la unidad ideológica del faustbuch (esp)
Post on 11-Dec-2015
218 Views
Preview:
DESCRIPTION
TRANSCRIPT
UNIVERSIDAD DE SANTIAGO DE COMPOSTELA
FACULTAD DE FILOLOGÍA
GRADO EN LENGUAS Y LITERATURAS MODERNAS - ALEMÁN
PANORAMA DE LA LITERATURA ALEMANA 2
LA UNIDAD IDEOLÓGICA DEL FAUSTBUCH
ALUMNO: LEONARDO BRUNO LOPRESTI
DOCENTE: VÍCTOR MILLET SCHROEDER
ENERO DE 2011
1/ El contenido ideológico
Para estudiar el Faustbuch comenzaremos por el final, es decir, por la muerte del Doctor.
Estructuralmente, el final es el punto de partida, porque es la condena del personaje lo que
le permite al narrador construir el sentido de la obra. Ya desde el “Prólogo al lector
cristiano” el autor-narrador se esfuerza por dejar en claro que Fausto se ha entregado a los
peores pecados que existen, a la práctica de la magia y nigromancia por una curiosidad
sacrílega (Fürwitz en el original) que lo impulsa. Estos hechos, que conforman la trama de
la obra adquieren sentido sólo con el final, puesto que es ése final el que explica,
argumenta, confirma y sostiene los presupuestos ideológicos que persigue el narrador al
escribir la obra:
Y para que los cristianos, y con ellos todos los hombres de bien, aprendan a conocer
mejor el Diablo y sus acechanzas y a protegerse de él, he querido, por consejo de
algunos hombres sabios y eruditos, poner ante vuestros ojos el terrible ejemplo
[Exempel en el original] del Dr. Johann Fausto y el espantoso final que tuvieron sus
prácticas de hechicería (…) dejando sólo aquello que pueda servir de advertencia y
escarmiento a cualquiera. (Anónimo: pp. 32-33)
El objetivo didáctico-moralizante que explicita el autor-narrador al comienzo se realiza
plenamente sólo en el final. La condena del alma de Fausto en los infiernos y el final
terrorífico de su propio cuerpo, que es destrozado por el diablo, son la sanción definitiva
que recibe el accionar de Fausto de modo global y general, y al mismo tiempo se afirma la
perspectiva ideológica del autor. De este modo se logra dar unidad interna a la historia.
Ahora bien, es necesario preguntarte qué es lo que realmente pretende advertir el autor a
sus lectores. Qué es lo que se condena, y qué es lo que se afirma. Pensemos otra vez desde
el final. Las últimas palabras son una cita del apóstol Pedro que dice: “Sed sobrios y velad;
porque vuestro adversario el Diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien
devorar; al cual resistid firmes en la fe.” (Anónimo: pp. 202.) La obra conjuga
2
axiológicamente dos aspectos: en un sentido negativo, la condenación de las llamadas
“artes nigrománticas”, la hechicería, etc., que no son más que la condenación de esa
Fürwitz que mencionamos al comienzo. En contrapartida se erige como valor positivo la fe
en dios, ya que en definitiva la falta de ésta es el pecado mayor de Fausto. La soberbia y la
falta de fe son los dos valores complementarios que constituyen la personalidad de Fausto,
y son además, la dos ideas rectoras que actúan dentro de la novela. Sin embargo, el autor es
claro en todo momento, y la voluntad y verdad divina es la que ha de triunfar contra la
desconfianza y la soberbia.
Obsérvense nuevamente las palabras del autor en el capítulo 68, cuando los estudiantes,
advertidos por las palabras de Fausto en las que anuncia su prontísima muerte, le dicen que
habrán de invocar a dios, mientras que él debe pedir piedad: “Y tal vez Dios se apiadaría.
Él les prometió entonces que rezaría, aunque no tenía muchas esperanzas, como Caín, que
decía que sus pecados eran demasiado grandes para ser perdonados.” (Anónimo: p. 200.)
Al comparar el discurso inicial con el final podemos constatar que éste sufre una
transformación significativa y que el recorrido ideológico de la obra es el siguiente:
comienza condenando la magia y la nigromancia como causas de condenación, y acaba
afirmando la fe en dios como causa de redención. La mediación entre estos aspectos, es
como se dijo, la muerte del personaje principal, porque es el elemento que enlaza y llena de
contenido a ambos polos. La muerte de Fausto confirma que las “Dardaniae artes” son
diabólicas, al mismo tiempo que corrobora que lo que puede salvar al hombre es su propia
fe.
Sin embargo, jerárquicamente ambos valores no son iguales. Desde luego, la afirmación
final de la fe en dios como vehículo de salvación adquiere una importancia mayor porque
engloba y supera a la simple condenación de la Fürwitz. Y porque además, de ese modo se
cumple más plenamente el objetivo didáctico moralizante. El autor no sólo actúa negando
un accionar, sino que además señala un camino a seguir a sus lectores. La falta de fe en dios
es la causa de que los hombres se alejen de él y caigan en pecado. Y es también la falta de
fe la que les impide volver de nuevo hacia dios:
3
…así se lamentaba el Doctor Fausto. Mas no quería alentar fe ni esperanzas nuevas
que permitieran, mediante el arrepentimiento, recuperar la gracia de dios. (…) [Y si]
luego hubiera ido a la iglesia, entre la comunidad cristiana, y luego hubiera observado
la doctrina cristiana, oponiendo así resistencia al Diablo, aún habría salvado su alma,
aunque hubiese debido dejar su cuerpo aquí abajo. Pero en todas sus opiniones y
pensamientos era Fausto un hombre irresoluto y carente de esperanza. (Anónimo: p.
62.)
La historia de Fausto funciona, por tanto, como la confirmación de la ideología del autor,
de sus propias convicciones. Y en tal sentido, adquiere un valor mucho mayor la
argumentación religiosa que la calidad literaria de la misma. Además, y esto es
fundamental, el pensamiento del autor está volcado sobre el texto sin distanciamiento
alguno, y aún más, esa ideología está explicitada en las propias palabras de varios
personajes, tales como el anciano vecino del Doctor, e incluso y sorprendentemente, en el
propio Mefostófiles.
El Faustbuch, en su totalidad es una obra monológica, cuya unidad se sustenta más en la
unidad del pensamiento de su autor que por los procedimientos formales, literarios, que
emplea. Para observar esto en más detalle, pasamos ahora a analizar la configuración del
protagonista.
4
2/ La figura de Fausto
La personalidad de Fausto no se comprende tan fácilmente desde un comienzo, y de hecho
resulta ser un personaje por momentos confuso, poco convincente. Flaquea muchas veces,
sufre varias veces el arrepentimiento, duda. No obstante, el autor –dentro esa concepción
monológica de la obra, y por la necesidad misma a la que lo somete la intención
moralizante que la engloba–, dirige de manera ininterrumpida a Fausto hacia su terrible
final. Si en su subjetividad el personaje oscila, en los hechos, corre siempre hacia el mismo
lugar, hacia su condena.
Fausto es un personaje no realizado plenamente. No es definitivamente malvado, sus
propios arrepentimientos lo confirman, sus propios intentos de desprenderse de las ataduras
del diablo; pero lo cierto es que tampoco el lector logra identificarse con él. Sólo al final, y
aún con reservas, logra producir alguna compasión en el lector. Pero por esto mismo, lo que
define centralmente el carácter de Fausto es la vacilación constante entre la Fürwitz que lo
impulsa y el arrepentimiento, que tampoco lo lleva hacia ningún lado.
Y cuando encontréis mi cuerpo muerto, mandadlo a sepultar en la tierra, porque muero
como un buen y como un mal cristiano: como bueno, porque siento un sincero
arrepentimiento y en mi corazón no dejo de rogar por la salvación de mi alma; como
malo, porque sé que el Diablo quiere llevarse mi cuerpo y yo estoy dispuesto a
entregárselo siempre que deje en paz mi alma. (Anónimo: p. 199)
Esas son las últimas palabras de Fausto a sus discípulos, momentos antes de que el diablo
vaya a buscar su alma. Aquí, en boca del propio personaje, se hace explícito el carácter dual
que determina la figura de Fausto. Lo hace “malvado”, condenable los contratos que ha
firmado con el diablo, porque de ese modo ha renegado totalmente de la fe cristiana, y al
mismo tiempo es un arrepentido. El autor, en su concepción ideológica del caso que
expone, señala constantemente la falta de fe del Doctor, puesto que es esto lo que pretende
condenar. Pero la vacilación en la que se mueve el personaje lo transforma más en bien en
5
un pusilánime. Es cierto que está ávido de conocimiento, pero su conciencia lo acucia todo
el tiempo y el temor de que el diablo pueda tomar venganza lo aterra, y por tanto no se
define. Simplemente persiste en esa condición. Y ese persistir en la oscilación no hace más
que acentuar su condición pecadora. La causa de esa pusilanimidad es, desde luego, su falta
de fe en dios.
Veamos ahora más detenidamente cómo configura el autor a nuestro personaje. Se debe
notar en primer lugar que el narrador-autor nos presenta un personaje totalmente liberado
de psicología. En ningún momento se pretende ahondar en los móviles que llevan a Fausto
“a amar lo que no debía amarse” (Anónimo: p. 40.) Esto refuerza el carácter didáctico de la
obra, puesto que el distanciamiento que pone el narrador entre el personaje y el autor
impide cualquier tipo de simpatía. (Pero veremos más adelante que esto es un poco más
complejo.) Fausto es un pecador así sin más. El narrador se ahorra todas esas explicaciones,
sólo se limita a desligar a la familia de Fausto de toda responsabilidad, de tal manera que
éste aparezca así como un caso excepcional, extraordinario, como el sumun de la
arrogancia y la falta de fe.
En el capítulo primero se nos advierte que el Doctor “poseía una inteligencia rápida y
despierta, además de talento y propensión al estudio (…) Pero al mismo tiempo era un
espíritu necio, insensato y altanero, por lo que le llamaban el ‘especulador’” (Anónimo: pp.
38-39.) Para que se active la trama, el autor simplemente pone en contradicción estos
elementos y ya en el capítulo siguiente tenemos a Fausto conjurando al diablo. Pero es
recién en el capítulo tres cuando tiene lugar la primera entrevista. En ésta aparece por
primera una vacilación en él: “No quisiera ser condenado por tu culpa”, dice Fausto, pero
cuando el diablo va a retirarse lo llama nuevamente para continuar adelanto con el pacto.
Cuando el lector se encuentra frente a este pasaje, resulta comprensible la duda de Fausto,
puesto que está a punto de atravesar una línea desde la cual no tiene vuelta atrás. Luego se
realiza el pacto, y a partir del capítulo doce comienzan las preguntas de Fausto sobre el
Infierno. Las primeras responden sólo a la curiosidad que define al personaje, pero a partir
6
del capítulo catorce la situación cambia. Desde el momento en que Fausto conoce la gloria
en que vivía Lucifer en el cielo su ánimo se trastorna:
En cuando hubo oído al Espíritu hablar de estas cosas, púsose el doctor Fausto a
especular y revolver distintas opiniones y consideraciones, y luego, en total silencio, se
apartó del Espíritu y se encaminó a su aposento, donde se echó en su cama y rompió a
llorar amargamente (…) El relato del Espíritu le hizo ver cómo el Diablo y el ángel
caído había sido magníficamente adornado por Dios, y de no haber sido tan soberbio y
contumaz contra Él, habría tenido vida y morada eternas en el Cielo…” (Anónimo: p.
67)
Este es el primer episodio del drama que se desarrolla en el alma de Fausto. Debe notarse
cómo juega la ironía del narrador: ahora Fausto ha conseguido lo que pretendía, el hurgar
en cielo y tierra, conocerlo todo. Pero en ese conocimiento adquiere la conciencia de su
propia condena, es decir, cuando el pacto ha sido realizado. Al no tener Fausto fe en dios,
ha sido atizado por el demonio a pactar con él y a vender su alma. Ahora ya lo ha
conseguido, y también ha aprendido desde este momento una terrible lección, pero Fausto
sigue sin fe, y en consecuencia está condenado. En la lógica del autor se extrae que más le
hubiera valido tener siempre fe en dios y abstenerse de buscar en donde no se debe.
Hasta el final de la primera parte de la obra el narrador se detiene en señalar las preguntas
que el doctor hace al demonio movido por el terror al infierno. La última, en el capítulo
diecisiete, es sin duda la más interesante para observar hasta qué punto penetra el
pensamiento del autor en sus personajes, y como éste aparece sin distancia alguna. A la
pregunta de qué haría él, el diablo, para complacer a dios si fuera un hombre como él,
responde éste:
…me sometería a Dios mientras tuviera en mí aliento humano, haría esfuerzos por no
despertar su ira, observaría en lo posible Su doctrina, Su ley y Sus mandamientos, y lo
invocaría, honraría, alabaría y glorificaría a fin de resultarle grato y complaciente y
saber así que después de mi muerte iré a gozar de la gloria y bienaventuranzas eternas
(Anónimo: p. 79.)
7
El pasaje no deja de sorprender, puesto que es el mismo diablo el que hace
recomendaciones tan cristianas al doctor Fausto. No obstante, el mismo admite al menos
dos lecturas diferentes que no son contradictorias entre sí. La primera, que ya advertimos,
es que el constante y agobiante didactismo de la historia, y la ideología del autor, que
aparece sin mediaciones y que en este caso se ha colado en las palabras del diablo. Pero
cabe aclarar aquí que este pasaje no es excepcional, por el contrario, constituye la regla en
las respuestas que el diablo da. El autor sólo señala como respuesta impía la que se da en el
capítulo veintidós, cuando se habla acerca de la creación del mundo. Las demás, en general
acuerdan con la doctrina cristiana, por ejemplo, cuando se cuenta acerca de la caída de
Lucifer, o bien, como sucederá más tarde en el capítulo sesenta y cinco, cuando el diablo,
intentado mofarse del doctor acaba señalándole que no debería confiar tanto en él. La
segunda lectura consiste en que, ahora que el doctor ya ha realizado el pacto, el diablo
simplemente no tiene que mentirle más, y la revelación de algunas verdades es al mismo
tiempo una tortura para Fausto. Esta última lectura acordaría con el proceder irónico del
autor hacia su personaje señalado anteriormente.
El carácter del personaje no sufre variaciones a lo largo de la segunda parte, donde el
narrador simplemente va dando cuenta de cómo Fausto va saciando sus conocimientos y de
los viajes que realiza. Diferente es el caso de la tercera, que es mucho más compleja
discursivamente. Pareciera aquí que la voz del narrador por momentos se transforma, y
cambia su perspectiva en relación a Fausto. Téngase en consideración episodios tales como
la visita al Papa, donde la burla al clero es evidente, o bien al escarmiento que le da al
judío. En estos episodios el narrador ya no es el del comienzo, ya no condena
constantemente el accionar de su personaje. Esta es, aproximadamente, la tendencia que se
desarrolla hasta el capítulo cincuenta y dos; hasta entonces no hay cambios de interés. Más
bien, los episodios que se narran tienen un carácter de entretenimiento. Desde luego que
vienen a confirmar lo impío de las artes de Fausto, pero estos capítulos tienen un carácter
mucho más jocoso y distendido que lo de las partes que lo anteceden.
8
En el capítulo cincuenta y dos un anciano piadoso, fiel creyente en dios y bien intencionado
intenta influir en la voluntad de Fausto, para que retorne a la fe cristiana. Rápidamente
Fausto entra nuevamente a dudar y ahora siente deseos de romper su pacto con el diablo.
Las amenazas del diablo lo hacen retractarse, y esta vez, dado que Fausto ha llegado
demasiado lejos en sus intenciones lo obliga a firmar un nuevo pacto. El capítulo siguiente
muestra de manera muy esquemática la oposición que realiza en términos ideológicos el
narrador. El capítulo tiene dos momentos claramente diferenciados: el primero es el texto
del segundo pacto, en el que Fausto declara y confirma “con mi propia mano y sangre que
he cumplido firme y estrictamente con mi primer compromiso durante diecisiete años, y he
sido enemigo de Dios y de todos los hombres.” (Anónimo: p. 168.) Aquí se acaba de
confirmar la pusilanimidad de Fausto. Ya no se trata de la soberbia del conocimiento, de la
cual aquí no se hace ninguna mención. Se trata del terror que siente Fausto ante la muerte a
causa de su falta de fe en dios. Esto lo corrobora el segundo momento del capítulo, en
donde el diablo intenta vengarse del vecino pero no lo logra: “Así protege Dios a todos los
cristianos piadosos que se someten y encomiendan a Él contra el Maligno” (Anónimo: p.
169.)
A este capítulo siguen algunos capítulos más que no revelan nada nuevo acerca de nuestro
personaje. Por lo tanto pasamos a la cuarta parte, que como constituye el final de la historia
es de suma importancia. En el número sesenta se presenta a Wagner, fámulo del doctor, y
que ésta hace heredero suyo: “Era por lo demás un mozo pervertido y depravado, que
empezó mendigando en Wittenberg y al que nadie quería acoger por su mala crianza. Y el
tal Wagner llegó a fámulo del doctor Fausto, y lo servía tan bien que Fausto lo llamaba su
hijo. Iba adónde él quería y compartía su vida licenciosa y disoluta.” (Anónimo: p. 183.) La
primera pregunta que se hace el lector es dónde ha quedado todo el arrepentimiento del
doctor Fausto. Pero mucho más sorprendente es el siguiente capítulo, cuando Fausto cede a
las peticiones de Wagner y le entrega un espíritu para que le sirva y le cede todos sus
conocimientos. El personaje de Fausto se vuelve aquí sumamente inverosímil. ¿Qué es lo
que hace que vacile entre tan grandes extremos? Se comprende incluso que firme el
segundo pacto y se condene definitivamente, ya que el autor pretende hacernos saber que
Fausto además de soberbio e impío, es cobarde. Pero, ¿cómo se comprende que luego de
9
conocer todos los tormentos que le esperan, el narrador pretenda que además no advierta en
absoluto sobre el destino que le espera a la única persona que tiene cerca de sí?
Estas preguntas no pueden responderse desde un punto de vista psicológico, porque el
propio Fausto está fuera de toda psicología. El narrador aprovecha de este momento para
reforzar su idea de que Fausto debe ser condenado al infierno. Es como si estuviera
preparando ya el final. Pero no todo encaja perfectamente. En capítulo final, Fausto dirige a
sus estudiantes unas palabras muy piadosas: “Y que mi horrible final os sirva de ejemplo y
escarmiento a lo largo de toda vuestra vida, para que siempre tengáis a Dios frente a
vuestros ojos y Le roguéis que os proteja contra los ardides y engaños del Demonio”
(Anónimo: p. 199.) En este último momento Fausto parece otro personaje, el arrepentido, el
que teme a la condenación, que es el mismo que tenía al demonio en el capítulo cincuenta y
dos, y el mismo que pregunta incesantemente, en la primera parte, sobre los castigos del
infierno. Pero no es el mismo Fausto que ha hecho entrar a Wagner en el mismo camino
que él mismo desprecia.
Como no se puede leer el texto en clave psicológica, no queda más que concluir que es un
error del autor, y que hace fallar la verosimilitud del personaje. Si bien su mal proceder con
Wagner le permite hacerlo más condenable, la advertencia a sus estudiantes genera un
principio de compasión en el lector, pero el personaje no es consistente. En este desfasaje
se puede advertir como brota nuevamente la ideología del autor de manera brusca: el
proceder de Fausto con respecto a Wagner revela la aversión del narrador hacia su
personaje. Y con la misma intensión de convencer al lector de que Fausto es deleznable,
pero con un procedimiento diferente y que estéticamente no convence, expone palabras
piadosas –que son las palabras del autor– en las palabras de Fausto a sus estudiantes. Así,
yerra en el procedimiento aunque sea coherente con su propia intensión.
10
3/ Mefostófiles
En una obra monológica como la que estamos analizando, la voz que predomina es la del
narrador. Ya vimos cómo la unidad se fundamenta en el contenido ideológico de la voz del
narrador, pero también observamos, a través de la configuración de Fausto que los
procedimientos formales del mismo a veces son poco consistentes. Intentaremos analizar
ahora ese mismo aspecto en relación a Mefostófiles, la otra figura de importancia.
Mefostófiles, en la lógica que sigue el pensamiento del autor, actúa como la negación de
todos los presupuestos que este afirma. Es decir que, en una lógica estricta podrían
rastrearse dos voces dentro de la obra: la del autor y la del diablo, construyendo una
polaridad en la que Fausto actuaría, oscilando en su fuero interior, pero caminando
ininterrumpidamente hacia el infierno.
En los hechos esto sucede así. Fausto, el soberbio, invoca al demonio, pacta con éste no una
sino dos veces, y por esto y por todos los actos impíos que comete va hacia el infierno. En
este esquema, Mefostófiles cumple, objetivamente, el rol de alimentar la soberbia del
doctor satisfaciendo sus deseos, pero también obligándolo a someterse al pacto que ha
firmado cuando su soberbia flaquea ante el terror de pasar toda la eternidad en el infierno.
En esta trama el narrador trabaja coherentemente, los hechos se ajustan a su objetivo. Sin
embargo no sucede lo mismo cuando los personajes dialogan. En ese momento la pluma del
autor es menos aguda, y cuando éstos deben hablar, la voz que continuamos escuchando es
la del propio narrador-autor. Mefistófeles es el diablo, sí, pero su voz no es, muchas veces,
la del diablo, sino la del “piadoso” autor. Veamos en qué consiste esto.
A partir del capítulo once, cuando ya se ha realizado el pacto, comienzan la serie de
preguntas sobre el infierno que ya hemos referido anteriormente. Las respuestas que
Mefostófiles da a Fausto en general son veraces, de hecho el narrador nunca dice lo
contrario. Pero más significativo que un diablo diciendo la verdad es la respuesta que da a
Fausto acerca la caída de Lucifer, a la cual también ya no hemos referido:
11
Y en cuanto lo hubo creado, púsolo en lo alto del monte de Dios y encomendóle el
gobierno de un principado, pues era perfecto en todo orden de cosas. Mas cuando
espoleado por la soberbia y presunción quiso rebelarse en Oriente, fue destronado y
arrojado por Dios de la morada celestial (…) Y como a sabiendas y temerariamente
alzóse contra Dios se sentó en su trono de justicia y lo juzgó y condenó en seguida al
Infierno, de donde no podrá escapar por toda la eternidad. (Anónimo: pp. 66-67.)
¿Quién es el que aquí habla? Formalmente es Mefostófiles, pero el contenido está en total
acuerdo con la ideología del narrador-autor. La voz, de hecho, le pertenece a este último.
Mefostófeles se refiere aquí a lucifer como se refiere el mismo narrador sobre Fausto, en
tono casi de censura. El peso del contenido, en este episodio, deforma al personaje, porque
pierde autonomía y se transforma en un títere del narrador, lo cual no es contradictorio con
el objetivo del mismo, pero sí debilita a la obra en términos de calidad literaria. Lo mismo
puede observarse en el capítulo quince, en una nueva conversación acerca de los infiernos:
“…el Ángel caído pasó a ser enemigo de Dios y de todos los hombres y, como aún lo hace
ahora, tuvo la osadía de ejercer todo género de tiranía sobre estos…” y más adelante “el
Diablo tuvo envidia”, y cuando habla de todos los diablos explica que son “un número
incalculable de espíritus que tientan a los hombres y los inducen a pecar. Andamos
dispersos por el mundo y con toda suerte de astucias y maldades intentamos apartar a los
hombres de su fe y los incitamos a pecar…” (Anónimo: pp. 69-70.) Se pueden añadir otros
pasajes, como el ya citado capítulo diecisiete, pero no resulta necesario. Las verdades del
diablo se reiteran varias veces, aunque desde luego hay excepciones, que en realidad
ayudan a confirmar la regla.
Por lo demás, el personaje de Mefostófiles no de gran interés en la obra. En ningún
momento logra tener una relevancia más allá de la que asume por su rol en la historia. Es
un personaje que pasa en gran medida desapercibido para el lector.
12
4/ Conclusión
A lo largo del trabajo hemos podido observar que toda la obra está puesta en función de un
objetivo ideológico, que es la defensa de la fe en dios como vehículo de salvación. El peso
ideológico es muy fuerte a lo largo de toda la historia, fundamentalmente en los pasajes que
son verdaderamente relevantes, como los pactos o la presentación de los personajes. Éste
solo disminuye cuando de narran las aventuras de Fausto, en esos momentos el carácter
didáctico-moralizante pasa a veces a un segundo plano. Esto hace de la obra un conjunto
heterogéneo en el proceder formal, y cuya unidad, como ya se ha dicho, viene dada por el
objetivo y los presupuestos que hay detrás de ella.
Los personajes no son construcciones acabadas y autónomas del narrador. Muy por el
contrario, se nota con brusquedad que son manipuladas para que las ideas de éste puedan
salir a la luz y el lector se convenza de ellos. De allí las acciones forzadas que les hace
cometer –recuérdese lo dicho sobre Fausto y Wagner– y las palabras que pone en boca de
éstos.
Definitivamente, la Historia del Doctor Johann Fausto no es una obra estéticamente
convincente, que sea de gran atractivo al lector moderno. Al mismo tiempo, lo que queda
por preguntarse es cómo una obra de tales características pudo generar tan enorme tradición
literaria. Qué núcleos del contenido presentado son los que han hecho que sobreviva a lo
largo del tiempo. Por lo que hemos visto hasta aquí, seguramente no las enseñanzas que el
autor anónimo con pretendía reformar a sus contemporáneos.
13
Bibliografía
ANÓNIMO. Historia del Doctor Johann Fausto. Trad. de Juan José del Solar. Siruela:
Madrid, 2004.
BARON, Frank. Doctor Faustus: From History to Legend. Wilhelm Fink: München, 1978.
MÜLLER, Jan-Dirk (dir.) Romane des 15. Und 16. Jahrhunderts. Deutsche Klassiker:
Frankfurt am Mein, 1990.
WELLBERY, David E. (dir.) A New History of German Literature. Belknap Press of
Harvard University Press: Estados Unidos, 2004.
14
top related