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EL HOMBRE DE LIVORNO SATANISMO PARA PRINCIPIANTES Juan Iván Peña Neder

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EL HOMBRE DE LIVORNO SATANISMO PARA PRINCIPIANTES

Juan Iván Peña Neder

Page 2: EL HOMBRE DE LIVORNO...misterioso, era el caso de Ambrosia, de ella, se sabía, no sólo que leía el tarot y lanzaba las piedras, sino que de antiguo en su familia se practicaban

ra de noche, el silencio imperaba de una manera distinta, sin embargo, si

prestabas atención alcanzabas a escuchar respiros entrecortados, casi

sollozos, casi lamentos, pero de una manera amplia, difuminada, entremezclada

con la nada que compone el sin ruido definido que es el silencio. Era de noche,

una noche que parecía detenerse para siempre, el tiempo del que estaba hecha era

de los que corre lentamente, de los que en un minuto puede perderse la

esperanza, el aliento y la vida. Era de noche, todos hasta muchos que no estaban

ahí compartían el extraño sentimiento de un miedo que paralizaba sus mentes,

aceleraba sus corazones y entrecortaba su respiración.

Todo empezó como las cosas que no tienen sentido, las viejas del pueblo usaban

el adjetivo bruja con una generalidad impresionante, pero aunque a muchas

llamaban brujas, a algunas se referían con un acento especial más profundo, casi

misterioso, era el caso de Ambrosia, de ella, se sabía, no sólo que leía el tarot y

lanzaba las piedras, sino que de antiguo en su familia se practicaban los ritos de

la (veccia religione), no dejaba de vérsele como algo propio, de una herencia

extraña que se respetaba por temor, pero también por amor a lo antiguo, aunque

Ambrosia nunca asistía a misa siempre era generosa con lo que donaba al

párroco, su casa era la del final de la calle, era grande, sin embargo, lucía

pequeña frente a las antiguas mansiones que se podían encontrar en la calle

principal.

E

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Sus servicios eran solicitados siempre por el mismo tipo de clientela, esposas

engañadas, funcionarios queriendo saber sobre premoniciones y en algunos

casos, aunque los menos, por aquellos que creían haber sido embrujados.

Ambrosia era joven, apenas rebasaba los treinta, sin embargo, poseía la mirada

de los que conocen más de la vida, porque se han esforzado en conocerse a ellos

mismos. Nunca cobraba por sus servicios pero aceptaba regalos y favores, sobre

todo de los clientes más habituales. Desde los 13 años cuando aún vivía su

abuela, hacían un viaje largo una vez al año; siempre partía el 13 de octubre y

siempre regresaba el 13 de noviembre.

Ambrosia, no era una mujer fea; su pelo era oscuro, sus ojos de un verde gatuno,

piel blanca en todo el cuerpo, salvo en la parte en que termina la espalda, ahí

tenía una marca café oscuro, lunar que por su forma, algunos creían artificial. Su

biblioteca era extensa y diferente, volúmenes variados, y de especiales tipos,

desde anatomía hasta alquimia, herbolaria y tratados de astrología, de los que no

se encuentran en las librerías, de los que sólo se obtienen por herencia, y además

no basta con ser leídos; para entenderlos hay que descubrirlos con la vida,

guiados por un maestro que oriente las experiencias y dosifique las enseñanzas.

La semana santa de los católicos occidentales, los del rito romano, iba a

comenzar, los oficios de la pasión y las siete palabras paralizaban toda actividad,

pero en especial el viernes santo era relevante para los iniciados en los ritos

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precristianos, que por persecución e intolerancia se habían vuelto con los siglos,

según ellos mismos sostenían, anticristianos.

El paganismo era la religión de los bosques y de los ríos, de los espíritus de los

animales y del control de lo natural, la vida y la muerte en sus ciclos eran

entendidas de maneras distintas, el sacrificio de la vida para impulsar el

resurgimiento, pues alimentar el ciclo eterno era visto como parte sustantiva de lo

cotidiano, morir para seguir viviendo. Matar para reactivar la voluntad de los

dioses.

Una buena parte de estos ritos sobrevivió bajo el disfraz cristiano, asumió su

forma y salvó su esencia, pero la vieja religión, la forma original de paganismo

precristiano, incluso según se cree antediluviano, también sobrevivió en su forma

original, aunque mezclada por la fuerza con la adoración a divinidades que los

cristianos afirmaron eran demonios, potestades infernales y ángeles caídos que

no tenían cabida en el reino del Dios.

Lo que ocurrió en San José, rebasaba el conocimiento espiritual de los que lo

vivieron, algunos lo intuían, otros lo confundieron por sus manifestaciones, pero

todos lo padecieron en su profunda fuerza y terrible acción.

Arturo, párroco de vocación tardía, con la fe de un campesino y la teología

elemental para dar los sacramentos, junto a él; Jorge, un recién ordenado, mas

versado que él en ciertos temas que lo apasionaban, como los concilios y la

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historia de la iglesia como muestra de su milagro, guiaban a la grey local, la

practica diaria le atormentaba a Jorge, las confesiones provincianas y recurrentes

de la feligresía le causaban fascinación y miedo, por lo idénticos y terribles que

solemos ser los humanos, se refugiaba en la oración y la lectura, su párroco le

daba consejos simples que no reconfortaban su fe, sin embargo, era fiel a su

ministerio y un buen hijo de la iglesia, pronto cumpliría 29 años.

Aquella tarde de abril el grupo de niños que corría en sus bicicletas por el

vecindario decidió molestar otra vez a la bruja, lanzar algunas piedras y proferir

algunos insultos para provocar una ira calculada y correr como demonios;

platicando después, entre ellos, las maldiciones que les eran lanzadas. Pero esta

vez la maniobra fracasó, las piedras lanzadas contra la verja y los gritos agudos a

unos metros de la ventana no encontraron respuesta, solo el silencio, un silencio

sordo casi absoluto que no se rompía en cierta continuidad ni frente a los gritos

infantiles, los niños esta vez se asustaron hasta la medula, con precaución, recato

y acaso respeto, huyeron veloces y aterrados de la casa donde la calle terminaba.

Dos horas más tarde, al caer la noche, se escucharon seis golpes casi rituales en

la puerta de Ambrosia, la puerta se abrió dejando ver en el suelo de la sala el

pentagrama antiguo de Cernunos, hecho con sangre de macho cabrío y dejando

oír la antiquísima letanía en un lenguaje olvidado del conjuro de la muerte:

––“aitir cambur ecnar tragtar aibir snatyr”

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Este año por primera vez encargaron a Ambrosia organizar el sabbath, la fiesta

anual en que los iniciados en los viejos misterios se reúnen, para invocar al

espíritu de los bosques y confirmar los votos de preservación del conocimiento y

entrega a los viejos dioses.

La ceremonia debe realizarse en un bosque cercano, si fuera de robles mejor, los

dólmenes celtas y las leyendas druidas rondan el ambiente de los ritos de la vieja

religión, pero las diferencias son importantes entre los ritos precristianos y la

practica actual. Siempre el protagonista del rito ha sido el más hermoso entre los

ángeles, la más bella de las criaturas, el que prefirió reinar en los infiernos que

servir en el cielo. Sin embargo, la fe de los hombres en el redentor, despierta

entre sus enemigos, el claro desprecio por el sacrificio del Cristo, y trata de

resaltar la naturaleza perdida de los seres humanos: La misa negra.

El pacto entre el ángel caído y sus seguidores toma formas de rituales muy

anteriores a la llegada de las cruces y los cálices, él reina en este mundo y su

poder viene de la misma raza humana, que en su fuero interno decidió en sus

primeros padres, seguir el camino del ángel caído y compartir su suerte.

Los hombres a diferencia de los ángeles se encuentran atados a un cuerpo

material, por ello, el castigo de los humanos no fue el destierro solamente, sino

la muerte de la carne. Por su naturaleza mortal, desean compartir el reino de

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este mundo mientras la vida dure, y así el pacto entre el príncipe de los ángeles y

los hombres existe inmemorialmente...

Estas palabras dan inicio a una ceremonia que dura la noche entera y que desde la

edad media roba elementos a la misa cristiana, una virgen sin bautizar por altar y

un niño bautizado como sacrificio que garantice la complicidad de los cofrades.

La sangre de la victima es bebida por los presentes como comunión, y el

sacerdote-negro desvirga al altar profanando la cruz invertida, el rito termina al

amanecer, y los poderes de los cofrades se fortalecen por cuatro estaciones más.

Generalmente así termina el ritual, pero esta vez no terminó ahí, la ceremonia

misma fue realizada en un aniversario olvidado, en una fecha que no registraban

con la necesaria precisión lunar los calendarios de la liturgia luciferina, en una

noche igual a la noche de los tiempos cuando una expulsión se dio del cielo, en el

tiempo sin tiempo de los ángeles y las potestades. Se dio también en una región

que en su geografía natural coincidía con otra en la que pronto habría un

nacimiento que reivindicaría a Satán y glorificaría a sus seguidores. Las señales

estaban ahí, pero nadie de los involucrados pudo leerlas, nadie entendió, a pesar

de conocer los signos. Cierto que toda la ceremonia tuvo matices mas obscuros,

pero los participantes acostumbrados a lo sobrenatural no distinguieron los

hechos que prefiguraban el porvenir.

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El día siguiente: sábado de gloria, en el calendario cristiano. Amaneció con un

frió impropio de la época, la pequeña ciudad, casi un pueblo de vieja tradición

minera y algunas fortunas agrícolas, amaneció gris.

La doble moral en la provincia se tolera y se practica, porque al todos conocerse,

reconocen en el otro el propio defecto. Nada pasaba en San José, que no pasara

en otras pequeñas ciudades del mundo, no había un mal profundo y enseñoreado,

nadie buscaba inflingir dolor por placer o matar por goce, no eran especialmente

religiosos, pero la iglesia y hasta una minoría de “hermanos separados” tenían

presencia activa en la vida diaria de la comunidad, pero, muy pronto, toda esta

calma aparente estaba a punto de cambiar.

Los indigentes del pueblo más alcoholizados que de costumbre acudieron a la

policía local con historias exaltadas de visiones extrañas, hombres con capuchas

en los bosques, algo como una fiesta de alto contenido sexual, y un viento frió

que los tiró al suelo y apagó su fuego continuo del tambo de basura, naturalmente

se prestó poca atención a la narración etílica, pero se registró el incidente por el

patrullero de turno.

No lejos, en el confesionario antiguo, de la iglesia, el que rechinaba un poco, se

escuchaba una confesión diferente, de un tono metálico y sin la carga atmosférica

que suele acompañar el arrepentimiento.

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––Y bien dime tus pecados hija.

––¿Mis pecados padre?

––Si tu confesión.

––¿Cuánto hace que no te confiesas?

––Lo hago a diario, pero no entiendo el pecado, ni acepto el perdón.

––¿Qué acciones contrarias a Dios y a los mandamientos realizaste que

buscas este sacramento hija?

(Preguntó el padre Jorge un poco tenso por el extraño tono de voz que la joven

desconocida tenía tras la cortina confesional.)

––Aborrezco a Dios y a sus mandamientos padre, a su iglesia y a la falsa

moral de sus sacerdotes. Desprecio los sacramentos y repudio cualquier

medio de falsa salvación que ustedes ofrecen como mercancía.

––¿Estás bautizada hija, conoces a Cristo?

––Bautizada, sí, pero, a ese otro mejor no lo mencionemos.

––¿Buscas el perdón por ofender a tu creador, o a qué has venido?

––A pedirle padre que cumpla con su deber y salve mi alma...

––No puedo si tú no quieres. ¿Quién eres, de donde vienes?

––Soy de aquí padre, y no soy nadie o quizá un poco de todos.

––Hija esta confesión ha terminado, ve con Dios y que Cristo y la santísima

virgen te asistan.

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––No padre no ha terminado, apenas comienza, y que ambos lo asistan a

usted....

––Amén.

––Ja, ja, ja, ja, ja...

El padre sintió miedo por varios minutos. Prefirió no saber de quién se trataba.

Rezó un Dios te salve María y se preparó para la misa.

Tres toquidos fuertes y un grito de “¿Ambrosia estás en casa?” era la señal clara

de que Ana llegaba a la habitual lectura del tarot. Ambrosia abrió la puerta

después de haber dormido un sueño profundo –como de muerte–, ella misma no

era una creyente fanática como otras de la vieja religión, un poco era una

herencia, otro poco una forma de vivir, y otro poco una forma social de autoridad

moral que tras el estigma de la profesión había aprendido a disfrutar.

Tiró las cartas y leyó lo habitual, salvo que en los arcanos mayores percibió

rasgos diferentes en su tarot de Marsella las formas algo cambiadas, algo

distintas, como buena profesional acabó la tirada y revisó con cuidado las

ancestrales formas del tarot, esta vez no notó nada extraño... era su viejo mazo.

El domingo de resurrección pasó sin mayores trámites, y amaneció un lunes de

pascua donde los niños del pueblo decidieron jugar a la ouija a pesar de las

muchas advertencias que las abuelas y los curas hacían. El ocio se impuso y el

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tablero fue consultado, las respuestas fueron muchas, rápidas y felices, y todas

contestadas por el mismo personaje.

Baal el viejo de Cártago, nombre que nada dijo a los impúberes consultantes,

pero, que mucho quería decir para cualquier iniciado.

La noche de lunes trajo un primer incidente que no podía juzgarse como menor,

en el altar lateral dedicado a San Ignacio de Loyola, apareció en el lugar donde

antes del concilio se colocaba la piedra de ara ocupando la misma forma un

cuadrado de excremento seco de perro con un pequeño murciélago

descomponiéndose en ese desagradable molde. Pedro el sacristán lo descubrió y

limpió, después lo comentó con el padre Arturo, quien a la hora de comida

compartió con el padre Jorge, atribuyendo el incidente a los rapaces del barrio,

pero el padre Jorge contó entonces la extraña confesión y el párroco lo calmó

diciendo que seguramente el diablo tendría prioridades mayores a su capilla y

que lo del altar no era considerado un acto de desacralización desde la edad

media. Sin embargo, se comprometió a mencionarlo a la autoridad.

Esa misma tarde llovió con violencia y los perros aullaron de manera inusual.

Las familias más adineradas de San José, eran nueve, todas integraban el club

social San José, y organizaban mensualmente un baile al que invitaban a las

aristocracias vecinas y a sus empleados y vecinos, era el acontecimiento social

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que todos esperaban para actualizar chismes, promover noviazgos o exacerbar

críticas políticas.

No ir era estar fuera de moda y desde luego un estigma social, aunque no

demasiado grave para la mayoría. Sí con especial énfasis para los adolescentes.

El baile sería en quince días y las dos escuelas; secundaria y preparatoria del

lugar, hervían de emoción, pero un pequeño grupo de la secundaria “Pinos de la

cuesta” estaba en otra agenda, en otro tono, en otra prioridad menos mundana, se

seguían comunicando a través de la ouija con su amigo de ultra mundo; que de

anécdotas y chistes, había pasado a profecías e instrucciones incluido un pequeño

ritual que debía hacerse de noche y con velas negras; por supuesto, un tanto

inaccesibles para el mencionado grupo, así que cuando mencionaron a la ouija su

incapacidad de localizar el material les contesto:

––Ambrosia: casa al final de la calle.

El patrullero Carlos, en su recorrido matutino encontró siete perros abiertos en

canal, cuyas entrañas estaban expuestas alrededor de sus cercenadas cabezas

formando un círculo en cuyo centro podía leerse “baal” en letras extrañas.

Los chicos todos menores de quince años; cuatro mujeres y nueve hombres,

acudieron a la cita que la ouija les hizo. Tocaron la puerta y Ambrosia abrió,

contó trece y les pidió que pasaran. Ya no había pentagrama en el piso, sólo una

cómoda sala bien iluminada. Preguntó al grupo “que los llevaba por ahí” y

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atropelladamente narraron su experiencia. Lorena, la más joven, le explicó el

ritual, Ambrosia pidió que escribieran el nombre del amigo del ultra mundo y su

apodo. Guardó silencio y les pidió que se marcharan y volvieran en grupos de

tres y cuatro a partir del siguiente martes, cerró la puerta y oró a Cernunos. Tomó

el teléfono y esperó a ser atendida por Gamael su sacerdote negro. Éste escuchó y

colgó.

También oraría y haría consultas, otras señales deben acompañar los signos del

final de los tiempos y la posesión, habría que identificarlos antes de dar por

reales las señales e iniciar el ritual.

El padre Jorge tuvo una pesadilla, Cristo le pedía que cumpliera su deber, y él, no

se sentía a la altura de lograrlo. Iniciaba la misa y no podía consagrar, olvidaba

las oraciones secretas y sentía duda de la eficacia de la transubstanciación,

lloraba y pedía fuerza a la virgen, pero en las bancas de la parroquia una sola

feligresa riéndose de él, de sus pecados y de su vieja fe. Las risas lo hacían

olvidar su deficiente latín con el que creía sería más eficaz en su combate.

Terminaba rezando el Ave María, gratia plena Dominus tecum... Despertaba

sudoroso y espantado.

Lo nunca visto en San José, la vieja pareja de homosexuales que había vivido con

discreción por más de veinte años había sido asesinada bestialmente por un

homicida desconocido. En la espalda de ambos, una sola letra: La Beta del

alfabeto griego.

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Gamael había conocido a Sandor Lavey, no le había impresionado mucho su

satanismo holliwoodense, pero su Biblia negra y otros elementos sincréticos

resumían rituales que la ortodoxia de la vieja religión apenas mencionaba. Creía

en la presencia material de las potestades infernales, pero nunca había

presenciado nada así, su experiencia era ritual y se quedaba en la revelación

mística, había sentido a Lucifer en la convocatoria ritual, pero prefería

mantenerse alejado de su cortejo. Sabía de su crueldad y de lo poco agradecidos

que solían ser con sus “conductos”. Era un pagano, hasta una especie de satanista

iniciado en la rebelión al creador, sin ser fanáticamente anticristiano, practicaba

los rituales ancestrales de la ortodoxia y admiraba el movimiento wicca y hasta el

new age, sin llegar a entender bien su función metafísica. En resumen, las

manifestaciones concretas de presencia demoníaca no eran su campo, ni

comprendía estas manifestaciones para que servían en la rebelión al Dios

autoritario del viejo testamento, al que el se oponía. Tenía el conocimiento

transmitido por sus maestros de que era mejor servir que oponerse cuando algún

emisario de la corte infernal aparecía. Por tanto, empezó a consultar en sus libros

de liturgia y en sus libros de historia del satanismo preservados por siglos y

escritos en lenguaje arcaico poco comprensible, necesitaría ayuda y no había

muchos en quien confiar para recurrir.

El ritual que practicaban pedía la presencia de Lucifer y pruebas del futuro reino

de poder de su maestro, aunque parte del ritual implicaba también la desaparición

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de los infieles a Satán y las armas para incrementar su poder en la tierra, ahí se

convocaba a las potestades, Astaroth, Baal, Cénsenle, Belcebú, Moloch,

Parutsael, Pazuzu, Chemos, Astarte, Dagon y otros, pero no se esperaba que en

realidad concurrieran, mas bien era una antología de aliados para que supieran

éstos que los respetaban y veneraban. En casi treinta años de sacerdocio satanista

nunca había sabido de algo parecido.

Ambrosia por otro lado era el “conducto” de Baal, debía encabezar un viejo rito

que convocara a la vida, mediante la posesión de una virgen, a la potestad

satánica, para que éste diera un mensaje claro al mundo sobre el porvenir, el

ritual implicaba convencer primero a trece jóvenes puros, hacerlos renegar de su

bautismo, y que voluntariamente solicitaran la posesión, fallar para el conducto

era la muerte segura.

Lorena no era católica, su familia era de viejo cuño liberal, y no fue bautizada,

era de un temperamento alegre y buena estudiante, creía estar enamorada de Luis,

y era la que había descubierto en casa de su abuela este hermoso tablero de la

ouija, era ella quien organizaba las sesiones, como médium era excepcional.

El mes de abril terminaba y los hechos extraños dejaron de sucederse en San

José, sin embargo todos en la estación de policía se persignaban frente al altar de

la virgen que la esposa de Carlos había colocado a la entrada, mas de una sombra

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o alarido habían escuchado o creído escuchar, y las falsas alarmas de saqueo de

tumbas traía a todos con los pelos de punta.

El Arzobispo visitaría la ciudad para realizar los pendientes, reunirse con los

párrocos y con las madres del convento carmelita. Hacer confesiones y tener una

o dos comilonas con los ricos del lugar, y para supervisar la caridad y buen

funcionamiento del orfanato.

El párroco creyó listo al padre Jorge para decir la homilía en presencia del

prelado, le recordó nombres de donantes y que el santo favorito del obispo era

San Francisco por su humildad y parecido a Cristo en los actos de su vida –de no

haber sido diocesano, monseñor seguro toma los votos franciscanos–, había

observado en más de una ocasión el párroco Arturo; pero, sintiéndose solo en su

lucha interior, el sermón del padre Jorge versaría no sobre la paciencia y amor a

los animales del Santo de Asís, sino, sobre su mortal combate contra el demonio,

desde el principio del sermón el tono fue lúgubre y pasado de moda: Habló del

demonio como presencia real y personal, y de su capacidad de materializar sus

acciones sobre las criaturas del señor y de que se debía estar en guardia

permanentemente contra Lucifer y sus ejércitos infernales, en mas de cincuenta

años, nadie en San José, había usado aquellos empolvados términos, nadie

entendió, pero el Arzobispo le pidió al joven cura que ampliara con un

comentario después de la cena.

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Las sesiones en casa de Ambrosia se sucedían con éxito. Ella explicó con gracia,

cómo la moral cristiana nos ataba a un orden social y sexual castrante y

antinatural, y cómo los hombres en uso de nuestra libertad debemos experimentar

mas allá de las barreras creadas por místicos acomplejados, como las hadas y los

gnomos, y otras criaturas de la diosa tierra velan por el medio ambiente y

rechazan el reino del hombre que como virus letal destruye el entorno.

Les habló también de la vieja religión, y de los hombres que descendieron de

Caín, y de Lilith y de que el pecado era la creación de los dominantes para

someter a los dominados, y de cómo Cristo siendo un hombre fue elevado a Dios

para someter y finalmente de cómo Luzbel había liberado al hombre respetando

realmente su libertad, y como el infierno era la alternativa de los libres y no el

castigo de los traidores, y evangelizó con la historia de los vencidos, exaltando a

los héroes del infierno, vencidos por un cielo soberbio y arcángeles abyectos.

Los trece jóvenes creyeron en ella. La bruja buena y sabia que amaba la tierra y

defendía al hombre, y odiaron a Dios y a su falso hijo y abjuraron de la religión

de sus padres.

Gamael había al fin encontrado el ritual, en la muy vieja escuela italiana de

Livorno, existían tres ejemplares del siglo VIII, que describían los signos y el

ritual, aunque no era claro el objeto del mismo, pidió copias y envió informes a

sus pares de lo que sabía; éstos decidieron mandar a San José, un enviado con un

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manuscrito original e invaluable, algo vieron en el informe que los convenció, o

algo vivieron en Livorno que los motivó.

En San José se vivía el inicio de un mayo brumoso, la muerte por causas

naturales de muchos que habían cumplido sesenta años, parecía estar por arriba

del promedio, pero nada las relacionaba, salvo una enfermedad terminal rápida y

la falta de asistencia espiritual en el momento final. Médicamente eran clarísimas

las causas de los decesos aunque precipitados los síntomas, más de cuarenta

muertes de este tipo se habían sucedido en un plazo menor a las tres semanas.

Carlos el policía asistió a misa para ser padrino de confirmación de Paquito su

sobrino, él era católico pero practicaba poco y casi ni se confesaba; sin embargo,

el sermón medieval del padre Jorge lo conmovió profundamente, lo esperó al

final de la misa y le preguntó:

––¿Es cierto padre?

––¿Qué hijo?

––¿Qué el demonio es una persona, que nos puede dañar, y que lo podemos

ver?

––Si hijo es cierto.

––Entonces padre, creo que lo he visto.

–––¿Cómo hijo, cómo lo has visto, en sueños?

––No padre, en la noche como mujer, muy joven como sonámbula.

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––¿Por qué dices que es el diablo hijo?

––Porque me habló con voz de hombre, me dijo que no acudiera a usted,

que si lo hacía se las iba a pagar, y cuando le pregunté quién era: me dijo

que era el que siempre sabía las mentiras, el que vigilaba las noches, el que

sabía los secretos de todos, que era el amigo de nuestras debilidades, que

era todos. Pero yo supe que era el diablo padre ¡créame!..

––Reza el rosario hijo y no temas, Cristo te acompaña siempre.

––Su excelencia –le dijo al Arzobispo el padre Jorge.

––Si hijo dime

––¿Es fe de la iglesia que el demonio puede materializarse y atacar a una

persona o un pueblo?

––Si hijo es fe de la iglesia, pero la tradición recomienda prudencia, ¿qué

es lo que temes, qué te preocupa para suponer que una cosa tan terrible y

poco común como esa ocurra en tu parroquia, en mi diócesis Jorge? Tú eres

un hombre ilustrado, excelente sacerdote, estudioso y serio, ¿a qué te

refieres concretamente hijo?, ¿por qué un sermón tan inflamado?

––Monseñor he tenido sueños de obsesión diabólica, he escuchado

confesiones aterradoras, creo ver señales terribles en San José.

––Tranquilo hijo, reza el rosario, comenta esas confesiones el padre Arturo

y escriban en frío un informe, que por tratarse de ti leeré con detenimiento.

Si de acuerdo al ritual romano tienes pruebas de algo, sigue el

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procedimiento, si no, tómate unos días, ve a ver a tu familia, y por favor no

asustes a los fieles.

El grupo de los trece elegidos había empezado ya la practica de los rituales de

hechicería elemental, la convocatoria a los elementos y los juramentos de sangre,

hacían hechizos para el amor y para las pequeñas desgracias de sus enemigos, en

todos los rituales convocaban porque así lo pedía Ambrosia a “Baal” con la

antigua oración cóptica precristiana.

¡Oh poderoso Baal Dios de Cártago, príncipe inmortal que acompañaste a

Luzbel! ¡Oh poderoso Dios que retaste a Eli y junto con Lucifer luchaste y

construiste el mundo bajo de la libertad, tú que reclamaste a los niños de

tus enemigos para alimentar tu fuego eterno ven a nosotros tus humildes

siervos y muéstranos tu oscuridad libertadora!

Lorena tenía sueños hermosos, en que volaba lejos y alto, en los que todo lo que

imaginaba se volvía realidad, con cada ritual, fortalecía su capacidad de controlar

sus sueños, de crear mundos en los que su voluntad prevalecía. Primero

experimentó el control y la libertad, luego el placer indescriptible de todos los

sentidos hasta la saciedad. Ahora experimentaba en sus sueños con el dolor

propio y el ajeno, como Ambrosia le había enseñado, que los límites eran para

gente inferior acomplejada que se autolimitaba. A veces sus sueños eran tan

reales que despertaba lejos de casa, no importaba, prefería este mundo de sueños

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que la cárcel de restricciones que la sociedad le imponía, dejó de comer y de

importarle Luis, sólo quería soñar en su universo sometido.

El enviado de Livorno llegó a San José, dos días antes de anunciárselo a Gamael,

quería recabar pruebas para el ritual, y conocer sin protocolo al conducto de la

potestad satánica. Fue directo a la casa que estaba al final de la calle y tocó,

Ambrosia abrió y observó con cierta precaución al extranjero, quien se identificó

con la formula secreta:

––Vengo de parte de aquel que es libre y vive aquí.

Ella contesto:

––Entonces se bienvenido y ayúdame a encontrar su camino en mi destino.

Preguntó a Ambrosia qué sueños había tenido y qué señales había recibido. Ella

contestó que trece la habían buscado, que una no era bautizada, que Baal había

dejado su nombre entre las bestias, y que los del pecado oculto habían muerto

marcados por su letra. Que en un sueño que se repetía cada trece días un niño

pequeño de dientes de metal negro y ojos de fuego le instruía como preparar el

ritual, y le había advertido de la presencia del sacerdote negro y de sus enemigos,

que le opondrían la cruz y el agua, y de la palabra secreta que debía revelarle a

una pregunta concreta, el de Livorno preguntó:

––¿Qué busca él aquí?

Y ella contesto:

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––La venganza eterna para los infieles a Luzbel, y el anuncio de una nueva

era oscura que durara 66 años lunares. La palabra es Dromalicon, que

significa muerte a la luz.

El de Livorno guardó silencio y revisó sus notas, no había duda de que se trataba

de Baal, señor de Cártago, príncipe del infierno.

Carlos el policía recibió una llamada sobre actividad en el viejo cementerio, que

estaba lleno en su capacidad hacía ya mucho tiempo, y del centro de la ciudad,

llamó al velador por teléfono pero éste no contesto. Subió a su patrulla, checó su

lámpara de mano y desabrochó el cintillo que ajustaba su revolver 38. Llegó a la

reja del cementerio. Informó a la base, ésta decidió enviar refuerzos en caso

preciso. La reja estaba abierta y a cincuenta metros de la entrada parecía arder un

fuego. Se acercó con cautela y observó a nueve jóvenes semidesnudos y una

mujer madura, sin más ropa que una gargantilla negra. Estaban en medio de una

orgía lúgubre, macabra y sobre una cripta abierta. Carlos levantó su arma con la

cual hizo un disparo seco, luego perdió el sentido por un golpe certero dado a su

nuca. Despertó y ya no había nada, sino Juan y Pepe otros dos patrulleros que

acudieron en respuesta del sonido emitido por la bala. El velador dijo no haber

visto ni oído nada, ni siquiera el teléfono. Carlos no reconoció a nadie, pero

estaba seguro de lo que vivió.

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El padre Arturo estaba desconsolado, se habían robado el sagrario, las hostias

consagradas para los enfermos; además, habían profanado el altar mayor,

sacrificando en forma ritual un macho cabrío. También hurtaron el crucifijo, y

destruido una buena parte de las imágenes de las estaciones del vía crucis que

tenían mas de cien años, sin duda eran actos vandálicos, producto de alguna

mente enferma no muy lejana a la iglesia. Informó escuetamente del robo a la

policía y escribió una larga carta al Arzobispo pidiendo que citara en su cátedra

al padre Jorge quien empezaba a preocuparle por su propensión tal vez paranoide

con los temas diabólicos.

El mal encuentra rendijas ocultas para brotar, el club de cine de la secundaria 7

preparaba su ciclo de películas de terror, y anunciaba que un experto en el tema

daría una serie de conferencias antes de cada una de las 6 proyecciones, el

experto era un tal Aldo Bertoldi de la ciudad de Livorno quien casualmente

estaba en San José de paso a la capital.

Gamael, llegó a San José motivado enormemente por participar en un hecho de

tal magnitud, recordó sus años de juventud, en que su fe bisoña creía poder hacer

magia con sus viejos conjuros; luego, a ensayo y error, aprendió que la parte

subjetiva de la conciencia humana permite al brujo entrenado penetrar sus

defensas psicológicas y potenciar el hechizo, aprendió también que la misa negra

y el homicidio ritual, fortalecen la fe del brujo y lo hacen un ser mas seguro,

aunque no sabía a ciencia cierta si sobrenatural, había presenciado la levitación y

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había conocido maestros de los que se decía caminaron sobre fuego y agua, pero

nunca había conocido personalmente a nadie que operara la encarnación

mediante la posesión perfecta de una potestad satánica, esto ocurría una vez cada

cinco generaciones, a pesar de su fe y su posición seguía siendo un incrédulo,

regresaba a San José para comprobar por sí mismo, si esta bruja de vieja familia

y no muy hábil en las artes sexuales de la hechicería a quien trataba desde niña,

su discípula Ambrosia, era en realidad un “conducto”, un canal para ejecutar uno

de los más antiguos y sagrados rituales de la hechicería.

La conferencia del hombre de Livorno versó sobre los miedos simples y

profundos del hombre, de la oscuridad como detonante de los miedos de la

especie y de cómo convertir los miedos en aliados, de cómo la oscuridad no sólo

nos impide ver sino también nos oculta de los odios de los demás dándonos

libertad e igualdad, y de cómo lo que creemos iluminado, a veces es una parte

ingrata de la realidad de los sentidos porque limita con la vista la perfección de la

imaginación. Finalmente habló de los monstruos y del diablo mismo, como los

temores psicológicos de la infancia de la especie, y del cine, como la catarsis

colectiva que nos permite adentrarnos en nuestros miedos vistos desde afuera.

Invitó a todos a un ritual mágico para conjurar el miedo y respondió preguntas,

entre ellas la del padre Jorge quien le pregunto, “si el miedo a los demonios

internos provenía de la psicología o por el contrario de entidades externas que

cobraban formas sutiles para alejarnos de la luz”, el de Livorno sonrió, y dijo que

en el ritual eso quedaría claro.

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La carta del párroco al Arzobispo hacía hincapié en los constantes choques de fe

que el padre Jorge tenía y recomendaba un retiro antes de devolverlo a la

parroquia, para prepararlo mejor en el contacto con la sociedad. Sin embargo, el

padre Jorge, no era indiferente al prelado, lo apreciaban desde antes del

seminario y puso enorme atención a los argumentos que ahora con toda calma

presentaba. El Arzobispo era un hombre estudioso y muy piadoso, dedicaba gran

parte de su esfuerzo a las obras de caridad y a gobernar su Arquidiócesis entre un

gobierno civil favorable, o uno indiferente, no tenía mayor experiencia en

demonología, salvo rumores de crímenes rituales, que se habían producido en

algunas villas alejadas de la ciudad, quince años antes, y a los que hacía mucho la

iglesia ya no perseguía, y de los que la policía siempre había encontrado causas

distintas al satanismo, lo que provocó que unos años antes se interesara en el

tema, recurriendo a Roma para información y apoyo, encontrando un velo de

protección y ocultamiento sobre estas practicas medievales que en la iglesia

habían traído persecuciones de las que esta se avergonzaba. En sus pesquisas por

cuenta propia, encontró uno o dos exorcistas españoles que trataban con libertad

el tema y le habían dicho que no percibían elementos rituales en las

desapariciones de los recién nacidos, ni antecedentes en su arquidiócesis de

satanismo activo, lo que termino por alejarlo del asunto.

El Arzobispo decidió enviar a San José a un sacerdote de su confianza para

ampliar desde una perspectiva mas fría el informe del padre Jorge y enviar a éste

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a un retiro para que descansara y fuera atendido por el psiquiatra de la

arquidiócesis –por si acaso–.

Los trece encabezados por Luis, habían ya terminado su preparación, la presencia

de Gamael y del de Livorno, les había permitido enriquecer su conocimiento y

sus practicas de libertad sexual, y les habían hecho aceptar como de antiguo

necesario, que la sangre inocente vertida en un ritual era fuente de riqueza

espiritual, todos salvo Lorena perdieron la virginidad física y psicológica, los

ritos y la magia real derivada de éstos, los dotaban de un poder al que no estaban

acostumbrados, en la escuela y en sus casas empezaban a temerles.

Pero Luz María no estaba tan segura de que aquel tipo de vida fuera lo mejor

para ellos, había resentido y preguntado con insistencia sobre los por qué de la

promiscuidad excesiva y la falta de respeto a la vida, y aunque siempre fue

parcialmente convencida por los argumentos de los maestros y la unidad del

grupo, sus referentes familiares y la llamada “conciencia impuesta” por la

sociedad y la iglesia la hicieron decidirse a escribir un anónimo y dejarlo en la

estación de policía, desafortunadamente Gamael la seguía, el anónimo nunca

llegó y ella sufrió un accidente fatal en un campamento del grupo, algo muy

lamentable que retrasaba los planes de la secta.

Había varios prospectos a reclutar, Ambrosia se encargaría, el calendario lunar y

las profecías que en trance Lorena pronunciaba, fijaban ya una fecha para la

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celebración, el tiempo corría en contra, lo cual no gustaba al de Livorno, la prisa

implicaba errores.

San José debía convertirse en una sociedad controlada por Baal, pues según la

perspectiva, sería un preludio del reinado de Luzbel, la sociedad tendría que

cambiar sus valores, era indispensable un núcleo confiable, que estuviera

preparado para tan alta misión, no se trataba de una posesión concreta para atraer

algún servidor de Cristo, especialmente fuerte en su fe; y por lo tanto, deseado

por el infierno, no, esta vez se trataba de un hecho apocalíptico, de una colonia

de fieles previa al “Armagedon”, que en lo material y lo espiritual fueran ejemplo

a citar para el evangelio luciferino, la misión era importante en el mundo y en el

ultra mundo, las fuerzas en pugna no eran las del bien contra el mal, sino las de la

pobre naturaleza humana contra las potestades del infierno; sin embargo, Jesús el

Cristo había prometido que la puertas del infierno no prevalecerían contra su

iglesia.

El padre Miguel había estado en las misiones, su experiencia sobre sectas infieles

era espiritualmente sólida, pero sin mucho que ver con el satanismo occidental y

pseudo científico que debía enfrentar, era un hombre instruido y creyente, casi un

cruzado por su afán evangélico y su creencia inquebrantable en la iglesia

militante y su reflejo triunfante en el cielo, un teólogo ortodoxo, tomista, en el

sentido antiguo del termino, y por tanto inflexible en muchas posturas que la

iglesia del siglo XXI aceptaba sin remilgos, sin duda el obispo escogió bien en

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cuanto a la fe, lo preocupante sería la personalidad del cura, pero la batalla solo

estaba dibujada, aun no se disparaban los primeros obuses.

La primera entrevista entre el párroco Arturo y el cura Miguel no fue sencilla, el

párroco esperaba ayuda en su labor pastoral, y Miguel indagar sobre las

profanaciones y rumores en los que Jorge había insistido, el padre Arturo estaba

ocupado con el grupo de jóvenes, los prospectos al seminario, y las comunidades

rurales que decrecían constantemente, en habitantes y en fieles. El padre Miguel

quería saber de los contactos con la policía y de si había sospechosos o

antecedentes de actividades contra la iglesia, también pregunto si ex sacerdotes

vivían en la parroquia y cómo iba la fortaleza espiritual del pequeño convento, el

padre Carlos contestó con cortesía y prometió ponerlo en contacto con quien

solicitaba, pero no aportó un solo dato a favor de la presencia demoníaca material

en San José. “Tendrán ojos y no verán…”

La mamá de Luz María acudió a la policía local y estatal. El desnucamiento de su

hija frente a testigos, no dejaba duda de lo accidental del hecho, pero ella insistía

en un conjunto de conductas previas de ella y sus compañeros, habló de libros

extraños, reuniones a deshoras y de la mala influencia de Ambrosia que les

enseñaba a leer las cartas y practicar hechizos de amor. Joel el jefe de la policía

local, la juzgó histérica, se trataba de un grupo de muchachos de buenas familias

en un Pic-nic y de un accidente; por otro lado, Ambrosia no era fea, él se sentía

atraído y pensaba que no le era indiferente, por lo que escuchó y archivó.

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La visita del padre Miguel a la estación de policía fue bien recibida. Todos

pidieron bendiciones mientras esperaba a Joel que atendía una llamada de la

capital. Carlos en especial le preguntó por el padre Jorge, con un interés que se

percibía mayor al normal, en eso se abrió la puerta de Joel y la plática entre el

padre Miguel y el oficial Carlos, quedó diferida para mejor ocasión.

Al entrar a la oficina de Joel, el reloj de pared se detuvo repentinamente. El

policía no lo notó, pero el cura sí, era un signo importante de presencia satánica,

la plática fue cortés pero rápida, los ataques al templo eran obra de ladrones de

arte que estaban atacando la región, y que ahora usaban la desacralización como

coartada, había mas de siete casos en la zona en el último año, se habían

recuperado reliquias de otros templos y hasta de una mezquita.

Pero la policía estaba atenta y a sus ordenes para cualquier asunto.

––¿Por cierto padre es verdad que el cura joven de nombre Jorge, se volvió

loco?

––No comandante, está de vacaciones.

Ambrosia tenía ya como sustituta de Luz María, a Mónica, hermana de Luis, ella

había mostrado mucho interés en el grupo y debía iniciarla rápido. Gamael, ya la

había aprobado.

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En casa de Lorena su padre era asiduo lector de la Blavastky y admirador de

Alex Crowley, veía con muy buenos ojos las pláticas que su hija tenía con

alguien tan informado como el de Livorno, quien enamorado de la tranquilidad

del pueblo, abrió una librería esotérica muy bien surtida y daba conferencias

todos los viernes y sábados, sobre el autoconocimiento del hombre, los ovnis y

otros temas trascendentes. Cuando Lorena le dijo que practicaba la telequinesia a

su padre, este sonrió incrédulo, pero cuando cerró repentinamente todas las

ventanas de la casa, pasó de la admiración al miedo y recurrió al de Livorno para

que le explicara lo acontecido. El sacerdote negro en su disfraz de gnóstico, le

confió, al preocupado padre, que acontecimientos como este eran más comunes

de lo que se suponía, que la energía de los adolescentes se manifestaba en estados

de magnetismo, pero que había en torno a acontecimientos como este una

conspiración del silencio de los medios de comunicación incrédulos o

manipulados. Esto tranquilizó al hombre, pero para el satanista era prueba clara

de que la posesión perfecta de la adolescente, iba por el camino adecuado.

El padre Miguel ofició la misa y encabezó el rosario, después fue a comer a casa

de don Rafael a quien le preocupaba el origen alemán del nuevo Papa y las pocas

vocaciones en la arquidiócesis, el padre trató el tema de los ataques al templo, y

Don Rafael le dijo que sin duda había un grupo de brujas en la casa al final de la

calle principal, que ellos eran culpables de todo tipo de orgías y faltas a la moral,

y que los protestantes estaban creciendo demasiado, que el padre Arturo era muy

tolerante y que él debía poner orden, también le dijo que el pobre padre Jorge

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estaba embrujado, porque lo había visto muchas veces rezándole a San Miguel y

a San Ignacio, y que las cosas en el pueblo no iban nada bien con los partidos de

izquierda creciendo tanto. De lo deshilvanado de la plática del Caballero de

Colón, el cura conservó una frase: “La casa al final de la calle”.

El niño era ideal, de origen indígena, probablemente no bautizado, y moriría de

cualquier modo de desnutrición, Mónica estaba lista para su iniciación, y el

velador del cementerio en la nómina de la secta; además, tenían un archiministro,

al de Livorno para la consagración, así que la secta estaba de placemes, era la

noche del viernes y el libro negro ocupaba el lugar central del altar, los acólitos

del infierno: Gamael y Ambrosia ocupaban sus posiciones tras el archiministro y

los fieles cubiertos en sus capas negras y lo demás completamente desnudo,

repetían según la formula autorizada por la liturgia la palabra otsirc, otsirc, otsirc

otsirc –por supuesto Cristo al revés–, en un tono creciente y monótono, mientras

la figura central coronada por una máscara de macho cabrío, teñida de sangre

menstrual, repetía las fórmulas secretas; luego silencio… Las palabras de la

consagración propiciatoria en un lenguaje bíblico olvidado:

––¡Oh poderoso Luzbel príncipe de este mundo, acepta esta víctima para

que perdones nuestra falta de fe en tu poder y eterna fortaleza, tú que

vencerás a Eli, tú que reinas en la tierra, a ti a quien debemos nuestra

libertad y placer, acepta esta impropia ofrenda de vida para que a tus

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siervos des fuerza, valor y capacidad de destruir el orden falso del hombre

vil criatura de carne, por el orden superior de los ángeles que te son fieles!

Después el puñal ritual consagrado en un bosque de robles en noche de luna,

atraviesa certeramente el cuerpo del niño narcotizado y cae sobre el cáliz

invertido, el oficiante vacía toda la sangre posible y arroja el cuerpo a un bracero

contiguo, toma y toca con el piso la copa, y pide a la iniciada que se coloque en

el altar, vacía sobre su entrepierna un poco de sangre y bebe, luego la penetra y

así hacen todos, las mujeres al final solo la besan y se entregan todos en el orden

que el oficiante ordena.

El oficial Carlos siguió al padre Miguel hasta la casa de don Rafael, afuera al

terminar su comida y antes de abordar su chevrolet malibú, lo intercepto.

––Padre...

––Sí oficial.

––Soy yo padre, de la estación.

––¡Ah sí!, ¿dime hijo?

––Padre yo hablé con el padre Jorge; porque mis compañeros y yo hemos

visto cosas muy raras, padre.

––No te preocupes hijo, ya arrestaron a dos y dijeron que estaban drogados.

––Sí, ya lo sé padre, pero también es cierto padre, que el diablo anda en

San José, yo lo ví.

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––Bien hijo, este no es buen momento, búscame en la iglesia mañana

después de misa.

––Si padre lo haré.

Dos horas mas tarde Carlos acudió a un llamado, una riña familiar, un jovencito

ebrio que en un barrio popular amenazaba a su hermana embarazada, Carlos le

pidió el arma, y cuando estaba a punto de entregarla, una furia profunda sacada

de un odio casi sobrehumano lo cegó, y a escasos tres metros, disparó sobre el

policía. Cuatro tiros a la cabeza, todos mortales.

El padre Miguel esperó a Carlos por horas, recibió confesiones, algunas poco

comunes, sobre todo ligadas a actos contra la fe, resentimiento contra la iglesia

repulsión hacia las imágenes sagradas o falta de fe, otras contra la moral pero

también atípicas y extrañamente frecuentes en San José, mujeres piadosas que

sentían repentina atracción por hombres con quienes habían convivido por años

sin mayores consecuencias, y los llevaban repentinamente a la cama para hacer

cosas que no se atreverían siquiera a comentar con sus parejas.

Terminó los regaños y penitencias, rezó un rosario para calmar su mente, y

decidió localizar aquella casa al final de la calle.

Dejó su auto a dos cuadras de donde suponía estaba el lugar. Avanzó mientras las

últimas luces del día daban paso a la proyectada por las lámparas de halógeno del

alumbrado público. Se percató que las otras tres fincas de la cuadra estaban

abandonadas y por tanto llenas de graffiti, la mayoría decían: cuidado con la

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bruja, o cuidado aquí siempre es halloween, cuando estuvo frente a la finca notó

un pentagrama bajo la forma esotérica del tetragrámaton colocado sobre la puerta

principal, y un silencio profundo, luego sintió una mano de niña que le tocaba el

hombro ligeramente, acompañada de una risa ligera pero burlona, volteó y no

había nadie, cuando puso de nuevo la mirada al frente se topó con Lorena que le

preguntó con gran seguridad y desfachatez:

––¿Qué busca un hombre consagrado para siempre en este lugar tan alejado

de la luz de la calle, Padre Miguel?

––¿Quien eres hija?

––Soy Lorena padre y vivo aquí muy cerca, ¿a quién busca padre, a las

brujas que viven ahí?

––No hija, reconocía el terreno solamente

––¿Para algún tipo de batalla padre?

––No hija para acercar a todos a la fe de Cristo.

––Y no será tarde para algo como eso Miguel. –Lo dijo en un tono rudo,

casi hombruno.

––No Lorena, nunca es tarde para el arrepentimiento.

––Váyase padre, aquí no es bienvenido, ni usted ni su iglesia, aquí no

sabemos lo que es el arrepentimiento, porque no podemos sentir culpa.

––¿Quien te enseño eso Lorena?

––La vida y la muerte, padre, y a usted, ¿quién le enseño aquello Miguel?

––Cristo por su iglesia,

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––Valientes maestros uno muerto y la otra siempre humillada, cómo cree

que puede convencer a nadie con esos argumentos Miguel.

El sacerdote sintió un frió terrible. La temperatura descendió dramáticamente

quizás 15 grados o más. Ya no tenía dudas, Lorena estaba poseída.

––¿Y tú quien eres en realidad pequeña?

––Lorena, entre otros padre.

––¿Lorena criatura de Dios, quieres ser liberada de tus poseedores?

––Así nada más Miguel, no hay que consultar al hombre del anillo, no hay

que buscar pruebas contundentes, ¿no hay que estar seguro que no soy sólo

una niña que vio el exorcista padre? ¿Se siente listo para un ritual tan

extenuante y antiguo?, porque yo no padre, yo no vengo a eso, además no

hablo arameo. Cuídese padre, nos veremos más se lo aseguro.

Lorena abrió la puerta y desapareció en la oscuridad de la casa donde termina la

calle.

El sacerdote volvió al templo, rezó y escribió un informe largo, lleno de

argumentos teológicos y citas bíblicas, luego le prendió fuego, no era de lógica,

ni siquiera de psicología, venía de dentro, de su fe retada por una niña, de un

miedo por lo que sabía, esperaba de alguna forma y siempre había temido.

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La batalla con el infierno había empezado, y él, Miguel, sacerdote católico,

demonólogo aficionado, hombre de fe estaba ahí, dispuesto a darla.

El nuevo informe fue escueto:

Monseñor, tengo elementos de acuerdo al ritual romano para suponer la

presencia real de entidades del infierno en San José, solicito la autorización

oficial que el rito romano y el derecho canónigo prevé, para iniciar los rituales.

Suyo en Cristo Miguel.

Era de noche en San José, y en el resto del mundo lo sería ponto, el padre Miguel

murió atropellado mientras buscaba la oficina de correos. El ritual se llevó a

cabo, y a diferencia de las historias de Hollywood, los malos, esencialmente

malos, o buenos según ellos lo creen, ganaron la batalla.

En las escrituras se prevé el reino del anticristo. El primer paso de ese nuevo

orden se había dado en un pequeño pueblo, nadie lo notó, nada que esta sociedad

detecte como grave había en realidad pasado, algunos rituales, y algunas muertes,

la humanidad sigue su curso profetizado, por algunos como doliente y oscuro,

por otros como glorioso y libertario. Y todo empezó de noche en una casa al final

de la calle.

Moraleja: “El que tenga oídos que oiga…”