el hombre de livorno...misterioso, era el caso de ambrosia, de ella, se sabía, no sólo que leía...
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EL HOMBRE DE LIVORNO SATANISMO PARA PRINCIPIANTES
Juan Iván Peña Neder
ra de noche, el silencio imperaba de una manera distinta, sin embargo, si
prestabas atención alcanzabas a escuchar respiros entrecortados, casi
sollozos, casi lamentos, pero de una manera amplia, difuminada, entremezclada
con la nada que compone el sin ruido definido que es el silencio. Era de noche,
una noche que parecía detenerse para siempre, el tiempo del que estaba hecha era
de los que corre lentamente, de los que en un minuto puede perderse la
esperanza, el aliento y la vida. Era de noche, todos hasta muchos que no estaban
ahí compartían el extraño sentimiento de un miedo que paralizaba sus mentes,
aceleraba sus corazones y entrecortaba su respiración.
Todo empezó como las cosas que no tienen sentido, las viejas del pueblo usaban
el adjetivo bruja con una generalidad impresionante, pero aunque a muchas
llamaban brujas, a algunas se referían con un acento especial más profundo, casi
misterioso, era el caso de Ambrosia, de ella, se sabía, no sólo que leía el tarot y
lanzaba las piedras, sino que de antiguo en su familia se practicaban los ritos de
la (veccia religione), no dejaba de vérsele como algo propio, de una herencia
extraña que se respetaba por temor, pero también por amor a lo antiguo, aunque
Ambrosia nunca asistía a misa siempre era generosa con lo que donaba al
párroco, su casa era la del final de la calle, era grande, sin embargo, lucía
pequeña frente a las antiguas mansiones que se podían encontrar en la calle
principal.
E
Sus servicios eran solicitados siempre por el mismo tipo de clientela, esposas
engañadas, funcionarios queriendo saber sobre premoniciones y en algunos
casos, aunque los menos, por aquellos que creían haber sido embrujados.
Ambrosia era joven, apenas rebasaba los treinta, sin embargo, poseía la mirada
de los que conocen más de la vida, porque se han esforzado en conocerse a ellos
mismos. Nunca cobraba por sus servicios pero aceptaba regalos y favores, sobre
todo de los clientes más habituales. Desde los 13 años cuando aún vivía su
abuela, hacían un viaje largo una vez al año; siempre partía el 13 de octubre y
siempre regresaba el 13 de noviembre.
Ambrosia, no era una mujer fea; su pelo era oscuro, sus ojos de un verde gatuno,
piel blanca en todo el cuerpo, salvo en la parte en que termina la espalda, ahí
tenía una marca café oscuro, lunar que por su forma, algunos creían artificial. Su
biblioteca era extensa y diferente, volúmenes variados, y de especiales tipos,
desde anatomía hasta alquimia, herbolaria y tratados de astrología, de los que no
se encuentran en las librerías, de los que sólo se obtienen por herencia, y además
no basta con ser leídos; para entenderlos hay que descubrirlos con la vida,
guiados por un maestro que oriente las experiencias y dosifique las enseñanzas.
La semana santa de los católicos occidentales, los del rito romano, iba a
comenzar, los oficios de la pasión y las siete palabras paralizaban toda actividad,
pero en especial el viernes santo era relevante para los iniciados en los ritos
precristianos, que por persecución e intolerancia se habían vuelto con los siglos,
según ellos mismos sostenían, anticristianos.
El paganismo era la religión de los bosques y de los ríos, de los espíritus de los
animales y del control de lo natural, la vida y la muerte en sus ciclos eran
entendidas de maneras distintas, el sacrificio de la vida para impulsar el
resurgimiento, pues alimentar el ciclo eterno era visto como parte sustantiva de lo
cotidiano, morir para seguir viviendo. Matar para reactivar la voluntad de los
dioses.
Una buena parte de estos ritos sobrevivió bajo el disfraz cristiano, asumió su
forma y salvó su esencia, pero la vieja religión, la forma original de paganismo
precristiano, incluso según se cree antediluviano, también sobrevivió en su forma
original, aunque mezclada por la fuerza con la adoración a divinidades que los
cristianos afirmaron eran demonios, potestades infernales y ángeles caídos que
no tenían cabida en el reino del Dios.
Lo que ocurrió en San José, rebasaba el conocimiento espiritual de los que lo
vivieron, algunos lo intuían, otros lo confundieron por sus manifestaciones, pero
todos lo padecieron en su profunda fuerza y terrible acción.
Arturo, párroco de vocación tardía, con la fe de un campesino y la teología
elemental para dar los sacramentos, junto a él; Jorge, un recién ordenado, mas
versado que él en ciertos temas que lo apasionaban, como los concilios y la
historia de la iglesia como muestra de su milagro, guiaban a la grey local, la
practica diaria le atormentaba a Jorge, las confesiones provincianas y recurrentes
de la feligresía le causaban fascinación y miedo, por lo idénticos y terribles que
solemos ser los humanos, se refugiaba en la oración y la lectura, su párroco le
daba consejos simples que no reconfortaban su fe, sin embargo, era fiel a su
ministerio y un buen hijo de la iglesia, pronto cumpliría 29 años.
Aquella tarde de abril el grupo de niños que corría en sus bicicletas por el
vecindario decidió molestar otra vez a la bruja, lanzar algunas piedras y proferir
algunos insultos para provocar una ira calculada y correr como demonios;
platicando después, entre ellos, las maldiciones que les eran lanzadas. Pero esta
vez la maniobra fracasó, las piedras lanzadas contra la verja y los gritos agudos a
unos metros de la ventana no encontraron respuesta, solo el silencio, un silencio
sordo casi absoluto que no se rompía en cierta continuidad ni frente a los gritos
infantiles, los niños esta vez se asustaron hasta la medula, con precaución, recato
y acaso respeto, huyeron veloces y aterrados de la casa donde la calle terminaba.
Dos horas más tarde, al caer la noche, se escucharon seis golpes casi rituales en
la puerta de Ambrosia, la puerta se abrió dejando ver en el suelo de la sala el
pentagrama antiguo de Cernunos, hecho con sangre de macho cabrío y dejando
oír la antiquísima letanía en un lenguaje olvidado del conjuro de la muerte:
––“aitir cambur ecnar tragtar aibir snatyr”
Este año por primera vez encargaron a Ambrosia organizar el sabbath, la fiesta
anual en que los iniciados en los viejos misterios se reúnen, para invocar al
espíritu de los bosques y confirmar los votos de preservación del conocimiento y
entrega a los viejos dioses.
La ceremonia debe realizarse en un bosque cercano, si fuera de robles mejor, los
dólmenes celtas y las leyendas druidas rondan el ambiente de los ritos de la vieja
religión, pero las diferencias son importantes entre los ritos precristianos y la
practica actual. Siempre el protagonista del rito ha sido el más hermoso entre los
ángeles, la más bella de las criaturas, el que prefirió reinar en los infiernos que
servir en el cielo. Sin embargo, la fe de los hombres en el redentor, despierta
entre sus enemigos, el claro desprecio por el sacrificio del Cristo, y trata de
resaltar la naturaleza perdida de los seres humanos: La misa negra.
El pacto entre el ángel caído y sus seguidores toma formas de rituales muy
anteriores a la llegada de las cruces y los cálices, él reina en este mundo y su
poder viene de la misma raza humana, que en su fuero interno decidió en sus
primeros padres, seguir el camino del ángel caído y compartir su suerte.
Los hombres a diferencia de los ángeles se encuentran atados a un cuerpo
material, por ello, el castigo de los humanos no fue el destierro solamente, sino
la muerte de la carne. Por su naturaleza mortal, desean compartir el reino de
este mundo mientras la vida dure, y así el pacto entre el príncipe de los ángeles y
los hombres existe inmemorialmente...
Estas palabras dan inicio a una ceremonia que dura la noche entera y que desde la
edad media roba elementos a la misa cristiana, una virgen sin bautizar por altar y
un niño bautizado como sacrificio que garantice la complicidad de los cofrades.
La sangre de la victima es bebida por los presentes como comunión, y el
sacerdote-negro desvirga al altar profanando la cruz invertida, el rito termina al
amanecer, y los poderes de los cofrades se fortalecen por cuatro estaciones más.
Generalmente así termina el ritual, pero esta vez no terminó ahí, la ceremonia
misma fue realizada en un aniversario olvidado, en una fecha que no registraban
con la necesaria precisión lunar los calendarios de la liturgia luciferina, en una
noche igual a la noche de los tiempos cuando una expulsión se dio del cielo, en el
tiempo sin tiempo de los ángeles y las potestades. Se dio también en una región
que en su geografía natural coincidía con otra en la que pronto habría un
nacimiento que reivindicaría a Satán y glorificaría a sus seguidores. Las señales
estaban ahí, pero nadie de los involucrados pudo leerlas, nadie entendió, a pesar
de conocer los signos. Cierto que toda la ceremonia tuvo matices mas obscuros,
pero los participantes acostumbrados a lo sobrenatural no distinguieron los
hechos que prefiguraban el porvenir.
El día siguiente: sábado de gloria, en el calendario cristiano. Amaneció con un
frió impropio de la época, la pequeña ciudad, casi un pueblo de vieja tradición
minera y algunas fortunas agrícolas, amaneció gris.
La doble moral en la provincia se tolera y se practica, porque al todos conocerse,
reconocen en el otro el propio defecto. Nada pasaba en San José, que no pasara
en otras pequeñas ciudades del mundo, no había un mal profundo y enseñoreado,
nadie buscaba inflingir dolor por placer o matar por goce, no eran especialmente
religiosos, pero la iglesia y hasta una minoría de “hermanos separados” tenían
presencia activa en la vida diaria de la comunidad, pero, muy pronto, toda esta
calma aparente estaba a punto de cambiar.
Los indigentes del pueblo más alcoholizados que de costumbre acudieron a la
policía local con historias exaltadas de visiones extrañas, hombres con capuchas
en los bosques, algo como una fiesta de alto contenido sexual, y un viento frió
que los tiró al suelo y apagó su fuego continuo del tambo de basura, naturalmente
se prestó poca atención a la narración etílica, pero se registró el incidente por el
patrullero de turno.
No lejos, en el confesionario antiguo, de la iglesia, el que rechinaba un poco, se
escuchaba una confesión diferente, de un tono metálico y sin la carga atmosférica
que suele acompañar el arrepentimiento.
––Y bien dime tus pecados hija.
––¿Mis pecados padre?
––Si tu confesión.
––¿Cuánto hace que no te confiesas?
––Lo hago a diario, pero no entiendo el pecado, ni acepto el perdón.
––¿Qué acciones contrarias a Dios y a los mandamientos realizaste que
buscas este sacramento hija?
(Preguntó el padre Jorge un poco tenso por el extraño tono de voz que la joven
desconocida tenía tras la cortina confesional.)
––Aborrezco a Dios y a sus mandamientos padre, a su iglesia y a la falsa
moral de sus sacerdotes. Desprecio los sacramentos y repudio cualquier
medio de falsa salvación que ustedes ofrecen como mercancía.
––¿Estás bautizada hija, conoces a Cristo?
––Bautizada, sí, pero, a ese otro mejor no lo mencionemos.
––¿Buscas el perdón por ofender a tu creador, o a qué has venido?
––A pedirle padre que cumpla con su deber y salve mi alma...
––No puedo si tú no quieres. ¿Quién eres, de donde vienes?
––Soy de aquí padre, y no soy nadie o quizá un poco de todos.
––Hija esta confesión ha terminado, ve con Dios y que Cristo y la santísima
virgen te asistan.
––No padre no ha terminado, apenas comienza, y que ambos lo asistan a
usted....
––Amén.
––Ja, ja, ja, ja, ja...
El padre sintió miedo por varios minutos. Prefirió no saber de quién se trataba.
Rezó un Dios te salve María y se preparó para la misa.
Tres toquidos fuertes y un grito de “¿Ambrosia estás en casa?” era la señal clara
de que Ana llegaba a la habitual lectura del tarot. Ambrosia abrió la puerta
después de haber dormido un sueño profundo –como de muerte–, ella misma no
era una creyente fanática como otras de la vieja religión, un poco era una
herencia, otro poco una forma de vivir, y otro poco una forma social de autoridad
moral que tras el estigma de la profesión había aprendido a disfrutar.
Tiró las cartas y leyó lo habitual, salvo que en los arcanos mayores percibió
rasgos diferentes en su tarot de Marsella las formas algo cambiadas, algo
distintas, como buena profesional acabó la tirada y revisó con cuidado las
ancestrales formas del tarot, esta vez no notó nada extraño... era su viejo mazo.
El domingo de resurrección pasó sin mayores trámites, y amaneció un lunes de
pascua donde los niños del pueblo decidieron jugar a la ouija a pesar de las
muchas advertencias que las abuelas y los curas hacían. El ocio se impuso y el
tablero fue consultado, las respuestas fueron muchas, rápidas y felices, y todas
contestadas por el mismo personaje.
Baal el viejo de Cártago, nombre que nada dijo a los impúberes consultantes,
pero, que mucho quería decir para cualquier iniciado.
La noche de lunes trajo un primer incidente que no podía juzgarse como menor,
en el altar lateral dedicado a San Ignacio de Loyola, apareció en el lugar donde
antes del concilio se colocaba la piedra de ara ocupando la misma forma un
cuadrado de excremento seco de perro con un pequeño murciélago
descomponiéndose en ese desagradable molde. Pedro el sacristán lo descubrió y
limpió, después lo comentó con el padre Arturo, quien a la hora de comida
compartió con el padre Jorge, atribuyendo el incidente a los rapaces del barrio,
pero el padre Jorge contó entonces la extraña confesión y el párroco lo calmó
diciendo que seguramente el diablo tendría prioridades mayores a su capilla y
que lo del altar no era considerado un acto de desacralización desde la edad
media. Sin embargo, se comprometió a mencionarlo a la autoridad.
Esa misma tarde llovió con violencia y los perros aullaron de manera inusual.
Las familias más adineradas de San José, eran nueve, todas integraban el club
social San José, y organizaban mensualmente un baile al que invitaban a las
aristocracias vecinas y a sus empleados y vecinos, era el acontecimiento social
que todos esperaban para actualizar chismes, promover noviazgos o exacerbar
críticas políticas.
No ir era estar fuera de moda y desde luego un estigma social, aunque no
demasiado grave para la mayoría. Sí con especial énfasis para los adolescentes.
El baile sería en quince días y las dos escuelas; secundaria y preparatoria del
lugar, hervían de emoción, pero un pequeño grupo de la secundaria “Pinos de la
cuesta” estaba en otra agenda, en otro tono, en otra prioridad menos mundana, se
seguían comunicando a través de la ouija con su amigo de ultra mundo; que de
anécdotas y chistes, había pasado a profecías e instrucciones incluido un pequeño
ritual que debía hacerse de noche y con velas negras; por supuesto, un tanto
inaccesibles para el mencionado grupo, así que cuando mencionaron a la ouija su
incapacidad de localizar el material les contesto:
––Ambrosia: casa al final de la calle.
El patrullero Carlos, en su recorrido matutino encontró siete perros abiertos en
canal, cuyas entrañas estaban expuestas alrededor de sus cercenadas cabezas
formando un círculo en cuyo centro podía leerse “baal” en letras extrañas.
Los chicos todos menores de quince años; cuatro mujeres y nueve hombres,
acudieron a la cita que la ouija les hizo. Tocaron la puerta y Ambrosia abrió,
contó trece y les pidió que pasaran. Ya no había pentagrama en el piso, sólo una
cómoda sala bien iluminada. Preguntó al grupo “que los llevaba por ahí” y
atropelladamente narraron su experiencia. Lorena, la más joven, le explicó el
ritual, Ambrosia pidió que escribieran el nombre del amigo del ultra mundo y su
apodo. Guardó silencio y les pidió que se marcharan y volvieran en grupos de
tres y cuatro a partir del siguiente martes, cerró la puerta y oró a Cernunos. Tomó
el teléfono y esperó a ser atendida por Gamael su sacerdote negro. Éste escuchó y
colgó.
También oraría y haría consultas, otras señales deben acompañar los signos del
final de los tiempos y la posesión, habría que identificarlos antes de dar por
reales las señales e iniciar el ritual.
El padre Jorge tuvo una pesadilla, Cristo le pedía que cumpliera su deber, y él, no
se sentía a la altura de lograrlo. Iniciaba la misa y no podía consagrar, olvidaba
las oraciones secretas y sentía duda de la eficacia de la transubstanciación,
lloraba y pedía fuerza a la virgen, pero en las bancas de la parroquia una sola
feligresa riéndose de él, de sus pecados y de su vieja fe. Las risas lo hacían
olvidar su deficiente latín con el que creía sería más eficaz en su combate.
Terminaba rezando el Ave María, gratia plena Dominus tecum... Despertaba
sudoroso y espantado.
Lo nunca visto en San José, la vieja pareja de homosexuales que había vivido con
discreción por más de veinte años había sido asesinada bestialmente por un
homicida desconocido. En la espalda de ambos, una sola letra: La Beta del
alfabeto griego.
Gamael había conocido a Sandor Lavey, no le había impresionado mucho su
satanismo holliwoodense, pero su Biblia negra y otros elementos sincréticos
resumían rituales que la ortodoxia de la vieja religión apenas mencionaba. Creía
en la presencia material de las potestades infernales, pero nunca había
presenciado nada así, su experiencia era ritual y se quedaba en la revelación
mística, había sentido a Lucifer en la convocatoria ritual, pero prefería
mantenerse alejado de su cortejo. Sabía de su crueldad y de lo poco agradecidos
que solían ser con sus “conductos”. Era un pagano, hasta una especie de satanista
iniciado en la rebelión al creador, sin ser fanáticamente anticristiano, practicaba
los rituales ancestrales de la ortodoxia y admiraba el movimiento wicca y hasta el
new age, sin llegar a entender bien su función metafísica. En resumen, las
manifestaciones concretas de presencia demoníaca no eran su campo, ni
comprendía estas manifestaciones para que servían en la rebelión al Dios
autoritario del viejo testamento, al que el se oponía. Tenía el conocimiento
transmitido por sus maestros de que era mejor servir que oponerse cuando algún
emisario de la corte infernal aparecía. Por tanto, empezó a consultar en sus libros
de liturgia y en sus libros de historia del satanismo preservados por siglos y
escritos en lenguaje arcaico poco comprensible, necesitaría ayuda y no había
muchos en quien confiar para recurrir.
El ritual que practicaban pedía la presencia de Lucifer y pruebas del futuro reino
de poder de su maestro, aunque parte del ritual implicaba también la desaparición
de los infieles a Satán y las armas para incrementar su poder en la tierra, ahí se
convocaba a las potestades, Astaroth, Baal, Cénsenle, Belcebú, Moloch,
Parutsael, Pazuzu, Chemos, Astarte, Dagon y otros, pero no se esperaba que en
realidad concurrieran, mas bien era una antología de aliados para que supieran
éstos que los respetaban y veneraban. En casi treinta años de sacerdocio satanista
nunca había sabido de algo parecido.
Ambrosia por otro lado era el “conducto” de Baal, debía encabezar un viejo rito
que convocara a la vida, mediante la posesión de una virgen, a la potestad
satánica, para que éste diera un mensaje claro al mundo sobre el porvenir, el
ritual implicaba convencer primero a trece jóvenes puros, hacerlos renegar de su
bautismo, y que voluntariamente solicitaran la posesión, fallar para el conducto
era la muerte segura.
Lorena no era católica, su familia era de viejo cuño liberal, y no fue bautizada,
era de un temperamento alegre y buena estudiante, creía estar enamorada de Luis,
y era la que había descubierto en casa de su abuela este hermoso tablero de la
ouija, era ella quien organizaba las sesiones, como médium era excepcional.
El mes de abril terminaba y los hechos extraños dejaron de sucederse en San
José, sin embargo todos en la estación de policía se persignaban frente al altar de
la virgen que la esposa de Carlos había colocado a la entrada, mas de una sombra
o alarido habían escuchado o creído escuchar, y las falsas alarmas de saqueo de
tumbas traía a todos con los pelos de punta.
El Arzobispo visitaría la ciudad para realizar los pendientes, reunirse con los
párrocos y con las madres del convento carmelita. Hacer confesiones y tener una
o dos comilonas con los ricos del lugar, y para supervisar la caridad y buen
funcionamiento del orfanato.
El párroco creyó listo al padre Jorge para decir la homilía en presencia del
prelado, le recordó nombres de donantes y que el santo favorito del obispo era
San Francisco por su humildad y parecido a Cristo en los actos de su vida –de no
haber sido diocesano, monseñor seguro toma los votos franciscanos–, había
observado en más de una ocasión el párroco Arturo; pero, sintiéndose solo en su
lucha interior, el sermón del padre Jorge versaría no sobre la paciencia y amor a
los animales del Santo de Asís, sino, sobre su mortal combate contra el demonio,
desde el principio del sermón el tono fue lúgubre y pasado de moda: Habló del
demonio como presencia real y personal, y de su capacidad de materializar sus
acciones sobre las criaturas del señor y de que se debía estar en guardia
permanentemente contra Lucifer y sus ejércitos infernales, en mas de cincuenta
años, nadie en San José, había usado aquellos empolvados términos, nadie
entendió, pero el Arzobispo le pidió al joven cura que ampliara con un
comentario después de la cena.
Las sesiones en casa de Ambrosia se sucedían con éxito. Ella explicó con gracia,
cómo la moral cristiana nos ataba a un orden social y sexual castrante y
antinatural, y cómo los hombres en uso de nuestra libertad debemos experimentar
mas allá de las barreras creadas por místicos acomplejados, como las hadas y los
gnomos, y otras criaturas de la diosa tierra velan por el medio ambiente y
rechazan el reino del hombre que como virus letal destruye el entorno.
Les habló también de la vieja religión, y de los hombres que descendieron de
Caín, y de Lilith y de que el pecado era la creación de los dominantes para
someter a los dominados, y de cómo Cristo siendo un hombre fue elevado a Dios
para someter y finalmente de cómo Luzbel había liberado al hombre respetando
realmente su libertad, y como el infierno era la alternativa de los libres y no el
castigo de los traidores, y evangelizó con la historia de los vencidos, exaltando a
los héroes del infierno, vencidos por un cielo soberbio y arcángeles abyectos.
Los trece jóvenes creyeron en ella. La bruja buena y sabia que amaba la tierra y
defendía al hombre, y odiaron a Dios y a su falso hijo y abjuraron de la religión
de sus padres.
Gamael había al fin encontrado el ritual, en la muy vieja escuela italiana de
Livorno, existían tres ejemplares del siglo VIII, que describían los signos y el
ritual, aunque no era claro el objeto del mismo, pidió copias y envió informes a
sus pares de lo que sabía; éstos decidieron mandar a San José, un enviado con un
manuscrito original e invaluable, algo vieron en el informe que los convenció, o
algo vivieron en Livorno que los motivó.
En San José se vivía el inicio de un mayo brumoso, la muerte por causas
naturales de muchos que habían cumplido sesenta años, parecía estar por arriba
del promedio, pero nada las relacionaba, salvo una enfermedad terminal rápida y
la falta de asistencia espiritual en el momento final. Médicamente eran clarísimas
las causas de los decesos aunque precipitados los síntomas, más de cuarenta
muertes de este tipo se habían sucedido en un plazo menor a las tres semanas.
Carlos el policía asistió a misa para ser padrino de confirmación de Paquito su
sobrino, él era católico pero practicaba poco y casi ni se confesaba; sin embargo,
el sermón medieval del padre Jorge lo conmovió profundamente, lo esperó al
final de la misa y le preguntó:
––¿Es cierto padre?
––¿Qué hijo?
––¿Qué el demonio es una persona, que nos puede dañar, y que lo podemos
ver?
––Si hijo es cierto.
––Entonces padre, creo que lo he visto.
–––¿Cómo hijo, cómo lo has visto, en sueños?
––No padre, en la noche como mujer, muy joven como sonámbula.
––¿Por qué dices que es el diablo hijo?
––Porque me habló con voz de hombre, me dijo que no acudiera a usted,
que si lo hacía se las iba a pagar, y cuando le pregunté quién era: me dijo
que era el que siempre sabía las mentiras, el que vigilaba las noches, el que
sabía los secretos de todos, que era el amigo de nuestras debilidades, que
era todos. Pero yo supe que era el diablo padre ¡créame!..
––Reza el rosario hijo y no temas, Cristo te acompaña siempre.
––Su excelencia –le dijo al Arzobispo el padre Jorge.
––Si hijo dime
––¿Es fe de la iglesia que el demonio puede materializarse y atacar a una
persona o un pueblo?
––Si hijo es fe de la iglesia, pero la tradición recomienda prudencia, ¿qué
es lo que temes, qué te preocupa para suponer que una cosa tan terrible y
poco común como esa ocurra en tu parroquia, en mi diócesis Jorge? Tú eres
un hombre ilustrado, excelente sacerdote, estudioso y serio, ¿a qué te
refieres concretamente hijo?, ¿por qué un sermón tan inflamado?
––Monseñor he tenido sueños de obsesión diabólica, he escuchado
confesiones aterradoras, creo ver señales terribles en San José.
––Tranquilo hijo, reza el rosario, comenta esas confesiones el padre Arturo
y escriban en frío un informe, que por tratarse de ti leeré con detenimiento.
Si de acuerdo al ritual romano tienes pruebas de algo, sigue el
procedimiento, si no, tómate unos días, ve a ver a tu familia, y por favor no
asustes a los fieles.
El grupo de los trece elegidos había empezado ya la practica de los rituales de
hechicería elemental, la convocatoria a los elementos y los juramentos de sangre,
hacían hechizos para el amor y para las pequeñas desgracias de sus enemigos, en
todos los rituales convocaban porque así lo pedía Ambrosia a “Baal” con la
antigua oración cóptica precristiana.
¡Oh poderoso Baal Dios de Cártago, príncipe inmortal que acompañaste a
Luzbel! ¡Oh poderoso Dios que retaste a Eli y junto con Lucifer luchaste y
construiste el mundo bajo de la libertad, tú que reclamaste a los niños de
tus enemigos para alimentar tu fuego eterno ven a nosotros tus humildes
siervos y muéstranos tu oscuridad libertadora!
Lorena tenía sueños hermosos, en que volaba lejos y alto, en los que todo lo que
imaginaba se volvía realidad, con cada ritual, fortalecía su capacidad de controlar
sus sueños, de crear mundos en los que su voluntad prevalecía. Primero
experimentó el control y la libertad, luego el placer indescriptible de todos los
sentidos hasta la saciedad. Ahora experimentaba en sus sueños con el dolor
propio y el ajeno, como Ambrosia le había enseñado, que los límites eran para
gente inferior acomplejada que se autolimitaba. A veces sus sueños eran tan
reales que despertaba lejos de casa, no importaba, prefería este mundo de sueños
que la cárcel de restricciones que la sociedad le imponía, dejó de comer y de
importarle Luis, sólo quería soñar en su universo sometido.
El enviado de Livorno llegó a San José, dos días antes de anunciárselo a Gamael,
quería recabar pruebas para el ritual, y conocer sin protocolo al conducto de la
potestad satánica. Fue directo a la casa que estaba al final de la calle y tocó,
Ambrosia abrió y observó con cierta precaución al extranjero, quien se identificó
con la formula secreta:
––Vengo de parte de aquel que es libre y vive aquí.
Ella contesto:
––Entonces se bienvenido y ayúdame a encontrar su camino en mi destino.
Preguntó a Ambrosia qué sueños había tenido y qué señales había recibido. Ella
contestó que trece la habían buscado, que una no era bautizada, que Baal había
dejado su nombre entre las bestias, y que los del pecado oculto habían muerto
marcados por su letra. Que en un sueño que se repetía cada trece días un niño
pequeño de dientes de metal negro y ojos de fuego le instruía como preparar el
ritual, y le había advertido de la presencia del sacerdote negro y de sus enemigos,
que le opondrían la cruz y el agua, y de la palabra secreta que debía revelarle a
una pregunta concreta, el de Livorno preguntó:
––¿Qué busca él aquí?
Y ella contesto:
––La venganza eterna para los infieles a Luzbel, y el anuncio de una nueva
era oscura que durara 66 años lunares. La palabra es Dromalicon, que
significa muerte a la luz.
El de Livorno guardó silencio y revisó sus notas, no había duda de que se trataba
de Baal, señor de Cártago, príncipe del infierno.
Carlos el policía recibió una llamada sobre actividad en el viejo cementerio, que
estaba lleno en su capacidad hacía ya mucho tiempo, y del centro de la ciudad,
llamó al velador por teléfono pero éste no contesto. Subió a su patrulla, checó su
lámpara de mano y desabrochó el cintillo que ajustaba su revolver 38. Llegó a la
reja del cementerio. Informó a la base, ésta decidió enviar refuerzos en caso
preciso. La reja estaba abierta y a cincuenta metros de la entrada parecía arder un
fuego. Se acercó con cautela y observó a nueve jóvenes semidesnudos y una
mujer madura, sin más ropa que una gargantilla negra. Estaban en medio de una
orgía lúgubre, macabra y sobre una cripta abierta. Carlos levantó su arma con la
cual hizo un disparo seco, luego perdió el sentido por un golpe certero dado a su
nuca. Despertó y ya no había nada, sino Juan y Pepe otros dos patrulleros que
acudieron en respuesta del sonido emitido por la bala. El velador dijo no haber
visto ni oído nada, ni siquiera el teléfono. Carlos no reconoció a nadie, pero
estaba seguro de lo que vivió.
El padre Arturo estaba desconsolado, se habían robado el sagrario, las hostias
consagradas para los enfermos; además, habían profanado el altar mayor,
sacrificando en forma ritual un macho cabrío. También hurtaron el crucifijo, y
destruido una buena parte de las imágenes de las estaciones del vía crucis que
tenían mas de cien años, sin duda eran actos vandálicos, producto de alguna
mente enferma no muy lejana a la iglesia. Informó escuetamente del robo a la
policía y escribió una larga carta al Arzobispo pidiendo que citara en su cátedra
al padre Jorge quien empezaba a preocuparle por su propensión tal vez paranoide
con los temas diabólicos.
El mal encuentra rendijas ocultas para brotar, el club de cine de la secundaria 7
preparaba su ciclo de películas de terror, y anunciaba que un experto en el tema
daría una serie de conferencias antes de cada una de las 6 proyecciones, el
experto era un tal Aldo Bertoldi de la ciudad de Livorno quien casualmente
estaba en San José de paso a la capital.
Gamael, llegó a San José motivado enormemente por participar en un hecho de
tal magnitud, recordó sus años de juventud, en que su fe bisoña creía poder hacer
magia con sus viejos conjuros; luego, a ensayo y error, aprendió que la parte
subjetiva de la conciencia humana permite al brujo entrenado penetrar sus
defensas psicológicas y potenciar el hechizo, aprendió también que la misa negra
y el homicidio ritual, fortalecen la fe del brujo y lo hacen un ser mas seguro,
aunque no sabía a ciencia cierta si sobrenatural, había presenciado la levitación y
había conocido maestros de los que se decía caminaron sobre fuego y agua, pero
nunca había conocido personalmente a nadie que operara la encarnación
mediante la posesión perfecta de una potestad satánica, esto ocurría una vez cada
cinco generaciones, a pesar de su fe y su posición seguía siendo un incrédulo,
regresaba a San José para comprobar por sí mismo, si esta bruja de vieja familia
y no muy hábil en las artes sexuales de la hechicería a quien trataba desde niña,
su discípula Ambrosia, era en realidad un “conducto”, un canal para ejecutar uno
de los más antiguos y sagrados rituales de la hechicería.
La conferencia del hombre de Livorno versó sobre los miedos simples y
profundos del hombre, de la oscuridad como detonante de los miedos de la
especie y de cómo convertir los miedos en aliados, de cómo la oscuridad no sólo
nos impide ver sino también nos oculta de los odios de los demás dándonos
libertad e igualdad, y de cómo lo que creemos iluminado, a veces es una parte
ingrata de la realidad de los sentidos porque limita con la vista la perfección de la
imaginación. Finalmente habló de los monstruos y del diablo mismo, como los
temores psicológicos de la infancia de la especie, y del cine, como la catarsis
colectiva que nos permite adentrarnos en nuestros miedos vistos desde afuera.
Invitó a todos a un ritual mágico para conjurar el miedo y respondió preguntas,
entre ellas la del padre Jorge quien le pregunto, “si el miedo a los demonios
internos provenía de la psicología o por el contrario de entidades externas que
cobraban formas sutiles para alejarnos de la luz”, el de Livorno sonrió, y dijo que
en el ritual eso quedaría claro.
La carta del párroco al Arzobispo hacía hincapié en los constantes choques de fe
que el padre Jorge tenía y recomendaba un retiro antes de devolverlo a la
parroquia, para prepararlo mejor en el contacto con la sociedad. Sin embargo, el
padre Jorge, no era indiferente al prelado, lo apreciaban desde antes del
seminario y puso enorme atención a los argumentos que ahora con toda calma
presentaba. El Arzobispo era un hombre estudioso y muy piadoso, dedicaba gran
parte de su esfuerzo a las obras de caridad y a gobernar su Arquidiócesis entre un
gobierno civil favorable, o uno indiferente, no tenía mayor experiencia en
demonología, salvo rumores de crímenes rituales, que se habían producido en
algunas villas alejadas de la ciudad, quince años antes, y a los que hacía mucho la
iglesia ya no perseguía, y de los que la policía siempre había encontrado causas
distintas al satanismo, lo que provocó que unos años antes se interesara en el
tema, recurriendo a Roma para información y apoyo, encontrando un velo de
protección y ocultamiento sobre estas practicas medievales que en la iglesia
habían traído persecuciones de las que esta se avergonzaba. En sus pesquisas por
cuenta propia, encontró uno o dos exorcistas españoles que trataban con libertad
el tema y le habían dicho que no percibían elementos rituales en las
desapariciones de los recién nacidos, ni antecedentes en su arquidiócesis de
satanismo activo, lo que termino por alejarlo del asunto.
El Arzobispo decidió enviar a San José a un sacerdote de su confianza para
ampliar desde una perspectiva mas fría el informe del padre Jorge y enviar a éste
a un retiro para que descansara y fuera atendido por el psiquiatra de la
arquidiócesis –por si acaso–.
Los trece encabezados por Luis, habían ya terminado su preparación, la presencia
de Gamael y del de Livorno, les había permitido enriquecer su conocimiento y
sus practicas de libertad sexual, y les habían hecho aceptar como de antiguo
necesario, que la sangre inocente vertida en un ritual era fuente de riqueza
espiritual, todos salvo Lorena perdieron la virginidad física y psicológica, los
ritos y la magia real derivada de éstos, los dotaban de un poder al que no estaban
acostumbrados, en la escuela y en sus casas empezaban a temerles.
Pero Luz María no estaba tan segura de que aquel tipo de vida fuera lo mejor
para ellos, había resentido y preguntado con insistencia sobre los por qué de la
promiscuidad excesiva y la falta de respeto a la vida, y aunque siempre fue
parcialmente convencida por los argumentos de los maestros y la unidad del
grupo, sus referentes familiares y la llamada “conciencia impuesta” por la
sociedad y la iglesia la hicieron decidirse a escribir un anónimo y dejarlo en la
estación de policía, desafortunadamente Gamael la seguía, el anónimo nunca
llegó y ella sufrió un accidente fatal en un campamento del grupo, algo muy
lamentable que retrasaba los planes de la secta.
Había varios prospectos a reclutar, Ambrosia se encargaría, el calendario lunar y
las profecías que en trance Lorena pronunciaba, fijaban ya una fecha para la
celebración, el tiempo corría en contra, lo cual no gustaba al de Livorno, la prisa
implicaba errores.
San José debía convertirse en una sociedad controlada por Baal, pues según la
perspectiva, sería un preludio del reinado de Luzbel, la sociedad tendría que
cambiar sus valores, era indispensable un núcleo confiable, que estuviera
preparado para tan alta misión, no se trataba de una posesión concreta para atraer
algún servidor de Cristo, especialmente fuerte en su fe; y por lo tanto, deseado
por el infierno, no, esta vez se trataba de un hecho apocalíptico, de una colonia
de fieles previa al “Armagedon”, que en lo material y lo espiritual fueran ejemplo
a citar para el evangelio luciferino, la misión era importante en el mundo y en el
ultra mundo, las fuerzas en pugna no eran las del bien contra el mal, sino las de la
pobre naturaleza humana contra las potestades del infierno; sin embargo, Jesús el
Cristo había prometido que la puertas del infierno no prevalecerían contra su
iglesia.
El padre Miguel había estado en las misiones, su experiencia sobre sectas infieles
era espiritualmente sólida, pero sin mucho que ver con el satanismo occidental y
pseudo científico que debía enfrentar, era un hombre instruido y creyente, casi un
cruzado por su afán evangélico y su creencia inquebrantable en la iglesia
militante y su reflejo triunfante en el cielo, un teólogo ortodoxo, tomista, en el
sentido antiguo del termino, y por tanto inflexible en muchas posturas que la
iglesia del siglo XXI aceptaba sin remilgos, sin duda el obispo escogió bien en
cuanto a la fe, lo preocupante sería la personalidad del cura, pero la batalla solo
estaba dibujada, aun no se disparaban los primeros obuses.
La primera entrevista entre el párroco Arturo y el cura Miguel no fue sencilla, el
párroco esperaba ayuda en su labor pastoral, y Miguel indagar sobre las
profanaciones y rumores en los que Jorge había insistido, el padre Arturo estaba
ocupado con el grupo de jóvenes, los prospectos al seminario, y las comunidades
rurales que decrecían constantemente, en habitantes y en fieles. El padre Miguel
quería saber de los contactos con la policía y de si había sospechosos o
antecedentes de actividades contra la iglesia, también pregunto si ex sacerdotes
vivían en la parroquia y cómo iba la fortaleza espiritual del pequeño convento, el
padre Carlos contestó con cortesía y prometió ponerlo en contacto con quien
solicitaba, pero no aportó un solo dato a favor de la presencia demoníaca material
en San José. “Tendrán ojos y no verán…”
La mamá de Luz María acudió a la policía local y estatal. El desnucamiento de su
hija frente a testigos, no dejaba duda de lo accidental del hecho, pero ella insistía
en un conjunto de conductas previas de ella y sus compañeros, habló de libros
extraños, reuniones a deshoras y de la mala influencia de Ambrosia que les
enseñaba a leer las cartas y practicar hechizos de amor. Joel el jefe de la policía
local, la juzgó histérica, se trataba de un grupo de muchachos de buenas familias
en un Pic-nic y de un accidente; por otro lado, Ambrosia no era fea, él se sentía
atraído y pensaba que no le era indiferente, por lo que escuchó y archivó.
La visita del padre Miguel a la estación de policía fue bien recibida. Todos
pidieron bendiciones mientras esperaba a Joel que atendía una llamada de la
capital. Carlos en especial le preguntó por el padre Jorge, con un interés que se
percibía mayor al normal, en eso se abrió la puerta de Joel y la plática entre el
padre Miguel y el oficial Carlos, quedó diferida para mejor ocasión.
Al entrar a la oficina de Joel, el reloj de pared se detuvo repentinamente. El
policía no lo notó, pero el cura sí, era un signo importante de presencia satánica,
la plática fue cortés pero rápida, los ataques al templo eran obra de ladrones de
arte que estaban atacando la región, y que ahora usaban la desacralización como
coartada, había mas de siete casos en la zona en el último año, se habían
recuperado reliquias de otros templos y hasta de una mezquita.
Pero la policía estaba atenta y a sus ordenes para cualquier asunto.
––¿Por cierto padre es verdad que el cura joven de nombre Jorge, se volvió
loco?
––No comandante, está de vacaciones.
Ambrosia tenía ya como sustituta de Luz María, a Mónica, hermana de Luis, ella
había mostrado mucho interés en el grupo y debía iniciarla rápido. Gamael, ya la
había aprobado.
En casa de Lorena su padre era asiduo lector de la Blavastky y admirador de
Alex Crowley, veía con muy buenos ojos las pláticas que su hija tenía con
alguien tan informado como el de Livorno, quien enamorado de la tranquilidad
del pueblo, abrió una librería esotérica muy bien surtida y daba conferencias
todos los viernes y sábados, sobre el autoconocimiento del hombre, los ovnis y
otros temas trascendentes. Cuando Lorena le dijo que practicaba la telequinesia a
su padre, este sonrió incrédulo, pero cuando cerró repentinamente todas las
ventanas de la casa, pasó de la admiración al miedo y recurrió al de Livorno para
que le explicara lo acontecido. El sacerdote negro en su disfraz de gnóstico, le
confió, al preocupado padre, que acontecimientos como este eran más comunes
de lo que se suponía, que la energía de los adolescentes se manifestaba en estados
de magnetismo, pero que había en torno a acontecimientos como este una
conspiración del silencio de los medios de comunicación incrédulos o
manipulados. Esto tranquilizó al hombre, pero para el satanista era prueba clara
de que la posesión perfecta de la adolescente, iba por el camino adecuado.
El padre Miguel ofició la misa y encabezó el rosario, después fue a comer a casa
de don Rafael a quien le preocupaba el origen alemán del nuevo Papa y las pocas
vocaciones en la arquidiócesis, el padre trató el tema de los ataques al templo, y
Don Rafael le dijo que sin duda había un grupo de brujas en la casa al final de la
calle principal, que ellos eran culpables de todo tipo de orgías y faltas a la moral,
y que los protestantes estaban creciendo demasiado, que el padre Arturo era muy
tolerante y que él debía poner orden, también le dijo que el pobre padre Jorge
estaba embrujado, porque lo había visto muchas veces rezándole a San Miguel y
a San Ignacio, y que las cosas en el pueblo no iban nada bien con los partidos de
izquierda creciendo tanto. De lo deshilvanado de la plática del Caballero de
Colón, el cura conservó una frase: “La casa al final de la calle”.
El niño era ideal, de origen indígena, probablemente no bautizado, y moriría de
cualquier modo de desnutrición, Mónica estaba lista para su iniciación, y el
velador del cementerio en la nómina de la secta; además, tenían un archiministro,
al de Livorno para la consagración, así que la secta estaba de placemes, era la
noche del viernes y el libro negro ocupaba el lugar central del altar, los acólitos
del infierno: Gamael y Ambrosia ocupaban sus posiciones tras el archiministro y
los fieles cubiertos en sus capas negras y lo demás completamente desnudo,
repetían según la formula autorizada por la liturgia la palabra otsirc, otsirc, otsirc
otsirc –por supuesto Cristo al revés–, en un tono creciente y monótono, mientras
la figura central coronada por una máscara de macho cabrío, teñida de sangre
menstrual, repetía las fórmulas secretas; luego silencio… Las palabras de la
consagración propiciatoria en un lenguaje bíblico olvidado:
––¡Oh poderoso Luzbel príncipe de este mundo, acepta esta víctima para
que perdones nuestra falta de fe en tu poder y eterna fortaleza, tú que
vencerás a Eli, tú que reinas en la tierra, a ti a quien debemos nuestra
libertad y placer, acepta esta impropia ofrenda de vida para que a tus
siervos des fuerza, valor y capacidad de destruir el orden falso del hombre
vil criatura de carne, por el orden superior de los ángeles que te son fieles!
Después el puñal ritual consagrado en un bosque de robles en noche de luna,
atraviesa certeramente el cuerpo del niño narcotizado y cae sobre el cáliz
invertido, el oficiante vacía toda la sangre posible y arroja el cuerpo a un bracero
contiguo, toma y toca con el piso la copa, y pide a la iniciada que se coloque en
el altar, vacía sobre su entrepierna un poco de sangre y bebe, luego la penetra y
así hacen todos, las mujeres al final solo la besan y se entregan todos en el orden
que el oficiante ordena.
El oficial Carlos siguió al padre Miguel hasta la casa de don Rafael, afuera al
terminar su comida y antes de abordar su chevrolet malibú, lo intercepto.
––Padre...
––Sí oficial.
––Soy yo padre, de la estación.
––¡Ah sí!, ¿dime hijo?
––Padre yo hablé con el padre Jorge; porque mis compañeros y yo hemos
visto cosas muy raras, padre.
––No te preocupes hijo, ya arrestaron a dos y dijeron que estaban drogados.
––Sí, ya lo sé padre, pero también es cierto padre, que el diablo anda en
San José, yo lo ví.
––Bien hijo, este no es buen momento, búscame en la iglesia mañana
después de misa.
––Si padre lo haré.
Dos horas mas tarde Carlos acudió a un llamado, una riña familiar, un jovencito
ebrio que en un barrio popular amenazaba a su hermana embarazada, Carlos le
pidió el arma, y cuando estaba a punto de entregarla, una furia profunda sacada
de un odio casi sobrehumano lo cegó, y a escasos tres metros, disparó sobre el
policía. Cuatro tiros a la cabeza, todos mortales.
El padre Miguel esperó a Carlos por horas, recibió confesiones, algunas poco
comunes, sobre todo ligadas a actos contra la fe, resentimiento contra la iglesia
repulsión hacia las imágenes sagradas o falta de fe, otras contra la moral pero
también atípicas y extrañamente frecuentes en San José, mujeres piadosas que
sentían repentina atracción por hombres con quienes habían convivido por años
sin mayores consecuencias, y los llevaban repentinamente a la cama para hacer
cosas que no se atreverían siquiera a comentar con sus parejas.
Terminó los regaños y penitencias, rezó un rosario para calmar su mente, y
decidió localizar aquella casa al final de la calle.
Dejó su auto a dos cuadras de donde suponía estaba el lugar. Avanzó mientras las
últimas luces del día daban paso a la proyectada por las lámparas de halógeno del
alumbrado público. Se percató que las otras tres fincas de la cuadra estaban
abandonadas y por tanto llenas de graffiti, la mayoría decían: cuidado con la
bruja, o cuidado aquí siempre es halloween, cuando estuvo frente a la finca notó
un pentagrama bajo la forma esotérica del tetragrámaton colocado sobre la puerta
principal, y un silencio profundo, luego sintió una mano de niña que le tocaba el
hombro ligeramente, acompañada de una risa ligera pero burlona, volteó y no
había nadie, cuando puso de nuevo la mirada al frente se topó con Lorena que le
preguntó con gran seguridad y desfachatez:
––¿Qué busca un hombre consagrado para siempre en este lugar tan alejado
de la luz de la calle, Padre Miguel?
––¿Quien eres hija?
––Soy Lorena padre y vivo aquí muy cerca, ¿a quién busca padre, a las
brujas que viven ahí?
––No hija, reconocía el terreno solamente
––¿Para algún tipo de batalla padre?
––No hija para acercar a todos a la fe de Cristo.
––Y no será tarde para algo como eso Miguel. –Lo dijo en un tono rudo,
casi hombruno.
––No Lorena, nunca es tarde para el arrepentimiento.
––Váyase padre, aquí no es bienvenido, ni usted ni su iglesia, aquí no
sabemos lo que es el arrepentimiento, porque no podemos sentir culpa.
––¿Quien te enseño eso Lorena?
––La vida y la muerte, padre, y a usted, ¿quién le enseño aquello Miguel?
––Cristo por su iglesia,
––Valientes maestros uno muerto y la otra siempre humillada, cómo cree
que puede convencer a nadie con esos argumentos Miguel.
El sacerdote sintió un frió terrible. La temperatura descendió dramáticamente
quizás 15 grados o más. Ya no tenía dudas, Lorena estaba poseída.
––¿Y tú quien eres en realidad pequeña?
––Lorena, entre otros padre.
––¿Lorena criatura de Dios, quieres ser liberada de tus poseedores?
––Así nada más Miguel, no hay que consultar al hombre del anillo, no hay
que buscar pruebas contundentes, ¿no hay que estar seguro que no soy sólo
una niña que vio el exorcista padre? ¿Se siente listo para un ritual tan
extenuante y antiguo?, porque yo no padre, yo no vengo a eso, además no
hablo arameo. Cuídese padre, nos veremos más se lo aseguro.
Lorena abrió la puerta y desapareció en la oscuridad de la casa donde termina la
calle.
El sacerdote volvió al templo, rezó y escribió un informe largo, lleno de
argumentos teológicos y citas bíblicas, luego le prendió fuego, no era de lógica,
ni siquiera de psicología, venía de dentro, de su fe retada por una niña, de un
miedo por lo que sabía, esperaba de alguna forma y siempre había temido.
La batalla con el infierno había empezado, y él, Miguel, sacerdote católico,
demonólogo aficionado, hombre de fe estaba ahí, dispuesto a darla.
El nuevo informe fue escueto:
Monseñor, tengo elementos de acuerdo al ritual romano para suponer la
presencia real de entidades del infierno en San José, solicito la autorización
oficial que el rito romano y el derecho canónigo prevé, para iniciar los rituales.
Suyo en Cristo Miguel.
Era de noche en San José, y en el resto del mundo lo sería ponto, el padre Miguel
murió atropellado mientras buscaba la oficina de correos. El ritual se llevó a
cabo, y a diferencia de las historias de Hollywood, los malos, esencialmente
malos, o buenos según ellos lo creen, ganaron la batalla.
En las escrituras se prevé el reino del anticristo. El primer paso de ese nuevo
orden se había dado en un pequeño pueblo, nadie lo notó, nada que esta sociedad
detecte como grave había en realidad pasado, algunos rituales, y algunas muertes,
la humanidad sigue su curso profetizado, por algunos como doliente y oscuro,
por otros como glorioso y libertario. Y todo empezó de noche en una casa al final
de la calle.
Moraleja: “El que tenga oídos que oiga…”
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