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552 PI ERRE L. ULLMAN a través de su falso epígrafe no es más que el contorno hueco de la urna o, más bien ,su sombra. Me estoy persuadiendo cada vez más de que el Quijote encierra un juego entre el manierismo y el barro- co, como lo dejé esbozado en otros trabajos míos 16. Este juego se extiende además a la creación de los personajes. Así como lo antiheroico cervantino no se ajusta a los moldes de la época, tampoco se ajusta precisamente a ellos lo heroico cervantino. Ruy Pérez de Viedma demuestra su heroicidad sobre todo al escapar- se; lo más maravilloso y detallado de su actuación acontece en cir- cunstancias que no se consideran heroicas por excelencia. En efecto, la huida en sí es un elemento usado más bien para elaborar la defi- ción del pícaro. Casi se puede asentar que Cervantes toma un motivo antiheroico para tratarlo heroicamente. Con relación a la literatura corriente, este procedimiento quizá parezca irónico, pero no lo es en función de la realidad o verdad universal. r--' En resumen, la picaresca plantea el problema del antiheroísmo \ estáticamente, con una negación ab ovo. Cervantes, en cambio, enfo- 1\,. el problema dinámicamente; el antihéroe es otro. Por eso, el que Cer"{antes no haya hecho literatura que quepa verdaderamente den- tro del género picaresco no significa que no concibiese la existencia de un tipo antiheroico. El antihéroe cervantino es Anselmo, el Curio- so Impertinente, el Adán que se vuelve serpiente, haciendo de su es- posa un Adán y de su mejor amigo una Eva. Además, para Cervan- tes, el antihéroe no es el que, no teniendo honra nunca la consigue, sino el que teniéndola la destruye. De acuerdo con esta teoría, la estructura del Quijote de 1605 no se basa sencillamente en la oposi- ción don Quijote-Anselmo, como opina Raymond Immerwahr, sino en un esquema ternario: 1) héroe genuino (Ruy Pérez de Viedma, el capitán cautivo; 2) antihéroe (Anselmo); 3) héroe burlesco (don Qui- jote). De ahí que el centro del argumento de la obra no es la aven- tura de los cueros de vino, sino el capítulo XXXVI, donde está don Quijote ausente y cuyo epígrafe anuncia, sin embargo, una batalla suya y librada. Este desplazamiento del centro constituye un proce- dimiento manierista. Si tomamos por sentado, además, que las nove- las picarescas tienen estructuras manieristas también, deberemos lle- gar a la conclusión de que la distancia estética entre el Quijote de 1605 y la picaresca no es infranqueable. La que parece más grave es la distancia temática. 16 En el último trabajo citado en la nota 9, en las pp. 223-238, y en «The Surragates of Baroque Marcela and Mannerist Leandra», en Revista de Estu- dios Hispánicos (Alabama), 5 (1971), pp. 307-319. LA MARGINACION SOCIAL DE RINCONETE y CORTA DILO ALFREDO HERMENEGILDO Université de Montréal En el «Prólogo al lector» de las Novelas ejemplares, Miguel de Cervantes llega casi a declarar el fondo de la intención que presidió la redacción de sus obras. Pero prefiere dejar a la iniciativa indivi- dual la tarea de sacar su propio fruto. «Mi intento -dice 1_ ha sido poner en la mesa de nUt,3tra república vna mesa de trucos, donde cada vno pueda llegar a entretenerse, sin daño de barras; digo sin daño del alma y del cuerpo, porque los exercicios honestos y agrada- bles, antes aprovechan que dañan» (p. 22). Siguiendo, pues, el consejo cervantino, he iniciado el honesto y agradable eíercicio de acercarme a este Rinconete y Cortadillo. Pero no he quer'ido dejar de lado aquella otra declaración de Cervantes en que pide «no se desprecie su trabajo, y se le den alabanc;:as no por lo que escriue, sino por lo que ha dexado de escriuir» 2. Ni tampoco aquella otra que pone al frente de estas mismas novelas ejemplares: «Solo esto quiero que consideres, que pues yo he tenido ossadia de dirigir estas Nouelas al gran conde de Lemas, algun misterio tienen escondido que las leuanta» (p. 23). No soy el primero -ni seré el último- que se lanza a descubrir «algun misterio» en Rinconete y Cortádillo. Rodríguez Marín, en su edición de la obra 3, se pronuncia a favor de la identificación del mundo novelesco con el de la realidad. González de Amezúa 4, si- guiendo a Rodríguez Marín, no hace más que añadir nuevos elemen- tos en busca de la adecuación novelesca a la Sevilla cervantina. Alon- 1 Las cifras entre paréntesis remiten a las páginas de la edición de las No- velas exemplares, publicada por Schevill y Bonilla (Madrid, 1922, t. 11) . 2 Don Ouixote de la Mancha, ed. SchevilI-Bonilla. Madrid, 1941, t. IV, p. 65. 3 Segunda edición. Madrid, Tipografía de la «Revista de Archivos», 1920. 4 AGUSTÍN GONZÁLEZ DE AMEZÚA, Cervantes, creador de la novela corta espai'ío la , Madrid, e.s.l.c., 1956-58, 2 vals.

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Page 1: ALFREDO HERMENEGILDO LA MARGINACION … · r--' En resumen, la picaresca plantea el problema del antiheroísmo \ estáticamente, con una negación ab ovo. Cervantes, en cambio, enfo-

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a través de su falso epígrafe no es más que el contorno hueco de la urna o, más bien ,su sombra. Me estoy persuadiendo cada vez más de que el Quijote encierra un juego entre el manierismo y el barro­co, como lo dejé esbozado en otros trabajos míos 16.

Este juego se extiende además a la creación de los personajes. Así como lo antiheroico cervantino no se ajusta a los moldes de la época, tampoco se ajusta precisamente a ellos lo heroico cervantino. Ruy Pérez de Viedma demuestra su heroicidad sobre todo al escapar­se; lo más maravilloso y detallado de su actuación acontece en cir­cunstancias que no se consideran heroicas por excelencia. En efecto, la huida en sí es un elemento usado más bien para elaborar la defi­ción del pícaro. Casi se puede asentar que Cervantes toma un motivo antiheroico para tratarlo heroicamente. Con relación a la literatura corriente, este procedimiento quizá parezca irónico, pero no lo es en función de la realidad o verdad universal.

r--' En resumen, la picaresca plantea el problema del antiheroísmo \ estáticamente, con una negación ab ovo. Cervantes, en cambio, enfo-1\,. ~ll el problema dinámicamente; el antihéroe es otro. Por eso, el que

Cer"{antes no haya hecho literatura que quepa verdaderamente den­tro del género picaresco no significa que no concibiese la existencia de un tipo antiheroico. El antihéroe cervantino es Anselmo, el Curio­so Impertinente, el Adán que se vuelve serpiente, haciendo de su es­posa un Adán y de su mejor amigo una Eva. Además, para Cervan­tes, el antihéroe no es el que, no teniendo honra nunca la consigue, sino el que teniéndola la destruye. De acuerdo con esta teoría, la estructura del Quijote de 1605 no se basa sencillamente en la oposi­ción don Quijote-Anselmo, como opina Raymond Immerwahr, sino en un esquema ternario: 1) héroe genuino (Ruy Pérez de Viedma, el capitán cautivo; 2) antihéroe (Anselmo); 3) héroe burlesco (don Qui­jote). De ahí que el centro del argumento de la obra no es la aven­tura de los cueros de vino, sino el capítulo XXXVI, donde está don Quijote ausente y cuyo epígrafe anuncia, sin embargo, una batalla suya y librada. Este desplazamiento del centro constituye un proce­dimiento manierista. Si tomamos por sentado, además, que las nove­las picarescas tienen estructuras manieristas también, deberemos lle­gar a la conclusión de que la distancia estética entre el Quijote de 1605 y la picaresca no es infranqueable. La que parece más grave es la distancia temática.

16 En el último trabajo citado en la nota 9, en las pp. 223-238, y en «The Surragates of Baroque Marcela and Mannerist Leandra», en Revista de Estu­dios Hispánicos (Alabama), 5 (1971), pp. 307-319.

LA MARGINACION SOCIAL DE RINCONETE y CORTA DILO

ALFREDO HERMENEGILDO

Université de Montréal

En el «Prólogo al lector» de las Novelas ejemplares, Miguel de Cervantes llega casi a declarar el fondo de la intención que presidió la redacción de sus obras. Pero prefiere dejar a la iniciativa indivi­dual la tarea de sacar su propio fruto. «Mi intento -dice 1_ ha sido poner en la mesa de nUt,3tra república vna mesa de trucos, donde cada vno pueda llegar a entretenerse, sin daño de barras; digo sin daño del alma y del cuerpo, porque los exercicios honestos y agrada­bles, antes aprovechan que dañan» (p. 22).

Siguiendo, pues, el consejo cervantino, he iniciado el honesto y agradable eíercicio de acercarme a este Rinconete y Cortadillo. Pero no he quer'ido dejar de lado aquella otra declaración de Cervantes en que pide «no se desprecie su trabajo, y se le den alabanc;:as no por lo que escriue, sino por lo que ha dexado de escriuir» 2. Ni tampoco aquella otra que pone al frente de estas mismas novelas ejemplares: «Solo esto quiero que consideres, que pues yo he tenido ossadia de dirigir estas Nouelas al gran conde de Lemas, algun misterio tienen escondido que las leuanta» (p. 23).

No soy el primero -ni seré el último- que se lanza a descubrir «algun misterio» en Rinconete y Cortádillo. Rodríguez Marín, en su edición de la obra 3, se pronuncia a favor de la identificación del mundo novelesco con el de la realidad. González de Amezúa 4, si­guiendo a Rodríguez Marín, no hace más que añadir nuevos elemen­tos en busca de la adecuación novelesca a la Sevilla cervantina. Alon-

1 Las cifras entre paréntesis remiten a las páginas de la edición de las No-velas exemplares, publicada por Schevill y Bonilla (Madrid, 1922, t. 11).

2 Don Ouixote de la Mancha, ed. SchevilI-Bonilla. Madrid, 1941, t. IV, p. 65. 3 Segunda edición. Madrid, Tipografía de la «Revista de Archivos», 1920. 4 AGUSTÍN GONZÁLEZ DE AMEZÚA, Cervantes, creador de la novela corta

espai'íola, Madrid, e.s.l.c., 1956-58, 2 vals.

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so Cortés también piensa que de este grupo de obras «las que ofrecen mayor realismo, las que están arrancadas a la vida y a las costum­bres, son manifiestamente las mejores» 5.

Joaquín Casalduero ha examinado el sentido y la forma de la no­vela, con la que, según él, «empieza Cervantes el estudio del sentido demoníaco de la Tierra» 6. Para Casalduero, el sentido de la obra es «la seguridad que tiene el hombre de estarse salvando cuando se está condenando; estar engatusado oyendo las bernardinas del demonio, mientras éste le quita el alma» 7.

No voy a intentar ahora discutir tan sutiles juicios. Prefiero bus­car, por mi cuenta, otros senderos que me permitan llegar más cer­ca del hondo latido que cobija la intención cervantina. Supongo que saldré de la empresa «sin daño del alma y del cuerpo», como parece ase.gurar Cervantes.

Dos mundos se enfrentan en la novela. El de Rincón y Cortado, por una parte. El de Monipodio, por otra. Y si la obra lleva como título los nombres de los dos muchachos, sin embargo, ninguno de ellos interviene en la acción principal, la que tiene lugar en casa de Monipodio, más que como espectadores atentos a lo que ocurre ante sus ojos. Hay aquí una cierta inconsecuencia que puede quedar jus­tificada al analizar los distintos planos de observación que se super­ponen en la obra.

Quede bien claro, antes de seguir adelante, el corte profundo que separa a Rinconete y Cortadillo, los protagonistas pícaros, del mun­do del hampa que encarnan Monipodio y su cofradía . Aunque reco­nozcamos que la zona límite entre picaresca y delincuencia no es tan fácil de establecer como quiere Ludwig Pfandl, sin embargo, en esta novela, hic el nunc, su autor ha dividido los campos de manera clara y significativa.

Volvamos a los distintos planos que agrupan y estructuran los elementos formales e intencionales de la novela. Son cuatro planos en los que se sitúan los correspondientes agentes de intervención, acti­va o pasiva, de la obra. En primer lugar, el plano 1, el del lector, que observa el conjunto de los otros tres planos y de sus mutuas interrela­ciones e interdependencias. El lector debe, en palabras de América Castro, «interpretar la obra cervantina, no como una ecuación con la realidad que le cercaba, sino como una proyección de la manera de ver el mundo que tenía Cervantes» 8. Es decir, el lector tiene que considerar el plano II, el del narrador en tercera persona, como pri­mer componente. El plano II de observación va a modificar la apre­ciación que de los planos III y IV tendrá 'el lector, desde su plano J.

5 NARCISO ALONSO CORTÉS, «Cervantes», en Historia general de las litera­turas hispánicas, Barcelona, Vergara, t. JI, 1968, p. 824.

6 J OAOUÍN CASALDUERO, Sentido y forma de las novelas ejemplares, Madrid. Gredos, 1962, p. 100.

7 [bid., p. 116. 8 AMÉRICO CASTRO, El pensamiento de Cervantes, Barcelona, Noguer. 1972,

p. 206.

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No puedo compartir la opinión de América Castro cuando afirma que «lo que el pícaro piensa no le interesa a Cervantes» 9. A Cervantes le interesa, y mucho, la opinión de los pícaros. Los pícaros forman el plano 1 1I de observación y, a través del plano Il, va a transmitir el autor la escéptica apreciación que de la realidad del plano IV, el de Monipodio y sus secuaces, tienen Rinconete y Cortadillo. Esta me pa­rece ser la verdadera articulación de los elementos novelescos:

lector ___ narrador _ Rincón y Cortado -+ Monipodio,

en que la flecha está indicando la sucesiva interrelación de las actitu­des observadoras de los distintos agentes. El lector observa cómo presenta el narrador a Rinconete y Cortadillo examinando el mundo social de Monipodio.

El narrador. en tercera persona, está manejando los planos 111 y 1 V para transmitir al lector un mensaje, capaz de hacerle reaccionar y de lanzarse en busca de «algún misterio escondido». Rinconete y Cor­tadillo actúan, son sujetos activos, cuando se mueven dentro de su medio, el de la picaresca peregrina y marginada. Adoptan una actitud de observadores, de agentes pasivos, cuando entran voluntariamente en el mundo adverso, el de Monipodio. Vuelven a ser sujetos activos cuando abandonan el medio hampón sevillano. Al fondo de la esce­na, el lector examinará el mundo de Monipodio contando con las mo­dificaciones de perspectivas introducidas por la observación de Rin­conete y Cortadillo y, más cerca de él , del narrador.

La vida pícara y marginada de Rinconele y Cortadillo

Los dos protagonistas, Rincón y Cortado, pertenecen a ese mundo pícaro, transfigurado artísticamente y utilizado como vehículo de pro­testa por autores marginados en la sociedad cristiano-vieja de la épo­ca. El autor del Lazarillo, Cervantes, Alemán, el creador de La píca­ra Justina, etc ... , usan al pícaro como instrumento de agresión, más o menos violenta. contra una sociedad asentada en la verdad de la pureza de sangre.

Los nombres de nuestros dos protagonistas, Rincón y Cortado, ya están indicando su carácter marginado, separado, arrinconado, cor­tado de la sociedad. Y sus primeros pasos por la acción novelesca dan buena prueba de esa nota que acompaña indeleblemente sus vidas. Los encontramos en una venta, lugar de paso para el eterno peregri­no. sitio adecuado para pícaros. Su aspecto exterior cuadra bien con la imagen típica: zapatos , alpargatas , montera, sombrero. camisa. Todo ello perfectamente destrozado. Los dos quemados del sol, con las uñas rotas . El uno armado con media espada y el otro con un cu­chillo.

9 ¡bid .. p. 110.

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La primera manifestación de nuestros marginados muchachos es la de quien prefiere ocultar sus orígenes. Símbolo de la época denun­ciada por Cervantes. La preocupación por el inaje era común entre quienes corrían a la caza de ejecutorias de limpieza de sangre. Los dos pícaros, que se encuentran por primera vez, no quieren identifi­carse: «Mi tierra, señor cauallero, respondió el preguntado, no la sé, ni para dónde camino tampoco ... El camino que lIeuo es a la ventura» (pp. 210-12). Los pícaros, auténtico negativo de la preocupación es­pañola por el linaje, exhiben la carencia del suyo, con una actitud de reto social identificable en Guzmán, Justina y tantos otros. Cortado añade: «mi tierra no es mía, pues no tengo en ella más de un padre, que no me tiene por hijo, y una madrastra, que me trata como alna­do; el camino que lleuo es a la ventura» (pp. 211-12).

Terminado el pasaje de los ocultamientos, Rincón y Cortado se confesarán mutuamente sus respectivos orígenes. El tono irónico (<< Yo, señor hidalgo», dice Rincón) es evidente. Y el hecho de que uno sea hijo de sastre y el otro hijo de bulero (<<echacuervos, se dice en el manuscrito de Porras de la Cámara), no añaden notas gloriosas al árbol genealógicO' de los dos peregrinos.

Cervantes hace una breve y sucinta exposición de ciertas andan­zas típicamente picarescas de los dos muchachos: hurtos, huidas, trampas en el juego, robos de bolsas. Rincón y Cortado van presen­tando la larga serie de aventuras que han corrido por separado. Has­ta el momento en que «leuantandose Diego Cortado, abra~o a Rincon , y Rincon a el tierna y estrechamente, y luego se pusieron los dos a jugar a la veyntiuna con los ya referidos naypes» (p. 220). Cervan­tes, desde el plano del narrador, ha unificado a los dos personajes, una vez que uno y otro se han conocido y descubierto. Es la peregri­nación hacia el fondo último del alma del pícaro, antes de emprender el camino hacia Sevilla, que debe considerarse como el intento de in­tegración en una sociedad hasta entonces ajena a ellos. Rincón y Cor­tado aparecen por separado. A partir del abrazo, serán simples va­riantes de un mismo personaje, el pícaro que busca la inserción en la sociedad. La prueba de que la unipn se ha hecho, es que inmediata­mente después del párrafo señalado, le ganan el dinero al arriero y se defienden de él cuando les ataca. Ya no estamos ante dos pícaros , sino ante una unidad en la acción.

Paso por alto el viaje a Sevilla, el robo en la bolsa del francés y el primer contacto con el esportillero asturiano, encarnación misma de la libertad y de la marginación, ya que, según él mismo cuenta, con su oficio evitaba los impuestos, comía , bebía y triunfaba «como cuer­po de rey» (p. 226). El asturiano indicará a Rincón y Cortado la ma­ner~ de vivir en Sevilla como esportilleros, oficio que nuestros prota­gOl1lstas adoptarán por medio de vida. Y roban la bolsa con los quin­ce esc~dos de ?~o. Hasta aquí, Cervantes presenta la marginación vo­l~ntat1a y par~slta de los dos pícaros . No tienen ninguna misericor­dia con l~ SOCiedad junto a la que viven. Lo importante es esquilmar a esa SOCiedad para poder seguir viviendo en libertad.

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El desenfado con que los pícaros tratan la vida de piedad y las formas sociales de concebir la religiosidad en la España de la época, es una de las evidentes acusaciones lanzadas por los autores cristia­nos nuevos contra una sociedad enquistada en preocupaciones religio­sas excesivamente formalistas y superficiales.

Cervantes no podía ser excepción en la larga serie de acusacio­nes. El menos que nadie. Cuando Cortado habla con el estudiante a quien acaba de robar la bolsa sobre el carácter sacrílego del hurto, nuestros pícaros se sitúan descaradamente al margen de la religiosi­dad de la España en que viven . Cervantes pone en paralelo dos for­mas de interpretar las sucesivas afirmaciones de Cortado. Una y otra se superponen, dejando al descubierto, ante los ojos del lector, la vo­luntad cervantina de manifestar su ironía contra la superficialidad de una religiosidad basada en formalismos y reglamentos. El lector per­cibe la actitud desenvuelta de Cortado cuando dice que:

- Puede ser que, con el tiempo, el ladrón se arrepienta y devuelva la bolsa.

- Hay carta de excomunión contra los sacrílegos. - No quisiera él ser el ladrón, «porque si es que vuessa

merced tiene alguna orden sacra, parecermeia a mi que auía cometido algun grande incesto o sacrilegio» (p. 234).

«Dia de juyzio ay, donde todo saldra en la colada» (p. 234).

En otras palabras, el pícaro pone sobre la mesa una denuncia del estado actual de la religiosidad. ¡Día de juicio hay! Es decir, desde su situación ·de cristiano al margen, no quiere aceptar, entre bromas y veras, el resultado del cálculo con que la sociedad española solucio­naba el problema del bien y del mal, de los premios y de los castigos eternos.

El episodio del encuentro con el estudiante-sacristán es la última muestra de la actitud agresiva contra la sociedad que adoptan Rincón y Cortado, situándose fuera de ella, a lo pícaro. Y, de manera proba­blemente no casual, el ejemplo que Cervantes nos muestra es un personaje semiclerical. Igualmente es curioso que el problema gire en torno a un dinero «sagrado». El pícaro marginado está agrediendo, desde el exterior, a una sociedad sacralizada en la que no puede entrar.

La integración en la sociedad

Hasta aquí va presentando el autor la vida de los pícaros y alguna de sus manifestaciones más características. A partir de ahora se ini­cia el movimiento que llevará la narración hacia la casa de Moni­podio.

La sociedad real tiene ciertos elementos (robos, ladrones, crimina­lidad) que podrían ser el punto de contacto, el puente tendido a los

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pícaros para su integración en ella. En el acercamiento al mundo de Monipodio puede el lector ver una transposición de los planos. La identificación de la cofradía criminal con la sociedad española deja­rá al descubierto las lacras de ésta última. y la voluntad que de en­trar en ella manifiestan Rincón y Cortado es la expresión del deseo profundo que el pícaro-cristiano-nuevo tiene de entrar dentro de una sociedad hostil. Veamos ahora cómo se perfila el grupo de Monipo­dio con los rasgos característicos de la sociedad española del siglo XVI,

tal como podía percibirla un autor con problemas personales de in­tegración . A partir de ahora, la acción narrativa sólo vivirá dentro de la órbita de Monipodio. Rincón y Cortado pasan a ser sujetos pa­sivos, agentes de observación del cuarto plano a que hacía yo alusión al principio.

Monipodio aparece como el auténtico soberano de una sociedad monárquica, fuertemente condicionada por preocupaciones religiosas. Así van definiendo la situación los distintos personajes.

El esportillero les dice a Rincón y Cortado que «a lo menos re­gis transe ante el señor Monipodio, que es su padre, su maestro y su amparo, y assi les aconsejo que vengan conmigo a darle obediencia» (p. 240). Rincón y Cortado deciden, después de la amenaza del es­portillero, guardar las leyes de la tierra en que se hallan «por ser la mas principal del mundo» (p. 240). Y añade Cortado: «puede vues­sa merced guiarnos donde esta es se cauallero que dize ... que es muy calificado y generoso y, ademas, hábil en el oficio» (p. 240). En el manuscrito de Porras de la Cámara, se habla de Monipodio como «su padre, su amparo, su abrigo, su defensor, su abogado, su tutor y su curador ad litem» (p. 241). La large serie de notas que acompaíian la definición de Monipodio puede hacernos pensar en la imagen de un rey semidivinizado, a la usanza semítica, jefe político y religioso, y en su omnipresente poder sobre la sociedad. La imagen de Felipe 1 I, como monarca, no está muy lejos de las de los califas musulmanes. Monipodio es, pues, el dueño absoluto y reverenciado del grupo cri­minal sevillano.

Pero hay otros detalles que, superpuestos de modo irónico sobre los rasgos propios de la sociedad española, coinciden de manera harto significativa. Cervantes define la cofradía como una auténtica socie­dad cerrada a los extraños. El grupo tiene su lengua propia , la de germanía. Rincón y Cortado quedan claramente separados de los ini­ciados hasta que el esportillero les explica la jerga .

Por otra parte, la sociedad monipodiana aparece trazada con ras­gos marcadamente clericales -como la España de la época-o Cuan­do Rincón le pregunta al esportillero si es ladrón, éste responde: «Sí, para seruir a Dios y a las buenas gentes; aunque no de los muy cur­sados, que todauia estoy en el año de nouiciado » (p. 242). Estructu­ra social, pues, calcada de la organización de las sociedades religio­sas. Monipodio ordena a sus «ahijados» dar limosna de lo robado para las lámparas de aceite de una imagen que les protege. Rezan el rosario repartido en toda la semana. No roban el viernes. No ha-

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blan con mujer llamada María en sábado. Es decir, el lector observa, junto con Rincón y Cortado, la serie de leyes que gobiernan la so­ciedad de Monipodio y que son, al mismo tiempo, un reflejo carica­tural de las costumbres religiosas dominantes en la nación española. Los miembros de la banda sevillana no tienen que restituir nada de lo que roban. Invocan para justificar tal conducta las leyes y reglamen­tos que gobernaban la convención social de la España del XVI en su aspecto religioso. Se sirven de las leyes para vivir al margen de la autenticidad religiosa. Exactamente igual que en la sociedad denun­ciada por Cervantes . Rincón y Cortado ven la falsedad profunda en aquel grupo. y el lector, desde su plano de observación, se da cuen­ta de cómo los dos pícaros van acumulando experiencia de la nueva sociedad en que van a entrar. Todo ello, trazado por el autor en fun­ción del pasaje final de la obra.

Es la transposición caricaturesca del carácter reglamentario de la sociedad española. Ante la pregunta de si la vida que llevan es santa y buena, el esportillero responde que peor es ser hereje, renegado, matador de su padre y de su madre o sodomita. Es decir, lo que, según Cervantes, usaba el español como máscara virtuosa. Y digo bien Cervantes, porque aunque en el juego narrativo el autor perma­nece oculto, sin embargo no puede evitar una intervención que rom­pe la convención irónica . Cervantes hace decir a Cortado: «Todo es malo» (p. 246), comentando las «virtudes» enumeradas por el espor­tillero. La rápida intervención de este Cortado-Cervantes es un deíc­tico de la oculta presencia del autor y de sus intenciones. Es frase de despedida antes de abandonar todo contacto con la «virtud pica­resca» y de entrar en el abismo inmoral del mundo de Monipodio.

La presentación de Monipodio y de su casa se va haciendo por etapas, en una especie de teatral avance hacia el sancta sanctorum central. La entrada es escenificada con gran detalle. Cortado expresa su deseo de ver al jefe de la banda: «que muero por verme con e~ señor Monipodio» (p. 246). El esportillero les dice a los pícaros: «Pres­to se les cumplirá el deseo» (p. 246). Después de esta clara expresión de la voluntad pícara de entrar en contacto con el «rey», el esporti­llero va a espaciar las etapas: 1) «desde aquí se descubre su casa» (p. 246); 2) «vuessas mercedes se queden en la puerta» (p. 246); 3) «yo entraré a ver si está desocupado» (p. 246); 4) «estas son las horas, quando el suele dar audiencia» (p. 246). El paralelo con el ceremonial de palacio parece evidente.

La descripción de la casa está hecha también con un claro crite­rio escénico. Es la caricatura de un palacio con aires de iglesia. O de una iglesia con aires de palacio. El narrador habla de «un peque­ño patio ladrillado» , limpio y algimifrado, en el que había, dispues­tos teatralmente, «un banco de tres pies», «un cantara desbocado con un jarillo encima», «una estera de enea» y «en el medio un tiesto» (p. 248).

Rincón entra, mientras se espera la aparición de Monipodio, en «una sala baxa» (p. 248). En esta segunda estancia hay armas, «u r

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arca grande sin tapa» (p. 248), tres esteras, «una imagen de nuestra Señora, destas de mala estampa» (p. 148), una esportilla y «enca­xada en la pared una almofia blanca, por do coligio Rincon que la esportilla seruia de cepo para limosna, y la almofía de tener agua bendita, y assi era la verdad» (p. 248). La confirmación del juicio de Rincón que el narrador hace, asegura más el carácter religioso de la mansión monipodiana.

Tras la descripción del espacio físico, ven desfilar Rincón y Cor­tado una larga serie de «tipos» humanos, algunos con caracrerización individual, que van a poblar los lugares descritos: dos mozos, dos de la esportilla, un ciego, dos viejos de «vayeta» con «antojos» y con sendos rosarios «de sonadoras cuentas en las manos» (p. 250). Y una vieja halduda que viene a confirmar el carácter religioso de la casa y, en consecuencia, de la sociedad que vive en ella. La vieja Pi pota va a la sala, toma agua bendita con gran devoción, se arrodilla ante la imagen, besa tres veces e! suelo, levanta tres veces los brazos al cielo y echa limosna en la esportilla.

Falta el momento cumbre de la peregrinación de nuestros dos pícaros al centro de aquella sociedad. La aparición de Monipodio. La descripción de! «más rústico y disforme barbaro del mundo » (p. 252) es la coronación grotesca y feroz de una serie de tanteos hechos por la ironía del autor: de cuarenta y cinco o cuarenta y seis años, alto, moreno de rostro, cejijunto, barbinegro, los ojos hundidos , un bosque de vello en el pecho, con capa de bayeta hasta los pies y zapatos enchancletados, zaragüelles hasta los tobillos , sombrero «de los de la hampa» (p. 252), espada ancha y corta, manos cortas y pelosas, dedos gordos, uñas hembras y remachadas, piernas inhumanas y pies descomunales. La entrada de Monipodio en escena es acogida con una profunda reverencia de los asistentes (menos los bravos).

Así se cierra la presentación inanimada del mundo monipodiano. Es el segundo tiempo de la narración. En el primero hemos observado a los pícaros en acción. En el tercero el lector asiste a la integración de los pícaros en la sociedad.

Todo empieza con un auténtico rito de iniciación de los aspiran­tes a cofrades. Monipodio quiere saber, en primer lugar, cuáles son la patria y los padres de los dos neófitos. Rincón se niega a dar los detalles que le pide, «pues no se ha de hazer informacion para reci­bir algun habito honroso» (p. 254). Con lo que el autor saca a la superficie el problema subyacente: la integración en la sociedad de los excluidos por los problemas relativos a la honra. Según Rincón, la entrada en la sociedad no debía depender del conocimiento de los antecedentes familiares, ya que, en realidad, no se trataba de un há­bito honroso. El derecho elemental que el hombre tiene de no estar marginado, no es ninguna honra especial. Es difícil no ver aquí la som­bra del drama de tantos conversos.

Sigamos adelante. La entrada en la sociedad exige el cambio de nombre. En toda ceremonia de iniciación hay una parte consagrada a este rito. Sirva de ejemplo referente la del bauti smo. Pero en este

LA MARGINACION SOCIAL DE «RINCONETE» 561

pasaje hay algo particular. El cambio de nombre es mínimo. Simple­mente se añade a «Rincón » y «Cortado» dos sufijos diminutivos. Con lo cual, la indicación de marginalidad (éste era el caso de tantos conversos identificados como tales a causa de su nuevo nombre: San­ta María, San Pedro, etc ... ) se mantiene para los que llegan al grupo ya establecido, aunque haya sido ligeramente disminuida.

La presentación, por parte de Rincón y Cortado, de sus habilida­des y de su resistencia para guardar secretos, incluso en e! tormen­to. obliga a Monipodio a aceptar la candidatura de los dos pícaros «y que se os sobrelleue el año de nouiciado» (p. 262).

Rinconete y Cortadillo van a asistir a una larga presentación de las actividades de la cofradía. No voy a insistir en ellas, ya que su enumeración no añadiría nada sustancial a este trabajo. Las repeti­das entradas de los centinelas van cortando las escenas en que el au­tor ha revelado las devociones, comidas, amores y trabajos de los súb­ditos de Monipodio. Rinconete y Cortadillo asisten como atentos ob­servadores a aquella «comedia de costumbres». Finalmente, Monipo­dio los ci ta a todos para el domingo siguiente (<<y el domingo_no fal­te nadie» p. 322), abraza a Rinconete y Cortadillo, les da la bendición y los despide, en una serie de gestos semirrituales que podrían recor­dar los finales de la misa. La convocatoria dominical parece confir­mar tal suposición. Así termina lo que Rinconete y Cortadillo han vis­to y observado en la sociedad a la que querían integrarse.

El narrador pasa al cuarto tiempo de la acción cortando el ritmo con un brusco «era Rinconete, aunque muchacho, de muy buen enten­dimiento, y tenia buen natural» (p. 324). Es de señalar la falta de re­ferencia a Cortado. Rincón se da cuenta de la profunda ignorancia existente en e! mundo monipodiano (por modo de naufragio, el estu­pendo de la misa, etc .... ). También recapacita el muchacho sobre las extrañas e impertinentes creencias de los miembros de aquella socie­dad. y cita como ejemplos el hecho de que pretendieran comprar al cielo e! descuento de sus pecados: «la seguridad que tenian y la con­fian<;:a de yrse al cielo, con no faltar a sus deuociones, estando tan llenos de hurtos y de homicidios y de ofensas de Dios» (p. 324); la creencia que la Pipota tenía de que se salvaría, «cal<;:ada y vestida», poniendo velas a las imágenes. A Rincón le extrañaba la obediencia y respeto que todos tenían a Monipodio, «siendo un hombre barba­ro, rustico y desalmJdo» (p. 326). Se hacía cruces igualmente de lo descuidada que estaba la justicia en Sevilla. Esta atadura directa con la realidad es marginal y su significación no me parece estar implica­da en la problemática existencial del grupo monipodiano.

Es curioso que Rincón se fije en la incultura de aquel grupo, en el mal uso que hacía de las devociones religosas y en la barbarie del jefe a quien obedecía. La reflexión del cortado y marginado Rin­cón -o la del arrinconado Cortado- podría estar en boca de muchos intelectuales cristianos nuevos de la España filipina, al juzgar la so­ciedad segregacionista en que les tocó vivir.

De ahí el sentido profundo de la resolución final de Rinconete.

Page 6: ALFREDO HERMENEGILDO LA MARGINACION … · r--' En resumen, la picaresca plantea el problema del antiheroísmo \ estáticamente, con una negación ab ovo. Cervantes, en cambio, enfo-

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~a. deseado entrar en aquella sociedad y conocer a Monipodio' ha vIvIdo den~ro del grupo y .ha observado su comportamiento. Y en c~ns~cuencJa, «prop~so en SI de aconsejar a su compañero no durase ~r~c o en ~quella VIda tan perdida y tan mala, tan inquieta y tan h-

1 y tan dls~luta» (.p, 326). Es decir, el pícaro rechaza a la sociedad :n

l a que al f;n ha sl.do ad~itido. Rincón rechaza la vida comunitaria

a que habla querido ul11rse. Los pocos meses que todavía estuvo en el gr~po n.o h~cen más que postergar la realización de una decisión y~ ~on:a a. Rlncon va a constatar que, en el fondo, no merece la pena VIVIr Integrado en aquella sociedad. 1 La pir~eta cervantina parece llegar así a su total significación El ector percIbe el gesto desencantado de los pícaros. Gesto que re~ul-

ta un. tras~n.to de la profunda amargura con que el mar inado Cervan­tes. eJempJ¡flcaba la absoluta inutilidad de querer int;grarse en una socledtd. F~rcad~ por la hipocresía, la ignorancia y la religiosidad

dsuper ICla e qUIenes se sentían en posesión exclusiva de la pureza

e sangre.

UN TEMA PICARESCO EN CERVANTES y MARIA DE ZAYAS

ALBERTO SÁNC HEZ

«00/1 Quijote» ante la novela picaresca

Cervantes, admirado por todo el mundo como genio del arte na­rrativo, no ha dejado un ejemplo específico de novela picaresca, se­gún el patrón admitido de un género supuestamente realista.

-Bien clara es su posición crítica ante él, manifiesta en la aventu­ra quijotesca de los galeotes. Recordemos al bisojo encadenado y tan ufano del libro que está escribiendo: «sepa que yo soy Ginés de Pa­samonte, cuya vida está escrita por estos pulgares». Y aiiade con pa­tente orgullo: «Es tan bueno ... que mal año para Lazarillo de Tor­mes y para todos cuantos de aquel género se han escrito o escri­bieren ... »"

Resulta graciosa la réplica a la pregunta de don Quijote, intere­sado por saber si este libro, que se intitula La vida de Ginés de Pasa­monte. está ya terminado: «¿Cómo puede estar acabado -respondió él- si aún no está acabada mi vida?» (Don Quijote, 1.a P., c. XXII).

El razonamiento es tan obvio que lleva consigo la deducción satí­rica o reductio and absurd1ll11 de cómo podría terminar su historia el pícaro si verdaderamente hubiera concluido su vida. Zumbona obser­vación sobre la forma autobiográfica de estas novelas. Ficción esti­lística gel1eralmente admitida. Lo cual no impide que, en ocasiones, la vida auténtica dejara infiltrarse muchos de sus rasgos en la fábula: Vicente Espinel y el escudero Marcos de Obregón tienen muchas co­sas en común: Estebanillo González, «hombre de buen humor» se desdoblará también en historia y poesía.

De todas formas, cl recurso autobiográfico es idóneo para con­tar la historia de los que no tienen historia; o, por mejor decir, ca­recen de cronista o historiador «profesional» que tuviera a su cargo la redacción de ella. Como ha dicho, con notable agudeza, Francis­co Rico, «Cervantes denunciaba en el pícaro a un híbrido de realidad y literatura; sabía que la mezcla era superable por el lado de la rea-