dom cua 2 c

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Domingo 2º de Cuaresma Ciclo C

Que las penitencias cuaresmales no tienen un fin en sí mismas, sino que nos llevan a la Gloria.

Por eso se nos presenta hoy la escena

La Cuaresma es un camino que nos lleva hacia la Pascua.

La Cuaresma, como camino, es un símbolo de toda nuestra vida que tiende hacia la muerte, la

cual debe ser un encuentro entrañablemente agradable con Dios.

Muchas veces no es así, porque nos vamos quedando agarrados al camino, buscando sólo lo material. No debemos instalarnos en el camino, sino debemos instalar a Dios en el corazón.

Pero el camino de Dios es un camino interior, un camino de fe, donde vamos apoyados en la

esperanza y sobre todo en el amor.

Automático

Es el camino interior que conduce hasta la fe.

Los caminos del Señor no están hechos de pisadas.

Arrancan del corazón y, por las sendas del alma,

los va trazando el amor

Caminante, hay un camino que es preciso recorrer.

Es el camino interior que conduce hasta la fe.

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En este caminar de la vida encontramos cosas buenas y cosas que nos disgustan: alegrías y

penas. Es un camino, no es el final. Lo bueno es saber que Dios nos acompaña.

La Cuaresma nos habla de penitencias. Unas serán acoger las dificultades inherentes a todo

camino de paso. Y otras que debemos aceptar o imponernos, porque, si hemos ofendido a Dios,

debemos arrepentirnos y resarcir por los pecados.

Pero Dios es tan bueno que, de vez en cuando, nos da grandes alegrías y sobre todo la fe para saber que toda buena penitencia y sufrimiento se convertirá un día en alegría y felicidad transformante.

Por eso todos los años, en el 2º domingo de Cuaresma, el evangelio trata de la Transfiguración del Señor. En este año, que es ciclo C, según el evangelista san Lucas.

Lucas 9, 28b-36

En aquel tiempo, Jesús cogió a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto de la montaña, para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos. De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusalén. Pedro y sus compañeros se caían de sueño; y, espabilándose, vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Mientras éstos se alejaban, dijo Pedro a Jesús: “Maestro, qué bien se está aquí. Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. No sabía lo que decía. Todavía estaba hablando, cuando llegó una nube que los cubrió. Se asustaron al entrar en la nube. Una voz desde la nube decía: “Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadle”. Cuando sonó la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por el momento, no contaron a nadie nada de lo que habían visto.

Jesús quiere enseñar a sus discípulos el sentido del verdadero mesianismo. Ya vimos el domingo pasado las tentaciones que tuvo y seguía teniendo Jesús sobre un falso mesianismo: de poder y honores materiales. Ser Mesías es servidor de los demás.

Les había dicho Jesús a sus discípulos que iban hacia Jerusalén, donde Él iba a morir, pero

pronto iba a resucitar. Esto no lo entendían y se fijaban sólo en lo de padecer y morir.

Ahora Jesús escoge a tres discípulos un poco más aventajados para que le acompañen en una oración intensa. Y les lleva a una montaña, como era costumbre en aquel ambiente.

Y Jesús se impregna de un ambiente de oración tan profunda, que se transfigura. Es como si Dios le absorbiese y queda resplandeciente.

Y como lo que quiere enseñar Jesús es el sentido mesiánico de su muerte y resurrección, aparecen,

junto a Él, Moisés y Elías como representantes cualificados del Ant. Testamento, de la Ley y los

profetas.

Todavía los apóstoles sienten más viva la presencia de Dios por medio de aquella nube que les cubre y la voz que de ella sale, la del Padre que les dice: “Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadle”. No sólo tenían que oír a Jesús sino escucharle.

Escuchar a Jesús es tratar de comprenderle, hacerle caso y seguirle. Y lo que se trataba era

comprender cuando les decía que era necesario ir a la muerte y muerte de cruz para salvarnos;

pero que después vendría la gloria de la Resurrección.

En la vida Dios nos da muchas alegrías. Y a los que se entregan con fe al Señor, como los santos, les da unas alegrías insospechadas. Pero no hay que quedarse en esas alegrías.

San Pedro estaba muy contento en esa experiencia mística. Estaría toda la vida allí. Por eso le dice a Jesús: “Maestro, qué bien se está aquí. Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”.

Dice el evangelio que no sabía lo que decía, porque eso era un momento transitorio: como un “caramelo” que Dios nos da para mejor seguir el camino.

Jesús pronto quedó sólo con los tres y bajaron a la vida de cada día.

Somos peregrinos aquí porque somos ciudadanos del cielo, como hoy nos dice san Pablo en la 2ª lectura.

Siempre les quedaría la enseñanza que esta vida terrena no es la meta, es el camino.

Hermanos: Nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo. Él transformará nuestro

cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso, con esa energía que posee

para sometérselo todo.Así, pues, hermanos míos queridos y

añorados, mi alegría y mi corona, manteneos así, en el Señor, queridos.

Filipenses 3, 20-4, 1

Nos hallamos aquí en este mundo, este mundo que tu amor nos dio.

Automático

mas la meta no está en esta tierra: es un cielo que está más allá.

Somos los peregrinos que vamos hacia el cielo.

La fe nos ilumina, nuestro destino no

se halla aquí.

La meta está en lo eterno, nuestra patria es el cielo.

La esperanza nos guía y el amor nos hará llegar.

No tenemos aquí una morada que sea estable y nos haga parar;

sino andamos cantando y buscando nuestra Patria futura eternal.

Somos los peregrinos que vamos hacia el cielo.

La fe nos ilumina, nuestro destino no se halla aquí.

La meta está en lo eterno, nuestra patria es el cielo.

La esperanza nos guía y el amor nos hará llegar.

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Cuando estemos en el cielo, seremos transfigurados de verdad, porque ya viviremos

como hijos de Dios.

Pero mientras vivimos en este mundo, pidamos para que de tal manera vivamos entregados a Dios, que Jesús se transfigure dentro de nosotros.

Será cuando vayamos cambiando nuestra manera de ser y de pensar.

La Cuaresma es una ocasión propicia. Jesús se transfigurará dentro de nosotros, si estamos limpios de corazón, comenzando por arrepentirnos de nuestros males para llenarnos de su amor y gracia.

La noche desemboca en la aurora, el túnel tiene salida, la Cuaresma tiene como meta la alegría de la Pascua. A ella tiende nuestra vida.

El dolor y el sufrimiento pueden transfigurarse. El sufrimiento acompañado del amor es como un horno que purifica el alma. El más humilde enfermo, unido a Cristo puede encontrar lo que nos ha dicho san Pablo: “Él transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso”.

Terminamos con la principal enseñanza que nos da la transfiguración:

Automático

No es la cruz un final; es el principio de la gloria de la Resurrección.

Nuestro Dios no es un Dios fracasado

Triunfó convirtiendo el dolor en divino temblor y en premisa divina.

Pasó del dolor al amor, de la cruz a la luz, de la muerte a la vida.

Pasó del dolor al amor, de la cruz a la luz, de la muerte a la vida.

No es la muerte un final; sólo es la puerta que nos lleva a los brazos del Señor.

Tras la muerte comienza la vida que Jesús en la cruz conquistó.

Tras la muerte comienza la vida que Jesús en la cruz conquistó.

Triunfó convirtiendo el dolor en divino temblor y en premisa divina.

Pasó del dolor al amor, de la cruz a la luz, de la muerte a la vida.

Pasó del dolor al amor, de la cruz a la luz, de la muerte a la vida.

Que María desde el cielo interceda por nosotros, que aún estamos en el camino de la cruz.

AMÉN

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