agresividad
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NÚMERO 26
AGOSTO DE 2006 – VOL. III
ISSN 1696-7208
DEPOSITO LEGAL: SE – 3792 - 06
LA AGRESIVIDAD COMO CONDUCTA
PERTURBADORA EN EL AULA
AUTOR: ALFREDO MATÍAS OTEROS LÓPEZ
RESUMEN
Junto con el déficit de atención y la hiperactividad, y como vía de expresión
de esos dos componentes, presenciamos los comportamientos agresivos. Aunque
en muchas ocasiones la agresividad tiene la importancia suficiente como para ser
tratada de forma independiente.
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COMPORTAMIENTO AGRESIVO
Se considera una de las perturbaciones conductuales de la infancia que
más preocupa a padres y educadores. Las consecuencias negativas que se derivan
de este trastorno, junto a la dificultad que supone su control, son dos de las
causas que lo justifican. A ello se une una más: la diversidad existente en las
conceptualizaciones acerca de su origen, funciones y modificabilidad de la agresión.
CONCEPTO
Podemos situar la problemática de la agresividad dentro de los trastornos
de conducta perturbadores. Nos encontramos con niños incapaces de tolerar las
demoras en la satisfacción de sus demandas. Son niños incapaces de superar los
conflictos, las frustraciones, la mayor parte de sus comportamientos están
marcados por la amenaza permanente de pasar a la acción. Reaccionan contra
toda fuente de frustración, restricción o irritación, tendiendo a deshacerse de ella
como sea.
El concepto de agresividad durante la etapa escolar presenta dificultades para
su acotación; así suele aplicarse a acciones agresivas (conductas), a estados de ánimo
como la ira, enojo u hostilidad (sentimientos subjetivos), a impulsos,
pensamientos e intenciones agresivos y a las condiciones en que es probable que se
adopten conductas agresivas ("estimulación ambiental").
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Entendemos la conducta agresiva como aquella que es socialmente inaceptable
y que puede tener como consecuencia el daño físico o psicológico de otra
persona o el deterioro de cosas.
En la definición de una conducta como agresiva Bandura (1973)
considera relevantes:
- Descripción detallada y calidad de la conducta.
- Intensidad de la conducta.
- Efectos observados debido a la conducta.
- Inferencia acerca de las intenciones del ejecutor.
- Características del calificador.
- Características del ejecutor.
Junto con esto, debemos tener en cuenta el contexto y la realidad personal
desde los que se enjuicia o desde los que se vive la agresión, o se genera la
conducta, ya que pueden ser muy distintas.
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CAUSAS
Los enfoques teóricos sobre el problema de la agresividad son variados y
van desde la tendencia agresiva considerada como un instinto, como un factor
emocional que ha sido bloqueado en su desarrollo debido a condiciones externas o
internas, como un principio innato, o como resultado de aprendizajes. Algunas
teorías etológicas postulan que la agresividad no sólo se desencadena por
factores internos, sino que requiere como componente la presencia de estímulos
ambientales externos.
Para algunos autores el comportamiento agresivo tiene un origen innato que
ha cumplido una función positiva en la historia de la evolución del ser humano.
Para este autor, lejos de inhibir estos impulsos, habría que canalizarlos hacia
actividades sociales adecuadas. Para Bandura (1979), la agresión se aprende por
el proceso de aprendizaje social. Contrariamente a la posición anterior, estas
conductas deberían ser eliminadas mediante técnicas de modificación de
conducta. Otras posiciones no tan extremas ven en la agresión un impulso aprendido
en una historia de necesidades tempranas no cubiertas, frustradas. En este sentido,
al igual que Lorenz, entiende que la represión de estos impulsos interfiere el
normal desarrollo del sujeto, siendo la psicoterapia la vía de acción más eficaz.
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Estos son algunos de los enfoques teóricos que giran en torno a este tipo
de comportamientos. La agresividad no es patológica en sí misma. Para incidir
en los aspectos patológicos es necesario atender a la finalidad de la conducta.
Parecen ser cuatro las claves que a juicio de los autores constituyen la
categoría de trastorno agresivo: finalidad, persistencia, estabilidad y generalización.
En las últimas décadas la etiología de estos trastornos ha sufrido
modificaciones. Se ha pasado de considerar la predisposición constitucional
como el factor más relevante, para dar paso a la importancia tan destacada de los
procesos de aprendizaje social.
Entorno familiar
No ponemos en duda que los padres juegan un papel importante como
modelos primarios. La actitud y el comportamiento de los padres son un referente
básico para los niños, de forma que conductas permisivas, junto con
comportamientos agresivos producen en los niños conductas muy agresivas y de
escaso control.
Dos han sido los puntos en los que se han centrado las investigaciones:
las interacciones adulto-niño y la imposición de control externo. Estas parecen
haber hallado relaciones significativas entre distintos estilos de interacción
paternos y la aparición de conductas agresivas. Estilos que se caracterizan por el
rechazo a los hijos, desatención de sus necesidades y, estrategias de control
inconsistentes y contradictorias (tanto en el sentido de permisividad absoluta como
de imposición autoritaria y sancionadora de las normas de comportamiento).
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Otras opiniones encuentran en la excesiva permisividad una de las causas del
problema. Los padres evitan el “no” por miedo a frustrar a sus hijos, contribuyendo
a crear una generación de jóvenes que buscan satisfacciones inmediatas.
Niños y adolescentes con una muy baja tolerancia a la frustración por vivir en
hogares donde hay mucho consumo y pocas normas
A esto añade que es cada vez mayor el número de familias preocupadas
por vivir bien y no por educar bien. Se trata de menores que no han convivido
con familiares que les enseñen a respetar las normas y valores éticos, a desarrollar
el cariño y los sentimientos de empatía por el otro. Esta función suele quedar en
manos de estructuras legales o instituciones demasiado frías y distantes del menor,
en las que suele experimentar nuevas situaciones de fracaso, en este caso educativo,
que vienen a sumarse a las ya vividas en el núcleo familiar. Llegados ya a la edad
adulta carecen de compromisos sociales al haber sido educados de forma muy
superficial y, sin pertenecer a la cultura de la marginación, se implican en
actos violentos donde no experimentan sentimientos de culpa.
Sistema educativo.
Estos estilos pueden ir más allá de los ambientes familiares. También
pueden encontrarse en el entorno educativo. De este modo son potenciadores de la
aparición de conductas agresivas tanto los estilos más permisivos, como en el
extremo opuesto los más autoritarios y hostiles. En cambio cuando no se renuncia
al control, pero no se recurre al uso reiterado y exclusivo de estrategias punitivas,
se facilita la adquisición e interiorización de normas y el desarrollo del autocontrol,
reduciéndose la probabilidad de aparición de conductas desajustadas y agresivas.
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No podemos olvidar la figura del maestro como figura referente en la
conducta de los niños. En el ámbito educativo también es posible hablar de
situaciones que propician el desarrollo de conductas agresivas: planteamientos
educativos fundamentados en la unificación de los individuos y en estilos de
interacción competitiva. Ambos aspectos generadores de sentimientos de
inseguridad y ansiedad en los chicos, dificultades de interacción en el grupo, junto a
una serie de manifestaciones externas como conductas antisociales y
comportamientos agresivos. En este sentido, los contextos educativos
institucionales pueden ser paliativos o compensadores, a la vez que preventivos,
al proporcionar múltiples posibilidades de interacción positiva entre iguales y con
adultos significativos para el niño.
Sentimientos de inferioridad y baja autoestima
Por otro lado, hasta hace muy poco, los estudios realizados parecían atribuir
las conductas violentas y antisociales a menores que experimentaban
sentimientos de inferioridad como consecuencia de su fracaso escolar,
atribuyéndose la autoestima a aquellos que iban bien en los estudios. Pero todo ello
ha dado un giro recientemente por las conclusiones de nuevas investigaciones. Éstas
revelan que muchos jóvenes poseen una autoestima muy alta no por sus valores
positivos, sino porque son los líderes de la acción violenta y antisocial: los más
duros, los más agresivos, los que más interfieren y molestan al profesor, los
que más coches queman.
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Los estudios señalan que muchos adolescentes disimulan su buen
rendimiento académico porque está mal visto, recurriendo a la violencia para
buscar la aceptación de los otros y reforzar su autoestima (al sentirse tan duro como
el que más). Una de las causas que a juicio de estas autoras pueden estar
contribuyendo en esto es la ampliación de la escolaridad obligatoria, de los 14 a los
16 años. Este aumento de la obligatoriedad incide, en el caso de alumnos
desarraigados del sistema educativo, en una búsqueda de alicientes a través de
las gamberradas que incrementan su autoestima.
Entorno social y medios de comunicación
Otro de los factores que influyen en la agresividad infantil es la cultura de la
violencia que lo envuelve todo. La violencia es un componente siempre presente
en películas y videojuegos, llevando a muchos menores que han convivido con
patrones familiares agresivos a experimentar con esa violencia. Algunos
investigadores mantienen que a través de los videojuegos dejan de conmoverse con
el dolor ajeno, siendo algo normal la búsqueda de la violencia como solución a
muchas situaciones.
Los medios de comunicación, y de forma muy relevante la televisión,
tienen gran influencia en el desarrollo de una infancia sana y equilibrada. Pero
desdichadamente no es esa la realidad. La televisión bombardea con
modelos competitivos y agresivos.
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Bandura y Walters afirman que la conducta social en general y la agresiva
en particular es aprendida. El niño observa los comportamientos de los demás y
las consecuencias de sus respuestas, y si además, como en el caso de la
televisión lo que ve no va acompañado de mensajes que le permitan saber cómo
deben leerse ciertas imágenes o informaciones y los modelos que aparecen en
ellas son asumidos sin filtraje ni explicación, son captados rápidamente,
mientras que en el aprendizaje escolar se realizan muchas más explicaciones
verbales, pasos a seguir, lecto-escritura, lo cual resulta menos atractivo.
EVOLUCIÓN
Los niños pasan por diferentes etapas evolutivas y en éstas se
producen tensiones propias del momento, conflictos y reacciones agresivas que muy
bien pueden ser consideradas como normales porque simplemente dan fe de la
existencia de una crisis, de un esfuerzo de reajuste provisional hacia un nuevo
equilibrio. Se produce una progresiva independencia del "Yo" en un intento
de afirmación de la propia personalidad frente al adulto y así surge la protesta,
la agresividad.
Muchos autores consideran los primeros momentos evolutivos como
dependientes de pautas instintivas y reflejas y menos de los aprendizajes y
experiencia, y a medida que vamos creciendo dependemos menos de pautas
instintivas y reflejas y más de la experiencia y del aprendizaje.
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Algunos autores encuentran que las explosiones de rabia, gritos, pataletas, de
los bebés son producidas por situaciones de insatisfacción y frustración, pero en
ningún caso van dirigidas al otro. No sería correcto hablar de conductas agresivas
hasta el 2º año de vida.
INTERVENCIONES
Desde el sistema educativo el enfoque del problema exige un abordaje en
equipo y desde múltiples ángulos; implicando a los diferentes estamentos de la
comunidad educativa: docentes, departamento de orientación, equipo directivo y
familias.
No hay duda de los beneficios y riqueza que la tarea educativa puede suponer,
si se ponen en marcha recursos para favorecer la adquisición de conductas
sociales adaptativas y estrategias de autocontrol en los niños (siempre que
estos sean considerados objetivos a abordar dentro del P.E.C o P.C.C.). Esto
implica entender que la educación es mucho más que transmitir información;
supone el desarrollo de otra serie de competencias en los alumnos/as: establecer
interacciones cooperativas entre iguales, valorar la ayuda de los compañeros
más adelantados, participación de los discentes en la elaboración y aplicación
de normas, etc. Esto último permitirá al profesor transferir el control de la clase
al resto de componentes del grupo, de modo que con ello el grupo aprende a
autorregularse.
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En definitiva, lo anterior forma parte de un tipo de organización y
estructura educativa que comprenda las diferencias individuales, y que para ello
planifique el tipo de intervención a seguir: adaptación de contenidos y
estrategias didácticas a las características personales de los alumnos, desarrollo
del P.A.T. de manera coordinada entre los ciclos (e incid iendo muy
especialmente en el desarrollo de objetivos actitudinales).
La conducta agresiva no deseada puede ser controlada:
- Modificando el medio en el sentido de minimizar las condiciones
que produzcan privaciones, sufrimiento y frustración.
- Inhibiéndolo por medio del aprendizaje.
- Modificando interiormente las condiciones fisiológicas que
facilitan las distintas respuestas agresivas por medio de
medicamentos, hormonas, etc.
El análisis funcional de la conducta-problema puede resultar eficaz
para identificar los elementos que giran en torno a estas conductas:
antecedentes y consecuentes, y que derivarán en planteamientos de intervención
para su control. Esto que ha sido criticado por otras concepciones teóricas,
asociándolo a artificialidad y manipulación del individuo, no debe a nuestro
juicio ser rechazado al entender que cualquier acción educativa, planificada o no,
deriva en una serie de consecuencias sobre el comportamiento del alumno.
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Autores como Brioso y Sarriá (1993) consideran que puede resultar
útil familiarizarse con los principios básicos de la teoría del aprendizaje, así como
con las técnicas de modificación de conducta, ya que en la tarea pedagógica
pueden resultar muy válidos para este tipo de trastornos.
Las técnicas de modificación de conducta, parten del supuesto de que
las conductas problemáticas son aprendidas y pueden ser alteradas mediante
nuevas experiencias de aprendizaje. Se trata de desarrollar conductas que sean
socialmente apropiadas en el hogar, en la escuela, en la comunidad en general
mediante técnicas de condicionamiento operante, bien reforzando las
conductas apropiadas a través de aproximaciones sucesivas, ya sea
disminuyendo la frecuencia de las conductas inapropiadas, ya sea mediante
técnicas punitivas (Nos estamos refiriendo a la retirada de reforzadores durante un
periodo de tiempo breve, como la retirada de la atención, la sobrecorrección), o
bien mostrándole modelos influyentes que muestren conductas alternativas
positivas, el entrenamiento cognitivo mediante actividades o fichas como son
estrategias para la resolución de problemas, el autocontrol, o el adiestramiento en
habilidades sociales (p. ej. mediante el juego de roles, realizando fichas en las
cuales cada alumno se pone en el lugar de un personaje de una historia, la historia
empieza con una situación de violencia, los alumnos deben hacer frente a esa
situación de forma pacífica)
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Otras opciones son las técnicas de terapia de familia, que parten del
supuesto de que los problemas comienzan en el ámbito familiar, y se pretende
cambiar los procesos e interacciones en el seno familiar; y las
psicoterapias de corte psicodinámico, que parten del supuesto de que son
procesos inconscientes los que están en la base de comportamientos
disfuncionales. Su objetivo será llevar a la conciencia las experiencias,
pensamientos y sentimientos del sujeto que resultan conflictivos y
problemáticos. El uso del juego para liberar impulsos inconscientes y para facilitar la
expresión de sentimientos, facilitando el desbloqueo que impide el desarrollo
adecuado puede tener un valor terapéutico.
CONCLUSIONES
Queremos, sobre todo resaltar que la agresividad y la violencia sólo generan
más agresividad y más violencia. Por tanto debemos mostrar a este tipo de alumnos
modelos, estrategias y criterios de actuación que sean a la vez atractivos e
interesantes y que muestren soluciones a la agresividad que impliquen el uso de
la no-violencia y de la tolerancia, a través de las técnicas descritas.
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BIBLIOGRAFÍA.
BANDURA, A. (1973). La agresión. Un análisis del aprendizaje social.
Londres: Prentice Hall.
BRIOSO, A. y SARRIÁ, E. (1993). Trastornos de comportamiento. En
MARCHESI, A., COLL, C. y PALACIOS, J.: Desarrollo psicológico y
educación. Vol. III. Madrid: Alianza Editorial: 183-196.
HERBERT, M. (1983). Trastornos de la conducta en la infancia y
adolescencia. Barcelona: Paidós.
MOLINA, M.T. (2000). Habilidades sociales y autoestima. En prensa.