que hizo latir con más fuerza elcorazón de los conquistadores fue laconstatación de inmensas riquezas dispersas poruna vasta extensión territorial. Después de

continuar todavía más al sur, hasta lo que hoy esTrujillo, en el actual Perú, Pizarro volvió aPanamá para tratar de montar la expedición conlos respaldos necesarios. En la capital colonialse les había dado por muertos, ya que habíantranscurrido dieciocho meses desde el suceso dela isla del Gallo.

De los Ríos, a quien no impresionaron nilos tesoros ni las historias acerca de un imperioandino, no quiso autorizar la conquista, por loque Pizarro decidió viajar a España, con el fin degestionar con la corona la capitulacióncorrespondiente. Le acompañaron en estetrayecto diferentes muestras representativas deaquel imperio que pretendía conquistar: indios —en especial uno, al que bautizó con el nombre deFelipillo y que le serviría de traductor en laempresa futura—, llamas y otros animales,hermosos tejidos y oro suficiente para alentar elinicio de cualquier aventura por arriesgada quefuera.

Tras veinte años de ausencia Pizarro se

presentó en España envuelto por la leyenda de suvalor. El rey Carlos I lo recibió con honores enToledo y escuchó complacido las coloristasnarraciones del extremeño. Era un momentodulce para la corona pues, para entonces, se habíaderrotado en Pavía al enemigo francés y el jovenmonarca preparaba su acceso al trono imperial.Además Hernán Cortés había culminado laconquista de México entregando una inmensaposesión al flamante imperio español. Por tanto,Carlos I concedió sin ambajes la capitulaciónrequerida por Pizarro, quien prometía una gestaidéntica o superior a la de Cortés, a cambio de unriesgo mínimo. El 26 de julio de 1529 Isabel dePortugal —esposa de Carlos I— firmaba pordelegación de éste la autorización real para laconquista de Perú, que ahora pasaría adenominarse Nueva Castilla. Había llegado lahora decisiva en la vida de Francisco Pizarro. Erael momento de entrar en la historia.

El imperio del Sol

Las capitulaciones facultaron a Pizarro paraseguir descubriendo y poblando, en el plazomáximo de un año, hasta el límite del valle deChincha (en la actual provincia homónima,perteneciente al departamento peruano delea).También se le concedieron losnombramientos de gobernador, capitán general yalguacil mayor, y su propio escudo de armas, enel que ya aparecían elementos alusivos al Perú,como la representación simbólica de la ciudad deTumbes y varias balsas peruanas. Los Trece de laFama, hasta entonces un heterogéneo grupo dedesharrapados aventureros, quedaron elevadosoficialmente a hidalgos. A su socio Diego deAlmagro se le dio la tenencia de la fortaleza quehubiere Tumbes, con una renta anual detrescientos mil maravedíes, algo menos de lamitad de lo asignado a Pizarro, y le otorgaron elprivilegio de hijodalgo; obtuvo asimismo la

legitimación de su hijo Diego, habido con unaindia de Panamá. Para el fraile Hernando Luquese solicitó el obispado de Tumbes y se le nombróprotector general de los indios. También habíadeberes para los conquistadores en laCapitulación. Pizarro se comprometía a organizarlas huestes y a llevar religiosos. En los días queestuvo por la corte el capitán Pizarro se tropezócon el ya famoso Hernán Cortés, con quiencambió impresiones, extrayendo sabios consejosque luego le fueron muy útiles. El capitán, yatransformado en gobernador, realizó una visita aTrujillo, su pueblo natal, donde convenció avarios paisanos para que le acompañasen,incluidos sus hermanos Hernando, Gonzalo, Juany Francisco Martín de Alcántara. Sólo el primeroes hijo legítimo; los otros dos eran hermanos depadre, y el último, sólo de madre. De Trujillopasó a Sevilla y de ésta, a Panamá.

Cuando Almagro se enteró de lo capituladomostró un inevitable desagrado, pues seconsideró, a todas luces, relegado en las

prerrogativas concedidas. Pizarro, paracontentarle, se comprometió a pedir para sucompañero el nombramiento de adelantado.Quizá esta rivalidad entre ambos hubieradesaparecido con el tiempo, pero las diferenciasque pronto nacieron entre Almagro y HernandoPizarro —hombre de fuerte temperamento— nofacilitaron las cosas. En todo caso, lo que estabapor llegar era tan maravilloso que lasdiscrepancias se minimizaron en pos del objetivocomún.

En enero de 1531 la tercera expedición dePizarro estaba lista para emprender la marchahacia el imperio del Sol. Contaba con tres navíos,poco más de ciento ochenta soldados, tres frailesy treinta y siete caballos. En la tríada de clérigosse encontraba fray Vicente Valverde, unsacerdote muy dispuesto que iba a desempeñar unimportante papel en los próximosacontecimientos. Después de trece días denavegación desembarcaron en la bahía de SanMaleo, un grado al norte de la línea ecuatorial.

Los jinetes prosiguieron la marcha portierra aproximándose a la bahía de Coaque (costade las Esmeraldas), donde obtuvieron un ricobotín. Con el tesoro rapiñado Pizarro remitió dosbarcos a Panamá con orden de reclutar másgente. Pero, a pesar de estos éxitos iniciales, laexpedición pronto se las tuvo que ver con unclima muy adverso, en el que la lluvia no cesaba,provocando un escenario insalubre en el quemuchos hombres sufrieron una epidemia depústulas bermejas (verrugas enormes) que losdiezmó. A esto hay que añadir el constantemerodeo de animales salvajes que les atacabancon ferocidad amparados por la noche. De esaguisa permanecieron seis meses a la espera derefuerzos y comida. Al fin el aliviador socorrollegó y los hombres pudieron disfrutar con ricasviandas como cecina, queso, tocino y vino,aceptando de buen grado la incorporación denuevos voluntarios que se sumaron a la empresadel Perú, como Sebastián de Belalcázar y elsoldado-cronista Miguel de Estete.

Con estos contingentes frescos sereemprendió la marcha hacia el sur en un avancecombinado por tierra y mar. Fue un penosotrasiego en el que los expedicionarios estuvierona punto de sucumbir por la sed, a pesar de que enaquellos días llegó algún apoyo más desdePanamá, como el buque capitaneado porHernando de Soto, en el que se encontraba JuanaHernández, la primera española que participó enla conquista peruana. El destino era Tumbes, laciudad conocida por Pizarro unos años antes. Enese periodo la plaza había sido saqueada yexpoliados todos sus tesoros. Tras contemplarlas ruinas, los españoles sufrieron una grandesilusión, paliada, en parte, cuando algunossupervivientes indígenas les contaron elverdadero motivo de tanta desolación y éste noera otro sino que en los últimos años se habíadesatado con virulencia una guerra civil en elimperio inca, que les había dividido en dosfacciones: los que seguían a Huáscar, quedominaba el Cuzco, y los que seguían a

Atahualpa, en la sierra del Norte. Inmediatamentese dio cuenta Pizarro de que ese imperio asídesgarrado podía facilitar su designio, puesencontraría aliados. La suerte para los incasestaba echada.

Los Incas

Muy lejos, al sur de Panamá, incrustado enlas montañas de los Andes —la imponentecolumna vertebral de América del Sur—, elimperio de los incas se extendía a lo largo demás de cuatro mil kilómetros desde el norte delpaís quiteño hasta la parte norte de Chile. Losincas, al igual que los aztecas, no eran autóctonosde la región. Antes de empezar sus conquistas,vivían en las vertientes andinas del área selváticadel Amazonas, al este del Cuzco, y, al penetrar enesos nuevos territorios, encontraroncivilizaciones que habían florecido durantecientos de años con anterioridad a su llegada.

Entre los extremos terribles de frío y calor,selvas, desiertos y laderas en precipicio, losincas instalaron sus moradas en lugares quesolamente a costa del ingenio y de la habilidad desus gentes pudieron convertirse en habitables.Una complicada red de canales de riego llevó el

agua a regiones áridas y desoladas a muchoskilómetros de distancia. Un sistema de terrazassobre las laderas en pendiente hizo posible elcultivo agrícola. Los animales domésticos de laantigua América pacían en las mesetas altas delos Andes. Rebaños de llamas así como dealpacas facílitaban sus lanas, que, con la carne,eran su única utilidad, pues no servían para eltransporte.

Se hicieron caminos para que se desplazaransus ejércitos, que no tenían carretas ya quedesconocían la rueda. La naturaleza compensabatodos estos trabajos con las cosechas de maíz,yuca y patata en un escenario seco de cielosazules. También brindó imponentes barrerasnaturales que les permitieron vivir libres deinvasiones, excepto por el lado amazónico, queguarnecieron con imponentes fortalezas, comolas que jalonan el valle de Urubamba.

Los pueblos anteriores a los incas (culturaChavin) posiblemente vivieron en el Perú desdemil quinientos años antes de Jesucristo. Hacia el

año cuatrocientos de nuestra era, sus habitanteseran probablemente pastores de llamas ycultivadores de patatas en las elevadas llanurasinhóspitas, pues los más desarrollados (chimúes,mochicas y nazcas) vivieron en la costa. Los wari—predecesores de los incas en las regiones altas— fueron sustituidos por la nueva dominación deguerreros.

No obstante, existe una leyenda popular incaque presenta un cuadro más alegre de su origen.La leyenda dice que había cuatro hermanos ycuatro hermanas —los hijos del Dios Sol— quesurgieron de una cueva situada a treintakilómetros al sureste de Cuzco. Las gentes de lascuevas vecinas les acompañaban. Se trataba de losincas. Guiados por Manco Capac, uno de loscuatro hermanos, el grupo partió en busca detierras mejores. Iban armados con la vara divinade oro, la cual, hincada en tierra fértil, sehundiría mucho para indicar el lugar en el quehabría de construirse una ciudad nueva. Su viajefue una primera expansión y los tres hermanos

del guía fueron distribuidos convenientemente enuna u otra dirección. De esta forma quedósolamente uno de los hijos de Dios-Sol comoprimer gobernante inca. Al objeto de conservar lapureza de su descendencia divina, se casó con suhermana mayor, Mama Oullo Huaca. Estematrimonio incestuoso estableció un precedenteque iba a pervivir a todo lo largo de la dinastíaincaica. El emperador, así como los nobles, eranpolígamos. Sin embargo, su «coya» (esposaoficial) generalmente era una hermana, y elsucesor en el trono tenía que ser un varón nacidode esta unión.

El pequeño grupo se instaló en el valle deCuzco, a cuatro mil metros sobre el nivel del maraproximadamente. Dado que se encuentra en lalatitud de los trópicos, el valle gozaba de unclima bonancible a pesar de su altura, con suelofértil, abundancia de bosques y verdes pradosregados por el río Huatanay. Hacia el siglo x denuestra era fue fundada Cuzco, la gran capital delos incas. Pero como su fértil valle estaba

ocupado por la etnia hualla, la recepciónefectuada por éstos a los incas no resultó menoshostil que la que se brindó a los apatridas aztecascuando entraron en el civilizado valle de México.Manco Capac dirigió el trazado de la ciudad depiedra, en sustitución de las casas pajizasanteriores. Durante los doscientos años quesiguieron, las energías de los incas se emplearonen combatir a sus vecinos.

En 1438, Pachacuti (maestro absoluto)accedió como noveno emperador de la dinastíainca. En el transcurso de los cincuenta y cincoaños siguientes, Pachacuti (1438-1471) y suhijo, Topa Inca (1471-1493), conquistaron todoPerú y parte de Ecuador, Bolivia y Chile.Pachacuti fue algo más que un meroconquistador: durante su reinado fundó un vastoimperio sobre unas estructuras de sometimientoreligioso. Las ciudades que habían sido tomadaspor conquista se organizaron según los modelosincas y fueron administradas por una jerarquía defuncionarios —los orejones—, responsables

ante el inca del Cuzco. Todos los cargos deimportancia estaban en manos de incas, y otroscargos menores —como, por ejemplo, losgobiernos de una región— quedaron reservados aincas de sangre real.

En poco más de cincuenta años, al menoscuatro millones de personas se habíanconglomerado gracias al esfuerzo de Pachacuti yde Topa Inca. En realidad este imperioprecolombino se formó gracias a la imposición,en muchas ocasiones sangrienta, de unadominación absoluta sobre los pueblossometidos, sepultando sus costumbres, idiomas yreligiones ancestrales. Cuzco llegó a tener unapoblación superior a los cien mil habitantes,constituyendo el núcleo sagrado del imperio. Lacaracterística principal de la ciudad era su plazacentral, de la que partían calles estrechas. Laplaza estaba rodeada por el palacio delemperador, los edificios principales de lanobleza y el complejo del templo. Los muros demuchas edificaciones principales estaban

adornados con láminas de plata, los tejadosbardados de las áreas vecinas estabanentrelazados con espigas de metal que captabanlos rayos de la mañana cuando el sol salía porencima de las cumbres de las montañascircundantes. El Templo del Sol, cubierto de oro,dominaba la plaza de la ciudad, subrayando suimportancia como centro religioso del imperio.

Pachacuti no era solamente la cabeza delEstado, sino que, como emperador incadescendiente directo del Dios Sol, erareconocido por el pueblo como deidad viviente.Cualquier deseo suyo era ley. Hasta los nobles demás categoría se presentaban ante él únicamentedespués de haber dado muestras de granhumildad, con la cabeza inclinada y llevando a suespalda el «hato» simbólico del obrero.

Los mayas y los aztecas alcanzaron un altonivel intelectual. Los incas, por el contrario,preferían construir casas, palacios, ciudades,caminos, puentes, canales de riego y terrazas parala agricultura. Y si bien la religión formaba parte

de su vida diaria, no la controlaba. Por ejemplo,los rituales de sacrificios humanos que con tantainsistencia practicaban los aztecas, los incas nisiquiera los consideraban por pensar que una vidahumana era mucho más útil construyendo casasque alimentando a los dioses. No hay duda de quelos incas fueron maestros en la construcción delNuevo Mundo. Fue característica de susedificaciones una sencillez maciza pero dotadade maravillosas proporciones. El único adornoexterior era el revestimiento circunstancial, porlo que el conjunto resultaba monótono y pesado.Sus arquitectos ideaban construcciones cuyosmuros, en lugar de ser verticales, se inclinabanhacia su interior. Las superficies planas serompían en aberturas ligeramente trapezoidales ycon nichos que se estrechaban en su partesuperior. La firme unión de los bloquesgigantescos producía un efecto de gran contrasteentre luz y sombra, lo cual se conseguía por laslíneas de las juntas de unión y la masa especialempleada. Este resultado era no solamente

decorativo, sino hábil y práctico. No en vanodichas estructuras han soportado durante siglosel implacable azote de los terremotos, muyfrecuentes en la zona.

Pachacuti encomendó a su hijo Topa Incatodo lo relativo a las campañas guerreras,mientras él se dedicó los últimos años de su vidaa velar por el buen estado de la monumentalidadde su reino. Si Pachacuti fue constructor, su hijoy sucesor en el trono, Topa Inca, ensanchó loslímites del imperio. En su avance hacia el norte alas tierras altas de Cuzco a Ecuador, derrotó alpoderoso reino de Quito, con el único ymomentáneo obstáculo de la tribu chimú, etniaubicada en el norte de Perú y a la que no pudovencer hasta bien avanzado el tiempo.

El modelo inca de conquista comenzó atener unas características propias. En primerlugar, cuando se preveía que ciertos territoriospodían ser beneficiosos al imperio, se iniciaba lacaptación con un acercamiento diplomático. Silas conversaciones o la presencia de la amenaza

guerrera de gran superioridad no bastaban parapersuadir, comenzaban las hostilidades. Por logeneral, las fuerzas contrarias quedabandeshechas, y las tropas incas se acuartelaban enel territorio recién asimilado. Inmediatamentetras la victoria, llegaban los equipos quetrasladaban a otras tierras a la mayoría de losvencidos, imponiéndose al resto la obligación deaprender la lengua quechua —idioma oficial delos incas—. Si el pueblo conquistado aceptabalas reglas, se le concedía la facultad de conservaralgunos de sus jefes, aunque siempre bajo lasupervisión de los invasores en todos los asuntoseconómicos y religiosos. Pero, si mantenían larebeldía, se deportaba a toda la tribu a unterritorio más seguro, dando paso a otros pueblosaliados, que ocupaban el lugar.

Acaso el principal éxito que impulsó a losincas por buena parte del sur de América fue lacreación de un prodigioso sistema decomunicaciones, basado en una vasta red decaminos rápidos, que permitieron una celeridad

extrema en sus operaciones militares. Conformefue creciendo la extensión del imperio, se hizocada vez más importante el poder desplegar conla máxima urgencia grandes contingentes deejército. De ese modo pudieron cruzar eldesierto, los ríos, las alturas andinas superiores atres mil metros. En definitiva, miles dekilómetros de caminos y calzadas, entre las quesobresalía el llamado Camino del Inca, que cubríamás de cuatro mil quinientos kilómetros a lolargo de la cadena de montañas, en dirección sur,o el camino del desierto costero, paralelo a lasmontañas, que tenía una longitud similar alanterior. Estas dos grandes vías estaban enlazadaspor numerosos caminos laterales. Seconstruyeron puentes, suspendidos de cuerdas oapoyados en pontones (botes de quilla plana), porencima de marismas, precipicios y otrosobstáculos. Los puentes más famosos tenían unaluz de cincuenta metros en las gargantas del ríoApurimac. Colgando de cuerdas de suspensióntan gruesas como el cuerpo de una persona, este

puente permaneció en uso desde el tiempo de suconstrucción por los incas, hacia el 1350, hastael año 1880.

A lo largo de estas rutas principales, y aintervalos de veinte a treinta kilómetros, según elterreno, existían los tampus o tambos dedescanso. Estas zonas proporcionaban unainestimable ayuda logística en losdesplazamientos de los ejércitosexpedicionarios, pues en ellas se almacenabanarmas y alimentos —principalmente llamadesecada y patatas deshidratadas—. Cada cincokilómetros se relevaban los correos al serviciodel aparato de dominio. Estos enlaces, encualquier terreno, llegaban a completar casi doskilómetros en poco más de diez minutos. Era, entodo caso, un bien entrenado sistema de relevoshumanos que podían cubrir unos doscientossetenta y cinco kilómetros al día.

Al carecer de escritura, los incas setransmitían los datos de forma oral, y estesistema se reforzaba gracias al quipu, un método

consistente en una cuerda principal de la cualcolgaban varios cordones más pequeños, a vecesde colores diferentes. La posición de los nudoshechos en los cordones indicaba el número de undeterminado objeto, basado en el sistemadecimal. Los cordones significaban diferentesartículos, incluso la forma en que estabaretorcido el hilo o cómo estaba hecho el nudotenía su interpretación especial. Se decía poralgunos que con este procedimiento se podíanincluso comunicar ideas abstractas. Existíanlectores jurados de quipu —los mejores de entreéstos necesitaban toda una vida parafamiliarizarse con la técnica— que podíancatalogar todo el inventario de una provincia,desde la última cabeza de llama hasta la últimamedida de maíz. Estos archivos de datos losutilizaban los quipus en sus recitados de lahistoria inca, versión oficial que camufló laexistencia de las primeras culturas en el Perú.

En 1493, cuando Huayna Capac sucedió a supadre, Topa Inca, su trono gobernaba vastos

dominios poblados por una sociedadintensamente agrícola. En el estrato más bajo seencontraban los granjeros, que constituían elmayor grupo de población. Su vida estabaorganizada, desde el nacimiento hasta la muerte,por medio de una serie de supervisores quecontrolaban familia, pueblo, tribu, provincia,región y nación. El peruano fue el granjero másingenioso y científico del mundo antiguo.Empleó muchos métodos, tales como el cultivoen las montañas valiéndose de terrazas, irrigacióny abonos, transformando en fértiles terrenossituados a imponentes alturas. En las altiplaniciesse dedicó a la cría de ganado, como la llama y laalpaca. Allí donde no se podían cultivar cosechasde maíz y otras similares, debido a la excesivaaltitud del terreno, se sembraron patatas, quinoa(cereal) y otros vegetales. Algunas plantas conpropiedades medicinales, como la quinina y lacocaína, que hoy en día se emplean comomedicamentos, también tuvieron su origen enPerú. La tierra era propiedad del Estado, pero se

arrendaba a los particulares bajo forma depréstamo, según fuesen las necesidades de cadauno. Todo ciudadano estaba obligado a entregarun tercio de sus cosechas al Inca, otro tercio alestamento religioso, quedando el tercio restantepara sus propias necesidades. Asimismo, existíauna especie de justicia social que se ocupaba dealimentar a niños, ancianos y enfermos y quecubría además todas sus necesidades esenciales.En el Estado inca la propiedad privada no existíay el robo era un crimen que se castigaba con lapena de muerte. La implicación del individuosometido al dominio religioso era, en suconjunto, algo que estaba en la esencia de la vidainca. La distancia que había entre la genteprivilegiada y la común era muy grande, aunque,como ya hemos dicho, nadie pasaba hambre en unreino en el que todos estaban obligados a formarparte de la fuerza militar cuando fuese necesario.

En 1525 los incas se encontraron con elprimer hombre blanco, hecho que aconteciócuando los indios chiriguanos atacaron a una

avanzadilla inca situada en el sur. El ataquechiriguano estaba dirigido por Alejo García, unespañol que había naufragado en la costa deBrasil: García murió antes de que pudiesetransmitir a otros europeos las noticias que teníasobre el fabuloso imperio. Dos años más tarde,un Huayna Capac enfermo quedó ciertamentepreocupado por las nuevas que recibió sobre elavistamiento de hombres blancos que navegabanfrente a la costa de Tumbes, una ciudad en laparte norte de su reino. Pero tales seres semarcharon del lugar sin que se le diera mayorimportancia al suceso. Y es que, aunque parezcamentira, ninguna noticia había llegado al Perúacerca de las actuaciones de los españoles en lospaíses más al norte, a pesar de que Colón; habíaalcanzado el Nuevo Mundo en 1492, es decir,treinta y cinco años atrás.

El emperador Huayna Capac sentía una graninclinación hacia el norte de sus dominios, dondese asentaba la capital, Quito; incluso se llegó acasar con una princesa del anterior reino que

gobernara aquella extensión. Finalmente, decidióromper la tradición y dejó cuatro quintos de suinmenso e incontrolado imperio al príncipeHuáscar, su heredero legítimo, hijo de su esposaprincipal (su hermana). El resto del imperionorteño lo cedió al príncipe Atahualpa, hijohabido con la princesa de Quito. Con estainesperada decisión se produjo un cisma deimprevisibles consecuencias, pues se transgredióla norma inviolable que regía la sucesión divinadel Inca.

No es de extrañar, por tanto, que, tras sumuerte en 1527, estallara una guerra civil entrelos dos hermanastros, los cuales ambicionaban eldominio total del imperio inca. Esta contiendafratricida se extendió hasta 1532. Atahualpa,asistido por el ejército de Huayna Capac, y conlos generales a su favor, derrotó a Huáscar antesde ser herido en una pierna y retirarse aCajamarca, un balneario de aguas sulfurosas enlas altiplanicies peruanos centrales, mientras suhermano se mantenía en Cuzco. Fue entonces

cuando llegaron noticias a Atahualpa sobre lapresencia de hombres blancos en sus dominios.Era la expedición del extremeño FranciscoPizarro, que avanzaba sin oposición por elTahuantinsuyo, nombre por el que los incasconocían su imperio. Habían llegado momento ylugar para el choque entre dos culturas, tal ycomo había ocurrido años antes en los territoriosde Nueva España. ¿Sería capaz aquel puñado dehombres —menos de doscientos españoles y sinayuda indígena— de someter al imperio máspoderoso de América?

El Tahuantinsuyo

El imperio de los incas, con capital enCuzco, nunca tuvo un nombre determinado.Tahuantinsuyo no significó jamás «los cuatroestados unidos», ni «unión de las cuatroregiones». Porque la voz suyo no equivale aregión o estado, sino a «surcos»; los cuatrosuyos son los cuatro puntos cardinales. Estosignificaba Tahuantinsuyo o el Mundo, del cual elInca se consideraba señor desde su capital,Cuzco, centro del mundo.

Este magno imperio, como el lector puedesuponer, no cayó por el vigoroso esfuerzo deunas decenas de soldados españoles quedisparaban sus arcabuces o esgrimían susespadas, más bien debemos decir que elderrumbe de los incas se encuentra en causasmás profundas que ya venimos apuntando y quese deben enmarcar en diferentes procesos decrisis sociales que acabaron, una vez decapitada

la casta dominante, con toda la estructura de unimperio cimentado sobre pies de barro.Tengamos en cuenta que los incas se extendieronrápidamente en zonas a las que jamás llegaron adominar por completo, por lo que innumerablestribus, aunque en principio conquistadas, notardaron en zafarse del poder invasor una vez éstese vio inmerso en la grave crisis política quedesembocó en el conflicto civil.

A esto debemos añadir la debilidadmanifiesta de las castas gobernantes en elmomento en que llegó Pizarro. Por un lado, losorejones, grandes militares cuyas filas habíansido diezmadas en la guerra y que terminaron pordesmembrarse al no contar con un liderazgoclaro que les dirigiese en la lucha contra elinvasor blanco. Por otro, una suerte de noblesabandonados a la molicie, con el único objetivode seguir exprimiendo a las oprimidas clasesobreras. En consecuencia, el astuto Pizarro,percatado de estas circunstancias, no tuvo másque abonar el campo de la discordia entre sus

enemigos para recoger en tiempo récord el frutode la victoria.

Después de cinco meses en San Miguel, ysin esperar los auxilios que debía traer Almagro,salió Pizarro hacia Cajamarca el 24 deseptiembre de 1532. Dejó en la plaza unapequeña guarnición, que debía servirle como basede aprovisionamiento, enlace con Panamá yrefugio en caso de peligro. El reducido ejércitodel extremeño con el que pretendía conquistar elimperio más grande de América constaba de cieninfantes y setenta y siete de caballería, con losque avanzó hacia el núcleo de los incas. Envanguardia se situaron cuarenta jinetes dirigidospor Hernando de Soto, con la misión de ser lapatrulla de exploración que sirviera de constantesnoticias al resto del grupo. Tras un incidente enla localidad de Caxas en el que los hombres deSoto trabaron ayuntamiento carnal forzoso conlas denominadas Vírgenes del Sol, la expediciónespañola llegó al fin a las inmediaciones de Caja-marca, lugar en el que se encontraba descansando

Atahualpa. Como si fuese un fiel reflejo de laaventura de Hernán Cortés, durante días losemisarios de uno y otro bando intercambiaronmensajes de amistad y buenos propósitos, conregalos que iban y venían para alborozo de losdestinatarios. A nadie se le escapa que estastretas fingidas no engañaron ni a los españoles nia los autóctonos, pues unos y otros pensaban enliquidar a su oponente.

Al cabo de un tiempo Atahualpa tomó lainiciativa y envió a Pizarro unas aves degolladas ycubiertas de lana. El mensaje era claro: si losespañoles no abandonaban la zona, correrían lamisma suerte que las volátiles, si bien, ainstancias de sus asesores, no ordenó demomento ningún ataque masivo sobre losblancos, más movido por la curiosidad haciaellos que por otra cosa. Esto fue a la postre loque le perdió, pues permitió a su enemigoacercarse al epicentro de su poder lo suficientecomo para asestarle un golpe definitivo.

El plan de Pizarro consistía en caer sobre el

Cápac-Inca, personificación de todo el imperio yúnica manera de anular a los cuarenta milguerreros que lo rodeaban. Atahualpa, por suparte, pensaba dejarles entrar por los pasos de lasierra para prenderlos y sacrificarlos. Pero elintento le salió torcido, como luego él mismocomentó riendo. La marcha quijotesca de latropa, interrumpida en las cercanías deCajamarca, continuó. Y un viernes por la tarde,15 de noviembre de 1532, las huestes españolasentraban en Cajamarca escuálidas y fatigadas, enmedio de un silencio cargado de hostilidad ypresagios funestos.

Sin pérdida de tiempo, Pizarro adelantó aHernando de Soto hasta el real de Atahualpa,situado a una legua de la ciudad. Más tarde lesiguió Hernando Pizarro con otra hueste. Los doscapitanes se entrevistaron con Atahualpa sinmayores resultados, aunque De Soto protagonizóuna escena ante los indígenas realizandocabriolas con su caballo y acercando el equinohasta escasos centímetros de Atahualpa, lo que

provocó que muchos hombres de su guardiaretrocedieran sobrecogidos por el miedo, ya queera la primera vez que contemplaban un animal deestas características. El emperador no se inmutóante la exhibición ecuestre, pero sí en cambioordenó ejecutar a todos aquellos que mostrarontemor ante las brillantes maniobras del español.

En cualquier caso, a estas alturas ya se intuíaque el enfrentamiento era algo inevitable. En elcampamento de Pizarro se celebró un consejo deguerra para estudiar la estrategia a desarrollar endías sucesivos. Las conclusiones a las que sellegaron fueron rotundas. Los españoles no semoverían del lugar por muy siniestras que fuesenlas intenciones del emperador inca, por lo que sediseñó la siguiente táctica: cuando Atahualpaentrara en la plaza de Cajamarca, sería recibidopor Pizarro vestido de gala y con toda ceremonia.Ya entre los españoles, se le rogaría que ordenaraa sus tropas que efectuaran la retirada para evitarla lucha y, previendo una posible resistencia delpreboste indígena, se repartió la hueste de modo

que ocho hombres de a pie se situaran en cadauna de las diez bocacalles que daban a la plazaprincipal de Cajamarca. Asimismo tresescuadrones de caballería, bajo los mandos deHernando Pizarro, Hernando de Soto yBelalcázar, quedarían dispuestos para efectuaruna hipotética incursión en la ciudad si fuesenecesario.

El propio Pizarro, con veinticuatro hombresescogidos, se situó en la fortaleza de la ciudad,mientras el artillero Pedro de Candía quedaba alfrente de los falconetes. De esa guisa quedó latropa española a expensas de los mensajes quepudieran enviar los nativos. Al fin Atahualpa sepronunció, anunciando para el día siguiente sullegada a Cajamarca escoltado por una comitivaarmada, al igual que los españoles habían idoarmados a su palacio.

Aquella noche los españoles poco pudierondormir viendo cómo las antorchas de miles deguerreros se acercaban hasta sus bastiones sinque pudiesen hacer nada por evitarlo. Al

mediodía siguiente, Atahualpa se acercó conparsimonia a la ciudad, llevado por sus nobles enuna litera de oro. Sus servidores iban barriendo elsuelo por donde tenía que pasar. El emperadoracudía a ver a Pizarro, a quien quiso tambiénimpresionar con el despliegue de sus hombres yla solemnidad de su marcha. El extremeño estabapreocupado por la inmensa fuerza de Atahualpa—según había sido informado, contaba con unoscuarenta mil guerreros—, pero, por otra parte,iba a tener a éste al alcance de su espada, así quedecidió esperar. Los soldados estaban prestos aresolver cualquier contingencia desde lasposiciones tomadas previamente en la ciudad,mientras Candía, con la pequeña pieza artillera,se colocaba en lo alto, para efectuar un disparoen caso necesario. Ésa era la señal convenida queharía salir a los españoles escondidos en lasedificaciones que rodeaban la plaza, para lanzarseinmediatamente sobre quienes estuviesencercanos al emperador. Se eligieron veintehombres con la misión de apresar al Inca sin

causarle daño alguno y con la pretensión de hacerhuir a su guardia personal, integrada por unoscuatro mil efectivos. Este plan parecíadescabellado, pero la convicción de Pizarro y lossuyos era tal que nadie osó discutir las órdenes.

El 16 de noviembre de 1532 se produjo laacompasada y solemne entrada de Atahualpa enCajamarca, aunque la comitiva inca quedósorprendida al no ver más que al modesto padreValverde, quien, con dos acompañantes, lesesperaban en medio de la plaza principal paraleerles el «requerimiento», documento en el quese daba cuenta de la dominación que el Papaestableció sobre las Indias. Éste era elinstrumento jurídico que pedía elreconocimiento a los reyes de España y la librepredicación del Evangelio. Pero Atahualpa, comoes lógico, no entendió nada y, al demandar alsacerdote el libro que tenía —los Evangelios—,lo arrojó al suelo despectivamente, lo que alarmóal religioso e hizo que Candía diera la señal dealarma. De inmediato, el plan de Pizarro se activó

y soldados y jinetes cargaron sobre el séquito delInca, abriéndose paso a mandobles y disparossobre los indios. Así, mientras unos murieronpor el ataque repentino, otros se aplastaron en lahuida. La violenta refriega concluyó en apenastreinta minutos.

Atahualpa fue hecho prisionero y su guardiapersonal había sido muerta o dispersada. Uno delos que tomó parte en la batalla comentóposteriormente: «Como los indios estabandescuidados, fueron derrotados sin que ningúncristiano hubiese corrido peligro». La otroraorgullosa procesión real, adornada con oro, joyasy plumas, quedó reducida a un revoltijo decuerpos cubiertos de sangre. No obstante, elemperador, ahora bajo guardia española, quedóautorizado a rodearse de su corte. Pero Atahualpacometió la imprudencia de enviar algunosmensajes secretos con el propósito de asesinar asu hermanastro Huáscar, a fin de evitar laproclamación de éste como nuevo emperador.Asimismo, ordenó al resto de sus tropas que

rodeasen Cajamarca para liberarle, mientrastanto, él ganaría tiempo prometiendo a Pizarrocubrir de oro la estancia en la que se encontrabaprisionero a cambio de su puesta en libertad. Elextremeño accedió permitiendo que los súbditosdel Inca acarreasen tesoros hasta Cajamarca conel propósito de cumplir la magnífica promesa delmandatario real.

En febrero de 1533, cuando Almagro llegó aCajamarca con muchos refuerzos, ya Atahualpallevaba tres meses prisionero. El emperador incahabía cumplido su compromiso en el trato: lahabitación se había llenado con un tesoro de oroque se puede estimar en seis millones de euros.En esas fechas creció el temor sobre un presuntoataque de los ejércitos incas, pues llegabannoticias acerca de una posible reorganización dedichas tropas en el sur del imperio. Ante estosrumores los españoles solicitaron a su jefe queejecutara al emperador, ya que así terminaría laamenaza de la rebelión. Hernando de Soto y elpropio hermano de Pizarro protestaron contra

dicha solución tan flagrantemente deshonrosa.Conforme fueron pasando los días, la

tensión creció y muchos hombres deslumbradoscon las riquezas acumuladas no se resignaban aperder la oportunidad de hacerse con una partedel botín, que perderían si el ataque de losejércitos incas se producía. Pizarro quiso saberde primera mano lo que realmente estabaocurriendo y, con tal motivo, despachó al capitánDe Soto hacia el Cuzco para averiguar la verdad.Sin embargo, esta medida no causó el efectodeseado y tanto oficiales como soldadossiguieron pidiendo a Pizarro la ejecución deAtahualpa, a fin de acabar con su amenaza. Anteesta insistencia el extremeño accedió a que secelebrase un juicio. El jefe inca fue en él acusadode haber hecho asesinar a su hermano Huáscar yde «traición», al tratar de reclutar fuerzas para darmuerte a los españoles. Por mucho que Atahualpanegara estas acusaciones, otras nuevas se leplantearon, tales como incesto (el matrimoniolegal, reconocido, con su hermana), usurpación

del trono inca y cualquier otra cosa que a losfiscales se les antojara.

La corte de justicia se reunió el 29 deagosto de 1533 y encontró culpable de todos loscargos al atónito Atahualpa, quien fuesentenciado a la pena de ser quemado en lahoguera, cual hereje de una religión que nuncallegó a conocer. Aunque, justo antes de laejecución, la sentencia fue conmutada por la demuerte a garrote. Supongo que Pizarro debió deentender que era una forma de morir más dignapara un emperador.

Tras la ejecución de Atahualpa,cuatrocientos ochenta españoles emprendieronmarcha hacia Cuzco, fundaron de paso villascomo Jauja y coronaron a emperadores comoManco Inca, quien se sumó a la expedición queentró en la capital el 15 de noviembre de 1533.La magnífica urbe inca fue convertida, porrefundación en marzo de 1534, en ciudadespañola, con cabildo propio y regidores. Lostemplos fueron transformados en iglesias,

aunque se toleró el culto tradicional. En algunosedificios los españoles encontraron chapas deplata de siete metros de longitud. Sin embargo, apesar de la libertad de culto, las momias sagradasde los primeros emperadores incasdesaparecieron por ocultación de los sacerdotes.

Los españoles, desde luego, no seencontraban por el momento en situación dereestructurar aquel inabarcable imperioprecolombino y se ocuparon, eso sí, de localizarcuantos tesoros pudieron ante los asombradosojos de los autóctonos. Se creó así una situaciónanómala, pues con el dominio español subsistióel régimen incaico, hasta el extremo de queManco —el nuevo dirigente inca— llegó areclamar a Pizarro su plena competencia, al verque el conquistador renunciaba a instalarse en elCuzco para dirigirse hacia la llanura costera.Pero, mientras Pauto Inca, gran sacerdote, tratabade reconstruir la plataforma religiosa tradicional,al amparo del respeto que se le tenía, losespañoles se dedicaban a cuestiones más

crematísticas. Sólo se puede entender elapabullante éxito español por la arraigadaobediencia que los antiguos peruanos tenían atoda autoridad que ostentase poder, pues, de otraforma, sería inexplicable la aceptación deaquellos escasos conquistadores en tan inmensoterritorio.

Lo cierto es que tras la caída de la cabezavisible, el mundo inca sufrió un terriblecataclismo social. Por ejemplo, sus obras deingeniería, tales como los canales de riego quehabían hecho fértiles las comarcas semiestérilesde la costa, se vieron muy dañadas por elabandono que la lucha provocó. Las gentes,acostumbradas al acatamiento de antiguas leyes,no sabían bien a quién obedecer ni qué trabajosespecíficos realizar, con lo que una ciertaanarquía comenzó a sembrar los campos yestructuras sociales del otrora poderoso y bienorganizado imperio.

Pizarro tomó la decisión de trasladar lacapital de su conquista a la costa pensando en el

futuro comercio con la metrópoli, y para ellofundó el 18 de enero de 1535 «la ciudad de losReyes», si bien se respetó el uso del nombreoriginal, Lima, adquirido por estar al borde delrío Rimac. La plaza se convertiría en sede delgobierno español en el ámbito del Pacífico deAmérica del Sur durante más de doscientos años,hasta la creación de los virreinatos de NuevaGranada y del Plata. Pizarro, con sucaracterístico talante, cambió la espada por losinstrumentos de un artesano e inició laplanificación y la construcción de su capital,trabajando incluso manualmente en las obras quese repartían por la flamante urbe.

Hernando, el hermano más temperamentalde Pizarro, viajó a España con un quinto deltesoro (cien mil pesos de oro y cinco mil marcosde plata) incautado en Cajamarca. Una vez en lapenínsula Ibérica fue recibido por un sonrienteemperador Carlos I, quien en la ciudad deCalatayud concedió toda suerte de honores yprebendas a los expedicionarios que habían

anexionado el mundo inca a la corona imperialespañola. El propio Hernando recibió los hábitosde la prestigiosa orden de Santiago y permisopara armar una escuadra que viajase al Perúdispuesta a reforzar los cimientos del podercolonial. Asimismo en esta reunión se autorizó aFrancisco Pizarro para ampliar su jurisdiccióngubernativa unas setenta leguas más al sur de loslímites territoriales ya establecidos.

Pero en aquel rincón de América reciénconquistado por los españoles y que suponía lamayor extensión territorial jamás incorporada areino alguno, comenzó a sembrarse la discordiaentre los protagonistas de tan singular gesta. Porun lado, Pizarro pretendía seguir proyectando sularga sombra por cada vez más y más latitudes.Por otro, su antiguo socio Diego de Almagro,ahora gobernador de Cuzco, no se encontrabamuy feliz con las tareas para él asignadas y sesabía devaluado a pesar del recientenombramiento que se le había concedido comoadelantado de Nueva Toledo, nombre designado

por entonces para las tierras del actual Chile. Elveterano extremeño recelaba de su presuntoaliado manchego y de las tretas que éste pudieraarmar para incrementar su poder en la zona. Enconsecuencia decidió enviar a dos de sushermanos —Juan y Gonzalo— a Cuzco con elánimo de incorporarlos al Cabildo de la ciudad yasí, de paso, controlar de cerca los movimientosde Almagro. Como es obvio, don Diego rechazóesta decisión y encarceló a los Pizarro a laespera de una reunión con su viejo amigo. Al finambos se entrevistaron en Cuzco en el año 1537.Los dos conquistadores se conocían demasiadobien, se puede decir que eran casi almas gemelasunidas por la misma pretensión de gloria. Losdos provenían de ámbitos familiares difíciles,pues tanto uno como otro tenían un origenbastardo, los dos eran valientes y habíanarriesgado bolsa y vida con la intención de saberqué había más allá de lo conocido. Y en aquelmomento había que decidir dónde se fijaban susfronteras personales. Almagro contaba no sólo

con un fuerte prestigio personal, sino tambiéncon un contingente fresco de soldados que, comoya hemos referido en páginas anteriores, habíaadquirido a Pedro de Alvarado, quien en suexpedición a Quito sopesó adecuadamente laoferta económica efectuada por Almagro,cediendo a éste hombres y bagajes que ahora seencontraban acuartelados en Cuzco, ávidos defortuna y aventuras. Esta tropa, a decir verdad,presionó lo suficiente a su nuevo jefe para queentendiera que una nueva hazaña se precisaba conurgencia. Por esto y por otros factores, Almagrodecidió aceptar la empresa hacia el sur quePizarro le proponía. En realidad, las noticiassobre Chile no paraban de llegar a oídos deAlmagro desde los tiempos de la conquistaperuana, incluso antes, pues diversasexpediciones, verbigracia la de Magallanes-Elcano, ya habían contactado con las costaschilenas, si bien nunca se profundizó de unamanera adecuada en estas tierras sobre las que lasgentes hablaban auténticas maravillas. Por tanto

Almagro decidió asumir su papel en la historia ycon la esperanza de obtener una gobernaciónpropia similar a la de Pizarro, emprendió con suhueste la ruta del sur. Existían dos vías que porentonces se podían seguir: había un camino porel Alto Perú y el noroeste argentino que llevaba aChile a través de la cordillera andina, y otro,junto a la costa, por Arequipa, Tarapacá yCopiapó. Almagro escogió el primero, y dejó enCuzco a sus principales colaboradorespreparando una expedición marítima —Ruy Díaz—, una expedición terrestre que iría tras la suya—Juan de Herrada—, y otra expedición terrestrepor el camino de la costa —Rodrigo deBenavides—. El 3 de julio de 1535 el adelantadode Nueva Toledo abandonó Cuzco y se internópor las tierras de su gobernación. Loacompañaban una tropa de veteranos que sehabían curtido junto a Pizarro y Alvarado endiversas situaciones de riesgo, así como algunosindios que pudieran ayudar como guías ytraductores.

La expedición bordeó el lago Titicaca,atravesando el Collao, y transitando por el sur dela actual Bolivia hasta entrar en enero de 1536 enChile por Tupiza. Del noroeste argentino —Jujuy— se lanzaron sobre la costa hasta arribar aCopiapó. El paso de los Andes fue desastroso:decenas de caballos perecieron helados, grannúmero de esclavos negros y sirvientes indiossucumbieron, y el bagaje se perdió en sutotalidad.

De los españoles, debieron de llegar aCopiapó, en abril de 1536, unos doscientoscuarenta. Tras algunas refriegas con los caciqueslocales, recibieron la oportuna ayuda del SanPedro, buque llegado desde el Perú y que lessuministró equipo suficiente para proseguir conel tumultuoso viaje. La expedición se las tuvoque ver no sólo con los indios hostiles, sinotambién con las adversidades climáticas: lluviasincesantes, tormentas de nieve, calor sofocante...

Al cabo de varios meses de singular marchalos expedicionarios pudieron al fin entrar en el

valle del Aconcagua, donde fueron bien recibidospor los autóctonos. Sin embargo, algunos nativosintegrantes de la columna decidieron desertar,entre ellos el intérprete Felipillo, que tan buenosservicios había prestado años antes a Pizarro. Elperuano intentó levantar a las tribus localescontra los invasores, aunque éstas no quisieroniniciar ataque alguno sobre los extranjeros yFelipillo acabó siendo capturado y ejecutado pororden de Almagro. Los españoles libraron eneste tiempo una batalla frente a los indiosaraucanos que sería la primera de otras muchasen años sucesivos.

Mientras, Almagro no terminaba deencontrar el imperio que presuponía, las tierrasvírgenes exploradas por él no albergaban signosde culturas riquísimas o de colmadosyacimientos minerales, y a ello se añadió lallegada de algunas noticias que aseguraban para elmanchego el gobierno pleno en grandes zonas delPerú. Si además tenemos en cuenta que, a esas

alturas, don Diego padecía con extrema durezalos efectos de una terrible enfermedad venérea,podemos entender al sumar todos los factores ladecisión de regresar a casa sin más, pues enChile poco había de conseguirse que se pudieracomparar con lo que esperaba en Cuzco.

El regreso no fue tan patético como la ida,pues en la marcha inicial la muerte, laenfermedad y el hambre habían acompañado nosólo al grupo principal sino también a lasdiferentes columnas de refuerzo que con horrorcomprobaron cómo, en los pasos andinos, loscadáveres de sus compañeros y de los caballosque se habían perdido en las primeras rutaspermanecían congelados y abiertos por losgrupos que habían acudido en su ayuda, loscuales, tras padecer las mismas calamidades queellos, habían tenido que recurrir al consumo deaquella carne helada, pero al fin y al cabonutritiva. No pocos episodios de pelea entre loshombres hambrientos se dieron por conseguiralguna tajada de los equinos muertos. En

definitiva, una expedición sin resultado aparentey que acabó con las aspiraciones de exploradorde Almagro, quien ahora se mostraba másdeterminado que nunca en rivalizar con Pizarropor el poder en Perú.

Almagro eligió retornar a Cuzco siguiendola línea costera, atravesando el desierto deAtacama, objetivo que se cumplió sin apenasincidentes. En la ciudad de Arequipa lossupervivientes se repusieron durante dieciochodías y, una vez preparados, se dirigieron a Cuzco,ciudad que, para su sorpresa, llevaba siendoasediada casi un año por miles de indiossublevados contra los españoles por Manco Inca.Tras algunos combates sangrientos los nativosfueron diseminados y la revuelta quedómomentáneamente sofocada. Almagro, con sushombres, entró en Cuzco y apresó a HernandoPizarro, quien había soportado el sitio de laciudad. Con este gesto el manchego reivindicó supoder. Todo estaba dispuesto para la primeraguerra civil librada entre españoles en América.

Guerras civiles en Perú

Las llamadas guerras civiles peruanasdeterioraron ostensiblemente la imagen de lafamilia Pizarro. Se extendieron a lo largo dequince años con diferentes capítulos teñidos porla ambición de poseer una riquísima tierra que sehabía conquistado sin apenas esfuerzo bélico porparte de los españoles. Estos hechosobstaculizaron la transculturación peruanaperdiéndose así la oportunidad de un mejorentendimiento entre los dos mundos.

El origen de este episodio, sin duda, loencontramos en la fuerte disputa personal habidaentre Diego de Almagro y Francisco Pizarro. En1537, ambos conquistadores pugnaban sintapujos por el poder en Perú; ni siquiera loslevantamientos indígenas consiguieron unirlesante una causa común. Almagro rompióhostilidades sintiéndose gravemente perjudicadopor lo que él entendió manipulaciones de los

Pizarro en la corte española. Durante meses losintentos de negociación acabaron en cauceestéril y finalmente, el 26 de abril de 1538,almagristas y pizarristas se vieron las caras enLas Salinas, un lugar situado al sur de Cuzco. Elchoque acabó en severa derrota de losalmagristas y con su líder preso por HernandoPizarro, quien lo mandó ejecutar, con elconsentimiento de su hermano, tres meses mástarde. Con esto, terminó de germinar la flor de ladiscordia entre las dos facciones rivales, dandopaso a un interminable litigio que acarreóconsecuencias nefastas para ambos bandos.

En 1539 Francisco Pizarro fue distinguidocon un título nobiliario, el de marqués de laConquista; era el segundo que se concedía enAmérica, tras el marquesado de Oaxaca recibidopor Hernán Cortés. Con este gesto la coronaespañola reconocía a sus dos mejores hombresen la conquista del Nuevo Mundo. No en vanohabían anexionado para el imperio español unainmensidad territorial jamás concebida por reino

alguno. Alcanzada una paz precaria entreespañoles, el gobernador se instaló en Cuzco,desde donde intentó negociar con Manco Incauna paz honrosa. Pero los rebeldes habíanformado su propio reino al abrigo de lasmontañas de Vilcabamba y no estaban dispuestosa entregarse.

Pizarro sofocó personalmente variassublevaciones nativas en los alrededores del lagoTiticaca y en la región de Charcas. Para ampliarla conquista por el norte, envió a su hermanoGonzalo a Quito con el objetivo de buscar el paísde la canela, mientras Hernando se embarcabahacia España para negociar con el emperador loslímites definitivos de su gobierno y explicar lamuerte del adelantado Almagro. En 1540 elveterano extremeño se hallaba de nuevo en Lima.Anciano y muy cansado de guerras, tan sólodeseaba poner orden en su enorme gobernación.Pero Diego de Almagro, el Mozo, hijo mestizode su antiguo socio, junto a los capitanes fieles asu padre, se habían conjurado para la venganza.

Así fue como el domingo 26 de junio de 1541,tras el almuerzo, los almagristas asaltaron elpalacio de gobierno y asesinaron a FranciscoPizarro, quien tras recibir dieciséis estocadastrazó con su propia sangre una cruz en el suelo y,exclamando «Jesús!», falleció. De ese modomurió el hombre que más territorio conquistaseen América, el soldado que más tierras diese a lacorona española.

Más tarde su cuerpo fue enterradodefinitivamente bajo el altar mayor de la catedralde Lima. En 1983 el arqueólogo peruano HugoLudeña descubrió sus restos, que ahora estándepositados en una urna dentro del mismorecinto limeño.

Las guerras del Perú continuaron paradesasosiego de todos. Ésta es su relaciónsintetizada por no ser motivo fundamental de estelibro:

1. Guerra de Chupas (1541-1542) entre elhijo de Almagro y el nuevo gobernador del Perú,

Vaca de Castro. 2. Rebelión de Gonzalo Pizarro(1544-1548) contra la promulgación de lasLeyes Nuevas. Esta rebelión, con derivaciones,comprende cuatro momentos: a) Guerra de Quito(1544-1546), entre el primer virrey del Perú,Núñez de Vela, y Gonzalo Pizarro. Muere elvirrey en Añaquito. b) Guerra de Huarina (1546-1547), entre Gonzalo Pizarro y el conquistadorDiego Centeno, que se le ha rebelado, c) Guerrade Jaquijahuana (1547-1548), entre GonzaloPizarro y Pedro de La Gasea, que llega conplenos poderes como pacificador real. Gonzaloes derrotado y muerto. 3. Insurrección deHernández Girón (1553-1554) contra laAudiencia de Lima.

Al final, la autoridad se impuso y, sobre labase socioeconómica cimentada por losprimeros conquistadores, comenzó a funcionar elvirreinato del Perú.

CAPÍTULO VI

EL DORADO, LACONQUISTA DELTERCER IMPERIO

Por las grandes noticias que en Quito yfuera del yo tuve...; que confirmaban ser laprovincia de la Canela y Laguna del Doradotierra muy poblada y muy rica..., me determinéde ir a conquistar y descubrir porque mecertificaron que destas provincias se habríangrandes tesoros de donde Vuestra Majestadfuese servido y socorrido para los grandesgastos que cada día a Vuestra Majestad se leofrecen en sus reinos.

Carta de Gonzalo Pizarro al emperadorCarlos I, antes de iniciar su expedición en busca

de El Dorado.

Mientras se mantenía en Perú la pugna porel poder entre los seguidores de Pizarro y lospartidarios de Almagro, otros españoles buscabancon ansia nuevas fuentes de oro y riqueza. En esetiempo se multiplicaron los rumores acerca deriquísimos reinos misteriosos situados en elinterior de las actuales Colombia y Venezuela. Lamás tentadora de las leyendas que surgieron fuesin duda la de «El Dorado»: un legendariomonarca del que se decía que cubría su cuerpocon polvo de oro cada mañana para quitárselo enuna laguna sagrada cuando anochecía. Asimismose daba idéntico nombre al supuesto reino delque era cabeza visible y situado en algún lugar dela intrincada Amazonia. Precisamente, losexploradores que buscaron El Dorado navegaronpor primera vez el río Amazonas, descubriendo laparte noroeste de América del Sur. Si bien,muchos pagaron con sus vidas esta increíblefiebre del oro que se adueñó de sus mentes y

corazones.

Francisco de Orellana, eldescubridor del Amazonas

A lo largo de las páginas que integran estaobra hemos comprobado cómo la regiónextremeña surtió a América con no pocosdescubridores y conquistadores. El mismo clande los Pizarro constituye el máximo exponentede esta conexión extremeño-americana. Comosabemos, Francisco Pizarro reclutó en su natalTrujillo a cuantos quisieron acompañarle en suarriesgada aventura, incluidos hermanos yparientes. Entre estos últimos destacósobremanera la figura de un joven llamado a serel descubridor del majestuoso río Amazonas.

Orellana también nació en Trujillo(Cáceres), en 1511. Desconocemos conexactitud cuándo viajó al Nuevo Mundo, aunquedebió de ser muy pronto, pues queda constanciade su presencia en las campañas de Nicaragua en

1527, cuando tan sólo contaba dieciséis años deedad. Después se le pudo ver participando en lasexpediciones de Pedro Alvarado, así como enalgún viaje marítimo por las costas de México yPanamá que buscaba el anhelado paso entre losdos océanos. En 1533 se trasladó a Perú paraalistarse en las huestes de su primo Pizarro yjunto a él libró algunas batallas, como la dePuerto Viejo, donde en marzo de dicho añoperdió un ojo tras la refriega con los indios. En larecién fundada villa se instaló como colono y deesa guisa permanecía cuando la sublevación deManco Inca puso en peligro todo el trabajoconquistador realizado por los españoles, con lasciudades de Cuzco y Lima asediadas por miles deindios. Con presteza, el impetuoso Orellanareclutó una mesnada de pioneros y comprócuantos caballos pudo para ir en socorro de lossitiados.

Una vez en la antigua capital inca y superadala amenaza indígena, se vio envuelto en la guerracivil entre almagristas y pizarristas, tomando

partido por estos últimos, a los que le unían nosólo lazos de sangre sino también de lealtad. En1538 tomó parte en la batalla de Las Salinas ytras la victoria Francisco Pizarro distribuyó entresus mejores capitanes enormes y ricosrepartimentos. A Orellana le tocó el de Culata(actual Ecuador), con la misión de fundar unavilla, orden que cumplió levantando de la ruinaSantiago de Guayaquil. Con ello, San Franciscode Quito pudo gozar de una salida al mar.

Pero, la futura capital ecuatoriana fueabandonada por Sebastián de Belalcázar ydispuesto a ocupar su lugar llegó a la zonaGonzalo Pizarro, el cual tenía además la misiónconcreta de localizar el país de la Canela y depaso El Dorado. En ambos casos los españoles sefiaron de las abundantes narraciones autóctonassobre lugares colmados de especias y de oro, loque provocó cierta ansiedad entre losconquistadores que deseaban apropiarse delpresunto botín y de la gloria que eso supondríaante los suyos. En 1540 el más pendenciero de

los Pizarro llegó a la zona dispuesto a organizarla gran empresa de su vida. Enterado Orellana,acudió a Quito y ofreció sus servicios, acaso untanto aburrido de la vida granjera. En febrero de1541, ya tenían reclutados doscientos veinteespañoles y más de cuatro mil indios, ademásposeían grandes reservas de víveres piaras decerdos y rebaños de llamas, así como bestias detiro y cientos de perros que les acompañarían entan exigente reto.

Un mes más tarde decidieron dar inicio a laaventura distribuyéndose en dos columnas queavanzaron desde puntos distintos. Pizarro comojefe de la expedición por las llanuras andinas,mientras Orellana, convertido en su tenientegeneral, marchó por la selva. La ruta no se violibre de penalidades y, a medida que losexpedicionarios se adentraban por la singularorografía, las adversidades se cebaron en ellos.La columna de Pizarro se vio obligada a vadearcaudalosos ríos, mientras atravesaban selvasfrondosas o ascendían montañas donde el frío

resultaba insoportable. Por ejemplo, en lospáramos helados de Atinsana y Papallactasucumbieron congelados no menos de ciennativos. También los víveres empezaron aescasear y sólo a fuerza de tesón y machetazospudieron al fin llegar al valle de Zumaco, dondese les unió Orellana con veintitrés hombres. Enaquel lugar decidieron fijar un campamento basedesde el que partió Pizarro rumbo a Oriente, yaque se presumía que allí estaba ubicado elfamoso país de la Canela. Pero, después desesenta días de caminata, tan sólo se pudoconstatar la existencia de unos pocos árboles decanela muy desperdigados, con lo que ladesilusión hizo mella entre los conquistadores,que regresaron sin tesoro alguno a Zumaco. Allíesperaba impaciente Orellana, pues, paraentonces, la intendencia estaba a punto deagotarse. Los indios porteadores habíandesaparecido en su casi totalidad, bien pormuerte, bien por deserción. De igual modo,muchos españoles murieron en el empeño, los

cerdos escaparon incontrolados, llamas ycaballos no soportaron los rigores del viaje y,para mayor drama, tampoco se habían obtenidolas riquezas esperadas. ¿Qué se podía hacer?

Los dos conquistadores se reunieron paradilucidar la mejor solución ante semejanteencrucijada. Finalmente siguió pesando el afán deprotagonizar descubrimientos asombrosos y, contal motivo, las cabezas rectoras de aquellaempresa optaron por seguir adelante. En un lugarfluvial próximo bautizado como Ávila del Barco,se realizaron los preparativos necesarios para laconstrucción de un bergantín. Una vez concluidoslos trabajos y fletada con éxito la nave, losexpedicionarios navegaron por el río Cosanga ypor el Coca hasta llegar al Ñapo. Por su orillaizquierda desembocaba el Aguarico y por laderecha, mucho más abajo, el Curaray. Aquí fuedonde el grupo decidió separarse dada laangustiosa situación de verse sin nada quellevarse a la boca. No obstante, algunos indígenasles aseguraron que al sur se encontraba un país

lleno de riquezas y manjares, justo lo que losfamélicos españoles deseaban escuchar, por loque Pizarro comisionó a Orellana y a un puñadode soldados para ir a buscar alimentos a ese lugardel que hablaban los indios. A estas alturas yahabían transcurrido diez meses desde quesalieron de Quito. En el bergantín almacenaronlos objetos más pesados, ropas y valijas de losexpedicionarios, así como los hombres enfermosy unas pocas provisiones. En total sesenta, másque hombres, supervivientes, entre los que seencontraban dos frailes, de los que precisamenteuno de ellos, Gaspar de Carvajal, dejaríatestimonio escrito de tan penoso avatar. Orellanaal despedirse de Pizarro le dijo de forma muysentida que si el barco tardaba en regresar notuviera el mínimo inconveniente en darles porperdidos poniéndose a su vez a salvo sinremordimientos. Esto aconteció en diciembre de1541.

El bergantín zarpó hacia los parajesindicados por los nativos, sin embargo, tras

varios días de navegación no habían encontradonada en absoluto, ni siquiera un humilde pobladoque les pudiera abastecer de comida. En realidad,ignoraban hacia dónde se dirigían, aunque yaintuían que el regreso sería imposible, por lo quedecidieron analizar la precaria situación en la quese jugaban nada menos que sus propias vidas.Finalmente se decidió por consenso seguiradelante. Pasaron más jornadas, los tripulantesllegaron a comer cualquier cosa, incluido elcuero de sus cinturones o zapatos. La hambrunaera tan grave que hasta los sacerdotes ofrecieronla escasa harina que les quedaba paraconfeccionar hostias sagradas, lo que apenaspudo paliar el delicado trance.

Finalmente ocurrió un milagro: era el 1 deenero de 1542 y en dicha fecha los aventureroscreyeron escuchar un sonido que se les antojócelestial. En efecto, primero débilmente y mástarde claro y rotundo llegó hasta ellos el sonidode unos tambores tribales. Aquello suponía sinduda su salvación; dos días más tarde los

esqueléticos españoles contactaban con elpoblado de Apaña. En él pudieron saciar elhambre y descansar.

Una vez repuestos Orellana tomó posesiónde aquellas tierras en nombre del gobernadorGonzalo Pizarro y se aprestó para recopilarprovisiones, pues no olvidaba la misiónfundamental de su viaje, y ésta consistía en ir asocorrer a su jefe y proseguir juntos la rutaprevista. Empero, sus hombres parecieron opinaruna cosa bien distinta, pues una vez llegados allídeseaban continuar hacia el imaginario país delque se referían tantas bondades. Orellana,confuso ante la actitud de sus subordinados, semostró dubitativo durante un tiempo, pero,finalmente, entendió que el regreso podíasuponer un hecho tan lamentable como la ida yque quizá no tuvieran tanta suerte como hasta esemomento. Esta decisión del conquistadorextremeño ha pasado a la historia como «latraición de Orellana», si bien en mi modestaopinión cualquier opción elegida en aquel

momento desesperado debe obtener nuestracomprensión.

En consecuencia, Orellana amenazado por elpresunto motín de sus hombres, dio su vistobueno a reemprender la marcha; para entoncesquedaban cuarenta y ocho supervivientes y unbergantín en pésimo estado, por lo que seconstruyó en cuarenta y un días un segundo navíoen el que se repartieron cargas y tripulantes. Losbuques fueron bautizados con los nombres deSan Pedro y Victoria y con ellos losexpedicionarios se echaron al río rumbo a lodesconocido. El 12 febrero de 1542 los navíosentraron en el Amazonas y surcaron sus aguasdurante semanas, enfrentándose a los múltiplespeligros con los que se iban encontrando. Losindios amenazaban constantemente y cadaterritorio dominado por tal o cual cacique losrecibía con suma hostilidad. Era frecuente vernativos gritándoles desde las orillas o desdecanoas que se acercaban para lanzar las temiblesflechas envenenadas que tantos muertos causaron

en la tripulación española.En mayo los expedicionarios se encontraban

otra vez sin víveres, por lo que se vieronobligados a perpetrar un ataque contra el pobladodirigido por el cacique Machifaro. Tras una cruelrefriega los europeos consiguieron fruta y unasenormes tortugas que, no sin dificultad, subierona bordo de los bergantines. Con estos alimentospudieron aguantar algún tiempo más, en el quesostuvieron luchas terribles con tribus como lospaguanas o los omaguas. Finalmente el sábado 3de junio de 1542 Orellana y los suyospercibieron como una fuerza extraña les impelíahacia un lugar concreto, habían contactado con elpoderoso río Negro. Cinco días más tardepudieron descansar dejando atrás ladesembocadura del Madeira en el Amazonas y,poco después, la del Tapajoz.

Pero se reanudaron los ataques indios y estavez con absoluta virulencia pues eran muyagresivos y numerosos. Las flechas envenenadassurcaron los aires para clavarse en la madera de

los bergantines o en los cuerpos de losaventureros. Los españoles se percataron de queentre los atacantes se encontraban tambiénmujeres guerreras, que les disparaban flechas congran precisión: serían las posteriormentebautizadas como «amazonas». Según algunosinvestigadores, darán nombre al río exploradopor Francisco de Orellana; si bien otrossospechan que el nombre podría provenir de lapalabra india amassona, que significa «barcohundido». En todo caso, los cronistas españolesidentificaron a estas mujeres con las famosasluchadoras griegas y de ahí el nombre por el queconocemos este abrumador río que fluye en sumayor parte por Brasil y que figura como elmayor del mundo en términos de captación deagua, número de afluentes y volumen de aguadescargada. Con sus seis mil doscientos setenta ycinco kilómetros de longitud, es el segundocauce fluvial más largo del planeta, después delNilo. Asimismo los cientos de afluentes quenutren al Amazonas recogen las aguas de una

cuenca de más de seis millones de kilómetroscuadrados, la mitad de Brasil y el resto repartidoentre Perú, Ecuador, Bolivia y Venezuela. Seestima que el Amazonas descarga entre treinta ycuatro y ciento veintiún millones de litros deagua por segundo y deposita, diariamente, unostres millones de toneladas de sedimentos cercade su desembocadura. Los aportes anuales del ríosuman una quinta parte de toda el agua dulce quedesemboca en los océanos del planeta. Lacantidad de agua y de sedimentos aportados estan enorme que la salinidad y el color del océanoAtlántico se ven alterados hasta una distancia deunos trescientos veinte kilómetros desde la bocadel río. Como es obvio, Orellana desconocíaestos datos, incluso ignoraba que había sido elprimer europeo en transitar por las aguas de esteprodigio de la naturaleza.

Al fin los bergantines recibieron lasprimeras señales de las mareas atlánticas, justoen el momento en el que un exhausto GonzaloPizarro entraba en Quito al mando de ochenta

cadavéricos soldados. Orellana, ajeno a esto, seinternó el 24 de agosto de 1542 en el océanoAtlántico con sus cascarones.

Durante días se mantuvieron a merced delclima; no poseían anclas, brújulas, cartasnáuticas, ni pilotos que pudiesen guiarles a buenpuerto. Una tormenta separó a los dos barcos ycada uno temió por la suerte del otro. Pero eldios de la aventura se apiadó de estos valerososhombres y obró el milagro de su salvaciónconduciéndoles a los territorios de Nueva Cádiz(actual Venezuela), donde se reunieron el 11 deseptiembre de 1542.

Concluida la proeza que suponía haber sidoel primer hombre que cruzó el continenteamericano navegando por el Amazonas,Francisco de Orellana viajó a España parareivindicar su gloria y de paso justificarse porhaber abandonado a su jefe en una situaciónlímite. Su narración convenció al Consejo deIndias, que no sólo le absolvió de su presuntodelito, sino que le concedió el título de

adelantado de Nueva Andalucía, nombredesignado para las latitudes exploradas por elextremeño.

Así, en mayo de 1545, el flamantegobernador salió de Sanlúcar al mando de unagran flota, dispuesto a tomar posesión de sucargo. Lo acompañaba su mujer, doña Ana deAyala, y muchos colonos dispuestos a radicarseen aquella tierra de promisión. Orellana teníaintención de hacer el camino inverso, consistenteen penetrar por la desembocadura del Amazonasy remontar el río. Pero la empresa fracasó, nadiesobrevivió y las riberas salvajes del río se fuerontragando poco a poco a los expedicionarios.Enfermo, perdido y viudo, Orellana murió en elinterior del Amazonas en noviembre de 1546:tenía tan sólo treinta y cinco años de edad,aunque su brillante expediente explorador lesupuso un lugar de honor en la epopeyaamericana.

A decir verdad, el testimonio y valía detantos esforzados abrieron rutas hasta entonces

insospechadas y el majestuoso río americano,cuyas aguas navegó Orellana, se convirtió enfrontera misteriosa de algo ignoto pero que losmás arriesgados intuían lo suficientementevalioso como para dejarse en el empeño vidas ypatrimonio. Acaso una de las más singularesgestas de las que se dieron en estos lares fue laprotagonizada por Gonzalo Jiménez de Quesada,artífice de una hazaña propia de Cortés o Pizarro,nada menos que la conquista del Tercer Imperioamericano.

Gonzalo Jiménez de Quesada, labúsqueda del Reino del Oro

La empresa encabezada por esteconquistador quedó oscurecida por los siglos,debido, en buena parte, a que dadas lascircunstancias, no brilló ni quedó ensalzadacomo bien hubiera merecido en aquella época tanconfusa. No obstante, hoy en día nadie discuteque fue un logro digno de recibir grandesreconocimientos y que el papel desempeñado poreste soñador supuso un innegable aporte degrandeza al luminoso imperio español.

Jiménez de Quesada nació en Córdoba en1509 y siendo muy joven se trasladó a Granada,donde su padre trabajaba como juez impartiendojusticia entre los moriscos. Más tarde fortaleciósu adolescencia sirviendo en los ejércitosespañoles que luchaban por Europa. Aunque,finalmente, se decantó por la vocación jurídica y

completó sus estudios de Leyes en Salamanca,para acabar nuevamente en Granada, dondeejerció su oficio hasta que en 1535 fuenombrado justicia mayor de la expedicióncapitaneada por Pedro Fernández de Lugo, quiense aprestaba a viajar hacia la colombiana ciudadde Santa Marta, con el cargo de gobernador. Ennoviembre de ese mismo año una flotacompuesta por dieciocho naves con milquinientos soldados, colonos y tripulanteszarpaba de Canarias con la pretensión de aseguraraún más el dominio español en aquel territoriodenominado Nueva Granada. La escuadra arribó alas costas colombianas un par de meses mástarde, encontrándose un panorama desoladorentre los pobladores, dado que estabandiezmados por las enfermedades y sin dirigentesque tuviesen ideas claras sobre cómo afrontar elterrible desasosiego que se había instalado en losmoradores. Fernández de Lugo trajo, no sóloesperanza, sino también la serenidad suficientepara proseguir la colonización por aquellos

territorios tan bellos como hostiles para lospioneros.

A las pocas semanas de su llegada se impusola necesidad de avanzar por el cercano ríoMagdalena hacia las zonas donde se presumía laexistencia de grandes y fértiles reinos llenos deoro y abundantes materias primas. Era el sueñopor el que tantos españoles habían surcado lasaguas atlánticas y, en aquellos años donde todoestaba pendiente de ser conquistado o explorado,el hábil gobernador no quiso atar en corto a losimpetuosos aventureros que exigíanexpediciones rumbo al oropel. El propio Jiménezde Quesada animó a su jefe para que éste leconcediera el mando de una columna que viajaseal interior, precisamente donde los astutos indiosles aseguraban la existencia de la justificación asu locura.

El 5 de abril de 1536 Quesada, en compañíade unos setecientos cincuenta hombres, partió deSanta Marta en busca de su particular El Dorado.El cauce del Magdalena le indicó la ruta a seguir

y por ella avanzó con la ayuda de algunosbergantines, mientras que el grueso de su tropacaminaba por las riberas del imponente ríoamericano. Las dificultades de la singladurafueron tan extremas como penosas: intentos demotín, clima adverso, hundimiento de casi todoslos barcos excepto dos. En definitiva,circunstancias que invitaban sin demora alabandono de la empresa.

Fue aquí, sin embargo, cuando afloró elgenio de Quesada y sus dotes para el mando ensituaciones apuradas, y a pesar de haber perdidocientos de efectivos, el capitán españolenardeció el ánimo de la columna con lasacostumbradas promesas de riqueza una vez queculminara con éxito aquella misión casi suicida.Los expedicionarios prosiguieron la travesía deforma muy lenta, dado que la espesura ofrecidapor la selva impedía un buen ritmo de marcha.Para mayor calamidad, los abastecimientos quedebían llegar desde Santa Marta no afluyeron dela manera esperada, pues la zozobra de casi todas

las naves enviadas por Fernández de Lugo tansólo permitió que dos bergantines se unieran aotros tantos supervivientes, lo que se tradujo enuna evidente escasez de pertrechos y víveres paraun ejército cada vez menos numeroso,compuesto por hombres famélicos, puesto que, alos pocos meses de iniciada la aventura, tan sóloquedaban unos doscientos efectivos de laorgullosa comitiva que había salido de SantaMarta.

Finalmente, sin abandonar el Magdalena,Jiménez de Quesada se encontró con indicios deuna cultura aborigen muy superior a las hasta esemomento conocidas. Se trataba de los chibchas,indios que vivían en las altas mesetas de losAndes colombianos centrales. Los chibchastenían una civilización avanzada, con templos depiedra, estatuas y una metalurgia del oro muyrefinada, aunque a cierta distancia de los mayas,aztecas e incas. Trabajaban el oro, extraíanesmeraldas, fabricaban objetos de loza, cestería ytejían paños ligeros. El suyo iba a ser el último

reino de gran riqueza descubierto por losespañoles en América del Sur.

A principios de 1537, Quesada y los suyosavanzaban sobre las tierras altas pobladas porchibchas, que se encontraban por entoncesdivididos en cinco estados principales: Guanenla,al norte, en la meseta de Jerida, con un soberanollamado de igual modo; Sogamoso, en Iraca, cuyojefe era el Sogamuxi; al este, Tundama, regidopor un rey del mismo nombre. En el centro,Tunja, gobernado por el Zaque, cuyo poderllegaba hasta Vélez y Jamondoco; y Bogotá,poblado por los bogotaes, y regido por el Zipa,quien residía unas veces en Bacatá (Bogotá) yotras en Funzha (Muequetá). Este último era, sinlugar a dudas, el más poderoso de los chibchas,pues controlaba las dos quintas partes de la actualColombia y ambicionaba anexionarse los otrosestados que, por otra parte, estaban inmersos enpleno feudalismo y se debatían en luchasintestinas.

En aquel momento crucial, Quesada intuyó

con certitud que había llegado su granoportunidad y, al igual que Cortés o Pizarro,renunció al cargo de adelantado pidiendo a sushombres que eligieran un capitán general,distinción que obviamente recayó en él mismo,lo que le concedía de facto independencia conrespecto a la gobernación de Santa Marta.Quesada sospechó con fundamento que lasdisensiones indígenas le podrían beneficiar en suarriesgado empeño, aunque, a decir verdad, elestado de su tropa era más que lamentable. Porentonces, apenas le quedaban en pie cientosesenta y seis hombres con armas absolutamentedeterioradas a causa de la herrumbre y delexcesivo uso.

En consecuencia, el desarbolado ejércitotuvo que asumir el empleo de las tradicionalesarmas indígenas y con ellas lanzarse a unaconquista homologa, en la práctica, a la de susantecesores Cortés y Pizarro. Durante dos añoslos españoles avanzaron por las mesetascolombianas recibiendo los terribles ataques

lanzados por las tribus autóctonas. En ese tiempofundaron ciudades como Vélez (enero de 1537) ydieron nombre a hermosos y fértiles valles comoel de los Alcaceres. Acaso, en este periodo laprincipal oposición nativa fue la del ZipaTisquesusa, un poderoso cacique dispuesto aresistir a ultranza ante la invasión extranjera.Durante meses, españoles e indiosprotagonizaron diferentes combates en los que elelemento nativo ofrendó, muy a su pesar, grandesríos de sangre.

Al fin los núcleos de resistencia aborigenfueron vencidos por los españoles y los grandescaciques locales tuvieron que pagar incluso conla muerte la costosa presencia extranjera en sustierras. Tras su apabullante victoria, Quesada sóloquería viajar a España, dispuesto a reclamar elhonor de su triunfo ente las Cortes de Indias.Empero, algo le hizo contenerse por elmomento, y es que tuvo noticias sobre la marchade dos columnas hacia sus recién adquiridasposesiones. En una de ellas venía Sebastián de

Belalcázar, el fundador de Quito, quien, advertidode las riquezas colombianas, quería tomar suparte en el festín.

En el segundo contingente se encontrabaNicolás Federmann, un hombre de negociosalemán metido a conquistador por mor de losacontecimientos y que llegaba desde losterritorios venezolanos. La situación deFedermann era precaria hasta el más absolutopatetismo. Sus hombres, agotados y hambrientos,más parecían un grupo de mendigos que otracosa, mientras que la tropa de Belalcázar, hombrecurtido y avezado en cuestiones expedicionarias,exhibía un mejor aspecto.

Sea como fuere, Quesada desconfió de losdos visitantes y decidió pactar con ellos porcualquier eventualidad que pudiese surgir. Paramayor constatación de la presencia española enla futura Colombia, se fundó Santa Fe de Bogotá,el 6 de agosto de 1538. Según se cuenta, lostestigos principales del nacimiento de la villafueron estos tres capitanes, aunque en recientes

investigaciones históricas se advierte que lainscripción jurídica de la villa se realizó el 27 deabril de 1539, con la única presencia de Quesaday Federmann, a los que más tarde se unióBelalcázar.

Estaba claro que los caudillos españolespretendían la misma gloria en aquella empresa,por lo que Quesada, auténtico artífice de laconquista, enarboló una vez más sus dotesdiplomáticas para llegar al mejor acuerdo posibleentre aquellas huestes dispuestas a todo, ydespués de interminables conversaciones,pudieron rubricar una suerte de resoluciones quese aceptaron con mayor o menor agrado. Losacuerdos pasaban por que ninguno de los trescapitanes se alzara como jefe de los demás;asimismo los tres marcharían a España a dirimirel problema, mientras que en Santa Fe sequedaría como máximo responsable HernandoPérez, el hermanastro de Quesada.

Elegido el Cabildo, y habiendo repartido lasencomiendas siguiendo la división chibcha de

provincias y cacicazgos, el 12 de mayo de 1539partieron de Santa Fe los tres capitanes, losoficiales reales y treinta soldados, río Magdalenaabajo. El 5 de junio entraron en Cartagena deIndias, y el 8 de julio se embarcaron para España,llegando en noviembre a Sanlúcar de Barrameda.

En 1541 el propio Hernando iniciaría por sucuenta una alucinada búsqueda de El Dorado que,por supuesto, no culminó en éxito y en cambioderivó en una absoluta catástrofe.Posteriormente llegó como gobernador AlonsoLuis Fernández de Lugo, hijo del fallecido PedroFernández de Lugo, que entró en la población deVélez en 1542 con el ánimo no sólo de poblar,sino también de obtener la máxima riqueza enaquella tierra de promisión. Era hombre soberbioy arbitrario, y estos feroces defectos fueron losque descargó sobre los Quesada para expulsarlosde Nueva Granada.

En 1544 Fernández de Lugo quedaba fuerade juego y su puesto era asumido de formainterina por Pedro de Ursúa, a instancias del

visitador real Miguel Díaz de Armendáriz, elmismo que al fin ocupó definitivamente lagobernación de Nueva Granada dos años mástarde. Armendáriz publicó solemnemente lasLeyes Nuevas y despachó varias expediciones ala Sierra Nevada del Norte, lugar en el que sepresumían, a tenor de las informaciones indias,grandes riquezas.

En la zona habitaban los indios chirateros ylos españoles realizaron fundaciones como lavilla de Pamplona, plaza en la que se instalóPedro de Ursúa tras combatir con éxito laresistencia de los naturales. En 1549 el territorioya gozaba de un tejido social lo suficientementeconsistente para crear Audiencia propia, asuntoque se concretó ese mismo año en Santa Fe.

Pero ¿qué había pasado mientras tanto conGonzalo Jiménez de Quesada y sus forzosossocios? Como ya sabemos, viajó en compañía deFedermann y Belalcázar a la corte españoladispuesto a reivindicar su papel en la conquistade Nueva Granada. En noviembre de 1539 se

presentaron los litigantes ante la Asamblea, peropara entonces ya había sido elegido comogobernador Alonso Luis Fernández de Lugo, porlo que Quesada y los otros quedaron de unplumazo al margen de cualquier petición. Enocasiones, la vida es tremendamente injusta y enesta oportunidad, en verdad, lo fue, pues a nadiemás que a Quesada le cupo el mérito de aquellahazaña que en principio le negaron.

En cuanto a Nicolás Federmann, quientambién deseaba ser partícipe en eldescubrimiento de El Dorado, diremos que notuvo mucha suerte, pues una vez en la Penínsulatuvo que pelear judicialmente con los Welser,poderosa familia que había financiado el viaje delalemán en 1535 y que ahora le pedía cuentas porla falta de resultados. Federmann dio con sushuesos en la cárcel de Valladolid, donde fallecióen 1542.

Por su parte Belalcázar tuvo mejor fortuna yobtuvo el cargo de adelantado y gobernador enPopayán, dados los evidentes méritos contraídos

en años anteriores. No olvidemos que estecélebre conquistador también buscó El1 Doradoen 1536 en una expedición durante la cual fundólas ciudades de Cali y Popayán (situadas ambasen la actual Colombia). Regresó a las Indias en1540 con su flamante nombramiento yrestableció el orden en su territorio: mandóapresar a Pascual de Andagoya, que se habíaautoproclamado gobernador de Cali, y a Aldana,que había hecho lo mismo en Popayán. En 1542pasó al Perú para socorrer al gobernador de eseterritorio, Cristóbal Vaca de Castro. Tres añosmás tarde intervino con una dotación decuatrocientos hombres al lado del primer virreydel Perú, Blasco Núñez Vela, para imponer laautoridad de éste contra las pretensiones deGonzalo Pizarro.

Belalcázar luchó en enero de 1546 contra elhermano de Pizarro en la batalla de Iñaquito, en laque resultó herido y cayó prisionero. Puesto enlibertad, volvió a su gobernación y tuvo queenfrentarse a Jorge Robledo, antiguo teniente

suyo, que pretendía la posesión de las tierrasconquistadas en Antioquia (en la zonanoroccidental de la actual Colombia). VencidoRobledo, Belalcázar le condenó a muerte. Pocodespués recibió una requisitoria que solicitaba supropio procesamiento al acusarle tanto de losabusos cometidos por sus subordinados como dela muerte de Robledo. Cuando en 1551 preparabael viaje a España para defenderse, le sorprendióla muerte en Cartagena de Indias.

En cuanto a Jiménez de Quesada, diremosque, hastiado de tanta burocracia, se dedicó aviajar como renacentista por el viejo continente.Fueron nueve años en los que dilapidó su fortunahasta las últimas monedas. Una vez de regreso aEspaña, volvió a sentir la llamada de Américadebido, en buena parte, a las incesantes historiasque circulaban en la península Ibérica sobre ElDorado que él tanto había conocido. Erantiempos de fiebre aurífera, lo que provocaba unconstante goteo migratorio hacia América, yQuesada no quiso perder ocasión de volver a

exigir sus derechos sobre Nueva Granada, aunquelo cierto es que el Consejo de Indias permanecióinflexible ante las demandas del veteranoconquistador, recordándole de paso el capítulopoco honorable acerca del trato injusto sufridopor el Zipa Tisquesusa e implicandodirectamente al cordobés en la muerte del jefeindígena. A estas alturas, el desolado Quesada nodisfrutaba de ningún reconocimiento oficial porsu gesta. En la propia Nueva Granada se le habíaabierto años antes un juicio de residencia y ahoraen España se le imponía una severa multa por susactuaciones en América, así como la orden de noacercarse a las Indias durante un año. Noobstante, el andaluz era de natural testarudo ydecidió, sin poco más que perder, perseverar enel empeño de regresar a la tierra por élconquistada, para en ella recibir las distincionesque sin duda le pertenecían. Y a fe que loconsiguió, pues con el tiempo le reconocieron suvalía otorgándole el cargo honorífico de mariscalen Nueva Granada con el privilegio de regidor

perpetuo en Santa Fe de Bogotá. A esto se añadíauna discreta asignación anual de cinco milducados. El conjunto de cargos rehabilitaba alviejo aventurero y le devolvía a su teatro deoperaciones, lugar en el que hizo acto depresencia cuando corría el año de 1561, justo enel momento en el que un alucinado puso enpeligro la estabilidad de Nueva Granada.

El loco Aguirre

La crónica que rodeó a la interminablebúsqueda de El Dorado estuvo jalonada porepisodios dignos del más vivido surrealismo.Como ya hemos dicho, decenas de expedicionesfueron engullidas por la espesura selvática, aambas márgenes del río Amazonas, y miles dehombres sucumbieron sin ni siquiera atisbarvestigio alguno de aquel reino cubierto por lasbrumas de las leyendas del oro.

Acaso, el episodio más singular loprotagonizó el desvarío de una mentedistorsionada y teñida de pinceladas propias deuna psicopatología. Lope de Aguirre nació enOñate (Guipúzcoa) en 1516, si bien algunosinvestigadores creen que el año de su nacimientopudo ser 1511. A edad temprana viajó a Sevilladispuesto a embarcarse en cualquier flota quezarpase rumbo a las Indias. En 1534 seencontraba en Cartagena de Indias (Colombia)

como soldado raso al servicio de la corona.Cuatro años después participó en las guerras

civiles peruanas en el ejército del oidor Vaca deCastro, que combatía a las fuerzas almagristas.Asimismo, luchó en los ejércitos reales de losvirreyes Blasco Núñez de Vela y Pedro la Gaseahasta terminar con la sublevación de GonzaloPizarro. Estuvo involucrado en el oscuroasesinato del corregidor de Charcas (1553), porlo que fue condenado a muerte, aunquefinalmente resultó indultado.

En 1559 se unió a la expedición que elvirrey Andrés Hurtado de Mendoza habíaorganizado con el propósito fundamental delocalizar el mítico El Dorado. Y además teníaotra finalidad secundaria, no menos importante,pues pretendía con esta misión desembarazarsede sus capitanes más molestos, temidos ycrueles. La columna a cuyo mando se encontrabaPedro de Ursúa debía remontar el río Marañón,por lo que el famoso viaje fue conocidoposteriormente con el nombre de los

«marañones». Ursúa mostró de inmediato unaacusada indolencia por los avatares de laaventura, más bien, lo que le preocupabaobsesivamente era su bella amante Inés deAtienza, que le acompañaba en la arriesgadaempresa. Pronto las disidencias anidaron enaquella funesta comitiva y se proclamaronalgunos intentos de motín siempre bajo lasintrigas de Aguirre. En el periplo se hundieronalgunas balsas, se ajustició a diversos cabecillasde los descontentos, con lo que el clima deterror se extendió augurando un trágico final.

El 1 de enero de 1561 Pedro de Ursúa fueasesinado por los seguidores de Aguirre; éste, enun arrebato de soberbia, se proclamó capitán dela expedición concediéndose el título de«maestro de campo», y así, aunque no habíapasado de sargento en el escalafón, se convertíaen oficial de altísima graduación para dirigir unahueste de locos y asustados hacia el propioinfierno.

En aquella farsa gestada por el vasco, no

faltaron actores que realzasen la comedia. Unode ellos, el capitán Fernando de Guzmán, fueelegido rey títere de los marañones, aunque elhonor del cargo le duró poco, pues semanas mástarde fue asesinado por el propio Aguirre. Deigual modo se ejecutó miserablemente a Inés deAtienza y a cuantos se le iba antojando a esteasesino en serie. Su enajenación le hizo ademásescribir cartas al rey Felipe II con el tratamientode iguales, dado que para entonces Aguirre ya secreía rey independiente de España en el NuevoMundo, con la ambición de tomar por las armasel Perú y cuantos territorios se le opusiesen.

La expedición navegó durante meses por elrío Amazonas, sembrando de guerra ydestrucción sus riberas, hasta que por findesembocó en aguas atlánticas —allí donde losbergantines, como sus movimientos, se limitaban—, lo que provocó el abandono a su suerte deciento setenta indios que integraban lastripulaciones de las naves marañonas. El 20 dejulio de 1561 Aguirre y los suyos desembarcaron

en la isla Margarita (hoy perteneciente aVenezuela), donde una vez más sembraron elterror y dejaron tras de sí más de cincuentamuertos entre los lugareños.

A esas alturas, las noticias de los sublevadosya habían llegado a diferentes puntos de la costacolombiana y a las Antillas, por lo que lasautoridades se dispusieron a contrarrestar losdesmanes del desquiciado caudillo y enviaronnavíos y tropas a su encuentro. El mismoJiménez de Quesada, recién llegado a NuevaGranada, preparó un contingente militar paraenfrentarse a los marañones, pero, finalmente, nofue preciso el enfrentamiento pues los escasosleales que quedaban en torno al sargento conínfulas de rey desertaron con la prisa de los quese lleva el diablo.

Solo y absolutamente enajenado, Aguirre sevio ante sus enemigos con la única compañía desu hija mestiza Elvira, a la que cosió a puñaladasel 27 de octubre de 1561 para, según él, evitar«que sirviera de colchón a bellacos». Dos

arcabuzazos acabaron con la vida de estesiniestro personaje fruto de aquellos tiemposfebriles y avariciosos. Su cuerpo fuedesmembrado y exhibido, mientras que su cabezafue enjaulada para ser enviada a Tocuyo, ciudaddonde quedó expuesta a los curiosos. Más tardeLope de Aguirre fue juzgado post mortem bajolas acusaciones de rebeldía y amotinamiento.Una vez disuelto el problema generado por «elloco del Amazonas», la tranquilidad regresó a lascolonias de Nueva Granada.

El mariscal que quiso ser marqués

En esta década de los sesenta del siglo XVI,Jiménez de Quesada mantuvo intactos sus sueñosde grandeza a pesar del evidente aislamientosocial al que era sometido por parte de losprebostes colombianos. Aun así, el veteranoconquistador suspiraba por la obtención deltercer marquesado concedido en Indias, y locierto es que tenía argumentos de sobra parareivindicar dicho título. Hernán Cortés había sidomarqués de Oaxaca gracias a la conquista deNueva España, Francisco Pizarro fue marqués dela Conquista por la anexión del imperio inca.¿Por qué no podía él ser noble? ¿Acaso no habíaconquistado el tercer imperio de América?

El mito de El Dorado flotaba en el ambientede Bogotá tan fresco como cuando se conocióaños antes, y muchos de aquellos pionerosdesprovistos de fortuna se aglutinaron en torno almariscal dispuestos a emprender bajo su mando

nuevas aventuras que los condujeran al Reino delOro. En 1569 se dieron las circunstanciasprecisas para que Quesada consiguiera unacapitulación en la Audiencia de Bogotá y al finpudo armar una expedición con el propósito dealcanzar la zona donde presuntamente semantenía virgen el ámbito de sus anhelos. Si seculminaba con éxito esta aventura, lasautoridades habían prometido en lascapitulaciones que el camino del viejo andaluzhacia el marquesado quedaría franco, y no sóloeso sino que también sería hereditario para sudescendencia.

La columna organizada por el mariscal erade cierta importancia para la época. En ella seintegraban trescientos jinetes, mil infantes y milquinientos indios porteadores a los queacompañaban grandes rebaños de ganado, muías ybastimentos suficientes para varios meses deexpedición. En febrero de 1569 partieron deSanta Fe rumbo a El Dorado; lo que ignorabanpor entonces es que aquella misión se

prolongaría tres años y que acabaría en absolutofracaso.

En este tiempo las marchas fueron muyexigentes por territorios hostiles y cuajados detrampas naturales. Inviernos duros, climatologíasextremas y el ataque incesante de tribus muybelicosas que vendían caro cada metro ganadopor unos españoles en cuyas filas se incubaban,no sólo la sedición, sino también las fiebres, elhambre y la desolación, pues el mítico Reino delOro no aparecía nunca en el horizonte. Losporteadores morían o escapaban, los soldadoscaían al suelo víctimas del agotamiento extremo,las provisiones se agotaron y, como hemosdicho, al cabo de tres penosos años Quesadaabandonó su entusiasmo inicial para dar la ordende regreso sin nada en las bolsas.

La entrada de los expedicionarios en Bogotáfue lamentable. De los mil trescientos hombresblancos quedaban tan sólo sesenta y cuatro; másgrave aún fue el regreso de los indiosporteadores, dado que de los mil quinientos que

partieron regresaron únicamente cuatro.Asimismo, de los mil cien caballos y muíasutilizados en la empresa sobrevivieron dieciocho.Todo ello supuso para el mariscal un rotundogolpe, no sólo a su imagen y pretensionesaristocráticas, sino también a sus arcas, pues deellas desembolsó los doscientos mil pesos deoro que había costado aquella alocada aventura.

Cansado por el trajín de una emocionantevida, el anciano Quesada se retiró a su casona deSuesca para dedicar los últimos años de suexistencia a la literatura. Y, en ese sentido, cabecomentar que dejó escritas algunas obras comolas hoy perdidas Antijovio y Sermones, así comootras en las que relató su peripecia conquistadoraen Nueva Granada (Ratos de Suesca y Epitomede la conquista del Nuevo Reino de Granada).

A pesar de todo, Jiménez de Quesada siguiópreparándose para el reto de descubrir ElDorado, pero enfermó de lepra, lo que le obligó aun forzoso retiro en la ciudad de Mariquita,donde falleció en 1579, a los setenta años de

edad. Sus restos mortales reposan en laactualidad en la catedral de Santa Fe de Bogotá.

Antonio de la Hoz Berrio, el fin delsueño

Tras la muerte de Quesada los rumoressobre el mítico Reino del Oro siguieronalimentando la esperanza de un sinfín deemprendedores fascinados por el supuestotesoro indio. Uno de ellos, Antonio de la HozBerrio, fue el siguiente en incorporarse a la listade buscadores. Nacido en 1520, orientó suvocación hacia la carrera de las armas y comosoldado participó en diferentes campañasacreditando su valor en Siena, Flandes, Alemaniay en el Mediterráneo.

Por sus méritos se le concedió lagobernación en España de las Alpujarras y cuandopensaba en disfrutar de un apacible retiro, pues yahabía cumplido sesenta años de edad, le llegó lagran oportunidad de su vida con el fallecimientode Gonzalo Jiménez de Quesada. Berrio estaba

casado con una sobrina del mariscal andaluz,única heredera de sus bienes y títulos. Ellollevaba implícito que si, como hemos referido,algún heredero de Quesada descubría El Dorado,podía asumir, según lo dispuesto con la corona,el tercer marquesado de América, acuerdo queenvalentonó al veterano militar.

Antonio de la Hoz Berrio marchó así,gozoso, a las Indias en 1580, con unagobernación que dirigir y con derecho aconquistar los territorios comprendidos entre losríos Amazonas y Orinoco. Nada más arribar aAmérica, Berrio se empleó a fondo en la difíciltarea de encontrar El Dorado y no cesó depertrechar expediciones rumbo al enigmáticoreino amazónico. En total realizó tres viajes enbusca de El Dorado, y un cuarto en el que noparticipó directamente.

El primero, en 1580, se prolongó diecisietemeses y sólo le sirvió para establecer contactocon algunas tribus del Orinoco. El siguienteconstituyó una locura que duró más de dos años

en la selva amazónica, donde recibióinformaciones contradictorias de los indiossobre minas fabulosas, reinos y ciudades doradas,sin ningún fundamento.

En 1587, un español llamado Juan Martínezsalió vacilante de las junglas de Guayana, hoyVenezuela, medio muerto por la fiebre. Deliróacerca de una increíble aventura ante lossoldados que encontró. Martínez afirmaba quediez años antes, en el curso de una expediciónmilitar española de exploración, había sidocapturado por un grupo de indios. Le habíanllevado a una ciudad fabulosa que él llamóManoa. Dijo que se trataba de una capital perdidade los incas, la ciudad de El Dorado, el Reino delOro. Dentro de los muros de la ciudad, afirmaba,había templos, aceras de oro y jardines llenos derelucientes helechos y hierbas, todo ellodelicadamente elaborado con el precioso metal.El español refirió cómo el rey y sus cortesanosse untaban con aceite y polvo de oro antes deasistir a los tribunales. Martínez dijo que al fin

había sido liberado por sus captores y dejado enla jungla con los ojos vendados. Le habíancargado de regalos de oro. Pero, afirmaba, mástarde había sido atracado por otros indios, éstoshostiles. Le habían robado todo excepto algunosdijes. Ello explicaba por qué, cuando volvió alcampamento, tenía pocas pruebas de suasombrosa aventura.

Sea como fuere, esta narración sirvió deacicate para los creyentes en la leyenda y más siéstos deambulaban por las ciudades europeas sinmayor patrimonio que lo puesto y poco más, conlo que miles de buscavidas hicieron cola en lospuertos de Europa, dispuestos a jugarse la vidacon tal de acercarse a las increíbles fortunas delas que tanto se hablaba en cortes, plazas ytabernas del viejo continente.

Berrio, que se encontraba a la vanguardia delos soñadores, obviamente no quisodesaprovechar esa posición de ventaja y seaprestó a organizar una nueva expedición. Asíllegó su tercer viaje, que se inició en 1590. En

esta ocasión reclutó a ciento veinte hombres conlos que descendió el Orinoco, la mitad de ellosen canoas y la otra mitad por tierra, acompañadosde doscientos caballos.

Durante un año trataron de encontrar unpaso por las montañas, mas la estación de laslluvias los retuvo en las anegadas orillas delOrinoco. Luego, la peste y las desercionesdiezmaron a sus hombres. Harto de abandonos ypara acabar con cualquier posibilidad de vueltaatrás, mandó matar a todos los caballos y esacarne sirvió de alimento a los supervivientes.

Días más tarde, unos indios caribes lesindicaron de forma engañosa un camino segurohasta El Dorado. Pero, tras dieciocho meses decalamidades, Berrio decidió abandonar el río ysalir a mar abierta, para lo que necesitó la ayudade un cacique indio, pues andaban perdidos en lasintrincadas Bocas del Orinoco. Sólo habíansobrevivido cincuenta expedicionarios, treinta ycinco de ellos en pésimo estado de salud, aunqueBerrio no se desalentó y buscó refugio en la isla

Margarita, donde comenzó los preparativos parauna nueva expedición.

Con el propósito de buscar refuerzos, envióa su hijo mayor Fernando a la ciudad de Caracas.Sin embargo, éste, angustiado con la idea devolver a la selva, tardó ocho años en regresar.Varado como un viejo barco, abandonado por suhijo y por el gobernador de Margarita, Berrioseguía soñando con su marquesado y la ciudad deoro de los indios.

Mientras, las noticias del fracasado periplose extendieron por Nueva Granada con un halo dehazaña mítica, en donde el episodio de la muertede los caballos y los rumores sobre la existenciade El Dorado despertaron el interés de un ricoespañol afincado en Caracas, Domingo de Vera.Como poseído por un impulso febril, en1592,Vera alistó treinta y seis soldados y sepresentó en Margarita ofreciendo sus servicios aBerrio.

La locura mancomunada de los dos puso enmarcha una nueva expedición. El viejo

conquistador nombró maestre de campo aDomingo de Vera y le ordenó tomar Trinidad, ennombre del gobernador Antonio de Berrio, comobase de la futura conquista de El Dorado. Allífundó la ciudad de San José de Oruña, primerasentamiento colonial estable en la isla, de la quefue gobernador de facto hasta su muerte, en1597. Mientras reclutaban más hombres, Vera seinternó por el Orinoco con una pequeñaavanzadilla de treinta y cinco hombres. Regresóun mes más tarde con la tropa diezmada, pero conla ansiada noticia de haber encontrado El Dorado;como prueba irrefutable del hecho traía unabuena cantidad de oro. Aquello provocó el delirioy las nuevas sobre el presunto hallazgo de lamítica ciudad dieron lugar a un alborozogeneralizado en las colonias. Como es obvio, elescaso oro recogido por Vera pasó en pocassemanas por mor de los rumores a ser uninmenso tesoro.

Por su parte, Berrio escribió al rey Felipe IItransmitiéndole la sensacional noticia y

considerándose ya el tercer marqués del NuevoMundo. Aunque la realidad era otra bien distinta ynadie quiso perderse el inminente reparto delbotín. El gobernador de Cumaná reclamó sujurisdicción sobre Trinidad y, de igual modo, elgobernador de Caracas se negó a dar máshombres a Berrio, enviando él mismo su propiaexpedición.

Las fábulas sobre el oro también habíanllegado a Inglaterra y varios corsarios británicoscomenzaron a preparar sus incursiones sobreTrinidad, entre ellos el caballero Walter Raleigh,un antiguo amante de la reina Isabel I que habíaperdido su favor a causa de ciertas intrigas,motivo por el cual no dudó en convertirse encorsario con el ánimo de apropiarse de aquellafortuna para servírsela en bandeja a su soberana.

Vera, en cambio, había viajado a España paracapitular con el rey y reclutar más soldados. En1594, Raleigh se cruzaba con su compatriotaDudley cerca de Trinidad; el segundo se marchótras una semana de exploración inútil y poco

entusiasta, pero el primero, en cambio, veníadispuesto a todo. Tras un par de celadas a lasembajadas de Berrio se presentó en San José,incendió la ciudad y detuvo al gobernadorespañol. Raleigh se internó por el Orinoco ybuscó durante una semana lo que los españolesllevaban anhelando un siglo, mas sólo halló unavieja mina de oro de los indios y varias tribus concuyos caciques entabló amistad. Fue entoncescuando decidió concluir su aventura y regresó aInglaterra, liberando previamente a su ilustrerehén español.

La historia del corsario inglés acrecentó lafama de Berrio y de El Dorado. En España,Domingo de Vera hizo muy bien su trabajo depropaganda presentando a su jefe como un héroe,lo que terminó por interesar al propio rey FelipeII, quien aportó setenta mil ducados para unanueva expedición.

En la Pascua de 1595 se concentraban en elgolfo de Paria, frente a Trinidad, veintiochobarcos con más de mil quinientos hombres. No

obstante, en Trinidad no existían condicionesfavorables para alojar tantas tropas, pues San Joséno sobrepasaba las veinte casas de paja y adobe, yPuerto España era un mísero enclave depescadores con apenas sitio para el desembarco.Por añadidura, escaseaban las provisiones y losespañoles hambrientos arrasaron los pobladosindios, que a su vez se vengaron emboscando acuantas patrullas de reconocimiento seinternaban por el Orinoco. En estas escaramuzassucumbieron no menos de cuatrocientossoldados, lo que mermó ostensiblemente elpotencial de la empresa. Al resto del contingenteno le fue mucho mejor, ya que fueron pasto derebeliones, deserciones, enfermedades, disputasinternas... Todo había sido desmesurado, y unenfermo Berrio fallecería enajenado un añodespués de haber visto la llegada de otros tantosque, como él, ambicionaban cubrir sus cuerposcon un oro fantasmagórico.

Meses más tarde apareció en Trinidad eldesaparecido Fernando —el hijo del

conquistador—, quien reclamó los derechos desu progenitor. Si bien este huidizo personajepronto olvidó El Dorado y se dedicó a laplantación de tabaco en la isla, haciendoasimismo contrabando con ingleses yholandeses. Los largos informes escritos porAntonio de la Hoz Berrio y Domingo Vera al reyy al Consejo de Indias quedaron archivados tras lamuerte de ambos. Trescientos años despuésserían desempolvados por los historiadores,desvelando así una de las aventuras másdescabelladas y singulares del Nuevo Mundo. Enla actualidad los jóvenes tacharían este sucesorelacionado con la búsqueda de El Dorado comouna divertida leyenda urbana para comentar en losforos de internet. Pero, en aquellos tiempos,miles de seres humanos fueron capaces de morircon tal de aferrarse al espejismo que podríadignificar sus depauperadas existencias.

CAPÍTULO VII

LA EXPLORACIÓN DELOS LÍMITES

E digo que no hallo gente que por tanáspera tierra, grandes montañas, desiertos eríos no caudalosos, pudiesen andar como losespañoles sin tener ayuda de sus mayores, nimas de la virtud de sus personas y el ser de suantigüedad; ellos, en tiempo de setenta años,han superado y descubierto otro mundo mayorque el que teníamos noticia, sin llevar carrosde vituallas, ni gran recuaje de bagaje, nitiendas para se recostar, ni más que unaespada e una rodela, e una pequeña talega quellevaban debajo, en que era llevado por ellossu comida, e así se metían a descubrir lo queno sabían ni habían visto.

Palabras de Cieza de León, soldado ycronista de la conquista de América.

Al cabo de cuarenta años deldescubrimiento oficial de América, losasentamientos de colonos españoles sedistribuían de forma más o menos razonable pormillones de kilómetros cuadrados, tanto en lasínsulas antillanas como en la vasta Tierra Firme.Miles de europeos viajaban al Nuevo Mundoilusionados ante las perspectivas que se abríanante ellos. El incipiente comercio comenzaba ainundar los mercados del viejo continente conalimentos y materias primas hasta entoncesdesconocidos y que mejoraron ostensiblementela calidad de vida de sus poblaciones. América setransformó en un sueño tangible y unaoportunidad única para escapar de situacionespoco o nada deseables. El imperio españolaumentaba su gloria gracias a los pactos deEstado y a las batallas ganadas ante sus enemigosancestrales. El emperador Carlos era el hombre

más importante e influyente de su tiempo y losinvictos Tercios se paseaban por media Europasin oposición aparente. Mientras tanto, lasriquezas llegadas de las nuevas posesionesultramarinas fortalecían el Estado españolasegurándole un destino envidiable.

Sin embargo, la expansión debía proseguirpor el Nuevo Mundo. Al norte de México seofrecían innumerables posibilidades para el flujoconstante de pioneros, soldados, exploradores,busca-fortunas... Por su parte al sur de NuevaEspaña se recogían magníficos frutos enCentroamérica, donde se consolidaba el dominioespañol en territorios como Guatemala,Honduras, Panamá, Nicaragua o El Salvador,mientras que la gesta de Pizarro engrandecía alimperio español con la inmensidad representadapor el mundo inca.

No obstante, a pesar de estos innegableséxitos y avances, aún restaban grandes zonaspendientes de su exploración y conquista, y nopocos adelantados dispuestos a consumar tal

propósito. Era momento, pues, para quediferentes expediciones hispanas se adentrasenpor los territorios todavía extraños alconocimiento de la época. Las futuras hazañas,en ese sentido, se iban a dar en el cono sur deAmérica, mientras que los mayores trasiegostendrían como escenario la inmensidad querepresentaba el sur de los actuales EstadosUnidos de América.

Pedro de Valdivia, la conquista deChile

Algunas localidades extremeñas se disputanel honor de haber acogido el nacimiento de esteilustre conquistador: Villanueva de la Serena yZalamea de la Serena o Castuera (Badajoz). Entodo caso este pacense universal vino al mundoen 1497, en el seno de una familia hidalga, comoen tantos casos venida a menos, lo que no leprivó de una correcta instrucción académica. Mástarde se alistó en el ejército y como soldadoparticipó en las campañas italianas y en lavictoria española sobre los franceses en Pavía,hecho acontecido en 1525.

Una vez licenciado de sus obligacionescastrenses, regresó a España con el propósito defundar una familia y para ello se casó con doñaMarina Ortiz de Gaete, y fijaron su hogar en laextremeña Castuera. A mediados de 1534,

angustiado por la urgencia de acrecentar supatrimonio familiar, se embarcó en la expediciónde Jerónimo de Ortal y Jerónimo de Alderetecon destino a Paria (Venezuela).

A los dos años se sumó a la columna enviadaa Perú por Alonso de Fuenmayor, presidente dela Audiencia de La Española, con la intención deayudar a sofocar la rebelión del indio MancoInca. Valdivia se distinguió en este conflicto porsu bravura peleando junto al gobernadorFrancisco Pizarro para romper el cerco sobreLima. Estos méritos militares le elevaron hasta ladistinción de maestro de campo, elegido por sujefe para afrontar la batalla de Las Salinas, puntoculminante de la primera guerra civil española enAmérica y que acabó, como ya sabemos, endesastre para los almagristas. En mesessucesivos siempre se mantuvo al lado de Pizarro,participando en las campañas de conquista ycolonización de Collao y las Charcas del altoPerú. El gobernador extremeño lo quiso premiarpor su fidelidad en tan duros episodios y, con tal

motivo, le concedió una magnífica encomiendaen Bolivia, así como la titularidad de una mina deplata en Porco.

Bien pudiera parecer que con estasprebendas cualquiera se contentaría, pero elespíritu de Valdivia quiso experimentar el placerde protagonizar su propia acción conquistadora y,en ese sentido, solicitó a Pizarro, en 1539, laposibilidad de iniciar una expedición hacia Chile,tierra que no contaba con buena fama después dela fracasada aventura de Almagro. Aunque elflamante marqués de la Conquista intentóconvencerle de lo contrario, él se obstinó en elempeño e invirtió todos sus bienes en laorganización de aquella difícil misión. Lospreparativos estuvieron cuajados deinconvenientes, y muy pocos, a esa alturas,deseaban sumarse a una marcha tachada deimposible y sin beneficios aparentes queengordasen las bolsas de los voluntarios. Loshombres eran por entonces muy escasos en Perúy, por añadidura, existían razonables dudas sobre

la legitimidad de la empresa, pues en aqueltiempo, Pedro Sancho de Hoz, antiguo hombre deconfianza de Pizarro, llegó de España concapitulaciones selladas por el mismísimoemperador en las que se le facultaba para serconquistador de las tierras chilenas. La discusiónsobre quién debía ser artífice de la hazaña quedóaplacada cuando Pizarro sugirió que ambosadelantados uniesen sus fuerzas. La idea fueaceptada y, de ese modo, se dispuso que Valdiviasaliese primero por la ruta terrestre y que Sanchode Hoz le siguiese cuatro meses más tarde pormar con dos buques cargados de pertrechos yprovisiones.

A finales del mes de enero de 1540 partióValdivia de Cuzco con tan sólo ocho soldados, unayudante quinceañero, la buena compañía de suamante Inés Suárez y mil indios porteadores. Afin de evitar los Andes, la expedición se dirigió aArequipa y desde allí se internó hacia el sur. Alllegar a Tarapacá, justo en las puertas del desiertode Atacama, Valdivia decidió esperar los

refuerzos de Sancho de Hoz, quien no hizo actode presencia, para desesperación del grupo, puessin esos víveres sería imposible acometer eltrasiego por una de las zonas más secas delmundo.

Sí, en cambio, llegó una inesperada ayudaencarnada en decenas de españoles, los cuales,tras fracasar en otras empresas exploratorias yenterados de la expedición a Chile, decidieronprobar fortuna. Entre ellos estaban antiguoscompañeros de Valdivia y experimentadosconquistadores como Jerónimo de Alderete,Francisco de Villagra, Juan Jufre y Johan Bohon.Poco a poco los grupúsculos se fueron reuniendohasta completar una recluta de ciento cincuenta ycuatro hombres curtidos y predispuestos para losrigores del camino.

Valdivia, orgulloso por la actitud de susnuevos soldados y abastecido con intendenciaautóctona, decidió internarse en Atacama. Lamarcha resultó agotadora, pues la dureza deldesierto impuso su ley. Finalmente, el adelantado

decidió parar casi dos meses con la intención dedescansar. En ese tiempo no dejó de enviarpatrullas de reconocimiento hacia el sur,mientras recibía complacido la llegada de suantiguo compañero Francisco de Aguirre, quiense incorporó al grupo con veinte soldados más.Asimismo, por fin llegó el esperado Sancho deHoz, aunque éste no traía ningún tipo de refuerzoy sí, más bien, la intención de asesinar a Valdiviapara asumir el mando de la empresa. Por fortunapara el extremeño, la conspiración se desbaratóen un par de ocasiones y el insidioso terminó poraceptar ser uno más de la columna renunciando asus derechos, so pena de ser pasado a cuchillo.

A mediados de agosto el grupo reemprendióla marcha guiado por el fraile Antonio Rondón,que ya acompañase a Almagro por aquellaslatitudes, y gracias a sus oportunas indicacionesgeográficas llegaron al fértil y hermoso valle deCopiapó, que Valdivia bautizó con el nombre devalle de la Posesión, llamando al resto delterritorio Nueva Extremadura. Fue aquí donde la

expedición sufrió un primer ataque de los indiosy las primeras bajas mortales, hecho que no lesimpidió proseguir camino hasta alcanzar laciudad de Coquimbo y poco después el bellovalle de Mapocho, donde el 24 de febrero de1541 Valdivia fundó la primera ciudad hispana enChile, Santiago de la Nueva Extremadura. Paraentonces ya habían desertado cuatrocientosporteadores y los ataques indios eran constantes,azuzados por el cacique Michimalongo, un bravoguerrero que entendió de inmediato que losintrusos no venían precisamente de visitaturística.

La fundación de Santiago permitía unapequeña base para sostener la conquista. Además,al elegirse su Cabildo, y éste ratificar a Valdiviacomo gobernador, se ponían firmes basesjurídicas para las acciones futuras, sinsubordinarse totalmente a los azarososacontecimientos políticos de Lima. En efecto, enPerú la historia se precipitaba con el inicio deuna segunda guerra civil. Empero, la dependencia

de Perú era total, pues se necesitaban máshombres, víveres y equipos, y éstos sólo podíanvenir del norte. Por ello Valdivia ordenó laconstrucción de un bergantín que mantuviese lacomunicación por mar con Lima. Pero elcreciente rechazo indígena a los invasorescomplicó las cosas hasta tal punto que elpequeño campamento de Santiago fue arrasado lanoche del 11 de septiembre de 1541.

Por su parte, Sancho de Hoz volvió aconspirar por intermedio de sus seguidores. Larespuesta de Valdivia fue enérgica, con unsangriento ataque sobre los indios y elahorcamiento de los sediciosos internos. Todosestos acontecimientos retrasaron notablementela conquista chilena y obligaron a Valdivia aenviar a su lugarteniente Alonso Monroy a Perúen busca de refuerzos. Para entonces Valdivia yahabía sido elegido gobernador de NuevaExtremadura (Chile) por los suyos, unnombramiento necesario dadas las noticias quellegaron del Perú sobre el asesinato de Pizarro.

Ahora, el flamante mandatario asumía su lugar enla historia y se desmarcaba de losacontecimientos peruanos instaurando lagobernación con autonomía del Perú.

A mediados de 1543, con la llegada de unospocos refuerzos enviados por Monroy, Valdiviaenvió un destacamento al mando de Bohon afundar la ciudad de La Serena, en el valle deCoquimbo. Al invierno siguiente arribó elprovidencial barco de Juan Bautista Pastene, conmás pertrechos y provisiones, lo que permitióexplorar la costa sur hasta la isla de Chiloé. Almismo tiempo, Francisco de Villagrán comandóuna expedición terrestre hacia el sur. Por suparte, los indios continuaban guerreando y cuantomás se internaban los españoles hacia el sur, máshostiles se mostraban los nativos.

Así Valdivia, en septiembre de 1545,despachó de nuevo a Perú al fiel Monroy paraque gestionase nuevos contingentes de refuerzo.Durante el año 1546, las cosas empeoraron: laexpedición al sur fue rechazada en el límite

natural del río Bío-Bío y en Perú reinaba laconfusión tras el asesinato del virrey Núñez deVela. Valdivia no ignoraba que su gobernacióndependía de la estabilidad política en Lima ydecidió en consecuencia ofrecer sus servicios alrecién llegado Pedro de la Gasea, virrey interino.Pero se necesitaba dinero para acudir a Lima y,una vez allí, poder reclutar los hombresnecesarios que reforzasen la empresa chilena. Enconsecuencia, maquinó un plan para obtenerrecursos económicos reuniendo en una granfiesta a todos los conquistadores que deseabanabandonar Chile —la mayoría— para huir de losindios y de la precaria situación colonial. Elastuto Valdivia se mostró más simpático yconciliador que nunca, invitándoles a embarcarsus riquezas mientras les esperaba para unacopiosa cena de despedida. En un momento de lavelada Valdivia pidió disculpas y se ausentó. Loque nadie en el banquete pudo sospechar es queel gobernador salió a toda prisa rumbo a la naollena de riquezas y en ella embarcó zarpando

hacia el norte, mientras los incautos se quedabansolos y sin dinero.

Una vez en Perú mostró su absoluta lealtad alos intereses reales y con su espada sirvió a LaGasea, contribuyendo decisivamente a la derrotade Gonzalo Pizarro en la batalla de Jaquijahuana,en 1548. El virrey lo recompensó ratificándoloen los cargos de gobernador y capitán general deChile. Pero antes de embarcar tuvo que rendircuentas a la justicia por su «robo» a losconquistadores chilenos, el ajusticiamiento dePedro Sancho de Hoz y algunos asuntoseconómicos, hasta un total de cincuenta y sietecargos de los que, como el lector puede suponer,salió, dado su prestigio, absuelto, pues durante eljuicio, su conducta quedó justificada, lograndodemostrar que había ordenado a suslugartenientes que saldasen la deuda con loscolonos robados.

En lo personal, el virrey y sacerdote LaGasea le recomendó que como gobernador debíallevar una vida pública intachable, por lo que

debía reunirse con su mujer (abandonada enEspaña) y separarse de su amante Inés Suárez.Con estas premisas y libre de todo mal, Pedro deValdivia regresó a Chile dispuesto a extender susya impresionantes dominios. En Santiago, unaccidente de caballo lo mantuvo convalecientedurante meses, tiempo que aprovechó para enviaruna expedición marítima de reconocimiento almando de Antonio de Ulloa.

A principios de 1550 inició sus campañasde conquista por el sur. Cruzó el río Bío-Bío,derrotó a los nativos en Andalién, fundó la ciudadde Concepción y se internó en el hostil territoriomapuche, donde fundó las villas de La Imperial(abril de 1552), Valdivia y Villarrica. Una vez deregreso a Santiago destacó a Francisco deAguirre a la región de Tucumán. En 1553 retornóal sur a batallar contra los mapuches y fundar elfuerte Arauco, con el fin de asegurar lascomunicaciones entre Concepción y La Imperial.Poco después levantó nuevos bastiones enTucapel y Purén, como resguardo para los

colonos de la recién fundada villa de LosConfines (actual Angol).

En diciembre de 1553, los mapuches sealzaron bajo el mando de Lautaro —antiguo pajede Valdivia y astuto guerrero—,que supoaglutinar voluntades de los suyos con el objetivocomún de derrotar a los españoles. Los combatesresultaron feroces y algunas fortificacioneshispanas, como el fuerte Tucapel, fueronreducidas a la ruina.

Valdivia, instalado en Concepción, decidióir en persona a combatir a los indiosconcentrados en los restos del fortín. El 25 dediciembre, él y otros cincuenta hombres fueronatacados por los mapuches, que poco a pocofueron masacrando al grupo. En mitad delcombate, un certero golpe de macana acabó conla vida del conquistador, al cual le siguieron ensuerte los últimos supervivientes de la columna.El desastre corrió como la pólvora por todoChile.

Los sucesores de Valdivia no pudieron

asumir mando alguno por diferentescircunstancias y, finalmente, la jurisdicciónchilena recayó bajo el gobierno del virreinato delPerú, asumido en la figura de Andrés Hurtado deMendoza, quien delegó en su hijo García lagobernación de la tierra conquistada por elcélebre extremeño.

Lejos quedaban así trece años de expansiónespañola por Chile, que habían sido iniciados porciento cincuenta hombres y que en el transcursode ese tiempo habían visto incrementado sunúmero hasta los dos mil cuatrocientos. Deellos, unos quinientos fallecieron en combate yotros tantos se marcharon sin mayor fortunaacumulada. Con estos escasos efectivos seconsiguió explorar una tierra enorme,poblándose regiones hasta Chiloé, Cuyo yTucumán. Se llegó al estrecho de Magallanes, sefundaron quince ciudades y se reconstruyeron lasplazas arrasadas por las rebeliones indias.

Asimismo se implantó un primigenio tejidoeconómico y social con el desarrollo tanto de la

agricultura como de la ganadería. Se crearonastilleros en Concón y Maule, fábricas textilesen Santiago y Rancagua, e incluso un ingenioazucarero en Aconcagua. Los colonos chilenosiniciaron el comercio con Panamá y echaronraíces en su tierra de acogida, trayendo a susmujeres de España o uniéndose a indiasautóctonas en un ejercicio claro de mestizaje.

Hacia 1565 los albores de la conquistachilena habían dado paso a una integraciónabsoluta en la vida de la corona española, conunos mil quinientos pobladores en constanteaumento. Pero, mientras tanto, ¿qué habíaocurrido en las tierras de la costa atlántica?

Los trasiegos hacia Cíbola

Una de las historias más asombrosas de lapresencia española en el Nuevo Mundoseguramente sea la de un astuto andaluz llamadoAlvar Núñez Cabeza de Vaca. Su asombrosaperipecia ofrece dos tramos bien diferenciados,uno al norte cuando formaba parte de la fracasadaexpedición de Panfilo de Narváez a la Florida, en1527, y otra al sur, una vez que fue nombradoadelantado de La Plata en 1540. En ambos casossu firme personalidad le aventuró no pocasemociones mientras sorteaba peligros indígenas,orográficos y los procurados por sus propiospaisanos.

Alvar Núñez nació en la gaditana Jerez de laFrontera hacia 1507. Sus padres eran Franciscode Vera y Teresa Cabeza de Vaca, formando partede un clan con amplia tradición castrense,ejemplo de ello fue la participación del abuelopaterno Pedro de Vera en la conquista de

Canarias. Siendo muy joven eligió la carrera delas armas y se fogueó en Italia y en las guerrascomuneras, donde tuvo parte activa en la toma delAlcázar de Sevilla, lo que le promovió al cargo dealférez.

En 1526 y enterado de la expedición quePanfilo de Narváez estaba organizando para ir a lapenínsula de la Florida, solicitó permiso paraincorporarse a la flota, acaso imbuido por elespíritu que dominaba aquellos años de conquistay expansión imperial. Dicha licencia se leconcedió y un ilusionado Alvar ocupó su sitiocomo tesorero en una de las cinco navespertrechadas y dispuestas para zarpar rumbo a lacolonización del lugar en el que años antes habíafallecido su descubridor Ponce de León.

En la escuadra que salió en 1527 viajabanseiscientas personas, incluida la tropa, lospioneros y hasta diez mujeres casadas. Como eraprevisible, Narváez no tuvo fortuna alguna en suviaje, dado que este hombre ha pasado a lahistoria no precisamente por sus hazañas, sino

más bien por sus desgracias. Ya vimos en elcapítulo de Nueva España cómo intentó en vanosojuzgar el ánimo de Hernán Cortés con unejército muy superior al de su oponente, sinresultado alguno y perdiendo incluso un ojo.

Había llegado el momento de resarcirse detanta calamidad. Pero tampoco hubo suerte. Lastempestades se cebaron con sus barcos yprovocaron la muerte de sesenta tripulantes,motivo por el cual se vieron obligados a echaranclas en la isla de La Española, donde cientocuarenta descontentos desertaron a las primerasde cambio.

A finales de marzo de 1528 los cincobuques pudieron proseguir viaje hasta las costasde la Florida. Finalmente el 14 de abril, JuevesSanto por más señas, recalaron en una pequeñabahía habitada por los indios calusas: se tratabade los mismos que habían cosido a flechas aPonce de León unos años antes. La célebrehostilidad de los nativos no aconsejaba quedarsemucho por allí y la flota siguió navegando hacia

el norte, donde se toparon con un lugar másbonancible al que bautizaron como bahía de laCruz (actual bahía de Tampa).

Allí fueron bien recibidos por la tribu de lostimucuas, nativos más amistosos que enseñaron alos españoles su modo tradicional de vida, suscultivos y sus pequeños ornamentos de oro.Craso error por su parte, ya que esto últimodesató la acostumbrada codicia europea y prontolos aborígenes se vieron incomodados por elcreciente abuso de los expedicionarios. Una vezmás la astucia de los autóctonos interpretó a laperfección la avaricia que se veía en los ojos delos conquistadores y en consecuencia inventaronuna historia que satisfizo plenamente la ambiciónde Narváez. Los indios contaron a don Panfiloque más al norte, en las montañas de losApalaches, existían siete ciudades cuyos muros ytejados se encontraban revestidos de magníficooro. Aquí tenemos un caso homólogo al que seprodujo con las leyendas de El Dorado y de laciudad de los Césares.

Unos avispados que, haciendo uso de unainvención fabulosa, se desembarazaronmomentáneamente de la presión ejercida por losinvasores blancos y los despacharon así rumbo aremotos lugares de los que probablemente nuncaregresarían. Pero, a pesar de todo, Narváezconfió en lo que le contaban los salvajes ypreparó raudo una expedición rumbo a la riquezade Cíbola, pues así denominaron a este presuntoreino cuajado de oro.

El 1 de mayo de 1528 los españoles, ennúmero de trescientos, avanzaron con destinoenigmático. En su camino sufrieron toda suertede penalidades: apenas llevaban para sumanutención unas escasas raciones de bizcocho ytocino, por lo que de inmediato comenzó lahambruna.

Tras cincuenta y seis días de marchaagotadora contactaron con un poblado en losApalaches, pero en lugar de oro lo queencontraron fue un abundante grupo de mujeres,ancianos y niños en chozas de adobe y paja en las

que se almacenaba la cosecha de maíz de esatemporada. ¿Dónde estaban los hombres? Comoel lector puede intuir, los guerreros de la tribuestaban advertidos de la llegada extranjera ysalieron dispuestos a tender cuantas emboscadasfuese preciso a los blancos barbados.

Durante veinticinco días Narváez y lossuyos se tuvieron que enfrentar a las flechasindias hasta que, exhaustos por la hostilidadautóctona, el capitán español ordenó retrocederhasta el mar y sin tesoro alguno en sus bolsas.Para entonces quedaban doscientos cincuenta yseis efectivos en la columna expedicionaria. Unavez en la costa los españoles construyeron cincobotes tan precarios como inestables y en ellos sesubieron dispuestos a salvarse de aquellazozobra. Durante días costearon, sufriendovendavales y hambre; el mismo Narváezdesapareció en medio de la noche tras recibir unfuerte golpe de viento. De esta dramática forma,poco a poco el número de viajeros fuemenguando hasta quedar reducidos a tan sólo

quince hombres, entre los que se encontrabaAlvar Núñez.

Al fin pudieron desembarcar pero pronto sevieron rodeados por indígenas que loscapturaron. La travesía había sido ciertamentelamentable, Cabeza de Vaca no daba crédito a loacontecido, sin saber sobre la suerte de tantos ytantos compañeros perdidos en aquella latitud tanfunesta.

Lo cierto es que los náufragos seencontraban en la isla de Malhado, frente alactual Texas. Y, a pesar de algunos intentos defuga, el hambre, las enfermedades y las pésimascircunstancias acabaron diezmando a lossupervivientes hasta reducirlos a un exiguo grupode cuatro, compuesto por el propio Alvar Núñez,los capitanes Alonso del Castillo y AndrésDorantes, y el criado negro de este último,llamado Estebanico. Los españolespermanecieron durante casi siete añosesclavizados por los indios carancaguas y por loscoahuiltecas que vivían a uno y otro lado del río

Grande.Cabeza de Vaca en este tiempo aprendió las

costumbres nativas, sus ritos y su forma decomunicarse con los dioses, y llegó a convertirseen un auténtico chamán de la tribu, además muyvalorado, pues los indios creían que tenía en susmanos y en su boca el poder de la curación.

En el verano de 1535 los cuatro aventurerosescaparon de sus captores y juntos vadearon elrío Grande para iniciar un sorprendente periploque les condujo por los actuales estadosmexicanos de Tamaulipas, Nuevo León, Coahuilay Chihuahua. Guiados por indios amigos yvenerados como curanderos por una multitud, sedirigieron a Poniente, hacia el Pacífico, portierras del estado de Sonora, para bajar a NuevaGalicia, donde el gobernador estaba fundandoasentamientos.

En abril de 1536 lograron contactar conalgunos jinetes españoles que patrullaban la zonaa pocas leguas de San Miguel de Culiacán(Sinaloa-México). Su increíble relato dejó

atónito al gobernador de Nueva Galicia, NuñoBeltrán de Guzmán. No en vano, aquellos seresque parecían ermitaños salidos de unaprehistórica cueva, habían recorrido casidieciocho mil kilómetros, atravesando tierrashostiles y cuajadas de indios enemigos; solo suhabilidad y picaresca les había librado de unamuerte segura. Aquello parecía, más que unagesta, un asombroso milagro. Y para mayoremoción su testimonio sobre las ciudades deloro que habían buscado con Narváez se sumó aotras narraciones extraordinarias como las defray Marcos de Niza, con lo que el mito deCíbola resurgió con una impresionante fuerzaque motivó la organización de nuevasexpediciones rumbo a este particular El Doradonorteamericano.

La fallida expedición de Narváez dio paso ala famosísima de Hernando de Soto, un curtidoconquistador que había acreditado su prestigio enCentroamérica y Perú tomando el testigo en laexploración norteamericana con un punto

culminante en mayo de 1541, gracias aldescubrimiento del majestuoso río Mississipi.Precisamente, el bravo extremeño fue sepultadoen sus aguas tras fallecer un año más tarde,después de haber explorado buena parte de losactuales estados de Florida, Georgia, Alabama,Arkansas, Tennessee...,lo que constituyó una delas mayores proezas de la época.

A decir verdad, el mito sobre las sieteciudades de Cíbola instigó uno de los mayoresperiplos viajeros de todos los tiempos, en el quelos españoles se afanaban en ser los primeros endescubrir el supuesto vergel aurífero.Precisamente, uno de los compañeros de Cabezade Vaca, el llamado negro Estebanico, fue sinduda uno de los mayores promotores en laconstrucción de esta leyenda. Sus alucinadasexposiciones se sumaron a las del fraile Marcosde Niza, quien también creía firmemente en laexistencia de Cíbola. Tanto rumor provocó al finque el virrey de Nueva España, Antonio Mendoza,se decidiera personalmente a sufragar con

setenta mil pesos de oro la organización de unanueva aventura que localizase la ubicación exactade las ciudades del oro.

Para esta ocasión encomendó a uno de susmejores hombres, llamado Francisco Vázquez deCoronadora culminación exitosa de la difícilempresa. Este salmantino había nacido en 1510 ycon veinticinco años de edad viajó a NuevaEspaña como parte del séquito personal delpropio Mendoza. Una vez en América se casócon la hija del tesorero real, la hermosa BeatrizEstrada, y gracias a su gran confianza con elvirrey pudo sustituir a Beltrán de Guzmán en lagobernación de Nueva Galicia.

En abril de 1540 asumió la vanguardia deuna magnífica hueste conformada por setentajinetes, trescientos infantes y ochocientos indiosporteadores. Todos ellos abastecidos conenorme intendencia, más de mil caballos yabundantes piaras de cerdos. Como guía de lacolumna actuó el clérigo francés Marcos deNiza, el mismo que anteriormente había

acompañado al negro Estebanico en unaexploración en la que el africano resultó muertoy descuartizado por los indios zuñis. Aquélloseran los habitantes de la inhóspita región por laque se adentraron Coronado y los suyos durantemás de dos meses, en los que no se constatóciudad alguna y sí diferentes aldeas de barro ypaja con indios en precaria situación.

Finalmente, las indicaciones del fraile galocondujeron a los españoles al presunto lugardonde se levantaba Cíbola. A decir verdad, ladecepción de Coronado fue tan inmensa como elenojo mostrado hacia el alucinado fraile, pues enaquel enclave no se encontró más que un villorriode escasas chozas en las que malvivían un puñadode indios zuñis. La desesperación de los hombresde Coronado casi acabó con Niza, quien regresóa México poco después, medio muerto dehambre y ofuscado por los insultos de lossoldados. A pesar del evidente fracaso, Coronadoordenó proseguir con la expedición, llegando alpoblado de Abiquiú, donde los zuñis ofrecieron

una férrea resistencia armada, lo que hizosospechar a los españoles que los nativosdefendían algunos tesoros, aunque tras el asaltocomprobaron que los nativos no guardabanriqueza alguna.

El capitán español decidió entoncesestablecer allí su base de operaciones y despachóvarios destacamentos a explorar los alrededoresque confirmaron al poco la pobreza de la región yla inexistencia de imperios o ciudades de oro.Sin embargo, algunos indios les hablaron de lapresencia cercana de un gran río y Coronadoenvió una patrulla bajo el mando del capitánGarcía López de Cárdenas, el cual confirmó laexistencia de «un barranco tan acantilado depeñas que apenas podían ver el cauce fluvial»:habían hallado el Gran Cañón del río Colorado.Un nuevo hito para la exploración española deAmérica.

En septiembre, Coronado condujo a sustropas hacia el enclave indio de Acoma, y de allípasaron al fértil y hermoso valle de Tiguex,

regado por el río Grande, donde decidió invernar.El frío, el hambre y las continuas batallas con losindios aumentaron el sufrimiento de ladesmoralizada hueste. En abril de 1541, losespañoles reanudaron la marcha, atravesaron lasllanuras de Arkansas y penetraron en el sur deNebraska sin encontrar ningún objetivo digno demérito, salvo la primera visión que los blancostuvieron de las grandes manadas de bisontes querecorrían las praderas norteamericanas.

A esas alturas y sin ciudades de orodescubiertas ni botín alguno en sus alforjas, losexpedicionarios se veían acuciados por laspenurias, hambrunas y enfermedades, por lo queCoronado decidió regresar al valle de Tiguex parauna nueva invernada. En la primavera de 1543 eltenaz salmantino sufrió un aparatoso accidenteecuestre que le ocasionó una grave herida en lacabeza, motivo al parecer de un supuestotrastorno que se prolongó en exceso, y por lo quesus oficiales tomaron la decisión de regresar alpunto de partida.

La expedición retornó a Nueva España conmás pena que gloria, no se había encontradoCíbola, los pesos del virrey se habían esfumado yel descubrimiento del Gran Cañón del Coloradono se valoró como era debido, por lo que elrecibimiento en México fue muy frío. Un añomás tarde Coronado fue destituido de su cargo degobernador de Nueva Galicia, dándole a cambioun puesto sin importancia en el Ayuntamiento dela ciudad de México. Empero, sus extravaganciasprovocaron una nueva sustitución y a finales de1545 el célebre explorador se retiró a sus ricasencomiendas de Nueva Galicia, donde murió el22 de septiembre de 1554.

El relato de sus exploraciones, de gran valorpor la incomparable descripción del suroeste deEstados Unidos antes de su conquista por loseuropeos, se publicó en el decimocuarto informedel Departamento de Etnología de EstadosUnidos en 1896. En 1952 se inauguró unmonumento en memoria de la expedición deCoronado cerca de Bisbee, en Arizona.

Alvar Núñez Cabeza de Vaca,gobernador del Río de la Plata

Retomando la historia de Cabeza de Vacadiremos que, tras su aventura en Norteamérica,regresó a España en 1537 dispuesto a solicitar laconcesión de capitulaciones para nuevos retos enAmérica, y tuvo suerte, pues el Consejo deIndias, ante el caos administrativo del que setenía noticia en el Río de la Plata, le nombrógobernador de la región. A finales de 1540 zarpóde Cádiz con una importante flota para organizary colonizar definitivamente la provincia del Plata.Los vientos y las tormentas hicieron que lamaltrecha escuadra tuviera que refugiarse en elsur de Brasil, así que Alvar Núñez decidió dividirel grupo en dos: una expedición terrestre con elgrueso de los colonos y el ganado dirigida por élmismo, y otra marítima con los bastimentos máspesados.

Las excelentes dotes de vaquero de Cabezade Vaca lograron lo que parecía casi imposible:atravesó el territorio guaraní —al tiempo que erael primer europeo en contemplar las maravillosascataratas de Iguazú— y llegó a la ciudad deAsunción en marzo de 1542, con escasaspérdidas de hombres y ganado. De hecho estegaditano andariego había abierto una nueva vía decomunicación que pronto iba a tener sumaimportancia, pues gracias a él se asentaron lasbases de la futura y fabulosa cabaña ganadera delos países bañados por el Río de la Plata.

Aunque lo cierto es que en la futura capitalde Paraguay no fue muy bien recibido por elantiguo preboste Martínez de Irala y el grupo deencomenderos y funcionarios reales quecontrolaban el poder. Alvar, ajeno a cualquierconspiración, comenzó por colonizar y poblar lastierras adscritas a su gobernación, suspendiendolas expediciones a la mítica sierra de la Plata quetanto obsesionaban a Irala. Se enfrentó a losindios guaraníes y a los indios chiquitos que le

causaron diversos estragos. Su intento de ponerorden de forma autoritaria en el corruptomaremágnum administrativo acabó con lapaciencia de sus enemigos, los cuales tejieronuna conjura encarnada en la figura del veedor realAlonso de Cabrera, hombre de paja de Martínezde Irala, y que consiguió mediante malas artesdestituir y apresar al gobernador.

Tras casi un año de cárcel, Alvar Núñez fueenviado a España en 1545 cubierto de cadenas. ElConsejo de Indias lo enjuició y durante variosaños se estuvo debatiendo sobre el futuro delinsólito aventurero que acabó siendo político.Finalmente se le sentenció al destierro en lanorteafricana plaza de Oran, aunque la pena nollegó a cumplirse en sus términos, pues el bravoandaluz recibió el indulto por parte de la corona,si bien nunca llegó a ver rehabilitada su imagensocial y lo único que pudo obtener por su valíafue un cargo como juez del Tribunal Supremo enSevilla.

En 1555 publicó en Valladolid Naufragios,

una obra en la que quedó reflejada su particularodisea americana. En el libro, al margen de suvalor literario como relato de aventuras, secompendian interesantes descripcionesetnográficas sobre los pueblos nativos del nortede México y el sur de los actuales EstadosUnidos. Sobre su muerte mucho se haelucubrado, algunos aseguran que aconteció enSevilla en 1560, aunque el inca Garcilaso de laVega dejó escrito que el óbito del singularexplorador se dio en Valladolid entre los años1556 y 1559. Sea como fuere, Alvar NúñezCabeza de Vaca representa a la perfección elparadigma del caballero español con ansia deaventuras, riquezas y emociones, un fiel reflejode la época que le tocó vivir.

El fin de la expansión colonial

Desde los primeros años del siglo XVIdiferentes navegantes embarcados en otras tantasexpediciones fueron arribando a las latitudesaustrales atlánticas del continente americano. Elprimero de ellos fue el piloto sevillano Juan Díazde Solís, un experimentado cartógrafo que habíasido socio de Vicente y Martín Yáñez Pinzón enalgunos viajes, como los que se dirigieron aVeragua o al golfo de México en 1506.Asimismo, trazó una ruta en 1508 que lo condujodesde el Caribe hasta las costas brasileñas,llegando hasta los 40° de latitud Sur, aunque nollegó a divisar la desembocadura del Río de laPlata.

Su reconocimiento social aumentó en 1512al ser nombrado piloto mayor de España,sustituyendo en el cargo al ilustre AméricoVespucio. Ese mismo año obtuvo capitulacionesque le concedían permiso para explorar el sur del

continente americano. La expedición zarpó deSanlúcar el 8 de octubre de 1515 con tres buquesy sesenta tripulantes. El 20 de enero de 1516, lasnaves entraban en el estuario del río Solís: era elprimer español en reconocer el río al que bautizócon su nombre y que luego sería denominado Ríode la Plata. El lugar donde desembarcaron,llamado Puerto de la Candelaria, sería el mismositio elegido en 1724 para fundar la ciudad deMontevideo. La flotilla continuó reconociendo laribera norte del río hasta que en uno de losdesembarcos efectuados por los españoles losindios charrúas atacaron a Solís y a sus hombresy les dieron muerte.

Entre las numerosas anotaciones y mapasdejados por el célebre piloto se encontrabanalgunas cartas náuticas que posteriormenteresultaron de gran utilidad para Magallanes en suviaje alrededor del mundo. Fue aquí donde serecogieron las primeras historias sobre la míticaciudad de los Césares, pues los escasossupervivientes del grupo dirigido por Solís

relataron con cierta vehemencia que los indiosles habían hablado de un imperio lleno de oro yplata que estaba regido por un mandatario blanco.

Estas fábulas provocaron, al igual quesucedió con las leyendas de El Dorado y Cíbola,una verdadera expectación en la península Ibéricapor las inmensas riquezas que los que searriesgasen en la empresa pudieran obtener comopremio. Uno de ellos fue Sebastián Caboto, hijodel veneciano Juan Caboto, el mismo que sirvieraa los intereses británicos con el descubrimientoy exploración de las costas norteamericanasmientras buscaba el anhelado paso septentrionalhacia las Indias Orientales.

Su vástago entró en cambio al servicio deEspaña en 1512, contratado por el rey Fernandoel Católico para desempeñar diversos cargos encalidad de cartógrafo y miembro del Consejo deIndias, trabajo que le reportó una excelenteimagen profesional en la corte española, por loque seis años más tarde fue nombrado pilotomayor del reino. En 1526, el monarca Carlos I le

encomendó la difícil misión de auxiliar a losnáufragos de Magallanes y de paso encontrar laruta hacia el Pacífico, lo que contrarrestaría elavance portugués en aquella coordenadageográfica. Empero, los barcos de Caboto sóloalcanzaron el estuario del Plata, en la futuraArgentina, donde permanecieron anclados tresaños.

Allí, atraído por las fabulosas historiassobre la ciudad de los Césares, que le contase untal Melchor Ramírez, superviviente de laexpedición de Solís, se asoció al conquistadorDiego García de Moguer y juntos buscaron laasombrosa ciudad. Durante años organizó ydirigió él mismo diversas expediciones en buscadel fabuloso tesoro. Sin embargo, nunca logróobtener los resultados pretendidos y tan sólo unode los grupos enviados al interior llegó connoticias esperanzadoras.

Fue la columna capitaneada por FranciscoCésar la que, tras explorar durante tres meses lasierra de la Plata y Charcas, regresó con catorce

hombres anunciando que habían localizado unlugar, al que también se llamó Trapalanda, en elque se encontraban minas y recursos suficientespara levantar un imperio. Esta buena nueva dionombre definitivo al mito y desde entonces laciudad de los Césares, llamada así por la comitivaque acompañó a don Francisco, mantuvo vivo elánimo de cuantos adelantados se acercabandispuestos a integrar la galería de losdescubridores más famosos.

Al fin se dio el visto bueno en España para lacolonización del territorio más austral situado enlos confines del imperio. El 24 de agosto de1535, el adelantado Pedro de Mendoza zarpabade Sanlúcar al frente de trece buques llenos depioneros y soldados; a éstos se unieron otros tresen las islas Canarias. El propósito de la flotacolonizadora era buscar un lugar idóneo en elestuario de la Plata donde levantar unasentamiento que luego sirviera como punto deproyección para el avance hacia el interior.

Tras varias semanas de singladura la

escuadra llegó a su lugar de destino, se adentrópor el estuario rioplatense y eligió al fin un sitiodonde atracar los buques. La zona seleccionadafue bautizada como Riachuelo de los navíos.Junto a este puerto natural se instaló uncampamento para dos mil soldados y colonos quea primeros de febrero de 1536 se transformaríaen la ciudad de Santa María del Buen Ayre.

Los expedicionarios mantuvieron enprincipio unas relaciones cordiales con elelemento nativo, sin embargo la amistad setruncó cuando los indios entendieron que losespañoles estaban yendo demasiado lejos en susactuaciones, pues cada vez exigían más y mástierras, arrebatando sin miramientos a losautóctonos la posesión de sus feudos ancestrales.La guerra estalló y los españoles se vieron deinmediato copados por miles de indígenasguaraníes y charrúas hostiles.

El 15 de junio de 1536 se libró cerca del ríoMatanzas la batalla de Corpus Christi, uno de loscombates más terribles de toda la conquista

americana y que acabó con la derrota y masacrede muchos blancos, incluido Diego de Mendoza,hermano del primer adelantado del Plata. Lasnoticias sobre la victoria indígena no tardaron enllegar a la incipiente Buenos Aires y pronto laplaza quedó sitiada por miles de enfurecidosindios, los cuales lanzaban un ataque tras otrocontra las débiles empalizadas que protegían elenclave. Mendoza había asegurado las defensas yresistió a ultranza las embestidas enemigas. Sinembargo, no contaba con víveres suficientes paraun asedio tan prolongado como se estabaproduciendo, y, poco a poco, la hambruna seadueñó de los angustiados colonos, queempezaron por comer cuero y ratas, paraterminar en la más absoluta antropofagia,alimentándose con la carne de los muertos encombate y de los ahorcados por intento desedición.

Para fortuna de los escasos españoles quequedaban, la falta de intendencia también seadueñó del campo indígena y el cerco a Buenos

Aires se levantó a la vez que llegaban víveressuministrados por la columna del capitán Juan deAyolas, uno de los lugartenientes de Mendozaque había salido semanas antes a la búsqueda devíveres.

Don Pedro se sintió morir por causa de lasífilis que acarreaba desde tiempo atrás, y quisocomo última voluntad dar el postrer suspiro en suquerida España; para ello armó una carabela en laque embarcó con ese propósito, aunque no pudocumplir su sueño ya que murió durante latravesía. Su cuerpo fue sepultado en el mar el 24de junio de 1537.

En Buenos Aires quedó como gobernadorRuiz Galán, mientras que su fiel Juan de Ayolasrecibía el cargo de teniente gobernador. Ambosse dedicaron desde entonces y en compañía deotros capitanes, como Martínez de Irala y JuanSalazar de Espinosa, a la búsqueda del imperiodominado por el Rey Blanco.

En estos trasiegos los españoles realizaronfundaciones como la del fortín de la Asunción el

15 de agosto de 1537, semilla de la futura capitalparaguaya. Pronto comenzaron las disputas entrelos militares españoles por quién debía asumir lagobernación de aquellas tierras, aunque lasituación quedó clarificada tras la llegada delveedor real Alonso de Cabrera, quien portaba ensu bagaje la Real Cédula de 1537 que autorizaba alos pobladores a elegir gobernador mientras lacorona decidía. Reunidos en Asunción, sedeterminó que Domingo Martínez de Iralaasumiera el cargo de gobernación, al ser hombrede confianza de Ayolas y Mendoza. Mientras queCabrera aconsejó, dada su precariedad, eldespoblamiento de Buenos Aires, a fin de agruparlos escasos colonos en un asentamiento másfuerte y seguro como era Asunción. Porañadidura esta villa se encontraba más cerca de lasierra donde se presumía la ubicación del Reinodel Oro. En noviembre de 1539 Irala constató lamuerte de Ayolas en una celada indígena.

Los supervivientes bonaerenses llegaron aAsunción y se pudo establecer un censo de unos

seiscientos españoles. Eran los restos de los másde dos mil cuatrocientos que habían llegado a esaregión dispuestos a levantar los primeros núcleoscoloniales en el estuario del Plata.

Más tarde llegaron las noticias sobre elinminente arribo del nuevo adelantado AlvarNúñez Cabeza de Vaca, lo que desató una enormetensión en las filas leales a Martínez de Irala,como ya hemos contado en páginas anteriores.Tras despachar al autor de Naufragios hacia lapenínsula Ibérica, Irala prosiguió con su búsquedade la mítica ciudad de los Césares, pero estaambición no la pudo culminar con éxito, pues enuna expedición de 1548 constató, al llegar a laansiada sierra platense, que los españolesasentados en Perú se le habían adelantado unosaños.

Con desilusión regresó al Paraguay, dondesiguió organizando los poblamientos yexploraciones. En 1555 recibió por fin elreconocimiento de la metrópoli con sunombramiento de gobernador general. Un año

después falleció en Asunción víctima deapendicitis aguda. Domingo Martínez de Irala esposiblemente el último representante de la castaconquistadora, ya que después de él dejó dehablarse de conquista para hacerlo de colonias yfijación, en definitiva, al territorio en el que sehabían asentado miles de pioneros españolesjunto a la diversidad autóctona de las Indias.

En aquel tiempo los pobladores ya nopensaban en anexionarse territorio, toda lageografía americana había sido prácticamenteexplorada, salvo algunas excepciones. Se trazabanentramados urbanos, se levantaban catedrales,universidades, palacios y casas. Los cultivos seextendían por miles de hectáreas y una sociedadcriolla emergente negociaba con Europa graciasa sus abundantes materias primas. Losyacimientos mineros proporcionaban al imperioespañol sustento necesario para acometerdiferentes empresas bélicas y los barcosprimigenios que abrieron las rutas hacia lasIndias dejaban sus vetustas formas para dar paso a

los nuevos y magníficos galeones.Evidentemente, todo había cambiado tras

casi setenta años de presencia española enAmérica, pero aún quedaba un puntal por asentaren las Indias y ése se encontraba precisamente enel territorio más austral del continente. Ahora seprecisaba que Buenos Aires se convirtiese en esacapital fuerte que pudiese mirar a España con laintención de mejorar las magníficasposibilidades de negocio que se estabanbrindando en el cono sur americano. Era elmomento para que un nuevo adelantado pusiera laguinda a la conquista española de América.

Juan de Garay, el últimoadelantado

Este personaje fundamental para la nacienteArgentina nació en Orduña (Vizcaya) en 1528, sibien otros historiadores piensan que vino almundo en el valle de Losa (Burgos). Con apenascatorce años de edad, se embarcó junto a su tíoJuan Ortiz de Zarate —futuro adelantado del Ríode la Plata— hacia Perú, en la armada del virreyBlasco Núñez de Vela. Participó en variasexpediciones en la zona oriental de los Andes y,tras los diversos litigios por el control de lazona, se unió a Nuflo de Chaves, junto a quienfundó Santa Cruz de la Sierra (Bolivia), ciudad enla que fue encomendero y regidor. En 1568 seestableció en La Asunción, donde fue nombradoalguacil mayor. Allí se le encargó buscar unasalida al mar que facilitase el comercio no sólo alos habitantes de las riberas del Paraná, sino

también a los pobladores del Alto Perú, de Chiley del noroeste de Argentina. Durante laexpedición, el 15 de noviembre de 1573 fundó laciudad argentina de Santa Fe.

Regresó a Asunción en 1576 convertido enteniente gobernador y capitán general de lasprovincias del Plata, nombramiento otorgado porel oidor de la Audiencia de Chuquisaca (Bolivia),Juan de Torre de Vera, casado con Juana, la hijadel difunto Ortiz de Zarate y, por tanto, herederodel título de adelantado del Río de la Plata.

Sin embargo, el virrey del Perú, Franciscode Toledo, de quien dependía la provinciaplatense, nunca reconoció dichos cargos, pues elmatrimonio de Juana Ortiz de Zarate con Juan deTorre de Vera no fue de su conveniencia, ya queél abrigaba otros planes. Mientras, la distanciageográfica hizo que nadie se entrometiera en elquehacer de Garay, quien a la postre actuó comoun auténtico gobernador. En 1578 se leencomendó la repoblación de Buenos Aires,ciudad desierta tras el abandono ordenado por

Martínez de Irala y que ahora se consideraba unemplazamiento fundamental para lascomunicaciones marítimas con España.

Con cierto retraso, pues Garay tampocodesatendió sus obligaciones en Santa Fe yAsunción, organizó dos grupos expedicionarios,uno de ellos acarreando gran cantidad de ganado.El 29 de mayo de 1580, Garay encontró elemplazamiento ideal para refundar la ciudad enun promontorio un poco más al norte del lugarescogido por Pedro de Mendoza, siendobautizada como ciudad de la Santísima Trinidad ypuerto de Buenos Aires. El censo original de lapoblación contaba sesenta y cuatro habitantes, deellos diez españoles y el resto autóctonos. Garayfue designado gobernador del Río de la Plata,dedicándose desde entonces a trazar las líneasurbanísticas de la villa repoblada. Asimismo,realizó el reparto de encomiendas e inició obraspara acondicionar el puerto, acciones que endefinitiva sentaron las bases para el grandesarrollo comercial y humano de la capital

argentina.Esta prosperidad creciente no pasó

desapercibida para las flotillas corsarias —principalmente inglesas— que se habíanconstituido en el nuevo peligro que se cerníasobre las florecientes colonias españolas enAmérica y, a tal fin, Garay empleó su tiempo enfortificar las defensas bonaerenses. Una vezsuperados todos los obstáculos Garay preparó laexploración de las tierras sureñas, sin dejar depensar en que algún día encontraría la huidizaciudad de los Césares: el último sueño, el últimoanhelo que aún restaba en el universoconquistador de América. Sin embargo, tras dosaños de infructuosa búsqueda Juan de Garaysucumbió en un viaje a Santa Fe, víctima de uncombate contra los indios, junto al lago SanPedro, cerca de las ruinas de Sancti Spíritus, elantiguo fuerte levantado por Sebastián Caboto.

Con él quedaba rubricado casi un siglo depresencia española en el Nuevo Mundo, tiempoen el que miles de hombres dejaron sus vidas en

uno de los mayores empeños que viera lahistoria. La conquista daba paso a lacolonización. Millones de kilómetros cuadradosde un paraíso perdido hasta 1492 habían sidoexplorados por los españoles y otros europeos.Aún quedaban por delante varias proezas dignasde ser contadas, enfrentamientos entre blancos yautóctonos, expansión por el norte delcontinente, sangre, mucha sangre derramada,pero también entendimiento, mestizaje y culturaque unieron dos mundos llamados a caminarjuntos.

España permanecería más de cuatro siglosen América transmitiendo, al igual que hicieraRoma, sentimientos de civilización y urbanidaden los que todos se pudieron entender gracias aluso de una lengua común. Aquel impulso inicialabierto por Cristóbal Colón dio paso a millonesde almas que buscaron en la fértil realidadamericana consumar sueños de grandezamediante descubrimientos, exploraciones yconquistas. Mientras los nativos, auténticos

propietarios de la tierra, sufrían las injustasinclemencias de unos invasores extranjerosdispuestos a que nadie les arrebatase tan singularoportunidad de volver a empezar en un NuevoMundo.

APÉNDICE

LA CONQUISTAESPIRITUAL DEAMÉRICA

Desde los primeros viajes colombinosexistió por parte de la corona española elevidente afán de trasladar el espíritu de lareconquista peninsular a las nuevas tierrasdescubiertas más allá del Atlántico. Laevangelización de América fue una de lasconstantes que impregnaron una de las mayoreshazañas de la historia y, en consecuencia, cientosde sacerdotes, frailes y obispos acompañaroncon sus cruces y textos sagrados a las espadasempuñadas por descubridores y conquistadoresde las Indias Occidentales.

En efecto, España se abrió paso en el nuevocontinente, no sólo con las armas, sino tambiéncon los aires religiosos emanados desde lapenínsula Ibérica y que pretendían convertir a lafe católica a millones de indios pobladores delNuevo Mundo. Como es obvio, el choquecultural perjudicó a los autóctonos, aunque lasautoridades eclesiásticas trataron desde elprincipio de salvaguardar la identidad primigeniade los nativos. Acaso el máximo representante deesa intención fue fray Bartolomé de Las Casasquien nació en Sevilla no en 1474, como secreyó a lo largo de mucho tiempo, sino diez añosdespués, tal y como consta en la únicadeclaración que sobre su edad nos dejó el propiointeresado. Sus padres fueron Isabel de Sosa yPedro de Las Casas, un mercader oriundo deTarifa (Cádiz) y, según se cree, perteneciente auna familia judeo-conversa. El joven Bartolomése desplazó a Granada, a principios del año 1500,para participar en las milicias sevillanas en elsofocamiento de la rebelión de los moriscos.

Se ha especulado mucho acerca de susestudios y, en ese sentido, no consta que acudieraa ninguna universidad ni que poseyera el título delicenciado, siendo lo más probable que estudiaralatín y humanidades en la escuela catedralicia dela capital hispalense. A principios de 1502, seembarcó, acompañando a su padre y a su tío, en laflota de Nicolás de Ovando, flamante gobernadorde La Española. En dicho año parece que todavíano era clérigo, y sus intereses eran máseconómicos que religiosos, pues el muchachoactuó como un colono más, siendo minero yencomendero en Santo Domingo, además decolaborador en las guerras de Jaraguá y delHigüey. Asimismo, tuvo hacienda e indios en lasorillas del río Janique.

En 1507, regresó al Viejo Mundo y marchóa Roma, donde recibió, ahora sí, las órdenessacerdotales, aunque hasta 1510 no celebró suprimera misa, que tuvo como escenario elpoblado de Concepción de la Vega, en la actualRepública Dominicana. En la primavera de 1512,

tras vender su hacienda, se unió a la conquista deCuba, como capellán de la hueste, y recibió unabuena encomienda que atendió hasta 1514,momento en el cual sufrió su primeraconversión, renunciando a los indios de surepartimiento por razones de conciencia, dadoque, ya por entonces, estaba convencido de quedebía «procurar el remedio de estas gentesdivinalmente ordenado». No en vano, se sentíapredestinado para esta misión.

De regreso a Santo Domingo, estableciócontacto con los dominicos, y fray Pedro deCórdoba decidió enviar a Bartolomé, junto conAntonio de Montesinos, a España para denunciarlos abusos que se daban en las encomiendas. LasCasas y Montesinos pudieron entrevistarse el 23de diciembre de 1515 con Fernando el Católico,ya muy enfermo. También hablaron con el obispoRodríguez de Fonseca que no les concediómayor atención. Mejor suerte tuvieron aldirigirse al cardenal Jiménez de Cisneros y aAdriano de Utrecht, el futuro papa Adriano VI,

con los que discutieron algunas soluciones,como enviar a Santo Domingo a tres frailesJerónimos en calidad de gobernadores,asesorados por Las Casas, quien fue ademásnombrado «protector universal de todos losindios que allí moraban».

De regreso a La Española, en 1517, losJerónimos entraron pronto en conflicto con losdominicos, motivo que obligó a fray Bartolomé aretornar a España. El 19 de mayo de 1520 obtuvoen La Coruña una capitulación para llevar a caboun proyecto de colonización pacífica en la costade Paria, actual Venezuela.

A principios de 1521 emprendió viaje conalgunos colonos hacia San Juan de Puerto Rico.Su idea era establecer en Paria a los pioneros ypropiciar de manera pacífica el acercamiento alos indios. Éstos conservarían su libertad acambio de escuchar la predicación del Evangelio,sin mediar violencia ni obligación alguna,aceptando de grado la autoridad del rey deEspaña. Sin embargo, este empeño fracasó y en

1521 tuvo que regresar a La Española.Un año después, decidió ingresar en la

orden de Predicadores, donde vivió su segundaconversión. La vida conventual le proporcionótiempo para el estudio y la escritura de susprimeras obras, hasta que, en 1526, abandonó suconvento dominico para establecer otro enPuerto Plata. En este tiempo ya había redactadoalgunos memoriales en los que se reflejabandolorosas denuncias por el trato que recibían losindios a cargo de sus dueños blancos. A partir de1531 comenzó a predicar en Puerto Plata contralos colonos españoles, los cuales consiguieronque sus superiores lo trasladaran a SantoDomingo, donde logró en 1533 la rendición delcacique Enriquillo, sublevado catorce años antes.A finales de 1534, fray Bartolomé y otros tresdominicos viajaron al Perú dispuestos a trabajaren defensa de los indios y fortalecer de paso lasactividades de su orden, pero una serie dedificultades les impidieron llegar a su destino,quedándose durante un tiempo en Panamá,

Nicaragua y México.De allí fray Bartolomé pasó a Guatemala,

lugar en el que residió poco menos de dos años ydonde escribió otra de sus obras másimportantes, la conocida en español como Delúnico modo de atraer a todos los pueblos a laverdadera religión. En ese largo tratado la tesiscentral era que la única forma de promover laconversión de cualquier ser humano no era otraque la vía de la persuasión y jamás valiéndose delas armas o de cualquier otra forma de violencia.Proceder así sería una actuación «temeraria,injusta, inicua y tiránica».

Más convencido que nunca, se preparó paraponer en práctica sus ideas, eligiendo para ello lazona de Tezulutlán, considerada hasta entoncescomo tierra de guerra en Guatemala. La entradaen la que se llamaría la Vera Paz implicaba paralos conquistadores la prohibición expresa deinternarse por aquel territorio virgen, ya que allíse efectuaba la conversión de los indígenas enlos únicos términos posibles para atraer a todos

los pueblos a la verdadera religión, por medio deldiálogo y la persuasión.

En 1538 el padre Las Casas y su secretarioel padre Rodrigo de Ladrada viajaron a Méxicopara participar en el capítulo de la ordendominica. Concluido éste, ambos se embarcaroncon rumbo a España. Allí, a principios de 1540,Las Casas consiguió que se expidieran variasreales cédulas protectoras de los trabajos de sumisión en Tezulutlán.

Por ese tiempo escribió su célebreBrevísima relación de la destrucción de lasIndias, así como la obra que se conoce comoLos dieciséis remedios para la reformación delas Indias. Residiendo en Valladolid, seentrevistó con el monarca Carlos I, el cualescuchó con suma atención las demandas deldominico, por lo que convocó de inmediato lasfamosas Juntas de Valladolid, en las que frayBartolomé, según se dice, presentó su Brevísimarelación de la destrucción de las Indias y los yamencionados Dieciséis remedios. Consecuencia

de lo que allí se discutió fue la promulgación, el20 de noviembre del 1542, de las fundamentalesLeyes Nuevas. En ellas se prohibía la esclavitudde los indios, se ordenaba además que todosquedaran libres de los encomenderos y fueranpuestos bajo la protección directa de la corona.Por añadidura se dispuso que, en lo concernientea la penetración en tierras hasta entonces noexploradas, debían participar siempre dosreligiosos que actuaran como supervisores deque los contactos con los indios se llevaran acabo en forma pacífica, dando lugar al diálogoque propiciara su conversión. En definitiva, unabrumador éxito para los postulados defendidospor Las Casas.

Al año siguiente, en marzo de 1543, elemperador presentó a fray Bartolomé ante elPapa como candidato idóneo al obispado deChiapas. Disposición complementaria fue la deincluir dentro de los límites de su diócesis laregión de Tezulutlán, donde se desarrollaba elproyecto de asimilación pacífica concebida por

el dominico.Consagrado obispo en la capilla del

convento de San Pablo en Sevilla, se embarcó enjulio de 1544 con rumbo a La Española, desdedonde se dirigió a su diócesis en una travesía quelo llevó a desembarcar en Campeche. Establecidoya en Ciudad Real de Chiapas, quiso estarinformado desde un principio sobre la conductade sus feligreses con los indígenas. Redactóentonces los doce puntos de su Confesionario,que publicaría más tarde con el título de Avisos yreglas de confesores. Al percatarse de lapreocupante situación que se vivía en Chiapas,dispuso que ningún sacerdote pudiese absolver aquienes tuvieran indios esclavos, lo que provocóreacciones muy adversas. Finalmente, un enojadoLas Casas excomulgó a los encomenderos y atodos aquellos que se oponían a lo dispuesto porél.

Posteriormente, se trasladó a México paraparticipar en una reunión de religiosos que allí secelebraba. En dicha Junta tuvo un agrio

enfrentamiento con el virrey Antonio deMendoza, quien se negaba a discutir sobre laesclavitud de los indios, por lo que el tercodominico volvió a plantarse en 1547 ante la corteespañola en busca de apoyos para las tesis quedefendía con tanto ardor. Sus infatigablesgestiones dieron como resultado que, en julio de1550, se convocara en Valladolid una reunión deteólogos, expertos en derecho canónico ymiembros de los consejos de Castilla y de lasIndias. El propósito no era otro sino debatircómo debía procederse en los descubrimientos,conquistas y población en las Indias. Y como esobvio en este congreso confluyeron diversascorrientes ideológicas encarnadas enprestigiosos oradores que pronto se enzarzaronen duras discusiones. Acaso los principalesponentes fueron fray Bartolomé de Las Casas yJuan Ginés de Sepúlveda. Este último sosteníaque los indios, como seres inferiores, debíanquedar sometidos a los españoles. Frente a él elpadre Las Casas presentó su escrito sobre la

Apología, texto clave en las discusiones. LaJunta quedó inconclusa y por ello se emplazópara el año siguiente.

El padre Las Casas, decepcionado al nohaberse tomado medida alguna sobre suspeticiones, optó por la renuncia de su cargoepiscopal en Chiapas para volcarse en suparticular lucha en defensa de los indios desdeEspaña. En estos años publicó algunas de susobras y obtuvo cédulas reales en favor de losindios, en especial los que habitaban enTezulutlán. En 1552 consiguió enviar nuevosmisioneros a las Indias, mientras publicaba unaserie de tratados, entre ellos la Brevísimarelación de la destrucción de las Indias, elConfesionario, El tratado sobre esclavos yotros que editaron en Sevilla.

Radicado en la capital hispalense, tuvo a sualcance la Biblioteca Colombina, en la que pudoconsultar libros y manuscritos que le permitieronavanzar en la redacción de su Historia de lasIndias, un trabajo emprendido en 1526 que vio la

luz treinta años más tarde. Asimismo, pudocompletar la redacción de Apologética historiasumaria , verdadero tratado de antropologíacomparada en el que, poniendo en parangón a lasculturas indígenas con las de la antigüedadclásica, subrayó las virtudes y grandesmerecimientos de los habitantes del NuevoMundo. Singular experiencia para Bartolomé fueencontrarse, de regreso a Valladolid, con unindígena caxcán de Zacatecas, llamado FranciscoTenamaztle. Éste había sido deportado a Españapor haber encabezado una rebelión en su tierra.Las Casas, tras escuchar a Tenamaztle,emprendió con él su defensa.

Se conservan interesantes documentos,varios suscritos por Tenamaztle, en los que éstedaba a conocer al Consejo de Indias su situacióny la de su pueblo, demandando justicia. Las Casasen esta actuación hizo aplicación de sus ideas alcaso particular de Tenamaztle y los indioscaxcanes de la lejana Nueva España. Dolorosodebió de ser para fray Bartolomé enterarse más

tarde de que, en 1558, los dominicos quetrabajaban en la guatemalteca Vera Pazreconocieran la necesidad de aceptar el uso delas armas para someter a los indios de la regiónLacandona y de Puchutla. Tal forma de proceder,a la que siguió en 1559 la iniciación dehostilidades en la región de Tezulutlán, significóel fracaso de una idea a la que tantos desveloshabía consagrado.

Los últimos años de su vida los pasó enMadrid. Había concluido ya para entonces laHistoria de las Indias. Todavía escribió variosmemoriales, así como la obra que intituló Dethesauris, en la que cuestionaba el supuestoderecho de propiedad, tanto de los tesorosderivados del rescate del inca Atahualpa, comode aquellos otros encontrados en los sepulcros oguacas de los indígenas. En febrero de 1564redactó su testamento y todavía pudo escribir unmemorial al Consejo de Indias reafirmándose entodo lo que había expresado en defensa de susqueridos indios. El 17 de julio de 1566, este

honorable dominico falleció en el convento deNuestra Señora dé Atocha, siendo enterrado en lacapilla mayor de dicho recinto sagrado. Tiempomás tarde sus restos mortales fueron trasladadosal convento dominico de San Gregorio, enValladolid. Hoy día nadie discute que frayBartolomé de Las Casas fue un auténticoadelantado en la protección, no sólo de losindígenas americanos, sino también de losderechos humanos.

A decir verdad muchos tomaron el testigodel padre Las Casas, siendo el caso másdestacado el protagonizado por los combativosjesuítas. En 1540 el futuro San Ignacio de Loyolaobtenía licencia papal para la fundación de laorden católica más viajera y emprendedora de lahistoria. Nacía de ese modo la Compañía deJesús, y una de sus primeras tareas sería laexpansión evangelizadora por el nuevocontinente.

En tiempos de la conquista de Américamuchos fueron los objetivos que se fijaron las

diferentes potencias intervinientes, uno de ellos,el de socializar de la manera más urgente a lospueblos indígenas, dado que su esfuerzo laboralse presumía fundamental en la edificación de losmuros imperiales. La aportación de las diferentesórdenes religiosas y su impulso evangelizadorcontribuyeron de forma decisiva a esos fines. Lasprimeras oleadas de franciscanos, dominicos ymercedarios precedieron a la llegada de losjesuítas y, con éstos, una filosofía religiosa ycultural bien diferenciada de otros europeos queveían en América tan sólo una fuente inagotablede riqueza y honores sin reparar en los posiblesperjuicios que se estaban ocasionando a losnativos americanos.

La Iglesia fue pionera en la denuncia desituaciones abusivas en el trato hacia el aborigen.En este sentido, el reino de España siempreprocuró defender los intereses indígenas, pero laenorme distancia entre la metrópoli y las nuevasprovincias imposibilitaba, en buena medida, unajusta aplicación de leyes y reglas.

Las encomiendas concedidas a loscolonizadores y la explotación que éstoshicieron de los indios chocaron frontalmente conla idea de convivencia armónica que manteníanórdenes como la Compañía de Jesús, en contactodirecto con un papado muy preocupado por cómotranscurrían los acontecimientos.

Los jesuítas protagonizaron casi dos siglosde vida religiosa en América. En la segunda mitaddel siglo XVI iniciaron su expansión por elNuevo Mundo: Perú, México, Brasil y Paraguayfueron territorios que, poco a poco, ibanrecibiendo a los viajeros de San Ignacio deLoyola.

Finalmente, en 1604, el Vaticano constituyóla región del Paraguay como una provinciareligiosa bajo tutela jesuíta. Esta zona incluía losterritorios actuales de Chile, Argentina, Bolivia,así como partes de Paraguay y Brasil; más omenos el equivalente a nuestra Europaoccidental. En ese momento se tomaron lasmedidas oportunas para el establecimiento de

miles de jesuítas en una tierra difícil de dominar,con unos nativos atemorizados debido a losenormes impactos que estaban sufriendo por laacción del hombre blanco.

Los seguidores de San Ignacio llegaron alcontinente con un mensaje espiritual cuajado deesperanza y una promesa de vida mejor quepronto caló entre la población autóctona. Son losaños del «cristianismo feliz» —como los bautizóel teólogo Muratori—, que quedó plasmado en elnacimiento de las «reducciones», auténticossímbolos de la presencia jesuita en América. Lareducción era una comunidad que reunía lasprincipales características de las dos culturas. Suconfiguración urbanística llamabapoderosamente la atención al favorecer laigualdad económica y social entre susintegrantes; en definitiva, una especie decomunismo católico supervisado por elpaternalismo jesuita. El trazado incluía iglesia,edificios de administración o gobierno, plazaspúblicas y casas dignas para unos habitantes que

trabajan para sí mismos, pero también dentro delcolectivo. Todo esto bajo la supervisión de loscultos y refinados sacerdotes de San Ignacio quepermitían el mantenimiento de las viejastradiciones paganas en un camino claro haciaDios, siguiendo el lema de su fundador: «Lamayor gloria de Dios y bien de las almas».

El sincretismo religioso, la tolerancia y eltrato justo provocaron que los otrora hostilesindios guaraníes se acercaran a las misionesjesuítas buscando refugio y mejores condiciones,en una huida constante de los opresivosportugueses y españoles. En las reducciones setrabajaba la mitad que en las encomiendas, lo quedaba como resultado una sensación de libertad yel orgullo de laborar para uno mismo, con lo quese obtenían producciones óptimas que permitíanprogreso y calidad. Tanta prosperidad en régimencasi de independencia con respecto a laspotencias dominantes alarmó a los másreaccionarios, quienes veían en la Compañía deJesús un enemigo a batir.

En los siglos XVII y XVIII se levantarontreinta y dos reducciones: su aspecto asemejabael de fortificaciones militares, con empalizadasdefendidas por bravos guerreros guaraníes,siempre dirigidos por los perseverantes jesuítas.Las misiones resultaban constantementehostigadas por esclavistas, en esenciaportugueses, que encontraban en estascomunidades obstáculos infranqueables para sucrudo negocio.

Numerosas misiones fueron asaltadas y susmoradores masacrados ante la pasividad de losgobernantes locales; en el fondo los jesuítas sehabían convertido en elementos demasiadoincómodos para la expansión colonial. Y deforma maliciosa comenzaron a circular por lasciudades de Europa y América todo tipo denoticias relacionadas con el presunto podersocial y económico que iban adquiriendo losjesuítas, con lo que muchos llegaron a pensar quese estaba gestando un «imperio jesuita» enAmérica.

Las gotas que colmaron el vaso del rechazofueron las guerras guaraníes, en las que los deSan Ignacio tomaron parte activa del lado de losindios, lo que precipitó el esperado e inevitablefinal. En la segunda mitad del siglo XVIIInaciones como Francia, Portugal o Españaencontraron las excusas necesarias para expulsara los jesuítas de sus territorios.

En España el pretexto fue la presuntaparticipación de la Compañía de Jesús en elfamoso motín de Esquilache, argumentando losacusadores que se habían visto jesuítas entre lamuchedumbre amotinada y que, además, habíanprestado sus imprentas para publicar lospanfletos que animaban al levantamiento enMadrid. La acusación explicó que con estasacciones los jesuítas pretendían destronar aCarlos III en el intento de situar a un monarcamás proclive a los intereses de la compañía.

El 2 de noviembre de 1767 el rey de Españafirmaba la orden de expulsión de más de cinco

mil jesuítas en España y América. Era el fin deuna ilusión y el comienzo de unos años muyduros para unos hombres que sólo pudieronencontrar cobijo en los Estados Pontificios. Sinembargo, la presión internacional provocó que el21 de julio de 1773 el papa Clemente XIV seviera forzado a firmar la disolución completa dela orden.

Mientras tanto, miles de indios guaraníes sediseminaban por sus selvas ancestrales,perseguidos por la civilización y sin que nadiepudiera protegerles de su inexorable destino.

Por fortuna, en 1814 la Compañía de Jesúsfue rehabilitada, continuando desde entonces suinmensa obra en misiones y colegios esparcidospor toda la geografía mundial. No obstante, elsueño de las reducciones jesuítas jamás se volvióa levantar, convirtiéndose en un lejano recuerdoperdido en lo más intrincado de las selvasamazónicas.

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Table of ContentsIntroducciónCAPÍTULO I EL DESCUBRIMIENTO DE

COLONEl desdén portuguésMecenazgo para una ilusiónTierra a la vistaEl segundo viajeLos últimos viajes de Colón

CAPÍTULO II LOS QUE SIGUIERONALMIRANTE DE LA MAR OCÉANA

Alonso de Ojeda, el terror de los indiosJuan de la Cosa y Américo Vespucio, loscartógrafos de AméricaRodrigo de Bastidas, el empresario quecreyó en las IndiasJuan Ponce de León, el hombre que quisoser inmortalLas conquistas de Jamaica y CubaVasco Núñez de Balboa, el descubridor del

océano PacíficoCAPÍTULO III HERNÁN CORTÉS Y LA

CONQUISTA DE NUEVA ESPAÑAEl sueño de MéxicoEl imperio de MoctezumaHacia Tenochtitlán«La noche triste» y la victoria de OtumbaExploración y amargura

CAPÍTULO IV LA VUELTA AL MUNDO DEMAGALLANES Y ELCANO

Rumbo a las MolucasLa consumación de una proeza

CAPÍTULO V FRANCISCO PIZARRO, LACONQUISTA DEL PERÚ

Los Trece de la FamaEl imperio del SolLos IncasEl TahuantinsuyoGuerras civiles en Perú

CAPÍTULO VI EL DORADO, LA CONQUISTADEL TERCER IMPERIO

Francisco de Orellana, el descubridor del

AmazonasGonzalo Jiménez de Quesada, la búsquedadel Reino del OroEl loco AguirreEl mariscal que quiso ser marquésAntonio de la Hoz Berrio, el fin del sueño

CAPÍTULO VII LA EXPLORACIÓN DE LOSLÍMITES

Pedro de Valdivia, la conquista de ChileLos trasiegos hacia CíbolaAlvar Núñez Cabeza de Vaca, gobernador delRío de la PlataEl fin de la expansión colonialJuan de Garay, el último adelantado

APÉNDICE LA CONQUISTA ESPIRITUAL DEAMÉRICA

BIBLIOGRAFÍA BÁSICA