cerrajería: el oficio secreto de anuar elías por: juan malebran

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Cerrajería: el oficio secreto de Anuar “si el mundo fuese claro, el arte no existiría” Albert Camus Podrá estarse o no de acuerdo, pero para mi Boltanski tiene razón: Un individuo en su vida creativa aborda de distintas maneras, básicamente, “la misma idea”. Le intenta dar giros, agregar elementos, quitar otros, pero la motivación siempre termina estando estimulada por las mismas inquietudes (tópicos aparte) personales, frente a las que a lo más podrá reconocerse algunos intentos forzados de autodesmarcaciones, que en la mayoría de los casos, resultan demasiado evidentes en su impostura. Y es que nuestras posiciones se ajustan, tanto, al tiempo que nos tocó vivir, como a las experiencias integrales y de ruptura que sostengamos con él. De ahí que: “no descubramos la realidad a través de una obra de arte, sino que la reconozcamos” y giremos siempre sobre nuestra proximidad, aunque a ratos ésta nos resulte del todo inabarcable. Concebir de tal manera lo estético, sin lugar a dudas me resulta “sano”, lo mismo que mantenerse alejado del endiosamiento y las justificaciones grandilocuentes con que nos topamos a la hora de adentrarnos en determinadas propuestas. Reconocer las complejidades en lo más sencillo de nuestro día a día sabiendo que es precisamente aquí donde radica lo que ni aun utilizando todos los soportes posibles lograríamos develar. Pues bien, considero que es posible aplicar esta visión a la propuesta que desarrolla el artista visual Anuar Elías (México, 1983) quien valiéndose de la objetualidad de lo cotidiano y sin interés alguno por desarrollar un trabajo cargado de inentendibles argumentaciones curatoriales, complejos softwares, ni mucho menos de sumas y sumas de pantallas con circuitos cerrados o reiteraciones excesivas de sonoridades varias, nos afecta de una manera certera cada vez que nos enfrentamos a la carga memorial de alguno de sus objetos o a las reconstrucciones semántica/semiótica de sus palarvas. Y es que los utensilios y pertenencias o el mismo abecedario que en tal o cual ordenamiento intenta develarnos algo que termina siempre por escapársenos de las manos, son los elementos con que Anuar nos conflictúa desde la simpleza de sentido que les otorgamos en su uso diario. Basta tan sólo un leve desencajo o una pequeña sublevación en el orden designado, para que éstos vean completamente afectada su funcionalidad, transformándose en “cosas estéticas” que nos desplazan a nuevas significaciones que, sin embargo, nos terminan remitiendo siempre a algo reconocible, próximo a nosotros en sus nuevos sentidos. Esto se debe, precisamente a la intención del autor por superar la prepotencia estridente a la que estamos acostumbrados para entablar una estrecha y silenciosa relación entre palabravidaobjeto, haciéndonos, de paso, conscientes de la delicada fractura existente entre ellos, ya sea, valiéndose de zapatos, actas, llaves de hogares habitados por él o por otro, cualquier otro, signos desdoblados sobre si mismos, o poniéndonos frente a la intrascendencia de “los detalles”, para verlos bajo una lupa y escucharlos mediante grandes altoparlantes siempre en MUTE, haciendo alusión a la intangibilidad de sus/nuestras propias experiencias, superando lo que muchas veces no termina de conmovernos debido a la intrínseca tendencia de éstos a la vacuidad.

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Cerrajería: el oficio secreto de Anuar Elías por: JUAN MALEBRAN

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Page 1: Cerrajería: el oficio secreto de Anuar Elías por: JUAN MALEBRAN

Cerrajería: el oficio secreto de Anuar    

“si el mundo fuese claro, el arte no existiría” Albert Camus 

   Podrá estarse o no de acuerdo, pero para mi Boltanski  tiene  razón: Un  individuo en su vida creativa  aborda  de  distintas maneras,  básicamente,  “la misma  idea”.  Le  intenta  dar  giros, agregar elementos, quitar otros, pero  la motivación siempre termina estando estimulada por las  mismas  inquietudes  (tópicos  aparte)  personales,  frente  a  las  que  a  lo  más  podrá reconocerse algunos intentos forzados de autodesmarcaciones, que en la mayoría de los casos, resultan demasiado evidentes en su impostura. Y es que nuestras posiciones se ajustan, tanto, al tiempo que nos tocó vivir, como a las experiencias integrales y de ruptura que sostengamos con  él. De  ahí que:  “no descubramos  la  realidad  a  través de  una obra de  arte,  sino que  la reconozcamos” y giremos siempre sobre nuestra proximidad, aunque a ratos ésta nos resulte del todo inabarcable.  Concebir  de  tal  manera  lo  estético,  sin  lugar  a  dudas  me  resulta  “sano”,  lo  mismo  que mantenerse  alejado  del  endiosamiento  y  las  justificaciones  grandilocuentes  con  que  nos topamos a  la hora de adentrarnos en determinadas propuestas. Reconocer  las complejidades en lo más sencillo de nuestro día a día sabiendo que es precisamente aquí donde radica lo que ni aun utilizando todos los soportes posibles lograríamos develar.  Pues bien, considero que es posible aplicar esta visión a la propuesta que desarrolla el artista visual  Anuar  Elías  (México,  1983)  quien  valiéndose  de  la  objetualidad  de  lo  cotidiano  y  sin interés  alguno  por  desarrollar  un  trabajo  cargado  de  inentendibles  argumentaciones curatoriales,  complejos  softwares,  ni  mucho  menos  de  sumas  y  sumas  de  pantallas  con circuitos cerrados o reiteraciones excesivas de sonoridades varias, nos afecta de una manera certera cada vez que nos enfrentamos a  la carga memorial de alguno de sus objetos o a  las reconstrucciones semántica/semiótica de sus palarvas. Y es que los utensilios y pertenencias o el mismo  abecedario  que  en  tal  o  cual  ordenamiento  intenta  develarnos  algo  que  termina siempre  por  escapársenos  de  las manos,  son  los  elementos  con  que  Anuar  nos  conflictúa desde  la  simpleza  de  sentido  que  les  otorgamos  en  su  uso  diario.  Basta  tan  sólo  un  leve desencajo  o  una  pequeña  sublevación  en  el  orden  designado,  para  que  éstos  vean completamente  afectada  su  funcionalidad,  transformándose  en  “cosas  estéticas”  que  nos desplazan a nuevas significaciones que, sin embargo, nos terminan remitiendo siempre a algo reconocible,  próximo  a  nosotros  en  sus  nuevos  sentidos.  Esto  se  debe,  precisamente  a  la intención  del  autor  por  superar  la prepotencia  estridente  a  la  que  estamos  acostumbrados para  entablar una  estrecha  y  silenciosa  relación  entre palabra‐vida‐objeto, haciéndonos, de paso, conscientes de  la delicada fractura existente entre ellos, ya sea, valiéndose de zapatos, actas, llaves de hogares habitados por él o por otro, cualquier otro, signos desdoblados sobre si mismos, o poniéndonos  frente a  la  intrascendencia de “los detalles”, para verlos bajo una lupa y escucharlos mediante grandes altoparlantes  siempre en MUTE, haciendo alusión a  la intangibilidad  de  sus/nuestras  propias  experiencias,  superando  lo  que  muchas  veces  no termina de conmovernos debido a la intrínseca tendencia de éstos a la vacuidad.     

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   No hay, ni pretende haber respuestas en las obras de Anuar; ante cualquier pregunta, el autor sólo nos ofrece más  incertidumbre, a  lo sumo, unas cuantas historias que nunca terminan de cerrarse y que por el contrario: crecen y se bifurcan cada vez que alguien descubre en ellas alguna proximitud. Porque resulta imposible no terminar, de un modo o de otro, cuestionando lo personalísimo de nuestra  identidad al verla enfrentada con  la similitud de  las historias de otros.  Darse  cuenta  que  muchos  de  nuestros  recuerdos  podrían  ser  perfectamente intercambiables  con  los  de  los  demás,  si  no  fuera  por  lo  mínimo,  por  las  pequeñas  e insignificantes diferencias que distinguen nuestra vida de la de quienes tenemos cerca.   Todo  está  ahí,  mutando  a  cada  instante,  cargándose  de  nuestros  vestigios,  envejeciendo irremediablemente. Las cosas no hablan, es cierto, uno las lee, son capítulos que se acomodan de manera  independiente, según gusto e  interés. Y es esto  lo que es posible encontrar en el trabajo de Elías: un  individuo que girando  sobre  su  tiempo  y  sobre  sí mismo, nos  involucra haciéndonos  parte  de  sus  propios  recuerdos  y  fijaciones  generando  en  nosotros  nuevos registros a partir de su obra, porque la acomodamos a conveniencia, la disfrutamos y sufrimos a nuestro modo, de acuerdo a nuestros contextos profundizamos o nos repetimos en ella, para finalmente y sin demasiado ruido suponer que la abandonamos.  Este modo silencioso de afectar, de pretender pasar, aparentemente, desapercibido, es una de las características que más  llama mi atención del  trabajo de este autor, porque en el  fondo, nunca hablamos de lo que hablamos cuando decimos y eso A.E, demuestra tenerlo mucho más que claro.          Juan Malebrán Enero 2011