maría inmaculada

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Spiritual

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María Inmaculada

Mi alma canta al Señor

Cuando el ángel se fue, el seno de María parecía más grande.

Y la habitación de la doncella se había hecho más pequeña.

María quedó inmóvil. Su corazón, agitado, comenzó a serenarse…

¡Dios estaba en ella, física, verdaderamente!

¡Empezaba a ser carne de su carne y sangre de su sangre!

Ya no temblaba.

Dios era fuego, pero también era amor y dulzura.

Y sintió la necesidad de correr y contárselo a alguien.

Pero, ¿a quién?

En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a una ciudad de Judá…

¿Por qué esa prisa?

María es una muchacha que ha vivido escondida. De repente, su vida se ilumina, se siente

embarcada en una tarea donde será parte activa. Hay algo muy grande en sus entrañas, algo que

debe ser comunicado, transmitido.

Y sale de prisa: de prisa se va a compartir su gozo. Esta necesidad de compartir es la raíz del

alma del apóstol. Y María será la reina de los apóstoles. No puede perder tiempo.

Aunque fuera con alguien, María iba sola. Sola con el pequeño Huésped que ya germinaba en sus entrañas.

Además de sus palabras, tenía dentro de sí a la misma Palabra de Dios, creciendo y sosteniéndola.

El camino hacia Ain-Karim fue la primera procesión de Corpus de la historia.

Vista de Ain-Karim y los montes alrededor.

Isabel estaba, seguramente, a la puerta.

Todo el que espera el gozo está siempre a la puerta.

Así que Isabel oyó el saludo de Jesús, el niño saltó en su seno e Isabel se llenó del Espíritu Santo.

Fuente a la entrada de Ain-Karim.

Y el no nacido Juan despertó, se llenó de vida y realizó la más bella acción apostólica que ha hecho jamás un ser humano: anunciar a Dios pateando en el seno materno.

Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre. Estaba asustada de tanto gozo. No podía

sospechar que millones de hombres repetirían esta exclamación a lo largo de los siglos.

Un himno subversivo

María ya no retuvo su entusiasmo. Y la oración callada de días atrás estalló en un canto. Si las palabras provienen del antiguo testamento, la música pertenece ya a la nueva alianza.

Mi alma engrandece al Señor y mi espíritu se alegra en Dios, mi salvador.

María se sabe llena y se atreve a profetizar que todos la llamarán bienaventurada…

…porque ha sido mirada por Dios.

Nunca entenderemos lo bastante qué significa ser mirado por Dios. En la tradición oriental, la santidad se transmite a través de la mirada, ¡cuánto más si el que mira es Dios!

Desplegó la fuerza de su brazo, derribó a los soberbios de corazón…

Aquí el himno se hace revolucionario. El signo del Reino que trae Jesús es la humillación de los soberbios y la exaltación de los humildes y los pobres.

A los hambrientos los colmó de bienes, a los ricos los despidió vacíos…

Estas palabras no deben ser atenuadas: María anuncia lo que su Hijo predicará en las bienaventuranzas: él trae un plan de Dios que modificará las estructuras del mundo.

Pero seríamos demagogos si identificáramos “pobres” con faltos de dinero y creemos que María

denuncia solo a los propietarios “ricos”.

¿Quiénes son los pobres y humildes del Magníficat?

Los pobres son los que solo cuentan con Dios en su corazón, los pobres de Yahvé, los humildes, los que se refugian en Dios, los que le buscan, los corazones quebrantados y las almas oprimidas. María no habla tanto de clases sociales como de clases de almas. ¿Y quién podrá decir de sí mismo que es un pobre de Dios?

María no separa lo que Dios ha unido a través de su Hijo: los problemas temporales de los celestiales.

Su canto es un himno revolucionario que defiende la justicia en este mundo, pero sin olvidarse de la gran justicia…

…la justicia de los hombres que han privado a Dios de su lugar.

Por eso María puede predicar esa revolución sin amargura y con alegría.

Por eso en sus palabras no hay demagogia.

Hay quienes vuelven ese canto en un himno puramente arisco y casi político.

El mensaje revolucionario de Dios parte siempre de la alegría y termina no en los problemas de este mundo, sino en la gloria de Dios.

Las cosas de Dios parten del gozo y terminan en el entusiasmo. Pero ese gozo no es humano:

viene de Dios y en Dios termina.

Dios viene a llenar, no a vaciar.

Vista del Monte Tabor en primavera.

Textos extraídos de Vida y misterio de Jesús de Nazaret, de José Luis Martín Descalzo.

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