xl: la partida
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XL: LA PARTIDA
JOSE María Román, San Vicente de Paúl, pp. 669-693
"Yo también tuve de joven esa enfermedad"
Vicente visitaba con frecuencia a los misioneros enfermos. A los que encontraba deprimidos o acobardados, sobre todo si eran jóvenes, solía animarles con su propio ejemplo, diciéndoles, según los casos.
En 1615, cuando vivía aún en casa de los Gondi, le había dejado una hinchazón intermitente de las piernas, que le producía grandes dolores y casi le impedía andar. Entre 1620 y 1625 empezó a padecer unas fiebres periódicas. Además, dos o tres veces al año padecía otro tipo de fiebres, las malarias, que duraban también tres o cuatro días. Ninguna de estas enfermedades habituales interrumpía sus ocupaciones y trabajos. Cualquiera que fuese su estado de salud, se levantaba a las cuatro de la mañana para asistir a la oración y luego seguía el acostumbrado orden del día.
En 1644, la enfermedad infecciosa
Vicente pasó muchas horas delirando
Se encontraba enfermo, Antonio Dufour
Ofreció a Dios su vida a
A la mañana siguiente se supo que había muerto
En 1656. Se le declararon
unas fiebres altísimas
Inflamación de las piernas
Calenturas eran cada vez más frecuentes
Se dio un fuerte golpe en la cabeza
Le enfermó un ojo
principios de 1658
Nunca me acuesto sin ponerme en disposición de morir esa noche"
San Lázaro
Continuó todo el año bajando a la iglesia para la misa y los actos de comunidad
Ni la inmovilidad le impidieron continuar el despacho ordinario de los asuntos
Asistencia a los últimos focos de miseria en Champaña y Picardía
Consejos a los superiores de las distintas casas.
Problemas de las damas e Hijas de la Caridad
Envío de personal a Madagascar, proyecto de liberación de Argel
Continuó también recibiendo visitas, presidiendo los consejos, pronunciando conferencias.
"Es el hermano que se adelanta para anunciar a la hermana"
El estado de Vicente se
agravó
Los primeros meses de 1660
Se preocupaban por su salud. El papa Alejandro VII. Los cardenales Ludovisi, Bagno y Durazzo.
La retención de orina le producía agudos dolores.
Para moverse en la cama tenía que agarrarse con fuerza de una soga pendiente del techo.
La coagulación de las inflamaciones en rodillas y tobillos convertían el malestar en un suplicio permanente.
Su última palabra antes de entrar en agonía fue
"Jesús" A las cinco menos cuarto de la madrugada del lunes 27 de septiembre de 1660, sin convulsiones ni esfuerzos, exhaló el último suspiro y partió al encuentro del Dios de los pobres, al que tan fatigosamente había amado. Murió completamente vestido, sentado en un sillón, junto a la chimenea, y "permaneció - dice el cronista - bello y más majestuoso y venerable de ver que nunca".
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