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Materia: CULTURA ARQUITECTONICA Cuadernillo Bibliográfico Nº 2 HACIA UNA HISTORIOGRAFÍA REALISTA DE LA ARQUITECTURA. En todo enfoque historiográfico de la arquitectura concurren dos términos: una concepción de la arquitectura, una concepción de la historia, ambas integradas a una visión de la realidad. Ciertas corrientes filosóficas subyacentes en muchos trabajos historiográficos, que soslayan, absolutizan o distorsionan algún aspecto de lo real, conducen a tergiversar las conclusiones. Los problemas de la historiografía de la arquitectura no son ajenos a la crisis de la cultura contemporánea, que exige restablecer las relaciones primigenias con la realidad y recapitular todas las cosas desde una visión totalizante. Así será posible situarnos en la historia y abordar una Teoría de la Arquitectura que reencauce tanto el estudio de las obras como el mismo quehacer arquitectónico, aportando a la refundación de una genuina cultura humana y cristiana. En el presente trabajo trataremos acerca del primero de los términos mencionados, a fin de que, recuperada la naturaleza de la arquitectura, sea viable una historiografía realista y objetiva, que permita a quien la posea situarse con libertad de criterio ante las distintas corrientes e ideologías, asumiendo todo aporte positivo sin esquemas a priori. El punto de partida es un acto de sumisión a lo que las cosas mismas revelan; en la medida en que aceptamos lo que las cosas atestiguan por sí mismas, llegaremos a la verdad. Desde esta posición podremos elaborar una doctrina basada en principios universales, válida en toda época, que por acomodarse a la naturaleza de las cosas no perderá nunca su valor. Una doctrina así concebida será tan antigua y tan nueva como los primeros principios del pensamiento y de la realidad. Para ubicarnos objetivamente ante la realidad, debemos reconocer el orden impreso en ella por el Creador. Dios ha creado el cosmos compuesto por seres relacionados jerárquicamente, diferenciados y complementarios y subordinados al hombre, su criatura privilegiada, a fin que este se sirva de ellos y alcance su plenitud: Dios mismo. Es tarea del hombre transformar la realidad dada (naturaleza); cuando a es transformación la desarrolla en orden al perfeccionamiento de su ser y de las cosas exteriores a él en 368

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Materia: CULTURA ARQUITECTONICA Cuadernillo Bibliográfico Nº 2

HACIA UNA HISTORIOGRAFÍA REALISTA DE LA ARQUITECTURA.

En todo enfoque historiográfico de la arquitectura concurren dos términos: una concepción de la arquitectura, una concepción de la historia, ambas integradas a una visión de la realidad. Ciertas corrientes filosóficas subyacentes en muchos trabajos historiográficos, que soslayan, absolutizan o distorsionan algún aspecto de lo real, conducen a tergiversar las conclusiones. Los problemas de la historiografía de la arquitectura no son ajenos a la crisis de la cultura contemporánea, que exige restablecer las relaciones primigenias con la realidad y recapitular todas las cosas desde una visión totalizante. Así será posible situarnos en la historia y abordar una Teoría de la Arquitectura que reencauce tanto el estudio de las obras como el mismo quehacer arquitectónico, aportando a la refundación de una genuina cultura humana y cristiana.

En el presente trabajo trataremos acerca del primero de los términos mencionados, a fin de que, recuperada la naturaleza de la arquitectura, sea viable una historiografía realista y objetiva, que permita a quien la posea situarse con libertad de criterio ante las distintas corrientes e ideologías, asumiendo todo aporte positivo sin esquemas a priori.

El punto de partida es un acto de sumisión a lo que las cosas mismas revelan; en la medida en que aceptamos lo que las cosas atestiguan por sí mismas, llegaremos a la verdad. Desde esta posición podremos elaborar una doctrina basada en principios universales, válida en toda época, que por acomodarse a la naturaleza de las cosas no perderá nunca su valor. Una doctrina así concebida será tan antigua y tan nueva como los primeros principios del pensamiento y de la realidad.

Para ubicarnos objetivamente ante la realidad, debemos reconocer el orden impreso en ella por el Creador. Dios ha creado el cosmos compuesto por seres relacionados jerárquicamente, diferenciados y complementarios y subordinados al hombre, su criatura privilegiada, a fin que este se sirva de ellos y alcance su plenitud: Dios mismo. Es tarea del hombre transformar la realidad dada (naturaleza); cuando a es transformación la desarrolla en orden al perfeccionamiento de su ser y de las cosas exteriores a él en vistas a su propio bien, estamos en el ámbito de la cultura en sentido estricto. El hombre por su actividad cultural continúa y amplía la obra de Dios. Es por su dimensión espiritual sujeto y artífice de cultura, en la medida en que logre que la pura naturaleza se trascienda así misma tendiendo al fin de la Creación: la gloria de Dios.

Al orden cultural pertenecen las obras singulares de arquitectura. Es necesario comenzar por ubicar a la arquitectura ya la obra de arquitectura en el campo de la cultura a fin de dilucidar su naturaleza, condición para abordar las concreciones individuales.

En el hombre hay tres dimensiones diferenciadas que son otras tantas divisiones de su vida espiritual: conocer, obrar, hacer. Las tres están relacionadas con la actividad cognoscitiva y se diferencian por su finalidad: dirigidas al puro conocer, pertenecen al orden especulativo; si buscan el conocer para actuar pertenecen al orden práctico y aquí cabe distinguir el dominio del obrar y el dominio del hacer. El obrar considera el uso que hacemos de nuestra realidad, le interesa el bien del sujeto que obra. El hacer está ordenado a la perfección de la obra a producir, su dominio son las artes. El arte es una virtud intelectual del artífice que podemos definir como "El hábito del entendimiento práctico que consiste en la recta determinación de las obras a ejecutar".

Así ubicado "el arte" como actividad, nos preguntamos por la "obra de arte" en sentido genérico. En primer lugar la podemos situar entre los seres que constituyen la realidad concreta, ya que primaria y metafísicamente es un ser y como tal en su generación podemos reconocer cuatro causas (llamamos causa a aquello por cual algo es o sucede):1) Causa Final: Es el destino, intencionalidad, propósito al que va dirigido el ser o la obra. Responde a la pregunta ¿para qué?

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2) Causa Eficiente: “agente”, "creador", "hacedor", "autor"; que trae o impulsa a la existencia. Responde a la pregunta ¿a causa de qué? ¿a causa de quién?3) Causa Formal: Lo que da el ser, lo determinante; es el principio ordenador. Responde a la pregunta ¿por qué?4) Causa Material: Es lo determinable o determinado por la forma; lo que se presenta al ser. Responde a la pregunta ¿de qué?

La primera y la segunda son causas extrínsecas de algoo; la tercer y la cuarta son sus causas intrínsecas.

A diferencia de los seres naturales en los que la unión forma-materia es connatural o sustancial, en los seres culturales esa relación forma-materia es contingente y accidental, por lo que denominamos a los primeros seres sustanciales y a los segundos seres accidentales. A este mundo pertenecen las obras de arte o artefactos. En los seres artificiales la materia que el artista va a ordenar es preexistente por lo que nunca llegará a la unión total entre forma y materia que se da en los seres sustanciales aunque deba inspirarse en su ejemplaridad.

Entre las obras de arte debemos distinguir las que están ordenadas a la utilidad del hombre de aquellas ordenadas a la belleza y obras de arte bellas. A esta clasificación la hacemos atendiendo al fin principal de cada una ya que no existe obra de arte bella que no admita ninguna utilidad como tampoco obra solo útil sin posibilidad de belleza. Y justamente la obra de arquitectura es a la vez útil y bella.

Nos hallamos aquí ante la belleza, ese modo de ser perfecto de una cosa, que se da analógicamente tanto en los seres naturales como en los artificiales. Una cosa es bella cuando resplandece en ella su definición, o sea: "El esplendor de la forma" (belleza inmanente) o "El esplendor del Ser" (belleza trascendente). La belleza es ante todo objetiva, consiste en ese esplendor ontológico. Independientemente de que el hombre la conozca, ella está en la realidad concreta de las cosas. La materia debidamente asumida por la forma se transfigura en integridad, orden, proporción y nitidez que sin ser la belleza, necesariamente la acompañan como sus notas propias.

Llegados a este punto estamos en condiciones de definir a la arquitectura como actividad (1). Decimos así que: "Es el arte bello capaz de conformar lugares adecuados y adecuantes a determinadas actividades del hombre". Del hombre considerado en toda su realidad: en su condición personal (su fin último, sus apetitos de verdad y belleza, sus necesidades síquicas y corporales), en su condición social (los fines y necesidades de los órganos sociales naturales en su dimensión cultural (los fines y requerimientos de los órganos sociales culturales)

A la luz de lo enunciado también podemos definir a la obra de arquitectura bajo su doble finalidad utilidad y belleza: "Es el artefacto apto para satisfacer determinadas actividades del hombre (capaz de promover, posibilitar o inclinar a un determinado modo de vida), en el que esa aptitud debe manifestarse con nitidez, integridad y armonía, conformando un orden físico símbolo de un orden espiritual". Esto último quiere decir que mientras la obra no exceda la mera utilidad, no sea ella en algún grado bella, no será propiamente obra de arquitectura. E inversamente, si la obra no es un "lugar” que tenga como destino ser utilizado en el desarrollo de una actividad humana, no será obra de arquitectura aunque pueda eventualmente ser bella.

De este marco teórico abordaremos nuestro objeto de estudio: la obra singular de arquitectura históricamente situada.

Ya los antiguos reconocían que las cuatro causas mencionadas abarcaban todas las preguntas posibles acerca de la razón de lo individual y contingente.

Como toda realidad, cada obra es una e indivisible y el análisis de sus diversos aspectos no debe llevarnos a perder de vista la unidad del todo ni la interacción de las causas.

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Comenzamos ubicando a la obra de arquitectura en el orden más abarcativo que es el orden cultural, elaborado por el hombre a partir de la realidad dada.

Todo hombre por el hecho de ser tal tiene una visión de la realidad (Dios o fin último, el hombre, el mundo y sus mutuas relaciones) a la que llamaremos cosmovisión. Verdadera o falsa, en distintos grados de conciencia y haya llegado a explicitarla o no, ella informará su conocer, obrar y hacer. En las culturas históricas, consideradas en algún momento de su evolución, por ejemplo en su período de esplendor; la sociedad o al menos la mayoría de sus miembros participan de una misma cosmovisión (2). Presente analógicamente en todas sus expresiones culturales, es lo que confiere unidad a esa cultura. De ahí que sea posible a través del arte conocer la cultura inspiradora, que a modo de causa formal remota conforma a la obra por haber influido previamente en el artista. A la vez, para comprender la obra es necesario conocer las distintas manifestaciones de la cultura a la que pertenece. Hacemos notar que esta comprensión no debe confundirse con el conocimiento propiamente artístico que es gozo de lo bello, intuición de “resplandor de la forma”.

De las causas próximas de una obra consideraremos en primer término las extrínsecas: final y eficiente. Finalidad: La obra arquitectónica persigue una doble finalidad: a) su destino: lugar para satisfacer determinada actividad humana; es su ser "instrumento”; b) la belleza: su ser “símbolo”.

Ambos fines no son separados ya que la belleza es un modo de ser. La arquitectura procura por tanto un instrumento bello. En toda obra acabada, sobre la realidad sensible impera un orden: el orden mimético de la actividad para la que fue concebido un lugar. Para una comprensión profunda de la actividad humana a la que se ordena el primer fin de la obra además de todos sus aspectos funcionales, que darán las bases programáticas de la misma, se deberá considerar la naturaleza y fin propio de la actividad en un orden cultural, ya que es la cultura la que define fundamentalmente la finalidad de la actividad que es la base del verdadero “orden formal” de la obra.

Agente: La causa eficiente de la obra son los diversos operarios que la ejecutan, pero de manera principalísima quien genera la causa formal. Ya que “según es el ser son sus operaciones”, a la comprensión de la obra ayudará el conocimiento del autor.

Por su dimensión social el artista es informado por la cultura de la sociedad a la que pertenece y a la cual él por su obra expresa, tanto en periodos de arraigada tradición cultural como en aquellos en que el espíritu individualista es el imperante o cuando se postule regular la obra de acuerdo a cánones racionales y abstractos soslayando o enfrentando a la tradición histórica. Por lo cual desde ese contexto deberán ser considerados los distintos aspectos de su formación personal: intelectual (concepción del mundo y del arte, conocimientos técnicos), moral (fin personal, valores), artística (hábitos operativos, sensibilidad, intuición).

Todo ello concurre a dar el "estilo" a la obra, entendiendo por estilo el rasgo, característica o modo de ordenar el todo y las partes propio de una cultura.

Finalmente atenderemos a las causas intrínsecas de la obra:Materia: Entendemos por materia aquello por lo que se puede lograr por su disposición, informándola, otra cosa; todo lo que está en disponibilidad de lograrse con ellos un orden. En los seres naturales ella es indivisible y no existe fuera de su forma sustancial. En la obra de arte es siempre materia segunda, prefigurada en menor o menor grado. Son los "materiales": madera, vidrio, ladrillos y suponen ciertas materias plásticas: espacios, volúmenes, planos, líneas. Por ser las obras de arte "artefactos" o "ser artificiales, ser compuestas, es decir constituidas por componentes, es su manera de ser. La prefiguración de esos componentes y su modo de participar en el orden total, ha de ser estudiada con particular atención.

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Forma: La causa formal inmediata es la idea del artista que produce un todo de orden artístico. Pero de manera mediata, dicha idea es un encuentro entre el orden cultural implícito en la manera de concebir la finalidad de la obra y la propia alma del artista.

De la capacidad del artista dependerá que ese orden espiritual (idea o forma) tenga su correlato en el orden físico de las partes (figura). La adecuada relación entre forma y figura producirá una obra lograda.Figura: Es el principal accidente de una obra y en cuanto tal es una propiedad: aquello que está en algo y sólo en él, el accidente necesario e inseparable.

Es importante la distinción entre forma (orden espiritual) y figura (orden físico) que en el lenguaje común e incluso en el mundo del arte se utilizan como sinónimos. Los griegos, al suponer que un objeto tiene sólo una figura patente y visible sino también una figura latente e invisible, forjaron la noción de forma en cuanto figura interna captable sólo por la mente. Platón llama a esta figura interna idea o forma. Aristóteles distingue: materia aquello con lo cual se hace algo; forma aquello por lo cual algo es lo que es.

Por tanto decimos que figura es el aspecto externo de un objeto, su configuración; forma, en cambio, es el aspecto interno de un objeto, su esencia.

La figura es el objeto de nuestra percepción a través de la cual la inteligencia aprehende la forma o esencia de una obra.

Se suele confundir la figura con la esencia de la obra de arte, buscando allí el "quid". Pero el quid está en cómo, mediante esa figura, se presencializa aquello que constituye su principio ordenante. Hay que saber descubrir a través de la materialidad de la figura el orden espiritual al cual remite: ésta es la dimensión simbólica de la arquitectura en tanto que bella.

Captada en su simplicidad la clave de interpretación de una obra que es su forma, podremos adentrarnos en su realidad física sin riesgo de atomizarla.

Es necesario identificar en primer lugar la manera en que se despliegan las partes a través del ordenamiento figurativo impuesto por el arquitecto o "partido" que puede coincidir o no con los ordenamientos "tipo", fruto de la experiencia de la humanidad y cuya naturaleza permanece.

La figura, por ser la realidad corpórea de la obra, puede considerarse bajo diversos aspectos, los que pueden reducirse a dos: el ordenamiento extensivo o dimensional y el ordenamiento sensible, correspondiendo al primero las categorías espaciales, volumétricas, superficiales y lineales en todo el mundo de sus posibles relaciones de ritmos y proporciones o euritmias; al segundo, la luz, el color, las texturas.

Además de analizar el primer condicionante que es la figura, se estudiará su posición o relación de la obra con su entorno o contexto, es decir, la obra como parte de un todo formal mayor, sea urbano o rural, según la especie y el grado de conformación introducido por el hombre en el medio natural (considerándose locus: localización; situs: situación; ubi: ubicación). Dentro de lo fenoménico analizaremos cómo aparece la obra según la perspectiva, la iluminación, la aprehensión en movimiento y los factores subjetivos que pudiera introducir el observador en su captación de la obra. Otro condicionante es la gestación por lo que se considerarán los factores técnicos y el proceso de ejecución que supone la concreción de la obra.

El análisis enunciado parece contradecir la naturaleza del conocimiento de la obra de arte, por el cual la inteligencia posee su objeto por presencia y contemplación, intuye con un acto medio visión, medio abstracción, llamado simple aprehensión, el resplandor de la esencia presente en el individual concreto. Sin embargo el primer encuentro del hombre con la realidad es en lo corporal, no en lo inteligible y a la vez decimos que no se puede abordar el orden físico, sin riesgo de disecar la obra, si no se vislumbró su orden espiritual. Lo que en realidad sucede es que todo en el hombre, hasta la misma intuición, es progresivo y para llegar al verdadero encuentro con la obra son necesarias sucesivas profundizaciones.

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Así como el análisis no es propiamente conocimiento artístico de la obra, tampoco lo son las conceptualizaciones y los juicios que se puedan derivar de él, pero vehiculizan la transferencia del conocimiento en lo que éste no tiene de inefable y posibilitan la elaboración de valoraciones. Estos juicios de valor se orientarán hacia la doble finalidad de la obra de arquitectura: utilidad y belleza, bajo el primer aspecto, si es adecuada a la realización de la actividad para la que fue concebida, bajo el segundo si encarna su dimensión simbó1ica, a través de las notas de la belleza.

El enfoque propuesto, que atiende a la pluricausalidad de cada obra de arquitectura como hecho cultural, tiene implícito el criterio con que se buscarán los nexos entre obras contemporáneas o entre la arquitectura de distintos períodos.

La Teología y la Filosofía de la historia nos harán inteligible el sentido de la secuencia o desarrollo de lo acontecido en el tiempo, tema que aquí no tratamos.

Así será posible elaborar una historiografía de la Arquitectura, que sin pretender coincidir con ningún “ismo”, haga fecundo el estudio de nuestro legado arquitectónico.

BERNARDI, Ester- Arquitecta-: “Hacia una Historiografía Realista de la Arquitectura”,THESAURUS 1, Revista del Instituto de Historia de la Arquitectura “Francisco Javier de la Rosa”, 1990.

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