llegada al cometa
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Llegada al cometa, uno de los cinco hitos
de la exploración cósmica
La misión Rosetta busca la relación del agua de los
cometas con la de los océanos en la Tierra.
Por: NICOLÁS CONGOTE GUTIÉRREZ |
1:03 a.m. | 16 de noviembre de 2014
Foto: EPA / ESA
Empleados de la Agencia Espacial Europea celebraron en la sala de control, en
Darmstadt (Alemania), el hito de haber ubicado un robot sobre la superficie de un
cometa.
Tocar el suelo de un cometa, una hazaña que logró el módulo Philae el pasado
miércoles, fue un reto
que se trazó la Agencia
Espacial Europea (ESA)
hace casi 30 años.
Resultó algo
accidentado, como la
concepción de la misión,
que solo se concretó a
mediados de los noventa
y que terminó ejecutada
ya entrado el siglo XXI.
(Artículo recomendado:
Lo que debe saber de la
misión de Rosetta, en
cinco datos)
El 2 de marzo del 2004, la sonda Rosetta -el orbitador que llevaba consigo a Philae- fue
enviada al espacio desde Kourou, en la Guayana Francesa, para iniciar una aventura que
10 años, cinco meses y cuatro días después empezó a escribir historia. (Lea también:
Los datos curiosos de la misión Rosetta)
El pasado 6 de agosto, luego de recorrer 6.400 millones de kilómetros, catapultada,
entre otros, por el impulso gravitatorio de la Tierra y de Marte, logró entrar en la órbita
del cometa 67/P Churyumov-Gerasimenko, un cuerpo celeste a 500 millones de
kilómetros de la Tierra, que lleva el nombre de los dos astrónomos ucranianos que lo
descubrieron en 1969, y que en su ‘cédula’ porta el código 67P, que lo identifica como
el cometa 67 en ser hallado.
Así comenzó un nuevo capítulo en la exploración cósmica, que aguardaba por indexar la
llegada a terreno, labor que Philae, del tamaño de una nevera, concretó tras un descenso
de eternas siete horas para recorrer 22,5 kilómetros hasta situarse en el cometa ‘Chury’,
de un área similar a la de la isla de Providencia. Como toda primera vez, era hacer
posible lo que parecía imposible.
Por eso, investigadores y científicos del mundo han puesto a la misión Rosetta -cuyo
costo se estima en mil millones de euros-, al nivel de la llegada del hombre a la Luna.
Otros, al de la primera misión a suelo marciano. Se trató del séptimo ‘aterrizaje’ exitoso
de una agencia espacial en la historia, tras las llegadas a Venus, Marte, la Luna, Titán
(la mayor luna de Saturno) y los asteroides 433 Eros y Itokawa.
“Hemos sido los primeros en lograrlo y eso permanecerá para siempre. Nuestra
ambiciosa misión Rosetta se ha asegurado un lugar en los libros de historia”, celebró el
investigador Jean Pierre Bibring, un hombre de canas y bigote grisáceo, miembro del
Instituto de Astrofísica Espacial en Francia y científico de la misión, que esta semana
habló varias veces en rueda de prensa y causó sorpresa por su físico, fácil de confundir
con Albert Einstein.
Lo cierto es que Rosetta (nombrada así por el antiguo fragmento de una tableta
milenaria escrita en tres idiomas distintos y que sirvió para descifrar los jeroglíficos
egipcios), ocupa ya un lugar entre los cinco hitos de la exploración espacial. “Se suman
también las misiones Voyager, que tras más de 30 años siguen enviando información de
los exoplanetas, y la construcción de la Estación Espacial Internacional”, dice el
astrofísico colombiano Santiago Vargas, profesor investigador del Observatorio
Astronómico de la Universidad Nacional.
De haber sido una tarea fácil se habría traicionado la esencia de una misión que tuvo
que ser reprogramada antes de su ejecución por fallas previas en el cohete de
lanzamiento Ariane 5, lo que obligó a cambiar su destino inicial, el 46P/Wirtanen. Ese
percance hacía imposible alcanzar al cometa debido a su órbita y su ritmo fugaz, por lo
que ‘Chury’ apareció como plan B.
Para la ciencia, los secretos que esconden los cometas son aún desconocidos. De ahí el
interés profundo por estudiarlos. Las investigaciones se concentrarán en tratar de
dilucidar si el agua de estas ‘bolas’ de hielo y polvo interestelar dio origen a los océanos
de la Tierra. Para los investigadores, estos cuerpos celestes son como una ‘caja negra’
que contiene registros de los procesos físicos y químicos que ocurrieron durante esas
épocas primigenias, hace 4.600 millones de años, cuando se estaban formando los
planetas.
“Los cometas no se habían podido ver tan de cerca porque llegar a ellos es difícil, tienen
unas velocidades muy altas y órbitas muy elípticas (‘Chury se mueve a 55 mil
kilómetros por hora, más de 50 veces la velocidad de un avión comercial), lo que los
hace complicado quedarse cerca de ellos. Además, son cuerpos activos, que cuando
están cerca al Sol desprenden toneladas de material al espacio, a velocidades muy altas
por segundo, que no solo son gases sino partículas sólidas”, dice el español Miguel
Pérez de Ayúcar, coordinador de operaciones científicas de Rosetta.
Por eso, tras el descenso de Philae, en el que tocó suelo no una sino tres veces, la
comunidad científica cruza los dedos para que sus labores se puedan ejecutar dentro de
lo planeado. No se sabe con exactitud dónde está, aunque se estima que quedó a algo
más de un kilómetro del lugar estimado para su arribo, y pese a que no se ha logrado
anclar, ya envió fotos panorámicas y varios de sus instrumentos a bordo (lleva 10 en
total) han hecho ciencia, entre ellos el taladro destinado a sacar muestras del terreno.
Sergio Torres Arzayús, astrofísico colombiano investigador del Centro Internacional de
Física, dice que esta proeza de Rosetta abre una ventana más del universo. “Explicar la
formación de sistemas planetarios y el origen de la vida es uno de los problemas
científicos más agudos y que aún no ha sido resuelto”, señala.
Sin embargo, la misión no pretende arrojar verdades absolutas sobre los componentes
originarios del Sistema Solar, del agua en la Tierra o si la vida proviene o no de cometas
que impactaron nuestro planeta sino explorar y abrir preguntas y desafíos, lo que
motivará a desarrollar nuevas misiones.
Y siguiendo la lógica de la ciencia, vendrá el análisis de qué se puede hacer mejor para
ir más allá. La misión no termina acá. Rosetta y su módulo Philae están en un viaje sin
retorno, que se extenderá hasta el 2016, cuando, a bordo del cometa, se alejen tanto de
la luz que su ‘corazón’ alimentado por energía solar deje de latir.
“La ciencia sigue ahí, se van a tomar imágenes y datos. Si la misión tardó 10 años en
llegar allá, tendremos por lo menos el mismo plazo para analizar información”, señala el
astrofísico colombiano Juan Diego Soler, miembro del Instituto de Astrofísica Espacial
en Francia.
Pasarán, como máximo, cinco meses para que Philae deje de operar y de nuevo el peso
de la misión se concentrará en Rosetta, estimado en un 80 por ciento de la producción
científica. “Seguiremos con la ciencia desde el orbitador. El cometa se va a hacer cada
vez más activo, que es lo que queremos observar. Se empezarán a sublimar los gases
(transición de sólido a gaseoso) atrapados en el cometa y seremos testigos de cómo será
su evolución en estos meses hasta el 2016 cuando acabará la misión”, explica Pérez.
Las noticias reventarán de nuevo en agosto del 2015, cuando la órbita del cometa lo
lleve a la distancia más cercana del Sol -menos de tres unidades astronómicas, es decir
tres veces la distancia del Sol con la Tierra- y tenga su máxima actividad.
NICOLÁS CONGOTE GUTIÉRREZ
Redactor de EL TIEMPO
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