a.kenny, emoción.pdf

10
re, tanto por mismo como considerado como un medio para con- seguir otra cosa. Desde luego, si una acción ha de ser de alguna forma voluntaria, entonces debe hacerse porque el agente quiera en algún sentido hacerla. Pero puede ser voluntari a sin ser (directa- mente) intencional si no es querida ni por sí misma ni como medio para alguna finalidad adicional. El sentido de en el que to- das las acciones voluntarias son queridas es el sentido mínimo elu- cidado más arriba: decir que un agente quiere hacer X, en este sen- t ido mínimo, es meramente decir que hace X conscientemente aunque sabe que podría abstenerse de hacerlo con lo abandonar uno de sus propósitos o uno de los medios escogidos. La melaK ,..;a de la mente 86 Capítulo 4 La emoción En el capítulo anterior se trazó una distinción entre intelecto y volun- tad que se corresponde con la distinción entre dos usos diferentes del lenguaje: el descriptivo y el prescriptivo. Hablando muy general- mente, el intelecto es la locali zación de la creencia, el estado mental correspondiente a l as proferencias descri ptivas; la voluntad es la lo- calización de la volición, el estado mental correspondien te a las pro- ferenci as prescriptivas. Esta amplia distinción se refinará en un capí- tulo posterior. Pero ya desde el principio debe señalarse que hay un tercer uso del lenguaje que no es menos importante que los usos descriptivo y prescri ptivo; se trata del uso expresi vo. El uso expresivo del lenguaje puede, desde luego, ser el más primi- tivo y básico, aquél sobre el que los demás se construyen. La expre- sión prelingüística de las necesidades del niño, de sus apetencias y emociones, es el tronco primiti vo en el que los padres injertan el exó- tico crecimiento del lenguaje que se u sa en la comuni dad para des- cribir y prescribir. El u so expresi vo del lenguaje se asemeja a los usos descriptivo y pres- criptivo. Las or aciones descri ptiv as se juzgan verdaderas o falsas se- gún las relaciones con la real idad que tratan de describir. Las orado- ¡;

Upload: garikoitz-jimenez

Post on 11-Jul-2016

13 views

Category:

Documents


0 download

DESCRIPTION

BIOÉTICA

TRANSCRIPT

Page 1: A.Kenny, Emoción.pdf

re, tanto por sí mismo como considerado como un medio para con­

seguir otra cosa. Desde luego, si una acción ha de ser de alguna

forma voluntaria, entonces debe hacerse porque el agente quiera en

algún sentido hacerla. Pero puede ser voluntaria sin ser (directa­

mente) intencional si no es querida ni por sí misma ni como medio

para alguna finalidad adicional. El sentido de «quere~ en el que to­

das las acciones voluntarias son queridas es el sentido mínimo elu­

cidado más arriba: decir que un agente quiere hacer X, en este sen­

tido mínimo, es meramente decir que hace X conscientemente

aunque sabe que podría abstenerse de hacerlo con sólo abandonar

uno de sus propósitos o uno de los medios escogidos.

La melaK,..;a de la mente

86

Capítulo 4 La emoción

En el capítulo anterior se trazó una distinción entre intelecto y volun­

tad que se corresponde con la distinción entre dos usos diferentes

del lenguaje: el descriptivo y el prescriptivo. Hablando muy general­

mente, el intelecto es la localización de la creencia, el estado mental

correspondiente a las proferencias descriptivas; la voluntad es la lo­

calización de la volición, el estado mental correspondiente a las pro­

ferencias prescriptivas. Esta amplia distinción se refinará en un capí­

tulo posterior. Pero ya desde el principio debe señalarse que hay un

tercer uso del lenguaje que no es menos importante que los usos

descriptivo y prescriptivo; se trata del uso expresivo.

El uso expresivo del lenguaje puede, desde luego, ser el más primi­

tivo y básico, aquél sobre el que los demás se construyen. La expre­

sión prelingüística de las necesidades del niño, de sus apetencias y

emociones, es el tronco primitivo en el que los padres injertan el exó­

tico crecimiento del lenguaje que se usa en la comunidad para des­cribir y prescribir.

El uso expresivo del lenguaje se asemeja a los usos descriptivo y pres­

criptivo. Las oraciones descriptivas se juzgan verdaderas o falsas se­

gún las relaciones con la realidad que tratan de describir. Las orado-

¡;

Page 2: A.Kenny, Emoción.pdf

1: ¡

nes prescriptivas se juzgan buenas o malas según el valor, o la falta de

valor, del estado de cosas que tratan de producir. Las preferencias

expresivas pueden evaluarse en ambas dimensiones. En la dimensión

de la verdad, pueden medirse según la escala que va de la autenti­

cidad a la hipocresía, sobre la base de la presencia o ausencia en el

sujeto del sentimiento que tratan de expresar. En la dimensión de la

bondad, pueden medirse según la escala que va de lo apropiado a lo

inapropiado en relación a las circunstancias en las que tienen lugar.

Desde un punto de vista, las expresiones de emoción pueden parecer

más complejas que las expresiones de creencia o volición; desde otro,

pueden parecer más simples. Las emociones parecen más complejas

que las creencias y las voliciones en que parecen combinar creencia

y volición. Esto puede ilustrarse fácilmente con el caso de la esperan­

za y el temor: ambos entrañan una creencia en la probabilidad de un

acaecimiento futuro, y la combinan, en un caso con una actitud voliti­

va positiva hacia ese acaecimiento, y en el otro con una negativa.

Emociones mucho más complicadas pueden representarse de forma

similar como combinaciones de ciertos tipos de creencia con ciertas

clases de volición.

Sin embargo, en otro sentido, las expresiones de emoción son más

simples que las de creencia o volición. La expresión de la emoción

pertenece a :.in nivel de lenguaje más primitivo que la expresión de la

pura creencia sin mezcla de volición, o de la pura volición sin relación

con la creencia. Es mucho más fácil identificar las expresiones natu­

rales de emoción que las de creencia o volición puras. Por esa razón,

las emociones proporcionan terreno apropiado para un estrecho es­

tudio de la relación entre los rasgos lingüísticos y los prelingüísticos

de nuestra vida psicológica. La mayoría de las emociones humanas

están mezcladas con pensamientos, a menudo de un alto carácter

intelectual; sin embargo es en el reino del sentimiento y la emoción

donde podemos ver más claramente la continuidad entre el niño y el

adulto, el parentesco entre lo humano y lo animal.

Las emociones como el miedo, la ira, el pesar y la vergüenza poseen

dos rasgos importantes. Tienen manifestaciones corporales caracte­

rísticas y también objetos característicos. El miedo, por ejemplo, se

La rnela'>soea de lamente

88

1 • f f"JnOO()O

89

manifiesta corporalmente en cosas como el temblor y la huida. El ob­

jeto del miedo es aquello que tememos. Si estoy asustado, debería

poder decir qué es lo que temo; no existe el requisito similar de que

si estoy hambriento deba haber alguna cosa concreta de la que ten­

ga hambre. Lo mismo sucede con otras emociones: cuando nos

apesadumbramos debe haber algo que nos apesadumbre; cuando

sentimos vergüenza debe ser de algo; cuando estamos furiosos de­

be ser con alguien por algo.

Aquí, como en otros lugares, una comprensión filosófica justa de las

emociones debe luchar contra un error cartesiano que se le opone.

Según la imagen cartesiana, una emoción es un acaecimiento pura­

mente mental que es el objeto de una conciencia espiritual inmedia­

ta e infalible. La emoción está relacionada de forma meramente

contingente con su manifestación en la conducta: según Descartes

uno podría tener certeza de su vida emocional incluso si dudase de

si posee de alguna forma un cuerpo. La emoción está relacionada

de forma meramente contingente con su objeto: Descartes creía

que uno no puede equivocarse sobre la existencia de una pasión,

aunque sí puede hacerlo al asignarle una causa.

Una explicación filosófica de la vida afectiva de la mente tendría que

trazar cuidadosas distinciones entre diversas categorías: sentimien­

tos como la alegría, estados de ánimo como la depresión, emociones

como el amor, actitudes como la admiración, virtudes como el valor y

rasgos del carácter como la timidez. En la clasificación cartesiana del

mobiliario de n.uestra mente, estos elementos son todos por igual

pasiones del alma. Considerados como acaecimientos mentales pu­

ros, las pasiones y los sentimientos no difieren entre sí excepto en la

forma en que una sensación difiere de otra. Son elementos de la

conciencia similares en todo, objetos de la misma intuición infalible.

La reflexión sobre la naturaleza del lenguaje que usamos para ex­

presar las emociones muestra que éstas no pueden ser acaecimien­

tos mentales puros del tipo que Descartes estableció. Cualquier

palabra que aspire a ser el nombre de algo observable sólo por in­

trospección, y que se relacione de forma meramente causal con fe­

nómenos públicamente observables, tendría que adquirir significado

Page 3: A.Kenny, Emoción.pdf

por un acto puramente privado e inverificable. Pero si los nombres de

las emociones adquieren significado para nosotros mediante una ce­

remonia de la que los demás están excluidos, entonces nadie puede

tener idea alguna de lo que otra persona quiere decir con la palabra.

Ni puede nadie saber lo que significa para sí mismo; pues conocer el

significado de una palabra es saber cómo usarla correctamente, y donde no puede comprobarse cómo usa alguien una palabra no ca­

be hablar de uso «correcto» o «incorrecto».

Algunas personas han pensado que las palabras para las sensacio­

nes, como «dolor», están por acaecimientos mentales privados. Esto

es erróneo en el caso de las sensaciones, y doblemente erróneo en

el caso de las emociones. Las emociones, como el dolor, tienen ob­

jetos: estamos asustados de cosas, furiosos con personas, avergon­

zados de haber hecho esto o aquello.

Este rasgo de las emociones, que a veces se llama su «intencionali­

dad>>, se comprende mal si se piensa que la relación entre una pasión

y su objeto es la relación contingente de causa y efecto. A muchas

personas les atrae la idea de que el significado del término •dolor» se

aprende escogiendo un rasgo recurrente de la experiencia y asocián­

dolo con el sonido de la palabra. Es mucho menos plausible sugerir

que el significado de «miedo» se aprende así cuando reflexionamos

sobre lo diferentes que pueden ser los miedos a objetos distintos.

Uno no puede plausiblemente señalar un rasgo de la experiencia, re­

conocible por introspección sin referencia a un contexto, que tengan

en común el miedo al hambre y el miedo a las cucarachas, el miedo

a morderse la lengua y el miedo al taladro del dentista, el miedo a la

sobrepoblación y el miedo a ir demasiado elegante, el miedo a ser to­

mado por un advenedizo y el miedo a coger el sida.

La imagen cartesiana de las emociones ha sido hasta tal punto par-

La melafisa de la mMle

te del entorno del pensamiento occidental que conserva su arraigo 90

incluso entre aquellos que explícitamente la rechazan, mientras que

quienes no han estudiado filosofía la ven como la concepción natu-

ral y de sentido común. Muchas personas se inclinan a creer que las

sensaciones y las emociones son cosas que sentimos dentro de no­

sotros mediante alguna facultad perceptiva interna. Esta creencia se

l . 1 emoci6n

91

presenta como más natural a través de un rasgo contundente del

lenguaje ordinario.

Usamos el verbo «sentir» al dar cuenta tanto de estados emocionales

como de percepciones. Sentimos rabia y sentimos los bultos del col­

chón; sentimos las punzadas de la culpa y sentimos pinchazos en los

antebrazos. Esto hace natural pensar que la rabia y la culpa son co­

sas que perciben quienes las experimentan, del mismo modo que los

bultos del colchón y los pinchazos en los antebrazos los perciben

quienes los sufren. Pero es un completo error creer que las emocio­

nes son algo que «sentimos», en el sentido de ser percibidas me­

diante algún sentido interno.

La asimilación de las emociones a las percepciones no está desde

luego basada sólo en la semejanza gramatical entre «Siento furia• y

«Siento la forma de las monedas en el bolsillo•. Existen analogías su­

ficientemente al1ténticas entre los sentimientos de emoción y los ob­

jetos de los sentidos. Ambos tienen tipos similares de duración: un

sentimiento de furia, como un sonido, puede durar más o menos

tiempo. Los celos pueden ser una punzada que viene y va repenti­

namente, como un destello de luz en la oscuridad, o pueden durar

todo el día como un regusto amargo. Las emociones, como los ob­

jetos de los sentidos, pueden variar en intensidad; el pesar, como

una explosión en la habitación de al lado, puede ser débil o insopor­

table, puede afectarnos más o menos. Existen enlaces mutuos en­

tre diferentes clases de emoción, como existen redes de relaciones

entre diferentes objetos del mismo sentido: puede existir una emo­

ción que esté a mitad de camino entre el miedo y la curiosidad, co­

mo puede haber un color que esté a mitad de camino entre el rojo y

el azul. La duración, la intensidad y la mezcla son propiedades com­

partidas por todos los tipos de sentimientos, bien sean percepcio­

nes, sensaciones o emociones.

Pero las diferencias entre emoción y percepción son más significativas

que las semejanzas. Las emociones, a diferencia de las percepciones,

no nos dan información sobre el mundo externo. Podemos decir «Sé

que había un policía allí porque vi un destello de azul», pero no «Sé que

había un policía allí porque sentí una oleada de odio». Puedo descubrir

Page 4: A.Kenny, Emoción.pdf

., ,¡

· ' 1 . '

que alguien se está muriendo al percibir un cambio súbito en el ritmo

de su respiración, pero no aJ sentir un súbito brote de pesar.

Aunque este rasgo distingue las emociones de las percepciones, no

marca una diferencia entre emoción y sensación. Las sensaciones

no nos dan más información sobre el mundo externo que las emocio­

nes. Sin embargo, pueden damos información sobre nuestros cuerpos,

mientras que las emociones, por sí mismas, no pueden ni siquiera ha­

cer eso. Puedo saber que me he cortado al sentir dolor, pero no al

tener una sensación de ridículo, aunque el cortarme puede dar lugar a

ambos sentimientos. Desde luego, en un momento de profunda pena

puedo notar que estoy llorando, pero son las lágrimas las que me dicen

algo sobre la pena, no la pena lo que me dice algo sobre las lágrimas.

Las emociones pueden, por supuesto, enseñarnos indirectamente

hechos sobre nuestro estado mental. Una punzada de celos puede

ser la primera indicación clara de que estoy enamorado, y puede que

me percate de haber bebido demasiado al encontrar graciosísimo un chiste infantil.

Una diferencia adicional entre emoción y percepción es que no hay

órganos de la emoción como los hay de la percepción. Vemos con

los ojos, olemos con la nariz, oímos con los oídos; no hay partes del

cuerpo con las que tengamos esperanza o sintamos celos o entu­

siasmo. Con seguridad existen sensaciones que son características

de las diferentes emociones , y esas sensaciones están frecuente­

mente localizadas: el nudo en la garganta, la agitación en el estóma­

go, los pies deshechos. Decir que una sensación está localizada en

una parte concreta del cuerpo no es decir que esa parte del cuerpo

sea el órgano de la sensación en cuestión. No vemos los colores en

los ojos o percibimos los olores en la nariz, ni tampoco oímos en los

oídos los sonidos auténticos. En general, sentir algo en una parte

La metafísica de lamente

del cuerpo no es en absoluto lo mismo que sentir algo con una par- 92

te del cuerpo. Es más bien al contrario: lo que se siente con un ór-

gano no es nunca una sensación en el cuerpo en lo más mínimo.

Un órgano de un sentido parece ser una parte del cuerpo que puede

moverse a voluntad de formas características que afectan al funciona­

miento del sentido, igual que movemos los ojos con objeto de mirar en

• ,. 1111.i<:ión

·13

.i

distintas direcciones. En este sentido de «Órgano» no hay órganos de

Ja emoción. No existe ninguna parte del cuerpo que podamos ajustar

con objeto de temer mejor, como hacemos cuando entornamos los

ojos para ver mejor. No tenemos que adoptar la mejor posición para

sentir remordimiento, como hacemos cuando buscamos la mejor po­

sición para escuchar un cuarteto. Ninguna parte del cuerpo necesita

entrenamiento ni preparación para aborrecer a los gatos, como hace­

mos cuando educamos y preparamos el paladar para la cata de vinos.

Las emociones, al carecer de órganos, se distinguen de las percep­

ciones del color, el sabor, el olor, el calor, la aspereza, la suavidad,

y todo lo demás que podamos sentir con una parte específica del

cuerpo. Pero no se distinguen así de las sensaciones internas de do­

lor, de cosquilleo o del pulso. Aunque sienta dolor en una muela, no lo

siento con la muela ni con ninguna otra cosa; puedo sentir el latido

del corazón, pero ni el corazón ni ninguna otra parte del cuerpo son

órganos de ese sentir. El estómago es el foco del hambre y el órga­

no de la digestión, pero no es el órgano del hambre.

No obstante, las emociones difieren de las sensaciones. Las emo­

ciones no están localizadas, como lo están el dolor, el hambre o la

sed. Si tengo una sensación dolorosa en el pulgar, entonces siento

dolor en el pulgar; pero si tengo una sensación de acobardamiento

en el estómago, eso no significa que sienta miedo en el estómago.

Es imposible imaginar el hambre en la garganta o la sed en el pie; las

emociones no están conectadas de ese modo con partes del cuerpo.

Por supuesto, localizamos las emociones, pero en los rasgos de los

demás, no en nuestros propios cuerpos. No decimos «Siento terror

en el diafragma» o «Siento vergüenza en las mejillas», sino «Vi el ho­

rror en sus ojos» y «Se podía ver el deleite escrito en su cara».

De alguna forma las sensaciones corporales están a medio camino en­

tre las percepciones y las emociones. Todos los sentimientos tienen du­

ración, pero las percepciones y las sensaciones se hallan mucho más

estrechamente ligadas que las emociones al tiempo con que se mide el

movimiento local. Podemos oír un ruido fuerte sólo durante un segun­

do, o sentir un fuerte dolor sólo durante un momento, sin que importe

lo que suceda antes o después; pero no podemos sentir amor ardiente

Page 5: A.Kenny, Emoción.pdf

·~· ..

del mismo modo, o un profundo pesar, justo por un período de un se­

gundo, sin importar lo que pase antes o después de ese segundo.

Las sensaciones corporales se ?Semejan a las emociones y difieren

de las percepciones en que se hallan ligadas a formas característi-

cas de expresión. El hambre está ligada a la conducta de buscar co­

mida y la sed a la de buscar bebida; no existen, similarmente, formas

específicas de conducta del ver y el oír -a menos que interpretemos

el mirar y el escuchar como formas de conducta-. Podemos, desde

luego, detectar la diferencia entre ciegos y personas que ven, y en-

tre sordos y personas que oyen, observando las diferencias en su

comportamiento; pero lo hacemos así, no tanto percibiendo un pa-

trón particular de conducta del que carecen, como percibiendo una

ineficacia específica en su comportamiento de forma general. Al

estar así ligadas a formas específicas de conducta, las sensaciones

están más cercanas a las emociones que a las percepciones.

Sin embargo, hay que señalar distinciones dentro de la clase de las

emociones. Algunas emociones, como el miedo y la furia, se mues­

tran tanto a través de síntomas corporales como de un comporta­

miento fácilmente reconocible. No parece haber un síndrome corpo­

ral de esperanza similar al del miedo, y la pena se muestra de formas

mucho más variadas que la furia. Algunas emociones -podríamos lla­

marlas pasiones- parecen estar bastante cercanas, a este respecto,

a las sensaciones; otras parecen asemejarse más bien a pensamien­

tos en su capacidad para expresarse de manera muy polimorfa.

La diferencia más importante entre sensaciones y emociones es que

las segundas, a diferencia de las primeras, se dirigen a objetos. Es

posible estar hambriento sin estarlo de nada en particular, pero no lo

es estar avergonzado sin estarlo de algo en concreto. Es posible sen­

tir dolor sin saber qué es lo que nos está haciendo daño, pero no es

La metafisa de ta mente

posible estar encantado sin saber de qué. No es, en general, posible 94

adscribir una conducta concreta, o una sensación, a un estado emo­

cional particular sin adscribir, al mismo tiempo, un objeto a la emoción.

Si alguien me adelanta corriendo no puedo decir nada sobre sus

emociones a menos que sepa si está huyendo de A o corriendo ha-

cia B. Ninguna agitación en el corazón o jadeo en el pecho podrían

1 '•-moción

95

decirme que estoy enamorado sin decirme también de quién. Si es­

toy sencillamente enamorado del estar enamorado, se pone en cues­

tión el que esté realmente enamorado.

Si decimos que las emociones tienen objetos, debemos hacer una

distinción entre emociones y estados de ánimo. Las emociones son

cosas como la furia, el miedo y la gratitud. Quizás en ciertos contex­

tos podamos hablar con sentido de furia indirecta, de miedo sin ob­

jeto, y de un vago y difuso sentimiento de gratitud. Pero tales ins­

tancias pueden acomodarse sólo en el marco de los casos en que

esas emociones tienen un objeto. Si alguien tiene un sentimiento

que nunca tuvo objeto y fue siempre inmotivado, entonces no habrá

razón para llamarlo «furia», «miedo» o «gratitud».

Sin embargo, hay estados de ánimo, como el buen humor o el abati­

miento, que no están ligados de manera similar a objetos. Los esta­

dos de ánimo se asemejan a las emociones en que involucran senti­

mientos -uno puede sentirse contento o abatido igual que puede

sentirse furioso o agradecido-, pero difieren de ellas de varias formas.

Aunque el abatimiento puede tener un objeto (puedo estar deprimido

porque no he escrito todo lo que tenía previsto), puede también con­

sistir simplemente en un sentimiento generalizado que, en el mejor de

los casos, se asocie a objetos completamente inadecuados, como

una llovizna fuera de tiempo o la necesidad de llevar el gato al veteri­

nario. Los estados de ánimo no sólo están más vagamente ligados a

los objetos que las emociones, sino que también carecen de las ex­

presiones conductuales específicas que tienen algunas emociones. El

buen humor o el abatimiento pueden aflorar más bien en el tono ge­

neral de nuestra conducta que en la forma sustancial que adopte.

Los estados de ánimo y las emociones, como otros estados psicoló­

gicos, pueden manifestarse o guardarse para sí. Al negar que sean

esencialmente privados no estamos negando la posibilidad de man­

tenerlos secretos . Negamos más bien la posibilidad de que pudiera

haber un pueblo que tuviera todas las emociones que nosotros tene­

mos, pero que nunca las manifestara públicamente mediante la pa­

labra o la acción. Sólo los seres que pueden manifestar una emoción

particular son capaces de sentirla. En particular, aquellas emociones

Page 6: A.Kenny, Emoción.pdf

~11

"' ·•1

IJ.

que pueden manifesfarse sólo mediante el uso del lenguaje (p. ej., el

remordimiento por un delito cometido mucho tiempo atrás, o el mie­

do al futuro lejano) pueden experimentarse sólo por seres que sean

usuarios de un lenguaje.

'>'. .,.,. ,: ' . '!

\

' . "

f

Podríamos usar ese hecho para trazar una distinción entre dos cla­

ses principales de emoción .

A la primera ciase pt!rltmecen aquellas que·son expresables de for­

ma no lingüística. ~stas son las que de forma más natural pueden lla­

marse pasiones -las que se relacionan con estados corporales como

La melafísica ·' de la mente \

11 l 1'.f':

el hambre, la sed, la lascivia o el sueño-. Las pasiones que son ex­

presables de forma no lingüística p~eden , desde luego, expresarse

también lingüísticamente. Ya he defendido que existe un uso expre-si·10 básico del lenguaje sobre el que se construyen la descrip:ión y

la prescripción.

A la segunda clase de emociones pertenecen aquellas que son expre­

sables sólo lingüísticamente. Hay emociones que pueden expresarse

sólo mediante el lenguaje, igual que hay pensamientos ·que pueden

expresarse sólo mediante el lenguaje: A esta clase pertenecen, entre

otras cosas, los sentimientos religiosos como el temor reverencial, la

culpa, la fe y la veneración. Podríamos, por supuesto, usar el término

«sentires» para nombrar estos sentimientos, de manera que el género

de la emoción se divjdiera en dos especies: las pasiones y los sentires.

¿Es correcto decir que los sentires pueden expresarse sólo mediante

el lenguaje? ¿No pueden tales emociones expresarse también en lri

acción? Desde luego pueden motivar la acción, pero existe una dife­

rencia entre la conducta que expresa la emoción y la acción.que resul-

ta motivada por ella. Tomar precauciones contra el peligro es uná ac-

ción motivada por el miedo, pero no expresa miedo del modo en que el

temblor y el encogimiento lo hacen. En los casos en que las acciones

humanas están motivadas por sentires (p. ej. , el amor romántico o el 96

patriotismo), el lenguaje es todavía una parte necesaría del trasfondo

contra el que tales emociones se distinguen de otras que podrían mo-

tivar conduelas similares (p. ej., la lascivia o la bravuconerfa).

He dicho que uno puede experimentar una emoción sólo si puede

manifestarla, y en particular que aquellas emociones que pueden ma-

<)'/

' ;i"".i' . , ...

nifcstarse sólo mediante el lenguaje pueden experimentarse sólo por

usuarics de un ienguaje. Pero aunque uno pueda e9erimentar t!na

emoción sólo si puede manifestada, no se sigue que uno experime;:­

te una emoción sólo si la manifiesta. Hay, desde luego, algunas <:>;r~­ciones para las que vaie la tesis más foerte: una persona no puede

tener un acceso de rabia intensa, o e~~ extremo dc!oí, s: su semblan­

te es1á sereno y habla sosegadar::.::i'He de temas ir;¡.; 'erentes.

Uno de los criterios de inte11sidd par 1 tales emociones es que no

serían susceptibles de ocul<arse, como sucede :~uando hablamos de

dominar la furia e de scbreponernos al pesar. Por otro lado, es clara­

mente posible estar asustado de ,,'.;_;o, o enamorado de alguien, sin

decírselo a nadie. ¿Es también posible exp3rimeni.ar tales emociones

sin dela.tarlas de r.ir:(¡.,;ria fo;,,1a?

Parc:c ha::;-~: .. ..;t:: una di ~0;e11cia entre !as emociones y otros e:;tados

n-;e,·áales. corno las creencias. Es sin duda claramente posible tener

una crcenci~ e irse a la ·iumba sin contársela a nadie. y sin hacer nada

aCC'íCG! de elte:. Constantemente estamos percibiendo hechos raros y

recogienc!o restos de información (p. ej., que hay una mosca subiendo

por el c:isial de la ventana, o que la persona de IF.! mesa de al lado en el

~-.;,-,;ai .. rante lleva una falda granate) que son demasiado triviales para

afectar nuestra conducta o pai-a que :·11crezca la pena comun¡car!os.

Pero los deseos y :as emociones de un agente parecen estar más

es:treéhamente ligacios,a !a acción que a las creencias, incluso si la for­ma particuiar de acción a que conducen depende parcialmente de las

creencias conccrnitarites del agente. La pos;bilidad de una creencia

completa.mente inexp;esada, por ténto, no muestra por si rnisma la

posibilidad de una emoción completamente inexpresada.

Debemos regresar a ia distinción entre emoción como motivo y

emoción como sentimíenio. Para que una emoción funcione corno

motivo, la persona que la tiene debe hacer algo, de lo contrario no

habrá nada que esa emoc:ón-motivo explique. Si John está m1:!!1'10 -

rado de Mary, entonces debe conducir su vida de modo distrr;to ai de

un hornbre que no es1é enamorado de M::iry. Pero no p:.ire.ce !1aber

razón para pensar qua !o que se hace en tales : asos debe ser siem­

pre públice:; quizás el (mico resultado del arnorde un hombre por una

Page 7: A.Kenny, Emoción.pdf

·11111

"" ..

mujer sea que piense mucho en ella. En tal caso, sin duda alguna,

querremos alguna explicación de por qué su amor no va más allá;

pero tales explicaciones quedan frecuentemente pendientes -quizá

Mary está ya felizmente casada.

En algunos casos, la manifestación de una emoción es el resultado

de una decisión; en otros, es la no manifestl'lción de la emoción lo

que resulta de la decisión, y quizá del esfuerzo. Así, puede, que ten­

gamos que esforzarnos, tras una larga preparación, en llegar al difícil

momento de revelar nuestro amor, o de confesar nuestra vergüenza;

por otra parte, el detener un acceso de furia, o estar siempre alerta

para prevenir que nuestro miedo se haga evidente, puede exigir un

esfuerzo constantemente renovado.

Es pues posible mantener para sí los sentimientos emotivos, y en

ese sentido puede decirse que son privados. Pero del hecho de que

algunas emociones sean acaecimientos privados no se sigue que to­

das puedan serlo, así como del hecho de que algunos hombres son

más altos que la media no se sigue que pueda darse el caso de que

todos lo sean.

La razón de que no sea posible que todas las emociones deban ser

emociones ocultas es que, si lo fueran, el significado de los términos

emotivos no podría aprenderse nunca. La descripción empirista era

que uno aprende el nombre de una emoción particular al observar, en

la experiencia propia, la aparición de una muestra de tal emoción.

Según esta concepción, como ya se señaló, uno no sabría nunca

que la experiencia a la que se refiere con el nombre de una emoción

particular era la misma que aquella a ia que otros se refieren con el

mismo nombre. De hecho, los nombres de las emociones se apren­

den cuando los adultos enseñan a los niños a reemplazar sus expre­

siones naturales y pnmitivas por exclamaciones y oraciones.

Un niño corre hacia su madre y ella le dice: «No te asustes», o tiem­

bla y ella le pregunta: •¿De qué tienes miedo?». Los términos emoti­

vos no se enseñan simplemente como una sustitución de la conduc­

ta emotiva, pues la conducta característica de una emoción concreta

depende, no sólo de la naturaleza de la emoción en cuestión, sino

también de su objeto. Si un niño llora, por ejemplo, sabremos si lla-

l..ametaf1s1c.1 de la menlc

98

,

• • 1110:00

marlo conducta de dolor o conducta emotiva sólo si sabemos que es­

tá llorando porque se ha golpeado la cabeza o, digamos, porque lo

han dejado solo. El lenguaje de la emoción debe, por tanto, ense­

ñarse en relación, no sólo con la conducta emotiva, sino sobre todo

en relación con los objetos de la emoción. Es en relación con objetos

temibles, sabores agradables y circunstancias molestas como el niño

aprende la expresión verbal del miedo, el placer y la furia.

Los conceptos de las emociones individuales adquieren típicamente

sus contenidos de tres fuentes diferentes: del objeto, del síntoma y

de la acción. El concepto de miedo, por ejemplo, está ligado a cir­

cunstancias temibles, a síntomas de miedo como la palidez y el tem­

blor, y a la evitación de acciones como volar. El concepto de remor­

dimiento está ligado a maldades pasadas (p. ej., haber matado a un

amigo), a síntomas como el llanto, y a la acción de paliar el daño he­

cho, como asegurar el porvenir de la familia del muerto. En el caso

típico, que es el modelo para determinar la naturaleza de una emo­

ción particular, y el escenario más fácilmente interpretable de la apa­

rición de una emoción, los tres factores están presentes: como el

caso del tigre devorador de hombres que avanza rugiendo y el inde­

fenso campesino grita y sale corriendo.

No siempre deben estar presentes los tres elementos en cada caso

de miedo auténtico. Los humanos a menudo se asustan de cosas

que en sí mismas no son temibles en absoluto; a menudo reprimen

los síntomas del miedo, y en presencia de un peligro inminente pue­

den omitir la acción de evitación, bien porque piensen que la huida

es innoble, bien porque el miedo es tan grande que se convierte en

paralizante. Pero si no hay peligro, ni el más ligero síntoma de mie­

do, ni se emprende acción alguna, entonces es difícil ver sentido en

la acción de alguien que confiesa tener miedo. Sin duda, lo mínimo

que se requiere para que un estado psicológico merezca el nombre

de «miedo» es que sea un estado en el que la expresión verbal de

miedo se fe ocurra de manera natural a alguien que haya aprendido

el uso normal de esa palabra y normalmente lo ejercite.

Pero la confesión de miedo en un contexto suficientemente anormal

puede muy bien anular la inteligibilidad de la confesión. Si alguien di-

Page 8: A.Kenny, Emoción.pdf

1

ce que se siente asustado, pero no muestra signos de miedo y no

emprende ninguna acción en particular, le entenderemos y podremos

creerle; pero no será así si, al preguntarle por qué, nos responde:

«Porque son las tres menos cinco y siempre me siento así a esta

hora•. Sea lo que sea lo que sienta, ¿por qué lo llama «miedo»? Si al-

guien usara regularmente la palabra de la forma descrita más arriba,

entonces lodo lo que podríamos decir es que no entendía su signifi­

cado; y de cualquier palabra de un idioma desconocido que se usara

así podríamos ciertamente decir que no significa miedo.

Los conceptos de las diversas emociones se emplean, no sólo en la

descripción de los sentimientos, sino también en la explicación de las

acciones. Sentimos miedo y también lo expresamos; el amor no es

· sólo un sentimiento, sino también un motivo para la acción. Es ten­

tador creer que decir que una persona actuó por cierta emoción es

decir que su acción fue precedida y causada por la aparición del co­

rrespondiente sentimiento; pero esto es incorrecto. La relación entre

sentimiento y motivo es más complicada.

Para mostrar esa relación debemos comenzar comparando motivo

con intención, un concepto con el que está claramente conectado.

Hablando de forma general, cuando una razón para la acción concier­

ne a algo previo o contemporáneo a la acción, se tra!a de un motivo;

cuando se refiere a algún estado de cosas futuro que la acción deba

producir, entonces expresa una intención. u¿ Por qué lo maió? Porque

había matado a su padre» -ahí tenemos un motivo, la venganza-. «Por

qué alababa al primer ministro? Para llegar a obispo• -ahí tef'emos

una intención-. Como muestran estos ejemplos, la distinción entre

motivo e intención es difícilmente una distinción nítida.

La'noción de intención es mucho más básica que la de mo!i•10. Pueden

escribirse largos pasajes narrativos sin referencia alguna a motivos, pe-

. '

i '

La •r.ct.11 ;. 1 1' • · "'' oo i..mc•~ 1

• 1

ro ninguna narración del comportamiento humano tendrá sentido si ca- 100 101

rece de referencias a intenciones y acciones intencionales. Es posible

actuar por un motivo sin tener concepto clguno de él; no es posible ac-

tuar por una intención sin poseer los conceptos expresados en ella.

Hemos dicho que los motivo:.-: son razones pcira la acción que miran

hacia atrás. Pero existen m!.!chns razones que ne son del lipo que vie-

ne a la mente·cuando hablamos de motivos. «Paso dentro porque ha­

ce demasiado frío aquí fuera•; «Le despidieron porque apareció borra­

cho tres días seguidos•; «Compró un traje nuevo porque el viejo le es­

taba demasiado pequeño•. Estas oraciones tienen evidentemente algo

en común con «Le maté porque mató a mi padre•. Sin embargo, no

hay ninguna palabra relativa a un motivo que surja de forma natural en

los tres primeros ejemplos, como sucede con uvenganza• en el cuarto.

Cada oración ejemplifica un patrón común de descripción y explica­

ción de la conduela humana. Primero existe un estado de cosas que

no le gusta al agente, entonces éste hace algo y finalmente tiene lu­

gar un estado de cosas diferente que le gusta más. Este patrón se

puede ilustrar con numerosos ejemplos: tengo frío, me acerco al fue­

go y me caliento; estoy sucio, me baño y me quedo limpio.

Siempre que este esquema sea adecuado, habrá lugar para tres tipos

principales de explicación de la acción. Una acción puede explicarse

por referencia al estado de cosas indeseado que la precedió; por re­

ferencia al estado de cosas deseado que era, o se esperaba que fue­

ra, su consecuencia, o mediante alg!Jna forma de explicación que

aluda a las dos anteriores. Si hemos1

de entender la acción de una

persona, entonces querremos saber en qué grado resultará (o cree

que resultará) beneficiada como consecuencia de la acción, o en qué

grado el mundo será (o cree que será) un lugar mejor. Esto puede ex­

plicarse por referencia a la maldad del estado de cosas precedente,

o a la bondad del (esperado) estado de cosas resultante. O bien la

acción puede clasificarse como perteneciente al bien conocido tipo

de las que producen alguna forma específica de_ mejora.

La distinción importante es la existente entre las razones para la acción

que miran hacia delante y las que miran hacia atrás. Las referencias a

intenciones ofrecen razones para la acción que miran hacia delante; las

referencias a motivos pueden, o bien ofrecer una razón que mira hacia

atrás, o bien mostrar que la acción cae dentro del marco de algún es­

quema. especifico de este patrón general. A qué razones de la,s que mi­

ran hacia atrás llamaremos de forma natural «motivos» dependerá de la

circunstancia, comparativamente trivial: de si tenemos o no un nombre

para el esquema específico ejemplificado. Cuando disponemos de un

Page 9: A.Kenny, Emoción.pdf

tipo común de indeseabilidad en el estado de cosas previo a la acción,

0 de un tipo común de deseabilidad en el estado de cosas posterior a

ella, asignamos nombres al patrón particular de acción y hablamos, por

ejemplo, de una acción por miedo, por celos o por ambición.

Las intenciones pueden a menudo deducirse de los motivos, Y vi­

ceversa; pues la referencia a una intención sirve para completar en

detalle parte de un patrón que la referencia a un motivo bosqueja de

forma general. La razón de que actuemos por un motivo sin poseer

un concepto de él es que nuestra acción puede corresponder a un

patrón particular sin que tengamos un nombre para él.

Sin embargo, puesto que un motivo es un tipo de razón, el agente

debe ser consciente de los rasgos particulares que hacen aplicable

el patrón relevante. No puedo actuar por venganza si no sé que la

persona que me dispongo a perjudicar me ha hecho algún daño. Si

en ciertas circunstancias podemos atribuir motivos inconscientes a

los agentes, debemos simultáneamente atribuirles conocimiento

con los rasgos relevantes, a algún nivel de conciencia o de incons­

ciencia. Si mi actitud hacia un amigo ha de explicarse como resulta­

do de celos inconscientes, debe existir algún nivel de conocimiento

en el que yo crea que él está disfrutando de algún beneficio que se­

ría más apropiado que me correspondiera a mí.

Los estados de ánimo están mucho menos ligados a los motivos que

las emociones. Si camino muy despacio hacia mi trabajo porque es­

toy deprimido, mi abatimiento puede ser la causa de mi lentitud, pe­

ro no proporciona un motivo para ella. Puesto que las causas, a dife­

rencia de los motivos, no son razones, no hay nada rechazable en la

idea de que un estado de ánimo pueda afectar a mi acción sin que yo

lo note. De forma similar, aunque cuando uno siente una emoción

debe ser consciente de su objeto, no hay razón alguna para que uno

no pueda experimentar un estado de ánimo sin ser consciente de su

causa. Una mujer puede no darse cuenta de que su depresión es el

resultado de la tensión premenstrual; puede muy bien no haber no­

tado cuántas semanas han pasado desde su última regla.

Muchos nombres de motivos son nombres de virtudes y de vicios por­

que los patrones de acción que más nos interesa identificar y nombrar

La met.t' SICl 1 delamen:e

102 !03

son aquellos por los que juzgamos la bondad o maldad de un agente.

Así, las acciones deseadas para proporcionar bienes a tipos particu­

lares de personas en circunstancias particulares pueden describirse

como realizadas por piedad, gratitud o un sentido de justicia.

Pocas acciones, si es que hay alguna, producen solamente el resul­

tado deseado por un agente. Los otros resultados causados pueden

ser estados de cosas que el agente no quiere, o que son malos para

él, o que son dañinos o desagradables para otros. Frecuentemente

habrá también nombres de motivos que aplicar a esos patrones. Un

soldado que huye por miedo puede no sólo librarse del peligro, sino

también dejar de estar en disposición de cumplir las órdenes; y así su

acción ejemplifica no sólo el patrón del miedo, sino también el de la

cobardía. Es así como los nombres de vicios se usan en la atribución

de motivos a los agentes humanos.

Actuar por cierto motivo, dijimos antes, no es actuar como conse­

cuencia de la aparición del correspondiente sentimiento. Por el con­

trario, estaría más cerca de la verdad decir que un sentimiento lo es

de cierta emoción sólo si tiene lugar en el contexto de una acción

que cumpla cierto patrón motivacional. Pero esto es una exagera­

ción: los sentimientos están ligados más directamente a los síntomas

de una emoción que a la acción motivada. (la distinción entre los dos

puede ilustrarse una vez más con el caso del miedo: el temblor es un

síntoma de miedo; el comportamiento de evitación está motivado por

el miedo.) Las acciones, para ser motivadas, deben ser voluntarias;

los síntomas no pueden producirse voluntariamente aunque puedan

detenerse de esa forma. Los síntomas de miedo, furia o pesar, cuan­

do tienen lugar no difieren mucho, sin que importe lo temido, lo que

ocasiona la furia o lo que causa el pesar. La conducta motivada por

estas emociones difiere sistemáticamente según el objeto: el com­

portamiento que tiene lugar por miedo a engordar difiere del que tie­

ne lugar por miedo a adelgazar.

Los sentimientos emotivos son las sensaciones ligadas a los sínto­

mas de una emoción; pero las sensaciones son sentimientos emo­

cionales y los cambios corporales son síntomas emocionales sólo si

tienen lugar en cierto contexto. El contexto que une las sensaciones

Page 10: A.Kenny, Emoción.pdf

.... ( ~ ..

y los cambios corporales a una emoción particular resulta é! mismo

especificado como un contexto emocional por su relación con e! pa­

tron de acción característico de la emoción en cuestión. Palidecer.

por ejemplo. es un sintoma de miedo solo si ocurre frente a un pe11-

gro al menos supuesto; y el miedo mismo es una razón de fas que

miran hacia atrás para las acciones que están motivadas por el mie­

do. La expres1on verbal del miedo. a su vez, está ligada al smtoma. a

Ja circunstancia y a la acc1on , y una vez establec:oa se co:wiene t-l'a

misma en un nuevo entono para e! sentimiento.

Al intentar ofrecer una expltcacion de como los conceptos oe las

emociones se entrelazan con otros conceptos me he concentrado

en los casos en que la expresión imguíst1ca de la emoc1on se inser­

ta en el tipo de contexto donde la emoción podria atribuirse incluso

a los no usuarios de un lenguaje. En ia terminologia introducida al

pnnc1p10, he analizado el concepto de emoción torr.anao !as pasio­

nes como pa1adigrna para la explicación. ~)ero desde luegc solo las

emociones mas sencillas de los seres humanos pueden recibir ex­

presión adecuada mediante su mera declaración como pasiones. En

los humanos, una emoc1on difiere de otra sobre todo por io$ pensa­

mientos en los que se articula. El curso del amor, por eJempic. n0

puede representarse sin una descnpció11 de ios pensamientos ae io:,

amantes Las emociones superiores que nemos llamados sentires

resultan mdividuahzadas, como los pcr:s2f'T'ientos. por !as forrr:'.'ls iir ·

güisticas que les dan expresión.

Aunque nuestro iratam1ento de las eMoc;ones se M ccncemr ado er'

las pasiones e1ementales que ios animales comparier . al men0s

pa1cialmente. con los humanos, no '12 sido por ello desproporeiona·

do. Pues el tema de los sentues r.o requiere del mismo :,10d() trat-a­

miento separado. dado que el análts•s f1iosóí1co de 105 se11nre<; se

engloba en la cuestión más gen~ral de la nalura!e1:;i tie! pe~1sarn1 er.­

to, a la que volvt>remos en los cap1tul0c; 8 v 9

' ·. ' 1

1

1

Habilidades, facultades, capacidades y disposiciones

En los análisis líevados a cabo hasta ahorn se ha usado mucho la no­

ción de habilidad: el intelecto. por ejemplo, se definió como la capaci­

dad de adquirir habilidades intelectuales. Es hora de dirigir la atención

filosófica a la noción misma de habilidad. Una habilidad puede conce­

birse como un tipo particular de posibilidad o capacidad: la naturaleza

de la habilidad puede investigarse estudiando algunos rasgos del ver­

bo castellano «poder» y de sus equivalentes en otros idiomas.

El primer filósofo que estudió sistemáticamente los distintos tipos de

posibilidad fue Aristóteles. Trazó distinciones entre diferentes clases

de potenc1onalidad y capacidad que más tarde fueron sistematizadas

por los filósofos escolásticos medievales. Las capacidades activas

(p. eJ.. la capacidad de calentar) dife1ía de las pasivas {p. ej .. la capa­

cidad de ses calentado). Las capacidades naturales (como la capaci­

dad de mojar que tiene el agua) habían de distinguirse de las raciona­

!es {como la habilidad de recetar del farmacéutico). Las capacidades

naturales requerían ciertas precondiciones para su ejercicio: el fuego

quema la madera sólo si ésta se halla lo suficientemente seca. Pero si

lales condiciones se cumplen, entonces la capacidad será infalible­

rne11te ejercitada. No ocurre lo mismo con las capacidades racionales.

h