el cuento de hugo y henrique
Post on 24-Jun-2015
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L a h i s t o r i a d e H u g o y H e n r i q u e
Hugo era un hombre adulto. En su historia, su madre ocupaba un lugar
importante. Se había criado solo con ella. Su padre era un desconocido, casi
un fantasma, un ser que nunca estuvo presente físicamente.
Hugo tuvo varias mujeres a lo largo de su vida, pero hubo una que le quitó el
sueño y el aliento. Se llamaba Venezuela. Era hermosa, fecunda, tenía todo lo
que cualquier hombre pudiera desear, incluso más.
De ese amor intenso nacieron unos morochos: Hugo, se llamó uno, como su
padre. Al otro, le pusieron Henrique (con H para que tuviera la inicial de su
papá). Si bien los dos muchachitos tenían la misma edad y eran idénticos
físicamente, eran completamente diferentes en su forma de ser. A Hugo
papá esta diferencia lo desconcertaba. Y como no había tenido a su papá, le
resultaba difícil ser papá.
Un ejemplo simple. Henrique, desde que tenía unos cinco meses, lograba
agarrar el tetero con sus pequeñas manitas, lo sostenía y comía solito.
Mientras que Hugo hijo, no lograba tomar la botella entre sus manos. Ahí era
cuando su padre, los miraba a los dos y elegía hacer lo que le parecía mejor:
ayudar al que no podía hacerlo solo y dejar al otro por su cuenta.
Nuevamente sucedió cuando los pequeños estaban aprendiendo a amarrarse
las trenzas de sus zapatos. Henrique, un poco más independiente que Hugo
hijo, se fijó bien cuando le explicaron cómo hacerlo y luego de varios
intentos, pudo lograrlo. Al principio no fue fácil, pero insistió en hacerlo solo,
en poder, en equivocarse varias veces, hasta que lo logró. Se amarró las
trenzas de sus zapatos. Sonrió orgulloso de sí mismo. Se sentía importante. Y
cuando fue a mostrarle a su papá lo que había logrado, encontró a Hugo
papá amarrándole las trenzas a Hugo hijo. Hugo papá estaba ocupado con el
hijo que más lo necesitaba y no le hizo caso a Henrique.
“Necesito que me necesites”
A Hugo papá le gustaba sentirse necesitado por su hijo Hugo. Henrique le
parecía a veces muy orgulloso, soberbio. Parecía que no lo necesitaba. Que
podía hacerlo todo solo. Que él no tenía nada para mostrarle. Por eso, a
veces, pasaba más tiempo con Hugo hijo: él sí lo necesitaba, le pedía, Hugo
papá era útil para al menos uno de sus hijos.
Cuando los muchachitos comenzaron a leer, pasó algo parecido a lo narrado
anteriormente. Henrique se fajaba en la mesa del comedor con el “ma, me,
mi, mo, mu”. No siempre entendía, pero insistía. Hugo hijo, mientras tanto,
estaba en el patio de la casa jugando metras o en el cuarto mirando tele.
Esperaba a su papá para que lo ayudara con la lección. Por dos razones
simples: primero, le parecía que no era tan inteligente como Henrique y que
no podía solo; y segundo, su papá seguro lo iba a ayudar como lo hacía
siempre.
Ya para ese momento, Hugo papá lo tenía claro: Henrique lo necesitaba
menos que Hugo hijo. Por lo tanto, pasaba más tiempo con quien lo
necesitaba más. Para sus adentros pensaba: “Cuando yo sea viejo, Hugo se
quedará a mi lado. Me acompañará. Seguro Henrique se va y me deja solo”.
El rechazo
Hugo hijo comenzó a rechazar a su hermano Henrique. Si bien eran igualitos
físicamente, usaban las mismas franelas y hasta los mismos juguetes, en la
práctica, eran bien diferentes. A Hugo le daba rabia que Henrique supiera
tanto, que parecía ser más inteligente. “Él tiene cosas que yo no tengo, él
puede cosas que yo no puedo”, se decía para sus adentros. Y eso le daba
rabia. Pero no le pidió ayuda a su hermano, ni aprendió de él. Hugo hijo se
creyó la frase que escuchó muchas veces de la boca de su padre: “Deja eso
Hugo, yo lo hago por ti, tú no sabes hacerlo, tú no puedes. Yo te ayudo”.
Henrique, por su parte, si bien sabía cosas y lograba arreglárselas por su
cuenta muchas veces, prácticamente no tenía con quién compartir esos
logros. Su papá solía estar siempre ocupado con su hermano morocho.
Muchas veces se sintió excluido, fuera de lugar, poco querido. En algunos
momentos llegó a pensar: “Será que tengo que hacerme el que no puede o el
que no sabe hacer las cosas para que mi papá me haga caso?”.
Henrique también empezó a rechazar a su hermano. No entendía cómo otro
ser (igualito a él) podía no saber, no poder, no hacer. No lo entendía. “Pero si
no es tan difícil”, se decía para sus adentros. En el fondo, más allá de lo que
pensaba, Henrique quería sentir que pertenecía a esa familia, que era uno
más de ellos, que ser diferente no era sinónimo de exclusión. Pero esa
sensación no llegaba, no aparecía. Henrique solía sentirse fuera de lugar.
Hugo papá también desarrolló rechazo por su hijo Henrique. No lo entendía.
“Por qué no me necesita?”, se preguntaba. Por otra parte, este hijo le
recordaba lo que él no pudo hacer de muchacho, lo que él no había logrado,
esa independencia que él tampoco tuvo. Así que sin saber cómo tratar a su
hijo Henrique, terminaba por hacer lo de siempre: rechazarlo, ignorarlo o
aleccionarlo y, pasar más tiempo con Hugo hijo.
El tiempo hizo que esa casa se convirtiera en un espacio con dificultades para
estar y vivir. La tensión entre los tres se hizo presente. Los mejores
momentos pasaban cuando los Hugos podían compartir juntos sin Henrique.
Y para Henrique, cuando lograba estar a solas o salir un rato de la casa sin
ellos.
La adolescencia
Los muchachos cumplieron 14 años. Entraron en la adolescencia. La dinámica
familiar seguía igual. Poco había cambiado en todo ese tiempo. Hugo hijo
seguía jugando en el patio o mirando tele, mientras su papá llegaba a
ayudarlo con sus trabajos y tareas. Henrique, por su parte, seguía en la
soledad de la mesa del comedor, tratando de entender los polinomios de las
matemáticas de segundo año, decidido a sacar muy buenas notas y ser el
mejor de su clase.
Henrique quería que las cosas cambiaran en su casa, en su familia. No sabía
cómo, pero era lo que deseaba. Lo que Henrique soñaba era que Hugo papá
o Hugo hijo cambiaran. Quería que su papá fuera un poco más atento con él,
no que le hiciera las tareas, pero que al menos lo mirara hacerlas. Deseaba
que su hermano fuese capaz de ser más independiente y que necesitara
menos a papá. Pero mientras deseaba el cambio de los Hugos, él seguía
haciendo lo mismo. Y naca cambiaba.
Hugo papá y Hugo hijo también deseaban que Henrique cambiara, que se
pareciera más a ellos. Pero ellos tampoco hacían algo diferente. Así que todo
seguía igual.
Henrique pensó muchas veces irse de su casa. Romper con todos los lazos
que lo unían a ese padre y a ese hermano, de los cuales se sentía cada vez
más alejado. Y al mismo tiempo sentía dolor, por él mismo y su necesidad de
afecto y amor, e incluso sentía dolor por su madre Venezuela.
La resolución
La historia de esta familia aún no termina. Siguen inmersos en este círculo de
alianzas entre los que “son iguales” y de rechazo entre los que “son
diferentes”. Siguen pensando que quien debe cambiar es el otro. Siguen en
sus mismas posturas.
La madre Venezuela los mira y suspira. A veces llora lágrimas de lluvia. A
veces se enoja en fuego. A veces se cruza de brazos y dice “no hago nada
más”. Ella sabe que es un tema de ellos tres. Ella los ama a todos por igual.
Los reconoce. Los abraza cuando es necesario.
Quizá las cosas cambiarían si Hugo papá pudiera mirar a sus dos hijos. Y si a
ambos pudiera decirles: “Hijos, para mí está bien si lo hacen igual o diferente
a mí. Ustedes pertenecen a este sistema. Ambos pertenecen”.
Quizá las cosas cambiarían si Hugo papá dejara de hacer cosas para ser
necesitado por el otro y confiara en los recursos de su hijo Hugo y en sus
posibilidades. Sobre todo, si comenzara a confiar que su hijo lo amará igual si
le hace la tarea o si no se la hace.
Quizá las cosas cambiarían si Hugo hijo comienza a confiar en sí mismo y en
sus recursos. Si deja de ser fiel a Hugo papá y le logra decir: “Papá,
bendíceme si lo hago diferente a ti”.
Quizá las cosas cambiarían si Henrique asume su diferencia, su mala
conciencia y sin culpa logra tomar su destino y hacer lo suyo. Quizá cambiaría
todo si logra decirle a su padre: “Papá, me haces falta, tanta falta como te
hizo tu papá a ti. Sonríeme si te necesito menos, si puedo solo, si soy feliz. Sé
que a donde vaya, estás en mi corazón. Y te reconozco como el grande.
Delante de ti, soy pequeño”.
Quizá las cosas cambiarían si Henrique mira a su hermano Hugo, a su
morocho, a su igual y le dice: “Hermano, te veo. Veo el precio que has pagado
para pertenecer a este sistema. Te honro por ese precio. Tú has pagado un
precio más alto que el mío y recién lo puedo mirar. Te doy las gracias por ello.
Y sigo mi camino más liviano. Mi camino diferente, mi destino”.
Al final, Hugo y Henrique son hermanos morochos. Paridos por la misma
madre: Venezuela. Y ambos pertenecen al sistema, con buena o mala
conciencia.
Escrito por: Raiza Ramírez
NOTA de la autora:
Este cuento es solo una analogía. Quizá escrita por mí para mí misma,
empujada por la necesidad de cerrar internamente lo sucedido el 7 de
octubre de 2012 con las elecciones presidenciales de Venezuela. No pretendo
tener razón. Solo intento, a través de la metáfora y de la mirada sistémica,
integrar dos fuerzas que están allí y que siguen desintegradas.
Hay algo que no miraba el domingo pasado que ahora comienzo a mirar. Si
estas líneas te sirven, qué bueno. Si no, sigue de largo y encuentra otras que
te hagan sentido.
Honro a mi Venezuela amada. A los que vinieron antes que Hugo y Henrique.
A los que estamos ahora y somos Hugos y Henriques. A los que vendrán
después, que ojalá, tengan algo de los morochos y logren tomar su vida y
destino entre sus manos y caminar con un poco de paz por esta tierra
bendita.
Raiza
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