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“Neoliberalismo y política sanitaria en México”
Tamez, S*., Eibenschutz, C*., Camacho, I**., Hernández, E**. Universidad Autónoma Metropolitana. Xochimilco. Departamento de Atención a la Salud
Introducción
Una de las características del modelo neoliberal desde los inicios de su
instauración, fue mercantilizar servicios que hasta entonces eran considerados por el
Estado mexicano como derechos sociales tales como la salud y la educación. A partir de
de entonces (1982), se han sucedido varias reformas que han servido a ese propósito en
todos los campos de la política social. El impacto de esa situación se expresa en una
profundización de las inequidades y desigualdades en salud, sustentadas en un modelo
excluyente que tiene como base la injusticia social.
En este documento revisaremos los principales antecedentes de la conformación
y evolución del Sistema Nacional de Salud en México, desde sus inicios hasta la
actualidad. En este análisis, se hace énfasis en las dos últimas décadas, en las cuáles
se han realizado los principales cambios impuestos por el neoliberalismo. Se trata de un
análisis crítico cuyo propósito central es contender con la versión extensamente
difundida por la visión oficial del “gran éxito” de las reformas, mostrando una situación
que plantea para el futuro mayor inequidad y desigualdad social en salud para la
población mexicana.
1. Antecedentes de la Política Sanitaria en México
Si se analiza la Política de Salud desde la perspectiva del biologicismo positivista,
su función es interpretada como el principal medio de resolver los problemas de salud de la
población. Sin embargo, en un análisis desde las ciencias sociales, se hacen aparentes
otras funciones frecuentemente no explícitas que acompañan al anterior objetivo del
cuidado de la salud. Es decir, la mirada desde lo social nos muestra aspectos que según el
momento histórico y la coyuntura política pueden tener un peso enorme en su definición
(Eibenschutz, 1992).
Vista desde esta perspectiva teórica, la Política Sanitaria proviene de la
formulación desde un centro de poder en la sociedad, principalmente desde el Estado y
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de sus instituciones, que atienden la salud y la enfermedad y se expresa en los
Programas de Salud nacionales y estatales. En dichos programas se definen aspectos
fundamentales como financiamiento, cobertura, modelos de atención, infraestructura y
organización de los servicios. Sin embargo, esta política puede ser declarativa o real,
es decir explícita y no explícita. Las funciones no explícitas de la Atención a la salud y de
la Política Sanitaria son: a) ideológicas; b) políticas y; c) económicas.
Entre las funciones ideológico políticas (imposibles de separar) se encuentran
garantizar la paz social, reproducir las relaciones de poder, construcción permanente de
la hegemonía, legitimación del Estado y la referente a la concepción social de la
enfermedad. Entre las económicas se encuentran la apertura de mercado, el consumo
amplio de bienes que generalmente dinamiza en forma importante la economía del
sector privado de los insumos médicos y farmacéuticos y más recientemente la Atención
Médica, que en sí misma se ha transformado en un mercado valioso para la iniciativa
privada.
En México, las diferentes etapas del Estado se corresponden con diferentes
políticas de Salud. A diferencia de otros países de América Latina, la Reforma Juarista
del siglo XIX obligó al Estado Mexicano a responsabilizarse de la infraestructura de
salud principalmente en lo referente a los centros de salud, hasta entonces en manos de
la iglesia. Es a partir de la Revolución Mexicana, que el Estado consolida la política
sanitaria como un elemento legitimador que coadyuva junto con el corporativismo a
mantener su hegemonía durante los años del llamado desarrollo estabilizador 1938-1968
(Eibenschutz, 1981).
El régimen emanado de esa revolución social tenía como principio fundamental la
intervención del Estado en la promoción del crecimiento económico y el bienestar social
a través de la educación, la estabilidad en el empleo y la atención a la salud. Así, en los
inicios de los años 40 se crean la Secretaría de Salubridad y Asistencia (SSA1) y el
Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), la primera dirigida a atender a toda la
población y el segundo a reproducir y mantener la fuerza de trabajo formal para facilitar
la industrialización favorecida por el denominado período de sustitución de
importaciones.
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En la década de los 50’s estaban cubiertas las necesidades de salud de los
sectores económicos más dinámicos ya que el Instituto Mexicano del Seguro Social
(IMSS) afiliaba a los trabajadores de la industria, la creciente burocracia estatal estaba
cubierta por el Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del
Estado (ISSSTE). Los trabajadores de los sectores más dinámicos de la producción
como los petroleros asistían el Instituto de Seguridad Social de Petróleos Mexicanos
(PEMEX) y el ejército también contaba con seguridad social especial (Hernández,
1982). El resto de los mexicanos, formaban parte de lo que se denominó “población
abierta” , que era atendida directamente por la Secretaría de Salubridad y Asistencia
(SSA) y sus Servicios Coordinados en los Estados.
La cobertura de la Seguridad Social y sus Instituciones nunca llegó a ser mayor
del 50% de la población pero brindaba una atención de alta calidad que llegó a ser
modelo para América Latina ya que cubría al trabajador y a su familia y brindaba una
atención en la que se empleaba la tecnología médica de punta, incluso superior al
entonces sector privado. Por su parte, la SSA, desde la época Cardenista y durante los
años de estabilidad mostró un crecimiento importante en lo que toca centros de Salud e
infraestructura hospitalaria en los estados.
No obstante, a partir de la década de los 80’s el panorama cambió radicalmente. El
pago de la deuda hizo crisis y como respuesta, especialmente en América Latina, se
impulsaron las políticas de Ajuste Estructural impuestas por el Banco Mundial (BM) y el
Fondo Monetario Internacional (FMI), en un periodo que anunciaba la adopción del
modelo neoliberal por parte del Estado Mexicano. A pesar de todo, en los 80’s el Instituto
Mexicano del Seguro Social seguía siendo la institución más fuerte del sector lo que le
permitió asumir en esa etapa de transición, la aplicación de un modelo especial de
extensión de cobertura al medio rural y a las zonas marginadas, financiado desde la
presidencia, llamado Programa IMSS-COPLAMAR (Coordinación General del Plan
Nacional de Zonas Deprimidas y Grupos Marginados) (COPLAMAR, 1983).
Sin embargo, conforme se expresaban con mayor claridad por parte de los
presidentes en turno, Miguel de la Madrid y Carlos Salinas las intenciones de preparar
las condiciones del pleno despliegue de la economía de mercado, este programa fue
desapareciendo y con la creación del SNS a principios de los noventa, fue pasando a los
estados descentralizados. Finalmente, en la misma década, la política de extensión de
cobertura fue sustituida por el Programa Oportunidades con una orientación clara de
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financiar al usuario, centrado en la familia y más concretamente en la mujer y que
perfilaba la futura política neoliberal del cuidado de la salud dictada por el BM en los
albores del nuevo milenio: la protección social con su versión actualizada denominada
manejo social del riesgo.
2. La reforma de los servicios de salud en México
En los inicios de la década de los ochenta, el sistema de salud era muy
heterogéneo, caracterizado como un mosaico muy diverso de ofertas pública o privada y
que brindaba fundamentalmente atención curativa, con cobertura incompleta,
excesivamente centralizado y con serios problemas organizativos (Eibenschutz y
Raphael, 1992). Estos aspectos fueron utilizados como argumentos oficiales para
justificar la reforma del sector salud. A partir de entonces se han realizado cambios cuyo
propósito central es promover y estimular la privatización del cuidado de la salud y que
tuvieron y tienen en la actualidad como piedra de toque la mercantilización de los
servicios relativos al cuidado de la salud.
Antes del desarrollo de los siguientes apartados, es necesario plantear que,
aunque en su desarrollo se enfatizan las diferencias entre los diferentes periodos
considerados, a partir de los ochenta y hasta la actualidad ha quedado muy claro que la
reforma de las instituciones encargadas del cuidado a la salud es un proyecto “tras-
sexenal”, que independientemente del presidente en turno, persigue fortalecer el modelo
neoliberal en curso.
2.1. Orígenes y periodización del proceso de reforma
La reforma mexicana del Sistema Nacional de Salud (SNS) es una expresión de
la obediencia de los gobiernos a las propuestas de organizaciones internacionales como
el Banco Mundial (Giugale et al., 2001). Si bien estas organizaciones trataron de
justificar los cambios propuestos como un medio para aumentar la eficiencia y la equidad
de los servicios, con el tiempo ha sido cada vez más evidente que su verdadero
propósito fue la creación de nuevas formas de relación entre los sectores público y
privado del cuidado de la salud con la emergencia del denominado “mix público-privado”
(OMS, 1991). En otras palabras, estas organizaciones internacionales y sus propuestas
desempeñaron un importante papel en la creación del ambiente en el que la expansión
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del sector privado fuera vista como una necesidad en nuestro país (Tamez y Valle,
2005).
Atendiendo a las transformaciones sucesivas experimentadas por el Estado
mexicano hacia el modelo neoliberal, el proceso que siguió la reforma del SNS puede
ser estudiado en tres periodos fundamentales. El primero es el período que va de 1982 a
1988, cuando durante el llamado “cambio estructural” se ensayaron los primeros pasos
para allanar el camino a la reforma, pero sobre todo con la intención de hacerla coincidir
con la reestructuración económica y política. El segundo período (1988-2000) incorpora
los cambios que prepararon las condiciones para viabilizar la reforma, eliminando los
principales obstáculos legales y corporativos. Dentro de estos, destacan la creación del
Sistema de Ahorro para el Retiro (SAR), con el objetivo de “capitalizar” el régimen de
pensiones por medio del establecimiento de cuentas individuales y la reforma a la Ley
del Seguro Social, que junto a los puntos contenidos en el Programa de Reforma del
Sector Salud 1995-2000, delineaba la estrategia de este proceso. El tercer periodo sería
la primera década del 2000, lapso en el que se han ido concretando los cambios que
configuran un sistema cuya estructura y organización están en concordancia con la
privatización de la atención a la salud (Soberón, 2001).
2.1.1 1982-1988. El cambio estructural
El periodo denominado “cambio estructural” comenzó en 1982 y fue dirigido
principalmente a los países de América Latina. En México y, concretamente en el ámbito
de la salud, inicia con las adiciones y modificaciones al artículo 4º de la Constitución que
efectivamente eleva el derecho a la protección de la salud a rango constitucional. Estas
modificaciones legales se realizaron en un contexto de múltiples y profundas
transformaciones en toda la administración pública y el papel del Estado con respecto a
sus responsabilidades económicas y sociales acordes con las trasformaciones a nivel
mundial de adelgazamiento de los Estados Nacionales. Como ya se dijo anteriormente,
estos cambios estuvieron enmarcados por la crisis del pago de la deuda de los países
“subdesarrollados” o “en vías de desarrollo”, cuyos efectos más evidentes en México
fueron la drástica devaluación del peso y el crecimiento exponencial de la inflación.
Dentro de un contexto de crisis económica, la caída real de ingresos para el
sector salud, junto con la presión para “eficientar” los recursos, provocaron una
desaceleración en el crecimiento de la cobertura. La reducción de la participación del
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gasto en salud dentro del gasto público federal, entre 1982 y 1986, llegó a ser del
47.1%, lo que se tradujo en deterioro de la calidad de los servicios y en reducción de los
salarios reales de los trabajadores, médicos y enfermeras del SNS (Córdoba, Leal y
Martínez, 1988).
En relación a la evolución de la cobertura (potencial y/o legal2), entre 1982 y
1990, la proporción de la población cubierta por el IMSS (Instituto Mexicano del Seguro
Social), descendió de 52.1% a 46.7%. La cobertura por parte del ISSSTE, en el mismo
período, se mantuvo constante de 10.6% a 10.0%. Por su parte, la Secretaría de
Salubridad y Asistencia elevó su cobertura de 22.3% a 28.8% (Valdés, 1984). Dentro
de esta perspectiva, la descentralización de los servicios ocupó un lugar central y para
1985 la SSA había descentralizado bajo este esquema 14 entidades. Sin embargo, el
proceso de descentralización no fue al mismo tiempo un proceso de democratización,
pues se llevó a cabo desde “el centro”, es decir, desde la Federación, lo que le imprimió
un carácter autoritario, prestando poca atención a las características demográficas,
étnicas, económicas y epidemiológicas de la propia población de las distintas entidades
federativas. (Cardozo, 1993)
Políticamente, los cambios impulsados en este periodo apuntaban a cambiar la
correlación de fuerzas entre las instituciones de salud, asignando el papel de cabeza de
sector a la SSa. Esta propuesta ocasionó una seria resistencia por parte de los distintos
actores involucrados en la prestación de los servicios y muy especialmente por los
funcionarios del IMSS en ese entonces representados por su director el Lic. Ricardo
García Sáinz. Por su parte, el movimiento obrero organizado sintió sus intereses
amenazados e intentó obstaculizar. Otro grupo que puso resistencia fue el sector privado
y afirma que "las empresas que podrían ver su acceso exclusivo a los bienes y servicios
y su cuota de poder amenazados, bajo el liderazgo del IMSS”, formaron un grupo que
ofreció resistencia a la iniciativa de coordinación de las diferentes instituciones del sector
otorgando la rectoría a la SSA. (González et. al 1995).
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2.1.2 1988-2000. Establecimiento de las bases de desarrollo de la propuesta
neoliberal
Con el objetivo de sentar las bases socioeconómicas para impulsar la “liberalización
económica”, el periodo presidencial de Salinas de Gortari promovió la profundización del
proceso de privatización de los recursos de la nación como requisito para la “apertura” al
mercado mundial. Aunque el SNS mantuvo las características generales definidas en el
sexenio anterior, se hicieron algunos cambios que perfilaron las líneas en que se
desarrollaría. El programa de descentralización fue suspendido y en su lugar se
introdujeron programas focales dirigidos a los grupos de población más pobres.
Sin embargo, la continuidad del proceso de descentralización no pasó del papel.
La estrategia de los Sistemas Locales de Salud (SILOS) recomendada por la OPS para
promover la descentralización de la salud a nivel regional, se topó de frente con “el país
real”. Al no lograr darle continuidad a los ingresos recaudados desde las entidades
federativas, la estrategia de los SILOS significó, “en los hechos, una reconcentración de
las 14 entidades descentralizadas” (González Block, 1997). Al final de este sexenio
(1994), en el gasto de servicios de salud el gobierno federal había contribuido con el
83%, las entidades federativas solo con 10%, y el privado con el restante 7%.
Este hecho se explica al considerar que la apuesta de política social, a través de
la poderosa Secretaría de Desarrollo Social del gobierno salinista estuvo en el Programa
Nacional de Solidaridad (PRONASOL) que empezaba ya a perfilar lo que más tarde
sería la política de protección social formulada desde el BM. La forma discrecional y
“casuística” en que se asignaba el presupuesto (para construcción de caminos, calles y
viviendas, sistemas de drenaje, alumbrado público, etc.), fue un medio para reforzar la
credibilidad del gobierno y la próxima sucesión presidencial para el periodo 1994-2000.
PRONASOL también se hizo cargo de la Coordinación General del Plan Nacional de
Zonas Deprimidas y Grupos Marginados (COPLAMAR), basada en la estructura del
IMSS, instancia que mantuvo el subsidio del gobierno pero que cambió su nombre por el
de IMSS-Solidaridad (González et al. 1995).
Otro hecho que define el rumbo de los cambios realizados es la firma del Tratado
de Libre Comercio con América del Norte (TLC), aprobado en 1992 y puesto en marcha
el primer día del año 1994. En este documento, las leyes y reglamentos federales fueron
modificados para permitir a las empresas internacionales participar en el aseguramiento
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privado, lo que se tradujo en un aumento considerable de los seguros médicos de
prepago (Tamez et al. 1995). Por otra parte, el crecimiento de un complejo médico
industrial, basado en la alta tecnología, las redes de servicios, y en el consumo de
productos farmacéuticos, se vio favorecido a través de incentivos económicos y jurídicos
(Laurell y Ortega 1991). Fue también durante este período que se llevó a cabo uno de
los cambios más importantes, que iba a allanar el camino para una nueva propuesta de
reforma de la seguridad social. Este cambio fue la creación del Sistema de Ahorro para
el Retiro (SAR, los ahorros para el sistema de jubilación), por el cual los fondos
colectivos fueron sustituidos por fondos individuales, y cuya administración fue
transferida del sector público a los bancos privados.
2.1.2.1 El Programa de Reforma del Sector Salud y la reforma a la Ley del
Seguro Social
En medio de la crisis económica producto del denominado “error de diciembre” y de una
guerra en el sureste mexicano, en 1995, el presidente Ernesto Zedillo, estableció los
objetivos de la reforma del sector salud a través del Plan Nacional de Desarrollo
(Secretaria de Hacienda y Crédito Público, 1995). El programa “Solidaridad” del sexenio
anterior fue sustituido por “Progresa”. Fue en 1994 que la Fundación Mexicana para la
Salud (FUNSALUD), presentó un plan de reestructuración de todo el sector. El plan se
basaba en un análisis detallado de los servicios de salud, así como en la caracterización
del perfil epidemiológico. FUNSALUD definió al SNS como inseguro, injusto, insuficiente,
ineficaz, de baja calidad y demasiado caro (Frenk et al. 1994). Por su parte, en el Plan
Nacional de Desarrollo (1994-2000), se propuso la diversificación de la prestación de los
servicios de salud y de los planes de financiación. El documento oficial también
reconoció la necesidad de cambiar radicalmente la financiación de las pensiones de
jubilación del Instituto Mexicano del Seguro Social sobre la base del Sistema de Ahorro
para el Retiro (SAR), creado en 1992.
La segmentación del sector de la salud será tan enfatizada que se requerirá de
dos procesos de reforma simultáneos: uno para hacer frente al sistema de seguridad
social y el otro para hacer frente a la asistencia sanitaria pública de servicios para la
población general. La ampliación de la cobertura se lograría por medio de un paquete
básico de servicios (SSa, 1996). Ese modelo estratificaba a la población en tres grupos:
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los que tenían seguro privado, incluyendo nuevas formas de planes de seguros; los que
la tenían seguridad social extendida y aquellos con acceso en los estados a los sistemas
públicos de atención de la salud que incluían servicios de la Secretaría de Salud y el
IMSS-Solidaridad. El último con la intención de ampliar la cobertura a los 10 millones de
personas que en ese momento se consideraba no tenían acceso a la atención a la salud.
En el marco del nuevo modelo, la SSa tendría el papel de la regulación y la función de
establecer las normas para todo el sector salud.
Los motivos esgrimidos en favor de la reforma del sector fueron el envejecimiento
de la población, el aumento de las enfermedades crónico-degenerativas, y la
imposibilidad de aumentar las contribuciones. Se hizo especial hincapié en el
envejecimiento de la población, considerando la jubilación como la principal causa de la
baja en las cotizaciones. Además, el número excesivo de empleados del IMSS y su
contrato colectivo de trabajo fueron culpados de gran parte de los problemas financieros
de la institución (IMSS, 1995). A pesar de las indicaciones de rechazo por parte de
diversos sectores, en especial los empleados del IMSS, la iniciativa fue aprobada en
diciembre de 1995 y entró en vigor en 1997 y con este hecho se consumó el golpe a la
seguridad social, requisito indispensable para el crecimiento y expansión de la atención
médica privada.
2.1.3 El nuevo siglo: continuidad de las tendencias de reforma
El nuevo milenio fue escenario de la instauración de la concepción que el Banco Mundial
había dado a la protección social y que venía en los hechos a suplantar las aspiraciones
de la universalización de la seguridad social como meta del Estado mexicano antes del
modelo neoliberal. En términos del Banco, la protección social es entendida como las
“Medidas del sector público para proveer seguridad de ingresos a las personas”, las
cuales, de acuerdo con el autor, deben ser promovidas “….en tiempos normales y en
periodos de crisis cuando los individuos se tornan más vulnerables” (Holzman y
Jogensen 2003). En el mismo documento se reconoce que el principal objetivo de la
protección social es “….la reducción efectiva de la pobreza”. Es decir, los argumentos
oficiales que además de lo económico justifican en la situación de salud y los perfiles
epidemiológicos los cambios de la denominada “tercera ola de reformas” (Frenk et al,
2004), termina siendo un recurso retórico, pues, aunque ciertamente existe
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preocupación al respecto, el énfasis de la propuesta traduce un interés prioritariamente
económico.
Como resultado del reconocimiento del fracaso de la lucha contra la pobreza, el
BM diseñó una propuesta que modificaba la concepción de protección social y que
influyó de manera decisiva las tendencias de la política de salud. Se trataba de
responder a la necesidad de realizar “…….un cambio conceptual de Protección Social a
Manejo Social del Riesgo” (“social risk management –SRM”) y también de la noción de
“pobreza” a la de “vulnerabilidad” (Holzmann y Jorgensen, 2003).� �
� Desde la perspectiva de los autores, el manejo social del riesgo (MSR) es
concebido como un nuevo marco conceptual que a la vez que redefine, amplía el
concepto de protección social (PS). Reconocen que este último está siendo ampliamente
discutido dentro de la agenda internacional, debido tanto a la supuesta ampliación de
oportunidades que brinda la globalización económica como a los “dramáticos efectos” de
las crisis financieras. Al proponer un nuevo marco que redefine y va “más allá” del
concepto tradicional de protección social (entendido sucintamente como “medidas del
sector público para proveer seguridad de ingresos a las personas”), los autores
consideran que el MSR se basa en la idea de que todas las personas, hogares y
comunidades son vulnerables a distintas modalidades de riesgo, tanto naturales
(terremotos, inundaciones, enfermedades) como sociales o producidas por el hombre
(desempleo, guerras, deterioro ambiental, etc.). El aspecto principal que los autores
consideran de estos riesgos es su capacidad de afectar negativamente los ingresos de
las personas, familias y/o comunidades, y por lo tanto, su capacidad de generar y
profundizar la pobreza. No se trata, entonces, de prevenir, mitigar y superar los riesgos
sociales propiamente dichos, sino de brindar instrumentos que contribuyan a evitar que
las personas, familias y/o comunidades, al enfrentarse a estos riesgos, caigan por
debajo de cierto umbral de pobreza o se vuelvan incapaces de salir de ella (Holzman y
Jorgensen, 2003).
Esta propuesta, por lo tanto, esta principalmente enfocada a los pobres, a la
mitigación de la pobreza extrema y a brindar instrumentos a los pobres para que
“salgan” de su situación y sean capaces de asumir mayores riesgos (entendiendo aquí
“riesgo” como las actividades que tienden hacia la búsqueda de mayores ingresos:
inversiones, créditos, etc.). Redefine la protección social no porque extienda el
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pretendido carácter de universalidad de acceso a los servicios sociales, sino porque
incluye además del sector público, al mercado y a lo que considera sistemas informales
de protección frente al riesgo: las familias y comunidades.
Dentro de la discusión sobre el Estado de Bienestar, el nuevo concepto de
protección social propuesto por los autores no se basa ya en la idea de la necesidad de
la redistribución del ingreso, sino que consideran posible lograr el bienestar individual y
colectivo mediante la puesta en práctica de políticas macroeconómicas y fiscales que
permiten, tanto el crecimiento económico, como el combate a la “pobreza crítica”.
Uno de los objetivos declarados de esta propuesta es contribuir a formular
políticas tendientes a fortalecer la cohesión social y aumentar la inclusión social. Los
autores parten del supuesto (la “evidencia”) de que aún en condiciones de crecimiento
económico sostenido, seguirá habiendo “pobres que no pueden participar en un proceso
de crecimiento con uso intensivo de mano de obra” (Holzman y Jorgensen, 2003). Estos
pobres son los excluidos de las “ventajas comparativas” de la globalización económica, a
los que si se quiere mantener cohesionados, “integrados”, habrá que brindar
instrumentos y oportunidades para que salgan de su pobreza crónica y puedan
“involucrarse en actividades más riesgosas, pero a la vez de mayor rentabilidad”, o sea:
lograr que asuman una disposición emprendedora y nada crítica ante el sistema de
dominación.
Estas propuestas del Banco Mundial fueron retomadas por el entonces Secretario
de Salud Julio Frenk y sus colaboradores de siempre en un documento publicado en
2004 (Frenk et al, 2004). En este documento lo que se enfatiza de la propuesta del
Manejo Social del Riesgo es lo que se denomina en la misma como “financiamiento
justo” y se pone como ejemplo al Seguro Popular de Salud (SPS). Al respecto se dice:
“…El financiamiento del Seguro Popular de Salud es tripartito ya que cuenta con
recursos provenientes del gobierno federal, los gobiernos estatales y las familias
beneficiarias. Este diseño homogeneizará las fuentes de financiamiento entre el IMSS, el
ISSSTE y el Seguro Popular”.
Posteriormente, en 2005 el Banco Mundial publica otro documento que delimita
aspectos centrales del financiamiento de este tipo de modelos. En ese año, la Asamblea
Mundial de la Salud aprobó la resolución (WHA58.33) sobre la “Financiación sostenible
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de la salud, cobertura universal y seguro social de enfermedad” (WHO, 2005) en la que�
se establecen como premisas fundamentales el prepago y la “mancomunación” de
recursos, en correspondencia a una idea de aseguramiento más que de cobertura
universal a partir de un seguro de salud. Se construye así un argumento a favor de los
seguros, públicos y/o privados, porque al diluir o compartir el riesgo, permiten reducir la
trampa de la pobreza impulsada por la falta de recursos para atenderse, disminuir los
“gasto catastróficos” por el tratamiento de una enfermedad y acrecentar el “capital
humano”.
Dentro del marco del BM y respondiendo a sus objetivos, a partir del año 2000 se
diseñó y aplicó el Programa Nacional de Salud (PNS) 2001-2006, que fue titulado “La
democratización de la salud en México”. En éste se planteó la necesidad de “alinear las
políticas fiscales con las políticas de salud mediante el estímulo al prepago por la
atención a la salud” (SSa, 2001). En el documento “La Reforma de la Salud en México”
(FUNSALUD, 2001), basado en el Informe sobre la Salud en el Mundo de 2000 (WHO,
2000), se presentan 4 acciones prioritarias para lograr las metas del PNS 2001-2006, a
saber: a) establecer el seguro nacional de salud (actualmente Seguro Popular de Salud-
SPS); b) separar el financiamiento de la prestación de servicios; c) incentivar la
participación del sector privado en el cuidado de la salud y d) crear un fondo nacional de
salud pública (Soberón, 2001). Aunque todavía no se ha concretado pues la SS sigue
brindando servicios, en el texto mencionado, la separación de funciones se centró en el
cambio del papel del ministerio de salud, limitándolo a la recaudación y normatividad de
las demás instancias del SNS, al margen de la prestación de servicios. En la seguridad
social, las cuotas del seguro de enfermedad y maternidad fueron transferidas a un
organismo autónomo, denominado Fondo Solidario de Salud (FSS), orientado a
asegurar el “techo financiero” y transferir los recursos a las administradoras de salud, las
cuales pueden ser públicas o privadas.
La principal razón que fue esgrimida a favor de incentivar la participación privada
en la prestación de servicios de salud fue la saturación de los servicios del Instituto
Mexicano del Seguro Social. Por su parte, la propuesta gubernamental, con claros tintes
privatizadores, señala que ante la imposibilidad de atender a la “nueva población
derechohabiente”, constituida por los grupos cotizantes más altos y por los trabajadores
de la economía informal, se debe utilizar la infraestructura disponible a través de
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establecimientos privados mediante un financiamiento público. En la actualidad este
proceso de transformaciones tiene como principal pivote la expansión del SPS pues,
como ya se dijo anteriormente, este programa garantiza masivamente la expansión de la
mezcla público-privada de la atención médica.
Al final del sexenio de Fox, era ya posible observar una configuración diferente
del Sistema Nacional de Salud, con una clara separación entre instituciones
administradoras del financiamiento y prestadoras de servicios, que a diferencia del
esquema anterior, en el que sólo podían ser públicas, podían ser privadas. Esto plantea
desde entonces una segmentación del sistema que, aunque sigue teniendo como
característica fundamental la separación entre población asegurada y no asegurada,
abre para ambas, una diversidad de servicios a los que estos grupos podrán acceder a
partir de seguros privados, de acuerdo a su capacidad de pago.
Esta nueva estructura del SNS, cuyos cambios radican en la inserción del sector
privado en sus diferentes niveles y la emergencia definitiva en México del denominado
mix público-privado de la atención médica, se concreta en el SPS, el cual tiene como
rasgo intrínseco el traslado de recursos del sector público al privado (Tamez y Moreno,
2000). La nueva estructura del SNS anticipa una recomposición de la segmentación de
la población con base en una nueva forma de acceso diferencial a los servicios de salud.
Así, el acceso de la población a la atención médica ha sido redefinido, conformándose
un grupo bajo la cobertura de la seguridad social, compuesto fundamentalmente por
trabajadores de la economía formal de media y baja cotización (los afiliados al IMSS y al
ISSSTE); otro grupo, proveniente de la economía informal, población pobre no
asegurada que, en el mejor de los casos, tendrá acceso a los servicios brindados por las
instituciones estatales de salud, compitiendo por la atención con los grupos bajo el SPS;
y un tercer grupo, que a partir del SPS, accederá a servicios privados de acuerdo a su
capacidad de pago, compuesto por los grupos de mayor cotización a la seguridad social,
sectores de la economía informal y la población de clase media no asegurada y lo que
es peor, la tendencia muestra que los funcionarios del gobierno actual quieren orientar al
sector a las propuestas banco-mundialistas arriba mencionadas.
La parquedad de los recursos a la que se ha sometido desde hace más de veinte
años al sub-sector público, ha producido un deterioro de los servicios. Dentro del nuevo
esquema, este sub-sector queda en desventaja para competir con el privado. Así, el
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análisis de la evolución de los recursos y de los servicios durante la década pasada
confirma la conformación de un sector público mucho menos fuerte que en el pasado,
sobre todo en lo relacionado con la cobertura de servicios de segundo y tercer nivel, en
correspondencia con la expansión del sub-sector privado a expensas del crecimiento de
diversas formas de aseguramiento (Tamez y Valle, 2005).
2.1.3.1 El Seguro Popular de Salud (SPS), “brazo operativo” del modelo de
“Protección Social” hacia una desnaturalización del cuidado de la
salud.
El SPS inició su fase piloto en octubre de 2001 en cinco estados de la República
(Aguascalientes, Campeche, Colima, Jalisco y Tabasco), y constituyó el “brazo
operativo” del Sistema de Protección Social en Salud a partir del 1º de enero de 2004,
cuando entraron en vigor las adiciones a la Ley General de Salud (LGS, 2003), que
sustentan las acciones de protección social en salud que ofrecerán las entidades
federativas. Según la versión oficial, su principal objetivo es sustituir el pago de bolsillo
de las familias por el prepago, condición indispensable para el financiamiento de los
seguros médicos y para la expansión del sector privado.
La población objetivo fueron las familias de los seis primeros deciles de la
distribución de ingreso que no son derechohabientes de la seguridad social, residentes
en el territorio nacional y que tuvieran acceso a unidades de salud con capacidad y
calidad suficiente para ofrecer la prestación de los servicios médicos (PNS, 2001). Los
servicios ofrecidos por el SPS se dividen en servicios esenciales y servicios de alto
costo. Los primeros se contemplan en el Catálogo Universal de Servicios Esenciales de
Salud (CAUSES) y se ofrecen en unidades de atención ambulatoria y hospitales
generales. Los servicios de alto costo se ofrecen en hospitales de especialidad. Esto
constituye un cambio notable en la concepción del derecho a la salud, que ahora
circunscribe la prestación de servicios a un catálogo de beneficios médicos de primer
nivel y a otros de hospitalización para especialidades básicas en el segundo nivel de
atención.
El SPS se postula como público y voluntario. Sin embargo, en los hechos este
programa más bien es de carácter obligatorio y su costo es cubierto mediante subsidio
federal proveniente de recursos fiscales y de cuotas de los beneficiarios por concepto de
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afiliación según decil de ingreso. La contribución familiar se complementa con una
aportación estatal mínima (0.5 veces la cuota social) y una aportación federal (1.5 veces
la cuota social) procedente del actual Fondo de Aportaciones para los Servicios de Salud
(FASSA3, Ramo 33), que ya financia la mayor parte de las actividades de salud de las
entidades federativas.
Los servicios esenciales se financian con recursos que se concentran en el
Fondo de Aportaciones para los Servicios de Salud a la Persona (FASSP), mientras que
los servicios de alto costo lo hacen a través de un Fondo de Protección contra Gastos
Catastróficos (FPGC). Este fondo cubre un paquete de servicios definidos por medio de
un análisis de costo-efectividad que, supuestamente, será puesto al día cada año con
base en los cambios del perfil epidemiológico, el desarrollo tecnológico y la
disponibilidad de recursos.
Además del FPGC, el SPS cuenta con otros dos fondos: el primero de ellos,
equivalente al 2% de la suma de la cuota social, la contribución solidaria federal y la
contribución solidaria estatal que debería de estar destinado a la promoción de la
infraestructura en las comunidades pobres; el segundo, igual al 1% de esa misma suma,
orientado a cubrir las fluctuaciones en la demanda y los pagos retrasados dentro de los
estados. Con respecto a las cuotas de los afiliados, se determinó fuesen menores a los
gastos de bolsillo reportados por la Encuesta de Ingreso Gasto de los Hogares por decil
de ingreso (Cámara de Diputados, 2005). Aparentemente, esta estructura de cotización
conforma un sistema solidario pues la cuota es progresiva según el nivel de ingreso de
cada familia y es complementada por el subsidio federal para cubrir el costo de la prima.
Sin embargo, la realidad nos muestra que la mayoría de los ingresos provienen del
presupuesto federal, tal cual lo plantea el BM, de tal manera que esta propuesta devela
una intención de segmentar y deteriorar más las arcas financieras de la seguridad social
para caminar sobre la perspectiva de la universalización del aseguramiento.
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Al cierre del 2004, un total de 30 entidades suscribieron el acuerdo. Durante el
primer bimestre del 2005 se incorporaron Durango y el Distrito Federal. Cabe mencionar
que en esta última entidad, la implementación del seguro fue sin consenso de las
autoridades sanitarias locales. Al respecto, la entonces secretaria de salud de la Ciudad
de México, Cristina Laurell, fue contundente al afirmar que el Seguro Popular
incrementaba la segmentación del sistema de salud pues dividía a la población sin
seguridad social en dos nuevos grupos. Además, resultaba ser una propuesta poco
viable para los habitantes de esta entidad federativa, dado que desde 2001 se había
puesto en marcha el programa de servicios médicos y medicamentos gratuitos, este
último desmantelado en el presente sexenio (Gómez-Dantes y Ortiz, 2004).
En lo que respecta a la cobertura del Seguro Popular se pueden encontrar
numerosas irregularidades e incongruencias. El índice compuesto de “cobertura
efectiva”, entendida como “el uso de un servicio, condicionado a una necesidad
verdadera y ajustado por la calidad de la intervención”, elaborado y utilizado por Lozano,
Gakidou y colaboradores (2007) para evaluar el avance del Seguro Popular a nivel
nacional en el periodo 2001-2006, como lo ha demostrado Laurell (2007), contiene
varias deficiencias. Las conclusiones a las que llegan dichos autores a partir de los datos
obtenidos con el mencionado índice de cobertura efectiva no son sorpresivos ni revelan
nada nuevo: los estados más pobres tienen menor cobertura efectiva y los que destinan
más gasto público a salud tienen mayor cobertura efectiva.
Sin embargo, una dificultad importante al querer evaluar el desempeño del SPS
es que los datos estadísticos proporcionados por la propia Secretaría de Salud (SSa)
son incongruentes. El número de hogares sujetos de afiliación (los que no cuentan con
seguridad social) que utiliza la Comisión Nacional de Protección Social en Salud
(CNPSS), dependiente de la Secretaría de Salud, para medir el grado de avance del
SPS, no corresponde con el total de población no asegurada por entidad federativa que
la misma Secretaría de Salud reporta a través de su Dirección General de Información
en Salud (DGIS, 2007). Por ejemplo, según los datos de la Dirección General de
Afiliación y Operación, perteneciente a la CNPSS, en 2008, los estados de Tabasco y
Colima registraron una tasa de hogares afiliados al SPS de 128% y 129%,
respectivamente.
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No obstante, estos mismos datos no registraban la existencia de 42,185
personas en el estado de Tabasco y 9,102 personas en el estado de Colima no
aseguradas que sí eran reconocidas por la Dirección General de Información en Salud.
Lo más sorprendente es que ambas Direcciones, pertenecientes a la SSa, refieren como
fuente de sus estimaciones al XII Censo de Población y Vivienda, elaborado por el
Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática. Y así en cada entidad
federativa: cientos de miles de personas sin seguridad social no son contempladas por la
CNPSS como sujetos del derecho a la protección a la salud (Tamez y Eibenschutz,
2008).
Por otra parte, en la literatura reciente se muestran datos que cuestionan
medularmente la transparencia en el uso de los recursos destinados al SPS. Al respecto
Laurell plantea que la Ley de Salud establece que se debe depositar el 11 por ciento del
monto correspondiente a la cuota social y la aportación solidaria en el FSPSS. Sin
embargo, “cada año el gobierno ha transferido entre 18 y 25 por ciento y, una vez
depositados en el fideicomiso, cuentan como “ejercidos”, o sea, como presupuesto
gastado” (Laurell, 2010a).
En su crítica la autora ha expresado que “se tiene un “ahorro” muy grande congelado
en Banobras al tiempo que el país se endeudó en marzo con el Banco Mundial por mil
250 millones de dólares para financiar el Seguro Popular”. Según la misma autora, el
monto estimado para cubrir el paquete de servicios del Seguro Popular es de 625
dólares por familia, lo que significa que debido al número de familias afiliadas debería de
haberse autorizado un presupuesto de 107 mil millones de pesos para 2009 y no los
43.5 mil millones de pesos ejercidos, es decir que hubo un déficit de 63 mil millones.
Esta estimación coincide con la valuación actuarial hecha por la Auditoría Superior de la
Federación publicada en 2007, en la que se estimaba un déficit de 46.8, en 2008, y 83.9
mil millones, en 2010 (Laurell, 2010b)
3. Tendencias actuales y perspectivas de trabajo
El apartado anterior da cuenta de una situación que ilustra claramente los grandes
problemas del SNS y sus instituciones, para responder a las necesidades del cuidado de
la salud de la población mexicana.
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En cuanto a la cobertura, en el 2000, los datos oficiales reportan de acuerdo con
el censo de población y vivienda del mismo año, que el 57.8% del total de la población
no estaba asegurada por alguna institución de seguridad social. Para el cierre del 2008 y
después de la puesta en marcha del SPS en 2004, se indicaba una cobertura de este
programa de 27.2 millones de beneficiarios lo que significaba un 100% de la meta de
afiliación de la atención médica en salud. Además, en el padrón de beneficiarios se
consideraban las 7.3 millones de familias que se tenían afiliadas al cierre de 2007, de las
que 6.6 millones conservaron su registro durante el 2008, lo que representa una tasa de
afiliación de 90.4% a nivel nacional (ASF, 2008). Sin embargo, atendiendo a la poca
confiabilidad de la información referida arriba, es difícil dar credibilidad a estos datos.
Aún más, aunque lo anterior fuera cierto, lo limitado de las intervenciones ofrecidas por
el paquete básico, la desorganización institucional prevaleciente y la corrupción
generalizada que se observa en algunos centros hospitalarios en la compra de insumos
y tecnología indican que, en cuanto a la solución de los problemas de salud, los
alcances del tan llevado y traído SPS son limitados.
Las inequidades sociales en salud características de la sociedad mexicana se
han profundizado como lo muestran los siguientes datos. En el Informe del Resultado de
la Fiscalización Superior de la cuenta pública 2008, se señala por ejemplo que en las
402 entrevistas a beneficiarios realizadas en el estado de Chiapas, se comprobó que el
60.7% tuvieron que comprar sus medicamentos, debido a que el Comité de
Adquisiciones de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público del Estado no adquirió con
oportunidad los medicamentos para dar la atención adecuada. Por el contrario, en
Jalisco y Veracruz, se comprobó que de los 479 y 480 entrevistados, solo el 9.0% y
9.2% respectivamente estuvieron en esa situación.
Desde la perspectiva política, una breve revisión hemerográfica de los últimos
meses, señala con bastante claridad la fuerte tendencia a arribar al modelo
bancomundialista de protección social con su adaptación más reciente, el Manejo Social
del Riesgo. Frente al cúmulo de aspectos críticos que hay respecto a estos modelos,
encarnados dentro del sistema de salud por el SPS, existe lo que Cristina Laurell llama
una “sospechosa coincidencia” en los discursos del Secretario de Salud y de figuras tan
mediáticas como el actual gobernador del Estado de México, Enrique Peña Nieto sobre
la “injusticia” y la “caducidad” del sistema de seguridad social en México.
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En una declaración realizada el 14 de julio del 2010 (La Jornada), Córdova
Villalobos actual secretario de salud, señaló la necesidad de crear un impuesto en salud
para que de este modo “la salud en México (se pague) con recursos fiscales y
alternativas como eliminar las cuotas obrero-patronales a cambio de un impuesto
general que financie los servicios médicos”. A finales del 2010 aun cuando declara sobre
la necesidad de rescatar financieramente al IMSS, “porque es una gran institución que
ha contribuido al desarrollo de la salud de nuestro país y nadie queremos que el Seguro
Social quiebre” señala, en una especie de retórica, que el camino para rescatar al
seguro social no es la privatización, entendiendo que “no hay que confundirse cuando a
veces se subrogan servicios al medio privado y esos servicios son financiados por las
instituciones públicas, eso no es privatización, eso es que la proveeduría se diversifica
en beneficio de los usuarios”. Y continúa… “la privatización es que la gente pague de
sus bolsillos, entonces si la gente no tiene que pagar la atención y recibe la atención,
donde la reciba, eso no es privatización” (Grupo Formula, 6 noviembre 2010); además
enfatiza que el rescate financiero se debe hacer sin mermar al seguro popular ya que “se
debe fortalecer porque es un tanque de oxígeno para las entidades del país, sobre todo
por los recursos financieros que reciben de la federación, a través del presupuesto de
Gastos Catastróficos” .
Por su parte, Enrique Peña Nieto a través de esta declaración nos da un adelanto
muy ilustrativo de lo que esperaría hacer con nuestro ya de por sí maltrecho Sistema
Nacional de Salud. “……..A pesar de los importantes logros alcanzados por instituciones
como el IMSS y el ISSSTE a lo largo de más de medio siglo, el actual sistema de
seguridad social en nuestro país es injusto, incompleto e ineficaz. Es injusto, dice,
porque margina a la mitad de la población más pobre del acceso a la salud, a la pensión
para la vejez y del seguro de riesgos de trabajo. Es incompleto porque no ofrece seguro
de desempleo. Es ineficaz porque el sistema está fragmentado en diversas instituciones,
lo que genera duplicidades tanto de servicios como de beneficiarios que resultan en un
aumento en los costos para brindar servicios” (El Universal, 2010).
Dada su filiación política4, agrega argumentos que cuestionan la eficiencia de
SPS pues agrega además que la situación es más grave con la creación de este
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programa puesto que “con la intención de atender a quienes no tienen seguridad social
se ha creado (este) programa… que no ha logrado traducir el empadronamiento de
beneficiarios en efectiva prestación de servicios y ha fragmentado, aún más, el sistema
de salud y la política social, además de que se fomenta la economía informal”. Así,
declara que la solución está en construir “un nuevo Sistema de Seguridad Social
Universal que garantice a toda la población acceso a los servicios de salud y otorgue
una pensión a todos los adultos mayores del país… al mismo tiempo que garantice “que
todos los trabajadores tengan seguro de riesgos de trabajo y seguro de desempleo”,
pero puntualiza que para que este nuevo sistema sea viable “debe ser financiado
mayoritariamente por impuestos generales, en lugar de cuotas que castigan el salario de
los trabajadores y el esfuerzo de los emprendedores” cuestión que se logrará poniendo
“en sintonía a empresas y sindicatos con un nuevo esquema de derechos universales y
de mayor productividad” (El Universal, 2010).
4. Reflexiones finales
Estas declaraciones perfilan para el futuro la aplicación plena del modelo de
protección social con su acotación a partir del MSR. Es decir, si la situación política
actual prevalece, podemos esperar futuras iniciativas, sobre todo referidas a lo
preconizado ya desde el sexenio foxista por Frenk (2004) en cuanto a la “justicia
financiera”, en la que desaparece la forma de financiamiento de la seguridad social
vigente hasta ahora y se uniforma a la baja cualitativa y cuantitativamente los servicios
brindados por las instituciones de salud. Desde luego, este hecho respondería a otro de
los planteamientos centrales de los documentos reseñados en cuanto a la
generalización del prepago como forma de financiamiento predominante y de la
mancomunación de los riesgos.
En cuanto a los programas focalizados para “los desafortunados” (es decir los
pobres), a diferencia del intento de ampliar el concepto de protección social e incorporar
políticas macroeconómicas, fiscales y de empleo aceptables como requisito
indispensable para un adecuado manejo social del riesgo, el escenario nos plantea un
uso presidencial y discrecional de estos programas como instrumento de legitimación
política, sin efectos importantes sobre la pobreza. ���������������������������������������� ���������������������������������������� ���������������������������������������� ���������������������������������������� ��������������
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