fragmentos barcos en la llanura
Post on 19-Jun-2015
538 Views
Preview:
DESCRIPTION
TRANSCRIPT
Fragmentos de la novela: Barcos en la Llanura. Cortesía del Autora: Asier Aparicio Fernández.
Asier Aparicio Fernández, autor de varias novelas
históricas, comparte con nosotros algunos fragmentos de
su última obra publicada, "Barcos en la llanura", cuya
historia se ambienta en el periodo de construcción del
Canal de Castilla.
Una obra de fácil lectura y bien documentada, que bien
puede constituir un recurso para el aula, al que pueden
acceder nuestros alumnos.
Os enviamos dichos fragmentos, así como el enlace a las
web del autor, donde está el resto de su producción
literaria.
Página web: http://asieraparicio.wix.com/asieraparicio
Blog: http://asierapafer.blogspot.com.es/
Fragmentos de la novela: Barcos en la Llanura. Cortesía del Autora: Asier Aparicio Fernández.
Fragmentos de la novela: Barcos en la Llanura. Cortesía del Autora: Asier Aparicio Fernández.
Lo primero que oteé fue una mesa repleta de mapas, y de
no ser por el previo aviso, hubiera afirmado que
tornábamos a la guerra. La rodeaban otros hombres, por su
atuendo militares, y un muchacho de menor edad, que
como yo, mantenía su dignidad en medio de aquellos
gigantes. Pude leer en sus ojos la misma incertidumbre, y
la misma perplejidad de bisoño, lanzado hacia cumbres no
imaginadas. Me introdujeron a los presentes, casi todos
lozanos, provenientes del Cuerpo de ingenieros: Pedro
Ara, Carlos Saliquet, Cayetano Paveto, Sebastián Rodolfo
y el brigadier don Pedro de Lucuce, director de la
Academia barcelonesa. El aprendiz se denominaba José
Urrutia y las Casas. Ensenada se erigió como maestro de
ceremonias y ordenó a Lemaur que se aproximara;
después arengó: “Amigos, la ordenanza del catastro nos ha
obsequiado un panorama del país bastante desigual.
Nuestra metrópoli recibe riquezas de sus colonias, pero a
menudo los que la habitamos, observamos cómo esa
bendición se escurre como agua entre los dedos, y algunas
de nuestras ciudades gozan de un inapropiado esplendor...
cuando no aguzadas hambrunas, como la del año
precedente. ¿Por qué? Malas cosechas y pésimas
comunicaciones. Nuestro rey Fernando está decidido a
disminuir las trabas en las veredas, procurando que
nuestros productos no se encarezcan o se estropeen a
causa de corruptelas y demoras, y también desea que se
aprovechen nuestros recursos hidrológicos al máximo,
puesto que no hay tierra más seca que España y donde hay
agua, abunda la vida. Un país próspero es un país fértil y
comunicado. Hablo de calzadas, de ríos, de canales y
Fragmentos de la novela: Barcos en la Llanura. Cortesía del Autora: Asier Aparicio Fernández.
caminos reales... Fernando cuenta con un eximio Cuerpo
de ingenieros y está dispuesto a utilizarlo para colocar a
esta nación a la altura de otras. ¿No es un ejemplo Francia,
con su canal de Languedoc, que cruza de mar a mar la
llanura francesa? De allí, precisamente, proviene nuestro
colega Carlos Lemaur; ordené a Antonio Ulloa que
convenciese a un eficaz ingeniero franco, no por desmérito
de los nuestros, sino por escasez de éstos en nuestro
territorio. Él podrá aconsejarnos sobre la navegabilidad de
nuestros ríos y el trazado de nuestra red de estradas”.
Ensenada dio paso al ilustre invitado; Lemaur, sin poder
disimular su acento, se expresó con humildad, aunque
lleno de convicción: “En efecto, no quisiera desbancar al
Real Cuerpo español, sino más bien tender una mano con
vistas a una estrecha colaboración. Compañeros, como
sabéis la ingeniería de hoy no se basa en la creatividad,
sino en el cálculo matemático; no ideamos para la belleza,
sino para la rentabilidad. Es por eso que antes de elaborar
un plan ambicioso de dotación de recursos, debemos
calcular con realismo y exactitud con cuáles contamos. Es
un sueño cruzar montañas, unificar lechos naturales,… no
obstante, sin renunciar al proyecto, debemos ajustarlo a la
viabilidad y al presupuesto, con el fin de no gestar
quimeras. ¿Y cómo se hace esto? Vosotros lo conocéis:
observando desde el propio terreno”.
Ensenada volvió a tomar la palabra, con el fin de rubricar
como hombre de Estado las razones del experto.
“Fernando otorga su parabién y amplios recursos a este
propósito, y es tal su ímpetu, que él mismo me ha
trasladado sus intenciones. Acercaos todos, por favor.”
Removió los mapas de la mesa en busca de una carta
global de la Península. “Castilla es el granero de España, y
Fragmentos de la novela: Barcos en la Llanura. Cortesía del Autora: Asier Aparicio Fernández.
el pan es producto básico contra las hambrunas.
Abriremos paso para un canal desde Segovia hasta
Santander, a través del norte de la Meseta. Ese canal
cruzará el Duero, dando navegabilidad hacia el oeste, y
será unido a la capital a través de otro en Guadarrama.
Desde Madrid, trazaremos otro canal hacia el sur para
unirlo con Sevilla, y no olvidaremos la unión entre el
Mediterráneo y el Cantábrico, propiciando una conducción
en el alto Ebro. Respecto a las estradas, hora es ya de
efectuar el plan de nuestro fallecido Felipe, salvando de
modo solvente obstáculos como Despeñaperros, la
cordillera norte y otros sistemas montañosos. En efecto,
los planes pueden parecer grandiosos, pero, ¿no se ha
hecho lo mismo en Francia? Nada que no se intenta puede
probarse imposible. Sé que todos sois hombres de ciencia,
y como tal deseo vuestros estudios, no obstante, mal
avanzaría la erudición si no retara a la realidad, y en este
caso disfrutáis de la planicie en el peor de los escollos: la
cuestión monetaria. ¡Adelante, os he dicho, máxima
prioridad!” Todos quedamos absortos tras las palabras de
Ensenada; Antonio Ulloa quebró el momento:
“Dedicaremos el tiempo preciso para ensayar sobre el
terreno. Tenemos una gran responsabilidad, que consiste
en materializar lo imposible. El rey confía en nosotros y
no podemos defraudarle”. “En efecto”, prosiguió
Ensenada, “y no sólo el monarca, sino la grandeza de
España, y el bien de sus gentes. Tomadlo como una
inversión de futuro”. “Suele ocurrir, no obstante”,
interrumpió Pedro de Lucuce, director de la Academia de
Barcelona, “que lo que se muestra plausible en un mapa,
resulte insostenible en el terreno, pues es ocioso remover
tierras y unir ríos sin conocer su inclinación, la
Fragmentos de la novela: Barcos en la Llanura. Cortesía del Autora: Asier Aparicio Fernández.
composición de su estrato y otras tantas vicisitudes previas
a una construcción”. “Decís lo correcto; por eso son tan
importantes los estudios precedentes, y a eso vais a
dedicar los siguientes meses, tal vez años”, matizó
Ensenada. “Sin embargo”, insistió Lucuce, “¿y si en algún
caso resulta inaccesible? ¿Se admite un “no” como
respuesta?” “Se admiten una y mil variaciones en los
planes, nada más; considerad que estáis ante una fortaleza,
y que, por inexpugnable que parezca, debéis abrir una
brecha. Haced cuenta de que ésta, a falta de otras, es ahora
vuestra guerra”. “No obstante”, intervino Lemaur, “a
priori observo que hay múltiples diferencias orográficas
entre España y Francia, y por tanto, no es descabellada la
objeción de mi colega…” “Amigo Lemaur”, propinó
Ulloa, “dejemos que el tiempo nos diga lo que es o no
imposible. Ya habrá espacio para las discusiones”. Percibí
que al francés no le había agradado la intervención del
marino (quizá por eso, por no ser más que un militar), y el
futuro me mostraría que esa tensión iba a constituir una
constante latente en la relación de ambos. Ensenada
despachó el tema y la reunión: “He escrito un despacho
con instrucciones para cada uno de vosotros; no os
marchéis sin recogerlo”.
Dormimos en el Real Sitio y nos despedimos a la mañana
siguiente. En mi cabeza se habían cocinado durante la
noche sentimientos tan dispares como orgullo e
incertidumbre. Ulloa me anunció que debía acompañar a
su hermano, Fernando, a Abarca y a Lemaur, a las tierras
de Castilla. “¿Y vos?”, le cuestioné. “Yo no soy ingeniero,
otras investigaciones me llaman. Pero estaré cerca, y mi
hermano y tú haréis buenas migas”. En cuanto a Jorge
Juan, su despacho lo obligaba en El Ferrol, pues
Fragmentos de la novela: Barcos en la Llanura. Cortesía del Autora: Asier Aparicio Fernández.
demandaban su experiencia londinense para erigir un
nuevo astillero.
VII - De cómo un canal se muestra tan complejo como
necesario (y otras cosas): (...)
Jamás concebí la profunda marca que habría de legar en
mi el paso por Castilla, ni sabía yo hasta aquel momento lo
vital que resultaba el agua para una economía tan agrícola.
En efecto, siempre había disfrutado de pan (lo cual
suponía un lujo), y en ningún instante, ni siquiera en mis
años niños junto al puerto de Buenos Aires, imaginé que
nuestro gran Imperio pendía tan abultadamente de las
cosechas. Por entonces, apreciaba la grandeza de las
naciones por el número de barcos o por la cantidad de
hombres sabios, pero ¿qué es una nación sino gentes que
viven y se alimentan del fruto de su trabajo? ¿De qué
sirven sus palacios, sus flotas, sus vestidos y sus libros si
no se alimentan sus bocas? Y allí, en medio de la Meseta,
vislumbré las entrañas de la metrópoli: un ejército de
laboriosos campesinos, tan a menudo mal tratados, que
constituyen la base de nuestra economía. Con gran razón
afirma en la actualidad Jovellanos que España precisa una
acuciante reforma agraria, pues jamás vi pueblo próspero
sin una fundada y segura industria alimentaria. Algo de
esto debió intuir el marqués de Ensenada cuando nos
concedió el encargo de un canal en la alta Meseta, y con
tino denominan a estos parajes el granero de España… Así
pues, con esa misión caímos en las tierras de Castilla y de
León en el año de 1752, para dotar al granero y despensa
de nuestros reinos de un inteligente aprovechamiento para
su escasa agua, y a fe que nuestra estancia nos dio
Fragmentos de la novela: Barcos en la Llanura. Cortesía del Autora: Asier Aparicio Fernández.
sobradas pruebas de cuán frágil resultaba la línea entre
prosperidad y ruina, e hizo más que necesario el informe
que, al término de la visita, llevamos a Aranjuez.
Aquel año asoló la región una suerte de vacuas cosechas,
por causa de la meteorología adversa, de la escasez de
agua y de la deficiente planificación de los recursos
finitos, y ya se sabe que a una mala recogida le sigue un
periodo de pésima supervivencia. Vino en llamarse la
hambruna del 52, y no es que fuese la única en el siglo,
pero sí la que más me impresionó, ya que la viví muy de
cerca, en compañía de Fernando Ulloa, Silvestre Abarca y
Lemaur. Arribamos en marzo, al municipio de Palencia. El
intendente de la pequeña población nos atendió con
diligencia y satisfizo nuestra curiosidad acerca de
pormenores logísticos, como las posadas cercanas, los
pueblos, las exiguas fuentes y regadíos, así como los pasos
de ganado. Lemaur y Abarca quisieron inspeccionar las
cuencas y parajes de primera mano, así que exigimos
cuatro caballos y todos los mapas que tuvieran de la zona
(a mayores de los que él poseía, del catastro de Ensenada),
en un radio de veinte leguas. El funcionario nos ayudó
hasta donde pudo y nos instó a que, para lograr más
acopio, preguntásemos en los poblados por donde
pasáramos, tales como Monzón, Husillos, Becerril o
Paredes de la Nava. Era marzo, y aunque el año se
adelantaba seco (por falta de nieves), aún se soñaba con
las lluvias de la primavera.
(...)
VIII - De cómo todo es empezar y no basta con eso:
Fragmentos de la novela: Barcos en la Llanura. Cortesía del Autora: Asier Aparicio Fernández.
A mediados del 53, todo parecía posible. Lemaur ilustró a
Antonio Ulloa merced a nuestras anotaciones y el
sevillano comenzó a otorgar cuerpo al "Proyecto General
de los Canales de Navegación y Riego para los Reinos de
Castilla y León". Resultaba confusa aquella maraña
imprecisa de datos, mas todo cuadra cuando recibe
coherencia y para eso servía la ingeniería ilustrada. El
marino no pertenecía por vocación al Cuerpo de
ingenieros, aunque escribió y firmó el proyecto. No
obstante (y aunque seguí profesando gran cariño hacia mi
mentor), en virtud de la verdad, he de reconocer que su
labor hubiera resultado harto dificultosa sin los apuntes
técnicos y el trabajo de campo de Lemaur. Era el francés
un hombre modesto, pero con carácter, y a razón de las
posteriores desavenencias entre ellos a pie de obra, me
hago la idea de que no le satisfizo su colaboración, tan
poco reconocida. Por mi parte, profesaba una profunda
admiración por aquel gabacho de pocas palabras e intuía
(como así fue) que bregaría lejos en los reinos
peninsulares, y no desmerecía tampoco mi estima por
Fernando Ulloa, con quien pude colaborar, años después,
de un modo más estrecho.
El caso es que para primeros de julio, tras un reconfortante
asueto en Aranjuez, regresamos a la alta Meseta, y fue
colocada la primera piedra de la magna construcción en el
lugar que hoy denominan Calahorra de Ribas, bañado por
el río Carrión (de él se nutriría, mediante un dique o
inclusa, el futuro ramal). Afirmar que lucía el sol es poco,
pues resplandecía el astro en aquel 16 de julio como pocas
veces y golpeaba las espaldas de los veintisiete operarios
que picaban la zanja trapezoidal (se diseñó en esa forma
para que el agua no desprendiese las tierras laterales).
Fragmentos de la novela: Barcos en la Llanura. Cortesía del Autora: Asier Aparicio Fernández.
Había que avanzar a buen ritmo, y lo haríamos en
dirección al sur, pues la orografía era más llana y
benévola, y no requería de más misterio que el plano de
inclinación, anchura y profundidad, que no es poco. Para
mí, eso de enfilar hacia el meridional no suponía un plato
de gusto, y a cada instante temía el reencuentro con mi
Dulcinea, a esas alturas ya casada, y quién sabe si
embarazada. “¡Qué rauda corre la vida!”, pensaba mi
autocompasión. Sin embargo, el cauce te conduce donde
no quieres ir, y ante la necesidad de obreros para el
proyecto, Lemaur me pidió que cabalgase por los pueblos
cercanos y anunciase las condiciones para nuevos
contratos. Comencé por Monzón, y a lo largo de la
semana, pasé por Husillos, Villaumbrales, Becerril y
Paredes. En todos los lugares, me allegaba a la casa del
principal y le transmitía las condiciones de los contratos.
El siguiente paso consistía en escribir un bando y anunciar
por vía del pregonero que quien mostrara acuerdo con las
condiciones y paga, se aproximase a las inmediaciones de
Calahorra. Se costearía a los voluntarios puntualmente, a
razón de vara cúbica; percibirían al día una ración de pan
y vino, así como real y medio. Cada trabajador tenía el
límite de extracción en cuatro varas por jornada y se
alojarían en dos campamentos próximos a la construcción.
Acudieron muchos (unos mil quinientos), campesinos
desocupados tras la cosecha, que aquel verano resultaba
más prolija que la anterior. Por fin, me tocó el turno de
Grijota, y si hubiera ordenado mi voluntad, habría pasado
de largo, ¡y que el demonio se llevara a aquellos
desagradecidos! Pero vestía como militar y me debía a mis
superiores. “Te verás en peores batallas”, me consolaba.
Fragmentos de la novela: Barcos en la Llanura. Cortesía del Autora: Asier Aparicio Fernández.
Accedí al consistorio y, maldita sea mi estampa, me topé
en las escaleras con “el vivillo”; su atuendo se mostraba
lustroso y juraría que su familia no pasaba ya ninguna
necesidad. Me saludó como si tal cosa y hubo un instante
de tensión. Adivinó mi enfado y me espetó: “Ea, zagal,
que tú eres joven y no entiendes de ciertas cosas”. Mi
indignación se incrementó y sólo pude contestar: “Ella me
quería…” “Qué sabréis de estas cosas”, volvió a señalar, y
continuó escaleras abajo. Aún permanecí un momento en
actitud de pasmo, hasta que cierta luz invadió mis
entendederas. Parecía meridiano que el “ciertas cosas” que
los jóvenes no alcanzábamos no eran sino la
supervivencia. Me habían utilizado, estaba claro, pero no
menos que a Rosa, a quien habían casado con un mejor
partido, y me vino la idea de que mi rival había de ser el
alcalde con quien estaba a punto de platicar. El rencor
abandonó mi cabeza y se instaló en ella una profunda
compasión por mi amada, a quien, como tantas jóvenes en
el siglo, habían sacrificado como garantía de preservación.
Deploré profundamente tener que entrevistarme con el
intendente, aquel que era dueño de mi felicidad, mas en
honor a mi obediencia, tragué bilis y toqué con los
nudillos. Era como me imaginaba, un hombre mayor y de
físico desmejorado. (…) Con el tiempo sólo he podido
consolarme al saber que, gracias a mi sacrificio, algunas
familias de la localidad se sustentaron con el trabajo, y que
tal vez ciertas jóvenes, bellas pero miserables, ganaron una
tregua ante un inevitable matrimonio de conveniencia.
La obra marchaba con el viento en la popa y a fines de
noviembre pudimos abrir los dos primeros tramos. No
obstante, la bonanza se interrumpió con el advenimiento
de Antonio Ulloa desde París, y no por su falta de ímpetu,
Fragmentos de la novela: Barcos en la Llanura. Cortesía del Autora: Asier Aparicio Fernández.
sino por el choque de dos gigantes con diferente criterio.
Hasta ese momento, Carlos Lemaur había sido fiel al
proyecto, pero tenía las manos libres para solventarlo a su
manera. Con Ulloa, el plan ganó rigidez, y cobró tanta
importancia lo plasmado en el papel que el ingeniero
francés hubo de soportar ciertas reprimendas a causa del
trazado, pues, a decir del marino, había abandonado la
línea recta. Yo estuve presente en aquellas discusiones y,
aunque entonces callé por miedo a contradecir a mi
mentor, hoy hubiese apoyado al francés, que no es lo
mismo imaginar algo en un papel que llevarlo a efecto en
la práctica. Hubo un día en que la disputa elevó su tono: la
chispa voló en relación a la principal utilidad del Canal, si
para navegación o para regadío. No era asunto baladí, ya
que variaban las medidas, la inclinación y la construcción
de los caminos de sirga, así como de las almenaras para el
riego de las acequias. Antonio lo concebía tal y como fue
soñado en la cabeza de Ensenada, como salida hacia el
mar de las cosechas, por lo que su criterio se centraba en
la navegabilidad. Lemaur (y también yo, aunque callado)
opinaba que la carestía de agua constituía un hecho, y que
habiendo vivido, como era el caso, dos hambrunas
sucesivas en la zona, se requería más esmero en la
irrigación. El resto guardaba recato, incluido Fernando
Ulloa. Venció el criterio militar, aunque sin desoír la
propuesta civil, puesto que también Ensenada deploraba
en muchas ocasiones la aridez de España. En todo caso y a
pesar de todo, la obra avanzaba a buen ritmo y a principios
de 1754 contábamos con dos mil peones y torcíamos hacia
el oeste en el Serrón, con dirección a Villaumbrales.
Los problemas no cesaron, y en la nueva acometida,
topamos con un escollo prominente. Se trataba de la vieja
Fragmentos de la novela: Barcos en la Llanura. Cortesía del Autora: Asier Aparicio Fernández.
laguna de la Nava, a la que los antiguos nombraban “Mar
de Castilla”. Se precisaba desecar una buena porción de
ella, ya que estorbaba el trazado de nuestras obras. Los
terrenos a desaguar eran en parte desocupados durante las
temporadas de estío, pero con las lluvias retomaban sus
fueros, por tanto se procuró la construcción de diques de
contención para tales momentos, y también hubo que
desviar el cauce del río Valdeginate, surtidor de la Nava,
de modo que vaciara su torrente en el Carrión por vía
alternativa. Costó sudor y brazos de reserva, mas en
aquella primera etapa de construcción, la ilusión rebosaba
en sobras y no existía obstáculo que mermara la
determinación.
Temo que el posible lector se pierda en mis explicaciones,
con lo que me obligo a ilustrar a cerca del proyecto que
llevábamos entre manos. Como he dicho antes, en la
cabeza de Ulloa y de Ensenada, el Canal de Castilla y
León era una magna creación para comunicar Madrid con
el mar Cantábrico. En aquel año, habían decidido
comenzar las obras por el terreno menos accidentado y la
intención era conducir por el sur un ramal hacia Valladolid
y Segovia, y otro hacia Medina de Rioseco, base para la
carga y abastecimiento en las tierras de León, Toro y
Zamora. Ambos ramales se fundirían en las inmediaciones
de Villaumbrales (el Serrón) y enfilarían hacia el norte, en
dirección a Santander. Nosotros, arrumbamos el canal sur
y apuntamos hacia occidente (hacia Medina), a través de la
Nava. Pues bien, estas cepas profesaban un apelativo:
Ramal del Sur, de Campos y del Norte, respectivamente, y
circulaban los trabajos tan expeditivos en el de Campos
que se alumbraba tocar Sahagún el Real (en las
inmediaciones de Paredes) a fin de año, de acuerdo a las
Fragmentos de la novela: Barcos en la Llanura. Cortesía del Autora: Asier Aparicio Fernández.
previsiones de Ulloa. Lemaur concentraba sus fuerzas en
el diseño de caminos, acueductos, sifones y futuras
esclusas. Una obra resaltó por encima de todas: el puente
de la Venta de Valdemudo. Lo realizó para el paso de la
cañada leonesa y su sillería, asentada sobre los terraplenes
excavados, se sustentaba por magia matemática. En fin,
todo funcionaba, al margen de disensiones, hasta que
ocurrió una desgracia política, ajena al proyecto. De ella
hablaré en lo sucesivo, aunque no sin antes rememorar
otra anécdota que ocupó mis días jóvenes. Ignoro si
interesan mis desventuras, y habrá quien sienta en ellas la
parálisis de mi relato. Lea quien se descubra con ganas y
quien no, pase a lo que viene después…
Ya acerté en comunicar que se erigieron campamentos
para los asalariados. Pues bien, suele acaecer muy a
menudo que allí donde se amontona una pila de gente la
pulcritud hace mutis y los piojos, pulgas o garrapatas
descuellan a sus anchas. La suciedad procura focos de
infección, y las enfermedades que de ellos surgen no sólo
malogran a quienes las padecen, sino que se propagan con
el viento por toda la comarca. Por esta razón, recibí
órdenes de mantener y hacer cumplir un mínimo de
limpieza en los barracones del Serrón, de modo que
aunque los obreros fueran civiles, se atuviesen a las
costumbres de una campaña castrense. Algunos habían
servido en el ejército de su majestad, con lo que no costó
meterlos en cintura, pero los más jóvenes se mofaban de
ciertas costumbres higiénicas y las tachaban de
“refinadas”, como si limpieza y aristocracia fuesen
vocablos adjuntos (¡cuántos nobles he observado disimular
con perfume su descuido, y cuántas madres, como la mía,
obligan al baño de su prole, siendo la quincena el límite
Fragmentos de la novela: Barcos en la Llanura. Cortesía del Autora: Asier Aparicio Fernández.
para su cuita!). Procuré que se pelaran la barba, que
ventilaran su catre y que cambiaran sus paños internos a
media semana. Mas no sé si logré la mitad de lo dicho,
pues muchos solían acostarse con la misma ropa de labor y
no adiviné si los paños que lavaban eran de anteayer o de
Pascuas a Santiago. No obstante, lo que más quebraderos
me ofreció era la insana costumbre de arrojar toda basura
y desperdicio donde mejor les cuadraba. Había escuchado
que en Madrid Fernando VI exigía amontonar los detritos
en ciertos lugares para que las vías no semejaran
estercoleros insalubres, con lo que tomé la misma
determinación y habilité dos espacios para ello, fuera del
campamento. Además, consigné una gran fosa a modo de
letrina, pues cada cual defecaba donde encontraba apretón.
Al principio, obtuve tímidas victorias, y hasta me hice la
ilusión de que aquello se presentaba como una cuestión de
tiempo. Más tarde descubrí que cuesta más educar a un
corcel enviciado que a un potro de natural esquivo, y que
mis laureles eran sólo espejismos; Ulloa y los ingenieros,
alertados por un fuerte olor, encontraron tras su campo
toda suerte de inmundicias, y hubo que mover el puesto de
control. Los campesinos me habían obedecido, pero
juzgaron sus costumbres como previas a nuestra presencia
y entendieron que no éramos quiénes para imponer “el
agujero en que se caga”… “Quizá la próxima
generación…”, traté de serenarme.
En julio de 1754 el marqués de la Ensenada fue acusado
de traición a la corona. Ciertas intrigas proinglesas lo
apuntaban como instigador de guerra contra Gran Bretaña;
tres meses antes había fallecido su colega Carvajal,
elemento estabilizante en la política neutral entre Francia e
Inglaterra, y sin ese contrapeso la caída del “omnipotente”
Fragmentos de la novela: Barcos en la Llanura. Cortesía del Autora: Asier Aparicio Fernández.
se apresuró. El marqués fue desterrado de la corte y se
buscaron sustitutos para la Secretaría de Estado y la de
Hacienda: Ricardo Wall y el conde de Valparaíso. Al
enterarse de la noticia, Antonio Ulloa, que se apuntaba
como “ensenadista”, empezó a plantearse su dimisión
como director de obras. En aquellos días solía afirmar: “no
te engañes, chico, un gallo sin cabeza es un gallo acabado,
aunque lo veas correr”; de este modo, dejaba claro su
desencanto por el proyecto. Jamás lo había notado así, y
comprendí hasta qué punto era aquel propósito un sueño
personal. “El rey”, pensé, “sólo ha dado el parabién”. Con
Ensenada perdimos un hombre de perspectiva, y a finales
del 54, con el abandono de Ulloa, dudábamos de si el
entusiasmo derrochado en el Ramal de Campos atracaría
en buen puerto.
XIV - De cómo senté la cabeza y puse pie en tierra
firme: En marzo de 1760, mi compromiso con la obra del Canal
ya era pleno. Fernando Ulloa me participó su proyecto y
visité de primera mano los avances de la construcción.
Dos cosas me impresionaron por su inesperado adelanto:
la presa de Nogales para solventar las aguas del Pisuerga y
la dársena de embarque a los pies del campamento. Por
cierto que esta vez el asentamiento de obreros ofrecía un
aspecto más perenne, ya que la intención era mantenerlo
en el mismo lugar durante todo el proceso, y se planeaba
que fuese el centro logístico de toda nuestra misión. Los
operarios lo habían bautizado como “Alar”, y por ser
nuestra faena de factura real, “Alar del Rey”. Después
surgirían otros, al ritmo de las obras, como Barrialba y
Nestar, junto a Herrera, y en torno a Olmos de Pisuerga (al
Fragmentos de la novela: Barcos en la Llanura. Cortesía del Autora: Asier Aparicio Fernández.
margen de los de reos y soldados, que también tributaban
su fuerza).
Se notaba de lejos que el tramo actual presentaba mucha
más dificultad y requería mayor capacidad organizativa.
En el norte, a diferencia del canal de Campos, había que
sortear la altura del terreno, para lo cual la solución más
antigua y solvente constituía el uso de esclusas, y esto
requería, a su vez, mayor cantidad de piedras, ¡y labradas
como sillar! Hubo, por tanto, que buscar proveedores y
canteros en la cercana provincia de Burgos, y también por
la comarca de Campoo. Para tal objeto, contamos con la
ayuda de Ventura Padierne, del Cuerpo de ingenieros, que
se había unido a nuestro cometido en enero. Mi trabajo
consistía, al igual que en la etapa anterior, en acrecentar el
número de operarios, ordenar su estancia en el campo de
labor y consignar el registro de las vituallas necesarias
para su sustento; en general, procuraba ser eficiente en mi
tarea, aunque no se adecuase a la de un guardiamarina.
Echaba de menos la acción naval... hasta que algo removió
mi monótona existencia.
(...)
Respecto al Canal, las obras circulaban a ritmo de
fandango, y repicaban las mazas y picos como el zapateo
de un gaucho. En todo el periodo que laboramos hasta
alcanzar Herrera (cosa que yo no vi, en agosto del 61),
sólo hubo que lamentar tres o cuatro accidentes; el peor se
produjo a causa del cargamento de sillares para los
puentes y las esclusas: un operario fue aplastado por el
carromato que transportaba las piedras. El vehículo
viajaba con sobrepeso y adquirió demasiada velocidad en
una pendiente. (…) Así que, antes de concluir el primer
tramo, vislumbraba Fernando Ulloa el siguiente, hasta
Fragmentos de la novela: Barcos en la Llanura. Cortesía del Autora: Asier Aparicio Fernández.
Osorno la Mayor (éste costaría más tiempo, pues se
extendía tres veces en espacio). Se acometió su
construcción con ganas, pero esos arranques se disiparon
con celeridad, y no por causa de los operarios, sino por la
que es la madre de todas las decepciones: volvían a faltar
los dineros. España había ingresado en la Guerra de los
Siete Años del lado de Francia. Merced a un nuevo pacto
de familia (el tercero) con los galos, Carlos III y Luís XV
aunaban fuerzas contra Gran Bretaña. Para entonces, había
recibido yo una orden desde Cádiz: el “Vencedor” partía
para Cuba y debía incorporarme con la tripulación. Era el
mes de marzo y apenas había gozado de mi reciente
enlace. Es cierto, volvería a ver a mi hermano Pedro,
hecho ya un guardiamarina, pero abandonaba a mi esposa
en el cambio, y no era el momento adecuado, pues se
hallaba encinta y esperábamos un vástago para el verano.
Lloramos y nos despedimos, y presiento que sólo mi
suegro se alegraba, en el fondo, de mi nuevo despacho.
XVI - De cómo encuentra la calma quien evita la
zozobra (si puede):
Aún permanecí un tiempo en el Caribe, pero después del
dañino Tratado de París, muchos de los efectivos
trasladados a la zona recibimos el emplazo de
abandonarla. Ese fue mi caso, por lo que, en junio de
1763, zarpé en el navío “Castilla” en dirección a Cádiz.
(...)
Fernando Ulloa salió a mi paso en Valladolid y me
acompañó todo el camino hasta Herrera. Me puso al día
sobre los pausados progresos del Canal y lamentó mi
prolongada ausencia. “Enviaron a otros, pero ninguno
Fragmentos de la novela: Barcos en la Llanura. Cortesía del Autora: Asier Aparicio Fernández.
supo imponerse; el poblado de Alar ha estado sucio y
desatendido desde que marchaste”. Ignoro si afirmaba eso
para animarme o si, en verdad, había resultado cierto. Lo
curioso es que no me importó, y permití que mi mente
gozase con la autocomplacencia; regresaba al hogar, y yo,
cuya morada había sido cualquier parte de la tierra,
comenzaba a vislumbrar el significado de ese vocablo.
Prosiguió Ulloa con el relato de incidencias: “La obra de
más envergadura durante este período ha sido la Presa de
San Andrés; hubo que levantarla para evitar que las aguas
del Pisuerga inundaran nuestro trabajo. Ahora nos
ocupamos con la esclusa número siete, a media legua al
sur de Herrera”. Distinguí que aquella medida constituía
todo lo avanzado durante la guerra, y calibré que, de
continuar al mismo ritmo la empresa, nunca se alcanzaría
la costa ni Madrid, ni siquiera lo escavado una década
atrás, en el ramal de Campos (al menos en vida nuestra).
Debí traslucir mi decepción de modo inconsciente, con lo
que Fernando se adelantó a mi expresión: “Sé lo que
opinas; ¿lograremos algún día dar visibilidad a los planes
de Ensenada? Francamente, lo dudo, pero no sé si
recuerdas que ya Lemaur y mi hermano discutían por algo
parecido. Nunca lo he confesado, pero el ingeniero francés
guardaba más razón que Antonio: desconozco si
navegarán o no barcos en esta llanura, sin embargo, no
cabe duda de que las gentes regarán sus campos. Es por
eso que cuidamos las almenaras de riego tanto como la
anchura, la profundidad y los caminos de sirga. Sirva o no
nuestro Canal para transportar el grano, al menos hará que
florezca, y traeremos a este páramo algo de fertilidad”. Me
parecieron motivos muy acertados y abracé su filosofía
como maestra de existencia: el grado de frustración
Fragmentos de la novela: Barcos en la Llanura. Cortesía del Autora: Asier Aparicio Fernández.
depende del montante de ambiciones, y más deploramos
cuanto más alto apuntamos. ¿Y no eran el esfuerzo y la
superación consignas del ser humano? Lo eran y lo son,
mas si por ellas se empeña, dará al traste con su paz y sólo
entrará en zozobras (¿acaso no entran en guerra las
naciones cuando compiten por lo que carecen? ¡Cuánta
muerte se evitaría si apreciaran lo que ya gozan!). Perdone
quien esto lea el decurso de mis divagaciones; sólo
pretendo anotar que desde entonces otorgué a la
construcción del Canal la importancia que merecía, y junto
a ella, descubrí la de mi propia vida: nada (ni nadie)
resulta tan imprescindible como para descuidar lo
importante. O dicho de otro modo, decidí que ser alférez
no oscurecería mi condición de padre, y no deseaba que
mi alma de aventurero nublara otra vez mi amor de
esposo. Cumplía los 29, era tiempo de reposo.
(...)
Aún pasamos unos días en el hogar de Salustiano
Ceballos, en Herrera, aunque mi intención era trasladarme
con Paula e Ignacín a mi lugar de trabajo, Alar del Rey.
Logré por fin que el deseo se cumpliese, aunque antes
organicé una casa en condiciones. (…) El poblado reunía
todas las pautas para resultar habitable: médicos, maestros,
tiendas y hasta un sacerdote. Pasaban los carros por sus
calles amplias y repartían las vituallas, o bien corrían de
largo, hacia el sur, en busca del Canal en construcción. La
gente allí afincada provenía de los pueblos cercanos y su
flujo, tan dependiente del dinero asignado al proyecto,
variaba, aunque de todos modos, jamás alcanzaba el de los
primeros años, cuando la obra merecía el cénit de su
inversión. En los años posteriores al 63, el Canal arrugaba
el hocico; respiraba, sí, mas resultaba tan tenue su aliento
Fragmentos de la novela: Barcos en la Llanura. Cortesía del Autora: Asier Aparicio Fernández.
que temimos se evaporara. (…) Así cuidábamos al
enfermo, que para mí era garantía de un destino tranquilo
y una existencia confiada. De ese tiempo sólo tengo
recuerdos sosegados y complacientes junto a Paula y a mi
hijo, tanto que hasta otorgué alguna libra de más a mi tripa
descansada. El cielo nos bendijo con un nuevo retoño, una
niña, a la que nombramos Cristina. Paz..., aunque
incertidumbre
Al fin surgió la alarma, como era lo previsto, para 1766, y
en Madrid cerraron el grifo de caudales, tornando el Canal
a sufrir un desagüe pecuniario. Los escudos, que hasta
entonces llegaban en cuentagotas, cesaron de arrimarse al
proyecto. Detuvimos el trazado en Hinojal, justo antes de
la octava esclusa. Fernando recibió una misiva de
Esquilache recomendando un paréntesis en las obras, por
motivos, decía, “de quiebra en la Hacienda pública”. Y es
que la situación del país había caído en los tres últimos
años en una espiral de pérdida económica, y no sólo por
parte de las cifras cortesanas, sino que además cada
hombre y mujer del reino calculaba sus tenencias en
retroceso. A raíz del Decreto del Libre Comercio de
granos, aprobado en el 65, se había dado la supresión de la
tasa del trigo, con lo cual el mercado de algo tan básico
como el pan sufrió la invasión de los especuladores. En
toda España juzgamos peor el remedio que la enfermedad,
porque si bien el control estatal en la venta de cosechas no
estimulaba el trabajo del labriego, abandonar su precio a la
libre concurrencia sólo provocó la ruina de pequeños y
medianos, repartiéndose el triunfo entre quienes
presionaban con fuerza en los mercados (quien más
poseía, más bajo vendía). En fin, que invadió
especialmente las tierras de Castilla, tradicional granero
Fragmentos de la novela: Barcos en la Llanura. Cortesía del Autora: Asier Aparicio Fernández.
del reino, una suerte de malestar, hambre y pobreza que,
supusimos, sólo podía acabar en algarada. Las gentes
maldecían al rey, y cargaban tintas contra sus ministros
extranjeros, que nada sabían de estas tierras y en todo
querían mandarlas. Un nombre constituía el principal de
los reos, el del marqués de Esquilache, y había dos cosas
que de él no se indultaban: ser secretario de Hacienda y
haber nacido en Italia. Por entonces, a primeros de 1766,
planeábamos Fernando y yo un viaje a la Corte, con objeto
de pedir razones ante nuestro parón y aire renovado para el
proyecto del Canal. Si fue oportuna o no nuestra entrada
en la capital, repútelo el lector; lo cierto es que de aquellos
sucesos y de cómo me afectaron a título personal, daré
cuenta en el próximo apartado.
XIX - De cómo se salvan los ríos y se remansa el
caudal:
(...)
Aunque todavía restaban muchos avatares a mi vida, en
aquella época, en torno a los cuarenta, me acomodé de
modo que mis referencias al pasado se acrecentaban,
mientras disfrutaba el presente como remanso. Supongo
que a todo hombre le sucede como a los ríos, que aceleran
su curso en cauce de piedras y duermen cuando el lecho se
aplana, y aunque mi trabajo no estaba exento de desvelos,
ninguno se comparaba con el furioso balanceo de una
tempestad o el olor a pólvora en medio de una acometida.
Las cuitas que de mi puesto surgían, se arrimaban por la
gestión del abastecimiento o por la ladina convivencia. Y
es que aún no he referido que durante el período que me
Fragmentos de la novela: Barcos en la Llanura. Cortesía del Autora: Asier Aparicio Fernández.
ocupa, casi toda la década, me asignaron la gestión de un
campamento de reos, provenientes de penales cercanos,
como Burgos o Palencia. Durante esta parte del Canal, se
generalizó aún más el uso de condenados, aparte de los
que cobraban por su labor, y también aumentó el número
de soldados de infantería. Se pretendía empujar el
proyecto todo lo posible, y no se reparaba en medios
humanos, pues suelen ser más cuantiosos, baratos, y de
más fácil acceso. Así pues, me sumé a la intendencia de
los presos y trabajé en estrecho contacto con el capitán
Méndez, que era el oficial a cargo de la caterva.
La faena era pesada. Transitaba la jornada, ya fuese
invierno o verano, en un constante repiqueteo de picos
contra el piso. A veces, golpeaban en piedra, aunque en su
mayoría el suelo se dejaba moldear (nunca sin esfuerzo),
pues era de naturaleza arcillosa. Las dimensiones de la
zanja variaban para ciertos segmentos en función del
terreno o de los usos otorgados, aunque su anchura se
perfilaba entre las trece y las veintiséis varas, y su
profundidad entre más de dos y cuatro. Todo ello con
vistas a ser transitable, para que las futuras barcazas no
encallaran en el lecho fangoso ni se estorbaran en su
cruce. Mención a parte merecen las esclusas, ideadas en
forma circular para aprovechar la subida y bajada de los
niveles de agua con al menos dos barcas en paralelo.
Estaban construidas con perfectos sillares y requerían de
compuertas de madera, aliviaderos y puentes para el
franqueo de caminos. En ciernes, la creación de artefactos
para los saltos, ya que suponía un desperdicio de fuerzas
tanto líquido en caída, ya fuesen molinos, batanes para los
tejidos o martillos para fraguas. Sobre tal asunto, bullían
en la frente de Fernando ciertos bocetos, no obstante el
Fragmentos de la novela: Barcos en la Llanura. Cortesía del Autora: Asier Aparicio Fernández.
capítulo para la ulterior explotación de la obra ganó con la
presencia de un joven ingeniero, recién llegado, que se
esmeraba por aprender y no temía proponer. Su nombre
era Juan de Homar, y tiene su apellido tanta importancia
que insto al lector para que lo retenga, pues fue él quien
ideó cada máquina que hoy funciona, y merced a su genio
el sueño de Ensenada sobrepasa el riego y la
navegabilidad. Algunos lo llaman industria, pero sólo es
sentido común, y considero factura de bobos mirar el
curso del agua sin sacarle provecho. Por mi parte, he
exprimido cada momento de mi existencia, y de no ser por
la determinación frente a los saltos de mi vida, a batanes y
molinos que me obligaron, hubiese muerto como río sin
vertiente, arrumbado en la tripa de un labriego. La muerte
a todos nos llega, pero no del mismo modo, y ahora que
veo mi cauce con perspectiva, no me arrepiento de lo que
soy, sólo de lo no vivido.
Como he dicho, abastecía un campamento de reos, por
nombre San Carlos el Real, y fue a ellos a quienes
Fernando asignó la construcción del hito más complejo en
todo el ramal Norte: se trataba del acueducto de Abánades,
cerca de Melgar de Fernamental. De acuerdo con los
planos, el vado aéreo debía salvar un barranco, el del río
Valdavia, y el reto consistía en otorgar al puente la
solvencia suficiente para soportar el paso del agua, no sólo
por debajo sino, lo más importante, por encima. Dicho de
otro modo, que no sólo discurriría líquido entre sus
pilares, sino superpuesto a ellos. El entramado debía gozar
de una fantástica resistencia, puesto que su derrumbe al
paso de las barcazas, provocaría un catastrófico desagüe
de buena parte del Canal e inundaría la vega del Valdavia,
con sus casas, gentes y sembrados. Había, por tanto, que
Fragmentos de la novela: Barcos en la Llanura. Cortesía del Autora: Asier Aparicio Fernández.
concebir y labrar unos pilares de dimensiones y holgura
considerables y calcular muy bien los empujes en juego
para contrarrestarlos con una hechura maciza. Conocimos
el plan de Fernando Ulloa hacia mediados de 1775: se
levantaría un acueducto de cinco ojos, con una luz de
treintaiséis pies; su altura total sería de unos cincuenta pies
y sus dimensiones de trescientas varas de largo, incluidas
dos aletas antes y después de él; además, se reforzaría todo
el conjunto con unos diques descomunales a cada lado
para tolerar todo el peso de la construcción y su tráfico
posterior. Empezamos a trabajar sin demora, y no hubo
obstáculos en el ambiente, por dos razones principales:
quienes sabíamos del proyecto creíamos en las luces del
progreso y nuestra fe disipaba las dudas a cerca de la
gestación (¿un río sobre otro?; no era el primero: los
franceses lo habían hecho posible en Réprude, en el Canal
de Languedoc, casi un siglo antes). La otra razón pendía
de la ignorancia de los reos, que, a buen seguro, hubieran
arrancado un motín de conocer la dificultad de la empresa
a la que se encomendaban, pues fue larga, ardua y no
exenta de accidentes. En total, un fatigoso lustro. Yo no
contemplé el final, al menos en su inauguración, sin
embargo su perpetuidad me concedió el privilegio de
disfrutarlo hace menos de un año (y navegar sobre él),
aunque eso supone un salto en mi relato. Regreso al año
75, en el instante en que el mismísimo Sabatini nos visitó.
En junio de 1775 se había rematado el segundo tramo del
ramal Norte, a la altura de Osorno la Mayor, y se disponía,
sin dilaciones, la génesis del tercero (que nos llevaría hasta
Frómista). Nos anunciaron que el rey Carlos se había
interesado en persona por las obras y que, con objeto de
informarse, enviaba a finales del verano a su Maestro
Fragmentos de la novela: Barcos en la Llanura. Cortesía del Autora: Asier Aparicio Fernández.
Mayor de Obras Reales, Francesco Sabatini. El mismo que
rubricó la construcción del Palacio Real, se había ganado
el amparo como favorito del monarca, y ostentaba además
el rango de Teniente Coronel en el Cuerpo de Ingenieros,
así como el honor de ser nombrado miembro de la
Academia de San Fernando. Para nosotros, el examen
constituía una prueba de fuego, y quien más sufría ante el
hecho era, como es lógico, el director de obras, Fernando
Ulloa. “De él depende”, afirmaba con mucho tino, “el
destino del Canal”. Y así era, ya que si su opinión
resultaba favorable, se salvaría el peor de los barrancos
para el proyecto: su asignación económica. La visita se
realizó y fue tal la satisfacción de nuestro auditor que
portó un informe favorable al entonces secretario de
Hacienda, Miguel de Múzquiz, quien incrementó la suma
dedicada al Canal. Con buenos cimientos, y lo mismo que
un barco se beneficia del viento orientando su vela, la
construcción avanzó a gran velocidad en los años
posteriores (tanto, que el menor de los Ulloa ambicionó
alcanzar Reinosa, al norte de Aguilar).
top related