alice miller - el saber proscrito

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  • rrea-- el que se califique al abuso de poder y al engao como relacin incestuosa o como fantasa. Nadie est en condiciones de imaginarse con ayuda de la fantasa el terror al que algunos nios se ven sometidos diariamente y en la pura realidad. Frcud cerr a cal y canto las puertas a la percepcin de los abusos sexuales y escondi la llave con tal eficacia que a varias generaciones les ha sido imposible encontrarla. Y an hoy resulta raro or a un freudiano decir: Cmo fue posible que no viramos todo eso? Nos hemos pasado noventa aos escuchando a adultos que fueron nios maltratados y confirmndolos en la represin de sus sentimientos. Esas personas queran creer que nada les haba ocurrido, y los sntomas persistan. Hemos estado aliados con la mentira!. En lugar de ser as, casi todos, en coro, dicen lo mismo: Freud nunca neg que, aparte de los abusos sexuales imaginarios, puedan existir casos reales (I ), pero las vctimas de stos raramente acuden a la consulta del psicoanalista. Desgraciadamente s acuden. Acuden durante largo tiempo y pagan una buena cantidad de dinero a cambio de ver cmo se falsea la realidad y se niega la culpabilidad de los padres. Se echan en el divn cuatro veces por semana, cuentan lo que se les ocurre y esperan el milagro que nunca sucede y que nunca puede suceder. Pues lo nico que producira el milagro sera la verdad, y la verdad est proscrita.

    Una mujer de setenta y nueve aos de edad me escribi desde los Estados Unidos, contndome que a causa de graves depresiones haba estado cuarenta aos en tratamiento psicoanaltico con ocho especialistas diferentes. Hasta que ley mis libros no comprendi que haba sido objeto de graves malos tratos durante su infancia, hecho

    que durante todos sus tratamientos no haba podido ver. Los psicoanalistas buscaban las causas de la crueldad de sus padres en la vida instintiva de la paciente, y siempre los defendan. La mujer citaba la ltima frase de mi libro Por tu propio bien: Pues el alma humana es prcticamente indestructible, y su capacidad para resucitar de la muerte seguir funcionando mientras el cuerpo viva, y continuaba: Por primera vez me siento verdaderamente viva, desde que me he deshecho de esos sentimientos de culpabilidad, desde que no me esfuerzo en perdonar crueldades inconcebibles.

    La teora de los instintos y las graves consecuencias que resultan de ella no son ms que parte de los muchos ejemplos de la negacin de la realidad. La sociedad siempre se ha escudado cerrando los ojos a la realidad de los nios maltratados. En el siglo XVIH estuvo de moda duranle un 1 icinpo escribir autobiografas. Es terrible lo que esos relatos refieren acerca de la infancia. Pero resulta significativo que esas narraciones pasarau rpidamente de moda, siendo sust it uidas por teoras psicolgicas, sociolgicas y sobre todo desorientadoras y hostiles a la vida. En su interesante libro de 1987, el pedagogo Carl-Hcinz Mallct recurre a una larga serie de escritos pedaggicos a fin de revelar las crirninalcs consecuencias de esas teoras Gran parte del dao que hoy hacemos a los nios sera perfecta mente evitable si nuestra sociedad adulta, los padres, los mdicos, los maestros, los educadores y otros estuvieran mejor informados acerca de la situacin del nio, de las consecuencias de los malos tratos y sobre todo acerca de una serie de hechos concretos.

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  • Un gran punto de inflexin en mi vida fue el momento en que me di cuenta de que las teoras psicoanalticas tambin imposibilitan la difusin de esas informaciones, contribuyendo as a que los malos tratos a que se somete a los nios no puedan ser reconocidos.

    La argumentacin de Freud jams habra tenido tanto xito de no ser porque la mayora de las personas se ha educado en la misma tradicin. De lo contrario, sus discpulos habran advertido quizs a no tardar que ese supuesto argumento en realidad no es tal. Freud escribe que es inverosmil la existencia de tantos padres perversos, y por ello califica de fantasas los relatos de sus pacientes femeninas. Eso no es un argumento, sino una pueril negacin de la realidad, que culmina en la frase: Quiero a mi pap, mi pap es grande y bueno y no puede haber hecho nada malo, porque eso sera inconcebible para m, porque para vivir necesito creer que mi pap me quiere, me protege, no me maltrata y se hace cargo de su responsabilidad.

    Quien conozca un poco las familias en las que los nios sufren abusos sexuales, sabr que el padre responsable de tales abusos no es necesariamente identificable, de puertas afuera, como un individuo pervertido. A menudo su perversin no traspasa los lmites de la familia. La sociedad slo castiga a los paidfilos sin hijos . El hijo es propiedad de los padres, lo cual hace posible que esos comportamientos aberrantes, absurdos y perversos destruyan vidas impunemente sin que nadie se d cuenta. Si la hija maltratada ingresa esquizofrnica en una clnica y el psiquiatra la atiborra de medicamentos para que sepa todava menos que hasta entonces, esa mujer jams lle

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    gar a saber que fue bsicamente el comportamiento de su padre lo que la llev a la locura. Pues para salvar la imagen del padre, para poder ver algo bueno en su infancia, debe ignorar la verdad. Antes que eso, prefiere perder la razn.

    Antes de publicar mi primer libro, di una conferencia sobre el conformismo de los psicoanalistas y la presumible historia de sus infancias. Tras la conferencia me preguntaron: ((No pretender usted en serio que todos los psicoanalistas fueron en su da nios maltratados?. Respond: No puedo saberlo, slo presumirlo. Pero yo dira que, si se es consciente de los malos tratos sufridos en la infancia - por cierto, muy habituales - y no se necesita seguir negndolos , no se puede ser psicoanalista. Si se logra eso, las teoras psicoanalticas dejan de tener sentido.

    Mi suposicin se reforz posteriormente, cuando supe que existen psicoanalistas que no recuerdan en absoluto los primeros diecisiete aos de su vida y no ven en ello nada de particular. Hay que deducir que quien haya reprimido de manera tan global su propia infancia y pubertad har todo lo posible para no verse confrontado, a travs de sus pacientes, con sus propios sufrimientos personales. Freud puso los medios necesarios para ello , y los psicoanalistas con problemas recurren a esos medios como un adicto a su droga. Esa droga la pagan con su ceguera.

    Una periodista me explic una vez que un psiquiatra jubilado, antiguo jefe mdico de una gran clnica, le haba dicho : No se preocupe usted tanto por los nios maltratados; los nios son capaces de sobrevivir sin grandes dificultades a eso que usted llama malos tratos ; los nios son artistas de la supervivencia. Ese mdico tena sin

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  • duda razn con esa frase, pero lo trgico es que evidentemente desconoca el precio de esa supervivencia . Tampoco saba que l mismo haba pagado y hecho pagar a otros ese precio. Pues durante cuarenta aos se ocup de sus pacientes, les recet medicamentos, les suministr buenas palabras y jams comprendi que los graves cuadros psicticos que observaba cada da no eran otra cosa que intentos de hablar de los malos tratos y turbaciones de la infancia utilizando los sntomas como lenguaje.

    La mdica forense Elisabeth Trube-Becker afirma, basndose en investigaciones recientes (1987) , que por cada caso denunciado de abusos sexuales en nios hay que contar con cincuenta casos no denunciados. Si a ello se suman los malos tratos fsicos y psquicos que no son de naturaleza bsicamente sexual, se llega a la innegable conclusin de que los delitos cometidos en nios constituyen el tipo de delito ms frecuente . De esta conclusin se deduce la aterradora revelacin de que millones de es pecialistas (mdicos, juristas, psiclogos, psiquiatras y educadores ) se ocupan de la s consecuencias de esos delitos sin llegar a comprender n i ser capaces de decir qu es lo que tienen entre manos .

    Cuando contemplo esta situacin con los ojos b ien abiertos , me alegro de no estar condenada a convert irme en una estatua de sal y de vivir en la era moderna, lo que me hace posible denunciar una y otra vez esos hechos destructores y causa ntes de enfermedad, e incluso procurar que otras personas abran tambin los ojos.

    Elisabeth Trube-Becker parece tambin dispuesta a aprovechar esa posibilidad. No tiene reparo alguno en hablar claro y en llamar por su

    nombre a los hechos con los que se ve confrontada diariamente. No hace uso de teoras abstr usas ni de ideologas complacien tes cuya finalidad es alzar barreras contra la verdad. Veamos lo que escribe:

    En el caso de los abusos sexuales perpetrados en nios , las cifras ocultas son mucho ms altas que en otras formas de malos tratos . Por cada caso denunciado de este tipo de delito se producen veinte ms que quedan encubiertos. Por lo que respecta a los delitos cometidos en el ms estricto mbito familiar, la cifra aumenta, al parecer, hasta una proporcin de un caso denunciado por cada cincuenta encubiertos .

    La literatura especializada tambin se hace raramente eco de la existencia de delitos de abusos deshonestos perpetrados en nios, y cuando informa de ellos califica los hechos de infrecuentes y presenta al nio como inductor. Se hace referencia a la sexualidad y fantasa in fantiles , as como a Freud y al llamado complejo de Ed ipo, que en los ltimos tiempos es justamente puesto en cuestin por algunos investigadores.

    Se afirma que los nios mienten, a pesar de que los nios en la prepubertad -las vctimas ms frecuentes de delitos sexuales- no mienten prcticamente nunca, por el simple hecho de que no estn en cond iciones de fantasear sobre algo que no hayan experimentado.

    Los nios, por supuesto, no son seres asexuados. Experimentan sensaciones y deseos. Son curiosos. Desean y necesitan afecto, contacto epitelial y ternura. El nio demanda, de manera natural, calor humano y afecto, y tambin provechos materiales, pero ningn adulto tiene el menor derecho a abusar de ello con fin es sexuales . La responsabilidad sobre lo ocurrido recae siempre en el adulto, y no en el nio, como sostiene recientemente (julio de 1984) incluso una sentencia del tribunal de distrito de Kem pten (R.F .A.). El juez adujo en favor del acusado el hecho de que la

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