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Plauto Anfitrión Traducción de Francisco López de Villalobos (1517) Biblioteca Saavedra Fajardo 2015

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Plauto

Anfitrión Traducción de

Francisco López de Villalobos (1517)

Biblioteca Saavedra Fajardo 2015

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Biblioteca SAAVEDRA FAJARDO

de Pensamiento Político Hispánico

Plauto.

Anfitrión. Traducción de

Fco. López de Villalobos

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LA COMEDIA DEL MARRANO José Luis Villacañas Berlanga

1. La fortuna española y europea de Plauto. Es sabido que San Agustín

no cita a Plauto. Para la edad media, hasta que Nicolás de Cusa descubra en 1428 el

manuscrito con las doce comedias que formaría el corpus renacentista del cómico

romano, el canon de la comedia lo ofrece Terencio. Todavía algunos amigos de Petrarca

no habían escuchado el nombre de Plauto, por mucho que Bocaccio ya hubiera

organizados cuentos en su Decamerón basados en sus historias [los relatos VII. 8, 9 y 10

proceden de Plauto y son historias de celos y de dobles]. Antes, poca cosa. Sólo Vitalis

de Blois escribió una imitación de Anfitrión en el siglo XII, que es conocida con el

nombre de Geta, y que fue editada por Allison Goddard Elliott, en su Seven Medieval

Latin Comedies, en 1984 en la ciudad de Nueva York . Los primeros incunables con las

obras de Plauto vieron la luz hacia 1472 y las primeras traducciones alemanas se

produjeron hacia 1475. Hacia 1478 se formaban ya los Dicta Plautina, como el célebre

de Bonus Acursius, que hacía de Plauto la más alta eminencia entre los latinos. En 1490

un equipo de humanistas italianos, con Angelo Poliziano, Filippo Beroaldo, Giorgio

Merula y Ermolao Barbaro, editaron las veinte comedias con glosas, y esta es la edición

que tiene nuestro Villalobos como base de nuestra traducción. En 1491 vieron la luz los

Vulgaria Plauti, la recopilación de Jacobo de Breda. Cuando Francesco Asolano publicó

con Aldino en 1522 la colección de Plauto, ya se reconocía en él la elegancia y la pureza

de su latín.

La historia de la representación de Plauto es más tardía y tuvo su inicio

en la corte de la casa de los Este, hacia 1486, cuando Francisco Gonzaga e Isabel del

Este se casaron. Una representación en italiano tuvo lugar en 1487, con traducción

rimada de Pandolfo Colenuccio. Al parecer, hacia 1493 las obras de Platuo podían ser

contempladas por un público numeroso. Se ha llegado a hablar de 10.000 espectadores

en una de ellas, verificando la idea de que Terencio era más para ser leído y Plauto para

ser visto. Hacia 1500, Plauto era dominante en la pléyade de humanistas de Bologna y

sus méritos se cifraban en su camaleónica versatilidad y su capacidad de reflejar el

mundo. Hacia 1508, Ariosto, con su Cassaria, y Maquiavelo con su Mandrágora, podían

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Anfitrión. Traducción de

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escribir comedias al estilo de Plauto y no con menor intención política que el mismo

romano. Erasmo, que gustaba de Terencio, no llegó a Plauto hasta muy tarde, aunque se

rindió a él en los Adagia de la edición de 1533, como dice H. B. Norland en un pasaje

de su erudita obra .

Luego, todo se aceleró. Por el año 1530 Plauto se editaba en París, y

hacia 1535 se publicaba en Lyon, y por obra de Sebastián Gryphius, la colección de

Plauto más usada. A su aire se escribieron defensas de su obra, sin duda con la

pretensión de que Francisco I la incluyese en su corte. Por eso se argumentó que en

modo alguno podía ser tomado por un bárbaro. Para 1550 Joachim Camerarius editaba

una nueva colección teniendo en cuenta dos manuscritos recién encontrados. Para la

época de Trento, Plauto ya era un autor lascivo para los italianos y licencioso y vicioso

para los franceses, aunque no obtuvieron sus razones de la carta de Navaggero a Jean

Grolier, que solía anteceder a las ediciones de Terencio, pues aquel sólo le llamó

“crudo” en su lenguaje e inconexo en sus tramas. Sin duda, Justo Lipsius sería el gran

defensor de nuestro autor, el que lo llevaría hacia el Barroco. No podemos entrar en el

complejo cosmos de la recepción de Plauto por Shakespeare. Sólo podemos recordar

que fue ingente .

No podemos aludir a la suerte de Plauto más allá de la época que nos

interesa, la referida a nuestro Francisco López de Villalobos. Lo bien cierto es que

nuestro médico no amaba la gravitas o la urbanitas de Terencio, sino mucho más la

dicacitas de Plauto, esa capacidad de lo cómico basada en el impulso satírico del

lenguaje (la diferencia como es sabido procede de Navaggero, pero viene ya de

Horacio). La diferencia básica tiene que ver con la autoconciencia de clase de los

humanistas. El noble Terencio cuadraba más con las expectativas de auto-presentación

de los humanistas. El vil, esclavo, plebeyo y servil Plauto era más afín con la

comprensión que de sí mismo tenía el marrano Villalobos. En el Libro de los Chistes

que editó Luis de Pinedo a principios del reinado de Felipe II se recogen dos

relacionados con nuestro médico [el 38 y el 39] que identifican de forma clara la auto-

ironía que siempre mantuvo . Sin duda, este hecho concede a Villalobos su lugar en el

humanismo vernáculo castellano, tan característico respecto al humanismo latino, y

muestra la naturaleza relativamente bárbara del primero. Joan Lluis Vives todavía

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pensaba en De tradendis disciplinis que Plauto daba a sus personajes las libertades que

él mismo no se había podido permitir como esclavo. El comentario no solo denuncia la

depravatio y la deformidad que a menudo presentan los personajes de Plauto, sino que

sobre todo muestra hasta qué punto Vives intenta olvidar los aspectos humillantes de la

vida. Pero los sueños saturnales de las comedias de Plauto, como esa escena en Asinaria

en la que unos esclavos montan a su joven dueño que les ha pedido dinero para ir a casa

de su prostituta, bien podía compensar las horas tristes de los que, como Villalobos,

corrían una suerte que Vives había superado con el expediente de perder su patria.

Como podíamos suponer, para los estudiosos europeos del Renacimiento,

nuestro Villalobos apenas cuenta . En un artículo, por lo demás erudito hasta la

perfección, se puede leer esta página: “El 1550 ve la traducción española de Miles

Gloriosus”. Nada de la edición muy anterior de nuestro Villalobos. Se cita la edición

inglesa de Anfitrión de Copland en 1560 . No cuenta la de 1517 de nuestro judío, ni la

presencia de Plauto en la Castilla del primer humanismo . De ahí que no se haya

contemplado ni tenido en cuenta la manera en que un marrano hispano puede

aproximarse a esta obra. Y eso que Villalobos no es un mero traductor de la obra. Como

dice en su propia introducción, la obra era leída en Salamanca por los estudiantes y

sabemos que para 1530 existía la obligación de representar comedias de Plauto o

Terencio en el primer domingo de las octavas del Corpus . Sobre esta tradición variarán

los jesuitas, como es sabido. Sin embargo, el latín antiguo de Plauto no permitía una

clara comprensión entre los jóvenes lectores latinos. De ahí la necesidad de acompañar

un texto castellano. Sin duda, otra demanda mucho más clasicista y pedagógica deseaba

atender Pérez de Oliva cuando dio a la imprenta en Sevilla su adaptación de 1525, con

el título de Muestra de la lengua castellana en el nascimiento de Hércules o Comedia de

Anfitrión y que en 1976 dio a conocer C. G. Peale, en su edición de Córdoba .

La valoración que hace Villalobos de Plauto es de una clara sutileza . Por

una parte es para él el fundador de la elegancia de la poesía latina. Por otra parte, dada

la condición de sus personajes, posee un estilo “inusitado, muy fragoso y muy áspero”.

Villalobos emprendía la heroicidad de traducirlo, pero no contento con ello le propuso a

la obra una serie de glosas y un tratado adicional. Todo ello ofrece a su versión una

intención y una vértebra hermenéutica exigente y sutil. Por eso es tanto más extraño que

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una pieza central de nuestro humanismo vernáculo no haya sido estudiada como se

merece ni puesta en relación con los estudios europeos. Y en este sentido, merece la

pena recordar el momento en que Villalobos dio a la estampa de Alcalá de Henares, en

las prensas de Brocar, esta traducción, junto con el tratadito que la última y con la

alabanza de la mujer que le sigue como colofón.

Sabemos que Villalobos acompañó al rey Fernando II de Aragón hasta

sus últimos días. No era el médico principal de la corte, que era el mítico doctor Parra, a

quien nuestro traductor escribirá sabrosas cartas. Desde luego, el médico en este tiempo

era un personaje menor, cercano a los declarados humanistas. Como ellos, escribe cartas

en latín y en romance sobre la actualidad de la corte, por lo general en tono distendido y

humorístico. Ya lo había hecho el médico de Juan II. Pero Villalobos había publicado

ya algunas cosas importantes como el Sumario de Medicina, en 1498, y en 1514 había

dado sus Congresiones, impresas en Salamanca, todavía siendo “assistente catholico

rege”. Fue al año siguiente cuando se puso con la traducción de Plauto. Sin duda, el

médico ya suponía que estaba cerca el final de la vida del rey y, con esta obra, dedicada

a un grande de España, buscaba nuevos trabajos. Desde Calatayud, el 6 de octubre, ya

hablaba de la “grave enfermedad del rey” y aseguraba que eso era lo único que le

retenía en la corte. A pesar de todo, no lo hizo. En 1517 esperaba la llegada del nuevo

rey Carlos y el reino hervía de inquietud. Los frailes predicaban fervor a las masas con

su sentido apocalíptico habitual, las ciudades se mostraban inquietas y la Inquisición

estaba relajada, pues Cisneros apenas podía hacer otra cosa que huir para no entregar los

poderes a los delegados del rey Carlos, que le perseguían por los caminos embarrados.

Villalobos mostró sus dudas y ansiedades, pero al final se quedó cerca de la corte.

Dadas las cartas que escribió por ese entonces, se trataba de cobrar lo que se le debía. Al

final, se quedó en la corte como doctor de la reina Germana, aunque en una situación

muy marginal. Todo hasta que llegó una diarrea en la corte. Así lo cuenta Villalobos:

“Ya estaba yo con estas dilaciones por echar una soga a la garganta, si no me proveyera

Dios de una muy buena vendimia, en que hubo tantas evenidas de cámaras por

flamencos y españoles que me podrían ellos decir lo que decía la otra a su rufián cuando

reñían: ‘Vellaco, de mi culo comes, de mi culo bebes’. Por aquí se despachó mi asiento

con el Rey y por aquí entré en conocimiento de todos los extranjeros; así que yo entré

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en Palacio por la puerta falsa de Monsieur de Xeures” . Desde luego, por estas fechas,

Villalobos y Narciso, el médico de Carlos, debieron tener sus primeros enfrentamientos.

Sin duda, ya era una época de mucha actividad literaria en nuestro médico, que se sabía

con un pie fuera de la corte. En una carta al Almirante de Castilla, otro posible

empleador, Villalobos habla “de aquel librillo que tengo dedicado al nombre de V.S.”

Que era un librillo de bromas se extrae por el contexto. Daríamos mucho por saber de

qué librillo se trataba.

De forma habitual, se suele decir que los malentendidos de la comedia de Plauto

conciernen a equívocos genéricos de la mente humana, que hace de la encarnación de

los dioses proyecciones de los sueños humanos en tanto que motor poderoso de los

deseos. La enseñanza de la obra, por tanto, tiene que ver con el control de los deseos .

Villalobos no quiere ocultar que uno de los valores de la obra era su naturaleza

filosófica, su doctrina. En esto coincide con los adaptadores ingleses, tal y como Jacke

Jugeler, de mitad del siglo XVI en plena época Tudor , aunque al final su enseñanza es

más bien la de no dejarse llevar por el “astuto sofista” [cunning sophist]. Esta finalidad

pedagógica todavía resuena en Pérez de Oliva, quien desea mostrar la vida desdichada

de los humanos bajo el dominio de esos sofistas tiranos que eran los dioses paganos.

Sin embargo, la intención de un marrano como Villalobos no podía dejar de

incluir entre el politeísmo a la religión cristiana. La vinculación entre el nacimiento de

Hércules y el nacimiento de Cristo era un tema muy antiguo que no había pasado

desapercibido por gente como Dante, con su Canción a Hércules, o el poema de

Coluccio Salutati de laboribus Herculis. Hace tiempo, Marcel Simon dedicó un libro a

Hercule et le Christianisme, en la Universidad de Estrasburgo, en 1955 y analizó todos

estos materiales, que culminaban en el Hercule Chrétien de Ronsard. Pero todas estas

aproximaciones, de inspiración humanista, querían confirmar el sincretismo de las

tradiciones paganas con las bíblicas y se centraban en el papel salvador de Hércules. El

clima de la Castilla de 1517 era muy diferente y Villalobos no podía ignorar viejas

historias talmúdicas sobre Jesús . Ya Tremallo llamó la atención sobre este pasaje de

Caro Baroja: “De esta intemperancia parecen hacerse eco incluso algunos conversos de

los procesos a fines del siglo XV: incluso la tesis de que el Mesías era hijo de adulterio”

.

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Podemos suponer que un marrano como Villalobos interpretara la obra de Plauto

como un anticipo de las fábulas sobre dioses y hombres que habían llevado a la

emergencia del cristianismo, para él una degradación pagana de la sencilla y razonable

religión judía, con su radical dualidad entre hombre y Dios. Que la obra era relevante

para el cristianismo también lo vio Pérez de Oliva, cuando puso de su cosecha un

colofón que hacía de la obra un anuncio profético del cristianismo, puesto en boca de un

Anfitrión cansado de la injusticia que los dioses cometen con los hombres. En efecto, en

un pasaje final aprovecha para mostrar que los dioses paganos sólo pudieron ser creídos

por hombres infames, que veían en ellos el ejemplo de sus propios vicios. Sin embargo,

entre los hombres “buenos” todos esos dioses eran por tenidos por tiranos y este era el

sentimiento que Oliva deseaba poner en el corazón de su héroe. La razón era que Júpiter

usaba de su poder para “servir a sus viles deleites” a costa de hacer sufrir a los seres

humanos. La sensación que domina la escena final del marido humillado y de la esposa

engañada (aunque no “corrompida”, se apresura a subrayar Oliva) es la de una radical

impotencia. “Pésame que no somos de igual suerte para poderlo combatir”, dice

finalmente el héroe. El combate contra los dioses debe ser conducido y ultimado por

otro dios. Pero la impotencia humana ya lo anuncia. “Pero algún dios santo y bueno

destos males nos dará venganza”. El cristianismo así emerge como la venganza del

hombre humillado contra el mundo pagano, que hace pagar a sus dioses con la muerte

ante un Dios triunfante que vence al precio de morir también.

Timoneda, desde luego, se va al otro extremo. De partida es mucho más cercano

a Villalobos, y como él coparte la mirada resentida que hace al agudo de ingenio natural

por lo general “desdichado y pobre” de fortuna [3v, Al ilustre señor]. Como Villalobos,

comparte cierta megalomanía, pues no duda presentarse en el poema que antecede como

“el grande Timoneda” por quien “floresce Turia y su arboleda”. [4r]. “¿Tu nueva luz, tu

arte, do lo vieron?”, dice otro amigo, Felipe de Arcayna, en un nuevo soneto. Para él, lo

decisivo de estas obras es que son “sentenciosas, dulces y regocijantes” [5r].

Completamente paganizante, Timoneda, nos propone una escena previa para mostrar la

voluntad de la joven virgen Pacuala de quedarse con los dos amantes, Morato y Roseno,

un negro y un blanco, como era fácil en la morisca Valencia, para así dejar de ser virgen

lo antes posible y por partida doble. Por mucho que confiese utilizar la obra para

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denunciar “la vanidad con que los gentiles adoraban a sus dioses” [7v], la conclusión

que extrae de toda la obra es completamente propia de una irreverente cultura morisca.

En justa recompensa por su incursión en territorio humano, Timoneda pide una

compensación estrictamente simétrica: “Señor Júper: embíanos d’allá algunas diosas

para nosotros, en pago del empreñamiento de nuestra dama”.

Villalobos también denuncia los dioses de la gentilidad, ajenos a la humanidad y

a la razón y por completo entregados a la bestialidad. La explicación que nos da de ello

es muy cartesiana: “la sutileza del demonio para engañar”. Frente a los antiguos, la

situación de los no gentiles ha mejorado mucho. En realidad, se ha producido una

democratización de la verdad dado que ahora incluso los rústicos conocen el camino

para salvarse, algo que entre los antiguos era “muy escondido y muy cerrado secreto”.

Sin embargo, como Tremallo recuerda, uno de los motti más usados de Villalobos era

“infinitus est numerus stultorum”, así que no está muy claro qué quiere decir de verdad

Villalobos con este asunto. Lo que en modo alguno dice es que se hayan libertado de

este engaño del diablo por obra de la Iglesia. Sólo Dios ha obrado la liberación de la

bestialidad pagana. Pero un Dios que en todo caso tiene como su representante al

médico, el único que puede curar estas fantasías propias de una imaginación

completamente perturbada. Así que no estamos muy seguros de que al proponer este

Dios liberador y emancipador, Villalobos no haya estado pensando en el viejo apotegma

de Alfonso de Cartagena, “deus sive natura”. En todo caso, no debía ser el Dios

cristiano el que le preocupaba. Como se verá en su traducción, el misterio de la pasión

de Cristo es parodiado en esas extrañas y sádicas relaciones por las que Júpiter humilla

y maltrata a su hijo Mercurio, a quien llega a amenazar con colgarlo en la cruz. Así que

tenemos en este texto una primera muestra de la mentalidad protolibertina. En todo

caso, este sería un texto que habría gustado leer a otro que se proclamaría siglos

después, igual que Villalobos, médico, psicólogo y anticristiano.

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Anfitrión

con previlegio real por diez años.

Alcalá de Henares

30 de agosto de 1517.

Anfitrión

con previlegio real por diez años.

[Im. 3-1] Plauto fue un excelente poeta de comedias, que es un linaje de poesía

que en el tiempo de la antigüedad usaban mucho. Fue muy elegante y muy gracioso.

Llámanle padre de la lengua latina porque comenzó en él la elegancia de la poesía.

Floreció en Roma en tiempo de Marco Catón, orador clarísimo y caballero muy famoso.

Fue tenido este poeta en tanta autoridad que no se desdeña de alabarle Varro; Stolon y

Aulo Gelio y Horacio, y San Hierónimo y Eusebio, y otros muchos sapientísimos

escritores. Y agora en nuestros tiempos han trabajado de corregir y glosar al Plauto

cuatro hombres que en todo género de doctrina fueron los mayores sabios de toda Italia.

Conviene saber, Hermolao Bárbaro, cardenal de Aquileya, y Angelo Policiano, Filipo

Beroaldo y Merula. La primera comedia que este poeta escribió se dice Anfitrión. Esta

es la que aquí traducimos de latín en romance.

Como los fuertes guerreros ejercitan a las veces las personas en los juegos de

cañas y justas para tomar gusto en las cosas de las armas y, recreando con las burlas,

hacerse diestros en las veras; así los entendimientos humanos que suelen contemplar en

las cosas arduas, se abajan algunas veces a ejercitar en las comedias y otras cosas dulces

de poesía como hacía Sócrates, Salón y Platón, grandísimos filósofos y muy aprobados

autores de la sciencia.

Por tanto, si alguno tachare esta nuestra traducción por parecelle impertinente a

los estudios, ninguna injuria nos hace por dos cosas: la una es porque no sabe lo que se

dice, y habemos placer que se consuele de lo que no sabe con reprender al lo que sabe.

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La otra, es por lo poco en que estimamos a tales hombres; que no es razón de tener en

cuenta al que quiere ser tan ruin que determina de ser invidioso.

Quien supiere que vuestra merced1 me manda pagar tan largamente porque se

traslade esta comedia del Plauto, luego verá que tenéis en tan poco cuanto dais que no

queréis que tenga nombre de merced sino de contratación; porque el latín sabéis

entender y hablar con tanta elegancia como todos los que viven dello, y vuestro

romance es el más polido y más agradable de cuantos hayamos visto en nuestra edad.

Así que pudiera vuestra merced guardar sus dineros y gozar mucho mejor de la comedia

en su original que en mi trasunto.

No embargante que, en este nuestro trabajo, el dinero es la presa que queremos

cazar y no el bien y provecho de la República, tres provechos principales se siguen de la

traducción de esta comedia:

El primero es que por ella los estudiantes de la poesía entenderán el latín del

Plauto en Anfitrión sin doctrina del maestro. Y no lo tengan en poco porque como este

poeta es vetustísimo, el estilo suyo es inusitado, muy fragoso y muy áspero.

El segundo es que todos los que quisieren pasar tiempo en leer la comedia, verán

en ella qué dioses eran aquellos que adoraba la gentilidad, y cuán lejos de razón y de

humanidad se fundaban sus ritos y religiones; y cuáles eran las doctrinas y los ejemplos

que los dioses daban a sus vasallos y servidores, y maravillarse han cómo podían creer

tan vana bestialidad unos varones tan sabios y tan ilustres que de su profunda sabiduría

y claros hechos dejaron inmortales memorias, y por eso juzgarán cuánta sea la sotileza

del demonio para engañar y cuánta merced nos ha hecho Dios en desengañar, que nos

ha mostrado la verdad por tan claras sentencias que el camino que agora saben los

hombres rústicos para salvarse [Im. 4-1] era tenido en los tiempos antiguos por sciencia

muy escondida, y muy cerrado secreto.

1 La obra estaba dedicada a Garci Fernández Manrique de Lara y Toledo, tercer conde de Osorno. La

ironía con que Villalobos expone la “excelente genealogía” de este noble se puede comprender

fácilmente. Villalobos recuerda que pertenece al “tronco de los reyes de España”. Pero en realidad, se

sabe que era converso, y que compartía el tronco judío con Fernando el Católico.

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El tercero, es que en esta comedia hay algunos pasos y dichos notables, según

por el discurso della se verán por mi mano notados en la margen.

Si esta comedia por sí no tuviese autoridad, debe ser tenida en mucho por parte

de vuestra merced, a quien es dirigida y recomendada por tres partes que hay en vos,

que cualquiera dellas es materia de muy alta poesía.

La primera es vuestra excelente genealogía, que por la parte del señor conde

Dosorio, a quien Dios dé salud, cuyo hijo primogénito vos sois, por línea derecha

descendéis del muy esclarecido tronco de los reyes de España, y de la antigua y noble

sangre de los Godos. Y por la parte de la señora condesa, vuestra madre, hija del señor

don García Álvarez de Toledo, ilustrísimo Duque Dalba, venís de los emperadores de

Constantinopla, de cuya raíz vino a florecer en España un ramo que frutificó los señores

Dalba, los cuales han sido tan famosos en el uso y ejercicio de la caballería, y sus

hazañas tan espantosas, que no se yo quién recibe la honra del otro: o ellos en venir de

los emperadores, o los césares por respecto dellos.

La segunda, es vuestra prudencia tan grande y vuestra moderación y gravedad

tan cuerda, en caballero tan mancebo y dotado de los bienes de fortuna, que habéis

puesto hasta agora admiración a los que os conocen. Haga vuestra merced de manera

que esto vaya adelante, pues que tan bueno es y tan bien parece.

La tercera es las virtudes que habéis comenzado a obrar, así en las cosas de

cristiano como en las de caballero, tanto que por vuestra persona no habéis perdido nada

de la nobleza de vuestros mayores, antes resplandecen en vos las imágines dellos como

en espejo muy claro y limpio. Y pues el Rey nuestro señor, a quien Dios guarde muchos

años, comienza a conoceros y estimaros en lo que es razón. Tenga vuestra merced de tal

manera la rienda de la perseverancia en la mano, que la mocedad no es dé algún

corcovo2 que os haga salir de camino.

Así que pues vuestra merced tiene en reputación y estima ésta nuestra

trasladación, cosa justa es que la comedia sea por todos tenida en mucho. Habéisla de

mandar corregir, que algunos yerros hallaréis en ella, dellos unos por descuido y otros

2 Corcovo. Salto que dan algunos animales encorvando el lomo. Desigualdad, torcimiento o

falta de rectitud.

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por no entender más. Yo me someto al sano juicio y enmienda de vuestra merced cuyas

muy magníficas manos beso.

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[Im. 5-1] Aquí se vuelve de Latín en Romance la

primera comedia del Plauto, cuyo nombre es Anfi-

tríon. La trasladación es fielmente hecha sin añadir ni

quitar salvo el prólogo que el poeta hace en nombre

de Mercurio y sus argumentos. Que esto era bue-

no para representar la comedia en público y ha-

cer farsa della, porque los miradores enten-

diesen bien los pasos todos. Aquí no

se pone aquello porque sería cosa des-

abrida y sin gusto. Bastan los

argumentos que yo pongo por

que dan mejor a enten-

der la comedia, y son

más sabrosos pa-

ra los leyen-

tes.

Argumento para entender la comedia de Anfitrión

Anfitrión, capitán general de los tebanos contra Terela, Rey de Teleboys, desque

hubo vencido en batalla los teleboyanos y cortado la cabeza valientemente al rey dellos,

y sojuzgada la tierra para el rey de Tebas, Creonte. Él se vuelve victorioso a su casa,

mas antes que a ella llegase, como desembarcó en el puerto ques cerca de Tebas, acordó

de quedarse en el navío aquella noche y envió a su siervo, Sosia, con la nueva buena de

su venida a su mujer Alcumena. En aquella sazón, Júpiter, transformado en la figura de

Anfitrión, y Mercurio su hijo en la figura de Sosia, su siervo, vanse a casa de Anfitrión

como que vienen de la guerra. Recibe muy bien Alcumena a Júpiter, teniéndole por su

marido, y huélganse juntos aquella noche. Mercurio guarda la puerta; en esto, llega

Sosia. Mercurio no le deja entrar, diciéndole: “¡yo soy Sosia y tú no!” Altercan mucho

sobre esta quistión y, después que Mercurio hubo mostrado todos los argumentos y

señales cómo él era Sosia, el verdadero Sosia, atónito y lastimado con bofetones y

puñadas, vuélvese al puerto sin entrar en casa de su amo. Y dice a su señor Anfitrión:

”yo me hallé a mí mismo a la puerta que estaba allá antes que yo llegase, y me di a mí,

el que iba de acá, muy grandes bofetones; y yo, el que quedó allá, estorbé la entrada a

mí, el que vuelvo acá; y así no hice cosa de lo que mandaste”.

Anfitrión maltrata a Sosia pensando que viene borracho. Y así, entrambos de buena

mañana, se parten del navío y vanse para su casa.

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Plauto.

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Fco. López de Villalobos

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Argumento de la primera scena.

Sosia, enviado por Anfitrión desdel puerto para que diese las nuevas a Alcumena. Va

por el camino de noche, medroso, hablando consigo cómo cumpliría su mensaje.

Mercurio le escucha todo cuanto dice, y le pone más temores de los que él trae. Y

desque se juntan entrambos, Mercurio le burla graciosamente y estórbale la entrada. Así

que se vuelve sin ver a su señora.

Sosia. Mercurio.

SOSIA: ¡Qué hombre hay en el mundo más osado que yo!, ¡o quién es más confiado!,

que conozco las costumbres de los mancebos desta tierra y voyme sólo de noche por

aquí. ¿Qué haría hora yo si las tres guardas de la ciudad me metiesen en la cárcel, y de

allí me sacasen por la mañana y me diesen cien azotes? ¡Yo no podría decir de mi

causa! ¡Ni en mi amo hallaría socorro! ¡Ni habría hombre que no me juzgase por

culpado! Y así como en una yunque descargarían los azotes, en el triste de mí, ocho

valientes hombres. Así que en cabo de mis jornadas yo sería hospedado en posada

pública. El descomedimiento de mi amo me hizo esta fuerza; que sin valerme

excusación me dio priesa para enviarme de noche desdel puerto donde él queda. ¡Como

si de día no me pudiera enviar! Esta servidumbre, dura cosa es, sirviendo a hombre rico.

Y tanto es más desventurado el esclavo cuanto más es rico el señor. Porque todas las

noches y los días sin cesar, jamás en dicho o en hecho, siempre hay buena obra con que

nunca huelgues ni descanses. Ca el hombre rico, como no sabe qué cosa es trabajo, con

cualquier fatiga que a hombre le venga de lo que él manda le parece que absolutamente

lo puede mandar y que es cosa justa que se haga. No cura él de ponderar el trabajo que

de allí se sigue, ni de pensar si es cosa justa o injusta que lo mande. De manera que en

la servidumbre se requieren muchos agravios, y es menester que se lleve y se sufra con

gran trabajo.

MERCURIO: ¡Con mayor razón me podría yo quejar hoy de la servidumbre que no éste;

pues que he sido libre. Y éste se queja della siendo padre de servidumbre porque nació

esclavo, y nunca supo qué cosa es libertad. Yo agora esclavo soy hecho como él.

SOSIA: Agora me viene al pensamiento, que yo haría mejor viniendo de tales jornadas,

en dar gracias a los dioses por las mercedes que me han hecho y adorarlos, que no en

blasfemar y quejarme de los agravios de la servidumbre. Siquiera porque no me den,

según mi merecido, otras tales gracias como yo les he dado, echándome algún hombre

mano que buenamente me quebrante las muelas, porque soy ingrato y olvidadizo de los

bienes que me hicieron.

MERCURIO: Éste hace lo que no suele hacer el vulgo, que conoce su culpa y su

ingratitud.

SOSIA: ¡Hanos venido tanto bien cuanto yo nunca pensé, ni otro alguno de los

ciudadanos que nos viniera!: que volviésemos salvos a nuestras casas, nuestros

enemigos vencidos y tornasen a la patria nuestras huestes vencedoras, habiendo

desbaratado una gran batalla y muertos los enemigos todos; que muchas amargas

mortandades habían hecho en nuestro pueblo tebano. Combatida su ciudad y vencida

por la fortaleza y virtud de nuestros caballeros, y mucho más por la industria y

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gobernación de mi señor Anfitrión; el cual, después de la victoria repartió a los suyos el

despojo y las heredades y bastimentos; y al rey de Tebas, Creonte su señor, aseguró y

confirmó su reino. E agora como desembarcó, envíame delantero a su casa desdel

puerto donde él se queda esta noche, para que yo cuente a su mujer cómo ha gobernado

su hueste, como buen capitán y buen emperador y buen gobernador3. [Im. 7-1] Quiero

desde agora pensar en qué manera ge lo tengo de proponer cuando allá llegare. Si dijere

mentira, haré lo acostumbrado, porque cuando ellos más peleaban, más huía yo; mas

fingiré como que estuviera presente a la batalla y contaré no lo que vi, sino lo que oí.

Quiero consultar primero conmigo el estilo y las palabras con que me conviene hablar;

así tengo de proponer al comienzo: “Señora, cuando allá llegamos, Anfitrión escoje tres

varones principales de los mejores de la hueste y envíalos por embajadores a los

teleboyanos. La sentencia de su embajada es ésta: ‘que si quisiesen sin fuerza de armas

y sin rigor de batalla entregar lo que nos han robado y a los mismos robadores, y

restituir todo lo que nos han tomado, él levantaría dallí luego su ejército y le volvería a

sus casas y, alzando la hueste tebana de sus campos, a ellos les sería dada toda paz y

sosiego; y cuando otramente lo quisiesen hacer teniendo ánimo de pelear y no dar lo que

se les pide, que protestaba con gran fortaleza y por las armas de combatilles su ciudad’.

Como estas cosas por orden, nuestros embajadores dijeron a los teleboyanos. Los

varones magnánimos, confiados en su virtud y soberbios con sus fuerzas, maltratan a los

nuestros con mucha ferocidad y responden: ‘que ellos podrán defenderse así y a los

suyos por la batalla, y que por tanto les requerían que luego a la hora levantasen el

ejército y le sacasen de todos sus términos’. Recontada la respuesta por nuestros

embajadores, luego Anfitrión manda mover todo su ejército. Y por el contrario, los

teleboyanos sacan de la ciudad sus huestes adornadas de muy lucidas armas. Y después

que salió de cada parte gran número de guerreros, repartidos los caballeros y repartidas

las ordenanzas y escuadrones, nosotros ordenamos nuestras batallas según nuestra

manera y costumbre. Los enemigos, asimismo, ordenan las suyas. Después, el un

emperador y el otro se salen fuera de sus compañas y se ponen entremedias de los dos

ejércitos; hablan el uno con el otro y convienen en esto: “Que cualquier de los dos

pueblos que fuere vencido, entregue al vencedor la ciudad y las heredades y los templos

y las casas y así mismos”. Acabado esto, tocan las trompetas, resuena toda la tierra,

alzan las voces y la gritería de cada parte. Cada uno de los emperadores promete votos a

Júpiter y esfuerza su gente. Cada uno de los guerreros por su cabal, trabaja todo cuanto

puede; hieren con hierro, quebrantan las astas. Truena el cielo con los bramidos de los

que pelean, y con el espírito y aliento dellos se cierra de niebla. Muchos de los

caballeros caen con el ímpetu de las heridas. Finalmente, nuestra mano fue vencedora,

como nosotros queríamos. Los enemigos caen a montones. Los nuestros, en contrario,

se levantan. Vencimos por fuerza a los feroces. Con todo eso, ninguno de los enemigos

vuelve las espaldas para huir, ni se parte de su lugar hasta que acabe su hecho. Pierden

la vida antes que perder el lugar. Cada uno donde estaba en pie, allí yace tendido; y así

muerto guarda su ordenanza. Mas como Anfitrión, mi señor, vio el tesón de los

3 VILLALOBOS: Allí donde dice Sosia “agora me viene al pensamiento y etc”, se nota que a

cualquier hombre, por malo que sea, cuando hace o dice cosa que no deba, le viene una santa

inspiración al pensamiento que le amonesta y le reprende de lo malo y vituperable y le muestra

el camino de lo bueno y honesto. Esta es una de las manera en que habla Dios con los hombres

y llámase habla interior.

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contrarios, mandó luego a los caballeros de la manderecha que rompiesen por ellos;

éstos con gran presteza obedecen al capitán y con grandes alaridos y muy alegre ímpetu

entran por los enemigos, ensangrientan y despedazan todas sus compañas.

MERCURIO: Aún hasta agora no ha dicho palabra falsa, porque yo y mi padre fuimos

presentes cuando peleaban y pasó así como éste dice.

SOSIA: “Entonces los enemigos comienzan de huir y a los nuestros les crece el ánimo y

siguen al alcance, hiriendo y matando en ellos. Y el mismo Anfitrión cortó la cabeza por

su mano al rey Terela. Duró esta batalla por todo el día, desde la mañana hasta la noche,

y acuérdaseme muy bien esto, porque en todo aquel día no comí bocado. Con la ve[Im.

8-1]nida de la noche cesó la batalla y el alcance. A otro día salen los príncipes de la

ciudad al campo, vienen llorando a nosotros con las manos cubiertas en señal de paz,

pidiendo perdón de su pecado y entréganse así mismos y a todas sus cosas divinas y

humanas, con su ciudad y sus hijos a la obediencia y potestad del pueblo tebano. E a mi

señor Anfitrión, en señal de su virtud y fortaleza, le fue presentada una copa de oro con

que solía beber el rey Terela”. Desta manera lo quiero contar a mi señora, y voyme

luego a cumplir lo que me mandó mi amo y entrarme en casa.

MERCURIO: ¡Cata, cata, entrarse quiere en casa! ¡Salirle quiero al encuentro! No dejaré

yo a este hombre llegarse hoy a esta casa, que pues yo estoy transformado en la figura

deste, cierto es que le podré muy bien burlar. Mas conviene, como yo he tomado en mí

la forma y la estatura deste, que también las obras y las costumbres mías sean

semejantes a las suyas. Así que habré de ser bellaco y muy traidor, y muy astuto, y

echar a éste de la puerta de casa con sus propias armas, que es con su malicia. Mas…

¿Qué es aquello? Mirando está el cielo. Esperar quiero a ver lo que hace.

SOSIA: Si yo no soy muy necio, y si yo sé o creo otra cosa alguna, cierto sé agora y creo

quel noturno dios se echó a dormir borracho esta noche4, porque ni los Septentriones se

mueven en el cielo; ni la Luna se muda de cómo salió; ni las estrellas de Orión, ni el

Lucero ni las Cabrillas se ponen. Todas estas señales se están quedas sin que la noche

dé lugar al día para que venga.

MERCURIO: ¡Anda noche como comenzaste y haz placer a mi padre! Haces al mejor de

todos, la mejor obra de todas, y es muy bien empleada.

SOSIA: Yo…, en toda mi vida, ¡nunca vi otra noche más larga que ésta!, sino una en que

fui azotado; y aún ésta, por mi fe, sobrepuja a la otra en largura. Yo creo, en verdad, que

el Sol está durmiendo y bien borracho; ¡maravillarme ya yo si él no embasó en la cena

más de lo que era menester!

4 VILLALOBOS: Allí donde dice que el nocturno Dios se echó a dormir borracho, has de saber

que los poetas fingen que Júpiter, por holgar aquella noche largamente con Alcumena, hizo que

se alargase mucho la noche y se detuviese el día. Y esto es lo que agora siente Sosia.

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MERCURIO: ¡Ah sí, don ladrón!, ¿piensas que los dioses son borrachos como tú?5 Pues

yo te prometo, malvado, de castigarte muy bien por tus malos dichos y hechos; hora ven

cuando quisieres, que en hora mala acá vendrás.

SOSIA: ¿Dónde son estos putañeros que suelen esforzarse a hacer más de lo que pueden

con sus rameras, por entregarse bien del alquiler, pareciéndoles la noche pequeña? ¡Esta

era buena noche para alquilar mujer por mucho precio!

MERCURIO: Luego, según éste dice, ¡cuérdamente lo hace mi padre!, que tal noche como

ésta se está abrazado en la cama con Alcumena, a quien él ama y obedece de corazón.

SOSIA: Voy me a decir a Alcumena lo que mi señor Anfitrión me mandó. Mas, ¿qué

hombre es aquel que veo delante la puerta a tal hora de la noche? No me agrada aquello.

MERCURIO: ¡No hay hombre en el mundo tan cobarde como este!

SOSIA: Aún si éste es el que yo decía que había de quebrantarme las quijadas, aquél

hombre en son está de tomarme la capa.

MERCURIO: Miedo ha el hombre. Burlarle quiero.

SOSIA: ¡Ay, que me crujen los dientes! ¡Ciertamente, porque vengo de camino, este me

habrá de hospedar en la posada de las puñadas! Agora creo que es piadoso, que viendo

cómo mi amo me ha hecho velar toda esta noche, querrá hoy hacerme dormir para

siempre con los puños. ¡Muerto soy! ¡O, válame Dios!

[Im. 9-1] ¡Cuán grande y cuán valiente hombre es!6

5 VILLALOBOS: Allí donde dice piensas que los dioses son borrachos como tú, quiso notar el

poeta que ninguno, en burla ni en veras, en secreto ni en público, debe murmurar contra Dios o

contra el santo, porque ellos están oyendo aquello que tú dices e indígnanse dello y tras la

indignación viene el castigo, y aunque otro mal no quiera hacerte Dios, porque es él muy bueno,

sino dejarte de proveer con especial gracia, tú por ti mismo te irás a perder; porque tienes

mezclados los principios del ser con los principios de la perdición, de tal manera que cuando el

Hacedor no favorece a los primeros, los segundos son vencedores. Ca eres tú en la mano de

Dios como es el vaso de vidrio en la tuya; que cuando le tienes con especial cuidado y diligencia

puede durar, mas si te descuidas y aflojas la mano, aunque tu intención no sea de quebrantalle,

él por sí mismo se va a perder. Esta es figura, para que lo entiendas, maguer que entre la figura

y lo figurado hay disproporción infinita. Por demasiado loco juzgarías tú al hombre que estando

el rey haciéndole grandes mercedes, él estuviese deshonrando al rey y maltratándole en su

presencia; y tanto es más loco el blasfemador cuanto hay de distancia entre el rey y Dios, y

cuanto las mercedes que Dios hace exceden a las que el rey puede hacer. Así que Sosia

murmuraba de los dioses, óyele Mercurio y amenazóle, y adelante se sigue el castigo el cual

Sosia fue a buscar por sus pies, sin que nadie le llamase, y así pagó donde él pensaba que estaría

más seguro, que era a las puertas de su casa.

6 VILLALOBOS: Aquí donde dice cuán grande y cuán valiente hombre es, se debe notar que el

miedo turba a todos los sentidos y engaña la vista de los ojos. Mercurio estaba trasformado en el

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MERCURIO: Quiero hablar claro porque mescuche lo que dijere para que conciba en sí

mucho mayor miedo del que trae: ¡Ea, mis puños, mucho ha que no me distes de comer;

parece que ha muchos días, aunque fue ayer, cuando dejastes ahí tendidos a dormir

cuatro hombres desnudos!

SOSIA: ¡Miedo malo tengo que me muden aquí el nombre!, y en lugar de Sosia me

haga… ¿cuánto? ¡Cuatro hombres dice que echó a dormir! ¡Temo de acrecentar aquel

número!

MERCURIO: Pues mi fe, así lo quiero hacer agora como ayer.

SOSIA: ¡Paréceme que se apareja! Cierto, se apercibe.

MERCURIO: No se me irá sin que vaya descalabrado.

SOSIA: ¿Por quién dice?

MERCURIO: ¡Cualquier hombre que aquí llegare, conocerá buenas puñadas!

SOSIA: ¡Zirtahuera! ¡No me agrada a mí aquel convite para esta noche, que ya he

cenado! Por ende, hermano, esa tu cena dala a los que sabes que tienen hambre.

MERCURIO: ¡Aún no tiene mal peso este mi puño!

SOSIA: ¡Muerto soy…! ¡Los puños está pesando!

MERCURIO: Si yo le doy un buen trato… hacelle he que se duerma.

SOSIA: ¡La vida me darás!, porque tres noches ha que no duermo sueño.

MERCURIO: Muy mala cosa es herir de bofetada; mal aprendió mi mano a herir abierta.

A quien mi mano alcanzare con el puño cerrado, de otro gesto le tornará.

SOSIA: Aquél hombre me habrá de descomponer y hacer otro gesto de nuevo.

MERCURIO: A quien tú mi puño hirieres bien, deshosalleas.

SOSIA: No será mucho que piense éste deshosarme como a la murena. De buena gana lo

hará, pues que deshuesa los hombres; ¡muerto soy, si me mira!

MERCURIO: ¡Hombre huele aquí, y por su mal!

mismo cuerpo y gesto de Sosia, y parecíale a Sosia que era Mercurio muy grande y muy

espantable hombre. Desto se tratará más largamente abajo.

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SOSIA: ¡Cuitado de mí! ¡Nunca yo solía oler!

MERCURIO: Y aún no debe estar lejos.

SOSIA: ¡Por cierto!, yo estaba harto lejos si Dios quisiera.

MERCURIO: Aquel hombre cobarde es. Los puños me están retocando.

SOSIA: Si en mí los has de emplear, ¡por Dios, que los amanses primero en la pared!

MERCURIO: Voz de hombre me ha volado a las orejas.

SOSIA: ¡Cierto!, yo soy un hombre malaventurado que no tengo alas para volar; yo, ¡que

es la cosa del mundo que agora más me cumplía, y traigo la voz voladora, ques lo que

menos me cumple!

MERCURIO: Aquél hombre anda acarreando con su bestia como lleve de mí alguna mala

ventura.

MERCURIO: ¡Maldita la bestia!, yo tengo que a pie me vengo.

MERCURIO: ¡Muy bien cargado habrá de ir de puñadas!

SOSIA: Cansado vengo en verdad para cargarme, que aun después que salí del navío no

se me ha quitado el revolvimiento del estómago; y a duras penas me puedo mover sin

carga, ¡cuanto más cargado!

MERCURIO: Cierto yo no sé quién habla aquí.

SOSIA: ¡Salvo soy que no me ha visto!, pues que dice que no sabe quién habla, que si me

viese sabría cómo me llaman Sosia.

MERCURIO: Paréceme que una voz me está azotando esta oreja derecha.

SOSIA: Miedo he que, en pago de los azotes que mi voz le da, habré de llevar yo buenos

bofetones.

MERCURIO: Bien está. Helo aquí do se viene para mí.

SOSIA: ¡Temblando estoy de miedo!7 ¡Todo estoy cortado! ¡Y por Dios, que yo no

sabría agora decir a quien me lo preguntase, en qué parte del mundo estoy ni puedo

7 VILLALOBOS: Allí donde dice temblando estoy de miedo, se debe notar que el desordenado

temor hace dos daños muy principales: el primero, es quitar las fuerzas a los miembros. La

razón dello es que la voluntad mueve los miembros porque él haya esta absoluta señora del

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moverme de temor! ¡Desaventurado de mí! Aquí perecerán agora juntamente la

embajada y Sosia. Por cierto es que me cumple hablar esforzadamente contra hombre

por parecer valiente, siquiera por [Im. 10-1] que se atiente y retraiga la mano de

hacerme mal.

MERCURIO: ¿A do vas tú con tu linterna en la mano?

SOSIA: ¿Y tú, qué cargo tienes de pesquisar eso, que con los puños deshuesas los

hombres?

MERCURIO: ¿Eres esclavo o libre?

SOSIA: Soy como a mí me place.

MERCURIO: ¿Díceslo de verdad?

SOSIA: De verdad lo digo.

MERCURIO: ¡O, malvado!

SOSIA: En eso mientes.

MERCURIO: ¡Pues yo te haré que deprendas a decir verdad!

SOSIA: ¿Que menester es nada deso?

MERCURIO: ¡Yo puedo saber dónde vas, y cuyo eres, y a qué vienes!

SOSIA: Aquí vengo y soy el esclavo de mi amo. ¿Estás agora quizás más certificado?

cuerpo, que si ella quiere que se mueva un dedo sin más premia se mueve; luego aquél dedo y

los otros están quedos. Y así hace de todos los otros miembros. Y cuando la voluntad es más

recia, tanto el ímpetu del movimiento es más fuerte y por esto se ve a las veces en hombres

flacos fuerzas imposibles; mas cuando cesa la voluntad, los miembros no se mueven, antes caen

como cosa mortal sin tener en sí fuerza alguna. Y como al cobarde le falta la voluntad para

mover a la pelea, los miembros de su cuerpo pierden las fuerzas y caen; y de aquí vienen los

temblores y el cortamiento y las arcadas y los desmayos y otros accidentes desta calidad. El

segundo daño, es turbar las potencias exteriores e interiores. Ca el cobarde no ve por dónde va,

ni quién le defiende, ni oye lo que le dicen. Esto verás cada día en los que van huyendo del toro.

Otrosí, no estima lo que debe seguir ni lo que debe huir, ni determina con la razón y prudencia

lo que debe hacer; y por eso el cobarde, en las cosas de hecho, es muy indeterminado y muy

mudable en los acuerdos. De aquí nace que los cobardes, cuanto más son, tanto menos valen;

porque crece la confusión y la turbación en la obra, y de todo lo sobredicho nace que la buena

opinión que la gente tiene de un buen capitán basta para que venza la batalla contra doblada

gente; porque con la buena confianza del famoso varón aplican sus voluntades a la obra, con las

cuales como dicho es, se mueven los miembros con mayor ímpetu y fortaleza. Otrosí, con la

prudencia determínanse a obedecer al capitán, y así como el consejo no es más de uno y

determinado, síguenle sin turbación, con mayor vehemencia.

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MERCURIO: ¡Yo te haré hoy embozar esa tu bellaca lengua!

SOSIA: ¡No podrás! Porque sin eso, es ella buena y honesta.

MERCURIO: ¡Aún porfías a responder con argumentos falsos! ¿Qué tienes tú que hacer a

par desta casa?

SOSIA: ¿Y tú que tienes aquí que ver?

MERCURIO: El rey Creonte manda poner aquí cada noche uno de los veladores

nocturnos.

SOSIA: Bien hace, pues que nosotros hemos andado lejos daquí en su servicio, mándanos

guardar la casa. Agora tú te puedes ir y decille que son venidos los familiares desta casa,

y que no es menester ponelle veladores.

MERCURIO: ¡No sé yo qué tan familiar seas tú desta casa! Mas yo te prometo, familiar,

que si luego no te vas daquí, que yo te haga hospedar no como a familiar.

SOSIA: Digo que yo moro en esta casa y soy siervo destos señores.

MERCURIO: ¿Sabes cómo te va? ¡Vete daquí luego, porque si no te vas yo te levantaré!

SOSIA: ¿En qué manera?

MERCURIO: ¡Tomándote a cuestas! ¿No te irás quizá si yo tomo un garrote?

SOSIA: Yo no digo sino que soy familiar desta compaña.

MERCURIO: ¡Mira cuán presto quieres ir descalabrado si luego no te vas daquí!

SOSIA: ¿Parécete cosa justa que me estorbes dentrar en la casa do yo moro, viniendo de

camino?

SOSIA: ¿Y es ésta tu casa?

SOSIA: ¡Digo que sí!

MERCURIO: ¿Pues quién es tu señor?

SOSIA: Anfitrión, que fue agora por capitán general de las huestes tebanas y está casado

con Alcumena, es mi señor.

MERCURIO: ¡Qué diablo dices! ¿Cómo te llaman?

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SOSIA: Sosia me llaman los tebanos. Hijo de mi padre Davo.

MERCURIO: Ciertamente, tú has venido hoy aquí por tu mal con tus mentiras

compuestas, y con tus engaños cosidos; ¡bellaco atrevido!

SOSIA: En verdad yo vengo aquí con la ropa cosida y no con los engaños.

MERCURIO: ¡Aún en eso mientes!: que no vienes con la ropa sino con los pies.

SOSIA: Eso cierto es.

MERCURIO: ¡Pues por sola esa mentira llevarás agora en las quijadas!

SOSIA: ¡No quiero yo eso, por cierto!

MERCURIO: ¡Por cierto, aunque no quieras. Porque esto será cosa cierta, y no está en que

tú la quieras!

SOSIA: ¡Señor, ya no más por amor de Dios! ¡A ti me encomiendo!

MERCURIO: ¿Tú has de osar decir que eres Sosia siéndolo yo?

SOSIA: ¡Ay, qué mamuerto!

MERCURIO: ¡Temprano te quejas! No es nada esto con lo que ha de ser, cuyo eres agora.

SOSIA: ¡Tuyo, que con los puños has tomado la posesión de mí y me heciste tuyo! ¡Ay,

de los ciudadanos de Tebas!

MERCURIO: ¡Aún das voces, bellaco! ¡Habla! ¿A qué veniste?

SOSIA: ¡Para que hubiese alguno a quien tú matases a puñadas!

MERCURIO: ¡Cuyo eres!

SOSIA: Digo que soy Sosia, el de Anfitrión.

MERCURIO: ¡Pues por estas vanidades que hablas llevarás más en la cabeza! ¡Toma! Yo

soy Sosia, no tú.

SOSIA: Así plega a Dios que tú lo seas, y yo el que te castigue.

MERCURIO: ¡Aún hablas entredientes!

SOSIA: ¡Ya callo!

MERCURIO: ¿Quién es tu señor?

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SOSIA: ¡Quien tú quisieres!

MERCURIO: Pues, ¿qué dices? ¿Cómo te llaman agora?

SOSIA: ¡No, nada, sino como tú mandares!

MERCURIO: Dicías que eras Sosia el de Anfitrión.

SOSIA: ¡Erréme! ¡que no quise decir sino que era compañero de Anfitrión!

MERCURIO: Sabía yo de cierto, que no había en esta casa otro siervo Sosia sino yo; y tú

estabas fuera de seso.

SOSIA: ¡Ojalá me hubiesen hecho tanto bien tus puños!

MERCURIO: Yo soy este Sosia que tú dicias agora que eras.

SOSIA: Suplícote agora que me des licencia para que te pueda hablar sin que me

descalabres.

MERCURIO: Mas yo quiero que hagamos treguas por un rati [Im. 11-1] llo para que digas

lo que quisieres.

SOSIA: No hablaré sino hecha la paz; ¡pues, que puedes más que yo a las puñadas!

MERCURIO: Di lo que quisieres, que no te haré mal.

SOSIA: Por tu palabra me creo.

MERCURIO: Así sea.

SOSIA: ¿Qué será si me mientes?

MERCURIO: Si yo te mintiere, plega a Dios que la ira de Mercurio venga sobre Sosia.

SOSIA: Paramientes lo que digo. Agora yo tengo licencia de hablar libremente lo que

quisiere; yo soy Sosia, el siervo de Anfitrión.

MERCURIO: ¿Aún otra vez?

SOSIA: Paz hice; treguas hice; y digo verdad.

MERCURIO: Pues… ¡tómate ésa!

SOSIA: ¡Haz lo que quisieres y como a ti te agradare, pues que puedes más que yo! Mas

como quiera que tú lo harás ¡yo esto nunca lo callaré!

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MERCURIO: Siendo yo vivo, ¡nunca tú harás que yo no sea Sosia!

SOSIA: ¡Por Dios! ¡Tú nunca me harás ajeno para que no sea de quien soy! Ni en toda

esta compaña hay otro siervo Sosia sino yo, que juntamente con Anfitrión me partí de

aquí para el ejército.

MERCURIO: ¡Este hombre loco está!

SOSIA: ¡Esa enfermedad tú la tienes! ¡Qué diablo es esto! ¿No soy yo Sosia, el siervo de

Anfitrión? ¿Por ventura el nuestro navío que me trajo no arribó esta noche del puerto

Pérsico? ¿Por ventura mi amo no me envió aquí? ¿Por ventura yo no estoy agora delante

nuestra casa, no tengo una linterna en la mano, no hablo, no estoy despierto, no me ha

molido este hombre con los puños? Si por cierto ¡que aún las quijadas, desventurado de

mí, me duelen mucho! Luego, ¿por qué estoy dudando? O ¿por qué no entro en nuestra

casa?

MERCURIO: ¡Qué cosa es nuestra casa!

SOSIA: ¡Cierto, así es!

MERCURIO: ¡Todo cuanto agora has dicho es mentira! Que ciertamente, yo soy Sosia, el

de Anfitrión; porque aquesta noche partió nuestro navío del puerto Pérsico, y allá

hobimos combatido la ciudad do reinaba el rey Terela, y vencimos en batalla las huestes

de los teleboyanos, y el mismo Anfitrión, cortó la cabeza al rey Terela en la batalla.

SOSIA: ¡Yo mismo no me creo a mí mismo como le oyo decir estas cosas! ¿Por qué lo

que allí pasó éste lo cuenta todo como hombre de buena memoria?, mas… ¿qué me

dirás? ¿Qué es lo que le dieron los teleboyanos a Anfitrión?

MERCURIO: Una copa de oro con que solía beber el rey Terela.

SOSIA: Dices cuanto hay en ello, mas… ¿adónde está agora esa copa?

MERCURIO: En una cestilla cerrada y sellada con el sello de Anfitrión.

SOSIA: Dime, ¿y qué está figurado en el sello?

MERCURIO: El Sol cuando nace, en un carro que lo traen cuatro juntas de caballos. ¡Para

que me tientas, bellaco!

SOSIA: Con argumentos me vence. Otro nombre habré de buscar, pues que éste no es

mío. ¡No sé dónde pudo este ver todas estas cosas! Mas yo le asiré muy bien, porque lo

que yo mismo a solas hice en la tienda de mi amo sin estar presente otro alguno, esto

nunca me lo podrá decir hoy: si tú eres Sosia, cuando las huestes peleaban en la mayor

priesa de la batalla, ¿qué hacías tú en la tienda de Anfitrión? Aquí te tengo; yo me doy

por vencido si lo dijeres.

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Plauto.

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MERCURIO: Había allí un cántaro de vino, daquel henchí una jarra y retraído mas

adentro, bebíla; de vino puro cual su madre le parió.

SOSIA: ¡Esto es cosa de maravilla! porque él no lo pudo ver si no estaba escondido

dentro en la jarra.

MERCURIO: El hecho fue que yo me bebí entonces un buen jarro de vino puro. ¿Qué

dices agora? ¿Confiesas que te venzo con argumentos no ser tú Sosia?

SOSIA: Y eso niegaslo tú.

MERCURIO: ¡Cómo no te lo tengo de negar, siendolo yo mismo!

SOSIA: ¡Juro por Júpiter que soy Sosia, y que no miento!

MERCURIO: ¡Y yo juro por Mercurio que Júpiter no te creerá a ti, porque sin juramento

me creerá más a mí que a ti jurándolo!

SOSIA: A lo menos pregúntote: ¿quién soy yo, pues que no soy Sosia?

MERCURIO: A donde yo no quisiere ser Sosia, seytelo tú; mas agora que yo lo soy, ¡tú

llevarás mal año si luego no te vas daquí, don villano!

SOSIA: Cierto, yo juro por la casa de Apolo que cuando miro bien a éste y reconozco mi

gesto cual yo le he visto [Im. 1-2] muchas veces en el espejo: él es semejable a mí en

gran manera. El sombrero y el vestido tiene ni más ni menos que yo; el calzado, el pie,

la estatura y la tresquiladura, los ojos, las narices, los labrios, las mejillas, el asiento de

la barba, y la misma barba; el cuello y todo el cuerpo. ¡Qué menester es alargar en

palabras, si él tiene en las espaldas señales de heridas!8 Ninguna cosa hay en el mundo

que más se parezca a otra que él se parece a mí. Mas cuando por otra parte pienso en

verdad, y me acuerdo bien que yo soy cierto el mismo que siempre fui9, conozco a mi

amo, conozco a nuestras casas y entiendo y tengo sentido, en ninguna manera le

confesaré lo que habla; antes quiero llamar a las puertas.

8 Villalobos: Nota que estas señales de heridas que tenía Sosia en las espaldas no eran señales de

ser él muy virtuoso ni muy esforzado.

9 Villalobos: Allí donde dice y me acuerdo bien que yo soy cierto el mismo que siempre fui etc,

has de notar que ninguna de las potencias interiores del ánima hace tanto al caso para que te

conozcas a ti mismo como la memoria, porque acordándote ella tus cosas pasadas y

continuándolas con las presentes, hace a tu entendimiento que juzgue cómo eres una misma

cosa el que eras, cuando niño y el que agora eres. Que si te faltase la memoria, cada rato te

desconocerías a ti mismo y te podrían trocar el nombre y hacerte entender que no eras quien

eres.

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MERCURIO: ¿A dónde te vas allegando?

SOSIA: Aquí, a casa.

MERCURIO: Aunque agora subieses en el carro de Júpiter, y huyeses en él tan ligero

como él suele correr, no podrías huir la mala ventura que andas buscando.

SOSIA: ¿Cómo? ¿No puedo yo decir a mi señora lo que mi señor me mandó?

MERCURIO: A tu señora, si algo quieres decir dígelo, mas a esta nuestra no te dejaré yo

entrar, porque si me enojas llevarás daquí quebrantados los lomos.

SOSIA: Mejor será que me vaya; ¡O, dioses inmortales, vuestra fe imploro! Yo, ¿a dónde

perecí, a dónde me troqué y me hice otro? ¿A dónde perdí mi hechura? Si me dejé yo

mismo allí, donde aquel está cuando nos partimos a la guerra, si me olvidé de llevarme;

porque aqueste toda mi imagen posee, la que yo antes dagora tenía. Siendo yo vivo, se

hace conmigo lo que nunca nadie hará después que me muera, que es sacarme la imagen

al propio. Voyme al puerto, y todo esto como ha pasado lo diré a mi amo, si él también

no me desconoce, lo cual plega a Júpiter que así sea. Dejaré siquiera de ser esclavo, y

raída mi cabeza como hombre libre, porné mi bonete sobre la calva.

***

Mercurio queda muy ufano de lo que ha pasado, y recuenta todo el fin que han de haber

estas cosas; y por esto no se porná aquí la meytad deste capítulo, porque se perdería el

gusto de todo lo de adelante.

MERCURIO: Ítem y prósperamente me ha sucedido hoy esta obra, desvié de las puretas

muy gran pesadumbre y enojo, porque mi padre seguramente pudiese estar abrazado

con su amiga. Y este mozo cuando llegare allá do está Anfitrión, contarle ha cómo el

siervo Sosia le echó de la puerta de casa, que nunca le dejó entrar, y el otro pensará ques

gran mentira y no podrá creer que Sosia vino acá como le fue mandado. De manera que

los haré andar herrados y locos a entrambos y a toda la familia de Anfitrión con ellos,

hasta que mi padre tome una buena hartazga desta que tanto ama.

Despídese Júpiter de Alcumena antes que llegue Anfitrión, su marido. Ella

queda triste y llorosa por el ausencia del que pensaba que era su marido. Júpiter la

consuela y le da la copa de oro que ganó Anfitrión en la batalla.

ESCENA II

Júpiter. Alcumena. Mercurio.

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JÚPITER: Quédate a Dios, Alcumena. Encomiéndote el cuidado y gobernación de nuestra

casa10

, que lo hagas como siempre lo haces y perseveres en ello. Ya ves cómo has

cumplido los meses de tu preñez; necesario es que yo me parta daquí. Lo que parieres,

críalo.

ALCUMENA: ¡Qué negocio es éste mi marido! ¿Por qué tan súpitamente te vayas de tu

casa?

JÚPITER: ¡Por Dios, que yo no lo hago por aborrecimiento que tenga de ti ni de mi casa!

Mas porque estando yo acá, falta en el ejército el capitán general; y hacer sea algún mal

recaudo de los que no se suelen hacer estando presente el capitán, más presto que

hacerse alguna cosa convenible y provechosa.

MERCURIO: Muy sabi [Im. 2-2] do este chocarrero y sease mi padre. ¡Miralde cuán

halagüeñamente está lisonjeando a la mujer!

ALCUMENA: A osadas, yo juro por Dios Castor, que ya tengo experimentado en qué

tanto tengas a tu mujer.

JÚPITER: No te basta que no quiera yo en el mundo a otra mujer tanto como a ti.

MERCURIO: Por la casa de Apolo, que si ella no supiese que tú sueles andar en estos

adulterios, yo me obligase a hazella creer por tus lisonjas que querrías más ser Anfitrión

que Júpiter.

ALCUMENA: Esto que tú dices, mi marido, más lo querría ver por la obra que por

relación. Lo que yo veo es que te vas antes que se escalentase el lugar de la cama do te

acostaste. Ayer veniste a medianoche, y agora te partes antes del día; ¿agrádate esto?

MERCURIO: Quiero llegarme a ellos y decir a esta alguna lisonja para hacerme alcahuete

de mi padre: Señora, en tanto grado eres amada deste que él se va del todo a perder por

tus amores.

JÚPITER: ¡Bellaco, no te conozco yo! ¡Quítateme delante! ¿Qué cargo tienes tú de hablar

en esto? ¡ladronazo! ¡Si tan solamente hablas entre dientes, yo te moleré las espaldas

con este palo!

10

VILLALOBOS: Allí donde dice encomiéndote el cuidado y gobernación de nuestra casa, quiso

dar a entender el poeta que el bueno y virtuoso marido debe cometer a la buena mujer el cuidado

y gobernación de la casa de las puertas adentro; y desta ella sóla ha de conocer y saber sin

entremeterse en lo ques de fuera de casa, porque desto el marido solo tiene el cuidado. Y así

como a él sería desconvenible y feo entender en las cosas de dentro de casa, así a ella sería

deshonesto curar de lo ques en la plaza y en la ciudad; y porque el Aristótiles habla desta

materia largamente en el segundo de la Económica, baste lo dicho al presente para traerlo a la

memoria.

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Plauto.

Anfitrión. Traducción de

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ALCUMENA: ¡Hora ya señor mío, no hayas enojo!

JÚPITER: Hora habla entre dientes.

MERCURIO: Ruínmente nos ha sucedido esta primera alcahuetería.

JÚPITER: Mas tornando a lo que tú dices, mi mujer, no me parece que tienes razón de

enojarte de mí, porque yo me partí de la hueste secretamente. Tomé por tu servicio este

trabajo porque tú, primera que nadie, supieses de mí antes que de otro toda la nueva de

la guerra; cómo yo he gobernado el ejército, largamente te lo he contado todo. Si no

fuese grande el amor que te tengo, no lo habría hecho desta manera.

MERCURIO: ¿No miras cómo hace mi padre lo que dije?; en el alma le toca el lisonjero

con sus halagos.

JÚPITER: Así que agora, porque el ejército no sienta mi venida, es menester volver allá

encubiertamente, siquiera porque no digan que dejo el provecho de la República por

amor de mi mujer.

ALCUMENA: Llorosa y triste dejas a tu mujer con tu partida.

JÚPITER: ¡Calla, mi señora!; no destruyáis tus ojos, que yo te prometo de volver muy

presto.

ALCUMENA: Ese muy presto, lejos viene.

JÚPITER: No te dejo yo señora ni me parto de ti por mi voluntad.

ALCUMENA: Créolo, porque en la misma noche que veniste te vas.

JÚPITER: ¿Para qué me detienes? Tiempo es ya de salir de la ciudad; quiero que sea

antes que amanezca. Hágote donación Alcumena desta copa de oro que a mí me dieron

por mi fortaleza; solía beber con ella el rey Terela, a quien yo por mi mano, maté en la

batalla.

ALCUMENA: Háceslo tú señor mío como sueles hacer todas las otras cosas; tal es por

cierto el don, cual es el que lo hace.

MERCURIO: Más como a quién se hace.

JÚPITER: ¡Aún porfias a hablar! ¡No sabes tú que te podría yo sacar el alma, ladrón!

ALCUMENA: No quieras, mi señor Anfitrión, enojarte de Sosia por mi causa.

JÚPITER: Así lo haré, señora; como tú lo mandas.

MERCURIO: ¡Cuán rijoso está este mi padre con el celo de los amores!

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Plauto.

Anfitrión. Traducción de

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JÚPITER: ¿Quieres algo, señora?

ALCUMENA: Quiero que cuando me tuvieres ausente, me ames; y quiero ser tuya

estando tú ausente.

MERCURIO: Vamos daquí Anfitrión, que ya esclarece.

JÚPITER: Anda tú delante, Sosia, yo te seguiré. ¿Quieres algo, señora?

ALCUMENA: Que te vengas luego.

JÚPITER: Yo seré contigo antes de lo que tú piensas; por eso, ten buen corazón. …

Agora te suelto noche, que has estado presa, porque te vayas y des lugar al día que

alumbre a los mortales con luz clara y hermosa. Y cuanto tú noche fuiste más larga que

la pasada, haré que tanto el día sea más breve porque igualmente se conformen el día y

la noche desiguales; yo me voy empós de Mercurio.

****

Anfitrión se parte con Sosia de madrugada desde el navío para su casa, y por el camino

viene maltratando Anfitrión a Sosia porque le contó cosas imposibles de lo que había

pasado con el otro Sosia. Descúlpase Sosia y afírmase en lo dicho. Propone Anfitrión de

pesquisar la verdad.

ESCENA III

Anfitrión. Sosia

ANFITRIÓN: Sus, anda tú delante; yo te seguiré.

SOSIA: No, sino yo iré detrás.

ANFITRIÓN: ¡Yo te juzgo por el [Im. 3-2] mayor bellaco que hay en el mundo!

SOSIA: Díme por qué razón.

ANFITRIÓN: Porque me haces entender lo que nunca fue, ni es, ni será.

SOSIA: ¿Ves aquí señor, cómo tú haces que ningún crédito tengan los tuyos cerca de ti?

ANFITRIÓN: ¿Qué quiere decir esto? ¿Cómo puede ser? ¡Yo te juro por Hércules, don

malvado, que yo te corte esa tu mentirosa y bellaca lengua!

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Plauto.

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SOSIA: ¡Tuyo soy! Por ende, haz lo que te plugiere como te sea más provechoso; mas tú

en ninguna manera me podrás poner miedo que me estorbe de hablar todo esto como ha

pasado.

ANFITRIÓN: ¡Bellaco! ¿Osas tú decirme a mí que quedas en casa y que estás aquí

conmigo?

SOSIA: Yo digo verdad.

ANFITRIÓN: ¡Dices tú la mala ventura que los dioses te darán, y yo también te la daré

hoy!

SOSIA: En tu mano es de hacer eso, pues que soy tuyo.

ANFITRIÓN: ¡Ladrón! Tú has de tener osadía de burlar de mí siendo yo tu señor! ¡Tú has

de osar decirme cosa que nunca hombre la vio, ni puede hacerse: que un mismo hombre

en un tiempo este juntamente en dos lugares.

SOSIA: En verdad, como yo lo digo así pasa.

ANFITRIÓN: ¡Mal te haga Júpiter!

SOSIA: ¿Qué deservicio te hice señor porque tanto mal merezca!

ANFITRIÓN: ¡¿Eso me preguntas bellaco y estás burlando de mí?!

SOSIA: Si es así, con razón me maltratas. Mas yo no miento; la cosa como pasó te la

digo.

ANFITRIÓN: ¡Yo pienso que este hombre está borracho!

SOSIA: ¡Ojalá lo estuviese!

ANFITRIÓN: Deseas lo que ya está hecho.

SOSIA: Yo, señor.

ANFITRIÓN: Tú cierto, ¿mas en qué taberna lo bebiste?

SOSIA: En ninguna parte he bebido, en verdad.

ANFITRIÓN: ¡Ques esto deste hombre!

SOSIA: Cierto, yo te lo he dicho diez veces; digo que yo estoy agora en casa, ¿has me

oído? Y el mismo Sosia que quedó en casa, ese mismo, estoy agora aquí contigo. ¿Va

bien claro esto señor? ¿Parécete que hablo abiertamente?

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Plauto.

Anfitrión. Traducción de

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31

ANFITRIÓN: ¡Vete day, apartate de mí!

SOSIA: ¿Por qué razón?

ANFITRIÓN: ¡Porque estás tomado del diablo!

SOSIA: ¿Ques eso que dices? En verdad Anfitrión, yo estoy sano y salvo.

ANFITRIÓN: Sí yo vuelvo a mi casa en salvo, yo te haré hoy como tú lo mereces, que no

estes sano y que seas malaventurado. ¡Véte agora tras mí, pues que burlas de tu señor

con palabras desvariadas! Y por cuanto has menospreciado de hacer lo que tu señor te

mandó, vienes agora por tu pasatiempo a burlar dél; y dícesme, ahorcadizo, cosas que

son imposibles y nunca hombre las dijo. Yo haré que todas estas mentiras te carguen

hoy sobre las espaldas.

SOSIA: Anfitrión, gran desventura es ésta para el buen siervo que hable verdad con su

señor, y sea por fuerza vencida esta verdad, y habida por mentira.

ANFITRIÓN: ¿En qué manera puedes tú hacer verdad lo que dices? Quiero que pienses

que esto se ha de averiguar con argumentos y no por fuerza; ¿cómo puedes tu estar

agora aquí y en casa? Esto quiero que me hagas entender.

SOSIA: Ciertamente yo estoy aquí y allá, y desto quienquiera se debe maravillar y no es

mayor maravilla para ti que para mí.

ANFITRIÓN: ¿En qué manera?

SOSIA: Digo que no te maravillas tú desto más que yo, y así los dioses me quieran bien,

cómo yo no me creía luego a mí mismo Sosia hasta que yo mismo Sosia, el que estoy

allá, me hizo que le creyese. Él me recontó por orden todas las cosas como pasaron

cuando estábamos contra los enemigos y el mismo gesto y forma que yo tengo me tomó

con el nombre. Aún la leche no se parece tanto a la leche como aquél yo me parezco a

mí; porque, como menviaste desdel puerto para que fuese antes que tú a casa….

ANFITRIÓN: ¿Qué paso entonces?

SOSIA: Mucho antes que yo llegase a casa estaba yo mismo ante la puerta de casa.

ANFITRIÓN: ¡Qué mentiras dice este bellaco! ¿Tú estás bien en tu seso?

SOSIA: Así estoy como ves y digo lo que pasó.

ANFITRIÓN: ¡No sé qué mala ventura le ha venido a este hombre, de alguna mala mano,

después que de mí se partió!

SOSIA: Yo te confieso que era ella tal porque muy malamente me majó las quijadas con

los puños.

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ANFITRIÓN: ¡Quién te hirió!

SOSIA: Yo mismo, el que estoy agora en casa, a mí mismo.

ANFITRIÓN: Cata que no me respondas sino a lo que yo te preguntare. [Im. 4-2] Primero:

quiero que me digas quién es este Sosia.

SOSIA: Tu siervo es.

ANFITRIÓN: Por cierto, a mí me basta un Sosia que eres tú, y aún me sobra de lo que yo

quiero, y después que nací, nunca tuve otro siervo Sosia, si a ti no.

SOSIA: Yo digo Anfitrión, que es tu siervo Sosia sin mí el otro que está en casa, y digo

que yo haré que le topes cuando llegares a casa y te le daré que sea hijo del mismo

padre que yo soy, y de la misma forma y edad que yo tengo. ¿Qué menester son

palabras? De un Sosia se te hicieron dos.

ANFITRIÓN: ¡Grandes maravillas me cuentas! , mas ¿viste a mi mujer?

SOSIA: ¡Antes nunca pude entrar en casa!

ANFITRIÓN: ¿Quién te lo estorbó?

SOSIA: Aquel Sosia que ya muchas veces tengo dicho; aquél que me molió con los

puños.

ANFITRIÓN: ¿Qué cosa es este Sosia?

SOSIA: ¡Digo que yo! ¡Cuántas veces fuere menester decírtelo!

ANFITRIÓN: ¿Qué me dices? Tú echástete a dormir en alguna parte Sosia, que quizá

hayas visto en sueños este Sosia que has dicho.

SOSIA: No tengo yo en costumbre de hacer soñando lo que mi señor me manda.

Despierto le vi, y despierto agora le veo; despierto le hablaba, y a mi despierto él

despierto me atormentó poco ha con los puños.

ANFITRIÓN: ¿Quién?

SOSIA: Digo que Sosia, aquél yo que estoy en casa. Señor, ¿aún no lo entiendes?

ANFITRIÓN: ¡Quién diablo te puede entender según las mentiras tú compones?

SOSIA: Mas luego lo conocerás; digo que conocerás luego aquél tu siervo Sosia.

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Plauto.

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ANFITRIÓN: Pues vente por aquí en pos de mí, porque yo he menester pesquisar esto

antes que otra cosa; mas mira, que se trayan del navío todas las cosas que yo he

mandado.

SOSIA: Yo tengo memoria y diligencia para que parezcan todas las cosas que mandaste,

porque no he bebido tu mandamiento juntamente con el vino.

ANFITRIÓN: Así plega a los dioses que lo que tú dices que no has hecho, sea así como lo

dices.

****

Alcumena se queja de la poca tardanza que había hecho su marido con ella. En esto,

llega Anfitrión, su marido, y salúdala amorosamente como quien viene de nuevo. Ella le

recibe desamoradamente pensando que burla della, pues que la noche pasada habían

estado juntos. Anfitrión niega haber estado con ella y ofrécese a la prueba.

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ESCENA IV

Alcumena. Anfitrión. Sosia

ALCUMENA: Harto poca cosa11

es el placer que se pasa en la vida y en todas sus edades,

para con las tristezas y molestias della. Así se compara bien lo uno por lo otro en la

edad de los hombres. Así ha placido a los dioses que siempre tras el deleite se siga la

compañía del dolor, y que si algún bien se alcanza, sea mayor el daño y el mal que dallí

redunda. Esto tengo yo agora por experiencia en mi casa, y por mí misma lo sé. Que se

me dio un rato de deleite cuando pude alcanzar de ver a mi marido por espacio de una

noche, y éste se me partió luego antes que amaneciese. Paréceme que quedo sola sin

alguna compañía en apartarse daquí aquel a quien yo amo sobre todos. Más pasión me

queda de la ida de mi marido que placer me dio su venida. Mas esto me hace

11

VILLALOBOS: Allí donde dice harto poca cosa es etc, nota que todas estas palabras que aquí

dice Alcumena son dignas de mucha contemplación. Dice el Plinio en el VII de la Historia

Natural, que si sacas de la cuenta de tu vida el tiempo que duermes, pues que entonces estás

como muerto, y es casi la meitad del espacio que vives; y quitado los años de la niñez, que no es

vivir, pues que falta la razón, y los años de la vejez, que no es vivir sino en pena y tristeza, poco

tiempo de vida te queda; y ésta entre tantos géneros de peligros, tantas enfermedades y tantas

ansias de miedos y cuidados y otras infinitas miserias, tantas veces demandada y llamada la

muerte. Por tal manera, que ninguna cosa natura dio a los hombres mejor que la brevedad de la

vida, y aún sobre todo esto se queja Alcumena, que un rato de placer que se da, luego se paga

con un gran dolor que del mismo placer nace dejando aparte los otros enojos y desventuras que

cada hora se vienen sin compañía de consolación ni alegría ninguna. [Im. 5-2] Porque la virtud

es muy buen premio de los trabajos. La virtud en verdad a todas las cosas precede. La libertad,

la salud, la vida, la hacienda, los padres, la patria y los hijos con la virtud se defienden y se

guardan. La virtud contiene en sí todas las cosas. Todos los bienes están en quien está la virtud.

VILLALOBOS: Allí donde dice: porque la virtud es muy buen premio de los trabajos, quiso dar a

entender el poeta que la virtud en esta vida es la bienaventuranza del hombre, en cuanto hombre

es. Conviene saber en cuanto tiene uso de razón, porque la virtud se obra según la parte más

perfecta que hay en el hombre, que es la razón, por la cual difiere el hombre de los brutos y

participa con las substancias imortales y con la divinidad; así que la virtud por sí misma debe

ser elegida como fin y galardón de todos los trabajos; y no que se obre la virtud por alcanzar con

ella otra cosa en este mundo, porque ella precede a todas las cosas mundanas, y es fin dellas por

quien todas se deben hacer, y no ella por ellas. Y mira cuánta es la excelencia de la virtud, que

aunque no la obres para conseguir con ella otros bienes mundanos, ellos mismos se te dan y te

obedecen siendo tú virtuoso. Y por eso dice aquí el poeta, que con la virtud se defiende y se

guarda todo, y que todos los bienes tiene el virtuoso. Otrosí, debes notar que aquí la virtud

principalmente sentiende por la fortaleza, porque esta es la más notable virtud de todas, acerca

de los caballeros famosos y varones ilustres en el hecho de las armas. Porque con la fortaleza

principalmente, se hacen los hazañosos y claros hechos, dignos de inmortal fama y de gloriosa

memoria. Y entiéndese aquí la fortaleza con la compañía de las otras virtudes, que otramente

ella no sería fortaleza. Así que aquí se consolaba Alcumena de todos sus trabajos y tristezas por

haber alcanzado en fin dellas, por galardón la virtud. Todas las palabras del texto son muy

notables.

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bienaventurada, que a lo menos venció por batalla los enemigos, y en volver él a su casa

con mucha honra, me da consolación. Sea de mí ausente con tanto que alcanzada la

gloriosa alabanza se retraya a su casa. Yo sufriré mucho el ausencia suya con fuerte y

firme ánimo, pues que tal galardón se me da que vuelva a mí marido vencedor de la

batalla. Esto habré yo por gran bien.

ANFITRIÓN: ¡Por Dios! Que yo tengo de llegar a mi casa muy deseado de mi mujer, que

me ama y yo también a ella, mayormente pues que nuestros negocios se han hecho bien:

vencidos los enemigos que ninguno pensaba poderse vencer, por mi industria y

gobernación al primer encuentro los desbaratamos. Por esto sé cierto, que yo vengo a mi

mujer muy esperado y deseado della.

SOSIA: ¿Qué piensas tú que hará mi amiga con mi venida, cuando eso juzgas de tu

mujer?

ALCUMENA: Mi marido es éste, por cierto.

ANFITRIÓN: Vente por aquí tras mí.

ALCUMENA: ¿Cómo se vuelve, que me dijo que se iba de gran priesa? ¿Si me quiere

tentar de lo quel sabe muy bien que yo le amo?; ¿y si quiso probarme con su ida para

ver cómo le deseo? En cualquiera manera que ello sea, por cierto, él no me hace pesar

con su venida.

SOSIA: Anfitrión, mejor será que nos volvamos al navío.

ANFITRIÓN: ¿Por qué razón?

SOSIA: Porque no habrá en casa quien nos dé de comer cuando llegaremos.

ANFITRIÓN: ¿Qué causa te movió a pensar agora eso?

SOSIA: Porque venimos tarde.

ANFITRIÓN: ¿Cómo?

SOSIA: Porque veo a Alcumena estar a la puerta muy harta y rellena.

ANFITRIÓN: No es sino que la dejé yo preñada antes que me partiese.

SOSIA: ¡Guay de mí! ¡muerto soy!

ANFITRIÓN: ¿Qué has?

SOSIA: Porque según la cuenta traes ella, tiene ya cumplido el mes; así que vengo yo a

ser aguadero de la parida, y de toda la casa.

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ANFITRIÓN: No hayas miedo.

SOSIA: ¡Sabes cuán buen corazón tengo! Que si una vez tomo el calderón en la mano,

nunca me tengas por hombre de mi palabra, si yo no le sacare toda el alma al pozo que

una vez comenzare.

ANFITRIÓN: Vente tras mí, que otro habrá que haga eso; ¡no hayas miedo!

SOSIA: Yo haría mejor lo que debo en llegar a mi señora primero que mi amo Anfitrión.

Anfitrión, muy alegre, saluda a su deseada mujer, a la cual se la estima por la mejor de

todas cuantas hay en Tebas, cuya bondad es famosa entre todos los ciudadanos.

ANFITRIÓN: ¿Has estado buena?, ¿has deseado mi venida?

SOSIA: Nunca vi cosa más deseada; ninguno le saluda más que a un perro.

ANFITRIÓN: Y como te veo preñada, y como te veo tan embarnecida, alégrome.

ALCUMENA: ¡Ruégote por Dios que me digas por qué me saludas! ¿Para burlar de mí? Y

me hablas tan amorosamente como si de poco acá no me hubieses visto, como si agora

fuese la primera vez que llegas a tu casa viniendo de la guerra. ¡Así me hablas de nuevo,

como si de mucho tiempo acá no me vieras!

ANFITRIÓN: Antes te certifico que yo no te haya visto en alguna parte, si agora no,

después que me partí a la guerra.

ALCUMENA: ¿Por qué lo niegas?

ANFITRIÓN: Porque deprendí a decir verdades.

ALCUMENA: No hace cosa justa el que desaprende lo que aprendió; ¡¿probáisme quizá,

por ver lo que tengo en el corazón?! Mas dime, ¿por qué os volvistes tan presto? ¿Hubo

algún agüero que te hiciese tardar o detiénete alguna tempestad, que no te fueses a tus

huestes como poco ha me dijiste?

ANFITRIÓN: ¿Poco ha? ¿Qué tan poco ha?

ALCUMENA: ¿Tientasme? Poquito ha; muy poquito, agora.

ANFITRIÓN: ¿Cómo puede ser esto que dices?, ¿poquito ha, y agora?

ALCUMENA: ¡¿Qué piensas que tengo que hacer sino burlar de ti, pues que burlas de

mí?! ¿Qué dices…, que llegaste agora de nuevo y aún agora partiste de aquí?

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Plauto.

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ANFITRIÓN: ¡Esta mujer desvariando está! Espera un poco hasta que descabece un

sueño, que ella ciertamente despierta está soñando.

ALCUMENA: ¿En verdad? ¡por Dios! Yo estoy despierta y velando; hablo lo que ha

pasado porque de poco acá, antes que hoy amaneciese, os vi a éste y a ti.

ANFITRIÓN: ¿En qué lugar?

ALCUMENA: ¡Aquí, en esta casa do tú moras!

ANFITRIÓN: ¡Nunca tal cosa pasó!

SOSIA: ¿Por qué no callas? ¿Qué sabes tú si el navío nos trajo acá adormidos desde el

puerto?

ANFITRIÓN: ¿Tanbién tú te conformas con ésta?

SOSIA: ¡Qué quieres que haga! ¿No sabes tú que a una loca que desvaría, si la quieres

contradecir, que de loca la harás muy loca y arrojará más porradas? Y si otorgas con

ella, con sola esta herida, la vencerás.

ANFITRIÓN: Antes te juro por Apolo que ella habrá hoy cierta la rencilla; ¿Cómo pues

que viniendo yo agora de nuevo a mi casa, no ha querido saludarme?

SOSIA: ¡Despertarás las moscas para que te piquen más!

ANFITRIÓN: ¡Calla tú! … Alcumena, una cosa te quiero preguntar.

ALCUMENA: Pregunta lo que quisieres.

ANFITRIÓN: ¿Por ventura es locura esta que te ha venido, o es demasiada soberbia?

ALCUMENA: ¿Por qué te ha venido al pensamiento de preguntarme esto, mi marido?

ANFITRIÓN: Porque antes de agora solías tú saludarme cuando venía de fuera, y así

mismo hablar amorosamente como suelen hacer las buenas mujeres a sus maridos.

Agora, hállote muy fuera desta costumbre, llegando yo de camino a mi casa.

ALCUMENA: Por cierto, mi marido, cuando tú llegaste ayer, yo te saludé, y te pregunté si

venías bueno y juntamente te tomé la mano y te di un beso en la boca.

SOSIA: ¿Tú saludaste ayer a éste?

ALCUMENA: ¡Y a ti también!

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SOSIA: Anfitrión, yo esperaba que ésta te había de parir un hijo, ¡mas no es de hijo su

preñez!

ANFITRIÓN: ¿Pues, de qué?

SOSIA: ¡De locura!

ALCUMENA: Yo en verdad, en mi seso estoy; y ruego a los dioses que me alumbren para

que venga parida de un hijo, y a ti verná mucho mal si este usa de su oficio; y, tú

malvado agorero, llevarás lo que mereces por este agüero que me anuncias.

SOSIA: Más razón es de dar el mal a la preñada porque tenga en qué roer, si comenzare a

estar mala del seso12

.

ANFITRIÓN: ¿Tú me viste ayer aquí?

ALCUMENA: Digo que yo te vi, si quieres que lo diga diez veces.

ANFITRIÓN: ¡En sueños, quizá!

ALCUMENA: ¡Mas despierta te vi despierto!

ANFITRIÓN: ¡Desaventurado de mí!

SOSIA: ¿Qué has?

ANFITRIÓN: ¡Desvaría mi mujer!

SOSIA: ¡Con algún humor malencónico está turbada!13

Porque ninguna cosa hay que tan

presto haga desvariar los hombres.

12

VILLALOBOS: Allí donde dice más razón es de dar el mal a la preñada, has de saber

que en latín malum quiere decir mal, y quiere decir manzana, y como Alcumena dijo a

Sosia que le venía mal desto que hablaba, responde Sosia quel mal, que es la manzana,

sería mejor para la preñada porque tenga que roer. 13

VILLALOBOS: Allí donde dice: con algún humor malencólico está turbada, etc. Nota

que en los meollos de la cabeza que se llaman celebro, se representan las especies de las

cosas que sentimos y entendemos mediante las virtudes sensitivas; que allí son así como

en una fuente de agua clara se representan las imágines y figuras de las cosas que se

ponen delante; y cuando llega el humor malencólico al celebro, como es humor terrestre

y negro, entúrbiale y ofusca los espíritos dél, de tal manera que no se representan allí las

cosas como son. Así como cuando cae tierra o cisco en el agua clara la enturbia, para

que no se representen en ella las figuras por la manera que son, y de aquí nace el

desvariar, así que el poeta quiso tocar aquí esta materia como filósofo y médico.

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ANFITRIÓN: ¿Mujer, a dónde sentiste la primera vez tomarte este mal?

ALCUMENA: En verdad, por Dios, yo estoy sana y salva.

ANFITRIÓN: Pues luego, ¡por qué dices que me viste ayer! Que aún esta noche arribamos

al puerto, allí cené y allí dormí toda la noche en el navío. Ni he puesto el pie en esta

casa después que me partí de aquí con el ejército contra los enemigos teleboyanos y los

vencimos.

ALCUMENA: Mas antes cenaste conmigo y dormiste conmigo.

ANFITRIÓN: ¿Cómo es eso?

ALCUMENA: ¡Digo verdad!

ANFITRIÓN: ¡No en esto, por Dios! En otras cosas, no sé.

ALCUMENA: A la primera alborada te partiste para tus huestes.

ANFITRIÓN: ¿En qué manera?

SOSIA: Bien dice lo que se le acuerda esta te contando el sueño; mas tú, buena mujer,

después que despertaste habías de sacrificar a Júpiter, el de las maravillas, con muela de

sal o con encienso.

ALCUMENA: ¡Guay de tu cabeza!

SOSIA: Antes te hago provecho con lo que te digo, si curas de ti.

ALCUMENA: Es muy gentil cosa que diga este bellaco otra vez descortesías contra mí,

sin que tú le castigues.

ANFITRIÓN: ¡Calla, tú! ¡Di, tú! ¿Yo me partí hoy de ti cuando amanecía?

ALCUMENA: ¿Pues quién sino vosotros me contó a mí cómo había pasado allá la batalla?

ANFITRIÓN: ¡Cómo! ¿y también sabes tú eso?

ALCUMENA: Como quien lo oyó de ti: que habías combatido una gran ciudad y tú

mismo mataste al rey Terela.

ANFITRIÓN: ¿Yo dije eso?

ALCUMENA: ¡Tú mismo! ¡Y aún estaba delante este Sosia!

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Plauto.

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ANFITRIÓN: ¿Oísteme tú contar hoy estas cosas?

SOSIA: ¿A dónde te lo había yo de oír?

ANFITRIÓN: ¡Pregúntalo a esta!

SOSIA: Estando yo presente, nunca tal pasó; que yo sepa.

ALCUMENA: Maravilla es no hablar este contra ti.

ANFITRIÓN: Hora sus, Sosia. Mírame.

SOSIA: Ya miro.

ANFITRIÓN: Yo quiero que se diga la verdad, y no quiero que te conformes conmigo;

¿oísteme tú contarle a ella esto que dice?

SOSIA: ¡Ruégote en reverencia de Apolo que me digas si has perdido el seso tanbién tú

como ella!, ¡pues qué me preguntas eso, que sabes que es ésta la primera vez que yo

juntamente contigo la veo!

ANFITRIÓN: ¿Qué dices agora, mujer? ¿Hasle oído?

ALCUMENA: Por tanto, me creo yo mucho más a mí que a vosotros, y sé que esto ha

pasado ni más ni menos como yo lo digo.

ANFITRIÓN: Tú dices que vine yo ayer.

ALCUMENA: Y tú niegas haberte partido de aquí hoy.

ANFITRIÓN: Yo sí por cierto; y digo que agora es la primera vez que vengo a mi casa.

ALCUMENA: Ruégote que me digas si negarás tanbién esto: haberme tú hoy

empresentado una copa de oro que dijiste que te habían dado allá.

ANFITRIÓN: ¡Por la casa de Apolo, que ni yo te la di ni te dije eso! Mas pensé de

hacello así como dices, y aún agora pienso de darte esa copa. Mas… ¿quién te dijo eso?

ALCUMENA: Por cierto yo de ti lo oí, y de tu mano tomé la copa.

ANFITRIÓN: Esta quedó, esta quedó por amor de mí; mucho me maravillo Sosia que

sepa ésta cómo allí me dieron la copa de oro, si tú no hablaste con ella cuando yo te

envié y le contaste todas estas cosas.

SOSIA: ¡Por la casa santa de Apolo que ni yo tal dije, ni la vi sino junto contigo!

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ANFITRIÓN: ¿Qué será esto desta mujer?

ALCUMENA: ¿Quieres que te saquen aquí la copa?

ANFITRIÓN: Quiero que la saquen.

ALCUMENA: ¡Hágase! Tesala, ¡entra y saca fuera la copa que hoy me dio mi marido!

ANFITRIÓN: ¡Ven acá tú, Sosia! Allende de las otras maravillas en verdad, yo mespanto

mucho desta. ¡Si es verdad que esta mujer tiene aquella copa…!

SOSIA: ¡Cómo! ¿Crees tú que ha de tener la copa que traen en esta cestilla sellada con tu

sello?

ANFITRIÓN: El sello salvo está.

SOSIA: Míralo.

ANFITRIÓN: Bueno, está ni más ni menos como yo le sellé.

SOSIA: Ruégote que tú hagas a limpiar y desencantar esta enhechizada.

ANFITRIÓN: ¡Casa santa de Apolo! ¡¿que menester es hacer aquí nada?! Toda esta casa

está llena de visiones y despantos. ¡¿que menester son palabras?! Cata ahí la copa,

veístela ahí.

ALCUMENA: ¿Creerás lo que te digo?, ¡sus mírala hora bien si quieres!, tú, que niegas lo

que heciste. Ya yo te venceré agora públicamente. ¿Es ésta la copa que allí me diste?

ANFITRIÓN: ¡O, gran Júpiter! ¿Qué es esto que veo? Esta es ella en verdad la copa.

Muerto soy, Sosia.

SOSIA: O esta mujer, por Dios, es una grande embahucadora, o la copa ha de estar aquí

en esta cestilla.

ANFITRIÓN: ¡Sus, desata la cestilla!

SOSIA: ¿Para qué la tengo de desatar? Ella está muy bien sellada y ha venido a buen

recaudo. La cosa se ha hecho gentilmente: tú pariste otro Anfitrión, yo parí otro Sosia.

Y agora si la copa ha parido otra copa… ¡todos nos hecimos mellizos!

ANFITRIÓN: Cierto es que se ha de abrir y mirar.

SOSIA: Mira si quieres qué tal está el sello, no me cargues después a mí la culpa.

ANFITRIÓN: ¡Abre luego! porque esta mujer quiere con palabras tornanos locos.

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ALCUMENA: ¿Dónde había yo de haber esta copa sino de ti que me la diste?

ANFITRIÓN: Eso quiero yo pesquisar.

SOSIA: ¡Júpiter, o Júpiter!

ANFITRIÓN: ¿Qué has habido?

SOSIA: ¡A que ninguna copa está en la cestilla!

ANFITRIÓN: ¿Qué es esto que oyo?

SOSIA: ¡Lo que es verdad!

ANFITRIÓN: ¡Ello es hecho por tu mal y para tu tormento si no parece!

ALCUMENA: Hela aquí do parece.

ANFITRIÓN: ¿Pues quién te la dio?

ALCUMENA: Quien me lo pregunta.

SOSIA: Burlas de mí tú, que escondidamente veniste del navío por otro camino antes que

yo, y sacaste de aquí la copa y distegela; y después tornaste otra vez a sellar la cestilla

secretamente.

ANFITRIÓN: ¡O, cuitado de mí; ya tú tanbién ayudas a la locura desta! ¿Dices tú mujer

que nosotros venimos ayer aquí?

ALCUMENA: Digo que sí, y que luego en llegando me saludaste y yo a ti, y te di un beso.

ANFITRIÓN: ¡Ya este comienzo del beso no me agrada! Diga más adelante.

ALCUMENA: Bañástete.

ANFITRIÓN: ¿Qué fue después que me bañé?

ALCUMENA: Sentástete a la mesa.

SOSIA: ¡O, qué bien; no hagáis sino preguntar!

ANFITRIÓN: No atajes; di más adelante.

ALCUMENA: La cena fue traída; cenaste conmigo. Yo me asenté junta contigo.

ANFITRIÓN: ¿En un mismo estrado?

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ALCUMENA: En el mismo.

SOSIA: ¡Y huy! No me agrada nada este convite.

ANFITRIÓN: ¡Déjate agora de argumentos! Diga, qué fue después que cenamos.

ALCUMENA: Dicías que te dormías; alzaron la mesa y de aquí nos fuimos a acostar.

ANFITRIÓN: ¿Y tú dónde te acostaste?

ALCUMENA: Juntamente en la cámara, en una misma cama contigo.

ANFITRIÓN: ¡Echado me has a poder!

SOSIA: ¿Qué hobiste, señor?

ANFITRIÓN: ¡Ha me muerto esta mujer!

ALCUMENA: ¡Que has, mi alma!

ANFITRIÓN: ¡No me hables amorosamente!

SOSIA: ¿Qué has sentido?

ANFITRIÓN: ¡O, desventurado de mí! Yo soy muerto, pues que a la castidad desta ha

sobrevenido vicio y maldad en mi ausencia.

ALCUMENA: Ruégote, en reverencia de Castor, que me digas, mi marido: ¿por qué razón

tengo yo de oír de ti tales injurias?

ANFITRIÓN: ¡Que sea yo tu marido! ¡No me llames tan falso nombre!

SOSIA: ¡Síguese daquí, pues que este dice que no es el marido, que sea tornado la mujer!

ALCUMENA: ¿Qué hice yo porque tales injurias se me digan?

ANFITRIÓN: ¡Tú misma te dices lo que has hecho! ¡¿Y pregúntasme a mí lo que tú

pecaste?!

ALCUMENA: ¿Qué pecado te hice, si me acosté a par de ti, siendo casada contigo?

ANFITRIÓN: ¿Tú te acostaste conmigo? ¡Hay cosa en el mundo más osada que esta cara

sin vergüenza! Demanda si quieres un poco de honestidad prestada, pues tienes

necesidad della.

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Plauto.

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ALCUMENA: ¡Esa maldad que tú me levantas no se haya en nuestro linaje! Si tú quieres

por engaños probarme de deshonesta, ¡nunca podrás hallar lo que buscas!

ANFITRIÓN: ¡O, dioses inmortales! Sosia, tú al menos conócesme.

SOSIA: Escasamente.

ANFITRIÓN: ¿Cené yo ayer en el navío en el Puerto Pérsico?

SOSIA: Sin mí hay otros testigos que en esto no me dejarán mentir; yo no sé que me diga

deste negocio: si no hay otro Anfitrión que quizá siendo tú ausente tenga cargo de tus

cosas, y que en tu ausencia goce de tus bienes; porque daquel Sosia encantado que yo

poco ha te dije, cosa es de maravillar mucho; mas cierto deste Anfitrión es otra mayor

maravilla. No sé qué encantador es éste que ha engañado esta mujer.

ALCUMENA: ¡Juro por el reino del alto rey, y por la madre de las Compañas Juno, de

quien yo debo tener mucho miedo y vergüenza, que ningún mortal, fuera de ti, se llegó a

mi cuerpo para hacerme deshonesta!

ANFITRIÓN: ¡Querría que eso fuese verdad!

ALCUMENA: Yo digo verdad, mas es en vano, pues que no la quieres creer.

ANFITRIÓN: Mujer eres; atrevidamente lo juras.

ALCUMENA: La que no tiene culpa ha de ser osada y hablar por su honra, confiada y

soberbiamente.

ANFITRIÓN: ¡Harto osadamente lo dices!

ALCUMENA: ¡Como conviene a mujer honesta!

ANFITRIÓN: En las palabras lo pruebas.

ALCUMENA: No tengo yo por mi dote lo que la gente llama dote, sino la castidad y la

honestidad, y el resfriamiento de la carne, el temor de los dioses, el amor de los padres y

la concordia con los deudos, y serte a ti obediente y liberal con los buenos y aprovechar

a los virtuosos.

SOSIA: ¡Cierto por Dios! Esta es apuradamente buena si es verdad lo que dice.

ANFITRIÓN: ¡Enajenado estoy en verdad! De tal manera que yo no sé quien me soy.

SOSIA: Por cierto, tú eres Anfitrión. Guarda, no te pierdas, según la costumbre dagora;

así se truecan los hombres después que venimos deste viaje.

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Plauto.

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ANFITRIÓN: Mujer: cierto es que yo no tengo de dejar de pesquisar este negocio.

ALCUMENA: ¡Por Dios, que en eso tú me harás placer!

ANFITRIÓN: ¿Qué dices? Respóndeme: ¿que será si yo traigo aquí del navío a tu primo

Naucrates, que vino junto conmigo en el mismo navío? Si este niega haber pasado lo

que tú dices, ¿qué pena mereces? ¿Por ventura darás alguna razón por ti, para que yo no

te prive del matrimonio?

ALCUMENA: Si yo erré, no hay causa ni razón que me baste.

ANFITRIÓN: Bien está. ¡Tú, Sosia, mete allá dentro esos cautivos! Yo me voy a traer

conmigo a Naucrates del navío.

SOSIA: Aquí no está sino Dios y nosotros. ¡Señora, di la verdad, no me burles! ¿está

aquí dentro otro Sosia como yo?

ALCUMENA: ¡Vete me d’ahí siervo digno de tal señor!

SOSIA: Voy me, pues lo mandas.

ALCUMENA: ¡Maravillosa hazaña ha sido esta en verdad! ¡Que haya placer mi marido de

levantarme una maldad tan falsa y tan mala como esta! Lo que quiera que ello sea, yo lo

sabré presto de mi primo Naucrates.

Junto con esto se siguen ciertas palabras que habla Júpiter con los miradores, para

cuando se representare la comedia en público. No se ponen aquí porque no valen nada.

Alcumena, desque su marido fue buscar testigos contra ella, se queda quejando muy

amargamente de tan gran maldad como su marido le levantó. En esto entra Júpiter

hecho Anfitrión, y descúlpase de todo lo pasado. Al cabo se reconcilian en amistad y

aparéjanse los sacrificios.

ESCENA V

Alcumena. Júpiter

ALCUMENA: No puedo sosegar en casa. Así me veo acusada de mi marido de maldad y

adulterio y deshonestidad. Todo lo que pasó dice a grandes voces que no pasó.

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Plauto.

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Repréndeme de lo que nunca fue ni yo cometí, y a diestro y a siniestro piensa que ha de

valer lo que él dice; y que yo me tenga por tal ni más ni menos como él me pinta;

¡nunca tal haré por Dios, ni tengo de consentir que sea yo falsamente acusada de

adulterio!, antes me quiero apartar dél, o él me satisfaga y encima ha de jurar que le

pesa de haber dicho lo que contra mí dijo siendo yo sin culpa.

JÚPITER: Obligado soy de hacer lo que esta pide si tengo de procurar, amándola, de ser

della recibido; y pues la obra que yo hice ha hecho daño a Anfitrión, y el amor que yo la

tengo acarreó gran trabajo a Anfitrión, que está sin culpa en acusalla. Agora conviene,

aunque estoy sin culpa, que yo me haga culpado de las maldades que él le dijo, y de la

ira que mostró contra ella.

ALCUMENA: ¡He lo aquí do le veo, al que a la triste de mí acusa de adulterio y

deshonestidad!

JÚPITER: Mujer, hablar te quiero; ¿a dónde te vuelves?

ALCUMENA: Tal es mi condición que siempre aborrezco de mirar en el rostro a mis

enemigos.

JÚPITER: ¡Hea, ya, señora! ¿Enemigos dices?

ALCUMENA: Así es. Yo digo verdad si no me levantas que tanbién es mentira esto.

JÚPITER: ¡Mucho estás vergonzosa!

ALCUMENA: ¡Aparta allá tu mano de mí! Porque si tú estás en tu seso, o si sabes mucho,

la que una vez tú has tenido por mala mujer y lo has afirmado cierto, no debes haber

razones con ella en burla ni en veras, si no eres el mayor loco de los locos.

JÚPITER: Sí, yo lo dije, no te debes enojar dello porque yo no lo pienso así como lo dije,

y por eso vuelvo acá para darte mis desculpas, porque nunca mayor pesar llegó a mi

ánimo que cuando sentí que estabas enojada de mí.

ALCUMENA: ¿Decirme has por qué lo dijiste?

JÚPITER: Yo te lo rinderé, por la casa de Apolo, que yo no lo dije creyendo que tú eras

mala mujer, mas quise probar tu ánimo, ver qué harías y en qué manera te pondrías a

sufrir tan fuerte acusación. Que yo verdaderamente te lo dije burlando para reír después;

sino… pregúntalo a este Sosia.

ALCUMENA: No cale sino que trayas aquí a mi primo Naucrates, que tu dijiste poco ha

que lo habías de presentar por testigo, otramente no debieras venir acá.

JÚPITER: Si alguna cosa se dijo en burla, no es razón que tú la tornes a veras.

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ALCUMENA: ¡No sé que tan burla es, más sé que tan me dolió en el corazón!

JÚPITER: ¡Alcumena, por la tu diestra, te ruego y te suplico que me perdones!

¡Perdóname! ¡No estés enojada de mí!

ALCUMENA: Con mi virtud hice yo que tus palabras y acusaciones fuesen vanas y falsas,

y agora pues me das por libre de las obras, yo me quiero apartar de los deshonestos

dichos; quédate a Dios; guarda para ti tu hacienda y dame la mía, y manda que vaya

conmigo alguna compañía.

JÚPITER: ¿Estás en tu seso?

ALCUMENA: Si no mandas que me acompañen… ¡yo sola me iré! ¡Y llevaré conmigo

por compañera la castidad!

JÚPITER: Yo haré un juramento, cual tú le ordenares, que yo pienso que tengo muy

buena mujer, y si en esto miento, yo te ruego muy alto Júpiter que siempre estés

enojado de Anfitrión.

ALCUMENA: ¡No plega a Dios, sino que te sea favorable!

JÚPITER: Así confío que será, porque yo tengo jurado la verdad. Agora mi señora, ¿ya no

estás enojada?

ALCUMENA: No estoy enojada.

JÚPITER: Es muy bien hecho, porque en la edad de los hombres muchas cosas acontece

desta manera; toman deleites y otras veces toman desventuras, entrevienen enojos y

otras veces tornan en gracia; mas los enojos cuando alguna vez vienen desta manera

entre los que se aman, si después tornan en amistad, dos tanto quedan amigos que antes

lo eran.

ALCUMENA: Lo principal que tú hubieras de hacer era guardarte de decir contra mí tales

palabras, mas pues que ya es dicho, si con la lengua que se dijo lo desdices, hase de

sufrir en paciencia.

JÚPITER: Manda luego que me aparejen vasijas limpias, porque los votos que yo prometí

estando en la guerra, para si volviese salvo a mi casa, los cumpla todos agora.

ALCUMENA: ¡Yo terné cuidado deso!

JÚPITER: ¡Mozos! llámame acá a Sosia para que llame aquí a Blefaron, el gobernador

que fue conmigo en el navío para que coma con nosotros. Este, sin comer, quedará

burlado cuando yo tuviere aquí asido por las agallas a Anfitrión.

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Alcumena no sé qué se habla entre sí. Ábrense las puertas y sale fuera Sosia. Envía

Júpiter a Sosia que convide a Blefarón de su parte, y llama a Mercurio para que

defienda la entrada de Anfitrión que vuelve a su casa.

ESCENA VI

Sosia. Júpiter. Alcumena

SOSIA: ¡Anfitrión, aquí estoy! Mira si es menester mandar alguna cosa y hazello he.

JÚPITER: ¡A buen tiempo vienes!

SOSIA: Ya me parece que hay paz entre vosotros y como os veo sosegados gózome y

deléitome; y así me parece que es justo: que el buen siervo se haga a la manera y

condición de sus señores, que como ellos estuvieren así, se ponga y saque su gesto por

el gesto dellos; triste cuando ellos tristes, y alegre cuando ellos fueren alegres. Mas ea,

ríndeme ¿habéis ya vuelto en concordia?

JÚPITER: Burlaste sabiendo que todo aquello lo decía yo burlando.

SOSIA: Si tú lo dejiste por juego, yo cierto por veras lo tomaba.

JÚPITER: Yo tuve mis desculpas y es hecha paz entre nosotros.

SOSIA: Fue muy bien hecho.

JÚPITER: Yo me voy adentro a hacer los oficios divinos y cumplir los votos que son

hechos.

SOSIA: Bien me parece.

JÚPITER: Tú llama aquí de mi parte a Blefarón, el gobernador del navío, para que

acabados los sacrificios coma conmigo.

SOSIA: Yo iré tan presto que cuando pensares que estoy allá, esté acá.

JÚPITER: Pues vuélvete luego.

ALCUMENA: ¿Qué mandas que haga? Yo me entraré adentro para que se apareje lo que

es menester.

JÚPITER: Anda en hora buena y cuando pudieres, haz que esté todo aparejado.

ALCUMENA: Antes ven cuando quisieres, que yo haré que no haya tardanza.

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JÚPITER: Hablas muy bien y como mujer diligente. [Aparte: Ya estos dos entrambos

están engañados, el siervo y la señora, que piensan que soy Anfitrión; y agora tú, divino

Sosia haz como seas aquí presente. Bien oyes lo que digo aunque estás ausente. Haz

como tú quisieres de manera que eches de casa a Anfitrión que viene agora. Mira que

estés avisado que yo quiero burlalle en tanto que con esta mujer prestada tomo placer;

ten cuidado desto y haz así mismo todo lo que tú entiendes que yo he gana, y sírveme en

tanto que hago sacrificio a mí mismo.

Mercurio viene corriendo a cumplir por orden lo que manda Júpiter, y dice lo que

entiende hacer.

[ESCENA VII]

Mercurio

¡Haced lugar, desviaos, apartaos todos del camino! ¡No sea algún hombre tan osado que

se me pare delante! porque siendo yo dios, qué menos licencia tengo de amenazar al

pueblo para que me haga lugar, que un siervo que trae nuevas del navío que arribó en

salvo, o trae nuevas de la venida del viejo sañudo. Pues si a este hacen lugar cuando

viene corriendo, cuanto más a mí que vengo obedeciendo las palabras de Júpiter, y por

su mandado me traigo con tanta furia. Por tanto, es cosa justa que se me aparte de la

carrera y me hagan lugar. Mi padre me llama. Yo le sigo. Y a su dicho y mandamiento

soy obediente cual debe ser el buen hijo a su padre; así mismo yo le soy a mi padre en

sus amores buen servidor. Amenazo y amonesto; estoy presente; gózome cuando le va

bien, y si algún deleite siento que tiene mi padre, es para mí mayor deleite. Él ama, y

sabe lo que cumple14

. Hace bien en obedecer a su voluntad15

, que así lo debían hacer

14

VILLALOBOS: Allí donde dice: que un siervo que trae nuevas, etc. Has de entender

que estas palabras habla Mercurio a la gente delante quien se representa esta comedia, y

has de presuponer que cuando Sosia vino la primera vez a traer la nueva a Alcumena,

hacía apartar a la gente que allí estaba mirando, para pasar su camino adelante. Dice

agora Mercurio que si este siervo, conviene saber Sosia, que trajo nuevas del navío

haber llegado en salvo, y de la venida del viejo sañudo que es Anfitrión, tenía licencia

de apartar la gente, y todos le hacían lugar para que pasase, mucha más razón es que él

siendo dios, haga otro tanto. Y nota que este capítulo se pudiera dejar de trasladar aquí,

mas quíselo poner por dar a entender a los escolares este paso, porque no lo entendió el

que glosa la comedia en Latín. Otros muchos no entendió, y muchos glosó que están

muy claros y muchos dejó de glosar que no se pueden bien entender. 15

VILLALOBOS: Allí donde dice: hace bien en obedecer a su voluntad y etc. En estas

palabras parece que este tuvo por opinión que es bueno hombre obedecer a su voluntad

cerca del apetito sensitivo. Esta es opinión epicúrea y errónea, porque la voluntad de tal

manera no es voluntad de hombre en cuanto es hombre, antes es bestialidad. Y en decir

aquí los dioses “hacían bien en hazello así”, se muestra bien cuán fuera de todo discurso

de razón, y aun de aparencia era la ley y religión que estos tenían y guardaban.

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todos los hombres haciéndose por buenos modos. Agora, mi padre quiere que Anfitrión

sea escarnecido. Yo haré muy bien como él lo sea; porné una corona en mi cabeza como

siervo que quiere hacerse libre; fingiré que estoy borracho y subirme arriba, y dallí,

desde el sobrado, cuando Anfitrión llegare a casa, echarle della; y haré borracho dél

aunque no haya comido. Después luego, su siervo Sosia llevará la pena deste enojo que

yo le haré, porque todo lo que yo hiciere hoy arguirá contra Sosia, diciéndole que él lo

hizo. ¡Que se me da a mí! pues que tengo de seguir la voluntad de mi padre, y servirle

en lo que él hubiere gana. ¡Mas helo dó viene Anfitrión! Ya él será burlado aquí.

Voyme adentro y tomaré el vestido como Sosia, después subirme arriba para estorballe

dende allí la entrada.

Vuelve Anfitrión a su casa sin hallar el testigo que buscaba y llama a la puerta.

[ESCENA VIII]

Anfitrión

Naucrates, en cuya busca yo iba no está en el navío ni en casa, ni he hallado en la

ciudad a quien le haya visto; porque yo he andado arrastrado todas las plazas, las

escuelas, las tiendas de los aceites olorosos; al mercado y a la carnicería, y a do se hacen

las luchas, y a do libran los pleitos; a los boticarios y a los barberos, y por todos los

templos he andado. Cansado vengo buscando a Naucrates, y en ninguna parte le hallo.

Agora yo iré a mi casa y tornaré a pesquisar de mi mujer este negocio: quién haya sido

aquel por quien ella ha infecionado su cuerpo de adulterio; porque a mí más me vale

morir que dejar hoy de pesquisar esta demanda. Mas… ¡cerrado han las puertas de casa!

¡oh, qué bien, hácese agora esto como todo lo otro! Daré golpes a la puerta. ¡Abrí aquí!

¡Quién está acá! ¡Hao! ¡Quién abre esta puerta!

Mercurio en figura de Sosia estorba la entrada a Anfitrión, lo cual Anfitrión sufre con

poca paciencia, mayormente desque sabe que estaba otro con su mujer.

[ESCENA IX]

Mercurio. Anfitrión.

MERCURIO: ¿Quién está hay?

ANFITRIÓN: Yo soy.

MERCURIO: ¿Qué cosa es yo soy?

ANFITRIÓN: Así lo digo.

MERCURIO: ¡Cierto, Júpiter y todos los dioses están enojados de ti, pues que así

quebrantas las puertas por tu mal!

ANFITRIÓN: ¿Cómo es eso?

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MERCURIO: ¡De tal manera que vivas toda tu vida malaventurado!

ANFITRIÓN: ¡Sosia!

MERCURIO: ¡Así me llaman, Sosia, si no piensas que se me olvidó! ¿Qué es lo que agora

quieres?

ANFITRIÓN: ¡Bellaco! ¿Agora me preguntas que quiero?

MERCURIO: Si pregunto…, don loco desvariado, que casi has quebrado los quicios de

las puertas. ¡Si pensabas que nos dan de concejo las puertas de balde! ¿Qué estás

mirándome, bobo? ¿qué es lo que quieres, o qué hombre eres?

ANFITRIÓN: ¡Ladronazo! ¡Aun me preguntas quién soy! ¡Apurador de las vergas con

que azotan! A quien yo haré hoy, por esto que has dicho, hervir en azotes.

MERCURIO: ¡Gran gastador debías de ser cuando mozo!

ANFITRIÓN: ¿Cómo así?

MERCURIO: Pues que agora en la vejez has venido a pedir a puertas el mal año que yo te

daré.

ANFITRIÓN: Por tu tormento derramas hoy esas palabras, ¡maldito!

MERCURIO: ¡Sacrificarte quiero!

ANFITRIÓN: ¿Cómo es eso?

MERCURIO: Porque te quiero matar por desastre.

ANFITRIÓN: Mas yo te mataré a ti puesto en cruz y atormentado. ¡Sal acá fuera, ladrón!

¡Tú me has de matar verdugo!; si los dioses no me deshacen hoy mi hechura, yo te haré

que después de cargado de azotes con duros látigos, seas llevado para sacrifico de

Saturno.

MERCURIO: ¡Fantasma de noche! ¿Con amenazas me tientas? Pues si no huyes d’ay, si

de nuevo tocas el aldaba, si con el más chiquito dedo hicieres ruido a la puerta, con esta

teja te quebrantaré la cabeza y te haré que con los dientes escupas la lengua!

ANFITRIÓN: ¡Ahorcadizo! ¡Tú has de ser osado de echarme a mí lejos de mi casa!

MERCURIO: ¡Y tú de dar golpes a mis puertas!

ANFITRIÓN: ¡Yo derribaré luego estas puertas con sus quicios!

MERCURIO: ¿Porfias aún?

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ANFITRIÓN: Sí, porfío.

MERCURIO: ¡Pues tómate ésa!

ANFITRIÓN: ¡O, malvado traidor! ¿En esto soy venido? ¡Si hoy te tomo, yo te daré tanta

malaventura que para siempre vivas desaventurado!

MERCURIO: ¡Viejo ruín! Tú mucho vino debías hoy de sacar.

ANFITRIÓN: ¿Cómo es eso?

MERCURIO: Como tú piensas que soy tu siervo.

ANFITRIÓN: ¿Qué es eso que pienso yo?

MERCURIO: Mucho mal para ti, porque yo no he conocido otro señor fuera de Anfitrión.

ANFITRIÓN: Yo sí he perdido mi figura, pues que no me conoce Sosia. Preguntárgelo

quiero: oyes, mírame bien, ¿qué te parezco? ¿No te parezco asaz Anfitrión?

MERCURIO: ¡¿Anfitrión?! ¡¿O que estés en tu seso?! ¿No te dije yo, viejo borracho, que

habías sacado mucho vino?, pues que preguntas a los otros quién eres tú. Avísote que te

apartes, no seas inportuno, en tanto que Anfitrión que viene agora de la guerra esta

tomando solaz con su mujer.

ANFITRIÓN: ¿Con cuál mujer?

MERCURIO: Con Alcumena.

ANFITRIÓN: ¡Qué hombre es ese!

MERCURIO: Cuántas veces quisieres te lo diré: Anfitrión, mi señor; no seas enojoso.

ANFITRIÓN: ¿Con quién está echado?

MERCURIO: Mira…, ¡no busques mal año! ¿Por qué estás burlando de mí?

ANFITRIÓN: ¡Ruégote que me lo digas, mi Sosia!

MERCURIO: Halágasme. Con Alcumena.

ANFITRIÓN: ¿En una misma cámara?

MERCURIO: Antes pienso que estén echados un cuerpo en otro.

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ANFITRIÓN: ¡Ay de mí, desventurado!

MERCURIO: Ganancia es lo que este cuenta por miseria, porque así es de dar la mujer

prestada; como si alquilase una tierra estéril para que te la labren bien.

ANFITRIÓN: ¡Sosia!

MERCURIO: ¿Qué quiere decir Sosia?

ANFITRIÓN: ¡No me conoces, ladrón!

MERCURIO: Conózcote por hombre inportuno que compras ruido por tus dineros.

ANFITRIÓN: ¿Aun todavía dices que no soy tu señor Anfitrión?

MERCURIO: ¡Tú borracho eres, no Anfitrión! ¿Sobre cuántas veces te lo he dicho? Agora

te lo torno a decir: Anfitrión está dentro en la cama abrazado con Alcumena. Si porfías,

ponértelo he delante, y no será sin gran daño tuyo.

ANFITRIÓN: Deséolo. Llámame que venga; por las buenas obras que yo tengo hechas,

ruego a los dioses que hagan que yo pierda hoy la patria, las casas, la mujer y la familia

juntamente con la figura que he perdido.

MERCURIO: Yo te le llamaré por cierto, mas entre tanto mira que te apartes de las

puertas, sino, yo prometo que si no es acabado el sacrificio y traído el manjar para

comer, si eres más enojoso, que no te me escapes hoy que allí no te sacrifique16

.

Anfitrión se queda en la calle llorando sus miserias. En esto, llega Sosia con Blefarón,

que le traía convidado, por mandado de Júpiter trasformado en Anfitrión; y como

Anfitrión los vio, negó haber convidado a Blefarón, y vengóse de Sosia por las injurias

que le hizo Mercurio, pensando que todo era uno.

[ESCENA X]

Anfitrión. Blefarón. Sosia

ANFITRIÓN: ¡O dioses, dónde está vuestra fe! ¡Qué desconciertos tan grandes andan

entre nuestra familia, qué maravillas veo desque vine de la guerra! Agora parece verdad

lo que solíamos oír en hablillas: que en Arcadia se mudaban los hombres de Atenas y se

quedaban hechos bestias, y nunca se tornaban a ser conocidos de sus padres.

16

VILLALOBOS: Allí donde dice “agora no te me yrás que no te sacrifique”, nota que muchas

veces permite Dios que los males paguen quando no tienen culpa de aquellos en que son

acusados porque sientan qué cosa es la injusticia aquellos que nunca hacen obras de igualdad y

justicia.

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BLEFARÓN: ¿Qué sería aquello, Sosia? Grandes maravillas son esas que me dices; dices

tú que hallaste en casa otro Sosia como tú.

SOSIAS: ¿Sí lo digo…, dices? Antes pienso que yo he parido otro Sosia y Anfitrión otro

Anfitrión; quizá tú parirás otro Blefarón; ojalá pluguiese a los dioses que así lo hiciesen,

porque herido con los puños y quebrantados los dientes, antes que comas me creas, así

como me lastimó a mí de mala manera el otro Sosia que estoy allá.

BLEFARÓN: Por cierto, ello es cosa maravillosa, mas cumple que alarguemos el paso

porque, según veo, espéranos Anfitrión para comer, y a mí me rujen las tripas de vacío.

ANFITRIÓN: ¿Para qué hablo de las cosas ajenas? En nuestro mismo linaje tebano

cuentan haber acaecido cosas más que maravillosas. Aquel Cadmo, gran buscador de

Europa, que acometió y mató la fiera sierpe de mares, con la simiente de los dientes

della súbitamente engendró hombres enemigos, y en aquella batalla reñida el hermano

batallaba contra el hermano con lanza y con capacete. Y el mismo Cadmo, autor de

nuestra nación, con la hermosa hija de Venus haberse mudado en dragón, la tierra

epirótica lo vio. Así, de las alturas, el alto Júpiter lo ordena y así lo hace. Los hombres

batalladores en pago de sus hazañosos y claros hechos son con penas muy crueles

afligidos.

SOSIAS: ¡Blefarón!

BLEFARÓN: ¿Qué es?

SOSIAS: ¡No sé que mala ventura sospecho!

BLEFARÓN: ¿Qué es?

SOSIAS: Mira si quieres: mi amo, como Librante, se pasea al derredor de las puertas

cerradas.

BLEFARÓN: No es sino que espera que le venga el hambre paseándose.

SOSIAS: Como hombre cuerdo, el que está dentro cerró las puertas porque no le echasen

fuera.

BLEFARÓN: ¿Gruñes?

SOSIAS: Ni gruño ni ladro, mas tú mira si me entiendes: yo no sé qué anda consigo sólo

hablando; pienso que apaña las razones que ha de decir; escuchémosle de aquí; no te

apresures.

ANFITRIÓN: Según yo temo, desbaratados los enemigos, si me quieren combatir los

dioses la gloria que allí gané, toda nuestra familia veo turbada por maravillosos modos:

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mi mujer llena de adulterio y de vicio y deshonestidad me mata; ¡mas lo de la copa fue

cosa de maravilla, estando el sello muy bien sellado! Y tanbién, ¿quién le dijo a ella las

batallas peleadas que hobimos? ¿Y del rey Terela combatido y muerto por nuestras

manos? Cata, ya lo sé. Esto todo Sosia lo ha hecho, que tanbién hoy ha tenido la osadía

en mi presencia de echarme de mi casa amenguadamente.

SOSIAS: ¿De mí habla? ¡Y aún lo que yo no querría que hablase! Ruégote que no le

encontremos hasta que no haya descubierto su enojo.

BLEFARÓN: Yo esperaré.

ANFITRIÓN: ¡Si pudiese asir este malvado, yo le daré a entender qué cosa es engañar al

señor con amenazas y mentiras enojalle!

SOSIAS: ¿Oyes tú aquello?

BLEFARÓN: Oyolo.

SOSIAS: De aquella artillería me querrá cargar las espaldas, mas desviarle hemos d’aquel

propósito con nuestra venida; pues que el enojo es por lo que suele decir el refrán.

BLEFARÓN: Lo que tú dirás, yo no lo sé; lo que te hará, bien lo adevino.

SOSIAS: Viejo refrán es que “la hambre y la tardanza llevan la color a las narices”.

BLEFARÓN: Dices verdad; y pues que así es, llamémosle: ¡Anfitrión!

ANFITRIÓN: A Blefarón oyo. Maravíllome de su venida; con todo eso viene a buen

tiempo porque con él mostraré la maldad que cometió mi mujer. ¿Qué me quieres acá

Blefarón?

BLEFARÓN: ¿Tan presto lo has olvidado, habiéndome enviado esta mañana a Sosia para

que me viniese a comer contigo?

ANFITRIÓN: Nunca tal pasó; y ese bellaco ¿dónde está?

BLEFARÓN: ¿Quién?

ANFITRIÓN: Sosia

BLEFARÓN: Cátale aý.

ANFITRIÓN: ¿Qué es dél?

BLEFARÓN: ¡Deltante los ojos le tienes!, ¿aún no lo ves?

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ANFITRIÓN: ¡Apenas le veo con la ira que tengo! ¡En tanto grado me hizo allí hoy perder

el seso! ¡Agora no te me irás que no te sacrifique! ¡Déjame, Blefarón!

BLEFARÓN: ¡Ruegote señor, que me escuches!

ANFITRIÓN: Di tú que yo te escucho en tanto que mato a éste; por eso tú no haces las

cosas a tiempo.

BLEFARÓN: ¿Cómo que no? Pues aunque con los remos de Dédalo yo me hubiese traído,

no hubiese podido venir más presto. ¡Apártate allá, por Dios, que no podimos más

grandes pasos hacer!

ANFITRIÓN: ¡No me da más que haya hecho pasos o escalones que portadas! ¡Que yo

cierto tengo de matar este bellaco! ¡Toma! Porque te subiste al sobrado; ¡toma! Por las

tejas que arrojabas; ¡toma! Por las puertas que cerraste; ¡toma! Por el escarnio que

heciste de tu amo; ¡toma! Por las maldades que me dijiste.

BLEFARÓN: ¿Qué mal te hizo este pecador?

ANFITRIÓN: ¿Eso me preguntas? Desde aquel sobrado me echó de mi casa y me estorbó

la entrada.

SOSIAS: ¿Yo hice eso?

ANFITRIÓN: ¡Niégaslo traidor!

SOSIAS: ¡Niégolo! Cata aquí buen testigo con quien yo he venido hoy, y tú me enviaste a

llamarle para que le trajese a comer contigo.

ANFITRIÓN: ¡Quién te envío, ladrón!

SOSIAS: Quien me lo pregunta.

ANFITRIÓN: ¿En qué lugar fue eso?

SOSIAS: Agora poco ha en casa, cuando tornaste en amistad con tu mujer.

ANFITRIÓN: El vino te desatina.

SOSIAS: Ni he gustado vino ni pan; tú mandaste a limpiar las vasijas para hacer el oficio

divino y a mí me enviaste a llamar a éste para que comiese contigo.

ANFITRIÓN: ¡Destruido sea yo!, Blefarón. Si estuve dentro y si le envié a llamarte, ¡di,

bellaco!, ¿dónde me dejaste?

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SOSIAS: En casa, con Alcumena tu mujer, y partiéndome de ti me voy volando al puerto

y llamé a este por tu mandado y luego venimos; y después que me enviaste no te vi sino

agora.

ANFITRIÓN: ¡Cabeza de traiciones! Con esta mujer que dices que me dejaste…, ¡no te

me escaparás que no te atormente!

BLEFARÓN: ¡Déjale agora a este pecador por amor de mí y escúchame!

ANFITRIÓN: Cata, aquí do le dejo; ¿qué quieres? ¡Habla!

BLEFARÓN: Éste me ha contado agora muy grandes maravillas: quizá que algún

encantador o hechicero encanta esta tu familia. Pesquísalo de otra parte y sabe qué cosa

es, y no atormentes más este malaventurado antes que entiendas la cosa.

ANFITRIÓN: ¡Buen consejo me das! Vamos, que tanbién te quiero por abogado contra mi

mujer.

Júpiter desciende al alboroto que Anfitrión hiciera a las puertas y pasando algunas

descortesías, Júpiter asió por los gaznates a Anfitrión y ahogábale, si no se metiera

entremedias Blefarón, al cual ponen por juez, que determine cuál dellos es Anfitrión; y

oídas y reconocidas las partes juzgó que entrambos lo eran.

[ESCENA XI]

Júpiter. Anfitrión. Sosia. Blefarón

JÚPITER: ¿Quién arrancó estas puertas moviendo los quicios de su lugar? ¿Quién

alborotó tanta gente tan gran rato delante nuestra casa? ¡Si yo le hallo, con estas manos

teleboyanas, le sacrificaré!

ANFITRIÓN: ¡Ninguna cosa, como suelen decir, me puede hoy suceder bien! Dejé a

Blefarón y a Sosia por topar con el pariente de mi mujer Naucrates; no hallé a éste y

perdí a los otros; más allí los veo, voy me para ellos para ver si habrá alguna rienda de

que trabar.

SOSIA: Blefarón, aquél que sale de casa es mi amo; éste que viene con nosotros es el

hechicero.

BLEFARÓN: ¡O Júpiter, qué cosa veo! Este no es Anfitrión sino aquel, y si lo es éste no

lo pude ser aquél, si no se hizo mellizo.

JÚPITER: Helo allí Sosia con Blefarón: llamarlos he. ¡Sosia, acaba ya de venir que me

muero de hambre!

SOSIA: ¿No te lo dije yo que éste era el hechicero? Señor, tú estás hambriento y yo harto

de bofetones y puñadas; ¡para ti me voy!

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ANFITRIÓN: ¿Allá te vas, ladrón?

SOSIA: ¡Anda, vete al infierno, hechicero!

ANFITRIÓN: ¡A mí… hechicero! ¡Pues toma!

JÚPITER: Caminante, ¿qué descortesías son esas? ¡Que hagas tu m. al mío!

ANFITRIÓN: ¿Tuyo?

JÚPITER: ¡Mío!

ANFITRIÓN: ¡Mientes!

JÚPITER: ¡Sosia, vete dentro en tanto que sacrifico a este y haz que se apareje la comida!

SOSIA: ¡Ya voy! Tan buena compañía creo que hará Anfitrión a Anfitrión, como a mí

Sosia me hice yo el otro Sosia. En tanto que estos debaten, voyme a la cocina, lavaré

todos los platos y henchiré de agua todas las almofias.

JÚPITER: ¡Tú me dices a mí que miento!

ANFITRIÓN: Digo que mientes, deshonrador de mi mujer con engaños.

JÚPITER: ¡Por esa razón deshonesta, te arrastré por aquí asido por la garganta!

ANFITRIÓN: ¡Ay, cuitado de mí!

JÚPITER: ¡Antes dagora debieras escusarte deste trabajo!

ANFITRIÓN: ¡Blefarón, socórreme!

BLEFARÓN: Parécense tanto que no sé a cuál dellos ayude, mas despartirlos he en cuanto

pueda. Anfitrión ¿no quieres agora matar a Anfitrión? ¡Uno por uno ruégote que le

sueltes la garganta!

JÚPITER: ¿A éste llamas tú Anfitrión?

BLEFARÓN: ¿Por qué no? Un tiempo solía ser uno, mas agora hízose de mellizos el

parto; pues que tú quieres ser el uno, él tanbién en la figura no deja de ser el otro. Entre

tanto, ruégote que le dejes la garganta.

JÚPITER: ¡Ya le dejo! Mas dime… ¿parécete a ti que es éste Anfitrión?

BLEFARÓN: Entrambos en verdad me lo parecéis.

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ANFITRIÓN: ¡O gran Júpiter, dónde me robaste hoy mi figura! ¡quiérolo ver! ¿Eres tú

Anfitrión?

JÚPITER: ¿Niegaslo tú?

ANFITRIÓN: ¡Reniégolo! ¡Pues que en Tebas, fuera de mí, no hay otro Anfitrión!

JÚPITER: Mas antes no hay otro sino yo, y a ti Blefarón, hago juez.

BLEFARÓN: Yo lo probaré si puedo delante vosotros con señales. Ríndete tú primero a lo

que yo preguntaré.

ANFITRIÓN: Pláceme.

BLEFARÓN: Antes que se comenzase la batalla con los teleboyanos, ¿qué me mandaste?

ANFITRIÓN: Que aparejado el navío estuvieseres con cuidado arrimado al gobernalle.

JÚPITER: Para que si los nuestros huyesen, me pudiese allí retraer en salvo.

ANFITRIÓN: Item, otra cosa te mandé: que se guardase la bolsa de los dineros, ¿qué

monedas iban en ella?

BLEFARÓN: Calla si quisieres, que eso mío es de preguntar; ¿sabes tú el número de la

moneda?

JÚPITER: Cuarenta talentos atenienses.

BLEFARÓN: ¡Este bien por orden lo cuenta! ¿Y tú sabes cuántos filipeos eran?

ANFITRIÓN: Dos mil filipeos y dos tantos óbolos.

BLEFARÓN: Entrambos están bien en el negocio; dentro, en el bolsón, debía estar

encerrado el uno dellos.

JÚPITER: ¡Mira acá si quieres! Con esta diestra, como sabes, yo maté al rey Terela y le

quité el despojo, y la copa con que él solía beber truje en la cestilla, y la empresenté a

mi mujer con la cual hoy me bañé y sacrifiqué y me acosté.

ANFITRIÓN: ¡Guay de orejas que tal oyen! Apenas estoy bien despierto; ciertamente

velando duermo y despierto sueño y sano me muero. Yo soy aquel mismo Anfitrión

nieto de Gorgofón, capitán general de los tebanos, amigo del rey Creonte; vencedor de

los teleboyanos, con gran virtud guerrera vencí al rey, y por fuerza d’armas desbaraté a

los acarnates y a los tafios y les deje por gobernador a Cefalo, hijo del gran Deyoneo.

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JÚPITER: Yo, los enemigos ladrones por fuerza y por batalla los quebranté, que había

muerto a Electrión, hermano de mi mujer y destruido a Etolia y Acaya y Offside,

andando como cosarios por [los] mares Jonio y Egeo y Crético.

ANFITRIÓN: ¡O, inmortales dioses, ya no me creo a mí mismo! Así habla este por orden

todas las cosas que han pasado.

BLEFARÓN: Mira, una cosa queda por hacer: si esta es, sábete que eres dos anfitriones.

JÚPITER: Ya te entiendo, quieres preguntar de la herida que me hizo Terela.

BLEFARÓN: ¡Eso mismo en verdad!

ANFITRIÓN: Bien preguntas, ¡mírala!, ¡cátala aquí!

JÚPITER: ¡Míramela aquí!

BLEFARÓN: Verla quiero. ¡O alto Júpiter, qué cosa veo! A cada uno dellos en el muslo

del brazo derecho, en un mismo lugar, con la misma señal que al comienzo tuvo, parece

una cicatriz bermejuela amarilleja. Cáense las razones y el juicio enmudece. No sé que

me diga.

Blefarón los deja y se va del convite muerto de hambre. Anfitrión queda en la calle

deplorando su tribulación y amenaza a los hombres y a los dioses.

[ESCENA XII]

Blefarón. Anfitrión. Júpiter.

BLEFARÓN: Vosotros allá os avení, ¡yo me voy, que tengo negocios! ¡Yo jamás, no me

acuerdo en parte alguna haber visto tan grandes maravillas!

ANFITRIÓN: ¡Blefarón! ¡ruégote que estés aquí por mi abogado, o que no te vayas!

BLEFARÓN: ¡Quédate a Dios! ¿Qué menester so yo aquí por abogado?

JÚPITER: Yo me voy d’aquí allá dentro, que Alcumena está de parto.

ANFITRIÓN: ¡Muerto soy desventurado de mí!, ¿qué haré? ¡A quien ya los abogados y

los amigos desamparan! ¡Nunca, por la casa de Apolo, este que burló de mí se me irá

sin venganza, quien quiera que sea! Porque ya me iré camino derecho al rey, y todo lo

que ha pasado le diré. Yo me vengaré hoy d’aquel hechicero de Thesalia que

perversamente ha perturbado el entendimiento de toda nuestra familia; mas… ¿a dónde

está? ¡Por Dios, creo que se entró a mi mujer! ¡cuál otro vive hoy en Tebas más

malaventurado que yo!, ¿que haré? a quien todos los mortales desconocen y escarnecen

como les place. Cierto sea, moza o mozo; sea mujer o adúltero; sea padre o abuelo,

cualquiera que vea en casa le cortaré la cabeza. Que Júpiter ni todos los dioses no me lo

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quitarán, aunque quieran, para que no haga esto como lo pienso. Ya me voy por toda la

casa.

Bromia, sierva de Alcumena, sale espantada de las cosas que vio y topó con Anfitrión

que estaba a la puerta de casa amortecido y contole todo lo que acaeció cuando

Alcumena paría y desengañóle de todo lo pasado.

[ESCENA XIII]

Bromia, sierva. Anfitrión.

BROMIA: Las esperanzas y los esfuerzos de mi vida yacen sepultados en mi pecho. Ya

no tengo confianza en el corazón para que no le pierda; así me parece que me persiguen

ya todas las cosas: el mar, la tierra y el cielo para deshacerme, para matarme. ¡O,

desventurada de mí! ¡No sé qué me haga! ¡Tan grandes maravillas son hechas hoy en

nuestra casa! ¡Ay triste de mí! ¡Desmáyome! Agua querría; ¡muérome! ¡deshágome! La

cabeza me duele. No oyo ni veo de mis ojos; ni hay tan triste hembra en el mundo como

yo, ni se verá jamás otra alguna. Esto es lo que hoy aconteció a mi señora: que luego,

como se puso a parir, un gran estrépito, gran ruido, gran sonido, gran trueno

súpitamente muy presto y muy recio tronó. Cada quel adonde estaba allí, se cayó

amortecido con aquél estruendo. En esto, no sé quién, a grandes voces dijo:

“¡Alcumena, socorrida eres, no temas! ¡Para ti y para los tuyos viene favorable el señor

de los cielos!”, y dijo: “¡levantaos los que espantados de mí caistes con el gran miedo!”

Yo, como estaba echada, levantóme; y pensé que ardían las casas, ¡tan gran resplandor

había en ellas! Entonces me llamó Alcumena. Ya otra vez estaba yo espantada daquella

gran claridad; mas por el miedo que tenía mi señora, dejó el mío y levantóme; y corrí a

saber lo que quiere; veóla como daquel parto parido dos niños, y no lo sentió persona de

nosotras cuando ella parió ni lo habíamos visto. Mas ¿qué es esto? ¿Qué viejo es éste

que está aquí tendido ante nuestra puerta? ¡Si quizá le hirió Júpiter! ¡Yo lo creo por la

casa de Apolo! Porque ¡O, gran Júpiter, sin aliento está como si fuese muerto! Quiero

llegar a conoscelle quien quiera que sea. ¡Este Anfitrión es por cierto! ¡Anfitrión!

ANFITRIÓN: ¡Muérome!

BROMIA: ¡Levántate!

ANFITRIÓN: ¡Voyme a morir!

BROMIA: Dame la mano.

ANFITRIÓN: ¿Quién me tiene?

BROMIA: Tu criada Bromia.

ANFITRIÓN: Todo estoy medroso, así me espantó Júpiter. Estoy ni más ni menos como si

saliese de la sepultura; mas tú, ¿a qué saliste acá fuera?

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BROMIA: ¡Otro tal miedo como el tuyo nos ha echado fuera espantadas! En estas casas

do tú moras grandes milagros he visto. ¡Ay, cuitada de mi, Anfitrión, que aún agora me

falta el ánimo!

ANFITRIÓN: ¡Despacha, declárame eso! Conócesme que soy tu señor Anfitrión.

BROMIA: ¡Conózcote señor!

ANFITRIÓN: ¡Mírame bien!

BROMIA:Ya lo veo.

ANFITRIÓN: ¡Torname a mirar!

BROMIA: ¡Bien sabido lo tengo!

ANFITRIÓN: De toda mi gente, sola esta moza está vestida de carne humana. Todos los

otros son fantasmas.

BROMIA: Mas antes señor, todos están sanos y libres por cierto.

ANFITRIÓN: Pero mi mujer me hace a mí loco con sus feas obras.

BROMIA: Mas antes yo te haré Anfitrión, que tú mismo digas otra cosa, y porque sepas

que tu mujer es santa y honesta. Yo mostraré sobre ello señales y argumentos en pocas

palabras. Ante todas cosas has de saber que Alcumena parió dos hijos mellizos.

ANFITRIÓN: ¡Mellizos!

BROMIA: Mellizos.

ANFITRIÓN: ¡Los dioses andan conmigo!

BROMIA: Déjame decir, porque sepas, como todos los dioses son favorables a ti y a tu

mujer.

ANFITRIÓN: ¡Habla!

BROMIA: Después que tu mujer comenzó a parir, cuando suelen a las que paren venir los

dolores del vientre, ella invoca los dioses inmortales que le ayuden, esto decía con las

manos lavadas y la cabeza cubierta17

. Allí luego comenzó a tornar con gran sonido;

17

Allí donde dice: las manos lavadas y la cabeza cubierta, dice la glosa que esta era costumbre

y rito de los que sacrificaban o hacían alguna cosa divina. Y el cubrir de la cabeza era porque no

viesen alguna cosa que les turbase o interrompiese la obra o la contemplación.

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primero pensamos que tus casas se caían; tras esto, tus casas resplandecían como si

fuesen de oro.

ANFITRIÓN: Ruégote que acabes presto tu razón, desque hayas bien burlado de mí, y

dime qué se hizo después deso.

BROMIA: En tanto que estas cosas así pasaban, ninguna de nosotras oyó a tu mujer que

llorase ni gimiese; así verdaderamente parió sin dolor.

ANFITRIÓN: Ya deso me alegro cuanto quiera que me lo haya mal merecido.

BROMIA: Deja hora eso y paramientes a lo que te diré; desque parió los niños, mandónos

que los bañásemos, y allegándonos a ellos tomámoslos, mas aquel niño que yo lavé es

muy grande, y de gran fuerza que no había quién pudiese envolvelle en la cuna.

ANFITRIÓN: ¡Grandes maravillas me cuentas! Si esto es verdad, por dicho me tengo que

mi mujer fue socorrida del cielo.

BROMIA: ¡Yo haré que digas que son mayores maravillas! Después que fue echado en la

cuna cada uno de los niños, vienen volando abajo, al patio, dos grandes serpientes con

sus crestas y luego entrambas levantan sus cabezas.

ANFITRIÓN: ¡Ay, cuitado de mí!

BROMIA: No hayas miedo. Mas las sierpes echan los ojos a todos en torno, y desque

vieron los niños, vanse luego a las cunas; y procuraba de llevar las cunas a la cámara y

tráelas hora acá hora acullá, temiendo el peligro de los niños y el mío. Y cuanto yo más

hacía esto, tanto con mayor presteza nos perseguían las sierpes. Desque el otro niño

grandecillo que te dije vio las sierpes, tomólas muy presto con sus manos, con cada

mano apretó la suya saltando ligeramente de la cuna y arremetiendo derecho a ellas con

gran ímpetu.

ANFITRIÓN: ¡Maravillas me dices! ¡Muy espantosa hazaña me has contado, aun

oyéndotela decir se me enerizan los miembros! Habla más adelante ques lo que después

acaeció.

BROMIA: El niño mató entrambas las sierpes. En cuanto esto se hacía llamó a tu mujer

con voz alta y clara.

ANFITRIÓN: ¿Quién?

BROMIA: El muy alto emperador de los dioses y de los hombres, Júpiter, el cual dijo que

solía echarse con Alcumena secretamente en su cama, y que aquél niño que venció las

sierpes es hijo suyo. El otro niño dice que es tuyo.

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ANFITRIÓN: ¡Par Dios, que no me pesa de partir con Júpiter los bienes por medio!18

Entra en casa y manda que luego se me aparejen los vasos limpios para pedir al muy

alto Júpiter la paz con muchos sacrificios. Y llamaré al adevino Tyresías y tomaré su

consejo, qué es lo que le parece que se debe hacer contándole todo el negocio como ha

pasado. Mas… ¿qué es esto que tan reciamente tronó? ¡O dioses, a vosotros me

encomiendo!

Hácense las paces entre Júpiter y Anfitrión y váyase el diablo para ruin.

[ESCENA XV]

Júpiter. Anfitrión.

Ten buen corazón. Yo vengo en tu ayuda, Anfitrión, para ti y para los tuyos. No hay

cosa que debas temer. Los adevinos y agoreros déjalos todos. Lo que ha de ser y lo que

es pasado yo te lo diré mejor que todos ellos porque soy Júpiter. Lo primero que has de

saber es que yo tomé prestado para mí el cuerpo de Alcumena, y daquel ayuntamiento la

hice preñada de un hijo; y tú asimismo la heciste preñada cuando te partiste al ejército.

De un parido ha parido juntamente entrambos niños: el uno dellos que fue concebido de

nuestra simiente te investirá de inmortal gloria. Tú tornate con Alcumena, tu mujer, en

el antigua gracia; que no te mereció por donde le acuses de maldad pues mi fuerza la

forzó a hacer lo que hizo. Yo me paso al cielo.

ANFITRIÓN: Yo lo haré así como lo mandas. Ruégote que guardes lo que has prometido,

voyme adentro para mi mujer y dejaré de llamar al viejo Tyresias.

Cumplimiento de la comedia

sacado de otro original.

Anfitrión. Alcumena. Sosia. Bromía. Tesala.

18

VILLALOBOS: Allí donde dice: no me pesa de partir con Júpiter lo bienes y etc. Nota

que los muy esforzados son la gente del mundo que con mejor paciencia sufren el

cuerno y que más presto han gana de satisfacerse con cualquiera excusación que les dé,

y de aquí viene que sus mujeres se atreven a ellos mucho más que a los ruines hacen sus

mujeres. La razón dello es porque los generosos ánimos, contra las cosas flacas no

quieren tener fortaleza, y desdéñanse de hacer mal a la mujer como los feroces lebreles

de Irlanda no quieren satisfacer sus sañas contra los pequeños gozques, maguer que de

sus ladridos sean inportunamente persiguidos; mas los pusilánimes, como se les dobla el

ánimo y la fuerza contra la cosa vencida, son sus mujeres así temerosas y sojuzgadas

dellos como los son las ovejas delante el hambruno lobo. Pero si estos aciertan con

mujer matrera y varonil, fáltales el corazón y sufren los cuernos a ojo sin que osen

hablar en ello. De cualquiera cosa destas podríamos muchos ejemplos de las historias

alegar si nuestra intención no fuese no poner hastío a los lectores. Así que a Anfitrión

hiciéronle entender que era Dios del cielo el que se echaba con su mujer, siendo el más

bellaco hombre, y el más disoluto adúltero y el más bestial nigromántico que hubo ni

habrá jamás.

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ANFITRIÓN: ¡Alcumena!, ¡perdóname! Yo no conozco que erré en acusarte tan

impacientemente hasta que con más acuerdo y menos pasión se pesquisara la verdad.

ALCUMENA: Yo te perdono mi marido, porque el mucho amor que me tienes te turbó el

juicio y te hizo perder la paciencia; que bueno estaba de conocer que yo te hiciera

maldad, que te cubriera lo que tú no sabías, pues que no me lo preguntabas.

ANFITRIÓN: No puede guiar por razón la cosa, el que está del todo fuera de razón en

ella. No creas mujer, que hay en los géneros de las locuras otra locura tan grande como

la del celoso, que no solamente desvaría según la razón, mas tanbién los sentidos le

mienten; porque cuanto ve y cuanto oye, aunque sea muy lejos daquel propósito, todo lo

reduce y lo aplica a su pasión para confirmar con ello la mala opinión que tiene de la

cosa amada.

ALCUMENA: No pensaba yo que tan gran locura era la de los celos.

ANFITRIÓN: Mira mujer, qué tan grande es, que se hace de tres locuras muy capitales.

ALCUMENA: ¿De cuáles?

ANFITRIÓN: De ira y miedo y amor. Cualquiera destas por sí hace perder el seso; ¡mira

qué harán todas juntas!

ALCUMENA: Pues agora marido estás ya libre.

ANFITRIÓN: Sí, por cierto. Que yo te tengo por muy buena y honesta mujer.

ALCUMENA: No me contento con que solamente me relieves de la opinión pasada, mas

quiero tanbién que tengas de mí gran confianza para delante.

ANFITRIÓN: Sí tengo en verdad, y siempre la tuve antes dagora.

ALCUMENA: Agora la debes tener mayor que nunca, porque si Júpiter no conociera en

mí gran castidad y lealtad conyugal no hubiera menester tomar tu forma para que yo le

recibiese en mi casa, antes viniera en la propia suya, pues que es Dios y lo manda todo y

lo puede. Mas él conoció que era mayor mi castidad que su poder, y que si no fuera

engañándome contigo de otra manera, no pudiera conseguir en mí lo que él deseaba.

ANFITRIÓN: Por malo que yo fuese, no podría negarte lo que dices. Yo tengo bien

conocida la mujer que tengo; y de aquí adelante, no como a mujer y compañera mía,

mas como a diosa y gobernadora de mi vida, maestra de toda virtud y ejemplo della

entiendo honrarte y estimarte en cuanto yo viviere.

ALCUMENA: Júpiter y todos los dioses te sean favorables, porque puedas muchos años

cumplir lo que has prometido.

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SOSIA: Mejor haríades en haber placer el uno con el otro, que bien lo habéis menester,

que no en gastar el tiempo todo en palabras.

ALCUMENA: Sosia, ¿parécete agora que andaba yo preñada de hijo y no de locura como

tú dicías?

SOSIA: Señora, tú dicías verdad, yo era el mentiroso; mas otra cosa me parece agora: no

sé si estoy tanbién engañado.

ALCUMENA: ¿Qué cosa es?

SOSIA: Pareceme que la mejor librada de todo este juego has sido tú.

ALCUMENA: ¿Por qué?

SOSIA: Porque has gozado de dos Anfitriones a pierna tendida, y el uno dellos tal que

vale por ciento.

ALCUMENA: ¡Anfitrión! ¿Por qué no mandas a este bellaco que calle, que me ha hecho

venir muy gran vergüenza?

ANFITRIÓN: ¡Por qué no callas, ladrón! ¿Aún no estás escarmentado?

SOSIA: ¡Anfitrión, aunque me mates no callaré una cosa!

ANFITRIÓN: ¡Dila ya, bellaco!

SOSIA: Señor, si tu has de cumplir con mi ama por la medida de Júpiter, ¡gran trabajo

tienes!

ANFITRIÓN: ¿Por qué?

ALCUMENA: ¡Cállate, malvado, no digas más!

ANFITRIÓN: Déjale decir, mujer, porque no lo vaya a decir a la calle. Dí por qué, Sosia.

SOSIA: Porque los dioses tienen recios los lomos, y nunca cansan los inmortales.

ANFITRIÓN: ¡Ha, ha, ha!

ALCUMENA: Holgarás señor, que has hecho a este bellaco que me pierda del todo la

vergüenza. Bromia, ¡dale azotes porque no quiere callar!

SOSIA: Mejor harías Bromia, en darme otra cosa, que no lo que te manda mi ama.

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BROMIA: ¿Qué otra cosa quieres que te de? ¡Que todo lo mereces tú!

SOSIA: Querría que me besases.

BROMIA: Sí, haré cierto; mas no ha de ser en la boca, que la tienes muy deshonesta y

sucia.

SOSIA: ¿Pues dónde?

BROMIA: En las quijadas y en el pescuezo, que lo tienes todo consagrado con las

puñadas y bofetones de Mercurio.

ALCUMENA: ¡Hi, hi, hi!

SOSIA: ¡Rieste señora porque me quebrantó Mercurio las muelas por tu causa! Y tú

Bromia, pues que eres tan devota de Mercurio, si él me diera de nalgadas ¿tanbién me

besarás allá?

TESALA: Allá te besará ella de mejor gana que en el rostro.

SOSIA: ¿Por qué, hermosa?

TESALA: Porque no hay cosa que tú puedas tener que tan fea ni tan sucia como esta cara

de ahorcado que tienes.

SOSIA: Pues otros armiños he visto yo tan limpios y tan lindos como tú.

TESALA: Esa ventaja me llevas por haber andado muchas tierras, que yo por cierto no he

visto otro puerco tan puerco, ni tan feo como tú.

SOSIA: Si no fueras mujer… ¡yo te hiciera conocer qué mientes!

BROMIA: Guarte dél, Tesala, que es muy esforzado.

TESALA: ¿Qué sabes tú?

BROMIA: Sí se en verdad que él mismo me contó cómo en la batalla hizo un gran

vertimiento de sangre.

TESALA: ¿En qué manera?

BROMIA: Díjome que mientras los otros peleaban en toda la furia de la batalla, estaba en

la tienda de Anfitrión con un gran jarro de vino puro a los pechos. Y que Mercurio lo

acertó todo como si él mismo fuera.

TESALA: ¿Y cuándo hablo Mercurio en eso?

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BROMIA: Cuando le hizo aquellos lunares por el rostro.

TESALA: ¡O, ilustre varón!

SOSIA: Para sobre el convite que me dio Mercurio, buena fruta es ésta que me dan las

damas, ¡tal salud les de Júpiter! Y os prometo si no fuérades mujeres que yo os mostrara

qué tan cobarde soy.

BROMIA: No somos sino hombres, por eso ¡levanta daý bellaco, veamos quién eres!

Tesala, ¡ténle tú por los pies!

TESALA: ¡Dale tú, Bromia, que yo he asco!

SOSIA: ¡Anfitrión, socórreme que me matan estas malas mujeres!

ANFITRIÓN: ¡Tú lo has merecido en hablar fieros con ellas!, que se les entiende

cualquiera ruindad.

SOSIA: ¡Dejadme en reverencia de Apolo, que estoy quebrantado por mil partes!

TESALA: ¡Ten buen corazón! Que ay donde te da Bromia no estás quebrantado.

ALCUMENA: Bromia, ¿tú no has asco en dar nalgadas a tan gran bellaco? Avísote que no

me des de comer esta semana.

SOSIA: ¡Anfitrión, cata que me matan! ¡A ti me encomiendo!

ANFITRIÓN: ¡Bromia, déjale por amor de mí que otra vez lo acabará de pagar!

BROMIA: ¡Déjole por tu mandado! ¡Mal te haga Júpiter, que tan cansada me dejas y tan

sucia! ¡Cortar quiero esta mano que ya daqui adelante no será de provecho!

ALCUMENA: ¡Bienaventuradas seáis vosotras, mis criadas, que tanto placer me habéis

hecho! Hora Anfitrión, mándales que sean amigos y aparéjase la comida.

ANFITRIÓN: ¡Hágase luego! Sosia, demándales perdón por las injurias que les heciste.

SOSIA: Demándoles perdón, porque te den luego a ti de comer que has hambre, y a mí

de beber que perezco de sed.

BROMIA: ¡Vamos volando!

TESALA: Anda tú delante.

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SOSIA: No me quedaré yo alabando a lo menos desta boda de Júpiter si mal provecho le

haga a él y aún a Mercurio su hijo, tanbién porque es muy diligente; pues yo les mando

mal año según las mañas de Juno, o ella no usará de lo que suele.

ALCUMENA: ¡Ay, cuitada de mí! que desa tengo yo muy gran miedo y vergüenza, mas

ella sabe que yo soy sin culpa, que si no lo supiera tres sierpes enviara: las dos contra

los niños y la tercera contra mí.

ANFITRIÓN: Ta, ta… dices que las sierpes que volaron al patio, ¿vinieron por mandado

de Juno?

ALCUMENA: ¿Pues quién sino Juno las envió? ¿Y quién sino Júpiter defendió los niños?

ANFITRIÓN: ¿En qué manera?

ALCUMENA: Porque el niño fuerte a quien Júpiter puso por nombre Hércules, les mató

en virtud de su padre.

ANFITRIÓN: Así lo creo yo, que otramente no bastará fuerza humana contra la ira de

Juno. Mas déjame Alcumena ver luego los niños, y las otras maravillas que hoy son

hechas en casa.

ALCUMENA: No ha de ser hasta después que hayas comido, porque lo veas con mayor

espacio.

ANFITRIÓN: ¡Buen consejo me das! Así lo quiero hacer.

Aquí se acaba la comedia de

Anfitrión. Deo Gracias.

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Para declaración de la postrera cena y capítulo desta comedia, el trasladador

della pone aquí ciertas sentencias provechosas para la doctrina y enseñamiento de los

mancebos, por cuanto van allegadas al estilo dellos y a su manera de vivir. Dellas son

cogidas como flores de la escritura de algunos santos, y aprobados doctores; y dellas se

sacan del propio juicio, fundadas por los cimientos de la razón y la Filosofía. Y si algún

malicioso dijere que al maestro lestaría mejor deprender que enseñar en semejantes

materias, yo confieso que dice verdad. Mas quiero en servicio de la virtud hacer este

tratado breve, como diezmo de otras escrituras que yo tengo hechas en servicio del

mundo y de la vanagloria. Repartiré por capítulos lo que tengo descrebir porque de las

partes venga mejor la noticia del todo.

De amor en general. Cap. I.

El amor es una donación que se da, porque a quien tú amas ofrécesle y dásle tu amor. Y

éste daslo de tu voluntad, que ninguno ama por fuerza. La voluntad no tiene mayor cosa

que pueda dar que el amor: porque es dar su querer y darse así misma. Síguese daquí

que a quien tú amas dasle tu voluntad, y por cuanto tu voluntad es tu señora a quien tú

sirves y por quien te mueves y te riges. Síguese que a quien das tu voluntad, le das a ti

mismo. Pues luego que el amor es una donación que el amante hace a la cosa amada en

la cual le ofrece y trespasa so voluntad con todas las cosas que a la voluntad pertenecen.

Cómo el amante se convierte y

trasforma en la cosa amada. Cap. II

Cuando alguna cosa se da de grado y libremente, es que se quita del poder y facultad de

aquel que la da, y se pasa al poder y señorío de aquel a quien se da. Otramente, no sería

donación. De aquí se sigue que a quien tú amas de amor verdadero y no fengido, y le

das tu voluntad, que ge la das quitándola de ti, y pasándola a su poder y señorío. De

manera que ya tú no te puedes mover ni gobernar por tu voluntad, pues no la tienes. Ni

puedes tener otra condición ni otro querer más del que tiene la cosa que amas, porque en

ella lo enajenaste todo y eres miembro suyo. Por esto dicen que el amante se trasforma

en el amado.

De la división de amor. Cap. III

El amor se divide en dos partes: que hay amor fengido y no fengido; o hay amor falso y

amor verdadero. Del falso no tratamos aquí porque no es amor, así como el oro falso no

es oro aunque lo parece. Ítem, el amor verdadero se divide en dos partes: que hay amor

virtuoso y amor vicioso. Estos dos comprenden la difinición susodicha. Hablaremos

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primero de las propiedades y pasiones del amor vicioso, y después trataremos del amor

virtuoso; y como quiera que en razón de valor y dignidad y tanbién en orden de natura,

el amor virtuoso precede y es primero que el vicioso. Pero en orden de dotrina y para

enseñar, primero se debe tratar del vicioso porque dél tenemos más experiencia y mayor

noticia. Y la orden de la dotrina es que vengamos en conocimiento de lo que no

sabemos por lo que sabemos. Pues el amor vicioso se divide en tantas partes cuantos

vicios hay y deleites que tú puedes amar. Que unos aman la honra; otros la hacienda;

otros la gula; otros las mujeres. Y así de todos los otros vicios cuantos hay y se puede

pensar. Y porque entre todos los amores viciosos, el amor del hombre a la mujer y de la

mujer al hombre es el mayor y más famoso, porque es amor de cosa viva, en que el

amante y el amado son conformes en una naturaleza y cualquiera dellos puede dar y

recebir del otro; y el un fuego con el otro se aviva y crece. Por tanto, trataremos

solamente del amor de la mujer. Y por este ligeramente tomarás noticia de los otros

amores viciosos que aquí no serán expresados.

De la gran perdición y total destru-

ición del amante vicioso. Cap. IIII.

¡Mira qué tan grande es tu pérdida en semejantes amores! Que como tu voluntad y lo

que ella señorea posee la mujer que amas y tú no, síguese que te perdiste a ti mismo. Y

dejaste de ser. Así que tú no eres ya quien eras, mas haste trocado por otra cosa muy

desigual en valor, y muy lejos de lo que antes eras. Ca dejaste de ser hombre y tornaste

mujer. Dejaste de ser hombre suelto y libre, y házeste mujer cativa y atada. Dejaste de

ser todo y tornaste parte. Y ya sabes que toda mujer desea ser hombre, y todo esclavo

desea ser libre, y la parte desea la perfición del todo. Así que tú desearás todas estas

cosas, y como cualquiera bien que se desea es más fuerte y aquejosamente deseado si

primero fue poseído y se perdió, síguese que tú ternás estos deseos de volverte a tu ser

primero con gran hervor y tormento; y tu voluntad no consentirá porque ya no es tuya ni

quiere lo que tú deseas. Esta contradición tan grande y discordia tan íntima dentro del

alma, es un martirio y tristeza secreta que padece el amador sin saber dónde le viene. De

aquí nace el quejarse y no saben de qué se quejan. Piden satisfación y no saben

satisfacerse; y de aquí se complican otros dos mil desatinos que no los entiende el

mismo que los padece.

Cómo el amante se torna de naturaleza de bestia. Cap. V.

Cosa muy notoria es que ninguno ama a su amiga sino por el deleite que espera haber

con ella. De manera que lo que aquí principalmente se ama es el deleite. Probado está

así mismo, que el amante se convierte y trasforma en la cosa amada. Síguese que el

amador se torna de la condición y naturaleza daquel deleite que ama. Este no es deleite

de hombre en cuanto es hombre, porque no consiste en la razón y entendimiento, que es

lo que hace al hombre difirente de los brutos, mas consiste en los sentidos corporales

que son dados principalmente a las bestias; porque su perfición es el ánima sensitiva por

la cual son animales. De aquí se sigue que los deleites sensitivos pertenecen a las bestias

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por parte de bestias. Pues luego, si el amante se trasforma y se muda en la naturaleza del

deleite sensitivo que ama, síguese que se torna de naturaleza de bestia. Así que el

amador parte por el camino de sus amores adelante, y en el medio camino se torna

mujer, y en el término donde se apea se torna bestia.

Cómo el amador es loco de atar. Cap. VI.

Para darte a entender este capítulo es menester enseñarte primero algunos principios y

fundamentos de Filosofía y de Medecina. Has de saber que aquello que tú sientes bullir

dentro del pulso cuando le tocas, es un cuerpo sotil y delgado que allí anda como aire o

vapor, al cual los naturales llaman espírito. Este mora dentro del corazón, y de allí parte

y corre por todos los miembros del cuerpo. Los caminos y sendas por donde va, son los

pulsos y las venas y los nervios. Este espírito reparte a los miembros todas las virtudes y

potencias del ánima, y todo el calor que cada uno de ellos ha menester para sus obras.

De manera que el miembro a do llega el espírito, luego tiene la virtud y calor necesarios

para poder usar del oficio que le es encomendado. Que si el espírito que viene del

corazón llega a la mano, luego ella tiene virtud para tomar y apartar y soltar, abrir y

cerrar, sentir lo caliente y lo frío, y mantenerse, y todos los otros oficios para que la

mano fue hecha. Y si a la mano no llega el dicho espírito por parte de algún humor que

se entrepone y le cierra el paso y gelo impide, entonces la mano se queda sin virtud

ninguna, hecha paralítica: que no siente ni puede moverse, aunque en sí misma no tenga

daño ni lesión alguna.

Lo que te habemos dicho de la mano haslo así dentender de todos los miembros, cada

uno en su oficio. Este espírito sube del corazón al celebro y allí con la frialdad de los

sesos desahúmase y témplase del ardor y humos que trae consigo daquel horno donde

partió, que es el corazón; y purifícase para poder usar las obras sensitivas, porque

alguna parte del dicho espírito va a los ojos y dales virtud para que vean y se muevan. Y

otra parte va a los oídos y hace que oyan, y lo mismo hace con todos los otros miembros

que sirven a los sentidos exteriores, y a los sentidos interiores.

Todo lo susodicho está largamente disputado y probado por mí en el libro de las

Congresiones, que yo compuse en el segundo tratado, en el tercer y cuarto principios

del dicho libro.

Entre las otras potencias y sentidos interiores hay una que se llama imaginativa: esta es

el pensamiento con que pensamos y componemos todas las cosas. Y fue llamada

imaginativa porque es maestra de hacer imágines y componellas. Ca en el espírito que

está en aquella parte de los sesos que sirve a la imaginación, represéntase las imágines

de las cosas que se piensan, así como en un espejo claro se representan los bultos y

figuras de las cosas que se ponen delante. Que si tú piensas en caballos es porque en la

imaginación tienes entonces formadas las imágines daquellos caballos; y si piensas en la

mar o en la tierra o en las mercadurías o en la guerra, allá tienes dentro plasmadas las

imágines de todas estas cosas. Y como allí están hechas las imágines, así las piensas:

que si están al propio de como acá son, la imaginación es verdadera. Y si están

compuestas y falsas, tu pensamiento es vano y falso.

Esta imaginativa adolece algunas veces de un género de locura que se llama alienación,

y es que por parte de algún malo y rebelde humor que ofusca y enturbia el espírito do se

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hacen las imágines, fórmase allí la imagen falsa, causada según la hechura y fuerza del

humor que allí se pone; así como algunas veces acaece tanbién a los ojos que vean

falsas imágines con ciertos humos de candelas que les ponen delante y les hacen ver

serpientes y dragones que allí no están. Y como los que están heridos de rabia, que ven

dentro del agua la imagen que allí no está del perro que los mordió, así en la imaginativa

por parte del mal humor, y por hechura y molde que allí toma, se pueden causar tantas

imágines cuantas la humana sabiduría no puede comprender. Y según es la imagen falsa

que allí se pone, así le toma la tema y la alienación a este loco. Porque has de saber que

los ojos, para ver distinctamente las colores, es menester que no tengan color dentro de

sí, porque si la tienen miénteles la vista y enajénase. Y por eso los que tienen los ojos

azafranados o verdes en la tericia, cuanto ven les parece azafranado o verde; y así es la

imaginativa: para pensar distinctamente las cosas es menester que no tenga imagen

hecha ni habituada dentro de sí, porque si la tiene es mentirosa y enajenada la

imaginación, y cuanto piensan todo es del metal de aquella imagen que allí está. De

aquello habla el alienado y en ello está rebatado y trasportado, de tal manera que ni oye

ni ve ni entiende cosa que le digan, ni responde a propósito. Ríe y llora sin concierto de

las cosas que pasan, respondiendo solamente a los ímpetos y movimientos y pasiones y

afectiones de su imagen. Estos se llaman alienados, en los cuales hay grados de más y

menos, como en todas las disposiciones suele acaecer. Los enamorados son desta

manera que la imagen de su amiga tienen siempre figurada y fija dentro de sus

pensamientos, por donde no pueden ocupar jamás la imaginación en otra cosa. En esta

imagen y en las cosas anejas y tocantes a ella están trasportados y rebatados todas las

horas, con ella hablan, della cantan y della lloran, con ella comen y duermen y

despiertan, a ninguna otra cosa responden a propósito ni piensan que puede hablar nadie

en otra materia sino en aquella. Así que todas las causas y señales tienen de alienación

como las otras especies della, sino que están estos más presos y más ligados a su locura.

Por cuanto enajenaron su voluntad y la cativaron en poder ajeno, de manera que los

otros locos querrían sanar y buscan remedios para ello si no es muy extremada su

locura, y estos no quieren sanar ni lo pueden querer, antes procuran con todas fuerzas de

meterse más adentro en la pasión, y confirmar su dolencia con mayores causas.

Esto no lo hace sino que en otras alienaciones sola la imaginación está enajenada; y los

enamorados tienen ajena la imaginación y la voluntad con ella. Y con todo esto ha

venido en costumbre de la gente, que a los otros desvariados llaman locos y a estos no,

sino galanes. Y la causa de su error nació de ver que en los amores cada uno entra por

su voluntad, paréceles que no es enfermedad la que se toma voluntariamente, sino la que

viene por fuerza y violencia de causa que hace enfermar. Alguna razón tendrían si

tuviesen los amores cuando tienen la voluntad para entrar en ellos; o si tuviesen

voluntad cuando tienen los amores. Mas el amador fino no tiene voluntad para dejar los

amores ni aún para querellos dejar, que si la tuviese yo confieso que no es loco sino

burlador. Y no embargante que entre por su voluntad, ya después que está dentro,

enfermo está. Que el dolor de cabeza que yo me tomo por mi voluntad dándome de

cabezadas a una pared, no deja de ser dolor de cabeza tanbién como el que viene por

pujanza de sangre; ni deja de ser llaga la que tú te haces voluntariamente si te rascas

mucho; tanbién como la que se hace cuando se abre una postema. Ni dejan de ser

locuras las que hace el borracho, maguer que por su voluntad semborrachase, antes todo

el tiempo que estuviere borracho estará loco. Tanbién como el amador en cuanto duran

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sus amores, que dice dos mil locuras y llámanlas gracias porque piensan que está

burlando. Y si supiesen cómo habla por fuerza, sin saber juzgar lo que dice, cualquier

cuerdo juraría que aquel hombre está loco, y el mismo paciente lo jurará después que se

viere sano.

Tiene un bien esta locura, que hace sus locos tan mansos y tan bien condicionados que

osarás sin miedo ninguno llegarte a ellos; y aún a las veces holgarás y hallarás

pasatiempo en tratar y hablar con ellos, y en ver los gestos y los falsos visajes que están

haciendo. Mayormente si aciertan los amores en un portugués músico, muy querelloso y

pobre, o en otros hombres desta calidad graciosos. En verdad que te andes todo el día

sin comer tras ellos. Lo sobredicho sentiende de los verdaderos amores como

protestamos al comienzo. Y son muy malos de examinar y conocer, porque consisten en

el pensamiento de que sólo Dios es el sabidor. Ni el mismo paciente los conocerá

porque está sin conocimiento. Por conjeturas alcanzamos algo.

Mas de los fengidos otra cosa sentimos. Que ya hemos visto algunos grandes señores

que toman los amores por su pasatiempo, y para disimular con ellos los grandes

negocios que andan urdiendo. Sábenlo tan bien hacer que quien los viere jurará que

están dentro. Mas yo aviso a sus amigas que se guarden dellos porque vienen a ellas en

vestiduras de corderos y ellos son lobos robadores. En lo que hacen por ellas lo verán,

que al verdadero amador ningún servicio es trabajo ni hay cosa que le pidan dificultosa

o imposible.

De los celos. Cap. VII.

La sustancial perdición y daño del amador brevemente lo habemos mostrado. El

remedio más cierto sería que pusiese tierra y mares entremedias de sí y de su amiga, y

se encomendase a Dios y a los devotos templos para que le resusciten en su propio ser y

le libren daquellas tan ásperas y tan escuras prisiones. Cuando esto no se hiciere, sino

que determinadamente ha de seguir por el proceso de sus amores, el mayor reparo que

tiene es procurar con todas fuerzas y diligencia que su amada le ame otro tanto como él

a ella. Porque entonces cada cual dellos dará su voluntad al querer y voluntad del otro,

de manera que juntas y pagadas entrambas voluntades, se haga dellas una voluntad

común entrellos. Y cada uno goce de su meytad; y no que quede el uno dellos del todo

perdido y deshecho.

Para las otras miserias y enfermedades susodichas, es gran consuelo haber compañía

que participe dellas, y las ayude a llorar. Cuando esto tiene el amador alcanzado, harta

malaventura tiene; y gran causa de sospirar y de llorar en todo tiempo; mas muy

consolado y muy alegre se halla. En tal estado como éste son los finos y muy lastimeros

celos: estos derriban y minan todo el reparo. Allí son los sospiros arrancados de las

profundas entrañas; con un hoyo y vaciamiento tan grande en el medio del pecho, que

no le henchirán toda la tierra y la mar. Así son los arroyos de lágrimas que revierten por

encima de las presas, porque no se pueden encubrir ni disimular. Allí es el torcer del

cuerpo y el apretar de los pechos; allí es el enclavijar de las manos y ponellas a la

rodilla; allí los gemidos al cielo con los ojos puestos en blanco; allí son las

desordenadas vueltas y locos meneos de rostro y de manos; allí se aborrece la gente y se

busca la soledad; allí van y vienen los pajes y las espías, y nunca se acaban los mensajes

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porque uno engendra diez, y diez paren ciento. Allí son las vascas d’esperar el

mensajero que nunca viene por presto que venga; allí son las bravas ondas y la gran

tempestad de los pensamientos, con los vientos contrarios de la fortuna, que unas veces

le trastumban en lo más hondo de la mar, y otras veces le ponen en la mayor altura de

los montes. Allí son los mortales escándalos y discordias del alma consigo misma: que

se yela, que se quema; que quiere lo que no quiere, que busca lo que deja perder, que

pierde lo que anda buscando; que ama lo que aborrece, que aborrece lo que ama; donde

está más allí, está menos; y allí está siempre donde nunca está. Es traído en la rueda

d’amor con tanta velocidad y presteza que juntamente está alto y bajo; juntamente a la

diestra y a la siniestra; enemigo rabioso y suave amigo; cruel y piadoso; muy fiero

cuando muy manso; muy confiado cuando más desesperado; cuando más se encubre, se

descubre más; cuando más se cierra, está más abierto; cuando más se aparta, más cerca

se pone; cuando más se despide, más quiere ser acogido; cuando más pide la muerte,

más quiere vivir; cuando más amenaza, más suplica; donde más guerrea, allí se rinde; a

quien ofende, defiende; a quien roba, da cuanto tiene; lo que da, no lo da; lo que dice,

no lo dice; lo que siente, no lo siente. Y otros bullicios y diferencias infinitas que nacen

dentro de la opinión conformes a la calidad de los amores y celos, y a la condición del

paciente. Que cada uno siente de su manera estas cosas, y por eso es infinito el número

de los locos.

Finalmente, podemos concluir pues todas estas penas y descontentamientos se sienten

dentro del alma sin que haya lisión en el cuerpo, que aquí debe estar figurada y

plasmada la imagen y hechura del infierno espantoso y terrible. ¿Parécete agora que es

buena vida ésta para procuralla con tanta diligencia? Tienes este por buen pasatiempo,

para perder por el tiempo y la hacienda y la honra y el cuerpo y el alma. Si preguntas al

amador: ¿qué has?, ¿qué te duele? ¿Tómante algo de tu hacienda? ¿Hácente alguna

injuria a la honra?; ¿niégate tu amiga la parte que te solía dar, o qué es esto que sientes?,

dirá que no es nada deso, porque si a todo ello le satisfacen, el que no queda satisfecho

en tanto que ella diere parte a otro. Así que la verdad es la que te habemos enseñado:

que cuando estaban juntas las voluntades dentrambos, él gozaba de su meytad. Si ella

agora despega y aparta su voluntad para dalla y enajenalla en otro, este queda del todo

perdido y vendido, puesta su libertad en poder de quien no tiene libertad para libralle;

cativo en poder de cativa que no puede ahorralle. Queda con todas las pérdidas

susodichas y sin el reparo que para ellas le habíamos dado. Y no sabe decir sino que le

hizo traición su amiga, y que le mintió malamente y le trincó la palabra, según que por

sus cartas y firmas parece muy patente.

Cómo el celoso es loco de arte mayor. Cap. VIII.

El celoso enloquece de tres temas muy grandes y muy desvariadas. La primera es de

amor, que es gran locura, como habemos probado. Y avívanse mucho las llamas del

amor con el soplo de los celos; porque la cosa amada y preciada, en mayor grado se ama

cuando se pierde. La segunda tema es el miedo y asombramiento que trae. Primera y

principalmente teme de perder a su amiga en quien está depositado todo su tesoro, su

corazón y su voluntad. Deste gran temor nacen infinitos temores, ramos suyos. Tiene

miedo de cuantos hablan paso unos con otros; miedo de la tinta y del papel; miedo de

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los confesores y de los hombres de santa vida; miedo de las fiestas y regocijos; miedo

de los sermones y misas y romerías; miedo de los sastres y chapineros y cocineros y

aguaderos y miedo de los pobres; y miedo de todos los hombres y mujeres y niños y

niñas que hablan con su amiga o pasan por su calle; y miedo de ventanas abiertas y

entreabiertas; y de ropas y lienzos puestos en ellas. En fin, que teme de palabras y de

sombras y de bultos y piedras y otras cosas no pensadas jamás. Los cuales temores,

formados todos en su estimación, le hacen andar atónito y desemejado. Y esta especie

de locura se llama en la Física, temor y solicitud. Los que tienen mirachia19

van por este

camino, y aunque no tienen tanto mal como éstos, sabrán decir qué tan triste

enfermedad es ésta y cuánto tormento secreto se pasa en ella. La tercera tema es la ira

que concibe contra su amiga y contra el que la sigue, y contra todos los coadjutores y

fautores desta cisma, y contra todo lo tocante y perteneciente a ello. En fin, que tiene ira

contra todo lo que teme. Y es una ira no ejecutable ni vengable, porque a la venganza no

le ayuda su voluntad, que se le pasó a los enemigos. Así que desea vengarse y no tiene

voluntad para ello. Y tanbién lo dejaría porque es cosa que no se puede acabar, que son

infinitos aquellos que es menester matar para satisfacerse, y por no dar ocasión a su

ausencia, y al apartamiento de aquella en quien él está trasformado, que sería apartarse

de sí mismo. Esta ira, así furiosa y no vengable, se llama en la Física frénesis o manía.

No es loco manso ni de buena conversación como el amante. Apártate dél cuanto

pudieres y si por caso hablares con él, sea muy sobre el aviso; porque esta locura ha

hecho perder muchas vidas y destruido grandes ciudades y reinos según que habrás

visto y leído por las historias. Con lo susodicho entenderás el capítulo postrero de la

comedia. Y pues que habemos ya definido y dividido por sus partes el amor vicioso y te

lo enseñamos según su naturaleza, agora conviene que hablemos un poco del amor

virtuoso. Y porque en el amor de Dios se contiene el amor de todas las virtudes, y las

buenas labores dellas se sacan todas deste dechado, por tanto hablaremos solamente del

Amor, de Dios y daremos conclusión y fin a nuestra doctrina.

Del muy excelente y soberano amor. Cap. IX

Si el amor que tienes plantado en la mujer o en las otras cosas mundanas, le arrancas

dallí y le trasplantas en Dios, tú granjearás un árbol de vida y de sabiduría y gozarás de

un fruto sin comparación, deleitoso y provechoso. Este árbol crece en tan grande altura

que no se puede alcanzar la fruta madura y sazonada dél hasta que el alma se pone en

jubón y calzas y se despoja de toda su vestidura mortal. Mas alguna della cogemos acá

verde, como se cae del árbol y tiene tan suave olor y tantos buenos sabores que si

alguno la gusta con apetito sano, no enfermo ni corrupto, ligeramente juzgará que pasa y

sobrepuja sin proporción a todos los deleites desta vida. Primeramente sale desta fruta el

suavísimo olor del buena fama con que trasciendes en toda la casa do estas y en todo el

lugar y por toda la provincia, y en toda la corte de España, y aún en la del cielo te alaban

todos y dicen bien de ti. Es éste muy gran deleite, así como es gran pena ser un hombre

infamado y maldito de todos. Tras esto gustas el sabor del sosiego y seguridad de tu

19

Mirachia, como dice el Dictionary of Arabic and allied Loanwords de Federico corriente, Brill,

Leyden, 2008, 381, es una palabra que traduce el término de Avicena, Alqanun, hace referencia a una

enfermedad producida por la acumulación de bilis negra, y sobre todo de pequeñas partes de bilis.

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ánimo, que no has miedo que te venga cosa que te haga sobresalto porque tienes dada y

ofrecida tu voluntad y tu querer a quien tú amas. Y así, todo lo que quiere, quieres tú. Y

con todas sus cosas te alegras, y todas las amas. Y este sosiego del ánimo es la paz que

nuestro Señor trajo a la tierra, a los hombres de buena voluntad, conviene saber a los

que gela tienen ofrecida. Desta paz gozan los justos. Por eso dice el profeta que la

justicia y la paz se besaron. Podemos juzgar cuán dulce sabor debe ser este los que

andamos metidos en los hervores y bullicios de la corte, en ver cuán amargo es el

desasosiego y sobresaltos que aquí gustamos. Por eso dice el profeta que el corazón del

malo es como la mar herviente, que sosegar no puede. Gustas asimismo el menospreciar

de las prosperidades y favores, porque en verte bien quisto y favorido de tan gran rey,

estimas en tanto el favor de los otros reyes como sus privados estimarían el favor de sus

azemileros. Aquí no has miedo que te muerdan ni te dañen los invidiosos, ni tienes

temor de ser descubierto, porque no habrás miedo ni vergüenza aunque te tomen con

Dios en ascondido. Suelen ser las canas y la vejez estorbo en los otros amores, y en

estos no. Antes te verás con ellas más hermoso y más dispuesto. Este es muy gran

descanso para tratar amores; ¡que darían los otros cuanto tienen por tornarse atrás en la

edad! y pelan con tenazuelas las canas que asoman y guisan las barbas con pebrada

como caracoles. ¡Qué más quieres tú! Sino que la dolencia te hace más gracioso, y la

muerte más lindo y más alegre; aunque la pintan triste y fea.

Ítem, en estos amores no puedes padecer ausencia, ques una de las crueles penas damor,

ni te pueden apartar de quien bien quieres prisiones ni amenazas, ni fuerzas ni destierro

ni otra violencia mundana; porque do quiera que fueres, allá lo llevas contigo, ni hay

puerta cerrada para ti cada vez que quieres entrar; porque en buscando al que amas le

hallarás luego, y en pulsando luego te abrirán. Gozas tanbién de una buena confianza,

que es el mayor sabor y más deleitoso de toda esta vida, pues que con las esperanzas

della, dudosas y caducas, te alegras y consuelas más que con lo que ya posees, y gozas

daquel contentamiento secreto y alegría escondida que siente tu alma cuando haces lo

que debes. Aquí no receles de perder el seso, porque en estos amores ninguna imagen ni

fantasma tienes formada, ni figurada en la imaginación o fantasía. Que no son amores

sensuales estos ni se conciben en los sentidos, mas son amores intelectuales y puestos

en razón; y el entendimiento no pierde sus fuerzas por ser alta o descompasada la cosa

que contempla, aunque no quepa en su capacidad, antes queda más vivo y más fuerte

para el conocimiento de las otras inteligencias menores. Y esta es una de las ventajas

que el entendimiento hace a los sentidos corporales, como se trata en el tercero De

anima, así que no enloquecerás ni perderás el juicio en estos amores, porque consisten

en la razón y prudencia, y son propios amores de hombre en cuanto es hombre, y no de

hombre en cuanto es bestia. Otrosí, no te disminuyes de tu valor natural para que te

sometas a otra cosa que sea de menos condición que tú, antes honras y acrecientas tu

naturaleza, que como eras de condición mortal te haces inmortal; y como eras humano,

te haces divino. Y en esto se deberían esmerar los generosos ánimos de los caballeros,

que como procuraban con tantos trabajos y peligros y aún haciendo lo que no deben, por

conservar y acrecentar los estados que sus padres les dejaron, procurasen con mayor

diligencia y haciendo lo que deben de guardar y acrecentar el valor y dignidad natural

que en sus personas tienen; ca el estado de menos estima ha de ser que la persona, pues

que fue para la persona y no la persona para el estado.

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Ítem, en estos amores vivirás seguro de haber celos: que ya sabes que es immudable

quien tú amas, y que siempre te amará tanto como agora, y mucho más si tú quisieres. Y

sabes tanbién que el amor que te tiene es mayor que el que tú le tienes, y bien se parece

en lo mucho que te da y en lo poco que tú le das. Y cuanto más competidores tengas y

cuanto mejor les fuere a ellos, tanto serás tú más preciado y más amado. Porque aquí

los unos no impiden a los otros, antes se ayudan en tanto grado que después de Dios no

habrá cosa en el mundo que más ames que a tus competidores. Finalmente, te quiero

comprender en una excelencia de sabor que tiene esta fruta a todas cuantas dulzuras y

deleites tú puedes pensar, y otras infinitas más de las que puedes entender, y es que pues

el amante se trasforma en el amado, si tú amas a Dios, te trasformas en él y te haces una

cosa con Dios y hijo suyo; que así dice San Juan que: “a todos los que le reciben en su

amor y voluntad, les dio poder para que fuesen hechos hijos de Dios, y no hechos de

carne y de sangre, mas nacidos del mismo Dios”. Y en otro lugar dice que: “quien está

firme en el amor de Dios, está en Dios y Dios en él”. Faltan en verdad vocablos y

sobran conceptos. Faltan conceptos y sobra lo que es infinita manera. Baste agora que

sabemos por muy cierta experiencia, que los que en este mundo caminan por las veredas

y sendas de paraíso, en el mismo camino comienzan a oler y gustar los deleites de allá,

y los que tiran amanizquierda, por el camino del infierno, acá hallan el rastro y las

pisadas dél, y en lo que sienten se les trasluce lo de allá. Muy dulces amores te habemos

puesto delante, y muy ligeros de alcanzar si tú los quieres. Y si fueren menester

medianeros para aliviarte, de cuidado hablarás con su misma madre que con ser

honestísima y la más casta mujer que nunca fue ni será, tomará tanto cargo de tus

amores como si le fuese la vida en ello. Y si quisieres los mismos porteros y guardas de

palacio dilo a San Pedro y a sus compañeros. Y si quieres de las dueñas de casa, viudas

de tocas largas y honestas que no se guardan dellas, puedes fiarte de muchas que allí

están y encargarles tu negocio cada vez que quisieres. Y si quieres damas y vírgines, en

un rincón deste palacio hallarás más que en todo el mundo. Y si quieres a sus mismos

pajes, que nunca se le quitan delante, habla con San Miguel o con cualquiera de los

otros. Allí hallarás confesores y religiosos que te ayuden; allí habrá caballeros

esforzados con treinta cuchilladas por las caras hechos arneros por amores, que te

sabrán muy bien entender y holgarán de favorecerte. Toda esta gente deste palacio te

mirará con ojos de amor y te recibirá con los brazos abiertos y las bocas llenas de risa y

no les habrás dicho la cosa, cuando la tengan hecha sin pedirte interese ni traerte

mentiras. Y serás de toda la gente de palacio muy conocido y muy bien quisto por el

cabo. Si te agradan estos amores, síguelos; y si no quieres sino mujer y dama hermosa, y

a esta metella en las entrañas y en los senos del corazón, y que sean de Dios por fuera

como si fuese una vieja que te ruega y te da cuanto tiene, puédeslo hacer. Empuércate

bien en tus suciedades y revuélcate mucho por tus cienos y chaparrales, y saldrás tal de

allí que no haya quien de asco pueda mirarte sino el diablo que te abrazará sin cosa, y te

meterá en aquella pocilga que buscabas. Ella es tal, que en pensalla solamente, si bien la

contemplas, te tomarán dos mil desmayos.

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Fin de la obra y recomendación de las mujeres. Cap. VII

Habemos vituperado el amor vicioso del hombre a la mujer, lo mismo amonestamos a

ellas que se guarden dellos, que mayor daño les viene porque son más delicadas y

concurren en ellas más circunstancias de perdición. Mas de amor honesto y virtuoso

ellas son dignas y merecedoras de ser amadas por muchas prerrogativas y gracias de que

fueron dotadas. Primeramente, porque son criaturas de Dios, capaces de razón y

dentendimiento como los hombres, hechas de su misma masa a la imagen y semejanza

de su hacedor. Otrosí, por la gran hermosura que les fue dada. Que debajo del cielo no

hay cosa tan delectable para la vista de los ojos y para dar gracias al maestro de tales

imágines como es ver una mujer muy hermosa y bien apuesta; ca resplandece más en

ellas la belleza por su gran vergüenza y esquividad. Porque las cosas vistas y

comunicadas pocas veces, deleitan más la vista por ser más nuevas, que se miran con

mayor deseo, como dice Aristótiles en el décimo de La Ética. Tienen asimismo

inclinación natural a las cosas de Dios y ejercitan los oficios divinos sin cansancio ni

fatiga, antes reciben en ello recreación y consuelo. Y por eso las llamó la iglesia: linaje

devoto. Tienen tanbién mucha obediencia y mansedumbre: que donde son compañeras,

se hacen siervas compradas por precio, y sufren los insultos de los hombres y los de la

fortuna con gran paciencia. Ítem, son muy moderadas en comer y beber y sentir loas; si

mantienes veinte hombres y veinte mujeres, no hay borracherías entrellas ni bodegones;

no hay juegos ni blasfemias, ni juramentos sacados de las entrañas y tuétanos de la fe

católica. No hay homicidios ni robos, ni otros enormes pecados que a cada paso

cometen los hombres. Otrosí, la castidad halló en ellas espaciosa morada, y conocer lo

has en una cosa: que si en una gran ciudad hay diez mujeres erradas, daquellas se habla

por los cantones; daquellas se hacen los corros por las plazas como de cosa nueva y

monstruosa, mas de los hombres con quien erraron no dicen nada, siendo en ellos mayor

la culpa, así como en cualquiera escándalo el agresor y acometedor tiene mayor culpa

que el acometido y perseguido. Y aún estas mujeres erradas, con toda su infamia, son

más honestas y más recogidas que los hombres honestos del pueblo. Y esto no lo hace

sino que quisieron ellas tomar para sí la observancia y regla de la virtud tan estrecha,

que los pecados que son veniales y livianos en los hombres, los hicieron en sí muy

graves y muy mortales; y ellos tomaron la vida tan ancha que un ladrón muy malvado y

muy borracho osa decir en medio desa plaza, que él no es hombre que ha de hacer cosa

que no deba; y sobre esta razón no duda de matarse con otros dos, y dan con él en el

infierno. Y dicen luego los que le lievan a enterrar que juran a Dios que hizo bien, para

qué es la vida, y que dan al diablo la vida que no se pone al tablero por la honra. Y sale

otro más fiero dentre ellos y dice: no, no, esa rayase la dios del casco, que hago voto a

Dios, la vida y el alma pierda cien veces si me tocan en la honra en tanto como este

pelito, y saca el pelito de la capa que apenas le halla y sóplalo.

¿Parécete agora que es bien ancha regla la destos bellacos que piensan que hacen lo que

deben en hurtar, y en ser profanos y viciosos de todo género de pecado? Y si una mujer

tuerce el ojo ella misma, ha vergüenza de parecer entre las otras. Y no embargante todo

lo susodicho y mucho más que se podría decir, no ha faltado quien murmurase de todas

las mujeres en general, y escribiese juicios y sentencias contra sus honras. En verdad

que me parecen sentencias vanas, sin fundamento de razón y de jueces apasionados,

porque alguna dellas no respondió a sus desordenadas y torpes demandas. Y no es de

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maravillar que aún a Dios reprenden y maltratan, porque los tiempos y las otras cosas

que crió no responden a sus locas voluntades para henchir sus hambrientas y tragonas

avaricias. Que la divina providencia cura de nosotros, como un padre muy piadoso cura

de sus niños: cumpliendo con todas sus necesidades y no satisfaciendo a todas sus

peticiones, porque son inocentes y no saben lo que piden. Esto no les agrada a los que

tienen mucha pasión de lo que desean y poco cuidado de la gobernación del mundo. Así

que las mujeres, entonces, las maltratan más cuando menos culpa tienen; y la ponzoña

que conciben de una sola, derrámanla sobre todas. ¡Qué vileza tan grande! Ofender a

quien no se defiende, y alargar mucho la lengua en injuria a quien no responde por sí.

Muy magnífico señor.

Con las liviandades de Júpiter, como con plumas de gallo, he pescado aquí galanes

como truchas para metellos en la santa dotrina del amor virtuoso. Y maguer que ellos se

congojarán en salir de sus piélagos, no deja por eso de ser buena la pesca. Esto les doy

en pago de cuantas mercedes y favores en esta corte me hacen, porque estoy de voluntad

si Dios quisiere de dejallos muy presto. Y si la grave enfermedad del rey nuestro señor

no me detuviese, que sería mal caso dejar a su alteza en tan gran necesidad, ya me

habría yo arribado en algún puerto y remanso donde escapase de los peligrosos golfos y

tempestades desta mar. Que en verdad, si toda la corte es bullicio y turbación y

desasosiego, los que hacen la corte, que son los que residen en ella, turbados andarán y

bulliciosos y desasosegados, y no queráis mayor venganza de los que mal quisiéredes,

porque parece que comen y no comen, pues no toman gusto ni sabor en el manjar;

parece que duermen y no duermen, que mil vuelcos dan en las camas. Parece que ríen y

no ríen, que no les viene la risa del placer que sienten. Mas daquellas arcadas y

singultos20

mortales para hacer palacio y buena conversación, parece que hablan y no

hablan, porque en su habla no declaran su concepto sino la lisonja y lo que al otro ha de

agradar: las cautelas, las falacias, los engaños y las hipocresías. En fin, que ya es tanto

el miedo que todos tienen de decir verdad que escogen huyendo della meterse por los

peligros, antes que con ella ampararse dellos. El pobre dice que es rico, y si torna a ser

rico dice que es pobre; de manera que no huye de parecer pobre ni rico, sino de confesar

la verdad. Parece que oyen misa y no la oyen, porque no entienden lo que dicen ni lo

que se dice ni a quién se dice. Parece que se confiesan y no se confiesan, porque de la

más liviana cosa que tratan llevan más cuidado y mayor agonía que de todas cuantas

ofensas hicieron a Dios. Así que todos los actos de su vida son por este tenor. De

manera que parece que viven y no viven; corren desalentados, reventados por las hijadas

tras una liebre; atraviesa otra y dejan la primera, atraviesa otra y dejan la segunda,

atraviesa otra y dejan la tercera. Al cabo no toman ninguna y quedan hechos pedazos, y

si por gran dicha, uno entre mil alcanza la liebre que otros levantaron, el que la mata no

la come sino para duro y de dolor atado con cadenas de probanza y metido en la

ceguedad y embebecimiento del favor, vasqueando y gruñendo por salir a cazar más, y

20

Singultos: “Ab ileo vomito*, aut singultos, aut convulsio, aut insania, malum” según se dice en

Aforismos de Hipócrates, sección sexta, en la colección La aspiración médica, Revista teórica clínica,

Año I, También aparece en el aforismo XXXI de la edición Alonso Manuel Sedeño de Mesa, Madrid,

1789.

Page 81: Anfitrión con privilegio real por diez años · De forma habitual, se suele decir que los malentendidos de la comedia de Plauto conciernen a equívocos genéricos de la mente humana,

Biblioteca SAAVEDRA FAJARDO

de Pensamiento Político Hispánico

Plauto.

Anfitrión. Traducción de

Fco. López de Villalobos

81

los que cazan con ellos cómense las liebres que son sus herederos y sucesores. Estos

gozan de la caza y meten sus galgos en las tinieblas exteriores donde son los aullidos y

el regañar de los dientes. Habemos visto esta burlería, no en uno sino en diez; no en

diez, sino en ciento; burlamos de los que así mueren y no escarmentamos, antes

habemos invidia de sus vidas. Y los mismos que mueren burlaron ya y chiflaron de

otros que murieron primero que ellos en la misma locura. Este es el juego de los negros

que van en carnes, que cada uno se cae de risa de la fealdad del otro. Así que esta

enfermedad de los cortesanos bien parece desde agora en lo que ha parar: señales

mortales tiene; trazado tiene el infierno; que en ella veréis las entradas y vueltas dél. De

manera que cuando allá entrare el desventurado podrá decir: ¡O, casa triste y escura, con

cuánto dolor y trabajo te hallé y cuánto fuera mejor no hallarte! En el camino te vi

muchas veces, y pudiera desviarte si quisiera, agora querría y no puedo. ¡O ciega y

engañosa mercaduría, que solamente porque cuestas cara engañas! Y solicitas a los

compradores para que no te dejen, pensando que vales algo; y las cosas de valor

desprecian porque son barato. Plega a Dios y a su Santa Madre que me guien y me

pongan en camino llano por donde pueda pasar esta breve carrera con pocos estropiezos.

Y a vuestra merced haga muy gran Señor con tal condición que sea para servicio suyo y

descanso vuestro, amén. De Calatayud en seis de octubre de mil y qui[ni]entos y quince

años.

Fue impreso el presente tratado por el honorable Arnao Guillén de Brocar. En la

noble villa de Alcalá de Henares. A treinta días del mes de agosto de MyDyXVII

años.