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IDEAS Y FIGURASFEDERICO VEGA Y VEGA
A D M IN ISTRA DOR
REV IST A SEM ANAL DE CRÍTICA Y ARTE
\llO II BUENO S A IRES. 26 DE EN ERO DE 1910
ALBERTO GH1RALDOD IRECTO R
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O I I . S\a.©3TLcio _A_lree, E n e re 3© ele 1910 q'-i-m, 2- i
Ib E ñ S T FIGURASÜ L
R EV IST A SEM A N A L DE CRIT ICA Y A RT E ED ERICO VEGA Y VEGA A LBER T O QHIRÁLOO
A D M IN ISTR A D O R D IR EC TO R
El becerro de oro.
IDEfl5 Y FIGURfl5 REVI STA SI!M A. NAL DE M ITIGA Y ""T E
V V E OA
M ateo Alonso.
Al8ERTO OH' '' ''LOO .'.'OTO.
El becerro dI! oro.
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En la sombraÁ JOSÉ DE SAN MARTIN.
Iban rodando los mundos vertiginosamente. <!n el silencio de la noche y el pensamiento se perdía tras la invisible estela que debían d iseñarsus trayectorias. O bservaba las luces trémulas de los astro s v buscaba el hilo in-j tangible y ferreo que los unía à mi ser; cru-¡ /.aba. mentalmente la piedra y preguntaba á sus átomos si a lguna vez habían agitado con con sils v ibraciones el pensamiento del hombre y llegado con él á la fé, al renunciam ien- ' to ó á la negación.
¿Ese trozo de montaña no habría vivido en la cabeza de un troglodita?
¿Andando los siglos no sería vo también un trozo de montaña?
Los pensamientos gran des com o los m undos rodaban como ellos vertiginosam ente y el paisaje solitario y agreste de aquel valle dantesco p arec ía qiie les diera el ritmo sonoro v rápido de las c a sc a d a s .
Amanecía. Allá tras una nube roja ardió el Sol y su fuego de oro mordió corno un ác ido la t ierra para que reventando Ja simiente coronara de vida la vastaextens ión de l planeta.
C e rc a de mi un árbol centenario crugia dolorosamente á cada c ar ic ia del viento, su copa parecía querer esfum arse en el vacío y : us ra ices desprenderse de la t ierra p ara l realizar un viajo sideral. ¿También en busca del término?
Sin em bargo la ronca m úsica del tronco veteado por el rayo y rajado por las tempestades era el contrabajo necesario del murmullo orquestal y casi cristalino de sus hojas. ¡La m úsica de las hojas! . . . . S u av e v fresca, s incera y saludable como el canto de los p á jaros , expresión de la. vida en un ritmo, en una nota vaga y única, imprescindible á la ' a rm onía del gran concierto universal.
Junto á su tronco sentóme y con el puño ( hundido en el semblante tan pronto miraba al Sol naciente asomando por su cortina do ¡ l lamas ó á las frescas y rosadas florecillas de j los tréboles que llenaban mi espíritu de fres- • cura sa lva je ; ora me perdía en el espacio azulado y profundo, recorr ía las coronas de púrpura sangrienta que ciñen en las m adrugadas las frentes d é la s montañas ó descendiendo seguía en su m arch a á la paciente hormiga que se hundía en la tierra, con su pesada c arga , oscilando com o un velero en a lta mar.
Así d ivagando y per.lidos mi pensamiento y mi mirada enei profundo misterio de las c o sas, sentí de pronto como el roce de una m ano leve que se posaba en mi hombro. Dime vuelta sorprendido: en la soledad de aquellos lugares no esperaba mi carne la g a rra del ser humano.
Nada vi.Abstraído nuevam ente miré el Sol, miré la
cumbre, el »ztil y la piedra é iban á seguir su antiguo curso mis pensamientos cuando llegó á mí oído una voz fría y penetrante como la car ic ia del áspid:
—¿Qué buscas en la. soledad? ¿Qué buscas en la inmensidad?
La voz salía de la piedra,del trozode montaña.- ¿Hoscas la vida? ¿Huyes de la vida?—con-
tinuó la voz.- N o s é - r e p l i q u é —¿A caso vivo?
lis verdad. ¿A caso v iv im o s? . . .
— «Cogito e r g o » . . . ¡ B a h ! . . . ¿Quién eres tú?— ¿ Y o ? . . . Y a lo v e s . . . un esclavo de la
fuerza, que viaja en la opresión hace millones de siglos.
— ¿Tu historia?—Y á te contaré mi historia. Es la rg a como-
el tiempo, misteriosa como el tiempo. He v ia jado, viajado .. He vibrado, v ib ra d o . . S igue mi vibración ahora en este mundo de Ja piedra donde h ace mil años me condujera el. m ar y el viento. Y desde h ace mil años lo esperaba.
—Dime: ¿ L am a rc h a es eterna? ¿El término?..— ¡Preguntas! ¡P re g u n ta s ! . . . ¿Cual fué tu
pasado, tu postrer conocim iento?La última vez que estuve próxim o á un.
hombre fué a llá en la India. ¿Conoces la ludia? ¡L o s arrozales junto al G an ges donde florece el lolo y el python se en ro sca g r a ciosam ente en el mangle? ¿Los corintos donde los tigres solitarios y m elancólicos rompen las carnes palpitantes de las v írge n e s? ’ Vivía yo en el cerebro de un yogi y he aquí lo que"llevé conmigo cuando los buitres hundieron el pico en su c á d a v e r y el viento c á lido del medio dia sopló sobre el polvo desús restos dispersos.
El pensaba asi:D am anaka h a dicho: «En la evolución del.
mundo ¿quién después de muerto no renace?»Con esta idea he llegado aquí y á pesar de
ella esperaba ¿quien no espera? mi abisma- ción en Dios. Sin em bargo pasan siglos y s i g los y no me siento modificar. ¿Quieres tu revelarm e el misterio de mi futuro? Oigo lleg a r l iasta mi el lejano rumor de las c iv ilizaciones; y el gritó de evolución y p rogreso m ás de mía vez ha retumbado como un eco lejano en el granito de estas montañas. ¿Quieres explicarm e lo que significa «eso» que yo- apenas oigo como un c lam o r indistinto y formidable?
—¿La civilización? ¿La ciencia? ¿El progreso de los siglos?
—Si, s i . . .—» >ye:D am anaka ha dicho: «En la evolución del.
mundo quién después de muerto no renace?»
Allá en el fondo del valle resonó una risa sa lva je .
El cielo era de zinc oxidado con eléctricas- radiaciones de cobre.
Y un rayo había quebrado la montaña.Después, v a no, estaba el trozo de piedra
donde vibraba el Atomo, pero entre las aguas, «leí torrente que rebotaba en las peñas me pareció percibir uña som bra indefinible coronada de espum as y de iris que se alejaba, y la voz fría, y penetrante como Ja caricia del áspid, Jlegó otra vez á mí:
— . . . ¡D am anaka! . . ¡ D am anaka ! . . .Y e ra como la ironía de los siglos arrullan
do la. infancia del hombre.— ;< l ié ! . . . ¡Damanaka! . . .I.uego la risa de los cráteres , la. ch ar la de
las aguas , la dulce sinfonía de las florestas, <(l canto épico de los truenos y en el lejano horizonte un trozo de azul ardiendo en et fuego del So l.
P a b lo A. CORDOBA.
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Aparición.
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. '#
lip,¡rició".
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El deporte de las ideasS i qu is iéram os d a r una conciencia á
nuestro s ig lo y describ ir ge o m é tr ic am e n te su fisonomía, no podríam os definirlo sin© como el pandemoniun de todos los so í is J m as y todos los d og m as ; de todas las osa-l d ías y todas las negaciones. P e r o esa in-i quietud m ag n a del espíritu contemporáneo! e s a n eurosis mental que caracteriza la é p o ca en que tócanos vivir, es sin duda mil ve-' c e s p re fer ib le ¡i la pasividad odiosa y funesta de una humanidad c ie g a y e sc la v a hipí notizada p or todos los ju g lares del despO-f tismo.
Es indudable que de ese m arem agnum í d e ideas y aspiraciones, ha de s u r g i r claréi y tangible la noción de la verd ad , como ha nacido y a c la ra y profunda en el a lm a del pueblo que piensa, razona y co m p a ra la noción de la justicia .
En esa ta rea deb ieran tom ar parte todos» los hombres de m iras honestas, que escriben! E l sport de las ideas que entre nosotros 110 ex is te á p e sa r de s e r el m ás noble de los sports, rea lizar ía bajo este concepto^ nuestro pensamiento. N ada h ay que como la justa intelectual con tr ibu ya á rom per la indiferencia del público y á ilustrar su con ciencia.
Nuestros hombres de letras, especia lm ente los que gozan de cierta reputación, p ocas ve ces gustan descender á la p alestra en de*- fensa de sus ideas. R e h u y en toda p ro v o ca ción c aba lle rezca al respecto. ¿Porque.-?— nos preguntam os—¿ P o r desdén? ¿P o rcá lc u lo , p or exceptic ism o, por cobardía? S in e m b a rgo, qué m a y o r orgullo, qué más delicada satisfacción que la de batirnos ga l la rd a : mente en pro de nuestras convicciones?
L a aceptación pública podrá darnos la vana aureola del éxito; la conciencia de nuestro m érito intelectual, solo nos la puet- de d a r la lucha.
Cuán provechoso sería si el period ism o bo n aeren se libertándose de cuando en cuando de la política, en a ra s d e los intereses m ora les de la humanidad, adoptara la p r á c tica de las d iscusiones seren as y condené zudas sobre los m últiples tem as de interé¿ público. S e realizarla un encom iable m ag ister io de la verdad , por un lado, y a p r e c iar íam os m ejor á nuestros caudil los literas- ríos por otro, á quienes m uchas v e c e s no conocem os sino de oídas m ás por el hecho de su notoriedad polít ica que por una sola de sus producciones. P ero no conozco sino un periód ico que entre nosotros re a l ice algunas v e c e s este propósito, y e s el s e m a1 nario d e c r ít ica y a rte de mi ilustre a m ig o A lb e r to Ghira ldo .
G ra c ia s á las dos encuestas organ izad as desde «Ideas y F ig u ra s» , la prim era sobre e l fusilam iento üe F e r r e r y otra rec iente sobre el estado de sitio en nuestro país, muchos como vó habrán podido conocer la opinión escr ita de * los g ra n d e s h o m b r e s » d e la República A rg e n t in a . P e ro aún así,
no á todos ha log rad o hacer h ab lar el poeta am igo. L o cual es, por cierto, m u y s u g e s tivo, porque si n o n o s d á eso la m edida d é la mentalidad nos d á en cam bio la e n v e rg a dura m oral de quienes c a re ce n del va lor de su s ideas.
Com prendem os, entonces, los g r a n d e s inconvenientes que tiene esto de la polémica. H a y que sa b e r cómo se fabr ican las reputaciones l i terar ias entre nosotros. Mejor dicho, cóm o se fabricaban a lgun o s decenios atrás en que el n ivel de la cultura era otro y en que b astaba cu lt ivar un solo flanco del espíritu para adquirir respeto, nom bre y elevad os puestos públicos. >ío todos los ped estales en que d escansan los dioses de nuestro Olimpo son, pues, de gran ito . Y el s ilencio de los c o n sa g rad o s contr ibuye á no rom p er el hchizo entre la gen te que no- analiza. Hien, tiempo es y a ele que sepam os á qué atenernos. Si fulano e s un faro, q u e p rod igue sus luces al pueblo, al que buena falta le hacen.
E l intelectual de a lcu rn ia no vende el blasón de sus o rgu llos por un plato de lentejas: tiene s iem pre el valor y el altruismo de sus ideas. N o se concibe un cereb ro ego ísta . La necesidad de ir rad iarse que s iente el alma, es com o la d e la s f lores que difunden sus a ro m a s . Tam poco deben desdeñar á los jó ve n e s que recién se incorporan al e jérc ito de las letras, por g ran de q u e s e a su petulancia, la que gen era lm en te no es sinó fruto de la inexperiencia. E l d e b e r de ios ve te ra n o s es ed u car á los reclutas. E l lo s deben encauzar el espíritu de la juventud, pero sin ínfulas ni prosopopeyas,, con todo el cariño de quienes 110 olvidan de que los que v ien en son los que han de a v a n z ar y no los que se quedan.
May m ucha ge n te n ue/a , en efecto, que llega de todas partes , aún de las m ás humildes esferas, bien pertrechada p ara las lides del pensam iento y que irá , si el Don Q uijote que l leva en el alma 110 es d e r ro tado por el Sancho Panza diluido en el a m biente, m ás allá de donde se han quedado nuestros gran des hom bres que no supieron s e g u ir el curso vert ig in oso de la evolución; y sufren de idénticos achaques que los que ellos m ism os com batieran en épo cas p retéritas, entre las castas c on servad o ras .
So lo el deporte de las ideas, la g im nasia continua del pensamiento, y para ello nada m ejo r que las polém icas, podrá m an tener limpio y flex ib le , com o una e sp a d a toledana, nuestro espír itu porque nada que contribuya á fo rm a r el sentido crítico, á aguzar la im aginación, á d ilatar nuestra visualidad de las cosas, á a g i l iza r y d isciplinar las- funciones del cereb ro , y sobre todo á s e r ecuánim es en n uestras aprec iac iones, com o el hábito del razonamiento que es en la discusión lo que la táctica m ilitar en los cam pos de batalla.
Julio R . B A R C O S .íDe «Los lunes de E l Nacional)».
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A l o n s o .
L a s R o c a s .
M a t oo Alonso.
Las Roc.as.
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Balada de otoñoIdilio. — Dos a lm as solas
Bajo un cielo de arrebol,Junto á mi amiga, las olas Desleían barcarolas En la apoteosis del sol.
Luz de luna. — Mientras huella Las violetas del jardín, •S e dá en un beso mi bella,Que parecía una estrella Con blancuras de jazmín.
En la a lc o b a .-^ El tibio nido. Suspiros, frases de miel;Alguien murmura á mi oído: «Mira que acecha el olvido Bajo el rosado dosel.»
Después, la desgarradora,La triste separación;Llegó del «adiós» la hora
Mientras surgía la aurora Sobre una muerta ilusión.
La ausencia, las no olvidadas Promesas, la duda cruel,Y así las horas pausadas Llegaban como enlutadas Trayendo tragos de hiel----
Volví á verla, pero inerte;Ya fría su blanca sien;«No esperes que se despierte, Mira que llegó la muerte Para besarla también.»
Oh! Pálida que deshojas Las margaritas en flor!¡Triste otoño, cómo arrojas Las amarillentas hojas Sobre su tumba y mi amor!
C á r l o s O r t iz .
La vendedora de aguaCANCIÓN
—[Agua fresquita.. . L o mismo que la nieve llevo el a g u a . . .¿Quién quiere el agua fresquita?
¿quién se abrasa?
—¡Ay qué joven y qué linda es la aguadora!¿Quién me llama?
—Divina como una rosa de Mayo tiene la cara!
—¿Quién tiene sed?— ¿Quién, al verte fresca y linda’
limpia como el agua pura, no se abrasa?¡Dame, hermosa, que me abraso!
—Caballero, como nieve llevo el agua!—Tú sí que eres agua p u ra l . . d am e !. . . dame!
¡pero mi sed 110 se apaga!. .En el hueco de tus manos bebería . . .¡de tu boca la bebiera y me c a lm a ra ! . . .—
Al caballero la niña esquiva vuelve la espalda.
—De la fuente de la s ie r r a . . . ¡como los propios cristales, limpia y clara!.. .
¡Agua f resqu ita ! . .. ¿quién bebe? ¿quién me l lam a ? . . .
Y el caballero suplica: — ¡Que me abraso !. . . dame! dame!—
La niña vuelve la espalda, diciéndole al caballero:— ¡P a ra usted no tengo agu?!
—¡Agua fresquita!. . . ¿quién quiere? ¡como los propios cristales, limpia y c lara ! . . .
¡La voz sigue el caballero y, triste, de sed se a b ra s a ! . . .
V íc e n t e M e d i n a .
Canciones monótonasComo la nieve que cae y cae,
Así mi verso nace y nace,Y me hace un blanco, blanco sudario Para mi pobre amor callado.
Hay una bella sonrisa roja Que ha sonreído una bella boca;Yo la recojo y la hago mia Aunque la boca no me lo diga.
¡Ay! la sonrisa bella, en flor No es para mí... 110... 110...Y el verso entonces hace un blanco, Blanco sudario á mi amor callado,
O T R A
Yo tenía una novia, así Pálida como el marfil.Yo tenía una novia, ¡ay!¿Dónde estará?...
La busqué á mi lado, sí:¡La busqué tanto!... y acá y allí. Doblemos la frente: ¡ay!¡No se encontrará!
¡Quién pudiera ser joven y Tanto como antes lo fui,Cuando la vi pasar clara y jovial Por el jardín de lo que pude soñar!
E n r iq u e B a n c u s .
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M a te o A lo n s o .Mateo Alonso.
Chic: ••.
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EstiLo bello
Bello es todo lo susceptible de motivar un estado simpático de nuestro espíritu. El objettf bello será más b.j llo cuando el estado de simj- palia que motive sea de una mayor plenitud', profundidad y fuerza.
Nada es bello sino á base de efecto anímico?.En el efecto anímico de lo bello hállansé
comprendidas sus mil y una condiciones, nq concluidas de establecer hasta el presente per los tratadistas. f
De que lo bello sea á base de efecto anímico, se infiere que el hombre, formal y eje- presivamenteconsiderado, es la primera belleza.
De ahí que el objetivador pueda hallar lo bello no sólo fuera de él, sino en él mismo.
Lo sublimeLo sublime es el rebasamiento de lo bello ert
la ocupación que éste hace de nuestro espíritu.Observa Kant que es propio del estado de
•sublimidad un asi como desconcierto momentáneo el cual 110 es otra cosa que la reacción del yo al asomar á la ventana que lo bello abre inesperada y súbitamente hacía el más allá de toda conciencia superior.
Con lo dicho se admitirá que lo sublime sea, con respecto á lo bello, el extremo opuesto de lo agradable, que no alcanza á la emoción por consistir en un juego de impresiones ligeras.
Redundando, en afán de claridad, pudiera decirse que lo sublime es el paroxismo de lo bello.
El arteEl arte es lo bello manifestado por el hombre.El arte será m ás arte á medida que nos
proporcione lo bello más intensado, preciso y, en consecuencia, poderoso. Estas cualidades se manifiestan diferentes en la diferencia primera del arte: la de sus medios. E s que cuerpos sólidos, colores, sonidos, vocablos ó gestos, tienen su modo especial de ser más ó menos intensos, precisos y poderosos en la expresión de la belleza.
El hecho de que lo bello se halle fuera ó
Pensamientosl.'n redactor del Matin de París,
lia tenido la buena suerte de descubrir entre viejos papeles, los pensamientos del ilustre sabio y pensador Ernesto Renán, que transcribimos.
—Los milagros tienen necesidad de que los ayuden á nacer.
—Todo lo que damos á la Religión, se lo robamos á la Patria.
- L o s grandes hombres de la historia han sido rara vez hombres de talento.
L o s moderados son los impotentes de la historia.
—H e esculpido mi vida como se esculpe una obradeartc. L a a m o . Larom perécom ounacopa.
t icadentro del expresador, da lugar á las denomí naciones de arte objetivo y arte subjetivo.
El arte de la primera denominación, es una humanización de lo externo: cosas ó seres.
El arte de la segunda denominación, es la revelación de lo interno: el alma.
Más dado que no exisíe belleza sin previo su efecto anímico, tampoco es posible la realización artística sin que ese efecto sea la más cierta verdad en el realizador, constituyendo así el elemento único del arte.
De ahí que supuesta su actitud ingénita, la primera condición del artista sea la sinceridad, y de que de sus procedimientos surja clara la afirmación de considerar el arte como lo bello manifestado por el hombre.
En conclusión, el arte es intuitivo: no busca, ve; es sintético: no analiza, siente; es apto ó capaz: no muestra, da.
Siendo á la vez intuición, síntesis y suficiencia, su obr?. nos posee con un fulgor en la mente, un arpegio en el corazón y un cumplimiento en el deseo, y todo, en un dado momento espiritual cuyo carácter medio es el del extásis.
C on ciencia artísticaToda belleza á exteriorizarse lleva en sí la
mayor posibilidad de perfección real.El barrunto de esta perfección, con todo
ser una nebulosa, podría llamarse su noción previa: surge al par que el deseo de obra, y se completa y define al tiempo que guía al artista en la ejecución.
Así es como la obra va mostrando, desde su comienzo hasta su primera ó sucesivas hechuras, el menor ó mayor grado de acercamiento á la perfección posible de la belleza expresada, para indicar al fin en ese grado el de la conciencia artística del autor.
De ahí la definición.Conciencia artística es la revelada en toda
ob"a por el m ayor ó menor acercamiento de ella á la perfección, que ella misma deja co- lejir, del concepto ideal.
Edmundo MONTAGNE
postumos— Xo tengo sino pensamientos abstractos.—Mientras más literarios somos, más natu
rales debemos ser.— Corazón contrito vale más que sacrificio.— Amamos el país en donde hemos sido
pobres.— Cuando el hombre no es muy malo hay
que ser bueno para con él.—La materia y el espíritu se encuenlran en
el infinito.— Toda creencia es un límite.—La doctrina m ás inmoral consiste en ase
gurar que la desgracia es un castigo.Ernesto RENAN.
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M a t e o A l o n s o .
Voluptuosidad.
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Matan Alonso.
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Voluptuosidad.
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G e n t e ¡ o v e nEDMUNDO MONTAGNE
Hace y a varios años, cuando el se r libertario tenia el encanto de lo raro y de lo peligroso, un jo ven com ulgante dijome una noche: ¿Conoces á M ontagne?.. Y como mi respuesta fuera negativa , me obsequió con un ejemplar de «Frases rítmicas», añadiendo, á m an era de comentario elogioso, que el autor «era compañero». No sé si por despreo-í cupación ó por desconfianza,-- y a h a b ía mordido en mi corazón el excep tic ism o .--4 el libro aquel fué á dormir su manojo de/ bellezas en un rincón de mi biblioteca. . u
Tiempo después, otro amigo contóme una? leyenda sombría de la vida de M ontagne* Una leyenda de hospicio que envidiaría- cualquier neófito de la decadencia. wjj
Y, es c laro, aquello hizome leer «Frases' rítmicas». Mejor dicho, aquello hizome a d m irar aquel montón de fiebres rim adas por las que, á veces, una h erm osa incoherencia frasea sus cascabe leo s m acabros ó 1111 vago sentimentalismo dibuja rinconcitos de alma.
Después, cuando iuve el oportuno egois-' mo de ser su amigo, pensó que aquello de la leyenda, aquello que los alienistas c lasificaron por «delirio polimorfo», no era m ás •que un e x ce so de ingenuidad, atormentadopor un largo afán de m ister io___
Bien lo pude com probar ahora al leer, en su libro «Versos de una juventud», las ú ltimas com posiciones su yas que, como «La velada», «Las calles solas», y otras, musica- lizan una ingenua teoría de ternuras nostálgicas. Y »i e sa exquisita modalidad, emotivam ente apacible, aparece tan de tarde en tarde en sus nervios, os porque Montagne, báse impuesto algunos tecnicism os que acaso,, le roban su m ás bella obra: reflejan con la m ayor expontánea despreocupación su muril o interior.
Su m anera tranquila y alta de v e r y dei seni ir—en momentos, de una serenidad par-;! nasista, como en «La copa del jardín»—- s e a m a lg a m a á ciertos m e l lo s actuales — e t e r nos por su hondura sugestiva — m ás que á
los ensayo s m ecánicos de un procedimiento que aún está por def in irse . . Lo prueba la m ajestuosa arm onía que en su claro endecasílabo se desliza á modo de una fosfo- recen cia de color; á modo de una gama, de notas que se vaporizan en perfumes a m a bles, junto á la turbulencia quebradiza de sus ensayos verorritm icos, donde la continuidad musical hiere al oído en un constante desayuntamiento.
En los prim eros está el M ontagnc, infantilmente lírico, que viene todas las tardes al cafó á te jer ensueños en los ojos de las mujeres que p a s a n . . . .
En los segundos 110 hay otra c osa que la paciencia trabajadora, que aprendió de sus Hermanos los yoquis. Y sin em bargo persiste.
Rntre la juventud literaria, Montagne, es, quizás, quien m ás ajenjos de lirismo lia bebido. A y e r la m usa roja ilel an arq u ism o- aquella grande musa, tan cálida y tan buena, que tantos venenos dióme en sus la- bios--le llenó de desplantes á la antigua fidalga usanza: después el hambre de las cosa s 110 sabidas, lo em borrachó de locura, y de niebla, en la interlocución del viejo Budda, ensombrecido de abstracciones pensativas.
Hoy es 1111 lírico, ambulador en peregrinajes optimistas, que graba con el signo de su verbo espiritual todas las piedras del camino. Es un lírico am ador de todo lo que nunca será digno de am arse , de lodo lo que hay en esta secuela de incertídumbres desorientadas que se llama: V ida l. . Y esto es malo; esto lo pierde.
Porque con su fardo de talento—que es m ucho—v a pasando Ja ruta sin pensar que su ad arga y su lanza 110 tienen la fortaleza do que han m enester para vencer á follones y m alandrines.
Y —á pesar de todo—m uchas veces , añorando aquella su a v e locura que hubo en mis horas pretéritas, mí envidia suele llegar hasta su a lm a . . . Evaristo CqaLOva A k ia s
Del cesarismo
En otro tiempo, con la peluca empolvada, el frac negro y las medias de seda de Talleyrand el traidor, hubiera alcanzado gran renombre en la ciencia maquiavélica de la diplomacia. Y hasta pienso que Catalina de Mé- dicis, hubiera también leído en aquella su mirada ya casi histórica, la capacidad para muchas maquinaciones tortuosas y difíciles, cuya incógnita se resuelve con ecuaciones de disimulo.
Más pliígole al destino hacerle nacer en una época en que se legislaba desde los cuarteles y había una escala tendida para los soldados audaces del campamento al Capitolio, y fué lo que debía ser, un sojuzgador de su pueblo y un detentador de la voluntad colectiva, falto sin duda de la grandeza trágica necesaria para ser un tirano, pero con la suficiente intuición política sin embargo para no ser un gobernante vulgar.
Taciturno como Grant, - fijaos bien en eso, ha dicho Groussac— enigmático como Monk,
ROCA.
él 110 nos ha contado jamás, si desde la infancia, tuvo ya—así Bolívar— la visión clara de su porvenir. Sin embargo de ello, tengo para mi que el Poder debió deslumbrarlo desde niño___ El P o d e r ........... El miraje soberbio y lejano, que ha deslumbrado en todos los tiempos la pupila visionaria de los hombres realmente superiores, que parecen nacidos con un extraño destello de consagración sobre la frente.
Roca debió soñar á todas horas con él. En las aulas primero, ensayando allí la imposición de su voluntad sobre sus compañeros de estudio, fuera de ellas después, en el campamento por último, cuando su autoridad fincaba ya en el oro de sus galones y en las prerrogativas de su grado, m is tarde, cuando el polvo de Santa Rosa, le resecó la garganta se despertó en él una inmensa sed de ambición, y anheló calmarla en la fuente de todas las dominaciones.
Fué así, como en alas de ese ensueño, re-
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M ateo A lo n so .
El crimen.
Mat90 Alonso.
El <:rime.n~
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ladoi y soberbio, bajo la tutela de su destino extraño de triunfador, hizo peldaños de los hombres mas viriles y de las testas más augustas para subir, hasta que un día, ante los ojos asombrados de la república, escaljó la cima.
A h o r a . . . ¡Oh! Democracia.
1.a historia nos presenta á menudo el ejemplo de esos soldados bravios y audaces, que se aduermen una noche en sus catres de carp- paña sobre una pampa llena de sangre, par,a despertar a! día siguiente sobre la púrpura de un trono ó en los sitiales más altos de una república.
Mirad no más en la historia americana y vereis como todos los grandes soldados de la emancipación, no pudiendo resistir al vértigo en las cimas del honor y de la gloría fueron á manchar sus verdes laureles de vencedores en las charcas rojas de los combatqs fratricidas. Nada mas que por el Poder y siempre por el Poder! Escluid á San Martin y ¡á Washington, las dos más altas cimas de [a abnegación y la voluntad, y tendreis que todos ellos, empezando por el gran Bolívar, desdeñaron la quietud serena de una inmortalidad que ya empezaba á nimbarles la frente, para enfrenar de nuevo sus potros de pelea y golopar en pos de soluciones san grientas que dieran la clave del problema de su ambición.
Así nació el caudillaje, que hizo de los campamentos su sede, fatal y definitiva. El caudillaje, que debía ser el azote perpétuo de las.democracias inorgánicas de América.
De allí, de esa sede, engendrada por la guerra y el desorden, que se mezclaron en una cópula bárbara en el lecho de la anarquía, surgió esa raza de bandoleros de la li
bertad, cuya vida toda trashuma, de la embriaguez del cuartel al despilfarro del tapete, de la holganza del vicio á la necesidad irremediable del crimen.
Soldados insubordinados y aventureros, ébrios de pillaje y sedientos de mando, que jugaron á la sola carta de su ambición el porvenir entero de su patria, y después le asestaron al pecho el puñal homicida de las tiranías salvajes y de las dictaduras que avergüenzan. Todos ellos hijos del tumulto, de la anarquía y de la guerra, y por ende, atro- pelladores, violentos y brutales.
En el lento desfile del pasado, la posteridad los vé destacarse sobre el horizonte de sus crímenes, como unas figuras espectrales ylívidas---- Siluetas de muerte que se agitanfuriosas dentro de la historia, como en una jaula de hierro, cada vez que un hombre se inclina sobre sus pajinas para estudiar.........!
Parece que pasaran feroces y ceñudos, con sus rostros iluminados por centelleantes miradas, arrastrando sus sables y haciendo chasquear sus botas granaderas, sobre un sendero de sangre coagulada, entre el toque de los clarines y el estampido de los cañones, á la luz de los incendios de los com bates . . . . Amenazantes aún los gorilas bárbaros y enchamarrados de ore, que estupraron la libertad sobre las llanuras llenas de cadáveres mientras los buitres bajaban de la sierra cercana, á desgarrar el vientre de los héroes m uertos. ..
De vez en cuando, asor-ia entre ellos la pálida iigura de algún gran tirano, rígido y trágico bajo su negra vestidura civil, que aparece encorvado como un interrogante de dolor sobre las pájinas de la historia, envenenadas con sus vicios y manchadas con sus crímenes . . •
!. B. MONFERKAND.
C on greso Extraordinario del P. Socialista de la R. A.Durante los días 1 y 2 de Enero corriente,
el Partido Socialista de la República Argentina ha realizado un Congreso Nacional extraordinario en la ciudad de Montevideo.
La resolución de abandonar el pais para celebrar en el extranjero una asamblea de sus delegados, fue impuesta al Partido Socialista por el estado de sitio decretado por el gobierno argentino, siendo imposible ese acto, en Buenos Aires, cada la forma brutal en que los poderes públicos han ejercitado las atribuciones que les confiere la ley marcial contra ¡as organizaciones revolucionarias del proletariado.
Después de persecuciones tenaces y múltiples, de que fueron victimas socialistas v anarquistas argentinos, el gobierno no cosentiria que en sus dominios una reunión de representantes se efectuara para arbitrar medidas relacionadas con el movimiento obrero avanzado y el estado de sitio. Este ha sido pues el origen de la medida adoptada por el Partido Socialista, abandonando la jurisdicción de su campo de lucha, para instalarse en un pais
•vecino á cumplir sus propósitos.
Pudiera creerse que esta circunstancia cambió la faz de la situación. En modo alguno. Una vez mas los gobiernos han evidenciado su solidaridad poniéndose de acuerdo para coartar las libres deliberaciones de un grupo de hombres libres.
El gobierno uruguayo no podía prohibir el Congreso Socialista sin atropellar despiadadamente derechos fundamentales, máxime si no tenía á su alcance el recurso bárbaro del estado de sitio. Y no pudiendo prohibir el Congreso, no ha omitido esfuerzo para obstaculizarlo, imponiendo trabas absurdas á su realización. Debido á la restricción impuesta por el gobierno á la libre emisión de! pensamiento el congreso socialista no ha podido exteriorizar con toda la ampliiud á que tenía derecho su protesta por los actos del gobierno argentino. De hacerlo, el Congreso hubiera sido prohibido, de acuerdo con el decreto que autorizó su celebración. Tampoco pudo celebrar en el local de sesiones, la asamblea reservad a en que debió tratarse la situación del Partido y y del movimiento socialista y obrero, ante una posible prórroga del estado de sitio. Cuan
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do el Congreso se disponía á hacerlo, invitó á la policía que ocupaba el local, á abandonarlo. Esta alegó entonces orden superior para no hacerlo, manifestando que su misión consistía en vigilar el cumplimiento del decreto del gobierno que permitió condicionalmente el Congreso, razón por la cual se negaba á retirarse. En vista de esto, el Congreso acordó la clausura de sus debates públicos, después de Iralar algunos asuntos no reservados de la orden del día-
Apesar de la prohíción policial, el Partido Socialista celebró en distintos locales de la ciudad sus reuniones secrelas, deliberando sobre los asuntos que tenía á su consideración.
En las sesiones públicas el Congreso acordó no concurrir á las elecciones en caso de prorroga del estado de sitio, y si el estado de sitio no fuera prorrogado, él Comité del Partido dedicaría sus fuerzas ¡i la organización electoral, concurriendo á los comicios de M arzo .
En cuanto á las sesiones secretas ha trascendido que despues de acalorados debates, el Comité del Partido, conociendo la opinión de las organizaciones afiliadas, adoptará las
medidas que estime convenientes a' la acción 'del Partido y las federaciones sindicales.
En el Congreso Socialista han estado representadas treinta secciones del Partido: De la capital federal: 2a, 'ia, 4a, 5a, 6a y 9a, 7 y lf>, 8a, Id y II, ]2a y 13a, 18a y 19a, Fem enino.— Del Interior: Avellaneda, Bragado, Mar del Plata, Moron, San Nicolás, Tigre, Rosario, Córdoba, Tres Arroyos, Pergamino, Junin, Tucumán, Lomas «le Zamora, etc.
Entre los delegados del Partido que han ’concurrido al Congreso, figuran una mayoría Ue obreros militantes, delegados en el seno de la Confederación Obrera Regional Argentina.
Tampoco pudo realizarse el mitin anunciado ■en el teatro Cibils en que hablarían oradores de las organizaciones avanzadas del Uruguay, 'por haber prohibido el gobierno que los orad ores se ocuparan de los actos de los poderes públicos argentinos.5 Con tales libertades se ha realizado el Congreso Socialista I No obstante, esperamos que ;las socialistas argentinos, sabrán poner en práctica, llegado el momento, el pensamienio revolucionario, que anima á todos los que luchan contra las tiranías y las opresiones.
RatificaciónAl director de P r o g r e s o — Buenos Aires
Contesto á la nota marginal de su colaborador J . Q. B., aparecida en el número 710 de su inteiesante publicación. He de manifestar, pues, que mientras no se demuestre lo contrario, y o continuaré siendo el director- fundador del primer diario socialista (entiéndase bien, diario y no periódico) aparecido en América, como lo acaba de afirmar el escritor luán Más y Pi en las páginas de su último libro al hablar de E l Obrero, dado á luz en Buenos Aires en 1896.
Muy de acuerdo con las otras observaciones aunque ellas en poco puedan relacionarse con la obra del distinguido crítico; muy de acuerdo, digo, tanto más si se tiene en cuenta que nunca he pretendido ocupar puestos que no me corresponden.
Pero y a que en nombre de la justicia se habla, quede hecha esta ratificación en honor de esa misma justicia.
Siempre de Vd. amigo afmo.
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Enero de 1910
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Ju a n Mas y PiACABA bE APARECER
Un volumen en prosa con el siguiente sumario :
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