agradecimientos€¦ · habría terminado dando vueltas por grecia. y los griegos no habrían...

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Agradecimientos Agradecemos a todas aquellas personas las cuales con su interés,

colaboración y apoyo incondicional se pudo sacar adelante este proyecto.

Igualmente a todos los lectores, que con su entusiasmo nos dan el ánimo

necesario para trabajar en nuevos libros. ¡Gracias!

Rodoni

Aciditax

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Hanna

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Maia8

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Rodoni

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KatieGee

LadyPandora

Lilikabaez

LuciiTamy

Maia8

Vericity

viqijb

Hanna, Julieta_Arg, LadyPandora & Maia8

Francatemartu

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Índice Sinopsis

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Capítulo 36

Capítulo 37

Capítulo 38

Capítulo 39

Capítulo 40

Capítulo 41

Capítulo 42

Capítulo 43

Capítulo 44

Capítulo 45

Capítulo 46

Capítulo 47

Capítulo 48

Capítulo 49

Capítulo 50

Capítulo 51

Capítulo 52

Capítulo 53

Capítulo 54

Epílogo

Sobre la autora

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Sinopsis

Traducido por Rodoni

Corregido por Maia8

uando Psique recibe una profecía que sale terriblemente mal, se da

cuenta de que, incluso, la chica mas Bella en Grecia puede tener un

horrible futuro. ¿Su destino? Enamorarse de la única persona que

hasta los dioses temen.

A medida que se siente más cerca de caer en los brazos de la profecía,

Psique deberá elegir entre el toque terriblemente tierno al que es casi

imposible resistirse y a la única constancia en su vida a la que se a

acostumbrado:

No puedes escapar de lo que se ha destinado.

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Capítulo 1

Traducido por Rodoni

Corregido por Vericity

i estómago se revolvió con el olor del carbón y el petróleo casi

rancio untado sobre mis párpados. Quien decidió que la grasa

debía ser parte de una rutina de belleza diaria merecía el exilio

permanente.

El olor no parecía molestar a Maia, sin embargo. Tarareaba en voz baja

mientras estratificaba el pegote, y me estaba volviendo loca. Mis dientes

se enterraron en la mejilla hasta que me las arreglé para destrozar otro

pedazo de piel.

—¿Quieres dejar de estar inquieta? Voy a untar toda esta pasta para los

ojos en tu cara si no te quedas quieta.

Sirvienta o no, Maia era buena en mantenerme en mi lugar.

—Lo siento. —Me detuve de masticar mi mejilla a favor de crispar el pie.

Maia colocó su recia mano contra mi frente, sus ojos arrugados en los

bordes con preocupación.

―No pareces tú misma hoy. ¿Estás segura que estás bien?

Mis ojos se clavaron en el pájaro sentado en mi estantería. Maia siguió mi

mirada y se quedó sin aliento.

―Dios mío, Psique. ¿Cómo entró una paloma aquí?

Dejó caer el maquillaje en mi tocador e hizo el ademán de espantar al ave.

Instintivamente, la tomé por la muñeca.

―No, no lo hagas. La dejé entrar. ―Me detuve, debatiendo si valía la pena

corregir que el ave en realidad era un pichón, y no una paloma. O hacerle

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notar que el pichón se convertiría en Afrodita tan pronto como Maia se

fuese.

Mejor sólo dejarlo ir.

—Me gusta tenerla aquí. Estoy preocupada de que Padre me haga

deshacerme de ella. ―Encontré los ojos de Maia e hice mi mejor sonrisa...

Afrodita me ayudaba a dominarla cuando no era un pájaro.

Los hombros de Maia se relajaron y empezó la fase II de mi régimen de

embellecimiento: rubor con mora triturada. Pero no hubo relajación para

mí. Algo estaba pasando. Este era el quinto día consecutivo en que

Afrodita había venido a visitarme. Claro que había aparecido un par de

meses atrás, justo después de empezar a tener admiradores diariamente

en mi ventana. Había dicho que le gustaba ver que la belleza recibía la

atención que merecía. Era parte de su dominio, después de todo. Y

entonces había venido de forma aleatoria después de eso, pero no diaria.

A pesar de que fingía que nada era diferente, sabía que quería algo. Algo

más. Las Diosas simplemente no pasan el rato con los mortales por el

gusto de hacerlo. ¿Pero qué? ¿Estaba de alguna manera absorbiendo la

energía de la multitud afuera? Si era así, ¿querría que me parase junto a

esta ventana cada mañana por el resto de mi vida? Y entonces, ¿qué

pasaría cuando ya no fuera lo suficientemente joven, o lo suficientemente

bonita para ella?

Tragué saliva cuando me llamó la atención una idea aún peor: ¿y si estaba

espiando, observando cómo reaccionaba cada mañana? ¿Me condenaría

por Hubris después de que ella fue la que me animó a desplazarme

realmente entre la multitud?

Mi pecho se contrajo por el peso de mis preocupaciones, mis nervios se

sentían desgastados, como el final de la cuerda que golpea por demasiado

tiempo la brisa del mar Egeo.

¡Maia tiene que parar de zumbar!

Comencé a girar la cabeza para que pudiera decirle que ya era suficiente,

pero ella simplemente peinó más fuerte mi maraña de rizos cuando me

moví.

―Maia, por favor ―gemí―, ¿podrías parar con el zumbido ahora?

Con Maia ahora en silencio, me quedé sólo con el cepillado rítmico de mi

pelo y acariciando al pichón a medida. Sus uñas golpeaban contra el

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estante de madera donde paseaba. Tan honrada como estaba de su

presencia, casi me hubiera gustado poder revertir los últimos meses. Si no

me hubiera sentado para el retrato en la academia de arte, el artista no

habría conseguido volverse famoso por dibujar mi rostro. Mi rostro no

habría terminado dando vueltas por Grecia. Y los griegos no habrían

comenzado a aparecer en mi puerta para ver si de verdad me veía tan bien

como en las pinturas.

Incluso las señales de admiración que traían con ellos no eran suficientes

para pagar todo lo que había perdido. Los cofres de mis padres estaban

robustos y jugosos, pero mi vida se estaba secando. Quería ir de compras

al Ágora con Madre, incursionar en los Baños con mi hermana, galopar a

través de los campos con mi caballo, todas las cosas que me habían

negado en nombre de la seguridad.

Mientras Maia terminaba de sujetar mi banda favorita de plata en el

cabello, el ave Afrodita aleteó hasta mi tocador para una inspección más

cercana.

―Shoo. ―Maia sacudió la mano hacia Afrodita antes de que pudiera

detenerla―. Aléjate, tú, sucia, cosa vieja.

―Détente. ―Saltando a mis pies, tomé a la diosa-pájaro en mis manos.

Las plumas alrededor de su cuello se levantaban hacia fuera y balanceaba

la cabeza frenéticamente mientras balbuceaba un ahogado sonido de

arrullo.

―No, no ―canturré mientras la acariciaba con mi dedo―. Maia no quiso

decir eso.

Maia resopló.

―No sé por qué me molesto en tratar de ayudarte a veces.

―Maia ―le dije, arrastrando su nombre y dándole mi mejor puchero―.

Sabes que te quiero. No te vayas enojada, ¿de acuerdo?

Suspiró.

―Lo sé. Sólo me iré. ―A medida que se acercaba a la puerta de caoba,

Maia dio una mirada mordaz sobre su hombro a mi ventana―. Tus

admiradores esperan. No querrás decepcionarlos.

―¿Qué se supone que… ―empecé antes de que la puerta se cerrara―

...significa?

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Cuando me di la vuelta, Afrodita estaba sentaba en mi tocador de mármol,

con las piernas cruzadas en la rodilla mientras se reclinaba.

―Ella ―Asintió Afrodita con la cabeza a la puerta antes de chasquear un

zarcillo de oro sobre su hombro―, no es divertida.

Me senté abajo en el taburete a su lado, alegrándome al ver que no parecía

tan enojada como había temido.

―Maia no es tan mala. Simplemente no creo que le gusten todas las

personas que merodean afuera. Se ha vuelto mucho peor últimamente.

Afrodita levantó una estrecha ceja.

―¿Peor? Tienes admiradores que acuden desde todos los rincones de

Grecia para poner regalos a tus pies a cambio de ver tu cara. Eso no es

algo malo.

Asentí con la cabeza, pero no respondí. Las Diosas podían disfrutar de

recoger los tributos, pero yo me sentía mal.

Afrodita cogió una botella de aceite de lirio perfumado de almendra de mi

tocador y lo frotó sobre sus brazos.

―Ya has oído lo que ha dicho, ¿no? ―preguntó Afrodita.

―¿Sobre mí decepcionando a mis admiradores?

Negó con la cabeza.

―No eso. Me dijo que era vieja.

―No seas… tonta. ―Casi digo 'ridícula', pero luego recordé con quien

estaba hablando―. Eres la diosa más bella de Grecia. No eres vieja.

Dejó a un lado el aceite y apretó mi cara entre sus manos.

―No, tiene razón. Tengo un hijo de tu edad. Eres la nueva belleza de

Grecia, Psique. Lo eres tú ahora.

Guau. Estaba bastante segura que aceptar el elogio me haría ganar tortura

sin fin en el Tártaro algún día. Mientras todavía estaba balbuceando algo

que decir, Afrodita ágilmente saltó sobre sus pies y dio una vuelta a la

habitación.

―Puedo sentirlo. Hoy es el día.

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Sus ojos cristalinos estaban muy abiertos y salvajes y no me gustaba la

dirección que estaba tomando esta conversación.

Con más drama que cualquier actor, echó los brazos alrededor de los

postigos de madera que todavía cerraban mi ventana.

―Ve a tu gente. Te están esperando.

―¿Qué? ―Salió más como un tartamudeo que una pregunta real. Ellos no

eran míos. Eran sujetos de sus propias ciudades, devotos de los dioses.

¿Pero míos? Nunca.

Cuando sus ojos se encontraron de nuevo con los míos, una sonrisa

radiante apareció en su rostro. En un movimiento rápido, cogió mis

manos. Su toque se sintió como una piedra calentada por el sol.

―Esto es lo que he estado esperando. Este día. He aprendido de mis

errores con Helena. ¿Pero tú? ―Sacudió la cabeza y sonrió―. Oh, Psique,

vas a hacer que me sienta orgullosa.

Tal vez Maia tenía razón y estaba enferma después de todo, porque estaba

bastante segura de que tenía una enfermedad que hacía que mi lengua se

hinchara y mi mandíbula se cerrara.

¿Estaba realmente comparándome con Helena? ¿El rostro que lanzó mil

naves? ¿La zorra que comenzó la guerra de Troya con su amante?

No podía compararme con Helena. No quería compararme a Helena. Esa

no era yo.

Devanándome los sesos, traté de recordar qué papel jugó Afrodita en la

guerra. Qué lecciones podría haber aprendido. Pero me quedé en blanco.

Mi cerebro era un perro que perseguía su cola, nunca la conseguiría.

Con un giro suave, Afrodita me plantó delante de la ventana y quedó claro

que ella tiró aparte las persianas. La luz del sol y los aplausos

ensordecedores empaparon mi habitación antes de que del cielo

comenzara a llover piedras preciosas. Perlas y oro, diamantes y monedas.

Cualquier cosa para mostrar la multitud que adoraban al ídolo de la

belleza.

―Atrápame ―susurró Afrodita antes de cambiar de nuevo en su forma de

ave. Sus plumas blancas se elevaron en un amplio arco fuera de mi

ventana y luego de nuevo. Obediente, tendí las manos ahuecadas para

ponerla en la tierra.

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Si la multitud estaba animada antes, ahora estaba sometida a una

erupción. Me parecía ser la única que no sabía lo que estaba pasando.

Claro, yo sabía que los pichones eran pájaros sagrados de Afrodita, pero

mi pichón había estado yendo y viniendo durante una semana entera y

esta reacción era la primera.

¿Tal vez había algo especial en que nos vieran juntas?

Entonces, un nombre cortó a través de las voces, tomando forma poco a

poco, poco a poco, hasta que todos los de abajo gritaban lo mismo:

Afrodita. Miré hacia abajo a mi mentora emplumada y ella me devolvió el

guiño antes de revolotear lejos.

Demasiados pensamientos se agolpaban en mi cerebro para que

cualquiera se aclarase. ¿Creen que yo soy ella? ¿Ella quiere que piensen

que soy ella? ¿O es que saben que el pichón era ella? Oh dioses, ¿qué

significa esto?

―Vuelve ―grité, desesperada por respuestas y pensando que nadie me

escucharía con la multitud ensordecedora.

Frenéticamente analicé en busca de cualquier rastro de la paloma -

rastrillando más caras, echando a un lado carne en mi búsqueda de

plumas. Pero me detuve cuando un par de ojos desde la parte posterior

del grupo me atraparon. La mujer se abrió paso hacia adelante y la

multitud se apartó para dejarla pasar, como si fuera un imán presionando

fuera una fuerza de oposición. Casi hipnóticamente, el canto cesó y la

atención se centró en ella.

Mientras estaba de pie justo debajo de mi ventana, una fuerte brisa

agitaba su túnica, llevando la fragancia inconfundible del lirio perfumado

de aceite de almendras. Sus ojos cristalinos se encontraron con los míos y

yo sabía que era ella.

Afrodita.

Ella se quedó allí, dejando el glamour de su disfraz místico extenderse

sobre la multitud. Si no la conociera mejor, habría pensado que era una de

las gitanas adivinadoras de la fortuna.

―Finalmente, ella hace que su hija nos conozca. ―Afrodita levantó una

mano, ahora arrugada y empujado hacia atrás la capucha de su túnica

color vino. Su cabello plateado caía por su espalda en una trenza gruesa―.

¡Nuestras atenciones no han sido en vano! ¡Afrodita finalmente nos envió

a un niño para difundir su belleza mortal por el mundo!

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Yo nunca había oído rugidos de este tipo en toda mi vida. La gente

alrededor de ella saltó y subió, sin embargo, ella permaneció quieta, en

una isla de calma. En el alboroto, Afrodita articuló cinco palabras para mí

antes de desvanecerse.

Te lo explicaré más tarde.

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Capítulo 2

Traducido por Rodoni

Corregido por Julieta_arg

ntes de que pudiera procesar completamente lo que pasaba afuera

de mi ventana, mi nombre entró en erupción desde el pasillo como

un volcán Santorini.

—¡PsiQue!

Mi padre siempre hacía hincapié en la Q de mi nombre cuando se

encontraba enojado o excitado, y yo no estaba segura de qué manera iba

esto.

Después de un adiós rápido a la multitud, golpeé mis persianas cerradas y

apreté la espalda contra ellas. Tomando una respiración profunda, puse

mi mejor cara seria y marché desde mi habitación y a las paredes forradas

de pergamino de la biblioteca. Como siempre, mis padres estaban allí,

esperando contar con los tesoros que hubiera recibido esa mañana. El

sudor frío que corría por mi espina dorsal se evaporó cuando vi sus

rostros.

Exuberante.

Afrodita me enseñó esa palabra esta semana. Ella piensa que la belleza es

aún más potente cuando está respaldada por el conocimiento. E insistió

en que "sin duda debía saber una palabra que describiera a una persona

alegre y enérgica como yo." Hoy día, la palabra encajaba con las

expresiones de mis padres. Sus ojos brillaban como si mil velas ardieran

dentro de sus cabezas y en sus sonrisas se grababan permanentemente

amenazadoras líneas de la risa en sus mejillas.

—Hoy. En la ventana... —Madre se tapó la boca con sus manos diminutas.

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—Bueno, ¿ya sabes lo que esto significa? —Padre la cortó—. Afrodita ha

hablado. —Él me apretó contra su pecho en un abrazo hasta que mi espina

crujió. Me soltó cuando mis huesos en realidad aparecieron.

—Lo siento, cariño —dijo—. Es simplemente…hemos esperado tanto

tiempo para esta noticia. Todas las señales estaban ahí, las multitudes, las

ofrendas. Aun así, empezábamos a pensar que no ibas a ser elegida.

Madre extendió la mano. Tomándola, me hundió a su lado en el sofá.

—Por supuesto —dijo ella—, nunca hemos dudado de ti. Pero sólo han

pasado dos generaciones desde Helena, así que pensamos que tal vez ella

todavía esperaba su tiempo antes de tomar otra hija.

—¿Qué quieres decir con… hija? Yo no soy su hija —tartamudeé.

Las lágrimas se filtraron en la esquina de los ojos de mamá. Se los frotó al

tratar de sonreír.

—Es una forma de hablar. Más simbólico que otra cosa. Afrodita tiene una

historia de escoger a una chica mortal para servir como su hija. Algo así

como que Apolo tiene a Pitia de Delfos. —Su mirada se posó en mi frente

mientras estudiaba mis características, como ella.

—Me sorprende que no te lo haya explicado hasta ahora. —Cuando sus

ojos de esmeralda se movieron a Padre, se mordió el labio—. ¿Es una mala

señal que ella no viniera a Psique antes del anuncio?

Aquí vamos —signos, presagios, supersticiones. Madre estaba a punto de

subir a una tangente imparable a menos que diera un paso atrás.

Padre se acarició la barba.

—No estoy seguro de si debería llamar a…

—No es una señal —le interrumpí—. Me ha visitado antes. Me hizo

prometer que no le dijera a nadie, y bueno... —Levanté las manos a sus

miradas incrédulas—. ¿Qué querían que hiciera? Ella es una maldita

diosa.

Había leído lo suficiente para saber que el desobedecer a los dioses era

una mala noticia. ¿Has algo que te dijeron que no lo hicieras? Fin del

Juego. De ninguna manera rebelaría el secreto de Afrodita, aunque sus

visitas eran las mejores y más aterradoras cosas que jamás había

experimentado.

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Padre le sonrió a mamá.

—Bueno, supongo que no tienes que preocuparte por la decisión ahora,

¿verdad?

Soltando mis manos, madre alisó los pliegues de su túnica antes de

aumentar lentamente el ritmo hacia la ventana. Pensé que estaría aliviada

al oír que no había malos presagios que descendieran en nuestro palacio.

—¿Phoebe? ¿Estás bien? —preguntó Padre.

Ella sorbió mientras negaba.

—Estoy... estoy preocupada. Habrá un montón de expectativas sobre

Psique ahora. La hija mortal de Afrodita. Es una gran responsabilidad.

Padre dio a su hombro un apretón suave.

—Y el primer mortal puro también. —Su mirada, tan llena de orgullo, la

misma expresión que usaba cada vez que regresaba de un duelo exitoso o

un rey vecino venía a rendirle homenaje se apoderó de su rostro—. Helena

era tan hermosa porque era medio inmortal.

Y yo no lo soy.

Me pregunté si eso me hacía más o menos especial.

—Guau. —Encogí las piernas cerca de mi pecho y les di un apretón—.

Ustedes deberían haberme dicho. No tenía ni idea. No sé ni qué decir o

hacer cuando vuelva. —Miré hacia arriba y me encontré con los ojos de

Madre. Ella era la que siempre tenía respuestas para mí—. ¿Se supone que

debo actuar como si yo fuera parte de la familia olímpica ahora o algo así?

Con un estremecimiento, Madre giró a los brazos de Padre y sollozó.

Escalofríos sacudían su pequeño cuerpo, lo único que él podía hacer era

suavizar su cabello y susurrarle.

—¿Qué puedo decir?

Padre me miró.

—Ella simplemente está molesta porque te vas a casar tan pronto ahora.

Estoy segura de que pensó que tenía más tiempo con ustedes, chicas.

Espera, ¿qué? Acababa de ser adoptada por una diosa hoy—¿no era una

cantidad suficiente de cambios por un tiempo?

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Me froté el puente de la nariz mientras los inicios de un dolor de cabeza

comenzaban a florecer detrás de mi frente.

—¿Cómo es que yo, la hija adoptada de Afrodita, requiero un marido?

—Cariño, tu madre y yo ya hablamos de esto. Decidimos que si Afrodita te

escogía, entonces ambas deberían ser elegidas para el matrimonio

inmediatamente. Es la diosa del amor, así que naturalmente querrá que

nuestra familia lo represente para ella.

—¿Y qué? Tengo toda mi vida para hacer eso. Pero sé que Afrodita no

escogió para Helena a Paris de Troya hasta mucho después de que ya

había estado casada con Menelao. —Y sin darse cuenta inicio la mayor

guerra de la historia—. ¿Por qué piensan ustedes...?

Entonces algo que Afrodita dijo en la mañana salió del fondo de mi

mente. He aprendido de mis errores con Helena. Tal vez eso quería decir

que no pensaba esperar conmigo, dejarme encontrar mi propio camino

antes de que ella interviniese. Iba a controlarlo desde el principio,

¿verdad?

Padre estaba hablando, probablemente respondiendo a mi pregunta aún,

pero había dejado de escuchar. Chara era mayor que yo, y aún no estaba

casada—no quería estarlo. Nos encantaba vivir en Sikyon. No queríamos

dejar atrás los artistas que pintaron retratos para un óbolo, o las obras de

teatro trágico que fluían a través de nuestros teatros con los cambios de

estación. Esta era mi casa, y aunque yo siempre supe que algún día

tendría que irme, no estaba lista para eso todavía.

—Psique, ¿estás escuchando?

La voz de Padre me sacó de mi trance.

—Dije, ve a decirle a Chara que vamos a empezar a aceptar pretendientes

mañana.

Si hubiera habido cualquier color que quedara en mi cara antes, tenía que

haber desaparecido. ¿Mañana? Parpadeé, obligando de nuevo al borde del

pánico que sentí, subir desde el fondo de mi estómago.

—No hay necesidad de apresurarse en esto. Quiero decir, Afrodita ni

siquiera pasó por la casa para ver a su "hija" desde el gran anuncio.

Padre se inclinó hacia delante y susurró:

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—Tú eres obviamente muy buena para guardar secretos, así que voy a

confiar en que no compartas esto con tu hermana. Pero además de honrar

a Afrodita en su unión, el precio de Chara como novia va a ser mucho

mayor en estos momentos debido a sus noticias.

Hubiera estado menos sorprendida si el techo de nuestro palacio se

derrumbase sobre mi cabeza. ¿Madre y Padre nos querían vender ahora

porque estábamos en el pico de nuestro precio como novias? ¿En serio?

Afortunadamente, Maia me encontró antes de que pudiera empezar a

gritarle a mis padres o arrancar mi cabello como una loca de atar.

—Psique, niña, necesito tu ayuda por un minuto. Mientras hacía su cama,

volvió su mascota. —Ella bajó la voz para que sólo yo pudiera oír—. Y ha

traído un amigo.

La presión en el pecho se aligero aún cuando mi corazón latió de forma

errática. Tal vez Afrodita tendría algunas mejores respuestas.

Seguramente diría que mis padres estaban locos y obligar a las princesas

de Sikyon a matrimonios precoces no había sido parte de su gran plan.

—¿Una mascota? —reflexionó Padre—. Psique no tiene una…

Madre se separó de sus sollozos el tiempo suficiente para averiguar lo que

realmente quería decir Maia.

—Afrodita volvió en su forma de pájaro, ¿no es así?

—Probablemente —admití, y a toda prisa caminé hacia la puerta—. Pero

quiero verla a solas primero. Toma un poco de tiempo la vinculación

madre-hija.

Y ver quien en el Hades que trajo con ella.

¿Tal vez era una de las tías diosas? ¿Atenea aparecería como una paloma,

o sólo haría la cosa de la lechuza? ¿Qué pasaba con Hera?

Pasando a Maia, corrí por el pasillo. La curiosidad aparte, mi nueva

madre y yo teníamos algunos asuntos de qué hablar sobre los ciertos

planes a una boda próxima. Después de recordarme que tenía que darle

las gracias por haberme escogido antes de descargar todo mi drama

familiar, abrí la puerta y di un paso al interior.

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Capítulo 3

Traducido por Rodoni

Corregido por KatieGee

uando la puerta se cerró, me di la vuelta, ansiosa por ver a quién

había traído Afrodita con ella.

Estaba a dos pasos en mi habitación cuando cambiaron. Esperando

una diosa, no podría haber estado más sorprendida por el visitante

adicional.

O equivocada.

Los suaves rizos rubios y ojos azules penetrantes no pertenecían a

ninguna diosa. ¿Sólo al más increíble hombre-dios? Yo nunca había visto

tales ojos.

Mi corazón entró en carrera y la sangre subió a mis mejillas. Él me lanzó

una sonrisa tímida que hizo que mi estómago se inquietara con una

desconocida alegría. Así que cuando un par de alas blancas salieron

desplegadas de su espalda, mis rodillas casi se doblaron. Y yo que había

pensado que no podría ser más magnífico. No había duda al respecto, este

tipo era divino.

Afrodita me abrazó, pidiendo que pusiera mi atención en ella.

―Entonces, ¿estás sorprendida? ―preguntó.

Aunque nunca me había abrazado antes, sabía qué era lo que ella quería

que yo hiciera. Devolver su abrazo y mostrarme a mí misma agradecida de

mi nuevo papel como su hija mortal.

―Sorprendida no es ni la mitad ―murmuré, entrando en un abrazo torpe.

Sus brazos se apretaron a mí alrededor mientras se mecía de lado a lado.

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―Esto es muy emocionante para ti. Y para mí. ―Me empujó hacia atrás en

la longitud de sus brazos y me miró a la cara, sus ojos buscando los míos—

. Tú eres la que yo he estado esperando. Sólo puedo decirlo.

A su lado, las alas del muchacho se rizaron.

―Han tenido su pequeña reunión madre-hija. ¿Podemos irnos ahora?

Aun manteniendo un brazo sobre mi hombro, Afrodita envolvió al chico

con su otro brazo. Estábamos tan cerca que casi podía olerlo, sólo un

toque de sol resistente.

―No seas tonto, Eros. Todos tenemos mucho que discutir.

¿Eros? ¿Al igual que el dios-del-amor, dispara-a-todo-el-mundo-con-

mágicas-flechas, el hijo de Afrodita, Eros?

―¿Tenemos que hacerlo aquí? ―Su mirada recorrió la habitación y el

disgusto evidentemente apareció por las comisuras de sus labios,

enjugándose esa sonrisa deliciosa—. Es tan…. rural.

¿Qué se supone que significa eso? Mi tentación de morderle su cabeza fue

atenuado sólo por mi necesidad de permanecer en el tema.

―Afrodita ―empecé―. No tengo que llamarte "mamá" ahora ni nada,

¿verdad?

La infame sonrisa tiró de sus labios apretados y un hoyuelo perfecto

estalló en la mejilla derecha.

―Todavía no, cariño. En poco tiempo ―replicó ella con una mirada de

complicidad a Eros―, pero todavía no.

Me sentía como si tuviera que sentarme. ¿La sala giraba?

Frotando mis sienes, lo intenté de nuevo.

―Está bien. Estoy segura de que no entiendo la mayoría de lo que está

pasando hoy en día, pero realmente tenemos que hablar. Porque lo que

mis padres están planeando no tiene sentido tampoco. ―Afrodita se sentó

en el borde de mi tocador y ladeó la cabeza como si estuviera esperando

que yo continuara―. Mira, aquí está la cosa. Mis padres están muy

contentos.

―Ellos deberían estarlo. ―Eros medio tosió en su puño.

Le lancé una mirada antes de seguir mi discurso incoherente.

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―Pero, ellos creen que quieres que me case de inmediato. Lo cual es una

locura, ¿verdad? Quiero decir, dijiste que te ayudaría a promover el culto

a la belleza, pero nunca hablaste de tus otros... bueno, atributos. Y así, de

todos modos, mis padres están enviando las solicitudes de pretendientes,

y mi hermana se va a casar también, y esto está sólo... mal. Por favor,

dime que esto está mal.

―Completamente mal ―confirmó Afrodita con un gesto de la mano. Me

di cuenta de lo bien que había estado apretando mis dedos hasta que me

dejaron ir y la sangre corrió de vuelta―. Bueno, quizá no la parte de tu

hermana, pero sin duda tu casamiento. ―Ella dio esta risa gutural que

borró toda la instancia de alivio que había tenido hace un segundo―. Tus

padres no te escogen un marido. Yo lo hago.

Eros resopló y se dejó caer en un taburete trípode en el otro lado de mi

habitación.

―Sí, y todos sabemos lo bien que resultó la última vez.

Afrodita se levantó y caminó hacia su hijo.

―¿Qué sabes tú acerca de Helena? ―Su voz bajó una octava mientras

susurraba entre dientes―. Ni siquiera habías nacido, tú, imbécil ingrato.

Eros giró sus ojos hacia su madre. Cuando finalmente respondió, su voz

estaba nivelada.

―Sé que comenzó la peor guerra de la historia de Grecia y todo giraba en

torno a una cara bonita. ―Volvió la mirada fija en mí y asintió―. Así que

ahora has encontrado otra. Bravo, madre. ¿Qué va a ser esta vez? ¿La

puedes utilizar para iniciar una plaga de diez años? ¿Hambruna tal vez?

Afrodita levantó la mano como si fuera a darle una bofetada, pero luego se

detuvo. Su puño cerrado, bajó el brazo y poco a poco se volvió hacia mí.

Ella podría haberlo hecho lava congelada en el verano.

―Lo siento, Psique. Si yo hubiera sabido que mi hijo iba a ser tan... mal

educado, puede que te hubiera dicho esta noticia en privado.

Mis ojos se movían de Afrodita a Eros y hacia atrás. Se aclaró la garganta

mientras se acercaba y estrechó mi mano entre las suyas.

―Psique, cariño, ¿sabías que habría un momento en que iba a necesitar

algo de ti? ¿Un pequeño servicio?

Asentí con la cabeza. Aquí venía.

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Ella levantó mi mano hasta cerca de su corazón.

―Yo lo consideraría un favor personal si tú me haces el honor de casarte

con mi hijo.

Mi mandíbula cayó floja y traté de retroceder, pero Afrodita tenía un

apretón de muerte en mi mano. Eros, en la otra mano, no tuvo tal

restricción. Repentinamente salto del trípode.

―¿Estás bromeando? ―Sus alas se extendieron amplias detrás de él

mientras se hinchaba como un pavo real gigante y atacaba a su madre―.

¿Crees que me voy a casar con ella?

―Sí, de hecho, lo hago. ―Afrodita torció la boca en una mueca

sonriente―. O la próxima vez que Zeus quiera despojarte de tus flechas,

no voy a detenerlo. ―Ella finalmente me soltó de la mano para acariciar a

Eros en la mejilla.

Sus labios se apretaron con tanta fuerza que parecía en peligro de

desaparecer por completo.

―¿Un mortal o mis flechas? ¿Esa es mi elección?

Afrodita suspiró, larga y pesadamente.

―Sé que ella luce como la anterior, pero Psique es mucho más bonita, ¿no

te parece? ―Ella se volvió hacia mí y me empapó con una sonrisa

maternal―. Y no va a romper tu corazón.

Un músculo en la mejilla de Eros tembló y tuve la repentina sensación de

que estaba a punto de aceptar. No es que sintiera la más mínima

compasión por él, pero no tenía el menor interés en pasar el resto de mi

vida con el mayor idiota que he conocido. Teniendo en cuenta algunos de

los senadores que habían llegado a nuestro palacio, estaba diciendo algo.

Antes de que pudiera detenerme, las palabras salieron de mi boca.

―Tal vez podamos resolverlo. ―Ambos pares de ojos azules me miraron

fijamente clavándome en el suelo―. Quiero decir, no estoy lista para

casarme todavía. Y en realidad, Eros y yo nos acabamos de conocer, y

bueno, no estoy segura de que seamos la mejor pareja. Sin ofender.

―Maldición. Eso salió totalmente mal. ¿Acababa de decirle a una diosa

que su elección de partido no me convencía, en este caso?―. Estoy segura

de que nos veríamos realmente bien juntos y todo, pero tal vez nuestra

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personalidad no encaje exactamente. ―Yo estaba tratando de sonreír,

pero se sentía mucho más como una mueca.

―Habla por ti. Ningún dios se ve bien llevando consigo un equipaje

mortal.

¿De verdad me había dicho eso a mí?

La lengua de Afrodita fue más rápida que la mía para responder.

―Y supongo que eso es por lo que utilizas tus flechas para hacer que Zeus

se enamore de todas esas chicas mortales. ¿O por qué te enamoraste tú

mismo? ¿Debido a que son equipaje? ―Salió y apretó mi brazo antes de

empujarme a su hijo―. Yo encuentro a la chica más hermosa de toda

Grecia, ¿y así es como me lo agradeces?

Eros alzó las manos.

―¿Quieres que te de las gracias? ―El me miró de arriba abajo, con los

ojos lentamente rastrillando sobre mi cuerpo, de la cabeza a los pies―.

Gracias, pero no, gracias.

Arrebatando mi brazo para que quedara libre de Afrodita, me abalancé

sobre Eros. Instintivamente, mi dedo le dio un golpecito en el pecho como

si estuviera regañando a un niño.

―Ahora escúchame. Me importa una mierda lo que eres. Tu madre ha

sido más que buena conmigo y no puedes hablarle de esa manera en mi

casa.

Los dedos de Eros se apretaron alrededor de mi muñeca, enviando una

pequeña carga corriendo a través de mi cuerpo. Cuando sus ojos se

abrieron brevemente, yo estaba segura de que él también lo sintió.

Nuestras miradas se bloquearon, a sólo unos centímetros de distancia.

Incluso podía sentir su aliento cosquilleando en mis labios mientras

trabajaba para frenar su respiración.

Tan pronto como llegó el momento, se había ido. Eros dejó caer el brazo y

lanzó una mirada a su madre.

―¿En serio? ¿Crees que me voy a casar con esto?

Ugh. Ya tenía suficiente de él. Mis manos le golpearon su pecho lo

suficiente para mecerlo un paso atrás.

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―Yo nunca, nunca, me casaré contigo. Así que ni siquiera pienses que

puedes rechazarme, tu pomposo, arrogante... cretino. Porque yo te

rechazo. ¿Me escuchas? Fuera de mi habitación.

El aspecto inicial de shock en la cara de Eros fue arrasado por puro placer.

Sus ojos brillaban y bailaban como ascuas que se elevan sobre una

hoguera.

―Con todo el placer. ―Hizo una reverencia y se volvió hacia su madre―.

Creo que deberías asentar las cosas aquí, ¿no?

Antes de que ella pudiera responder, él se transformó en paloma y

revoloteó a través de la abertura de grietas en las persianas.

Yo había pensado que toda la tensión dejaría la habitación con esas alas,

pero me encontré sola con una diosa cuyo generalmente rostro de

porcelana estaba ahora visiblemente rojo. Claro, había venido a mí antes,

resoplando sobre desaires o infracciones. Como la vez en que un granjero

se refirió a ella en una oración como Ojos de Buey, cuando todo el mundo

sabe que ese es el apodo de Hera. Pero en este momento, se puso como

una langosta al vapor de vergüenza y tuve un mal presentimiento de que

estaba a punto de tomar el peso de su ira.

―Una cosa. Todo lo que pido es una cosa, una pequeña cosa, ¿y no lo vas

a hacer?

―Él empezó. ―Qué forma de ser madura. Me di un giro de ojo mental y

seguí adelante―. Además, se suponía que me pidieras que hiciera algo

relacionado con la belleza, no con el amor o el sexo o las otras cosas.

―¿Qué te hizo pensar eso? Mis términos quedaron siempre abiertos. Tú

aceptaste mi consejo, te levantaste en la fama, llené las arcas de su

familia. ―Ella hizo un gesto salvajemente a mi ventana, moviendo todo su

cuerpo lo suficiente como para sacudir los collares de concha de oro

alrededor de su cuello―. No te he pedido que seas una puta en mi templo.

Tú te casarías con un dios.

Cuando lo dijo así, ella tenía razón. Aún así... necesitaba pensar y su

mirada estaba deteniendo mi cerebro. Poco a poco, di un paso atrás hacia

la puerta de mi dormitorio. Tal vez podría facilitar la salida. Estaba

bastante segura de que no me seguiría en su cuerpo real y que claramente

necesitaba un poco de tiempo de reflexión.

―Lo lamen… ―empecé.

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―Yo te hice mi hija. ―Se hizo eco de su voz como un trueno en las paredes

de mosaico de mi habitación―. ¿Y luego te niegas a mi hijo? ¿Un niño de

mi real sangre?

Seguí de espalda contra la pared y traté de pensar en una forma de

detener la ira.

―Simplemente, dame un poco de tiempo, ¿de acuerdo? Dije que lo sentía.

―Detrás de mí, mi mano encontró la perilla de la puerta y me volví―. Él

no puede decir esas cosas a ti. No está bien.

―No era tu lugar. ―Su grito me siguió por el pasillo mientras escapé de

mi cuarto por segunda vez ese día.

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ina

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Capítulo 4

Traducido por Maia8

Corregido por Viqijb

na nota para mí: cuando intentas esconderte de una diosa, piensa

más allá de tu habitación. Mi cerebro revuelto me condujo por el

pasillo, muy gastado, a la habitación de mi hermana y eso fue lo

más lejos que llegué.

—¡Oh, dioses! —chilló Chara cuando irrumpí en su habitación. Sus rizos

rubios se arremolinaban alrededor de sus hombros como un remolino de

oro cuando rebotó.

Al parecer, ella no se dio cuenta de que yo estaba enloqueciendo mientras

ella bailaba y aplaudía.

Corriendo junto a ella, me zambullí en la cama y tiré las mantas de seda

por encima de mi cabeza. Casi al instante, Chara me abordó y la cama se

sacudió bajo sus continuos saltos.

—¿Qué estás haciendo, tonta? Sal. —La voz de Chara sonó ligera y lo

suficientemente aireada para volar.

Cuando no respondí, ella finalmente detuvo su rebote incesante.

—¿Psique? —Sacudió mi hombro—. ¿Está todo bien?

No. No está bien. Ni para mí. Ni para ti. No hay nada siquiera cerca de

bien.

—No realmente —grazné yo.

Las mantas cayeron lejos y miré hacia arriba para ver a Chara de pie

junto a mí.

—Suéltalo. ¿Qué pasa?

U

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ina

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Recubrí mi cara con las manos.

—No quieres ni saber. En serio. Es tan malo.

Tiró de mis manos.

—Vamos. No puede ser tan malo. Eres hija de Afrodita ahora.

Estuve a punto de vomitar sobre la cama.

—Está bien. —Me senté y respiré hondo—. Aquí está la versión corta. Todo

el mundo quiere que me case. Como ayer. Afrodita exigió que me casase

con Eros, pero no funcionó...

—Whoa. Espera —me interrumpió—. ¿Eros? ¿Ella quiere que te cases con

su hijo?

—La palabra correcta es quería. Tiempo pasado. Él prácticamente me

odia, era un idiota y le eché de mi habitación.

El silencio de mi hermana confirmó que sí, que sonaba tan malo como

pensaba. Continué, decidida a llegar a la parte que la afectaba también.

—Así que, eso era ella y ahora está bastante enojada y todo, lo cual es una

cosa. Pero mamá y papá están todavía alborotados, planificando una boda

doble o algo así y enviando anuncios para ambas.

Chara soltó mis manos para aplaudir sobre su grito silencioso. O tal vez

estaba a punto de vomitar también.

Cuando finalmente habló, sus palabras salieron tan temerarias como

rápidas.

—Eso es imposible. ¿Estás segura? Se suponía que debías tener otro año.

Lo único que podía hacer era acurrucarme con ella a medida que

formábamos nuestro propio montón de lágrimas, sollozos nasales y

maquillaje.

—Lo siento mucho —gemí—. Yo sabía que ella querría algo, pero no sabía

que sería esto. Debería haber preguntado.

Chara me miró, su mirada me decía que yo había cometido un desliz,

incluso antes de que la acusación saliera.

—¿Qué quieres decir con “debería haber preguntado”? ¿Conocías a

Afrodita antes de hoy?

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Tragando saliva, me di cuenta de que Chara había pasado de compartir mi

agonía a estar dispuesta a echarme a los leones.

—No es lo que piensas.

Mentirosa, mentirosa.

—Ella sólo me visitaba. Mayormente como un pájaro. A veces me ayuda

con el panorama. —Me froté la nariz con el dorso de la mano—. No fue tan

fácil, ¿sabes?

—¿Desde cuándo? —exigió.

—No lo sé. —Me encogí de hombros—. Dos meses. Tal vez tres.

—¡Tres meses! —Su grito casi me asustó más que el de Afrodita—. ¿Has

tenido visitas de una diosa durante tres meses? ¿Qué te pareció que

estaba pasando? Tenías que haberlo sabido.

—No lo hacía. Te lo juro. Ella sólo me dijo que su poder aumentaba

cuando la belleza era importante y que yo la estaba ayudando. Eso es todo

lo que sabía.

Chara saltó de la cama, tirando de las sábanas con ella.

—Increíble.

—Lo sé —supliqué—. Ayúdame. ¿Qué voy a hacer?

—¿Tú? —La mirada de Chara era incrédula—. ¿Ayudarte? Se supone que

debo tener por lo menos un año más antes de tener que jugar a niñera de

algún rey antiguo. Me gusta estar aquí, muchas gracias. Pero, ¿y ahora

qué? ¿Ahora tengo que sufrir porque eras muy tonta para ver lo obvio?

Mientras buscaba las palabras que posiblemente podrían explicarme,

Chara salió la habitación.

—No puedo estar aquí ahora.

La puerta se cerró detrás de ella como el chasquido de un hacha.

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ina

27

Capítulo 5

Traducido por Maia8

Corregido por Jut

ros azotó por el aire fresco de la noche, todavía luchando para

controlar su temperamento. La audacia de su madre había

alcanzado un nuevo nivel.

No podía creer que le hubiera dicho que se casara con una mortal. Sabía

cómo se sentía acerca de ellos desde... no se atrevía a pensar siquiera su

nombre.

Esa cicatriz se había curado por fin y él no estaba dispuesto a abrirla de

nuevo. Especialmente no con Psique, una chica que al parecer le detestaba

claramente.

Lo que necesitaba era una distracción. Algo para evitar que su mente

diera vueltas de nuevo al arco de la atracción que había sentido cuando

tocó a Psique esa mañana. O la forma en que el simple hecho de mirar a

alguien tan hermosa como ella le daban ganas de sellar su corazón en una

caja de metal. No se dejaría herir de nuevo. Nunca.

Guardando sus alas, Eros aterrizó justo fuera de una masa palpitante de

personas. La fiesta de toda una noche de Dionisio sin duda haría de

distracción. En medio de mujeres semidesnudas que realmente no

ansiaba, pensó que bebería hasta la saciedad. Y encontraría a alguien que

le hiciera olvidar los ojos verdes de Psique y lo mucho que le recordaban

a... ella.

Empujándose a través de una multitud de ninfas chismosas, Eros se

acercó a Dionisio. Como Eros esperaba estar en la final de la noche,

Dionisio estaba cubierto por chicas. Sostenía una copa de vino,

derramando su contenido en el suelo de color carmesí.

E

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—Dionisio, viejo amigo —dijo Eros, dando unas palmaditas al inmortal

fornido en la espalda—, parece que empezaste la fiesta sin mí.

Dionisio giró la cabeza temblorosamente hacia la voz y trabajó por

entrever a Eros.

—Zou lo hiciste… —arrastró las palabras—. ¡Toma un poco de vino! —

Dionisio levantó su copa y el vino salpicó en el pecho de la mujer sentada

a su derecha.

Aunque Dionisio hizo un lío ayudando a la señora a secar su toga, un

juerguista agitó otra y colocó una copa en la mano de Eros. Bebió el vino

en un largo trago.

—Aquí, déjame conseguirte una para ti. —Eros se giró para encontrar a

una ninfa que había conocido durante años para que llenase su vaso.

—¡Kalisto! —Eros echó un brazo alrededor de la ninfa—. Me alegro de

verte de nuevo.

—Tú también, Eros. —Su cabello castaño brillaba a la luz de las antorchas

casi tan fascinantemente como su sonrisa.

Eros se inclinó más cerca de Kalisto y bajó la voz.

—¿Desde cuándo te convertiste en uno de los seguidores de Dionisio? No

pensé que te gustaran este tipo de cosas. —Él asintió con la cabeza en

dirección a un grupo de mujeres arremolinadas.

—Una chica tiene derecho a cambiar de opinión. —Kalisto se cepilló el

flequillo de la frente—. Probablemente, he cambiado mucho desde que

me viste por última vez.

—Dime —contestó Eros, terminando su vino y levantando su copa para

rellenarla.

—Tal vez. Primero quiero saber acerca de Eros. ¿Has cambiado algo? —

preguntó Kalisto mientras servía. Eros enarcó una ceja.

—¿Yo? ¿Por qué debería cambiar? —Apretó su hombro con el suyo—. Soy

bastante perfecto así, ¿no te parece?

—Mmm… —Kalisto le pasó la mano por el hombro—. Eres un placer para

la vista, pero eres un asesino para el corazón.

Eros se rió y bebió otro trago de vino.

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—¿Yo? No sabes ni la mitad. —Él había visto asesinar un corazón, pero no

era obra suya. Kalisto entrecerró los ojos cuando se inclinó para sisearle

en el oído.

—Tienes que parar con las flechas, ¿de acuerdo? Sé que has estado con un

perfil bajo durante unas semanas, pero Zeus me ha enviado para

confirmar que ya está hecho. Habla en serio esta vez. No hay más

mortales para él.

No hay más mortales para cualquier persona, si Eros tuviera voz y voto en

el asunto.

—Y tienes que trabajar para Hera —continuó Kalisto—. Has estado

bastante en casa.

Eros dejó caer la cabeza hacia adelante. Deseó no estar teniendo esta

conversación esta noche. O nunca.

—¿Qué es lo que quiere? —gimió.

Kalisto puso su brazo sobre el hombro de Eros.

—Deja que alguna diosa agradable haga un hombre honesto de ti. Ya

sabes cómo es ella sobre la familia. Cálmate, deja de enviar a su marido

tras la persecución de chicas mortales, y todo será perdonado.

Hablando de una broma. Zeus había estado persiguiendo mujeres desde

mucho antes de que Eros naciera. Pero, ¿qué podía decir a la pequeña

ninfa mensajera que no lo hiciera volver de nuevo a los gobernantes del

Olimpo? Nada.

Eros le arrebató la jarra de vino y volvió a llenar su vaso.

—¿Lo sabes, Kalisto? Tú eres la segunda persona hoy que ha tratado de

tenderme una trampa.

Los labios de Kalisto se torcieron en una mueca.

—Oh. ¿Alguien más ya hablo contigo acerca de Iris, entonces?

Eros casi escupió el vino.

—¿Iris? ¿Ese espectáculo de monstruo multicolor? Dioses, eso es casi

peor que un mortal.

Kalisto golpeó con los nudillos en su hombro.

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—No seas estúpido. La idea fue de Hera. —Cuando Eros no respondió,

añadió:

—A ella realmente le gustaría ver que te estableciste.

—Sí, bueno, a mi madre también. —Él bebió de nuevo otro trago de

vino—. La gente va a tener que aprender a lidiar con la decepción.

El rostro de Kalisto palideció mientras su mirada se fijaba en algo detrás

de Eros.

—¿Qué? —preguntó, volviéndose.

Afrodita estaba tan cerca, que tenía que tropezar hacia atrás para no

pisarla.

—La decepción es un eufemismo, ¿no te parece?

—No aquí —dijo—. No hablaré de eso esta noche. Con cualquiera de las

dos —agregó, mirando de vuelta a Kalisto.

Los ojos de Afrodita quemaron a la ninfa mientras giraba a su hijo en la

dirección opuesta.

—Discúlpanos.

—Dije que no ahora. —Eros hizo un gesto con el brazo para soltarse de su

agarre y se detuvo—. No me importa lo que digas, no me voy a casar con

una mortal, ¿entendido?

Afrodita niveló sus intensos ojos azules a los de él.

—Está bien.

Um, ¿qué? Eros cuadró los hombros y metió las alas en su lugar.

—Así que, ¿por qué estás aquí?

—Es dolorosamente obvio que no hay mucho que pueda hacer por ti al

haberte negado mi disposición. Ella, por su parte, es una historia

diferente.

—¿Y has venido a decirme eso?

Afrodita arrebató la copa de la mano de Eros y la tiró al suelo.

—No, he venido aquí para decirte que te encargues de su castigo. ¿Ella

rechaza a mi hijo? Bien. Has que se enamore de algún despreciable y

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repugnante mortal. No me importa quién, francamente. Sólo asegúrate de

que sea tan horrible con las mujeres de su vida como tú.

***

Un portero se asomó al comedor cuando Eros estaba terminando de

desayunar.

—Mi Señor, Afrodita manda decir que se ha ido de vacaciones al mar.

Dice que se asegure de hacer su trabajo de forma rápida por lo que no

tendrá que molestarle con los detalles.

El tenedor de Eros resonó en el plato. Cerró los ojos ya que el ruido hizo

eco en su cerebro como platillos. Maldita sea. Después de tres días de

merecidas festividades, se había olvidado de que su madre le había hecho

su chico de los recados de nuevo. ¿Qué era lo que quería?

Su cerebro se sentía como pulpa. Algo sobre Psique, recordó. Y no tener

que casarse con ella. Esa sola noticia justificó su juerga de tres días. Su

estómago se relajó cuando los recuerdos se abrieron paso.

—¿Habrá algo más, señor?

Eros se limpió la boca con una servilleta.

—Vigila que nadie entre. Al parecer, tengo trabajo que hacer.

A medida que el hombre se escabullía, Eros tomó un último sorbo de

ambrosía y se dirigió al patio. Pero sus pies no querían hacer el viaje.

Los ojos esmeraldas de Psique brillaban en su cerebro, tan llenos de fuego

y vida. Por supuesto, él no quería tener nada que ver con ella y la angustia

inevitable que ella traía. Pero odiaba pensar que sería él el que la echaría a

los leones.

¿Cuándo habían organizado sus flechas tanto desorden? Echaba de menos

los primeros años, inocentes, cuando sus flechas hacían sólo una cosa:

hacer que la gente que se suponía que estaba enamorada siguiera así. Sin

embargo, ¿qué otra opción tenía? Si no le daba a su madre lo que ella

quería, no se sabía qué retribución habría planeado ella.

Convenciendo a su cuerpo de moverse por fin, Eros se dirigió al patio y se

reclinó contra un banco de oro. Se echó hacia atrás y se centró en una

zona vacía de la pared. El paisaje griego parpadeaba detrás de sus ojos, su

clarividencia perfeccionándose.

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Las visiones le provocaron náuseas. ¿Cuánto vino bebí? Respiró hondo

para no vomitar su desayuno y trató de pensar en qué debía estar

buscando. Buscar al azar cuando se sentía como un marinero pusilánime

claramente no era en sus mejores intereses.

¿Tal vez un cíclope? No, lo más probable era que crujiera sus huesos en

trozos pequeños. Tan cruel como sabía que su belleza podría ser si alguna

vez se acercaba, la muerte no era una frase que quería imponer. Y por

suerte no era lo que le había sido encomendado.

¿Qué hay de Argus? Eros apostaba a que no podría encontrar la manera

de romper su corazón con 100 ojos mirándola fijamente. No es que le

gustase mucho la idea de que ella tuviera perpetuamente los pelos de

punta, pero ella se acostumbraría. Argus no era una mala opción

realmente. No en verdad, era sencillamente asqueroso. Afrodita estaría

probablemente satisfecha con eso.

Pero esa opción estaba fuera también. El hombre dotado con tales ojos

servía como vigilante a Hera. Buena decisión, en realidad. Pero eso

significaba que estaba demasiado cerca de los dioses para ser

miserablemente suficiente para los propósitos de su madre.

Gimiendo, Eros dejó caer la cabeza hacia atrás contra el banco. Tendría

que utilizar las flechas como se le había ordenado. ¿Pero no se daba

cuenta su madre de que sólo pensar en ella estaba empezando a abrir la

herida? ¿Por qué tendría que fijar el objetivo también? Ah, sí, porque

Afrodita claramente no quería ser molestada con los detalles. Mientras

ella estaba de —vacaciones al mar— como su portero había anunciado,

ella no sería capaz de usar su clarividencia incluso si quisiera.

Qué conveniente para ella.

Eros se pasó los dedos por el pelo enredado. Algo pegajoso se atrapó en

ellos y resurgieron las náuseas. Ni siquiera quería saberlo. Gracias a los

dioses que no había espejos en el patio. Él probablemente se veía lo

suficiente desaliñado para asustarse de sí mismo.

Ahora hay una idea, pensó. Alguien que se ve (y siente) tan mal como él

lo hacía en estos momentos.

Sabía exactamente lo que estaba buscando entonces. Habría habido un

rumor acerca de ello extendiéndose durante las fiestas, y era lo

suficientemente cierto. El revuelo se proyectó en su cerebro, lo que

condujo a su visión con facilidad al objetivo.

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Sus cejas se fruncieron mientras miraba la pared vacía sin ver la piedra en

absoluto. La escena se desplegó tal como él había esperado. Una multitud

cantaba:

—¡Debemos poner fin a la sequía! ¡Terminar con Pharmakos!

Las caras estaban retorcidas en gruñidos furiosos, la víctima era

empujada hacia adelante en los brazos de sus captores.

Tragando de nuevo el nudo en la garganta, se dijo que era la decisión

correcta. Afrodita pidió alguien horrible y Pharmakos lo era. Pero después

de profundizar en el hombre por un momento, Eros recogió unos pocos

rasgos positivos también. No era duro, no tenía una lengua afilada, y Eros

estaba bastante seguro de que adoraría el suelo que Psique pisase.

No sabía por qué, tal vez era sólo el afecto persistente que sentía por ella,

pero Eros realmente no deseaba que Psique pagase. Sabía que su madre

estaba exagerando, como había hecho cientos de veces antes. Pero ella

siempre se salía con la suya. Si él no se imponía a la pena, Afrodita

encontraría una manera para que fuera aún peor.

Para ambos.

Al darse cuenta de que estaba sin opciones, Eros tomó su elección. Podía

condenar a Psique a la vida como un vagabundo si la persona que sujetaba

su mano fuera su pareja para siempre. En el fondo, era lo que su

naturaleza lo llevaba a hacer, hacer buenos partidos, no usar sus talentos

en venganza.

Aquí entraba la esperanza de que tener pareja fuera algo que todo el

mundo pudiera vivir.

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Capítulo 6

Traducido por OnnanohinoGin, Rodoni

Corregido por JenB

urante los siguientes días no hubo pájaros. Ninguna visita de mi

hermana. Estaba sola con mi multitud. Su constante estruendo

sordo tocado como la canción de mi corazón. Una infinita subida

y bajada que no se definía. Como una sombra sin bordes. Y aunque el

sonido era pulsante y se retorcía a su propio ritmo, la torpeza lo hacía

parecer irreal.

Todo me parecía irreal.

La multitud, suspiré asqueada. Mi hermana, pensé con ansias. Cada día

que pasaba sin ella lograba que mi alma sangrara. Podía sentir los muros

que nos separaban. Los golpes a su puerta que no obtuvieron respuesta. O

cómo ella abandonaba un cuarto todas las veces que yo entraba.

Algunas cosas podían perdonarse. ¿Pero esto?

No sabía ni quería que pasara esto. Aun. Tal vez me mereciese su

implacable odio. Deseaba poder volver atrás en el tiempo. Al momento en

que ese pájaro blanco lechoso entró revoloteando por mi ventana por

primera vez. Se lo contaría todo. Incluso aunque Afrodita me hiciera

prometer que no diría ni una palabra. Le contaría todo a Chara, y ella

guardaría mi secreto, y ninguna de nosotras estaría donde estábamos

ahora.

Estos eran los sueños de mis lágrimas. Me daban consuelo en las horas en

que no dormía.

Hasta que finalmente alguien llamó a mi puerta.

D

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Arrastrándome fuera de la cama, me apresuré hacia la puerta. Estaba

absolutamente segura de que encontraría a Chara al otro lado. No me

atrevía a esperar que me hubiese perdonado, pero esperaba que estuviese

de humor para hablar. Para escuchar mi versión. Para ayudarme a

encontrar una solución buena para todos nosotros.

No pude contener la sonrisa, estaba tan feliz de que finalmente hubiese

venido.

La verdadera identidad de mi visitante me golpeó como si me hubiesen

empujado contra una losa de mármol. El mensajero de mi padre

esperaba, erguido como una columna, cuando abrí la puerta de un tirón.

Sus ojos miraban fijamente algún punto por encima de mi cabeza. Nada

de contacto visual.

―Mi Señora, su padre me envía a comunicarle que debe estar lista para la

puesta de sol. El primer pretendiente ha llegado. No se le permite

abandonar sus aposentos hasta ese momento.

Como si tuviese a donde ir…

Se inclinó, evitando mi mirada, y se fue con su toga ondeando por detrás

mientras se apresuraba a escapar de mi presencia.

Al cerrar la puerta, me hundí en una pila en el suelo. Estaba aquí. Ya.

Había pensado mucho en este momento, estaba segura de que haría lo

correcto por mi hermana. Y lo único que tenía alguna posibilidad de

salvarme.

Había tenido muchos pensamientos que me llevaban a un callejón sin

salida; caminos que bajaban a un laberinto del Minotauro sin final. Sólo

una idea parecía plausible. Me aseguraría de que mi primer pretendiente

quisiese casarse conmigo. Mi estómago se cerraba mientras repasaba mi

razonamiento por millonésima vez.

Si yo me casaba primero, la dote necesaria para casarse con Chara bajaría.

Y entonces, no importaría cuándo sería su boda, Mamá y Papá la dejarían

esperar. Como siempre habían planeado.

Además, si Afrodita realmente creía en lo que me dijo sobre aprender de

sus errores con Helena, entonces ella tendría que abandonar el papel de

celestina una vez que yo encontrase marido. No más guerras provocadas

por mujeres, ¿verdad? Simplemente tenía que estar de su lado de la única

forma que me era posible.

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En todo el tiempo que había pasado sola en mi habitación en los últimos

días, no se me había ocurrido otra solución.

¿Entonces por qué me estaba presionando a mí misma para llevar a cabo

la jugada más difícil que alguna vez había tenido que hacer?

****

Mientras el sol se escondía, empecé a bajar por las largas escaleras de

mármol. Había elegido un vestido de color verde oliva que resaltaba el

verde de mis ojos. Maia había envuelto mi cabello en un recogido suelto y

había hecho que mi piel brillara con el perfume de salvia y lilas.

Mis admiradores me habían dejado dolorosamente claro que ya era

preciosa sin el esfuerzo añadido, pero le pedí a Maia que hiciese su mejor

trabajo esta noche. Si quería casarme con este extraño para salvarme a mí

y a Chara, necesitaba que él sólo estuviese pendiente de mí. Sospechaba

que el precio que pedían por mí era más alto que el que pedían por mi

hermana. Además, como había llegado tan rápido, significaba que su

ciudad estaba cerca. Mi parte más egoísta estaba encantada con la idea de

no mudarme demasiado lejos de casa.

Encontré a mis padres y a mi hermana entreteniendo a nuestro invitado

en el patio real. Él aparentaba la edad de mi padre, pero parecía ser

mucho más ágil. Aunque calvo, su cara larga y angulosa estaba enmarcada

por unas cejas pobladas y oscuras, y una barba bien recortada. En

conjunto se veía como alguien distinguido, de una forma áspera y de

persona entrada en años.

Cuando crucé el rellano para entrar en el patio, todo el mundo dejó de

hablar y fijó sus ojos en mí. La atención no era nada nuevo, hice lo que se

esperaba de mí: irradiar una sonrisa de cortesía.

Mi padre se aclaró la garganta:

―Psique, me gustaría presentarte al rey Andreas de Corintio. ―Bajando

mis pestañas, asentí con la cabeza en agradecimiento.

―Me place darle la bienvenida. Gracias por haber realizado este viaje.

―Por supuesto, Corintio no estaba para nada lejos (¡Tenía razón!), pero

esa no era la cuestión. Mi intención era dejarlo encantado y halagado.

Me miró de pies a cabeza. Sus ojos pasaron como una brisa escalofriante

por todo mi cuerpo. Después de varios segundos, se volvió hacia mi padre.

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―Darion, ella es tan hermosa como aseguraban los rumores que corren

por ahí. ¿Cuánto pides por ella?

¿Eso era todo? ¿Eso era lo único que necesitaba saber antes de intentar

comprarme para que fuera su esposa? Andreas ni se había molestado en

hablarme.

―Señor ―corté yo, de pie entre él y mi padre―. Perdóneme por

interrumpirle, pero pensaba que tal vez le gustaría llegar a conocerme

antes de proponerme matrimonio. ―Su mirada calculadora volvió a

recorrer mi cuerpo:

―No hay nada más que necesite saber, a parte del precio. Y si puedo

asumirlo o no.

Retrocedí un paso, sintiéndome de pronto mareada y mortificada. La

vergüenza invadía mis mejillas y las hacía arder, como si me hubiesen

golpeado. Mi hermana había tenido razón al estar asustada. Esto era peor

que nada que hubiese podido imaginar. Estaban discutiendo mi precio de

compra justo delante de mí.

Mi pulso se había disparado, como si una estampida estuviese corriendo

por mis venas. Había aprendido la lección de meterme con hombres

importantes, insultarles a base de empujones, pero mi presión sanguínea

respondía a Andreas con la misma hostilidad que sentí cuando había

estado frente a Eros. Me fui antes de hacer algo igualmente estúpido que

pensar que todo esto sería una buena idea.

―Doy por hecho que alguien me contará si ha ganado la subasta, Señor.

Feliz transacción. ―Con una rápida reverencia, me di la vuelta y salí

huyendo del patio.

El aire húmedo y fresco de primavera no me trajo el alivio que estaba

buscando. Y entrar en la oscuridad del anochecer después de pasar por el

brillo del vestíbulo iluminado me hizo contraer los ojos, como si el sol

estuviese sangrando en el cielo, mientras se escondía.

Mientras atravesaba los jardines, totalmente absorta en mis

pensamientos, mis caderas chocaron contra un hombre escondido detrás

de un arbusto. Él saltó y me enlazó para poder mirarnos cara a cara,

haciéndome retroceder un paso. A través de la luz sombría, noté que la

cara del extraño era delgada, con unos dientes algo grandes, y un cabello

que le caía sobre los ojos. Entre eso y lo de esconderse en un arbusto, él

me hacía sentir totalmente fuera de lugar.

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―Lo siento ―dije―, no pretendía asustarlo así.

―Para nada ―respondió―, sólo estaba estudiando estas flores tan

inusuales. Nunca había visto nada igual.

―¿Suele estudiar las flores? ―pregunté, intentando no reírme.

―En realidad, sí. Las he estudiado en Atenas ―dijo apartando el cabello

de sus ojos de un soplo, revelando unos atractivos ojos de color marrón

oscuro.

―Oh. ―Reí nerviosa, de repente alegre por no haber asumido que era uno

de los sirvientes de Andreas. Los sirvientes no estudiaban en Atenas.

―Sé que es un gusto algo extraño ―continuó―, pero sólo de pensar en

guerras o deportes me aburro. La historia nunca cambia y lo mismo pasa

con los deportes. Sin embargo las flores son distintas. Son puras y frágiles,

como la vida, supongo.

¿Era este hombre un segundo pretendiente? Estaba segura de que el

mensajero de mi padre sólo me había informado de la llegada de un

pretendiente. ¿Pero qué más podía estar haciendo aquí este hombre? Era

educado, atractivo y obviamente un buen partido. ¿Sería egoísta querer

quedármelo? Tal vez dejar que Chara se lo quedase sería una buena

ofrenda de paz.

―Lo siento, tengo tendencia a divagar. Puede que haya pasado demasiado

tiempo estudiando filosofía. Esa es la moda en Atenas, después de todo.

Por cierto, soy Rasmus. Rasmus de Micenas. ―Extendió su mano y le

ofrecí la mía.

Era un pretendiente entonces, tenía que serlo. El silencio se instaló entre

nosotros, mientras mi cerebro intentaba desesperadamente lidiar con mis

opciones. ¿Qué podía decir que pudiera interesarle? ¿Cómo podía

resultarle atractiva, a parte de por mi cuerpo? ¿Y quería gustarle o debía

dejar que se lo quedase Chara? Entonces, me di cuenta de que ni siquiera

me había presentado. ¡Y aun estaba sosteniendo su mano!

Dejé caer su mano con demasiada rapidez para ser sutil.

―Oh, debería present... quiero decir... soy Psique.―Me pateé

mentalmente a mí misma por no ser capaz de escupir una frase coherente.

Luego agrego―. Lo siento, estabas aquí solo. Fue grosero de nuestra parte

no ser más hospitalarios.

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—Eso está bien. Me he estado divirtiendo. ―Su tono me dijo que hablaba

en serio. Algunos otros nobles habrían sido postergados por no estar

dotados, pero él no lo estaba. Si yo estuviera verdaderamente

desinteresada, sabía que Chara merecía a este hombre. Sin embargo, mi

mente no hizo que me alejara.

Después de mirar por encima del hombro para asegurarme de que mi

familia no había decidido perseguirme abajo, volví mi atención de nuevo

sobre Rasmus.

―Le puedo mostrar los jardines si quiere. Hay una zona un poco más

arriba que siempre he querido. Tal vez usted vea algunas flores nuevas

antes de que el sol baje.

―Me gustaría eso ―dijo Rasmus―. Pero no estoy seguro de que las flores

sean las cosas más bellas en el jardín.

Wow. Tal vez enseñan el arte de dar elogios en Atenas también.

Realmente me podría llegar a gustar este tipo.

Llevé a Rasmus por un sendero de piedra caliza y bajo un dosel de árboles

de olivo. Mientras caminábamos, Rasmus me habló de su familia. Tenía

dos jóvenes hermanas, pero su madre había muerto hace varios años.

Cuando no estaba estudiando en Atenas, ayudaba a su padre, viajando por

él para que el viejo rey no tuviera que salir de casa.

A medida que hablaba, lo sentí relajado y parecía a gusto conmigo. A

medida que mi fama había crecido en estos últimos meses, sólo mi familia

parecía cómoda en mi presencia. Lo que era aún más que un regalo,

aunque sólo estábamos teniendo una conversación. Rasmus estaba

hablando conmigo como un viejo amigo. Y no era sobre la cera de ojos o

las últimas sedas. No me había dado cuenta de lo mucho que necesitaba

esto.

Llegando al final del camino y deteniéndome ante una puerta alta de

hierro, flanqueada a ambos lados por setos más altos que nuestras

cabezas.

―Yo no sé tú ―dije―, pero la guerra de Troya siempre me ha fascinado.

Quién sabe ―añadí, encogiéndome de hombros―, tal vez sacaba el

glamour a causa de este lugar.

Las cejas de Rasmus se unieron.

―No estoy seguro de cómo se puede embellecer una guerra.

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Giró la cabeza hacia los jardines y abrí la puerta, invitándolo al patio

pequeño. El suelo estaba alicatado en un mosaico colorido imaginando

una escena de batalla. En el centro del patio había una fuente esculpida a

semejanza del caballo de Troya. Elaborados bancos de piedra lisa

rodeaban la fuente, tallada con imágenes de nuestros héroes: Aquiles y

Agamenón, Odiseo y Áyax.

―Este es el tributo de mi familia a la batalla de Troya. Mi bisabuelo viajó

con el rey Menelao para recuperar a Helena de París.

―Es... impresionante. ―Rasmus se giró, como si la nectarina de las flores

nos sonrieran en toda su cobertura.

―Nuestros jardineros dicen que estas flores provienen de las costas de

Troya. ―Cuando él no respondió, añadí―… Pero podría estar equivocada.

No sé muy bien sobre las flores como tú lo haces.

Rasmus vio las flores y el resto del patio en silencio. Finalmente dijo:

―Gracias por traerme aquí. Puedo ver por qué este es uno de tus sitios

favoritos. ―Sus ojos seguían vagando por el patio―. Aun así, no podemos

estar de acuerdo en que haya nada glamoroso en la guerra. ―Él se inclinó

para darle un juguetón codazo al mío―. Tú tal vez, pero no la guerra.

Eso era filtrear, ¿verdad?

Tuve que morderme los labios para que no estallara una sonrisa en mi

cara.

―Me alegro de que te guste. No he tenido a nadie para compartirlo en

mucho tiempo. ―Porque no traje a Afrodita hasta aquí. Miré a mis pies,

pateando una piedra pequeña―. Tal vez usted pueda volver de nuevo.

Conmigo.

Cuando me asomé por debajo de mis pestañas, Rasmus estaba mirando el

cielo púrpura. Una triste sonrisa se dibujó en sus labios. Luego se volvió

hacia mí, sosteniendo mi mirada con sus intensos ojos oscuros.

―Psique, no hay nada en el mundo me gustaría más. Pero me temo que

eso no debe de ser.

Mi mente daba vueltas. ¿Cómo puede ser eso? Me gustaba. Yo sabía que

me gustaba. Había prácticamente acabado de decir que me gustaba, ¿no?

Mi mandíbula se abrió. Pude sólo formar una palabra:

―Pero... ―Salió como poco más que un susurro.

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Rasmus tomó mis manos entre las suyas y me guió hacia uno de los

bancos.

―No sé por dónde empezar ―dijo. Hizo un gesto hacia el caballo de

Troya―. La belleza de una sola mujer comenzó una guerra de diez años.

―Él resopló―. Mi padre decidió que ya no está en el mejor interés de

nuestra ciudad casarse con la mujer más hermosa en el mundo. Troya

todavía está demasiado fresco en su mente. No van a cometer el mismo

error como Menelao.

―¿Tu padre? ―le pregunté―. ¿Qué hay de ti? Yo... yo no lo entiendo.

―Psique, no estoy aquí por mí. He venido en nombre de mi padre. Me

envió a traer a tu hermana de vuelta para ser su nueva esposa. Ya he

arreglado todo para que Chara vuelva conmigo.

Las lágrimas se llenaban en mis ojos y yo luchaba por contenerlas. No

quería que Rasmus me viera llorar, pero había perdido mi esperanza para

salvar a Chara. Le fallé.

Soy un fracaso.

Mientras estaba sentada allí, en un estúpido silencio, un pensamiento

vino a mí tan rápido que mi boca empezó a formar palabras antes de que

mi cerebro realizara el cálculo.

―Pero si Chara... tu padre... entonces tú podrías...

Rasmus se miró las manos mientras se desplazaba en el banquillo.

―Mi padre ya ha arreglado mi matrimonio con otra persona. Es lo que

hay en el mejor interés de nuestra ciudad. ―Él miró hacia mí―. No tengo

duda de que mi novia palidece en comparación contigo.

Rasmus se inclinó hacia delante y enjuagó la lágrima que finalmente se

derramó por mi mejilla.

―Por favor, no llores. Las lágrimas no hacen favor a ese hermoso rostro.

Esnifé, conseguí una media sonrisa y tragué el nudo en mi garganta.

―Voy a estar bien.

Líneas profundas se graban en la frente de Rasmus. Al parecer, no estaba

convencido.

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―¿Qué? ―pregunté, limpiándome una lágrima con el dedo―. ¿Crees que

no puedo conseguir un marido o algo así?

Al menos eso sacó una sonrisa de él. Yo había tenido suficiente culpa para

que me durara toda la vida, no tenía que preocuparme por si lo hacía

sentir demasiado mal.

―En serio ―le dije―, voy a estar bien. Sólo quiero estar sola un rato.

Rasmus se puso de pie y me miró.

―Por supuesto. Gracias de nuevo por compartir tu jardín conmigo. ―Sus

labios se apretaron como si estuviera ocultando algo―. Siempre

recordaré... esto.

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Capítulo 7

Traducido por Rodoni

Corregido por bibliotecaria70

ros pudo haber mentalmente tomado su decisión, pero su cuerpo

se negaba a ejecutarla. En su lugar, vio el exilio Pharmakos

desplegarse como una enferma tragedia. La estupidez era casi

inconcebible.

¿Cuánto tiempo hacía que los griegos creían que podían librar a sus

ciudades de los problemas principales -el hambre, la enfermedad, la

peste, la sequía- por la expulsión de un Pharmakos? Era ridículo. ¿Como

si sólo porque un cojo saliera de la ciudad, todo lo malo le seguiría?

Mientras Eros observaba, cuatro hombres empujaron a Pharmakos hacia

adelante, volviendo hacia las puertas. La multitud que los rodeaba

prepararon sus piedras. Arrastrando su pie derecho detrás de él, el chivo

expiatorio luchado por mantener el ritmo de sus captores.

Con una oleada final, implacable, la multitud empujó al hombre hacia

adelante más allá de las puertas. Trató de correr, pero su pierna lisiada le

ralentizaba. Dos piedras apuntaron en el medio de la espalda, casi

haciéndole caer, antes de que lograra salir fuera de su alcance.

Decidiendo que tenía que darse prisa antes de que perdiera la pista del

desgraciado, Eros saltó a sus pies. De repente deseó poder imponer la

sentencia de su madre sobre la mujer que básicamente había masticado y

escupido su corazón. Sin embargo, se recordó, había ciertamente

decisiones más dolorosas que podía haber tomado.

Y por lo menos de esta manera, Psique nunca tendría la oportunidad de

destruir el orgullo de un hombre.

E

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Cuando Eros llegó a Sikyon, se escondió entre las sombras de un bosque

de árboles de hoja perenne. Allí, se disfrazó como un viajero, poniéndose

un poco de viruelas en la cara, el pelo oscuro grasoso, y cubriendo sus alas

que se estremecieron con la pesada capa. Al mirar a Psique con su

segunda visión, vio que estaba sola en una parte aislada del jardín de su

familia. El momento había llegado. Las palmas de Eros empezaron a

sudar mientras silenciosamente se deslizaba hacia adelante.

Eros se dijo sólo pensar en ella, la única que había congelado su alma. No

dejaría que rompiera su fachada. Habría de cumplir con su misión y

avanzar con su vida. Una vez que la tarea se completara, nunca tendría

que pensar en ello, o Psique, o ella, nunca más.

Cuando Eros se acercó a la alcoba del jardín, vio a Psique tumbada boca

abajo sobre un banco. Sus hombros visiblemente temblaban en sollozos.

Suaves rizos oscurecían su rostro, manteniendo sus verdes ojos hipnóticos

lejos de su vista.

Silenciosamente, Eros deslizó el arco del hombro. Tirando de una flecha

de debajo de su capa, se la llevó a los labios y susurró: Pharmakos.

Entonces, repitió el familiar proceso de colocar la flecha en la cuerda de

su arco y retroceder el misil. Eros apuntó y se preparó para lanzar la

flecha.

Pero vaciló.

Algo en el fondo de su mente -o tal vez el fondo de su corazón- le impedía

atenerse a ellas. Había sido enviado para destruir al segundo mortal que

le había rechazado, pero en ese momento ella ya parecía arruinada. Se

preguntó por qué Psique estaba sollozando. ¿Acaso alguien la hirió de la

misma manera en que su corazón había sido aplastado?

En los segundos que se detuvo, Psique levantó la cabeza. Limpiando su

cara llena de lágrimas con el dorso de la mano, se levantó del banco como

el humo que emana de un incendio.

—No sé quién eres, pero si crees que un tipo con una flecha es mi mayor

preocupación en este momento, estás equivocado. —Ella cuadró los

hombros y se echó el pelo detrás de sus hombros—. Vete.

Si hubiera estado escuchando, habría oído a Psique echarlo de su casa por

segunda vez. Pero sus palabras no fueron registradas. ¿Cómo la había

echado de menos? Ella no era como la primera chica en absoluto. En la

superficie, eran tan similares, pero en el fondo sus núcleos eran

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completamente diferentes. Había dejado caer su guarda el tiempo

suficiente para realmente sentirla, conocerla, de la forma en que podría

hacerlo con cualquier mortal si le prestara atención suficiente. Incluso con

senderos lacrimógenos aún frescos en sus mejillas, Psique brillaba desde

adentro hacia afuera.

Cuando una suave brisa llevó su perfume embriagador a Eros vagamente

oyó repetir la orden de que se fuera. Las palabras no realizaron su

intención, sino que llevaron su alma. Sus emociones le rociaron; se

derramaron sobre él en suaves ondas. Su ira y miedo latían en la

superficie, pero por debajo de los ritmos estaba el coro de su espíritu ―el

amor, la ternura, las buenas intenciones― un paquete que hacía a Psique

muy diferente.

Sin darse cuenta de lo que estaba haciendo, Eros bajó el arco.

—Psique —murmuró antes de la flecha le rozara la rodilla. La punta dejó

sólo el más pequeño rasguño, pero fue suficiente.

Eros se apresuró por instinto, agarrando el brazo de Psique y

arrastrándola cerca de su pecho. Sus labios se congelaron en una "O",

mientras sus ojos se agrandaban por el miedo.

¿Qué estaba haciendo? Eros sacudió la cabeza como si los sentimientos

repentinos por los que acababa de ser abrumado pudieran ser dejados de

lado tan fácilmente como sacudir unas pocas gotas de lluvia.

Dejando caer el brazo de Psique, él retrocedió. Esto no era él. No se

enamoraba de los mortales. No se enamoraría de los mortales. Y

ciertamente no con el pequeño dominio de su madre...

Afrodita. ¿Podría haber planeado esto de alguna manera? ¿Estaba ella

forzándole a amar a Psique, así cambiaría de opinión acerca de casarse

con la chica? Su pecho se trabó en respiraciones irregulares mientras su

ira se levantaba. No permitiría que ella lo manipulara así. Había hecho su

elección. Psique había hecho su elección.

Esto no podía estar pasando.

Y sin embargo allí estaba: una necesidad en su núcleo que se le hizo

imposible hacer otra cosa más que mirar fijamente los ojos verdes más

hermosos que jamás había visto. Su respiración lenta, calmada se apoderó

de él, sabiendo que podría encontrar la paz de nuevo en los brazos de

alguien. Era aterrador y emocionante, todo a la vez.

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Sus ojos se arrancaron de los de ella y viajó por sus brazos hasta que

encontró sus manos. Las manos de Psique podían darle la comodidad que

le habían negado la última vez que había tratado de amar. ¿Por qué

apretaba los puños a su lado cuando lo único que quería era acariciar su

mejilla? ¿Cómo podía no estar sintiendo su conexión?

De repente Psique se abalanzó, haciendo un movimiento para algo que

estaba detrás de él. La flecha. Él pisó la punta antes de que pudiera llegar

a ella, por lo que se disolvió en un charco de luz. Psique se extendía hacia

adelante, agarrando el arma desaparecida. Incapaz de sacar sus rodillas

del suelo, Eros se inclinó y la levantó suavemente en sus pies.

A pesar de que Psique temblaba bajo sus manos, tocándola desató un

estallido de conmoción en sus nervios. Antes, con ella, no había sentido

esta fuerza. Esto era algo totalmente nuevo, casi como si estuviera bajo un

hechizo.

La realización hizo rodar un escalofrío por su espina dorsal. ¿Se había

hecho esto a sí mismo? Su mente girando hacia atrás. Había susurrado el

nombre de Psique, lo que podría haber cambiado el destino. ¿Y se

apuntó? No podría ser, la flecha no se había disuelto. Había tenido que

aplastarla en el olvido. Pero, de nuevo, nunca disparó a nadie con

suavidad, antes tampoco. ¿Era el impacto y no el uso lo que hacía

desaparecer las flechas?

Psique se rompió libremente, deslizándose de nuevo a su banco como si la

piedra la protegiera. Su corazón casi se apretó cuando sintió su miedo al

descubierto. Él anhelaba sentarse a su lado, tirar de ella en su regazo,

calmar sus preocupaciones. No quería nada más aparte de que se amaran.

¿Qué importaba si estos sentimientos eran autoinfligidos? Estaba en lo

más alto y nunca quería bajar. Y quería a Psique. Quería su amor. La

quería a su lado. Lo quería todo.

Pero necesitaba tiempo para pensar. La maldición de su madre había

puesto ciertos acontecimientos en movimiento. Tomar a Psique ahora

tendría consecuencias. Tal vez incluso las que él no quería enfrentar.

Tenía que salir de allí antes de que hiciera algo aún más colosalmente

estúpido que pegarse un tiro.

—Ve adentro, Psique. Alguien vendrá por ti pronto. —Si Eros volvía y

dejaba a Pharmakos en su puerta, de un modo u otro, alguien iba a venir.

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Deteniéndose sólo el tiempo suficiente para captar a la creciente luz de la

luna reflejada en sus ojos, Eros se volvió y corrió hacia el bosque.

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Capítulo 8

Traducido por Rodoni

Corregido por LilikaBaez

aminé hasta donde pensaba que el extraño con la flecha había

estado de pie, pero no pude ver ninguna huella. No había ninguna

señal de que el camino que conducía a la selva hubiera sido

perturbado. Un pino solitario torcido en la hierba era el único signo de

movimiento.

Debí imaginarlo; debí de haberme dormido en el banco y soñado todo el

asunto. Todo había parecido tan real, pero de nuevo, los sueños a menudo

se hacen, en su mayoría presagios.

¿Un presagio? ¿Podría ser? Si el extranjero en mi sueño había dicho que

alguien iba a venir por mí, tal vez se refería a un marido. Tal vez no era

demasiado tarde para salvarme de Afrodita después de todo. ¿Eso sería

más bizarro que casi ser atravesada por una única flecha del cazador que

dio la vuelta y se fue?

Recogiendo la longitud de mi vestido, corrí de vuelta al palacio. Las

habitaciones del vestíbulo y el comedor estaban vacías, así que corrí a la

habitación de mi hermana. Chara estaba terminando su equipaje. Baúles

de madera estaban esparcidos por su habitación, llena de sus posesiones y

materiales diversos. Ella cantaba en voz baja para sí misma y sus

movimientos eran como una danza a la luz de las velas mientras se

deslizaba de un lado para guardar un camisón y al otro lado de la

habitación para recuperar un espejo de mano olvidado.

Chara era normalmente una persona burbujeante, pero esto se sentía mal.

¿Era ésta la misma chica que me había desterrado de su habitación por

ponerla en posición de tener que casarse con un rey viejo? No sabía qué

tan viejo era el papá de Rasmus, pero no podía ser joven.

C

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Cuando Chara me vio de pie en la puerta, ella corrió y me llevó a sus

brazos, y me dio un abrazo rápido pero aplastante.

—Psique, no quiero que nos digamos adiós en malos términos, ¿de

acuerdo? Te perdono.

Traté de sonreír, pero estaba demasiado confundida. ¿De qué me estaba

perdiendo?

Chara aparentemente confundió mi desconcierto con celos y se rió.

—Estoy segura de que lo querías para ti misma. Pero en serio, déjame

disfrutar de tener algo especial por una sola vez.

Antes de que pudiera preguntarle sobre qué diablos estaba parloteando,

Rasmus llegó a mi lado en el umbral.

—Psique, no quiero interrumpir, pero si has terminado con tu hermana,

tengo una novia para llevar a casa conmigo.

—¿Se van esta noche? —tartamudeé—. ¿No pueden esperar hasta

mañana?

—Cuanto antes empecemos, mejor. Mycenae espera con impaciencia la

llegada de tu hermana.

Chara cerró de un golpe la tapa del maletero.

—Si llamaras al criado de vuelta aquí para el último de los equipajes,

estaré lista. —Cuando Rasmus se marchó a cumplir sus órdenes, ella

susurró:

—Voy a ser una princesa de Mycenae. Y es tan joven. —Volviendo a su voz

normal, añadió:

—Esto es mucho mejor de lo que yo podría haber esperado nunca. Lo

siento, estaba enojada contigo toda la semana. ¿Podemos ser amigas de

nuevo? ¿Por favor?

Antes de que pudiera contestar, Rasmus volvió y tomó la mano de Chara.

—¿Nos vamos? —preguntó.

Chara me dio una sonrisa esperanzada y se deslizó fuera de su suite.

Quería gritarle a Rasmus que era un gran mentiroso, refregarle todo lo

que me había dicho en el jardín, pero luego volvió a mirarme. La mirada

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en sus ojos era a la vez suplicante y dura, rogándome y advirtiéndome de

no contarle a Chara lo que sabía.

Mis ojos se abrieron como platos mientras apartaba la mirada de Rasmus.

Por supuesto que Chara estaba actuando como una tonta enamorada. Ella

pensaba que se iba a casar con Rasmus. No debió haberle dicho que a

pesar de que sería una novia, no iba a ser su esposa. Me pregunté si eso

había sido idea de su padre o de la inspiración de los míos. Estaba segura

de que el Rasmus que acababa de conocer no estaría dispuesto a engañar

a nadie. Pero aquí estaba, llevando mi dolorosamente inconsciente

hermana lejos.

¿Qué pasaría si le advirtiese? ¿Podría salvarla de lo que ya estaba hecho al

decirle? ¿O sólo le quitaría prematuramente su alegría?

En el segundo que me detuve a decidir, Padre se mudó a mi lado y pasó

un brazo alrededor de mi hombro. Sus ojos oscuros me perforaron, por lo

que me sentí pequeña e indefensa.

—Esta es una buena alianza para nuestra ciudad, ¿no te parece?

¿Qué podía hacer sino asentir en consentimiento? Chara se dirigía a ser

una reina. Ni siquiera una princesa, sino la reina de una ciudad poderosa.

Por supuesto, era bueno para Sikyon, cuantos más amigos teníamos,

mejor. Pero la sensación del deseo de vomitar era demasiada poderosa

para permanecer allí. No podía despedirme. No así.

Caminando de regreso a mi cuarto, me metí en la cama con una de mis

tragedias favoritas, Oedipus Rex. Tal vez podría convencerme de que su

vida estaba más jodida que la mía. No es que eso debería hacerme sentir

mejor, pero me gustaba la idea de no ser la única que tenía una familia en

mal estado. Y si no encontraba consuelo en los rollos, por lo menos podría

contar con mi cama y envolverme cómodamente hasta que el vacío de los

últimos dos días hubiera desaparecido.

No había estado leyendo por mucho tiempo cuando oí un golpe suave.

Madre dio un codazo a la puerta abierta, pero esperó en el umbral para

ver si la invitaba a entrar.

—¿Andreas? —pregunté.

—Se fue —respondió ella—. Al parecer Corinto no está dispuesto a pagar

por la nariz de una princesa de lengua afilada.

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Gracias a los dioses. Al menos una cosa que había hecho esta semana

había trabajado en mi favor. Madre se sentó en el borde de la cama y me

dio unas palmaditas en la rodilla.

—¿Cómo lo llevas? —preguntó.

—¿Te importa?

Sí, fue grosero, pero la última vez que realmente había hablado conmigo,

estaba histérica con la noticia de que su hija había sido adoptada por

Afrodita. Entonces ella me evitaba tanto como Chara estos últimos días.

No estaba de vuelta de mi lado sólo para aparecerse.

—Psique, no seas así. —Las líneas alrededor de los ojos se arrugaron—.

Siempre has sido la comprensiva. Trata de ver las cosas desde nuestra

perspectiva.

—¿Qué perspectiva es esa? —Tiré el libro a los pies de la cama y empecé a

agitar los brazos mientras mi voz se balanceaba en el borde de los gritos—.

¿La perspectiva de que decidiste vender a tus hijas porque estamos en la

cúspide de nuestro precio de novias, a pesar de que le prometiste a Chara

que esperaría por lo menos un año más? ¿O la perspectiva de que acabas

de dejar a Chara ir a su boda sin siquiera saber quién va a ser su marido?

Madre no respondió, así que me deslicé fuera de la cama, incapaz de

mantenerme sentada a su lado por más tiempo.

—¿Cómo voy a confiar en ti?

Ella suspiró, largo y pesado, como si sopesara las posibles respuestas.

Finalmente, dijo:

—Sabías de Chara, ¿eh? ¿Por qué no le dijiste?

Ahora era yo la que no tenía una respuesta. No quería admitir que había

tenido demasiado miedo para actuar. Que las miradas de Rasmus y Padre

me habían congelado. Que me había convencido a mí misma que la

felicidad temporal de Chara sería mejor para ella que la verdad.

—Lo sé, Psique —dijo—. Las cosas no siempre son tan sencillas como

parecen.

Manteniendo mi espalda hacia ella, reorganicé los frascos de perfume y

loción de mi tocador. La repentina sensación de perder todo lo que me

importaba, incluso Afrodita, casi me abrumó. No había vuelto desde

nuestra pelea y la extrañaba deslizándose a través de mi habitación,

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jugando con mi pelo, dejándome probar cada nueva fragancia en ella

primero. ¿Acaso las pláticas femeninas no significaban nada para ella?

¿Estaba extrañándome, en absoluto?

Cuando el perfume de la loción de lirio que había usado en Afrodita me

golpeó, tuve que tragar un sollozo que amenazaba con salir. ¿Cómo había

llegado mi vida a estar completamente mal en tan sólo cuatro días?

Para no llorar, tiré de mi cabello en una trenza apretada, tiraba más fuerte

cada vez que pensaba que sentía las lágrimas formándose. Y centré mi

atención en Madre.

—¿De quién fue la idea de dejar ir a Chara así? Dime que no fue tuya.

En el espejo, vi mirándose las manos entrelazadas.

—No mía, no, pero soy tan culpable como cualquiera. No lo detuve.

Me di la vuelta para mirarla de frente.

—¿Por qué? ¿Qué razón podrías tener para engañarla de esa forma?

Los ojos de Madre cortaron mi tono acusador.

—¿La has visto los últimos días? Ha sido hosca y retraída. No había

manera de que ella fuera a casarse a menos que pensara que se dirigía con

alguien como Rasmus.

—Todavía no entiendo por qué pasó. ¿Por qué no esperaron a otro

pretendiente? No tenía por qué ser el primero que llegara.

Madre se sentó, recta como una flecha.

—El papel de la hija real es solidificar alianzas con su matrimonio. ¿Sabes

lo poderoso que es Mycenae? Nosotros no estábamos dispuestos a

rechazarlos porque Chara llorara.

Estaba demasiado conmocionada para responder. Era una de las cosas

más frías que nunca la había oído decir. Pero mientras ella miraba a mi

ventana cerrada, la llama de mis lámparas de cabecera amplificó la

humedad acumulándose en sus ojos.

—¿Crees que tu padre montó en un caballo blanco y lo llegué a elegir entre

otros pretendientes? Nuestro matrimonio fue arreglado apenas antes de

que tuviera la edad suficiente para comprender lo que significaba esa

palabra. —Sus palabras se redujeron a apenas más que un susurro—. Fue

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a través del tiempo y una visión compartida de esta ciudad que hemos

llegado a amarnos el uno al otro.

Mi conmoción cayó al darme cuenta de que había pasado exactamente lo

mismo con ella. Tal vez fue tan horrible que estaba dispuesta a vender a

sus hijas, o tal vez era sólo la manera en que funcionaban las cosas y nadie

podía cambiar eso. De cualquier manera, me sentí como si viera a mi

madre desde un ángulo ligeramente diferente. Como si sus cicatrices se

hubieran hecho visibles bajo una luz diferente. ¿Tenía otras heridas

demasiado ocultas para que supiera? No quería guardar rencores contra

ella que no pudiera soportar.

Debió haber visto que me apaciguaba. Cuando ella dio unas palmaditas en

la cama junto a ella, obediente, fui.

—Entonces, ¿cómo sabes de Chara?

Le hablé sobre cuando encontré a Rasmus solo y la charla que tuvimos en

la alcoba, pero dejé los detalles que sugirieron que habíamos estado

coqueteando. Mejor no dejarla pensar que me había aventurado

demasiado lejos en mi camino de Afrodita. Entonces le conté mi sueño

extraño y sospeché que podría haber más.

Mientras lo describía, Madre apretaba los labios en sus pensamientos.

—No sé si alguna vez lo he dicho, pero nuestra familia tiene un historial de

recibir sueños proféticos.

Rodé los ojos. Ella podría haberlo mencionado una o dos veces.

Poco a poco, ella repitió las palabras de mi sueño.

—Ve adentro, Psique. Alguien vendrá por ti pronto. —Ella negó con la

cabeza—. No lo sé. Las profecías pueden ser muy de doble sentido.

Me dejé caer de nuevo contra mi cama y dejé mis brazos extendidos a los

lados.

—Típico. Finalmente consigo un poco de esperanza y... —Hice una pausa,

parpadeando para detener las lágrimas frescas—. No creo que pueda

manejar alguna otra mala noticia hoy, madre.

Ella apagó mi lámpara y me alisó los mechones de cabello alrededor de mi

cara que no había forzado en una trenza.

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—Sólo ve a dormir, nena. Mañana es un nuevo día y tengo la sensación de

que la profecía se revelará pronto.

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Capítulo 9

Traducido por Aciditax

Corregido por andreasydney

an pronto como Eros se lanzó hacia su casa, empezó a conspirar.

Por supuesto, Afrodita no podía saber acerca de esto, ya que

aparentemente odiaba a su nueva hija. Y ella había exigido que

Psique se enamorara de alguien miserable.

Así que si Afrodita no podía saber acerca de sus planes, eso significaba

que tenía que mantener a Psique en la oscuridad, hasta cierto punto

también.

Hablando de “odiar” algo.

La idea de nunca mostrarse a sí mismo a Psique lo golpeaba más fuerte

que una patada en los riñones. Ella merecía algo mejor que no saber el

nombre del hombre que la amaba, no volver a ver su cara mirando hacia

abajo sobre ella cuando abrió por primera vez sus ojos en la mañana.

¿Pero cuánto tiempo puede un mortal mantener su identidad en secreto?

Era un riesgo que no podía permitirse el lujo de tomar. No, sabía que la

única manera de garantizar que Afrodita no entendiera las cosas era

garantizar que Psique nunca lo sabría.

Pero entonces, ¿qué significa eso ―de mantenerse un secreto a sí mismo?

¿Cómo pasas el resto de tu vida con alguien y no sabes su nombre real?

¿Cómo evitas volver a ver su rostro?

Podía dejar a Psique ciega, pero eso sería una tortura para los dos. Sin su

vista, ella no podía ser feliz. Ella nunca sería capaz de leer, o ver una obra

de teatro, o disfrutar de las flores que florecen de nuevo. No sacrificaría

gran parte de lo que le gustaba de la vida para su propia felicidad.

T

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Sólo eso tenía que ser un signo seguro de que él estaba realmente

enamorado ―la felicidad de Psique le importaba mucho más para él que

la suya propia. Eros casi se golpeó por ser tan inocente.

Pero no podía estar enojado consigo mismo cuando pensaba en Psique.

Retrocediendo hasta el patio de su palacio, él entrenó a su clarividencia

sobre Psique. Por el momento, verla era todo lo que necesitaba. El pulso

de sus labios mientras hablaba le llenaba, el aleteo de sus ojos lo

restauraba.

Mientras las horas transcurrían, los sirvientes se apresuraron a traerle

algo al dios para despertarlo de su trance, pero Eros no podía moverse.

Todo lo que quería era mirar a Psique hasta que pensó en una manera de

mantenerla sin poner en riesgo la vida de ambos.

Vida.

Eso es lo que él quería con ella. Pero, ¿cómo? ¿Cómo, cuando su madre se

lo tenía prohibido? ¿Cómo, cuándo Psique lo despreciaba? ¿Cómo,

cuándo la manera de conseguir lo que quería implicaba engañar a las dos

únicas mujeres que le importaban en su vida?

Mientras Eros miraba, una caravana de pretendientes se acercaba a las

puertas de Sikyon; nobles con sus caballos y carros desfilaron hasta la

colina del puerto. Un brillo de sudor frío cubrió la frente de Eros. La

amenaza de perder a Psique por otra persona, y no llevar a cabo la

sentencia de su madre, le dio una palmada en su cerebro en movimiento.

Finalmente, Eros sabía lo que tenía que hacer.

Su primera parada fue el palacio de Afrodita. La elogiadora de Zeus estaba

de vacaciones. Nunca dejaba ver a nadie en el antídoto natural a sus

poderes, y mucho menos tomar un poco de sí misma. No habría manera

de explicar lo que él estaba haciendo si ella lo sorprendia ayudando a las

poderosas aguas. El llenó dos frascos de Primavera de Abstinencia,

sorprendentemente encantado con la idea de que los pretendientes

disfrutaran de un mes completo de absolutamente ningún sentido del

amor o la lujuria. Usualmente se enorgullecía de infligir una tortura tan

dulce, pero tal vez la falta de pasión era algo aún peor.

Con sus frascos llenos, Eros se disfrazó como un viejo criado y corrió a las

puertas de Sikyon mientras los pretendientes se acercaban.

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―Dios los salve, ¡Señores buenos! ―Eros llamó a los hombres. ―Mi amo,

el Rey Darion, espera su llegada en su palacio, pero él sabe que tienen

algo de distancia que recorrer antes de llegar. Por favor, acepten un poco

de agua en nombre del rey para hacer el resto de su viaje más cómodo.

―Ahora bien, esta es la hospitalidad ―dijo uno de los hombres,

arrebatando bruscamente el frasco de la mano de Eros. Después de tomar

un trago largo, tiró el frasco a otro de los nobles―. Krios, yo no te

recuerdo enviar portadores de agua cuando vine a visitarte.

―¡Eh! Tienes suerte de que aún te deje entrar en mi ciudad.

―¿Afortunado en que me dejes entrar? Tú eres el que debe darme las

gracias por honrar ese agujero de ratas con mi presencia.

―Ah, sí, se me olvidaba ―respondió Krios―. El tío del primo segundo de

tu bisabuelo fue relacionado por matrimonio con un dios. ¿Por qué,

prácticamente no te conviertes en Dios?

Mientras las barbas volaban, los pretendientes se pasaban los frascos

entre ellos, riendo y bebiendo. Cuando habían vaciado los frascos, los

pretendientes continuaron su camino hacia el palacio, sin mirar hacia

atrás al anciano siervo que ya había desaparecido.

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Capítulo 10

Traducido por Rodoni

Corregido por LuciiTamy

a tarde después de mi sueño, eché un vistazo por la ventana para

ver una línea de pretendientes que marchaban hacia nosotros. Por

una vez, el escepticismo de Madre estaba fuera de lugar. Mi sueño

era una profecía buena que ya se estaba haciendo realidad.

Vi como no menos de una docena de reyes y príncipes llegaban a través de

la multitud y daban la bienvenida a nuestro hogar. Después de un tiempo,

Maia se acercó y me dijo que los hombres habían cabalgado juntos desde

el puerto de Corinto. También me dijo —en términos muy claros— que

mis padres querían que me quedara en mi habitación hasta que me

mandaran a llamar. Estaban planeando un banquete y Maia tenía órdenes

estrictas de tenerme oculta hasta entonces.

Como si estuviera esperando que si no me veían de alguna manera se

sumaría a mi encanto o algo así.

Giré los ojos y pensé en tratar de salir a pesar de su desafío, pero eso no

me llevaría a ninguna parte. Sin duda Madre tenía planes elaborados para

esta noche y yo no quería ser la que los arruinara.

Pero la espera se me hizo ansiosa. En el momento en que el sol estaba

bajo en el cielo, me había probado casi todos los vestidos en mi armario y

había hecho que Maia rehiciera mí cabello tres veces antes de que

finalmente tuviera que dejarme para ayudar a preparar a Madre. No

estaba segura de por qué me importaba como lucía. Mi hermana se había

ido y yo no sabía nada de Afrodita en días. Si casarme primero era un

juego, ya había perdido. ¿Qué sentido tenía seguir jugando? ¿Aparte de lo

que Madre dijo para consolidar una alianza para nuestra ciudad?

L

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Que alguien me impidiera desmayarme, el romance puro de todo esto tal

vez me abrumaba.

Cuando por fin llegó la oscuridad, Maia volvió a mi habitación.

―Todo está listo, hija ―me dijo―. Pero si me permites el atrevimiento

quiero agregar una cosa. ―Maia sacó una corona de laurel de oro detrás

de su espalda. La corona brillaba aún en la penumbra de las lámparas de

aceite. Cada hoja era diferente, con venas establecidas en plata y

diamantes diminutos que descansaban sobre algunas de las hojas en

forma de rocío. Sabía que era la corona incluso antes de hablar. Fue la que

mi madre se había puesto cuando se casó con mi padre.

―Ella quiere que usted la use esta noche, ―Sin decir una palabra más,

Maia como una experta sujetó mis rizos alrededor de la corona. Dio un

paso atrás para estudiar su obra y sonrió―. No le hace justicia, pero va a

hacer lo mismo.

Tiré mis brazos alrededor de su cuello.

―Eres demasiado buena para mí, Maia. ¿Qué haríamos sin ti?

―Supongo que aprenderás cómo hacerlo si vas corriendo a casarte con

uno de estos patanes. ―Ella me observó con tanto orgullo como si fuera

su propia hija―. No deberías ser tan dura contigo misma, ¿sabes?

La sonrisa que le había dado se fue marchitando. Ella estaba equivocada.

Había sido una amiga horrible para mi hermana, mantenía secretos de mi

familia. En todo caso, yo no estaba siendo lo suficientemente dura

conmigo misma. La corona de repente se sintió muy pesada, las hojas

hurgaron en mi cuero cabelludo como jabalinas mientras yo negaba con la

cabeza "no".

―Ella nunca me perdonará, Maia.

Me levantó la barbilla con un dedo torcido, y no me dejó otra opción más

que mirarla a los ojos.

―Ustedes son hermanas. Nada es más importante que la familia y Chara

se dará cuenta de eso dentro de poco.

Empujé la corona, que se sentía como si estuviera estrechando mi cabeza.

Pensar dañaba a mi cerebro, pero la sensación era peor. No podía

soportar la sensación de que mi hermana nunca me hablara de nuevo. Mi

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mente daba vueltas a través de un mantra de «yo no puedo seguir con

esto», cuando Maia me apretó la mano y me condujo hacia la puerta.

―Ahora, sal de aquí. No hay nada peor que llegar tarde a tu propia fiesta.

A medida que me espantaba desde mi habitación, vi que el patio se había

transformado en una fiesta que brillaba intensamente. Las lámparas de

aceite emitian su luz sobre los invitados bailando. Sirvientes estaban

vertiendo el vino en copas de ónix y algunos de los pretendientes se

balanceaban ya. El patio estaba lleno de charlas, risas y vida.

Después de aquel vacío de mi habitación, todo parecía irreal.

Al llegar al umbral, Padre vino a mi lado y cruzó codos conmigo. Lo que

probablemente parecía un escolta amigable para todos los demás, para mí

se sentía como una abrazadera de hierro.

―¿Ves qué tan duro trabajó tu madre para preparar tu fiesta? ―dijo en su

más profundo suspiro. No era una cuestión tanto como una amenaza—.

No te atrevas a arruinar esta noche para ella.

Asentí con la cabeza y me dio unas palmaditas en la mano.

―Me alegro de que nos entendamos, entonces. ―Me llevó a los músicos y

les ordenó dejar de tocar.

El abrupto final a la música llamó la atención de todos.

―Perdón, señores ―dijo mi padre―. En primer lugar quiero darle las

gracias por hacer este largo viaje para estar con nosotros esta noche.

Mientras que ustedes, mis amigos, son siempre bienvenidos en mi casa, sé

que no soy yo a quien han venido a ver. Me gustaría que conocieran a mi

hija, y ahora la hija de Afrodita. ―Eso recibió una ronda de conocidas

risas―. Psique. Ella vendrá a reunirse en torno a cada uno de ustedes en

persona y estoy seguro de que van a encontrarla tan atractiva como

hermosa. Al mismo tiempo, disfruten de su vino y la comida estará lista

en breve.

Sólo porque había pasado meses haciendo una reverencia a la multitud

era que estaba en condiciones de funcionar. Ojos desconocidos en mí, tan

cerca, tan punzantes, me dejaron desnuda y cruda. La sensación de querer

vomitar estaba volviéndose demasiado familiar.

Pero a medida que la música empezaba de nuevo, pegué una sonrisa

permanente en mi cara y cumplí con cada uno de los pretendientes de uno

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en uno. Cuando ya había hecho mis rondas, traté de añadir a cualquier

discusión para unirme. Si los hombres estaban hablando de política,

añadí las últimas noticias de nuestro propio Senado. Si ellos estaban

hablando de guerra, recitaba las batallas que había leído en mis

pergaminos.

Había un equilibrio entre actuar como si uno lo fuera todo y hacerles

saber que podía hablar de cualquier tema que les interesase. Realmente

disfruté del desafío de encontrar algo profundo o humorístico que decir

sobre temas tan diversos. A pesar de las implicaciones obvias de la tarde,

resultó ser una mejor distracción de mis preocupaciones de lo que

esperaba.

Después de que había charlado con todos, sólo conocí a uno de los

hombres que realmente pudo captar mi atención: un joven rey, Krios de

Tegea. Me pareció de buen carácter y más interesado en mí que en él. Me

detuve cuando nos conocimos, y después de que mis rondas se hicieron,

volví a él para que pudiera sentarme junto a su lecho durante la cena.

El banquete puede haber sido en mi honor, pero las mujeres no cenamos

en los sofás de mi casa.

Jalando un asiento suave, de acuerdo, me senté lo más cerca que pude,

esperando a que los otros pretendientes tomaran pista de que yo había

hecho mi elección. Por supuesto, la elección no era exactamente mía para

hacerla.

Mientras comíamos, me habló de su ciudad, las montañas verdes, las filas

interminables de olivos, los ríos gemelos que siempre llevaban agua fresca

y fría, y las cosechas abundantes que los agricultores que trabajan duro

producían. De la forma en que lo describió, ya podía imaginarme a mí

mismo en casa. Yo nunca había necesitado de una gran ciudad para

hacerme feliz. De hecho, separarme de las multitudes probablemente

sería una delicia bienvenida. No estaba segura de que su pequeña ciudad

fuese exactamente la "alianza" que mis padres estaban esperando, pero yo

ya estaba soñando con volver al desvanecido anonimato.

―Suena perfecto ―le dije.

―Ah, Psique. Lo perfecto está sentado aquí a mi lado. Pero Tegea es un

cercano segundo lugar.

Miré hacia abajo mientras un rubor caliente se deslizaba hasta mis

mejillas.

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―Dime que no te he hecho sonrojar, Psique ―bromeó Krios, inclinándose

más cerca―. Ciertamente, usted ha recibido mayores elogios antes.

―No de alguien cuya opinión realmente importa.

Ahora fue el turno de Krios para ruborizarse.

La sala de banquetes estaba llena de ensordecedores traqueteos y sonidos

de comer, pero lo único que oí fue el silencio que flotaba entre nosotros.

Después de unos momentos, Krios finalmente dijo:

―Usted puede que también lo sepa. ―Sentí que mis mejillas caían flojas

mientras me preparaba para su intento de una suave decepción. En serio,

¿por qué cada hombre en el que estaba interesada me desechaba?

Los ojos de Krios taladraron a la multitud.

―Todos nosotros salimos a conocerte a ti y a tu hermana. Tenía la

esperanza de que tal vez tendría una oportunidad con Chara, pero nunca

soñé con casarme con la gran Psique.

―No soy la gran Psique ―interrumpí, agarrando la mano de Krios.

―No, Psique, escucha. Esto es importante. Usted merece saber esto.

Ninguno de estos hombres, incluyéndome a mí, vino a casarse contigo.

―Krios se detuvo para corregirse él mismo, su boca en una mueca de

espasmos leves―. Bueno, tal vez al principio lo hicimos, pero algo cambió

en el camino. En el momento en que llegamos a su palacio, acordamos

que ninguno de nosotros podría asumir la obligación de protegerte.

―¿Protegerme de qué? Mi padre no ha tenido ningún problema en cuidar

de mí ―dije, soltando la mano de Krios.

Krios cerró los ojos y exhaló.

―Yo simplemente no tengo los ejércitos, Psique. No puedo permitirme

una guerra por ti. ―Agregó en un susurro de disculpa:

―Ninguno de nosotros puede.

A pesar de que sabía de lo que estaba hablando, yo no podía creer que

toda Grecia estaba tan consumida por el miedo de otra guerra de Troya.

―¡Yo no soy Helena! ―Estaba de pie y gritándole a Krios.

La conversación y la comida se detuvieron ya que todos los ojos se

volvieron hacia mí. Sentía las miradas clavadas en mi espalda mientras

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me cernía sobre Krios, apretando los dientes para evitar escupir mis

acusaciones.

―Ni siquiera me conoces, pero supones que soy el tipo de persona que se

hubiera fugado con otro hombre. ¿Por qué? ¿Porque tengo una cara

bonita? ¿Porque soy la nueva hija de Afrodita? ―Apreté mis manos en

puños para evitar que temblaran a mi lado―. Usted me ha juzgado mal.

Soy tan ferozmente leal como cualquier mujer que alguna vez hayas

conocido.

Mi padre corrió a mi lado.

―Psique, nadie está cuestionando tu lealtad, o incluso a Helena. Helena

era incapaz de resistir la voluntad de Afrodita.

―Ella es una diosa, no un titiritero ―grité dándole la indignación a mi

padre―. Rechacé su elección de matrimonio una vez y lo haré de nuevo si

tengo que hacerlo.

Los dientes de Padre crujieron cuando él apretó las mandíbulas de nuevo

juntas. Supongo que me había olvidado de mencionar toda la cosa de

Afrodita-y-su-propósito-de-casarme-con-Eros.

Más malditos secretos. Yo estaba acabada.

Empujé por delante de mi padre, y salté al centro de la habitación.

―Mi hermana se ha ido y si no quieren casarse conmigo, supongo que

están aquí sólo para comer nuestros alimentos. Tal vez escuchar una

buena historia. Bueno, ¿cómo va esto para el chisme? Afrodita me pidió

que me casara con su hijo, y yo dije que no. ―Coincidí con cada una de

sus miradas silenciosas y di unas palmaditas en mi corazón―. Sí, me

negué a un dios arrogante, pomposo, porque sabía, en el fondo, que uno

de ustedes sería mejor. Pero al parecer, estaba mal. ―Dejé que se

hundieran por un minuto―. ¿Puede ser que ninguno de ustedes sea lo

suficientemente valiente como para asumir a una mujer bonita?

Nadie respondió.

Vacilé. El reto había funcionado y mi padre se dirigía hacia mí.

―Psique, ya es suficiente. ―Mi padre me hizo girar lejos de los hombres

antes de entregarme a Maia, que había corrido como si fuera una señal.

Al hablar lo suficientemente alto como para que toda la sala lo oyera,

Padre le avisó Maia.

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―Psique esta, obviamente, sintiéndose enferma. Ve que ella reciba el

descanso que necesita. ―Mientras Maia me llevaba, yo podía escuchar a

mi padre pidiendo disculpas por mi arrebato y explicando que estaba

abrumada por mi hermana saliendo tan recientemente.

En circunstancias normales, prometió, nunca sería tan audaz y sería una

esposa obediente, muy respetuosa, etcétera, etcétera.

Pero yo sabía que estaba perdiendo sus palabras. Krios no había estado

mintiéndome. ¿Por qué iba a hacerlo? No tenía nada qué ganar con una

mentira. Mientras subía lentamente los escalones a mi habitación, sabía

que ninguno de estos hombres me llevaría a casa.

El cual era un pensamiento que debería haberme traído alivio. Después de

todo, no quería casarme todavía. Al pensar de nuevo en ello, yo ni siquiera

sabía por qué había desafiado a aquellos hombres a que se casaran

conmigo. Lo reconocerían como una explosión de estúpido orgullo

sacando lo mejor de mí. ¿Por qué estoy tan molesta por todo esto?

Mientras cruzaba mi habitación, me di cuenta. ¿El que nunca encontrara

un marido era un castigo de Afrodita por rechazar a Eros? No

necesariamente quería casarme ahora, pero lo quería algún día. Una

princesa sin marido no era nada una vez que sus padres mueren.

Probablemente tendría que depender de Chara sólo para sobrevivir. Y,

¿qué tan probable sería que ella me ayudara?

Hundiéndome en mi cama, estudié mi reflejo en un espejo de mano.

Aunque la habitación sólo estaba iluminada por lámparas de aceite, pude

ver todas mis características. Inspeccionando cada centímetro de mi cara,

como si fuera la culpable de mi larga cadena de fracasos. Pero no había

ningún error en el reflejo. La falla estaba dentro de mí.

Grité en frustración, tiré el espejo en la pared de piedra al otro lado de mi

habitación. El espejo se rompió en pedazos diminutos e irregulares que se

arrojaron a través de mi piso.

Maia se apresuró a limpiar el desastre, pero mi madre se lo impidió.

―Puedes dejarnos. Lo limpiara ella misma. ―No había oído a Madre

entrar.

Maia bajó la cabeza y huyó de la habitación, murmurando disculpas a mi

madre cuando ella se fue. Me di vuelta y la miré.

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―¿Asé que ahora he pasado de ser la segunda hija de Afrodita a una

sirvienta?

―Tienes suerte de no terminar sin hogar después de ese truco que acabas

de sacar. ―Ella sacudió la cabeza―. Nunca pensé que la atención distante

te haría tan descarada. O tal vez es Afrodita. ¿Crees que en realidad eres

su hija ahora?

―Por supuesto que no. ―Me tiré contra la cama―. Ella me odia después

de negarme a su hijo. No la he visto desde el día de la convocatoria.

Ella se paseó por la longitud de mi habitación, murmurando casi para sí

misma.

―Bueno, eso explica la falta de una propuesta, por lo menos. Enfureciste a

la diosa del amor y ella te está negando un marido. Es bastante obvio.

Me alegré de que lo pensara, porque me había tomado un tiempo el

averiguarlo.

Cuando se detuvo, sus ojos color esmeralda oscuros agujerearon en mí,

llenos de ira y decepción.

―Yo solía pensar que te conocía tan bien. Pero no te entiendo en absoluto.

Es como si hubieras considerado cada acción razonable y luego hicieras

exactamente lo contrario.

―Eros era un imbécil y habló a Afrodita como si fuera un trapo. Si alguno

de esos hombres allá abajo te hablara así, me negaría a casarme con ellos

también. ―Sentí que lágrimas ardientes emanaban de mis ojos otra vez―.

Y si te refieres a esta noche, tengo miedo, ¿de acuerdo? Estoy bastante

segura de que Afrodita me odia después de... ―Apreté mis dedos contra

los ojos mientras pensaba―. Cuando Krios dijo que ninguno de los

hombres se casaría conmigo, me entró el pánico.

―Oh, Psique ―suspiró Madre cuando ella se sentó a mi lado en la cama y

me envolvió en sus brazos―. Sé lo que es ser joven e impulsiva. ―Ella me

dio un apretón extra―. Confía en mí, lo sé. Pero al final del día, la

discreción es la mejor parte del valor.

Abrí un ojo para mirarla y dejar muy claro que no tenía idea de lo qué

estaba hablando.

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―Mantén la boca cerrada ―respondió ella―. Si cometes un error, sigue

adelante. No vayas a difundir la noticia a través de Grecia. Dar ideas de

chismes finalmente perjudica a aquellos que más quieres.

Mi confuso cerebro sabía lo suficiente como para registrar que ella estaba

hablando por experiencia, pero no tenía la energía para hacer palanca. En

cambio, lo único que podía pensar era cómo su consejo era seguir

guardando secretos cuando lo único que quería hacer era desnudar mi

alma.

―Así que dime qué hacer ahora. Estoy perdida. ―Parpadeé y una lágrima

caliente de sal se escapó―. Arruiné la fiesta. Estoy segura de que todo el

asunto de Afrodita va a entrar en erupción pronto. No sé qué más hacer.

Ella empujó mi cabello de mi frente y me dio un beso en la sien.

―Siéntate pacientemente y espera a que tu padre regrese de Delfos.

Decidió consultar al Oráculo. No vamos a tomar ninguna decisión hasta

que él vuelva, ¿trato?

Asentí con la cabeza, sin saber si podía hablar y contener un mar de

lágrimas al mismo tiempo.

Mi padre iba a Delfos para saber mi destino. Sin saber si lo que iba a

pasarme era lo bastante aterrador. Enterarse de que iba a saber qué

destino me aguardaba me trajo terror.

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Capítulo 11

Traducido por Onnanohino Gin

Corregido por Maia8

ros se estremeció de satisfacción mientras volaba. Asegurarse de

que los pretendientes no quedarían cautivados por Psique le había

traído una inesperada sensación de paz. Ahora, solo necesitaba

encontrar a Hermes para finalizar su plan. Pero incluso para un

experimentado rastreador como Eros, Hermes era demasiado rápido para

ser detectado únicamente por medio de la clarividencia. Al no poder

rastrear a su amigo, Eros se apresuró al templo más importante de

Hermes.

El imponente santuario estaba recargado por estatuas de oro y marfil,

decorado para satisfacer al joven dios. Eros subió las escaleras al trote, en

dirección a la cámara principal. En la esquina más alejada del templo, uno

de los sacerdotes, medio borracho por el vino, acababa de limpiar los

restos de su comida y levantaba una jarra.

—¡Tú! —ladró Eros. Al sacerdote se le cayó la jarra de cerámica. El sonido

del crujido al chocar con el suelo de mármol fue interrumpido solo por

una oscura mancha de vino—. ¿Dónde está tu maestro?

—S-se-se acaba de ir —tartamudeó el sacerdote.

—¿A dónde? —gruñó Eros. Su recientemente estrenada tranquilidad

ahora estaba tan destrozada como la jarra. Tenía que cumplir un plazo

después de todo. El Rey Darion no llegaría a Delphi hasta dentro de unos

días, pero si su plan no era puesto en práctica antes, sería demasiado

tarde.

—No lo sé, mi señor. Fue convocado para escoltar a un fantasma

importante al Inframundo, pero no sé quién ha muerto ni dónde.

E

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—¡Maldición! —Eros golpeó uno de los trozos de la jarra, provocando que

el vino se esparciera por el suelo.

—Si me permite el atrevimiento, tal vez debería esperar en el Lago

Alcyonian. Hermes llevará al fantasma allí para subir al barco hacia el

Inframundo.

Eros hizo crujir su mandíbula y habló a través de sus dientes

entrecerrados.

—No tengo tiempo para esperar.

Bajando la cabeza, el sacerdote respondió:

—Por supuesto, mi Señor.

—Puedes retirarte ahora —exhaló Eros. Era cierto: no podía esperar. Pero

como la clarividencia no le servía, tampoco tenía otra opción.

Cuando llegó, la orilla del lago estaba vacía. Eros no sabía si Hermes ya

había estado allí y se había ido; o si aún no había llegado. Recordando

cómo había sido el día, Eros paseó por la costa, intentando encontrar a

Hermes sin éxito. El descenso del sol dejaba paso a la niebla que cubría el

lago como si fuera un espeso velo.

En la comodidad de la noche, Eros se arrodilló en la orilla y tomó un poco

de agua fría formando una copa con sus manos. El líquido se deslizó por

sus largos dedos mientras los movía lentamente. Sin pensar en nada en

concreto, hundió sus manos y dejó que el agua se filtrara en ellas varias

veces más, decidiendo si sería seguro beber de ahí.

El Lago Alcyonian era la fuente de los ríos que se adentraban en el Hades,

¿pero el agua de estos regresaba al lago? Claro, los rumores que había

oído decían que una vez que bebías del lago, morías y estabas condenado

a ir al Inframundo; pero él era inmortal. Era imposible que el agua lo

dañara. Además, el atardecer de primavera había sido caluroso.

Extrañamente caluroso.

Eros volvió a hundir las manos para recoger agua. Juntó los labios para

sorberla, cuando una voz habló desde la oscuridad.

—Yo no haría eso si fuese tú. —Eros dejó caer el agua, devolviéndola al

lago—. Pero por supuesto no soy tú, así que prosigue. —La voz se empezó

a reír con una risa ronca que acabó dando paso a un ataque de tos.

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Eros escudriñó la niebla, deseando que su vista nocturna fuese mejor. No

estaba asustado, pero un cosquilleo inquietante le recorría la piel.

Eros se quedó mirando la niebla, y poco a poco empezó a distinguir la

forma de un esqueleto humano en un barco que se acercaba. La piel

desgastada por la vejez se le pegaba a los huesos, sin carne ni músculos

para sostenerla. Su alargada nariz destacaba del resto de la cara como un

pico ganchudo, mientras que sus ojos estaban hundidos en sus cuencas.

Un desastroso pelo grisáceo, cubierto de sudor y mugre, colgaba a ambos

lados de su huesudo cráneo. Haciendo un gran esfuerzo, el hombre

sumergía los remos en el agua, moviéndose hacia la zona menos profunda

del lago.

Eros nunca había visto a Caronte, pero debía ser él. El barquero de Hades,

quien llevaba a las almas de la orilla de la vida a las profundidades del

Inframundo. Por un pequeño precio, por supuesto. Nada en la vida, ni en

la muerte, era gratis.

—¿Dónde están tus monedas chico?

¿Chico? ¿Caronte acababa de llamarlo chico? Eros se enderezó para

parecer más alto, y extendió sus alas. Su muestra de bravura hizo que

Caronte soltara una carcajada.

—Deberías tener cuidado de quién te burlas, anciano.

—¿O qué? No hay nada que puedas hacerme. Los dioses me necesitan.

—Imbécil. Los dioses no te necesitan. —Eros avanzó un paso para impedir

que el anciano retrocediera—. Yo no te necesito.

—¡Ja! Si yo no llevara este barco a Hades, tu preciosa tierra estaría llena

de fantasmas. ¿En qué se convertiría entonces tu campo de juegos? Me

gustaría verte intentando cortejar a una mujer, con toda su difunta familia

observando. Caronte volvió a reírse, y esta vez sus labios delgados y

pálidos se curvaron en una sonrisa.

—Además, chico, tú sí necesitas algo de mí. ¿Información, tal vez?

Eros se quedó mirando a Caronte. Lo observaba con su mirada fría como

el hielo, intentando decidir si sería buena idea preguntarle por Hermes.

Caronte le devolvió la mirada, negándose a bajar la vista.

—Vamos, chico, pregúntame. Dime qué quieres saber.

—¿Cuánto me costará?

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—Así que eres inteligente. No te preocupes por el precio esta vez. Muy

pronto tu madre me pagará el peaje.

Eros se abalanzó sobre el barquero.

—¿Cómo te atreves a hacer tratos con la vida de mi madre?

Caronte se lo quitó de encima, con un rápido movimiento que Eros no se

esperaba y que le hizo caer de bruces al lago, empapándose hasta el borde

de la túnica.

—No es un trato, chico. No existe una fuerza en la Tierra ni en el Olimpo

capaz de matar a esa mujer. Pero confío en que pronto enviará a alguien a

encontrarse conmigo, y ese será el precio que te cobraré.

—Coleccionas oro, no almas —acusó Eros. No se fiaba de Caronte, ni de su

promesa de responder a cualquier pregunta gratis.

—Podría construir una escalera al Olimpo con todas las monedas que he

recolectado. ¿Qué pueden comprarme? ¿Pueden liberarme de esta tarea

interminable? ¿Pueden comprarme un descanso en un magnífico palacio?

¿O el amor de una mujer hermosa?

Eros de repente pudo entrever la fragilidad humana de Caronte. Una

debilidad que él podía explotar. Por supuesto, al igual que todos, Caronte

quería ser amado, ¿no es así?

—¿Es amor lo que quieres? No necesitas esperar a mi madre. Tan solo

pídemelo.

Caronte volvió a soltar una carcajada que le hizo quedarse sin aire. Se

dobló hacia delante y se tambaleó hacia atrás, con cuidado de no caer al

agua. Cuando Caronte finalmente acabó de reírse dijo:

—¿Amor? El amor es para tontos, chico. Tan solo estoy cansado de ver

fantasmas de ancianos, decrépitos y enfermos. Quiero un rostro que

ilumine mis días. La cara de…

El peso de las palabras de Caronte atravesó a Eros como si lo hubiesen

apuñalado.

—Jamás tendrás a Psique —dijo Eros.

—No puedes detener a tu madre, chico. Enviará a Psique al Inframundo

de una forma u otra. Recuerda mis palabras.

—Te haré pagar por ellas —gruñó Eros, con los dientes entrecerrados.

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—Tu madre ya me las ha pagado —replicó Caronte—. Y respondiendo a tu

pregunta, Hermes no está aquí. Aún no ha venido. Por supuesto, le espero

para dentro de dos, tres, tal vez cuatro días.

Eros miraba a Caronte en total silencio; sus dedos se cerraban en puños

cargados de tensión a ambos lados de su cuerpo. Se esforzaba en hacer

que su respiración siguiera con un ritmo pacífico, mientras que parte de él

quería arrancar la cabeza de Caronte de su cuello delgaducho.

—Veo que mi visita te ha dejado exhausto —dijo Caronte—. Tal vez

debería irme.

Con unos pocos movimientos de remo, Caronte de disolvió en la niebla.

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Capítulo 12

Traducido por Rodoni

Corregido por Jut

ros apenas durmió esa noche. Se arrastró hacia las ramas de un

árbol cercano a las puertas del Hades y replegó sus alas gruesas y

de color blanco. La noche de primavera no era helada, pero un

incómodo frio se filtraba en sus huesos.

Cada ruido rompía el sueño frágil. No se atrevió a dormir a través de

cualquier sonido por temor a perder su encuentro con Hermes cuando le

entregase la sombra a Caronte y nuevamente se fuera. Pero Hermes no

vino, esa noche o la siguiente. El tiempo de Eros se estaba acabando y no

había nada que él pudiera hacer, salvo esperar.

Observaba obsesivamente al Rey Darion y su progreso hacia Delfos. Si

Eros estaba en lo cierto, el rey llegaría a Delfos en menos de un día. Los

mares habían estado tranquilos y los vientos rápidos. Por supuesto que

los tenían. Afrodita estaba bailando sobre las olas. Los marineros estaban

siempre de suerte cuando ella jugaba en el océano. Pero aún así, Darion lo

hizo más rápido de lo que Eros había predicho.

Si no podía obtener ayuda de Hermes con su plan a tiempo, Darion

recibiría una verdadera profecía del Oráculo. Cuando Eros accedió a hacer

que Psique se enamorara de un miserable, su destino estaba escrito en las

estrellas. Y si el oráculo predijo ese destino, Eros sería impotente de

cambiarlo.

Tendría que hacerla amar a otro.

Apenas unas horas antes de que se le acabara el tiempo, Eros se había

sumido en un estado de frenesí de pánico. Sintió que su dominio sobre la

realidad se escapaba, pensando que escuchaba sonidos que nunca había y

viendo visiones que nunca existieron. Por eso cuando Eros oyó a dos

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hombres que peleaban en la distancia, preguntó si sus oídos lo engañaban

de nuevo. Pero los hombres se acercaban y los sonidos de su charla se

hicieron más fuertes.

—Tú no sabe con quién estás hablando. Quítame las manos de encima.

—¡No me importa quién eres, estás muerto. M-U-E-R-T-O; muerto!

Cuanto antes aceptes que eres una sombra ahora, mejor.

Eros podía oír el gruñido de un hombre y su tensión.

—Senador, deja de lado ese árbol. Ira al Hades aun si tengo que

arrastrarlo todo el camino allí yo mismo. ―Eros sabía que tenía que ser

Hermes, llegando con la importante sombra al final.

Entonces Eros escuchó un sonido ligeramente metálico, como una

moneda que se lanzaba contra una roca, y luego un plink, ya que se dejó

caer en el lago.

—Oh, ¿por qué hiciste eso ahora? Es necesario tirar la moneda al aire

para dar con Caronte.

La sombra parecía exuberante.

—¡Exactamente! No moneda, no ferry. No voy a ninguna parte.

—Sí... tú... vas. —Hermes arrastró a la sombra por el codo hacia la orilla

del lago.

Esto es todo, Eros pensó. Ya está aquí. Eros se lanzó hacia su amigo.

—¡Hermes! Hermes, necesito un favor tuyo.

Hermes le tendió la sombra a Eros.

—Mantengan a este viejo idiota quieto mientras consigo su moneda de

vuelta. —Hermes se metió en el agua, mirando por debajo de las ondas

por la moneda.

—Hermes, ¿no me oyes? Mi vida está en juego aquí.

—Solo un minuto —murmuró Hermes, seguía buscando.

—Yo no tengo un minuto —espetó Eros. Miró por encima del agua por un

momento, luego se agachó y sacó la moneda. La devolvió con una

palmada en la mano a la sombra—. Aférrate a tu moneda.

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—Gracias —dijo Hermes—. Este tipo no ha sido más que problemas. No

puedo convencerlo de que está muerto. No vas a creer como tuve que

arrastrarlo aquí...

—Hermes —cortó Eros—. Lamento que este tipo haya sido un problema,

pero necesito tu ayuda. Ahora.

Hermes estudió a su amigo y movió sus cejas espesas.

—¿Le has jugado otra mala pasada a Zeus de nuevo? Si quieres que oculte

tus flechas hasta que él se calme, no estoy seguro de que incluso pueda

volar lo suficientemente rápido.

—No, no. No es Zeus quien está detrás de mí. Va a ser mi madre si no

tengo cuidado, y prefiero tener un centenar de Zeus enojados conmigo

que una Afrodita.

—¿Cómo te las arreglaste para enojar a tu madre?

—Es una especie de una larga historia. Te lo diré mientras llevamos a este

tipo a Caronte. —Mientras iban de camino, con a la sombra a cuestas,

Eros explicó.

—Ni siquiera estoy seguro de lo que sucedió realmente —dijo Eros—. Un

minuto estaba allí de pie, a punto de disparar a Psique y al siguiente... no

pude hacerlo. —Él se frotó las sienes con las yemas de los dedos—. Estar

cerca de ella era intoxicante o algo así.

—Dime que esto no termina como pienso que termina. —Hermes dejó de

caminar y miró incrédulo a su amigo.

Eros se miró las polvorientas sandalias.

—Cuando bajé la flecha, rasguño mi rodilla.

Hermes se encogió de hombros y miró a Eros como si fuera un idiota.

—¿Qué no entendiste de la lección de cómo-no-dispararte-a-ti-mismo-

con-tu-propio-flecha? ¿Cómo diablos te disparaste?

Eros resopló.

—Acabo de decirlo. Ella me embrujó o algo así.

—¿Esperas que me crea que un mortal te hizo perder tu coordinación ojo-

mano? Creo que algo más está sucediendo aquí. —Hermes lo estudió—.

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¿Estas tratando de vengarte de Afrodita por ser una arpía toda tu vida?

Porque no hace falta estar en el lado opuesto que el de ella.

Eros dio un paso atrás y dejó caer los hombros.

—Está bien, ¿quieres la verdad? Sí. Sí, una mortal me hizo amarla. —

Cerró los ojos, recordando—. El alma de Psique me canta como una

sirena. De alguna manera sabía que necesitaba elegirla y lo hice.

Hermes dio la vuelta y comenzó a caminar de nuevo.

—Entonces des-elígela. Solo haz que tu mamá deshaga la magia. No me

necesitas para eso.

—No lo entiendes —llamó Eros, corriendo de nuevo al lado de Hermes—.

Yo la necesito ahora. No quiero que esto se deshaga. La quiero a ella.

Hermes se detuvo en seco.

—Escúchame. Déjala ir. Ella es solo una niña.

—De ninguna manera. —Eros sacudió la cabeza—. Es más que eso. Ella

es todo.

—¿Hablas en serio? —preguntó Hermes, su ceja arqueada dando a

entender que él era más que escéptico.

Eros asintió. Hermes solo desvió la mirada, sacudiendo la cabeza.

—Por favor, Hermes, necesito esto.

—Está bien, ¿qué quieres que haga?

—Necesito tu ayuda con la última parte de mi plan. Tuve la oportunidad

de desviar a los pretendientes de Psique por haberlos hecho beber del

manantial de la castidad antes de que puedan llegar a su palacio, pero-

Hermes lo interrumpió.

—¿A los pretendientes de Psique? ¿Les diste agua de castidad a los

pretendientes de Psique? —La frente de Eros se arrugó.

—Sí. ¿Y qué?

—Esos hombres me hicieron ofrendas y oraban para que los mantenga a

salvo en su viaje a Sikyon. ¿Cómo se supone que voy a ayudarte ahora?

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—¿Cuál es tu problema? Les di un poco de agua. Nunca sabrán la

diferencia.

Hermes negó con la cabeza.

—Negativo. Has arruinado todo el punto de su viaje.

—Vamos. Relájate un poco, amigo.

—Lo digo en serio, Eros. Los viajeros son algunos de mis seguidores más

devotos. Si los traicionas, no puedo ayudarte.

Eros se dobló. Había llegado tan lejos; esperó tanto tiempo. ¿Para qué?

Esto no podía terminar así. Tenía que tener a Psique.

Cayendo de rodillas, Eros agarró la capa de Hermes y levantó la mirada

hacia él.

—Hermes, te lo ruego. No, te rezo para que tú, como un viajero quien

viajó a las puertas del Inframundo para encontrarte. No puedes darme la

espalda. Yo seré tu sirviente más fiel. Voy a...

—Te lo está pidiendo tan bien, que realmente deberías ayudarlo —cortó la

sombra—. Yo siempre usé mi posición en el Senado para ayudar a la

gente.

Hermes le lanzó una mirada glacial que decía "cállate y ocúpate de tus

asuntos".

Luego suspiró ruidosamente cuando su cabeza cayó hacia atrás.

—Esto es lamentable. Levántate, tu tonto idiota enamorado. —Hermes

arrancó su capa de las manos de Eros—. Además, no quiero a un tonto

por un sirviente. Psique puede tenerte.

Eros se encaramó de nuevo a sus pies.

―¿Me ayudas entonces?

Hermes sonrió.

—Estoy tentado a decir que no solo porque me gusta verte retorciéndote

de amor en lugar de que sea al revés.

La boca de Eros se apretó en una línea en su usual junta de los labios.

—Supongo que me lo merezco —dijo mientras cruzaba los brazos sobre el

pecho.

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Hermes se chupó los dientes con una bofetada.

—Oh, deja de ser una niña. ¿Qué es lo que quieres?

Eros sacó un trozo de pergamino doblado de debajo de su túnica y lo puso

en la mano de Hermes.

—Te necesito para llevar este mensaje a Apolo. No le puedes decir que es

de mí. Él nunca estaría de acuerdo a ayudarme el mismo.

Hermes resopló.

—Esa es la verdad. Creo que nunca superará la vez que utilizaste tus

flechas contra él.

—Pero él te ayudara. Tú eres su hermano.

—Mediohermano —corrigió Hermes.

—Estás cambiando de tema. ¿Vas a ayudarme o no?

—Ya te dije que lo haría —dijo Hermes—. ¿Qué es exactamente lo que

quieres que le diga a mi medio hermano?

Eros rodó los ojos.

—Solo dale la nota. Dile que tuviste una visión del futuro de Psique y

deseas que el Oráculo le dé a Darion tu profecía.

Hermes solo parpadeó a Eros. Hasta la sombra se movió incómoda.

—Vamos —dijo Eros—. No es muy diferente de lo que el propio Apolo

hace. Él creerá que tú tuviste esta visión.

—Así que, vamos a ver si lo entiendo. ¿Quieres que le diga a mi hermano,

el Señor Supremo del Futuro, que tengo una predicción aleatoria sobre

una princesa y que debiera dejarme usar su precioso Oráculo para probar

mi mano en la adivinación sobre toda la cosa? ¿En serio?

Eros apretó los dientes.

—No estás exactamente vendiéndolo cuando lo dices así.

Hermes llevó la mano a la frente y cerró los ojos.

—Solo te estoy dando una verificación de la realidad, hombre. No hay

manera de Apolo acepte esto.

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Eros volvió su mirada de Hermes por un momento y dejó que sus ojos se

pusieran vidriosos cuando él usó su visión para mirar al Rey Darion. Tan

pronto como él había apartado la mirada, los ojos de Eros volaron a su

amigo.

—Si no te das prisa, nunca vamos a saber si Apolo aceptara o no. Las

naves de Darion han anclado en Delfos.

Sacudiendo la cabeza, Hermes miró a su amigo.

—Estás loco. Ya lo sabes, ¿verdad?

—Por favor, Hermes. Por favor.

—Está bien. Me voy —dijo Hermes—. Te dejo a cargo de la sombra. No te

vayas hasta que suba al ferry.

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Capítulo 13

Traducido por Nessie

Corregido por Vericity

a espera era insoportable. Deseaba que mis padres me dejaran

marchar sola con mi padre a Delphi. Podría consultar el Oráculo de

Apolo por mí misma. ¿Por qué debía permanecer en casa cuando mi

futuro pendía de un hilo? Además, un viaje por el golfo de Corinto y

visitando Delphi hubiera sido una distracción necesaria. Cualquier cosa

era mejor que esperar.

Mi mente corría sin cesar sobre los diferentes escenarios que podrían

desarrollarse cuando mi padre regresara. Sabía que había una buena

probabilidad de que trajera malas noticias. Podría comprender que yo

estaba destinada a no tener nunca un esposo como me temía.

O el Oráculo podría decirle a mi padre que podría iniciar a planear mi

funeral. Afrodita era conocida por despedazar hombres a causa de delitos

menores a un insulto personal. A estas alturas no estaba segura de qué

podría ser peor.

Para ordenar mis pensamientos, leí todo lo que pude acerca del oráculo.

Acerca de chicas que se convirtieron el oráculo, ofreciendo sus vidas a

cambio de conocer lo divino.

Mientras leía, podía imaginármela. Podría ser una chica de la nobleza. No

una princesa, por supuesto, pero tan bella como una. Después,

desperdiciando toda su juventud en servicio de Apolo, sería elegida para

volverse la más importante sacerdotisa de Apolo, la Pitonisa1, cuando la

Pitonisa antes que ella moría.

1 Pitonisa: o Pitia, es un personaje que suele presentarse tanto en los relatos antiguos como en

L

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Ella no tendría que esperar mucho tiempo. Servir a Apolo en un nivel tan

alto tenía sus consecuencias en todas. Nadie vivía mucho tiempo después

de ser elegida Pitonisa. Y aun así esas chicas lo hacían de todos modos. Ir

de buena gana en servicio de un dios. Entregando las predicciones de

Apolo a los griegos quienes iban a que les dijeran sus fortunas.

Una vez nombrada Pitonisa, a la chica no se le permitía tener conexión

alguna con su familia, sus amigos o su vida anterior. Cualquiera que

hubiera sido su nombre, sería conocida como Pitonisa hasta su muerte.

¿Cómo era esa chica totalmente diferente a mí? Ella no tenía contacto con

su familia pero se encontraba con el mundo. Yo solo tenía contacto con mi

familia mientras mantenía el mundo a raya. Ella era amada por un dios y

yo era odiada por una diosa.

Supuse que teníamos una cosa en común: yo estaba inquietantemente

segura de que ninguno de las dos viviría por mucho tiempo.

las leyendas y mitologías. En Grecia, estas mujeres eran un elemento sumamente importante para las grandes jerarquías, dado que gracias a ellas, éstos podían llegar a conocer la voluntad de los dioses.

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Capítulo 14

Traducido por Cpry

Corregido por Julieta_arg

ros no podía hacer nada salvo esperar sentada esperando a Caronte para

presentarse y llevar al anciano a Hades. Hermes vio entregar el mensaje

a Apolo, pero Apolo no había dicho nada. Él frunció el ceño.

Maldita sea.

Eros tendría que esperar a la profecía para saber si Apolo había ido por su plan.

Ahora que había sabido que su mensaje había sido entregado, Eros había

querido que Darion se diese prisa.

Como si hubiera obedecido la orden silenciosa de Eros, Darion busco a los

sacerdotes de Apolo en cuanto tocó tierra y presento su ofrenda. Había traído

una lira ricamente enjoyada en homenaje de Dios.

Eros negó con la cabeza mientras miraba. Los mortales eran tan predecibles.

Traer una lira de Apolo, como si nadie hubiera hecho eso antes.

Sin embargo, los sacerdotes quedaron impresionados por el espectáculo de la

riqueza, y Darion se trasladó a la parte delantera de la línea en vez de tener que

echar suertes para determinar su lugar. Darion se acercó al templo con pasos

medidos, llevando la lira ante él extendida sobre sus brazos. Parecía como si

esperara al dios, agacharse y aceptar personalmente el regalo. Pero mientras

estaba parado en la sombra del enorme templo, con los brazos carnosos, Darion

comenzó a debilitarse. Estaba obligado a presentar su homenaje en la base del

templo. Al igual que todos los demás.

Después de liderar una procesión de suplicantes a una entrada lateral del

templo, Darion descendió en el Santuario de la Oracle. La habitación estaba a

oscuras y había humedad, el parpadeo de linternas iluminando apenas la

caverna. Su silencio fue interrumpido solo por los regueros de la corriente de

agua a través de canales en el suelo.

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Darion se acercó a la pantalla que le separa de la Pitia y puso su mano sobre la

tela gruesa. Eros compartía la angustia de Darion. La chica en el otro lado de la

pantalla celebró sus dos mundos en sus manos. Darion tenía la frente mojada

también presionada contra la pantalla. Eros contenía el aliento.

Un sacerdote se aclaró la garganta cerca.

—Señor, la Pitia está esperando. Usted necesita hacer su pregunta.

Darion levantó la cabeza, pero no se alejó de la pantalla. Su voz se quebró al

hablar.

—Ptia, sagrado de Apolo virginal, vengo a aprender el destino de mi hija, Psique.

¿Qué hay en la tienda para ella?

La Pitia se sentó en silencio en su trípode, pellizcos hojas de laurel entre sus

suaves dedos y la mirada perdida en un caldero de agua sin gas. Poco a poco,

profundamente, inhalan los vapores que surgen de una grieta en la tierra. Su

cámara de techo bajo llenó con el aroma embriagador del dios, que gira

alrededor de ella, invitándola a probar la inmortalidad. La luz, el sonido

tintineante de la corriente sagrada llenó la caverna mientras esperaba para

recibir el mensaje de Apolo.

La Pitia empezó a balancearse mientras se balanceó en su trípode. Sus brazos

extendidos a los lados, las palmas hacia arriba, dejando que las hojas caigan.

Pasaron los segundos por Eros y sintió a su corazón retumbar cada latido en el

pecho. De repente, la Pitia estalló en una carcajada, echando la cabeza hacia

atrás con tal abandono que ella hubiera caído de su taburete si un sacerdote

alerta no la había atrapado.

—Prepárense —susurró el sacerdote a Darion—. Está llegando.

Con los ojos en blanco en su cabeza y jadeando, la Pitia exhalaba su profecía.

Anunciando el futuro de Psique.

Darion se dejó caer de rodillas, como la Pitia se derrumbó esperando los brazos

del sacerdote.

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Capítulo 15

Traducido por Rodoni

Corregido por KatieGee

ás de dos semanas después de que mi padre partió para Delfos,

los sonidos de la marcha me despertaron de un sueño

intranquilo. No pasó mucho tiempo para que la neblina se

desvanezca. La marcha solo podía significar una cosa. Corrí a la ventana y

vi a soldados de mi padre escoltando al Rey a la puerta del palacio.

No me moleste en vestirme antes de salir de mi habitación y volar por las

escaleras para darle la bienvenida. Él estaba saliendo por la puerta

cuando arrojé mis brazos alrededor de él.

―¡Padre, estás en casa! Lo hiciste. ¿Qué dijo?

Me sentí como un niño otra vez, aferrándome a mi papá y pidiendo una

golosina. Solo que cuando hice una pausa para respirar finalmente me di

cuenta de su expresión.

Él no me respondió. En cambio, envolvió sus brazos alrededor de mí y me

atrajo hacia su pecho. Su barbilla descansaba en la parte superior de mi

cabeza mientras lentamente me acariciaba el pelo. Me aparté un poco y lo

miré a los ojos. Los ojos color ámbar de Padre brillaban por lo general con

la vida, pero hoy estaban aburridos, vacíos. Él inclinó la cabeza hacia atrás

y parpadeó, en un evidente esfuerzo por mantener las lágrimas que se

acumulan en las esquinas de sus ojos sin derramarse. Nunca había visto a

mi padre así incluso llegando cerca a las lágrimas antes. Verlo como

estaba me hizo temblar.

―¿Qué es? Dime qué dijo. ―Mis súplicas eran apenas más que un

susurro.

Después de una larga pausa, dijo:

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―Debemos encontrar a tu madre primero.

―Estoy aquí. ―Su voz se quebró cuando ella gritó desde una sombra en el

vestíbulo. Ninguno de los dos había notado su silenciosa entrada. Me di

cuenta por su expresión que también sabía que la noticia era mala.

Padre le extendió un brazo y corrió a unirse a nuestro abrazo. Nos

quedamos así, los tres juntos, por lo que parecieron horas. Era como si

creyendo que el tiempo que estuviéramos juntos, el Oráculo no podía

tocarnos. Que sería inmune al destino que estaba puesto delante de

nosotros.

Yo fui la primera en apartarse.

―Saber nada es peor que saber la verdad. Solo dime. ―Padre no me

respondió todavía. Mi voz explotó con desesperación y pánico―. ¡Padre,

por favor!

Cerró los ojos y respiró profundo. Poco a poco, recitó el mensaje que

había recibido de la Pitia.

Viste Psique en tela negra de luto,

Y déjala en la cima de una escarpada montaña.

Su amante no nació de sangre humana,

Pero, es tan terrible y feroz como una serpiente buscó.

Él vuela con alas por encima de los cielos estrellados,

Conquistando incluso a los dioses que parecen tan sabios.

A su antojo todas las criaturas caen en el dolor,

Con él siempre Psique permanecerá en amor.

La sangre abandonó mi rostro tan rápidamente como mis mejillas se

entumecieron. Había tenido razón para sospechar que Afrodita me

odiaba. Pero no había visto esto venir.

El amor y la pasión eran sus herramientas, su bendición y su maldición.

La posibilidad de que nunca lo hubiera considerado era claramente el

peor destino imaginable. Tendría que negociar mi muerte para vivir en los

brazos de un monstruo. O tal vez una muerte segura era lo que me

esperaba en esos brazos. La profecía decía que me vistiera con traje de

luto.

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La cabeza me daba vueltas mientras trataba de envolver mi mente en

torno a las palabras de la Pitia. Me imaginé a una serpiente enorme,

enrollando su cuerpo con escamas alrededor de los tobillos y doblándome

en un abrazo y en sus alas aceitosas, de color negro azabache. Vi su rostro

subiendo lentamente para mirarme con los ojos entrecerrados, amarillos

antes de lanzarse una veloz, bifurcada lengua hacia mis labios.

Lo último que recuerdo antes de que la sala se quedase a oscuras era

oírme a mi misma gritar.

***

No sé cuánto tiempo estuve fuera, pero me sentía extrañamente tranquila

cuando me desperté. Cuando abrí los ojos, estaba mirando la cara llena de

lágrimas de mi madre. Ella estaba sosteniendo mi cabeza en su regazo y

acariciando los largos rizos de mi pelo.

―Psique ―susurró―. Yo... no debería permitir que vayas. Ojalá fuera yo.

―Está bien, mamá. ―Me senté y me volví para mirarla, pero ella no podía

encontrarse con mi mirada. Observé impotente cómo ella empezó a

temblar y romper en sollozos. Entonces cayó hacia adelante sobre mis

rodillas y lloró. No podía hacer nada más que acariciarle el pelo como lo

había hecho conmigo.

Cuando estaba llorando y finalmente dejó de temblar, suspiró y me miró.

Sus ojos estaban enrojecidos, y por primera vez, esos ojos mostraban su

edad. Ella parecía más vieja y viva y menos a mí. Mi corazón se rompió

cuando la miré a los ojos y comprendí que ya estaba de luto como si yo

estuviera muerta.

―No, por favor. No me he ido todavía.

―Tienes razón. ―Ella agarró mi mano entre las suyas―. Vamos a arreglar

esto. Tiene que haber algo que podamos hacer.

Simplemente negué con la cabeza, incapaz de aplastar sus esperanzas con

mis palabras.

―No ―protestó, retorciendo los dedos duros―. Vamos a recurrir al

ejército para custodiar el palacio. La bestia nunca lograra pasarlos. No

tienes que ir. Podemos detener esto, Psique. Podemos parar esto. ―Sus

palabras eran apresuradas. Nunca la había visto antes tan frenética.

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―Shhh ―la callé, tirando de ella en mis brazos―. Vas a hacerte enfermar.

Odio verte así.

―Tenemos que intentarlo. ―Su voz rota casi se atragantó con otro sollozo.

―No ―dije en voz baja―. Tú eres la que siempre me decía: “No se puede

escapar de lo que está destinado”.

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Capítulo 16

Traducido por Rodoni

Corregido por Viqijb

unca pensé que vería mi propio funeral. Pero en menos de dos

días después de que mi padre regresó de Delfos, era exactamente

donde me encontraba.

Las ruedas de la carreta empujaban por los caminos de piedra áspera

mientras hicimos nuestro camino hacia el sur hasta la cima de las colinas

escarpadas que se encontraban más allá de las puertas de la Ciudad.

Salimos del palacio antes del amanecer, envueltos en la negrura. Probé la

sangre mientras masticaba y destrozaba el interior de mi mejilla.

Con cada salto de la carreta podía sentir el áspero manto negro que

llevaba rozando contra mi piel. El aire del amanecer era demasiado frío

para tal fino vestir, provocando un estremecimiento involuntario que se

arrastraba por mi columna vertebral como una araña. Los aros de oro en

las orejas y alrededor de mi cuello se sentían demasiado pesados.

Mientras cerrabas mis manos en los bordes de la cesta para el equilibrio,

la desgastada madera astillada y tierra en mis manos.

Al frente de la procesión, las plañideras tocaban música estridente y

dolorosa en sus flautas. Por supuesto que conocía la música. Yo había

estado en funerales antes. Pero algo sobre las canciones, esta vez, fueron

más tristes. Un recordatorio doloroso de que una suerte semejante a la

muerte me esperaba en la parte superior de la colina.

Mezclado con las flautas estaban los gemidos tristes de mi familia.

Caminando detrás del carro, mi madre gemía y gemía, sonidos lastimeros

que incluso no llegaban a formar palabras.

Mi padre y primos marcharon delante de la carreta. Ellos también se

lamentaban, profiriendo gemidos una y otra vez. Con ellos, se llevó un

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masivo toro negro que sería sacrificado como parte del ritual funerario.

Sus cascos, junto con los pasos de las dos mulas que tiraban de mi carro,

crearon un tambor rítmico al batir juntos todos los sonidos horribles.

Podía oler el ganado por delante de mí, una mezcla de heno rancio viejo y

estiércol. El olor espeso y húmedo de las lámparas de aceite que llevan la

procesión flotó de nuevo, picando mi nariz con cada respiración. En

segundo lugar los aromas picantes, pero no obstante presente, era el olor

ligeramente dulce a la deriva del pastel de miel que estaba sentado

precariamente en mi regazo.

Debido a que la profecía de la Pitia era vaga, no estábamos seguros de si

en realidad estaba frente a la muerte, o si simplemente mi suerte sería tan

terrible como la muerte. En cualquier caso, mi padre había insistido en

llevar la torta en caso de que sí encontrara a la muerte en la cima de la

colina. Necesitaría el pastel de miel para alimentar a Cerbero, el perro de

tres cabezas que guardaba el inframundo. Ninguna sombra pasaba

delante de él, a menos que se le distrajera con comida. También tenía una

moneda para pagar a Caronte, solo por si acaso.

Mientras mi procesión se acercaba a la cima de la colina, el sol comenzó a

subir. Brillaba tan fuerte que era casi blanco, rodeado por un aura de

color rojo y naranja. Fuera de la luz brillante, el resto del cielo era de un

púrpura lechoso, como ningún color que haya visto en los cielos antes.

Mientras miraba el cielo con temor, una enorme águila se elevó en el

horizonte, a la deriva, de izquierda a derecha. Sabía que tanto el águila y

su curso predecía la buena suerte, pero no me atrevía a poner mi

esperanza en las alas de un pájaro.

Mi carreta se detuvo repentinamente en la parte superior del acantilado.

Mire desde donde estaba sentada a mi madre corriendo por detrás de la

procesión. Ella buscó mi mano hasta que la sostuvo con fuerza, pero

temblaba. Su rostro estaba manchado de polvo y suciedad que se había

pegado en su desgarrada cara empapada.

Volví a mirar al hermoso cielo de la mañana robando mi valor y luego me

baje del carro, con cuidado de no dejar caer mi pastel de miel o la

moneda. Mi madre me envolvió en sus brazos y comenzó a llorar en mi

hombro. Me entraron ganas de llorar con ella, pero estaba demasiado

entumecida con las lágrimas por venir.

Con el tiempo la aparte y se la pase a Maia. Yo sabía que iba a cuidar de

Madre hasta que el mundo se acabara, si eso es lo que ella necesitaba.

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No estaba segura ni siquiera a donde iba, pero seguí adelante a través de

la multitud de dolientes hasta llegar a la cabeza de la procesión.

Padre había sacrificado solo el toro negro. Su sangre surgió del corte en su

garganta y se derramó por el suelo rocoso, con el tiempo llego a rodear

mis sandalias. Inclinándome, acaricie la cabeza del enorme animal

muerto. Lamentaba que haya tenido que dar su vida para que yo pudiera

ser adecuadamente enterrada, o lo que sea que estaba a punto de suceder.

Padre entregó el cuchillo a uno de los otros dolientes y se volvió hacia mí.

Me tomó la cara entre sus manos. Lágrimas que habían luchado tan duro

por contener dos días se derramaron libremente por su rostro.

Su dolor me rompió el entumecimiento y mis ardientes lágrimas

burbujeaban y se deslizaban por mis mejillas.

―Adiós, papá ―le susurré.

―Me quedaré contigo hasta que venga ―respondió. El dolor en su voz era

evidente.

―No, por favor vaya. Usted no tiene que ver esto.

Mi padre dejó caer la cabeza y la sacudió de lado a lado en señal de

protesta.

―Por favor ―insistí―. Yo quiero que tengas recuerdos felices de mí.

Padre me miró a los ojos por más tiempo. Era como si estuviera buscando

mi alma para ver si podía hacer esto sola. Por fin, él me atrajo a un fuerte

abrazo y me cabrío la frente y las mejillas de besos.

―Nunca sabrás cuánto lo siento, Psique. Ojalá hubiera prestado más

atención, aconsejado mejor. No mereces morir por tus errores.

―No lo hagas. Por favor, no lo hagas. ―Sacudí los hombros suavemente y

los apreté―. No puedes culparte a ti mismo por mis decisiones. Y mamá

necesita que seas fuerte para ella en este momento, ¿de acuerdo? ―Darle

una charla realmente me hizo sentir mejor de alguna manera.

Tenía los ojos cerrados y arrugó la frente en la angustia.

―Te amo ―susurró.

Me puse de pie en puntillas y lo bese en la mejilla.

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—Te amo demasiado, papá. Ahora vete. Tengo que cumplir con mi destino

sola.

Poco a poco, soltó mis manos y retrocedió. Cuando nuestras manos se

vinieron abajo, yo sabía que era la última vez que las tocaría de nuevo.

Lo miré y a la procesión partir, por solo un momento antes de que les

diera la espalda a todos y mire hacia el horizonte.

El sol había subido más alto en el cielo y el color rojo naranja se

desvaneció casi inmediatamente. En su lugar había un acerado gris

azulado. Entonces el viento se arremolino, girando una mortaja alrededor

de mis piernas. Mi pelo azotado, golpeando mi cara y siendo fiel a mis

húmedas pestañas.

Mientras me sacaba un mechón de pelo de mi boca, vi lo que parecía una

nube húmeda descendiendo sobre mí. La nube se precipitó detrás de mí y

me sorprendió como un amortiguador cuando una ráfaga de viento me

empujo atrás. De repente, estaba en el aire y volando por encima del

borde de la colina. Ni siquiera había tenido tiempo de recoger mi moneda

o pastel de miel antes de ser lanzada hacia el cielo. Miré hacia abajo

mientras volaba y sabía que si me caía, estaría muerta.

Realmente me hubiera gustado tomar con más fuerza a la moneda y la

torta.

La nube se abalanzó hacia el valle de abajo. Cuando nos acercábamos a

tierra, la nube cayó tan rápido que no tuve tiempo de plantar los pies. Me

caí de bruces contra el suelo y me apresure a darme vuelta. Empujándome

en mis codos, mi corazón tronó mientras me preparaba para el

ataque del monstruo.

Llegué a pensar que podría estaba lista para pelear.

Pero la pelea no llegó y no apareció ningún atacante. En su lugar, escuché

una voz grave y retumbante que parecía venir de todo a mí alrededor.

―Ha sido un placer para mí acompañarla a su nuevo hogar. Su palacio

está esperando.

Mirando hacia atrás por encima del hombro, vi un palacio tan magnífico

que me hizo jadear. Las paredes eran de alabastro blanco cegador. Incluso

sin los rayos del Sol, que brillaban como si fueran incrustaciones de un

millón de diamantes. Y el techo era de oro puro, brillante como si ninguna

gota de lluvia había caído alguna vez en sus aleros.

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ina

91

Cada una de las enormes columnas que soportan el techo era de una

figura tallada. Algunos eran hermosas mujeres, con sus vestidos

ondeando en torno a ellos. Otros eran atléticos jóvenes mostrando su

musculoso torso. Las dos columnas del centro, que soportaban las puertas

de entrada, tenían dos masivas figuras cada una. En una, un hombre y

una mujer abrazados, mirándose fijamente a los ojos. En la otra, la pareja

besándose de una manera suave y conmovedora.

Me tomó un tiempo para procesar la inmensidad y la belleza de lo que

veía. Ni siquiera puedo decir cuánto tiempo fue que me senté allí mirando

sobrecogida el palacio.

Cuando por fin regresé a mis sentidos, le dije la voz invisible.

―¿Eres tú con el que se supone que debo encontrarme aquí ―Pensé que

sonaba considerablemente mejor a, ¿eres tu el que me mantendrá

prisionera?

La voz se rió tan fuerte como el trueno.

―No, mi señora. No soy más que un humilde servidor. Puedes llamarme

Favonio, o simplemente el viento del Oeste.

Debería haber estado sorprendida por hablar con las partículas del aire.

En su lugar, le pregunté:

―¿Mi sirviente? ¿Eso significa que me puede llevar de vuelta a casa?

―No ―respondió―. Yo te sirvo solo porque lo sirvo a él. Y no le gustara

que te robe.

Había sabido incluso antes de oír su respuesta que sería "no". Aún así, me

retorcí la nariz para contener las lágrimas frescas que sentía por llegar.

―No te desesperes, Psique ―dijo, y luego se había ido.

Mientras Favonio se iba, la neblina había llenado el valle y se levantó tan

rápido como si se estuviera alejándose en la cola de un cometa. El sol

irradiaba ahora a mí alrededor y el magnífico palacio que se abría ante mí

brillaba tentadoramente.

Lo cual me recordaba a otro de los dichos de la madre:

Si algo parece demasiado bueno para ser verdad, probablemente lo es.

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Capítulo 17

Traducido por Equi

orregido por Maia8

Di una mirada alrededor del Valle en busca de una ruta de escape,

pero no había ningún lugar a donde pudiera correr. Detrás de mí

había un gran acantilado escarpado, era imposible trepar por él. Delante

de mí estaba el palacio. Todo lo demás estaba cubierto por el bosque

espeso, oscuro y negro. Los árboles lucían tan estrechamente entrelazados

que ni siquiera estaba segura de si podría caminar a través de ellos, y por

supuesto mucho menos correr.

Además, ¿por qué querría escapar? Ya había aceptado mi destino. Me dije

que no había porqué sentir temor y alarma del palacio que se erguía sobre

la colina o por la muerte. Si acaso el opulento palacio fuese una especie de

trampa, que así fuera. Seguro habría lugares mucho peores en donde

morir.

Caminé hacia la entrada, deteniéndome frente a las puertas del palacio.

Eran tan altas como los árboles y de oro sólido, estaban decoradas con

gemas incrustadas representaban un jardín. Flores de rubíes y zafiros

florecían sobre lechos de esmeraldas. Por lo menos, no podría quejarme

del aspecto exterior del lugar.

Golpeé con mi puño la puerta, y luego lo retiré. ¿Se suponía que tenía que

tocar? Si esta iba a ser mi casa, los golpes en la puerta no serían

necesarios. Sin embargo, no podía imaginarme irrumpiendo en el palacio

como si fuera mío. Levanté mi mano de nuevo, pero la puerta se abrió

antes de que incluso lograra tocarla.

—Bienvenida, mi señora. Hemos estado esperándola.

Me asomé por la puerta y vi todo el salón del palacio, pero no había nadie.

Por lo menos, nadie que pudiera ver.

C

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Una mano fuerte se apoderó de mi brazo y me condujo adentro.

—No tenga miedo. Entre. —Quien quiera que fuese, era totalmente

invisible.

La puerta se cerró detrás de mi empujándome y haciendo eco a través de

toda la impresionante sala. Mi pecho se estrechó dolorosamente al pensar

que estaba dentro de una tumba sellada y más elaborada que había visto.

—Soy Mathias —dijo la voz—. Puede llamarme para lo que necesite. —Su

mano todavía sostenía mi brazo guiándome mas adentro.

Estaba demasiado impresionada por todo lo que estaba ocurriendo. Ni

siquiera podía hablar. Mientras más nos adentrábamos en el palacio este

se volvía más lujoso y opulento. Las paredes estaban cubiertas por

hermosos tapices con escenas de dioses y criaturas vagando a través de los

bosques y nadando en ríos, estaban increíblemente detallados. Los

mosaicos en los pisos eran tan variados y sus colores eran como el de las

perlas.

Dejamos de caminar cuando llegamos a una sala de estar. Esta estaba

inundada por la luz de la mañana, haciendo que el lugar brillara con

calidez. Los sofás desbordaban almohadas de seda y mantas en tonos

amarillos y suaves y cremosos anaranjados y jugosos limones. Era como si

el verano entero se hubiera adelantado dándome la bienvenida entre sus

acogedores brazos. Ni en un millón de años me hubiera podido imaginar

una habitación tan convenientemente perfecta como esta.

Me deslicé en uno de los sofás, hundiéndome en las almohadas,

atrayéndome a sentirme relajada. Me dormí. No creo haber dormido

desde que mi padre habría regresado con la profecía.

—Perdone mi intromisión —dijo Mathias—, pero tal vez le gustaría tomar

un baño caliente antes.

Bajé la vista e inmediatamente fruncí la nariz. Aún llevaba ese horrible

velo negro y mi piel estaba cubierta de polvo y suciedad debido a mi viaje

en el carro.

—Lo siento —dije balanceándome sobre mis pies—. No fue mi intención

ensuciar el sofá.

Apenas acababa de hablar, cuando una hermosa voz de mujer se escuchó.

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—No te preocupes. Todo lo que necesitas es un reconfortante baño. Tengo

todo preparado.

La persona invisible detrás de la voz mostró poco entusiasmo, me tomó de

la mano y empezamos a alejarnos. El palacio era un laberinto de pasillos,

alcobas y habitaciones.

—No puedo explicarte lo emocionada que estoy de tenerte aquí. Por

supuesto, todos estamos emocionados. Pero estoy muy emocionada en

verdad. Esto va a ser mucho más divertido ahora que estas aquí. Y

créeme, le lugar te va a encantar.

Esta chica invisible hablaba demasiado rápido para mi aturdida mente.

Simplemente dejé que me guiara a través del laberinto.

—Lo que si puedo decirte es que vas a encajar de maravillas aquí —dijo

parloteando—. Vas a ver como este palacio fue hecho para ti, y estoy

segura de que tú y yo seremos grandes amigas.

¿Una amiga? Eso sería algo maravilloso.

—Oh, estoy hablando demasiado. Como te he dicho, es que estoy muy

emocionada. De todos modos, aquí esta”, dijo abriendo una adornada

puerta dorada.

Dentro había una enorme bañera de grueso mármol, cortinas de brocado

cubrían las ventanas, bloqueando la mayor parte de la luz del sol. Cientos

de velas rodeaban la bañera, las pequeñas flamas danzaban

armoniosamente. Vapor rosado salía desde la tentadora agua caliente de

la tina.

—¿Necesitas ayuda para desvestirte? —preguntó.

—No”, espeté antes de que la chica que acababa de conocer se molestara.

—Gracias, pero no”.

Después de desatarme las sandalias, metí el dedo del pie con cuidado en

la bañera para verificar que el agua no estuviera demasiado caliente,

sorprendentemente estaba perfecta.

—No voy a mirarte —dijo la niña—. Adelante, entra.

Dejé caer mi vestido, me hundí en el agua y cerré los ojos.

El aroma a lavanda me envolvió y sentí como la tensión de los últimos

días se iba liberando lentamente de mis adoloridos músculos.

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—Te voy a dejar en paz por un rato. Si necesitas algo, llámame.

—¿Cómo? —pregunté. Mis ojos apenas podían permanecer abiertos—. Ni

siquiera sé tu nombre.

—¡Oh dioses! Suelo ser tan tonta a veces. Soy Alexa. Solo llámame si

necesitas algo. Si estas en el palacio, seguro te escucharé.

—Gracias Alexa —murmuré cuando la puerta se cerró.

Permanecí en la bañera durante lo que parecieron horas, pensé que el

agua estaría fría, pero se mantuvo caliente todo el tiempo. Me relajé lo

más que pude, pero mi cabeza empezó a llenarse de preguntas.

¿Porqué eran invisibles los sirvientes? ¿Cómo podría Alexa escucharme

desde cualquier lugar de este enorme palacio? ¿Cuánta información

podría darme Alexa? ¿Y podría confiar en ella? ¿Cuándo conoceré a la

bestia y si tratará de comerme o no? ¿Sabrán mis padres que me

encuentro bien? ¿Estoy bien? ¿Nunca volveré a verlos?

No podía quedarme más ahí. Frente a la bañera, mire alrededor, pero no

vi ninguna toalla. Y suspire.

—Alexa —la llamé en voz baja, siendo que estaba hablando yo sola en una

habitación totalmente vacía—. ¿Podrías traerme una toalla?

Las palabras apenas habían salido de mi boca cuando la puerta se abrió.

Lujosas toallas entraron flotando a la habitación.

—Aquí tienes —dijo. Puso una toalla alrededor de mis hombros y frotó

suavemente mi piel con la toalla quitando así el exceso de agua que

escurría por mi espalda. Luego entonces rodeo mi cabello que escurría

con otra toalla—. ¿Te sientes mejor ahora?

—¡Un poco! —respondí. Y era cierto. Todas las preguntas que tenía, se

estaban empezando a aclarar desde que llegué.

—Entonces vamos a que te vistas —dijo Alexa y tomó nuevamente mi

muñeca para llevarme a una habitación adyacente—. Este es tu cuarto —

dijo mientras balanceaba la pesada puerta de madera.

Mi mandíbula cayó al mirar el interior. El salón de banquetes del palacio

de mis padres no era ni siquiera tan grande como este. A la derecha,

contra la pared, había una cama con sábanas de seda. La cabecera de un

caoba profundo era enorme, se levantaba hasta la mitad de la pared.

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Por encima de la ventana, cortinas de gasa colgaban de barras doradas. La

brisa que entraba de los jardines sopló las cortinas de una manera que

parecía irreal.

Frente a la cama estaba una chimenea tan grande que mi cama fácilmente

hubiera entrado en ella, esta ya estaba preparada, con la parrilla que

sostenía los troncos maduros y que evitaba cualquier incidente.

No tuve más tiempo para admirar la habitación antes de que viera que

Alexa se acercaba a mi. Bueno, no me había dado cuenta. Solo vi que traía

el vestido rojo más hermoso que jamás hubiera visto. Solo me quedé

mirándolo.

—Lo mandó a hacer especialmente para ti —me dijo Alexa, oyendo una

risa en su voz—. Te va a quedar perfecto”.

Di un grito ahogado. En un instante, Alexa me había despojado de mis

toallas y había pasado ya por mi cabeza el fabuloso vestido. No sabía si

podría acostumbrarme a tener sirvientes invisibles tan eficientes, que no

podía darme cuenta de lo que iban a hacer. Pero Alexa era rápida, y ya

estaba completamente vestida antes de que pudiera empezar a quejarme.

Pude sentir como sus manos me empujaban suavemente en dirección a un

gran marco dorado. Antes de que pudiera evitarlo. Al igual que otras

tantas cosas que había visto en las últimas horas, el reverso de este tenía

una escena hermosamente detallada y forrada en oro.

—No espíes —resopló.

Tanta opulencia empezaba a molestarme. Nunca me había gustado que

las personas alardearan de su riqueza. Todos y cada uno de ellos eran

egoístas, groseros y vanidosos. Tal vez era un castigo para mí.

—¿Está todo hecho de oro en este lugar? —pregunté.

—Bueno, no. Por supuesto que no —respondió Alex rápidamente. Ella

debió escuchar el tono de mi voz—. Solo que… bueno… después de todo

eres una princesa—. ¿No te gusta el oro?

—Claro, ¿a quién no?, pero esto es un poco exagerado. Es realmente tan

pagado de sí.

—Nada de esto es para él —dijo y oí como su sonrisa había vuelto—. Esta

habitación solo existe para ti. Si no te agrada, podemos cambiarla.

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—¿Para mí? —Di un grito ahogado, y se dio la vuelta—. ¿Qué quieres decir

con que esto es para mi? ¿Hace cuánto tiempo sabe que venía? Una

habitación como esta no surge de la noche a la mañana.

Ella se comenzó a reír, pero yo estaba furiosa. ¿Cuánto tiempo había

estado este monstruo a mi acecho? ¿Acaso mi vida había sido una cruel

broma del destino?¿Qué me había hecho pensar que podría llevar una

vida normal, pero lo que realmente pasaba es que estaba destinada a este

animal desde mi nacimiento?

Mis fosas nasales estaban dilatadas mientras respiraba hondo para tratar

de calmarme un poco. El único sonido en la habitación era mi respiración.

Si no fuera por el hecho de que un cepillo dorado flotaba frente a mí,

habría pensado que Alexa se había esfumado.

—Dime hace cuánto tiempo —repetía a través de mis apretados dientes.

—Si te digo la verdad, pensarás que estoy mintiendo. Si miento, te

enojarás. Lo siento Psique. Es que no sé que hacer.

—Te voy a creer —dije fríamente—. Me han llevado a mi propio funeral,

volé por una ladera con el viento del Oeste, entré a un fabuloso palacio y

estoy siendo atendida por sirvientes invisibles. Todo en un solo día.

Pruébame.

—Esta bien —suspiró—. Dos semanas.

Miré a mi alrededor una vez más. La chimenea habría llevado por lo

menos dos meses para se construida.

—¿Dos semanas?

—Si realmente quieres saber la verdad… —añadió al instante.

—Sí.

—En realidad, bueno… todo el palacio fue construido para ti en dos

semanas. —Se atragantó con las palabras, como si con eso pensara que yo

no iba a entender.

—Eso no es… —Mi voz se apagó mientras miraba el suelo. Yo iba a decir

que podía ser posible, pero nada de esto podía serlo. Todo lo que estaba

pasando era increíblemente imposible, no tenía más remedio que

empezar a creerlo.

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Después de un rato en silencio, Alexa empezó a trabajar en mi cabello.

Creo que me advirtió que lo iba a hacer, pero yo estaba absorta en mis

pensamientos para oírla, ella apenas se dio cuenta. Puso en mi cara y en

mis ojos un poco de maquillaje y un poco de brillo en mis labios. Cuando

terminó me dio la vuelta y giró el espejo.

—Estupenda —dijo con orgullo.

Cuando me miré al espejo, vi el reflejo de una persona que yo apenas si

reconocía. El talento de Alexa era impresionante, expertamente había

hecho un moño hermoso en mi cabello en la parte superior de mi cabeza

adornado por una corona de plata.

En lugar de las pesadas joyas de oro que me habían obligado a usar en mi

funeral, dos delicados aros de plata colgabas de mis orejas. No llevaba

ningún collar, pero el vestido no necesitaba ninguno.

La seda del vestido cubría mi hombro derecho y baja por mi brazo

izquierdo, dejándolo totalmente desnudo. La tela era ridículamente suave,

pero no era suficiente para cubrir cada curva. El vestido estaba atado con

un lazo de plata, que cruzaba de un lado a otro y alrededor de mi cintura,

donde finalmente terminaba en un gran lazo en la parte baja de mi

espalda cayendo casi hasta el suelo. La cola del vestido era realmente

larga.

Yo había crecido siendo una princesa muy mimada, pero nunca en toda

mi vida había tenido un vestido como este.

—Gracias Alexa —dije finalmente—. No es por esto, quiero decir. —

Señalando mi cara y mi cuerpo—. Es por se tan agradable. Hoy se supone

que era el día más desagradable de mi vida… te lo garantizo todavía

podría serlo, pero… lo que quiero decir es, que lo has hecho un mejor mal

día. Realmente mejor. Por si no estoy aquí mañana para darte las gracias

así que… gracias.

—¿Qué quieres decir con que no podrías estar aquí mañana? —

Quedándose sin aliento—. No vas a huir ¿verdad?

Dejé escapar una risa nerviosa.

—No me había imaginado que viviría lo suficiente para tener la

oportunidad de escapar —dije empujando las cutículas de mis dedos.

Oí a lo lejos como suspiraba Alexa. De pronto sentí como sus invisibles

brazos me rodeaban.

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—Psique —dijo—. Me creíste cuando te dije que este palacio había sido

construido para ti ¿verdad?

—Entonces por favor, por favor créeme cuando te digo que te preocupas

demasiado. La cosa más verdadera es que te quiere con todo su corazón y

todo su ser. Nada malo te va a pasar. Nada que venga de él.

Una risa nerviosa se escapó de mis labios mientras estrujaba mis manos la

una con la otra. Ni siquiera me conoce. ¿Cómo podría amarme?, aunque

quisiera confiar en Alexa, la idea era absurda.

Miré por la ventana y vi como el sol empezaba a bajar. Cerré los ojos y

respiré profundamente. Luego lentamente exhalé. Alexa estaba esperando

por mi respuesta.

—Te creo —susurré, diciéndome—. Que no me haría daño. Ni en u millón

de años se me hubiera ocurrido que un monstruo podría amar.

Me abrazó nuevamente, solo que esta vez más fuerte.

—No eres más maravillosa de lo que él había dicho.

Ahora era yo la que ponía mis ojos en blanco. Me tomó de la mano y tiró

de mi para que la siguiera fuera de la habitación.

—Espera. ¿A dónde vamos ahora?

—A que comas algo, por supuesto —respondió—. No puedes conocerlo con

el estomago vacío.

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Capítulo 18

Traducido por OrMel

Corregido por JenB

ros se paseó por lo profundo del bosque cerca de su nuevo palacio.

El sol ya se había sumergido en el horizonte, dejando poca luz

entre los árboles.

—¿Puedes calmarte, hombre? —dijo Hermes entre mordidas de manzana

mientras se extendía por debajo de un roble—. Funcionó, ¿no es así?

Apolo le dio a Darion tu profecía y Psique está aquí —Él hizo un gesto con

la manzana a medio comer en dirección al palacio—. Todo lo que tienes

que hacer es ir allí y conocerla. Otra vez.

—Eso es de lo que estoy preocupado —soltó Eros—. Ella no quiere

conocerme.

—¿En serio? ¿Cómo puedes estar preocupado por algo como eso? —

preguntó Hermes—. Tú puedes cambiar eso en un segundo con tus

flechas.

—No voy a hacerle eso a ella. —Eros detuvo su paseo para pasar los dedos

a través de su cabello—. No entiendes como es. Estar obsesionado con el

amor que hace a tu alma sentirse como si… no lo sé, estuviera siendo

aplastada fuera de tu cuerpo. No puedo pensar en nada más que en ella. —

Eros golpeó el roble—. No voy a hacerla sufrir por este gran amor.

—Eres un pedazo de trabajo —dijo Hermes, tirando el corazón de la

manzana en la tierra mientras saltaba sobre sus pies—. Estás tan cerca de

tener todo lo que quieres y no estas dispuesto a cerrar el trato.

—No voy a usar mis flechas en ella. Fin de la discusión.

Hermes golpeó el hombro de Eros.

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—Entonces, buena suerte lidiando con la chica que piensa que eres un

monstruo. Si fuera yo, sin embargo, haría uso del regalo con el que nací.

Piénsalo.

Hermes le guiñó el ojo a Eros mientras se lanzaba hacia el aire.

—¿A dónde vas? Todavía no es tiempo. No puedes dejarme aquí a esperar

por mi mismo —llamó Eros tras el.

—Vas a estar bien —gritó Hermes—. Tengo mucho trabajo que hacer como

para seguir escuchando como te quejas. Nadie dejó de morir solo porque

Eros se enamoró.

Eros se giró y pateó el corazón de la manzana de Hermes, lanzándola

profundo entre los árboles. Luego se sentó bajo el roble a esperar hasta

que fuera tiempo de conocer a Psique.

Con suerte no tendrían una repetición de la última vez que él estuvo en su

dormitorio. No estaba seguro de poder manejar el que ella lo echara

ahora.

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Capítulo 19

Traducido por nessie

Corregido por bibliotecaria70

l salón de banquetes habría sido lo suficientemente largo para

contener cuarenta mesas y sillones, pero solo unos cuantos se

encontraban en el centro. Candelabros de latón martilleado

cuelgan del techo y sus miles de velas hacen bailar la luz a través de la

habitación. Hice una pausa antes de cruzar el umbral, como si la

enormidad de todo esto me succionara. Alexa me empujó a un sillón. A

pesar de que no podía ver a nadie, la sala latía con vida.

Tentativamente me recliné en las almohadas. No solía comer en sillones,

desde que en mi casa estaban reservados para los hombres. Pero ahí me

había guiado Alexa, de modo que me senté. Mientras me instalaba los

músicos comenzaron a tocar arpas y flautas. La canción era mucho más

feliz de lo que había sido mi procesión hasta la colina esta mañana. ¿Eso

realmente había pasado hacía solo unas horas?

Platos de comida y una copa de vino flotando hacia abajo se posaron en la

mesa cuadrada frente a mí. Reconocí algunas comidas tradicionales de

bienvenida: rebanadas de granada, canastas de pan, miel y semillas de

sésamo. Pero había mucho más. Mis sirvientes invisibles trajeron plato

tras plato de delicias. Mientras comía, cintas invisibles hacían acrobacias

alrededor de la sala en una danza hipnótica. Deje que la música y el

movimiento llevaran mi cansado cerebro lejos a un lugar donde no tengo

que preocuparme, pensar, o pretender ser alguien más que yo misma.

¿Así es como el alivio realmente se siente?

Cuando estaba totalmente llena, un pequeño pastel bailó hacia mí.

—Oh, no puedo comer otro bocado —protesté.

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—Tienes que probar esto —dijo Alexa tras de mí. Había estado tan absorta

en la comida, música y baile, que olvidé que Alexa aun estaba conmigo—.

Este pastel es realmente increíble.

¿Quién era yo para rechazar el postre?

—Si insistes —susurré, metiendo el tenedor y tomando una gran bocado.

El pastel se derritió en mi boca. Era más dulce que la madreselva y

goteaba caramelo líquido. Rodé mis ojos mientras tragaba.

Cuando solo quedaba una mordida de pastel, lo hice a un lado.

—No puedo comer nada más. Estoy a punto de reventar en este vestido —

dije dando palmaditas a mi vientre lleno.

Mientras colocaba el tenedor junto al plato Alexa dijo:

—Ahora sí. ¿Quién está lista para una primera noche?

—Yo supongo —convine—. Pero esto no ha terminado todavía. Él ni

siquiera está aquí, o… —Bajé la voz—. ¿Él es invisible también?

—No, no es invisible —aseguró—. Lo sabrás cuando llegue.

Pensé sus palabras por un minuto.

—No es lo mismo que decir que lo veré. Me estas ocultando algo.

—Ahí vas, preocupándote de nuevo. —Alexa se mostró indiferente, así que

supe que tenía razón.

—No me hables con acertijos Alexa. Yo solo…

Ella me interrumpió con una voz ligera, como si no me hubiera estado

escuchando en absoluto. —Así que me imagino que por la mañana

daremos un recorrido adecuado. No has visto más que tu propia

habitación y estoy segura de que te van a encantar los jardines. Además te

quiero mostrar la biblioteca y…

—Solo detente. —Mi voz fue tan baja y temblorosa, apenas lo oí—. No

puedo pensar en el mañana, no cuando me pregunto si el sol se elevará

incluso para mí.

—¿Otra vez? Pensé que lo acabábamos de discutir.

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—Sí, bueno. Tal vez mi mente no puede superar el miedo que me

entumece los huesos con tanta facilidad. Toda esta comida me hace sentir

como un cordero sacrificial2, solo los ceban para masacrarlos o algo.

—Tu mente esta envenenada en su contra —me dijo en voz baja. La sentí

arrodillarse delante de mí y tomó mis manos entre las suyas—. Mira a tu

alrededor. Ninguna chica en la historia de Grecia nunca ha sido tan bien

cuidada. ¿No puedes ver el amor que puso en la creación de este palacio

para ti?

Sus palabras me suplicaron que abriera mi mente. Y yo quería, pero aún

estaba tan llena de dudas.

—Pero ¿qué pasa si toda esta belleza es solo una tapadera para una

monstruosidad?

—No lo es. Psique, no lo es. Por favor, dioses, ¿qué se necesita para

convencerte? ¿Te sentirías mejor sabiendo que tomaría el “monstruo” en

un instante si lo quisiera? Porque lo haría.

Aparté la vista del lugar que sabía que ocupaba. Alexa había llegado

finalmente a través de mí, un poco, pero todavía no me sentía segura.

¿Cómo podría? Ni siquiera lo había conocido antes de hoy. ¿Se supone

que yo confiaba en ella ahora porque era la mejor artista del cabello y

maquillaje de toda Grecia? Sin embargo, no rechazaría algo que tan

obviamente quería para su beneficio. No tiene sentido ser cruel.

—Tienes razón —dije finalmente—. ¿Cuándo estará aquí?

Alexa lanzó un suspiro de alivio.

—Pronto, muy pronto. —Ella me sacó de la cama y corrió conmigo pasillo

abajo—. Tenemos que retocarte antes de que venga.

Acabamos de dar vueltas por todo el laberinto de pasillos y llegamos a mi

habitación. La chimenea había sido encendida mientras estaba en la cena,

llenando la habitación con un embriagador aroma a cedro. Alexa me llevó

de nuevo a la vanidad de mis últimos retoques. Me volvió a aplicar barra

de labios y sacudió rubor en mis mejillas.

—¿Mejor? —preguntó, girando a mi alrededor.

2 Cordero sacrificial: Las ofrendas que daban a los dioses.

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5

En vez de ser de oro, el tocador y el espejo ahora eran de plata. Me di la

vuelta con los ojos muy abiertos de asombro.

—¿Cómo es esto posible? —pregunté Alexa apuntando a la mesa

cambiada.

—Todo es posible aquí. —Ella me empujó hacia el borde de la cama y me

apretó la mano para indicar que debería sentarme. La cama rebotó un

poco cuando, obviamente, se sentó a mi lado. Alexa esperó conmigo para

que llegara y me apretó la mano con tanta fuerza que estoy segura de que

debieron dolerle los dedos.

Mientras se acercaba, oí el batir de alas, como un águila demasiado

grande. El sonido se disolvió cuando aterrizó en el borde de la ventana

abierta. Una ráfaga de viento voló por delante de mí y apagó las llamas en

la chimenea. Estrellas brillaron detrás de él, pero su figura estaba rodeada

de negro. En cuanto entró, Alexa me soltó la mano. ¿Cómo podía dejarme

ahora? Detrás de mí, oí cerrar la puerta cuando ella salió de la habitación.

Aunque no podía verlo, estaba demasiado asustada para mirar hacia otro

lado. Quería echar un vistazo detrás de la nube oscura que rodea su

cuerpo. Miró fijamente, tratando de concentrarme en las características

que podrían definir. Necesitaba ver su rostro, sin embargo horrible. ¿Qué

esconde? ¿Estaba realmente tan repulsivo como la Pitia había advertido?

El pánico creció a través de mí mientras permanecía frente a mi captor.

No estoy segura de como detuve a mis piernas de seguir a Alexa afuera.

Cuando miré sobre mi hombro para ver que tan lejos estaba por si me

decidía a mostrar oposición, se deslizó delante de mí y tiró de mis manos

entre las suyas.

Contuve un grito asustado, horrorizada por la criatura sosteniendo mis

manos tan suavemente como si pudiera desmoronarme.

—Mírame, Psique. —Su voz era hipnótica, casi familiar. Me quedé en la

oscuridad en torno a su forma y encontró un par de hermosos ojos azules

mirando hacia mí—. Sé que me temes, pero te lo ruego, créeme que nunca

voy a herirte.

—¿Por qué no te muestras entonces? ¿Si no hay nada que temer?

Su voz se volvió a mí compasivo, pero firme. —No he dicho que no hay

nada que temer. Dije que nunca te haría daño. No hay que confundir los

dos términos.

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6

La buena sensación de estoy-apunto-de-vomitar me hizo desear no haber

comido cada bocado de comida en mi plato esta noche. Alcancé de nuevo

la cama, lo que me facilitó averiguar qué podría ser más aterrador que la

bestia invisible en mi nuevo dormitorio. O quién más quería hacerme

daño ahora que ya había sido condenada a un destino peor que la muerte.

Extendió una mano satinada y suave a mi cara y dejó que su dedo

recorriera mi mejilla por debajo de mi línea de la mandíbula.

—Psique, no soy un monstruo. Te amo, y te amaré siempre.

—Ni siquiera me conoces —dije, dándole un manotazo a su mano—.

¿Cómo puede ser posible que me ames? —dolor llenó esos suaves ojos

azules y los cerró por lo que pareció una eternidad—. ¿Quién eres? —

susurré finalmente.

Sus ojos se abrieron de nuevo con un destello de esperanza. Como si le

hubiera lanzado una cuerda a un hombre que se ahoga.

—Aristeo, pero por favor, llámame Aris.

Eso no era exactamente lo que yo quería decir, pero no pude contener la

respuesta literal en su contra.

—Está bien, Aris —Hice una pausa, absorbiendo una respiración

profunda, irregular y preparándome a hacer la verdadera pregunta—,

¿qué eres?

—Vas directa al grano. —Su forma oscura retrocedió unos pasos hasta que

parecía que él estaba sentado en el taburete en frente de mi tocador de

plata. Le di la bienvenida al espacio extra entre nosotros, pero el peso de

aquellos ojos que yo conocía me observaban desde el otro lado de la

habitación todavía lo sentía intensamente.

—Soy el hijo de una arpía. De ahí las alas. —El aire de la noche se agitó

con el sonido de las plumas batiendo una vez y luego replegándose en su

lugar.

Bueno, eso era nuevo. No sabía que incluso había arpías hombres, no es

que nunca lo hubiera considerado, o creía que las arpías eran algo más

que un cuento de miedo para hacer que los niños se encerrasen e ir a

dormir. Pero hijo-de-una-arpía sonaba bastante mal presentimiento.

Quiero decir, las arpías eran los que supuestamente torturaban almas en

su camino al Tártaro. Y el torturar un alma me dio una pista de por qué

incluso podría temerle a los dioses. Solo esperaba que su supuesto amor

por mí fuera suficiente para mantener a su lado tortuoso bajo control.

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Tragué saliva fuertemente.

—Así que, um. —Miré alrededor de la habitación cubierta de negro,

aferrándome a alguna forma de salvar nuestra conversación antes de que

él se aburriera y decidiera entretenerse con un poco de sadismo—.

Cuéntame algo más de ti.

Se levantó y se acercó. Cuando estaba justo en frente de mí, se dejó caer

de rodillas, nivelando su mirada con la mía.

—Sé que no lo puedes creer todavía, pero lo único interesante de mí es lo

mucho que siento por ti.

¿En serio? ¿El tipo me dice que es una criatura mitológica y sus

sentimientos son lo más interesante de él? La oscuridad no puede haber

sido suficiente para ocultar la incredulidad salpicada a través de mi cara.

Con un movimiento sin esfuerzo, él me arrastró a sus brazos y me puso

suavemente sobre la cama.

—Sé que estás cansada. Y estresada. Puedo sentirlo salir de ti. —Sus labios

rozaron mi frente y sentí un suave jirón de un rizo siguiendo su estela—.

Duerme, mi amor —susurró—. Has tenido un día largo. Pero sé una cosa.

—Enfocando mis ojos en los suyos, ahora solo a unos pocos centímetros

de mi cara, temiendo las palabras que se vienen—. Voy a ganar tu amor.

Como la idea me puso los pelos de punta, mis músculos se relajaron. Una

gran calor recorrió mi cuerpo, a partir de donde había colocado el beso en

la frente y bajando. Me sentí tranquila. Y con sueño. La alarma tirando a

través de mis venas se desvaneció, así como yo he intentado tirar de ella y

mantenerme despierta. El sueño se apoderó de mí, de alguna manera

sabía que por lo menos pasaría esta noche intacta.

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Capítulo 20

Traducido por hanna

Corregido por LilikaBaez

e vuelta al otro lado de la habitación, Eros veía a Psique mientras

dormía, obteniendo el dulce aroma de su cabello y disfrutando del

suave subir y bajar de su pecho al respirar profundamente. Le

encantaba cómo se veía en paz. Y anhelaba que estuviera más relajada con

él mientras estaba despierta.

Finalmente atreviéndose a acercarse a la cama junto a ella, Eros

desenrolló el cabello de Psique desde lo alto de su cabeza y dejó que se

esparciera a través de las almohadas. Le acarició los mechones largos y

castaños, con cuidado de dejarlos fuera de su cara. Cuando las palabras

amenazaron con rasgar su pecho si no las hablaba, Eros susurró en su

oído:

—Nunca te haría daño, Psique. Te amo más que a mi propia vida.

Quiéreme, por favor —rogó—. Ámame.

Psique apenas se movió cuando Eros se declaró en voz baja en su oído. Tal

vez esperaba que ella abriera los ojos y se comprometiera en amor eterno

con él también.

Pero no era así como su magia funcionaba.

Poco a poco se levantó, con cuidado de no despertarla. Respiró hondo

para asegurarse de que estaba a punto de hacer lo correcto. Eros quería

que Psique lo amara por su cuenta, pero no podía esperar.

Cuando aterrizó en el alfeizar esa noche, deslizó fuera su carcaj y lo

escondió detrás de las cortinas. Metió la mano en su escondite y sacó una

de sus flechas largas y poderosas.

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Las palabras de Hermes esa misma noche se reprodujeron en su cabeza.

—Puedes cambiar todo esto en un segundo con una de tus flechas...

Hermes tenía razón. Todo lo que tenía que hacer era un corte en la piel de

Psique con una flecha y ella estaría tan perdidamente enamorada de él

como él lo estaba de ella.

Por supuesto estar con Psique era lo que él realmente quería, al menos

subconscientemente. Estaba bastante seguro de que ella aún no compartía

el mismo sentimiento. Eros lentamente giró la flecha en su mano y miró a

Psique.

Ella estaba tan profundamente dormida, nunca se daría cuenta de la

picadura de la flecha rozándole la piel. Y ésta vez no tendría que

dispararle. Simplemente la pincharía con una caricia. No con la liberación

impersonal de un arco. No cazándola sino marcándola con su propia

mano.

Extendió la mano, con la flecha a punto de tocarla, pero se apartó. Apretó

la mandíbula y arrugó sus ojos cerrándolos. Algo parecido al dolor físico le

impedía hacerle daño. Eros sabía muy bien que las flechas harían a Psique

sufrir. Durante las horas del día cuando ni podía estar en el palacio, ella lo

necesitaría tanto que su corazón iba a doler.

Eros no quería que sus días fueran infelices. Simplemente quería su amor.

Sentado en la cama, Eros dejó caer la flecha de la punta de sus dedos,

disipándose mientras la magia no utilizada se liberaba en el suelo.

Tendría que hacer lo que había prometido.

Tendría que ganarse su amor.

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Capítulo 21

Traducido por nessie

Corregido por amy_andrea

ientras abría lentamente mis ojos en la habitación, me di cuenta

de que estaba sola. Me incorporé y me estudié. Estaba entera.

Definitivamente seguía viva. Y mi vestido estaba intacto, aunque

arrugado de dormir con él. Cualquier cosa mala que un chico arpía deba

ser, por lo menos no me había hecho daño mientras dormía.

Tan silenciosamente como pude, salí de la cama y por el pasillo. Tal vez

podría echarle un vistazo a él en la luz. La tensión de no saber cuál era su

aspecto parecía casi peor que el simple hecho de ver lo que estaba

tratando de hacer y seguí adelante.

Mis pies apenas tocaron los mosaicos mientras me deslizaba por el

pasillo. Cuando llegué al final de la primera sala, puse mi espalda contra

la pared, respiré hondo y asomé tan poco de la cabeza por la esquina

como me fue posible.

Como no podía ver ninguna toallas flotantes o charolas dirigiéndose hacia

mí, yo pensé que estaba despejado. Mientras me preparaba para salir

corriendo por el pasillo al lado, una voz sonó en mi oído.

―Te has levantado. ¿Has dormido bien?

Salté con un chillido asustado.

―Oh, lo siento. No fue mi intención asustarte. ―Era Alexa, por supuesto.

―Si eres invisible y no quieres asustar a nadie, debes dar algún aviso

antes de ir a hablar al oído ―solté, más avergonzada que enojada.

Alexa no parecía darse cuenta.

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―Así que... ―Ella sacó la palabra como si estuviéramos en una

conspiración juntas―. Dime cómo te fue anoche.

Increíble. ¿Pensaba realmente que haría cualquier cosa con él? ¿O decirle

al respecto si lo hiciera? Me encogí de hombros.

―Bien, supongo.

―¿Está bien? ¿Eso es todo? ―se preguntó Alexa, apretando mi mano―.

Es maravilloso, ¿no? Te dije que no tenías nada de qué preocuparte.

―¿Todavía está aquí?

―Oh no. Él siempre va a salir antes del amanecer.

―¿Por qué? ―pregunté―. ¿Por qué no puedo verlo?

―Esa es la manera que tiene que ser. Es más seguro así ―explicó.

Me apoyé en la pared y suspiré.

―¿Tú también? ¿Qué es seguro para mí no saber nada de él?

―Deja de exagerar. Solo porque no puedes verlo no quiere decir que no lo

puedes conocer. ¿Qué pasaría si fueras ciega? ¿Significa eso que nunca

conocerías a nadie a tu alrededor?

Mi cabeza cayó hacia atrás contra la pared de mármol frío. Ella tenía

razón. Una vez más. Si sigue así, se va a convertir en algo muy molesto.

―Dime lo que estás pensando ―preguntó Alexa.

―Puedo confiar en ti ¿no? ―Me di cuenta tan pronto como lo dije, era una

pregunta tonta. Como cualquiera diría que no a eso―. Quiero decir, me

vas a decir la verdad si te pregunto algo, ¿no?

―Por supuesto. ―Ella tomó mis manos entre las suyas―. Estoy aquí para

servirte, pero yo quiero ser tu amiga. Yo nunca te mentiría. Lo prometo.

Tenía miedo de hacer la pregunta que rondaba mi mente, pero tenía que

saber.

―¿Qué aspecto tiene? Me dijo que era un chico arpía, pero no sé lo que

eso significa. Bueno o malo, solo creo que me sentiría mejor sabiendo.

―No puedo decirte eso.―Su voz era una disculpa, apenas más que un

susurro.

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―Acabas de prometer que me dirías la verdad.

―Te estoy diciendo la verdad. No puedo decirte eso. Está prohibido.

―¿Es realmente tan malo? ―gemí.

―¿Vamos a pasar por esto todos los días? No todo lo que no entiendes es

malo.―Ella me envolvió en un cálido abrazo―. Por favor, Psique. Él te

ama. ¿No lo sentiste anoche?

Me tragué el nudo en la garganta y traté de calmar mi corazón que latía

con fuerza. Esta era mi vida, todo alrededor de mí en este palacio. Mi

futuro estaba en las paredes. Sirvientes invisibles, sobre todo

¿pretendiente-invisible? ¿novio? Yo ni siquiera sabía lo que se suponía

que éramos. Cualquiera que sea sentía repulsión hacia la idea, sin

embargo, tenía que admitir que era mejor que lo que yo había temido

después de escuchar la profecía de la Pitia. Y si todos los días era

básicamente una repetición de ayer, podría manejarlo. Tendría una amiga

en Alexa y, finalmente, me gustaría pasar de no ser capaz de ver Aris. No

es que yo planeaba amarlo ni nada, pero ¿qué tan difícil podría ser solo

hablar?

***

Mientras desayunaba, Alexa me acribilló con preguntas. Sobre todo le

respondí distraídamente. Alexa estaba tratando de entablar una

conversación cortés, pero ninguna de sus preguntas me interesaba. Miré

por encima de los jardines del palacio y chupé el jugo de melón dulce de

mis dedos.

―¿Psique? ―preguntó ella tímidamente.

Aquí viene, pensé. Ahora ella me va a hacer algo más personal.

―¿Qué se siente ser famoso?

¿Cómo responder a esa pregunta? Apoyé la cabeza contra el respaldo del

sofá y pensé. Me gustaban mis visitas con Afrodita, ahora que lo pensaba

eran divertidas, mientras duraron. Pero el resto...

―Estaba bien, supongo. No lo amaba ni nada.

―¿Por qué? ―preguntó Alexa con una nota de incredulidad―. ¿No fue

sorprendente conseguir todos esos regalos y que la gente quiera

conocerte, quiera ser tú?

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―Tal vez al principio. Pero acabé cansándome. Solo quería volver a ser

normal después de un tiempo.

―¿Es por eso que tu madre quería que te cases? Así podrías volver a una

vida normal?

Agarré una almohada del sofá y la apreté contra mi pecho. Pensando en

mi madre, y que nunca volvería a verla, cortó un poco profundo.

―¿Podemos hablar de otra cosa?

―Claro ―respondió Alexa―. ¿Quieres contarme lo de tu hermana?

―No. Algo más. ―No solo nunca vería a Chara de nuevo, probablemente

también me odiaría para siempre.

―Por lo menos solo tienes una hermana ―dijo Alexa―. Tengo un montón

y la mayoría de ellas ni siquiera saben mi nombre.

―¿Qué? ―Yo no había pensado mucho en lo que Alexa era, además de

invisible, y ciertamente no la había imaginado junto a sus hermanas.

Pero, ¿cómo no iban sus propias hermanas a saber su nombre?―. ¿Por

qué no?

―Porque hay cincuenta de nosotras. Y soy la tercera más joven, lo que

significa que también soy invisible en casa.

―¿Cincuenta? Nadie tiene cincuenta hermanas. ―Aparté la almohada de

mi pecho cuando me senté con sorpresa.

―No para una ninfa. Las ninfas tienen muchos niños todo el tiempo.

Quiero decir, mi bisabuela era una de tres mil personas.

―¡Ah! ―jadeé―. Eres una oceánide. ―Los Oceánides eran las únicas

hermanas que había oído hablar de cuales contaban tres mil.

―Yo no, no ―dijo Alexa―. Mi bisabuela fue una de las Oceánides, sin

embargo. Solo soy un descendiente.

―Así que tú eres una ninfa... ―reflexioné por un momento, tratando de

aprovechar lo poco que sabía acerca de ellas―. ¿Qué más se puede hacer

además de permanecer invisible?

Ella suspiró.

―Nada. Soy la ninfa más aburrida que jamás haya conocido.

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―Bueno, yo no creo que seas aburrida ―le dije a Alexa―. Pero si no tienes

ningún poder especial, ¿por qué no puedo verte?

―Porque eres humano. Poderes o no, los seres humanos solo pueden

vernos si queremos que lo hagan.

―¿En serio? Muéstrate a mí. ¡Por favor!

―Ojalá pudiera, Psique, pero no puedo.

―¿Por qué? Es otra de sus reglas?

―No exactamente ―respondió ella.

―Bueno, ¿por qué? ―Miré tan suplicante como pude en la dirección de mi

amiga invisible.

―¿Alguna vez has oído hablar que algo bueno le suceda a un ser humano

que ve una ninfa?

Tuve que pensar en ello. Yo no sabía mucho acerca de las ninfas en

realidad. Yo había oído hablar de las Oceánides, por supuesto, y yo sabía

que la mayoría de las ninfas protegían algún tipo de elemento natural,

como un río o una flor o algo así. Algunos dioses también se hacían

compañía de ninfas ya que estaban un escalón por encima los seres

humanos, pero ahí es más o menos donde terminó mi banco de memoria.

―No lo sé ―le respondí finalmente―.Por la forma en que hiciste la

pregunta, sin embargo, creo que no.

―Es solo el orden natural de las cosas. Algo malo no puede suceder de

inmediato, pero lo haría eventualmente. Solo estoy supone que sea

invisible para ti. Si dejo que me veas, la mala suerte te encontraría.

Ella puso su mano sobre la mía.

―Y creo que has tenido una suerte bastante mala para una vida.

Puse mi otra mano encima de la de ella, deseando poder verla. Pero

después de mi encuentro con Afrodita, sí que había tenido mala suerte

suficiente para cinco vidas. Si verla quería decir que tendría más de lo

mismo, entonces solo tendría que permanecer invisible.

―¿Quieres dar un paseo? ―pregunté―. No he visto los jardines todavía.

―¡Sí! ―exclamó ella, tirando de mí a mis pies―. Él sabe cómo te gustan

los jardines y éste es increíble.

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Con Alexa liderando el camino, nos encontramos juntas por otro pasillo

largo y pasamos a través de un par de puertas de madera en el patio. Ante

nosotros se extendía un césped inmaculado, tan amplio una pista de

carrera entera podría haber sido fácilmente construida en el espacio.

Más allá del césped era un laberinto de setos de hibiscos con flores que

van desde el amarillo, al salmón, al granate. A lo largo del césped en el

laberinto habían estatuas de bronce y mármol. La más cercana a mí

mostraba a Helena y Paris de Troya. Paris tenía un brazo alrededor de la

cintura de Helena y con la otra mano sostenía una manzana. Helena había

vuelto hacia su cuerpo a París, con sus brazos envueltos alrededor de su

cuello amorosamente.

Al mirar alrededor varias de las estatuas, todos parecían ser parejas

encerradas en una especie de abrazo. Eso definitivamente no era típico.

―¿Qué pasa con estas estatuas? ―pregunté―. Me di cuenta de las

columnas en el frente son parejas también. Eso es muy raro.

―¿Qué tiene eso de raro? Son solo las parejas.

―La mayoría de las esculturas no son parejas, eso es lo que es raro en

ellas. Y nunca he visto una columna tallada como dos personas.

―Supongo que acaba de ser inspirado por su amor por ti ―respondió ella.

―¿Aris ha hecho estos por sí mismo?

―Por supuesto. Ya te dije anoche, hizo todo esto por ti.

Me detuve en seco.

―No, no, no. Me dijiste que todo esto se había hecho por mí en las últimas

dos semanas. Quiero decir, eso es lo suficientemente duro de creer. No me

dijiste quien lo hizo. ¿Ahora que estás diciendo Aris hizo todo él mismo en

menos de un mes?

―Lo siento ―se disculpó Alexa―. Yo sigo diciendo demasiado, demasiado

rápido.

Tomé una respiración para no perder la calma.

―Está bien. Me acostumbraré. Simplemente, no lo sé... me dicen que se

sienten o algo antes de dejar escapar algo como eso.

Su risa bailaba luz a través de los jardines.

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―Voy a tratar de recordar eso.

Puse los ojos en ella y se sentó en un banco. Habíamos caminado a una

porción circular del laberinto del jardín. Una fuente imponente de pie en

el centro de una piscina. Al igual que todas las otras pantallas en el jardín,

la fuente manaba de figuras entrelazadas. Esta pareja en particular fue

Perseo y Andrómeda. Estaban de pie en la cima de la serpiente del mar

picado.

Solo de pensar en la pobre Andrómeda me hizo estremecer.

―Mi madre nunca me hubiera dejado morir por ella. Ella ha tomado mi

lugar hasta ayer en que la montaña si podía haberlo hecho. ―Pensando en

ella de nuevo trajo la amenaza de las lágrimas.

―Pero gracias a los dioses que no podía. ―Alexa me dio un golpe pequeño

en las costillas con el codo―. Uno nunca hubiera conocido a su Perseo

personal.

―No estoy segura de que puedas comparar un engendro arpía con

semidioses, pero está bien.

Cayó una risita de Alexa en los rápidos chorros pequeños.

―Engendro de arpía es definitivamente una manera de decirlo.

Cerré los ojos y sacudí la cabeza.

―¿Estas tratando de molestarme intencionalmente?

―No. ―Ella me frotó la espalda en unos pocos trazos y rápidos―. Es que

su madre es una, bueno, arpía, que engendró arpías parece preciso

―Genial―murmuré―. Espero que no se presente pronto.

―Ambas ―dijo Alexa, tirando de mí antes de que me llevara a andar por

otro camino. Caminamos por las rosas y los lirios y un montón de otras

flores que no podía nombrar. Mientras paseábamos, volví mi rostro hacia

la luz del sol caliente, inhalando el olor dulce y terroso a mí alrededor. De

repente me sentí más viva que de lo que me había sentido en años y el

ensueño me paró en seco.

¿Cómo podía sentirme tan contenta cuando estaba aquí?

La grava crujía mientras Alexa volvía a mi lado.

―Siempre puedes ser tan feliz como desees.

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¿Leía las mentes también?

―Yo no… Yo no sé de qué estás hablando―, tartamudeé, avergonzada por

el sol en la tranquilidad de una mañana de primavera, cuando todavía

debería estar temblando en la cama.

―Yo quiero que seas feliz aquí.― Ella le dio a mis dedos un ligero apretón.

―La felicidad siempre será tu mejor elección.

Miré a mí alrededor en la brillantez del palacio y los jardines. Y pensé en

Aris, que había parecido bastante inofensivo bajo el manto de la

oscuridad.

¿Quién era yo para juzgar si él no quería que yo viera las características

arpías que había heredado? Yo podría vivir con todo eso por la sencilla

razón de que estaba bastante segura de que en realidad iba a vivir.

Apenas ser feliz.

Realmente no me parece mucho pedir.

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Capítulo 22

Traducido por Equi

Corregido por LuciiTamy

ara el baño de esa noche, decidí que Alexa debía darme algunas

respuestas más.

—¿Cómo terminaste en este lugar? —le pregunté—. ¿No se supone

que tendrías que estar cuidando de alguna flor o algo por el estilo?

Alexa frotó mis brazos con una esponja vegetal.

—Me ofrecí para venir aquí, las ninfas que no tienen que proteger por lo

general terminan de vigilantes durante su juventud. Pero tú eres muy

joven.

—Madre mía, ningún objeto natural del cual encargarte y te quedaste de

niñera por mí. Lo siento.

—Confía en mí, no me hace falta nada. Pasé un montón de tiempo

visitando a mi hermana mayor que cuida de los narcisos. Y su trabajo es

realmente aburrido.

—De acuerdo. ¿Pero por qué aquí? ¿Cómo se termina siendo voluntario en

este palacio?

Alexa estaba en silencio mientras enjabonaba una toalla y empezaba a

tallar mi espalda.

—Yo no elegí el lugar. Te elegí a ti —dijo finalmente.

Levanté la vista hacia el lugar donde sabía que ella estaba y empecé a

sentir que mis ojos empezaban a humedecerse.

—¿Tú me elegiste a mí? Eso es lo más bonito que…

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—Oh, vamos, no te pongas cursi. Solo significa que eres mucho más

interesante que un objeto inanimado.

Alexa se rió. Sonrió de oreja a oreja mientras yo la salpicaba con el agua,

esperando que las ninfas invisibles pudieran mojarse.

—Muy graciosa, muy graciosa —dijo hasta que dejé de salpicarla—. De

todos modos, cuando Aris anunció el trabajo, no dejé pasar la

oportunidad. En serio, el fondo sabía que de alguna manera seríamos

buenas amigas.

Extendí mi mano y le apreté el brazo.

—Gracias. No te merezco.

—Yo creo que sí —me aseguró—. Mi trabajo es asegurarte que me

mereces, y todo lo que hay aquí. Y asegurarme de que tu futuro sea tan

maravilloso como debe ser.

—Pero heme aquí, mi futuro ya se ha escrito.

Alexa comenzó a lavarme el cabello.

—Nada es tan cierto como lo que te han enseñado. A los humanos les

gusta creer en el destino para así no tomar ninguna responsabilidad por

sus acciones. Pero tú todavía tienes algunas opciones que considerar.

Puedo ayudarte con tus decisiones, te ofrezco mi consejo. Pero al final,

todas las decisiones que tomes serán solo tuyas. Tienes la llave de tu

propia felicidad. Nunca te olvides de eso. Solo sé feliz.

Al levantarme de la bañera, una hoja de lila que aparentemente sería mi

vestido para esa tarde flotó hacia mí. Algo nuevo. Nunca había visto nada

parecido. No tenía ningún tirante para mantenerlo en su lugar. No había

ningún detalle bordado, ni costuras en el borde. Levanté mi ceja,

frunciendo el ceño, cuando Alexa se acercó.

—¿No te gusta?

—No es eso, de verdad. Es solo que... ¿qué es eso?

—Es un vestido sin tirantes, tonta. Muy pronto va a ser la nueva tendencia

en Grecia y tú tienes el original del diseñador.

—¿Quién es el diseñador?

—Yo —exclamó—. Es uno de mis pasatiempos. Solo espera a verlo puesto

en ti.

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Seguí el vestido a medida que avanzamos por mi recámara. Envolvió la

bata a mi alrededor, metiéndolo con cuidado por debajo de mis brazos y

tirando con fuerza hacia mi espalda.

—¿Cómo se supone que va a permanecer en su lugar?

—Con este broche. —Alexa hizo un hermoso broche de plata, casi del

tamaño de mi mano.

—Caray, es realmente hermoso.

Con el broche, Alexa sujetó el vestido, antes de sentarme frente a mi

tocador para arreglarme el pelo y el maquillaje.

—Este vestido es para algo más informal y elegante, no quiero que te veas

demasiado arreglada esta noche —me informó mientras trabajaba.

—Estoy segura que lo que hagas será perfecto.

En poco tiempo dio la vuelta al espejo plateado para poder ver mi reflejo.

Era su marca. Mi pelo estaba recogido hacia atrás y pequeños rizos sueltos

caían sobre mi cara como una especie de marco. Había hecho con tanta

pericia mi maquillaje que yo ni siquiera lo hubiera podido imaginar. Yo

solo brillaba como si el sol hubiera bajado del cielo y me hubiera besado.

—Eres increíble —le dije.

—Tengo un sujeto bastante fácil. —Sonrió, abrazándome por los

hombros—. Vamos, quiero que veas el vestido.

Me llevó al otro lado de la habitación frente a un espejo de cuerpo entero.

Yo no tenía expectativas tan altas. Parecía demasiado extraño y bonito

para ser verdad. Pero cuando lo vi en el espejo, era todo lo contrario a lo

que había pensado. El vestido dejaba ver mis hombros de una manera

nueva y sorprendente a la vez. Quería mirar hacia atrás. Alexa había

reunido la tela y la dobló, dejándola caer en una cascada hasta el suelo. El

broche descansaba maravillosamente en el centro de mis omóplatos.

Era realmente todo el adorno que el vestido necesitaba.

—Eres un genio —le dije a Alexa—. Deberías estar diseñando los vestidos

para los dioses en lugar de ser mi niñera.

—Tengo que empezar en alguna parte, ¿no? —Pude oír su sonrisa en su

voz.

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***

Me senté en el borde de la cama a esperar, mirando por la ventana

abierta. Hacer esto por mi cuenta era más significativo que cuando Alexa

me había acompañado la noche anterior. Era incapaz de mantenerme

sentada, así que caminé hacia mi tocador para retocar mi lápiz labial y

comprobar mi cabello. Pero no había ningún detalle que agregarle o

corregir del trabajo de Alexa, así que regresé y tomé asiento nuevamente

en el borde de la cama.

Mientras esperaba, empujé la piel alrededor de mis uñas. ¿Qué le estaba

tomando tanto tiempo? No había tardado tanto tiempo en venir la noche

anterior. ¿Y si decidió que ya no me quería? No es que yo lo quisiera, pero

no estaba segura si podría manejar su rechazo yo sola. Soportar

pretendiente tras pretendiente deseando a mi hermana en vez de a mí

sería un fuerte golpe para mi ego.

Ansiosa, me acerqué a la chimenea para examinar el mosaico y todo lo

que le rodeaba. Los millones de pequeñas piezas de vidrio que componían

la imagen me sorprendieron y me perdí tratando de averiguar cómo

incluso el artista pensó en iniciar este proyecto.

Estaba todavía estudiando el mosaico cuando la habitación se oscureció y

sentí sus fuertes brazos alrededor de mi cintura desde atrás. Me giré lo

más rápido que pude, para mirarlo, pero nuevamente solo pude ver sus

brillantes ojos debajo de una nube de oscuridad.

—Eres increíble —me dijo mientras empujaba un mechón de cabello de mi

rostro y lo ponía detrás de mi oreja—. Recuérdame que le dé las gracias a

Alexa por ese vestido.

Su cálido aliento rozaba mi oreja y mientras hablaba trazaba con sus

dedos mi mandíbula y bajaba por mi garganta, hasta acariciar mi

expuesta clavícula.

Debí verme o sentirme como un cerdo engrasado al deslizarme de su

agarre.

—Esto de los abrazos no funciona conmigo. —La piel que sentí cuando lo

empujé lejos era suave, sin dudas podría ser un abrigo de plumas. Esa fue

una sorpresa muy agradable. Sin embargo, eso no significaba que pudiera

rodearme con sus brazos como si fuéramos una pareja. Porque profecía o

no, no había manera de que permitiera que empezara a darme besos.

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—Por favor, Psique —suplicó, tirando suavemente mis manos para tratar

de acercarme a él—. Sabes que te amo, ¿Acaso tú no?

Apunté mi dedo a su pecho y moviendo la cabeza le dije:

—No. No, no. Le prometí a Alexa que iba a tratar de ser feliz. Pero tienes

que parar de decirme que me quieres, o comenzarás a asustarme en serio.

Retrocedió lejos de mí.

—Todo el mundo quiere ser amado.

—Lo hago. Quiero decir. Sí, quiero. —Me froté el puente de la nariz

tratando de formular una frase que sonara lo bastante coherente—. Es

solo que no me gustas, obviamente, ya que apenas nos conocemos desde

ayer, por lo que no es posible que te ame.

Suspiró y soltó mis manos.

—Si supieras.

Dioses, que serio se escuchaba. Estaba bastante segura de no querer

saberlo, pero ¿qué otra cosa podía hacer si no preguntar?

—Inténtalo.

Yo conocía esa mirada. Era la misma que había visto en mi padre cuando

regresó de Delphi. Se estaba derrumbando por dentro y sus ojos

expresaban ese dolor.

—He estado enamorado antes, pero no era nada como esto, por eso sé que

te amo. —Dejo caer mi mirada y desvió la suya—. Si me pides que deje de

decirlo, lo haré. Pero eso no cambiará las cosas.

Mordí nerviosamente mis uñas, sintiéndome culpable en silencio de que

sus sentimientos no fueran correspondidos. Por supuesto que yo siempre

había tenido la esperanza de algún día poder estar con alguien que me

amara. En eso tenía toda la razón. Pero me imaginaba sintiendo algo de

vuelta. Yo ni siquiera sabía lo que el amor era o cómo se sentía. ¿Esto era

todo lo que podría esperar? ¿Y si lo fuera, sería justo?

—¿Me hablarás de ella? —le pregunté, dándole un pequeño apretón a su

mano—. De la chica que amabas.

La desesperación en sus ojos fue reemplazada inmediatamente por una

mirada fría.

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—¿Por qué?

Me encogí de hombros.

—Tal vez pueda darle algún sentido a esto si te conozco mejor. Es decir,

saber más sobre quién eres en vez de qué eres.

Al fin un destello regresó a sus ojos. Exhaló profunda y lentamente, antes

de contestar.

—Su nombre era Lelah. Me dejó sin aliento desde el momento en que la vi

por primera vez.

Me recosté en la cama, sobre una pila de almohadas y me puse cómoda

para escuchar su historia. Al mismo tiempo, me abofeteó el sentimiento

de celos. Eso era definitivamente algo que no me gustaba.

—Yo estaba en media durante un breve tiempo de exilio y ella estaba allí.

—La cama se hundió cuando él se sentó junto a mí—. Me había dejado

caer por allí en una especie de ceremonia, supongo que para ver las

diferencias con Grecia y ella estaba meciéndose cerca del fuego. Las

llamas se elevaban casi hasta el techo del templo, pero ella acercó sus

manos a las flamas. Como si quisiera atraer el calor que ofrecían. Nunca

olvidaré el momento en que esos ojos verdes se posaron en mí,

asomándose por detrás de ese grueso y oscuro cabello. Ya estaba perdido

incluso antes de compartir una palabra.

El me miró y parpadeó, pero sus ojos no estaban para nada enfocados en

mí.

—Ella fue muy amable al principio y verdaderamente cuidadosa. Sentí lo

mucho que me amaba. Y cuando finalmente me besó, sentí como un rayo

surgía de mi piel. Juntos éramos casi la perfección.

Y yo que pensé que lo que había sentido eran… ¿celos? Ahora sí que

estaba totalmente rebosante.

—¿Y qué pasó?

Soltó una risita ahogada.

—Llámalo diferencias religiosas.

Me senté y lo miré a hurtadillas.

—A ver si lo entiendo, ¿estabas totalmente enamorado de una chica y la

dejaste solo por su religión?

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—Más bien fue ella quién me dejó. —Debió haber cerrado sus ojos, porque

el azul que los caracterizaba desapareció—. No sé porque estoy

contándote todo esto.

Con cuidado, extendí mi mano para tocar su brazo. Retrocedí cuando mis

dedos sintieron su suave piel. Traté de calmarlo haciéndole saber que

entendía como se sentía.

—Me alegra que me lo hayas contado —suspiré—. En serio. —Pasé mis

manos por sus brazos hasta que apretó mis dedos—. Y lo siento si

recordarla te hace daño.

Tomó mis manos entre las suyas.

—Valió la pena.

Mis hombros se hundieron. De alguna manera volvimos a mí. ¿Cómo

podría compararme con la chica de sus sueños? Claro, compartimos el

color del cabello y de los ojos, pero la forma que ella le hacía sentir, era

algo que yo no podría hacer. ¿Acaso también tenía yo problemas con la

cuestión religiosa?

—Quiero saber lo de la parte de la religión. ¿Por qué fue tan importante?

—Los Medianos practican el Zoroastrismo. Básicamente tienen un único

Dios que es el principio y fin de todo. Cuando le dije quién y qué era yo,

pensó que estaba loco. No había lugar en su mundo para nuestros dioses.

—¿Así que cuando le dijiste que eras descendiente de los dioses, ella te

mandó a volar?

—Más o menos. — Lo oí tragando saliva—. Pero sé que tú lo crees, dada tu

relación con Afrodita.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo, haciendo que los pelos de mis brazos se

erizaran.

—¿Cómo sabes tanto de mí? Mi familia apenas sabe lo de las visitas de

Afrodita.

—De la misma manera por la que sé que te amo. Te siento. —Tocó mi

pecho justo a la altura de mi corazón—. Uno de mis dones, supongo.

Arrugué mi frente tratando de pensar, pero nada de esto tenía sentido.

—No lo entiendo.

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Sus azules ojos ardían con la misma intensidad que el centro de una

llama.

—No estoy hablando de contacto física. Estoy hablando de lo que tu

corazón y tu alma sienten. Cualquier persona puede ver y pensar que eres

hermosa. Pero yo puedo ver que eres hermosa porque puedo sentir lo que

tú sientes.

—¿Así que sabes lo que estoy pensando? —Me sentí completamente sucia,

como si me hubieran desnudado enfrente de una multitud sin previo

aviso. Mis ojos se llenaron de lágrimas y tuve que luchar físicamente por

no irme dos noches seguidas luché porque estas no se derramaran frente a

él apenas de conocernos solo dos días—. Lo siento —dije pasando mis

manos por mi cara—. Eso es… espeluznante. No me gusta pensar que

puedes ver a través de mí, no de esa manera.

—¿Pero no lo entiendes? —preguntó inclinándose un poco—. Cuanto más

veo, más te quiero. Has sido muy amable con Alexa. Has sido tan fuerte,

después de haber pasado todo lo que has pasado estos dos últimos días. —

Dejó caer la cabeza en mi regazo, sacudiéndola ligeramente de lado a

lado—. Eres increíble. No sé qué más decirte.

Poniéndolo así. ¿Cómo podía quejarme? Puse mi mano sobre su cabeza,

un nido de gruesos rizos se enredaron en mis dedos. Su pelo era

tentadoramente suave, no podía dejar de jugar con él.

Lo siguiente que supe es que estaba totalmente dormido.

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Capítulo 23

Traducido por Equi

Corregido por Maia8

o primero que pensé al despertar: Es mi cumpleaños y ni una sola

persona en este lugar va a saberlo.

Tal y como había pensado, Alexa nunca lo sacó a relucir, nunca me

felicitó por mi cumpleaños. No es que yo supiera cuando era el suyo, ni

nada. Pero la indiferencia dolió y me hizo extrañar más a mi familia de lo

que ya la había extrañado. Este día nunca hubiera pasado inadvertido si

hubiera estado en casa.

Esa noche, me senté en la cama y miré la puesta de sol tras los jardines,

arrojando un resplandor de rojos y anaranjados brillantes por todo el

paisaje. Al igual que como lo había hecho las dos noches anteriores, la

forma oscura de Aris entró por la ventana. Mi aliento se quedó atrapado

en mi garganta, mientras miraba aquella poderosa criatura parada frente

a mí.

No habló inmediatamente, luego se aclaró la garganta.

—Lo siento por haberme quedado dormido sobre ti anoche. No era

exactamente lo que tenía planeado hacer.

Me encogí de hombros.

—No te preocupes. En serio. Evidentemente necesitabas descansar. No

importa.

—Sí, bueno. Es que sentí como si el que hubiera estado hablando toda la

noche hubiera sido yo y quiero saber más acerca de ti. Yo ya conozco mi

pasado.

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—Pensé que ya sabías todo sobre mí. —No pude evitar mostrarle la lengua

de forma juguetona; probablemente guiñándole un ojo a la vez.

Él se rió entre dientes y oí algo diferente.

—No sé lo suficiente. Así que pensé que podrías hacerlo, sobre la

marcha....

Tomé el paquete que sostenía frente a mí. Una vez que desaté el lazo y

arranqué la tela que lo cubría, lo que vi fue increíble, un pastel de queso.

—Cumpleaños feliz—cantó en voz baja.

—¿Cómo lo supiste? —le pregunté.

—Pensé que era algo que debía recordar. —Se aclaró nuevamente la

garganta—. Espero que te guste el pastel de queso.

—¿A quién no? —Me deslicé sobre el taburete de mi tocador, acercando

con cuidado el pastel, cortando un pequeño trozo para poder llevarlo a mi

boca.

Detuvo mi mano antes de que pudiera ponerlo en mi boca y disfrutar.

—Espera… este juego tiene reglas.

Lo miré con los ojos entrecerrados.

—¿Desde cuándo comer pastel de queso tiene reglas?

—Quiero un hecho por cada bocado —dijo—. Habla primero, come

después.

A regañadientes, dejé a un lado el pastel. Si quería hacer un juego de este

intercambio de información, ¿quién era yo para quejarme?

—Bien. Eso es bastante sencillo —dije—. ¿Qué es lo que quieres saber?

—Vamos a empezar con algo fácil. Háblame de tu familia.

Le di los nombres y edades de los miembros de mi familia. Realmente

información básica y me metí un bocado del pastel en la boca. Sonreí

como una diablilla mientras masticaba.

—Hmmm… —gruñó, pero su mirada era divertida—. Esa no es

exactamente la información que estaba buscando. Dime algo sobre ellos

que yo no sepa.

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El pastel estaba exquisito y me quedé meditando un minuto. Quería

contarle algo agradable sobre mi familia, algo que describiera la forma en

la que nos llevábamos antes de lo sucedido. Pero me estaba costando

trabajo ver más allá de la última semana que habíamos pasado juntos.

—Mi madre y mi padre estaban muy preocupados cuando me fui. Lo más

difícil que he hecho en esta vida es ver a mi padre llorar cuando se

despidió de mí. —Se me hizo un nudo en la garganta cuando recordé aquel

doloroso momento—. Hasta que vino de Delphi, parecía ser tan fuerte.

Nunca pensé que podía llorar.

Acarició mi brazo con su mano, aliviando mi culpa lo mejor que pudo.

—Van a estar bien, Psique. Eres una buena hija por preocuparte por tus

padres más de lo que te preocupas por ti misma.

—Me das demasiado crédito. Estaba muy preocupada por lo que pudiera

ocurrirme.

—Pero su dolor te hace daño —dijo—. Puedo sentirlo.

—Creo que eso forma parte de ser humano.

Giró la cabeza y me miró a los ojos.

—No, Psique. Eso es parte de ser tú. Lo más profundo de tu corazón fue lo

que me atrajo de ti. No te subestimes.

Poco a poco, puso mi cabeza en su hombro y no lo detuve. Cuando cerré

mis ojos, el fresco aroma de su piel, la suave caricia de sus dedos sobre la

parte trasera de mi cuello, jugaron con mi mente. ¿Algo que olía tan bien,

podría ser malo? ¿O sentirse tan bien? Pero más que nada, dejé que lo

hiciera porque era agradable sentirse tan comprendido.

Durante meses, le guardé secretos a mi familia, fingía ser una diva y haber

hecho todo lo posible por impresionar a Afrodita con cada una de mis

palabras. Ahora, Aris me reclamaba y ya me conocía; mis defectos e

imperfecciones, mi verdadero yo y, al parecer, él me quería de todos

modos. Al menos por esta noche, me gustaba sentir esa sensación. Sin

preocuparme por el mañana, ni por quién era realmente Aris; sin

preocuparme de nada.

Estaba a punto de quedarme dormida sobre él cuando rompió el silencio

que había entre nosotros.

—¿Quieres salir de aquí?

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—¿Podemos hacer eso? —Levanté mi cabeza instantáneamente y estuve

más despierta de lo que había estado durante el día.

—Te mereces un mejor regalo que un pastel que te hizo sentir tan triste. —

Sin embargo, hizo una pausa y me mordí el labio esperando a que

continuara—. Pero tienes que confiar en mí.

¿Confiar en Aris a cambio de una salida temporal? Tardé más en

pestañear que en lo que decidí qué hacer. ¿Qué podría hacerme allá afuera

que no me pudiera hacer aquí dentro del palacio? Valía la pena

arriesgarse.

Le sonreí, la ganadora sonrisa que Afrodita me enseñó y esperé a que mi

sonrisa lo derritiera un poco, no sé si por vanidad u otra cosa pero quería

ser la chica de los ojos verdes de sus sueños.

—Hecho. ¿Ahora a dónde vamos?

—Es una sorpresa. —Se acercó, envolvió mi cintura con sus gruesos y

fuertes brazos y oí como se desplegaban sus alas—. Sostente.

Conforme sentía mis pies alejándose del suelo, no tuve más remedio que

aferrarme a su cuello. Pasamos fácilmente a través de la ventana y sobre

el jardín. Miré por encima de mi hombro, los setos y las fuentes se veían

borrosos en la oscuridad. Volamos hacia arriba en espiral, el ritmo

constante de sus alas hacía que mi cabeza diera vueltas.

Sus brazos me sujetaban con fuerza.

—¿Estás bien? —El calor de su aliento en mi oído envió un escalofrío por

mi espalda.

—Se podría decir que sí. —Logré darle una pequeña sonrisa para que no

pensara que estaba a punto de desmayarme, pero creo que no pude

engañarlo.

Justo en ese momento pasamos por una nube, ases blancos de luz de luna

se reflejaban en su superficie. Detrás de nosotros, miles de estrellas

brillaban en la negrura de la noche. Por un momento, pensé que estaba

flotando como en un sueño y que la sombría figura que me sostenía solo

era producto de mi imaginación hiperactiva. Pero él rompió mi fantasía

tan rápido al hablarme.

—Prepárate, esta es la mejor parte. —Nos inclinamos hacia la tierra y salió

volando. El fuerte viento soplaba sobre nosotros, enredando mi pelo y

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empujando sus alas con tanta fuerza que pensé que sus plumas quedarían

destrozadas. Involuntariamente, solté un grito antes de que pudiera

callarlo y me aferré a él con demasiada fuerza. Puedo jurar que escuché

cómo se reía.

Con un aleteo de sus alas, disminuyó nuestro descenso. Cuando tocó

tierra, mis dedos rozaron la superficie de lisas piedras calientes y tuve que

encontrar el equilibrio en las resbaladizas rocas. Sin el viento en mis

oídos, un nuevo sonido se apoderó de mí. Era el romper de las olas

golpeándome al mismo tiempo el aire salado y caliente que llenaba mis

pulmones.

Él me había traído al océano. ¿Sabía que no había estado aquí desde que

era niña? ¿Que yo siempre había soñado en regresar y ver el mar en una

noche como esta y ver la playa bañada con la luz de la luna?

Me soltó y me dirigí a las olas. La primera ola que me tocó estaba helada y

grité como una niña. Decidí apartarme de la siguiente, pero me armé de

valor y fui en busca de la tercera. A medida que el agua se arremolinaba

alrededor de mis tobillos, el frío intenso disminuyó y di un paso más.

Mirando hacia atrás por encima de mi hombro, vi una figura oscura

descansando en la playa.

—¿Vienes? —le pregunté.

—Creo que me quedaré aquí sentado, pero ve tú.

Subí mi vestido hasta mis rodillas. Cuando el frío tocó la parte posterior

de mis rodillas, me di la vuelta y huí de allí, corriendo como una loca por

la playa.

—No importaba —jadeé al colapsar junto a él—. Eso está demasiado frío.

—Me gustaría calentarla para ti, si pudiera. —Sus ojos se perdieron en el

espacio que había entre nosotros. ¿En realidad, porqué me senté tan cerca

de él?

Puede que no tuviera el control de las aguas, pero el calor que su cuerpo

emanaba era lo suficientemente fuerte para calentar el espacio entre

nosotros. Cuando lo miré a los ojos, inclinó su cabeza. Mi corazón latía

con fuerza dentro de mi pecho y mi garganta parecía cerrarse. ¿Era esto

temor o deseo? Su nariz rozó la mía mientras se inclinaba peligrosamente

cerca y sentí su cálido aliento rozando mis labios.

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Cuando su mano se deslizó alrededor de mi cintura y me acercó una

fracción de centímetro a él, el encanto se rompió. No importaba que él me

hubiera tocado durante todo el trayecto hacia este lugar, su toque me hizo

estremecer.

—Gracias por haberme traído hasta aquí —dije, volviendo la cabeza y

alejándome de él mirando nuevamente hacia las olas. Su mano se deslizó

fuera de mi cintura y suspiró largo y suavemente, apartándose de mí.

—Me alegra saber que confiaste lo suficiente en mí para hacer este viaje.

Acerqué mis piernas hasta mi pecho y las rodeé con mis brazos. Mirando

por encima de mi hombro hacia él, pude decir que estaba concentrado

observando las olas. En cualquier lugar menos en mí.

—Escucha —dije, intentando con una oferta de paz—, aún te debo algunos

hechos.

Su mirada se fijó en mí bruscamente.

—Unos pocos.

—Nombra tu tema —le ofrecí.

Silencio. Su nube se extendió y era evidente que estaba recostado sobre

las piedras, mirando la luna.

—Yo —dijo finalmente.

—¿Perdón?

Se aclaró la garganta.

—Quiero saber lo que piensas de mí.

¿Cómo responder a eso?

—No estoy segura de qué pensar realmente —admití.

—¿Por qué?

—¿De verdad tienes que preguntar? —Enumeré las razones con mis

dedos—. En primer lugar, está la profecía. En segundo lugar, está el hecho

de que no te dejas ver. En tercer lugar, creas cosas de la nada. Y cuatro...

—Me quedé sin razones para alejarlo de mí.

—¿Sí?

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—Vuelas muy rápido.

Su risa rebotó por la playa.

—¿Serías más feliz si volara más despacio? ¿Por qué, de todos modos?

Asentí con mi cabeza.

—Eso sería un muy buen comienzo.

Se sentó y oí cómo sacudía sus manos.

—De acuerdo, hecho. ¿Qué más? ¿Qué más puedo hacer?

—Dime por qué no puedo verte. En serio. ¿Eres una ninfa o algo así como

Alexa y sería de mala suerte?

—Te lo he dicho, no soy una ninfa. ¿Pero mala suerte? Sí, se puede decir

así.

—No quiero que lo pongas así —protesté—. Quiero que me lo digas.

Me susurró al oído:

—No vuelvas a repetir eso en voz alta. Nos pondrías a los dos en grave

peligro. ¿Entiendes?

Se retiró un poco y me estudió, asegurándose de que había entendido lo

graves que eran los hechos. Tragando saliva, asentí.

Continuó su historia.

—Yo hice que esta profecía se cumpliera.

—¿Tú qué? —espeté.

—Calla. ¿Quieres conseguir que nos maten?

—Lo siento, lo siento. Continúa.

—Cuando hiciste la afrenta a Afrodita, ella te maldijo para que te

enamoraras de una criatura tan horrible que no pudieras describirla con

palabras. Pero yo sabía que podía ayudar e intervine y redacté mi derecho

en la profecía. El truco era que solo tendrías que pasar unos días o noches

conmigo. Pensé que sería una mejor alternativa.

Respiré profundamente.

—¿Tú me salvaste? ¿Por qué?

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—Pensé que no querías que te dijera más que te amo. —Genial. Estaba

jugando conmigo. Y yo no estaba pensando claramente en este momento.

Se giró y me levanté poniéndome de rodillas para poder susurrarle al oído

más fácilmente:

—¿Entonces por qué la oscuridad? ¿Los susurros? Si me salvaste, ¿por

qué tenemos que escondernos?

—¿Qué crees que pasaría si Afrodita se enterara de que su maldición no

salió como lo había planeado?

Esa pregunta me hizo sentarme de nuevo. Nada bueno, era la única

respuesta que se me ocurrió.

—Sí —respondió a mi silencio—. No sería bonito.

—Entiendo. —Mordí mi labio preguntándome si debía seguir adelante—.

¿Así que realmente eres el hijo de una arpía?

La sombra de su cabeza se desplazó de lado a lado.

—Sí y no. ¿Qué tal si lo dejamos ahí por el momento?

¿Cómo podía decir que no? ¿Qué más faltaba que me dijera ahora si sabía

que la profecía había sido falsa? ¿Y él me había salvado de la furia de

Afrodita?

—¿Será siempre así? Entre nosotros, quiero decir.

Me besó suavemente en el hombro.

—Si dejas que me quede, seremos todo lo que siempre has querido. Y más.

Apoyé mi cabeza en su hombro y dejé que mi cuerpo se relajara junto a él,

su brazo rodeó mi cintura, pero esta vez, no lo aparté.

Mientras las olas iban y venían sobre la playa y su mano jugaba

lentamente y sin parar a través de mi pelo, me dejé llevar, por más

extraño que hubiera sido el día de mi cumpleaños.

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Capítulo 24

Traducido por Susanauribe

Corregido por Jut

iempo de despertarse, dormilona —dijo Alexa en una

voz cantarina que habría puesto celosas a las aves. Solo

me hizo querer golpearla.

—¿Eres consciente de que anoche no me dormí hasta muy tarde, cierto?

—gruñí mientras tiraba de las sábanas por encima de mi cabeza para

bloquear el sol brillante.

—Um—hum —respondió, quitando las cobijas—, por lo cual te dejé

dormir. Son casi las tres de la tarde.

Sentándome, froté el sueño de mis ojos con un nudillo y me estremecí.

—¿He estado dormida doce horas?

—Debes estar teniendo unas buenas noches.

—No es así —espeté—. Quiero decir, no es que te importe. Ni debería

estar hablando sobre esto. O... —Me dejé caer de nuevo en mi

almohada—. Creo que necesito dormir más.

—No, no lo necesitas. —Ella agarró mi mano y me alejó de la cama—. Si

no te levantas ahora, nunca volverás a dormir antes del amanecer.

Además, necesitas comer. Vas a tener una cena tardía.

De repente estaba despierta.

—¿Por qué? Él no va a llegar tarde, ¿verdad? —Por alguna razón pensar

en él no llegando en cuanto la oscuridad conquistara la luz en verdad me

molestó.

—T

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—¿Hoy no estamos paranoicas? —molestó ella—. Estoy segura de que

estará a tiempo. Pero tendrás que esperar para cenar hasta que llegue.

—¿Cenar? ¿Él va a venir a cenar conmigo?

La calidez de la emoción subió por mi cuello. Primero un pastel de

cumpleaños y un viaje al océano. Ahora una cena. Podría acostumbrarme

a estas sorpresas.

Con una claridad repentina, me di cuenta de que no estaba simplemente

acostumbrándome a su atención, la deseaba.

***

—Así que, ¿exactamente cuánto de tardía va a ser la cena? —pregunté

cuando mi estómago rugió con una ruidosa protesta. No había comido

mucho en el almuerzo y ahora estaba pagándolo.

Alexia cepilló mi cabello hacia atrás y posicionó una diadema plateada

alrededor de mis rizos.

—Pronto, Señorita Impaciente. ¿Ya está oscuro?

—Lo bastante cerca —dije con un puchero—. Desearía que los días no se

estuvieran volviendo más largos. De ahora en adelante, no me levantes

temprano.

Ella se rió.

—Yo no llamaría a las tres temprano exactamente. —Le dio a mis rizos

una última cepillada—. Listo, terminado.

—Perfecto, vamos. —Agarré su muñeca y salté con ella, arrastrándola.

—Ni siquiera miraste —se quejó.

Ahora estaba tan consciente de su trabajo para saber que cualquier cosa

que tocara terminaría con su marca de perfección. Mirar no era necesario.

Rodeamos la esquina del comedor, pero estaba vacío. No había platos

puestos ni copas esperando. Ningún sonido de músicos afinando sus

instrumentos o el sonido de las preparaciones de último minuto de los

sirvientes.

—Si te molestaras en disminuir el paso por un minuto, te habría dicho

que estás yendo por el camino equivocado.

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Mis ojos se movieron en la dirección de Alexa.

—¿Qué sucede? Me estoy muriendo de hambre.

Justo en ese momento, todas las velas y faroles se extinguieron y la

habitación fue habitada por la oscuridad. Alexa se liberó de mi agarre

pero en realidad no traté de detenerla. Él estaba aquí. Su esencia, una

mezcla de aire fresco de primavera y un sutil pino, anunció su llegada

tanto como la oscuridad. ¿Cuándo había memorizado cómo olía? Mi

pecho se contrajo como la vez que metí muy profundo en el río cuando era

niña; una presión intensa, aplastante y emocionante. Tu cuerpo sabiendo

que está más vivo que nunca por estar en el centro de algo peligroso.

Su voz retumbó en el mismo instante que esos ojos hipnóticos color azul

emergieron de las sombras.

—Lamento tenerte esperando. —Poniendo mi mano en su codo, me

movió hacia el patio—. Entiendo que estés un poco hambrienta.

—Sobreviviré, supongo —dije y sonreí, esperando que él entendiera mi

sarcasmo.

Nos sentamos juntos en un sofá de mármol, reclinándonos contra las

almohadas para mirar las estrellas. Brillaron y se desvanecieron, radiando

con una luz brillante.

—¿Cuál es tu favorita? —preguntó, sus dedos entrelazados con los míos.

—¿Una estrella favorita? ¿Cómo puedes escoger una que sea diferente a

las demás?

—No estás mirando de verdad. —Él alejó sus dedos. Poniendo sus manos

encima de las mías, guió mi dedo índice para señalar el cielo—. ¿Ves esas

estrellas? Es la constelación de Leo. Ves, ahí está su cabeza. —Nuestras

manos trazaron un patrón invisible en el aire—. Este es su cuerpo y su

cola se curva de esta manera hacia la derecha.

Su toque envió rayos de calor por mi brazo hasta que me sentí lista para

zumbar.

—Sorprendente —susurré y él liberó mi mano—. Oh no, muéstrame más.

—Con mucho gusto, pero pensé que estabas hambrienta.

Rodé en mi costado para mirarlo.

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—La comida puede esperar, supongo.

Sus ojos se movieron detrás de mí y juro que vi una sonrisa en ellos.

—Tal vez —dijo—, pero dudo que a Mathias no le importe estar de pie

mientras nosotros miramos las estrellas.

Sintiéndome avergonzada por casi sollozar, salté a mis pies y enderecé mi

vestido de seda.

—No hay necesidad de levantarse, señorita —dijo Mathias—.

Simplemente pondré su comida en el trípode de aquí. Llámeme si necesita

algo.

—Sí, por supuesto —dije rápidamente, sintiéndome incómoda todavía.

Mis manos necesitando hacer algo, así que me puse a destapar los platos

de delicias—. Umm... hojas de uva, calamar. —Levanté otra tapa—. Eso

parece brochetas de cordero aquí. ¿Por dónde deberíamos empezar?

—Tú escoges —respondió él—. Pero este juego también tiene reglas.

Mis manos cayeron a mis costados.

—¿Qué pasa contigo y las reglas? ¿No puedo comer simplemente?

—Ven aquí. —Él extendió una mano ennegrecida y yo obedecí, trayendo

el plato de cordero. Mientras me hundí en el sofá, tomó el plato y me guió

hasta que estuve reclinada de nuevo—. Solo una regla, esta vez. Tienes

que dejarme alimentarte.

—¿Qué? —pregunté, tratando de sentarme. Su mano atrapó mi hombro,

presionándome suavemente otra vez en las almohadas.

—Aprendí algo nuevo anoche: me encanta verte comer. Es hermoso, la

manera en que lames las pequeñas migajas de las esquinas de tus labios.

La forma en que pones tus ojos en blanco cuando muerdes algo que

disfrutas. Por favor —pidió—, déjame darte eso.

Él cortó uno de los trozos de la brocheta de cordero Mis labios se

partieron y mis dientes se hundieron en la jugosa carne. Un jugo corrió

por mi barbilla pero él lo limpió con una larga caricia de su dedo. No pude

superar el sentimiento de ser observada mientras mastiqué. Cubriendo mi

boca para poder hablar con la boca llena, pregunté:

—¿No vas a comer?

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—Claro —dijo. Partiendo otro trozo de cordero, lo lanzó al aire y lo atrapó

con su boca cuando cayó.

Tragué.

—Fanfarrón.

—Solo estoy empezando —respondió—. Tengo mejores trucos que ese. —

Sus ojos se posaron en los míos y no pude apartar la mirada.

Inclinándome, pude sentir su propio aliento cálido mientras mi propia

respiración se atascaba en mi pecho. Sus labios estaban casi en los míos

cuando mi estómago rugió de nuevo. Fuertemente.

—Aparentemente un trozo de cordero no fue suficiente —dije, dándome

una vergonzosa palmada en el estómago.

—Hmm... —él rugió mientras se retiró—. Supongo que no estoy haciendo

un buen trabajo al alimentarte entonces. —Se inclinó y acercó el trípode—

. ¿Confías en mí?

Una sonrisa tironeó mis labios.

—¿No establecimos eso anoche?

—Entonces cierra los ojos. Es mejor si es una sorpresa.

Obedientemente, cerré mis ojos.

—Está bien, abre. —Una tira de calamar crujiente entró en mi boca, la

comida de mar mezclada con un suave puré de tomate.

—Eso es genial —dije, mirándolo.

—Ojos cerrados, por favor. —Él se movió para bloquear la visión del

próximo plato.

—Lo siento —dije tragando. Con los ojos cerrados, pregunté—: ¿el

siguiente?

Un trozo de jugo de melón se disparó en mi boca mientras mis dientes se

hundían en la fruta fresca. Siguiendo al calamar, el melón era más dulce.

Mi lengua se disparó para lamer el jugo de la esquina de mis labios. ¿Eso

es lo que él piensa que es lindo? Nunca antes había notado que lo hacía.

—Ahora el gran final —prometió. Mi boca se abrió mientras esperé. Sus

suaves dedos encontraron mi barbilla, abriendo más mi boca. Un montón

de pastel de chocolate se derritió en mi boca.

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—Mmmm —murmuré, incluso cuando sentí mis ojos poniéndose en

blanco. Supongo que en realidad también hacia eso—. Tienes que probar

esto —dije.

—Justamente estaba esperando que lo pidieras.

Sus labios cayeron a los míos. Comida, incluso chocolate, fueron

olvidados mientras me bebía. Su mano agarró mi cabeza mientras nuestro

beso se profundizaba. Lentamente, su mano bajó por mi cuello hacia mi

hombro, apartando la tira de mi vestido.

Mi corazón saltó en mi garganta, corriendo como un conejo. Sus labios se

apartaron con un tirón reacio.

—No estés nerviosa. —Besó mi hombro desnudo—. Es solo que me gustas

demasiado sin tirantes. —Sus ojos se enfocaron en los míos—. ¿Me

permites?

Asentí y él retiró el otro. Dedos, tan suaves como piel de bebé, trazaron el

contorno de mi clavícula y hombros. Mi pechó se alzó ante su toque,

deseando la sensación gentil de su caricia, persiguiendo el movimiento de

sus yemas.

—Eres divina —susurró en mi cuello antes de regalarme uno más de sus

besos amables—. Pero en verdad debemos ir adentro —murmuró.

Mis ojos se cerraron por el repentino vacío de perder su toque. ¿Cuándo

me había vuelto tan adicta a él? Hace dos días, hacía mi piel doler, ahora

mi piel temblaba bajo sus dedos.

—¿Por qué? —jadeé.

—Porque si no dejo de besarte, puede que nunca te deje ir.

Abrí mi boca para protestar, decirle que podíamos quedarnos bajo las

estrellas un poco más, pero él tenía razón. Mientras la subida de

adrenalina se acababa, mi coraje se iba con ella. ¿Por los Hades? ¿Qué

estaba haciendo? ¿Y por qué me estaba gustando tanto?

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Capítulo 25

Traducido por OrMel

Corregido por Vericity

e agité cuando sentí unas mantas metiéndose alrededor de mí.

Revoloteando mis ojos abiertos, pude decir que el amanecer

estaba justo pasando sus rosados dedos a través del horizonte,

extendiendo un toque de luz a través de mi ventana.

—Me tengo que ir —susurró Aris antes de sellar sus labios contra los míos.

Eso es cierto, ahora lo hacemos.

Un rubor corrió a través de mi cuerpo, dejándome caliente y fría al mismo

tiempo. Si no hubiera estado tan agotada, podría haberle traído de regreso

a mí; negarme a dejar que se fuera. El toque de sus labios contra los míos

era una adicción que no quería alejar.

Sus labios rozaron mi sien mientras empujaba mis rizos hacia atrás de mi

cara.

—Duerme bien, amor. Te veré por la noche. —Mientras me iba a la deriva

de regreso a dormir, repitiendo las dos últimas benditas noches que

compartimos, algo que dijo llamó mi atención. Cuando le pregunté si era

realmente el hijo de una arpía, dijo “sí y no.”

Eso significaba algo.

Entonces me acordé de los jardines y la forma en que Alexa había dicho

que su madre era una arpía. Pensé que eso era una cosa bastante tonta

para decir en ese momento. Quiero decir, si era el hijo de una arpía

entonces obviamente su madre era una arpía.

¿Pero y si estaban usando arpía como una metáfora? ¿Qué lo hacía eso?

***

M

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—Y bueno, Alexa —pregunté cuando finalmente tiré de mi cansado cuerpo

fuera de la cama y fui pesadamente al comedor para el desayuno—, me

preguntaba cómo funciona tu magia. Es decir, ¿cómo es que puedes ser

invisible?

—No lo sé —respondió—. Solo lo pienso y lo soy. Lo mismo con ser visible.

Es solo una cuestión de intención.

—¿Eres capaz de hacer solo una parte de ti visible? —Me dejé caer en el

sillón y tomé un tazón de fresas—. Como si quisieras mostrarle a uno de

nosotros, simples mortales, solo tu cabello, ¿puedes pensar en eso

también y hacer que pase?

—¿Tan ingenua crees que soy, Psique?

—¿Qué? —Mordí la fresa y amplié mis ojos, intentando parecer inocente.

Dejó escapar un profundo suspiro.

—No puedo decirte nada que pueda delatar su identidad. —Recitó las

palabras en tono monótono como si fuera algún credo que había sido

obligada a memorizar.

—Oh, vamos —dije, mordiendo otra fresa—. No puedes culparme por ser

curiosa. Quiero decir, si estuvieras interesada en alguien, ¿no querrías

saber todo sobre él?

—Tienes que ser la persona más testaruda que he conocido.

—Bueno, ¿no es así? —insistí.

Escuché a Alexa flotar hacia la ventana.

—Por supuesto que lo haría. Pero eso no significa que vaya a decirte algo.

—Solo una pista. Dame algo —dije, poniendo las fresas a un lado y

moviéndome hacia ella—. Todo lo que realmente estoy preguntando es

sobre qué poderes tiene una ninfa, ¿cierto? Deberías poder hablarme

sobre ti misma.

—No.

—¿No?

—No, no puedo solo enseñar una sola parte de mí. Soy o toda visible todo

el tiempo o no.

Dirigiéndome a los hombros de Alexa, le di un rápido abrazo.

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—Ves, eso no fue tan duro.

Soltó un bufido.

—Bien, entonces —continué—, ¿podría un semidiós ser parte invisible si

quisiera?

—No lo sé, tendrías que preguntárselo a uno —dijo—. Ve a comer tus

huevos antes de que se enfríen.

De ninguna manera. Tenía demasiada información nueva que digerir

como para querer comida.

—Vendré por un bocadillo en un segundo —dije—. Quiero visitar los

jardines antes de que se haga muy tarde.

Prácticamente huí de Alexa.

Deshojando una flor de hibisco, torcí sus pequeños tallos entre mis dedos.

El suave rosa se mezcló en una apagada mancha mientras los pétalos

giraban tan rápido como mis pensamientos. Trabajando con mi nueva

información y algunas suposiciones bastante sólidas, estaba reduciendo la

lista de posibles identidades.

Taché dioses de la lista, el único al que conocía con alas detestaba la

visión de mí. Y el sentimiento había sido bastante mutuo. No había

manera de que mi hombre misterioso fuera Eros.

Parecía improbable que Aris fuera un semidiós, pues Alexa había

contestado mi pregunta sobre si ellos podían ser parcialmente visible: No

lo sé, tienes que preguntárselo a uno. No creo que me mintiera y su

respuesta implicaba que ella no conocía a ningún semidiós, lo que incluía

a Aris.

Abandoné mi teoría inicial de que podría ser un héroe, ya que nunca había

oído hablar de un héroe que tuviera alas, o pudiera crear palacios, o

disfrazarse a sí mismo.

Lo que dejaba a las ninfas. Tenía sentido que una ninfa tuviera a otra

ninfa como empleado, ¿no? Y sabía que ellos no podían ser parcialmente

visibles, lo que explicaba porque tenía que esconder el resto de sí mismo

bajo una nube para mostrar sus ojos.

Claro, todavía podía estar enamorándome de un monstruo, pero no lo

pensaba. Ya no. No después de sentir esos labios…

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Hundiéndome en un banco con un suspiro, rocé la flor bajo mi barbilla.

Demonios, desearía saber más sobre las ninfas. ¿Uno podría ser lo

suficientemente travieso para asustar a los dioses? ¿Había alguna

metáfora que me estaba perdiendo? No es que el oráculo era conocido por

su claridad, pero aun así. Sentía que estaba muy cerca de algo y aún

seguía perdiéndomelo.

Y también estaba molesta por el hecho de que nunca había visto a Alexa

crear nada. Tenía un increíble oído, pero no había notado ningún otro

poder. ¿Estaba escondiendo eso también? O tal vez había un súper ninfa

del que nunca había oído hablar. Como un príncipe ninfa que era más

poderoso que los demás.

—Agh. —Arrojé la flor hacia un seto bien cuidado y me recosté sobre el

banco, doblando mis brazos sobre mis ojos. Ahora estaba inventando

realeza ninfa. Muy productivo.

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Capítulo 26

Traducido por Xhessii

Corregido por Julieta_arg

ros y Hermes estaban sentados al lado del río, mirando a un grupo

de ninfas mojándose y salpicándose.

—¿Entonces no te interesan? —preguntó Hermes, señalando con la

cabeza a las chicas.

—No. —Eros se inclinó hacia atrás y se apoyó en sus codos.

—¿Seguirías sin lanzarles la flecha?

—¿Por qué habría de hacerlo? —preguntó Eros. —Hermes miró a las

ninfas y meneó sus cejas. Eros hizo una mueca—. ¿A ellas? No son nada.

—Entonces, creo que las cosas van bien —dijo Hermes—. ¿Seguirás mi

consejo y usarás tu flecha en ella?

—Nah. Ella se merece algo mejor.

Hermes se encogió de hombros.

—Sí, bueno, no cualquiera de nosotros puede anotar con una chica que

nos mire.

Eros ladró una risa.

—Cierto, como si nunca tuvieras problemas.

—Solo lo digo.

Eros se sentó de nuevo y miró al río.

—De hecho, ella no puede verme.

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—¿Qué? —Las cejas de Hermes llegaron a la cima de su cabeza—. ¿Está

ciega o algo así?

Eros juntó las palmas y las sacudió para limpiarse el polvo.

—No. Es solo… que no puedo probar suerte, ¿sabes? Mi madre haría… —

La voz de Eros se apagó.

—Mátala —empastó Hermes—. Sí, eso lo resume bastante.

Los dioses se sentaron en silencio por un momento mientras las ninfas

jugaban y se reían en el agua. Finalmente, Hermes sacudió la cabeza.

—Hombre, no puedo creer que tomes la ruta de la invisibilidad después de

lo que el Oráculo le dijo.

Eros miró a sus pies.

—Tampoco soy exactamente invisible.

—¿Cómo es eso?

—Me he estado encubriendo. —Él sacudió la cabeza—. Más como una

nube negra, nada que puedas tocar. Cubre todo menos mis ojos. Ella

puede alcanzarla, pero no puede ver a través de ella.

Hermes frunció el ceño.

—Es extraño.

—¿Qué? —preguntó Eros encogiendo los hombros.

—Ella va a ver una nube negra con ojos mirándola y se asustará.

—Bueno, funciona, ¿sí? —saltó Eros.

—Lo que sea. —Hermes volvió a encogerse de hombros—. Solo no me

culpes cuando recobre su sensatez.

—No va a pasar —dijo Eros y se puso de pie—. Puedo sentirlo.

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Capítulo 27

Traducido por hanna

Corregido por KatieGee

ara mi gran decepción, la cena regresó al comedor y Aris llegaba

tarde. Hundida boca abajo sobre la cama, había comenzado a

quedarme dormida cuando finalmente sentí un toque suave sobre

mis hombros.

Mis párpados se abrieron pesadamente.

—Llegas tarde.

—Tenía que ocuparme de algo. —Sus manos masajearon mis hombros y

los recorrieron—. Confía en mí, me hubiera gustado estar más contigo.

Pensé por un momento en darme la vuelta, pero su toque era demasiado

potente. Alejándome de las fuerzas de voluntad que hubiera estado

dispuesta a convocar. Sus dedos se hundieron una y otra vez en mi carne,

trabajaban en alejar los nudos creados esta última semana. Y la

habitación se llenó de un aroma a lavanda y verbena, relajándome hasta el

punto en que tenía que esforzarme para mantener el exceso de baba fuera

de la almohada.

—¿Funcionó? —le pregunté.

—¿Hmm? —Sus dedos amasaban mis hombros y el cuello. Pensé por un

momento fugaz que si podía hacer que mi cuello se sintiera tan bien,

entonces podía tocarme donde fuera.

—¿De lo que tenías que ocuparte? ¿Estabas trabajando?

—En realidad, sí. A veces tengo un jefe muy exigente.

No hice más preguntas, pero archivé su respuesta para pensarlo después.

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Sus hábiles manos trabajaron mi espalda, arrastrándose bajo mis caderas.

A pesar de haber estado relajada, me tensé de nuevo mientras exploraba

partes de mi cuerpo que ningún hombre había tocado nunca.

—Relájate, Psique —susurró a mi oído—. Sabes que no te haré daño.

—Lo sé —Respiré—, pero...

Un entendimiento hizo click en mi cerebro brumoso. Realmente sabía que

no nunca me haría daño. Con el conocimiento firmemente en su lugar, mi

corazón rebosaba de algo que dudé en etiquetarlo como amor, pero no era

menos que un enamoramiento de los que lo consumen todo.

Rodando, envolví mi brazo alrededor de su cuello y encontré sus labios.

Mis músculos casi se derritieron cuando su cálida boca selló la mía. Su

contacto cambió de calmado a apasionado, con sus manos en busca de

mis caderas. Mientras él mismo bajaba hacia mí, su peso se mezcló en mi

cuerpo como si estuviéramos hechos el uno para el otro.

Tomó mi cabeza con sus manos mientras buscaba en la masa de mis rizos,

agarrando puñados y tirando de ellos más cerca. Mi pecho floreció con

emoción, capa tras capa, floreciendo con intensidad creciente. La alegría,

la confianza, la necesidad, la pasión. Mi lengua lo buscó, tratando de

beber en la esencia de todas esas emociones que fluían como una

corriente entre nosotros. Y él respondió a mi anhelo con tal deseo propio

que sentí como si me hubiera quemado bajo el calor del mismo.

Su mano se había deslizado justo debajo de mi hombro cuando se

congeló. Su cabeza se levantó y sus ojos parecían fijos en la cabecera.

—Maldita sea —maldijo por lo bajo.

—¿Qué sucede? —Sería mejor que algo estuviera mal para que él se

detuviera en estos momentos.

—Me tengo que ir. —Me dio un rápido beso en la frente—. Lo siento. Ve a

dormir.

Sí, claro. Como si ahora pudiera dormirme. ¿Después de esto? Y

entonces, como si tuviera mi primera noche, la orden para dormir me

envolvió y mis ojos fueran incapaces de permanecer abiertos.

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Capítulo 28

Traducido por Onnanohino Gin

Corregido por Viqijb

ué épico desastre había protagonizado la noche anterior. Cuando

sintió a Afrodita llamándole, entró en pánico. Sabía que ella no

podía verlo. Lo sabía. Y aun así se había asustado. No podía

golpearse lo suficientemente fuerte por haber dejado que ese

momento se le escapara entre los dedos. Peor aún, podría considerarse

afortunado si esa noche no tenía que empezar desde cero. Había pasado

demasiado tiempo con mujeres como para saber que no puedes dejarlas

plantadas una noche y besuquearlas a la siguiente. Estúpido, estúpido,

estúpido.

Mientras la noche se acercaba, Eros vagó hacia su casa en el Olimpo,

demasiado ansioso en que llegara la oscuridad como para hacer nada que

no fuese ir y venir por ahí.

Cuando atravesó el patio, los susurros suplicantes de una creyente lo

arrancaron de su propio malestar. No tenía planeado recibir plegarias esa

noche, pero de alguna manera esta había llegado hasta él. Una madre

viuda lo llamaba. Su voz abatida le desgarró el corazón tan eficazmente

como un cristal.

—Dios Eros, bienaventurado seas. El amor que tenía con mi marido era

más de lo que nunca había soñado. Amarus lo era todo para mí. Mi todo.

—Su voz se quedó atascada en su garganta cuando un sollozo salió de sus

labios. Eros se quedó congelado, estaba paralizado por su desesperación—

. Pero ahora se ha ido y mi tío me obligará a casarme con otro dentro de

una semana. Sé que debo. Mis hijos necesitan a alguien que los proteja.

¿Pero cómo podría? —Hizo una pausa y Eros la oyó suspirar—. Tan solo

arregla esto. Necesito que todo se arregle.

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Su plegaria fue simplemente demasiado. Ella quería poder seguir adelante

para casarse, no necesitaba una sentencia de muerte. Eros echó una

rápida mirada hacia Psique. Se estaba bañando. Su humedecido cabello

flotaba a su alrededor en la bañera como un halo castaño. Sus ojos se

cerraron al hundirse profundamente en el cálido abrazo del agua. Él no

quería llegar tarde a verla dos noches seguidas. Pero también sabía con

inquebrantable certeza que Psique habría querido que él ayudara a la

mujer. Así que decidió utilizar los minutos que faltaban para el anochecer

en aliviar el dolor del corazón de otra persona.

Cuando Eros la encontró, la viuda estaba llorando en su altar. Estaba

acostada sobre él, con la cabeza descansando sobre sus brazos y su cuerpo

temblando de dolor. Su hijo más pequeño daba vueltas por la habitación,

seguía jugando, aparentemente ajeno a la angustia de su madre. Pero las

dos niñas mayores le acariciaban el cabello e intentaban hacerle beber un

vaso de agua.

Eros se quedó de pie en una esquina, como un observador invisible y su

corazón doliendo por esa mujer. ¿Qué haría él si perdía a Psique? Después

de todo, ella era mortal y algún día la perdería. No podía imaginarse cómo

sería la cascara sin vida que dejaría él cuando eso pasara. Si pensaba en

que había suspirado por ella, ahora que la conocía, que la había sentido y

amado, ¿qué haría cuando ella se fuese?

Sin perder ni un segundo más, sacó una flecha de su carcaj y apuntó. La

mujer jadeó y alzó la cabeza, sus ojos buscaban algo en la habitación

frenéticamente. Había sentido el pinchazo. Muy pocos lo notaban, pero tal

vez la repentina re inyección de amor la distraería de esa sensación tan

inusual.

Eros se mantuvo invisible observando su éxito. Bajo circunstancias

normales, habría disfrutado observando la metamorfosis completa de la

mujer, que volvería a participar en el mundo de los vivos. Pero Psique

estaba esperando.

* * *

Apareció en el alféizar de la ventana y la habitación se quedó a oscuras al

apagarse las velas y el fuego. Aun así, sus ojos rompían la noche,

buscando a su preciosa Psique. Ella no se arrojó a sus brazos. Tampoco lo

estaba esperando en la cama. Habría sido una alternativa de bienvenida.

De hecho, no estaba en ninguna parte de la habitación. ¿Pero qué…?

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Él la había visto en el palacio cuando se bañaba. Eso significaba que la

habrían llevado a cenar y después regresaría a su cuarto. Ella nunca

estaba allí cuando él llegaba. Por supuesto, solo había estado un par de

veces, pero su ausencia aquella noche hizo que a Eros se le helara la

sangre. ¿Y si tenía la intención de castigarlo por haberla dejado la noche

anterior? O peor… ¿Y si Hermes estaba en lo cierto? ¿Y si Psique se había

pensado mejor eso de besar a una forma oscura y se había asustado?

Rápidamente revisó el comedor y la cocina, pero Psique no estaba. No

estaba en la biblioteca, ni en el baño, ni en ninguno de los numerosos

cuartos del palacio. La sensación de alarma que le corría por las venas

aumentó, ¡no estaba en el palacio!

Y entonces, un pensamiento incluso peor atacó a Eros: ¿Y si Psique no se

había ido sola? ¿Su madre se había dado cuenta de dónde había estado él

estas últimas noches? ¿Lo había estado buscando mientras él volaba

asustado y la había llevado directamente a su nuevo palacio? Si era eso,

Psique se habría ido y él no tenía manera de recuperarla.

Eros se hundió en el borde de la cama y dejó caer su cabeza entre sus

manos. Tanto si se había ido sola como si no, Psique no estaba. Minutos

antes él se había estado preguntando qué tipo de cáscara vacía quedaría

de él sin ella, pero no esperaba averiguarlo tan pronto.

Su rostro se arrugó y se esforzó para seguir aspirando aire, en forma de

pequeños jadeos, mientras el dolor lo atravesaba. Él quería volar en busca

de ella, para salvarla de sí misma o de su madre. Pero si ella se había

marchado por su cuenta, se sentía obligado a respetar su decisión. Y si

Afrodita le había... bueno, Eros esperaba que ella lo hubiera dejado por su

cuenta. Un gemido, más angustioso que el de la viuda, brotó de su

garganta.

—¿Estás bien?

Eros levantó la cabeza y al darse la vuelta se encontró con Psique de pie en

la puerta. Antes de responder, se apresuró hacia ella, la levantó y se

consumieron en un fuerte abrazo.

—Estas arruinando las flores —se quejó Psique.

—¿Eh? —dijo Eros soltándola y dando un paso atrás.

—Las flores —explicó Psique, recogiendo un ramo de flores aplastado e

intentando revivirlas—. Como no puedes estar aquí durante el día para

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verlas, pensé en traerte algunas orquídeas, —Le ofreció unas pequeñas

flores blancas y púrpuras—. Pero creo que ahora se han arruinado.

Eros tomó los delicados tallos y los arrojó por encima de su hombro.

—Eh —empezó a protestar Psique, pero Eros la atrajo de nuevo a sus

brazos, silenciándola con un beso.

—Gracias —susurró, apoyando su frente contra la de ella.

—No es nada.

—No por las orquídeas. Por estar aquí. —Le besó la nariz y los párpados—.

Por ser tú.

Psique puso los ojos en blanco y sonrió:

—No es que tenga otra opción.

Envolvió sus hombros con su brazo para acercarla y la acunó haciéndole

inclinar la cabeza con su otra palma:

—No me dejes nunca, por favor.

Psique extendió sus brazos alrededor del cuello de Eros y rió.

—¿De eso se trata todo esto? ¿Cómo no estaba aquí sentada esperando

que vinieras pensaste que me había ido?

—No lo sé. Después de salir corriendo la otra noche… —Su voz se apagó—.

Podrías haber reaccionado de muchas maneras, la mayoría malas.

—Sí, bueno, tienes un jefe exigente, ¿no? —dijo guiñándole un ojo—.

Además, puede que esté empezando a gustarme estar aquí.

—¿Sabes lo mucho que te quiero? —Eros frotó la punta de su nariz contra

Psique y volvió a besarla.

—Me hago una idea —respondió, mirando cómo bailaban sus ojos azules.

Alzó una mano hacia su cara y dejó que sus dedos recorrieran la masa de

rizos que ahora conocía bien por haberla tocado—. Cuéntame algo.

Eros aflojó su abrazo para prepararse para otra ronda de preguntas de

“quién eres tú”. Las únicas que podía responder. Las únicas que quedaban

que los mantenían unidos.

—¿Por qué todo el mundo es invisible pero tú no?

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Una señal de alivio casi imperceptible escapó de los labios de Eros, al

darse cuenta de que Psique no estaba intentando volver a entrar en un

camino sin salida.

—Quiero decir —continuó—, que tú obviamente no quieres que te vea, así

que por qué no ser invisible como todos los demás. ¿Por qué solo me

visitas por la noche y en la oscuridad?

—¿Por qué crees que podría ser invisible? —preguntó.

Psique alzó las cejas y miró alrededor de la habitación:

—Umm… porque puedes hacerlo todo. Supongo que la invisibilidad no es

gran cosa para ti.

Eros le sonrió:

—Tienes razón. Podría ser invisible. Pero quiero que me veas. Quiero más

que nada poder estar contigo en un lugar iluminado.

—Entonces por qué…

Apoyó los dedos en sus labios:

—Y como no puedo hacer eso, esto es la segunda mejor opción. Puedes

verme los ojos, Psique. Todo lo que necesitas saber sobre mí puedes verlo

en mis ojos.

Ella lo miró con atención:

—Puedo vivir con eso.

Eros la levantó y giró con ella en brazos.

—Sabía que había una razón para que te quisiera tanto.

—Oh espera —dijo Psique, haciendo que Eros se detuviera—. Eso me

recuerda que quería contarte algo.

El corazón de Eros rugió en su pecho. ¿Iba a decirle la única cosa que

podría hacerlo feliz para siempre?

—¿Sí? —preguntó, la palabra se le había escapado de sus labios.

—Gracias.

El corazón de Eros se hundió, pero intentó sonreír. Su amor ya llegaría, se

aseguró a sí mismo.

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—¿Por qué?

—Por amarme lo suficiente como para salvarme —susurró.

—Ha sido realmente un placer.

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Capítulo 29

Traducido por Onnanohino Gin

Corregido por Jut

ara el momento en que salí de la cama a la “mañana” siguiente, los

empleados ya estaban sirviendo el almuerzo. Después de tomar un

pan de pita con atún, me encontré con Alexa en los jardines.

Estábamos tendidas sobre el césped y ella me hablaba sobre la vez en que

su hermano número diecisiete escondió un pez muerto en el vestidor de la

hermana número doce, cuando oí gemidos en la distancia.

—Sabes, ese pan de pita tiene muy buena pinta. ¿Entramos para que

pueda ir a agarrar uno? —preguntó Alexa apresuradamente y me tomó de

la mano.

No me moví.

—¿Qué es ese ruido?

—Probablemente un animal herido. Deberíamos entrar por si es

peligroso.

La ignoré y me acerqué al sonido. Y entonces oí los gemidos con más

claridad.

—¡Mi hermana! Pobre Psique. ¡Pobre, pobre Psique!

Chara. Ella debía de haber regresado de Mecenas para ir a llorarme al

acantilado. El alivio de saber que no me odiaba después de todo lo que

había hecho ayudó un poco a disminuir el dolor de cabeza y la culpa que

trituraban mi estómago. Aquí estaba, feliz e inconsciente en mi pequeño

nuevo mundo, y mi familia pensaba que estaba muerta. Era la peor de

todas las hermanas.

Alexa tiró de mi brazo con más fuerza:

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—Date prisa, Psique. Entra en el palacio. Antes de que sea demasiado

tarde.

Su voz sonaba urgente, suplicante y asustada. Aun así me las arreglé para

retorcerme y liberarme de su agarre.

—¿De qué estás hablando? Esa es mi hermana llamándome. No hay

peligro.

Salí a la carrera hacia los lamentos de mi hermana, seguí su voz de regreso

al acantilado donde mis padres se habían visto obligados a dejarme. Alexa

siguió mi estela, suplicándome desesperadamente que regresara. Pero no

podía detenerme. Chara estaba allí, de pie. Estaba muy lejos por encima

de mí, y yo aquí abajo, donde el Viento del Oeste me había depositado,

escondida por un bosque fresco hojas y ramas.

—¡Chara! —grité a todo pulmón.

Una brisa pesada me removió el vestido y devolvió el grito a mis propios

oídos, como si hiciera eco. La llamé una y otra vez, pero todas las veces el

viento acallaba mi voz y evitaba que elevara el tono.

—¡Favonio, detén esto! —le grité—. Necesito que mi hermana me

escuche. ¡Deja que me escuche!

Las lágrimas y el pánico se apoderaron de mí. Tenía que hacerle saber que

Aris no me había hecho daño.

Y entonces el viento se detuvo y fue como si nunca hubiese estado

acariciando mis tobillos en primer lugar. Llamé a mi hermana otra vez y

en ese momento ella dejó de lamentarse.

—¡Chara! Soy Psique.

—¡Psique! ¿Eres tú? —La voz de Chara me llamaba.

Alexa colocó su mano sobre mi brazo otra vez.

—Psique, tenemos que volver. No sabes lo que haces. Esto es un error.

La ignoré.

—¡Sí! —le respondí a Chara—. Estoy bien. No te preocupes más, ¿de

acuerdo?

—¿Cómo puedo bajar hasta ahí? —gritó.

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—Favonio, por favor trae a mi hermana hasta aquí abajo.

Todo se quedó inmóvil.

Esperé a que Chara apareciera en el claro, pero no llegó. El viento no dio

señales de haberme escuchado.

—¿Psique? ¿Aún estás ahí? —me llamó Chara otra vez.

—¡Sí! Estoy intentando hacer que bajes aquí.

—Solo dime qué tengo que hacer. Dónde está el camino.

—No hay camino —respondí gritando—. Necesitas la ayuda del Viento

del Oeste. ¡Favonio! —Volví a convocarle, buscando en el cielo algún

rastro de la brisa—, ¡tráeme a mi hermana!

Todo siguió inmóvil, pero la voz atronadora del Viento me sacudió desde

el interior como respuesta:

—Aris lo prohíbe.

—¡No puede! —sollocé—. Tiene que permitirle venir a verme. Para que al

menos pueda ver por sí misma que sigo viva.

El Viento no respondió. Ya me había dado su respuesta y ahora se había

ido. Me estrujé el cerebro para saber qué hacer con mi hermana, que

seguía llamándome:

—No te he entendido. ¿Me has dicho que el camino está hacia el oeste?

—¿Podrías volver mañana? —le grité.

—No quiero dejarte —me contestó Chara.

—Estoy bien. Lo prometo. Diles a Madre y Padre que estoy bien.

—Padre está enfermo —gritó—. ¿Puedes venir a casa?

—No lo creo, no lo sé. —Apenas podía seguir gritando a través de las

lágrimas. Padre estaba bien cuando me fui, hacía cinco días. ¿Qué podía

haber salido mal?—. Regresa mañana. Podrás visitarme. Por favor.

—De acuerdo —respondió—. Regresaré mañana.

Me tomé mi tiempo para volver al palacio, apenas escuchando a Alexa

arrastrando sus pies detrás de mí por encima de mis propios sollozos.

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Tenía un problema. Le había prometido a mi hermana una visita aunque

sabía que Aris ya me lo había prohibido.

¿Pero por qué se había negado antes de que yo llegara a preguntarlo?

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Capítulo 30

Traducido por OrMel

Corregido por JenB

aseó por el bosque, apenas oculto de la vista, esperando que cayera

la noche para poder regresar a Psique.

Sabría si Chara vendría. Ella le había rezado a Hermes por un viaje

seguro a Sikyon.

Y Hermes le había advertido a Eros. Sabía que si Chara estaba regresando

a casa tan pronto después de su matrimonio, solo podía ser para

acongojar a Psique. Lo que significaba que ella se dirigiría a los

acantilados.

Eros hizo todo lo que pudo para tratar de evitar que Psique y su hermana

se reunieran. Él le advirtió a Alexa, le hizo prometer que no dejaría a

Psique cerca de la cima de la colina. Alexa le había asegurado que no sería

un problema; Psique solo se quedaba en los jardines.

Nadie había imaginado que Chara podía lamentarse tan fuerte.

Eros había mantenido la vigilancia sobre Psique todo el día. Vio la

atención de Psique rompiendo de repente hacia la colina. Vio a Alexa

tirando de la muñeca de Psique, suplicándole que volviera a entrar. Y vio

que la terquedad de Psique se impondría mientras se encogía de hombros

librándose de Alexa y se apresuraba a la base de la colina.

Mirar la escena que se desarrollaba había sido tortuoso. Eros quería

intervenir. Para salvar a Psique de ella misma. En su corazón sabía que

Psique exigiría una visita con Chara. ¿Qué hermana no lo haría bajo

circunstancias normales?

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Pero las cosas entre Psique y Chara no serían normales nunca más. El

odio de Chara por Psique aumentó en los días siguientes a su matrimonio

arreglado. Chara era miserable y culpaba a Psique. Su dolor en los

acantilados era bastante real. Eros podía sentir eso. Pero ella estaba más

de luto por toda la relación que tenían. Y sollozando por la miseria en que

se había convertido la vida de ambas en tan poco tiempo.

Cuando Chara y Psique finalmente se alejaron una de la otra, Eros colapsó

contra el estuco fresco en su muro del patio. Chara se dirigía a casa; no iba

a intentar encontrar un camino dentro de su valle. Él se limpió el sudor de

la frente con el dorso de la mano y resopló. ¿Qué bien tenía ser un Dios si

todo lo que podías hacer era sentarte de brazos cruzados y observar? No

quería volver a vivir nunca un momento como ese.

Pero también sabía que todavía no estaba del todo fuera de peligro. Céfiro

había respondido con la verdad cuando Psique preguntó por qué él no

llevaría a Chara abajo, Eros, o Aris mejor dicho, lo había prohibido. Y por

esa decisión, Eros supuso que probablemente sufriría un rato bajo la ira,

decepción o dolor de Psique. Al menos esperaba que fuera una de esas

emociones más benignas. Porque enfrentar su odio era algo para lo que

nunca estaría preparado.

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Capítulo 31

Traducido por OrMel

Corregido por bibliotecaria70

orrí durante la cena y me apresuré a regresar a mi habitación antes

de que el sol se hubiera ocultado por completo. Cuando entré en mi

habitación, me detuve en seco.

El cuarto estaba desbordante de fragancias, flores blancas. Rosas y lirios.

Orquídeas y crisantemos. Me incliné sobre un ramo de rosas e inhalé. Su

olor era tan perfectamente dulce que casi era intoxicante. Saqué una de

las bellezas de largo tallo de entre las demás y la tracé por debajo de mi

nariz. Se sentía como suave terciopelo.

Mientras me apartaba para admirar las flores más plenamente, me di

cuenta de cómo los blancos pétalos brillaban misteriosamente en la luz de

las velas. Cómo el embriagador aroma de las flores frescas se envolvía

alrededor del cuarto como un acogedor edredón. De algún modo era

gracioso el hecho de cómo había lanzado lejos las orquídeas que yo le traje

la noche anterior solo para reconciliarse conmigo con esto. Sin duda,

ganaba puntos por estilo.

Pero luego recordé que había prohibido que mi hermana me visitara. No

importaba lo mucho que apreciaba todo lo que me había dado, no podía

permitirle alejarme de mi familia.

Especialmente ahora.

La oscuridad apenas comenzaba a envolver el palacio cuando Aris voló a

través de la ventana y me atrajo a sus brazos. Me besó profundamente. No

apasionadamente, pero como si tuviera miedo de poder perderme si me

dejaba ir.

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Alcé la mirada a su rostro, deseando por una millonésima vez poder ver

las perfectas características que sabía que estaban escondidas allí. Todo lo

que había de él para mirar eran sus deslumbrantes ojos. Decía que todo lo

que necesitaba saber de él estaba en sus ojos, pero esa noche eso no

parecía del todo cierto. Algo estaba apagado y ya fuera yo, él o ambos, no

lo sabía.

Finalmente, rompió el pesado silencio.

—Necesito que me prometas algo, Psique. —Sus manos sacudieron

suavemente mis hombros, como si las palabras fueran como harina

necesitando ser tamizada dentro de mi cerebro—. Prométeme que nunca

volverás a intentar hablar con tu familia.

—¿Qué? —No estaba segura de qué era peor, el hecho de que me hubiera

estado espiando o la promesa que quería que le hiciera—. ¿Estás loco? ¡Es

mi familia!

—Debiste haber dejado que pensasen que estabas muerta. Era más

seguro.

—¿Ese es el pequeño hilo del que vas a tirar para salirte con la tuya todo el

tiempo? Esto no es seguro. Aquello no es seguro. ¿Seguro de qué? ¿Qué

piensas que mi familia va a hacerme que sea tan peligroso?

—Psique, déjame expli…

—No, quiero terminar —dije, tirando los pétalos de la rosa que estaba

sosteniendo—. Obviamente, tú sabías que Chara estaba viniendo, puesto

que ya le prohibiste a Favonio traerla abajo. —Cuanto más lo pensaba,

más enojada me ponía—. ¿Por qué estas intentando mantenerme lejos de

ella? —Aris dio un paso hacia atrás. Probablemente estaba sorprendido de

que hubiera alzado mi voz contra él. Tenía que admitir que eso también

me sorprendió un poco a mí.

Al final dijo:

—Lo hice por nosotros.

—¿Nosotros? Solo ha habido un nosotros —dije, indicando con mi dedo

entre nuestros pechos—, durante cuanto, ¿dos días? ¿Cómo piensas que

sacar a mi familia del cuadro nos ayudaría?

—Porque si no puedo mantenerte a salvo, no hay un nosotros.

¿Entiendes?

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—No, no lo hago. Estamos dándole demasiadas vueltas. Mi familia no es

un peligro para mí. —Sus ojos se habían vuelto metálicos y sentí que

estaba perdiendo, así que cambié de táctica.

Juntando su mano con la mía, lo tiré hacia abajo para que se sentara en la

cama junto a mí.

—Tú no sabes lo que hoy fue para mí… escucharla allá arriba, sabiendo

que mi padre está enfermo. Todo lo que quiero es que venga a visitarme

un día, incluso solo una tarde. Se merece saber que estoy a salvo. —Apreté

sus dedos—. Que estás manteniéndome muy a salvo.

—Su visita no va a hacerte feliz. —Su respuesta sonó más como un suspiro

que como palabras dichas.

—Si solo trae malas noticias, podré lidiar con eso. Demonios, podría venir

aquí abajo, decirme que me odia y sería más feliz de lo que soy justo

ahora. Mi familia necesita saber que estoy bien.

—Psique —dijo, con sus dedos entrelazándose con los míos—. No quiero

pelear contigo. —Extendió la mano y acarició un mechón de cabello fuera

de mi cara—. Si quieres ver a Chara, entonces puede venir. No voy a

detenerla.

Mis ojos se cerraron en alivio.

—Gracias.

—Pero quiero una promesa diferente de ti en su lugar. ¿De acuerdo? —

preguntó.

No pude soportar abrir los ojos y mirarlo cuando estaba atando cuerdas a

mi última visita con mi hermana.

—¿Qué es?

—Prométeme que no vas a decirle nada sobre mí. Ni escuchar nada de lo

que te diga sobre mí —añadió—. ¿Prometido?

— Prometido.

Eso debería ser bastante fácil, ya que difícilmente sé algo sobre ti por mí

misma.

Él se inclinó, como si fuera a intentar plantar uno de sus fascinantes besos

en mis labios. Pero giré mi cabeza hacia otro lado. No estaba lista para

besarnos y hacer las paces. En ningún frente.

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Sin besos.

Sin reconciliaciones.

Hasta que al día siguiente no viera a mi hermana y supiera que estaba

cumpliendo con su parte del trato, no estaría lista para dejar de estar

furiosa.

—Todo este polen me está dando dolor de cabeza —le dije—. Creo que será

mejor que solo lo consideremos una noche.

Sus ojos se vieron brumosos.

—Entiendo.

Después de plantar un beso en mi frente, desplegó sus alas y voló fuera

del palacio. Cuando parpadeé, las flores también habían desaparecido.

Todas excepto la deshojada rosa que todavía sostenía. Cayendo de nuevo

contra las almohadas, me di cuenta de que no había pronunciado su

invocación al sueño cuando me dio un beso de despedida. De todas las

noches. Entre estar excitada por nuestro argumento y saber que mañana

vería a mi hermana, parecía que no iba a ser fácil que llegara el sueño.

Algunas veces odiaba tener razón.

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Capítulo 32

Traducido por Susanauribe

Corregido por LilikaBaez

uando Eros se fue, le dirigió una última mirada a Psique. ¿Ella

podría mantener su promesa? Sólo era humana después de todo.

Se veía tan pequeña y frágil contra su enorme cama. Él quería

ignorar su sugerencia de que se fuera. Aún más, quiso romper sus propias

reglas y quedarse junto a ella todo el día. Pero sólo era un día. Podría ser

uno difícil, pero uno que superarían. Y las cosas regresarían a la

normalidad.

Sus poderosas alas lo llevaron de vuelta a su palacio en el Olimpo. Eros se

empujó por la puerta de oro sólido y se dejó caer en un sofá cubierto por

almohadas. Había planeado pasar la noche y el día siguiente en ese sillón,

haciendo una vigilancia silenciosa a la hermana pequeña de Psique para

asegurarse de que no interfiriera mucho. Pero no mucho después de

haberse reclinado, escuchó la voz de su madre detrás de él.

—¿De nuevo afuera hasta tarde? —preguntó Afrodita con una ceja alzada y

un brillo de conocimiento en sus ojos.

—¡Madre!

Él saltó tan rápidamente que casi perdió el equilibrio. Sólo posando una

mano en el sillón fue capaz de sostenerse, pero eso causó que un montón

de almohadas cayeran al suelo. Afrodita se rió, gutural y seductoramente.

Su risa característica.

—¿Qué? —le espetó Eros, agarrando los cojines esparcidos.

—¿Ahora esa es la forma de saludar a tu madre? —ronroneó—. Me has

tenido esperando media noche.

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Eros sintió ríos de sudor brotar en su frente. ¿Lo sabía? No podría haberlo

visto, pero, ¿lo había escuchado?

—Sabes, te has estado quedando fuera hasta tarde —dijo ella mientras

caminaba hacia su hijo—. Me asusta que estés ocultándome algo. —

Afrodita pasó sus largos y delicados dedos por el antebrazo de su hijo. Él

no pudo evitar estremecerse un poco.

—¿Y hay algún problema? Tengo una vida, lo sabes.

—No estés tan a la defensiva, querido —dijo, alzando su mano de manera

inocente hacia su pecho—. Se te olvida que estás hablando con la diosa del

amor. Sé de necesidades.

—No voy a tener esta conversación contigo —dijo Eros mientras se dejaba

caer de nuevo en su sillón. Cruzó sus brazos por encima de su pecho y

cerró los ojos, como si pudiera ignorar a su madre.

Ella se sentó junto a su hijo.

—No te estoy juzgando, hijo. Simplemente no quiero que seas herido de

nuevo.

Eros dirigió su mirada hacia su madre, sin saber a dónde iba con esto.

—Simplemente no quiero que pases mucho tiempo con la misma chica.

Como pensé que habías aprendido, no es… sensato que nos encariñemos

mucho con los mortales. —Se inclinó más cerca—. No serás capaz de

mantenerla.

Los ojos de Eros se ampliaron sólo un poco cuando se dio cuenta de que

su madre no tenía ninguna idea de Psique. Simplemente pensaba que

estaba teniendo un romance muy extenso con alguna mortal anónima.

Podía funcionar con eso.

Eros curvó la esquina de su boca en una sonrisa diabólica.

—Está bien. La dejaré. Pero no sigas esperándome en casa. Hay muchas

más de donde vino.

—Lo mismo pienso —dijo Afrodita—, por lo cual quiero que conozcas a

alguien.

No, no, no. No está tratando de emparejarme de nuevo. Por favor,

díganme que no es así.

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—Simplemente adorarás a Iris —continuó ella—. Es brillante, creativa y

aparece en los lugares más hermosos.

—Es un jodido arcoíris. Por última vez, no voy a salir con ella,

¿entendido?

Afrodita dejó caer la agradable fachada.

—Mira alrededor. No es como si hubiera muchas diosas disponibles ahí

afuera. Ya rechazaste la única mortal que te ofrecí. Pero te estás haciendo

muy viejo para mantener esto. Si no te estabilizas pronto y dejas de ser

una peste, Zeus te quitará tus lanzas.

—No le he disparado en meses. ¿Qué lo tiene así?

Afrodita puso sus brazos en su pecho. Miró por una ventana, decidiendo

no responder su pregunta.

—No es él —finalmente gruñó—. Es Hera.

—¿Por qué tiene prisa?

La mandíbula de Afrodita se tensó, con las pequeñas venas cerca de sus

orejas saltando.

—¿Por qué, Madre? —presionó Eros.

—Se dio cuenta de que, cuando escogí a Psique como mi hija mortal, había

más sobre ella.

Eros se sentó, de repente mucho más interesado.

—¿Y qué se supone que eso significa?

Afrodita puso sus ojos en blanco.

—Tal vez Leda no fue la única que hizo un bebé cuando un dios vino de

visita.

—¿Qué estás…? —Frustrado, Eros saltó del sillón—. Sólo dime lo que estás

tratando de decir y deja que hacerme adivinar.

—Poseidón es el padre de Psique. Cuando Hera adivinó eso, reabrió viejas

heridas sobre Zeus engendrando con Helena. Tanto como odia que tú

envíes a Zeus a tener aventuras, la idea de tenerlo teniendo más hijos

medio humanos la vuelve loca. Y Psique le recordó lo posible que es eso.

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La mandíbula de Eros se desencajó. El amor de su existencia no era una

completa mortal después de todo. ¿Eso cambiaba algo? Y más importante,

¿cómo hacía eso que Hera se enojara con él?

—Guau. Ni siquiera había nacido para Helena y probablemente seguía

siendo un infante cuando Psique nació. No. Es. Mi. Culpa.

Afrodita se puso de pie y suavizó su largo y blanco vestido.

—Sí, bueno, ya sea tú culpa o no, el asunto proverbial reside en ti en el

momento. Te sugeriría que hicieras algo para calmar los ánimos.

Eros se recostó contra la pared, sus brazos cruzados por encima de su

hombro.

—Puedo ver que ya tienes algo en mente, así que dímelo.

—Tienes que llevar a Iris a la reunión del consejo del Olimpo de esta

tarde.

Oh, oh. De ninguna manera iba a dejar hoy el palacio.

—Hoy no. Tal vez en otro momento.

—No estoy pidiéndotelo. Llevarás a Iris.

Eros apretó los dientes.

—No puedes venir aquí simplemente y ordenármelo. No soy tú pequeña

marioneta.

Con una dulzura asombrosa, Afrodita puso sus manos en la pared a cada

lado de su cabeza, acorralándolo.

—No eres nada excepto lo que diga que eres. —Un borde de desprecio se

infiltró en su voz—. Tienes poderes del dios del amor sólo porque te di un

poco de mi provincia. Te la quitaré tan fácilmente como te la di.

Eros la miró. Afrodita palmeó la mejilla de su hijo dos veces y se retiró.

—Hasta el Consejo entonces, por la tarde. Esperaré verte a ti y a Iris allí.

Afrodita se dio la vuelta y desapareció en una nube de arena y bruma

marina. Eros odiaba que se fuera de esa forma. Se limpió el sabor salado

de brisa marina de sus labios y se quitó la arena de su túnica. Encorvado

en el sillón, trató de pensar en una manera de salir de esto. Se había

olvidado por completo de la reunión del Consejo. Y por supuesto, tenía

que ir. Incluso si no llevaba a Iris, una orden que ignoraría, no se atrevía a

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faltar a una de las reuniones mensuales de Iris. Especialmente dado que

acababa de ser advertido de que Zeus y Hera ya estaban molestos con

él. Pero el tiempo no podría haber sido peor. Si estaba en el Consejo, no

podría vigilar a Psique y a su hermana. Exhaló una bocanada de aire

cuando se dio cuenta de que sus planes del día tendrían que cambiar. En

realidad no tenía otra opción, lo cual era una realidad que le molestaba

más que cuando tuvo que dejar a Psique sola, esperando a su hermana.

Este día iba en picado.

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Capítulo 33

Traducido por Maia8 (911) y Milyepes

Corregido por amy_andrea

ncapaz de estar más en la cama, abrí las persianas y miré a los

jardines, aspirando el aire de la mañana aún fresco. Era espeso con los

olores de la primavera: pétalos de rosa y rocío, la hierba y la pureza.

Hoy sería un buen día. Podía sentirlo.

—Alexa —grité—. Ven a disfrutar de esta hermosa mañana conmigo.

Alexa vino a mi lado, pero no con la rapidez habitual.

—¿Tú llamaste? —Su tono era sombrío.

—¿Qué te pasa? ¿Cómo no puedes ser feliz en una mañana perfecta de

esta manera?

—Has dormido durante todas las mañanas durante los últimos cinco días.

Todas han estado igual de bien en realidad.

Lancé una mirada crítica en su dirección.

—En serio, ¿qué te pasa hoy? ¿Te he despertado o algo así?

Alexa resopló.

—Ese será el día. Cuando me despiertes.

—¿Te hice algo?

—Podría ser —espetó Alexa.

—Honestamente, no tengo ni idea de qué estás hablando. Dime qué te

tiene tan molesta o descarga tu propio mal humor en algún otro lugar.

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—¿No sabes de lo que estoy hablando? —Alexa estaba casi gritando, pero

su voz tembló de una manera que decía que estaba al borde de las

lágrimas—. Estás apartándonos solo para poder tener una visita más con

tu hermana. ¿Tienes alguna idea de cuánto daño le has hecho? ¿Cuánto ha

sacrificado tratando de hacerte feliz?

Mi corazón estaba dividido en dos direcciones diferentes. Odiaba

escuchar a Alexa tan molesta. Odiaba escuchar que estaba molesta. Pero

también estaba enojada porque daba sus opiniones acerca de mis asuntos

personales. Yo ya había tenido esta discusión anoche y prometido a Aris

que le mantendría al margen en la conversación con mi hermana. Eso fue

entre nosotros dos y se terminó, en lo que a mí respecta.

—No te atrevas a tratar de juzgarme en esto. Mi hermana está de visita

ahora y no será la catástrofe que todo el mundo parece pensar.

Oí a Alexa pisotear hacia la puerta.

—Antes de que te vayas —le dije a sus espaldas—, te recuerdo que tratarás

a Chara con el respeto que se merece.

—Sí, señora. —Alexa cerró la puerta detrás de ella.

¿Qué estaba pasando aquí? Había pasado casi una semana junto con

Alexa y Aris, ciertamente sin pelear con ninguno de ellos y ahora ambos

estaban enojados conmigo. ¿Porque quería ver a mi hermana? ¿Saber de

mi padre enfermo?

Bien, en ese caso podían quedarse enojados.

Me salté el desayuno, así que fui de nuevo a la montaña y saludé a Chara.

Vestirse llevó más tiempo de lo normal porque no me atreví a pedirle

ayuda a Alexa, así que terminé medio corriendo hacia la parte delantera

del palacio.

—Es el momento —le grité a los criados—. Chara estará aquí pronto.

Necesito que se comporten lo menor posible. Alexa, ¿quieres venir

conmigo a buscarla?

No hubo respuesta.

—¿Alexa? ¿Estás aquí?

—Los planes para la llegada de tu hermana no están lo bastante

preparados. No esperábamos visitantes, ya lo sabes. Debería estar aquí

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para asegurarme de que todo es perfecto. —El sarcasmo y el resentimiento

derramaban de Alexa más rápido que arrojar vino de una urna rota.

—Oh, está bien. Entonces volveremos pronto —canté yo, esperando que

mi felicidad fuera tan molesta para Alexa como su amargura lo era para

mí. ¿No entiende que yo necesitaba saber sobre la salud de mi padre? No

es que hubiera rogado a ver a mi hermana simplemente para sentarnos y

beber vino toda la tarde.

Las masivas puertas delanteras se cerraron detrás de mí, mientras me

lanzaba por la montaña.

—¡Favonio! ¿Está aquí ya? ¿Mi hermana volvió?

Con una repentina ráfaga, mi vestido crujió alrededor de mis tobillos y el

viento casi me levantó de mis pies

—Sí —tronó—, pero voy a estar feliz de llevarla de regreso de nuevo si lo

desea.

—Tráela ante mí en este instante.

Favonio se rió. Una risa creciente e imponente que me sacudió hasta la

médula.

—Como quieras.

Tan pronto como llegué a la base del acantilado, Chara fue arrojada a mis

pies. Al parecer, Favonio había tomado de la colina y zambullido con poco

cuidado por su seguridad. Mientras mi hermana se sentaba aturdida,

tratando de orientarse y arreglar su vestido desaliñado, corrí a su lado y

coloqué mis brazos alrededor de su cuello.

―Chara —dije, besando sus mejillas—. Estoy tan contenta de que estés

aquí. No sabes cuánto te he echado de menos.

Agarrándole de las manos, la ayudé a levantarse. Chara se agachó para

recoger un pequeño cofre de madera que había estado llevando antes de

levantarse.

―Déjame que te lo lleve —le ofrecí.

Chara pareció aliviada de no tener que llevar dicha carga, a pesar de que

no era más grande que mi mano.

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—Es para ti, de todos modos —dijo—. Madre envió uno de sus pasteles de

miel, pero me comí la mitad mientras estaba esperando a llegar hasta

aquí.

Hmm... No era exactamente el tipo de saludo que me esperaba. Tal vez

todavía estaba aturdida por su vuelo en una nube.

—Oh, bueno, si tienes hambre, podemos ir al interior —dije—. Podemos

tener todo lo que quieras para comer: ostras, codorniz, carne de cerdo...

Mientras enumeraba algunos de los mejores alimentos que se me ocurría

ofrecer, de repente, Chara se detuvo en seco. Habíamos llegado en torno a

la base del árbol y mi palacio estaba a la vista. Todavía era tan prístino

como el día en que había llegado, con el sol brillando cegadoramente del

techo de oro y paredes de mármol.

—¿Esa es tu casa? —preguntó Chara. Sus cejas se arquearon hacia su

frente.

—Es algo, ¿no?

Mientras nos acercábamos la puerta se abría en invitación. Mi portero,

Mathias, nos dio la bienvenida.

—Mis señoras, bienvenidas —dijo.

Los ojos de Chara se posaron de un lado a otro tratando de encontrar el

origen del saludo.

—Lo siento. Debería haberte advertido que los criados aquí son invisibles.

—Me incliné para susurrarle—. Son ninfas, así que ni siquiera pienses en

pedir verlos.

La puerta se cerró detrás de nosotras y nos detuvimos en el enorme

vestíbulo de la entrada.

—¿Hay algo que pueda hacer por ustedes? ¿Tal vez un vaso de agua o vino

hasta que se sirva el almuerzo? —ofreció Mathias.

Mi hermana parecía demasiado asustada para contestar y se quedó

mirando estúpidamente en la dirección de la voz de Mathias.

—Gracias, Mathias —respondí por ella—. Las dos querremos un poco de

vino.

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—Por supuesto —respondió cortésmente. Al menos podía contar con él y

sus modales. El sonido silbante de su luminosa túnica se alejó para ir a

buscar las bebidas.

—Vamos a los jardines —invité—. Es una hermosa mañana y las rosas

están floreciendo. Es mi lugar favorito hasta ahora.

Me dirigí allí mientras Chara me seguía. Cuando nos acercábamos a la

puerta, se abrió delante de nosotras. Chara dio un chillido asustada.

—Después de ustedes —dijo Alexa. Le lancé una mirada severa en su

dirección, advirtiéndole de no asustar deliberadamente a mi hermana.

—Chara, te presento a Alexa. Ha sido como una hermana para mí

mientras he estado aquí.

Chara arrugó los labios, incómoda.

—No es que pudiera reemplazarte —añadí apresuradamente—. Es que...

bueno, ya sabes lo que quiero decir. Ha sido realmente genial.

Chara asintió con una sonrisa torcida.

—Por supuesto. Las hermanas son siempre geniales la una con la otra,

¿no?

Oh, dioses. Me odia. Sabe que yo sabía lo de Rasmus y ahora me odia. La

noche anterior había dicho que podía hacerlo, pero la realidad me golpeó

más fuerte de lo que esperaba.

—Tienes que entenderlo, Chara, no lo hice...

—¿Qué es este lugar? —Interrumpió Chara.

Me reí nerviosamente, encogiéndome de hombros.

—Nada. O sea, solo es un palacio. ¿Qué quiere decir con qué es? —En

silencio me dije que tenía que dejar de tartamudear. Alexa le dio a mi

mano un apretón tranquilizador.

Chara salió al patio y entró en los jardines. Después caminó de nuevo a

mí, agarrando mis hombros un poco demasiado fuerte.

—Dime lo que está pasando aquí —ordenó. Sus ojos encontraron los míos

y lo único que quise era apartar la mirada.

Justo en ese momento, Mathias entró en el patio. Nuestras bebidas se

cernían sobre una bandeja de plata, flotando en sus manos invisibles. Nos

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entregó a cada una copas con incrustaciones de rubíes y llenas hasta el

borde con el vino tinto.

—Vamos a sentarnos. —Hice un gesto a algunos taburetes acolchados que

habían sido colocados en el patio para nosotras. Nos sentamos

incómodamente en el borde de nuestros trípodes y tomamos un sorbo de

nuestras bebidas.

Tragué saliva.

—¿Qué quieres saber?

—¿Dónde está el monstruo que te llevó? —preguntó Chara mientras

miraba por encima del hombro.

Me eché a reír nerviosamente. ¿No había prometido a Aris que no

hablaríamos de él? Mierda. Esto no iba bien.

—No es realmente un monstruo. La profecía era un poco errónea en eso.

Pero él está cazando en estos momentos. —Lo que parecía una explicación

probable. Padre solía ir de caza durante días cuando era más joven—. Por

desgracia, no va a estar de vuelta a tiempo para conocerte.

Los ojos de Chara se estrecharon en mí.

—Si no es un monstruo, ¿qué es entonces?

Mis ojos se abrieron mientras mi corazón retumbaba en mi pecho. Yo

sabía que tenía que dirigir esta conversación en una nueva dirección. Y

rápidamente. La mano de Alexa apretó mi hombro. ¿Qué estaba tratando

de decirme?

Antes de poder contestar, Chara hizo sus propias suposiciones.

—No sabes lo que es, ¿verdad?

—Yo, ah... bueno...

—Cállate —susurró Alexa en mi oído, tan bajo que solo yo pude oírla.

—Sé que a veces puedes ser un poco estúpida, pero esto desafía toda

lógica. —Chara me miró—. Sabes lo que el oráculo predijo.

—Sí, bueno, tal vez no es tan malo como pensábamos —escupí.

Chara negó con la cabeza.

—Increíble. Es como si ahora solo vieras el mundo en tonos de oro.

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La ira hirviendo en mis venas comenzó a marearme. ¿Dónde estaba

Mathias con la comida? Necesitaba comer algo antes de que tuviera un

ataque de pánico o algo así.

Pero Chara, obviamente, no detuvo su conferencia.

—Has sido tan engañada por todas estas riquezas, no puedes ver que estás

viviendo en una tumba. Vamos, vamos a salir de aquí ahora. —Ella agarró

mi mano y trató de ir en línea recta hacia la puerta trasera.

―¡Ya basta! —gritó Alexa detrás de mí—. No sé de qué estás hablando.

—El Oráculo nunca se equivoca —escupió Chara devolviéndole la sonrisa.

Alexa deslizó su brazo alrededor de mi hombro protectoramente.

—Psique, por favor, no la escuches. Has vivido aquí. Sabes que es verdad.

Que es real. Ella no.

¿Lo sabía yo? Sabía lo que me habían dicho, pero realmente, ¿qué sabía

yo? Sabía que el Oráculo había profetizado que me enamoraría de un

monstruo. Alguien de quien incluso los dioses temían. Pero yo tenía

pruebas de que él no era realmente así. Todas aquellas conversaciones

que nosotros habíamos compartido. Y los besos.

¿Me habían hecho olvidar la profecía?

—Te equivocas —le dije a Chara, mientras que la confusión trabajaba

quebrándome la voz—. Él no es un monstruo.

—Entérate, Psique. —Me regañó mientras dejaba caer mi mano—. Dado

que él aún no te ha matado, probablemente solo está esperando cebarte

para que seas una comida decente.

Cubrí mi cara con mis manos mientras lágrimas calientes fluían hacia mis

mejillas.

—No lo conoces —grité.

—No, ella no lo conoce. —Me aseguró Alexa. Sus suaves manos invisibles

me quitaron las lágrimas—. Y pienso que ya es hora de que se vaya. Ella

no es bienvenida si te perturba tanto.

—¿Vas a confiar en ella antes que en mí? —preguntó Chara—. ¿Alguna vez

se te ha mostrado a ti? Ella podría ser tan monstruosa como esa cosa con

la que vives.

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Mi cabeza se arremolinaba. Alexa me sostuvo fuerte, pero no sabía en

quien confiar. No quise su brazo alrededor de mí más tiempo y lo sacudí.

—Para, Psique —imploró Alexa—. ¿No lo ves ahora? Por eso él no quería

que viniera. Él sabía que te trastornaría con su ignorancia. No dejes que lo

haga, Psique. Confía en tus instintos.

—¿Sus instintos? —Chara se rió—. ¿Te refieres a aquellos que le dijeron

que debía callarse lo de ser amiga de Afrodita? ¿O aquellos que

rechazaron una propuesta de matrimonio de Eros? ¿O qué tal sobre

aquella noche en la cena? —Ella me miró con las cejas levantadas—. Los

rumores sobre su pequeño discurso esa noche volaron a mí más rápido

que si Hermes los hubiera traído.

—Por favor, deja de gritar —le rogué—. Solo déjame pensarlo por un

minuto.

La voz de Alexa era consoladora.

—No pienses en esto, Psique. La única verdad es que Aris te ama.

—Él realmente me advirtió —le confesé suavemente—. Y le prometí… le

prometí que no escucharía nada que ella dijera sobre él.

—¡Eres tan tonta! —gritó Chara—. ¿Por qué crees que te haría prometer

algo así a no ser que supiera que iba a decirte la verdad?

Podía sentir mi pulso saltando bajo mi piel. Mientras los nervios se

arrastraban sobre mí, mis piernas comenzaban a temblar. Por mi propia

salud, esta conversación tenía que terminar.

—Siento que pienses eso. —Miré rápidamente a Chara antes de apartar la

mirada—. En serio, tenemos que dejar de hablar de esto ahora, ¿de

acuerdo?

Los ojos de Chara podrían haberme atravesado como una lanza.

—Tal vez seas feliz holgazaneando mientras esperas ser almorzada, pero

yo no. Me marcho.

—Espera. —Salté frente a ella antes de que pudiera marcharse—. Todavía

no me has contado lo de Padre. Estoy mucho más preocupada por su

salud que por la mía. Por favor, ¿podríamos entrar y hablar de ello

durante el almuerzo?

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Mientras me giraba para enseñarle el camino, un dolor ciego destelló en

mi cabeza y mi visión se oscureció. Los azulejos del patio parecían

balancearse bajo mis pies mientras luchaba para mantener el equilibrio.

Con una mano me sujeté la cabeza, mientras que la otra buscaba alcanzar

algo para estabilizarme. No podía caerme. Pero con el pálpito en mi

cerebro, tampoco podía seguir de pie.

En un instante, el brazo de Alexa me envolvía y Chara corrió a mi lado,

pero ella solo se quedó mirándome.

—Mathias —gritó Alexa—. ¡Ven a ayudarme!

—Mi cabeza —gemí. Antes de que pudiera tratar de recuperar el

equilibrio, Mathias estaba en el patio y me recogía en sus brazos.

—Creo que tiene migraña —explicó Alexa—. Llévala a su habitación para

que pueda descansar.

Mientras Mathias me llevaba dentro, le pedí que esperara.

—Tengo que despedirme de mi hermana.

Me di la vuelta lo mejor que pude en los brazos de Mathias para mirarla,

pero cerré los ojos de nuevo cuando la luz del sol incrementó el dolor

punzante en mi cabeza.

—No te vayas todavía. Al menos quédate para el almuerzo. A lo mejor

desaparece.

—Increíble —murmuró Chara—. Está bien. Voy a almorzar aquí y luego

me voy. Si no estás levantada para entonces, iré a buscarte para

despedirme.

Mientras Alexa le susurraba algo a mi hermana, platos y copas flotaron al

comedor y Mathias me llevó arriba.

Me puso cuidadosamente sobre mi cama y apoyé la cabeza y los pies sobre

almohadones de seda. Luego cubrió mis ojos con una bufanda para

bloquear la luz.

—Ya está. Descanse un poco y olvídese de todas esas tonterías.

—Um Hmm —murmuré en acuerdo.

Pero cuando me quedé sola, una repentina oscuridad de pánico me

inundó. Mi pecho se comprimió mientras mi cabeza daba vueltas con un

mareo asfixiante. ¿Qué iba a hacer? ¿A quién se suponía que tenía que

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creer? Me puse al lado de Alexa en el patio, pero volví a cuestionar mi

decisión. A medida que mi mente nadaba en preguntas, el dolor en mi

cabeza se intensificó y me sumí en un sueño intranquilo.

La siguiente cosa que supe es que Chara estaba agachada al lado de mi

cama, urgiéndome con un suave susurro a que despertara.

—Psique, no tengo mucho tiempo. Alexa vendrá a buscarme pronto.

Solamente escúchame.

Levanté mis codos y parpadeé el sueño de mis ojos. La intensidad de

Chara era atemorizante.

—Si quieres salvarte, escúchame. Oculta un cuchillo y una linterna debajo

de la cama. Esta noche, después de que él se duerma, mátalo. Y sé rápida

en ello. Una bestia como él no te dará una segunda oportunidad de hacer

lo que tiene que hacerse.

— Yo no podría… te lo dije. Él no es así.

—Solamente piensa en ello. Tan preocupada como estoy por ti, no quiero

verte muerta. ¿Me entiendes?

En ese momento la puerta se abrió abruptamente y golpeó la pared de

mármol.

—¿Qué haces aquí? —demandó Alexa en un tono atronador que nunca

había escuchado antes.

Chara se elevó sobre su altura en un modo que estoy segura buscaba verse

orgullosa e intimidante.

—Yo solamente estaba despidiéndome de mi hermana. Y disculpándome

por trastornarla. ¿No es así, Psique?

Temblaba demasiado como para discrepar. Cabeceé débilmente, ya que

no quería otro choque estrellándose a mi alrededor.

—Bien, debes conseguir algo de descanso. Necesitas tu fuerza. —Los ojos

de Chara calibraron los míos mientras me miraba. Ella era demasiado

alta, demasiado imponente, mirándome así. Quise tirar las frazadas sobre

mi cabeza y esconderme.

Quería que se fuera, para que el dolor en mi cabeza también se marchara.

—Viaja seguro —dije, agitando mi mano en despedida.

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Alexa cerró mi puerta otra vez después de que Chara se marchara y

regresé a mis almohadas. Estaba tan cansada. Y confundida.

Y dolorida.

Miré al techo y me pregunté si no estaría enfermándome con gripe.

Recordé los terribles estremecimientos y las arcadas que había tenido

hace unos años y fue una situación miserable. Si Padre estaba sintiéndose

así de enfermo… ¡Padre! Seguía sin saber que le pasaba. Esa era

realmente la razón por la cual necesitaba que viniera mi hermana.

Saliendo de la cama, me apuré por el pasillo para pillar a Chara antes de

que se marchara. Estaba girando la esquina hacia el vestíbulo de la

entrada cuando me congelé en mis pisadas.

Parada frente a las puertas doradas de la entrada, despidiéndose de mi

hermana, estaba una muchacha que daba alegría mirar. Su vestido era del

color azul brillante del río cuando éste se encuentra con el mar y su pelo

ámbar fluía como ondas que se agitaban bajo su espalda. Habría

reconocido su voz en cualquier lugar. Alexa.

Me apoyé en el pasillo para esconderme y escuchar.

—Entonces ya ves —decía Alexa—, es mejor para Psique que no sea capaz

de vernos. No estamos seguros de que pueda manejarlo todo.

Mi hermana cabeceó y rió a sabiendas.

¿Qué le había dicho Alexa sobre mí? ¿Cómo podía dejar que mi hermana

la viera, pero esconderse de mí? Si Alexa me había mentido sobre la mala

suerte de ver a una ninfa, ¿sobre qué otra cosa me había mentido?

En ese mismo momento tuve un pensamiento enfermizo. ¿Qué tal si todo

lo que yo pensaba no era verdadero? La arquitectura podría ser una

astucia complicada para confundirme. Mi nuevo amigo, un espía para

engañarme. Después de todo, tal vez la única verdad era lo que mi

hermana había estado tratando de decirme.

¿Tan estúpida había sido?

El sonido metálico de la puerta de la calle al cerrarse me sobresaltó. No

podía dejar que Alexa me viera aquí. Si tenía alguna posibilidad de

sobrevivir, ella no podía saber que había oído esto por casualidad.

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Capítulo 34

Traducido por hanna

Corregido por LuciiTamy

ros no solo perdió la oportunidad de ver a Psique y a su hermana,

sino que desperdició tres horas por lo demás perfectamente buenas

de su vida escuchando la charla de Iris en un parloteo sin sentido.

Su estómago dio un vuelco cuando casi frunció los delgados labios y bateó

sus pestañas con la esperanza evidente de recibir un beso después del

Consejo. Pero Eros dejó a Iris en la puerta, dándole sólo un rápido:

—Nos vemos en la próxima reunión. —Antes de lanzarse hacia su palacio

en el Olimpo.

Eros atravesó la puerta y se lanzó a su lecho, deteniéndose en el borde.

Con los dedos juntos, empezó a escanear.

Un remolino púrpura mezclado con nubes le llamó la atención en primer

lugar. Favonio llevaba de regreso a Chara a la montaña. Eros no sabía si

sentirse aliviado de que ella se había ido o enojado porque él se había

perdido toda la visita.

Antes de que pudiera decidir, sus pensamientos volvieron a Psique.

¿Cómo la había sostenido?

Eros escaneó a través del patio del palacio y los jardines. Psique no estaba.

Hizo búsquedas en el comedor y la biblioteca sin suerte tampoco. Apretó

los dedos juntos con más fuerza. Por último, comprobó su dormitorio, y

allí estaba ella. No había pensado encontrarla allí ya que era la mitad del

día. Pero ahora, su casi pánico a no encontrarla inmediatamente parecía

tonto. Ella le había mostrado tan solo hace unos días que él no tenía por

qué preocuparse de que faltase ahí.

E

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Convencido de que Psique se había dormido, Eros ignoró la luz del sol y

voló hacia su palacio para encontrar Alexa.

—Bueno —le susurró cuando la encontró—, dime lo que pasó.

—¡Ack! —comenzó Alexa, empujándose a sí misma con su aguja de coser

lo suficiente para extraer la sangre—. ¡Mira lo que me hiciste hacer! —

Alexa atrapó el dedo herido en la boca—. Nogh soghprensas a la gente —

dijo.

Eros dejó escapar un largo suspiro.

—Lo siento. Entonces, ¿qué pasó?

Las cejas de Alexa se fruncieron.

—¿No estabas mirando?

—Tuve Consejo hoy —explicó Eros mientras se dejaba caer en una silla

cubierta de cuero en la esquina de la sala de Alexa.

—Bueno, te perdiste un show. La hermana de Psique trató de volverse en

contra tuya, como pensaste que lo haría. Chara se enojó tanto que tiene

una migraña, incluso. Pero Psique era fuerte. Ella cambió de tema y va a

estar bien.

Eros exhaló el aliento que no se había dado cuenta que había estado

conteniendo.

—¿Está bien?

—Fue el estrés. Estoy segura de que va a estar mejor ahora que Chara se

ha ido.

—Supongo que eso explica por qué está durmiendo la siesta —murmuró

Eros.

—¿Quieres oír la parte realmente buena? —Los ojos de Alexa eran

enormes de la emoción—. Psique ya estaba descansando cuando Chara se

fue, así como que no le importara que se fuera, como yo le mostré. —Sus

dientes brillaron debajo de su sonrisa traviesa.

—Aprecio el gesto, pero no estoy seguro de que ella se merece lo que viene

ahora.

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—No lo entiendo —se quejó Alexa—. Ella insistió en llamarte monstruo. Y

trató de que Psique saliera con ella. Definitivamente merece la mala

suerte que recibe.

Los dientes de Eros crujieron mientras pensaba. Chara trató de llevarse

lejos a Psique. Él prefería ser fusilado a perderla. Finalmente, asintió.

—Hiciste lo correcto.

Quizás sintiendo su tensión, Alexa se volvió solemne.

—Favonio no la dejó caer en el camino de vuelta hasta el acantilado,

¿verdad? Yo no estaba tratando de matarla ni nada.

—Lo sé —le aseguró Eros—. Y no, vi a Chara volver. Pero sabes que algo

está por venir. Ningún ser humano nunca escapa a la mala suerte de

seguir viendo una ninfa.

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Capítulo 35

Traducido por Equi

Corregido por Maia8

espués de ver a Alexa y a Chara juntas, me deslicé de nuevo a mi

habitación y me eché boca abajo en mi cama. Tuve que morder mi

almohada para ahogar los sollozos que amenazaban con salir de

mi garganta a gritos. Igual que el vidrio helado rompiéndose, mi corazón

se sentía como si se hubiera fragmentado en un millón de fragmentos

dentados.

No era ni siquiera que yo sabía ahora que Aris era un monstruo.

Eso parecía insignificante en comparación al conocimiento de que

cualquier sentimiento que estuviera empezando a tener por él, lo había

manipulado. Esos tiernos momentos que habíamos compartido, las dulces

promesas que había plantado como besos en mi alma, eran todas

mentiras. Había prometido amarme siempre y yo le había creído de buena

gana. ¿Cómo no había visto que solo estaba adormeciéndome en una falsa

sensación de seguridad?

De repente me sentí tan enojada que me hubiera gustado poder hundir

mis uñas en la suave carne de bebé, de su cara sintiéndose perfecta y

rasgar. Separar puñados de rizos de su cuero cabelludo. Cavar por debajo

de la negra máscara de perfección que llevaba y descubrir al monstruo

interior.

Me sentí como si hubiera estado viviendo en el mejor sueño del mundo

por los últimos días, sólo para despertar justo donde caí dormida:

temblando en esta cama, esperando a que un grotesco monstruo viniera a

reclamarme.

Sólo que esta vez, yo estaría lista.

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Sentándome para limpiar mis lágrimas, decidí que había tenido suficiente

de simplemente sentarme y aceptar la vida que el destino me entregó. No

me ofrecería como un sacrificio, no importa lo que alguna profecía

estúpida dijera.

De todas las cosas, ¿por qué mi hermana tenía que estar en lo cierto

acerca de esto? Cerré los ojos, preparándome para la prueba que

esperaba.

Chara me había dicho qué hacer. Una linterna y un cuchillo era todo lo

que necesitaba. Yo podría conseguir un cuchillo de la cocina y estaba

bastante segura de que había visto una linterna en la biblioteca cuando

Alexa me dio mi gira oficial.

Localizarlas sería la parte fácil. Recuperarlas de forma desapercibida en

una casa llena de sirvientes invisibles sería más difícil.

Subí mis piernas hacia mi pecho y abracé mis brazos alrededor de ellas.

Apoyando mi cabeza sobre mis rodillas, intenté encontrar la manera de

conseguir lo que necesitaba. La clave sería una distracción Alexa, la bruja

traidora. Tan pronto como supiera que yo estaba despierta, ella querría

chismear acerca de lo horrible que era mi hermana y no se iría. Habría

gritado si tuviera que escucharla hablar mal de Chara como si ella fuera el

mal.

Tal vez yo podría decirle que había pensado en el diseño de un vestido

nuevo y quería que ella empezar a trabajar en él de inmediato.

Que yo quería sorprender a Aris con él tan pronto como sea posible.

Ella podría comprar eso, pero no la mantendría lo suficientemente lejos. Y

si necesitaba cualquier tela o hilo, o cualquier otra cosa que sirva para

hacer un estúpido vestido, ella podría salir de su habitación y atraparme

escurriéndome.

Yo la necesitaba fuera del palacio.

Y entonces se me ocurrió.

—Alexa —llamé, con dulzura atada con acritud. Era lo mejor que podía

hacer.

Ella estaba a mi puerta con su inmediatez de costumbre.

—¿Estás sintiéndote mejor? —preguntó con evidente preocupación. Falsa.

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—¿Sabes lo que realmente me gustaría —pregunté—. Algo de torta de

miel. Ver la torta de miel de mi madre hoy me hizo antojarla, pero Chara

casi se la comió toda.

—Eso es bastante fácil. El chef puede preparar tantos panes como tú

quieras.

Suspiré y e hice una mueca enfurruñada.

—Pero así no sería lo mismo —me quejé—. Mi madre siempre utiliza miel

fresca que ella misma obtiene de las colmenas. ¿Podrías ir a buscarme

algo fresco... por favoooooor?

—¿En serio?

—Significaría mucho para mí. Voy a ser tu mejor amiga.

Ella suspiró.

—Por lo general te diría que te quedes con la miel que ya tenemos, pero

teniendo en cuenta el día que has tenido...

Hice una actuación aplaudiendo con entusiasmo.

—¡Gracias, A lexa! Eres la mejor. Llévate al chef contigo para ayudarte. Yo

no quiero que te piquen las abejas.

En verdad, esperaba que fuera picada por un millón de puntiagudas colas

de abejas y su garganta se hinchara cerrándose. Ella era mucho más fácil

de odiar que Aris. Si no fuera por ella, podría nunca haber confiado en él

en primer lugar.

—Está bien. ¿Necesitas algo antes de irme? —preguntó.

Rodé los ojos y la despedí con un gesto flojo.

—No es como que no puedo manejarme por mi cuenta.

La puerta comenzó a cerrarse detrás de Alexa, pero luego se abrió de

nuevo.

—¿Estás segura de que te sientes bien? Chara fue muy dura contigo hoy.

No estás actuando como tú misma.

—Estoy bien —le dije, con un borde afilado en mi voz—. ¿No puedo

antojarme de pastel de miel después de tener la peor migraña en la

historia del planeta?

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—Lo siento, Psique. Solo que pareces... no importa. Yo estaba preocupada,

es todo.

Lancé una mirada en su dirección por debajo de los párpados

entrecerrados.

—No tienes que preocuparte por mí. Estaré bien.

—Está bien —dijo ella, desinflada—. Estaremos de vuelta con la miel

dentro de poco. Tal vez deberías descansar mientras estamos fuera. —

Alexa cerró la puerta suavemente detrás de ella.

—Tal vez deberías ocuparte de tus propios asuntos —me quejé, ni siquiera

importándome si ella me oyó o no.

Le di a Alexa y al chef unos diez minutos para salir del palacio antes de

que me escabullera por el pasillo hacia la cocina. Esta no era una

habitación en la que había estado todavía, pero al menos sabía dónde

estaba. Mientras medía el tamaño relativamente pequeño de la

habitación, con sus jarras de vino, líneas de especias y ollas de cobre, me

di cuenta de que no tenía idea de dónde buscar.

Tan silenciosamente como pude, abrí los cajones del armario enorme,

revolviendo el contenido en busca de un arma. No pasó mucho tiempo

para localizar una cuchilla brillantemente afilado con un mango robusto

de madera. Envolví mis dedos lentamente alrededor de la empuñadura y

sostuve el cuchillo hasta conseguir sentirlo en mi mano.

¿Puedo realmente hacer esto? ¿Podría realmente asesinar a alguien?

¿Qué opción tenía?

Después de envolver el cuchillo en un paño de cocina de lino, lo deslizó

bajo mi cinturón, justo por encima de mi cadera. Si dejo que mi brazo

caiga a mi lado, podía ocultar mi contrabando bastante bien.

Saliendo de la cocina, giré a la izquierda y crucé a través del comedor

antes de alcanzar por otro largo pasillo la biblioteca. Sobre la mesa, justo

donde yo esperaba que estuviera, estaba la linterna que necesitaba.

Mientras corría pasando los taburetes en mi camino al escritorio, tropecé

con un pie invisible. En mi prisa, no me había dado cuenta del pergamino

flotando. Hubiera sido un indicio evidente de que alguien estaba leyendo

allí. Mis pies salieron por debajo de mí, mientras caía hacia adelante.

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Golpeé mi cabeza con la esquina del escritorio, azotando mi cabeza hacia

atrás. Mi cuello crujió dolorosamente por la sacudida.

—Psique, ¿estás bien? —preguntó Mathias mientras arrojaba su

pergamino a un lado y me recogió del piso de mármol.

Lancé una mano protectora sobre mi ojo derecho lesionado. Un bulto del

tamaño de una ballena parecía que ya estaba empujando su camino a la

superficie. No había planeado llorar otra vez ese día, pero el dolor era

insoportable. Yo no podía ayudarme a mí misma.

—Te voy a llegar a tu habitación —prometió Mathias—. ¡Alexa! Alexa, trae

un poco de hielo para Psique —gritó él.

—Um... —gemí—. Deja de gritar. —Su voz hizo que mi cabeza palpitara.

Una ganancia.

—Ella no está aquí. Me está consiguiendo miel. Voy a estar bien, sólo

déjame recostarme.

Mientras Mathias me colocaba cuidadosamente sobre la cama, dijo:

—Ya van dos veces en un día, Miss Psyche. Debe tomarlo con calma.

Le di la espalda a Matías mientras rodaba sobre mi costado, doblándome

en una bola.

—Gracias, Mathias. Eso es todo.

—Por supuesto —dijo él. Le pude oír retroceder en la habitación.

—Oh, Mathias, espera —le dije, mirando hacia atrás por encima de mi

hombro en su dirección—. Yo estaba tratando de conseguir la linterna de

la biblioteca cuando me caí. ¿Puedes traérmela?

—Sí, señora. ¿Le importa que le pregunte por qué la necesita aquí…?

—Sí —le interrumpí—. Me importa.

No que yo fuera tan brusca, tan grosera. Esperaba no haber revelado

demasiado de mi plan. Pero no podía evitarlo. En lo que a mí concernía,

todos los miembros de la casa estaban al tanto del plan para engordarme

para una barbacoa humana.

Mathias volvió y colocó la linterna en mi tocador.

—¿Servirá aquí?

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—Eso está bien. —Giré mi mano hacia la lámpara antes de recubrir mi ojo

hinchado—. Ahora, por favor, mi cabeza me está matando. Asegúrese de

que nadie viene por aquí y me molesta.

—Sí, señora —dijo Mathias, pero sin su por lo general tono paternal. La

puerta se cerró de golpe con más fuerza que la que una persona feliz

habría usado para cerrarla.

Mientras los sonidos golpeando en mi cabeza empezaban a calmarse, fui

capaz de pensar lo suficiente para darme cuenta de que golpear mi cabeza

había sido en realidad una cosa buena. No había mejor excusa para alejar

a Aris que tener un dolor de cabeza. Había funcionado anoche, después de

todo.

Pasaba a intervalos dentro y fuera del sueño. Cuando por fin desperté, los

últimos rayos del día estaban siendo succionados hacia abajo en la tierra,

tirando una manta de color naranja y rosa a su paso. Con un sobresalto,

me di cuenta que no había guardado mi cuchillo y la linterna aún y salté

de la cama. El repentino drenado de sangre de mi cabeza me hizo sentir

tan mareada que pensé que estaba teniendo otra migraña, pero me las

arreglé para mantener el equilibrio con la cabecera hasta que las estrellas

desaparecieron de mi vista.

Cogí la linterna del tocador, saqué el cuchillo de mi cinturón. Mientras

escondía los artículos bajo la cama, yo esperaba que él no tuviera ninguna

razón para mirar allí esta noche.

No fui a cenar ya que no tenía el estómago para alimentos. Además, me

imaginé que era mejor que la probabilidad promedio de que cualquier

cosa que comiera se devolvería. Así que después de esconder mi

contrabando, puso mala cara en mi cama y esperé, deseando que los

minutos pasaran más lentamente así podría posponer la acción.

Cuando la oscuridad envolvía el palacio, finalmente, Aris apareció en su

forma envuelta, como siempre. Pero esa noche, su capa había vuelto a

sentirse algo siniestro que tentadoramente misterioso.

Hice una mueca cuando él me envolvió en sus brazos y mi reacción

obviamente lo sorprendió con la guardia baja. Tan rápidamente como me

había abrazado, me soltó y me estudió con esos penetrantes ojos azules

suyos.

—¿Qué pasa, amor? —preguntó—. ¿Tu hermana ha…?

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—No —le interrumpí. Mi hermana era el último tema del que quería

hablar con él. Incliné la cabeza y mostré la masa hinchada por encima de

mi ojo derecho—. Me caí, es todo. Solo que duele mucho.

Sin decir una palabra, se inclinó y besó suavemente mi golpe. El calor

recorrió a través de la herida y la sensación me hizo marearme y volverse

menos dolorosa.

Busqué en sus ojos por algún rastro de maldad. Algo para mantenerme

comprometida con mi plan cuando él por otro lado parecía tan inocente y

cariñoso. A pesar de mis mejores esfuerzos para contenerla, una sola

lágrima pinchó su camino a través del umbral de mis ojos y rodó por mi

mejilla. Él la besó suavemente también.

—¿Hay algo más que te molesta?

Dudé por un segundo más de lo que debería haber antes de responder

débilmente:

—No.

Él levantó mi barbilla con la suave punta de sus dedos y sostuvo mi

mirada.

—Voy a matarla si te causó algún dolor.

—¡Basta! —grité, alejando su mano de mi cara—. ¡No hables de mi familia

así! ¿Cómo es posible que puedas decir una cosa así?

Me volví de espaldas a él y escondí la cara en mi almohada, sollozando de

nuevo.

—Psique, lo siento. —Él acarició mi espalda. Cada toque sintiéndose como

un pequeño pinchazo con lo que tuve que luchar para evitar hacer una

mueca de nuevo—. No no estaba pensando.

Retorcí mi hombro en un gesto que yo esperaba que dijera que dejara de

tocarme, y le dije, una vez más, que mi cabeza me dolía mucho y sólo

quería ir a dormir.

—¿Quieres que me vaya? —preguntó.

—No —respondí, tal vez demasiado rápido, mientras giraba mi cabeza

para mirarlo. Si se iba, no sería capaz de matarlo—. No, por favor,

quédate. Me siento mejor cuando estás aquí.

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La mentira había sido más fácil de decir de lo que yo habría esperado. Y él

pareció creerme.

—Cualquier cosa —respondió, dándole a mi pelo un roce final con su

mano—. Yo siempre estaré aquí si me necesitas.

Todo en lo que yo podía pensar era: no si puedo evitarlo.

Me alegré de haber dormido la siesta toda la tarde. De lo contrario,

esperar por él para que cayera dormido hubiera sido imposible. Pareció

tomar horas antes de que su respiración se volviera un rítmico entrar y

salir que señalaba que por fin se había dormido. Yo había estado imitando

los sonidos que hacía al dormir yo misma por tanto tiempo que estaba en

un trance casi de ensueño cuando pasó. Mi respiración constante había

ayudado a calmarme y relajarme, sin embargo, así que cuando lo escuché

dar un pequeño ronquido de recién dormido, estaba mentalmente

preparada para llevar a cabo mi plan.

Al principio fui lo suficientemente valiente como para deslizar mi pierna

izquierda fuera de debajo de las sábanas. Observé su forma nublada para

asegurarme de que no se movió ni que sus ojos de repente se abrieran.

Entonces dejé que los dedos de mis pies tocaran el suelo de mármol y me

deslicé hasta el borde de la cama.

Cuando él resopló y se movió en la cama, me congelé contorsionada,

medio dentro y medio fuera de la cama. Callada en verdad.

¿Cómo se suponía que explicara por qué estaba inclinándome envuelta

sobre el borde del colchón si se despertaba? Contuve la respiración y

esperé hasta que su respiración volvió a su ritmo constante.

Lentamente, me deslicé completamente fuera de la cama y me acurruqué

en el suelo. Buscando alrededor la daga y la linterna, silenciosamente

deseé no haberlos escondido tan lejos bajo la cama cuando los había

escondido antes. Sentada en el piso frío, repasé mi plan por millonésima

vez en mi cabeza. Encender la linterna, ver al monstruo; conducir mi

cuchillo a su corazón, matar al monstruo. Era tan rápido y fácil. Estaría

terminado antes de que me diera cuenta. Estaría a salvo de nuevo.

Repetí ese último pensamiento como un mantra mientras poco a poco me

levantaba desde el suelo.

Estaría a salvo de nuevo. Estaría a salvo de nuevo.

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Sosteniendo la linterna en mi mano izquierda y la daga en la derecha, me

deslicé alrededor de la cama hasta que me paré directamente sobre la

enorme masa negra durmiente del monstruo. Cerré los ojos una última

vez y luego encendí la linterna.

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Capítulo 36

Traducido por Jhos

Corregido por Jut

a suave luz de la linterna arrojaba su resplandor caliente sobre Aris.

Mientras parpadeaba a través del repentino brillo, vi la luz

atravesar lentamente la mortaja. Me preparé para la forma más

horrible que podía imaginar. Escamas de distintos tonos verdes, negra

alas aceitosas, o garras afiladas. Imaginé que si él podía crear el palacio y

todo lo que estaba en él, fácilmente podía hacerme sentir piel delicada y

cabello rizado, juvenil.

Entonces cuando la mortaja comenzó a caer lejos, revelando carne en

lugar de escamas, aspiré un jadeo de sorpresa, la luz atravesó el sudario

más y más, dejando al descubierto los rasgos al detalle bajo de mis dedos

cuando volamos juntos, comimos juntos… nos besamos juntos.

Sus suaves y delicados dedos fácilmente atravesaron su pecho cincelado y

musculoso. Detrás de su espalda estaban escondidas alas tan blancas que

parecían brillar. Antes de poder evitarlo, extendí mi mano y toqué la

punta de una pluma satinada, pluma blanca.

Y de repente, lo supe.

La sangre subió a mi cuello, latiendo y palpitando, amenazando con

explotar un buque si no podía conseguir poner mi temperamento bajo

control. ¡Cómo se atreve a ser el elegido!

Seguí la luz arriba de su cuerpo cuando corto a través de la oscuridad y

reveló su rostro. Efectivamente, era el rostro que no tenía nada que hacer

recordando, incluso si no podía verlo con mis ojos.

Con su cabeza girada en el sueño, pude ver la línea de su mandíbula

perfectamente definida, sus suaves labios con forma de arco, su nariz

L

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recta clásica y sus largas, pestañas oscuras. Espesos rizos del color del

ámbar oscuro caían descuidadamente alrededor de su suave rostro.

Mi mente daba vueltas. ¿Cómo había ocurrido esto? Eros me odia. Lo

odio.

¿Me había engañado en estos sentimientos, solo para dejarme en un lío

arrugado después? Eso había sido el plan. Afrodita. Él. No importa.

Atacando mi corazón se sintió un traición peor que cuando pensé que iba

a matarme pronto.

Y entonces aún un pensamiento más alucinante se deslizó en su lugar.

Casi asesiné a Eros. Corrección—trate de matar a Eros. No asesinas a los

dioses. ¡Pero aun así!

Cuando me di cuenta de lo que casi había hecho, instintivamente me eché

hacia atrás y el cuchillo se deslizó de mis manos. Cayó al piso de mármol

con una serie de tañidos penetrantes mientras rebotaba muchas veces

antes de finalmente detenerse. Me incliné rápidamente para recoger el

cuchillo, como si recogiéndolo podría de alguna manera tomar de regreso

el sonido, no molestándome en pensar sobre la linterna que sostenía en

mi otra mano temblorosa.

Cuando me incliné, la luz se apagó y el aceite candente de la linterna se

derramó por todos lados. Nuestros gritos atravesaron la noche al mismo

tiempo. Dejé caer la linterna y el cuchillo y aullé de las quemaduras

dolorosas en mis dedos. Aris—no, Eros, se lamentó también con el

inconfundible sonido de dolor.

Lo había quemado.

Con un destello de luz brillante, Eros se iluminó a sí mismo. Él rondaba,

batiendo las alas furiosamente, solo sobre la cama.

—¿Es esto lo que querías ver? —Su voz tronó hacia mí.

—En realidad, no —me rompí—. No puedo creer que me hicieras esto a

mí.

—¿Hacerte esto a ti? —gritó. Su luz interna surgió más brillante—. ¿Qué

hice exactamente excepto caer dormido?

Crucé mis brazos defensivamente a través de mi pecho.

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—Me mentiste. Has estado mintiéndome. Haciendo que me gustes.

Engañándome para besarte. —Mi estomago se apretó al pensamiento—.

En verdad pensé que tú… no importa.

—No puedo creer que sean tan ciega —gruñó—. La única cosa en la que te

mentí fue sobre mi nombre.

Extendí la mano para tocar su brazo, para empujarlo abajo hacia mí así

podríamos hablar de esto en igualdad de condiciones, pero él se cernió

fuera del alcance.

—Lo siento —murmuré—. Pensé que ibas a matarme. No lo sabía.

—Por supuesto que no lo sabías —tronó, de repente pareciendo más

molesto—. Ese ha sido nuestro trato desde el comienzo.

—No nuestro trato. Tu trato —disparé de regreso y me subí sobre la cama.

Si él no vendría abajo, iría arriba—. Todo lo que he querido desde que

vine aquí era verte. No estaríamos teniendo este problema justo ahora si

no hubieras estado escondiéndote.

—No, tienes razón —dijo, resguardándose en sus alas y cayendo abajo

para mirarme directo a los ojos—. No estaríamos, porque estaríamos

muertos. Mi madre no habría tomado a ambos para ahora por desafiarla.

Cubriendo mis ojos con mi mano, suspiré.

—Entonces, ¿que hacemos ahora?

—¿Nosotros? No hay un nosotros. He de conseguir salir fuera de aquí

antes…

Cuando descubrí mi rostro para ver qué lo hizo detenerse a mitad de

oración, me di cuenta que sus ojos estaban trabados en algo sobre el piso.

El cuchillo.

Sus ojos estaban abiertos y redondos. En ellos leí horror. Furia. Pena.

Sus fosas nasales se dilataron mientras corto su penetrante mirada de

regreso a mí. Apretó sus dientes tan fuerte que pude ver las venas

destacarse fuera de su mandíbula.

—¿Qué. Estabas. Haciendo? —puntualizó cada palabra con ira.

No podía contestarle. Ni incluso quise admitir a mí misma lo que había

planeado, ¿cómo podía decirle?

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Eros agarró mi rostro con ambas manos, forzando mis ojos a encontrarse

con los suyos.

—Dime qué estabas haciendo —siseó—. Todos nuestros secretos están

fuera ahora, ¿cierto?

Me estremecí bajo su fría mirada, pero traté de explicar como mejor pude.

—Estaba enamorándome de ti, justo como la profecía dice y se sintió tan

correcto —comencé.

—Guárdalo para una noche en la que no te atrape escabulléndote

alrededor con un cuchillo.

Sacudí mi cabeza fuera de sus manos, siseé:

—¿Quieres mi respuesta o no?

Estaba callado.

—De acuerdo, solo escúchame. Al principio no le creí a mi hermana. Ella

dijo que iba a engordarme para comer o algo —bufé. De todas sus ideas

ridículas. ¿Cómo siquiera había pensado eso?

Él estaba mirando lejos ahora, y necesitaba que creyera que estaba siendo

sincera. Aunque era Eros y no Aris, si había estado diciéndome la verdad

sobre todo lo demás, merecía saber lo que pasaba. Deslicé mis manos

dentro de las suyas. Su toque todavía enviaba escalofríos dichosos

ondeando sobre mi piel incluso aunque estábamos peleando.

—Sabía que nunca me harías daño. Sentí eso. —Apreté más fuerte—. Pero

después de todo lo que había pasado con Al…

Él me cortó, dejando caer mis manos y di un paso lejos cuando él lo hizo.

—¿Cuántas veces se suponía que diga te amo antes de que lo creas? —

Miré hacia abajo con culpa—. ¿Antes de que pararas de planear mi

asesinato?

—Estás haciendo esto mucho peor de lo que necesitas. —Parpadeé y una

ola de lágrimas rodaron por mi rostro—. ¿Podemos hablar sobre esto por

favor? Lo siento. En verdad, en verdad, lo siento. —Tragándome el nudo

en mi garganta, solté—: Creo que pude haberte amado.

Eros miró hacia abajo dentro de mis ojos. Estudiándome, leyéndome.

—Creo que pude haberlo hecho también.

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Sus ojos se humedecieron.

—Nunca sabrás cuanto me duele esto —dijo—. Adiós, Psique.

Sus palabras eran peor que tener una lanza a través de mi pecho ¿Qué era

eso? ¿Después de todas las promesas que hizo de amarme por siempre y

ahora estaba diciéndome adiós? La agonía en mi corazón me dijo que

tenía más que una oportunidad de amar, que en verdad lo habíamos

tenido.

Y había estado literalmente demasiado ciega para ver nada más que mi

propio miedo.

Abrí mis ojos al sonido de sus alas llevándolo hacia la ventana. No podía

dejarlo irse así. Así no era como se suponía que las cosas terminaran entre

nosotros.

Con una rapidez que nunca supe que tenía, salté de la cama y agarré uno

de sus tobillos.

—No estás yéndote —le dije—. No así.

Alcanzando abajo, agarró mi muñeca y me empujó arriba hasta que estaba

apretada contra su pecho. Sus ojos eran duros cuando cruzamos el umbral

de la ventana y flotamos en el jardín.

—Tienes razón. No puedo dejarte así, ¿o si?

Una pequeña onda de esperanza creció en mí. Hasta que continuó:

—Demasiada evidencia. —Me dejó caer en la hierba empapada de roció y

rápidamente se disparó fuera de mi alcance.

—¿Qué? —tartamudeé.

—Lo siento. Psique, pero necesitas alejarte del palacio. Ahora.

Y entonces la tierra comenzó a temblar. Los cimientos del palacio se

doblaron y cedieron; el techo colapsó. Un polvo asfixiante se levantó a

alrededor de mí mientras veía todo lo que había llegado a conocer, pensar

que mi vida en estos últimos días, reducido a escombros.

El sonido de sus pesadas alas batiendo lejos en la distancia.

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Capítulo 37

Traducido por Jhos

Corregido por Vericity

uando miré en la oscuridad, buscando a Eros, escuché una voz

familiar detrás de mí.

—¿Qué sucedió? —se lamentó Alexa.

—¡Oh, Alexa, tienes que ayudarme!

—¿Qué hiciste? —preguntó.

Miré abajo, incapaz de de encontrar sus ojos que sabía estaban

perforando mi cabeza.

—Le creí a ella… —Mi voz se fue apagando. Esperé que esto diría a Alexa

lo suficiente de lo que necesitaba saber. ¿Cómo podía admitir más?

—¿Y qué? Tengo que saber como de malo está si voy a arreglarlo.

Miré por encima de sus hombros al palacio arruinado. Sacudiendo mi

cabeza en esa dirección, dije:

—Eso es malo. —Le di un pesado suspiro antes de continuar—: No le creí

al principio. Mi hermana dijo que era un monstruo, pero no le creí. No en

realidad. Hasta que te vi hablándole a Chara. Y estaban riéndose de mí. —

Mi voz había caído en un pequeño susurro.

La oí aspirar una bocanada de aire fuerte.

—Psique, lo siento. Se suponía que nunca nos verías. Es una suerte

horrible que me hayas visto. Quiero decir en verdad, realmente horrible.

—¿Entonces por qué? ¿Por qué mi hermana consiguió verte?

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—Porque trataba de darle mala suerte. Ella era tan horrible mientras

estaba aquí, pensé que se lo merecía. Y nosotras… bueno, yo… no estaba

riéndome de ti, cariño. Tenía que darle una razón de por qué tú no podías

verme y ella sí. —Para ahora, Alexa estaba abrazándome con fuerza y me

mecía de atrás y adelante lentamente, consoladoramente.

—Estoy tan feliz de saber que estás bien. —Me estremecí—. El palacio se

derrumbó tan rápido.

—Él consiguió el temperamento de su madre, pero no creo que te vaya a

guardar rencor por mucho tiempo. —Alexa trató de sonar segura, pero

escuché bastante duda pesando en su voz—. Tienes que conseguir

mostrarle que estás arrepentida y estoy segura que te perdonará. —Me

sostuvo a un brazo de distancia—. ¿Qué le dijiste para hacerlo enloquecer

tanto de todos modos?

—No es tanto lo que dije, como lo que hice.

Alexa estaba callada, lo que significaba que tenía que continuar.

—Pensé que él iba a matarme. —Me apresuré a través del resto de mi

historia, esperando que si escupía las palabras fuera lo suficientemente

rápido, el impacto no sería tan malo—. Así que llevé un cuchillo y una

linterna, y lo busqué, e iba a apuñalarlo, pero entonces lo vi y supe que mi

hermana estaba equivocada y caí presa del pánico y dejé caer el cuchillo y

derramé aceite caliente sobre él y despertó y vio lo que pasaba y peleamos

y ahora me odia.

—Mierda —dijo Alexa, de pie y dejando ir mis hombros—. Esto va a ser

muy difícil de arreglar. No imposible, pero cerca. Trataré de pensar en

algo, pero necesitas tratar de encontrarlo. No pares de buscar.

—Espera, ¿dónde vas? No puedes dejarme también —le grité.

—No tengo opción. Está llamándome. No puedo rehusarme.

Pánico surgió de mi pecho.

—¿Adónde voy? Ni siquiera sé dónde buscar.

—Pídele ayuda a los otros dioses donde puedas. —Su voz sonaba más

lejana—. Sigue la corriente a través del bosque para salir de este valle.

—¿Te veré de nuevo?

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—Eso espero. —Alexa estaba ahora tan lejos que gritaba para que pudiera

escucharla—. Y toma esto. Ellos empezaron los problemas, tal vez puedan

ayudar de alguna manera. —Fuera de las ruinas del palacio, el cuchillo y la

linterna flotaron a mis pies.

—Regresa —grité—. Te necesito.

No hubo respuesta. Alexa se había ido.

Por un rato me permití mi típica reacción a las malas noticias. Lloré

histéricamente, hipo inducido por lo sollozos. Pero cuando el torrente

inicial de lágrimas lavó a través de mí, supe que no había razón para

quedarme allí berreando. Era el momento para comenzar mi búsqueda.

Traté de no pensar en la imposibilidad de esa tarea. Él probablemente

estaba de regreso en el Monte de Olimpo para ahora y no tenía manera de

llegar allí por mi cuenta. Pero Alexa me había dicho que buscara y no

tenía nada más excepto seguir adelante. Así que metí el cuchillo dentro de

mi cinturón, agarré la linterna y comencé a caminar.

Llegué al arroyo como dijo Alexa, había que pasar a través del jardín.

Había pasado por demasiadas horas aquí fuera los últimos días, adorando

las flores y esculturas y el murmullo de las fuentes. Ahora eran una

sombra de lo que fueron, pareciendo completamente en ruinas en la luz

de la mañana. Las flores estaban muertas y caídas. Las esculturas estaban

tan arruinadas como si Hefestos hubiera tomado sus herramientas y

destruido cincelando las hermosas características. Y el jardín estaba

extrañamente silencioso, como si todo insecto viviente y ave hubiera

encontrado la extinción allí.

Más allá de las coberturas muriendo del laberinto del jardín encontré la

corriente que Alexa me había dicho que siguiera. Cuando alcancé la línea

de árboles que marcaban el comienzo del denso bosque, me volteé para

mirar atrás a mi arruinado hogar. El palacio se había ido. Ni siquiera

quedaban los escombros. Las esculturas agrietadas y rotas se habían

desvanecido. Ni un solo pétalo de los jardines sobrevivió. No quedaba

nada de mi breve antigua vida excepto un claro vacío sentado entre la

base de un acantilado dentado y la entrada a este oscuro bosque.

Aspirando una respiración relajante, caminé dentro de los árboles y

terminé mi camino a través de las marañas de extremidades. Para el

momento que el sol comenzó a ponerse, mis pies dolían tan mal como mi

corazón, y mi estómago estaba cerca. Cuando mis piernas literalmente no

pudieron llevarme ni un paso más, me hundí en algún musgo acolchado

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en la base de un árbol de laurel. Con mi espalda contra el tronco, miré

arriba a las hojas y a los últimos rayos del sol goteando a través del cielo.

Pensé que debía tener algún tipo de alucinación inducida por el cansancio

cuando las extremidades del árbol lentamente me envolvieron en un

espinoso abrazo. Y entonces el árbol me habló.

—Pobre Psique —murmuro el árbol en una voz apenas más alta que la

briza susurrando sus hojas—. Otra de las victimas de Eros.

Estaba demasiado cansada para estar asustada. Mi corazón saltó a mi

garganta por otra razón.

—Victima? ¿Significa que estaba destinada a ser su blanco entonces?

—No como crees. Pero él es descuidado. Soy víctima también.

—¿Vas a decirme? —pregunté.

El viento se agitó a través de sus hojas, casi como si el laurel suspiraba a

través de sus ramas.

—Era una ninfa. Daphne. Apolo me amaba. No sentía lo mismo. —El

tintineante susurro parecía tomar un gran esfuerzo para el árbol—. Apolo

habría aceptado mi decisión. Pero Eros lo picó con una de sus flechas.

Apolo persistió; corrí. Padre me cambió en este árbol. Y Apolo todavía me

ama. Por culpa de Eros.

Volteándome sobre mi cadera, envolví mis brazos alrededor de la base del

árbol y la abracé de regreso. El abrazo del árbol se tenso mientras

susurraba:

—Duerme, Psique. Duerme segura. —Y lo hice.

No desperté hasta tarde la siguiente mañana. Las ramas del árbol ya no

me acunaban. De hecho, el árbol parecía como todos los otros en el

bosque: inmóvil. ¿Había soñado toda la cosa? Si era así, ese fue el sueño

más extraño en toda mi vida.

Miré arriba al árbol. Más por mí misma que por ella, dije:

—Lo siento, Daphne. Te merecías algo mejor.

Mientras me giraba para ir al arroyo para conseguir beber antes de partir

para el día, ella habló de nuevo.

—Casi en casa. Conocerás mi arboleda.

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¿Casa? Me olvidé acerca de conseguir una bebida e ignoré el dolor en mis

piernas cuando comencé a correr. Conocía una única arboleda de laurel y

estaba cerca del palacio de mis padres. La arboleda que había visitado con

mi hermana cuando hicimos coronas de laurel juntas cuando éramos

niñas. ¿Podía en verdad estar así de cerca?

Mientras caminaba al lado de la corriente, de repente fluyó en un río y se

volteó a la derecha. Este tenía que ser el Río Selinous cerca de mi casa.

Mientras seguía este tramo, la tierra se volvió engañosa. Fui forzada a

alejarme de las rocas color arena y rocas gris pálido que conformaban la

empinada. El rió aceleró mientras me presionaba arriba, gorjeaba y

escupía mientras golpeaba contra incluso más rocas y caía en pequeños

rápidos. No tenía otra opción que elegir hacer mi camino a través de los

densos pinos. Las agujas apuñalaban mis pies y desgarraban a través de

mi ya maltrecho vestido. Y todavía continué tratando de correr, esperando

que cada nuevo recodo del río me llevara a la arboleda de laureles.

A media tarde, con el sol quemando en mi piel y mis piernas amenazando

con ceder bajo mis pies, la arboleda finalmente apareció. Estaba tan

aliviada que mis rodillas se debilitaron. No estaba demasiado lejos. Podía

hacerlo.

Con la fuerza y velocidad que una persona hambrienta no debería haber

tenido, alcancé la colina al palacio de mis padres. Al principio los guardias

bloquearon mi camino con sus lanzas.

Miré de uno al otro.

—Belén, Demos, soy yo, Psique. —Estaba instantáneamente feliz de

haberme tomado el tiempo, a diferencia de mi hermana, para aprenderme

los nombres de los sirvientes del palacio.

—¡Has escapado de la bestia! —lloró Demos.

—Ve dentro, rápido —urgió Belén.

Una vez dentro del hogar de mis padres, explotó la emoción. Fui

empujada y tirada del abrazo de esta y esa persona hasta que aterricé con

Maia. Como una calma dentro de la tormenta, los brazos de Maia trajeron

el consuelo familiar y me escudó de los brazos indiscretos del otro

personal.

Los ojos de Maia estaban llenos hasta el tope de lágrimas, pero estaba

sonriendo.

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—Niña, has escapado —dijo mientras me examinaba—. Estábamos tan

preocupados cuando Chara informó que realmente estabas en la casa de

un monstruo. —Cuando Maia mencionó a mi hermana, asintió con su

cabeza al pasillo detrás de mí. Giré alrededor y vi a Chara de pie. Y

mirando.

Si las miradas pudieran matar, ella habría sido un montón de huesos

arrugados en el piso de mármol.

—Él no era un monstruo —le dije a Maia, todavía mirando a Chara con mi

mirada más fría. Estaba a punto de dar rienda suelta a mi ira contenida en

ella cuando mi madre y padre entraron en la habitación.

—¡Psique! —gritó madre entre sollozos histéricos—. Estás en casa. Mi

bebé en verdad está en casa. —Ella y padre casi me estrangularon en un

consumidor abrazo.

—Lo estoy. —Me empujé para soltarme de ella y me di la vuelta hacia mi

padre—. ¿Estás bien? He estado tan preocupada.

—¿Yo? Estoy bien. Tuve un toque de un virus estomacal este último par de

días, pero me siento bien ahora.

Un suspiro de alivio escapó de mis labios mientras madre limpiaba sus

lágrimas y me abrazaba de nuevo.

—Lo siento —gritó—. No puedo evitarlo. Pensé que nunca más te veríamos

de nuevo.

—Estoy bien. Bueno, estaba bien. —Bajé mis ojos al piso cuando sentí

todas las miradas sobre mí—. Ya no estoy tan segura.

—No comprendo —me cortó mi padre—. Conseguiste liberarte del

monstruo.

—Estás del todo equivocado —protesté—. Él no es un monstruo. —Empujé

una profunda respiración para estabilizarme, pero las palabras todavía

vinieron apenas más que un susurro—. Es Eros.

Escuché a cada uno en la habitación aspirar en jadeos de asombro.

Finalmente, padre balbuceó:

—Bueno, ¿qué te ocurrió entonces? Parece como que has estado a través

de una batalla.

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—No he comido en dos días. ¿Te importa si hablamos más durante una

cena temprana?

El personal que había estado vagando alrededor de mí inmediatamente se

puso a correr como hormigas. Miré abajo a mis ropas andrajosas y cuerpo

sucio.

—Un baño estaría probablemente bien también —dije a nadie en

particular.

—Conseguiré agua —ofreció Maia y ella también corrió fuera.

Maia tuvo la amabilidad suficiente de traerme algún queso para picar

mientras me bañaba, pero todavía me apresuré a través del baño y me

vestí rápido para conseguir bajar a cenar. Mientras comía, le di todo el

relato de cómo casi asesiné al dios del amor y, en el proceso, perdí lo que

ahora sabía era probablemente el amor de mi vida.

Cuando había terminado, todo el mundo solo se quedó sentado en

silencio. Nadie tenía alguna sugerencia o consejo para cómo ganar de

regreso el amor de un inmortal. Era territorio inexplorado.

—Entonces —concluí—, planeo comenzar a buscar de nuevo tan pronto

como mi fuerza esté de regreso. No veo que otra opción tengo.

Chara resopló.

—¿Qué? ¿Crees que puedes simplemente ir caminando al Monte de

Olimpo y golpear a la puerta de Eros? —preguntó.

—¿Tienes alguna mejor idea? —espeté.

—Sí. Tal vez deberías dejarlo ir. Lo arruinaste. Sigue adelante con tu vida.

—¿Lo arruiné? —le grité—. ¿Yo? Esto nunca habría pasado si no fuera por

ti. Eres la única que me convenció de asesinarlo en primer lugar. —De pie,

mi cuerpo entero se sacudió con emoción cuando una nueva comprensión

se apoderó de mí—. Hiciste esto a propósito —tartamudeé—. Lo hiciste,

¿no?

—Chara, ¿eso es cierto? —preguntó nuestro padre.

Chara se levantó de su trípode, su cuerpo rígido y los puños apretados.

—Rasmus es dulce, ¿no es cierto, Psique? Por supuesto, sabes eso.

Después de su charla privada.

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Retrocedí. La forma en que dijo “charla” lo hizo parecer sucio. Sus ojos se

estrecharon en rendijas.

—Oh sí, sé todo sobre ello. Puedes imaginar como de culpable se sintió

Rasmus acerca de engañarme. Confesó todo, como un pequeño niño de

escuela avergonzado. Incluyendo el hecho que tú sabías también.

—No había nada que pudiera haber hecho.

—Podrías haberme dicho —gritó—. Podrías haber actuado como una

hermana por un día en tu vida.

—¿Entonces qué? —demandé—. ¿Viniste a mi casa, viste que era feliz, y

decidiste sabotearlo todo?

—Solo considéralo yo pagándote el favor.

Padre vino y se puse frente a mí, protegiéndome de la vista de Chara.

—Psique, creo que necesitas un poco de descaso. —Y luego se volteó hacia

Chara—. Y creo que es mejor que te alejes del palacio.

Chara resopló antes de salir pisando fuerte de la habitación. Madre se

movió a mi lado y me empujó en un abrazo con un brazo.

—Vamos —ofreció—. Te llevo arriba. Tu cuarto está justo como lo dejaste.

Mientras pasábamos juntas a través de la puerta, agregó:

—Estoy segura que pensaremos en algo.

Sus palabras desenvolvieron una nueva capa de cansancio y desesperanza.

Seguro lo haremos, Mamá, quería decir, justo como nos dimos cuenta de

cómo sacarme fuera de tener que ir a su palacio en primer lugar.

Había muchas cosas que adoraba de mis padres, pero sus habilidades

para pensar por sí mismos fuera de predicamentos no era una de ellas.

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Capítulo 38

Traducido por Jhos

Corregido por Julieta_arg

esperté gritando. No un escalofriante, espeluznante grito, pero

uno de dolor, el peor grito de mi miserable vida.

—Shhh, cariño —me confortó mamá y empujó las sabanas más

arriba debajo de mi barbilla—. Era solo un mal sueño. Todo está bien

ahora. Estará bien.

Cuando mis ojos finalmente se abrieron luchando a través de las lágrimas

saladas, vi a mi madre sentada en el borde de mi cama. Acarició mi

cabello repetidamente, como si el movimiento también la confortara a

ella.

Las líneas debajo de sus ojos eran profundas con preocupación y yo

dudaba que hubiera dormido. Me empujé arriba en la cama y me pegué a

su cuello, esperando que estuviera en lo correcto sobre que todo estaría

bien. Pero no podía creerlo. El sueño había sido tan real. Y lo que

necesitaba justo ahora no era otra maldita profecía infeliz.

Cuando recordé mi sueño, mi corazón se siente recién traspasado de

nuevo, como si alguna lanza estuviera girando más profundo dentro de mi

herida. Caí sobre mi lado y traté de doblarme en mí misma. Desesperados

gemidos se fuerzan a través de mis labios mientras luchaba por aferrarme

a la calidez y seguridad ofrecida por la presencia de mi madre.

—Oh, bebé —tranquilizó, frotando mi espalda—. ¿Quieres decirme sobre

ello?

Sacudí mi cabeza ligeramente hacia atrás y adelante.

—La carga es menor si la compartes —ofreció.

Medio me volteé hacia atrás para mirarla.

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—Lo vi. Vino de regreso a mí.

—¿En tu sueño? —preguntó.

Asentí.

—Pensé que me había perdonado. Que había comprendido lo que había

hecho. Pero entonces… —Me atraganté cuando un sollozo comenzó a

hincharse en mi pecho. ¿Ni siquiera podía decir las palabras que había

escuchado tan claramente?

Mamá corrió su mano bajo mi rostro. Parecía tan comprensiva, tan

conocedora. ¿Ella podía ver que al recordar este sueño estaba arrancando

mi corazón desde sus raíces?

—Él dijo que siempre me amaría. —El aire se enganchó en la parte

posterior de mi garganta mientras mis pulmones luchaban por

funcionar—. Entonces dijo adiós. Y que sería para siempre también.

Me enrollé de nuevo en mi bola. Estaba segura que mama trató de

hablarme después de eso, pero no estaba escuchando. O tal vez no lo hizo.

Tal vez me conocía lo suficiente para saber que solo quería estar sola. De

cualquier manera, se retiró, dejándome llorar la pérdida del amor que

incluso no supe que sentía hasta que se había ido.

La fuerza me eludió después de eso. Mis músculos se rehusaron a

levantarme de la cama; mi cerebro rechazó subir fuera de esa oscuridad.

Sabía que me estaba revolcando en la autocompasión, pero me complací.

Nunca en mis dieciocho años me había permitido solo yacer, sintiéndome

triste o deprimida. Siempre había tenido que sonreír, para ser brillante y

alegre. Ahora que había perdido tanto tan rápidamente, me sentía con

derecho de tomarme unos pocos días de descanso.

Cuando finalmente emergí de mi habitación al tercer día, mi cabello

estaba apelmazado en mi cabeza y mi piel se sentía pegajosa de no tener

un baño. Un débil olor de decadencia se aferró a mi piel como una hoja

húmeda. Anhelaba un largo baño en la bañera seguido por un enorme

desayuno.

Pero primero, solo quería un abrazo de mi mamá. Y una confirmación que

Chara había tomado la oportunidad de hacerse escasa.

Mamá estaba en el jardín. Cuando me vio, dejó a un lado el bordado y me

envolvió en sus brazos a pesar de mi hedor.

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—Psique, estás levantada —gorjeó—. Debes estar hambrienta. ¿Quieres

algo de desayunar?

Antes de que pudiera responder, se giró hacia Maia.

—Maia, ve a conseguirle a Psique algunos huevos y salchichas. Y pan.

Montones de pan. —Maia comenzó a irse, pero mi madre la llamó de

nuevo—. Oh, y cuando hayas terminado, prepárale a Psique un baño.

En verdad era como si pudiera leer mi mente.

—Por supuesto —respondió Maia antes de correr de regreso al palacio.

Madre sostuvo una de mis manos en las suyas y me dirigió para sentarme

junto a ella. El aire estaba caliente esta mañana y nos empapamos con el

sol cuando nos sentamos en silencio por un rato.

Ahora que sabía que mis necesidades inmediatas estaban siendo

atendidas, me tomó un gran trabajo preguntar sobre Chara.

¿Que se suponía que haga si ella todavía estaba aquí? Me sentí mejor

después de dos días de auto complacida depresión, pero no estaba segura

se sentirme mucho mejor que eso.

Finalmente, rompí el silencio.

—¿Madre? —pregunté.

Empujó su mirada lejos de algunas flores rojo brillante que había estado

mirando y miró hacia mí.

—Umm…

—¿Que ocurrió con Chara?

—Tu padre la envió de regreso a su ciudad. —Su mirada cayó a sus

nerviosos dedos—. Creo que puede haber sido una adiós para siempre

también.

Deslicé mi mano lejos, incapaz de soportar el calor húmedo fuera de sus

palmas. Le había hecho esto a ella; destruí cualquier oportunidad que

pudo haber tenido de reavivar su relación con su hijo primogénito.

Alguien debería seriamente mantener un conteo de las relaciones que he

destruido, porque probablemente podría ganar una medalla a este punto.

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Capítulo 39 Traducido por Jhos

Corregido por Julieta_arg

ros había esperado que diciéndole adiós a Psique, incluso si es a

través de sus sueños, le daría a él algún cierre. Hacerlo sentir

mejor.

No lo hizo.

Sus hombros todavía ardían donde el aceite lo había quemado. Pero más

que eso, el dolor físico era un constante recordatorio del dolor

desgarrador que sentía cada vez que pensaba en Psique. ¿Cómo era

posible? Después de todo lo que había hecho por ella, dado por ella, todas

las veces que había prometido amarla, ¿lo traicionaría después de solo

una visita de su hermana? Había pensado que ella se estaba

enamorándose de él. ¿Fue algo real?

Y entonces vinieron las olas de ira. ¿Cómo podía un mortal, incluso si ella

era en parte divina, incluso soñar con hacerle daño? La idea era

insondable. Eros se negó a reconocer el pensamiento en la parte trasera

de su mente recordándose que Psique no sabía que era un dios porque él

no le había dicho. Todos los signos estaban allí. Ella debería haberse dado

cuenta.

—¡Los humanos son tan estúpidos! —gritó a su casa.

—No vas a escuchar ningún desacuerdo de mí —dijo Afrodita, estrechando

sus ojos en un destello perversamente delicioso.

Eros flexionó su mandíbula y presionó sus ojos firmemente juntos, reacio

a reconocer su entrada. Afrodita era la última persona que quería ver

justo ahora.

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—Oh, vamos, querido. No deberías ser tan rudo conmigo. Sabes que no

llegaras a ningún lado.

Eros dejó que su cabeza cayera hacia atrás cuando respiró

profundamente, tratando de forzar su temperamento hacia abajo

mientras iba rápidamente en aumento.

—No puedo. Hablar. Ahora.

—Tonterías. Siempre puedes hablarme —reprendió Afrodita y extendió la

mano para ponerla sobre el hombro de Eros. Cuando sus dedos rozaron

su piel, Eros aulló de dolor y se dio la vuelta para encarar a su madre. Sus

ojos brillaban con furia y agonía.

—Te estoy pidiendo que te vayas —escupió Eros a través de sus dientes

apretados.

—No hasta que me digas que le pasó a tus hombros. ¿Una mortal te hizo

esto? —La voz de Afrodita parecía inundada con venganza más que

preocupación maternal.

Eros cerró sus ojos de nuevo y gimió, hundiéndose en los montones de

cojines en el sofá. Metió el talón de sus manos en sus ojos para bloquear la

vista de su madre.

—¿Que importa? Se terminó.

—A menos que hayas matado al ofensor, esto no está terminado. —

Afrodita miró a su hijo, esperando por la confirmación que el mortal

había sido apropiadamente castigado.

Eros apartó sus manos para mirar directamente a Afrodita.

—He repartido mi retribución. Lo considero terminado.

Afrodita se fundió sobre el sofá junto a su hijo.

—No respondiste mi pregunta. ¿Está el hombre que hizo esto muerto o

no?

—No quiero hablar sobre ello —protestó Eros, lanzando su brazo sobre

sus ojos para bloquear a su madre de nuevo—. Solo vete. Por favor.

—¿Está muerto? —articuló Afrodita con precisión.

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—No —respondió Eros sin descubrir sus ojos—, ella no está muerta. Pero

no voy a dejar que la lastimes. —Eros suspiró pesadamente, el dolor

rasgando su pecho mientras las palabras se derramaban—. La amo.

—¿Qué? —gritó Afrodita mientras se disparaba sobre sus pies—. ¿Estás

enamorado de una mortal? ¿Es por eso que rechazaste mi elección

entonces? ¿Debido a que ya tenías alguna otra pequeña descarada en la

fila? Apuesto a que es alguna prostituta que los Senadores están adulando

siempre.

—¡Detente! No dejare que hables de ella así. —Los ojos de Eros ardían.

La respiración de Afrodita se quedó atrapada en su garganta cuando sus

ojos se abrieron. La expresión de asombro, incredulidad, ira, todas

parpadearon a través de su prístino rostro cuando ella procesó que su hijo

en verdad no iba a retroceder en esto.

—Bueno, supongo que al menos deberías decirme quien fue tan audaz que

no solo robó tu corazón, sino que casi te roba la vida también.

—Te lo dije, no importa —murmuró Eros.

—¡DIME! —gritó Afrodita.

Eros levantó la mirada a los ojos de su madre. Tal vez sería divertido

decirle. Torcer el cuchillo un poco más profundo. Se lo merecía por no

dejarlos solo.

—En realidad, creo que ya la conoces. —Los ojos azules de Eros brillaron.

Por al menos un segundo, iba a disfrutar hiriendo a su madre—. Su

nombre es Psique.

Eros no había terminado de decir su nombre cuando Afrodita lo abofeteó.

Eros lentamente giró de regreso para mirar a su madre mientras se

frotaba la mejilla sensible. Madre e hijo encerrados en miradas llenas de

odio, cada uno negándose a apartar la mirada. Sin romper su mirada,

Afrodita espetó:

—¿Cómo te atreves a hacerme esto a mí?

—¿Cómo me atrevo? ¿Cómo me atrevo? —Se incorporó para conseguir ver

bien el rostro de su madre—. Como te atreves a enviarme a arruinar su

vida en primer lugar. Ella no hizo nada malo. No puedes castigarla porque

la rechacé.

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Eros se inclinó hacia atrás en el sofá, los brazos cruzados a través de su

pecho. El silencio colgaba entre ellos por un momento antes que Eros

girara su fríos, ojos azules de regreso a su madre.

—Parece que estoy enamorado de alguien con quien no puedo estar y

tengo que agradecértelo.

—¿Cómo puedes culparme por enamorarte de alguien a quien te envié a

destruir? Todo lo que tenías que hacer era seguir las simples

instrucciones.

—Y estaba en mi camino de hacer solo eso, cuando la sentí. Sentí su

corazón, y su amor y su desesperación y todo lo bueno en ella. Era

diferente a cualquier cosa que había sentido antes. Solo no podía

dispararle. No hasta saber si ella realmente estaba sintiendo todo lo que

sentí. —Eros tomó una respiración profunda calmante para estabilizarse—

. Y cuando bajé mi arco, me pinché —dijo, ondeando su mano a la

pequeña cicatriz en su rodilla izquierda.

—¿Entonces fuera de todos las deidades, y otros incluso humanos, la

elegiste a ella?

—¿Entonces que si lo hice? No la estoy eligiendo ahora. Te aseguro que

está mucho más miserable ahora que si hubiera seguido tus órdenes en

primer lugar.

—Ya veremos eso. Mientras tanto, no hay razón para que sufras.

Simplemente voy a deshacer el flechazo. —Afrodita extendió su mano

para tocar a su hijo, pero Eros golpeó para alejar su mano.

—No lo hagas. Te convocaré cuando esté listo. Merezco este dolor tanto

como ella lo hace justo ahora. —Eso y algo más dentro de sí que no estaba

listo para dejarla ir todavía.

Pero antes de que Eros pudiera protestar algo mas, Afrodita puso la palma

de su mano en su frente y tarareó una nota larga y dulce. Cuando alejó su

mano, parecía triunfante.

—Ahí ahora. ¿Te sientes mejor?

El peso en el pecho de Eros se aligeró cuando el dolor por la necesidad de

volver al lado de Psique disminuyó. No era que no siguiera sintiendo

cierta lealtad a ella, pero la ardiente urgencia de estar cerca de ella se

había ido. Además, con el tiempo, sería capaz de olvidar. Justo como

había olvidado a Lelah.

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Sí, una vez había encontrado a Psique, la memoria de Lelah desapareció

completamente. Podía pasar de nuevo, podía usar sus flechas para estar

seguro que ocurría de nuevo.

Afrodita acarició la mejilla de su hijo cuando él parpadeó hacia ella con

sorpresa.

—Deberías descansar. Mamá tienes cosas que atender.

—No le hagas daño —murmuró Eros, ya sintiéndose caer en el sueño por

la orden de su madre de descansar.

—Eso es solo la resaca del amor hablando. Te sentirás diferente muy

pronto. No te preocupes ahora. Me encargaré de todo.

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Capítulo 40

Traducido por Jhos

Corregido por viqijb

adre debe haber sabido que no podría convencerme que me

quedara en casa, así que mientras me bañaba, ella tenía a los

sirvientes preparando bolsas de comida y frascos llenos con agua

para el viaje. Cuando emergí de mi habitación refrescada y vestida,

encontré a mi caballo favorito, Xanthippe, cargado y listo.

Permanecí congelada en la entrada del palacio. Madre y padre estaban

detrás de mí, empujándome hacia atrás con su preocupación. Pero

Xanthippe estaba frente a mí, empujándome hacia delante con el encanto

de recuperar el amor de Eros. Estaba sobre un precipicio, dividida entre la

seguridad que conocía y el amor que había perdido. Era como ser enviada

fuera de los acantilados de nuevo, sintiendo que podría no ver nunca a mi

madre y padre y el hogar de nuevo. Pero esta vez conocía el destino final y

quien debería esperar por mí—si la suerte estaba conmigo.

—¿Estás segura de que no enviemos un guardia contigo? —preguntó

padre detrás de mí—. Los caminos no son seguros para una mujer sola.

Me giré para mirarlo. Sus ojos estaban húmedos, llenos de preocupación.

Tomando su mano en la mía, dije:

—Estoy segura, padre. Hice mis ofrendas a Hermes. Si no puede

protegerme, no hay guardia que pueda hacerlo.

Madre y padre intercambiaron miradas doloridas, pero no forzaron la

situación.

—Solo recuerda, Psique —añadió madre—, eres una poderosa mujer

joven. Los dioses estarán vigilándote.

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Tragué. ¿Qué tipo de loca despedida era esa?

—Bueno, supongo que esto es un adiós entonces —dije—. Otra vez.

Después de besar a cada uno de mis padres en la mejilla, aseguré la

linterna de mi antiguo palacio en uno de los paquetes y comprobé para

estar segura que mi daga estaba escondida de forma segura en mi cadera.

Un guarda me ayudó a montarme sobre el lomo de Xanthy y con una

gentil patada, mi yegua se alejó del palacio. No debería mirar hacia atrás;

no puedo mirar atrás. Si incluso iba a redimirme, este camino era la

manera.

En realidad había una única dirección para ir: hacia el Monte Olimpo.

Me detuvo sosteniéndome en el lomo de Xanthy una vez estaba segura de

que no nos pudiera ver nadie más y nos instalamos en un cómodo galope

bajo la cantera, rompiendo el camino. Dejé a Xanthy continuar hasta que

decidió por sí misma detener su ritmo. Sus lados empapados de sudor

palpitando debajo de mis piernas. Cuando llegamos a un arroyo, nos

detuvimos y bebimos. Después de volver a rellenar mis frascos con agua

fresca, me senté sobre una roca y miré a Xanthy mordiendo algunas

malezas, arrancando las pequeñas flores y hojas y devorándolos en

golosos mordiscos.

Mirándola, de repente me invadió la gratitud por mi hermosa yegua. El

Olimpo estaba demasiado lejano; nunca lo haría sin ella. No en esta vida

de todos modos. Y ella estaba obligada al peligro que la arrastraba

conmigo. Si fallaba en esta jornada, podría morir conmigo.

Lentamente acolché al caballo y enrollé mis brazos alrededor de su cuello.

—Deberíamos montar un poco más. Creo que podemos alcanzar Corinto

antes de que baje el sol. —Acaricié su melena y ella asintió en lo que

parecía como una aprobación. La llevé a la roca donde había estado

sentada así habría de ser mas fácil montar. Pero todavía estaba feliz que

no hubiera nadie vigilándome cuando me dejé caer sobre su espalda.

Una vez allí, mis piernas inmediatamente protestaron. Ya estaban

adoloridas de nuestra carrera temprano y noté que he sido una tonta por

tratar de cubrir tanto terreno en un día. Gracias a las multitudes, había

sido una eternidad desde que había montado. Mis músculos estaban

terriblemente adoloridos y el interior de mis piernas estaban irritadas del

roce contra el grueso pelaje de Xanthy.

—O pensándolo bien —dije—, tal vez es mejor que lo dejemos por hoy.

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Mirando alrededor del desierto del camino, no estaba segura que fuera el

mejor lugar para que acampemos. ¿Sería mejor dejarnos expuestas a los

animales del bosque o a que los humanos extraños pudieran venir y

encontrarnos por el camino? Al final, me di cuenta que Xanthy estaría

más propensa al peligro y despertarnos de un animal, así que la lleve del

camino dentro de la cubierta de pinos.

Después de cepillar a Xanthy y estar segura que tenía mucho para beber,

comí algo de la comida que mis padres empacaron y luego reuní las agujas

de pino para hacer una cama, ásperas y puntiagudas como eran. Aunque

el sol apenas comenzaba a ponerse, estaba lista para dormir. El viaje

había tomado su precio y fácilmente estuve fuera, sabiendo que

Xanthippe permanecería en guardia.

Algún tiempo después, y no tuve forma de medir cuan tarde era desde que

el cielo estaba negro medianoche, desperté al sonido de Xanthy jadeando

y paseándose inquieta cerca de los árboles donde la había amarrado.

Mi bruma de sueño inmediatamente se hizo a un lado cuando el miedo

tomó el control.

Me quedé en silencio un momento, conteniendo mi respiración,

escuchando por los sonidos de un intruso. Y entonces escuché lo que los

sensibles oídos de Xanthy habían recogido antes que los míos; pasos

arrastrándose a través de las agujas de pino. Los pasos estaban

acercándose.

Trepé a mis pies y saqué mi cuchillo mientras protectoramente corrí al

lado de Xanthy. Quien sea que estaba llegando. No le dejaría dañar a mi

caballo.

Tal vez porque estábamos en el bosque, nunca se me ocurrió que las

pisadas podrían pertenecer a algo más que un animal. Hasta que escuché

la voz llamarme.

—Aquí estás. Estaba comenzando a creer que nunca te encontraría.

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Capítulo 41

Traducido por milyepes

Corregido por Julieta_arg

lexa —grité y corrí precipitadamente por el bosque hasta

que choqué contra mi amiga invisible.

—Pensé que habíamos superado este asunto de correr

hacia mí —bromeó mientras me abrazaba.

—Has vuelto. —Yo estaba aturdida mientras la sostenía en la oscuridad,

incapaz de dejarla ir por miedo a que se evaporara.

—No puedo quedarme mucho tiempo —advirtió—. Ni siquiera debería

estar aquí, pero me escapé.

Mis brazos se alejaron de ella.

—¿Es qué él todavía no me ha perdonado?

Alexa no respondió, pero no lo necesitaba. Ya conocía la respuesta.

—¿Le dijiste que te vi? ¿Es por eso que creí a mi hermana sobre él?

—Todavía no lo hice, pero lo haré —dijo—. Él no quiere ver a nadie en

estos momentos. Infiernos, estoy bajo llave viviendo con mis padres de

nuevo —explicó, mientras caminábamos por el bosque hacia mi

improvisado campamento.

—¿Por qué tienes que escabullirte de la casa de tus padres? Eros no está

allí ¿o lo está?

Alexa resopló.

—A

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—No, él regresó al Monte del Olimpo. Pero saber que en parte es culpa

mía por haber permitido que escucharas a tu hermana en primer lugar,

estoy algo bajo tierra.

—¿Qué? —le pregunté—. ¿Qué quiere decir que estás bajo tierra?

Oí a Alexa patear algunas hojas.

—Eros podría haberme metido en un buen lío con el Consejo del Olimpo

por desobedecer su orden de no dejar que nunca oyeras los gritos de tu

hermana. Dijo que iba a guardar silencio sobre todo eso si mis padres

prometían no permitir que te ayudara. Así que, como he dicho, no puedo

quedarme mucho tiempo.

Al llegar a mi pequeño campamento, Alexa dijo:

—Me alegra ver que tienes un caballo. Te mantendrá lejos de Afrodita por

un tiempo. Ella no espera que estés montando y no es una buena

rastreadora.

Mis ojos se abrieron como platos y observé el bosque atravesada por

ráfagas de pánico.

—¿Va a venir por mí? —tartamudeé—. ¿Ella sabe? Pero, ¿cómo?

—Ella hizo que él le dijera. —Alexa hizo una pausa antes de añadir en voz

baja—: Él no quería hacerlo.

—Pero si ella... Nunca lo lograré.

—Shhh... —susurró Alexa, pasando un brazo alrededor de mi hombro—.

No te des por vencida. Puedes hacerlo. Sé que puedes.

—¿Cómo? —inhalé.

—Mañana vas a llegar a Corinto. Justo antes de llegar a sus puertas, hay

un santuario dedicado a Vesta. Ella no va a querer tomar partido en una

disputa, especialmente en contra de Afrodita, pero si puedes convencerla

de que mantenga la paz hasta que encuentres a Eros, podría servirte de

protección mientras viajas.

—No tengo nada que ofrecerle.

—Puedes prometer darle algo si lo hace. Vas a darle un poco de aliciente

para protegerte —dijo Alexa.

—Alexa, ¿qué voy a hacer sin ti? No me puedes dejar. Por favor.

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—Psique, te lo dije. No puedo quedarme. Pero lo harás bien. Estoy segura

de ello. —Ella ya estaba retirando su cálida mano de la mía.

—¡Espera! —le dije—. Antes de que te vayas... él no... Quiero decir... ¿crees

que él... me echa de menos?

—Debe —respondió. Oí sus pasos alejarse en la oscuridad.

—¿Será suficiente? ¿Para que me perdone? —Traté de mantener el pánico

fuera de mi voz.

—Descansa un poco, Psique. Tienes todavía un largo camino por delante.

Y así fue que el sonido de los pasos de Alexa se alejaron. El bosque estaba

tan silencioso, me preguntaba si realmente había estado con Alexa, o si

había sido otro sueño.

Acostándome sobre mi cama de paja de pino, me esforcé por recoger

cualquier ruido que pudiera insinuar que Alexa regresaba. O que Afrodita

se acercaba. Sin embargo, los únicos sonidos que se filtraban a través de la

noche eran el canto de los grillos y la respiración rítmica de Xanthy

mientras dormía.

Cuando me desperté por la mañana, el sol apenas comenzaba a ascender.

Rápidamente me comí algunas galletas antes de llevar a Xanthippe a una

roca para montarla. Habíamos viajado menos de una hora cuando noté

que nos acercábamos a Corinto. Pequeñas granjas y ganado de pastoreo

me señalaron que estábamos acercándonos a la civilización.

Decidí atravesar el pueblo sin ser reconocida, saqué un velo de uno de mis

bolsos y lo envolví alrededor de mi cabeza. Con mucho cuidado metí mis

rizos en los pliegues de la tela y tiré de los lados en la medida de lo posible

para esconder mi cara.

Estaba casi a las puertas de la ciudad, cuando, tal como Alexa me había

prometido, vi un pequeño santuario. Alrededor de una inscripción de

mármol para Vesta, había ollas de barro, lámparas, pequeños animales

esculpidos y bustos semejantes a la diosa. Las ofrendas descansaban fuera

del santuario, realizadas por granjeros y devotos visitantes que acudían en

busca de favores. Me recordó de nuevo que tenía muy poco que ofrecer.

Justo cuando estaba a punto de desmontar de Xanthy para realizar mi

oración, me di cuenta que no había nada, aparte del propio santuario, que

pudiera ayudarme a subir a mi caballo. No podía rezar a la diosa, para

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profanar su templo después, así que decidí quedarme en la loma del

caballo y esperar a que Vesta no se ofendiera.

Xanthy me llevó hasta el santuario y me quedé mirando la reconfortante

imagen de la diosa. Se veía tan maternal. Era difícil imaginar que ella

fuera una de las diosas vírgenes en lugar de una matrona. Su largo pelo

rizado llegaba hasta sus hombros y enmarcaba el ancho de su cara, la cual

descansaba sobre sus anchos hombros y su grueso torso. Su cabeza estaba

cubierta con una capa parecida a la que yo llevaba para esconderme, solo

que el efecto sobre ella hacía lucir su rostro más severo.

En el pasado, nunca había tenido mucha conexión con Vesta. Su dominio

era el hogar y su fuego, cosas en las cuales nunca había estado interesada.

Otros siempre se habían preocupado por mis palacios y mantuvieron el

fuego del hogar por mí. Me pregunté si ahora merecía su ayuda, antes de

decidirme, no tuve más remedio que rogarle.

—Vesta, la hermana mayor de Zeus, gran señora de la casa y protectora

del fuego sagrado del hogar que nos mantiene cálidos, escucha mi

oración. Estoy en busca de Eros porque cometí un gran error. Yo lo amo

—murmuré, tragándome la culpa—. Lamento que no tenga nada que

ofrecerte a cambio de escuchar esta oración, pero soy una viajera humilde

con una necesidad desesperada de tu ayuda. Su compañera diosa,

Afrodita, no quiere que encuentre a su hijo. Rezo para que cuides de mí

mientras viajo, para que tenga la oportunidad de pedir el perdón de Eros.

Si ayudas, prometo dedicar un altar en mi casa para ti y darte gracias en él

todos los días.

Y eso fue todo.

No hubo luego ningún relámpago o nube de humo. Solo el silencio flotaba

en el aire después de que terminara de hacer la oración más larga de mi

vida. ¿Vesta me daría alguna señal que me indicara que me había oído o

que me ayudaría? Esperé algunos minutos en el santuario por alguna

indicación de que la diosa me hubiera escuchado, pero no pasó nada.

Ningún pájaro sobrevolaba la zona. Ninguna ofrenda en el altar cayó de

pronto al suelo. Hasta el viento estaba estancado e inmóvil.

No había nada más que hacer, excepto seguir adelante. Golpeé a Xanthy

para que se moviera más rápido a medida que nos acercábamos a las

puertas de Corinto. Todavía me preocupaba que alguien me reconociera,

pero la única persona que adelantamos fue a un pastor moviendo su

pequeño rebaño de ovejas a otra pastura.

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0

Al cruzar el istmo de Corinto, la estrecha franja de tierra que separa el

Peloponeso del continente griego, exhalé un suspiro de alivio. Todavía

estábamos tan lejos, pero el estar en tierra firme me hizo sentir más cerca

de Eros.

Desde lo alto de los irregulares y escarpados acantilados, miré hacia abajo

a las aguas azules del mar Egeo. Las olas golpeaban sin piedad la base de

la roca, disparando olas blancas sobre las piedras como dedos tratando de

atrapar algo más allá de su alcance.

Retrocedí mientras miraba, moviendo a Xanthy lejos del borde del

acantilado. El mar era dominio de Afrodita, donde nació y jugó. Tuve el

paranoico temor de que las olas tratarían de llegar hasta mí y me bajarían

de mi caballo. No gasté tiempo en racionalizar mis miedos, e insté a

Xanthy a galopar para alejarnos rápidamente del borde del océano.

Viajamos al trote por el resto del día y a medida que nos acercábamos a la

ciudad de Megara, una nube de polvo se levantó en la carretera frente de

nosotros. Las formas de cuatro jinetes surgieron de la bruma, galopando

salvajemente en nuestra dirección.

Algo acerca de esta banda de jinetes me inquietaba. Tal vez porque se

movían demasiado rápido, tal vez porque había cuatro de ellos y yo solo

era una, tal vez porque se trataba de las primeras personas que habíamos

encontrado en los estériles caminos que no eran pastores, pero algo hizo

que mi corazón se acelerara cuando los jinetes se acercaron.

Conduje a Xanthy hacia la crujiente hierba seca, junto a la carretera para

despejar el camino. Los tres primeros corredores marcharon tan rápido

que la brisa que generaron empujó el velo de mi rostro y mis rizos se

escaparon a mis hombros. El cuarto jinete, al ver mi cara y mi pelo,

detuvo a su caballo y llamó a sus compañeros.

—¡Deténganse! —gritó, girando su caballo de vuelta y cerrando

rápidamente la distancia entre nosotros.

Toqué el mango del cuchillo que aún estaba escondido a mi costado y no

quise mirar hacia atrás sabiendo que el hombre estaba detrás de mí.

—¿Qué hace una cosa pequeña y bonita como tú aquí sola? —preguntó

mientras cortaba mi camino con su propio caballo. Los otros tres jinetes

trotaban a su lado, rodeándonos y obligando a Xanthy a retroceder hacia

los pastos secos. Si sus escudos y capas eran alguna indicación, los

hombres eran soldados espartanos, sin su comandante.

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1

Mis ojos se movieron nerviosamente de cara en cara. Sus jóvenes ojos

brillaban amenazadores y sus labios se curvaron en gruñonas sonrisas.

Uno de los hombres tenía una furiosa cicatriz que desde su oreja recorría

su mejilla hasta el labio superior. Otro tenía el brazo izquierdo atado en

un cabestrillo. Se veían frescos para la batalla y listos para otra pelea.

—Ustedes son guerreros espartanos —dije con mi voz más autoritaria—.

Sus hombres eran amigos de mi bisabuelo, el rey Alcander de Sikyon, en

la Guerra de Troya. —Esperaba que mi conocimiento de la historia me

ganara un poco de gracia con esos hombres. Y también esperaba que

hubieran estado demasiado ocupados con su instrucción militar como

para haber oído hablar de mí.

El hombre de la cicatriz descabalgó de su caballo y tomó en un puño parte

de la crin de Xanthy. Ella resopló y trató de retroceder, pero el hombre la

sujetó firmemente mientras fijaba sus ojos en los míos.

—¿Eres una hija de Sikyon? —preguntó.

Asentí. Antes de que pudiera parpadear, el hombre me agarró del brazo y

tiró de mí hacia abajo desde el lomo de Xanthy mientras gritaba.

—No me mientas.

Caí de rodillas en la hierba, todavía tenía el brazo penosamente por

encima de mi cabeza. Los otros hombres se rieron ruidosamente sobre sus

caballos.

—Las princesas no viajan sin vigilancia —me acusó. Tenía que estar de

acuerdo con su lógica. Las mujeres de la realeza no viajaban solas. Aun

así, busque por algo que decir que le hiciera creerme. Y aflojar su agarre

sobre mi brazo.

—Por favor, pregúntame cualquier cosa —supliqué—. Pregúntame por mis

padres, la ciudad, lo que sea.

Él tiró de mi brazo, hice una mueca de dolor.

—¿Qué me importa Sikyon? Podrías decirme más mentiras y yo no sabría

la diferencia.

—Por favor —grité—. Tiene que haber algo.

El hombre me tiró a sus pies y me hizo girar hacia él, inclinándose tan

cerca que podía oler el hedor de su aliento.

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—¿Cuál es tu nombre? —siseó.

Cualquier cosa menos eso.

No le respondí y me sacudió, haciendo que mi cabeza se sacudiera a pesar

de que estaba tensa contra él.

—Tu nombre —repitió, más fuerte, más duro.

Me mordí el labio inferior y aspiré profundamente mientras miraba a mi

captor.

—Psique —respondí finalmente con los dientes apretados.

Los hombres estallaron en carcajadas. El que tenía su brazo en el

cabestrillo utilizó su mano buena para mantener el equilibrio sobre el

hombro del otro hombre. El de la cicatriz, que me sostenía, se rió a

carcajadas. Se volvió hacia sus compañeros.

—¿Escucharon eso, hombres? ¡Esta chica cree que es Psique!

Más risas siguieron. Sentí un caliente rubor llenar mis mejillas de

sorpresa e insulto. Tal vez no estaba vestida con mis mejores galas. Tal vez

estaba viajando sola y sin vigilancia. Tal vez toda Grecia pensaba que morí

la semana pasada. Y tal vez no me había peinado y maquillado, pero yo

era Psique. Hace dos semanas, estos hombres habrían dicho que era la

mujer más bella del mundo y ahora se reían de la idea.

En un arranque de valentía, traté de liberar mi brazo de un tirón, pero él

me mantuvo con fuerza. En realidad, mi resistencia le dio un ataque de

risa. Sus ojos se clavaron en los míos, a la vez amenazantes y burlones.

—Bien, si es así como lo quieres, Psique será.

Abrí la boca para protestar de que yo era Psique, pero la cerré de nuevo.

¿Qué podía decir que me hiciera algún bien?

—Hombres —anunció a sus tres compañeros—, hoy vamos a tener la

buena fortuna de ser entretenidos por la misma princesa Psique.

Mis ojos se abrieron y rápidamente busqué en sus rostros. Mi corazón

retumbaba en mi pecho mientras registraba la malvada anticipación en

sus ojos.

Mi atención se centró en el soldado que me sostenía y quien comenzó a

arrastrarme lejos del borde del camino, donde la hierva crecía más alta y

gruesa. Las ramas secas rascaron mis tobillos mientras trataba de caminar

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en sentido contrario al que estaba siendo jalada. Sus dedos se clavaron en

la piel de mi brazo.

Hubiera gritado, pero solo los otros hombres me habrían escuchado.

Estaba asustada de que pudiera animarlos.

Los otros hombres se mantenían al lado del camino. Probablemente,

dando a su líder un poco de privacidad. Decidí dejar de resistir y me

permití ser guiada otros pocos metros en la hierba, la cual ahora me

llegaba a la cintura. Cuando estaba satisfecho con nuestra ubicación, el

soldado tiró y torció mi brazo en un movimiento rápido que me envió al

suelo. Rápidamente giré y empecé a gatear hacia atrás.

El soldado soltó su vaina, arrojando su espada a un lado. Estaba

sonriendo hacia mí. La sonrisa de un hombre con la situación

completamente dominada.

—Tú no eres Psique, pero no estás mal —dijo entre dientes mientras

avanzaba hacia mí. Se sacó la túnica por la cabeza y siguió caminando—.

Voy a disfrutar esto.

Luego se abalanzó sobre mí, sus rodillas sobresalían entre mis piernas.

Con su antebrazo, sostenía mi pecho hacia abajo mientras usaba la otra

mano para forzar mi vestido.

Usé su distracción con mi vestido como una oportunidad para sacar mi

cuchillo de entre los pliegues de mi cintura.

Metí la punta afilada justo contra su garganta y apreté lo suficiente como

para que cortara su piel.

—Déjame ir y te dejaré vivir —jadeé, media loca de terror.

El hombre usó la mano que había estado tirando de mi vestido para

limpiar el reguero de sangre que hacía un camino por su cuello. Examinó

la mancha carmesí en su dedo y se rió. Luego arrancó el cuchillo de mis

manos tan rápido que apenas lo vi moverse. Más rápido que los destellos

del rayo de Zeus, tuve el cuchillo firmemente presionado contra mi

garganta.

—Sé una buena chica —escupió—, y tal vez te dejaré vivir. —Apretó el

cuchillo un poco profundo para enfatizar. Ahogué un grito de pánico,

sujetando mi boca con mi mano para silenciarme a mí misma.

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Con su mano libre, el soldado agarró la parte superior de mi vestido y tiró.

La tela se hundió en la carne de mis hombros como dientes enojados

antes de que comenzara a estirarse y romperse. Su sonrisa se ensanchó

sobre sus dientes torcidos y decolorados.

Y luego se congeló.

El cuchillo cayó de sus manos mientras se ponía de pie. Se levantó

demasiado rápido y sus pies se balancearon hacia atrás y tropezó,

agarrando su brazo, antes de enderezarse. Fue entonces cuando comenzó

a correr a toda velocidad, deteniéndose solo para recoger su túnica y

espada mientras corría hacia los demás.

—¡Vámonos! —gritó delante de ellos—. Largo de aquí.

Vi al soldado salir de mi vista antes de poder mirar por encima de mi

hombro, en busca de alguna señal de la bestia que lo había aterrado. Tiré

de mi vestido y descansé en el suelo, encogida de miedo. Estiré mis dedos

y agarré el cuchillo, el cual permanecía olvidado en la hierba casi fuera de

mi alcance.

Mi corazón siguió martillando, podía oír el silbido palpitante de la sangre

en mis oídos con cada latido. Pero ningún monstruo apareció. Ningún

grifo, ni quimera, ni siquiera un jabalí gigante.

A lo lejos, los soldados gritaban sorprendidos y el ruido de los cascos de

los caballos corriendo lejos me trajo de vuelta. Después de que los ruidos

se apagaran, oí a la brisa soplar suavemente a través de la hierba.

Entonces oí un resoplido que esperé perteneciera a Xanthy.

Dado que no pude ver ni oír nada que pudiera ponerme en peligro, me

levanté agachada, permaneciendo por debajo de la línea de hierba. Me

erguí hasta quedar en cuclillas, manteniéndome escondida por la hierba

seca. Me mantuve encogida, mientras me escurría hacia la carretera,

sosteniendo mi andrajoso vestido mientras me movía. Antes de emerger

de la cobertura de los pastos, comprobé el camino.

Estaba vacío de nuevo, a excepción de Xanthy.

Corrí a su lado, lanzando mis brazos alrededor de su grueso cuello color

mantequilla. Ella sacudió la cabeza y apretó su caliente boca contra mi

cara. Nunca había estado tan feliz de ver a otro ser vivo en toda mi vida.

—No sé lo que pasó allí —le dije, relajando mi apretón en su cuello—. Solo

agradezco a los dioses que todo haya terminado.

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Hurgando en una de las bolsas atadas a Xanthy, encontré el vestido extra

que había escondido. Había planeado ahorrarlo, así tendría algo fresco

para usar cuando llegara al Olimpo, pero no tenía más remedio que

ponérmelo ahora. El vestido arruinado cayó al suelo mientras colocaba el

nuevo sobre mi cabeza. A fin de cuentas, podría tener problemas mucho

peores que el simple hecho de tener que usar mi vestido limpio antes de lo

propuesto.

Me quité el polvo, eliminando unas pocas hojas de hierba descarriadas y

una rama que permanecía alojada en mi piel. Entonces miré alrededor

buscando algo que pudiera utilizar para subir sobre Xanthy.

Pero no había nada.

Ninguna roca, pared, ni olla de barro descartada. Nada.

—Bueno, supongo que será mejor que empecemos a caminar —le dije a

Xanthy—. Me muevo más lento que tú. —Ambos nos dirigimos a Megara,

y con cada paso recé para encontrar algún punto de apoyo que me llevara

de vuelta sobre mi caballo de modo que pudiéramos galopar lejos de la

vacuidad de este tramo del camino.

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Capítulo 42

Traducido por rihano

Corregido por JenB

esde la confesión a Afrodita, Eros se había pasado los días en

soledad. No había nadie que quisiera ver.

Ciertamente ningún mortal que quisiera ayudar. Había ordenado

que todos se alejaran, negándose a aceptar visitas.

La mayoría de sus días los pasaba acurrucado en el sofá, intentando con

toda su fuerza no echar un vistazo a Psique. Aunque el amor desesperado

y doloroso que había mantenido por ella había sido arrancado cuando

Afrodita deshizo la flecha, algo áspero todavía tiraba de su corazón. Eros

se convenció de que no era nada más que emoción sobrante que se iría

muy pronto.

Después de que varios días pasaron, otro visitante llegó a la puerta de

Eros. Si era posible, ella era aún más no bienvenida de lo que su madre lo

había sido.

Iris.

Ella estaba descendiendo sobre él como un buitre desciende sobre la

carne fresca.

—No lo digas. —Suspiró Eros cuando desfiló en la habitación—. No

puedes decirme nada que ya no me haya dicho a mí mismo mil veces.

Iris casi saltaba haciendo cabriolas mientras caminaba, con su largas y

excesivamente delgadas piernas que sobresalían por debajo de su vestido

color índigo. Cuando ella llegó al lado de Eros, se apartó su cabello color

violeta oscuro y puso mala cara, mientras sus profundos ojos marrones

parpadeaban.

D

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—Simplemente no lo entiendo.

Eros rodó los ojos. —¿Qué?

—No entiendo por qué querías a esa chica. Es una mortal.

Eros golpeó la palma de la mano contra su frente.

—Oh, ¿eso es lo que ella es? ¿Por qué nadie me lo dijo? —Sabía, por

supuesto, que Psique era en realidad solo una parte mortal, pero él no

estaba de humor para corregir a Iris.

Iris puso su mano sobre su cadera sobresaliente.

—No tienes que ser un idiota al respecto.

—Tú no tienes que actuar como si me estuvieras diciendo algo en lo que

nunca había pensado antes. —La cabeza de Eros bajó hacia sus manos,

donde permaneció sostenida solo porque estaba agarrando puñados de su

propio cabello.

Iris se deslizó a su lado en el sofá y envolvió su brazo color aceitunado

alrededor de sus hombros.

—Lo siento —dijo ella—. No puedo imaginar ser traicionado como tú. Y

por un humano. —Iris se detuvo un par de segundos antes de susurrar en

el oído de Eros—. Yo nunca te haría una cosa así a ti.

La cabeza de Eros se levantó y miró a Iris mientras se alejaba lo suficiente

para que su brazo no pudiera retenerlo más.

—¿De eso es de lo que se trata esta visita? ¿Todavía crees que podríamos

estar juntos?

—Despierta, Eros. —Iris saltó sobre sus pies—. Hera nos quiere juntos. Tu

madre nos quiere juntos. No puedes luchar contra ellos.

—Sí, excepto que yo amo a alguien más, ¿recuerdas?

—No es más que un mortal. Ella va a morir muy pronto. —Iris giró sobre

sus talones para salir del palacio de Eros, cuando Eros la agarró por el

codo y la hizo girar. Sus ojos azules quemaban con ferocidad metálica y

presionó su nariz cerca de la de Iris.

—No vas a decir cosas como esa acerca de Psique —silbó él entre dientes.

Iris fácilmente sacudió con fuerza su brazo liberándolo del agarre de Eros

y le devolvió la mirada, con los ojos otra vez bailando.

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—Está bien. Entonces no oirás de mí que no va a sobrevivir hasta la caída

de la noche.

—¿De qué estás hablando?

Iris puso su mano sobre su pecho en simulacro de asombro.

—Oh, pensé que no querías que dijera cosas como esa acerca de Psique. —

Los bordes de sus labios curvados en una sonrisa involuntaria.

Eros se acercó para sacudir a la esbelta diosa de nuevo, pero ella

fácilmente evitó su agarre.

—No me toques. Te convertiré en una sombra de color verde putrefacto

por un mes si alguna vez pones tus manos sobre mí de nuevo. —Pero

mientras hablaba, sus ojos se iluminaron y ella se acarició su estómago,

dejando que su contacto se extendiera hasta sus muslos—. A menos que

quieras poner tus manos sobre mí, por supuesto.

—Dime lo que sabes sobre Psique.

Iris tomó la mano de Eros en la suya, obligándola a remontar el sofocante

camino del abdomen hasta el muslo que su propia mano apenas había

explorado.

—Bésame.

—¿Y luego me dirás? —Sus cejas se redujeron a un punto mientras la

miraba. Él no estaba dispuesto a dejar que su boca se enredara con los

delgados y violetas labios de Iris, a menos que ella le asegurara

información a cambio.

—Si aún te sigue importando después —dijo Iris, forzando la mano de

Eros a su espalda mientras ella apretó su boca contra sus labios. Ella

envolvió una pierna alrededor de su cintura y agarró cúmulos espesos de

su cabello dorado, llevando su cuerpo más cerca del suyo. Eros finalmente

obligó a Iris a alejarse cuando ella movió su lengua contra sus labios.

—Basta. —Eros limpió su boca con el dorso de la mano—. ¿Qué va a pasar

con Psique?

Iris se acomodó el pelo y se alisó el vestido desaliñado. Luego estudió su

manicura granate indiferentemente para finalmente responder.

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—No me eches la culpa. Tu madre la encontró y le pidió un favor a Ares. —

Ella cruzó los brazos sobre el pecho—. Escuché que él iba a tener que

matarla, pero eso es todo lo que sé.

Eros se tambaleó hacia atrás un paso lejos de Iris y sus ojos estaban

vidriosos.

—Ella no puede morir. —Las palabras de Eros apenas fueron un susurro—

. Se supone que no muere.

Volvió a pensar en cómo Caronte había dicho que estaría viendo a Psique

muy pronto. Eros había estado tan enfurecido en el momento que no lo

había pensado, pero ahora se dio cuenta que su mamá debe haber estado

pensando en matar a Psique todo el tiempo. Tenderle una trampa con

alguien horrible era solo una distracción temporal. Afrodita siempre la

había querido muerta.

Iris lo arrancó de sus pensamientos mientras salía pisando fuerte fuera

del palacio.

—No te preocupes —dijo en voz alta antes de salir—. Te perdono por

amarla primero. Voy a ser mucho más comprensiva de lo que alguna vez

ella fue.

Iris golpeó fuerte la pesada puerta de oro de Eros, en su camino de salida.

Él agarró una urna de cobre, la cosa más cercana que pudo alcanzar, y la

lanzó hacia la puerta cerrada.

Una vez que los ecos de los tañidos de la olla se habían asentado, Eros se

dejó caer en su sofá y luchó con sus pensamientos. ¿Se retractaría de sus

promesas a sí mismo y buscaría a Psique? Aun si nunca quería verla de

nuevo, no creía que él solo pudiera dejarla morir.

Sin perder tiempo para pensar en ello, Eros empezó buscando a Psique.

Rápidamente la encontró deambulando a caballo por un camino seco,

flanqueado por parches de hierba incluso más secos.

La miró de cerca, estudiándola. Estaba llena de polvo y sus ropas estaban

sucias, pero no parecía que estuviera lastimada. O bien la había

encontrado a tiempo o Iris había inventado la historia en algún plan

enloquecido para atormentarlo.

A Eros realmente no le importaba de cualquier manera. Sus músculos se

relajaron y los nudos de tensión en sus hombros se relajaban mientras la

observaba. Incluso despeinada, se veía increíble.

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Y entonces vio la nube de polvo en el horizonte y observó como los

soldados espartanos se aceraban más. No.

Su mente se aceleró al ver a uno de los hombres abordando a Psique,

arrastrándola de su caballo y luchando para alejarla de la carretera hacia

las altas hierbas.

Incluso si dejaba el Olimpo ahora, nunca llegaría con ella a tiempo.

Cuando el soldado se quitó la túnica y se abalanzó sobre Psique,

indignación ciega le inundó.

—¡Ella es mía! —Eros precipitó su poder de creación a través de los cielos

hacia Megara. Mientras Psique yacía indefensa, con un cuchillo apretado

contra su garganta, la magia de Eros llegó a ella.

Para el soldado, todo su cuerpo pareció temblar.

Su forma cambió entre monstruo y víctima. Su cabello se convirtió en

espirales de serpientes. Su piel crujió, revelando mortales escamas grises

y sus ojos ardían como carbones ardientes.

Mientras el soldado se tambaleó alejándose, Eros sabía que él estaba

llegando a la única conclusión que sus ojos le permitían. Psique parecía

una Gorgona cuya identidad, oculta por una máscara humana, estaba

cayendo bajo el peso de su atacar. El hombre asumiría que si veía en los

ojos de la Gorgona, instantáneamente se convertiría en piedra. Así que

corrió. Huyó de su propio ataque, dejando a Psique, básicamente ilesa.

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1

Capítulo 43

Traducido 911 por aLexiia_Rms & NomeHodas

Corregido por Julieta_arg

n punto de apoyo para subirme sobre Xanthy nunca se presentó,

por lo que caminé el resto del camino a Megara. Sabía que tenía

que ir directamente a Eleusis, pero me aventuré dentro por más

agua y ayuda para subir a mi caballo.

Mientras la conducía a través de las calles de la ciudad, mantuve mi

cabeza gacha y me moví con rapidez en busca de una fuente pública. La

multitud de los ciudadanos de Megara espesaba; una mezcla confusa de

agricultores, comerciantes, esclavos y senadores. Rodeada de toda esa

gente, empecé a preocuparme de haber cometido un error al adentrarme.

¿Qué si uno de ellos me reconocía? O peor aún, ¿y si me atacasen como

los espartanos?

Cuando llegué al borde de la fuente, llené mis frascos. Alcé la vista por un

momento y atrapé la mirada de otra chica que hacía lo mismo. Su cabello

estaba ordenado, y su piel ligeramente olivácea estaba limpia, pero vestía

algo que parecía haber sido hecho de la más dura y sin teñir lana de

cordero. Supuse que era una esclava, llenando frascos para su amo.

Cuando sus ojos se posaron en los míos por un momento, me hizo un

gesto casi imperceptible. Una señal de camaradería.

El insulto momentáneo fue superado rápidamente cuando comprendí que

"esclava" era un buen disfraz. Me gustaría ser capaz de pasar a través de

las calles prácticamente imperceptible si me veía como una esclava. Nadie

U

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2

me daría una segunda mirada. Una pequeña sonrisa tiró de mis labios y

me sentí segura.

Hasta que una voz aguda me arrancó de mi seguridad momentánea.

—¡Niña! El caballo de tu amo no puede beber de la fuente.

Había estado tan distraída que no me había dado cuenta que Xanthy tenía

pegado el hocico en el agua dulce de la ciudad. Tiré de su cuello

determinado hasta que sacó la cabeza por encima de la línea de agua.

Xanthy resopló, salpicándome de gotas frescas.

Solo cuando ya había corregido mi error me volteé a mirar a la mujer para

pedir disculpas.

—Lo siento —se escapó de mis labios al mismo tiempo que vi

completamente su rostro. Era severo, pero iluminado por la luz de una

risa reprimida. Y me era familiar. Un segundo pasó antes de darme cuenta

que el rostro de la mujer se veía igual que la imagen en relieve de Vesta

que había visto en su santuario.

Mis ojos se abrieron y me incliné rápidamente.

—Mi Señora.

Me miró con atención, estudiando mi cara y ropa. Luego asintió y levantó

la barbilla con un esperado aire de superioridad.

—Pareces una buena pequeña esclava. —Sus ojos brillaron—. Te voy a dar

un consejo —continuó.

Dejé que mis ojos se movieran a la izquierda y derecha para asegurarme

que nadie escuchaba. La mujer noble reprendiendo a la esclava estaba

pasando desapercibido.

—Deberías servir a Ceres en Eleusis. Sería un error no pedir su ayuda

también.

Asentí en lo que esperaba fuera una reverencia con la inclinación

suficiente. —Gracias, mi señora. Estoy eternamente agradecida.

Un lado de su boca se elevó en una media sonrisa mientras se inclinaba

más cerca y susurraba:

—No es gratitud lo que busco, es el cumplimiento de la promesa que

hiciste.

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3

—¡El santuario! —solté antes de poner mi mano sobre mi boca. Una vez

más, rápidamente miré a mi alrededor para ver si alguien nos había

notado, pero todavía parecía seguro. Bajé la voz—. Usted, por supuesto,

tendrá su santuario si logro pasar este viaje. No iría contra mi palabra.

Ella levantó una ceja acusadora.

—¿En serio? ¿También le dijiste eso a Eros?

El aire salió de mis pulmones como si me hubiera dado un puñetazo.

Lágrimas calientes se agruparon en mis ojos, amenazando con

desbordarse. No había llorado desde mi ataque, pero sus palabras picaron

peor que cualquier asalto físico.

Empecé a defenderme.

—Nunca quise hacer daño…

—Apariencia, niña —me interrumpió Vesta—. Lo que quieres decir es

evidente para todos. No vas a ganar el favor de alguien si mientes acerca

de tu verdadera intención. Admite tus errores y todavía podrás ser

perdonada.

Sus palabras eran más duras de lo que me hubiera gustado, pero sabía que

las ofrecía como un plan de redención. Caí de rodillas y besé la suave

mano de porcelana de Vesta.

—Mi Señora, no puedo agradecerle lo suficiente.

Vesta sacudió fuera mi mano y me miró con la forma en que un maestro

ve a su torpe pupilo.

—Levántate antes de que atraigas la atención a ti —siseó.

Cuando me paré, me sacudí el polvo de mis rodillas.

—Además —añadió Vesta—, no puedo prometer que alguna vez me

construirás ese templo. Podrías esperar y agradecerme si alguna vez

sucede.

Dejé de limpiar mi vestido y miré a la diosa, mi corazón cargado de temor.

Consejos obviamente era todo lo que podía esperar de ella. Asentí.

—Todo bien, entonces.

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Vesta se alejó, desapareció entre la multitud y se fue. Aunque todavía

tambaleaba un poco, estaba lista para escapar de esta multitud de gente

también.

Lo único que sabía era que ahora tenía que ir al templo de Ceres en

Eleusis.

Después de terminar la tarea llenando frascos que había empezado,

agarré la melena de Xanthy y comencé a acarrearla. Pero me di cuenta de

que todavía no había encontrado una forma de llegar a su espalda. Si

quisiera llegar a Eleusis al caer la noche, viajar a caballo era una

necesidad. Miré alrededor del centro comercial lleno, viendo gente

corriendo sobre su negocio como ratas. Sin embargo, la fuente estaba

desierta. ¿Alguien lo notó?

Brinqué hacia la barrera de la fuente que separaba a la gente del pozo,

sujeté la melena de Xanthy para evitar que me cayera accidentalmente.

Fácilmente eché la pierna izquierda sobre la espalda Xanthy y me

acomodé en el lugar. Con un empujoncito de mis talones, Xanthy y yo

irrumpimos nuestro camino a través de la masa del pueblo, hasta que

estuvimos a salvo en la carretera que conducía fuera de Megara. Una vez

fuera de las puertas de la ciudad, nos dirigimos hacia el norte y comenzó

el viaje a Eleusis.

Gracias a Dios, el camino estaba vacío.

Esperé hasta la noche para deslizarme a través de las puertas de Eleusis y

terminar mi camino hacia el centro de la ciudad. Seguimos el camino

lleno de surcos y, como esperaba, nos condujo directamente al ágora. Los

puestos de mercado vacíos y sobras desechadas aludían a la vida que

llenaría de nuevo la larga y rectangular plaza al venir amanecer. Pero en la

oscuridad, estaba extrañamente sin vida.

En el extremo más alejado del ágora pude distinguir la silueta de un

templo. Unas pocas y solitarias antorchas parpadeaban desde el interior.

Bajando de la espalda de Xanthy, me acerqué lentamente, sintiendo total

respeto por la diosa mientras estaba de pie en la marca de su santuario

más sagrado.

En honor a la diosa por su don de la agricultura, los Eleusisnianos habían

construido un templo que parecía crecer de la tierra. Largas columnas

esbeltas, como tallos de trigo, levantaban un masivo techo triangular.

Imágenes de la diosa montando su carro tirado por caballos, adornaba

todas las paredes.

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Tomando una respiración profunda, dejé a un lado a Xanthy y subí la

empinada escalera del templo. Mis sandalias de cuero golpeaban

ligeramente contra las escaleras de mármol. El único otro sonido era del

campo de trigo a mi espalda, cómo el viento hacía chocar los tallos uno

contra el otro. El suelo del templo estaba tan elevado por encima de la

base de que no podía ver el interior hasta que tenía más de la mitad del

camino por las escaleras. Cuando pude apreciar por completo el santuario

del templo, lo que vi me sorprendió.

Allí estaba yo, de pie en el templo más famoso de Ceres en toda Grecia, y

este parecía como si una manada de cerdos salvajes hubiera sido liberada

en su interior.

Hojas arrugadas de maíz yacían esparcidas por el suelo con tallos

quebradizos de color marrón de cebada. Mezclados entre los escombros

estaban los instrumentos de agricultores —rastrillos, azadas y hoces—

dejados esparcidos como si los agricultores simplemente se hubieran

cansado de cuidar el campo frente a ellos y los hubiesen aventado con

poco cuidado desde donde estuviesen. En una esquina lejana, un estatuto

menor se inclinaba precariamente contra la pared.

Incluso si pudiera haberme concentrado entre tanto escombro, me negué

a pedir ayuda a Ceres mientras que sus tributos estuvieran en ruinas.

Corrí al estatuto y me puse entre la pared y el mismo. Al principio no

pensé que tendría la fuerza para soportarlo, pero empujando con las

piernas, el estatuto eventualmente se movió pesadamente de nuevo en su

base con un ruido sordo que resonó en el santuario cavernoso.

Entonces empecé a recoger los instrumentos aventados. Cuando había

recogido todos y dispuesto ordenadamente en otro rincón, empecé a

trabajar en separar los granos caducados. Afortunadamente, encontré una

cesta con unas pocas hierbas que utilicé para recoger los desechos.

Cuando pensé que había recogido todo, hice una pausa, observando mi

trabajo por un minuto. Había satisfacción en la limpieza. No era sólo

servirle a la diosa. Me sentía bien de haber hecho el orden a partir del

caos. Satisfecho de que el templo estaba ordenado, me volví para bajar las

escaleras y tirar los granos atrofiados.

Tenía poco más de la mitad de camino hasta mi vuelta antes de rebotar en

un pecho cálido y sólido. La canasta aplastada en ella y envió los granos

que había trabajado tan duro para recoger rociando por el suelo una vez

más. Estaba a punto de gritarle a la mujer por pararse detrás de mí,

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asustándome, y arruinando mi trabajo, cuando reconocí el rostro de

Ceres.

¿Por qué las diosas parecen pensar que era una buena idea escurrirse

detrás de mí hoy? Inmediatamente, me caí de rodillas, llegando

frenéticamente por el grano sembrado. Antes de que pudiera agarrar

incluso dos piezas, exhaló un suspiro suave, como si estuviera soplando

una vela ya menguante, y se habían ido. Incluso las piezas que había

juntado se habían ido. Miré hacia arriba y Ceres sonreía.

Pero no se burlaba de mí. Su sonrisa era dulce y maternal. El brillo de sus

ojos era tan abiertamente cariñoso que yo no quería nada más que ser

envuelta en sus brazos. Aunque no me abrazó, me tendió suavemente su

mano dorada y me ayudó a levantar.

—Gracias, Psique —dijo—. No te puedes imaginar cómo me duele ver esto,

todos mis templos, en tal desorden. El otoño es una cosa. Realmente no

me importa incluso entonces, con los agricultores tan ocupados con sus

cosechas. Pero he llegado a esperar algo mejor en la primavera. —Sus

profundos ojos marrones brillaban mientras hablaba, teniendo en el

santuario con evidente orgullo.

—No puedo creer ni siquiera que lo dejaron llegar a esto —le dije, ahora

enojado con los Eleusiansnianos por no cuidar mejor del templo.

Ceres despidió con un gesto mí preocupación.

—Están muy ocupados con la siembra de primavera. Supongo que no

puedo estar muy enfadada con ellos por usar mis dones. —Entonces se

movió silenciosamente a través del templo, decorando cada grieta con

explosiones de frutas y flores. Su vestido de cobre se balanceaba sin

esfuerzo mientras se movía. Cuando un mechón de pelo caoba se liberó de

su moño despreocupado, simplemente lo metió detrás de la oreja y

continuó sus creaciones. Era como ver a un bailarín y artista en uno.

Después de haber creado el último de sus cuernos de la abundancia, Ceres

se sacudió las manos y volvió su atención hacia mí.

—Ahora, ¿tengo razón en que no has venido a verme para poner al día tus

habilidades domésticas?

Mi mirada cayó lejos de sus ojos líquidos mientras yo asentía.

—No sé por dónde empezar —tartamudeé—. Nunca había hecho una

oración en persona antes.

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7

Ella se rió suavemente y puso su mano sobre mi hombro.

—No te preocupes. Ya sé lo que has venido a preguntar. —Suspiró—. Sólo

me gustaría que hubiera más que pudiera hacer.

Busqué una explicación en sus ojos oscuros, sin poder hablar. La

esperanza salió de mí como ráfagas de agua de una presa rota.

—Haré lo mejor que pueda. —Una sonrisa triste tiró hasta una esquina de

sus labios teñidos de bronce—. Pero como no pude proteger a mi propia

hija de Hades, no puedo protegerte de Afrodita para siempre.

—No necesito para siempre —tartamudeé—. Sólo el tiempo suficiente para

llegar al Olimpo y pueda ver a Eros. Si solo podemos hablar una vez él se

calme, estoy segura de que podemos arreglar esto.

—Nunca vas a llegar a Eros a menos que Afrodita quiera. —Parpadeé

perdida en su hermoso rostro, sin saber lo que me estaba diciendo—. No

te gustará, pero hay una manera —me dijo finalmente.

—¡Cualquier cosa! —solté.

—No te puedes esconder de ella. No puedes conseguir pasarla. Solo tienes

que ir a ella. —Ceres continuó—: Está enojada contigo, en muchos niveles

en este momento, pero va a respetar tu valor. Tienes que solucionar las

cosas con ella antes de tener la oportunidad de disculparte con Eros.

Mi propio peso era demasiado pesado y de pronto mis piernas no lo

sostendrían. Era como si el techo monumental por encima de mi cabeza

lentamente me aplastara contra el suelo. Me estrujé en un montón a los

pies de Ceres.

—Vamos, te acabo de recoger de ese piso hace un momento —reprendió

con suavidad. Ella me agarró debajo de mis brazos y me puso de nuevo en

pie. Mis rodillas comenzaron a doblarse de nuevo, pero una mirada aguda

de Ceres me obligó a ponerme bajo control—. Esto no es imposible —dijo.

Asentí con pequeños movimientos raquíticos. Era lo mejor que podía

hacer para indicar que entendía, aunque no lo hacía. En cuanto a mí

misma con Afrodita parecía tan cuerdo como bailar en un incendio.

—Si yo pensara que ella va a matarte, te ahorraría la angustia y te llevaría

abajo con Hades yo misma —dijo Ceres.

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8

Algo de consuelo. No quería ser torturada, desterrada, arruinada o

cualquiera de las otras cosas numerosas Afrodita podía hacer para mí

corto de muerte. Sólo quería ver a Eros.

—Además —continuó Ceres—,creo que se ha calmado desde su primer

intento.

Las palabras me fallaron por segunda vez en tantos minutos. ¿Afrodita ya

ha intentado matarme? ¿Al igual que, real y verdaderamente matarme, no

sólo maldecirme y arruinar mi vida?

—Retrocede —dijo ella, cerrando mi mandíbula desquiciada con su dedo—

. Vas a estar bien. —La constancia en los ojos de Ceres era imposible de

ignorar. Fue entonces cuando me di cuenta, yo estaba de pie delante de

una diosa del Olimpo, que me estaba diciendo, tan suavemente como

podía, que me había quedado sin opciones. Me mordí en la esquina de mi

labio mientras consideraba qué hacer a continuación.

—Está bien —dije finalmente—. ¿Cómo voy a encontrarla?

La sonrisa de Ceres se extendió por su cara, penetrando todo el camino

hasta sus ojos.

—Yo sabía que no estaba perdiendo mi tiempo contigo —sonrió—. No sé

que tú eras particularmente valiente, pero claramente amas a nuestro

pequeño Eros. —Luego añadió en voz baja, inclinándose más cerca así sus

palabras no podían ser escuchadas—: La devoción como la tuya no puede

ser ignorada, incluso por un olímpico. Recuerda eso.

—Lo haré —le prometí.

—Excelente. —Ceres estaba alto de nuevo y agarró mi mano entre las

suyas—. Vamos entonces. Te llevaré.

—Espera. ¿Ahora mismo? —Tiré mi mano lejos—. ¿Qué pasa con mi

caballo? —le pregunté, vacilante por cualquier excusa pérdida de

sustentación—. No puedo simplemente dejar a Xanthy aquí.

No estaba lista para reunirme con Afrodita en ese mismo instante. Pensé

que tendría por lo menos una noche más antes de enfrentarme a la diosa

que, estaba convencida, me quería muerta. ¿Cómo habremos pasado de

ser como una familia a que ella me quiera ver muerta?

—Hmmm. —Ceres presionó sus dedos índices contra sus labios y se quedó

pensativa por un momento antes que una revelación cruzara por su

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rostro. Con un movimiento de sus manos, simplemente dijo—: El caballo

vendrá también. Problema resuelto.

Ni siquiera tuve tiempo para cerrar la mandíbula abierta de nuevo antes

de Ceres me agarró la mano y suavemente me tiró por las escaleras de su

templo. Xanthy tenía la cabeza y la mitad de su cuerpo atrapado en los

campos de trigo sagrados. Estaba comiendo lejos, pero a Ceres no parecía

importarle. Con un movimiento fluido y sin esfuerzo, me agarró la cintura

y me dejó caer sobre la espalda de Xanthy. Entonces Ceres se montó

detrás de mí y apretó dos puñados de la melena de Xanthy, en dirección a

los tallos de trigo a la altura del pecho.

La sentí empujar a Xanthy hacia adelante al trote, y luego volábamos. No

estaba volando de la forma en que un pájaro vuela sin embargo—o de la

forma en Eros voló. No había ningún esfuerzo, y no volando o

deslizándose. Era más como ser una pluma atrapada en el viento,

flotando, girando, cayendo. Solo con una velocidad inimaginable. Fue

emocionante y aterrador al mismo tiempo.

Ceres se echó a reír como un niño aturdido detrás de mí.

—¿No es genial? Me encanta no tener que depender de las alas para

moverse.

Me abracé con más fuerza al cuello de Xanthy aunque estaba bastante

segura de que Ceres no me dejaría caer. Tenía que estar en desacuerdo

con ella sin embargo. Yo había volado en alas y me pareció ser superior, y

una manera de viajar menos nauseabunda.

En menos tiempo del que me hubiera tomado solo para volver a salir de

las puertas de Eleusis, aterrizamos en el monte Olimpo. El aire era más

fresco, el suelo más rocoso. Un escalofrío recorrió mi espina dorsal,

haciéndome estremecer.

Ceres se deslizó de la espalda de Xanthy con la fluidez del agua.

—Vamos, querida —dijo mientras me tiró hacia abajo—. Puedes quedarte

conmigo esta noche. Mañana iremos a Afrodita.

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0

Capítulo 44

Traducido por Cpry & Catleo

Corregido por LilikaBaez

ros se quedó despierto toda la noche, rodeado por los recuerdos.

Su mente repetía historias de Psique cientos de veces, los primeros

en los que le había dicho sobre la tarta de queso a los previos a la

pelea. Eran historias que le había hecho decírselo de modo que podría

recordarla mientras estaban separados.

Ahora las historias le impidieron olvidar.

Mientras se echaba, solo en su cama, oyó la voz suave de Psique; recordó

su risa delicada al recordar algo gracioso. Y luego, cuando ella por fin lo

había besado, sus labios quemaron recordando la sensación que sintió

contra los de ella.

El poco tiempo que habían pasado juntos chocó contra él, derramando

sobre su cabeza como si fueran ondas ahogando.

El amanecer estalló finalmente, Eros se dio la vuelta y tiró de la manta

sobre su cabeza con un gemido. Sabía que Afrodita le había eliminado el

aguijón de la flecha del amor.

Pero se sentía con resaca de amor de la misma manera, como si fuera un

licor embriagante que lo dejara con ganas de más, incluso después de que

se había quedado en su sistema.

Cerró los ojos contra la luz intrusa. Más recuerdos llenaron el vacío sin

luz. Podía ver revolotear los ojos de ella. Sintió sus dedos suaves en la

mejilla. El aliento de Psique le susurró al oído.

—¡Suficiente! —Eros empujó la manta y se sentó. Sus pies se movieron al

suelo mientras se cepillaba su maraña de rizos—. Esto es suficiente —se

dijo—. Es hora de volver al trabajo.

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Se arrastró fuera de la cama hacia su patio abierto. Además de obligarse a

sacar a Psique de su mente, el trabajo podría ayudar con algunos otros

problemas que había ido evitando.

El primero e inmediato, aparte de Psique, era que Zeus fuera a abrir los

cielos sobre él si no empezaba a responder algunas oraciones. Su segundo

problema, y el más preocupante, era que su madre estaba decidida que

viera a Iris. Sin embargo, si utilizaba a Iris para ayudarla con el problema

uno, él también obtendría que Afrodita diera marcha atrás por un tiempo

en el problema dos. Podía trabajar ese ángulo si tenía que hacerlo.

Desde su patio, Eros empezó a sintonizar las oraciones. Al principio las

palabras corrían juntas como el zumbido de fondo durante una cena

grande. Trabajando a través del revoltijo, se las arregló para separar las

solicitudes en fragmentos discernibles.

—Y te juro que si lo mantienes alejado de las prostitutas, seré toda la

mujer que necesita. —Eros ni siquiera tenía que mirar para saber quién

estaba haciendo esa solicitud. Ella sería la esposa de un senador de

mediana edad, flor de juventud marchitándose lentamente mientras se

desvivía por los niños y las reuniones organizadas para su ingrato esposo.

Había oído mil oraciones justo como ésta antes. Era simpático, pero no

interesante.

—Desde que me enteré de Zeus apareciendo a Ledo como un cisne, he

estado obsesionada con la idea de él viniendo a mí oculto. Tal vez un león

o una serpiente. ¿Puedes usar las flechas para convencer...?

Um, definitivamente no. Siguiente.

—... Y sé que por lo general haces que la gente se enamore, pero ¿podrías

hacer que esta chica dejara de quererme? Sé que soy bien parecido, pero

no me deja solo, no importa lo que haga con ella. Como cuando la hice

tropezar y cayó en una pila de mierda de caballo. No importaba. Solo me

perseguía alrededor apestando. Se está haciendo difícil conseguir que las

muchachas bonitas se fijen en mí porque realmente creen que estoy con

ella.

Eros se rió entre dientes.

—Mírate en un espejo. No es probable que tu chica sombra las aleje —

murmuró. Por un segundo, Eros consideró hacer que el hombre se

enamorara de la chica molesta como castigo por ser tan orgulloso. Pero el

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2

amor, aunque no deseado, haría la droga feliz. Estar miserable y ser

perseguido sería mejor.

Siguiente.

Entonces Eros oyó una voz dulce y joven, sin embargo, casi estrangulada

por el miedo.

—Hoy me casaré con un hombre al que nunca he conocido. Mi madre me

dice que es solo veinte años mayor que yo, así que podría ser peor ya que

voy a ser su segunda esposa. Pero estoy muy asustada.

Eros escaneó rápidamente a la chica, encontrándola acurrucada en una

silla junto a la ventana.

—He oído que amaba a su primera esposa antes de morir y me preocupa

que no haya espacio en su corazón para mí. Sé que nuestro matrimonio es

político ahora, pero rezo para que se convierta en más. Por favor, Señor

Eros, si pudiera abrir el corazón de mi esposo para mí, siempre estaría en

deuda contigo.

La chica cerró los ojos y dejó caer la cabeza sobre las rodillas. Eros casi

sentía la tortura en su corazón. Ahora que era una oración digna de

respuesta.

Y sabía cómo usar a Iris para conceder el deseo.

Todo lo que tenía que hacer era esperar a que Iris llegara. Incluso después

de su pelea del día anterior, Eros estaba seguro que no la había visto por

última vez. Como era de esperar, ella flotó en el palacio de Eros, tan

pronto como el sol de media mañana comenzó a fluir con sus rayos

cálidos y amarillos a través de sus ventanas. Eros no estaba siquiera cerca

de que le agradara, pero pensó que le debía por lo menos tolerancia por

haberle avisado sobre el ataque de Ares a Psique. Por supuesto, Iris no

sabía que ella estaba perdonando la vida de Psique, pero Eros estaba a

regañadientes agradecido.

—Hola, Eros —ronroneó Iris. Hoy su tono de piel tenía un toque de azul.

No profundo como un arándano. Solo una colada fina de color azul, como

si se estuviera congelando desde adentro hacia afuera

Tal vez ella es así pensó, por lo general me da escalofríos.

Ella inclinó la cabeza hacia un lado y entrecerró los ojos.

—¿Qué? Parece que te acabo de recordar una buena broma.

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3

—Estaba pensando en el trabajo que tenemos que hacer hoy. Debería ser

divertido.

—El trabajo y la diversión no se suelen mezclar —dijo Iris. Una sonrisa

irónica tiró de sus labios—. Pero estoy intrigada por la parte de “nosotros”

en ello.

Eros le habló de la joven novia y sus planes para la concesión de su

oración. Era de esperar que Iris aceptara ir. Una vez en casa de la novia,

los dioses se disfrazaron de invitados de la boda. Mezclados con la

multitud de extraños que llenaban las calles de afuera, esperaron a que la

procesión de la boda comenzara.

—La novia nos llevará derecho al novio —le susurró Eros a Iris—. Va a

salvarnos de tener que buscarlo por nosotros mismos.

—Supongo que no queremos encontrar accidentalmente al novio

equivocado — dijo Iris con una mueca. Eros arqueó las cejas y asintió.

En poco tiempo, la joven esposa salió de la casa de sus padres. Su vestido

estaba hecho de una seda roja fina y bordada con un motivo griego con

una llave de oro a lo largo del dobladillo. Su pelo castaño claro y ojos color

avellana parecían simples contra el traje de bodas elaborado. Nada como

lo que Psique había parecido aquella primera noche... Eros sacudió la

cabeza para sacudir los recuerdos.

—Pobrecita —dijo Iris—. Ella está muerta de miedo. Está escrito en toda

su cara.

Eros asintió.

—Algunas oraciones simplemente deben ser respondidas.

Luego se deslizó más hacia la multitud para seguir la procesión de la

boda, ya que hacía su camino desde la antigua casa de la novia a la del

novio. Iris se abrazó estrecha detrás de él.

Cuando la procesión comenzó a cantar, Eros se unió e Iris le lanzó una

mirada de reojo que le preguntaba por qué estaba participando en el acto

humano.

—Estoy mezclándome, ¿recuerdas? —Eros sonrió y le guiñó un ojo—. Tú

cantas también.

A medida que caminaban y cantaban, la mano de Eros sin querer rozó los

dedos de Iris. Sus manos no estaban heladas como Eros había esperado.

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4

Cuando llegaron a la casa del novio, Eros agarró el codo de Iris y

bordearon lateralmente alrededor de la multitud.

—Vamos —le susurró—. Todo el mundo va adentro para el banquete.

Podemos deslizarnos por atrás.

Desde el patio, Eros fácilmente seleccionó a la joven novia con su vestido

rojo destacando. Al lado de ella había un hombre, el cual, Eros

sospechaba, era el novio. La parte superior de su calva brillaba bajo el sol

del atardecer. La sospecha de Eros fue confirmada cuando el hombre

comenzó a agitar enérgicamente la mano de un hombre de aspecto

formidable, prometiéndole que cuidaría de su novia.

Con la facilidad de alguien con mucha práctica, Eros extrajo una flecha del

carcaj y sacó su arco. Nadie notó cómo la flecha plateada explotó con un

estallido de brillo estelar en la espalda del hombre. Los cristales amarillos

y blancos brillaron momentáneamente en el aire, invisibles excepto para

Eros e Iris.

—Eso debería hacerlo —dijo Eros poniendo de vuelta el arco sobre su

hombro—. Plegaria contestada.

Cuando se giró para mirar a Iris, su mandíbula colgaba abierta y sus ojos

estaban congelados en el punto en la espalda del hombre donde la flecha

se había evaporado.

—¿Qué creías que iba a ocurrir? —preguntó él con una sonrisa de

satisfacción.

—Yo… no lo sé —dijo Iris—. ¿Por qué no pueden verlo? Fue hermoso.

—Son humanos. Solo ven aquello que sus ojos pueden comprender.

Un pensamiento tiraba desde el fondo de la mente de Eros. Trató de

sacarlo, pero cuando no salió a la superficie fácilmente lo dejó a un lado.

—Vamos —dijo, tirando del brazo de Iris y guiándola fuera del patio—.

Ahora te toca a ti hacer algo de magia.

Iris levantó la vista. El sol brillaba despiadadamente desde un inmaculado

cielo azul donde solo unas pocas nubes se hinchaban aquí y allá. Sacudió

la cabeza.

—Necesito más nubes. El arco iris no funciona en plena luz del sol.

Eros paró.

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—¿Qué quieres decir?

Iris se encogió de hombros.

—No puedo simplemente hacer aparecer arco iris desde la nada. Necesito

sol y nubes lluviosas.

Los ojos de Eros lucieron desalentados.

—Quizá deberías haberme dado alguna pista sobre ese pequeño detalle

antes de que estuvieras de acuerdo en ayudar.

Eros levantó las manos y elevó sus alas para volar.

—¡Espera! —dijo Iris—. Todo lo que debemos hacer es conseguir que

Helios acerque una de sus nubes —Señaló a una nube inestable de color

gris rojizo que estaba cerca del horizonte—. Esa parece llevar lluvia en

ella. Servirá.

—Oh. Entonces, todo lo que tenemos que hacer es echarnos a volar rumbo

al sol y estamos en el negocio. Claro. Sin problemas. —Eros puso los ojos

en blanco.

—Para ser un dios, no eres tan listo usando tus dones —dijo Iris—. Helios

alegremente dará un paseo bajo esa nube si algo suficientemente tentador

está allí en pie.

Eros e Iris se miraron.

—¿Quién? —preguntaron al unísono, entonces se echaron a reír juntos.

—Una chica que sea lo suficientemente deslumbrante como para atrapar

la atención del sol —dijo Iris.

—¡Claro! —dijo Eros—. Aglaia —La Gracia del Resplandor—. Helios se

derretirá por ella incluso sin mis flechas.

Iris le dio un rápido y entusiasta abrazo.

—¡Perfecto! Ahora, ¿cómo conseguimos que ella llegue allí?

—¿Soy yo quien no es muy listo? —preguntó Eros—. Puedo hacer que él

crea que Aglaia está allí de pie, pero la ilusión no se mantendrá si él

intenta caminar hacia ella. ¿Puedes hacerlo rápido?

Iris estalló en el aire, volviendo a por Eros dijo:

—¿A qué esperas?

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Con un salto y un aleteo la pasó velozmente.

—Trabajo rápido, ¿recuerdas?

Iris respondió con una risa mientras el dios corría hacia la nube de lluvia

solitaria. Cuando llegaron hasta la nube, Eros alcanzó sus flechas e Iris se

posó sobre el borde como un buzo a punto de saltar al mar. La flecha de

Eros dio en el hombro de Helios y su cabeza se giró con un chasquido

hacia la pareja.

La mirada de Helios se estrechó en un holograma de una luz bailando. El

espejismo tomó la forma de una brillante mujer cuyo cabello se movía con

el viento y cuyos ojos destellaban con el brillo de las estrellas. Una doble

perfecta de Aglaia. Ella caminó en puntillas a través del aire hacia la nube

de lluvia.

—Está funcionando —susurró Iris mientras Helios giraba su corcel solar

hacia la chica.

—Prepárate —dijo Eros—. Helios no estará encantado después de que ella

desaparezca.

La cuadriga de Eros se iba acercando, disparando pinchos de calor hacia

los dioses mientras se acercaba. Iris se encogió de dolor.

—No puedo creer que esté haciendo esto por un humano.

En un destello de luz abrasadora, Helios estaba tras la nube. Iris se

zambulló, dibujando su paleta de color a través del cielo mientras caía. Su

arco iris iluminando el cielo y por un momento, Eros pensó que veía una

chica vestida de rojo mirando hacia arriba con asombro.

Mientras Iris tocaba abajo tras una colina y guardaba el rastro de su arco

iris, una voz acusadora tronó.

—¡Eros!

Iris acababa justo de girar a mirar cuando Eros la derribó del cielo y

envolvió sus brazos a su alrededor.

—Vámonos —dijo, aleteó frenéticamente sus alas devuelta hacia Olimpo.

Cuando Eros dejó a Iris en su palacio, ambos estallaron en carcajadas.

—¿Supongo que Helios no está muy feliz?

—Puede decirse.

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—¿No estás preocupado? —preguntó Iris, con los ojos abiertos.

—Nop. Él no puede herirme. Además, eso fue divertido. —Eros miró a

Iris—. Gracias por acompañarme. Lo necesitaba.

Iris tomó un paso más cerca de Eros.

—Puedo ser muchas cosas que necesites.

La sonrisa desapareció de la cara de Eros, pero la amabilidad de sus ojos

se mantuvo. Corrió sus manos por los delicados brazos de Iris hacia abajo

y sujetó sus manos. ¿Cuándo su tez cambió de azul a rosa? se preguntó.

Lucía casi comestible sonrojada con un color más natural.

—Simplemente aún no estoy preparado —respiró, mirando hacia abajo,

hacia sus manos encajando juntas.

Iris tiró de una de sus manos liberándola y elevó la barbilla de Eros para

que sus ojos se encontraran.

—Está bien. Ayer dije muchas cosas que no debí haber dicho… Si puedes

perdonarme, puedo esperar. ¿De acuerdo?

Eros miró a lo lejos en la distancia.

—Te perdono.

Iris se alzó sobre sus pies y besó a Eros en la mejilla.

—Buenas noches.

Él miró su sensual aura de colores relucientes dejando un rastro tras ella

mientras salía. Esa noche, sólo en su palacio, Eros se relajó con el

cansancio placentero que viene tras un día satisfactorio. Había contestado

a una plegaria y usado sus flechas en otro dios distinto de Zeus. ¿Qué más

podía pedir?

El pensamiento apenas salió de su cabeza antes de que Eros se

arrepintiera. Podía pedir que Psique se enamorara de él lo suficiente

como para confiar en él. Lo había olvidado mientras estaba jugando con

Iris, pero los recuerdos volvieron en la soledad de su casa.

Estaba enfadado consigo mismo por divertirse tan fácilmente con Iris.

Ayer la había odiado, pero hoy… no tanto. Y estaba sorprendido por

pensar que podía sentirse atraído por ella tan fácilmente después de la

devoción que había tenido hacia Psique. ¿Estaba realmente dándose por

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vencido con Psique tan fácilmente como la magia de sus flechas se

deshacía?

Mientras Eros daba vueltas a eso, un pequeño destello de pensamiento

que había ignorado en la boda se deslizó hasta la superficie.

Ellos son humanos. Solo ven lo que sus ojos pueden comprender.

Incluso si ella tuviera algo de sangre divina corriendo por sus venas,

Psique era aún humana. Ella sólo podía ver aquello que sus ojos podían

comprender.

—Sí, entonces —se provocó a sí mismo. Había algo más. ¿Qué era lo que

olvidaba?

Eros reflexionó sobre todo lo que había pasado anticipándose a la traición

de Psique. Se pelearon. Lo arreglaron. La hermana de Psique vino de

visita, Alexa dijo que Psique no los había escuchado.

Y entonces lo recordó. Alexa le dijo a él que ella se mostró ante Chara. Y

cuando Psique estaba tratando de explicarse, ella comenzó a decir algo

sobre Alexa, pero la cortó.

¿Y si Psique había visto también a Alexa? Los ojos de Psique solo

comprendían la traición. Ella había visto un palacio edificado con

mentiras. Un supuesto mejor amigo la apuñaló por la espalda.

La esperanza tan dolorosa de esas palabras agarró su corazón y lo apretó.

Tenía que encontrar a Alexa. Si su corazonada era correcta, Psique era la

única que merecía su perdón.

Tal vez él necesitaría algún perdón para sí mismo.

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Capítulo 45

Traducido por Catleo

Corregido por Julieta_arg

uando me desperté la siguiente mañana, mi mente

instantáneamente se reprimió con miedo al verse enfrente de

Afrodita. No había nada que hacer excepto mantenerme ocupada a

mi misma preparándome.

Ceres flotó dentro con su despreocupada tranquilidad mientras enrollaba

su cabello cuidadosamente en un moño. Cuando abrió su mano, una

pequeña margarita blanca se materializó. Colocó la delicada flor tras mi

oreja antes de tomar mis manos entre las suyas.

—Puedes hacerlo —me aseguró apretando mis palmas.

Cerré los ojos y exhalé mientras movía de arriba abajo la cabeza y forzaba

una sonrisa tensa.

—Lo sé —dije y me mordí el labio—. Bien podría acabar con esto, ¿no?

No quise decir ni una sola palabra de eso. Me gustaría haber tenido

alguna excusa para el retraso.

Ceres enderezó la flor detrás de mi oreja. —No dejes para mañana lo que

puedas hacer hoy —confirmó. Sus ojos bailaron de nuevo con seguridad

maternal.

Incapaz de frenarme eché los brazos alrededor de la diosa. Todo sobre ella

era reconfortante. Su piel olía a frescor como el aire de Olympian, y su

sonrisa irradiaba calor. Me rodeó con sus propios brazos mientras yo

temblaba contra ella.

—Oh, Psyche —suspiró y frotó mi espalda—. Debes creer que todo puede

salir bien. Todo está perdido si pierdes la esperanza ahora.

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Di un paso atrás y parpadeé hacia Ceres.

—No lo entiendo —musité, mordiendo ahora con furia la esquina del

labio.

—Cuando estés ante Afrodita para disculparte, conocerá tu corazón mejor

de lo que tú lo haces. Si hay alguna duda ahí, ella lo sentirá.

Tragando saliva, asentí. Esta tenía que ser la mejor disculpa de toda mi

vida.

—Y lo mismo es verdad, cuando digas que amas a su hijo y te mereces su

perdón —continuó Ceres—. Debes ir a ella con la convicción de que eres el

destino de Eros. ¿Crees eso?

—Más que cualquier cosa —murmuré.

—Entonces puedes hacerlo. —Inclinó la cabeza para así poder mirarme a

la cara cabizbaja—. Postergarlo no lo hará más fácil.

Miré hacia arriba, hacia sus ojos.

—También lo pienso —musité con un suspiro.

La risa de Ceres era tan luminosa como las alas de una mariposa. Apretó

mi mano una vez más y me guió hacia fuera de su palacio.

Xanthy estaba pastando en el campo lleno de flores al lado de la casa de

Ceres. Me encaminé hacia ella pero Ceres me frenó.

—Deja a Xanthy conmigo.

Parando de pronto me giré hacia ella para enfrentar la orden. Mi corazón

se rompió. No quería dejar mi caballo atrás. Era mi único vínculo con los

humanos en esta montaña de dioses.

Ceres se deslizó hasta mí.

—Cuidaré de ella hasta que regreses —prometió—. Ahora ve.

Cuando su mano tocó la mía de nuevo, caímos en el nauseabundo vuelo

de Ceres, flotando y buceando a través del aire matinal. Pero esta vez

nuestro vuelo fue rápido y aterrizamos gentilmente, tocando tierra en un

camino de oro. Seguí el destello del metal bajo mis pies hasta llegar a la

entrada de un palacio.

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Su palacio. Estaba grotescamente ornamentado y no lucía como si fuese

de la persona con los pies en la tierra que me visitó. Pero ahora tenía

sentido porqué Eros pensaba que me iba a gustar todo dorado… Él había

crecido aquí. El palacio se elevaba lleno de columnas de oro, puertas de

oro, estatuas de oro… Hacía que mi estómago enfermera y lo miré con las

cejas fruncidas.

—Sí, todos pensamos que es un poco excesivo —susurró Ceres en mi

oído—, pero no dejes que Afrodita te pille haciendo esa cara en su casa.

Barrí la insatisfacción de mi cara justo antes de que la dorada puerta de

Afrodita se abriera.

—Ceres, ¿eres tú a quién oigo…?

Afrodita paró en medio de la frase cuando me vio. La diosa estaba en la

entrada, que parecía combinar con su aura. Era incluso más asombrosa en

Olympus que cuando había estado en mi casa. Una cascada de suaves y

rubios rizos caían por su espalda y alrededor de sus hombros. Sus ojos

centelleaban como las olas del océano de donde nació. Su piel tan delicada

como la porcelana parecía irradiar luz.

Mientras Afrodita me miraba, una pequeña y cruel sonrisa se formó en

sus labios. Cuando la sonrisa se rompió, se rió por lo bajo, después en voz

alta, después echó su cabeza hacia atrás con carcajadas maníacas que

sonaban como una bandada de hambrientas gaviotas.

—Ves la ironía, ¿no hija? —escupió cuando su risa desapareció—. Todo lo

que teníais que hacer era escucharme en primer lugar y ambos estarían

aún como quieres.

Mis hombros se hundieron. Tenía razón, por supuesto. Ella intentó

traernos a Eros y a mí juntos desde el principio y ambos lo rechazamos.

Su corazón obviamente cambiado desde entonces, pero temía que

cambiara una vez más.

Lanzándome hacia delante, me puse sobre una rodilla al lado de su pie

calzado con una dorada sandalia. Estando tan cerca me sentía abrumada

de una forma en que nunca estuve en mi habitación. Por un lado, ella no

necesitaba más mis lociones: su propia esencia era tan calmante y

poderosa como si estuviéramos rodeadas de jazmines florecidos. Pero,

había una carga vibrando de su piel, amenazando con paralizar como una

anguila. Cerré mis ojos y presioné mi frente contra la parte trasera de su

mano.

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— Levántate —me espetó—. Estás avergonzándote a ti misma.

Obedeciendo, lentamente me incorporé, nunca dejando que mi mirada

encontrara la suya.

—Me conoces —susurré—. Una vez, te gusté lo suficiente como para

considerarme tu hija. Para casarme con tu hijo. Sé que eso lo he

estropeado, pero sabes que no se suponía que pasara esto. —Empujé su

mano sobre mi corazón—. Sabes que actúe con la mejor de las

intenciones, incluso si fui estúpida.

Por un segundo, pensé que su armazón se rompería. Una sonrisa tiró de

sus labios y me miró como si pudiera imaginarse a ambas siendo amigas

de nuevo. Sin embargo, el tono de su voz me dijo que lo leí mal.

—Eso, mi querida, fue hasta que me di cuenta que eras tan puta como tu

madre.

—¡Cómo te atreves? —grité. Inmediatamente me tapé mi boca con la

mano.

—¿Qué me acabas de decir? —Afrodita agarró mi brazo, sus uñas

hincándose en mi piel como garras—. ¿Cómo me atrevo? Intenté

organizarles una boda legítima y en su lugar simplemente sales corriendo

y te acuestas con mi hijo a mis espaldas.

—Nunca nos hemos acostado, te lo juro. —Comencé a tener calambres en

los músculos del brazo mientras me apretaba más fuerte—. Pero ahora no

hablaba de mí. Me refería a mi madre. Por favor. Déjala fuera de esto.

—No puedo dejarla fuera. Ella lo empezó la noche que durmió con

Poseidón. —Apretó de nuevo antes de liberar mi brazo y me eché unos

pasos hacia atrás tambaleándome.

¿Mi madre había hecho qué? No, Afrodita estaba mintiendo. Tenía que

hacerlo. Mi madre amaba a mi padre. No lo traicionaría de ese modo.

—Me preguntaba si él podía hacer una hija tan bonita como Zeus hizo. —

Afrodita agarró uno de mis tirabuzones entre el pulgar de su dedo—.

Parece que pudo, excepto que no eres rubia.

Guau. ¿Qué? Mi mundo se volvió blanco mientras empujaba dentro de mi

cabeza. ¿Era eso acaso posible? Si ella decía la verdad, padre no era mi

padre del todo entonces. Lo que explicaría por qué madre estaba tan

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enfadada cuando averiguó que Afrodita me había hecho su hija. Y por

qué…

—Por eso fue que me escogiste. —Mis ojos se llenaron de piscinas

húmedas—. No porque te gustara, sino porque era en parte inmortal.

—Déjame devolverte la pregunta, Psique. ¿Alguna vez has oído que un

inmortal gaste su tiempo con un completo humano? Y me refiero a más de

una noche.

Sacudí la cabeza.

—No.

Los dioses pasaban el tiempo con otros dioses o semi-dioses. Como regla,

solo trasteaban con la vida de las personas, no participaban en ella.

—Luego creo que tú misma contestaste tu propia pregunta.

Después de eso, no podía mirarla a los ojos. No podía ni siquiera pedirle

ver a Eros. Había demasiada información que procesar y quería escapar y

pensar en ello. Girarlo en mi mente como una roca de extraña forma y

estudiar cada lado.

—Puedo sentir que estás batallando contra esto, Psique. Lo entiendo.

El cambio de tono de Afrodita llamó mi atención. También debió de

resonar en Ceres, porque tomó la oportunidad para venir a mi lado y

deslizar su mano en la mía.

—Aquí está el problema, como yo lo veo —continuó Afrodita—. Eres mi

sobrina para los estándares de Olympian y realmente me gustabas. Pero

primero rechazaste mi orden y después intentaste matar a mi hijo. Estoy

placenteramente sorprendida de que no durmieras con él, pero no es

suficiente para compensarlo.

—Por favor —la rogué—. Todo lo que quiero es una oportunidad para

hablar con Eros y decirle como me siento. —Mi voz traqueteó al final

mientras recordaba el horror de nuestra última noche juntos, las crudas

emociones barriendo todo el arco desde el miedo y desesperación hasta la

traición e incluso el amor—. Se merece saber que le amo.

—No me digas lo que se merece. —La voz de Afrodita siseó con un grito

como si se elevara y cayera por las escaleras—. Lo que se merece es una

mujer que no intente asesinarle mientras duerme.

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—Lo sé —admití—. Lo sé. Y quizá nunca gane de vuelta su corazón, pero

necesito que él sepa que ganó el mío.

Afrodita caminó de un lado a otro.

—Ceres, tenemos un problema. Tú la trajiste a mí, así que también es tu

problema. Creo que estoy lo suficientemente calmada como para no

querer su muerte más, pero no puedo dejar simplemente que vaya a Eros.

O incluso que ande alrededor con todo el mundo pensando que aún es mi

hija. ¿Qué se supone que debo hacer?

—Ummm… —Ceres movió un pie de adelante hacia atrás—. ¿Tal vez un

test? Si ella lo pasa, la dejarás hablar con Eros. Si no, puedes darla vuelta

hacia Ares.

Mis ojos probablemente se abrieron tanto como dos aceitunas negras

gordas cuando oí la sugerencia. ¿Un test? No tengo ninguna habilidad

excepto ser capaz de leer. ¿Cómo demonios iba a pasar un test, no

importa cuál? ¿Y quién sabe qué horribles e inefables cosas me haría Ares

antes de morir?

Afrodita se encogió de hombros.

—Eso funcionó para Heraces, supongo. ¿Qué tienes en mente?

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Capítulo 46

Traducido por OrMel

Corregido por LuciiTamy

ros empezó a buscar a Alexa con un simple rastreo de la casa y la

tierra de sus padres. Después de todo, accedieron a mantenerla

bajo llave y candado a cambio de que él no fuera al Consejo

Olímpico. En retrospectiva, se dio cuenta de que pudo haber sido un poco

duro.

Pero no la detectó.

Pasándose la mano a través de sus suaves rizos, exhaló.

—¿Dónde estas, pequeña ninfa?

Se dejó caer en el sofá y se acomodó para una ojeada más exhaustiva. Eros

empezó por algunos de los hermanos favoritos de Alexa. Tal vez había ido

a visitarlos. Pero su hermano, trabajador del metal y su hermana,

cuidadora de flores, estaban solos. Uno por uno, Eros revisó a los

cincuenta de sus hermanos y hermanas, pero Alexa no estaba con ninguno

de ellos.

¿Dónde está?

Eros rompió su exploración para cerrar los ojos y pensar. Sabía que ella

no estaba trabajando (el mismo la había despedido) y no estaba con su

familia. Así que, ¿dónde le dejaba eso? Pensó en vacaciones en Creta o

unos perezosos baños en balnearios de sal. Ninguna de esas cosas

concordaba con Alexa.

Ni siquiera había sabido que incluso ella quisiera unas vacaciones.

¿Podría seguir aferrándose a su trabajo a pesar de que le fue prohibido?

E

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Sí. Por supuesto. Alexa se aferraría a su amistad con Psique sin importar

el precio. Eros se dio cuenta de que tenía que encontrar a Psique si quería

localizar a Alexa.

El último lugar donde había visto a Psique fue en las afueras de Megara,

cuando la salvó de los soldados. Eso fue menos de dos días atrás. Ella no

podría haber conseguido llegar muy lejos.

—A caballo —murmuró—, habría pasado Eleusis y quizás Atenas, pero no

podría haber llegado a Tebas aún.

Eso redujo su radio de búsqueda. Todo lo que tenía que hacer era

escanear los caminos entre Eleusis y Tebas y la encontraría. Como último

recurso, podría revisar también las ciudades, pero Eros estaba seguro de

que andaba cerca.

Estaba tan seguro que comenzó a volar hacia Tebas, explorando mientras

volaba. Planeaba en trabajar su camino hacia atrás, seguro que Psique se

movía tan rápido como podía hacia el Olimpo. Mientras sus alas batían

furiosamente contra el cielo de la tarde, escudriñó los polvorientos

caminos.

Para el momento en que alcanzó Tebas, rastreó toda la longitud del

camino sin ningún signo de ella.

—¿Qué me estoy perdiendo?

Cayó hacia abajo en un tramo de carretera vacía. Eros recordó a través de

sus caculos mentales cuanto de lejos podía haber viajado Psique. Incluso

galopando sin parar, no veía como ya podría haber pasado Tebas.

Mientras descansaba, exploró en el interior de Eleusis, Atenas y Tebas.

Todavía nada. Eros pateó una piedra que estaba en el borde del camino,

mandándola a toda velocidad hacía una cadena de árboles en la distancia.

¿Cómo podía simplemente haberse ido?

—¡Esto no es posible!

Un eco silencioso tañó de regreso a sus oídos. Posible, posible, posible.

El dolor dominó a Eros mientras el entendimiento se apoderaba de él. Sus

rodillas se debilitaron y dio un asombrado paso hacia atrás.

—Madre.

Eros desplegó sus alas y se lanzó al aire.

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—Madre, ¿dónde está Psique? —gritó mientras se precipitaba de vuelta al

Olimpo.

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Capítulo 47

Traducido por ali_127

Corregido por Jut

frodita me guió hacia un río en el lado oeste de su estado. Mis pies

se resbalaban en las rocas y en los guijarros mientras yo me

esforzaba para mantenerme a su paso. Cuando llegamos a la ribera

del río, mis dedos salpicaban entre el barro, haciendo mis sandalias tan

resbaladizas que me caí sobre mi trasero.

—Todavía me gusta mi idea de separar el grano —añadió Ceres—. Ella no

es una tejedora, pero nada dice ‘doméstico’ tanto como el éxito en la

cocina.

Afrodita bajó su mirada hacia mí mientras yo me enredaba poniéndome

de pie.

—No, esto funcionará. —Luego se puso a explicar que todo lo que yo tenía

que hacer era cruzar el río y sacar un pedacito de lana dorada de cada una

de sus ovejas antes del mediodía.

Pestañeé y asentí mientras lo explicaba, intentando mostrar lo tan

atentamente que la escuchaba, pero concentrándome más en lo que no

estaba diciendo. Algo acerca de la prueba parecía fácil y surrealista (más

fácil que separar el grano) y eso me preocupó. ¿Eran las ovejas

imposiblemente veloces? ¿Tal vez secretamente tenían alas como Pegaso y

volarían lejos? Algo se me estaba pasando.

—¿Entiendes? —me preguntó Afrodita.

Cuando asentí, me dio una sonrisa forzada.

—Bien. Entonces espero que vuelvas a este lugar antes del mediodía.

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Afrodita se fue dando saltitos a su palacio, con su fino vestido blanco y sus

rizos dorados fluyendo como ondas encantadas detrás de ella. Ceres le dio

un rápido apretón a mis hombros antes de seguirla.

No. Definitivamente no es una buena señal.

Una vez que se hubieron ido, encaré mi tarea. Ahora que veía a las ovejas

de cerca, tal vez no sería tan fácil después de todo. No eran animales muy

esponjosos, u ovejas tímidas, más bien eran robustos carneros que

resoplaban. Sus pelusas doradas brillaban solamente la mitad de lo que

brillaban sus cuernos en espiral, de oro sólido, que emergían

peligrosamente de sus frentes. Sus ojos brillantes y pequeños parecían

vivir con el calor de carbones encendidos a fuego lento y todos ellos

estaban fijos en mí.

Tragando saliva, deslicé el cuchillo fuera de mi cinturón. Me moví

lentamente, con cautela, caminando paso a paso, cuidadosa hacia el banco

inundado del río. Aunque todavía era temprano, las palmas de mis manos

ya comenzaban a sudar. Pasé el cuchillo a mi mano izquierda mientras

trataba de secar mi derecha, pero mi vestido estaba enlodado por mi

pequeña caída. Me incliné levemente hacia adelante, tocando la suave

hierba verde del prado, secando mi mano húmeda.

Nunca quité mis ojos del carnero más grande. Como por voluntad de la

suerte, era el más cercano al río. Y a medida que me acercaba, este bajaba

la cabeza, balanceando sus cuernos en señal de advertencia. Cuando toqué

su prado, pisoteó con su pesada pezuña, enviando una chuleta de césped

volando detrás de él, sin más esfuerzo que si hubiera estado pateando

arena.

—Tranquilo chico —dije—. Todo está bien. No voy a hacerte daño.

Incluso si hubiera podido entenderme, con toda probabilidad mi cuchillo

fue más expresivo que mis palabras.

Deslizando mi pie derecho sobre el banco, lentamente salí del agua. Aún

ni siquiera había enderezado mi rodilla cuando fui golpeada y arrojada de

vuelta al río. El agua se precipitó en mi boca y nariz y jadeé. Por un

momento creí que podía ahogarme en un miserable metro de agua.

Cuando forcé a mi cabeza a salir del agua, asfixiándome y escupiendo,

esperé ver al carnero parado en el banco, preparándose para entrar al

agua y golpearme de nuevo. Pero no se había movido. Todavía estaba

pisoteando su pequeña parcela de tierra hacia el olvido.

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Saqué un mechón de cabello empapado de mi boca.

—Qué de…

Y luego unos brazos familiares se enrollaron alrededor de mis hombros,

abrazándome con fuerza.

—No me devuelvas el abrazo —dijo Alexa—. Ella podría estar mirando.

—Si ella está mirando, ¿cómo explicaría que yo estuviese volando hacia el

río justo ahora? —pregunté. Pero en realidad no me importaba.

Solamente estaba aliviada de tener a mi amiga de vuelta, tanto si más

tarde eso me causaba problemas con Afrodita o no.

—¿Acaso te viste a ti misma deslizándote por el banco hace rato? —Alexa

rió—. No es gran cosa para ella pensar que lo hiciste tú misma por tu

cuenta.

—Tal vez sea así. —Fruncí ambos labios—. ¿Te importaría decirme por

qué es que necesitaba chocarme en primer lugar?

—Um, porque las ovejas te hubieran matado, tontita. No puedes

simplemente ir caminando por ahí e intentando quitarles pedazos de lana.

—Sentí que Alexa se había sentado en el agua a mi lado cuando miré a las

relucientes bestias.

—Pero tengo que colectar sus pelusas antes del mediodía. No puedo… —

Un sollozo se atravesó en la parte trasera de mi garganta—. No puedo no

hacerlo.

Me empujé a mí misma para levantarme, pero Alexa tiró de mi brazo

desde abajo. Sin apoyo, caí hacia atrás con un chapoteo.

—Uh oh, parece que te torciste el tobillo —dijo Alexa—. Será mejor que te

deslices de nuevo a la orilla y descanses un rato.

No la entendía, pero de todas formas no discutí. Al igual que un cangrejo

lesionado, me hice camino a través del agua con las manos apoyándome

en el pie izquierdo, haciendo gala de no usar el pie derecho en absoluto.

—Bien, ¿y ahora qué? —pregunté a Alexa mientras deslizaba mi goteante

cuerpo fuera de agua.

—Ahora, siéntate —me respondió—. Mírate el pie, gíralo varias veces, pero

no te apoyes en él. Puedes hacerlo mientras te secas con el sol y esperas.

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—¿Esperar qué? —Golpeé mi puño sobre la orilla mientras miraba al gran

carnero, que había vuelto a masticar hierba—. No tengo tiempo para

sentarme aquí. Tardaré una eternidad en recoger la lana de todas esas

ovejas.

—¿Tienes tiempo para morir?

—No. —Mi labio sobresalió en un puchero completamente inmaduro.

—Entonces tan solo confía en mí, ¿lo harás? Por la mañana los carneros

toman la siesta tarde. Van todos juntos a descansar en la sombra bajo el

roble que está en la parte más alejada de la ribera. Zeus podría tirarle un

rayo a ése árbol y no se despertarían. Podrás colectar toda la lana sin

problemas y estar en camino… mucho antes del mediodía.

Instintivamente, me estiré para abrazarla. Ella me golpeó lejos con una

mano invisible.

—¡Detente! Nos vas a mandar lejos.

—Oh, cierto. —Mis manos cayeron a los lados—. Aún eres la mejor,

incluso si no puedo abrazarte.

—Sí, lo sé. —Alexa se detuvo a mi lado en el banco y se tendió sobre el

cálido césped. Fui arrancando hoja tras hoja de grama, rasgándolas en

pedazos pequeños y lanzándolas al río.

—¿Cómo lo hacen? Los carneros, quiero decir. Parecen fuertes, ¿pero son

lo suficientemente fuertes para matar? —Esa en realidad no era la

pregunta que quería hacer, pero fue la que rompió el silencio incómodo.

—Bueno, si las llamas que lanzan por sus orificios nasales no te queman,

entonces te atravesarían con sus cuernos. Tal vez ambas cosas. Supongo

que tienen que ser violentos o todo el mundo estaría corriendo por ahí con

ropas doradas.

—Entonces, ella intentó matarme. —Despellejé otra brizna de hierba en

tiras—. Quiero decir, Afrodita me envió a este campo para ser quemada y

empalada.

Alexa frotó mi mano.

—Estoy segura de que eso no es lo que ella esperaría que sucediera. Es

solo que las pruebas que les dan a los semidioses nunca son fáciles.

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Su voz parecía mezclarse con el flujo del río y mi visión se tornó acuosa en

el momento en el que mis ojos se llenaron de lágrimas. Todavía tenía

mucho en lo qué pensar cuando esto llegó a mi familia y cada chispa de

pensamiento quemó.

—Tal vez debería dejarlo ir —murmuré—. Después de todo lo que ha

pasado, de todo lo que soy, no le merezco.

—No seas ridícula. Saber quién es tu verdadero padre no cambia nada de

quién eres tú. —Alexa acomodó un mechón de cabello hacia atrás de mi

cara—. Te dije la primera vez que nos conocimos que tú te mereces todo lo

que hay en ese palacio y eso lo incluye a él.

Frotando el puente de mi nariz alejé rodas las lágrimas que se las habían

arreglado para salir.

—Es que no sé si puedo hacer esto ahora.

—Estás cansada, eso es todo —Alexa apretó mi hombro—. Mira, las ovejas

están comenzando a recostarse. Estarán durmiendo dentro de poco.

Puedes hacerlo.

Nos sentamos en silencio mientras la docena de ovejas doradas

deambulaban hacia el roble y se tumbaban pesadamente para descansar.

Una por una, sus cuernos rasgaron el suelo cuando sus pesadas cabezas

caían dormidas. Mientras soñaban, sus pezuñas estaban estancadas en la

tierra y chispas saltaban de sus fosas nasales.

Mientras miraba, Alexa apretó mi mano.

—Deberías ir ahora —me dijo—. Duermen muy ruidosamente cuando ya

han dormido antes.

Mi chuchillo aún estaba atorado en el banco donde Alexa me tumbó y salí

volando. Me arrastre hacia este y lo estiré flojamente del fango. Después

de lavarlo en el río y secarlo en mi vestido, inspeccioné la hoja para

asegurarme de que estaba perfectamente limpia.

—No quisiera que la dorada lana de afrodita se manchara de barro —

murmuré bajo mi respiración.

Alexa rió.

—No se te olvide cojear. Te torciste el tobillo, ¿recuerdas?

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—Como sea. Afrodita puede pensar lo que quiera de mí cayendo al río. No

voy a fingir una cojera cerca de las ovejas comedoras de carne.

Chapoteando fuera del río, subí al banco del otro lado. Al principio di

pasos cautelosos, intentando que la hierba no crujiera bajo mis pies. Pero

cuanto más me acercaba a los carneros, más ganas tenia de acabar con

ésta tarea y salir de la pradera. Cuando ya estaba a pocos metros de los

animales, comencé a correr hasta que llegué al más lejano. Mi plan era

comenzar lejos y hacer mi camino acercándome a la seguridad.

Me arrodillé tras el primer carnero para mantenerme alejada de sus patas

y de las llamas. Por supuesto, eso me puso a una distancia a la que

fácilmente sería golpeada por sus enormes cuernos si echaba la cabeza

hacia atrás por alguna razón.

Por un momento, los enormes cuernos me paralizaron. Con miedo o

asombro, eso no lo sé. Eran mucho más intrincados y mortales de cómo se

veían a través del río. En lugar de estar perfectamente en espiral, llegaban

a un punto afilado a lo largo de la arista superior. Y las puntas parecían

más cortantes que cualquier aguja que jamás hubiera visto. Aun así, los

cuernos eran hermosos, regados de delicados tallados se distribuían en

espiral alrededor de los patrones intrincados.

¿Qué estás haciendo? Si no te apuras, puede que termines sintiendo los

cuernos en lugar de tan solo mirarlos.

Agarré un puñado de pelusa de la parte de atrás del carnero y comencé a

cortar. Tratando de no tirar de su piel, corté con el cuchillo tan rápido

como pude hasta que el mechón cayó suelto en mi mano. Apreté la suave y

brillante lana entre mis dedos.

Uno menos, quedan once. Caminé agachándome hacia la oveja vecina y

comencé a cortar sin problemas un montón de pelusa. Con cada pedazo

que quitaba, me sentía más segura. Cortando rápido, tirando más fuerte,

intentando hacer y acabar con la tarea.

Pero Alexa me había advertido, los semidioses no reciben tareas fáciles,

las cosas solo salieron así de bien hasta que me tocó la onceava oveja. Mi

mano izquierda estaba rebosante de borlas de lana dorada para entonces

y perdí mi agarre sobre el mechón de lana del carnero en el que estaba

trabajando. Estaba agachada sobre los dedos de los pies y apoyándome

sobre la oveja, así que cuando perdí mi agarre, me caí de cara sobre su

vientre.

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Alexa había creído que nada podría despertar a la oveja mientras dormía,

pero estaba equivocada.

El carnero se paró sobre sus pezuñas, dejando caer mi cara sobre la tierra

mientras mis pies iban por el aire. El cuchillo se resbaló de mis manos y

los montones de lana se dispersaron. Me di la vuelta y encontré la cara del

carnero casi presionando la mía. Sus ojos negros brillaron con fuerza y

resopló chispas que chamuscaron las puntas de mi cabello.

—Ahora tranquilo —susurré—. No quiero hacerte daño. —Contoneé mi

mano derecha cuidadosamente a través del pasto hasta que sentí el

mango del cuchillo entre mis dedos.

—Ngeeeeeeeee —bramó el carnero y se levantó sobre sus patas traseras.

Agarré el cuchillo y rodé mientras el carnero bajaba y golpeaba el suelo

con un golpe atronador. Cuando sacudió su cabeza y volvió a centrarse en

mí, me las arreglé para alzar una rodilla y plantar mi otro pie en el suelo.

El carnero cargó, resoplando ráfagas de fuego mientras bajaba su cabeza y

la dirigía hacia mí. Justo antes de que me alcanzara, me arrojé hacia un

lado para esquivar el golpe. Cuando pasó, hundí el cuchillo tan profundo

como pude a su lado. Lo arrancó de mi mano mientras pasaba disparado,

dejándome indefensa.

Me puse de pie mientras el carnero patinaba para detenerse y se volvió

para mirarme. La sangre se derramaba como tinta carmesí a través de la

lana dorada en el lugar en el que el cuchillo sobresalía de su costado.

Pateó el suelo con impaciencia mientras miraba primero su costado

herido, y luego a mí.

De nuevo, se levantó sobre sus patas traseras y bramó. Me preocupaba

que hubiera descubierto mi truco de agacharme y rodar, pero sabía que no

podía dejarlo atrás de otra manera. Sin tiempo para pensar, corrí hacia la

oveja y salté en el aire tan alto como pude cuando cargó contra mí,

esperando al menos salvarme de los cuernos como navajas. Como su

cabeza estaba agachada para cargar, logré pasar sobre los cuernos, pero

mis pies y piernas cayeron torpemente.

Mi pierna izquierda se deslizó por el costado del carnero y mi pierna

derecha estaba atrapada debajo de mí, atorada entre su espalda y mi

cuerpo. Me caí hacia adelante y me agarré de lo que pude para evitar

estrellarme contra el suelo. Con una mano, atrapé su rabo. Con la otra, un

mechón de lana. Mientras caía, la lana se soltó en mi mano y me hizo girar

hacia atrás de la oveja, sosteniéndome solamente de su cola. El cambio de

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peso súbito desbalanceó al carnero, el cual cayó de lado en el suelo,

enterrando aún más profundamente el cuchillo en su costado.

Me apuré para ponerme de pie, haciendo caso omiso de los rastros de

sangre que rebosaban por mis piernas después de semejante caída. Mi

corazón atronaba mientras intentaba pensar una nueva forma de evitar su

siguiente carga. Saltar no había sido mi mejor idea. A medida que me

alejaba lentamente del carnero, me di cuenta de que éste no se levantaba.

Su costado subía y bajaba con cada respiración trabajosa que daba. El

carnero expulsó un último resoplo ardiente y luego murió.

Dos pensamientos cruzaron mi mente al mismo tiempo. ¡Lo logré! Voy a

terminar mi tarea. El otro fue ¡Mierda! Acabo de matar uno de los

carneros dorados de Afrodita. No importaba cuanta lana brillante

hubiera recogido, no estaría contenta con eso.

El mechón de lana de la oveja muerta aún estaba atrapado en mi agarre.

Bueno, con ese son once. Corrí de vuelta al lugar donde había

desparramado las otras diez bolas y rápidamente volví a recogerlas. Di las

gracias a los dioses por que ninguna de las ovejas se hubiera despertado

durante mi pelea. Una oveja más que despejar y estaría lista.

Cuando me giré hacia la última oveja, me di cuenta de que ya no tenía mi

cuchillo, ¿cómo se suponía que iba a cortar un bulto de lana sin ningún

cuchillo?

Corriendo de vuelta al carnero muerto, traté de hacerlo rodar, pero era

demasiado pesado. Incluso intenté deslizar mi mano libre bajo su cadáver

para recuperar mi cuchillo, pero fue inútil. No podía contonear mis dedos

lo suficientemente lejos bajo su gran peso para al menos encontrar el

mango. Por lo que sabía, estaba clavado tan profundamente en su

costado, que no iba a poder sacarlo de todas formas.

Desesperada, busqué alguna herramienta. No había llegado tan lejos,

pasando por once ovejas y enfrentándome a muerte con un carnero

aliento de fuego, para fallar ahora. Pateé algunas rocas con mis pies, pero

ninguna de ellas era lo suficientemente filosa para cortar lana.

Mientras miraba a la doceava oveja, otro carnero se dio la vuelta y dio un

cabezazo hacia la derecha de su propio flanco. ¡Los cuernos! Podía usar

los cuernos como un cuchillo. Caminando de puntillas alrededor de los

dos animales, extendí la mano y suavemente agarré un mechón de lana

justo debajo de los cuernos.

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Por favor, no dejes que se despierten. Corté la lana de un carnero usando

los cuernos del otro. Si el otro carnero hubiese siquiera levantado su

cabeza, yo hubiera perdido mi mano. Porque el cuerno era tan

increíblemente afilado que cortaba la lana cual si fuese un cuchillo

caliente cortando mantequilla.

Con doce mechones de lana dorada en mis manos y el sol comenzando a

caer casi que directamente sobre mi cabeza, corrí hacia el río.

—¡Lo hice! —le grité a Alexa mientras caía al agua, salpicando y

tropezando con cada paso frenético que daba. Escalé el banco jadeando y

toda empapada—. ¿Me has escuchado? ¡Lo hice!

Pero no fue Alexa quien me respondió.

—Por supuesto que te escuché —respondió Afrodita. Se materializó de la

nada y se quedó elevada ante mí, mientras yo me agachaba para recuperar

el aliento. Descubrió la bola de lana de mis dedos y la inspeccionó.

—Veo que conseguiste las doce.

—Sí —jadeé, aún tratando de recobrar el aliento. Incluso a través de los

jadeos, me di cuenta de que yo estaba sonriendo y ella no.

—¿Es tu sangre lo que huelo, o has herido a uno de mis carneros?

Levanté el dobladillo de mi vestido andrajoso y me miré las piernas.

Había líneas furiosas y sangre seca aún alineada en mis espinillas, pero yo

había dejado de sangrar. Probablemente, era más de lo que podía decir,

por la oveja.

Soltando mi vestido, me detuve y alcé la vista hacia Afrodita.

—Probablemente un poco de ambas. Una de tus ovejas me atacó.

—Así que la única forma de que puedas estar aquí es que la hayas matado.

Mis hombros se desplomaron. Eso no sonaba como algo que fuera a

terminar bien.

—Lo siento, Psique. Pero tu tarea era pasar por las ovejas sin hacerles

daño.

Um, ¿cómo se me pudo pasar aquella indicación? Tal vez sucedió

mientras me estaba concentrando en lucir como si estuviera poniendo

atención pero en realidad no estaba escuchando una palabra de lo que

estaba diciendo.

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—Debido a que venciste al carnero, que es más de lo que esperaba, todavía

no voy a cancelar nuestro trato. Te voy a asignar otra tarea.

No estaba segura de si debía estar agradecida o enojada. Había tenido un

duelo mano a mano con una oveja asesina y colectado los doce mechones

de lana, justo como ella pidió, pero no estaba ni remotamente más cerca

de ver a Eros.

Pero de nuevo, tampoco estaba ni remotamente cerca de ser entregada a

Ares. Entonces supuse que tenía que tomar lo que había por ahora.

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Capítulo 48

Traducido por OrMel

Corregido por Vericity

ros corrió de regreso al Olimpo, deseando tener algo más poderoso

en su carcaj. Si Afrodita había, aunque solo, arañado la perfecta y

tierna piel de Psique, no estaba convencido de poder contenerse a

sí mismo. Una semana atrás, se habría acobardado ante la venganza de su

madre, pero eso fue antes de deberle una disculpa a Psique. Antes de que

volviera a convertirse en su todo.

Ahora, no estaba dispuesto a dejar que nada se interpusiera en su camino.

Ni siquiera su madre.

Mientras volaba, Eros vio una brillante explosión de color descender

sobre él.

Iris. ¿Qué estaba haciendo aquí? Ahora no tenía tiempo para ella. Aun así,

frenó su vuelo, batiendo sus alas solo lo necesario para mantenerse

llevado por el aire.

—Ahí estás, Eros. —Iris se detuvo delante del pecho de Eros—. He estado

buscándote por todos lados. Estaba pensando que tal vez hoy podamos

encontrar plegarias que responder en un pueblo en el que ya está

lloviendo. Eso hará las cosas más fáciles.

Eros puso sus manos en sus hombros y suavemente la giró fuera de su

camino.

—No puedo hoy. Tengo que volver al Olimpo.

Los labios de Iris se fruncieron mientras apretaba su mandíbula.

—¿Supongo que esto tiene que ver con Psique?

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—Lo siento, Iris. Podría estar en peligro. Tengo que ir.

Eros batió sus alas para continuar con su vuelta hacia el Olimpo, pero Iris

extendió la mano y atrapó su muñeca.

—Espera.

Eros la fulminó con la mirada y ella soltó su mano.

—Me refiero a que déjame ayudarte —ofreció Iris—. Piensas que está con

tu madre, ¿verdad? ¿Por qué no me dejas ir con Afrodita? Puedes esperar

en mi palacio y yo buscaré la manera de pedir prestada a Psique para que

puedas verla.

—¿Harías eso por nosotros? —El labio de Eros se curvó en una suave

sonrisa—. ¿De verdad nos ayudarías?

Iris se encogió de hombros. —No, pero voy a ayudarte a ti. Esto no es por

Psique. Solo estoy tratando de ayudar a mi amigo.

Eros aplastó a Iris contra su pecho.

—No sé cómo agradecértelo.

Iris apretó la mano de Eros y se lanzó en un vuelo a toda velocidad hacia

su palacio, moviéndose tan rápido que casi arrastró a Eros detrás.

—Oh, estoy segura que vas a pensar en algo —dijo por encima del hombro.

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Capítulo 49

Traducido por Caami y Maia8

Corregido por LadyPandora

stás tratando de matarme!

Solté las palabras antes de que mi cerebro registrara

que no era inteligente gritarle a una diosa, aunque ella

era una especie de casi madre.

—Al contrario —respondió Afrodita, haciendo girar una moneda de oro

por encima y por debajo de sus dedos—. Te estoy salvando. —Me lanzó la

moneda y la pillé por encima de la cabeza—. La moneda se asegurará de

que llegues a salvo al Hades.

—¿Y qué sobre la vuelta? —exigí.

Afrodita se echó a reír gutural e indulgente.

—Chica inteligente. Debiste haber prestado atención durante nuestras

visitas. —Materializó otra moneda y me la lanzó.

Puse las monedas en una cajita de madera y la coloqué bajo mi brazo.

Para mi segunda tarea, Afrodita me dijo que llevara la caja al Inframundo

y pidiera prestada un poco de la belleza de Perséfone. Escuchar a Afrodita

decirlo, el estrés de todo lo que había ocurrido entre mí y Eros había

derretido parte de su encanto. Y de alguna manera, a pesar de que de

todos modos, Afrodita ya era más guapa que todos los demás, Perséfone

con mucho gusto daría un poco de su belleza para que Afrodita se sintiera

mejor.

En mi opinión, eso no era probable. No importaba que los humanos

fueran al Hades y salieran con vida, o no salieran en absoluto. Así que,

—¡E

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dejando de lado el hecho de que mi tarea estaba condenada al fracaso,

básicamente, todo lo que tenía que hacer era llegar al Caronte para

transportarme al Hades, pasar por Cerbero, el perro guardián de tres

cabezas, encontrar a Perséfone, convencerla de que me diera un poco de

su belleza para beneficio de Afrodita, volver a pasar por Cerbero, y llegar a

Caronte para que me transportara fuera del Hades. Oh sí, y a medio

camino tenía que cruzar Grecia, antes incluso de reunirme con Caronte.

No hay problema.

—No estés tan traumatizada —dijo Afrodita, probablemente notando la

mirada asustada de muerte en mis ojos—. Tú eres una semidiosa,

¿recuerdas? Puedes hacerlo. Además, te llevaré a Caronte.

Mi corazón se aligeró como el peso de una pluma. Todavía había un

mucho por lo que pasar, pero al menos una parte de este viaje sería más

fácil.

—Gracias.

Las palabras apenas habían salido de mi boca cuando ella agarró mi

muñeca. El agua salada se precipitó en mi boca y mi cara fue atacada por

la espuma de mar. Contuve el pánico y traté de sacar la arena de mis

dientes.

Tan pronto como comencé a dejar el mar atrás, todo había terminado.

Cuando recuperamos nuestro pie en tierra firme, Afrodita parecía

radiante, con las mejillas brillantes.

Cuando levanté la mano y sentí mi propio pelo, estaba convencida de que

parecería que había vivido un huracán. Uno grande.

Nuestra nueva ubicación era evidente, a pesar de que nunca antes había

estado allí. Sólo hay una manera de entrar en el Hades y era a través de

las puertas en el Lago Alcyonian.

La mano de Afrodita permaneció en mi muñeca antes de soltarme.

—Entonces aquí estás —dijo—. Nos vemos en el otro lado.

—¿Cómo voy a volver? Al Olimpo, quiero decir.

—Cuando lo hagas, iré a buscarte.

Cuando. Ella había dicho “cuando”, no “si”, ¿Podría ser que ahora, en

realidad, estuviera apoyándome?

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Con otra ráfaga de espuma de mar, se fue. Y yo me quedé sola, mirando a

través de la infinita negrura del lago.

Desde la distancia, oí pequeñas salpicaduras que venían hacia mí.

Mientras observaba, Caronte emergió de la bruma, hundiendo su poste en

el agua lo más rápido que parecía ser capaz de moverse. Se detuvo sólo

una vez para frotar la capa de sudor de su frente con el dorso de la mano.

Dejó de remar cuando su barco se acercó a la orilla del lago, dejando que

se deslizara en el banco. Sus dientes amarillos se expusieron bajo una

amplia sonrisa. A pesar de estar cubierto de mugre, había algo relajante

en Caronte. Vi bondad en sus ojos marrones y su sonrisa sin rastro de

amenaza.

—Psique, por fin has venido a unirte a mí —dijo al tiempo que me tendía

su envejecida y torcida mano.

Le devolví la sonrisa, aunque débilmente, y tomé su mano mientras

entraba en el estrecho barco de madera.

—No tengo planes de quedarme, pero me vendría bien un paseo, si no te

importa.

Caronte cubrió su corazón con su mano y suspiró:

—Eres como yo he soñado. Tan perfecta —murmuró—. Ni siquiera Elena

vino a mí hasta que fue una anciana. Pero tú… —Acarició un mechón de

mi cabello entre sus dedos—. No es de extrañar que Eros no quiera

renunciar a ti.

Eso llamó mi atención. Clavé mis ojos en Caronte, sin importarme que

estuviera acariciando mis rizos.

—¿A qué te refieres con que Eros no quiera renunciar a mí?

—Ah, hay tanto en el camino de los dioses que no entiendes... ¿acaso

sabes por qué Eros te trajo a él en primer lugar?

Negué con la cabeza.

—Siéntate —dijo—. Te lo contaré mientras remo.

—Oh, tu moneda. —Recordé, abriendo la cajita y sacando una moneda de

oro.

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3

Él la tomó lentamente de mis dedos y luego la olió, larga y

profundamente. Puso los ojos en blanco con placer. Cuando los abrió y me

vio mirando, se explicó:

—Huele a una combinación de usted y de Afrodita. En verdad divino. Esto

lo guardaré como un tesoro.

Metió la moneda en una bolsa y hundió su vara en el agua, alejándonos de

la orilla.

Nerviosamente, me senté en un estrecho banquito en la parte posterior de

la embarcación.

—Sobre lo de Eros… —solicité.

—Ah, sí. Eros fue hacia ti por orden de su madre. Se suponía que iba a

hacer que te enamorases de un monstruo. Pero lo hechizaste.

—Eso es imposible. La primera vez que nos conocimos, no me soportaba.

—No seas tonta. Es sólo que no quería ser herido de nuevo. —Caronte hizo

otra pausa para limpiarse la frente—. De todos modos, iba a dispararte

una de sus flechas, pero cuando te vio, simplemente no pudo. Y en vez de

eso, se clavó la flecha a sí mismo.

Los recuerdos me inundaron nuevamente.

—¿Eso no fue un sueño? El arquero en el jardín era Eros. —Me sentí

aliviada de alguna manera por esa información, como si el saber que

había sido Eros y no el sueño profético más demente significara que no

estaba volviéndome loca.

Pero con la misma rapidez, otra razón apareció detrás de eso.

—Si su flecha… —Mi labio inferior empezó a temblar y las lágrimas

brotaron de mis ojos. Me mordí el labio con fuerza para detener que el

acueducto de lágrimas se desbordara—. Entonces, no me ama de verdad.

No por su cuenta. No es real.

—¿Importa por qué te ama? Te has ganado el corazón de un dios.

—Y perdí el corazón de un dios. Si su amor no era real, para empezar,

¿qué posibilidades tengo de que me lleve de vuelta?

Caronte dejó de remar por un momento y me miró.

—Yo diría que tus posibilidades son mejores que la media.

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—Gracias —dije, sólo creyéndole a medias. Después de sentarnos en

silencio durante un momento, pregunté:

—¿Qué quisiste decir con lo de que no quería renunciar a mí?

—Afrodita se enfureció mucho después de que rechazaras a su hijo.

Primero hizo enfermar a Eros por ti, pero eso no era suficiente. Entonces

prometió que te enviaría aquí. Por supuesto, imaginé que estarías muerta

cuando llegaras. Pero creo que me gustas más con vida. —Su risa salió

ronca—. Aunque pesas más así.

—Oh… lo siento. —¿Se suponía que debía pedir perdón por no estar

muerta?—. Caronte, ¿puedo preguntarte, cómo sabes todo esto?

—He oído cosas —dijo—. Por supuesto, la mayor parte de la información

proviene de los propios dioses.

—Así que en realidad hablaste con Eros, ¿sobre mí?

Caronte agachó la cabeza mientras entrábamos en una cueva. La luz se

extinguió detrás de nosotros. Casi apenas podía ver a Caronte justo

delante de mí en el barco, todavía llevándonos.

—Eros estaba justo donde tú estás ahora, en la orilla de aquel lago. Puedes

estar segura de que estaba muy enojado cuando le dije que su madre

intentó llevarte por mi camino.

—¿Cuánto tiempo hace de eso? —Me trasladé al borde de mi asiento,

ansiosa con anticipación.

—Han pasado semanas. Antes de que fueras a él.

Dejé caer mi cabeza. Muchas cosas habían cambiado en las últimas

semanas. Tal vez no me hubiera querido muerta, pero todavía no tenía ni

idea de si le importara.

Perdida en mis pensamientos, miré hacia abajo en el agua, apenas visible

en la oscuridad. Sonaba como si siguiéramos rozando las ramas a medida

que nos deslizábamos a través del agua. Esforcé mis ojos para ver con qué

rozábamos. El agua se arremolinaba como una piscina de tinta y unas

grises y tenues figuras comenzaron a surgir. Sus largos dedos como

serpientes agarraron los lados de la embarcación, pero no tenían ningún

efecto más que como si estuviéramos rozando la hierba. Vi con horror

como sus bocas se abrían en gritos sin sonidos y sus nebulosos ojos nos

perseguían mientras pasábamos.

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—¿Qu… qué es eso? —pregunté, casi sin poder hablar.

—Ya no estás en la tierra de los vivos. Esas son sombras, perdidas para

siempre en el río Aqueronte.

—No lo entiendo. ¿Por qué no están en el Hades?

—No hay moneda —respondió—. No creerás que transportar personas

muertas por este río es gratis ¿verdad?

Miré de nuevo hacia abajo, a las sombras y las vi deslizándose bajo el

agua. Como nubes de humo sopladas por una brisa, desaparecieron bajo

la superficie.

—No puedes dejarlos aquí —dije, luchando por avanzar en el barco para

acercarme a Caronte—. Ya debes tener muchas monedas.

Caronte se giró hacia mí, moviendo el barco más de lo que me gustaba y

me bloqueó con una mirada gélida que era visible incluso a través de la

oscuridad. Retrocedí cautelosamente hasta mi asiento en la parte trasera

del barco, a sabiendas de que me había excedido en alguna línea invisible.

Quieta.

—Tal vez estas almas murieron en el campo de batalla y no se recuperaron

—supliqué—. O tal vez murieron en el mar. O tal vez... tal vez sus familias

fueron demasiado pobres para ahorrar una moneda que meterte en los

bolsillos. No es justo que no los aceptes.

Caronte lanzó a su remo en el barco, donde chocó contra los lados.

—¿Así que ahora vas a decirme cómo hacer mi trabajo? Bien. Conduce el

maldita barco. —El barco se resistió cuando Caronte se sentó en el

asiento.

Me senté en silencio, aturdida, hasta que el barco chocó contra la pared de

la cueva. Sin la dirección de Caronte, íbamos a la deriva. No importaba

que antes nunca hubiera conducido un bote, desde luego no iba a

quedarme sentada en una oscura cueva esperando a que la corriente nos

volcara de nuevo en el lago.

Extendiéndome a ciegas, me moví alrededor del barco hasta que agarré el

remo de Caronte. La madera envejecida parecía suave, casi pulida, por los

años de uso. Sumergí el remo en el agua, golpeando el fondo del río y lo

usé para mantener el equilibrio. Tomó todo mi peso movernos hacia

adelante contra la corriente. Con un tirón, rápidamente trasladé el remo

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delante, clavándolo de nuevo en el sedimento del fondo del río y poniendo

mi peso en tirar de nosotros adelante.

Después de sólo tres intentos, estaba empezando a sentirme sin aliento.

No sabía lo lejos que teníamos que ir, pero ya estaba dudando de poder

hacerlo.

—Tú tampoco eres tan ligero —jadeé a Caronte entre respiraciones.

Caronte se rió.

—Debe ser mi peso en el corazón por ahogarse todas esas pobres almas en

el río.

Su sarcasmo alimentó mi determinación, me daba fuerza cuando creía

que no tenía ninguna.

—No eres más que... un viejo solitario —solté—. Pero no demasiado

viejo... para cambiar tu camino. —Hice una pausa con el remo, apoyando

en él mi cabeza. Caronte estaba mirándome, esperando. Remé el barco de

nuevo hacia delante—. Nunca se es demasiado viejo para cambiar...

—¿Qué sabes tú de ser viejo? ¿O acerca del cambio, para el caso?

—Puedo no ser una vieja... pero sé que tengo algunas cosas que cambiar si

salgo de aquí.

Empujé el barco de nuevo hacia delante, pero esta vez cayó a una rejilla

alta.

—Bien, ¿y qué sabes? —preguntó Caronte—. En realidad hiciste el resto

del camino. Estoy impresionado.

Estaba tan aliviado de no estar remando, que salí tambaleándome de la

embarcación y caí de espaldas en la arena. Tumbado en la fría playa, mi

pecho pesado y el repiqueteo de mi corazón volviendo lentamente a un

ritmo más normal.

Caronte se arrodilló a mi lado. Oí crujir la arena cerca de mi oído bajo sus

botas.

—¿Qué tal un trato? —preguntó—. Prometo a comenzar a traer algunas

almas en el Hades sin monedas, si tienen una buena excusa, si haces algo

por mí.

Cerré los ojos y suspiré. ¿Qué otra opción tenía? ¿No le debía a un mundo

lleno de matices empobrecidos no condenarlos a la eternidad en un río?

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—Por supuesto —contesté.

Sus callosos dedos se cerraron alrededor de los míos.

—Bien. Entonces vamos. —Con un suave empujón, Caronte me bajó y me

dejó marchar.

Negué con la cabeza, confundida, cuando empezamos a caminar.

—¿Cuál es el favor?

—Me estás dando unas vacaciones mientras te acompaño a través del

Hades. Como hija de Afrodita, creo que tienes la suficiente influencia

como para darme la tarde libre.

—¿Eso es todo? ¿Eso es realmente todo lo que quieres de mí?

Caronte se giró y me miró. Sus ojos estaban apagados, cansados.

—¿Qué más puedo desear? Estoy teniendo un poco de tiempo libre con la

mujer más bella del mundo. ¿No es eso suficiente?

—¡Shhhh! Bastante enfadada ya está Afrodita conmigo. No te atrevas a

meterme en más problemas con elogios por el estilo.

Caronte comenzó a caminar de nuevo, llevándome hacia una luz a lo lejos.

—Yo no dije que fueras la inmortal más guapa, ¿verdad? No soy estúpido.

Caminamos en silencio durante un rato, viniendo sobre las antorchas que

iluminaban el camino angosto. Las sombras comenzaron a bailar en el

rostro de Caronte mientras las llamas parpadeaban. El efecto hizo que su

rostro se viera enojado y preocupado de un momento al siguiente.

Di un paso en el camino, pero Caronte me agarró del brazo y tiró de mí

hacia atrás.

—Espera —gritó.

Chillando y saltando, bajé la mirada a mis pies, temiendo estar a punto de

pisar sobre serpientes, o un hoyo o algo así. Caronte se rió de mi pequeño

baile sin gracia.

—Que conste —dijo—, Eros sería un tonto si no te llevara de regreso.

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Capítulo 50

Traducido por OrMel

Corregido por KatieGee

rotando el sueño de sus ojos, Eros parpadeó de regreso a los

cegadores rayos del sol de la mañana. Se preguntó dónde estaba por

unos pocos segundos hasta que el recuerdo de la noche anterior se

estableció.

Ver el palacio de Iris en la mañana era desorientador. Las cortinas eran

púrpuras, los sillones eran naranjas, la cerámica de color verde. Y no

apagados, versiones pasteles tampoco. Estos eran completos y ultra-

saturados colores. La explosión de tonalidades le dio a Eros dolor de

cabeza y se frotó las sienes doloridas.

Él se había sentido así antes, pero solo después de demasiado vino. Y solo

había tenido unos pocos sorbos de ambrosía mientras esperaba a que Iris

regresara. Pero no la recordaba regresando. De hecho, él no recordaba

nada después de haber bebido de su copa.

—Esa arpía me drogó. —Se dio cuenta.

Se levantó a si mismo del piso. De alguna forma había terminado apoyado

contra un sillón, lo que significaba que pasó la noche dormido en el piso.

Esto no pesaría a favor de Iris si alguna vez la veía de nuevo.

—¡Iris! —llamó en el palacio vacío—. Iris, ¿estás aquí? —Lentamente

circuló por el cuarto para asegurarse que su voz llegara a todos los

rincones de la casa.

Cuando la propia voz de Eros hizo eco de vuelta a él, estuvo claro que

estaba solo.

—Bien —murmuró—, porque podría haberte matado si estabas aquí.

F

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Cuando su enojo menguó, Eros recordó por qué estaba en lo de Iris en

primer lugar. Ella le había prometido ayudarlo a encontrar a Psique. Pero

ahora ninguna de las mujeres estaba aquí. Maldita sea.

Empujó a través de la rigidez inducida por fármacos en sus alas mientras

se atornillaba hacia el cielo de la mañana. Tan rápido como pudo

manejarlo, voló al palacio de Afrodita y golpeó la puerta abierta. El portal

dorado se estrelló contra la pared de mármol detrás de él, sacudiendo la

puerta de entrada.

—Madre, no me hagas ir a buscarte. Sal de ahí. —Cerró sus manos en

puños tan apretados que sus bíceps se sacudieron.

Afrodita paseó en la habitación como si nada fuera inusual sobre la visita

de su hijo.

—Ah, ahí estás. Te estaba esperando ayer, pero supongo que encontraste

otras maneras de ocupar tu tarde. —Afrodita sonrió a medias, haciendo

girar un anillo en su dedo.

Eros miró a su madre.

—¿Tu mandaste a Iris a drogarme? ¿Para que no llegara aquí antes?

—Umm… —contestó Afrodita con un suspiro y pasó sus dedos a lo largo

del hombro de Eros, tocando los restos de carne marchita que todavía no

se habían caído después de la quemadura. Eros hizo un gesto con los

hombros hacia atrás reflexivamente—. ¿Cómo está curando tu cicatriz?

—Como puedes ver, está bien. Casi ida —dijo Eros a través de los dientes

apretados.

Afrodita arqueó sus cejas y le dio la espalda a su hijo. Apoderándose de su

puerta, la quitó de donde había ido a descansar contra la pared y la cerro

silenciosamente. Luego miró a la larga grieta que atravesaba su pared de

mármol, pasando sus dedos por encima de la ranura.

—Otra cosa que voy a tener que limpiar después de que haces un desastre

de ello, ya veo.

—Suficiente. ¿Dónde está Psique?

Afrodita se acercó a un taburete acolchado y se dejó caer en él. Ella

frunció los labios y miró al techo mientras suspiraba.

—Hades.

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La palabra funcionó mejor que un golpe rápido a los riñones. Eros se

tabaleó dos pasos hacia atrás, agarrándose el estómago en agonía.

—Tu preguntaste.

Eros continuó retrocediendo hasta que encontró un taburete para

sentarse en él.

—¿Cómo? ¿Cómo paso esto? —Agarró su cabello en sus manos y se meció

a sí mismo en negación—. Yo la salve de los soldados. Yo la salve. Ella se

fue. Yo lo vi.

—Yo no dije que ella murió —respondió finalmente Afrodita, después de

dejarlo marinar en la miseria por unos momentos—. Dije que ella estaba

en el Hades. Yo la llevé al lago Alcyonian ayer y Caronte la transporto

dentro.

Los ojos de Eros saltaron mientras sus manos se alejaron del apretón

mortal que tenía en su cabello.

—¿Tú hiciste qué?

—Es una prueba. Estoy segura de que escuchaste de tal cosa; Heracles

tuvo doce de ellas. —Cuando todo lo que Eros hizo fue mirarla furioso,

Afrodita continuó—. Psique está en realidad saliéndose fácil con solo dos.

—¿Por qué harías esto? —demandó Eros—. Tú la amaste también una

vez. Se suponía que íbamos a ser una familia. ¿Por qué no puedes solo

dejarlo ir?

—Estoy intentando, hijo.

—¿Disculpa? —Las cejas de Eros se tensaron hacia el nacimiento del pelo.

—Intenté llevarlos a los dos juntos una vez, y si lo recuerdas, ambos se

negaron. ¿Cómo se supone que voy a actuar como si eso nunca hubiera

sucedido? ¿O que tú no seguiste a través de mi maldición? ¿O que ella tiró

mis regalos divinos de vuelta en mi cara? ¿Y después que ella trato de

matarte? —Su cabeza cayó hacia atrás contra la fría pared de mármol—.

Todavía quiero que ustedes dos estén juntos si eso es lo que va a hacerte

feliz, pero las cosas son más complicadas ahora.

Como el mismo dios, Eros apreciaba la necesidad de su madre de vengar

su reputación y su familia. Sus instintos no eran el lado más bonito de su

naturaleza, pero todos ellos los tenían. Ninguna ofensa en la tierra pasó

alguna vez desapercibido en el Olimpo.

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—Cuando ella lo haga, ¿eso resolverá la cuestión?

Los labios de Afrodita se fruncieron juntos.

—Todavía no estoy segura.

—¿Podrías al menos acordar de llamar fuera a Iris?

—El viaje al Hades y de regreso es uno largo. —Afrodita fue hacia su hijo

y levantó su barba—. No enciendas una antorcha bajo la pira de Iris

todavía.

***

Justo como su visita dos semanas atrás, Eros se quedó esperando cuando

alcanzó el lago Alcyonian. Paseó a la largo de la orilla, sus pasos cayendo

con la impaciente gracia de un león enjaulado. Sus ojos permanecieron

clavados en la entrada de la cueva, pero la única cosa para ver era la

corriente del río fluyendo hacia fuera.

Él olvidó su paseo cuando escuchó salpicaduras leves en el lago. Cada

músculo en su espalda se enroscó en rígidas cuerdas mientras se mantuvo

congelado en la orilla. Las salpicaduras crecieron fuertemente. Caronte

estaría saliendo fuera de la cueva en cualquier segundo.

Por favor deja que Psique esté en el bote.

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Capítulo 51

Traducido por Rihano

Corregido por Viqijb

e había olvidado. Hay una razón por la que Hades no necesita un

portero para mantener a los intrusos fuera o a las sombras

dentro. Su nombre es Cerbero, y es noventa kilogramos de un

desagradable, babeante y gruñidor perro de tres cabezas.

No habíamos estado en camino al Hades por mucho tiempo cuando oí el

gruñido de Cerbero en la distancia. Pero no fue el gruñido lo que me

asustó. Fueron los ladridos feroces y furiosos seguidos de gritos

aterrorizados. Como yo todavía estaba un poco dudosa de matar animales,

después de mi encuentro de la mañana con las ovejas, medio me escondí

detrás de Caronte mientras seguíamos adelante.

—No tenemos que ir muy lejos ahora —me aseguró él—. Solo quédate

conmigo y estarás bien.

El hedor de las heces en descomposición y el aliento sulfúrico de perro

flotando por el escarpado túnel confirmaba la advertencia de Caronte de

que estábamos cerca de Cerbero.

Al doblar una esquina, de repente estaba cara a cara con tres juegos de

mandíbulas crujiendo los huesos. La saliva salpicaba contra mi mejilla

mientras una de las cabezas cerraba la mandíbula en mi cara. Mi chillido

estridente hizo eco de los que yo había oído antes y me tambaleé hacia

atrás en Caronte. El barquero fácilmente me atrapó y me empujó con

seguridad detrás él.

Cerbero se tensó contra sus cadenas pesadas, gruñendo y mordiendo,

amenazando con sacar de un mordisco la cabeza de Caronte. Pero este ni

se inmutó. Él solo se mantuvo firme, a pulgadas de las garras rompientes,

y miró de vuelta al sobrecrecido perro.

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—No creo que tengas una torta de miel en esa caja tuya, ¿verdad? —me

preguntó Caronte, nunca alejando la mirada de Cerbero.

Apenas lo escuché sobre el estruendo de mi propio pulso. Encarar a

Cerbero era bastante malo, olvidar lo único que podría distraerlo era un

desastre monumental. El sudor estalló en mi labio superior mientras el

pánico se asentó.

—No. ¿Y ahora qué?

—Revisa la caja para estar seguros.

—Pero yo no le pedí a Afrodita que me diera un…

Caronte cortó mi histeria.

—Revisa la caja.

Abrí la tapa, empujándola hacia adelante para que él pueda ver que estaba

vacío. Como le dije que estaría.

Solo que no estaba vacía.

—Bueno, ¿quién lo diría? Hay una torta de miel en la caja —dijo Caronte

mientras sacaba el pastel y cerraba la tapa antes de arrojarlo en la

dirección opuesta de nuestro camino.

Cerbero saltó y giró en el aire, lanzándose hacia la torta. Vi con horror

como las cabezas se peleaban entre ellas, manchándose de sangre auto

infligida, en su batalla por los pedazos.

—Vamos. —Caronte me agarró la mano y nos abalanzamos hacia adelante.

Era ridículamente rápido para un anciano. Mientras trabajaba para que

mis pies lo alcanzaran, mi sandalia golpeó algo resbaladizo y me caí.

Me sujetó por debajo de mis brazos y me levantó, pero no antes de que

Cerbero se diera cuenta de que estábamos parados. La bestia se dio la

vuelta en mitad del aire mientras saltaba. Cuando sus patas golpearon el

suelo, ya estaba corriendo hacia nosotros. Caronte me sacó fuera del

camino, pero Cerbero se las arregló para aprisionar un trozo de mi vestido

con sus colmillos. El calor de su aliento rancio quemó a través de la tela.

Con toda la fuerza que pude manejar, me empujé hacia adelante mientras

Caronte continuaba jalando. Segundos pasaron. Estábamos en un punto

muerto. Los gruñidos de Cerbero retumbaban a través de la cueva. Su

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cabeza saltaba de lado a lado mientras él trataba de jalarme para

liberarme de las garras protectoras de Caronte.

Y luego vino un desgarro distintivo. El mismo rasgado como cuando el

soldado había destrozado mi vestido, dejando al descubierto mi carne.

Solo que esta vez, el sonido era lo mejor que había escuchado nunca.

Mientras un pedazo de tela se separaba del vestido, me tambalee justo

fuera del alcance de sus mandíbulas. Ladridos salvajes se derramaban por

la caverna, ensordecedores en su intensidad.

—Vamos —gritó Caronte sobre los gruñidos. Corrimos por el camino hasta

que ya no pudimos oír a las hambrientas cabezas luchando entre sí por su

oportunidad de derramar mi sangre.

Se tardó más de lo que yo quería admitir, pero mi respiración finalmente

se desaceleró lo suficiente para que yo pudiera hablar.

—¿Cómo sabías que estaría allí? La torta de miel, quiero decir.

—Incluso Afrodita tiene que cumplir con ciertas reglas. —Imagina.

Caronte no sonaba sin aliento en absoluto—. Si quiere que tú hagas un

recado para ella en el Hades, al menos tiene que darte las herramientas

para entrar.

—Pero ella no me lo dijo. Quiero decir, si tú no hubieras estado aquí, yo

nunca lo habría sabido.

—Es parte de la prueba —dijo Caronte—. Alégrate de tener un tutor que te

permite hacer trampa.

—Por favor, dime que no estoy oyendo evidencia de trampa en camino. —

Una voz encantadora y joven se escuchó—. Especialmente si se trata de

engañar a la muerte. Tendemos a fruncir el ceño ante ese tipo de trucos.

Su cuerpo esbelto se materializó en el camino alumbrado con antorchas.

Caronte se inclinó inmediatamente ante la mujer, luego tomó su delicada

mano entre las suyas. Aquí abajo, esta solo podría ser Perséfone, Reina

del Inframundo.

—Por supuesto que no, su Alteza —se rió entre dientes Caronte—. Al

menos no la acusación de intentar engañar a la muerte.

Sus ojos bailaban mientras una irónica sonrisa tiró de sus labios.

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—En ese caso, voy a fingir que no oí una sola palabra. —Apretó el hombro

de Caronte con ternura—. Es bueno verte de nuevo, viejo amigo.

—Tú sabes cómo es. Nunca tengo un día libre para venir de visita —se

quejó Caronte.

—Y sin embargo, aquí estás. —Los ojos de Perséfone se volvieron hacia

mí. Eran de color marrón oscuro, como los de Ceres, solo que

terriblemente intensos. Ella me estudió, tal vez evaluándome, pero yo no

tuve la sensación de que estaba siendo juzgada—. Tal vez yo entiendo el

por qué —dijo ella, las cejas levantadas, todavía mirándome con esos

ojos—. Caronte, ¿no vas a presentarme a tu… amiga?

Él se aclaró la garganta.

—Por supuesto. Reina Perséfone, esta es la princesa Psique, la prometida

de Eros. Psique, la reina Perséfone.

El rostro de Perséfone se iluminó al instante.

—¡No sabía que Eros estaba comprometido! —Ella arrojó sus brazos

alrededor de mí y me abrazó, acogedora y fraternalmente—. Estoy tan

contenta de que bajaras a verme. Estoy desde hace mucho retrasada para

volver, pero no sabía que me había perdido una noticia tan importante.

Caronte frunció el ceño.

—Eso es verdad. Usted está atrasada.

Perséfone se suponía que solo pasara el otoño y el invierno en el Hades. Al

llegar la primavera y el verano, volvía a la Tierra para visitar a su madre.

—¿Está todo bien?

—¡Oh, sí! —soltó ella—. Si no lo conociera mejor, pensaría que Eros había

estado aquí esparciendo un poco de su magia. Hades ha sido un esposo

tan maravilloso últimamente, que no he querido irme. Y madre estuvo de

acuerdo en que la primavera todavía podría venir siempre y cuando yo sea

feliz. —Ella se encogió sus hombros—. Así que, aquí estoy.

Miré alrededor de la vía con poca luz y paredes alineadas de rocas

dentadas, preguntándome cómo ella podría querer estar aquí cuando la

primavera estaba explotando en los jardines de afuera. Pero luego pensé

en las noches que había pasado en compañía de Eros, arropada en la

oscuridad y llena de emociones que no podía nombrar. No habría

importado donde estábamos, siempre y cuando estuviéramos juntos.

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Como si recogiera la imagen de Eros de mi cerebro, Perséfone preguntó:

—Entonces, Psique, ¿dónde está ese prometido tuyo? ¿Está demasiado

asustado para bajar al Hades él mismo?

—En realidad, Caronte exagera. No estamos realmente comprometidos.

Afrodita intentó arreglar nuestro matrimonio, pero… ¿sabes qué? Es una

larga historia. Vamos a dejarlo en que lo amo.

Perséfone inclinó la cabeza y un rocío de cabello color miel resbaló sobre

sus delgados hombros.

—En serio, necesito un mensajero para traerme noticias del Olimpo así

tendría una idea de lo que está pasando.

Cuando ella chasqueó los dedos, tres trípodes aparecieron y la cueva se

iluminó bajo la luz de antorchas añadidas. No que la luz ayudara de

alguna forma. Ahora podía ver las estalactitas colgando como colmillos

sobre mi cabeza y la capa de fango gris arrastrándose lentamente por las

paredes.

Perséfone, sin embargo, parecía totalmente no afectada por su realidad de

pesadilla.

—Ven, siéntate. Tengo todo el tiempo del mundo.

Así que le conté, en una versión tan condensada como fue posible.

Pero realmente no había ninguna manera de endulzar lo que yo había

hecho o por qué estaba allí. Mientras llegaba al final de la historia, froté

mi mano nerviosamente por encima de la tapa de la pequeña caja de

madera.

—Y así Afrodita me envió aquí como mi examen final. Se supone que

traiga de vuelta algo de tu belleza para ella.

Perséfone resopló.

—¿Para ella? ¿Para qué necesita Afrodita más belleza?

—Lo siento —me disculpé—. Odio preguntar, pero no tengo elección.

—Así que vamos a ver si lo entiendo —dijo Perséfone—, si digo "no",

¿entonces es mi culpa que tú no llegues a ver a Eros? —Ella echó las

manos al aire y las dejó caer de nuevo a su costado con un ruido sordo—.

Esa mujer es increíble.

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—Creo que tengo una idea —Caronte se frotó la barbilla con sus dedos

torcidos—. Afrodita nunca dijo que Psique tenía que conseguir belleza de

cara. —Perséfone y yo miramos a Caronte y la una a la otra—. La Reina

podría darle a Afrodita belleza de su dedo gordo, y Psique aún tendría

completada la tarea.

Esta vez, Caronte estaba en el extremo de recepción de uno de los abrazos

jubilosos de Perséfone.

—Caronte, eres un genio. ¡Me encanta!

—No va a hacerle daño, ¿verdad? —pregunté—. Quiero decir, su cara de

repente no va a verse como tu dedo gordo del pie o algo así, ¿no?

Caronte y Perséfone se echaron a reír.

—Ojala. —Perséfone se rió—. Yo le daría mi pie entero para ver eso.

—No —explicó Caronte—, cuando ella abra la caja para recibir la belleza

de Perséfone, simplemente irá a sus pies. No hay nada de que

preocuparse.

—Pero ¿y si ella cree que la engañé?

—No hay nada que podamos hacer al respecto —dijo Perséfone, desatando

ya su sandalia—. La verdadera prueba es si tú consigues salir de aquí con

vida después de haberme convencido de desprenderme de algo de mi

belleza. Qué tipo de belleza llevarás de vuelta no será tan importante. —

Ella liberó el pie de la sandalia y extendió la mano—. Aquí, dame la caja.

Colocándola en sus manos, me agaché hacia adelante en mi taburete para

ver cómo hacia la extracción de belleza de un apéndice.

—Oh, Psique, no puedes ver esta parte —dijo Perséfone—. La esencia de la

belleza divina probablemente te mataría. Una vez que te devuelva esta

caja, hagas lo que hagas, no la abras.

Negué con la cabeza fervientemente de lado a lado para mostrar cuan

claramente lo entendí. De ninguna manera iba a abrir esa caja. Muerte

por belleza no era lo que yo necesitaba. Hablando de ironías.

Perséfone abrió la caja mientras yo retrocedía.

—Espera —llamó—. Olvidaste tu otro pastel de miel. —Ella quitó la torta

de la caja y la tendió hacia mí.

—Oh, sí.

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—No estoy seguro de que tan lejos tienes que estar —dijo Caronte—.

Estarías mejor yendo de regreso por el sendero. Te alcanzaré.

—¿Qué pasa con Cerbero?

—Yo no te dije que regresaras todo el camino por tu cuenta, ¿verdad?

Ahora vete.

Asentí con la cabeza a regañadientes. La bilis subió por mi garganta

mientras pensaba en tener que rozar mis dedos contra la baba rezumando

para sentir mi camino de regreso fuera de la cueva.

—Está bien —grazné.

Empecé a salir, pero luego me volví.

—¿Reina Perséfone? —Sus oscuros ojos se encontraron con los míos—.

Gracias. Por todo. No sabes lo mucho que esto significa para mí.

Perséfone solo asintió con la cabeza y sonrió amablemente. Ella no

necesitaba responder. Yo sabía que ella entendía.

Poco a poco, seguí por el sendero que conducía a Cerbero. Si me movía lo

suficientemente lento, yo no tenía que tocar las paredes después de todo.

Solo arrastraba los pies y me echaba hacia atrás, esperando que si

golpeaba una pared, mis dedos se detendrían antes de que mi cara

chocara.

Mientras me movía, apreté el pequeño pastel fuerte en mi puño, sin

importar si se desmoronaba, mientras yo no lo perdiera. ¿Cuanto más

lejos debo continuar sin él? ¿Qué pasa si me encuentro sola con Cerbero?

Los dos necesitamos utilizar el mismo pastel para nuestro escape. Todavía

estaba tratando de averiguar mi siguiente movimiento cuando Caronte

corrió hasta mi lado.

Las antorchas se precipitaron a la vida a lo largo del camino mientras él

regresaba, ahuyentando la negrura. Nunca pensé que estaría tan

agradecida por el olor a aceite de oliva quemado y el escozor del humo en

los ojos.

—Eso fue rápido.

—Aquí tienes, querida —dijo, sosteniendo la caja de madera hacia mí.

Estiré mi mano lentamente para tomar la caja, pero luego retrocedí.

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—¿Estás seguro de que puedo tocarla? Perséfone dijo que podría

matarme.

Él empujó la caja hacia mí como diciendo “tómala”.

—El único peligro es si dejas que la belleza salga de la caja. No lo hagas.

—Lo tengo —confirmé, y agarré la caja.

—Es mejor sostenerla con las dos manos solo para estar seguros —señaló

Caronte.

Levanté mi otra mano para mostrarle que estaba cubierta de pastel de

miel aplastado.

—Te importaría sostener esto entonces? —le pregunté con una mueca.

Caronte resopló.

—¿Qué te ha hecho el pastel?

—Solo digamos que estaba manteniendo un estricto control sobre este

para asegurarme de que no llegara lejos. —Él levantó las cejas sin hacer

ningún comentario y despegó el pegajoso y reventado pastel de mi mano.

—No pensé que Cerbero se daría cuenta que está un poco aplastado.

—He visto cosas peores pasar por aquí. Siempre y cuando sea casi

comestible, funcionará el truco.

Después de limpiar mis dedos pegajosos en mi vestido, agarré la caja con

las dos manos. Por si fuera poco, también la metí en mi pecho y la aferré

allí. Cuando regresamos hasta Cerbero, Caronte lanzó los restos de la

torta y el perro fue detrás de esto con avidez.

—Vamos —me gritó, y ambos corrimos pasando la guarida de Cerbero.

Apreté más la caja mientras corría, a pesar de que me hacía encorvarme

ligeramente y correr un poco más lento.

Apenas estábamos pasando a Cerbero cuando Caronte comenzó a ir lento.

—Vamos a seguir adelante —le supliqué—. Solo quiero salir de aquí.

—Por supuesto. ¿Por qué querrías quedarte conmigo cuando tienes a Eros

esperando por ti?

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—No, no es eso. —Me detuve y me volví para enfrentarlo—. Eso no es lo

que quise decir. Tú has sido maravilloso y no podría haber hecho esto sin

ti. —Solté una mano de la caja para tocar su hombro—. Además, yo no sé

si Eros me está esperando o no.

Caronte miró hacia otro lado como si no me creyera.

—En realidad —le dije—. Solo quiero entregarle esta caja a Afrodita. Me

siento como si tuviera la muerte en mis manos y ya no quiero tocarla más.

Cuando Caronte volvió la mirada, él estaba sonriendo.

—Supongo que te veré de nuevo eventualmente, de todos modos. —

Extendió la mano y acarició mi mejilla con sus nudosos dedos—. Me he

divertido, sin embargo, y te doy las gracias por mi día libre.

—Divertido no es probablemente la palabra que yo hubiera elegido, pero

me alegro de que vinieras conmigo —le contesté—. Y lo digo en serio. No

podría haberlo hecho sin ti.

Me dio un ligero golpecito en la espalda.

—Está bien, suficiente con los halagos. Vamos a salir de aquí.

Los dos trotamos de vuelta a la barca y él la estabilizó mientras yo subía al

interior, aún sosteniendo la caja a mi pecho. Caronte nos empujó hacia el

río antes de subir a bordo él mismo. Tan pronto como estuvo parado,

hundió su remo hasta el fondo y nos estaba alejando de Hades.

Yo no podía dejar de suspirar con alivio mientras la costa se perdía en la

oscuridad de la cueva. Perséfone había sido maravillosa, pero nada más

acerca de Hades me dio alguna razón para esperar el día en que tendría

que volver.

Mientras nos deslizábamos a través de la oscuridad, traté de no mirar el

agua turbia. Yo no quería ver las desventuradas sombras flotando como

nubes sumergidas bajo la superficie.

Pero cuando dejé que mi concentración fuera a la deriva, algo llamó mi

atención y tuve que mirar.

Un par de sombras tomaron forma. Una de ellas era una mujer que

sostenía a su bebé hacia la superficie. Sus labios finos como el papel

declaraban la misma palabra en silencio una y otra vez hasta que estuve

segura de que podía leer lo que estaba diciendo. Por favor. Por favor, ella

suplicó, y el cuerpo del bebé rompió a través de la superficie.

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—¡Caronte! —grité—. Detente. Tenemos que salvarlos.

Funcionando más por impulso que por la razón, bajé la caja al suelo de la

embarcación y me acerqué a las sombras. Recogí al bebé en un brazo y

agarré a la madre por su muñeca con mi otra mano. Ellos eran como

sujetar aire sólido. Tenían forma, pero no peso. Cuando saqué a la madre,

ella llegó con facilidad por encima del borde de la embarcación sin mucho

más que si fuera un soplo.

Para entonces, Caronte había dejado de remar y se volteó hacia nosotros.

—¿Qué estás haciendo? Ponlos de regreso. Ahora.

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Capítulo 52

Traducido por OrMel

Corregido por Maia8

aronte se cernió sobre nosotros en el pequeño bote. La madre

sombra tomó a su niño sin peso de mis brazos y lo acunó mientras

se encogía de miedo en el suelo.

—Por favor —lloró ella mientras acariciaba la cabeza marchita de su

bebé—. Por lo menos deja a mi hijo pasar.

—Caronte —imploré—. Nosotros teníamos un acuerdo. Tú prometiste

ayudar a algunas de las sombras en el río. ¿Por qué no dejar que este sea

el primero? —Él solo se quedó ahí, inmóvil. En la oscuridad no pude leer

sus expresiones para medir lo que estaba pensando.

—Por favor, ¿Por mí? —pregunté. Segundos pasaron sin una respuesta.

Finalmente, Charon refunfuñó:

—Es una suerte que me gustes, o estarías en el agua con ellos. —Pero

antes de que él incluso dejara de quejarse, comenzó a empujar el barco

hacia delante de nuevo.

Recordando por qué estaba aún en el río en primer lugar, me agaché para

recuperar la caja de madera del suelo. Cuando me incliné, la madre me

besó en la frente.

—Gracias —ella susurró—. No se quién eres, pero que los dioses estén

contigo siempre.

Por el resto del paseo, miré a la madre e hijo amontonarse juntos. Su

obvio amor era tan intenso que me moví al piso del bote, solo para estar

más cerca. De hecho, estaba tan absorta con ellos que no me di cuenta que

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habíamos emergido de la caverna hasta que nuestro bote raspó en una

parada en la orilla.

Fue cuando escuché la voz de Eros llamando mi nombre.

Escucharlo de nuevo fue como conseguir mi corazón de vuelta. Mi pecho

había estado vacío sin el y ahora aumentó. Me alcé y lo miré medio

corriendo, medio volando hacia mí. Sus brazos estabas extendidos, sus

labios tirados en una sonrisa tan grande que consumía su cara.

Recogí la caja de madera del piso del bote y me escabullí sobre el lado y

hacia la arenosa orilla. Agarrando la caja fuertemente en una mano, corrí

a toda velocidad hacia el.

Rápidamente cerramos la distancia entre nosotros y yo estaba a solo unos

pocos pasos de distancia de lanzarme hacia sus brazos cuando note una

cinta de color descendiendo en mi. Los radiantes tonos se enredaron

alrededor de mis pies, haciéndome tropezar mientras corría. Mientras

caía, mi barba se estrello contra la arena y la caja resbaló fuera de mi

mano, rebotando lejos.

Yo observé con ojos muy abiertos cómo la caja se inclinó sobre su lado y

la tapa se entreabrió.

Luchando con mis manos y rodillas, me escabullí hacia la caja, con la

esperanza de cerrar la tapa antes de que cualquiera de la belleza de

Perséfone escapara.

La última cosa que recuerdo haber visto una iluminada niebla circulando

hacia arriba fuera de la caja mientras mis manos se cerraban alrededor de

ella. La niebla se arremolinó alrededor de mi cabeza, llenando mi nariz y

boca.

Cuando jadeé, la niebla me jaló bajo la superficie de mi propia conciencia. Y

todo se volvió negro.

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Capítulo 53

Traducido por OrMel

Corregido por JenB

l corazón de Eros se saltó un latido cuando vio el bote de Caronte

emerger de la cueva. Al principio no vio a Psique agachada en el

bote. Un involuntario tirón puso sus pies en movimiento,

arrastrándolo lentamente hacia el bote que se acercaba. Incluso si Psique

no estaba a bordo, él tenía que ver el bote, hablar con Caronte, descifrar

que había pasado. Si, nada más iba a encontrar cómo entrar en el Hades

para poder ver a Psique una última vez.

Cuando la cabeza de Psique se balanceó a la visto sobre el lado del bote,

Eros exhaló una respiración que no se dio cuenta que había estado

reteniendo. Sus pasos se aceleraron mientras se apresuró a alcanzar el

punto en la orilla donde Caronte estaba amarrando su barco.

—¡Psique! —gritó, ahora corriendo y batiendo sus alas para empujarse

más rápido—. ¡Psique! —Alivio lavó a través de él cuando los ojos de

Psique se encontraron con los propios y ella se apresuró a salir del bote.

Le divertía que ella no se fuera sin la pequeña caja que contenía la belleza

de Perséfone. Como si su madre pudiera detenerlo ahora. Él la tendría de

nuevo si ella completaba la tarea de Afrodita o no. Abrió sus brazos para

que pudiera envolverlos alrededor de Psique en el segundo que ella

estuviera lo suficientemente cerca para abrazarlo.

Suave y bajo, Caronte murmuró:

—No la mereces, muchacho. Cuida bien de ella, o alguien más lo hará.

La advertencia fue muy baja para los oídos de Psique, pero Eros escuchó.

Apartó sus ojos de Psique por un minuto para mirar enojado a Caronte.

¿Qué asuntos tenía el viejo barquero para decirle que cuidara a su amor?

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El enojo casi cegó a Eros por un momento, pero los pasos de Psique

estaban muy cerca, rápidamente recuperó su regocijo.

Eros volvió a mirar a Psique a tiempo para ver sus ojos volar derecho. En

una explosión teñida de multicolor, Iris se abalanzó sobre Psique,

envolviendo los talones de Psique en su vibrante cola. Lo único que pudo

hacer fue mirar como Psique se estrellaba contra el suelo. Superado por la

ira, Eros se lanzó detrás de Iris, pero perdió su captura.

—¡Maldita sea, Iris! —gritó Eros tras ella—. Esto es suficiente.

Arrancó su arco de su hombro y arrebató una flecha de su carcaj.

Apuntando al cielo, Eros dijo:

—Helios. —Y soltó la flecha. Se disparó hacia el cielo y estalló en una

explosión de fuego de plata cuando golpeó el carruaje del dios del sol.

Iris inmediatamente dejó de correr y miró al cielo. Sus ojos violetas

brillaron mientras su expresión cambiaba de venganza a adoración.

Disparándose a través de las nubes, Iris dejó una estela brillante de color

en su despertar.

Satisfecho de que finalmente se deshizo de Iris, Eros se colgó su arco de

regreso sobre su hombro y se apresuró hacia Psique. Sabía que debió

haber ido directo hacia ella y lidiar con Iris después, pero su

temperamento había conseguido lo mejor de él. Especialmente después

del truco que ella había sacado la noche anterior al drogarlo. Si no hubiera

sido por Iris, Eros hubiera podía salvar a Psique de tener que haber ido al

Hades en absoluto.

Cuando la alcanzó, Eros vio que Psique no se movía.

—Psique. Psique, ¿estás bien? —Patinó hasta detenerse por su hombro y

se arrodilló. La arena presionó en sus rodillas mientras se agachaba y

recogía a Psique en su regazo. Eros rodó a Psique para poder ver su cara y

acunar su cabeza. Su expresión era quieta y pacífica, una máscara de

tranquilidad.

Eros la meció y acarició su cabello.

—Vas a estar bien, Psique. Todo está bien ahora. ¿Me escuchas? Estas a

salvo conmigo.

—Es ahí donde te equivocas, chico —dijo Caronte. El viejo hombre se

apoyó en su bastón mientras se aproximaba—. La caja está vacía.

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La mandíbula de Eros se abrió cuando vio a Caronte sosteniendo la caja

de Psique, pero el no pudo parar de mecerla.

—No, yo la voy a proteger —susurró Eros su convicción más a el mismo

que a Caronte. Lágrimas quemaban en sus ojos—. Ella tiene que

despertar. La necesito.

Caronte se puso en cuclillas y miró a Eros a través de Psique.

—Yo no quería verla de vuelta tan pronto. —Los ojos azules de Caronte se

empañaron mientras miraba lejos y de vuelta sobre el lago—. Ella hizo

todo bien. No fue su culpa que la caja se abriera.

Eros detuvo su mecida para concentrarse.

—¿Cómo arreglamos esto?

Caronte lentamente miro y tiró la caja en el suelo.

—Ella es una mortal. No hay arreglo. Debe estar muerta ya.

—Pero no lo está —dijo Eros—. Puedo sentir su corazón latir. Y está

respirando. No está muerta. —Eros miró abajo a Psique y reanudó su

mecida—. No voy a dejarte morir, amor. Espera conmigo hasta que

resolvamos esto.

—Tal vez podamos llevarla de vuelta con Perséfone y preguntarle qué

hacer —dijo Caronte—. Tan rápido como vuelas, puedes meterla en el

Hades en muy poco tiempo.

La cara de Eros palideció.

—No voy a llevarla allí. No pueden tenerla todavía.

Caronte lo miró enojado.

—¿Entonces tienes una mejor idea?

—Suficiente pelea chicos.

—La voz caliente, sedosa de la reina Perséfone interrumpió su argumento.

Sus ojos cafés parpadearon con calma y confidencia mientras miraba

entre los dos hombres—. Veo que tenemos un pequeño problema aquí.

—Sí, su alteza —dijo Charon con una reverencia—. Su belleza escapó, pero

no fue culpa de Psique. Ella no abrió la caja.

—Lo sé —dijo Perséfone, agitando lejos a Caronte con un desdeñoso giro

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de su mano y planeando hacia Eros y Psique. Ella se arrodilló junto a ellos

y rozó la mejilla de Psique—. Yo realmente quería ver a Afrodita volverse

loca cundo Psique lo hiciera de vuelta. —Una sonrisa triste tiró de la

comisura de los labios de Perséfone—. Lo vi todo.

—¿Puedes ayudarla? —preguntó Eros.

Perséfone sacudió su cabeza.

—De verdad no entiendo qué es lo que le pasa. Caronte tiene razón,

debería estar muerta ya. —Perséfone miró hacia abajo y rascó su frente—.

¿Hay alguien en su línea sanguínea que fuera divino?

—Sí. Si, en realidad. —Los brazos de Eros se envolvieron con más fuerza

alrededor de los hombros de Psique—. Poseidón es su padre.

Perséfone asintió con la cabeza.

—Al menos la necesidad de hacer una prueba hace más sentido ahora.

—Quizás, mi reina —añadió Caronte, aún parado afuera del círculo—,

podrías tomar tu belleza de vuelta.

—No veo por qué no. —Perséfone se sentó, cruzando los pies—. Aquí,

dámela. —Ella hizo un gesto con los brazos para que Eros deslizara a

Psique sobre ella.

Los músculos de Eros se flexionaron cuando levanto a Psique de su regazo

y puso su cabeza en Perséfone. Las puntas de sus dedos se demoraron

antes de deslizarse fuera de los suaves rizos de Psique.

Perséfone inclinó la cabeza de Psique hacia atrás y le abrió la boca. Ojos

cerrados, Perséfone exhaló a través de su nariz y se inclinó hacia delante,

envolviendo sus labios alrededor de los de Psique. Con sus labios sellados,

Perséfone respiró profundo, tirando de la belleza fantasmal fuera de

Psique.

Psique tosió, seco y desigual, rodando fuera del regazo de Perséfone

mientras jadeaba por aire. Apoyada en cuatro patas y la espalda arqueada,

el cuerpo de Psique rabiaba contra la belleza venenosa, tosiendo cada

último jirón de la luminosa niebla. Eros acarició su cabeza, sintiéndose

inútil, mientras la miraba luchar por cada respiración.

Después de un último y corto quejido de tos, Psique tomó una respiración

profunda y se sentó en sus talones.

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—Hola —dijo, mordiendo su labio inferior.

Eros rodeó a Psique con sus brazos, jalándola hacia su pecho. Besó sus

sienes, frente, nariz, ojos, y mejillas, tomando cada rasgo de su cara con

sus labios.

Con los ojos húmedos con lágrimas, Psique alejó su rostro de Eros y miro

profundamente en sus ojos.

—Lo siento —susurró—. Estoy tan, tan arrepentida.

Eros jaló su cabeza de regreso a su pecho, acariciando su cabello.

—Lo siento también. Nunca debí haberte dejado.

Eros sintió lágrimas calientes derramarse hacia abajo a su pecho y se dio

cuenta que Psique estaba llorando incluso más fuerte.

—¿Qué fue lo que dije?

—Yo solo estoy muy feliz de volverte a ver. —Psique sacudió la cabeza y se

limpió las lágrimas de las mejillas—. Tenía miedo de que me odiaras para

siempre.

Eros inclinó la barbilla de Psique hacía arriba con sus dedos.

—Te dije que te amaría por siempre, ¿recuerdas?

Psique asintió con la cabeza, una sonrisa rompiendo a través de su cara

más brillante que el sol de la mañana.

—Lo dije en serio —dijo Eros—, para siempre.

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Capítulo 54

Traducido por Nessie

Corregido por Bibliotecaria70

i cabeza todavía me daba vueltas de dejar la muerte a un lado.

Me tomó un tiempo recordar siquiera dónde estaba y por qué

estaba tirada en la orilla de un lago rodeada por las deidades. ¿Y

cuando llegó Perséfone?

Antes de saber que estaba pasando, me di cuenta de que Eros estaba

conmigo y luego pidió disculpas a los demás. Y él me estaba besando.

Sus suaves labios eran cálidos contra los míos, me cepillaron suavemente

al principio, como si me encontrara por primera vez. Luego me dio un

beso profundo, empujándose contra mí con tanto anhelo y pasión que me

dejó sin aliento.

Me levanté en mis rodillas, lanzando mis brazos alrededor de su cuello e

inclinándome en el beso. Eros dejó caer los brazos en mi cintura, tirando

de mí más cerca, mientras empujaba sus labios aún más contra los míos.

Perséfone se aclaró la garganta, recordándonos que no estamos solos.

Mis mejillas ardían y enterré mi cabeza en el hombro de Eros para ocultar

mi rostro. Eros me cogió en sus brazos y se levantó, llevándome con tanta

facilidad como si fuera un bebé.

—Persefone, Caronte. —Eros asintió hacia ellos—. No puedo agradecerles

lo suficiente por cuidar de Psique por mí. —Caronte nos miraba.

Perséfone sonrió, los pliegues que solo vienen con las sonrisas verdaderas

rodearon sus labios.

—Tú me conoces —dijo ella—. Me encantan los nuevos comienzos. Justo

como a mi madre.

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Eros me miró y me guiñó un ojo.

—¿Qué te parece si salimos de aquí?

Pero antes de que se pudiera poner en marcha, Caronte interrumpió.

—¿Qué pasa con Afrodita? Psique aún le debe algo de la belleza de

Perséfone.

—Deja que yo me preocupe por mi madre —respondió Eros.

Antes de darme cuenta, estábamos volando juntos. Sus poderosas alas

batían en el aire a medida que nos elevábamos como águilas de vuelta al

Olimpo. Agarré su cuello fuertemente mientras miraba abajo al suelo. La

sensación de volar con él era totalmente nueva, y sorprendentemente más

temible, de lo que había sido la noche cuando no podía ver que tan lejos

estaba la tierra debajo de nosotros.

—No te dejaré caer.

Miré arriba hacia sus cristalinos ojos azules, al instante me perdí en la

maravilla de que había vivido para verlos de nuevo.

—Lo sé —respondí, dejando a una sonrisa tirar de mis labios—. Pero eso

no significa que tengo que dejarte ir.

El hoyuelo Eros se marcó cuando me sonrió y levantó las cejas.

—Mmm... no te atrevas a dejarme ir. —Él acarició sus labios contra mi

frente, bendiciéndome con besos.

No fue hasta que estábamos aterrizando que me di cuenta de que no

estábamos en el palacio de Afrodita. Mientras Eros me ponía sobre mis

pies, me llevó a la nueva mansión. Este palacio era dos veces más grande

que el de Afrodita, y gracias a Dios no estaba construido de oro macizo.

Pero seguía siendo recargado.

—Bienvenida al centro del Olimpo —susurró Eros. El poder irradiaba del

edificio con tal fuerza que me estremecí. Eros me apretó la mano y se

acercó—. No te preocupes. Te van a amar —prometió cuando empezó a

subir las escaleras. Yo quería seguirlo, pero mis pies no se movían. Eros se

detuvo cuando mi brazo se extendió por completo. Tuve que liberar mi

mano para evitar ser jalada.

Me miró con una ceja arqueada.

¿Podría alguna vez cansarme de ver sus expresiones?

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—¿Qué pasa? —preguntó.

—Algo no está bien. —Sacudí mi cabeza y me mordí el labio, sin poder

explicarlo mejor.

Eros volvió a mi lado y me pasó un brazo por los hombros.

—Probablemente estés sintiendo su inmortalidad. Es más fuerte aquí que

en cualquier otra parte. —Eros agachó la cabeza para que pudiera

mirarme al nivel de los ojos—. Pero es por eso que estamos aquí. Solo

ellos te pueden convertir en uno de nosotros.

Me miró a los ojos mientras el peso de sus palabras hacían mella. Nuevas

lágrimas se abrieron paso hasta la superficie y estreché mi mano sobre mi

boca.

—¿En serio? —susurré desde detrás de mis dedos—. ¿Cómo?

—Si Zeus y Hera dicen que puedes unirte a nuestras filas, entonces estás

dentro

Volví la cabeza en el hombro de Eros y tiré mi brazo alrededor de su

cuello, llena de esperanza y entusiasmo.

Y miedo.

—¿Y si no me quieren?

Inclinó mi barbilla con dos dedos y me besó la nariz.

—¿A quién no le gustarías?

La sangre caliente llenó mis mejillas.

—Pensé que tal vez a ti.

Me jaló a su pecho con ambos brazos.

—Voy a hacer un trato. Olvidémonos de lo que ha pasado las últimas dos

semanas, ¿de acuerdo? Los dos hemos hecho cosas que quisiéramos

deshacer, así que vamos a volver atrás y empezar de nuevo.

Yo solo asentí con la cabeza, incapaz de romper el eco lírico de sus dulces

palabras.

—Tu vida vuelve a empezar hoy. Vas a ser inmortal. Podemos vivir aquí,

en el Olimpo. Te voy a construir un nuevo palacio, lo que quieras.

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Apreté mis brazos con más fuerza alrededor de su cintura.

—Solo quiero ser capaz de mirarte cada minuto de cada día.

—Hecho —dijo.

—Y no tener que esconderme de tu madre —añadí, alzando la cabeza para

mirarle a sus chispeantes ojos.

Sus suaves dedos acariciaron un mechón de pelo fuera de mi cara.

—Nunca tendrás que preocuparte por ella de nuevo.

—Entonces, ¿qué estamos esperando? —Le tomé de la mano y juntos

corrimos escaleras arriba y hacia el palacio de Zeus y Hera.

Tan pronto como cruzamos el umbral de su casa, los dos dioses se

presentaron ante nosotros, sentados en tronos de oro adornados en la

parte trasera de la sala. Patinamos hasta detenernos y Eros se inclinó.

Rápidamente siguiendo su ejemplo, hice lo mismo.

—No pensé que vería el día en que Eros se atrevería a poner un pie en esta

casa —dijo Hera. Zeus se removió en su silla.

Pude ver los grandes ojos de Hera en estrechas rendijas centrados en Eros

a través de la habitación. Mis ojos se ensancharon mientras miraba a Eros

para una explicación de nuestro menos que hospitalario saludo. Se inclinó

y me susurró al oído.

—Yo podría haber metido una mano en algunos de los asuntos más

recientes de Zeus.

—¡Ah! —dijo Zeus, señalando a Eros—. Te dije que no podía ayudarme a

mí mismo. Te dije que Eros me obligó a hacerlo. ¿Ahora me crees?

Hera cortó a Zeus con una mirada que le hizo callar y hundirse de nuevo

en su trono.

—Este es un gran lío que tienes que arreglar Eros —dijo Hera.

—Sí, Su Alteza —respondió, inclinando la cabeza y se negó a mirarla a los

ojos. Sus músculos estaban tensos como si estuviera a punto de saltar,

pero todo lo demás acerca de su postura habló de su sumisión.

—Pero esta visita no es realmente acerca de ti, ¿verdad? —Hera me miró

con sus oscuros ojos de gacela.

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Como si despertará a la vida, Eros me agarró la mano y se precipitó hacia

adelante.

—No, Su Alteza. Estoy aquí por Psique. —Tuve que correr para

mantenerle el paso hasta que nos detuvimos en la base del trono de Hera.

Su expresión se suavizó cuando nos acercamos y le brillaban los ojos con

la sombra de una sonrisa. Pero la mirada de Zeus no era tan abrazadora.

Mientras él me estudiaba, sus gruesas cejas de oruga temblaron, como si

se tratara de alguna manera un reflejo de sus pensamientos rebotando

alrededor de su cráneo.

—Entonces —dijo al fin, volviéndose hacia Eros—, ¿qué es exactamente lo

que quieren de nosotros?

Eros se inclinó de nuevo, bajando la cabeza a Zeus.

—Señor, quiero que Psique sea una de nosotros. —Él apretó mi mano—.

Así que puede ser mía para toda la eternidad.

Zeus se rió tan ronco que sonaba como una tos.

—¿Después de todo lo que has hecho conmigo? Has arruinado mi

matrimonio casi diez veces con tus flechas. —Se levantó de su trono, por

encima de nosotros—. ¿Qué te hace pensar que haría cualquier cosa para

ayudarte?

Por el rabillo de mi ojo, vi a Eros poner una mueca de dolor.

Hera sonrió.

—Creo que el servicio del muchacho a mí causa vendría mejor que

depilarse las alas separadas. No estás de acuerdo, ¿Eros? —Entrecerró los

ojos mientras ladeó la cabeza, esperando la respuesta de Eros.

Eros se dejó caer de rodillas ante ella.

—Voy a servir a todas tus órdenes, mi Reina. —Él levantó la cabeza, con

los ojos suplicantes. —Dime lo que quieres y lo haré.

Hera se agachó y tomó la mano de Eros entre las suyas, y luego lo puso de

píe. Cuando estaba de pie, Hera se acercó con la otra mano por mí.

Cuando unió nuestras manos, dijo:

—Honra a Psique como tu esposa. Amala cada uno y todos los días,

porque se ha demostrado a sí misma ser digna de tu amor. Al amarla,

harás tu servicio más grande para mí.

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Sus ojos se abrieron como platos cuando se volvió hacia mí, apretando los

dedos con más fuerza.

—¿Te casas conmigo, Psique? ¿Por favor?

—Ten en cuenta tu decisión antes de elegir, Psique. —La voz sabia de Zeus

me sobresaltó. ¿Por qué no habría de elegir estar con él?—. Amar a un ser

inmortal es un compromiso para toda la eternidad, no solo unas pocas

décadas—. Sonrió a Hera antes de continuar—. Y debo advertirte, nuestra

familia olímpica es un poco, digamos, disfuncional de vez en cuando.

—Puedo manejar lo disfuncional.

—¿Y la eternidad? ¿Conmigo? —Eros atrajo mi atención hacia él, tirando

de mi corazón como un lazo.

—No puedo imaginar algo mejor.

Eros dejó caer las manos y apretó mi cara atrayéndome hacia él. Me besó

como si estuviera tratando de tomar cada centímetro de mí. Cuando me

separé, sin aliento, descansamos nuestras frentes juntas.

—Te quiero. —Le sonreí.

Metió un rizo errante detrás de mí oreja.

—Y yo te amo.

—Todavía no tenemos un acuerdo —cortó Zeus, invadiendo la felicidad

momentánea—. Tengo una condición de mi cuenta.

Sentí el rubor subiendo a mis mejillas mientras miraba a mis pies.

Eros respondió.

—¿Mi Señor?

—Tú nunca, jamás usaras tus flechas conmigo otra vez ¿Estamos claros en

eso?

Eros tragó.

—Absolutamente, mi Rey. Yo era joven e impulsivo…

Zeus le quitó importancia a las palabras con un movimiento de su mano.

—No importa las excusas. Prométemelo... por la vida de Psique.

Eros me miró, luego a Zeus.

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—Por la vida de Psique, prometo que nunca te volveré a disparar.

Zeus se acercó de nuevo a su trono y se sentó.

—Bien. Y una cosa más, —esperamos en silencio por las palabras del rey.

Esperé a que hiciera alguna exigencia en la que Eros no podía estar de

acuerdo—. Creo que mi esposa prefiere que uses tus flechas solo en el

amor verdadero. Nada más. El dominio de tu madre de la pasión es

suficiente sin ninguna ayuda extra.

Hera se movió junto a su marido y le besó la frente.

—Gracias, amor.

Zeus extendió la mano y agarró su pequeña mano en la suya, presionando

sus labios en los dedo.

—Cualquier cosa por ti —respondió, sus pálidos ojos de cristal del mar

casi desbordándose de la emoción.

Los dos irradiaban amor, y el sentimiento impregnaba el aire. Me volví a

Eros, rodeando su cuello con mis brazos. Me dolía el corazón solo al

pensar que lo sostendré en mis brazos todos los días, lo quería tanto.

Me podría haber quedado envuelta en él para siempre, pero Hera rompió

el hechizo aplaudiendo dos veces. Su señal trajo un grupo de ninfas

bailando desde otra habitación, llevando con ellas desbordantes platos de

fruta derramando un líquido viscoso.

Una niña entregó copas de oro a todo el mundo, mientras que otra iba

detrás, llenando los vasos.

—¡Salud! —dijo Zeus, levantando su copa.

Hera levantó su copa para mí.

—Bienvenida al Olimpo, Psique.

Eros sonrió tan ampliamente que su pequeño y adorable hoyuelo se

asomó por la mejilla. Sus ojos azules cristalinos bailaron mientras

entrelazábamos nuestros codos y bebíamos.

El néctar corría por mi garganta como calor líquido, llenándome. El calor

se propagaba, corriendo de mis manos a los dedos de los pies, mi piel me

picaba con pequeñas sacudidas. Estaba entumecida y al mismo tiempo

más viva de lo que jamás había estado antes.

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El brazo de Eros se curvó alrededor de mi cintura para estabilizarla

mientras me balanceaba, con los ojos cerrados. Absorber la energía de la

vida inmortal no era lo que yo había esperado. Fue mejor y peor en un

momento maravilloso y abrumador. Cuando mis ojos se abrieron de

nuevo, me sentía casi normal. Pero más fuerte. Como si pudiera correr

desde el Olimpo hasta la punta de la península Peloponeso y nunca

cansarme.

Y estaba lista para enfocar el zumbido de mi recién descubierta energía

inmortal en Eros.

Mientras intentaba poner mi brazo alrededor de su cuello, mi vestido tiró

de mi brazo, no me daba suficiente espacio para moverse. Bajé la vista

hacia mí y vi que el vestido ya no se ajustaba bien. Tiró apretado contra

mi pecho, cortando profundamente en la piel debajo de los brazos.

—¿Qué rayos?

—Permíteme —dijo Eros, desabrochando el broche en el hombro que

llevaba mi vestido.

Mis ojos se abrieron mientras lo fulminé con la mirada.

—No ahora —le susurré en estado de pánico, asintiendo con la cabeza

hacia Zeus y Hera—. Hay gente aquí.

Eros rodó los ojos y se rió entre dientes antes de besar mi nariz.

—Relájate, ¿quieres?

Sin exponer mi pecho, Eros dejó caer el vestido abierto en la parte

posterior. Libre de las ataduras de la ropa, un par de magníficas alas de

mariposa azul se desplegaron desde mi espalda. Eran color índigo en su

mayoría con acabados en un encaje de color negro.

Estiré el cuello y arqueé la espalda, tratando de obtener una mejor visión

de los nuevos accesorios.

—No lo entiendo... —le dije, frunciendo el ceño en confusión por las

hermosas alas.

—Tu amor te dio alas, Psique —dijo Hera, agitando su mano en el aire y

agitando sus dedos mientras hablaba—. Ahora váyanse. Vuelen juntos.

Nos vemos en la próxima reunión del Consejo.

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Eros sostuvo mi vestido en la espalda para que no se cayera cuando nos

fuimos. Medio saltamos, medio volamos fuera del palacio mientras

probaba mis nuevas alas.

Estaba tan cautivada con la idea de volar, que no me di cuenta de Afrodita

bloqueando nuestro camino hasta que casi me estrello contra ella.

Eros tiró de mi vestido de nuevo para ayudarme a detenerme y ambos se

reían mientras yo apenas recuperaba el equilibrio. Sorprendentemente,

Afrodita parecía tan divertida como nosotros.

—Pensé que te encontraría aquí —dijo antes de envolverme en sus brazos.

Sí, totalmente perdida. Pensé que éramos básicamente enemigas

mortales. Ella había tratado de matarme en más de una ocasión, después

de todo.

—Madre —ladró Eros—. No sé lo que estás haciendo, pero necesitas

dejarlo. No vas a hacerle daño nunca más.

Afrodita nunca se molestó en mirar a su hijo.

—Lo sé. —Su sonrisa se vertió sobre mí como el sol líquido—. Finalmente,

algo funciona de la manera que había planeado.

—¿Esto? —pregunté—. ¿Planeó todo esto?

—Lo siento, querida, pero eras más mortal que no mortal —dijo—. Y los

mortales no son nada si no predecibles.

Cerrando mis ojos era la única manera de hacer a mi cerebro

concentrarse. ¿Ella había planeado todo esto? ¿Cómo? ¿Por qué?

Su mano se cerró sobre mi hombro.

—Cuando los dos parecíais empeñados en rechazaros el uno al otro, tuve

que subir con un plan B. —Ella se inclinó cerca, como un cómplice

compartiendo un secreto—. Mi hijo pudo haberlo dicho, pero por lo

general consigo lo que quiero.

Eros erizo sus plumas.

—Así que ¿por qué tratar de matarla, si quieres que estemos juntos?

—¿No te das cuenta? No quería verla muerta. Lo que quería era que te

dieras cuenta de lo mucho que aún la amabas. Obligarte a salvarla de los

soldados funcionó a la perfección.

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Eros deslizó su mano en la mía.

—¿Y enviarla al Hades? ¿Qué planeabas conseguir con eso?

—¿Quieres decir además de un pequeño castigo por negarse a mi plan A?

— Afrodita nos miró—. Tuve una prueba de amor de Psique. Estaba

dispuesta a arriesgarse a morir por ti, hijo. Y ahora nadie, ni siquiera la

hermana de Psique, será capaz de arrebatarte eso.

La sensación de ser el títere de Afrodita era inquietante, pero no podía

discutir con el resultado final. Eros y yo estamos juntos, inmortales, y los

dos sabíamos con certeza inquebrantable hasta qué punto nuestro amor

llegaba. Supuse que se trataba de uno de esos momentos en que el fin

justifica los medios. Incluso si eran medio molestos.

Inclinándome hacia delante, le di un beso en la mejilla.

—En ese caso, gracias. Por todo.

—Puedes salvar tu relación madre-hija más tarde —dijo Eros, apretando

suavemente los dedos—. Hay algo que quiero que veas ahora.

Una sonrisa tiró de mis labios hasta que mis mejillas casi dolían.

—¿Qué es eso?

—Nuestra nueva vida.

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Epílogo

Traducido por Rodoni

Corregido por LuciiTamy

l sueño me despierta de nuevo. Ha sido el mismo por tres noches

seguidas. Mi hermana volviéndose polvo y huesos ante mis ojos y

nunca tuve la oportunidad de decirle que lo sentía por todo lo que

paso entre nosotras. Y sé que pasara algún día. Ella morirá y yo no. Pero

antes de que ese día venga, me disculparé con ella. Asumiendo que me

deje acercármele.

Además despierto pensando lo fácil que es olvidar un problema cuando

estás metida en la inmortalidad. Mientras me giro en mi lado en la cama,

puedo sentir el sol calentando mis dedos en los recónditos lugares,

calentando en las aberturas congeladas, escabulléndose en mis pesados

parpados. Eros y yo somos capaces de pasar nuestros días juntos ahora,

pero es como si nos hubiéramos abandonado noches anteriores.

—Buenos días, Amor. —Su voz penetra entre los abismos del sueño,

rozándome con el delicioso conocimiento de saber que es su rostro lo que

veré cuando abra mis ojos.

Veo su rostro. Amo estos momentos en la mañana. Bebiendo sus rasgos,

quietamente y sin prisa, constantemente, y cuando nadie en el mundo lo

salva cuando los ven mis sedientos ojos.

—Me asustas con esa mirada —dice.

Un miedo rompe mi concentración. ¿Él está asustado de mí?

—No de esa manera —dice besando mi nariz mientras se apoya en su

codo—. El amor en tus ojos arde tan brillante. Tengo miedo que algún día

pueda apagarse. Que te despiertes un día y te des cuenta que la eternidad

conmigo no es algo bueno para estar.

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Negando, cierro mis ojos y suspiro.

—Divertido, ¿no crees? —digo acomodándome cerca de su pecho.

—¿Qué? —suena confundido pero su vos aun suena gentil, amorosa.

—Yo siempre creí cuando mi madre decía “No puedes escapar de lo que

está destinado”, pero aquí estoy. —Le doy un abrazo—. Creo que se

equivoco.

—Psique —dice, y la intensidad en su voz hacen que mis ojos salten

abiertos de nuevo—. Tu madre no se equivocó. Tú eres mi destino.

Fin

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Sobre la Autora

Durante el día, Jessie Harrel es una abogada. Por la noche, una mujer,

madre de dos hijos, y autora/amante de toda la mitología griega y cosas

por el estilo. Es una nativa de Florida, frustada viajera del mundo,

soñadora impenitente, amante de la música clásica y geek no-tan-

rebelada.

Destined, lanzado el 17 de noviembre 2011, es su primera novela.

o.5 - Before

1.0 – Destined

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Traducido, corregido y diseñado en…

¡¡Esperamos nos visites!!

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