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BIOÉTICATRANSCRIPT
re, tanto por sí mismo como considerado como un medio para con
seguir otra cosa. Desde luego, si una acción ha de ser de alguna
forma voluntaria, entonces debe hacerse porque el agente quiera en
algún sentido hacerla. Pero puede ser voluntaria sin ser (directa
mente) intencional si no es querida ni por sí misma ni como medio
para alguna finalidad adicional. El sentido de «quere~ en el que to
das las acciones voluntarias son queridas es el sentido mínimo elu
cidado más arriba: decir que un agente quiere hacer X, en este sen
tido mínimo, es meramente decir que hace X conscientemente
aunque sabe que podría abstenerse de hacerlo con sólo abandonar
uno de sus propósitos o uno de los medios escogidos.
La melaK,..;a de la mente
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Capítulo 4 La emoción
En el capítulo anterior se trazó una distinción entre intelecto y volun
tad que se corresponde con la distinción entre dos usos diferentes
del lenguaje: el descriptivo y el prescriptivo. Hablando muy general
mente, el intelecto es la localización de la creencia, el estado mental
correspondiente a las proferencias descriptivas; la voluntad es la lo
calización de la volición, el estado mental correspondiente a las pro
ferencias prescriptivas. Esta amplia distinción se refinará en un capí
tulo posterior. Pero ya desde el principio debe señalarse que hay un
tercer uso del lenguaje que no es menos importante que los usos
descriptivo y prescriptivo; se trata del uso expresivo.
El uso expresivo del lenguaje puede, desde luego, ser el más primi
tivo y básico, aquél sobre el que los demás se construyen. La expre
sión prelingüística de las necesidades del niño, de sus apetencias y
emociones, es el tronco primitivo en el que los padres injertan el exó
tico crecimiento del lenguaje que se usa en la comunidad para describir y prescribir.
El uso expresivo del lenguaje se asemeja a los usos descriptivo y pres
criptivo. Las oraciones descriptivas se juzgan verdaderas o falsas se
gún las relaciones con la realidad que tratan de describir. Las orado-
¡;
1: ¡
nes prescriptivas se juzgan buenas o malas según el valor, o la falta de
valor, del estado de cosas que tratan de producir. Las preferencias
expresivas pueden evaluarse en ambas dimensiones. En la dimensión
de la verdad, pueden medirse según la escala que va de la autenti
cidad a la hipocresía, sobre la base de la presencia o ausencia en el
sujeto del sentimiento que tratan de expresar. En la dimensión de la
bondad, pueden medirse según la escala que va de lo apropiado a lo
inapropiado en relación a las circunstancias en las que tienen lugar.
Desde un punto de vista, las expresiones de emoción pueden parecer
más complejas que las expresiones de creencia o volición; desde otro,
pueden parecer más simples. Las emociones parecen más complejas
que las creencias y las voliciones en que parecen combinar creencia
y volición. Esto puede ilustrarse fácilmente con el caso de la esperan
za y el temor: ambos entrañan una creencia en la probabilidad de un
acaecimiento futuro, y la combinan, en un caso con una actitud voliti
va positiva hacia ese acaecimiento, y en el otro con una negativa.
Emociones mucho más complicadas pueden representarse de forma
similar como combinaciones de ciertos tipos de creencia con ciertas
clases de volición.
Sin embargo, en otro sentido, las expresiones de emoción son más
simples que las de creencia o volición. La expresión de la emoción
pertenece a :.in nivel de lenguaje más primitivo que la expresión de la
pura creencia sin mezcla de volición, o de la pura volición sin relación
con la creencia. Es mucho más fácil identificar las expresiones natu
rales de emoción que las de creencia o volición puras. Por esa razón,
las emociones proporcionan terreno apropiado para un estrecho es
tudio de la relación entre los rasgos lingüísticos y los prelingüísticos
de nuestra vida psicológica. La mayoría de las emociones humanas
están mezcladas con pensamientos, a menudo de un alto carácter
intelectual; sin embargo es en el reino del sentimiento y la emoción
donde podemos ver más claramente la continuidad entre el niño y el
adulto, el parentesco entre lo humano y lo animal.
Las emociones como el miedo, la ira, el pesar y la vergüenza poseen
dos rasgos importantes. Tienen manifestaciones corporales caracte
rísticas y también objetos característicos. El miedo, por ejemplo, se
La rnela'>soea de lamente
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manifiesta corporalmente en cosas como el temblor y la huida. El ob
jeto del miedo es aquello que tememos. Si estoy asustado, debería
poder decir qué es lo que temo; no existe el requisito similar de que
si estoy hambriento deba haber alguna cosa concreta de la que ten
ga hambre. Lo mismo sucede con otras emociones: cuando nos
apesadumbramos debe haber algo que nos apesadumbre; cuando
sentimos vergüenza debe ser de algo; cuando estamos furiosos de
be ser con alguien por algo.
Aquí, como en otros lugares, una comprensión filosófica justa de las
emociones debe luchar contra un error cartesiano que se le opone.
Según la imagen cartesiana, una emoción es un acaecimiento pura
mente mental que es el objeto de una conciencia espiritual inmedia
ta e infalible. La emoción está relacionada de forma meramente
contingente con su manifestación en la conducta: según Descartes
uno podría tener certeza de su vida emocional incluso si dudase de
si posee de alguna forma un cuerpo. La emoción está relacionada
de forma meramente contingente con su objeto: Descartes creía
que uno no puede equivocarse sobre la existencia de una pasión,
aunque sí puede hacerlo al asignarle una causa.
Una explicación filosófica de la vida afectiva de la mente tendría que
trazar cuidadosas distinciones entre diversas categorías: sentimien
tos como la alegría, estados de ánimo como la depresión, emociones
como el amor, actitudes como la admiración, virtudes como el valor y
rasgos del carácter como la timidez. En la clasificación cartesiana del
mobiliario de n.uestra mente, estos elementos son todos por igual
pasiones del alma. Considerados como acaecimientos mentales pu
ros, las pasiones y los sentimientos no difieren entre sí excepto en la
forma en que una sensación difiere de otra. Son elementos de la
conciencia similares en todo, objetos de la misma intuición infalible.
La reflexión sobre la naturaleza del lenguaje que usamos para ex
presar las emociones muestra que éstas no pueden ser acaecimien
tos mentales puros del tipo que Descartes estableció. Cualquier
palabra que aspire a ser el nombre de algo observable sólo por in
trospección, y que se relacione de forma meramente causal con fe
nómenos públicamente observables, tendría que adquirir significado
por un acto puramente privado e inverificable. Pero si los nombres de
las emociones adquieren significado para nosotros mediante una ce
remonia de la que los demás están excluidos, entonces nadie puede
tener idea alguna de lo que otra persona quiere decir con la palabra.
Ni puede nadie saber lo que significa para sí mismo; pues conocer el
significado de una palabra es saber cómo usarla correctamente, y donde no puede comprobarse cómo usa alguien una palabra no ca
be hablar de uso «correcto» o «incorrecto».
Algunas personas han pensado que las palabras para las sensacio
nes, como «dolor», están por acaecimientos mentales privados. Esto
es erróneo en el caso de las sensaciones, y doblemente erróneo en
el caso de las emociones. Las emociones, como el dolor, tienen ob
jetos: estamos asustados de cosas, furiosos con personas, avergon
zados de haber hecho esto o aquello.
Este rasgo de las emociones, que a veces se llama su «intencionali
dad>>, se comprende mal si se piensa que la relación entre una pasión
y su objeto es la relación contingente de causa y efecto. A muchas
personas les atrae la idea de que el significado del término •dolor» se
aprende escogiendo un rasgo recurrente de la experiencia y asocián
dolo con el sonido de la palabra. Es mucho menos plausible sugerir
que el significado de «miedo» se aprende así cuando reflexionamos
sobre lo diferentes que pueden ser los miedos a objetos distintos.
Uno no puede plausiblemente señalar un rasgo de la experiencia, re
conocible por introspección sin referencia a un contexto, que tengan
en común el miedo al hambre y el miedo a las cucarachas, el miedo
a morderse la lengua y el miedo al taladro del dentista, el miedo a la
sobrepoblación y el miedo a ir demasiado elegante, el miedo a ser to
mado por un advenedizo y el miedo a coger el sida.
La imagen cartesiana de las emociones ha sido hasta tal punto par-
La melafisa de la mMle
te del entorno del pensamiento occidental que conserva su arraigo 90
incluso entre aquellos que explícitamente la rechazan, mientras que
quienes no han estudiado filosofía la ven como la concepción natu-
ral y de sentido común. Muchas personas se inclinan a creer que las
sensaciones y las emociones son cosas que sentimos dentro de no
sotros mediante alguna facultad perceptiva interna. Esta creencia se
l . 1 emoci6n
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presenta como más natural a través de un rasgo contundente del
lenguaje ordinario.
Usamos el verbo «sentir» al dar cuenta tanto de estados emocionales
como de percepciones. Sentimos rabia y sentimos los bultos del col
chón; sentimos las punzadas de la culpa y sentimos pinchazos en los
antebrazos. Esto hace natural pensar que la rabia y la culpa son co
sas que perciben quienes las experimentan, del mismo modo que los
bultos del colchón y los pinchazos en los antebrazos los perciben
quienes los sufren. Pero es un completo error creer que las emocio
nes son algo que «sentimos», en el sentido de ser percibidas me
diante algún sentido interno.
La asimilación de las emociones a las percepciones no está desde
luego basada sólo en la semejanza gramatical entre «Siento furia• y
«Siento la forma de las monedas en el bolsillo•. Existen analogías su
ficientemente al1ténticas entre los sentimientos de emoción y los ob
jetos de los sentidos. Ambos tienen tipos similares de duración: un
sentimiento de furia, como un sonido, puede durar más o menos
tiempo. Los celos pueden ser una punzada que viene y va repenti
namente, como un destello de luz en la oscuridad, o pueden durar
todo el día como un regusto amargo. Las emociones, como los ob
jetos de los sentidos, pueden variar en intensidad; el pesar, como
una explosión en la habitación de al lado, puede ser débil o insopor
table, puede afectarnos más o menos. Existen enlaces mutuos en
tre diferentes clases de emoción, como existen redes de relaciones
entre diferentes objetos del mismo sentido: puede existir una emo
ción que esté a mitad de camino entre el miedo y la curiosidad, co
mo puede haber un color que esté a mitad de camino entre el rojo y
el azul. La duración, la intensidad y la mezcla son propiedades com
partidas por todos los tipos de sentimientos, bien sean percepcio
nes, sensaciones o emociones.
Pero las diferencias entre emoción y percepción son más significativas
que las semejanzas. Las emociones, a diferencia de las percepciones,
no nos dan información sobre el mundo externo. Podemos decir «Sé
que había un policía allí porque vi un destello de azul», pero no «Sé que
había un policía allí porque sentí una oleada de odio». Puedo descubrir
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que alguien se está muriendo al percibir un cambio súbito en el ritmo
de su respiración, pero no aJ sentir un súbito brote de pesar.
Aunque este rasgo distingue las emociones de las percepciones, no
marca una diferencia entre emoción y sensación. Las sensaciones
no nos dan más información sobre el mundo externo que las emocio
nes. Sin embargo, pueden damos información sobre nuestros cuerpos,
mientras que las emociones, por sí mismas, no pueden ni siquiera ha
cer eso. Puedo saber que me he cortado al sentir dolor, pero no al
tener una sensación de ridículo, aunque el cortarme puede dar lugar a
ambos sentimientos. Desde luego, en un momento de profunda pena
puedo notar que estoy llorando, pero son las lágrimas las que me dicen
algo sobre la pena, no la pena lo que me dice algo sobre las lágrimas.
Las emociones pueden, por supuesto, enseñarnos indirectamente
hechos sobre nuestro estado mental. Una punzada de celos puede
ser la primera indicación clara de que estoy enamorado, y puede que
me percate de haber bebido demasiado al encontrar graciosísimo un chiste infantil.
Una diferencia adicional entre emoción y percepción es que no hay
órganos de la emoción como los hay de la percepción. Vemos con
los ojos, olemos con la nariz, oímos con los oídos; no hay partes del
cuerpo con las que tengamos esperanza o sintamos celos o entu
siasmo. Con seguridad existen sensaciones que son características
de las diferentes emociones , y esas sensaciones están frecuente
mente localizadas: el nudo en la garganta, la agitación en el estóma
go, los pies deshechos. Decir que una sensación está localizada en
una parte concreta del cuerpo no es decir que esa parte del cuerpo
sea el órgano de la sensación en cuestión. No vemos los colores en
los ojos o percibimos los olores en la nariz, ni tampoco oímos en los
oídos los sonidos auténticos. En general, sentir algo en una parte
La metafísica de lamente
del cuerpo no es en absoluto lo mismo que sentir algo con una par- 92
te del cuerpo. Es más bien al contrario: lo que se siente con un ór-
gano no es nunca una sensación en el cuerpo en lo más mínimo.
Un órgano de un sentido parece ser una parte del cuerpo que puede
moverse a voluntad de formas características que afectan al funciona
miento del sentido, igual que movemos los ojos con objeto de mirar en
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distintas direcciones. En este sentido de «Órgano» no hay órganos de
Ja emoción. No existe ninguna parte del cuerpo que podamos ajustar
con objeto de temer mejor, como hacemos cuando entornamos los
ojos para ver mejor. No tenemos que adoptar la mejor posición para
sentir remordimiento, como hacemos cuando buscamos la mejor po
sición para escuchar un cuarteto. Ninguna parte del cuerpo necesita
entrenamiento ni preparación para aborrecer a los gatos, como hace
mos cuando educamos y preparamos el paladar para la cata de vinos.
Las emociones, al carecer de órganos, se distinguen de las percep
ciones del color, el sabor, el olor, el calor, la aspereza, la suavidad,
y todo lo demás que podamos sentir con una parte específica del
cuerpo. Pero no se distinguen así de las sensaciones internas de do
lor, de cosquilleo o del pulso. Aunque sienta dolor en una muela, no lo
siento con la muela ni con ninguna otra cosa; puedo sentir el latido
del corazón, pero ni el corazón ni ninguna otra parte del cuerpo son
órganos de ese sentir. El estómago es el foco del hambre y el órga
no de la digestión, pero no es el órgano del hambre.
No obstante, las emociones difieren de las sensaciones. Las emo
ciones no están localizadas, como lo están el dolor, el hambre o la
sed. Si tengo una sensación dolorosa en el pulgar, entonces siento
dolor en el pulgar; pero si tengo una sensación de acobardamiento
en el estómago, eso no significa que sienta miedo en el estómago.
Es imposible imaginar el hambre en la garganta o la sed en el pie; las
emociones no están conectadas de ese modo con partes del cuerpo.
Por supuesto, localizamos las emociones, pero en los rasgos de los
demás, no en nuestros propios cuerpos. No decimos «Siento terror
en el diafragma» o «Siento vergüenza en las mejillas», sino «Vi el ho
rror en sus ojos» y «Se podía ver el deleite escrito en su cara».
De alguna forma las sensaciones corporales están a medio camino en
tre las percepciones y las emociones. Todos los sentimientos tienen du
ración, pero las percepciones y las sensaciones se hallan mucho más
estrechamente ligadas que las emociones al tiempo con que se mide el
movimiento local. Podemos oír un ruido fuerte sólo durante un segun
do, o sentir un fuerte dolor sólo durante un momento, sin que importe
lo que suceda antes o después; pero no podemos sentir amor ardiente
·~· ..
del mismo modo, o un profundo pesar, justo por un período de un se
gundo, sin importar lo que pase antes o después de ese segundo.
Las sensaciones corporales se ?Semejan a las emociones y difieren
de las percepciones en que se hallan ligadas a formas característi-
cas de expresión. El hambre está ligada a la conducta de buscar co
mida y la sed a la de buscar bebida; no existen, similarmente, formas
específicas de conducta del ver y el oír -a menos que interpretemos
el mirar y el escuchar como formas de conducta-. Podemos, desde
luego, detectar la diferencia entre ciegos y personas que ven, y en-
tre sordos y personas que oyen, observando las diferencias en su
comportamiento; pero lo hacemos así, no tanto percibiendo un pa-
trón particular de conducta del que carecen, como percibiendo una
ineficacia específica en su comportamiento de forma general. Al
estar así ligadas a formas específicas de conducta, las sensaciones
están más cercanas a las emociones que a las percepciones.
Sin embargo, hay que señalar distinciones dentro de la clase de las
emociones. Algunas emociones, como el miedo y la furia, se mues
tran tanto a través de síntomas corporales como de un comporta
miento fácilmente reconocible. No parece haber un síndrome corpo
ral de esperanza similar al del miedo, y la pena se muestra de formas
mucho más variadas que la furia. Algunas emociones -podríamos lla
marlas pasiones- parecen estar bastante cercanas, a este respecto,
a las sensaciones; otras parecen asemejarse más bien a pensamien
tos en su capacidad para expresarse de manera muy polimorfa.
La diferencia más importante entre sensaciones y emociones es que
las segundas, a diferencia de las primeras, se dirigen a objetos. Es
posible estar hambriento sin estarlo de nada en particular, pero no lo
es estar avergonzado sin estarlo de algo en concreto. Es posible sen
tir dolor sin saber qué es lo que nos está haciendo daño, pero no es
La metafisa de ta mente
posible estar encantado sin saber de qué. No es, en general, posible 94
adscribir una conducta concreta, o una sensación, a un estado emo
cional particular sin adscribir, al mismo tiempo, un objeto a la emoción.
Si alguien me adelanta corriendo no puedo decir nada sobre sus
emociones a menos que sepa si está huyendo de A o corriendo ha-
cia B. Ninguna agitación en el corazón o jadeo en el pecho podrían
1 '•-moción
95
decirme que estoy enamorado sin decirme también de quién. Si es
toy sencillamente enamorado del estar enamorado, se pone en cues
tión el que esté realmente enamorado.
Si decimos que las emociones tienen objetos, debemos hacer una
distinción entre emociones y estados de ánimo. Las emociones son
cosas como la furia, el miedo y la gratitud. Quizás en ciertos contex
tos podamos hablar con sentido de furia indirecta, de miedo sin ob
jeto, y de un vago y difuso sentimiento de gratitud. Pero tales ins
tancias pueden acomodarse sólo en el marco de los casos en que
esas emociones tienen un objeto. Si alguien tiene un sentimiento
que nunca tuvo objeto y fue siempre inmotivado, entonces no habrá
razón para llamarlo «furia», «miedo» o «gratitud».
Sin embargo, hay estados de ánimo, como el buen humor o el abati
miento, que no están ligados de manera similar a objetos. Los esta
dos de ánimo se asemejan a las emociones en que involucran senti
mientos -uno puede sentirse contento o abatido igual que puede
sentirse furioso o agradecido-, pero difieren de ellas de varias formas.
Aunque el abatimiento puede tener un objeto (puedo estar deprimido
porque no he escrito todo lo que tenía previsto), puede también con
sistir simplemente en un sentimiento generalizado que, en el mejor de
los casos, se asocie a objetos completamente inadecuados, como
una llovizna fuera de tiempo o la necesidad de llevar el gato al veteri
nario. Los estados de ánimo no sólo están más vagamente ligados a
los objetos que las emociones, sino que también carecen de las ex
presiones conductuales específicas que tienen algunas emociones. El
buen humor o el abatimiento pueden aflorar más bien en el tono ge
neral de nuestra conducta que en la forma sustancial que adopte.
Los estados de ánimo y las emociones, como otros estados psicoló
gicos, pueden manifestarse o guardarse para sí. Al negar que sean
esencialmente privados no estamos negando la posibilidad de man
tenerlos secretos . Negamos más bien la posibilidad de que pudiera
haber un pueblo que tuviera todas las emociones que nosotros tene
mos, pero que nunca las manifestara públicamente mediante la pa
labra o la acción. Sólo los seres que pueden manifestar una emoción
particular son capaces de sentirla. En particular, aquellas emociones
~11
"' ·•1
IJ.
que pueden manifesfarse sólo mediante el uso del lenguaje (p. ej., el
remordimiento por un delito cometido mucho tiempo atrás, o el mie
do al futuro lejano) pueden experimentarse sólo por seres que sean
usuarios de un lenguaje.
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Podríamos usar ese hecho para trazar una distinción entre dos cla
ses principales de emoción .
A la primera ciase pt!rltmecen aquellas que·son expresables de for
ma no lingüística. ~stas son las que de forma más natural pueden lla
marse pasiones -las que se relacionan con estados corporales como
La melafísica ·' de la mente \
11 l 1'.f':
el hambre, la sed, la lascivia o el sueño-. Las pasiones que son ex
presables de forma no lingüística p~eden , desde luego, expresarse
también lingüísticamente. Ya he defendido que existe un uso expre-si·10 básico del lenguaje sobre el que se construyen la descrip:ión y
la prescripción.
A la segunda clase de emociones pertenecen aquellas que son expre
sables sólo lingüísticamente. Hay emociones que pueden expresarse
sólo mediante el lenguaje, igual que hay pensamientos ·que pueden
expresarse sólo mediante el lenguaje: A esta clase pertenecen, entre
otras cosas, los sentimientos religiosos como el temor reverencial, la
culpa, la fe y la veneración. Podríamos, por supuesto, usar el término
«sentires» para nombrar estos sentimientos, de manera que el género
de la emoción se divjdiera en dos especies: las pasiones y los sentires.
¿Es correcto decir que los sentires pueden expresarse sólo mediante
el lenguaje? ¿No pueden tales emociones expresarse también en lri
acción? Desde luego pueden motivar la acción, pero existe una dife
rencia entre la conducta que expresa la emoción y la acción.que resul-
ta motivada por ella. Tomar precauciones contra el peligro es uná ac-
ción motivada por el miedo, pero no expresa miedo del modo en que el
temblor y el encogimiento lo hacen. En los casos en que las acciones
humanas están motivadas por sentires (p. ej. , el amor romántico o el 96
patriotismo), el lenguaje es todavía una parte necesaría del trasfondo
contra el que tales emociones se distinguen de otras que podrían mo-
tivar conduelas similares (p. ej., la lascivia o la bravuconerfa).
He dicho que uno puede experimentar una emoción sólo si puede
manifestarla, y en particular que aquellas emociones que pueden ma-
<)'/
' ;i"".i' . , ...
nifcstarse sólo mediante el lenguaje pueden experimentarse sólo por
usuarics de un ienguaje. Pero aunque uno pueda e9erimentar t!na
emoción sólo si puede manifestada, no se sigue que uno experime;:
te una emoción sólo si la manifiesta. Hay, desde luego, algunas <:>;r~ciones para las que vaie la tesis más foerte: una persona no puede
tener un acceso de rabia intensa, o e~~ extremo dc!oí, s: su semblan
te es1á sereno y habla sosegadar::.::i'He de temas ir;¡.; 'erentes.
Uno de los criterios de inte11sidd par 1 tales emociones es que no
serían susceptibles de ocul<arse, como sucede :~uando hablamos de
dominar la furia e de scbreponernos al pesar. Por otro lado, es clara
mente posible estar asustado de ,,'.;_;o, o enamorado de alguien, sin
decírselo a nadie. ¿Es también posible exp3rimeni.ar tales emociones
sin dela.tarlas de r.ir:(¡.,;ria fo;,,1a?
Parc:c ha::;-~: .. ..;t:: una di ~0;e11cia entre !as emociones y otros e:;tados
n-;e,·áales. corno las creencias. Es sin duda claramente posible tener
una crcenci~ e irse a la ·iumba sin contársela a nadie. y sin hacer nada
aCC'íCG! de elte:. Constantemente estamos percibiendo hechos raros y
recogienc!o restos de información (p. ej., que hay una mosca subiendo
por el c:isial de la ventana, o que la persona de IF.! mesa de al lado en el
~-.;,-,;ai .. rante lleva una falda granate) que son demasiado triviales para
afectar nuestra conducta o pai-a que :·11crezca la pena comun¡car!os.
Pero los deseos y :as emociones de un agente parecen estar más
es:treéhamente ligacios,a !a acción que a las creencias, incluso si la forma particuiar de acción a que conducen depende parcialmente de las
creencias conccrnitarites del agente. La pos;bilidad de una creencia
completa.mente inexp;esada, por ténto, no muestra por si rnisma la
posibilidad de una emoción completamente inexpresada.
Debemos regresar a ia distinción entre emoción como motivo y
emoción como sentimíenio. Para que una emoción funcione corno
motivo, la persona que la tiene debe hacer algo, de lo contrario no
habrá nada que esa emoc:ón-motivo explique. Si John está m1:!!1'10 -
rado de Mary, entonces debe conducir su vida de modo distrr;to ai de
un hornbre que no es1é enamorado de M::iry. Pero no p:.ire.ce !1aber
razón para pensar qua !o que se hace en tales : asos debe ser siem
pre públice:; quizás el (mico resultado del arnorde un hombre por una
·11111
"" ..
mujer sea que piense mucho en ella. En tal caso, sin duda alguna,
querremos alguna explicación de por qué su amor no va más allá;
pero tales explicaciones quedan frecuentemente pendientes -quizá
Mary está ya felizmente casada.
En algunos casos, la manifestación de una emoción es el resultado
de una decisión; en otros, es la no manifestl'lción de la emoción lo
que resulta de la decisión, y quizá del esfuerzo. Así, puede, que ten
gamos que esforzarnos, tras una larga preparación, en llegar al difícil
momento de revelar nuestro amor, o de confesar nuestra vergüenza;
por otra parte, el detener un acceso de furia, o estar siempre alerta
para prevenir que nuestro miedo se haga evidente, puede exigir un
esfuerzo constantemente renovado.
Es pues posible mantener para sí los sentimientos emotivos, y en
ese sentido puede decirse que son privados. Pero del hecho de que
algunas emociones sean acaecimientos privados no se sigue que to
das puedan serlo, así como del hecho de que algunos hombres son
más altos que la media no se sigue que pueda darse el caso de que
todos lo sean.
La razón de que no sea posible que todas las emociones deban ser
emociones ocultas es que, si lo fueran, el significado de los términos
emotivos no podría aprenderse nunca. La descripción empirista era
que uno aprende el nombre de una emoción particular al observar, en
la experiencia propia, la aparición de una muestra de tal emoción.
Según esta concepción, como ya se señaló, uno no sabría nunca
que la experiencia a la que se refiere con el nombre de una emoción
particular era la misma que aquella a ia que otros se refieren con el
mismo nombre. De hecho, los nombres de las emociones se apren
den cuando los adultos enseñan a los niños a reemplazar sus expre
siones naturales y pnmitivas por exclamaciones y oraciones.
Un niño corre hacia su madre y ella le dice: «No te asustes», o tiem
bla y ella le pregunta: •¿De qué tienes miedo?». Los términos emoti
vos no se enseñan simplemente como una sustitución de la conduc
ta emotiva, pues la conducta característica de una emoción concreta
depende, no sólo de la naturaleza de la emoción en cuestión, sino
también de su objeto. Si un niño llora, por ejemplo, sabremos si lla-
l..ametaf1s1c.1 de la menlc
98
,
• • 1110:00
marlo conducta de dolor o conducta emotiva sólo si sabemos que es
tá llorando porque se ha golpeado la cabeza o, digamos, porque lo
han dejado solo. El lenguaje de la emoción debe, por tanto, ense
ñarse en relación, no sólo con la conducta emotiva, sino sobre todo
en relación con los objetos de la emoción. Es en relación con objetos
temibles, sabores agradables y circunstancias molestas como el niño
aprende la expresión verbal del miedo, el placer y la furia.
Los conceptos de las emociones individuales adquieren típicamente
sus contenidos de tres fuentes diferentes: del objeto, del síntoma y
de la acción. El concepto de miedo, por ejemplo, está ligado a cir
cunstancias temibles, a síntomas de miedo como la palidez y el tem
blor, y a la evitación de acciones como volar. El concepto de remor
dimiento está ligado a maldades pasadas (p. ej., haber matado a un
amigo), a síntomas como el llanto, y a la acción de paliar el daño he
cho, como asegurar el porvenir de la familia del muerto. En el caso
típico, que es el modelo para determinar la naturaleza de una emo
ción particular, y el escenario más fácilmente interpretable de la apa
rición de una emoción, los tres factores están presentes: como el
caso del tigre devorador de hombres que avanza rugiendo y el inde
fenso campesino grita y sale corriendo.
No siempre deben estar presentes los tres elementos en cada caso
de miedo auténtico. Los humanos a menudo se asustan de cosas
que en sí mismas no son temibles en absoluto; a menudo reprimen
los síntomas del miedo, y en presencia de un peligro inminente pue
den omitir la acción de evitación, bien porque piensen que la huida
es innoble, bien porque el miedo es tan grande que se convierte en
paralizante. Pero si no hay peligro, ni el más ligero síntoma de mie
do, ni se emprende acción alguna, entonces es difícil ver sentido en
la acción de alguien que confiesa tener miedo. Sin duda, lo mínimo
que se requiere para que un estado psicológico merezca el nombre
de «miedo» es que sea un estado en el que la expresión verbal de
miedo se fe ocurra de manera natural a alguien que haya aprendido
el uso normal de esa palabra y normalmente lo ejercite.
Pero la confesión de miedo en un contexto suficientemente anormal
puede muy bien anular la inteligibilidad de la confesión. Si alguien di-
1
ce que se siente asustado, pero no muestra signos de miedo y no
emprende ninguna acción en particular, le entenderemos y podremos
creerle; pero no será así si, al preguntarle por qué, nos responde:
«Porque son las tres menos cinco y siempre me siento así a esta
hora•. Sea lo que sea lo que sienta, ¿por qué lo llama «miedo»? Si al-
guien usara regularmente la palabra de la forma descrita más arriba,
entonces lodo lo que podríamos decir es que no entendía su signifi
cado; y de cualquier palabra de un idioma desconocido que se usara
así podríamos ciertamente decir que no significa miedo.
Los conceptos de las diversas emociones se emplean, no sólo en la
descripción de los sentimientos, sino también en la explicación de las
acciones. Sentimos miedo y también lo expresamos; el amor no es
· sólo un sentimiento, sino también un motivo para la acción. Es ten
tador creer que decir que una persona actuó por cierta emoción es
decir que su acción fue precedida y causada por la aparición del co
rrespondiente sentimiento; pero esto es incorrecto. La relación entre
sentimiento y motivo es más complicada.
Para mostrar esa relación debemos comenzar comparando motivo
con intención, un concepto con el que está claramente conectado.
Hablando de forma general, cuando una razón para la acción concier
ne a algo previo o contemporáneo a la acción, se tra!a de un motivo;
cuando se refiere a algún estado de cosas futuro que la acción deba
producir, entonces expresa una intención. u¿ Por qué lo maió? Porque
había matado a su padre» -ahí tenemos un motivo, la venganza-. «Por
qué alababa al primer ministro? Para llegar a obispo• -ahí tef'emos
una intención-. Como muestran estos ejemplos, la distinción entre
motivo e intención es difícilmente una distinción nítida.
La'noción de intención es mucho más básica que la de mo!i•10. Pueden
escribirse largos pasajes narrativos sin referencia alguna a motivos, pe-
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ro ninguna narración del comportamiento humano tendrá sentido si ca- 100 101
rece de referencias a intenciones y acciones intencionales. Es posible
actuar por un motivo sin tener concepto clguno de él; no es posible ac-
tuar por una intención sin poseer los conceptos expresados en ella.
Hemos dicho que los motivo:.-: son razones pcira la acción que miran
hacia atrás. Pero existen m!.!chns razones que ne son del lipo que vie-
ne a la mente·cuando hablamos de motivos. «Paso dentro porque ha
ce demasiado frío aquí fuera•; «Le despidieron porque apareció borra
cho tres días seguidos•; «Compró un traje nuevo porque el viejo le es
taba demasiado pequeño•. Estas oraciones tienen evidentemente algo
en común con «Le maté porque mató a mi padre•. Sin embargo, no
hay ninguna palabra relativa a un motivo que surja de forma natural en
los tres primeros ejemplos, como sucede con uvenganza• en el cuarto.
Cada oración ejemplifica un patrón común de descripción y explica
ción de la conduela humana. Primero existe un estado de cosas que
no le gusta al agente, entonces éste hace algo y finalmente tiene lu
gar un estado de cosas diferente que le gusta más. Este patrón se
puede ilustrar con numerosos ejemplos: tengo frío, me acerco al fue
go y me caliento; estoy sucio, me baño y me quedo limpio.
Siempre que este esquema sea adecuado, habrá lugar para tres tipos
principales de explicación de la acción. Una acción puede explicarse
por referencia al estado de cosas indeseado que la precedió; por re
ferencia al estado de cosas deseado que era, o se esperaba que fue
ra, su consecuencia, o mediante alg!Jna forma de explicación que
aluda a las dos anteriores. Si hemos1
de entender la acción de una
persona, entonces querremos saber en qué grado resultará (o cree
que resultará) beneficiada como consecuencia de la acción, o en qué
grado el mundo será (o cree que será) un lugar mejor. Esto puede ex
plicarse por referencia a la maldad del estado de cosas precedente,
o a la bondad del (esperado) estado de cosas resultante. O bien la
acción puede clasificarse como perteneciente al bien conocido tipo
de las que producen alguna forma específica de_ mejora.
La distinción importante es la existente entre las razones para la acción
que miran hacia delante y las que miran hacia atrás. Las referencias a
intenciones ofrecen razones para la acción que miran hacia delante; las
referencias a motivos pueden, o bien ofrecer una razón que mira hacia
atrás, o bien mostrar que la acción cae dentro del marco de algún es
quema. especifico de este patrón general. A qué razones de la,s que mi
ran hacia atrás llamaremos de forma natural «motivos» dependerá de la
circunstancia, comparativamente trivial: de si tenemos o no un nombre
para el esquema específico ejemplificado. Cuando disponemos de un
tipo común de indeseabilidad en el estado de cosas previo a la acción,
0 de un tipo común de deseabilidad en el estado de cosas posterior a
ella, asignamos nombres al patrón particular de acción y hablamos, por
ejemplo, de una acción por miedo, por celos o por ambición.
Las intenciones pueden a menudo deducirse de los motivos, Y vi
ceversa; pues la referencia a una intención sirve para completar en
detalle parte de un patrón que la referencia a un motivo bosqueja de
forma general. La razón de que actuemos por un motivo sin poseer
un concepto de él es que nuestra acción puede corresponder a un
patrón particular sin que tengamos un nombre para él.
Sin embargo, puesto que un motivo es un tipo de razón, el agente
debe ser consciente de los rasgos particulares que hacen aplicable
el patrón relevante. No puedo actuar por venganza si no sé que la
persona que me dispongo a perjudicar me ha hecho algún daño. Si
en ciertas circunstancias podemos atribuir motivos inconscientes a
los agentes, debemos simultáneamente atribuirles conocimiento
con los rasgos relevantes, a algún nivel de conciencia o de incons
ciencia. Si mi actitud hacia un amigo ha de explicarse como resulta
do de celos inconscientes, debe existir algún nivel de conocimiento
en el que yo crea que él está disfrutando de algún beneficio que se
ría más apropiado que me correspondiera a mí.
Los estados de ánimo están mucho menos ligados a los motivos que
las emociones. Si camino muy despacio hacia mi trabajo porque es
toy deprimido, mi abatimiento puede ser la causa de mi lentitud, pe
ro no proporciona un motivo para ella. Puesto que las causas, a dife
rencia de los motivos, no son razones, no hay nada rechazable en la
idea de que un estado de ánimo pueda afectar a mi acción sin que yo
lo note. De forma similar, aunque cuando uno siente una emoción
debe ser consciente de su objeto, no hay razón alguna para que uno
no pueda experimentar un estado de ánimo sin ser consciente de su
causa. Una mujer puede no darse cuenta de que su depresión es el
resultado de la tensión premenstrual; puede muy bien no haber no
tado cuántas semanas han pasado desde su última regla.
Muchos nombres de motivos son nombres de virtudes y de vicios por
que los patrones de acción que más nos interesa identificar y nombrar
La met.t' SICl 1 delamen:e
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son aquellos por los que juzgamos la bondad o maldad de un agente.
Así, las acciones deseadas para proporcionar bienes a tipos particu
lares de personas en circunstancias particulares pueden describirse
como realizadas por piedad, gratitud o un sentido de justicia.
Pocas acciones, si es que hay alguna, producen solamente el resul
tado deseado por un agente. Los otros resultados causados pueden
ser estados de cosas que el agente no quiere, o que son malos para
él, o que son dañinos o desagradables para otros. Frecuentemente
habrá también nombres de motivos que aplicar a esos patrones. Un
soldado que huye por miedo puede no sólo librarse del peligro, sino
también dejar de estar en disposición de cumplir las órdenes; y así su
acción ejemplifica no sólo el patrón del miedo, sino también el de la
cobardía. Es así como los nombres de vicios se usan en la atribución
de motivos a los agentes humanos.
Actuar por cierto motivo, dijimos antes, no es actuar como conse
cuencia de la aparición del correspondiente sentimiento. Por el con
trario, estaría más cerca de la verdad decir que un sentimiento lo es
de cierta emoción sólo si tiene lugar en el contexto de una acción
que cumpla cierto patrón motivacional. Pero esto es una exagera
ción: los sentimientos están ligados más directamente a los síntomas
de una emoción que a la acción motivada. (la distinción entre los dos
puede ilustrarse una vez más con el caso del miedo: el temblor es un
síntoma de miedo; el comportamiento de evitación está motivado por
el miedo.) Las acciones, para ser motivadas, deben ser voluntarias;
los síntomas no pueden producirse voluntariamente aunque puedan
detenerse de esa forma. Los síntomas de miedo, furia o pesar, cuan
do tienen lugar no difieren mucho, sin que importe lo temido, lo que
ocasiona la furia o lo que causa el pesar. La conducta motivada por
estas emociones difiere sistemáticamente según el objeto: el com
portamiento que tiene lugar por miedo a engordar difiere del que tie
ne lugar por miedo a adelgazar.
Los sentimientos emotivos son las sensaciones ligadas a los sínto
mas de una emoción; pero las sensaciones son sentimientos emo
cionales y los cambios corporales son síntomas emocionales sólo si
tienen lugar en cierto contexto. El contexto que une las sensaciones
.... ( ~ ..
y los cambios corporales a una emoción particular resulta é! mismo
especificado como un contexto emocional por su relación con e! pa
tron de acción característico de la emoción en cuestión. Palidecer.
por ejemplo. es un sintoma de miedo solo si ocurre frente a un pe11-
gro al menos supuesto; y el miedo mismo es una razón de fas que
miran hacia atrás para las acciones que están motivadas por el mie
do. La expres1on verbal del miedo. a su vez, está ligada al smtoma. a
Ja circunstancia y a la acc1on , y una vez establec:oa se co:wiene t-l'a
misma en un nuevo entono para e! sentimiento.
Al intentar ofrecer una expltcacion de como los conceptos oe las
emociones se entrelazan con otros conceptos me he concentrado
en los casos en que la expresión imguíst1ca de la emoc1on se inser
ta en el tipo de contexto donde la emoción podria atribuirse incluso
a los no usuarios de un lenguaje. En ia terminologia introducida al
pnnc1p10, he analizado el concepto de emoción torr.anao !as pasio
nes como pa1adigrna para la explicación. ~)ero desde luegc solo las
emociones mas sencillas de los seres humanos pueden recibir ex
presión adecuada mediante su mera declaración como pasiones. En
los humanos, una emoc1on difiere de otra sobre todo por io$ pensa
mientos en los que se articula. El curso del amor, por eJempic. n0
puede representarse sin una descnpció11 de ios pensamientos ae io:,
amantes Las emociones superiores que nemos llamados sentires
resultan mdividuahzadas, como los pcr:s2f'T'ientos. por !as forrr:'.'ls iir ·
güisticas que les dan expresión.
Aunque nuestro iratam1ento de las eMoc;ones se M ccncemr ado er'
las pasiones e1ementales que ios animales comparier . al men0s
pa1cialmente. con los humanos, no '12 sido por ello desproporeiona·
do. Pues el tema de los sentues r.o requiere del mismo :,10d() trat-a
miento separado. dado que el análts•s f1iosóí1co de 105 se11nre<; se
engloba en la cuestión más gen~ral de la nalura!e1:;i tie! pe~1sarn1 er.
to, a la que volvt>remos en los cap1tul0c; 8 v 9
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Habilidades, facultades, capacidades y disposiciones
En los análisis líevados a cabo hasta ahorn se ha usado mucho la no
ción de habilidad: el intelecto. por ejemplo, se definió como la capaci
dad de adquirir habilidades intelectuales. Es hora de dirigir la atención
filosófica a la noción misma de habilidad. Una habilidad puede conce
birse como un tipo particular de posibilidad o capacidad: la naturaleza
de la habilidad puede investigarse estudiando algunos rasgos del ver
bo castellano «poder» y de sus equivalentes en otros idiomas.
El primer filósofo que estudió sistemáticamente los distintos tipos de
posibilidad fue Aristóteles. Trazó distinciones entre diferentes clases
de potenc1onalidad y capacidad que más tarde fueron sistematizadas
por los filósofos escolásticos medievales. Las capacidades activas
(p. eJ.. la capacidad de calentar) dife1ía de las pasivas {p. ej .. la capa
cidad de ses calentado). Las capacidades naturales (como la capaci
dad de mojar que tiene el agua) habían de distinguirse de las raciona
!es {como la habilidad de recetar del farmacéutico). Las capacidades
naturales requerían ciertas precondiciones para su ejercicio: el fuego
quema la madera sólo si ésta se halla lo suficientemente seca. Pero si
lales condiciones se cumplen, entonces la capacidad será infalible
rne11te ejercitada. No ocurre lo mismo con las capacidades racionales.
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