alexander pushkin - el fabricante de ataúdes

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  • 8/2/2019 Alexander Pushkin - El fabricante de atades

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    El fabricante de atades

    Aleksandr Pushkin

    No vemos cada da atades,del mundo canas de decrepitud?

    DERZHAVIN

    Los ltimos enseres del fabricante de atades Adrin Prjorov se cargaronsobre el coche fnebre, y la pareja de rocines se arrastr por cuarta vez de laBasmnnaya a la Niktinskaya, calle a la que el fabricante se trasladaba contodos los suyos. Tras cerrar la tienda, clav a la puerta un letrero en el que se

    anunciaba que la casa se venda o arrendaba, y se dirigi a pie al nuevodomicilio. Cerca ya de la casita amarilla, que desde haca tanto haba tentado suimaginacin y que por fin haba comprado por una respetable suma, el viejoartesano sinti con sorpresa que no haba alegra en su corazn.

    Al atravesar el desconocido umbral y ver el alboroto que reinaba en su nuevamorada, suspir recordando su vieja casucha donde a lo largo de dieciochoaos todo se haba regido por el ms estricto orden; comenz a regaar a susdos hijas y a la sirvienta por su parsimonia, y l mismo se puso a ayudarlas.

    Pronto todo estuvo en su lugar: el rincn de las imgenes con los iconos, elarmario con la vajilla; la mesa, el sof y la cama ocuparon los rincones que l les

    haba destinado en la habitacin trasera; en la cocina y el saln se pusieron losartculos del dueo de la casa: atades de todos los colores y tamaos, ascomo armarios con sombreros, mantones y antorchas funerarias. Sobre elportn se elev un anuncio que representaba a un corpulento Eros con unaantorcha invertida en una mano, con la inscripcin: Aqu se venden y se tapizanatades sencillos y pintados, se alquilan y se reparan los viejos. Lasmuchachas se retiraron a su salita. Adrin recorri su vivienda, se sent junto auna ventana y mand que prepararan el samovar.

    El lector versado sabe bien que tanto Shakespeare como Walter Scott hanmostrado a sus sepultureros como personas alegres y dadas a la broma, paraas, con el contraste, sorprender nuestra imaginacin. Pero en nuestro caso, por

    respeto a la verdad, no podemos seguir su ejemplo y nos vemos obligados areconocer que el carcter de nuestro fabricante de atades casaba por enterocon su lgubre oficio. Adrin Prjorov por lo general tena un aire sombro ypensativo. Slo rompa su silencio para regaar a sus hijas cuando lasencontraba de brazos cruzados mirando a los transentes por la ventana, o bienpara pedir una suma exagerada por sus obras a los que tenan la desgracia (o lasuerte, a veces) de necesitarlas.

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    De modo que Adrin, sentado junto a la ventana y tomndose la sptima taza det, se hallaba sumido como de costumbre en sus tristes reflexiones. Pensaba enel aguacero que una semana atrs haba sorprendido justo a las puertas de laciudad al entierro de un brigadier retirado. Por culpa de la lluvia muchos mantosse haban encogido, y torcido muchos sombreros. Los gastos se preveaninevitables, pues las viejas reservas de prendas funerarias se le estabanquedando en un estado lamentable. Confiaba en resarcirse de las prdidas conla vieja comerciante Trijina, que estaba al borde de la muerte desde hacacerca de un ao. Pero Trijina se estaba muriendo en Razgulii, (2) y Prjorovtema que sus herederos, a pesar de su promesa, se ahorraran el esfuerzo demandar a por l hasta tan lejos y se las arreglaran con la funeraria ms cercana.

    Estas reflexiones se vieron casualmente interrumpidas por tres golpesfrancmasones (3) en la puerta.

    Quin hay? pregunt Adrin.

    La puerta se abri y un hombre en quien a primera vista se poda reconocer aun alemn artesano entr en la habitacin y con aspecto alegre se acerc alfabricante de atades.

    Excseme, amable vecinodijo aquel con un acento que hasta hoy nopodemos or sin echarnos a rer, perdone que le moleste... Quera saludarlocuanto antes. Soy zapatero, me llamo Gotlib Schultz, y vivo al otro lado de lacalle, en la casa que est frente a sus ventanas. Maana celebro mis bodas deplata y le ruego que usted y sus hijas vengan a comer a mi casa como buenosamigos.

    La invitacin fue aceptada con benevolencia. El dueo de la casa rog alzapatero que se sentara y tomara con l una taza de t, y gracias al naturalabierto de Gotlib Schultz, al poco se pusieron a charlar amistosamente.

    Cmo le va el negocio a su merced?pregunt Adrin.

    He-he-hecontest Schultz, ni mal ni bien. No puedo quejarme. Aunque,claro est, mi mercanca no es como la suya: un vivo puede pasarse sin botas,pero un muerto no puede vivir sin su atad.

    Tan cierto como hay Diosobserv Adrin. Y, sin embargo, si un vivo notiene con qu comprarse unas botas, mal que le pese, seguir andandodescalzo; en cambio, un difunto pordiosero, aunque sea de balde, se llevar suatad.

    As prosigui cierto rato la charla entre ambos; al fin el zapatero se levant yantes de despedirse del fabricante de atades, le renov su invitacin.

    Al da siguiente, justo a las doce, el fabricante de atades y sus hijas salieron desu casa recin comprada y se dirigieron a la de su vecino. No voy a describir niel caftn ruso de Adrin Prjorov, ni los atavos europeos de Akulina y Daria,apartndome en este caso de la costumbre adoptada por los novelistas

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    actuales. No me parece, sin embargo, superfluo sealar que ambas muchachasllevaban sombreritos amarillos y zapatos rojos, algo que suceda slo enocasiones solemnes.

    La estrecha vivienda del zapatero estaba repleta de invitados, en su mayoraalemanes artesanos con sus esposas y sus oficiales. Entre los funcionarios

    rusos se encontraba un guardia de garita, el fins Yurko, que, a pesar de suhumilde grado, haba sabido ganarse la especial benevolencia del dueo.

    Haba servido en este cargo de cuerpo y alma durante veinticinco aos, como elcartero de Pogorelski. (4) El incendio del ao doce que destruy la primeracapital (5) de Rusia, devor tambin la garita amarilla del guardia. Pero tanpronto como fue expulsado el enemigo, en el lugar de la garita apareci unanueva, de color grisceo, con blancas columnillas de estilo drico, y Yurko volvia ir y venir junto a ella con su seguro y su coraza de arpillera. (6) Lo conocancasi todos los alemanes que vivan cerca de la Puerta Nikitnskie, y algunos deellos incluso haban pasado en la garita de Yurko alguna noche del domingo al

    lunes.Adrin en seguida trab relacin con l, pues era persona a la que tarde otemprano podra necesitar, y en cuanto los convidados se dirigieron a la mesa,se sentaron juntos.

    El seor y la seora Schultz y su hija Lotchen, una muchacha de diecisiete aos,reunidos con los comensales, atendan juntos a los invitados y ayudaban a servira la cocinera. La cerveza corra sin parar. Yurko coma por cuatro: Adrin no sequedaba atrs; sus hijas hacan remilgos; la conversacin en alemn se hacapor momentos ms ruidosa. De pronto, el dueo reclam la atencin de lospresentes y, tras descorchar una botella lacrada, pronunci en voz alta en ruso:

    A la salud de mi buena Luise!

    Brot la espuma del vino achampaado. El anfitrin bes tiernamente la carafresca de su cuarentona compaera, y los convidados bebieron ruidosamente ala salud de la buena Luise.

    A la salud de mis amables invitados! proclam el anfitrin descorchando lasegunda botella.

    Y los convidados se lo agradecieron vaciando de nuevo sus copas. Y uno trasotro siguieron los brindis: bebieron a la salud de cada uno de los invitados porseparado, bebieron a la salud de Mosc y de una docena entera de ciudadesalemanas, bebieron a la salud de todos los talleres en general y de cada uno enparticular, bebieron a la salud de los maestros y de los oficiales. Adrin bebacon tesn, y se anim hasta tal punto que lleg a proponer un brindis ocurrente.De pronto uno de los invitados, un gordo panadero, levant la copa y exclam:

    A la salud de aquellos para quienes trabajamos, unserer Kundleute!(7)

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    La propuesta, como todas, fue recibida con alegra y de manera unnime. Losconvidados comenzaron a hacerse reverencias los unos a los otros: el sastre alzapatero, el zapatero al sastre, el panadero a ambos, todos al panadero,etctera. Yurko, en medio de tales reverencias recprocas, grit dirigindose asu vecino:

    Y t? Hombre, brinda a la salud de tus muertos!

    Todos se echaron a rer, pero el fabricante de atades se sinti ofendido yfrunci el ceo. Nadie lo haba notado, los convidados siguieron bebiendo, y yatocaban a vsperas cuando empezaron a levantarse de la mesa.

    Los convidados se marcharon tarde y la mayora achispados. El gordo panaderoy el encuadernador, cuya carapareca envuelta en encarnado codobn, (8)llevaron del brazo a Yurko a su garita, observando en esta ocasin el proverbioruso: Hoy por ti, maana por m. El fabricante de atades lleg a casaborracho y de mal humor.

    Porque, vamos a ver reflexionaba en voz alta; en qu es menos honestomi oficio que el de los dems? Ni que fuera yo hermano del verdugo! Y de quse ren estos herejes? O tengo yo algo de payaso de feria? Tena ganas deinvitarlos para remojar mi nueva casa, de darles un banquete por todo lo alto,pero ahora?, ni pensarlo! En cambio voy a llamar a aquellos para los quetrabajo: a mis buenos muertos.

    Qu dices, hombre? pregunt la sirvienta que en aquel momento lo estabadescalzando. Qu tonteras dices? Santguate! Convidar a los muertos! Aquin se le ocurre?

    Como hay Dios que lo hago! prosigui Adrin. Y maana mismo. Mis

    buenos muertos, les ruego que maana por la noche vengan a mi casa acelebrarlo, que he de agasajarles con lo mejor que tenga.. .

    Tras estas palabras el fabricante de atades se dirigi a la cama y no tard enponerse a roncar.

    En la calle an estaba oscuro cuando vinieron a despertarlo. La mercaderaTrijina haba fallecido aquella misma noche y un mensajero de su administradorhaba llegado a caballo para darle la noticia. El fabricante de atades le dio porello una moneda de diez kopeks para vodka, se visti de prisa, tom un coche yse dirigi a Razgulii.

    Junto a la puerta de la casa de la difunta ya estaba la polica y, como loscuervos cuando huelen la carne muerta, deambulaban otros mercaderes. Ladifunta yaca sobre la mesa, amarilla como la cera, pero an no deformada porla descomposicin. A su alrededor se agolpaban parientes, vecinos y criados.Todas las ventanas estaban abiertas, las velas ardan, los sacerdotes rezaban.

    Adrin se acerc al sobrino de Trijina, un joven mercader con una levita a lamoda, y le inform que el fretro, las velas, el sudario y dems accesorios

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    fallecidos, con levita, aunque con la barba sin afeitar, y los mercaderes concaftanes de da de fiesta.

    Ya lo ves, Prjorovdijo el brigadier en nombre de toda la respetablecompaa, todos nos hemos levantado en respuesta a tu invitacin; slo sehan quedado en casa los que no podan hacerlo, los que se han desmoronado

    ya del todo y aquellos a los que no les queda ni la piel, slo los huesos; peroincluso entre ellos uno no lo ha podido resistir, tantas ganas tena de venir averte.

    En este momento un pequeo esqueleto se abri paso entre la muchedumbre yse acerc a Adrin. Su crneo sonrea dulcemente al fabricante de atades.Jirones de pao verde claro y rojo y de lienzo apolillado colgaban sobre l aqu yall como sobre una vara, y los huesos de los pies repicaban en unas grandesbotas como las manos en los morteros.

    No me has reconocido, Prjorov dijo el esqueleto. Recuerdas alsargento retirado de la Guardia Piotr Petrvich Kurilkin, el mismo al que en elao 1799 vendiste tu primer atad, y adems de pino en lugar del de roble?

    Dichas estas palabras, el muerto le abri sus brazos de hueso, pero Adrin,reuniendo todas sus fuerzas, lanz un grito y le dio un empujn. Piotr Petrvichse tambale, cay y todo l se derrumb. Entre los difuntos se levant un rumorde indignacin: todos salieron en defensa del honor de su compaero y selanzaron sobre Adrin entre insultos y amenazas. El pobre dueo, ensordecidopor los gritos y casi aplastado, perdi la presencia de nimo y, cayendo sobrelos huesos del sargento retirado, se desmay.

    El sol haca horas que iluminaba la cama en la que estaba acostado elfabricante de atades. ste por fin abri los ojos y vio delante suyo a la criadaque atizaba el fuego del samovar.Adrin record lleno de horror los sucesos delda anterior. Trijina, el brigadier y el sargento Kurilkin aparecieron confusos ensu mente. Adrin esperaba en silencio que la criada le dirigiera la palabra y lerefiriese las consecuencias del episodio nocturno.

    Se te han pegado las sbanas, Adrin Prjorovichdijo Aksinia acercndolela bata. Te ha venido a ver tu vecino el sastre, y el de la garita ha pasado paraavisarte que es el santo del comisario. Pero t has tenido a bien seguirdurmiendo y no hemos querido despertarte.

    Y de la difunta Trijina no ha venido nadie?

    Difunta? Es que se ha muerto?

    Sers estpida! O no fuiste t quien ayer me ayud a preparar su entierro?

    Qu dices, hombre? Te has vuelto loco, o es que an no se te ha pasado laresaca? Ayer qu entierro hubo? Si te pasaste todo el da de jarana en casadel alemn, volviste borracho, caste redondo en la cama y has dormido hasta lahora que es, que ya han tocado a misa.

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    No me digas! exclam con alegra el fabricante de atades.

    Como lo oyescontest la sirvienta.

    Pues si es as, trae en seguida el t y ve a llamar a mis hijas.

    Traduccin de Ricardo San Vicente 1993 Editorial Planeta S.A.