cerrajería: el oficio secreto de anuar elías por: juan malebran
Post on 11-Mar-2016
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Cerrajería: el oficio secreto de Anuar
“si el mundo fuese claro, el arte no existiría” Albert Camus
Podrá estarse o no de acuerdo, pero para mi Boltanski tiene razón: Un individuo en su vida creativa aborda de distintas maneras, básicamente, “la misma idea”. Le intenta dar giros, agregar elementos, quitar otros, pero la motivación siempre termina estando estimulada por las mismas inquietudes (tópicos aparte) personales, frente a las que a lo más podrá reconocerse algunos intentos forzados de autodesmarcaciones, que en la mayoría de los casos, resultan demasiado evidentes en su impostura. Y es que nuestras posiciones se ajustan, tanto, al tiempo que nos tocó vivir, como a las experiencias integrales y de ruptura que sostengamos con él. De ahí que: “no descubramos la realidad a través de una obra de arte, sino que la reconozcamos” y giremos siempre sobre nuestra proximidad, aunque a ratos ésta nos resulte del todo inabarcable. Concebir de tal manera lo estético, sin lugar a dudas me resulta “sano”, lo mismo que mantenerse alejado del endiosamiento y las justificaciones grandilocuentes con que nos topamos a la hora de adentrarnos en determinadas propuestas. Reconocer las complejidades en lo más sencillo de nuestro día a día sabiendo que es precisamente aquí donde radica lo que ni aun utilizando todos los soportes posibles lograríamos develar. Pues bien, considero que es posible aplicar esta visión a la propuesta que desarrolla el artista visual Anuar Elías (México, 1983) quien valiéndose de la objetualidad de lo cotidiano y sin interés alguno por desarrollar un trabajo cargado de inentendibles argumentaciones curatoriales, complejos softwares, ni mucho menos de sumas y sumas de pantallas con circuitos cerrados o reiteraciones excesivas de sonoridades varias, nos afecta de una manera certera cada vez que nos enfrentamos a la carga memorial de alguno de sus objetos o a las reconstrucciones semántica/semiótica de sus palarvas. Y es que los utensilios y pertenencias o el mismo abecedario que en tal o cual ordenamiento intenta develarnos algo que termina siempre por escapársenos de las manos, son los elementos con que Anuar nos conflictúa desde la simpleza de sentido que les otorgamos en su uso diario. Basta tan sólo un leve desencajo o una pequeña sublevación en el orden designado, para que éstos vean completamente afectada su funcionalidad, transformándose en “cosas estéticas” que nos desplazan a nuevas significaciones que, sin embargo, nos terminan remitiendo siempre a algo reconocible, próximo a nosotros en sus nuevos sentidos. Esto se debe, precisamente a la intención del autor por superar la prepotencia estridente a la que estamos acostumbrados para entablar una estrecha y silenciosa relación entre palabra‐vida‐objeto, haciéndonos, de paso, conscientes de la delicada fractura existente entre ellos, ya sea, valiéndose de zapatos, actas, llaves de hogares habitados por él o por otro, cualquier otro, signos desdoblados sobre si mismos, o poniéndonos frente a la intrascendencia de “los detalles”, para verlos bajo una lupa y escucharlos mediante grandes altoparlantes siempre en MUTE, haciendo alusión a la intangibilidad de sus/nuestras propias experiencias, superando lo que muchas veces no termina de conmovernos debido a la intrínseca tendencia de éstos a la vacuidad.
No hay, ni pretende haber respuestas en las obras de Anuar; ante cualquier pregunta, el autor sólo nos ofrece más incertidumbre, a lo sumo, unas cuantas historias que nunca terminan de cerrarse y que por el contrario: crecen y se bifurcan cada vez que alguien descubre en ellas alguna proximitud. Porque resulta imposible no terminar, de un modo o de otro, cuestionando lo personalísimo de nuestra identidad al verla enfrentada con la similitud de las historias de otros. Darse cuenta que muchos de nuestros recuerdos podrían ser perfectamente intercambiables con los de los demás, si no fuera por lo mínimo, por las pequeñas e insignificantes diferencias que distinguen nuestra vida de la de quienes tenemos cerca. Todo está ahí, mutando a cada instante, cargándose de nuestros vestigios, envejeciendo irremediablemente. Las cosas no hablan, es cierto, uno las lee, son capítulos que se acomodan de manera independiente, según gusto e interés. Y es esto lo que es posible encontrar en el trabajo de Elías: un individuo que girando sobre su tiempo y sobre sí mismo, nos involucra haciéndonos parte de sus propios recuerdos y fijaciones generando en nosotros nuevos registros a partir de su obra, porque la acomodamos a conveniencia, la disfrutamos y sufrimos a nuestro modo, de acuerdo a nuestros contextos profundizamos o nos repetimos en ella, para finalmente y sin demasiado ruido suponer que la abandonamos. Este modo silencioso de afectar, de pretender pasar, aparentemente, desapercibido, es una de las características que más llama mi atención del trabajo de este autor, porque en el fondo, nunca hablamos de lo que hablamos cuando decimos y eso A.E, demuestra tenerlo mucho más que claro. Juan Malebrán Enero 2011
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