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ALBORES, DE ALFONSO REYES: LA HERENCIA RECUPERADA. MEMORIAS DE FAMILIA Rogelio Arenas Monreal UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE BAJA CALIFORNIA Y Ciertamente, aquel extraordinario varón -her- moso por añadidura- era, además de sus virtudes públicas y su valentía y su pureza, un temperamento de alegría solar, una fiesta de la compañía humana, un lujo del trato, un orgullo de la amistad, una luz perenne y vigilante en la conciencia de los suyos. 1 La estrecha y profunda importancia que la casa, hogar paterno, tiene en la sensi- ble precepción de Alfonso Reyes, al grado de que llega a decir: «...la casa fue un personaje real en mi vida» (511) se recoge fielmente en el relato que compuso en diciembre de 1913, en París, y que es de una belleza conmovedora. Por su- puesto que no es el único espacio de su escritura donde este tópico aparece, pues es común, incluso, que a la casa o moradas donde habitó las tome como refe- rentes indispensables para situar su obra. En ese mismo sentido, pero ligándolas más al ámbito personal e íntimo, sobresalen las apreciaciones que en sus libros de memorias hace sobre su propia familia, captadas también con extraordinaria sensibilidad, pero sin exceso, ni apasionamientos. En su Crónica de Monterrey se ofrece una vuelta a los orígenes, «un viaje a la semilla», para decirlo con pa- labras ajenas. La infancia recuperada del escritor ¡qué escritor no se ha ocupado de la infancia, territorio privilegiado de la literatura!, se va reconstruyendo con el recuerdo a través de un verdadero retrato de familia. La galería de imágenes es captada con una fuerza inusitada. Entre esas imágenes se distingue, en el re- lato «Los hermanos», la de su hermana Eva, quien le proporciona, en su agonía, la conciencia del dolor y de la fragilidad de la vida: Eva vivió hasta tres años y mostró una precocidad inaudita [...] Era demasiado inteligente para quedarse en este mundo. Yo tenía cinco años; la vi agonizar, arrebatada por una cruel meningitis. Le habían puesto unos enormes guantes, re- llenos de lana, para que no se mordiera los deditos. Aquello fue para mí, [...] la primera experiencia sobre el dolor y la fragilidad de la vida (517). ' Epígrafe tomado del cierre apoteósico de Parentalia, Obras Completas XXIV, F.C.E., México, 1990, pág. 480. En este mismo tomo se encuentra Albores. Crónica de Monterrey, págs. 491- 581. Siguiendo esta fuente se citará, indicando al final de cada una de las citas, entre paréntesis, la página de donde haya sido tomada. 19

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Page 1: Albores, de Alfonso Reyes: la herencia recuperada. Memorias de

ALBORES, DE ALFONSO REYES: LA HERENCIARECUPERADA. MEMORIAS DE FAMILIA

Rogelio Arenas MonrealUNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE BAJA CALIFORNIA

Y Ciertamente, aquel extraordinario varón -her-moso por añadidura- era, además de sus virtudespúblicas y su valentía y su pureza, un temperamentode alegría solar, una fiesta de la compañía humana,un lujo del trato, un orgullo de la amistad, una luzperenne y vigilante en la conciencia de los suyos.1

La estrecha y profunda importancia que la casa, hogar paterno, tiene en la sensi-ble precepción de Alfonso Reyes, al grado de que llega a decir: «...la casa fue unpersonaje real en mi vida» (511) se recoge fielmente en el relato que compusoen diciembre de 1913, en París, y que es de una belleza conmovedora. Por su-puesto que no es el único espacio de su escritura donde este tópico aparece, pueses común, incluso, que a la casa o moradas donde habitó las tome como refe-rentes indispensables para situar su obra. En ese mismo sentido, pero ligándolasmás al ámbito personal e íntimo, sobresalen las apreciaciones que en sus librosde memorias hace sobre su propia familia, captadas también con extraordinariasensibilidad, pero sin exceso, ni apasionamientos. En su Crónica de Monterreyse ofrece una vuelta a los orígenes, «un viaje a la semilla», para decirlo con pa-labras ajenas. La infancia recuperada del escritor ¡qué escritor no se ha ocupadode la infancia, territorio privilegiado de la literatura!, se va reconstruyendo conel recuerdo a través de un verdadero retrato de familia. La galería de imágeneses captada con una fuerza inusitada. Entre esas imágenes se distingue, en el re-lato «Los hermanos», la de su hermana Eva, quien le proporciona, en su agonía,la conciencia del dolor y de la fragilidad de la vida:

Eva vivió hasta tres años y mostró una precocidad inaudita [...] Era demasiadointeligente para quedarse en este mundo. Yo tenía cinco años; la vi agonizar,arrebatada por una cruel meningitis. Le habían puesto unos enormes guantes, re-llenos de lana, para que no se mordiera los deditos. Aquello fue para mí, [...] laprimera experiencia sobre el dolor y la fragilidad de la vida (517).

' Epígrafe tomado del cierre apoteósico de Parentalia, Obras Completas XXIV, F.C.E., México,1990, pág. 480. En este mismo tomo se encuentra Albores. Crónica de Monterrey, págs. 491-581. Siguiendo esta fuente se citará, indicando al final de cada una de las citas, entre paréntesis,la página de donde haya sido tomada.

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Completan el cuadro las continuas menciones a su padre: sus acciones en elespacio de la familia, pero con frecuencia insertándolas en el ámbito de su vidapública, enfrentando problemas y meditando en aquellas causas que considerajustas. En «La vuelta de Coahuila», rescata un artículo de su hermano Rodolfoescrito en Madrid, en marzo de 1946, donde se cuenta un incidente ocurrido afinales de 1893 y principios de 1894: la sublevación contra el gobierno de GarzaGalán, quien era apoyado por destacados miembros del gabinete que pertene-cían al grupo de «Los científicos». El general Bernardo Reyes sorprende pre-sentándose ante los sublevados y empeñando su palabra de mediar por ellos anteel gobierno federal, hecho que sucede y que conduce a la destitución del gober-nador. Las circunstancias que rodean a esta acción son, por lo demás, muy inte-resantes:

se presentó a los jefes sublevados pidiéndoles parlamento. Éstos lo recibieronasombrados y tras de tres horas de conversación el general les dijo que si creíanen su palabra de honor él les ofrecía hacerles justicia, que cesaran en todo movi-miento mientras iba a México a hablar con el presidente. Los sublevados, cautiva-dos por aquel hombre tan audaz y atractivo, aceptaron y él se traslado a México.2

Ahí, a pesar de la alianza de «Los científicos» para sostener en el gobiernode aquella entidad a Garza Galán, intentaron primero convencerlo con promesasy después, incluso, con amenazas, el general cumpliendo su código de honor,pues había empeñado su palabra:

En abierta pugna venció en el ánimo del presidente del que logró autorizaciónde obrar como lo creyera justo. Volvió a Coahuila, e hizo renunciar a Garza Ga-lán. Los hermanos Carranza fueron desde entonces partidarios decididos del ge-neral, quien hizo ocupar al menor, Venustiano, un puesto en el Senado, y lo hizojefe político de la región.3

Las referencias de la madre sobre la autoridad del padre en el hogar mues-tran congruencia y equilibrio entre la vida pública y privada. El ejercicio de laautoridad obedece a una misma norma de conducta. Del territorio de la infanciaAlfonso Reyes va rescatando en Albores, recuerdos, anécdotas y descripcionesgozosas de la vida familiar, que integran incluso a la servidumbre como unaampliación de la familia y que se adhieren a su recuerdo, pero donde el ámbitode lo social cobra especial relevancia. Paula Jaramillo, por ejemplo, en el brevey tierno relato que lleva ese mismo nombre, acudió a su casa en busca de ayuday termina convirtiéndose en su nodriza, cuya «imagen transparente y benéfica»ronda sus sueños. Lo mismo sucede con la extensión de ciertas familias vecinasque forman, con la familia de Bernardo Reyes, como una familia ampliada, co-mo con la familia Guerrero, donde don Benigno, su jefe, lo dice el mismo Al-

2 De la transcripción que en este capítulo de Albores hace Alfonso Reyes de una noticia consignadapor su hermano Rodolfo en uno de sus artículos. Cfr., pág. 534.

3/Z>/rf.,pág. 535.

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fonso Reyes: «.... me contaba cómo a él y a mi padre las balas les zumbaban porla cabeza, allá cuando los pasados combates» (522-34) La atención, en todomomento apunta hacia el padre, quien a sus destacadas virtudes públicas: pru-dencia, honorabilidad e integridad, añade justicia, autoridad y equilibrio en elseno familiar, pues finalmente era «un temperamento de alegría solar, una fiestade la compañía humana» (480). Una anécdota que corrobora este juicio se ofre-ce al describir la ceremonia del bautismo del hermano menor, con la presenciadel arzobispo a quien acompaña un sacerdote, no agradable a su mirada de niño,ello provoca que cuando lo quieren mandar con él, para la preparación de laprimera comunión, se resista y a su temprana edad se declare un libre pensadory que el padre salga en su defensa:

Ello bastó para que, llegado el día, me negara yo dando gritos a que aquel estra-falario sacerdote me preparara para la primera comunión. «¡Yo soy librepensa-dor!», me solté berreando. Y como mi padre ordenara que me dejaran hacer mivoluntad, mi madre me dijo: «bajo estos techos, la palabra de tu padre es la pala-bra de Dios» (438).

Toda una semiótica de los objetos es la que aparece relacionada con la infan-cia de Alfonso Reyes: imágenes militares y de personajes míticos y de leyendaque moldean con delicado barro la obsesión por el padre, variante recurrente ensus escritos. El carácter grandioso de su padre, comparable al de las grandes fi-guras bélicas de la época antigua o de la epopeya hispánica medieval, destaca ensu poesía y en su prosa, particularmente en sus libros de recuerdos. Dos de esosobjetos: una leopoldina, que incluso en la época madrileña será su ancla econó-mica de salvación, y una mascarilla que su padre había venido cargando desdeGuadalajara, lo llevarán a la composición de dos relatos: «El Napoleón de losniños», cuyo inicio, de manera velada, consiste en una exaltación del oficio y lapasión de su padre: «¡Cuanto se puede divagar en torno a los héroes militares;Si los 'hombres representativos' alimentan nuestra vida de adultos, sólo uno,sólo el soldado, amanece en nuestra admiración casi tanto como el entendi-miento» (537). En este relato, además, proporciona abundantes detalles del inte-rés que en el museo de la familia se tenía por el héroe francés del siglo XVIII:

La casa está llena de Napoleones: cuadros, yesos, bronces, estatuillas de ala-bastro y barro, y una mascarilla mortuoria, que el médico Antomarchi trajo deSanta Elena a Guadalajara, vino a dar a las manos de mi padre [...] hasta habíaNapoleones en el puño de las plegaderas, hechos con lava del Vesubio (540).

y que desarrolla en el que considera su «ensayo imperfecto de 'psicometría', odesciframiento metapsíquico de una historia mediante la palpitación de un ob-jeto» (543) como el mismo llama al otro de sus relatos sobre este punto: «Lamascarilla de Napoleón)».4

4 Textualmente en el último párrafo del segundo relato sobre este asunto, Alfonso Reyes dice:«Ofrezco, por lo que valga, este ensayo, imperfecto de «psicometría» o desciframiento meta-

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Con otra orientación, pero conduciendo al mismo punto de convergencia, seencuentra el relato «El equilibrio efímero», clara y precisa alusión al «AntiguoRégimen» porfirista, rico particularmente en la caracterización positiva del pa-dre por exaltación de su grandiosidad, expresada, incluso, a través de la adjeti-vación. De manera congruente, el general Bernardo Reyes se presenta como unmodelo de la ética y la moral positivista del régimen porfirista. La percepciónque Alfonso Reyes hace de los valores de su infancia, y donde su padre ocupaun lugar preponderante, es aguda y sensible. Captada en su justa dimensión so-cial, no omite el ámbito de lo personal, íntimo y privado:

Ciertamente, las influencias bajo las cuales se desarrolló mi infancia eran paraentusiasmar a vivir. Mi padre, primer director de mi conciencia, creía en todas lasmayúsculas de entonces -el Progreso, la Civilización, la Perfectibilidad Moral delHombre- a la manera heroica de los liberales de su tiempo, sin darse a partidoentre ante ninguno de los fracasos del bien. Creía en la eficacia mística, inmedia-ta, de las buenas intenciones, así como creía también - y lo pagó con la vida- quelas balas no podían matar a los valientes (544).

Resulta paradójico este destino trágico de alguien que, como el poeta en unpasaje de Orlando furioso, mostró un abierto rechazo por «la invención del ar-

psíquico de una historia mediante la palpación de un objeto. Peores y mejores resultados obte-nía hace años, en Buenos Aires, la médium Irma Maggi, nombrada por Richert en su Tratado(pág. 543). Y a quien él también menciona en su Diario. Parece que tenía cierta debilidad o cu-riosidad por consultar a este tipo de personas. Estando en Río de Janeiro, anota ahí, el 10 deseptiembre de 1931: «Consulto a la vidente Terfren Laila Karman». Y cuenta con detalle lo queesta vidente le vaticinó. Luego, en un momento de mucha inestabilidad e inseguridad, antes desu regreso a México, en un largo pasaje vuelve sobre este punto: «Buenos Aires. Viernes 10 dediciembre de 1937. El vidente Luck (Las Heras 3026) sin concerme, ve en mí: mi raza mestiza,mis dones diplomáticos e internacionales, consecuencia del mestizaje y provechosas en mi vi-da, mi adaptabilidad, un cuerpo construido para la salud y larga vida, con algo de presión arte-rial, lo que hacía urgente que cuidara yo mi salud con régimen de naturaleza, menos carne, con-sulta al Dr. Salomón o naturistas de este tipo, a fin de desintoxicar mis ríñones. Mi salud, basede mi éxito y resistencia a la nueva etapa de mi vida. Naturaleza optimista, cordial, generosa. Apesar de las luchas, nunca me faltará una vida de cierta comodidad económica. En la parte finalde mi vida, llegaré a la plena comodidad e instalación más agradable, junto a la capital, perocon campo, jardín, biblioteca, llegando a la conclusión de mi vida, bien rodeado, definiendocon obras interesantes mi filosofía y sociología. (Es curioso que no parece haber visto mi ca-rácter intelectual y obra de escritor). El primer tomo de mi vida se cierra; se abre el segundo; yluego vendrá el sumario feliz. [...] En el curso de la conversación me preguntó si una mujer queme leyó la mano no me dijo ya de un gran cambio en la mitad de mi vida, le dije que sí, queLaila en el Brasil: me dijo que, sin verme la mano, estaba viendo una línea que partía la vida, yluego la confirmó. Después, con los muchos cambios y cosas que veía, me preguntó si yo veníadel Brasil: «no, de México», «ahora comprendo...»¿De que murió mi madre? Le dije: cáncer enel píloro, a los 80 años. «Era una mujer extraordinaria»y por aquí se metió en la mezcla de ra-zas. Pero no vio a mi padre. Parece que vio más mi sensibilidad y corazón (¿madre?) que miinteligencia (¿padre?). Se despidió con «feliz año» y me llamó «Señor Carismal» al despedir-me. Parecía preocupado por tranquilizarme respecto a que nunca me faltarían techo, vestido ycomida.» (Cuaderno n.° 6, págs. 36-37 y 39).

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ma de fuego». Pero volviendo al punto central, resulta interesante ver cómo a ladistancia Alfonso Reyes reproduce una idea de su padre, pilar inconmovible yguía que orienta y dirige sus acciones: «—Tu casa es la escuela de la Naturaleza-solía decirme mi padre años más tarde cuando yo volvía de vacaciones a mi tie-rra. Porque temía que me hubieran sofisticado la vida de México y el excesivotrato de los libros» (544).

Esta preocupación de Bernardo Reyes por ser educador y norma de conduc-ta, no sólo como gobernador sino para sus hijos, se hace evidente en la actituddiligente que muestra en las cartas que les escribe mientras estudian en la ciudadde México, estando al pendiente de su manutención -sin que falte el dinero ne-cesario aun para el vino- y de las recomendaciones y consejos oportunos sobreel desarrollo de sus estudios. Algunos ejemplos que viene al caso mencionar so-bre este asunto: En carta que le envía a su hijo Bernardo el Io de julio de 1897,después de saludarlo y de decirle que está pasando unos días en el Mirador, unade las casas de verano de la familia, sin haber sanado de una pierna, le comuni-ca: «Te acompaño una libranza por valor de $273.00 en lo cual está incluidoademás de la mensualidad, $20.00 que importa el vino».5 Y ahí mismo le reco-mienda la lectura de un artículo suyo, esto puede considerarse como una claramanifestación de ese cuidado por conseguir una mejor formación en la educa-ción de sus hijos: «En el próximo número de La Voz aparecerá un artículo titu-lado: 'El Duelo' que te recomiendo que veas mostrándoselo también a Rodol-fo».6 En otra más, extraída de entre las que con regularidad les envía siempredirigidas al hijo mayor, Bernardo, cuando se tratan asuntos de dinero, está fe-chada el 30 de septiembre de este mismo año, y en ella le dice: «Anexa encon-trarás una libranza por valor de $328.00 en los cuales están incluidos, además delas mensualidades, los gastos de viaje de Rodolfo, según explicaciones que tehará tu mamá».7 Luego, en la del Io de junio de 1898, casi en el mismo tenorque las anteriores, se limita a la escueta noticia del envío de dinero y de los tra-dicionales saludos de la familia: «Anexo te remito un cheque del Banco deMilmo, girado a tu favor y cargado del de Londres y México, por $220.00 dos-cientos veinte pesos para los gastos del presente mes».8 Y en una que dirige alSeñor Diputado Lie. Manuel Serrano, el 14 de diciembre de 1898, le comunica:«Anexo remito a Ud. un cheque a su favor y cargo del Banco de Londres y Mé-xico, por valor de $100.00 cien pesos que se sirvió facilitar a mis hijos Bernardoy Rodolfo antes de que salieran para esta ciudad».9

Todo ello, por supuesto, corrobora lo señalado en el primer punto, sin em-

5 Centro de Estudios Históricos de México (CONDUMEX) Archivo Bernardo Reyes, Fondo DLI:Carpeta 24, doc. 14038.

6 Loe. cit.1 Ibid., Carpeta 25, doc. 14294.sIbid., Carpeta 26, doc. 14776.9Ibid., Carpeta 27, doc. 15145.

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bargo, donde se percibe una mayor preocupación y un interés más abiertamentemanifiesto, incluso por la extensión de las propias cartas, se da cuando BernardoReyes interviene integrando a sus hijos, sobre todo a Rodolfo, en asuntos rela-cionados con el desarrollo de sus estudios. Destaca, en este sentido, el que tieneque ver con aspectos de lecturas o de interpretación de las leyes, campo en elque lo aconseja con soltura y erudición. En carta que le envía a Rodolfo el 18 dejunio de 1897, a propósito, parece, de un estudio que éste estaba preparando, ledice:

Ayer te envié la colección de leyes sobre aguas, en que están las generales y lasdel Estado.

Creo que te perderías en un dédalo de dificultades, si tu estudio sobre aguas lovas a hacer partir únicamente del derecho que conformó a la legislación colonial,quedara a los Estados al constituirse éstos, y no de las razones filosóficas en quedeben fundarse las disposiciones que han venido a formar la legislación sobreaguas.

La cuestión en mi concepto la veo de este modo: Al constituirse la República,todo aquello que no se concedió a la Federación, se lo reservaron los Estados.Ahora viene después la necesidad de que por el bien del servicio público, ejerzajurisdicción la federación en algunas de las aguas que mantenían bajo la suyapropia los enunciados Estados; y entonces, si ello ha de ser tan útil y necesario alservicio nacional, debiera acaso haberse hecho una reforma de la Constitución pa-ra federalizar esas aguas...10

El discurso que con mucha coherencia le expone, sobre la legislación de lasaguas de los ríos que dividen el territorio nacional de otros países; o que se en-cuentra en los límites de los Estados, ocupa pormenorizadamente la atención deBernardo Reyes, quien deslinda, además, el papel que le corresponde jugar algobierno federal y al de los Estados. Pero lo más importante es que al concluirlale hace recomendaciones que concuerdan con su postura ideológica:

Como quiera que sea te recomiendo que en el trabajo que vas a hacer hables dela manera más respetuosa en cuanto al Gobierno, pues que para tratar un asuntode carácter científico, no se necesita hacer cargo a nadie. Por otra parte, en unapieza de la naturaleza de la que vas a hacer, conviene a veces hacer lujo de erudi-ción, citando antecedentes remotos, leyes antiguas dadas; pero no hay que perderde vista el objeto principal inmediato a que uno debe dirigirse."

Sin embargo, cinco días después, el 23 de ese mismo mes y año, se retracta ycorrige su postura involucrando aún más su propia manera de enfocar este tipode problemas y de cómo los ha enfrentado en la práctica, y lo que es más valio-so: aceptando y respetando las diferencias y haciendo, incluso, un razonamientomuy lógico que las explica en función de los fines que se persiguen, así le dice:

Quedo entendido por tu apreciable [...] de la forma en que se te ha prevenidohagas tu trabajo referente a aguas y veo por él que más bien que buscar ideas

' Ibidem., Carpeta 24, doc. 14000.

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[como él se lo había recomendado] para obtener resultados prácticos que reme-dien los males del presente, se trata de hacer una historia bien metódica; señalarlas cosas de actualidad y terminar con alguna proposición conducente a expresarlos derechos que lastiman o pueden lastimar.

En verdad que buscando yo siempre resultados en mis trabajos a eso tiendoprincipalmente cuando los hago, pero tengo de considerar que a Uds., los que es-tudian, debe exigir que hagan historia y den conclusiones; pues que así es comomejor se prepara y disciplina el pensamiento para que después sin temor de extra-vío entre de lleno en las luchas del foro.12

En una más, del Io de junio de 1898, casi un año después, se percibe másabiertamente el interés por participar en la formación de sus hijos, sobre todo enla de Rodolfo con quien parece sentir una mayor afinidad, tal vez porque en élviera al abogado de sus deseos ocultos, pues es en el terreno del derecho en elque más exterioriza sus ideas y plantea soluciones a los problemas; bien pudierainterpretarse también como el campo en el que tenía cotidianamente más nece-sidad de resolverlos. En esta carta, el asunto del que se ocupan es el de la res-ponsabilidad civil en materia de delitos, a propósito de otro estudio también ela-borado por Rodolfo y sobre el que él se manifiesta satisfecho: «Leí tu trabajosobre la acción civil en los delitos y quedé complacido de su lectura. Mandé sa-car una copia con letra de máquina; y esa copia, que es bueno corrijas, te servirápara que la conserves, a cuyo fin te remito por express de hoy».13 Bernardo Re-yes aprovecha esta ocasión para exteriorizar su punto de vista sobre un proble-ma jurídico, típico todavía de la defensa del honor en la sociedad de fin de siglo:si dos sujetos se enfrentan a duelo, está o no obligado el que sobrevive a hacersecargo de la familia del occiso. Su postura no es favorable, las razones se expo-nen con toda claridad con sus propias palabras:

Hay un punto en cuestión de responsabilidad civil, sobre el que he pensado al-guna vez, por haberse presentado en la práctica y es aquel en el que si dos hom-bres mayores de edad conciertan un duelo, y el uno mata al otro ¿tiene obligaciónel matador de resarcir a la familia del occiso? Yo creo que no, porque ese occisoestaba en aptitud de poder medir la trascendencia de sus actos, y se arrojó a laeventualidad del duelo a sabiendas de lo que podía ocurrir.14

En concordancia con esta imagen del padre, directa y activamente involucra-do en la dinámica de formación de sus hijos, la que Alfonso Reyes recoge enAlbores, luminosa e íntegra de un hombre, «mezcla de Zeus olímpico y de ca-ballero romántico», la funde en la memoria de la infancia. Coincide con los añosen los que se ocupa de la educación superior de sus hijos mayores. Es tan hala-gadora que llega a atribuirle cualidades propias de la divinidad. Por supuestoque está fundada no sólo en la profunda admiración y respeto que siempre sintió

12 Ibid., doc. 14015.13 Ibid., Carpeta 26, doc. 14775.

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por él, salvo ciertos ligeros titubeos ,15 sino en que ésos fueron precisamente losvalores aprendidos en el seno familiar y arraigados con tal fuerza que «ni siquie-ra hacía gran falta la levadura del espíritu religioso» (544). Y en el Estado deNuevo León ese hombre había logrado fincar un imperio de la moral promovidae impulsada por el «Antiguo Régimen» a la manera del macizo sólido y fuertede la «Sierra Madre del norte», donde moral privada y moral pública; moral fa-miliar y moral social adquieren plena vigencia y unidad y responden a un mismocódigo ético. Alfonso Reyes caracteriza esta situación con palabras de las queno se puede prescindir:

...yo, desde niño, aprendí a veer en aquella cara luminosa y radiante, en aque-llos ojos de incomparable atracción; aprendí a descubrir en aquella voz clara yalegre, en aquella mezcla de Zeus y de caballero romántico, la imagen misma dela Naturaleza: una divinidad henchida de poder y bondad que no podía nuncaequivocarse (544).

Después haciendo un balance sobre la atmósfera dominante en la que donPorfirio, en pleno ejercicio de su poder, era apreciado por todos, incluso por susadversarios, como «un principio sólo comparable a las nociones de Causa, Es-pacio y Tiempo. Atlas que sostenía la República...» Alfonso Reyes con profun-do orgullo dice:

Lo más próspero en la República —me hacían creer- el Estado de Nuevo León.Y como Gobernador del Estado, emanación del orden olímpico, mi padre; mi pa-dre que así llegaba hasta mi ternura y mi respeto, no sólo adorado con las virtudesmás adorables y exquisitas (aquel férreo campeador tenía dulzuras y arrullos in-creíbles), sino también ungido con las bendiciones sobrenaturales de la fuerza(545).

15 En carta que Alfonso Reyes le envía a Pedro Henríquez Ureña, de Monterrey, el 14 de enero de1908, de manera sumamente severa se queja de la disciplina militar férrea que existía en su ca-sa. Es en esta parte donde involucrara a su padre en su aspecto negativo: «En mi casa, el tengo,el tenía, que tanto criticabas en mí son moneda corriente, al grado de que mi hermana Otilia sequeja con razón «en casa todo lo toman como tarea obligatoria». Es la crítica más bien hechaque conozco. El señor general don Bernardo Reyes resuelve todo con mandatos militares y elotro día, discutiendo sobre asuntos literarios, le hice ver que ha adquirido el vicio de maltratarautores que no ha leído. El se disculpa arguyendo que su trabajo de gobernador no le da tiem-po para eso». Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña, pág. 50. El subrayado es mío. Agradez-co al Maestro Alfonso Rangel Guerra su valiosa observación al respecto: «hay un aspecto quesiempre me ha llanado la atención, derivado de la confrontación entre esta memoria del padrepresente en textos en prosa y verso, y las breves consideraciones que quedaron escritas por Re-yes en una carta a Pedro Henríquez Ureña. Vea en el volumen correspondiente [...] donde que-da una referencia en la que aparentemente predomina el escritor juvenil que se revela a la auto-ridad del padre referida al ámbito literario, donde el joven se siente más actualizado y dondehasta llega a decir que el general emitía juicios sobre autores que no había leído. Creo que estopuede tener una explicación pues, primero, data del año de 1908, cinco años antes de la muertedel padre, y segundo y más importante, todavía no ocurría su sacrificio. Además Reyes está«conversando» con su mejor amigo y maestro, ante el que tenía que mostrar o demostrar su in-dependencia de juicio.» En carta que me envió el 20 de noviembre de 1997.

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Es más, la imagen todopoderosa del padre aparece siempre asociada a la casapaterna (ya se ha dicho que para él llega a ser todo un personaje) en los distintospasajes en que real o imaginariamente reconstruye las casas que habitó durantesu infancia. Casa-padre es otra diada indisoluble en su literatura, incluyendo lascasas de descanso en que sola la familia o con otras familias amigas pasaban elverano: La Fama, San Pedro y San Pablo o el Mirador. En este último caso, co-mo queriendo transportar más fielmente la situación y circunstancias que lo ro-deaban, transcribe el testimonio de su hermano Alejandro y en «El pequeño vi-gía y su alma» Alfonso Reyes recoge relatos de 1913 sobre cada una de lasmencionadas casas de descanso. En ellos no sólo se logra recrear una bella des-cripción de la atmósfera que en las casas privaba durante las vacaciones sinoque se recogen, además, anécdotas y leyendas de quienes las habitaban; de lascircunstancias de su construcción y de la vida en general que ahí transcurría idí-licamente en un ambiente de alegría y felicidad y donde el padre ocupa el centrode atención, como amo y señor de todo, rodeado de familia, servidumbre y co-laboradores como el Señor Zuñiga, su secretario particular. Dan mayor fuerza alrelato la presencia de personajes de fábula o fabuladores como Ceferino García:

... que pobló él solo de leyendas todo el Mirador [...] él hizo correr la fábula deque el Diablo [...] había transportado por el aire a mi padre para señalarle el sitiodonde había de edificar las casas, así como la conseja del oso gris que, desdenuestra primera noche en la montaña, se había presentado en el comedor y, con-vidado por mi padre, volvía a cenar con nosotros todos los domingos (556).

Quizás pudiera considerarse exagerada esta apreciación (sin duda lo es) casibeatífica, de evidente influencia franciscana, atribuida al general Bernardo Re-yes, sin embargo, lo que es un hecho real es el cuidado y atención que prestaba aquienes estaban a su servicio, fueran o no miembros del ejército, y con quienesse comportaba como un verdadero «paterfamilias». En este sentido, la unidadentre servidumbre y fidelidad al general se convierte en la pluma del escritor enun homenaje que exalta aún más sus virtudes, como puede observarse en «Ser-vidores», llámense Maximino Mata Cabello, Ángel Díaz, Adolfo Torres, o elmencionado Ceferino García, «Siete Oficios», quien se convierte en un anticipodel destino trágico de la familia. Estando a su servicio y gozando de toda la con-fianza, se hace justicia por propia mano para vengar la muerte de un hermano,se entrega voluntariamente y es encarcelado. Después, ante la inundación queafecta la ciudad de Monterrey, en 1909, pide autorización para salir a «ayudar ala gente, dando su palabra de que después volvería a su encierro» (561). La no-bleza de este personaje maravilloso, que por salvar a los otros desatiende el gritode auxilio de «la Aplastada», su esposa, a quien le contesta, en medio del nau-fragio: «-Los de casa tenemos que ser los últimos. [...] Ten paciencia», (562) esun signo más de su grandeza. Con este gesto, pues, y ante el desenlace que paraél en lo personal tiene esta tragedia, se convierte en un preanuncio de la que leseguirá al general, ya que mientras, sin darse abasto para sacar del agua a otrosnáufragos, pierde a su familia:

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De repente cayó sobre aquella pared un nudo de troncos que el río arrastraba fu-riosamente. La pared se vino abajo y el río, sin remedio, se llevó a la Aplastada.Ceferino se sentó a llorar en la orilla. No quisieron ya volverlo a la prisión. Laruina de su familia y su ciudad fue seguida muy de cerca por la ruina de su gene-ral Reyes (562).

Todos estos personajes, de una o de otra manera, templan el espíritu de Al-fonso Reyes, en su infancia, y le trasmiten valores, aficiones y gustos, percibi-dos en la forma como los trata en los diversos relatos de sus libros de memorias.Un ejemplo, tan sólo, donde como botón de muestra se recoge una exacta tipo-logía de la gente del norte, se encuentra en «Donde indalecio aparece y desapa-rece»,16 relato que ofrece a Alfonso Reyes la oportunidad para hablar de lasparticularidades lingüísticas de este personaje. Indalecio comparte con el caboMaximino Mata Cabello una habla especial, al grado de ser calificado como«Indalecio el ceceante». Al primero Alfonso Reyes no cesaba de corregirlo,aunque con pocos resultados, mientras subían la cuesta camino al Mirador; alsegundo lo observa y registra como un testimonio valioso tanto del gusto de lagente del pueblo, tan dada a componer y cantar sus propias coplas, que en «co-rridos populares» se trasmitían «En las ferias», al lloro sobraso de las guitarras»(186), como porque en él se representan las características del grupo humanoque rodea el núcleo familiar de su niñez:

Eran hombres «sentidos como el venado», que oían venir al enemigo pegandola oreja al suelo; ligeros para huir y atacar; que andaban jugando con la muerte.Cuando descansaban, se les salían los versos de la boca, y componían cancionesen que el amor va revoloteando entre las balas. Tenían suavidad de maneras, me-sura con las mujeres, comedimiento en el hablar y hasta don de lágrimas (187).

Para mejor ilustrar este punto, Alfonso Reyes alude a la dedicatoria que en-contró en un libro, Historia de Genoveva de Bravante, que Indalecio le regaló asu padre en que le dice: «Lea este libro mi señor general, para que vuelva a llo-rar un poco...», (187). Otro detalle importante que se consigna en este relato serelaciona con las apreciaciones que las gentes del pueblo le llegaron a comuni-car al escritor, aprovechando él para explicar las razones del tratamiento que lesda en sus escritos: «-Fue tu padre quien nos hizo gente- solían decirme. Y yoquisiera tener fuerzas para darles ahora la inmortalidad que se merecen» (186).

Respecto a la «mesura con las mujeres», rompiendo con el estereotipo delbronco e insensible hombre de las regiones del norte de México, que aun en suimagen física magnifican la del «macho mexicano», Alfonso Reyes al empren-der un recuento de los gustos, aficiones y recomendaciones de su padre, registra

16 Cuento-ensayo, según José Luis Martínez, que fue escrito en 1932, durante la estancia de Alfonsoen Brasil. Fue recogido en Alfonso Reyes, Quince presencias, Obregón, México, 1955, 191págs. Indalecio, el personaje principal, «sólo es el pretexto para esta exaltación de los viejosnorteños.» En Alfonso Reyes, Obras Completas, t. XXIII, Ficciones, México: F.C.E., 1989, seencuentra entre las págs. 183-188. Las citas han sido tomadas de esta obra, se indica la páginaal final de las mismas.

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un dato significativo. Al igual que el atributo dado por algún memorialista alpoeta francés Theodore de Banville, dice «que para él toda mujer era una reina»(573). De manera complementaria se le presenta, además, ocupándose perso-nalmente del ciudado de sus caballos. Entre el rescate de la memoria y los bue-nos deseos de lo que pudo haber sucedido en el conflicto de Bernardo Reyescon el grupo de «los científicos», Alfonso Reyes, recordando sus tareas matuti-nas, señala:

Mi padre inspeccionaba también su docena de caballos, y cuando más tarde erasecretario de Guerra en México, se los traían muy de mañana -antes de que élfuera a nadar a las albercas Pañi u Ossorio- frente a nuestra casa de la Reforma.Más de una vez, mientras daba azúcar a sus caballos, se encontraba -casualmen-te - con D. Joaquín Casasús, que andaba dando un paseo matinal y ambos hacíanun aparte, del que pudo haber resultado la concordia entre los «científicos» y elgeneral (572).

Igual consideración que contribuye a conformar una idea equilibrada del ge-neral, hombre formado en la lucha directa al calor de las balas y de donde preci-samente le viene el amor, ciudado o respeto que debía tenerse por esos compa-ñeros inseparables del militar: el caballo y el arma, Alfonso Reyes mismorecuerda el consejo que de él recibió cuando le obsequió la primera pistola:«cuando mi padre me obsequió mi primera pistola, como precaución en no sequé viaje a la vista, me aconsejó:

-La pistola sólo se saca para dispararla, nunca para amenazar, porque ereshombre muerto» (572).

y las espectativas que tenía para hacer de él un buen jinete:Como Rodolfo era demasiado afecto a las fantasías ecuestres, cuando iba de va-

caciones mi padre se inquietaba un poco, temiendo que fuera a viciar sus caba-llos. Y al contrario, tenía cierta confianza en que mi moderación acabaría por ha-cer de mi un buen jinete (572).

Aunque once años mayor, Rodolfo aparece en el mundo de las diversionesinfantiles de Alfonso Reyes como una referencia obligada. La rivalidad se pre-sentará mucho después al grado de que con cierto enfado y disgusto en su Dia-rio se quejará de que ha sido objeto de plagio por parte de su hermano.17 Sinembargo, es él quien alimenta su imaginación con la imaginería que circunda ellugar donde se guardan las armas: «Rodolfo me llevaba a husmear desde afueradel depósito de armas, que sólo mucho tiempo después se me permitió ver, y meexplicaba que mi padre tenía ahí encerrado a Caifas, hecho prisionero en alguna

Vid. Cuaderno n.° 11, págs. 97 y 121, del 5 de junio y 29 de noviembre de 1951. El conflicto ydiferencias entre ambos hermanos podría ser objeto de un trabajo más amplio. Algunos aspec-tos han sido recogidos en Javier Garciadiego, Política y Literatura. Las vidas paralelas de losjóvenes Rodolfo y Alfonso Reyes, México: Centro de Estudios de Historia de México, CON-DUMEX, 1990.

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de sus campañas» (575). Y en este mundo de juegos infantiles: cacerías noctur-nas de gatos; de husmear en pajares, desvanes o tapancos y cuarto de «tiliches»;de diversiones graciosas con zumbadores mayates, divertidos maqueches, hor-miguitas mantequeras y ágiles y saltarines chapulines, es el padre, incluso, quiencontribuye en esa destructiva acción:

Capturar un chapulín con los dedos era una hazaña. Y la hazaña se volviócrueldad cuando descubrí que el chapulín saltaba gracias a las patas traseras enforma de áspera sierrita, con que también solía defenderse.

Estas patas -las navajas, como yo las llamaba- tentaron mi instinto de coleccio-nista, y poco a poco fui llenando con ellas unos estuchitos dorados que mi padreme daba y que antes habían servido para no sé que cápsulas o pildoras (576-77).

En conclusión, Albores, este primer adelanto de la heredad de la familia he-cha memoria en nobles páginas del recuerdo de la infancia de Alfonso Reyes,termina con un hermoso relato de fundación y destrucción de ciudades, que hannacido por el prodigio del agua de un río, como las del mítico Nilo, pero quetambién han desaparecido por los efectos destructores de las inundaciones. Co-mo la que estuvo a punto de acabar con su ciudad natal, en 1909. Hoy Monte-rrey es una de las industriosas y más importantes ciudades del norte de México.Desde 1996 es una ciudad cuatro veces centenaria, sin embargo, la inundacióndel fatídico verano, en agosto de 1909, le sirve a Alfonso Reyes de motivo parafundir la tragedia de la ciudad con la de su propia familia: ascenso y caída de unsol fundacional, su padre, que en el ocaso de su carrera política parte a su exilioobligado dejando tras de sí una ciudad destruida y una familia dispersa. AlfonsoReyes cierra su Crónica de Monterrey, que no es sino la crónica de su propia in-fancia, con la imponente presencia de los signos funestos de la naturaleza, que,vorágine y apocalipsis, trae consigo la disolución y el desmoronamiento de supropia familia.18 Su testimonio, a la distancia de medio siglo, muestra una heridaque aún seguía sangrando:

Yo estaba en México cuando sobrevino la de fines de agosto, en 1909. Volvíalgo después a Monterrey, para despedirme de mis padres que salían rumbo a Eu-ropa. Vi las huellas de la catástrofe en la huerta. Los árboles que crecieron con-migo, desaparecidos, y el enorme manto de arena centellando sobre las tierrasarrasadas. El río se había tragado la mitad de mi casa (581).

18 En Albores: segundo libro de recuerdos («Crónica de Monterrey I»), «El Cerro de la Silla», Mé-xico, 1960, escrito al final de su vida y publicado como obra postuma, Alfonso Reyes única-mente alcanzó a ofrecer la crónica más directamente relacionada con su infancia y su primerajuventud, pero su proyecto, viejo proyecto, tenía un alcance más amplio. Ya en nota que apare-ce en su Diario, el 16 de abril de 1929, dice: «De repente tuve grata sorpresa recibir libro de mihermano Rodolfo, desde Madrid: De mi vida (Memorias Políticas) que llega hasta muerte mipadre y forma tomo I. Esto harále bien moralmente por ser principio de su catarsis, e histórica-mente, sin duda. Como el tomo más bien está dedicado a mi padre y su política, déjame abiertoy limpio el campo para mi Crónica de Monterrey en que daré silueta humana a mi padre». Vid.Alfonso Reyes, Diario 1911-1930, prólogo de Alicia Reyes, nota de Alfonso Reyes Mota, Mé-xico: Universidad de Guanajuato, 1969, pág. 227.