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El peor viaje del mundo: la expedición de Scott al Polo SurPosted on 9 marzo, 2011
Apsley Cherry-Garrard
“La expedición polar es la forma más cruel y solitaria de pasarlo mal”
“El peor viaje del mundo” es el relato de la mítica expedición a la Antártida que
realizaron Robert Falcon Scott y sus compañeros entre 1910 y 1913. Escrito
magistralmente por uno de sus participantes, Apsley Cherry-Garrard, en base a su
diario de viaje y a fragmentos de algunos otros, entre ellos el del propio Scott, es
considerado por muchos como el mejor libro de expediciones que se haya escrito
nunca. Me ha dejado profundamente impresionado, así que no he podido resistirme a
dedicar este post a este libro absolutamente imprescindible para todos los amantes de
los viajes y la aventura.
Ante todo, el libro es una exaltación de la amistad, la lealtad, la superación personal y
el amor a la ciencia y la naturaleza. Porque si algo diferencia la expedición de Scott a
la de Amudsen, es que fue una expedición de carácter científico: “La expedición de
Amudsen fue un ejemplo típico del espíritu competitivo de una nación, mientras que la
de Scott fue fundamentalmente una empresa científica (prólogo)”. Amudsen quería
llegar al Polo Sur lo antes posible y marcar un hito en la historia. La expedición
británica , sin embargo, realizó diversos viajes en la Antártida, entre ellos el del polo
Sur, con el afán de recuperar la mayor cantidad de datos y muestras científicas
posibles. Entre sus expedicionarios había autoridades académicas en diversos
campos científicos, tales como la zoología, la metereología, la geología y la
oceanografía.
Si algo impresiona al lector de este libro, es que estos tipos estaban dispuestos a
jugarse literalmente la vida sin titubear con tal de contribuir al conocimiento científico.
Realizaron un viaje épico en pleno invierno antártico, suicida con los medios de esa
época (y diría que con los de ahora), únicamente para alcanzar una colonia de
pingüino emperador y conseguir unos huevos, ya que este ave era muy desconocida y
no existían huevos en ningún museo del mundo por aquel entonces. Otro ejemplo: el
grupo que consiguió llegar al Polo, formado por Scott y cuatro hombres más, nunca se
deshizo de 14 kilos de muestras geológicas que llevaban en el trineo, a pesar de que
ya presagiaban su muerte por agotamiento e inanición a pocas millas de un depósito
de víveres.
La expedición del Terra Nova, nombre del barco que les condujo a la Antártida, se
enmarca en el final de la época dorada de las grandes expediciones. Tiempo después,
con la Primera Guerra Mundial de por medio, la mecanización y la tecnología
terminarían con esta forma heroica e inhumana de afrontar estos viajes extremos. Tal
era el coste y la complejidad de una de estas expediciones en la época, que la
conquista del Polo Sur se ha comparado con la carrera espacial y la conquista de la
Luna.
El Terra Nova
Hasta ese momento la Antártida era un continente absolutamente desconocido. No
existían mapas ni referencias. Con lo único que contaba Scott era con los datos del
viaje de Ernest Shackleton, otro mito de las expediciones antárticas, hasta el paralelo
88°. Las condiciones de la Antártida, con las temperaturas más bajas del planeta,
vientos huracanados, glaciares descomunales, una superficie helada muchas veces
impracticable y sembrada de enormes grietas y un recorrido de más de 1.500 millas,
requería al menos dos años de estancia permanente en el continente para alcanzar el
polo (fue el caso de Amudsen, tres en el caso de la expedición del Terra Nova). Era
necesaria una gigantesca infraestructura: toneladas de material de expedición y
científico, material para construir una base permanente, material de expedición y
toneladas de combustible y comida para 65 hombres, 19 ponis y 34 perros durante
toda la estancia. Sólo llegar a la Antártida en barco ya era de por sí arriesgado (el
Terra Nova estuvo a punto de naufragar y el hielo reventó al Endurance de Shackleton
en 1914 en otra expedición mítica).
Pero antes de comentar el libro, repasemos los viajes más importantes realizados en
esta época al continente antártico:
1901 – 1904 : Expedición británica del Discovery. Fue la primera expedición de
Robert F. Scott, en la que Shakleton participó bajo su mando. Primera en
sobrepasar los 80° de latitud sur, llegando hasta los 82°17’.
1907 – 1909 : Expedición británica del Nimrod. Bajo el mando de
Ernest Shackleton, alcanza los 88°23′S, quedándose a sólo 180 Km del Polo Sur.
1910 – 1912 : Expedición noruega del Fram. El 14 de diciembre de 1911 se llega
por primera vez al Polo Sur bajo el mando de Roald Amudsen.
1910 – 1913 : Expedición británica del Terra Nova. Segunda expedición de
Scott, en la que alcanza un mes después que Amudsen el Polo. Scott y cuatro de
sus hombres mueren durante el regreso a la base.
1914 – 1916 : Expedición británica del Endurance. Tercera expedición de
Ernest Shackleton y una de las últimas expediciones de la edad heroica de la
exploración antártica. El barco quedó atrapado y reventado por el hielo marino, y
sus hombres tuvieron que realizar un viaje de regreso a pie y en bote salvavidas
hasta tierra firme, que pasará a los anales de la historia como el paradigma de
liderazgo de expediciones en condiciones extremas.
Pero, ¿Cuál es el escenario de todas estas expediciones polares? La Antártida es el
continente más elevado de la tierra con una altitud promedio de 2.000 msnm (el punto
más alto es el Macizo Vinson, 4.900 m) y con una superficie de 14 millones de km2.
Alberga alrededor del 80% del agua dulce del planeta. Gran parte se encuentra
cubierta por un gigantesco casquete de hielo (la llamada planicie o meseta antártica),
que corresponde al 90% de la parte de agua helada del planeta y cuyo espesor
promedio es de 2.500 m, lo que equivale a casi 5 km de hielo sobre algunos lugares
de su estructura rocosa.
El Polo Sur se encuentra sobre esta meseta a 2.835 m de altitud. Se estima que el
espesor de la capa de hielo en el Polo Sur es de unos 2.700 m, con lo que el suelo de
tierra estaría prácticamente a nivel del mar.
Los vientos pueden ser huracanados y la temperatura mínima registrada ha sido de -
89,3 °C (estación antártica rusa de Vostok, 21 de julio de 1983). En la expedición del
Terra Nova, la mínima que registraron durante el viaje de inverno al cabo Crozier fue
de -59,9 °C (tan honesto es Cherry-Garrard en su relato que no redondea a -60 °C)
Supongo que ahora os empezais a hacer una idea de lo que era a principios del siglo
XX llegar al Polo con estas condiciones. En el caso de la expedición de Scott, se eligió
como punto de partida el cabo Evans, en la isla de Ross. Allí se instaló la base-refugio.
Esta isla se encuentra en un extremo de la gran barrera de hielo de Ross (una extensa
plataforma helada entre el continente y el mar del mismo nombre). La expedición de
Amudsen situó su base en la Bahía de las Ballenas, en el otro extermo de la misma
barrera, como podéis ver en el mapa de abajo.
Recorridos seguidos por las expediciones de Scott y Amudsen
El cabo Evans, en la isla de Ross, la base de la expedición Terra Nova
Para llegar al Polo Sur era necesario recorrer tres zonas muy diferentes: la
mencionada plataforma de Ross, el glaciar Beardmore (un gigatesco glaciar de 160 km
que atraviesa la cadena montañosa Transantártica) y parte de la meseta antártica.
Había que hacerlo obviamente durante el verano. Desde la base hasta el polo había
una distancia de más de 1.500 millas y el viaje para el grupo de Scott, el que llegó al
polo, duró cinco meses. Cuando llegaron encontraron una bandera noruega y una nota
de Amudsen, pero esto no les desmoralizó. Murieron durante el regreso a unas 11
millas de un depósito de víveres.
Plataforma o Barrera de Ross
Glaciar Beardmore
Meseta o planicie antártica
¿Cuál era la estrategia para llevar a cabo tal hazaña? Pues algo parecido a lo que se
realiza en una escalada a un ocho mil, sólo que extendiéndose más de dos mil
kilómetros en la horizontal en vez de en la vertical. Se van instalando a lo largo de todo
el recorrido depósitos de material, víveres y combustible. Para ello, se organizan
varias expediciones previas de varios equipos de hombres, cargados con toneladas de
material que van montando estos depósitos y dando media vuelta al llegar a un
determinado punto: algunos recorrieron parte de la plataforma de Ross, otros llegaron
hasta el pie del glaciar Beardmore, otros llegaron a la cima del glaciar, unos pocos
recorrieron un pequeño tramo de la planicie y finalmente el equipo de Scott, formado
por Wilson, Oates, Bowers y el marinero Evans llegó hasta el polo. La idea es ir cada
vez más ligero de equipo y tener los víveres para el viaje de regreso distribuidos a lo
largo de todo el trayecto.
El principal medio de transporte elegido por Scott, que para algunos fue el motivo de la
tragedia, fueron ponis siberianos y de manchuria. Sin embargo, en la plataforma de
Ross también se probaron trineos a motor (dieron mal resultado y fueron más bien una
cuestión experimental) y se llevaron perros hasta la base del galciar Beardmore. Más
allá del glaciar, Scott apostó por tirar ellos mismos de los trineos equipados con esquís
(algo también criticado). La estrategia seguida por Amudsen fue ir con los tiros de
perros hasta el mismo Polo Sur. Partió con gran cantidad de ellos, ya que los animales
más débiles o que murieran servirían de alimento a los más fuertes. Scott no creía
posible subir el glaciar Beardmore con trineos tirados por perros y además le
repugnaba la idea del sacrificio de los animales como parte de la estrategia para llegar
al polo.
Los grupos estaban generalmente compuestos por 4 hombres
En realidad, la muerte de Scott y sus compañeros se debió más bien a un cúmulo de
desgraciadas circunstancias. Las principales fueron un tiempo pésimo en la plataforma
durante el viaje del regreso (se registraron temperaturas absolutamente inusuales para
la época, que con frecuencia pasaban los -40 °C), un terreno complicadísimo, la
pérdida inexplicable de gran parte del queroseno que almacenaron en los depósitos y
una ventisca final que les mantuvo varios días sin poder salir de la tienda que fue su
ataúd, donde se les terminó la comida y el combustible que les quedaba, a pocas
millas del llamado Depósito de una Tonelada. Si lo hubieran alcanzado, es casi seguro
que hubieran sobrevivido.
El grupo del Polo
En la tienda
Un dato que revela el heroísmo y la solidaridad de estos hombres fue la muerte de
Oates. Se dio cuenta de que ya no podía proseguir porque tenía un pie congelado y
sería un lastre para el resto del grupo. Estando dentro de la tienda un día de fuerte
ventisca, dijo a sus compañeros:
“Bueno, voy a salir un momento. Puede que tarde un poco”
Hay que tener en cuenta que en este viaje no era posible un rescate. Todos sabían
que si un hombre enfermaba y no podía valerse por si mismo podía suponer un lastre
mortal para el grupo. En este sentido, comenta Cherry-Garrard:
“Prácticamente todos los hombres que emprenden viajes de gran envergadura por el
polo deben plantearse la posibilidad de suicidiarse para salvar a sus compañeros; a la
dificultad que esto supone no hay que darle demasiada importancia, pues si las cosas
se tuercen mucho, en algunos aspectos es más deseable morir que vivir. Durante el
viaje de invierno llegamos a ese extremo. Recuerdo que hablé del asunto con Bowers,
quien planeaba quitarse la vida con una piqueta si se veía en la necesidad, si bien
ignoro cómo lo habría hecho. También se podría recurrir a una grieta, me dijo, y en
cualquier caso siempre quedaba el recurso del botiquín [morfina].”
Para que os hagáis una idea, las circunstancias del viaje de regreso fueron tales que
el sólo hecho de calzarse antes de ponerse en marcha les podía llevar hasta una hora
y media.
Uno de los últimos días, cuando ya son conscientes de su trágico destino, Scott
escribe en su diario:
“Prácticamente le he ordenado a Wilson que nos entregue los medios para poner fin a
nuestros males; … a Wilson no le ha quedados más remedio que obedecer, y es que
de lo contrario habríamos saqueado el botiquín. Disponemos de 30 tabletas de opio, y
él se ha quedado con un tubo de morfina.”
Las últimas anotaciones en el diario de Scott fueron:
“Me parece una lástima, pero creo que no puedo seguir escribiendo.”
“Dios mio, por lo que más quieras, cuida de nuestra gente.”
También tuvo el aplomo de escribir emotivas cartas de despedida y pésame para las
esposas de sus compañeros, que se pueden leer en el libro.
Otro increíble viaje que tuvo lugar durante la expedición del terra Nova fue el viaje de
Invierno, que duró cinco semanas y fue llevado a cabo por Wilson, Bowers y el propio
Cherry-Garrard. Este es el que más me ha impresionado. Arrastrando dos trineos con
348 kilos de material, comida y queroseno, se propusieron llegar a una colonia de
pingüino emperador situada al otro lado de la isla de Ross, en el cabo Crozier. En esa
época se desconocía casi todo acerca de este ave, pues al criar en el invierno
antártico nadie había podido recoger un huevo y estudiar la embriogénesis, muy
importante a la hora de aportar luz sobre su evolución, pues se la consideraba la más
primitiva de las aves.
Aunque la distancia recorrida fue muchísimo menor que la del viaje al polo (el cabo
Crozier se encuentra a sólo 67 millas del cabo Evans, en la misma isla de Ross), las
condiciones fueron terroríficas: oscuridad durante todo el día y temperaturas de entre -
40 y -50 °C de forma habitual, llegando hasta los -59,9 °C, vientos de hasta fuerza 11
y una superficie de hielo caótica entre la costa y la plataforma de Ross sembrada de
enormes grietas. A pesar de todo lograron llegar a la colonia y recoger varios huevos
(es especialmente emotivo el momento en que oyen los gritos de los pingüinos en
medio de la obscuridad). Las condiciones del viaje fueron pavorosas. Los sacos de
dormir se congelaban y quedaban duros como tablas. Tardaban más de media hora en
descongelarlos, a base de golpes, y otro tanto para conseguir meterse dentro. La
noche era el momento más infernal. Cuenta Cherry-Garrad que en ocasiones los
temblores que sufría eran tan fuertes que pensaba que se le iban a romper los huesos.
Una noche durante una terrible ventisca, en una especie de refugio improvisado con
piedras y una lona, el viento la arrancó y se quedaron a la intemperie tres días en los
sacos de dormir, cubiertos por la nieve y esperando lo peor. Tuvieron que regresar
urgentemente pues no iban a sobrevivir en esas condiciones. Lo que salvó a estos
hombres no fue su condición física, ni su equipo, ni la divina providencia, fue su
voluntad inquebrantable. Siempre siguieron a delante, a pesar de que lo que
deseaban, tal y como describe Cherry-Garrad, era caer lo antes posible en una
profunda grieta y morir.
Algunos comentarios resultarían hasta cómicos, si no fuera por lo terrible de las
circunstancias:
“Una vez fuera [de la tienda], alcé la cabeza para mirar alrededor, pero entonces
descubrí que no podía bajarla. Llevaba allí unos quince segundos, y la ropa se me
había quedado rígida, por lo que me pasé cuatro horas arrastrando el trineo con la
cabeza levantada. A partir de entonces tuvimos cuidado de agacharnos para ponernos
en posición de arrastre antes de que se nos helara la ropa”.
Lo que más me ha impresionado de esta historia no es la expedición en sí, es la
aventura humana de unos hombres que no dejaron de escribir en sus diarios hasta en
las más espantosas condiciones, algunos como Scott hasta el día de su propia muerte;
que no dejaron de tomar datos científicos aún contemplando la posibilidad de que
quizás nadie los leyera; que colaboraron codo con codo hasta la extenuación en todas
las tareas de la expedición sin la más mínima discusión y con el mayor de los
entusiasmos y, sobre todo, el comprobar lo desconocido de los límites físicos y
psíquicos del ser humano en las condiciones más extremas que uno pueda imaginar.
La última frase del libro es su perfecto resumen:
“Si hace usted su correspondiente viaje de invierno, obtendrá su recompensa, siempre
y cuando lo único que desee sea un huevo de pingüino.”
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