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Cuando Marcos introduce, el episodio de la transfiguración, establece un vínculo con otro episodio ocurrido seis días antes con el diálogo que el Señor sostuvo con sus discípulos, referido a su identidad y misión:

«¿Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?» (Mc 8,29).

Pedro, tomando la palabra, había respondido: «Tú eres el Cristo», es decir, el Mesías anunciado por Dios a Israel, el Mesías largamente esperado.

Marcos y Mateo dicen «después de seis días», Lucas dice «unos ocho días después», indicación genérica para indicar una semana; en el calendario romano ocho días equivale a una semana.

La cronología que se da en Marcos y Mateo de “seis días después,” probablemente en días de la fiesta de los Tabernáculos, en los que, junto con la Pascua, se excitaban los ímpetus revolucionarios

de los “zelotes” y sus grupos, junto con el contagio popular por la liberación de Israel.

Si no se les frenaba, se les podía exacerbar el sentimiento del movimiento nacionalista.

Y los apóstoles y las gentes galileas comenzaban a comprometerse en movimientos político-mesiánicos en torno a Cristo.

Luego de mandarles enérgicamente que a nadie le dijeran que Él era el Mesías, «comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos,

los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar a los tres días» (Mc 8,31).

Pedro se negó a aceptar tal perspectiva y posibilidad de que el Mesías podía ser reprobado y matado por los suyos.

Se trata de proclamar una vez más que Cristo es el Mesías profético: el mesianismo espiritual y de dolor, frente al Mesías ambiental nacionalista.

Jesús no buscaba ni prometía la gloria humana a quienes querían seguirlo. Quien quisiera ser su discípulo debía renunciar a buscar su propia gloria y seguir al Señor.

“Seis días después”, con su transfiguración, el Señor Jesús manifestará a Pedro, Santiago y a Juan su identidad más profunda, oculta tras el velo de su humanidad.

La luminosidad de sus vestidos manifiestan su divinidad. El Mesías no es tan sólo un hombre, sino Dios mismo que se ha hecho hombre.

Para que fueran testigos de la misma elige a tres discípulos, Pedro, Santiago y Juan. Son tres de los cuatro primeros llamados a seguirle y encabezan la lista del colegio apostólico.

Son los tres admitidos a presenciar la resurrección de la hija de Jairo (Mc 5,37) y le acompañaron en su agonía en el Huerto de los Olivos. Y sube con ellos a «un monte alto».

Es el lugar preferido para las teofonías y propio para el retiro y la oración.

Unos, pensando que la escena se desarrolló en la región de Cesarea de Filipo, localizan el episodio de la Transfiguración en el monte Hermón, de 2814 mts. de altura, situado a unos 20 kms. de esa ciudad.

La tradición cristiana, desde el s.IV, lo ha identificado con el monte Tabor, de 560 mts. de altura –altura modesta pero singular y panorámica en la llanura de Esdrelón- situado a unos 20 kms.

al sudoeste del mar de Galilea y a unas tres horas de camino desde Nazaret.

En el monte «se transfiguró» ante ellos. Literalmente transfiguración es «cambio de forma», de apariencia. Apariencia de un ser bajo una forma distinta de la suya propia.

El cambio de figura evoca Mc 16,12 en que Cristo resucitado se aparece a los discípulos de Emaús «bajo otra figura».

La “transfiguración” según Lucas, sucedió “mientras oraba”.La escena sucede cuando los tres apóstoles estaban descansando y medio dormidos (Luc_9:32).

Mt.: “su rostro brilló como el sol, y sus vestidos quedaron blancos como la luz.”Mc.: “sus vestidos se pusieron resplandecientes, y muy blancos (como no los puede blanquear nadie).

Lc.: “su rostro tomó otro aspecto, y su vestido se volvió blanco y resplandeciente.”

Esta descripción del “rostro” y “vestido” son de tipo apocalíptico. Mt describe al ángel que corre la piedra del sepulcro así: “era su aspecto como el relámpago,

y su vestidura blanca como la nieve” (Mat 28,3).

Así describen el rostro de los justos los libros apocalípticos ( Ap 1,16; Esd 8,97). Los ángeles de la resurrección aparecen con vestiduras “blancas” (Mc) o con “vestido resplandeciente” (Lc).

El color “blanco” de los vestidos significa el color de la gloria celeste Ap 19,14).

En ese momento «se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús»:

Moisés representa “la Ley” y Elías “los Profetas”, el conjunto de las enseñanzas divinas ofrecidas por Dios a su Pueblo hasta entonces.

Moisés, con su mención el «monte alto» evoca el Sinaí, donde se encontró con Dios y del que bajó con el rostro iluminado por la gloria de Dios (Ex 29-35). Y la «nube luminosa» evocaría Ex 40,35:

«Moisés no podía entrar en la Tienda del Encuentro, pues la Nube moraba sobre ella, y la gloria de Yahveh llenaba la Morada».

Tales evocaciones manifiestan la intencionalidad de los evangelistas, poner de manifiesto que Jesús es el nuevo Moisés que trae la Ley del nuevo Reino y a quien hay que escuchar,

el gran Profeta anunciado en Dt 18,15.

Elías, también él tuvo un encuentro con Dios en el monte Horeb, donde Dios se había revelado a Moisés (Ex 3,1s). Quizás aparezca Elías debido a que era esperado como el precursor del Mesías.

Elías introduce el tiempo final.

El conjunto de estos dos personajes, manifiesta que Jesús supera a todos los personajes del Antiguo Testamento y que ha venido a llevar a su punto culminante la revelación del AT contenida

en la Ley (Moisés) y en los Profetas (Elías).

El “legislador” de Israel y el “precursor” del Mesías aparecen reconociendo a Cristo-Mesías y su obra mesiánica, como auténtica, a pesar de ser tan opuesta al mesianismo ambiental esperado.

Ambos “hablan” con Cristo. Es sólo Lc el que pone el tema de la conversación: “hablaban de su muerte, que había de tener lugar en Jerusalén.”

Aquel momento que viven los tres apóstoles elegidos es muy intenso, por ello Pedro ofrece al Señor construir «tres tiendas»: Una para Jesús, otra para Moisés, otra para Elías. Se consideraba

que una de las características de los tiempos mesiánicos era que los justos morarían en tiendas.

La mención de las tiendas puede haberle sido sugerida por la proximidad de la «fiesta de las Tiendas» en la que los judíos tenían que habitar en ellas, construidas con ramas verdes, con la que conmemoraban

la peregrinación por el desierto camino de la Patria Prometida.

Marcos disculpa a de Pedro añadiendo que «no sabía lo que respondía ya que estaban atemorizados» (v.6).

El apóstol no cae en la cuenta de que con su propuesta apartaría a Jesús del camino del sufrimiento que tiene que seguir y que los personajes que contempla no precisan la construcción de tales tiendas.

La manifestación de la gloria de Jesucristo en su transfiguración sería interpretada por Pedro como el signo palpable de que ha llegado el tiempo mesiánico, su manifestación.

Mas en el momento en que Pedro se halla aún hablando «se formó una nube que los cubrió».

La nube «es el signo de la presencia de Dios mismo, la shekiná. Ella cubre ahora con su sombra a los tres personajes, y también a los discípulos (Lc).

Los apóstoles, al despertar, vieron lo siguiente:

Mt: “Una nube luminosa, que los cubrió.” Mc: “Se formó una nube, que Los cubría.”Lc: “Vino una nube, que los cubría.”

La nube sobre la tienda del encuentro indicaba la presencia de Dios. De esta nube salió una voz que decía: «Éste es mi Hijo amado; escúchenlo».

Es la voz de Dios, la voz del Padre que proclama a Jesucristo como Hijo suyo y manda escucharlo. Jesús es el Mesías elegido para llevar a cabo la obra de la redención.

Ante la voz del Cielo, los discípulos quedan sobrecogidos por ese terror, temor reverencial, que implica la irrupción de lo sobrenatural en nuestro mundo. Pero Jesús se acercó a ellos y les dice:

«Levantaos y no temáis». Y ya no vieron a nadie sino a Jesús solo.

Los discípulos seguramente quedaron confortados y menos indecisos ante el camino de Jesús. Pedro recordará la teofanía en apoyo de su enseñanza en el II Pe 1,16-18. Y Juan alude a la misma cuando dice: «Hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Unigénito» (1,14).

Al bajar del monte, Cristo les prohíbe que hablen con nadie de esta “visión” hasta después de su resurrección. La razón de tal silencio es que los discípulos no estaban en condiciones de comprender

el verdadero carácter del mesianismo y de la obra de Jesús.

El episodio de la Transfiguración sólo pretendía confirmar la confesión de Pedro y «arrancar» de los discípulos el escándalo de la cruz.

«Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo a quien instituyó heredero de todo,

por quien también hizo los mundos.» (Heb 1,1-2).

Así, pues, al Hijo es a quien en adelante hay que escuchar: hay que prestar oídos a sus enseñanzas y hacer lo que Él diga (Jn 2,5).

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