africa 199 1: el fen6meno dtnico en 10s conflictos ... · 10s que la identidad cmica juega un rol,...

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Africa 199 1: El fen6meno dtnico en 10s conflictos sociopolíticos, ' que la pasada generaci6n de teóricos sobre desarrollo político había ya considerado como un fenómeno ana- cr6nico en retroceso ante el avance de la modernidad, conflictes volvi6 al centro de la , a política mundial a finales de 1991. Durante mucho tiempo considerado le mal de origen 6tnic0 afdcain, fue sin embargo principalmente en el desmo- ronado escenari0 político del ex bloque oriental en don- de pudimos presenciar más directamente el espectro de baños de sangre etnonacionalistas, con Yugoslavia como ejemplo más trágico. En Africa, por el contrario, 1991 podria ser más correctamente dendminado el año de la caída de 10s autoritarismos. En Zambia, Benin, Mali y Congo -por nombrar algunos ejemplos- jefes de Estado con una larga trayectoria en el poder fueron barridos por procesos de liberalización política. Si bien otros autócratas consiguieron continuar aferrados al po- der, los movimientos de oposición de todo el continen- te tomaron la ofensiva con sus demandas de liberaliza- ci6n política. A pesar de sus esfuerzos para reestablecer su hegemonia, estos líderes como Mobutu Sese Seko en Zaire, Gnassingbe Eyaddma en Togo e incluso Daniel Arap Moi en Kenia, se vieron obligados a ceder frente a aquellas demandas de cambio, desencadenando proce- sos que difícilmente consiguen controlar. Es todavía pronto para pronosticar si 10s acontecimientos del pre- sente año representarán el ocaso definitiva del Estado de panido Único en Africa, pero para bien o para mal la ucuesti6n democriiticam ha ocupado dararnente un rol protagonista en 10s debates politicos del continente. Esto no implica, por supuesto, que la emicidad se manifieste s610 en regímenes de partido Único. Por el contrario, como muestran tan vivarnente 10s casos de Europa del Este, 10s procesos de transici6n están reple- tos de oportunidades para que 10s líderes políticos in- tenten construir su clientela apelando a lazos dtnicos, 10 que casi con seguridad en el largo plazo se traduce en corrientes subterráneas de animosidad dmica. Incluso en muchos casos las transiciones políticas en cuno estu- vieron caracterizadas por la prevalelicia de t6picos kmi- cos. La cccuesti6n democdtican, al animar el debate acerca de c6mo se representan y equilibran mejor 10s intereses de los diferentes grupos sociales, conduce ine- vitablemente en una sociedad pluralista a la ucuestión dmican. El hecho étnico nunca estuvo alejado del hecho político en 10s Estados de Africa independiente, y no parece que vaya a estar10 en el futuro inmediato. El autor q u i m expresar su sincero agradecimiento a Eric Swedlund, cuya Leonardo A. VILLALON* colabona611 como investigador ha sido inestimable en h redacci6n del Departamento de Ciencia Política, prrsence crabajo. Gncias tambih a Pau1 D'Amieri, que coment6 un borra- dor previo. Cualquier error flctico o de interptetación en el presence articulo Universidad de Kansas es de exclusiva responsabilidad del autor. 513

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Africa 199 1: El fen6meno dtnico en 10s conflictos sociopolíticos, ' que la pasada generaci6n de teóricos sobre desarrollo político había ya considerado como un fenómeno ana- cr6nico en retroceso ante el avance de la modernidad, conflictes volvi6 al centro de la ,a política mundial a finales de 199 1. Durante mucho tiempo considerado le m a l de origen 6tnic0 afdcain, fue sin embargo principalmente en el desmo- ronado escenari0 político del ex bloque oriental en don- de pudimos presenciar más directamente el espectro de baños de sangre etnonacionalistas, con Yugoslavia como ejemplo más trágico. En Africa, por el contrario, 1991 podria ser más correctamente dendminado el año de la caída de 10s autoritarismos. En Zambia, Benin, Mali y Congo -por nombrar algunos ejemplos- jefes de Estado con una larga trayectoria en el poder fueron barridos por procesos de liberalización política. Si bien otros autócratas consiguieron continuar aferrados al po- der, los movimientos de oposición de todo el continen- te tomaron la ofensiva con sus demandas de liberaliza- ci6n política. A pesar de sus esfuerzos para reestablecer su hegemonia, estos líderes como Mobutu Sese Seko en Zaire, Gnassingbe Eyaddma en Togo e incluso Daniel Arap Moi en Kenia, se vieron obligados a ceder frente a aquellas demandas de cambio, desencadenando proce- sos que difícilmente consiguen controlar. Es todavía pronto para pronosticar si 10s acontecimientos del pre- sente año representarán el ocaso definitiva del Estado de panido Único en Africa, pero para bien o para mal la ucuesti6n democriiticam ha ocupado dararnente un rol protagonista en 10s debates politicos del continente.

Esto no implica, por supuesto, que la emicidad se manifieste s610 en regímenes de partido Único. Por el contrario, como muestran tan vivarnente 10s casos de Europa del Este, 10s procesos de transici6n están reple- tos de oportunidades para que 10s líderes políticos in- tenten construir su clientela apelando a lazos dtnicos, 10 que casi con seguridad en el largo plazo se traduce en corrientes subterráneas de animosidad dmica. Incluso en muchos casos las transiciones políticas en cuno estu- vieron caracterizadas por la prevalelicia de t6picos kmi- cos. La cccuesti6n democdtican, al animar el debate acerca de c6mo se representan y equilibran mejor 10s intereses de los diferentes grupos sociales, conduce ine- vitablemente en una sociedad pluralista a la ucuestión dmican. El hecho étnico nunca estuvo alejado del hecho político en 10s Estados de Africa independiente, y no parece que vaya a estar10 en el futuro inmediato.

El autor quim expresar su sincero agradecimiento a Eric Swedlund, cuya Leonardo A. VILLALON* colabona611 como investigador ha sido inestimable en h redacci6n del

Departamento de Ciencia Política, prrsence crabajo. Gncias tambih a Pau1 D'Amieri, que coment6 un borra- dor previo. Cualquier error flctico o de interptetación en el presence articulo

Universidad de Kansas es de exclusiva responsabilidad del autor.

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LA HORA DE AFRICA

El fenómeno es tan amplio y tan relevante, pero también tan ambiguo, que es necesaria cierta clarifica- ción conceptual antes de proseguir. Ante todo, jcómo debe entenderse el concepto de ccetnicidadn o de ccgru- po étnicov? El tema es rnás complejo de 10 que puede parecer a primera vista. El ejemplo de Hum y Tutsi en Rwanda'y Burundi, dos grupos que comparten una misma lengua y varios rasgos culturales, pero que se diferencian en su organización socioeconómica, nos brinda un buen ejemplo de esta ambigüedad. Incluso algunos te6ricos han sugerido que el término aemici- dadn es inexacto, insistiendo en cambio que el conflicto entre ambos grupos debe ser analizado en tdrminos de ((casta)) o hasta de aclasen. El triste caso de Somalia presenta otro ejemplo aleccionador. Cuando hace un ari0 el país se sumergía en la guerra civil, un comenta- rista en la American National Public Radio Progam expresó la sorpresa de muchos, al comentar que cc ... penslibamos que Somalia era inmune a este t i p de conflictos. Todos 10s somalíes comparten un mismo idioma, una misma religi6n, una misma cultura; es uno de 10s pocos países en Africa que posee s610 un grupo émico. Pero 10 que no sabíamos es que tenia clanes. ..N. La distinción es poco más que semántica; el concepto de ccdan* debe ser entendido en términos políticos como funcionalmente idéntico al de ccgrupo dmicon. Y, con un matiz algo diferente, ipueden 10s choques ureligiosos~ que asolaron Nigeria o Sudán ser separados de las dimensiones dtnicas o emoraciales de estos conflictos sociales? Mi enfoque en este trabajo serli en consecuencia pragmlitico. En lugar de especificar una estrecha definici6n de etnicidad y contrastar su utilidad en varios ejemplos, adoptaré una definicitin amplia del termino que incluya todas las fracturas so- ciales, sem éstas basada en la religi61-1, la lengua, la cultura, el linaje, la organizaci6n social o cualquier fac- tor comparable, al cual cualquier g r u p humano pueda recurrir para identificarse ,a sí rnismo como ((diferenten del resto.

La etnicidad, en consecuencia, es una construcci6n social, y toma particular relevancia en ciertos contextos sociopolíticos. No comparto la idea de que la identidad émica es un atributo inherente y propio del individuo, de ccsentimientos primordialesn, como Clifford Geertz 10s denominó en su discusi6n sobre la política de 10s unuevos estadosn de Asia y Africa (1973). Por el con- trario, la identidad emica es aeada, manipulada e in- clusa cambiada en concordancia con 10s diferentes con- textos políticos (Young, 1976, brinda una excelente discusi6n sobre este punto). Como Bates (1982) y otros han afumado, estas transformaciones siguen en gran parte la 16gica de especulaciones racionales que 10s individuos realizan para lograr un acceso seguro a bie- nes controlados por el Estado. En este sentido, conse-

cuentemente, el término ccorigenw en el titulo de este articulo no debería ser tomdo literalmente; las diferen- cias en la identidad emica son s610 muy excepcional- mente, o nunca, la causa de un conflicto sociopoiítico. Es por eso que, al tratar el rol de la emicidad en 10s confliaos sociales de Africa, preferir4 ampliar antes que estrechar el espectro de la discusi6n. La expresi6n ucon- flictos de origen ktnicov se utilizard para incluir en ella no s610 aquellos casos en 10s que la etnicidad por sí misma da origen al conflicto, sino también aquellos en 10s que la identidad Cmica juega un rol, dando una forma o una direccidn determinada al confliao.

El contexto rnás usual en la abrumadora mayoría de 10s casos en el que se verifican 10s confliaos étnicos, es el de la construccidn del Estado independiente hereda- do del periodo colonial. Pdemos distinguir dentro de esa situaci6n tres grandes paradigmas. En ocasiones el Estado fue utilizado como instrumento de dominacidn émica, y en consecuencia fue contestado por grupos émicos que buscaron la independencia o la autonomia respecto de 41. En segundo lugar, al intentar ocupar el vacío aeado por el colapso del Estado, 10s grupos kmi- cos chocaron con rnás violencia; y esta lucha por el control del centro político sigui6 en Africa, como en otras regiones (el Libano, por ejemplo), las líneas de fractura de grupos sociales politizados. Y finalmente, en onas ocasiones, el Estado provey6 la arena institu- cional en la que 10s grupos dmicos compitieron por el poder, un fen6meno que segurarnente se extended cuando -y s610 si- la competencia electoral se vuelva un fen6meno más frecuente en el continente. Si bien estas distinciones conceptuales no siempre captan níti- damente la realidad social, para 10s prop6sitos de mi exposici6n he clasificado bajo estos tres rubros la resefia de casos de politizaci6n émica que expongo a continua- ci6n.

Dado 10 extendido del fen6meno y el gran número de países del continente, no todos 10s casos de conflicto émico podrán ser abarcados en este trabajo. Los cinco países con predominio de la lengua árabe del Norte de Africa en consecuencia, excluidos del mis- mo. Tambidn 10 estaca el caso especial de Sudlifrica, en donde el entrelazamiento de raza, emicidad, religi6n y clase brinda un fascinante, pero en varios sentidos úni- co, ejemplo de fracturas sociales conflictivas. De 10s países independientes que se encuennan entre estas dos exclusiones me conc en^ en 10s casos m h significati- vos de confliaos Ctnicos acaecidos a 10 largo de 199 1; asirnismo se harán algunas referenuas a la situacidn dmica en algunos otros paises que han estado hist6rica- mente marcados por este tipo de conflicto.

El Estado como instrumento y objeto del conflicto dtnico

En 10s casos en 10s que el control del Estado fue monopolizado por un grupo étnico a 10 largo del perio- do postcolonial, la política estuvo frecuentemente ca- racterizada por 10s esfuerzos por utilizar el Estado como un instrumento de dominaci6n de otros grupos, así como por los consecuentes esfuenos en contrario de aquellos grupos por resistir esa dominaci6n. No faltan ejemplos de este modelo marco en la reciente historia africana; por el contrario, en grados diversos la mayoría de las dites africans han utilizado el control del Estado para asegurar a ciertos grupos el acceso a recursos esca- ses, ai tiempo que se lo restringia a otros. Entre 10s casos rnás notorios de conflictos que siguen esta línea durante 199 1 podemos citar la aparentemente intermi- nable lucha norte-sur en el Suddn, 10s interrelacionados casos de Rwanda y Burundi, el conflicto racial de Mau- ritania y rnás recientemente, la guerra civil emergente en el diminut0 Estado de Djibouti. Alin en 10s casos en 10s que ningún g r u p en particular domina el Estado, la experiencia de marginalizaci6n de pequetios grupos dtnicos puede conducir a desafíos a la autoridad estatal, que a su vez provocan una respuesta represiva por parte del Estado. La urebelibnu tuareg de 10s estados de Mali y Niger a fines de 199 1 representa quizd el más signifi- cativo de estos casos en Africa. Más hacia el oeste, el movimiento separatista Ciaarnunce en Senegal es parti- cularmente interesante, porque afecta al que ha sido, hasta ahora, uno de los más estables y menos represivos sisremas politicos en el Africa subsahariana.

No hay diniensi611 raciai, lingiiistica o religiosa que pueda agregarse a la complejidad de las divisiones so- ciales del Sudán, si bien el confliao en auso en ese país esd claramente basado en los esfuerzos de la mayorita- ria poblaci6n del norte, dmicamente &be, por irnpo- net por la herza su control sobre 10s varios grupos que habitan en el sur del país. Durante al menos 25 de sus 3 5 aAos de vida independiente, Sudán ha estado desga- rrado por la guerra entre estas dos regiones. Los predo- minantes kabeparlantes, de piel rnás clara e islámicos habitantes del norte, han dominado fumemente el sis- tema política, excluyendo a 10s grupos dmicos de piel rnás oxura del sur, que hablan una variedad de len- guas nil6ticas y practican el aistianismo y otras religio- nes indigenas. Durante 16 afíos, desde su acceso al poder en un golpe de estado militar en 1969 hasta su deposici6n en 1985, el pais h e regido por el General (originaimente Coronel) Ja'far Numayri. La primera orientaci6n aprogresistaw del r4gimen, tomada en prés- tamo del Egipto de Nasser, fue rdpidamente abando- nada. El mandato de Numayri se caracteriz6 en cambio por una serie de cambios ideol6gicos y politicos, me-

CONFLICTOS SOCIALES DE ORIGEN ÉTNICO

diante 10s males el gobierno intent6 concluir alternati- vamente la guerra contra las fuerzas del sur y establecer su legitimidad frente a 10s grupos políticos del norte, de 10s males 10s m& importantes eran partidos islamistas. Incapaz de alcanzar ninguno de esos objetivos, Nu- mayri giró en la ultima etapa de su gobierno hacia la adopción del Islam, en un intento por legitimizarse. En septiembre de 1983 declaro la completa ccislamiza- ci6nn del país, pero sus erráticos esfuerzos por imple- mentarla (incluido el ahorcamiento de Mahmoud Taha, el líder de 65 años del grupo moderado Herma- nos Republicanes, acusado de ccapostasíau) s610 debili- taron su capacidad de gobierno y condujeron finalmen- te a su destituci6n.

El gobierno militar que 10 reemplazó concret6 el retorno al régimen democrático, como había prometi- do. Pero la tensi6n entre las demandas de los grupos islamistas del norte para la imposición de la ley isldmica y 10s del sur, para la concesión de autonomia y libertad de expresión religiosa, que el régimen de Numayri ha- bía agravado aiín m&, limitó seriamente el margen de maniobra del nuevo gobierno. En septiembre de 1989 el ejdrato se encontraba nuevamente en el poder, esta vez bajo la direcci6n de un Consejo de Gobierno Revo- lucionari~ (RCC), encabezado por el Teniente General Omar Hassan al-Bashir, con el apoyo de partidos reli- giosos musulmanes. En el terreno internacional, el mandato de al-Bashir estuvo caracterizado por una alianza con regímenes eradicales* e isldmicos, una pos- tura fuenamente antioccidental y un dnfasis en la auto- suficiencia. En 10 interno, su gobierno trajo una escala- da en la guerra contra 10s grupos dmicos del sur y el espectro del sufrimiento masivo, induyendo niveles inéditos de inania6n en las keas dominada por 10s grupos rebeldes -tendencias que siguieron profundi- zándose a 10 largo de 199 1.

En 10s albores de un nuevo año, el 3 1 de diciembre de 1990, el General al-Bashir anunci6 (otra vez) la aplicaci6n inmediata de la ~baria, o ley islámica, en el país. A comienzos de febrero una serie de deaetos del ejecutivo transformaron Sud& en un estado federal, con nuevas subdivisiones que permitieron la aplicaci6n de la legislación por regiones. Así el nuevo código pe- nal, supuestamente basado en la sbaria, anunciado el l de febrero y que ena6 en vigor el 22 de marzo, no fue aplicado cctemporalmentew en las regiones del sur. Esta medida h e sin embargo dpidamente criticada por el principal grupo de oposici6n suretio, el Ejdrcito Popular Sudanés de Liberaci6n (SPLA), que la critic6 por hipó- crita y desleal. El gobierno, según el SPLA, no había renunciado a lograr la ccarabizaciónu e uislamizaci6n~ del sur.

El SPLA es una coalici611 compuesta por fuerzas de varios grupos dtnicos del sur, encabezada desde 1983

LA HORA DE AFRICA

por un economista formado en 10s EE.UU., John Ga- rang. En respuesta a la campaiia de islamización, a principios de aiío el SPLA intensificó sus actividades en contra de las fuerzas gubernamentales en el sur. A 10 largo de la primavera y a comienzos del verano hubo informaciones sobre una serie de enfrentamientos entre tropas del gobierno y del SPLA, que causaron cientos de muertos. Peor aún, la guerra aumentó 10s padeci- mientos de la población civil; en uno de sus incidentes más dramáticos, en junio, unos 200.000 refugiados sudaneses intentando regresar al sur de su país, huyen- do de las luchas en la vecina Etiopia fueron bombar- deados por la Fuerza Aérea Sudanesa. A estos sufri- mientos se sumaron 10s efectos de un fracaso catastrófico de la cosecha local de alimentos. Denun- ciando con vehemencia 10s supuestos esfuerzos de orga- nizaciones occidentales de auxilio por ((humillar>> al régimen, el gobierno en un primer momento se negó a reconocer la necesidad de ayuda alimentaria. Y pese a haber cedido a mediados de marzo a las presiones inter- nacionales para autorizar la ayuda, la cooperación del gobierno, crucial para hacer efectiva la ayuda, fue en el mejor de 10s casos esporddica. Atrapada entre 10s com- bates y el hambre, la poblaci6n del Sudán encontró pocas esperanzas para la solución de sus problemas en 1991.

Un nefast0 desarrollo adicional tuvo lugar en agosto y septiembre, cuando 10s enfrentamientos decrecieron debido a la dificultad de 10s transportes durante la época de Iluvias. En ese momento, se produjo una esci- sión en el SPLA, cuando tres comandantes rebeldes emitieron una crítica al liderazgo de John Garang, acu- sándolo de autoritario. Entre 10s principales reproches figuraba la negativa de Garang a apoyar la idea de una secesión de Sudán. Garang habia constituido su movi- rniento con el solo objetivo de garantizar 10s derechos de las minorias kmicas dentro de un Sudán unido, por 10 que insistia en que el Único objetivo del SPLA debia ser forzar al gobiemo a conceder este punto. La sece- si6n, sin embargo, tiene daramente apoyo en el sur, por 10 que el riesgo de las luchas intemas en la regi611 parece haber aumentado. Con independencia de su re- sultado, sin embargo, estd claro que el gobierno de al-Bashir, o cualquier otro gobiemo que pretenda man- tener el apoyo de 10s grupos i s l ~ c o s del norte, difícil- mente pueda renunciar al objetivo de dominaci6n del sur. A finales de 199 1 no hay indicios de que finalice la victimizacidn del pueblo de Sudán del sur, en manos de un Estado que sirve de instrumento de dominaci6n del norte.

Al sur del Sudán, en la zona del continente de 10s grandes lagos, 199 1 estuvo para 10s pequefios paises de Rwanda y Burundi marcado por tendenaas vincula- das, en sus respectivas historia de b a o s de sangre

étnicos. Ambos paises fueron construidos sobre estruc- turas similares de reinos precolbniales, colonizados ori- ginalmente por Alemania y luego administrados por Bélgica en un mandat0 de la Liga de las Naciones al culminar la Primera Guerra Mundial. Ambos tienen una composición étnica similar: aproximadamente un 15% de la población de cada uno pertenece al gmpo Tutsi, mientras que virtualmente todo el resto son miembros del pueblo Hum. Estos dos gmpos hablan el mismo idioma, conocido como Kinyaruanda en Rwan- da y Kirundi en Burundi, y companen una misma cultura -de aqui el debate sobre si deben ser considera- dos o no grupos cckmicosb)-. La diferencia histórica entre ambos es socioeconómica, remontándose a un sis- tema precolonial cuasifeudal, en el que 10s pastores Tutsi dominaron a la mayoria de granjeros Hutu. Mientras que en Burundi la hegemonia Tutsi fue man- tenida a través del sistema politico, Rwanda experi- mentó en visperas de su independencia una ccrevolu- ciónn antimonárquica, que coloc6 a la mayoria Hutu en el control del Estado.

La historia de relaciones interkmicas de Burundi fi- gura entre las rnás trágicas del continente. En 1972, en uno de 10s rnás graves incidentes de violencia, unos 100.000 o 150.000 Hutus fueron masacrados a ma- nos del régimen controlado por 10s Tutsi. Más reciente- mente, en 1988, la venganza de los Tutsi por el asesi- nat0 de varios cientos de ellos a rnanos de una muchedumbre de Hutus, provoc6 la muerte de unos 20.000 Hutus. Sin embargo, por primera vez en esta trdgica historia, el Presidente Pierre Buyoya se enfrent6 al problema. Se ue6 una uComisión Nacional para el Estudio de la Unidad Nacional,, que en mayo de 1988 emiti6 su dictamen. Pese a haber sido aiticado por su vaguedad en temas cruciales, el informe sirvi6 como seiial de la firme intenci6n del gobiemo de en- frentar al problema seriamente. Desde ese momento se dieron pasos para la pacificación de ambos grupos, in- clu~endo un nuevo repano ministerial, que incluy6 más ministros Hutu en el gobierno. A pesar de que en lineas generales 1991 se caracteri26 por una relativa paz interémica en el país, junto con considerables pro- gresos en la transición hacia un sistema multipanidista democrático, la situación comenz6 a degenerar hacia finales de año. Las tensiones originada en 10s esfuerzos por reestructurar el sistema politico fueron aún aurnen- tadas por la intervenci6n de Burundi en las ya tensas relaciones interkmicas en Rwanda, una vet rnás entur- biando las relaciones entre Tutsis y Hutus. A fmales de diciembre actos de violencia protagonizados por solda- dos y grupos paramilitares Tutsu contra Hutus dejaron sin vida a unas 3.000 personas. Las esperanzas que se habian puesto en la posibilidad de que 1991 fuera un punto de inflexi6n en la historia émica del país se vie- ron asi esfumada.

CONFLIC~OS SOCIALES DE ORIGEN ÉTNICO

En Rwanda se produjo a 10 largo del afio una escala- da de la guerra civil que había comenzado en 1990, y que sigue predominantemente un patr6n de división dmico. Una organización rebelde, autodenominada el Frente Patri6tico Rwandés (FPR), lanz6 una ofensiva militar tendente a derrocar al gobierno predominante- mente Hutu del Presidente Juvdnal Habyarimana. Si bien proclama no representar a ningún g r u p étnico, el movimiento rebelde est4 compuesto en su abrumadora mayoria por refugiados Tutsi, muchos de 10s cuales huyeron a Uganda o nacieron allí después del derroca- miento de la monarquia en 1959. El atio comenzó con informes de cientos de rebeldes muenos en choques con tropas gubemamentales en la regi611 de Muvumbra, y estuvo firmado por enfrentamientos regulares en la frontera con Uganda. La guerra implic6 grandes tras- tornos para la población de la zona, estimándose el monto de refugiados de Ruanda en paises vecinos en 500.000 personas. Como parte de su campatia, el go- biemo tambidn encarcel6 a miles de personas sospecho- sas de ser c6mplices o simpatizantes del FPR, de las cuales todas eran virtualmente Tutsis. A pesar de las protestas internacionales, muchos fueron condenados a muerte, alimentando el descontento rebelde. Algunos - intentos por parte de países vecinos por mediar para conseguir una soluci6n negociada no pudieron conae- tarse, por 10 que Rwanda se enfrenta al sombrío pano- rama de una prolongada guerra civil enraizada en divi- siones émicas.

La tensidn entre la población mora, que ha controla- do el Estado en Mauritania desde la independencia de Francia en 1960, y 10s grupos kmicos negros del v d e del Río Senegal, rhpidamente degener6 en violencia y represi611 a medida que la economia del país se iba desintegrando con 10s atios. A diferencia de Sudán, ambas poblaciones son musulmanas, y el carácter racial de la divisi6n se desdibuja por el hecho de que la socie- dad mora incluye gran cantidad de negros, llamados haratines, originalmente con estatus de esdavos pero que se aliaron con 10s beydane~ (o moros blancos) en los confliaos dmicos del país. El confliao entre grupos tiene en realidad simultáneamente raíces políticas y econ6micas. Los esfuerzos de la poblaci6n mora por extender la ensefianza y el uso del árabe, especialmente en educaci6n. en detriment0 del francés y otras lenguas locales, resinti6 a varios grupos dmicos que se sintieron perjudicados por dicha política. La misma fue percibi- da como parte de un plan rnás amplio para uarabizarw el país, y en consecuencia marginalizar a sus ciudada- nos negros. Por otra parre, varios años de terribles se- quías condujeron a la desmcci6n del tradicional estilo de vida n6mada de 10s moros, 10 que a su vez aument6 la presi6n sobre las pocas tierras cultivables árabes dis- ponibles, que en su casi totalidad se encuennan en el

sur del país, a 10 largo del río que forma frontera con Senegal. Esta zona fue tradicionalmente cultivada por 10s Soninké, 10s Hal Pulaaren (Tukulor y Fulbe, que hablan Pulaar) y campesinos Wolof, que consecuente- mente reivindican derechos sobre estas tierras.

Las tensiones acumuladas explotaron en 1989, cuando la violencia étnica a ambos lados del río se convirtió en una crisis internacional entre Senegal y Mauritania. En la evacuación aérea que tuvo lugar, virtualmente toda la población mora del Senegal -mu- cha de la cua1 había nacido en Senegal- fue ccrepatria- dan a Mauritania, mientras que 10s senegaleses que vivían en Mauritania fueron deportados hacia el sur. Aprovechando la oportunidad, el gobierno mauritano encabezado por Maouya Ould Sid'Ahmed Taya se em- barcó en una política de deportación sistemhtica de todos 10s ciudadanos mauritanos de 10s grupos étnicos del sur, muchos de 10s cuales todavía se encuentran en campos de refugiados en la ribera senegalesa del río. Si bien en 199 1 las deportaciones forzadas parecen haber- se detenido, el gobierno mauritano continúa con sus intentos por desplazar a su población negra, a través de la apropiaci6n de su tierra y la confmación de su gana- do en el valle. En noviembre de 1990, después de un supuesto intento de golpe de Estado, en el que la prin- cipal organizacidn política negra, las Fuerzas de Libera- ci6n Africanas de Mauritania (FLAM), habria estado implicada, se desat6 una intensa represión en la que disidentes negros (especialmente Ha1 Pulaar) fueron arrestados y encarcelados.

En marzo de 199 1 el gobiemo anunci6 una amnistia general y la liberaci6n inminente de varios cientos de prisioneros políticos negros mauritanos. La promesa h e reiterada en abril, cuando Ould Taya anunci6 la celebraci6n de un referhdum para la aprobaci6n de una constituci6n que devolvería el país a la vida demo- crática. No obstante, ese mismo mes Amnistia Intema- cional inform6 que rnás de 200 prisioneros políticos negtos africana habían sido ejecutadds o muenos en prisi6n, después de haber sido torturados y sin el bene- ficio del juicio previo. La nueva Constitucidn fue adop- tada en julio. En ella se dispone que las elecciones se celebraran en mayo de 1992. El gobiemo ha insistido en que respetará los plazos establecidos, a pesar de las críticas de la oposia6n que sostiene que el sistema elec- toral esta disefiado para asegurar la continuidad de O d d Taya. Utilitando estas ureformasw, así como la persistente hostilidad con Senegal para distraer la aten- ci6n de la situaci6n h i c a , parece evidente que a pesar de las negativa del mismo O d d Taya, el gobiemo mauritano ha continuado silenciosarnente con su políti- ca de exdusi6n y represi6n de los grupos émicos del sur a 10 largo del atio.

El rnás reciente ejemplo dentro de este paradigma de

LA HORA DE AFRICA

conflicto dtnico, en el que una etnia es capaz de utilizar la fuerza del Estado como un instrumento para repri- mir el desafio representado por otro g r u p excluido del poder estatal, 10 encontramos en el pequefio Estado de Djibouti, estratdgicamente situado en el estrecho en el que Mar Rojo se une con el Golfo de Addn. Antes de su independencia de Francia en 1977, el país había sido conocido como Territori0 de 10s Afars y 10s Issar, por 10s dos grupos dtnicos mayoritarios. Ambos grupos estdn montados sobre frontem internacionales, con la mayoría de 10s Afars habitando el noroeste, en el lírnite con Etiopía/Eritrea, y los lssas extendidndose a 10 largo de la frontera sudeste con Somalia. En Djibouti cada uno de estos grupos comprende aproximadarnente el 40% de la pblaci6n, mientras que el restante 20% se reparte entre numerosos g rups menores. El gobierno del primer y Único presidente hasta el momento, Has- san Gouled, ha hecho esfuerzos por mantener el preca- rio equilibrio entre 10s grupos en los primeros años de independencia. Debido, al menos en parte, a 10s acon- tecimientos ocurridos en la regi6n, dicho equilibrio pa- race haberse roto.

Los Afar, tradicionalmente un pueblo n6mada, co- menzaron en 1990 a desafiar el control del gobierno de los Issa, g r u p al que pertenece el Presidente. Organi- zados en el Frente para la Restauraci6n de la Unidad y la Demoaacia (FRUD), las reivindiciones de 10s Afar se centraron principalmente en el fm del partido único y el establecimiento de un sistema multipartidista. El gobierno ha rechazado sistemdticamente estas deman- das, invocando que el FRUD recibe armas y ayuda de 10s Afars de Eaopía, en un intento con m6viles dmicos para desestabilizar al rdgimen. A principios de enero de 1991, el gobierno afirm6 haber descubierto un plan para ejecutar un golpe de Estado, y arrest6 al ex-Primer Ministro de la dpoca colonial, el afar Ali Aref Bourhan. Según el gobierno, de haber tenido Cxito se hubiera desatado inevitablemente una guerra civil entre afars e issas. A partir de allí, las tetisiones fueron en aumento a 10 largo del año, con ataques peri6dicos por parte de rebeldes afars y represi6n en aumento por parte del gobierno. A mediados de diciembre de 199 1 tuvo lu- gar un incidente especialmente violento, cuando solda- dos del gobierno que buscaban rebeldes afars en un barrio humilde de la capital abrieron fuego sobre una muchedumbre, causando al mena cuarenta muertos y un gran número de heridos. A fmales de año, p r 10 tanto, Djibouti pareda en camino de seguir la senda de sus vecinos, Etiopía y Somalia, al desinregrane en una guerra civil.

En el otro extremo del continente, en el extremo sur del Sahara, conocido como Sahel, un confliao Cmico algo diferente lanz6 al pueblo Tuareg a luchar contra las fuerzas de varios estados en el área. principalmente

Mali y Níger. Este pueblo, que tradicionalmente había habitado las regiones norteñas de estos dos estados, y en menor medida Mauritania, Burkina Faso y Argelia, había venido sufriendo un persistente declive econ6mi- co desde 10s días de la indepeodencia, parcialmente causado por la sequía que devast6 el drea. Muchos emigraron hacia el oorte, a Atgelia o incluso a Libia, donde se cree que j6venes tuareg reunieron armas to- madas de su servicio militar en el ejdrcito del coronel Kadafi. A medida que estos g rups comenzaron a re- gresar a la regidn en 10s úlrimos Mos, percepciones de tratos discriminarorios hacia ellos por parte de 10s sol- dados derivaron en violentos enfrentamientos, primer0 en Níger y extendidndose luego a Mali. En ambos casos la situaci6n fue muy mal manejada; mmores de violen- cia indiscriminada, violaciones y asesinatos por parte de 10s soldados enviados a las áreas tuawg, originaron una revuelta armada en gran escala, dirigida simulthea- mente contra ambos gobiernos, aunque especialmente contra el de Mali. Para complicar alin m b la situaci6n, aquellos gobiernos se vieron enfrentados a fmales de 1990 a crecientes presiones para la liberalizaci6n prove- nientes de otras fuerzas de oposici6n del país.

Asediado por todos 10s frentes por demandas de carnbio, a comienzos de mero de 1991 el gobierno mall del general Moussa Traor6 firm6 un tratado de paz en el pueblo de Tamanrasset, en el sur de Argelia, con líderes tuaregs. El 26 de mano, sin embargo, al cabo de 36 años de mandato, Traod fue derrocada despuds de meses de manifestaciones crecientemente violentas contra su cada vez más represivo rdgimen. El nuevo Consejo Nacional de Reconciliacidn (CNR), en- cabezado por el teniente coronel Amadou Toumani TourC, anunci6 su intencidn de continuar con el proce- so de paz y de llegar aún más lejos que su predecesor, haciendo lugar a las demandas tuarcg~. Induso, varios ministros tuaregJ fueron designados en el nuevo gabi- nete de gobierno. No obstante, a pesar de estos esfuer- zos, la espiral de violentos ataques y represalias conti- nu6 aumentando, en parte por la dificultad de hallar líderes capaces de hablar en nombre de toda la comuni- dad tuareg.

El firmante original del acuerdo de Tamanrasset fue un g r u p autodenominado Movimiento Popular de Azaouad (o Azwad, el nombre tuawg para su tradicio- nal zona de pastoreo). El MPA, sin embargo, había perdido mucha de su influencia entre los tuaregs, y elementos disidentes habían formado un nuevo g r u p , el Frente Popular de Liberaci6n de Azaouad (FPLA). El gobierno de Toure, que había reiteradamente pro- metido que cedería el poder a un gobierno civil electo en enero de 1992, vio sus posibilidades de alcanzar exitosamente su objetivo estrechamente ligadas a la fi- nalizaci6n de la rebelidn Tuareg. Se concert6 la celebra-

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cidn de una conferencia nacional sobre los uproblemas del Nor t e~ en Timbuktu, en el coraz6n del territori0 Tuareg, a mediados de noviembre. Sin embargo, otro g r u p tuareg, el Frente Islámico Arabe del Azaouad ( F I U ) , impugn6 aquel lugar, complicando rnás la ya difícil situaci6n creada por la rivalidad entre el MPA y el FPLA, y forzando al gobierno a posponer la confe- rencia hasta mediados de diciembre. Sin embargo, a mediados de diciembre el gobierno anunci6 a regaiia- dientes el nuevo aplazamiento de la transici6n a un gobierno civil, debido principalmente a su impotencia para la soluci6n de la cuesti6n tuareg. Se fij6 como nueva fecha para el cambio de gobierno el 26 de marzo de 1992, el aniversario del derrocamiento de Traore.

Se mantiene el interrogante sobre si la conferencia de Timbuktu será finalmente convocada, pero tambien y ante todo sobre si de hecho 10s representantes tuareg dispodrh de la suficiente legitimaci6n como para irn- poner cualquier acuerdo que allí se alcance sobre sus dispersos y descontentos pares. La cuesti6n es impor- tante no sólo para el pueblo Tuareg, sino para la totali- dad de las poblaciones de Mali y Níger, que se han embarcado en un delicado y difícil proceso de transi- ci6n a un sistema multipanidista luego de años de regimen autoritario. Aun cuando es virtualmente in- concebible que 10s Tuareg por sí mismos puedan derro- car a ninguno de esos gobiernos, el espectro de una mucho rnás probable prolongada insurgencia émica pende sobre el f u m o político de estos empobreddos estados.

Por Último, rnás hacia el oeste, un mucho más pe- quefío pero sin embargo interesante confliao lanz6 a un g r u p émico marginalizado contra el estado. En la regi6n Casamance de Senegal, al sur del enclave de Gambia, el pueblo Diola que habita esta regi611 reme- mor6 el segundo aniversario de su m& importante le- vantamiento contra el gobierno senegalés con una nue- va insurrecci6n. Senegal ha sido tradicionalmente un modelo de estabilidad en Africa Occidental, gobernado desde su independencia por un gobierno civil que nun- ca padeció intervenciones militares, y que realiz6 con dxito un cambio padfico y ordenado de gobierno en 1980, con la renuncia de Leopold Sédar Senghor y el ascenso de Abdou Diouf a la presidenaa. La nuwa rebelidn Diola, en visperas de la violencia contra los moros y los confliaos que a continuaci6n se desencade- naron en Mauritania, h e un signo indicativa del nefas- to potencial de la politizacidn y el confliao émico en un contexto de pauperizaci6n econ6mica.

El levantamiento Diola que estall6 a finales de 1989 no constituy6 la primera oportunidad en que la regi611 fue sacudida por el confliao émico; en diciembre de 1983, cerca de 200 personas resultaron muertas en un enfrentamiento con tropas del gobierno en la capital

regional de Ziguinchor. A pesar de la existencia de un poco definido grupo llamado Movimiento de las Fuer- zas Democráticas de Casamace (MFDC), no parece ha- ber en la región una resistencia organizada al Estado. Dicho movimiento ha llevado a cabo actos espoddicos de violencia contra las fuerzas del gobierno en el área. Aquellas se alimentaron del resentimiento diola frente a la relativa falta de inversiones en desarrollo e infraes- rmctura en la regi6n, que es la zona agrícola rnás rica del país. Los Diola están tambidn culturalmente aisla- dos dentro de Senegal; el Islam tuvo menos penetra- ci6n entre ellos que en el resto de la población, y varias religiones tradicionales coexistían conjuntamente con las recientes conversiones al catolicisrno. Esto es parti- cularmente significante, en tanto que deja a 10s Diola fuera del sistema de las 6rdenes Sufí islámicas que ca- raaerizan al resto del país y que funcionan como inter- mediarias entre las poblaciones locales y el Estado. El gobierno senegalés ha respondido con acciones represi- vas en el kea diola. Periddicamente salen a la luz infor- mes sobre torturas y asesinatos de diola~ sospechosos de panicipaci6n en el levantamiento. Si bien todavía de impacto limitado, y habiendo declinado aparentemen- te a 10 largo de 199 1 el potencial de confliao émico en uno de 10s rnás estables o, en otras palabras, el menos represivo de 10s Estados de la regidn, tiene sin embargo algunas siniestras implicaciones para el futuro de las relaciones kmicas a 10 largo y ancho del continente.

Conflicte étnico en el contexto del colapso del Estado

Indudablemente 10s más trágicos y violentos casos de politizaci6n etnica han sido aquellos asociados al colapso del Estado. En el vacío político e institucional que sigue a tales situaciones, la lucha por el control del sistema tiende a estructurarse según las divisiones so- ciales existentes. Al esfumarse cualquier vestigi0 de contrato social, la etnicidad o lazos similares se vuelven la base para nuevas alianzas en la lucha de todos contra todos. Si bien este t i p de conflicto directo en ausencia de estructuras institucionales no es nuevo en el conti- nente (el Chad, por ejemplo, ha sido frecuentemente asolado por este tipo de violencia), merece resaltarse -con preocupaci6n- que 10s últimos desarrollos denti0 de este tipo de conflictos se dieron en regímenes clientes que fueron abandonados por las superpotencias al aca- bar la Guerra Fría. Cuando 10s gobiernos se mantuvie- ron en el poder principalmente por el apoyo de una superpotencia, sin necesidad de buscar bases sólidas internas para gobernar, la retirada de este patrocini0 puede precipitar un colapso. Hay razones para temer,

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por ello, que el fin de la Guerra Fría pueda desembocar en más conflictos pretorianos en Africa.

El conflicto, todavía vigente, que devast6 a Liberia a 10 largo de 1990, mientras que el tradicional consejero y patrocinador, 10s Estados Unidos, se mantenia al margen sin intervenir, fue la primera de estas tragedias post-Guerra Fría. Mienaas que ese país, que había luchado consigo mismo hasta el agotamiento y la mi- na, trataba a comienzos de 1991 de recomponer 10s trozos fragmentados de su propia sociedad, dos países del Cuerno de Africa parecían en camino de seguir su ejemplo en la senda de la autodesmcci6n. En Etiopía, si bien el conflicto se encuentra lejos de estar resuelto, el m b triígico de 10s resultados pareceria de momento haberse evitado, o al menos postergado. Pero en la vecina Somalia aquella siniestra posibilidad fue desgra- ciadamente confirmada. A finales de año, Somalia se encontraba envuelta en un aparentemente interminable baño de sangre, del cua1 no se ve una salida que la salve de la desrmcci6n total.

La debacle en Liberia comenzó en 10s últimos días de 1989, cuando soldados del ejdrcito del Presidente Sa- muel Doe, aparentemente con su aprobaci6n al menos tácita, atacaron violentamente a la poblaci6n civil del distrito de Nimba, al noreste del país. La gente de esa regi6n, en su mayoría pertenecientes a 10s grupos dtni- cos Gio y Mano, era sospechosa de haber colaborado o simpatizado con las fuerzas de un g r u p rebelde muy mal organizado, liderado por un malhumorado y opor- tunista ex ministro del gobierno de Doe, Charles Tay- lor. Las magras fuerzas de Taylor, el Frente Patri6tico de Liberación Nacional (NPLF), lanzaron una invasi6n desde Costa de Marfil, supuestamente con ayuda libia canalizada a través del gobierno de Burkina Faso. La brutal reacci6n del ejdrcito de Doe a la invasidn engros6 riípidamente las filas del ejdrcito de Taylor. Por ona parte, en tanto que Doe había articulado su rdgimen sobre la base del apoyo de su propio gmpo dtnico, el Krahn -una minoria que comprende alrededor del 5% de la poblaci6n-, el conflicto pronto adquiri6 una di- mensión dtnica. La situación degener6 rápidamente, de modo que en unos meses la supervivencia de Doe s610 estaba garantizada por la lealtad de sus krahn~, que en un clima de odio racial generalizado no tenían más opci6n que mantener la lealtad a su presidente.

Hacia julio de 1990, cuando en un particularmente brutal incidente las tropas de Doe masacraron a unos 700 civiles de gmpos dmicos de oposici6n que se ha- bían refugiado en una iglesia luterana, la mayor parte del país estaba bajo control del FPNL. En la capital, Monrovia, 10s restos del ejdrcito de Doe se disputaban el control con un g r u p escindido del NPLF, el Frente Patriótico Nacional e Independiente de Liberia (INPLF), liderado por Prince Yormie Jonshon. Con 10s

Estados Unidos renuentes a intervenir, una fuerza mul. tinacional organizada bajo 10s auspicios de la Comuni- dad Económica de Estados de Africa occidental (ECO- WAS), y bajo mando nigeriano, penetró en el país en agosto, convirtidndose en el cuano actor en la lucha por el poder en Liberia. Doe fue finalmente muerto por las fuerzas de Johnson en septiembre, de un modo tan brutal como dl mismo 10 había hecho al tomar el poder diez años antes. Para diciembre, la fuerza de ECO- WAS había logrado acabar con las luchas en la capital, pero no había logrado concitar el menor apoyo para el gobiemo interino que había colocado en el poder, enca- bezado por un acaddmico de nombre Amos Sawyer. Por otra parte, el campo estaba todavía mayoritaria- mente en manos de Taylor, y 10s restos de varias fuerzas actuaban aparentemente en forma independiente, sa- queando y acaparando lo poco que estuviese disponi- ble.

A comienzos de 199 1, en consecuencia, el país esta- ba totalmente devastado. Monrovia se encontraba en ruinas y la mayoría de su población en peligro de inani- ci6n. Se calcula que aproximadamente 13.000 perso- nas murieron en 10s combates, y alrededor de 700.000 refugiados abandonaron el país hacia camps en Gui- nea, Sierra Leone y Costa de Marfil, mientras que cerca de un millón de personas más dentro del país fueron desplazadas de sus hogares. Con una poblaci6n total de unos escasos dos millones y medio de habitantes, la gran mayoría de 10s liberianos había sido en consecuen- cia intensamente afectada por la guerra. Había para entonces cuatro aspirantes al poder: Charles Taylor, Prince Johnson, el candidato de ECOWAS, Amos Sawyer y un tal David Nimley (cuya reivindicaci6n a ser el sucesor de Doe estaba apoyado por 10s restos de las Fuerzas Armadas de Liberia), cada uno de ellos presentándose como el legitimo sucesor a la presidencia de Liberia. Si bien la ECOWAS realiz6 varios intentos por llevar a todas las partes a una mesa negociadora, la situación qued6 estancada durante la mayor parte del afio, en particular debido a que Charles Taylor puso una serie de obstiículos a las conversaciones de paz. Habiendo logrado el control sobre la mayoría del país, aparentemente Taylor se creia con derecho a gobernar- 10. ECOWAS, sin embargo, disentía, puesto que soste- nia que el futuro del país debía decidirse en las umas, y que todas las partes combatientes debian excluirse.

Después de varias tentativas frustradas, se lleg6 fi- nalmente a un acuerdo, fumado en Yamoussoukro, Costa de Marfil, a finales de octubre de 1991, Entre otras cosas, el acuerdo estableda el abandono de las arma por parte de todas las fracciones combatientes y la celebración de elecciones en el plazo de seis meses. Sin embargo, hasta ese momento Taylor habia resistido 10s esfuerzos de ECOWAS para desarmar y desmovili-

zar a sus soldados, y para mediados de diciembre Say- wer había admitido que no seria posible celebrar elec- ciones en un futuro inmediato. Mientras tanto, una complicaci6n adicional había surgido, con la constitu- cidn de un movimiento anti-Taylor, que había llevado a cabo una serie de acciones militares contra fuerzas del NPLF desde una base en Sierra Leona. El g r u p , Ila- mado Movimiento Unido de Liberaci6n para la Demo- aacia en Liberia (ULIMO), se componia básicamente de restos de las tropas de Doe, y en consecuencia estaba formado casi exclusivamente por soldados de la emia krabn. Las fuenas de Taylor realizaron sistemiíticos ataques contra las poblaciones civiles krabn y manding0 en el kea bajo su control, produciendo gran cantidad de muertes. Pese al estancamiento político y militar, el conflicto continúa. A fines de 1991 pareda evidente que, si bien 10 peor de las masacres había pasado, el recrudecimiento del conflicto se mantiene como una dara posibilidad. Y, aún en el mejor de 10s casos, aun- que aqudl logre evitarse, la reconstrucci6n de un Estado y una sociedad civil en Liberia Ilevará mucho tiempo antes de volver a ser una realidad.

En la antigua Etiopía, durante mucho tiempo bajo mandat0 imperial y luego (desde 1974) bajo un auto- proclamado regimen militar marxista, 10s primeros meses del año parecieron sugerir una precipitaci6n ha- cia la guerra entre los distintos grupos rebeldes estruc- turados sobre una base dmica, al estilo de Liberia. Sin embargo, en parte por la disciplina de esos grupos y en parte por la calidad de sus líderes, a fines de 1991 el peligro había disminuido considerablemente, y el nue- vo gobierno -si bien asediado por extraordinarias difi- cultades y pobreza- había encarado nuevas medidas para enfrentarse de lleno y de forma creativa con las viejas animosidades emicas. La transici6n, sin embargo, esd lejos de estar consolidada, y un excesivo optimismo puede ser prematuro.

Incapaz de contar ya con la ayuda de sus ex-aliados sovidticos para sostenerse en el poder, a través del apo- yo al que había sido el ejercito rnás numeroso del Afri- ca, el régimen de Mengistu Haile perdi6 gradualrnente el control de la situacidn durante los primeros meses del año. Tres ejdrcitos rebeldes, cada uno con una base emoracial distinta fueron 10s que desafiaron su hege- monia sobre pane del país. El mayor de ellos, y el que llegaria a hacerse con el control del Estado, era el Frente Popular Revolucionario y Democriítico de Etiopía (EPRDF), un paraguas que agmpaba a varios movi- mientos diferentes, de 10s cuales el rnás importante era el Frente de Liberaci6n del Pueblo Tigre (FLPT). En el Norte, a 10 largo del Mar Rojo, el Frente Popular de Liberacidn de Eritrea (EPLF) continuaba su lucha de 20 años para obtener la independencia de la ex-colonia italiana, invadida y posteriormente anexionada por

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Etiopía después de la I1 Guerra Mundial. Y rnás al sur, a 10 largo de la amplia zona central del país, el Frente de Liberaci6n de Oromo (OLF) luchaba en nombre del g r u p dmico rnás importante -aunque algo fragmen- tado- de Etiopía.

Después del lanzamiento de una nueva ofensiva por parte del EPRDF en febrero de 1991, cada uno de estos grupos rebeldes acumuló una serie de rápidas victorias sobre el desmoralizado ejército etíope. Para comienzos de marzo, el regimen estaba en serios pro- blemas, y el 2 1 de mayo Mengistu huyó del país y se exili6 en Zimbabwe, dejando un ctpresidente en ejerci- cio*, el teniente general Tesfaye Gibre-Kidan. A 10s pocos días el improvisado gobierno admitía haber per- dido el control sobre su propio ejército, y a la semana de la salida de Mengistu su sucesor entregó la capital a las fuerzas del EPRDF. A pesar de la impopularidad del gobierno de Mengistu, las tropas mayoritariamente tigres que entraron en Addis Addaba no fueron muy bienvenidas por la población de la ciudad, predomi- nantemente ambarica. Los Amhara habían dorninado durante mucho tiempo Etiopía, tanto en tiempos del Imperio como de la Revoluci6n, y la lengua amhara era la utilizada en el gobierno y la administración. Temien- do el gobierno de aquellos a 10s que habían dominado durante tanto tiempo, que protestas masivas de 10s amb ara^ contra el ejkrcito rebelde degeneraran en vio- lencias y muertos. Sin embargo, ésta fue rdpidamente controlada con una brutalidad relativa y un mayor b a o de sangre pudo ser evitado.

Al temor abmara de dominaci6n étnica se agregaron otros factores de tensi6n interdmica que crearon una situaci6n potencialmente explosiva. Si bien 10s tres gru- pos habían formado una debil alianza frente al enemi- go común, sus objetivos y sus visiones del futuro resul- taron ser sumamente diferentes. El EPLF había librado su larga lucha con objetivos secesionistas, y estaba fir- memente comprometido con la idea* de una Eritrea independiente. El movimiento tigre, si bien apoyaba la idea de la autonomía para zonas con diferente predo- minio dmico, abrazaba la idea del mantenimiento de aqudiias dentro de una federaci6n en una Etiopía uni- da. Por último, el EPRDF y su líder, Meles Zenawi, había originariamente abrazado un mantismo radical que, si bien para entonces habia evolucionado desde su primer extremismo, causaba cierta inquietud en 10s de- más campamentos rebeldes. Los objetivos del movi- miento oromo, el OLF, no estaban claramente articula- dos, si bien la autonomía para 10s grupos momo.r era una reivindicación evidente. En consecuencia, el pro- blema rnás agudo estaba constituido por la posibilidad de que 10s otros dos grupos estuvieran dispuestos a ceder frente a las demanda eritrea de independencia, una decisidn que tendria la desventaja adicional de con-

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venir a Etiopia en un Estado meditarráneo, sin sus puertos de acceso al Mar Rojo. Incluso una vet lograda la caida del regimen, existian serios peligros de lucha renovada entre estos grupos rebeldes.

Esta posibilidad fue evitada cuando, en un encuen- tro organizado en Londres (a instancias, al menos en parte, del Subsecretario de Estado para Asuntos Africa- nos de 10s EE.UU., Herman J . Cohen), todas las partes en conflicto llegaron a un acuerdo sobre 10s posiciona- mientos principales de la transición, al poco tiempo de que las tropas rebeldes hubiesen entrado en Addis Abeba. En contraste con Liberia, 10s principales grupos eran movimientos bien organizados, con objetivos cla- ramente definidos que se extendian más allá de la am- bición personal de sus lideres. Por otra parte, el rrabajo en común de las diferentes agrupaciones en la oposicidn al regimen, habia preparado el terreno para unas bue- nas relaciones. Bajo el liderazgo pragmático de Meles Zenawi, quien asumi6 la presidencia del país cuando sus tropas tomaron la capital, todas las partes acorda- ron un plan de transici6n de dos años hasta la elecci6n de un nuevo gobierno. Los eritreanos aceptaron pospo- ner la inmediata independencia por dos años, para la organización de un referendum en la regi6n sobre este punto. El gobierno, por su parte, se comprometi6 a respetar el resultado de dicho referendum respecto al cual todo parece indicar que se inclinard hacia la inde- pendencia.

El gobierno de Zenawi debi6 afrontar numerosos problemas, entre ellos la necesidad de reintegrar a 10s miles de soldados derrotados, una economia colapsada y un peligro real de hambrunas masivas, asi como con- tinuas tensiones con otros ejercitos rebeldes. Peto el gobierno enfrent6 el problema de la reconstrucci6n del país cauta peto decididamente. En particular, convoc6 a la constituci6n de un ((Consejo de Notables)) cuyos miembros fueron escogidos entre 10s grupos rnás im- portantes del país. En coordinaci6n con este cuerpo, el gobierno anunci6 una nueva divisi611 del país sobre una base Ctnica, en diferentes regiones que gozarían de un considerable grado de autonomia en campos que abar- caban desde las fuerzas de policia, el sistema judicial, hasta la ensefianza de las lenguas locales. El plan cons- tituyd un audaz intento de manejar la cuesti6n de la diversidad 6tnica en forma directa, en lugar de -como ha sido 10 m k frecuente en Africa- recurrir a la supre- si6n de las parricularidades emicas. Cualquier estudio- so de Africa conoce 10s riesgos de las predicciones, pero a fines de 1991 estamos tentados de ser optimistas acerca del futuro del nuevo experimento etiope en el manejo de la cuesti6n etnica -al menos en contraposi- ción con su pasado.

En agudo contraste, la situaci6n del vecino oriental de Etiopia nos brinda un ejemplo del potencial para la

violencia sectaria en el Africa post-Guerra Fría. A con- tinuaci6n del derrocamiento de una dictadura de varios años, Somalia se vi6 envuelta en una lucha brutal, cuyos objetivos no se vislumbraban al acabar el año. Irónicamente, el ejemplo rnás trágico de guerra ((tribal)) castiga a un país cuya poblaci6n comparte el mismo idioma (el somalí), la misma religi6n (islam sunnita), la misma literatura y cultura. De hecho, el rnás reciente y sangriento de 10s conflictes ni siquiera involucra el choque de clanes, sino de subclanes de un clan domi- nante. La relativa y contextual naturaleza de las divisio- nes <(etnicas)), y el potencial para la violencia entre las facciones que pueden surgir ante cualquier conflicto política, no aparece con rnás daridad en ningún otro sitio que en Somalia.

Durante vimalmente todo 1991 Somalia de16 de existir de hecho como un Estado; 10 que qued6 del país operó sin ninguna semejanza con un gobierno o el im- perio de la Ley. El principio del fin del durante 2 1 años líder militar del país, Siyad Barre, lleg6 el primer dia del año, cuando fue conducido a un bunker en un aeropuerto militar en Mogadishu. Como uno de 10s principales aliados de la Uni6n Sovietica en Africa du- rante 10s 70, Barre habia comenzado a acumular un imponante arsenal militar. Luego, en un oportunista giro de la Guerra Fria, 10s Estados Unidos rdpidamente ocuparon el lugar de padrino y proveedor de armas y equipamiento cuando la Uni6n Sovietica abandon6 a Barre a finales de 10s 70, para apoyar al nuevo gobierno del tradicional enernigo de Somalia: Etiopia. Pero en 1990, con la amenaza sovietica desmoronándose y el régimen de Barre volvi6ndose cada vez más represivo, 10s Estados Unidos abandonaron a Barre a su suerte sigilosamente, mientras que 10s g r u p opositores se organizaban militarmente para disputarse el poder. A comienzos de 1991 la capital habia sido en su mayor parte ocupada por tropas rebeldes. El 26 de mero Ba- rre huy6 de la ciudad hacia su zona natal en el Sur, dejando la capital en manos del victorioso Congreso Unido Somali (USC).

Tradicionalmente un pueblo n6mada, 10s somalies están organizados en una serie de danes, cada uno de 10s cuales estil compuesto por una serie de subdanes fundados en el parentesco. Aprovechando las divisio- nes, Barre habia manipulado hdbilmente estas fractu- ras con una estrategia de ~divide y vencerásn, que hasta su caída habia evitado el surgimiento de una oposici6n unida. S610 en la medida en que su r4gimen se fue volviendo represivo y arbitraria, 10s grupos de o p i - ci6n pudieron cooperar para el objetivo inrnediato de desaibjarlo del poder. si; embargo, ya en visperas de su derrocamiento, comenzaron a aflorar las tensiones den- tro de esta alianza ad hoc. El semanario británico The Economist perceptivamente advirti6 el peligro, al titular

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un articulo publicado a principios de enero «Podria serotra Liberia» (5 de enero de 1991). En efecto, y masalla de la imagination de nadie por ese entonces, fuepeor.

Un confuso conjunto de movimientos politicos basa-do en diferentes lazos etnicos salieron a la luz durance elcurse, de la crisis somali. El apoyo a Barre, y la lealtadde practicamente todo el ejercito que lo seguia, provinode su propio grupo, el Marehan, un subgrupo de unclan mayor llamado el Darod. Bajo una organizationparaguas Ilamada Frente Nacional Somali (NSF) va-rios grupos darod del sudoeste del pais, de los cuales elmas importance en ese entonces era el Movimiento Pa-triOtico Somali (SPM), lucharon sin ninguna posibili-dad en una batalla por el control del pais. En el Norte,en la region que habia estado bajo el dominio britanicoconocida como Somaliland, y que se unio al resto de laex-colonia italiana al acceder a la independencia en1960, predominaba el Movimiento Nacional Somali(SNM). Con ayuda de Etiopia, este grupo, dominadopor el pueblo Issak, logro el control efectivo del area yposteriormente declare, el Estado independiente de So-

maliland —todavia no reconocido por ningtin otro Es-tado—, sobre la base de la antigua demarcation colo-nial. Más significativamente, en el area centrosur delpais incluyendo la ciudad de Mogadishu, la agrupaciOnpolitica del importante clan Hawiye, el Congreso Uni-do Somali (USC), estableciO su preeminencia despuesde derrotar a las fuerzas de Barre.

Despues de tomar la ciudad en enero, la direction deUSC consticuy6 un gobierno interino bajo la presiden-cia de Ali Mandi Mohamed. Este gobierno, sin embar-go, fue inmediatamente impugnado por los lideres delos otros movimientos rebeldes, y sus ofertas de organi-zaciOn de una «conferencia de reconciliation nacional»fueron rechazadas. Dentro de un contexto de pobreza yhambre, lealtades y alianzas cambiantes y enormes can-tidades de armamento disponible acumulado durantelos anos de la manipulation de la Guerra Fria, ni si-quiera los lideres de USC fueron capaces de controlarsus tropas, y la situation degenero a una lucha constan-te entre bandas errantes de soldados armados, muchosde ellos adolescentes. En esta situation caOtica, estalkiuna lucha por el poder en el liderazgo del USC, entredos subclanes rivales de los Hawiye: el Agbala, encabe-zado por el presidente nominal Ali Mandi Mohamed, yel Habar-Gedir, bajo la direction del lider de las fuer-zas del USC, general Mohamed Farah Aideed. A me-diados de noviembre la rivalidad escalO a violentoscombates en la misma Mogadishu, obligando virtual-mente a todos los diplomaticos y fuerzas de socorro queaun estaban en la ciudad a abandonarla. En las sema-nas que siguieron, el derramamiento de sangre liege, aniveles sin precedences y, al Ilegar fin de ano, no daba

muestras de detenerse sin llegar a la destruction total.A fines de diciembre se dio una cifra estimativa de4.000 muertos y 10.000 heridos en la capital. si bienlas cifras definitivas seran con seguridad mucho maselevadas. La naturaleza de la lucha, asi como el caracteretnico de las tensiones, determinan que una gran partede las bajas sea poblaciOn civil. Como en Liberia apro-ximadamente un ario antes, fueron en su mayor partelas masas campesinas y las clases bajas urbanas de So-malia quienes pagaron con su sangre y su vida la guerradestructiva que, armada desde el exterior, siguie• puta-tivamente lineas «etnicas».

A pesar del exito relativo de Etiopia, hasta el mo-menta, en haber equilibrado intereses contrapuestos,estos casos generan dudas sobre el futuro de los regime-nes autoritarios cuya utilidad para los paises ricos seevapord junto con la Guerra Fria. Uno de los casos masnefastos, el del Zaire, viene rapidamente a la mente. Amedida que el presidente Mobutu Sese emprendia una

serie de complicadas maniobras en un esfuerzo por sos-tener su regimen a lo largo del alio, sus tradicionalespatrocinantes de Occidente —Francia, Belgica y los Es-tados Unidos— optaron por lavar sus manos de codaresponsabilidad hacia el, en un novedoso compromisocon la democracia dentro del contexto del «Nuevo Or-den Mundial». Este amplio y variado pais fue goberna-do durante la mayor parte de su existencia virtualmen-te como un feudo personal. Dada una historia deconflicto etnoregional, y sin un fuerte y bien organiza-do grupo de oposiciOn, ni una fuerte base institucionalpara su gobierno, las perspectivas de una transitionpacifica en el Zaire post-Mobutu no pueden ser muyalentadoras. Habiendo durante mucho tiempo justifi-cado su apoyo a los regimenes autoritarios como unaoption entre «Mobutu o el caos», los patrocinadoresoccidentales del Zaire pueden haber invertido, durantetreinta arms, en una profecia que se convirtiO a ellamisma en realidad. Y no es dificil imaginar que, cuan-do llega el fin de ese regimen, las bases para la luchapor el control del centro tomaran cuerpo siguiendo lasdivisiones etnicas del pais.

El Estado como terreno para el conflictoetnico

En virtualmente todos los paises de Africa el Estado,en canto que foco de actividad politica, ha proporciona-do el terreno institucional dentro del cual los gruposetnicos han competido entre si. Los gobiernos en elcontinence se han visto enfrentados desde la indepen-dencia —y min en algunos casos desde antes— a deman-das, con una base etnica, de participation en los benefi-

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LA HORA DE AFRICA

cios del gobierno. La mayoria respondieron negando oficialmente la relevancia del hecho dtnico, legitimando frecuentemente la instauraci6n de un régimen de parti- do único como imperarivo para la superaci6n del atri- balismo* y para alcanzar la unidad de la naci6n. A pesar de esro, por supuesto, la emicidad se mantuvo como un factor central en la política del continente. Los regímenes m k exitosos fueron aquellos que lograron sigilosamente seguir equilibrando 10s elementos dtnicos con el rdgimen de partido Único. Otros utilitaron el sistema para promover 10s intereses de un grupo sobre otros, estableciendo de este modo las bases para su propia posterior caída. Significativamenre, la tendencia de 10s últimos años a la caída de 10s sistemas de partido Único y su reemplato por sisternas multipartidistas en el Africa contemporánea, ha sido inevitablemente acompañada por problemiticas dtnicas. Si bien esta tendencia ya ha salido a la 11.12 con mayor o menor intensidad según el caso, falta todavia que se conviena en el punto central de la mayoria de las transiciones. No obstante, el fen6meno se intensificari con seguri- dad, en la medida en que estos países se aproximen a las elecciones y se reorganice su sistema político.

En el pequeño país africano occidental de Togo, me- ses de protestas con implicaciones dmicas contra 10s 24 años de rdgimen del Presidente Gnassingbé Eyadema, 10 obligaron en junio a emprender la marcha hacia el pluripartidisme. En 10 que se convirti6 en el paradigma de las transiciones en el Africa franc6fona, se convoc6 a una ((Conferencia Nacional,) para acordar la sanci6n de una nueva constituci6n y la designaci6n de un *Go- bierno de Unidad Nacionalm, con el mandat0 de con- vocar a eleciones, tendents a la formaci6n de un nuevo gobierno demoaitico. A fmales de agosto, la Confe- rencia Nacional de Togo eligi6 a un abogado neutral y activista por 10s derechos humanos, Joseph Kokou Koffigoh, como Primer Ministro. Entre sus aedencia- les, figuraba el pertenecer al imponanre g r u p émico de Ewe, y ser de la regi6n de Atakpame. Por ell0 se tenim esperanzas de que pudiera reconciliar la pene- trante divisi6n Norre-Sur de la política nacional. La necesidad de equilibrar factores dtnicos se percibi6 da- ramente como crucial para el 6xito de la transici6n de- moaitica. Cuando Koffigoh present6 su gobierno al cuerpo parlamentario de la transici6n que la Conferen- cia Nacional habia formado, el Havt Conseil de la Re- publique, entre las primeras aiticas ernitidas por ese organismo figuraba la composici6n dmica del mismo. Cinco de sus diecisiete ministros en el gobierno pro- puesto provenim de la regi6n de Klouto, de donde el propio Koffigoh provenia, una cifra juzgada demasia- do elevada por varios miembros del Conseil. El gobier- no fue entonces reestructurado de acuerdo con esta de- manda, y Koffigoh continu6 dirigiendo el país hacia 10

que pareci6 ser una exitosa y pacifica transformaci6n del sistema p6lítico.

Al acercarse el fin de año, sin embargo, otro obs- ticulo mucho más serio dej6 el futuro politico de Togo en una situaci6n sumamente precaris. Eyadema habia basado su rigimen en el apoyo del ejdrciro, y duranre sus años como presidente habia logrado transformar radicalmente dicha instituci6n, convirridndola en uno de 10s principales pilares de su gobierno. Hecho signifi- cativo, la lealrad del ejdrcito habia sido asegurada me- dianre el reclutamiento mayorirario entre 10s integran- tes del mismo g r u p dmico al que pertenecia el Presidente, 10s Kabyés, del norte de Togo. De 10s apro- ximadamente 12.000 soldados, más del 70% erm de la emia kaybk, de 10s cuales cerca del 50% provenia de Pya, el lugar de nacimiento de Eyadema. Esre desequi- l ibr i~ se reflejaba tarnbidn en 10s cuerpos de oficiales, dentro de 10s cuales la emia del presidente se encontra- ba sobrerrepresentada en una proporcidn similar. A medida que el país comenz6 a dirigirse hacia un siste- ma democrdtico, en consecuencia, el ejdrciro tuvo bue- nas ratones para remer la pérdida de sus posiciones de privilegio. A fmes de septiembre el ejdrciro realiz6 un fallido intento de golpe de estado contra el gobierno de Koffigoh. Dos meses m k tarde, sin embargo, otro gol- pe más exitoso dej6 al gobierno de Koffigoh ante un incierto futuro. En un comienzo y durante 10s primeros dias de la insurrecci6n, la posibilidad de intervenci6n de tropas francesas y la actitud ambivalente de Eyade- ma jugaron a su favor; no obstante, el 3 de diciembre fue obligado a rendirse al ejdrcito, luego de que su residencia fuera bombardeada causando docenas de muertos. Posteriormente a un encuentro con Eyadema, cuyo control sobre el ejdrcito no esraba asegurado, Kof- figoh anunci6 la formaci6n de un nuevo gobierno de unidad nacional, senalando que no tenia otra opci6n. A finales de 199 1 el proceso de transici6n de Togo, que habia comenzado con tan buenas perspectivas, fue em- pañado por la voluntad del g r u p dtnico que durante mucho tiempo se habia beneficiado del ancien ?+ginre, de no perder sus posiciones y su poder para interrumpir aquel proceso.

En Kenia una 16gica similar llev6 a 10s diputados parlamentarios del g r u p Cmico Kalenjin, del que for- ma parte el presidente Daniel Arap Moi, a alinearse contra los primeros incipientes pasos hacia un sistema multipartidista en el país. Hasta fmales de 199 1 Moi se había disripguido por ser uno de 10s pocos aut6cratas en el continente que continuaba defendiendo la necesi- dad del mantenimiento del rdgimen de partido Único, rechatando como uingerencias exteriores* las deman- das de liberalizaci6n política del país. Sugestivamente, la legitimaci6n de esta negativa provenia de explotar 10s temores de confictos dtnicos entre sus vecinos del

CONFLICTOS SOCIALES DE ORIGEN ÉTNICO

Norte y el Oeste. <(Mire 10 que ocurre en Somalia)), declar6 en una entrevista en octubre, ((tiene 102 clanes, 10 que significa 102 partidos políticos. En Zaire, habrá 265 partidos para representar a 265 tribus. Realmente, no se puede desarrollar al país con tales divisiones)) (New York Time~, 25 de noviembre de 1991). <(La guerra tribal,), insistia Moi, seria la consecuencia inevi- table del sistema multipartidista.

En la medida en que las demanda de cambio políti- co se intensificaron, tanto de opositores internos como de gobiernos extranjeros, aument6 la presidn sobre Moi para realitar concesiones. Por ello, el 3 de diciembre, una semana después de que 10s patrocinantes tradicio- nales de Kenia en Occidente anunciaron que retendrían la ayuda financiera mientras el país no encarara refor- mas, Moi repentinamente cambi6 de actitud. Acto se- guido, anunci6 en un encuentro de su partido, el Parti- do Africano de la Uni6n Nacional de Kenia (KANU), que todos 10s partidos existentes en el país serían legali- zados. Hay mucho escepticismo sobre la sinceridad de Moi, y 10s líderes de la oposici6n han insistido en que tanto 10s plazos como 10s procedimientos de las eleccio- nes deben ser negociados antes de que 10s cambios anunciados puedan ser aceptados. Pero si bien es muy probable que aquél intente manipular el proceso para mantenerse en el poder, no parece posible que una vez iniciado el movimiento, aunque tarnbaleante, Moi pueda revertirlo.

Lo que es también evidente, sin embargo, es que la nansici6n involucrard la politizaci6n de algunas varia- bles émicas. La presidencia de Moi le permiti6 a él y a varios de 10s miembros de su pequefio g r u p émico, 10s Kalenjin, amasar fortunas. Los diputados kalenjtn al parlamento, rhpidamente se opusieron a 10s pasos hacia un sistema multipartidista. Por otro lado, gran parte de la oposici6n a Moi esta constituida por grupos émicos contendientes, especialmente 10s Luo y 10s Kikuyu, el m k importante del país. Oginga Odinga, un luo y ex vicepresidente, y el prominente líder Rikuyu Charles Rubia han sido dos de 10s m k notables impulsores de la reforma política y opositores al régimen de Moi. En panicular, 10s grupos luo han protagonizado imponan- tes manifestaciones masivas contra el régimen. Dado el alto grado de institucionalizaci6n del Estado, la relativa profesionalizaci6n del Ejército y la calidad del liderazgo de la oposici6n, hay pocas posibilidades de que se cum- pla el vaticini0 de Moi de una segunda Somalia en Kenia. No obstante sí es cierto que, si en efecto se pone en marcha una transici6n, estard plagada de peligros de conflicto entre aquellos grupos énicos que tienen mu- cho por perder y aquellos que tienen mucho por ganar del proceso.

Finalmente, debe hacerse una breve menci6n del proceso de democratizaci6n de Nigeria, el país más

poblado de Africa, cuya historia ha estado marcada por cuestiones émicas. La situación en este país se complica todavía más por la división religiosa existente entre musulmanes y otros grupos religiosos en el Norte del país, esta vez en Kano, cuando grupos musrilmanes protestaron por la visita de un misionero alemán a ese pueblo predominantemente musulmán. Si bien 10s or- ganizadores de la visita eran aparentemente cristianos del grupo étnico Hausa, el grupo mayoritario en la región, la violencia rápidamente se volvió hacia miem- bros del g r u p Igbo, del sudeste del país, quienes for- man una parte importante de la comunidad comercial de Kano. Esta violencia sigui6 el mismo esquema que, veinte afios antes, había conducido a una sangrienta guerra civil, después del intento de secesión de 10s Igbo bajo el nombre de Biafra.

Con el contexto de esta complicada historia, el go- bierno del General Ibrahim Babangida, que se ha com- prometido a la normalización democdtica en 1992, se ha visto en serias dificultades para despojar al sistema de partidos de connotaciones étnicas. Para las elecciones legislativas y de gobernadores celebrada en diciembre, se intent6 remodelar por completo el sistema politico. Cualquier político que hubiera desempefiado un cargo en gobiernos previos fue proscrit0 de dicha elecci6n (prohibición que se levant6 para futuras elecciones) y, en un intento por evitar la tradicional organización re- gional de 10s partidos políticos, el gobierno permiti6 a s610 dos partidos disputar la elecci6n. De hecho, 10s pamdos que participaron en ella fueron organizados por el gobierno, quien estableci6 hasta su orientaci6n ideológica: el Partido Social Demócrata debía sostener posturas ideol6gicas de centroizquierda y la Conven- ci6n Nacional Republicana una orientaci6n de centro- derecha. Los resultados de este experimento de manejo de la cuestión racial todavía están por verse. Si bien hay motivos para el optimismo en este novedoso esfuerzo nigeriano por establecer las bases de un gobierno civil y democrático, es altamente improbale que el papel de la emicidad como factor de organizaci6n de 10s movi- mientos sociales en el país puede ser neutralizado sim- plemente por tal manipulación administrativa del siste- ma. Bien por el contrario, parecieron emerger patrones regionales, o sea étnicos, en 10s resultados de las eleccio- nes de mediados de diciembre. La cuestidn étnica, esta claro, no desapareceri4 con la transici6n a un gobierno civil en Nigeria y por el contrario parece de hecho destinada a permanecer como un factor central en la política de este país.

Como estos tres casos demuestran, la reesrmctura- ci6n que acompaña a las transiciones desde un régimen al otro acarrearán inevitablemente cambios respecto de 10s beneficiarios del poder del Estado, y en consecuen- cia generarán distintas respuestas en 10s diferentes gru-

LA HORA DE AFRICA

pos étnicos. En ocasiones, puede de hecho brindar nue- vas oportunidades para la movilización étnica adonde no había existido antes. Es el caso del angoleno Holden Roberto, que había cesado de ser un actor en la política de Angola desde fines de 10s 70, quien finalizó su exilio en 199 1 con miras a recuperar un lugar en la nueva arena política ganándose el apoyo de su g r u p étnico, el Bakong, de cara a las elecciones previstas para el aiío entrante. La emicidad se mantendrá con seguridad como un dilema central en el proceso de transición política de Africa, y el éxito de cualquier gobierno de- penderá en consecuencia no de la potencia de sus es- fuerzos por eliminarla, sino mis bien de su habilidad para manejarla y negociar con estas divisiones cultura- les.

Conclusiones

Pese a mi afirmación de que las tendencias más sig- nificativas en el Africa de 1991 están constituidas por 10s procesos de liberalización y el colapso de 10s viejos autoritarismos, debe dejarse claro no obstante que el hecho étnico se mantiene como un factor central en la política del continente. Los casos aquí analizados tam- bidn demuestran, sin embargo, que la aparición de la etnicidad como elemento de conflicto social también depende de otros factores del contexto, que dan forma al sistema político. Los esfuerzos por maximizar 10s beneficios derivados del control del aparato estatal me- diante la exclusión de grupos rivales, panicularmente en el contexto de escasez extrema que caracteriza a la mayor parte de Africa, fueron esenciales para alimentar el conflicto étnico desde la independencia. Por otra par- te, las transformaciones impuestas por el cambiante sistema internacional, en particular el fin de la Guerra Fría y la consecuente desaparición de la posibilidad del mantenimiento de frágiles regímenes con la ayuda de un patrocinador externo, pueden considerarse entre 10s factores más relevantes que influyeron sobre el contexto de Africa contemporánea. Del mismo modo, como he- mos visto, las reacciones contra el partido dnico y 10s movimientos prodemocracia que se desarrollaron para- lelamente tendieron a desembocar en varios esquemas de politización étnica.

En consecuencia, evduando las perspectivas para 10s próximos aiíos, llegamos a Ia conclusi6n de que el con- flicto émico se mantendrd con seguridad como un fac- tor central en la vida política de Africa. Hay, incluso, razones para ser cautos sobre el extremo optimismo que acompafió 10s vientos de cambio democrático en el continente. En la medida en que varios movimientos aprodemocracian fueron de hecho alimentados por frustraciones provenientes de las severas crisis económi- cas que castigan a virtualmente todos 10s paises africa- nos, el conflicto émico probablemente aeced en fre- cuencia y en intensidad. Una vet que el rdgimen autoritari0 ha sido derrocado, y superada la euforia inmediata, las limitaciones económicas denno de las cuales 10s nuevos gobiernos deberán moverse tenderán a agravar las demandas de base racial por una porción mayor de 10 poco que hay para repartir. En este sentido s610 un progreso significativa en el campo económico puede sostener la esperanza de suavizar 10s conflictes émicos que han diezmado a Africa. Y las perspectivas actuales sobre este desarrollo son, desgraciadamente, desoladoras.

NOTA BIBLIOGRAFICA

Si bien todas las citas directas han sido sefialada en el texto, la informaci6n sobre 10s acontecirnientos de 1991 contenida en este articulo fue excraída de las siguentes fuentes: Afrrra Report; Afrrra Today; Afrrque Contemporaine; The Eronomirt (Londres); lndex on Cenrorrhip; Jerne Afn'q~e; Keeringr Record of World Events; The New York Timer; Wert Afn'ra

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