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LAS TUMBAS DEL MAÑANA Anne Perry Cambridge, Inglaterra, semanas previas al estallido de la Primera Guerra Mundial. Joseph Reavley recibe la visita inesperada de su hermano Matthew, quien le anuncia la fatídica muerte de sus padres en un accidente de tráfico. A su dolor se suma el desasosiego: la noche anterior a los hechos, John Reavley había revelado a su hijo Matthew que estaba en posesión de un documento que iba a cambiar la historia de Inglaterra para siempre. Matthew y él habían decidido encontrarse en Londres para discutir sobre el tema, pero nunca tuvieron oportunidad de hacerlo. Joseph –desde su cátedra de Cambridge- y Matthew —desde su cargo en el Servicio Secreto de Inteligencia británico— intentarán averiguar qué encerraba ese documento y cuáles fueron los motivos que tenía la persona que por preservar el contenido del mismo había decidido eliminar al matrimonio Reavley. La tragedia familiar coincide con otra a nivel mundial: el asesinato del archiduque de Austria enSarajevo. El atentado devela las fricciones existentes entre las distintas naciones europeas, las cuales van tomando posiciones progresivamente y preparándose para un eventual enfrentamiento. La guerra se palpa en el ambiente. En Cambridge, las acaloradas discusiones acerca del conflicto acaban de ser silenciadas por un inquietante suceso: Sebastian Allard, uno de los alumnos más brillantes de su promoción, ha sido hallado muerto en las dependencias estudiantiles. Con la veracidad y detalle que caracterizan sus novelas de corte victoriano, Anne Perry recrea el ambiente prebélico europeo, a la vez que nos introduce en la vida de los Reavley, quienes protagonizarán la serie de novelas en torno a la Primera Guerra Mundial que se inicia con Las tumbas del mañana. Anne Perry (nacida como Juliet Marión Hulme en Blackheath, Londres el 28 de octubre de 1938) es una escritora inglesa, autora de historias de detectives, además de una asesina sentenciada por el caso Parker-Hulme. Fue una niña enfermiza, muy joven fue diagnosticada de tuberculosis. Su padre, un renombrado físico llamado Henry Hulme la envió al Caribe y a Sudáfrica para que se recuperara. Al cumplir 13 años, regresó a su casa a la espera de partir hacia Nueva Zelanda, donde a su padre le esperaba un trabajo como rector de una universidad. Anne y su amiga Pauline Parker decidieron matar a la madre de ésta última, de nombre Honora Rieper. La razón: No querían separarse, y planeaban robar el dinero de la madre y huir juntas a los Estados Unidos. El 22 de Junio de 1954, las niñas acompañaron a Honora Rieper a una caminata por el parque Victoria de la ciudad de Christchurch. Cuando llegaron a un lugar solitario, Juliet (Anne Perry) arrojó al suelo un pequeño trozo de piedra decorativa y la señora Rieper se agachó a recogerla. Entonces, ambas niñas (por

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  • LAS TUMBAS DEL MAANA

    Anne Perry

    Cambridge, Inglaterra, semanas previas al estallido de la Primera Guerra Mundial.

    Joseph Reavley recibe la visita inesperada de su hermano Matthew, quien le anuncia la

    fatdica muerte de sus padres en un accidente de trfico. A su dolor se suma el desasosiego:

    la noche anterior a los hechos, John Reavley haba revelado a su hijo Matthew que estaba en

    posesin de un documento que iba a cambiar la historia de Inglaterra para siempre.

    Matthew y l haban decidido encontrarse en Londres para discutir sobre el tema, pero

    nunca tuvieron oportunidad de hacerlo. Joseph desde su ctedra de Cambridge- y

    Matthew desde su cargo en el Servicio Secreto de Inteligencia britnico intentarn

    averiguar qu encerraba ese documento y cules fueron los motivos que tena la persona

    que por preservar el contenido del mismo haba decidido eliminar al matrimonio Reavley.

    La tragedia familiar coincide con otra a nivel mundial: el asesinato del archiduque de

    Austria enSarajevo. El atentado devela las fricciones existentes entre las distintas naciones

    europeas, las cuales van tomando posiciones progresivamente y preparndose para un

    eventual enfrentamiento. La guerra se palpa en el ambiente.

    En Cambridge, las acaloradas discusiones acerca del conflicto acaban de ser

    silenciadas por un inquietante suceso: Sebastian Allard, uno de los alumnos ms brillantes

    de su promocin, ha sido hallado muerto en las dependencias estudiantiles.

    Con la veracidad y detalle que caracterizan sus novelas de corte victoriano, Anne

    Perry recrea el ambiente preblico europeo, a la vez que nos introduce en la vida de los

    Reavley, quienes protagonizarn la serie de novelas en torno a la Primera Guerra Mundial

    que se inicia con Las tumbas del maana.

    Anne Perry (nacida como Juliet Marin Hulme en

    Blackheath, Londres el 28 de octubre de 1938) es una escritora inglesa, autora de

    historias de detectives, adems de una asesina sentenciada por el caso Parker-Hulme. Fue

    una nia enfermiza, muy joven fue diagnosticada de tuberculosis. Su padre, un

    renombrado fsico llamado Henry Hulme la envi al Caribe y a Sudfrica para que se

    recuperara. Al cumplir 13 aos, regres a su casa a la espera de partir hacia Nueva Zelanda,

    donde a su padre le esperaba un trabajo como rector de una universidad.

    Anne y su amiga Pauline Parker decidieron matar a la madre de sta ltima, de

    nombre Honora Rieper. La razn: No queran separarse, y planeaban robar el dinero de la

    madre y huir juntas a los Estados Unidos. El 22 de Junio de 1954, las nias acompaaron a

    Honora Rieper a una caminata por el parque Victoria de la ciudad de Christchurch.

    Cuando llegaron a un lugar solitario, Juliet (Anne Perry) arroj al suelo un pequeo trozo

    de piedra decorativa y la seora Rieper se agach a recogerla. Entonces, ambas nias (por

  • turnos) comenzaron a golpearla en la cabeza con un ladrillo envuelto en un calcetn. Fueron

    necesarios cerca de 45 golpes para finalmente matarla. No cabe duda de que la brutalidad

    del crimen contribuy de enorme manera a su notoriedad.

    Las nias, entonces, se alejaron del lugar y comenzaron a pedir ayuda. Estaban

    cubiertas de sangre. Pronto descubrieron el cuerpo de la mujer, y el arma homicida. El

    desastroso estado de la cabeza de la vctima ech por tierra la historia de las nias, quienes

    decan que sta haba resbalado y que se golpe la cabeza contra el suelo.

    El juicio fue una sensacin en aquella poca (1954), con alusiones al posible

    lesbianismo de las nias como agravante del asesinato, ya que en aqul entonces ser

    homosexual era un crimen. El 30 de Agosto, ambas fueron condenadas a pasar cinco aos

    en prisin, y una de las condiciones para su liberacin fue que jams volvieran a verse.

    Los sucesos sirvieron como argumento de la pelcula de Peter Jackson Criaturas

    Celestiales, en la cual Kate Winslet encarn a Anne Perry.

    Tras su liberacin a los cinco aos del crimen, Juliet Hulme (Anne Perry) regres a

    Inglaterra y se convirti en asistente de vuelo. Vivi en los Estados Unidos durante un

    tiempo, donde se uni a los mormones y su Iglesia de Jesucristo de los Santos de los

    ltimos Das. Tambin cambi su nombre por el de Anne Perry, tomando como apellido el

    segundo nombre de su padre.

    Con el tiempo, comenz a escribir novelas de corte policiaco, la primera de las cuales

    fue The Cater Street Hangman, que fue publicada en 1979, a la edad de 41 aos, ttulo

    protagonizado por el polica Thomas Pitt y su esposa Charlotte, personajes, junto a la serie

    del inspector William Monk y su compaera Hester, que le concedieron fama internacional.

    Sus libros, algunos de ellos dignos sucesores de la gran maestra del relato policiaco

    Agatha Christie, estn ambientados en la rgida sociedad victoriana y narrados con un

    estilo sencillo y ligero que hace muy agradable su lectura.

    Para el 2003, ya haba publicado cerca de 47 novelas y era un escritora de gran xito,

    ganadora de numerosos premios y convertida en una celebridad. Sin embargo, la historia

    del homicidio cometido en su juventud jams ha sido olvidado, y el hecho de que se

    dedique a escribir novelas sobre asesinatos indudablemente aade un toque macabro a su

    biografa.

    Su Saga de libros sobre la Primera Guerra Mundial comprende los siguientes ttulos:

    1. No Graves As Yet (Sin muertes todava / Las tumbas del maana -en Espaa-)

    2. Shoulder the Sky (Atlas / El peso del cielo -en Espaa-)

    3. Angels in the Gloom (ngeles en la Penumbra / ngeles en las tinieblas -en

    Espaa-)

    4. At some Disputed Barricade (En una peleada trinchera / Las trincheras del odio -

    en Espaa-)

  • 5. We Shall Not Sleep (No deberamos dormir / No dormiremos -en Espaa-)

    Dedicado a mi abuelo, el capitn Joseph Reavley,que sirvi como capelln en las

    trincheras durante la Primera Guerra Mundial

    Y ellos, que rigen Inglaterra, en majestuoso cnclave servidos,

    ay, ay de Inglaterra, no tienen tumbas todava.

    G. K. CHESTERTON

    * * *

  • 1

    Era una dorada tarde de finales de junio, de un da perfecto para el crquet. El sol

    resplandeca en un cielo totalmente despejado y la brisa agitaba suavemente las faldas de

    tonos claros de las mujeres que, sombrilla en mano, contemplaban el partido que se

    disputaba en el prado de Fenner's Field. Los hombres, con pantalones blancos de franela, se

    mostraban relajados y sonrientes.

    Los muchachos de St. John the Baptist iban a batear. El lanzador de Gonville and

    Caius se volvi con la pelota en la mano y corri sin prisa hasta lo alto de la lnea. La pelota

    vol y Elwyn Allard la golpe con fuerza, envindola lo bastante lejos para cubrir un

    mnimo de cuatro bases sin demasiado esfuerzo.

    Joseph Reavley se sum al aplauso. Elwyn era uno de sus pupilos, y bastante ms

    hbil con el bate que con la pluma. Careca de la brillantez acadmica de su hermano

    Sebastian, pero su modo de ser le haca caer bien, y posea un sentido del honor que lo

    gobernaba como un acicate.

    Al equipo de St. John's an le quedaban otros cuatro bateadores por jugar, muchachos

    oriundos de toda Inglaterra que haban llegado a Cambridge y que, por una razn u otra,

    permanecan en el colegio universitario durante las largas vacaciones de verano.

    Elwyn obtuvo un modesto dos. Un vientecillo de las marismas, que se extendan hacia

    el este hasta alcanzar el mar, mitigaba el calor. Era una tierra antigua, silenciosa, atravesada

    por canales navegables secretos y una iglesia sajona en cada pueblo. Ocho siglos y medio

    antes haba sido el ltimo bastin de la resistencia contra la invasin normanda.

    En el campo, uno de los jugadores por poco fall al atrapar la pelota. Se oy un grito

    ahogado seguido de un suspiro. Todo aquello era importante, ya que por cosas como sa se

    poda ganar o perder un partido, y pronto volveran a jugar contra Oxford. Una derrota

    sera catastrfica!

    En la ciudad que quedaba detrs de ellos, el reloj de la torre norte de Trinity dio las

    tres; cada gran campanada en la bemol seguida al instante por un breve mi bemol. Joseph

    se dijo que quedaba fuera de lugar pensar en el transcurso del tiempo en una tarde que se

    antojaba eterna como aqulla. Resultaba irrelevante, un artificio contra la inmutable marea

    de la vida. A pocos metros de all, Harry Beecher se fij en l y sonri. Beecher haba

    pertenecido al colegio universitario de Trinity en sus aos de estudiante, y una antigua

    broma deca que el reloj de Trinity sonaba una vez por l mismo y otra por el de St. John's.

    La pelota derrib las estacas, levantando una ovacin, y Elwyn finaliz su turno con

    un muy respetable tanteo de ochenta y tres puntos. Se retir con un breve ademn de

    agradecimiento y fue sustituido por Lucian Foubister, un muchacho moreno de complexin

    quiz demasiado huesuda, aunque a Joseph le constaba que su torpeza era engaosa. Era

    ms tenaz de lo que muchos crean y en ocasiones demostraba una habilidad

    extraordinaria.

  • Se reanud el juego, se oy el golpe seco del bate, los vtores momentneos, bajo el

    ardiente azul del cielo y entre el perfume de la hierba.

    Aidan Thyer, el rubsimo director del St. John's, permaneca inmvil a pocos metros

    de Joseph, sumido en remotos pensamientos. Su esposa Connie, que estaba a su lado, lo

    mir y se encogi levemente de hombros. Llevaba un vestido blanco de brocado que caa

    con mucho vuelo a partir de las caderas y cuyas faldas, a la ltima moda, llegaban hasta el

    suelo. Se la vea tan elegante y femenina como un ramillete de margaritas, pese a que aquel

    verano era el ms caluroso que haba conocido Inglaterra en aos.

    En el otro extremo del campo Foubister dio un golpe desmaado, con los codos en

    una postura incorrecta, y lanz la pelota directamente al lmite del terreno de juego. Se oy

    un grito de aprobacin y todo el mundo aplaudi.

    Joseph not movimientos a su espalda y se volvi esperando vera un encargado del

    campo anuncindole que estaban sirviendo limonada y bocadillos de pepino, pero a quien

    vio fue a su hermano Matthew, que caminaba sin garbo hacia l, con los hombros

    encogidos. Llevaba un traje gris claro de ciudad, como si acabase de llegar de Londres.

    Joseph fue a su encuentro, presa de una creciente inquietud que le hizo estremecerse.

    Qu haca Matthew all en Cambridge interrumpiendo un partido un domingo por la

    tarde?

    Matthew! Qu ocurre? pregunt al alcanzarlo.

    Matthew se detuvo. Estaba tan plido que pareca que no tuviera sangre en las venas.

    Haba cumplido veintiocho aos, por lo que era siete aos ms joven que Joseph, y rubio en

    vez de moreno como ste. Le estaba costando trabajo mantener la compostura y no pudo

    evitar tragar saliva antes de hablar.

    Se trata... Carraspe. Haba una especie de desesperacin en sus ojos. Se trata

    de madre y padre aadi, y a punto estuvo de quebrrsele la voz. Han tenido un

    accidente.

    Joseph se neg a asimilar lo que le estaba diciendo su hermano menor.

    Un accidente?

    Matthew asinti con la cabeza, esforzndose por dominar su entrecortada respiracin.

    Con el coche. Ambos han... muerto.

    Por un instante aquellas palabras no significaron nada para Joseph. De inmediato le

    vino a la mente el enjuto y delicado rostro de su padre, sus ojos azules de mirada firme. Era

    imposible que estuviese muerto.

    El coche se sali de la carretera prosigui Matthew. Justo antes del puente de

    Hauxton Mill.

    Su voz sonaba extraa y lejana.

    Joseph, a cuyas espaldas seguan jugando al crquet, oy un golpe de bate y otra salva

  • de aplausos.

    Joseph... Matthew apoy la mano en el brazo de su hermano, asindolo con

    fuerza.

    Joseph asinti con la cabeza e intent hablar, pero tena la garganta seca.

    Lo lamento murmur Matthew. Ojal no hubiese tenido que decrtelo as. Yo...

    No te preocupes lo interrumpi Joseph. Voy a... Cambi de parecer, pues

    todava estaba intentando aceptar la realidad. Has dicho la carretera de Hauxton?

    Adnde iban?

    Matthew le apret el brazo con ms fuerza an. Comenzaron a caminar despacio,

    muy juntos, por la hierba agostada. El calor produca una curiosa sensacin de mareo.

    Joseph estaba baado en sudor, pero por dentro se senta helado.

    Matthew se detuvo otra vez.

    Padre me telefone ayer bien entrada la noche contest con voz ronca, como si a

    duras penas soportara pronunciar aquellas palabras. Me explic que alguien le haba

    entregado un documento que, de manera sucinta, revelaba una conspiracin tan espantosa

    que cambiara el mundo que conocemos, arruinando a Inglaterra y todo aquello con lo que

    nos identificamos, para siempre. Su tono era desafiante, y pareca a punto de perder el

    dominio de s mismo. Me dijo que alcanza a salpicar a la familia real.

    Mir fijamente a su hermano aguardando una respuesta.

    Joseph estaba confuso. Qu deba hacer? Las palabras carecan de sentido y ms an

    de significado. John Reavley haba sido miembro del Parlamento hasta 1912, dos aos atrs.

    Haba renunciado al cargo por motivos que jams haba comentado, aunque desde

    entonces haba mantenido vivo su inters por la poltica, as como su preocupacin por la

    honestidad del Gobierno. Quiz se haba debido, sencillamente, a que prefera dedicar ms

    tiempo a la lectura, a cultivar su pasin por la filosofa, a husmear en las tiendas de

    antigedades y de segunda mano en busca de gangas. Con frecuencia no haca ms que

    conversar con la gente, escuchar historias, intercambiar chistes excntricos y ampliar su

    coleccin de quintillas satricas.

    Una conspiracin para arruinar a Inglaterra y todo aquello con lo que nos

    identificamos? repiti Joseph, incrdulo.

    No rectific Matthew. Una conspiracin que podra echar todo eso por tierra.

    se no era el objetivo principal, sino slo la consecuencia indirecta.

    Qu conspiracin? Quin est implicado? inquiri Joseph.

    Matthew se vea casi gris de tan plido.

    No lo s. Iba a trarmelo... hoy.

    Joseph iba a preguntar por qu, pero se abstuvo. La respuesta era lo nico que tena

    sentido. De pronto, al menos dos hechos resultaban coherentes. John Reavley haba

  • deseado que Joseph estudiase Medicina, y cuando ste abandon la universidad para

    seguir la carrera eclesistica, puso todas sus esperanzas en Matthew. Ahora bien, Matthew

    haba estudiado Historia Moderna e idiomas all mismo, en Cambridge, para luego ingresar

    en el Servicio de Inteligencia. Si tal conspiracin exista, era lgico que John se lo hubiese

    comunicado.

    Joseph trag saliva para deshacer el nudo que le oprima la garganta.

    Entiendo.

    Matthew dej de apretar con tanta fuerza el brazo de su hermano. Haba dispuesto de

    ms tiempo que ste para encajar la noticia. Escrut el rostro de Joseph con honda

    preocupacin, buscando algo que decir o hacer para mitigar la pena.

    Joseph hizo un esfuerzo enorme por hablar.

    Entiendo repiti. Tenemos que ir a verlos. Dnde estn?

    En la comisara de Great Shelford contest Matthew. Hizo un breve ademn con

    la cabeza. He venido en mi coche.

    Lo sabe Judith?

    S respondi Matthew con expresin sombra. No saban dnde dar contigo o

    conmigo, de modo que fueron a verla.

    No dejaba de ser lo ms lgico, y hasta evidente, a decir verdad. Judith era su

    hermana menor y an viva en casa de sus padres. Hannah, entre Joseph y Matthew, se

    haba casado con un oficial de la Marina y viva en Portsmouth. La polica habra acudido a

    la casa de Selborne St. Giles. Matthew pens en cmo se habra sentido Judith, sola, a

    excepcin de la servidumbre, sabiendo que su padre y su madre no volveran a casa aquella

    noche, ni ninguna otra.

    Sus pensamientos se vieron interrumpidos al aparecer alguien junto a l. No haba

    odo sus pasos en la hierba. Se volvi y vio a Harry Beecher a su lado, con una expresin de

    perplejidad en un rostro que por lo general reflejaba irona.

    Va todo...? se interrumpi al ver los ojos de Joseph. Puedo hacer algo?

    pregunt sin ms.

    Joseph neg levemente con la cabeza.

    No... no, gracias. Joseph se esforz por recobrar la compostura. Mis padres han

    sufrido un accidente. Solt un profundo suspiro y aadi: Han fallecido.

    Qu extraas y vacuas sonaban aquellas palabras. An no transmitan ninguna

    realidad.

    Dios mo! exclam Beecher, consternado. Lo lamento mucho!

    Por favor... comenz Joseph.

    Por supuesto lo interrumpi Beecher. Se lo dir a los dems. Vete tranquilo.

  • Apoy por un instante la mano en el brazo de Joseph. Si puedo hacer algo, ya sabes

    dnde me tienes.

    S, por supuesto. Gracias.

    Joseph mene la cabeza y ech a andar mientras Matthew daba las gracias a Beecher

    para luego encaminarse hacia la salida a travs de la vasta extensin de hierba. Joseph lo

    sigui sin volverse para echar un ltimo vistazo a los jugadores, cuyos pantalones de

    franela blanca brillaban al sol. Haca slo unos instantes haban constituido la nica

    realidad, y de pronto pareca que un abismo insalvable los separaba.

    El Talbot Sunbeam de Matthew estaba aparcado en Gonville Place. Joseph subi al

    asiento del acompaante con gesto mecnico sin abrir la portezuela. El coche miraba hacia

    el norte, como si Matthew hubiese ido primero a St. John's para luego dirigirse al campo de

    crquet a travs de la ciudad en busca de Joseph. Gir de nuevo hacia el sudoeste,

    regresando por Gonville Place hasta la carretera de Trumpington.

    Joseph y Matthew no tenan nada que decirse. Cada uno se hallaba inmerso en su

    propia pena aguardando el momento en que tendran que rendirse ante la evidencia

    material de la muerte. La conocida carretera que serpenteaba entre dorados campos de

    cultivo, los setos, los rboles inmviles semejaban objetos pintados al otro lado de un muro

    que revesta la mente. Joseph slo los perciba como un resplandor difuminado.

    Matthew deba concentrarse en lo que haca para conducir. Coga el volante con tanta

    fuerza que de vez en cuando tena que soltar una mano deliberadamente.

    Al sur del pueblo giraron a la izquierda hacia St. Giles, bordeando la ladera de la

    colina por encima del puente del ferrocarril hasta Great Shelford, donde detuvieron el

    coche frente a la comisara. Los recibi un sargento de aire sombro, con el rostro cansado y

    el cuerpo un poco encorvado, como si tuviera que armarse de valor para llevar a cabo su

    tarea.

    Lo lamento mucho, seor. Mir a ambos hermanos, mordindose el labio

    inferior. No se lo pedira si no fuese necesario.

    Me consta dijo Joseph al instante. No tena ganas de conversar. Puesto que

    estaban en aquel lugar, lo nico que quera era hacerlo cuanto antes, mientras todava fuera

    capaz de contenerse.

    Matthew hizo un ademn y el sargento los condujo un breve trecho por las calles

    hasta el depsito de cadveres del hospital. Todo se haca con suma formalidad. Sin duda

    haba pasado por la misma rutina montones de veces; una muerte repentina, familias

    conmocionadas movindose como en un sueo, apenas conscientes de lo que decan,

    tratando de comprender lo ocurrido y al mismo tiempo negndolo.

    Dejaron atrs la luz del sol y se adentraron en la sbita penumbra del edificio. Joseph

    iba delante. Las ventanas estaban abiertas con la intencin de refrescar el aire y hacer

    menos opresiva la atmsfera. Los estrechos pasillos, que olan a piedra y cido fnico,

    devolvan el eco de sus pasos.

  • El sargento abri la puerta de una habitacin lateral y los hizo pasar. Haba dos

    cuerpos tendidos en sendas camillas, decorosamente cubiertos con sbanas blancas.

    A Joseph le dio un vuelco el corazn. Dentro de un momento sera real, irreversible:

    una parte de su propia vida terminara. Se aferr a ese segundo de incredulidad, el ltimo y

    precioso instante del ahora antes que todo cambiara para siempre.

    El sargento mir a Joseph y luego a Matthew, aguardando a que estuvieran

    preparados.

    Matthew asinti con la cabeza.

    El sargento apart la sbana del rostro. El difunto era John Reavley. Tena las mejillas

    y los ojos hundidos, por lo que la caracterstica nariz aguilea pareca algo mayor.

    Presentaba un corte en la frente, pero alguien haba limpiado la sangre. Las peores heridas

    deban de estar en el pecho..., causadas probablemente por el volante. Joseph apart de si

    aquel pensamiento, negndose a imaginarlo siquiera. Quera recordar el rostro de su padre

    tal como estaba, con el aspecto de dormir profundamente tras un da agotador. Quizs an

    despertara y volviese a sonrer.

    Gracias susurr, sorprendido de la firmeza de su propia voz.

    El sargento murmur algo, pero Joseph no lo oy. Contest Matthew. Se acercaron al

    otro cuerpo y el sargento, con cara de compasin, levant la sbana, aunque slo

    parcialmente, manteniendo medio rostro tapado. Se trataba de Alys Reavley, la frente y la

    mejilla derecha perfectas, la piel muy plida, sin una sola mancha, la ceja delicadamente

    curvada. La otra mitad quedaba oculta.

    Joseph oy a Matthew inspirar bruscamente, y la habitacin pareci oscilar bajo sus

    pies, como si estuviera borracho. Se agarr a Matthew, quien lo sujet con fuerza de la

    mueca.

    El sargento volvi a cubrir el rostro. Abri la boca para decir algo, pero cambi de

    parecer.

    Los hermanos salieron al pasillo y fueron con paso vacilante a una salita de espera.

    Una mujer con el uniforme almidonado les llev sendas tazas de t. Joseph bebi. El t era

    demasiado fuerte y dulce, y de entrada pens que le producira nuseas, pero al cabo de un

    momento el calor le hizo sentir bien, y bebi un poco ms.

    Lo lamento muchsimo repiti el sargento. Por si les sirve de consuelo, sepan

    que tuvo que ocurrir muy deprisa.

    Presentaba un aspecto desdichado, con los ojos hundidos y enrojecidos. Al observarlo,

    Joseph rememor a su pesar las ocasiones en que ejerca de prroco cuando an viva

    Eleanor y haba tenido que anunciar tragedias a las familias de su parroquia y procurar

    consolarlos, esforzndose por manifestar una fe que estuviera a la altura de las

    circunstancias. Todo el mundo se mostraba siempre muy educado, pues eran perfectos

    desconocidos que intentaban aproximarse salvando un abismo de dolor.

  • Cmo ha sucedido? pregunt Joseph en voz alta.

    Todava no lo sabemos, seor contest el sargento. Haba dado su nombre pero

    Joseph lo haba olvidado. El coche se sali de la carretera justo antes del puente de

    Hauxton Mill prosigui. Segn parece iba bastante deprisa...

    Ese tramo es recto! intervino Matthew.

    S, ya lo s, seor convino el sargento. A juzgar por las marcas que hay en la

    calzada, la impresin es que ocurri de repente, como si se hubiese reventado un

    neumtico. Puede costar mucho conservar el control cuando eso sucede. Adems, si haba

    algo en la carretera que causara el pinchazo, es posible que se reventaran los dos

    neumticos del mismo lado. Apret los labios con expresin de duda. Eso lo arroja a

    uno a la cuneta, por buen conductor que sea.

    El coche sigue all? pregunt Matthew.

    No, seor. El sargento neg con la cabeza. Lo estamos trayendo. Pueden verlo

    si lo desean, naturalmente, pero si prefieren no...

    -Y las pertenencias de mi padre? dijo Matthew con brusquedad. Su maletn, lo

    que llevara en los bolsillos?

    Joseph lo mir sorprendido. Aquella peticin era de psimo gusto, como si las

    posesiones importaran en un momento as. Entonces record que Matthew le haba dicho

    que John Reavley llevara un documento. Mir al sargento.

    S, seor, por supuesto convino el sargento. Pueden ver ahora los efectos

    personales, si realmente as lo desean, antes de que... los limpiemos.

    Fue casi una pregunta. El pobre hombre intentaba ahorrarles aquel mal trago y no

    saba cmo hacerlo sin parecer impertinente.

    Hay un papel explic Matthew. Es importante.

    Oh! S, seor dijo el sargento en tono sombro. En ese caso, tengan la bondad

    de acompaarme.

    Mir a Joseph, quien asinti y los sigui fuera de la habitacin y a lo largo del

    silencioso y caluroso pasillo, cohibido por el retumbar de sus pasos. Tena ganas de ver qu

    diablos poda ser aquel documento que su padre haba credo que guardaba relacin con

    una conspiracin tan terrible que cambiara y destruira todo cuanto valoraban. La primera

    idea que se le ocurri fue que quiz guardara alguna relacin con el motn de oficiales del

    ejrcito britnico acaecido recientemente en el Curragh. Siempre haba problemas en

    Irlanda, pero aqul pareca ms inquietante de lo habitual. En realidad, varios polticos

    haban advertido que poda conducir a la peor crisis en ms de doscientos aos. Estaba al

    corriente de los hechos, pues los peridicos los referan, pero en aquel momento sus

    pensamientos eran demasiado caticos para sacar algo en claro.

    El sargento los condujo hasta otra habitacin pequea, donde abri uno de los

    numerosos armarios y luego un cajn del que sac con cuidado un maletn de piel bastante

  • estropeado, con las iniciales J. R. R. grabadas justo debajo de la cerradura, as como un

    elegante bolso de seora de piel marrn oscuro manchado de sangre. Nadie haba

    intentado limpiarlo an.

    Joseph se sinti mareado. Aunque ya no tuviera importancia, saba que se trataba de

    la sangre de su madre. Ella haba muerto y no sufra, pero aun as a l le importaba. Era

    pastor de la Iglesia, y como tal tena el deber de valorar el espritu por encima del cuerpo.

    La carne era temporal, un mero tabernculo del alma, y, sin embargo, resultaba

    absurdamente preciada. Era poderosa, frgil e intensamente real. Siempre formaba parte

    inextricable de un ser querido.

    Matthew abri el maletn y revis con cuidado su contenido. Haba algo relativo a un

    seguro, un par de cartas, un extracto de cuenta bancaria.

    Matthew frunci el entrecejo y puso el maletn boca abajo. Cay otro papel, pero no

    era ms que el recibo de un par de zapatos. Pas las manos por el interior del

    compartimiento principal y luego por los bolsillos laterales sin encontrar nada ms. Mir

    por un instante a Joseph y, con dedos temblorosos, dej el maletn encima de la mesa y

    cogi el bolso. Puso mucho cuidado en no tocar la sangre. De entrada se limit a mirar

    dentro, como si el papel tuviera que estar a la vista, mas al no encontrar nada, comenz a

    rebuscar el contenido.

    Joseph alcanz a ver dos pauelos, un peine... Record entonces el suave y rizado

    cabello de su madre, y el modo en que lo llevaba recogido en un moo. Tuvo que cerrar los

    ojos para que no le saltaran las lgrimas, el doloroso nudo que se le hizo en la garganta le

    impeda tragar.

    Cuando hubo recobrado el dominio de s y baj la vista hacia el bolso, Matthew estaba

    contemplndolo presa de una gran confusin.

    A lo mejor lo llevaba en el bolsillo sugiri Joseph con voz quebrada, rompiendo el

    silencio.

    Matthew le dirigi una mirada significativa y se volvi hacia el sargento, que titube.

    Joseph ech un vistazo alrededor. La habitacin, ms un almacn que un despacho,

    estaba desnuda salvo por los armarios y la mesa. Una simple ventana daba al patio de la

    entrada de servicio y a los tejados de los edificios vecinos.

    De mala gana, el sargento abri otro cajn y sac un montn de prendas envueltas en

    un trozo de hule. La ropa estaba empapada en sangre oscura y ya un poco reseca. Hizo

    cuanto pudo por ocultarla, pasando a Matthew slo la chaqueta que haba pertenecido a su

    padre.

    Blanco como la cera, Matthew la cogi y hurg torpemente en los bolsillos. Encontr

    un pauelo, un cortaplumas, dos escobillas para pipa, un botn viejo y un poco de

    calderilla. No haba ningn papel. Levant la vista hacia Joseph, con el entrecejo fruncido.

    Estar en el coche, tal vez? aventur Joseph.

  • Me figuro que s. Matthew permaneci inmvil un momento. Joseph supo lo que

    pensaba su hermano como si ste lo hubiese expresado en voz alta: tendra que registrar el

    resto de la ropa, por si acaso. Sera mucho ms fcil no hacerlo. Se sorprendi al constatar

    hasta qu punto deseaba no inmiscuirse en la intimidad de los difuntos, con su olor

    reconocible, como si an siguieran con vida. Su muerte todava no era real, la pena apenas

    si comenzaba a aflorar, pero saba de sobra cmo avanzara. Sera exactamente igual que

    cuando haba perdido a Eleanor. No obstante, era preciso efectuar el registro, de lo

    contrario, si el documento no apareca en el coche tendran que regresar de nuevo y llevarlo

    a cabo ms tarde.

    Pero claro que tena que estar en el coche! En la guantera o en una de las bolsas de las

    puertas. Aunque no dejaba de resultar extrao que no lo hubiera metido en el maletn con

    los dems papeles. No era eso lo que cualquiera habra hecho de forma automtica?

    El sargento aguardaba. l tampoco deseaba obligarlos a pasar por aquello.

    Matthew pestae varias veces.

    Podemos ver el resto, por favor? solicit.

    El sargento puso todas las prendas encima de la mesa, y Joseph ayud a Matthew,

    procurando no pensar en lo que estaban haciendo. No hallaron ningn papel aparte de un

    pequeo recibo en uno de los bolsillos del pantaln de su padre, empapado en sangre e

    ilegible, pero que en ningn caso tena aspecto de documento. Apenas meda dos o tres

    centmetros cuadrados.

    Doblaron otra vez la ropa y la amontonaron encima del hule. Fue un momento

    incmodo. Joseph no saba qu hacer con ella. El verla y tocarla le haba revuelto el

    estmago. Ojal no hubiese tenido que hacerlo. No quera quedrsela y, sin embargo,

    tampoco deseaba drsela a unos desconocidos como si careciera de importancia para l.

    Podernos llevrnosla? pregunt con voz entrecortada.

    Matthew levant la mano bruscamente y acto seguido la sorpresa se esfum de su

    rostro; comprenda la actitud de su hermano.

    S, seor, por supuesto respondi el sargento. Se la envolver.

    Podramos ver el coche, por favor? pidi Matthew.

    El vehculo an no haba llegado de Hauxton, por lo que tuvieron que esperar casi

    media hora. Dos tazas de t ms tarde los acompaaron al garaje donde haban guardado el

    Lanchester amarillo, que tan bien conocan, completamente abollado. El bloque del motor

    haba girado hacia un lado, quedando medio embutido en la parte delantera del habitculo.

    Los cuatro neumticos estaban hechos trizas. Ningn ser humano habra podido salir con

    vida del interior de aquel coche.

    Matthew permaneci quieto, esforzndose por no perder el equilibrio.

    Joseph lo sostuvo, agradeciendo la ocasin de establecer contacto fsico con l.

  • Matthew se enderez y camin hasta el lado ms alejado del vehculo, donde la

    puerta del conductor colgaba abierta. Se quit la chaqueta y se arremang la camisa.

    Joseph fue hasta la ventanilla rota de la otra puerta, intentando no mirar el asiento

    ensangrentado y hubo de golpear la guantera para abrirla.

    Dentro slo haba una lata pequea de caramelos y un par de guantes de conducir de

    recambio. Volvi la vista hacia el lado del conductor y observ que Matthew estaba

    boquiabierto y demacrado, a todas luces confuso. No haba ningn documento en la bolsa

    de la puerta. sta slo contena una gua de carreteras que hoje sin que nada cayera de

    entre sus pginas.

    Registraron el resto del coche tan a fondo como pudieron, obligndose a pasar por

    alto la sangre, el cuero rasgado, el metal retorcido y los fragmentos de cristal, mas no

    hallaron documento alguno de ninguna clase. Joseph por fin se apart del coche, con los

    codos y los hombros magullados por haberse enganchado con los restos salientes de lo que

    haban sido asientos y bastidores de puertas.

    Se haba pelado los nudillos y roto una ua al intentar arrancar un trozo de metal

    haciendo palanca.

    Mir a su hermano.

    Aqu no hay nada dijo en voz alta.

    No... Matthew torci el gesto. Tena la manga derecha desgarrada y. la cara sucia

    y manchada de sangre.

    Unos cuantos aos antes Joseph quiz le hubiese preguntado si estaba seguro de lo

    que saba, pero a aquellas alturas ya no corresponda tratar a Matthew con

    condescendencia fraternal. Los siete aos que los separaban haban perdido importancia a

    medida que ambos crecan.

    En qu otro sitio podra estar? pregunt en cambio.

    Matthew titube, inspirando y exhalando lentamente.

    No lo s admiti, mostrndose derrotado, con los ojos hundidos y el rostro

    ensombrecido por el cansancio de la lucha interna contra la conmocin y la tristeza para

    evitar que lo abrumaran ms de la cuenta. Tal vez aquel documento constituyera lo nico a

    lo que aferrarse para no perder el control.

    Joseph comprendi lo importante que era para su hermano. John Reavley haba

    deseado que uno de sus hijos se dedicara a la Medicina, pues siempre haba pensado con

    verdadera pasin que se trataba de una de las profesiones ms nobles. En su juventud

    haba conocido el dolor y la enfermedad innecesarios y consideraba muy importante hacer

    algo al respecto. Joseph haba comenzado la carrera de Medicina para complacer a su padre

    y luego se haba visto atado de pies y manos por la incapacidad de mantener la sangre fra

    ante el dolor que se vea obligado a presenciar. As fue cmo descubri sus limitaciones al

    mismo tiempo que sus virtudes y la que consider su autntica vocacin. Respondi a la

  • llamada de la Iglesia, empleando su don para los idiomas al estudio del hebreo y el griego

    antiguos con que se haban redactado las escrituras. Las almas necesitaban curarse tanto

    como los cuerpos. John Reavley no tuvo ms remedio que contentarse con la decisin de su

    primognito y traslad a su segundo hijo la esperanza de ver su sueo hecho realidad.

    Sin embargo, Matthew rehus categricamente, dedicando su imaginacin, su

    intelecto y su ojo para los detalles a la obtencin de un puesto en el Servicio Secreto de

    Inteligencia. John Reavley se llev una desilusin tan amarga y profunda que no supo o no

    quiso ocultarla. Despreciaba cuanto tuviera que ver con el espionaje, y eso inclua a quienes

    se dedicaban a l. Que hubiese recurrido a Matthew como profesional para que le echase

    una mano con un documento que haba encontrado daba fe de la vala que le atribua con

    una contundencia que nadie ms acertara a comprender.

    Era la primera vez que Matthew poda hacer algo por su padre gracias a la profesin

    que haba elegido, y la ocasin se esfumaba para siempre. Aquello formaba parte del pesar

    que apareca grabado en su rostro.

    Joseph baj la vista. La comprensin tal vez resultase indiscreta en un momento tan

    doloroso.

    Tienes idea de qu es? pregunt, adoptando un tono de apremio, como si en

    verdad le importara.

    Dijo que se trataba de una conspiracinrespondi Matthew, enderezando la

    espalda. Se apart de la puerta, rode el coche por la parte trasera hacia donde se

    encontraba Joseph y, bajando la voz, aadi: Y tambin que era lo ms deshonroso que

    haba visto en su vida, una traicin absoluta.

    Por parte de quin?

    No lo s. Dijo que todo estaba en el documento.

    Se lo haba contado a alguien ms?

    No. No se atrevi. Ignoraba quin estaba implicado aunque tena claro que llegaba

    tan alto como hasta la familia real.

    Matthew se mostr sorprendido al decirlo, como si al or aquellas palabras

    pronunciadas en voz alta le asustara la enormidad de su significado. Levant la vista hacia

    Joseph en busca de una reaccin, una respuesta.

    Joseph tard demasiado en contestar.

    No te lo crees! La voz de Matthew son ronca, ni siquiera l mismo estaba seguro

    de que se tratara de una acusacin. Lo llevaba escrito en los ojos: su propia certidumbre

    estaba a punto de derrumbarse.

    Joseph quiso salvar algo de aquella confusin.

    Dijo que iba a llevrtelo o que te lo contara? Es posible que lo dejara en casa? En

    la caja fuerte, quizs?

  • Yo deba verlo explic Matthew, bajndose las mangas y abotonando los puos.

    Por qu? insisti Joseph. Acaso no habra sido mejor para l que te contara de

    qu iba el asunto, siendo como era perfectamente capaz de memorizarlo, para luego decidir

    qu hacer, pero manteniendo el documento a buen recaudo mientras tanto?

    Era una sugerencia de lo ms razonable. Matthew, que estaba muy tenso, se relaj en

    parte.

    Me figuro que s. De todos modos, ms vale que vayamos a casa. Judith est sola. Ni

    siquiera s si se lo ha comunicado a Hannah. Habr que mandarle un telegrama. Querr

    venir, lgicamente. Y tenemos que saber en qu tren llegar para ir a recogerla.

    S, por supuesto concedi Joseph. Habr un montn de cosas que hacer.

    No quera pensar en ellas en ese momento, pues se trataba de cosas ntimas,

    definitivas, el reconocimiento de que la muerte era real y de que el pasado nunca les sera

    devuelto. Era como cerrar una puerta con llave.

    Regresaron de Great Shelford por caminos poco transitados. El pueblo de Selborne St.

    Giles presentaba el mismo aspecto de siempre a la plida y dorada luz del atardecer.

    Pasaron junto al molino de piedra, cuyos muros se hundan en el ro. La superficie del

    estanque semejaba una chapa bruida y reflejaba el esmalte azul claro del cielo. Un arco de

    madreselva festoneaba el arco de la verja de la iglesia, y el reloj del campanario indicaba

    que eran las seis y media pasadas. En menos de dos horas comenzara el oficio de vsperas.

    Vieron a una media docena de personas en la calle principal, aunque las tiendas

    llevaban un buen rato cerradas. Se cruzaron con el mdico, que iba en su carruaje ligero de

    dos ruedas tirado por su brioso poni. Los salud jovialmente con la mano. Sin duda an no

    se haba enterado de la noticia.

    Joseph se puso tenso. Aqulla era una de las tareas que les aguardaban, comunicar la

    muerte de sus padres a la gente. Ya era demasiado tarde para devolver el saludo. El mdico

    pensara que era un grosero.

    Matthew gir a la izquierda enfilando una calle lateral. La puerta cochera de la verja

    estaba cerrada y Joseph se ape para abrirla y volver a cerrarla mientras Matthew aparcaba

    junto a la entrada principal. Alguien, probablemente la seora Appleton, el ama de llaves,

    ya haba corrido las cortinas de la planta baja. Judith no habra cado en la cuenta.

    Matthew se ape justo cuando Joseph lo alcanzaba y la puerta principal se abra.

    Judith apareci en el umbral. Era blanca de tez, igual que Matthew, aunque tena el pelo

    muy ondulado y de un color castao ms oscuro. Era bastante alta para tratarse de una

    mujer, y, aun siendo su hermana, Joseph vea en ella una clase de belleza excepcionalmente

    vulnerable y salvaje. Su fuerza interior todava estaba por definir, aunque resultaba patente

    en su estructura sea y en la expresin de franqueza de sus ojos azules.

    En ese momento se la vea plida y con los prpados hinchados. Pestae varias veces

    para contener las lgrimas. Mir a Matthew y trat de sonrer, luego baj los escalones del

    porche en direccin a Joseph, en cuyos brazos permaneci inmvil por unos instantes, antes

  • de ponerse a temblar al dar rienda suelta a los sollozos.

    Joseph no hall palabras para consolarla. No haba ningn razonamiento que tuviera

    sentido, ninguna respuesta para aquel dolor. Estrech el abrazo, aferrndose a ella tanto

    como ella a l. Judith no se pareca en nada a Alys, pero la suavidad de su cabello, el modo

    en que tenda a rizarse, hicieron que se formara un nudo en la garganta.

    Matthew entr delante de ellos. Sus pasos se desvanecieron en el suelo entarimado del

    vestbulo, y luego oyeron que murmuraba algo y que la seora Appleton le contestaba.

    Judith respir hondo y se apart un poco. Busc un pauelo en el bolsillo de Joseph.

    Se son y se enjug las lgrimas con l, para acto seguido estrujarlo en un puo. Se volvi y

    entr a su vez, hablando a Joseph sin dejar de darle la espalda.

    No es absurdo? Trag saliva. Llevo horas recorriendo una habitacin tras otra,

    entro y salgo y vuelvo a entrar, como si eso fuese a servir de algo! Me imagino que habr

    que avisar a todo el mundo...

    Joseph subi la breve escalinata tras ella.

    Por el momento slo he enviado un telegrama a Hannah prosigui Judith, Ni

    siquiera recuerdo qu le he puesto. Una vez dentro gir sobre sus talones para mirarlo

    haciendo caso omiso de Henry, el golden retriever que sali del saln al or la voz de

    Joseph. Cmo se le dice a la gente algo as? pregunt. No puedo creer que sea

    cierto!

    Es lgico convino Joseph, inclinndose para acariciar al perro cuando ste le

    empuj la mano con el hocico. Se enderez y ech un vistazo al vestbulo que tan bien

    conoca, a la escalera de roble que suba trazando una curva al piso alto. La luz de la

    ventana del rellano alumbraba las acuarelas de la pared. Hace falta tiempo. Maana por

    la maana empezar a ser real.

    Record, con una escalofriante claridad, la primera vez que despert despus de la

    muerte de Eleanor. Hubo un instante en el que todo fue como siempre haba sido durante

    su primer ao de matrimonio. Despus, la verdad lo envolvi con su glido manto y una

    parte de su ser nunca volvi a conocer el calor.

    Una fugaz expresin de compasin cruz el semblante de Judith, y Joseph

    comprendi que tambin ella estaba recordando algo. Hizo un esfuerzo por apartar a

    Eleanor de su mente. Judith slo tena veintitrs aos, haba nacido cuando sus padres ya

    no pensaban tener ms nios. Su deber era protegerla en lugar de pensar en s mismo.

    No te preocupes por la gente dijo con dulzura. Yo me encargar de dar la

    noticia. Saba lo difcil que era, casi como si el fallecimiento sucediera de nuevo cada

    vez. Habr otras cosas que hacer. Para empezar, hay que ser prcticos y no descuidar el

    gobierno de la casa.

    Ah, es verdad. Judith se oblig a concentrarse en asuntos cotidianos. La seora

    Appleton se ocupar de la cocina y la colada, pero dir a Lettie que prepare la habitacin de

    Hannah. Llegar maana. Y me figuro que habr que encargar comida. No lo he hecho

  • nunca! Siempre lo haca mam.

    Se qued un tanto perpleja y torci el gesto. Judith distaba mucho de ser como su

    madre o su hermana, quienes amaban su cocina, con el olor de los guisos, la ropa blanca, la

    cera de abeja para la madera, el jabn de limn. Para ellas, llevar una casa constitua un

    arte. Para Judith, una distraccin de lo que realmente importaba en la vida aunque, a decir

    verdad, en su caso todava no supiera en qu consistira eso. No obstante, tena claro que no

    seran las tareas del hogar. Para gran exasperacin de su madre, haba rechazado al menos

    dos proposiciones de matrimonio perfectamente sensatas.

    Pero no era momento para tales pensamientos.

    Pregunta a la seora Appleton recomend Joseph, procurando que su voz sonase

    firme. Tendremos que revisar las agendas y cancelar sus compromisos.

    Mam iba a formar parte del jurado de la exposicin de flores dijo Judith,

    sonriendo y mordindose el labio inferior, con los ojos arrasados en lgrimas. Tendrn

    que buscar una sustituta. Yo no podra hacerlo aunque me lo pidieran.

    Y las facturas apunt Joseph. Ir al banco y al abogado.

    Judith se qued plantada en medio del vestbulo con los hombros encogidos. Llevaba

    una blusa blanca y una falda estrecha de color verde. Todava no se le haba ocurrido

    vestirse de luto.

    Supongo que alguien tendr que ordenar... la ropa y dems cosas. An... Trag

    saliva. An no he entrado en el dormitorio. No puedo!

    Joseph sacudi la cabeza.

    Es demasiado pronto. No te apures, eso puede esperar. Judith pareci calmarse un

    poco, como si hubiese temido que su hermano mayor fuese a obligarla a hacerlo.

    Te apetece un t?

    S respondi Joseph, sorprendido al constatar lo sediento que estaba. Tena la

    boca seca.

    Encontraron a Matthew en la cocina con la seora Appleton, una mujer fornida y de

    rostro afable pese a la testarudez que reflejaba el rictus de su prominente mandbula.

    Estaba de pie junto a la mesa, de espalda a los fogones donde la tetera comenzaba a silbar.

    Llevaba el acostumbrado vestido liso azul, y la punta derecha del delantal de algodn se

    vea arrugada como si la hubiese usado inconscientemente para enjugarse las lgrimas. Se

    sorbi con fuerza la nariz al ver primero a Judith y luego a Joseph, sin molestarse, por una

    vez, por que el perro osara entrar en sus dominios. Tom aire para decir algo pero, como se

    senta incapaz de mantener la compostura, carraspe ruidosamente y se volvi hacia

    Matthew.

    Ya lo hago yo, seorito Matthew, que si no se va a escaldar. Nunca se le dio bien la

    cocina. Lo nico que saba hacer era llevarse mis tartas de mermelada, como si no hubiese

    nadie ms en la casa para comrselas. Deme eso!

  • Le arrebat la tetera y prepar el t armando un considerable jaleo con los cacharros.

    Lettie, la criada, entr silenciosamente; estaba plida y tena el rostro manchado de

    lgrimas. Judith le pidi que arreglara la habitacin de Hannah, y la muchacha se fue para

    cumplir la orden, encantada de tener algo que hacer.

    Reginald, el nico sirviente varn que trabajaba dentro de la casa, se present y

    pregunt a Joseph si deseaban tomar vino con la cena y si deba preparar ropa negra para l

    o para Matthew.

    Joseph contest que no, que no tomaran vino, y acept el ofrecimiento de disponer de

    prendas de luto, tras lo cual Reginald se march. El marido de la seora Appleton, Albert,

    estaba fuera desahogndose de su pena a solas, trabajando en su querido jardn.

    En la cocina, se sentaron en torno a la mesa recin fregada, en silencio y sumido cada

    uno en sus pensamientos, tomando sorbos de t. La estancia les resultaba tan familiar como

    la vida misma. Los cuatro hijos haban nacido en aquella casa, all haban aprendido a

    caminar y a hablar, haban salido a diario por la puerta principal para ir al colegio.

    Matthew y Joseph haban partido de all para estudiar en la universidad, Hannah para

    casarse en la iglesia del pueblo. Joseph record las incesantes pruebas del vestido en el

    cuarto de huspedes: Hannah, de pie y tan quieta como poda, mientras Alys daba vueltas

    a su alrededor con alfileres en las manos y la boca, un pliegue aqu, una jareta all,

    empeada en que el traje de novia fuese perfecto. Y lo fue.

    Nunca volvera a verla. Rememor su perfume, siempre lirio de los valles. El

    dormitorio an olera as.

    Hannah deba de sentirse destrozada. Estaba muy unida a su madre, a quien tanto se

    pareca en muchos aspectos, y ya no tendra el modelo que haba seguido toda su vida. No

    podra compartir con ella los pequeos xitos y fracasos de su hogar, el crecimiento de sus

    hijos, las cosas que iba aprendiendo. Nadie la tranquilizara cuando estuviera preocupada,

    le enseara remedios sencillos y eficaces contra la fiebre y el dolor de garganta, o el modo

    ms fcil de zurcir, coser o adaptar una prenda de vestir. Aquella camaradera haba

    desaparecido para siempre.

    Para Judith sera distinto, una herida abierta a causa de las cosas que no haban sido

    hechas ni dichas, y que ya no estara en condiciones de enmendar.

    Matthew dej su taza sobre la mesa y mir a Joseph.

    Creo que deberamos empezar a ordenar parte de los papeles y facturas dijo. Se

    puso de pie empujando la silla.

    Judith no pareci percatarse de que a su hermano le temblaba la voz, ni de que estaba

    tratando de dejarla al margen.

    Joseph saba muy bien a qu se refera Matthew: haba llegado la hora de buscar el

    documento. Si exista tena que estar all, en la casa, si bien costaba comprender que si su

    padre tena intencin de mostrrselo a Matthew no lo hubiese llevado consigo.

  • S, por supuesto convino Joseph, levantndose a su vez. Deban mantener a

    Judith ocupada en algo. No tena por qu saber nada de aquello todava, y quizs an

    consiguieran ahorrrselo por completo. Se volvi hacia ella. Te importara revisar las

    cuentas de la casa con la seora Appleton para ver si es preciso hacer algo al respecto? Tal

    vez haya que cancelar algn pedido o, cuando menos, reducirlo. Y mira si hay invitaciones

    que debamos declinar, esa clase de cosas.

    Judith, que se senta incapaz de hablar, asinti con la cabeza.

    Se quedarn? pregunt la seora Appleton conteniendo las lgrimas. Qu

    querr para cenar, seorito Joseph?

    Cualquier cosa contest l. Lo que haya preparado.

    Tengo salmn fro y pudn de frambuesas dijo la seora Appleton un tanto

    malhumorada y agresiva, como si estuviera defendiendo la eleccin de Alys. Si el men era

    lo bastante bueno para el seor y la seora, sin duda tambin lo sera para el seorito, a

    pesar de las circunstancias. Y adems hay un poco de queso de Ely muy sabroso

    agreg.

    Me parece excelente, gracias acept Joseph, y sigui a Matthew, que ya haba

    abierto la puerta.

    Fueron por el pasillo y el vestbulo hasta el estudio de John Reavley, cuyas ventanas

    daban al jardn. El sol an estaba alto en el horizonte y su luz dorada baaba las copas de

    los rboles del huerto. Las hojas titilaban mecidas por la brisa y una bandada de estorninos

    se arremolin en el cielo, negra sobre refulgente mbar, girando en amplias espirales hacia

    el ocaso.

    Joseph ech un vistazo a la estancia, casi una rplica del estudio que su padre haba

    ocupado en Cambridge. Haba un sencillo escritorio de roble y estanteras que cubran

    buena parte de dos paredes, abarrotadas con toda suerte de libros que se remontaban a los

    tiempos de estudiante del propio John. Algunos volmenes estaban escritos en alemn.

    Muchos estaban encuadernados en piel, unos pocos en tela, muy desgastados, y otros

    incluso en papel. Un pliego de dibujos descansaba sobre la mesa de la ventana; se trataba

    de una adquisicin reciente que no haba tenido tiempo de estudiar como era debido.

    Una marina de Bonnington colgaba encima de la chimenea, exquisitamente bella, de

    un color que no era azul ni verde, sino esa especie de gris luminoso que contiene ambos

    colores. Cuando uno la contemplaba le pareca respirar un aire ms limpio y casi notaba el

    hormigueo de la sal que llevaba el viento. John Reavley haba amado cuanto contena

    aquella habitacin, cada objeto sealaba un instante de belleza o felicidad que haba

    conocido, pero el cuadro de Bonnington era especial.

    Joseph apart la vista de l.

    Empezar por aqu dijo, sacando el primer libro de la estantera ms prxima a la

    ventana.

    Matthew comenz por el escritorio.

  • Buscaron durante media hora hasta que sirvieron la cena, despus de sta continuaron

    hasta bien entrada la noche. Judith fue a acostarse, dieron las doce y an estaban

    revolviendo papeles, revisando libros por segunda y tercera vez, moviendo los muebles

    incluso. Finalmente se dieron por vencidos y se obligaron a entrar en el dormitorio

    principal para hurgar con torpeza en los armarios, los, estantes donde se guardaban las

    joyas y los artculos de tocador, los bolsillos de las prendas colgadas en las perchas. No

    haba ningn documento.

    A la una y media, con dolor de cabeza y los ojos escocidos, Joseph lleg al ltimo sitio

    que quedaba por mirar. Se enderez, moviendo cuidadosamente los hombros para

    desentumecerlos.

    No est aqu dijo en tono cansino.

    Matthew tard un poco en contestar. Miraba fijamente el cajn que acababa de

    registrar por tercera vez.

    Pap fue muy claro repiti con terquedad. Habl del efecto que tendra. La

    osada era tan grande que no cabra en la mente de casi ningn hombre. Tena que ser algo

    terrible. Levant la vista. Tena los ojos irritados y expresin de enfado, como si sintiera

    que Joseph no acababa de creerle. No poda confiar en nadie ms debido a la identidad

    de los implicados.

    Joseph estaba demasiado cansado y triste para mostrar una pizca siquiera de

    imaginacin e inventiva para no herir los sentimientos de su hermano.

    En tal caso, dnde est? inquiri. Es posible que se lo confiara al banco, o al

    abogado?

    El rostro de Matthew denotaba negacin, aunque por un instante se aferr a esa

    posibilidad, puesto que no se le ocurra nada ms.

    De todas formas, maana tendremos que hablar con ellos. Joseph se sent en la silla

    del escritorio; Matthew estaba sentado sobre la alfombra, junto al cajn.

    No creo que se lo diera a Pettigrew. Matthew se apart el cabello de la frente.

    Slo es un abogado de familia, lo suyo son los testamentos y los ttulos de propiedad.

    Un lugar bastante seguro para esconder algo tan valioso como peligroso razon

    Joseph.

    Matthew lo fulmin con la mirada.

    Intentas defender a nuestro padre, demostrar que no se lo imagin a partir de algo

    perfectamente inofensivo?

    La acusacin toc la fibra sensible de Joseph. Eso era exactamente lo que estaba

    haciendo, defender, negar, confuso y turbado como estaba por la prdida, aturdido por el

    dolor de cabeza.

    Acaso debera? inquiri.

  • Deja de ser tan pueteramente razonable! A Matthew se le quebr la voz,

    dejando su emocin al desnudo. Claro que deberas! No estaba en el coche! No est en

    la casa. Seal bruscamente hacia la puerta y el descansillo que haba ms all de sta.

    No te parece suficientemente increble e inslito? Un documento que demuestra la

    existencia de una conspiracin para arruinar todo aquello que amamos y en lo que

    creemos, y que alcanza a estratos tan altos de la sociedad como la mismsima familia real,

    pero que cuando nos ponemos a buscarlo, se esfuma sin dejar rastro!

    Joseph no contest. Una idea apenas perceptible empez a formarse en su mente, pero

    el agotamiento le impidi captarla.

    Qu pasa? pregunt Matthew con aspereza. En qu ests pensando?

    Y si fuera algo evidente? Joseph frunci el entrecejo. Me refiero a algo que

    estamos viendo pero que no reconocemos. Matthew ech un vistazo a la habitacin.

    Como qu? Por el amor de Dios, Joe! Se trata de una conspiracin que cambiar el

    mundo que conocemos y deshonrar a Inglaterra para siempre! No va a estar colgado en la

    pared junto con los cuadros! Meti los papeles en el cajn y, tras ponerse de pie, llev

    ste de vuelta al escritorio. Volvi a encajarlo en sus ranuras y lo cerr. Y antes de que te

    molestes en preguntarlo, te dir que he quitado y mirado los fondos de todos los cajones.

    Bien, slo caben dos posibilidades dijo Joseph. O ese documento existe, o no

    existe.

    Tienes el don de la clarividencia! exclam Matthew en tono de amargura.

    Hasta ah he llegado por m mismo.

    Y has sacado la conclusin que existe? Con qu fundamento?

    No! espet Matthew. Si te parece me he pasado la noche registrando la casa de

    arriba abajo porque no tena nada mejor que hacer!

    Es que no tienes nada mejor que hacer contest Joseph. De todos modos,

    debamos revisar los papeles por si haba algo que requiriese nuestra atencin. Seal el

    montn que haban separado. Y estas cosas, cuanto antes se hacen menos espantosas

    resultan. Podemos pensar en una conspiracin mientras lo hacemos, pues siempre es ms

    fcil creer que estamos llevando a cabo una especie de rito final por nuestros padres,

    porque ayer todo era como de costumbre, nos aguardaban aos de amor, seguridad y

    bienestar familiar, y hoy ambos estn muertos...

    De acuerdo! lo interrumpi Matthew. Lo lamento. Volvi a apartarse el

    abundante cabello rubio de la cara. Pero la verdad es que pareca tan seguro... Su voz

    estaba cargada de emocin, no haba en ella ni una pizca de la mordacidad y la irona que

    sola mostrar. Torci los labios, y cuando volvi a hablar se le quebr la voz. S lo

    mucho que debi de costarle avisarme de algo as. Detestaba todo cuanto tuviera que ver

    con el Servicio Secreto. Si no hubiese estado seguro no habra dicho nada.

    Pues entonces lo guard en un sitio que an no se nos ha ocurrido concluy

    Joseph, ponindose de pie. Vayamos a acostarnos. Son casi las dos y maana tendremos

  • mucho que hacer.

    Hemos recibido un telegrama de Hannah. Llega en el tren de las dos y cuarto.

    Podrs ir a buscarla? pregunt Matthew mientras se frotaba la frente dolorida. Todo

    esto va a resultarle muy duro.

    S, tienes razn. Ir a recogerla. Albert me llevar. Puedo usar tu coche?

    Claro. Matthew mene la cabeza. Hay algo que no dejo de preguntarme: por

    qu no conducira Albert ayer?

    S, es muy extrao convino Joseph. Se lo preguntar a Albert camino de la

    estacin.

    El da siguiente estuvo lleno de pequeas obligaciones poco felices. Hubo que

    encargarse de los preparativos para el funeral. Joseph fue a ver a Hallam Kerr, el prroco, y

    se sent en la prolija y ms bien austera salita de la vicara observando cmo el pobre

    hombre se esforzaba sin xito por hallar unas palabras de consuelo espiritual. Mucho ms

    fcil le result, en cambio, abordar los aspectos prcticos: el da, la hora, quin dira el qu,

    los cnticos. Se trataba de un ritual eterno que vena celebrndose en aquella antigua iglesia

    para todos los difuntos del pueblo desde haca casi mil aos. El que fuera tan conocido era

    precisamente lo que ms reconfortante lo haca, pues daba la tranquilidad de que pese a

    que el viaje de un individuo hubiese tocado a su fin, la vida en s segua siendo la misma y

    siempre sera as. En la ceremonia haba una especie de certidumbre que transmita una paz

    profunda.

    Justo antes del almuerzo se person el seor Pettigrew, del bufete de abogados. Era

    un hombre menudo, plido y muy pulcro. Dio el psame a los presentes, les asegur que

    todos los asuntos legales estaban en orden, y aadi que no, no le haban confiado ningn

    documento en custodia recientemente; de hecho, nada a lo largo del ao en curso. Un par

    de bonos en agosto de 1913 haba sido lo ltimo. Evit aludir al testamento, si bien todos

    saban que tarde o temprano tendran que abordar aquella cuestin.

    El director del banco, el mdico y otros vecinos pasaron de visita o a dejar flores y

    tarjetas. Nadie saba muy bien qu decir, pero a todos los mova la generosidad. Judith les

    ofreca t, que a veces, aceptaban dando lugar a conversaciones incmodas.

    A primera hora de la tarde Albert Appleton llev a Joseph a la estacin de Cambridge

    para recoger a Hannah cuando llegara en el tren procedente de Londres. Joseph iba sentado

    a su lado en la parte delantera del Talbot Sunbeam de Matthew mientras recorran los

    caminos flanqueados de rosas silvestres y trigales casi listos para la cosecha, salpicados

    aqu y all de amapolas escarlata.

    Albert no apartaba los ojos de la carretera. Tena aspecto de cansado, y bajo el oscuro

    bronceado la piel apareca apergaminada; adems, esa maana no se haba afeitado con la

    pulcritud habitual. No era la clase de hombre que manifestaba su pena, pero haba llegado

    a St. Giles a los dieciocho aos y servido a John Reavley toda su vida adulta. Para l, la

    muerte de ste constitua el final de una poca.

  • Sabe por qu mi padre decidi conducir l mismo ayer? pregunt Joseph

    mientras recorran la sombra de una alameda.

    No, seorito Joseph respondi Albert. Pasara mucho tiempo antes de que lo

    llamara seor Reavley, si alguna vez llegaba a hacerlo. Lo nico que puedo decirle es

    que el viejo ciruelo del huerto tiene una rama que cuelga muy baja, casi hasta el suelo. Me

    pidi que viera si era posible salvarla. La apuntal, pero eso no siempre da buen resultado.

    A la que se levanta un poco de viento vuelve a soltarse y se rompe de mala manera. Deja un

    tajo en el tronco y echa el rbol a perder. Basta con que refresque para que la escarcha haga

    el resto.

    Ya veo. Conseguir salvarlo?

    Lo mejor ser cortarla.

    Sabe por qu lo acompa mi madre?

    Le apetecera ir con l, imagino. Sigui mirando fijamente al frente.

    Joseph no volvi a hablar hasta que llegaron a la estacin. Albert era de esas personas

    con las que se poda pasar el rato en un silencio cordial, y as lo recordaba Joseph desde

    cuando era cro y soaba despierto en el huerto o el jardn.

    Albert aparc el coche delante de la estacin y Joseph fue hasta el andn a esperar.

    Haba una media docena de personas y se guard de mirar a nadie a los ojos por si

    encontraba a algn conocido. Lo ltimo que deseaba era que le dieran conversacin.

    El tren lleg puntual, escupiendo humo y chirriando al detenerse junto al andn. Las

    puertas se abrieron con un ruido metlico. La gente se saludaba a voz en cuello y trajinaba

    con los equipajes. Joseph vio a Hannah casi de inmediato. Las pocas pasajeras a la vista

    lucan brillantes colores veraniegos o delicados tonos pastel. Hannah iba de luto riguroso,

    con un fino traje de viaje totalmente negro. El dobladillo de la falda ahuecada apareca

    manchado de polvo y unas relucientes plumas negras decoraban el sobrio aunque elegante

    sombrero. La tez plida, los grandes ojos pardos y las delicadas facciones del rostro la

    asemejaban tanto a Alys que, por un instante, Joseph sinti que perda el control de sus

    emociones, presa de un dolor insoportable. Permaneci inmvil mientras la gente pasaba

    por su lado a empellones, incapaz de pensar ni de enfocar la vista siquiera.

    De pronto Hannah estuvo delante de l, con su bolsa de viaje en una mano y las

    mejillas baadas en lgrimas. Dej caer la bolsa al suelo y aguard a su hermano.

    Joseph la abraz, estrechndola con fuerza. Not que temblaba. Haba preparado algo

    que decirle pero en ese momento no acuda a su mente, todo le pareca trivial y predecible.

    Era religioso, por lo que se supona que posea la fe que daba respuesta a la muerte y venca

    el dolor que le consuma a uno las entraas. Ahora bien, tambin saba lo que era la prdida

    de un ser querido, brusca y reciente, y lo ineficaces que resultaban las palabras para llegar

    hasta el corazn de los dolientes.

    Por Dios, deba hallar algo que decirle a Hannah! De qu serva su vocacin si,

    precisamente l, era incapaz de consolarla?

  • Finalmente se apart de ella, cogi su bolsa y la condujo hasta donde Albert

    aguardaba junto al coche.

    Hannah se detuvo, mirando fijamente aquel vehculo desconocido, como si hubiese

    esperado ver el Lanchester amarillo, y entonces, ahogando un grito, cay en la cuenta del

    motivo por el que no estaba all.

    Joseph la sostuvo por el codo y la ayud a subir al asiento de atrs, recogindole las

    faldas negras a la altura de los tobillos antes de cerrar la puerta y rodear el coche para

    sentarse a su lado.

    Albert hizo lo propio detrs del volante y puso el motor en marcha.

    Hannah no dijo nada. Era a Joseph a quien corresponda hablar antes de que el

    silencio fuese demasiado opresivo. Ya haba resuelto no mencionar el documento. Sera una

    preocupacin aadida, y ella poco podra hacer al respecto.

    Judith estar muy contenta de verte comenz.

    Hannah lo mir levemente sorprendida y Joseph comprendi al instante que estaba

    sumida en sus pensamientos, absorta en la prdida que acababa de sufrir. Como si leyera

    tal apreciacin en los ojos de su hermano, Hannah esboz una sonrisa, como quien admite

    una culpa.

    Joseph acerc la mano a ella, con la palma abierta hacia arriba, y Hannah la tom en la

    suya. Durante varios minutos permaneci en silencio, conteniendo las lgrimas.

    Si t aciertas a verle sentido dijo por fin, por favor, no me lo digas ahora. No

    creo que lo soportara. No quiero saber nada de un Dios que hace estas cosas. Sobre todo, no

    quiero que nadie me diga que debera amarlo, porque no lo amo!

    Varias respuestas acudieron a los labios de Joseph, todas ellas racionales y bblicas,

    pero ninguna contestaba lo que ella necesitaba.

    Es normal que sufras dijo en cambio. No creo que Dios espere que ninguno de

    nosotros se lo tome con calma.

    S que lo espera! replic Hannah, y a punto estuvo de quebrrsele la voz.

    Hgase tu voluntad! Mene la cabeza. Pues yo no puedo decir eso. Es estpido,

    horrible y carece de sentido. No tiene nada de bueno. Haca lo posible por que la ira

    venciera su espantoso pesar. Muri alguna otra persona en el otro coche? inquiri.

    Porque tuvo que haber otro coche. Pap no se habra salido de la carretera as por las

    buenas, digan lo que digan.

    No hubo ningn otro herido, y tampoco hay pruebas de que hubiera otro coche.

    Qu quieres decir con eso de pruebas? exclam colrica, sonrojndose. No

    seas tan pedante, tan obscenamente razonable! Si nadie lo vio, ser que no lo hubo y

    punto!

    Joseph no discuti. Hannah necesitaba enfadarse con alguien, y l la dej hacer hasta

  • que cruzaron la verja y el coche se detuvo ante la puerta principal. Entonces Hannah

    respir hondo varias veces, estremecindose, se son la nariz y anunci que estaba lista

    para entrar. Pareci a punto de agregar algo, quiz ms amable, mirando fijamente a Joseph

    con los ojos arrasados en lgrimas mientras Albert mantena abierta la puerta del coche. No

    obstante, cambi de parecer y se ape, aceptando la mano que Albert le ofreca para

    ayudarla.

    Los hermanos cenaron juntos en silencio. De vez en cuando uno de ellos sacaba a

    colacin algn detalle de tipo prctico pendiente de resolver, pero nadie haca mucho caso.

    El dolor era como una quinta entidad en la estancia y dominaba todo lo dems.

    Ms tarde Joseph fue otra vez al estudio de su padre para asegurarse de que se haban

    escrito todas las cartas a los amigos de la familia informando de la muerte de John y Alys y

    anunciando la hora del funeral. Vio que Matthew haba redactado la carta que consideraba

    ms importante, dirigida a Shanley Corcoran, el amigo ms ntimo de su padre. Haban ido

    juntos al mismo colegio mayor de la Universidad de Cambridge Gonville and Caius, y

    haban estudiado Ciencias Exactas. Sera uno de los asistentes ms difciles de saludar en la

    iglesia, dado que su pena sera muy profunda, pues sus recuerdos se remontaban al

    pasado, entretejindose con los mejores das de ambos.

    Sin embargo, en cierto modo sera reconfortante compartir la pena. Quiz ms

    adelante fueran capaces de hablar acerca de John. As mantendran viva una parte de su

    ser. A Corcoran nunca le aburrira hacerlo, jams dira ya basta ni permitira que el

    recuerdo se hundiera en alguna placentera regin del pasado donde la intensidad del

    presente dejara de ser molesta.

    A eso de las nueve y media se present un agente de la polica local. Era un hombre

    joven, ms o menos de la edad de Matthew, aunque presentaba un aspecto cansado y

    agobiado.

    Lo siento mucho dijo, meneando la cabeza y apretando los labios. No sabe

    cunto los echaremos en falta. Ambos eran grandes personas.

    Gracias contest Joseph con sinceridad. Resultaba grato orlo, aunque agudizara

    la pena. Permanecer callado habra sido como negar que tenan su sitio en la comunidad.

    El domingo fue un mal da en todos los sentidos prosigui el agente, incmodo

    en medio del vestbulo. Se ha enterado de lo que ocurri en Sarajevo?

    No... Joseph no senta el menor inters, pero no quera resultar descorts.

    Un loco dispar contra el archiduque de Austria y su esposa. El agente sacudi la

    cabeza. Ambos estn muertos! Me figuro que no habr tenido tiempo de leer los

    peridicos.

    No. Joseph apenas entenda de qu le estaba hablando. No haba pensado en los

    peridicos ni por un instante. El resto del mundo pareca no existir, como si no formara

    parte de su vida. Lo lamento.

    El agente se encogi de hombros.

  • Eso queda muy lejos de aqu, seor. Probablemente no tenga ninguna consecuencia

    para nosotros.

    No. Gracias por venir, Barker.

    El agente baj la vista, pestaeando.

    Lo lamento de veras, seor Reavley. Este pueblo no ser el mismo sin ellos.

    Gracias.

    * * *

  • 2

    El funeral de John y Alys Reavley se celebr la maana del 2 de julio en la iglesia

    parroquial de Selborne St. Giles. Era un da clido y sin brisa, y el perfume de la

    madreselva que cubra la entrada techada del cementerio embalsamaba el aire, haciendo

    que uno se amodorrase incluso antes del medioda. Los tejos se vean polvorientos bajo el

    sol.

    El cortejo lleg muy despacio. Los hombres jvenes del pueblo portaban a hombros

    los atades. La mayora haba ido al colegio con Joseph o Matthew, al menos durante los

    primeros aos de infancia, haban jugado a ftbol con ellos o pasado horas a la orilla del ro

    pescando o simplemente soando mientras los veranos se sucedan. En ese momento

    caminaban arrastrando los pies, poniendo cuidado en mirar siempre al frente y mantener el

    equilibrio sin tropezar. Las piedras inclinadas del sendero estaban desgastadas por mil

    aos de fieles, dolientes y oficiantes cuyos pasos haban recorrido el mismo camino desde

    los tiempos de los sajones hasta la actualidad, el mundo moderno del nieto de Victoria,

    Jorge V.

    Joseph iba tras ellos llevando del brazo a Hannah, que se esforzaba por no perder la

    compostura. Haba adquirido un nuevo vestido negro en Cambridge, as como un

    sombrero negro de paja con velo. Caminaba muy erguida, pero Joseph estaba seguro de

    que deba de tener los ojos prcticamente cerrados, pues se aferraba a l para que la guiara.

    Haba aborrecido los das de espera. Cada habitacin a la que entraba le recordaba la

    prdida sufrida. Lo peor era la cocina, pues estaba llena de recuerdos: las prendas que Alys

    haba cosido, los platos con flores silvestres pintadas que tanto le gustaban, la canasta plana

    que empleaba para recoger rosas secas, la muequita de maz que haba comprado en la

    feria de Madingley. Los aromas a comida le haban hecho recordar a su madre comprando,

    cocinando, sobre todo platos regionales como los panecillos tostados de levadura y el pan

    dulce hecho con manteca de cerdo, y, en invierno, los crujientes aros de cebolla.

    Disfrutaba comprando el queso azul Double Cottenham y la mantequilla por tarros en

    vez de usar los pesos modernos. Las cosas ms insignificantes eran las que ms le dolan,

    quiz porque la pillaban desprevenida: Lettie disponiendo flores en el jarrn equivocado,

    uno que Alys jams hubiese elegido; Horatio, el gato, sentado en la antecocina, donde Alys

    nunca lo habra permitido; el repartidor de la pescadera mostrndose descarado y

    contestando en un tono que antes no se habra atrevido a emplear. Eran las primeras

    seales de un cambio irrevocable.

    Matthew y Judith iban unos pocos pasos atrs, tensos y mirando fijamente al frente.

    Ella tambin llevaba un vestido negro nuevo con las mangas hasta el dorso de las manos y

    la falda tan estrecha que la obligaba a caminar dando pasos cortos. No le gustaba

    demasiado, pero lo cierto era que la favoreca, creando un efecto dramtico. Naturalmente,

    su sombrero tambin estaba provisto de velo.

  • Dentro de la iglesia, donde el aire era ms fresco, el olor de las piedras y el moho de

    los viejos libros se mezclaba con la penetrante fragancia de las flores. Joseph repar en ellas

    de inmediato llevndose una sorpresa. Las mujeres del pueblo deban de haber despojado

    sus jardines de todas las flores blancas que ya se haban abierto, pues haba rosas,

    polemonios, clavelinas y enramadas de margaritas de todos los tamaos, simples y dobles.

    Formaban una especie de espuma blanca que se derramaba, brillante a causa del sol que

    entraba por las vidrieras, desde la antigua madera tallada del altar. Le const que eran para

    Alys. Su madre haba sido la clase de mujer que todo el pueblo deseaba que fuera: modesta,

    leal, afable, capaz de guardar un secreto, orgullosa de su hogar y encantada de cuidar de l.

    Siempre se haba mostrado dispuesta a intercambiar recetas con la seora Worth y esquejes

    con la parlanchina Tucky Spence, y se haba mostrado paciente con las interminables

    historias de la seorita Anthony acerca de su sobrina de Sudfrica.

    John les haba resultado algo ms difcil de comprender. Se trataba de un hombre con

    un intelecto por encima de lo habitual, que haba estudiado mucho y viajado con frecuencia

    al extranjero. Ahora bien, cuando se encontraba all, sus placeres eran muy simples: su

    familia y su jardn, los artefactos antiguos, las acuarelas del siglo anterior, que disfrutaba

    restaurando y volviendo a enmarcar. Le encantaban las gangas y rebuscaba en las tiendas

    de antigedades y de segunda mano, escuchando de buena gana los relatos pintorescos de

    personas corrientes, siempre pronto a compartir un chiste, cuanto ms largo y complicado

    mejor.

    Joseph estaba pensando en esas cosas cuando comenz el oficio religioso y se fij en

    todos aquellos rostros conocidos, tristes y turbados por el precipitado luto. El nudo que se

    le hizo en la garganta le impidi entonar los cnticos.

    Luego le lleg el turno de hablar, aunque brevemente, como representante de la

    familia. No deseaba predicar, no era el momento de hacerlo. Que otro se ocupara de ello; el

    mismo Hallam Kerr, si tena ganas. Joseph estaba all como hijo para recordar a sus padres.

    Su intervencin nada tena que ver con las alabanzas, sino con el amor.

    Le cost trabajo evitar que se le quebrase la voz, mantener sus pensamientos en orden

    y expresarse con palabras claras y simples. Pero sa, al fin y al cabo, era su ms destacada

    aptitud. Conoca de primera mano el pesar por la prdida de un ser querido y haba

    explorado ese sentimiento hasta lo ms recndito de su mente.

    Henos aqu reunidos, en el corazn de nuestro pueblo, tal vez en su alma, para dar

    un adis temporal a dos miembros de esta comunidad que fueron vuestros amigos y

    nuestros padres, y hablo en mi nombre, en el de mi hermano Matthew y en el de mis

    hermanas Hannah y Judith.

    Titube por un instante, esforzndose por conservar la compostura. No se produjo un

    solo movimiento o susurro entre los rostros levantados hacia l.

    Todos vosotros los conocais prosigui. Coincidais en la calle da tras da, en la

    estafeta de correos, en las tiendas, junto a la tapia del jardn. Y, sobre todo, os encontrabais

    aqu. Eran buenas personas, y su partida nos duele y nos aflige. Se detuvo un instante,

  • antes de continuar. Echaremos de menos la paciencia de mi madre, su espritu de

    esperanza que nunca se limitaba a vanas palabras, pues jams negaba el mal o el

    sufrimiento, sino que traduca la fe en que todo poda superarse y la confianza en un futuro

    mejor. No debemos fallarle olvidando lo que nos ense. Debemos agradecer todas las

    vidas que nos han dado felicidad, pues slo con gratitud lograremos atesorar ese don para

    servirnos de l y transmitirlo en toda su pureza a los dems.

    Joseph percibi un movimiento, un asentimiento colectivo por parte del centenar de

    personas que lo miraban, tristes y abatidas por lo inesperado de aquel pesar, cada cual

    herida por sus propios recuerdos.

    Mi padre era distinto continu. Su mente era brillante pero su corazn sencillo.

    Saba escuchar al prjimo sin sacar conclusiones precipitadas. Era capaz de contar los

    chistes ms largos, divertidos e intrincados que jams haya odo contar, y stos nunca eran

    soeces ni crueles. Para l, la falta de amabilidad era el peor de los pecados. Podas ser

    valiente y honesto, obediente y devoto, pero si no sabas ser amable, eras un desdichado.

    Se sorprendi sonriendo ante aquellas palabras, pese a que su voz estaba tan ahogada

    por las lgrimas que costaba entender con claridad lo que deca.

    Cierto es que no le preocupaban mucho las ceremonias religiosas. Ms de una vez

    se durmi en la iglesia y se despert aplaudiendo al creer por un instante que se encontraba

    en el teatro. No soportaba la intolerancia y pensaba que quienes profesan una creencia a

    veces se cuentan entre los peores dspotas. Ahora bien, habra defendido a san Pablo con

    su propia vida por sus palabras sobre el amor: Aunque hable las lenguas de los hombres y

    los ngeles, si no tengo caridad no soy nada.

    No era perfecto pero era amable, y comprensivo con las debilidades del prjimo. De

    buen grado trabajar incansablemente toda mi vida para que podis decir lo mismo de m

    cuando me llegue la hora de decir adis temporalmente.

    Temblaba de alivio cuando regres a su sitio junto a Hannah y sta le estrech la

    mano. No obstante, advirti que debajo del velo lloraba y que no volvera la vista hacia l.

    Hallam Kerr subi al plpito y le dio las gracias con palabras grandilocuentes y

    seguras aunque curiosamente desprovistas de conviccin, como si tambin l se sintiera

    perdido. Continu con el funeral del modo acostumbrado, las palabras y la msica

    entretejidas como un hilo brillante a travs de la historia de la vida del pueblo. El oficio

    religioso era tan cierto y rico como el paso de las estaciones, apenas distinto de un ao a

    otro a lo largo de los siglos.

    Despus Joseph asumi el papel que en parte resultaba ms angustioso, plantndose

    en la puerta de la iglesia para estrechar la mano de quienes deseaban dar el psame a la

    familia, tratando de expresar su dolor y su apoyo, por lo general con bastante torpeza. An

    quedaban cosas por decir, como si el funeral, por s solo, no bastara. En el aire flotaba un

    ansia, una necesidad insatisfecha que Joseph perciba y le haca que se sintiera vaco.

    Cuando ms las necesitaba, las palabras haban perdido todo su poder. El ltimo retazo de

    confianza en s mismo pareci escurrrsele entre los dedos.

  • Judith y Hannah permanecan juntas, resguardadas en la sombra del prtico de la

    iglesia. Matthew todava no haba salido. Joseph avanz hacia el sol para hablar con

    Shanley Corcoran, que aguardaba a pocos metros, vestido de negro; su cabello

    prematuramente blanco era como una aureola bajo la resplandeciente luz de la maana. No

    se trataba de un hombre alto, y sin embargo la fuerza de su carcter y su vitalidad

    infundan un respeto que mantena a la gente apartada, si bien casi nadie lo conoca ni,

    mucho menos, estaba al corriente de sus logros, los cuales tampoco habran comprendido

    en caso de que se los hubieran referido. La palabra cientfico tendra que haber sido

    suficiente.

    Fue al encuentro de Joseph, tendiendo las manos, con el rostro transido de pena.

    Joseph dijo simplemente.

    Joseph sinti su afectuoso contacto, y la emocin que ste suscit le result casi

    insoportable. La familiaridad en el trato de un amigo tan prximo resultaba abrumadora.

    Fue incapaz de hablar.

    Orla Corcoran acudi a socorrerlo. Era una mujer hermosa, con una extica tez

    morena, y su traje de seda negra, con su elegante cintura y el vuelo de la chaqueta por

    debajo de las caderas, constitua el cumplido perfecto a su delicada figura.

    Joseph sabe bien lo mucho que lo sentimos, querido dijo, posando una mano

    enguantada en el brazo de su marido. No es preciso que nos esforcemos por expresar

    algo para lo que no hay palabras. Todo el pueblo aguarda. Ahora es su turno, y cuanto

    antes haya cumplido con este deber, antes podr retirarse la familia a su casa para estar a

    solas. Mir a Joseph. Quiz dentro de unos das podramos visitaros con ms calma.

    Por supuesto dijo Joseph impulsivamente. Hganlo, por favor. Yo no regresar

    a Cambridge hasta la semana que viene, por lo menos. Ignoro qu har Matthew, pues an

    no hemos hablado de ello. Lo nico que nos preocupaba era pasar el da de hoy.

    Naturalmente convino Corcoran, soltando por fin la mano de Joseph. Y sin

    duda Hannah regresar a Portsmouth, verdad? Frunci el entrecejo con expresin de

    inquietud. Me figuro que Archie est en el mar, pues no lo he visto por aqu.

    Joseph asinti con la cabeza.

    S. Aunque quiz le concedan permiso por motivos familiares cuando arribe al

    prximo puerto.

    No poda hacer nada por Hannah, que deba enfrentarse a la dura prueba de ayudar a

    sus hijos a superar el dolor por la muerte de sus abuelos. Se trataba de la primera prdida

    de sus vidas e iban a necesitarla ms que nunca. Ya llevaba fuera ms de media semana.

    Por supuesto, es posible admiti Corcoran, quien todava miraba a Joseph con

    ceo, a todas luces preocupado.

    Por qu no iba a ser posible? pregunt Joseph con cierta brusquedad. Por el

    amor de Dios, su esposa acaba de perder a sus padres!

  • Ya lo s, ya lo s dijo Corcoran amablemente, pero Archie es un oficial en

    servicio activo. Me imagino que habris estado demasiado consternados para seguir las

    noticias del mundo, como es natural. No obstante, el asesinato perpetrado en Sarajevo es

    muy alarmante.

    S dijo Joseph sin entender. Los mataron a tiros, verdad? Realmente

    importaba? Por qu lo sacaba Corcoran a colacin en ese momento?. Lo siento, pero...

    Corcoran hundi los hombros, un tanto abatido. Fue un gesto tan leve que apenas se

    percibi, pero su expresin ensombrecida iba ms all de la pena; le daba miedo lo que

    estaba por venir.

    No fue un loco aislado con un arma dijo con gravedad. Se trata de algo mucho

    ms complejo que eso.

    De veras? dijo Joseph, incrdulo y sin comprenderle.

    Haba varios asesinos explic Corcoran en tono grave. El primero no hizo nada,

    el segundo arroj una bomba pero el chofer la vio venir y se las arregl para acelerar y

    esquivarla. Apret los labios. El hombre que la arroj tom alguna clase de veneno y

    luego salt al ro, pero lo sacaron del agua y sobrevivi. La bomba explot e hiri a varias

    personas. Las llevaron al hospital.

    Hablaba en voz muy baja, como si no quisiera que las dems personas presentes en el

    cementerio lo oyeran, pese a tratarse de un asunto pblico. Quiz no haban captado el

    alcance de lo ocurrido.

    El archiduque prosigui con los actos previstos para el da continu, haciendo

    caso omiso del gesto de Orla. Acudi a la recepcin en el ayuntamiento y luego decidi

    visitar a los heridos, pero el chofer se equivoc de bocacalle y se encontr cara a cara con el

    asesino, que se subi al estribo del coche y dispar al archiduque en el cuello y a la duquesa

    en el vientre. Ambos fallecieron en cuestin de minutos.

    Lo lamento. Joseph se estremeci con una mueca de dolor. Se imagin la escena,

    pero en cuanto lo hizo los rostros de las vctimas se convirtieron en los de John y Alys, y la

    muerte de dos aristcratas austriacos a ms de mil kilmetros de distancia volvi a perder

    importancia.

    Corcoran lo cogi otra vez por el brazo con todas sus fuerzas.

    Se realiz de forma catica pero surge de una corriente de sentimiento, Joseph

    dijo en voz baja. Podra conducir a una guerra entre Austria y Serbia, y en tal caso es

    posible que Alemania se involucre. Ayer el kiser deshizo su alianza con Austria-Hungra.

    Joseph estuvo a punto de decir que le pareca muy poco probable, pero vio en los ojos

    de Corcoran hasta qu punto ste hablaba en serio.

    De veras? inquiri, perplejo. Lo ms seguro es que se trate de un castigo, una

    reparacin o algo de esa ndole, no? Es un asunto interno del Imperio austrohngaro,

    no cree?

  • Corcoran asinti con la cabeza, retirando la mano.

    Tal vez. Si al mundo le queda algo de cordura, as ser.

    Claro que ser as! intervino Orla con firmeza. Ser una desgracia para los

    serbios, pobre gente, pero no es algo que nos ataa. No inquietes a Joseph con esas ideas,

    Shanley aadi con una sonrisa. Bastante tenemos con nuestra pena como para

    hacernos cargo de las de otros.

    Corcoran se vio imposibilitado de contestar por la llegada de Gerald y Mary Allard,

    unos amigos de la familia a quienes Joseph conoca desde haca muchos aos. Elwyn era su

    hijo menor, y el mayor, Sebastian, un muchacho de notable talento, era alumno de Joseph,

    quizs el mejor. Pareca dominar no slo la gramtica y el vocabulario de los idiomas

    extranjeros sino tambin su musicalidad, la sutileza de los significados y el sabor de las

    culturas que los ha producido.

    Joseph vio de inmediato que era un muchacho prometedor, y lo alent a conseguir

    una plaza en Cambridge para estudiar lenguas antiguas, no slo las bblicas sino los

    grandes idiomas de la cultura clsica. Sebastian haba aprovechado la oportunidad,

    trabajando con afn y una sorprendente disciplina para un chico de su edad, y se convirti

    en el ms aventajado de los estudiantes, licencindose con matrcula de honor. En ese

    momento segua estudios de pos grado antes de iniciar una carrera que Joseph le

    auguraba brillante como catedrtico y filsofo, y tal vez hasta como poeta.

    Mary cruz una mirada con Joseph y sonri, con expresin de pena.

    Gerald se aproxim. Era un hombre agradable, de apariencia corriente y pelo rubio, y

    con una actitud benvola que sin embargo le otorgaba una apostura algo mediocre. Tras las

    presentaciones de rigor, los Corcoran se marcharon.

    Lo siento murmur Gerald, meneando la cabeza. Lo siento mucho.

    Gracias dijo Joseph, deseando responder algo acertado y al mismo tiempo huir de

    all.

    Elwyn est aqu, por supuesto dijo Mary, sealando con un ademn por encima

    del hombro hacia el lugar donde Elwyn Allard estaba conversando con Pettigrew, el

    abogado, ansioso por ir a reunirse con los muchachos de su edad. Por desgracia,

    Sebastian ha tenido que quedarse en Londres agreg. Un compromiso previo que no

    poda romper. Era una mujer delgada, de rasgos sorprendentemente marcados, cabello

    oscuro y una hermosa tez aceitunada. Aunque estoy totalmente segura de que sabes lo

    mucho que lo siente.

    Gerald carraspe como si fuese a decir algo, posiblemente manifestando su

    desacuerdo, a ju